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El siglo de Pericles
La hegemonía ateniense tuvo su origen en la guerra librada por los griegos contra los
intentos de dominación persa a principios del siglo. En el año 490 el ejército invasor
fue repelido por los atenienses en la batalla de Maratón. Pero la amenaza persa no se
desvaneció.
En el 480, los persas vuelven a la carga. Obtienen una primera victoria al conseguir
traspasar el paso de las Termópilas, donde Leónidas y sus 300 espartanos murieron
heroicamente.
En el 431 se inició una guerra fratricida entre los griegos, todos alineados tras Atenas
o tras Esparta. Es la Guerra del Peloponeso, cuya historia escribió Tucídides, y que
finaliza en el 404 con la derrota de Atenas.
El teatro, con un marcado sentido religioso, era una auténtica escuela de ciudadanía
de los atenienses. En efecto, en las obras de teatro se plantearon desde elevados
ideales cívicos, a conflictos de la existencia del ser humano, sin dejar de lado las
manifestaciones irracionales de las pasiones humanas. Los grandes dramaturgos
trágicos fueron Esquilo, de la generación de Maratón, y Sófocles y Eurípides,
fallecidos ambos en el 406 a.C.
Si a todos los hombres se les diera a elegir entre todas las costumbres,
invitándoles a escoger las más perfectas, cada cual, después de una detenida
reflexión, escogería para sí las suyas; tan sumamente convencido está cada
uno de que sus propias costumbres son las más perfectas. Por consiguiente,
es normal que un hombre, a no ser que sea un demente, haga mofa de
semejantes cosas. Y que todas las personas tienen esa convicción a propósito
de las costumbres, puede demostrarse, entre otros muchos ejemplos, en
concreto por el siguiente: durante el reinado de Darío, este monarca convocó
a los griegos que estaban en su corte y les preguntó que por cuánto dinero
accederían a comerse los cadáveres de sus padres. Ellos respondieron que no
lo harían a ningún precio. Acto seguido Darío convocó a los indios llamados
Calatias, que devoran a sus progenitores, y les preguntó, en presencia de los
griegos, que seguían la conversación por medio de un intérprete, que por qué
suma consentirían en quemar en una hoguera los restos mortales de sus
padres; ellos entonces se pusieron a vociferar, rogándole que no blasfemara.
Esta es, pues, la creencia general; y me parece que Píndaro hizo bien al decir
que la costumbre es reina del mundo
Heródoto, Historia III, 38 1-4. Traducción de Carlos Schrader
La educación y la ciudad
Debe subrayarse con trazo doble como mínimo la analogía que Protágoras establece
entre la actividad del médico y la actividad del educador, por cierto, valoradas
socialmente en la actualidad de forma tan dispar.
Como muy acertadamente señala Tomás Calvo, “toda esta argumentación ¿no
supone abandonar el relativismo? [ver próximo apartado] Si el enfermo para quien el
alimento está amargo y el sano para el que está dulce no son ‘más sabios’ el uno que
el otro, ¿no ha de suponerse que, al menos, el médico es más sabio que los dos puesto
que conoce las disposiciones provechosas y perjudiciales? ¿Y no ocurre lo mismo con
el sofista, el educador y consejero político? En el ámbito de lo bueno (provechoso y lo
malo (perjudicial) Protágoras parece incapaz de mantener su total relativismo”. No
obstante, como bien razona Tomás Calvo, “el sofista no es más sabio porque su
opinión alcance la verdad absoluta si no en la medida en que conoce los puntos de
vista contrapuestos y las circunstancias del caso, lo que le permite captar el conjunto
de la situación con más elementos de juicio” (op. cit. 93)
Parece que Protágoras, quizá influido por Heráclito, mantuvo una postura escéptica
y relativista con respecto a la posibilidad de alcanzar un conocimiento estable y
seguro. Para Protágoras, “el hombre es la medida de todas las cosas”. Tanto Platón
como Aristóteles explicaron la sentencia de Protágoras en el sentido de que lo que le
parece a cada ser humano algo que percibe, ésa es la realidad firme. Es decir, la
palabra “hombre” en la tesis de Protágoras debe entenderse no como especie o
género sino como individuo o grupo de individuos. Como se dice en el Teeteto:
Sócrates: Parece, ciertamente, que no has formulado una definición vulgar del
saber, sino la que dio Protágoras. Pero él ha dicho lo mismo de otra manera,
pues viene a decir que “el hombre es la medida de todas las cosas, tanto del
ser de las que son, como del no ser de las que no son”. Probablemente lo has
leído. ¿No?
Teeteto: Sí, lo he leído, y muchas veces.
Sócrates: ¿Acaso no dice algo así como que las cosas son para mí tal como a
mí me parece que son y que son para ti tal como a ti te parece que son? ¿No
somos tú y yo hombres?
Teeteto: Eso es lo que dice, en efecto.
Platón, Teeteto 152a. Traducción de Álvaro Vallejo Campos.
Los oradores sabios y honestos procuran que a las ciudades les parezca justo
lo beneficioso en lugar de lo perjudicial. Pues lo que a cada ciudad le parece
justo y recto, lo es, en efecto, para ella, en tanto lo juzgue así. Pero la tarea del
sabio es hacer que lo beneficioso sea para ella lo justo y les parezca así, en
lugar de lo que es perjudicial
Platón, Teeteto 167c. Traducción de Álvaro Vallejo Campos.
Aunque Gorgias está negando, entre otras cosas, como dice Tomás Calvo, “la
capacidad simbólica, significativa, del lenguaje” (“puesto que lo que proferimos al
hablar son palabras, lo que comunicamos o manifestamos son palabras, nunca la
realidad exterior”. Tomás Calvo, op. cit. 95), eso no quiere decir que no sean un
instrumento poderosísimo, que el propio Gorgias expresa de una forma realmente
insuperable: