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LA DEMOCRACIA DESILUSIONA, PERO AUN ES LO MEJOR QUE TENEMOS

“La tiranía totalitaria no se edifica sobre las virtudes de los totalitarios sino sobre las faltas de los
demócratas.” ALBERT CAMUS

Para muchos filósofos, politólogos y sociólogos La democracia es un sistema político desilusionante


porque declara ideales que luego no busca cumplir. Una Democracia real activa es un espacio donde
no puede ocultar sus debilidades e imperfecciones.

En este engranaje donde la democracia y la política tienen una relación simbiótica, la ineficiencia se
ha convertido en su característica más notoria. En estos últimos cuarenta años el populismo ha
penetrado en casi todos los ámbitos de la real politik, la derecha, la supuesta tercera vía, el centro, el
socialismo, la izquierda, de una manera directa o indirecta juegan con la misma agenda política.
Agenda política ligada al globalismo, cercana a la agenda algo maquillada de la del foro de sao paulo
y la agenda del grupo de puebla.

El politólogo Bernard Crick, sostenía en 1962 que “la política es una actividad que tiene que ser
protegida tanto contra quienes la quieren pervertir como frente a quienes tienen expectativas
desmesuradas hacia ella”.

Ludwig H. Von Mises afirmó que “La corrupción es un mal inherente a todo gobierno que no está
controlado por la opinión pública”. Cuando los políticos nos ocultan sus acciones engañosas bajo una
superficie de actos aparentes que se hace repetidamente induce al ciudadano a pensar que la
esencia de la democracia es un fraude. El filósofo español Daniel Innerarity, comenta sobre esta
clase de democracia, “se convierte en un régimen de desocupación, donde se vigila, critica y se
desconfía de los políticos, resulta decepcionante para la ciudadanía”. Precisamente cuando la batalla
democrática se realiza sin censura ante los ciudadanos y la critica a los políticos es abierta e ilimitada,
la democracia se convierte en una decepcionante exhibición de vicios y errores.

Nadie alaba al adversario y solo los errores merecen la atención de unos y otros. Los medios de
difusión en una sociedad libre parecen una búsqueda permanente de ineptos o aun peor, de
traidores y corruptos. La honradez y no es noticia y nunca hay unanimidad en ninguna alabanza.

Se confunde la política con el quehacer de los políticos.

El rumor social en un ámbito democrático suena a continua crispación. Buena parte del malestar de
las sociedades democráticas tiene su origen en el desencanto que produce ver a sus políticos en
permanente desacuerdo y discusión.

En el libro La Llamada de la tribu de Mario Vargas Llosa encontramos la siguiente frase: “Ninguna
sociedad puede ser próspera y feliz si la mayoría de sus miembros son pobres y miserables”, la
antropología política nos enseña que hay en la sociedad un sentimiento ancestral, nunca plenamente
superado, que añora las formas de organización social en las que hay una placida ignorancia y los
políticos no discuten severamente.

Alexander Hamilton uno de los padres fundadores de los Estados Unidos declara que “No es la tiranía
lo que deseamos, sino la paz justa, limitada y un gobierno federal” Las aspiraciones máximas o los
ideales absolutos que conciben los ciudadanos en el ejercicio de sus libertades democráticas tienen
que ceder en todo o parte ante las pretensiones de sus semejantes.
En las actuales sociedades democráticas se ha acortado dramáticamente el tiempo que necesitan los
proyectos de los nuevos gobiernos para desgastarse y convertirse en frustración.

La política, juzga con pesimismo, se ha convertido en una actividad limitada, mediocre y frustrante, lo
que no impide que todos tratemos incansablemente de mejorar lo que existe.

La historia nos aclara que la ilustración radical como corriente de pensamiento y acción política puso
de manifiesto los cimientos de libertad, igualdad y fraternidad de lo que sería la democracia
contemporánea.

Esa democracia que el mundo por diferentes motivos la encuentra imperfecta y decepcionante y
algunos teóricos la creen sobrevaluada, pero nadie aún tiene un mejor proyecto político.

Esta ilustración radical estalló de improviso en las décadas de 1770, 1780 y 1790, en la época de las
revoluciones en estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Irlanda y los Países Bajos, así como en los
círculos clandestinos de oposición democrática en Alemania, Escandinavia, América latina y otros
países.

La ilustración no fue un fenómeno nacional (francés o inglés) sino inmediatamente paneuropeo; la


llamada “ilustración radical”, lejos de resultar menor y/o periférica constituyó un motor vital en la
ilustración en su conjunto (y en particular, en relación con la ilustración moderada), demostrando
incluso una mayor consistencia intelectual sobre el plano internacional; la centralidad dominante de
Spinoza y el spinozismo dentro de esta última corriente (a contrapelo de las versiones mitologizadas
de un Spinoza genial pero carente de influencia).

La presentación de las dos alas rivales ilustraciones está en la base de todo el argumento: la
ilustración moderada, “respaldada por numerosos gobiernos y facciones influyentes de las
principales iglesias” aspiraba, a partir del prestigio de  figuras de la talla de Newton, Leibniz o Locke, a
“vencer la ignorancia y la superstición” y a establecer “la tolerancia”, a “revolucionar las ideas, la
educación y las actitudes por medio de la filosofía” preservando, eso sí, elementos de las “viejas
estructuras, consideradas esenciales”, en una nueva síntesis entre la razón y la fe.  

La ilustración radical, en cambio, “rechazaba todo compromiso con el pasado, y buscaba acabar con
las estructuras existentes en su totalidad”, incluyendo la creencia en un Dios Creador del mundo,
capaz de intervenir en los asuntos humanos, pero también la influencia política de las iglesias, y
también las jerarquías sociales (privilegios políticos, concentración de la tierra) fundadas en cualquier
principio divino.

La ilustración radical concibió al estado como institución totalmente secular y promovió los intereses
(terrenales) de la mayoría con la finalidad de evitar que ninguna minoría tome el control del proceso
legislativo.

La máxima fundacional de la democracia es que todos los seres humanos tienen las mismas
necesidades básicas, derechos y condiciones de vida, independientemente de lo que crean o del
grupo religiosos, étnico o económico al que pertenezcan, todos los seres humanos tenemos el
derecho a buscar nuestra felicidad.

Cada vez que reparamos estos orígenes nos parece estar andando sobre el único camino que podía
existir, pero se necesitó a un grupo de mentes que se interrelacionaron en un corto espacio de
tiempo de los siglos XVII y XVIII para lanzar un nuevo paradigma de organización social que empezó a
funcionar en varias revoluciones y procesos irregulares e inciertos.

Después de 1945, tras la lucha contra el fascismo, el stalinismo, el comunismo, el nazismo, y el fin de
la II guerra mundial, los principios democráticos se extendieron por el mundo, superando resistencias
y mostrándose como el modelo aspiracional de organización social. Desde finales de los 40, han
arraigado firmemente en varios países asiáticos importantes, especialmente India y Japón.

Hemos tendido a considerar nuestros valores fundamentales como conceptos abstractos inventados
por la Revolución Francesa. La realidad es que se tuvieron que superar enormes dificultades, luchas y
altos costes en la propagación de las que son hoy nuestras ideas fundamentales. Frente a las
ideologías monárquicas, aristocráticas, religiosas e incluso en lucha con diversos movimientos
populares contrarios a la ilustración que combatieron apasionadamente los valores igualitarios y
democráticos desde mediados del XVII hasta la caída del comunismo.

La ilustración radical fue el sistema que históricamente dio forma a la mayor parte de los valores
sociales y culturales que son la base del mundo occidental, lo hizo en contra del pensamiento
dominante y aun choca con las tradiciones y creencias de muchos.

La reforma derivada de las ideas programadas por la mayoría de los pensadores de la ilustración solo
se atrevía a ser teórica, no practica. Tanto Hobbes como Bayle fueron en general bastante pesimistas
en cuanto a las posibilidades de pasar a la acción.

A finales del siglo XVIII fue cuando se empezó a creer que la revolución en el pensamiento que se
proponía no era solo una aspiración teórica, sino algo real. Tanto en Europa como en Estados Unidos
el concepto de progreso se estaba convirtiendo en la aspiración general.

Veamos algunos personajes de la época.

El clérigo y escritor británico Richard Price (1723-1797) nos dijo “El mundo ha ido mejorando
gradualmente hasta ahora. Las luces y el conocimiento han ido ganando terreno y la vida humana en
el presente, comparada con el pasado, es muy parecida a la de la un joven que se acerca a la edad
adulta comparado con un niño. La naturaleza de las cosas es que este progreso continúe”.

Una vez definida la teoría del progreso, esta se enfrentaba a un pesimismo también general por
todos los peligros a los que está sujeta la condición humana. En realidad, el progreso ilustrado tenía
una intensa conciencia de la gran dificultad que suponía extender la tolerancia, poner freno al
fanatismo religioso y mejorar la organización humana.

El relativismo optimismo, por su parte, se fundaba en la capacidad creciente del hombre para
producir riqueza, inventar tecnologías para aumentar la producción y concebir estables instituciones
legales y políticas.

El barón de Hollbach en 1773 nos dijo “A pesar de la lentitud de nuestros pasos, las pruebas
muestran sin duda que la razón humana hace progresos, es evidente que somos menos ignorantes,
menos barbaros, menos violentos que nuestros padres, y ellos, a su vez, eran menos ignorantes que
sus antepasados. ¿Quién puede negar eso?”.

Voltaire (1694 – 1778), estaba convencido de que “una gran revolución en las mentes de los hombres
está manifestándose por todas partes”.
Kant, el último gran filósofo de la ilustración, tampoco tenía dudas de que la humanidad estaba
experimentando un “progreso” y que esta mejora evidente estaba motivada por el avance de la
“razón” en su opinión, la mejora del hombre era evidente en todas las esferas –legal, política, moral,
comercial y tecnológica- se trataba, en primer lugar, del progreso de la mente humana, y era el
impacto de la naturaleza en la humanidad, quien guiaba el proceso.

En 1795 los estados europeos estaban volviéndose gradualmente más “republicanos” y más
“representativos” de la voluntad general de su pueblo mediante asambleas, leyes e instituciones.
Políticamente, el fin último del progreso humano sería una federación internacional de potencias
para resolver sus disputas, dirigiéndose finamente, según imaginaba, hacia una “paz perpetua”.

Todos los pensadores de la ilustración estaban inspirados por la idea del progreso, pero fue Anne
Robert- Jacques Turgot, uno de los fundadores con Adam Smith, de la ciencia económica, el primero
en formular una doctrina del progreso coherente, abogaba por la tolerancia y un amplio programa de
liberalización económica, aunque, en contra de otros pensadores radicales, lo hacia dentro del marco
de la monarquía, la aristocracia y el orden existente. Como Voltaire rechazaba la igualdad como
principio y repudiaba el ateísmo, el determinismo y el materialismo.

En 1750, pronunció en la Sorbona dos lecturas magistrales y definió una nueva concepción de la
historia, desde la más remota antigüedad, constituyó la primera versión de la “ideología del
progreso”. Argumentó que la capacidad humana para recibir nuevas impresiones del mundo exterior
–y filtrarlas, combinarlas y analizarlas- había abierto un nuevo camino en el que la experiencia asimila
y elabora una secuencia interminable de mejoras materiales, organizativas y adelantos tecnológicos.

Es más, defendió que el hecho empíricamente probado del progreso en el pasado era una prueba de
que el retroceso seria también imposible en el futuro. A este proceso unidireccional acumulativo,
que abarcaba todos los aspectos del desarrollo social, lo denominó “progreso”.

Hoy, existe la preocupación por la gobernabilidad, junto al decaimiento del ala radical de los
movimientos, exige una activación de la conciencia política. Una época de crisis de ideas y de
procedimientos. Hay una conciencia colectiva trabajada por cuestiones e interrogantes que
contemplan ansiosamente el porvenir y tienen por punto de partida dudas, decepciones, pesimismo,
una desconcertante confusión en las ideas.

Se asiste a la quiebra de muchos conceptos tradicionales, se presencia el derrumbe de viejas y casi


sagradas normas morales reguladoras de la vida social y de la actividad individual, y se divisa a la
distancia como peligros más o menos cercanos, pero inevitables, el fantasma de la disolución hecha
anarquía o de la fuerza del despotismo.

Se habla mucho, hasta el abuso de ideas cada vez más abstractas, fundamentales, como la libertad, el
deber, la justicia, la caridad, el derecho, la autoridad, la política, la ley, pero se habla poco, para
vincularlo con ellas en su realización, del interés general o si se prefiere del bien común, objetivo
cardinal de todo gobierno, porque el espíritu moderno está orientado con preferencia a las cosas
concretas.

Se vive en un medio en que la confusión de individuo y de persona, a veces origina el equívoco y


otras engendra teorías y doctrinas que buscan manipular el orden social, volviendo al ciudadano en
masa, olvidando que la persona es, principio de unidad, de identidad y de pasividad, el individuo es
principio de multiplicidad y de actividad, correspondiendo a la primera, dar el tono, fijar la medida,
dirigir la orquesta en esta sinfonía más o menos armoniosa que se desprende de la vida humana, y en
la que una y otra mezclan constantemente su voz.

La crisis de orden moral que se extiende desde las ideas hasta las costumbres y que abarca el hogar y
la patria, la crisis económica que afecta trabajo y riqueza, todos los factores y órganos de producción,
de circulación y consumo, el crédito y la moneda, los impuestos y los gastos, la crisis social que
subvierte, altera o desfigura los conceptos fundamentales de justicia, de fraternidad o de solidaridad
humanas, y a la crisis política que trae a la educación nuevos conceptos para anular y sustituir
regímenes de gobierno, instituciones, programas de acción pública, procedimientos y fines de
organización administrativa, etc.

En la democracia, el individuo es libre, o por lo menos debe atreverse a serlo, ahora bien, la
democracia hoy decepciona y genera indignación de sus ciudadanos, pero también esa indignación
estimula la política. No hay día en la experiencia de la acción ciudadana que no se encuentre motivos
para la indignación, y ese sentimiento genera desorientación social.

Porque se está prestando más atención a la corrupción que a la mala política. Se exige mayor
transparencia, pero inmediatamente el ciudadano se convierte en mero espectador. Celebramos el
carácter abierto de las redes sociales, pero luego no nos quejamos cuando se las controla. Queremos
que se endurezca la línea que separa al empresario con los políticos, pero se adula al empresario que
logra el éxito gracias al estado, queremos políticos con conocimiento y experiencia, pero tampoco
queremos que los políticos se eternicen en la administracion. La indignación con frecuencia nos lleva
a pensar que el mayor problema es la clase política y el número de los políticos, creemos que los
partidos políticos deben acabarse, que no toman las decisiones correctas o que lo hacen demasiado
tarde, que no representan al ciudadano, que no escuchan.

Lo que si es cierto es que la política es de todos, que no hay expertos incontestables, nunca en la
historia ha habido tantas posibilidades de acceder, vigilar y desafiar a la autoridad. Peor nunca la
gente se ha sentido tan frustrada en relación con sus expectativas ante la política.

Es necesario mantener el discernimiento entre lo razonable y lo frívolo y pasajero, es indeseable el


elitismo popular como el elitismo clasista.

Juan Bautista Alberdi nos dice que “la ignorancia no discierne, busca un tribuno y toma un tirano, la
miseria no delibera, se vende, alejar el sufragio de anos de la ignorancia y de la indigencia es
asegurar la pureza y acierto de su ejercicio. Algunos dirán que es antidemocrático peor la
democracia, tal como ha sido ejercida hasta ahora nos ha llevado a este triste destino.”

Existe una máxima que debemos recordar y es que la principal ilusión de la democracia es la
equivalencia entre gobernantes y gobernados. Pero nadie quiere elegir para que lo represente a
alguien que vale lo mismo que él.

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