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En este mapa podemos ver la distribución actual de las lenguas transeurasiáticas. En gamas
de verde, las lenguas turcas; en gamas de amarillo/naranja, las lenguas mongolas; en gamas de
azul, las tunguses; en violeta las lenguas coreánicas y en rojo las japónicas. MARTINE ROBBEETS
ET AL. (NATURE)

ALBERTO APARICI @cienciabrujula

VALENCIA. CREADA. 27-11-2021 | 10:49 H /


ÚLTIMA ACTUALIZACIÓN. 27-11-2021 | 11:02 H

La historia está llena de relatos apasionantes de viajes, migraciones y


éxodos, de pueblos que tuvieron que dejar su hogar ancestral y buscar
otro lugar, quizá más próspero o quizá menos violento. Pero la
mayoría de esas migraciones está perdida para nosotros:
ocurrieron hace miles de años, antes de que aprendiéramos a
escribir, antes de que hubiera historia. De esos viajes de la
prehistoria sabemos menos de lo que nos gustaría, pero algo podemos
averiguar gracias a la arqueología, la genética… o la lingüística. Las
poblaciones humanas modernas son, al fin y al cabo, hijas de esas
migraciones. Sus antepasados, a lo largo de su recorrido, imitaron las
palabras, copiaron la cultura, y a veces tuvieron descendencia con sus
vecinos. Todo eso sigue presente en las poblaciones modernas, y
forma un rastro que podemos seguir, piezas de un rompecabezas que
nos cuentan la historia no escrita de esas gentes.

Hace unos días, la revista Nature publicó un artículo que nos cuenta
una de esas historias: habla sobre los pueblos transeurasiáticos, una
familia que agrupa a turcos, mongoles, tunguses, coreanos y
japoneses. En la actualidad estos pueblos se extienden entre el Océano
Pacífico y las costas del Mediterráneo, y en época histórica fueron los
dominadores de la estepa que se extiende entre Hungría y Mongolia.
Su cultura es muy variada: desde los pastores de caballos de la
estepa a los cultivadores de arroz de Japón. Pero si esta
reconstrucción es correcta, hubo un tiempo en que todos compartían
la misma cultura y la misma lengua. Ese tiempo y esa cultura es la que
vamos a intentar reconstruir.

Un inicio accidentado

Las primeras indicaciones de que todos estos pueblos podían estar


emparentados vinieron de la lingüística. En el siglo XIX varios
investigadores señalaron paralelismos entre algunas palabras de las
lenguas turcas y mongolas. Como ambos grupos habían sido
históricamente pueblos de la estepa, con culturas basadas en el
pastoralismo y una vida nómada, estas similitudes parecían naturales:
es probable que inicialmente fueran una sola cultura nómada que se
separó en algún momento en una rama turca y una rama mongola.
Llamaron a esta asociación familia altaica, por las montañas del Altai,
en el centro de Asia.
Durante décadas esta hipótesis gozó de muy buena prensa, pero a
mediados del siglo XX una nueva generación de lingüistas empezó a
poner en duda las similitudes en el léxico turco y mongol. Los
parecidos entre palabras son muy resbaladizos, porque casi nunca
tenemos que la palabra “agua” es idéntica en los dos idiomas. Lo
habitual es que “agua” en un idioma suene parecido a “algo
relacionado con el agua” en el otro. Por ejemplo, muke en manchú es
“agua”, y mören en mongol es “río”. ¿Son suficientemente parecidas
esas palabras? ¿Se parecen porque ambas vienen de una palabra
ancestral que significaba “agua”, o es simplemente una coincidencia?
Éstas son el tipo de objeciones que los lingüistas empezaban a
defender en la década de 1950. Y lo complementaban con un
argumento todavía más potente: los turcos y los mongoles han
compartido hábitat durante siglos. ¿No será más razonable pensar que
sus palabras se parecen porque unos han imitado la lengua de los
otros? Quizá en múltiples ocasiones, a veces del turco al mongol y
otras veces a la inversa.
La situación no mejoró cuando se incorporaron coreanos y japoneses a
la mezcla. Era cierto, algunas palabras de estas dos lenguas tenían
paralelismos con palabras turcas y mongolas, pero ahora estábamos
incorporando a unas gentes que ni siquiera compartían la cultura
altaica. Japoneses y coreanos son agricultores, y lo han sido durante
milenios. Tienen también una cultura de pescadores y navegantes que
no puede estar más lejos de la vida en la estepa. Los parecidos entre
las lenguas altaicas, el japonés y el coreano ¿reforzaban la idea de que
todas ellas tienen un origen común? ¿O al contrario: eran la prueba
de que muchos de esos paralelismos son meras casualidades?
Sólo la lingüística no basta

El artículo de Robbeets y colaboradores se inscribe en el centro de esta


disputa. Lo que han hecho es diseñar un criterio para determinar qué
palabras es razonable que vengan de un origen común y cuáles es
razonable pensar que son préstamos de otras lenguas. El criterio
incluye, por ejemplo, que si en una lengua la palabra tiene un
significado amplio (del tipo “agua”) y en todas las demás tiene un
significado restringido (del tipo “río”) entonces es razonable pensar
que la palabra original es la de significado amplio y las otras lenguas la
adquirieron a través de un préstamo, seguramente de un grupo que la
usaba sólo con el significado restringido. En ese caso la palabra no
puede considerarse ancestral a todas esas lenguas, sólo a la primera.
Este enfoque ha arrojado resultados sorprendentes: los investigadores
siguen encontrando un sustrato común a todas estas lenguas, un
núcleo de palabras que parecen provenir de una lengua ancestral a
turcos, mongoles, tunguses, coreanos y japoneses. Pero ese sustrato
no tiene nada que ver con la vida de la estepa o con el cultivo del
arroz: tiene que ver con la agricultura del mijo. Las palabras
incluyen “campo de cultivo”, “sembrar”, “cereal” (concretamente, la
palabra que en las lenguas modernas se usa para el mijo, y no para
otros cereales), pero también “fermentar”, “moler”, “tejer” o “cuerda”.
Sólo un animal aparece en la lista: el perro.
Espigas de mijo común (Panicum miliaceum), la variedad que probablemente trabajaron los
ancestros de los pueblos transeurasiáticos. El mijo se domesticó en el nordeste de China
alrededor del 10.000 a.C., y es probable que fuese un cultivo muy apropiado para pueblos
seminómadas, por los escasos 50 días que pasan entre la siembra y la cosecha. FOTO:
JSCHNABLE (WIKIMEDIA)

Este vocabulario apunta a una sociedad eminentemente agraria y que


ha desarrollado varias industrias relacionadas con los cereales, como
la producción de bebidas fermentadas o la artesanía textil. Es notable
la completa ausencia de la ganadería en este vocabulario común: el
léxico sugiere que esta población ancestral no criaba animales, con
la sola excepción de los perros, que están asociados a todo tipo de
culturas humanas desde muy antiguo.
¿Dónde vivió esta gente, y en qué época? El análisis lingüístico también
puede darnos alguna pista en ese sentido, porque viendo cuán
diferentes son esas palabras en las lenguas modernas podemos
estimar cuánto tiempo llevan separadas las diversas ramas. En este
caso la fecha más probable es el 7.000 a.C., aunque con una horquilla
amplia, entre el 3.500 y el 11.000 a.C. Armados con este dato podemos
tratar de confirmar o rebatir el análisis fuera del mundo de la
lingüística. Los autores acudieron a la arqueología, y se preguntaron
qué yacimientos conocemos de más o menos esa antigüedad, que
estén situados en Asia y que muestren evidencias de cultivo de mijo. Y
la realidad es que no muchos, y todos en las región del río Liao, en el
nordeste de la actual China. Probablemente ésas son las coordenadas
de la patria ancestral de estos pueblos.
Localización aproximada de la tierra ancestral de los pueblos transeurasiáticos, según la
reconstrucción de Robbeets y colaboradores. El círculo de color violeta es una estimación
basada en la diversidad actual de lenguas en la región, bajo el supuesto de que la patria
ancestral será una región que conserve lenguas de casi todas las ramas (el círculo incluye
lenguas de todas las ramas salvo las japónicas, pero éstas se hablaron en época histórica en el
punto 5). La elipse negra es una estimación más fina basada en el léxico común y en la
arqueología, y comprende la cuenca occidental del río Liao. FOTO: MARTINE ROBBEETS ET AL.
(NATURE)

Llegado a este punto nos hemos de plantear cómo queremos llamar a


esta gente. Hemos pasado de un cuadro en el que estos pueblos eran
esencialmente pastores de la estepa con una vida nómada a otro muy
distinto, en el que su cultura original era agrícola y asentada en las
vegas fértiles de un río. Es por eso que cada vez más se reserva el
adjetivo “altaica” para la rama que comprende a turcos, mongoles y
tunguses, y se prefiere el nombre de familia transeurasiática para
el linaje completo. El término está bien elegido, porque desde el este
de China estas gentes recorrerán todo el continente, y terminarán
asentados en las islas más orientales de Asia y en las mismas puertas
de Europa.
Lo que las palabras nos dicen

La lingüística nos da también algunas pistas sobre cómo ocurrieron


estas migraciones. Las diferencias entre el léxico altaico y el de
coreanos y japoneses sugieren que éstos fueron los primeros en
separarse de la patria ancestral. El trabajo de Robbeets y
colaboradores fecha esta separación algo antes del 3.500 a.C. Para esa
fecha los antepasados de coreanos y japoneses ya habían
incorporado un nuevo elemento a su vocabulario común: el mar.
Términos para “océano”, “barco” o “pez globo” son comunes a ambas
ramas, pero están ausentes en las lenguas turcas y mongolas. Y, de
nuevo, la arqueología le hace un guiño a la lingüística: efectivamente,
alrededor del 3.500 a.C. tenemos en Corea asentamientos de gente que
cultivaba el mijo, para los que la pesca era una parte importante del
sustento y cuya industria tiene algunas similitudes con las culturas del
río Liao. No es una prueba definitiva, pero sí una interesante
concomitancia. ¿Fueron estos asentamientos el hogar de los
antepasados de coreanos y japoneses?
Lo fueran o no, lo que está claro es que a partir de este punto su
historia toma su propio camino. La arqueología nos informa de que
pocos siglos después una migración procedente del este de China
traerá el cultivo del arroz a Corea. Y lo que vemos en el vocabulario es
que las palabras relacionadas con el arroz parecen estar “recicladas” a
partir del léxico del mijo, lo cual sugiere que, efectivamente, el arroz
fue una adición tardía a la cultura. De aquí en adelante los japoneses
empezaron a desarrollar su peculiar cultura en las islas, y los coreanos
hicieron lo propio en el continente.

En cuanto a turcos y mongoles, su historia es, tal vez, la más


interesante. Aunque hoy los conocemos como aguerridos jinetes de
la estepa, lo cierto es que eso ocurrió relativamente tarde, entre el
500 a.C. y el 500 d.C. Antes de eso sus antepasados vivieron durante
milenios como agricultores en el este de la actual Mongolia, cerca de su
patria ancestral. Su vocabulario común nos revela una innovación
ganadera: los cerdos. Pero no hay caballos, no hay leche ni derivados
de ésta y no hay indicaciones de un estilo de vida nómada.
Simplemente, durante milenios siguieron haciendo lo que sus
antepasados hacían tan bien.

No sabemos qué les llevó a abandonar ese estilo de vida. Quizá el clima
cambió, o quizá otros pueblos, que en el sur se estaban desarrollando
en el incipiente imperio chino, les empujaron a dar el salto de la
agricultura sedentaria al pastoralismo nómada. Lo que sí sabemos es
que ese cambio fue gradual, e incluyó mucho contacto con otros
pueblos que ya conocían el arte del pastoreo. Nos lo dicen sus
palabras, que son préstamos de lenguas iranias o chinas, como es el
caso de los términos para “vaca” o “caballo”. También vemos que su
léxico empieza a incorporar términos relacionados con la taiga y la
estepa, términos que están totalmente ausentes en las lenguas
coreanas, japonesas y tunguses, que nunca entraron en contacto con
los hábitats del centro de Asia.

La patria ancestral de los turcos es especialmente difícil de establecer, en parte por la


extraordinaria extensión geográfica que han alcanzado sus gentes. En el mapa el círculo violeta
señala, de nuevo, la región con mayor variedad lingüística en la actualidad. Las zonas en cian
marcan el único lugar en que se hablan en la actualidad lenguas bulgáricas, la rama del turco
hablada en la Bulgaria histórica; limitadas hoy al curso medio del Volga, en el pasado se hablaron
mucho más al este y también en Europa oriental. La elipse negra, de nuevo, es la estimación de la
patria ancestral basada en la lingüística y la arqueología, y la sitúa cerca de la zona de origen de
los pueblos transeurasiáticos. FOTO: MARTINE ROBBEETS ET AL. (NATURE)

La historia de los pueblos transeurasiáticos no es sólo la de un viaje


extraordinario. También es la historia un vuelco total en la cultura y las
costumbres. Sus antepasados cultivaban el mijo, usaban sus fibras
para tejer y construían casas subterráneas. Los japoneses, hoy en día,
son famosos por una gastronomía muy centrada en los productos del
mar, una de las más célebres del planeta. Los mongoles fundaron una
dinastía en China y su imperio multiétnico destruyó la hermosa
Bagdad del califato abasí. Los turcos pasaron de ser mercenarios a
dueños de sus propios destinos, y su ingenio y perseverancia les llevó a
poner fin al mismísimo Imperio Romano. Pero todas estas cosas no
nos conciernen hoy. Todo esto podemos leerlo en los libros porque ya
es, al fin, historia.

QUE NO TE LA CUELEN
> La búsqueda de paralelismos entre las lenguas es un negocio resbaladizo, y lo es
especialmente cuando se basa en “palabras que suenan parecido”. Hay muchos
mecanismos que pueden hacer que dos palabras que no tienen ninguna relación
se terminen pareciendo: los idiomas pierden vocales y consonantes de forma
habitual, y a veces copian directamente la palabra de alguna lengua vecina.
Análisis de este tipo, no siempre llevados a cabo con el cuidado debido, son los
que han relacionado con todo tipo de lenguas, desde el íbero a las lenguas
caucásicas y al bereber. Para que cualquiera de esas relaciones sea tomada en
serio es preciso demostrar que los paralelismos no son producto del azar, o de la
imitación entre las dos lenguas.
> Las familias lingüísticas mejor establecidas son, con diferencia, la familia
indoeuropea y la afroasiática. Ambas se benefician de tener más de 3.000 años
de registros escritos, lo cual permite establecer con gran detalle qué aspectos de
las lenguas son ancestrales y cuáles han aparecido a lo largo de la historia.
> En el caso de las lenguas transeurasiáticas, muchos especialistas todavía no
consideran que la relación entre las diferentes ramas esté firmemente probada.
Las semejanzas en el vocabulario señaladas inicialmente están ahora
fuertemente desacreditadas, pero los paralelismos en la construcción de los
verbos sigue siendo un argumento a favor, y una nueva generación de lingüistas,
como los autores del artículo del que hemos hablado hoy, está tratando de
articular un caso más matizado y sólido en favor de su existencia.

REFERENCIAS

> Martine Robbeets et al. Triangulation supports agricultural spread of the


Transeurasian languages. Nature (2021)

ARCHIVADO EN:
Historia / Prehistoria / Historia antigua / Lenguaje

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