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Partes de la serie: 1
Uno de los grandes pilares del catolicismo es de pensar al papa romano como sucesor de
Pedro, el Apóstol. Según esta creencia, era él la cabeza del cristianismo naciente. Pero,
¿qué sabemos realmente y a nivel histórico acerca de Pedro? No tanto como parecería a
primera vista. Y más en relación con nuestro tema, ¿fue realmente él cabeza de la Iglesia
naciente? Veamos.
La existencia histórica de Pedro está fuera de toda duda razonable. Con rarísimas
excepciones (por ejemplo, los seguidores de los neoradicalismo-holandés (e.g. Hermann
Detering, Robert M. Price), virtualmente todo el mundo reconoce que hay siete
documentos en el Nuevo Testamento cuyo contenido sustancialmente procede
genuinamente de Pablo de Tarso: 1 Tesalonicenses, Gálatas, Filipenses, 1 y 2 Corintios,
Filemón y Romanos (PIñero 2015, 16-20; Vidal 2012, 16). Él mismo narraba no solo
como testigo, sino como alguien que interactuó con Pedro en persona y le confrontó en
un momento dado.
Las cartas paulinas, escritas en la década del 50 e.c., revelan las tensiones que hubo entre
ambos personajes. Comenzaré por la Epístola a los Gálatas, ya que es el que contiene más
información al respecto y porque nos ayudará a entender lo que diremos después en
nuestro siguiente artículo de la serie. En Gálatas, Pablo nos habla de lo que él denomina
“mi evangelio”. Muy pocas personas se han dado cuenta de que la palabra griega para
“buena noticia”, “buen mensaje” o “buen anuncio” (εὐαγγέλιον, euangélion) se utiliza casi
exclusivamente por Pablo, escritos pospaulinos y dos de los evangelios, que discutiremos
más adelante. La única excepción a esta regla es Hechos de los Apóstoles, pero
discutiremos ese detalle más adelante en la serie (Mason 1994; Mason 2009).
1 CORINTIOS 8:6
Como explicamos en otro lugar, el evangelio paulino tenía que ver con la manera en que los
gentiles se convertirían en hijos adoptivos de Abraham, también en hijos de Dios en
virtud de la muerte vicaria de Jesús, y, por ende, también herederos en igualdad de
condición con los judíos del Reino de Dios, pero sin la necesidad de velar por las “obras de la
Ley”, o algunas disposiciones de la Ley de Moisés, a saber: la circuncisión, la dieta kosher y
la observancia del sábado. Los gentiles debían establecer una relación de con anza (pistis
o des) con Dios vía Jesucristo, además de velar por nueve de los mandamientos del
decálogo, para que pudieran disfrutar de esta gracia especial que se les concedía.
(Fredriksen 2018, 117-122, 161; Gómez Segura 2021, 225-241; Piñero 2015, 168. En
cuanto a la noción de “fe” en la Antigüedad, véase Morgan 2017).
Esto trajo no pocas tensiones entre Pablo y otros grupos, especialmente aquellos
cristianos que abogaban por la circuncisión de los gentiles como condición para
pertenecer al movimiento. Para cuando Gálatas se escribió (52-54 e.c.) algunos de estos
judaizantes fueron a donde los gálatas para decirles que Pablo estaba mintiendo y que la
congregación jerusalemita —entonces la que gozaba de mayor autoridad entre los
creyentes cristianos— solo admitía a los gentiles que se circuncidaran. En su epístola,
furioso porque las congregaciones le habían dado la espalda, Pablo a rma la autoridad de
su apostolado como enviado de Cristo, que recibió directamente de Jesús resucitado
este “evangelio”, este “buen anuncio”, no de los apóstoles de Jerusalén. De paso, nos da
detalles de su primera interacción con los apóstoles.
Más adelante, Pablo nos habla de su visita a Jerusalén catorce años después de este
acontecimiento (ca. 45-49 e.c.). En una declaración no muy clara del Apóstol de los
Gentiles, nos dice que ese viaje fue producto de una revelación, aunque también nos
informa que hubo inquietudes en relación con su propio evangelio. Él nos habla de una
reunión que tuvo en calidad de representante de Antioquía con lo que llamó las “tres
columnas” de la congregación de Jerusalén.
… ni siquiera Tito que estaba conmigo, con ser griego, fue obligado a
circuncidarse. Y eso que hubo intrusos: falsos hermanos que se in몭ltraron
solapadamente para espiar la libertad que tenemos en Cristo Jesús, con el
몭n de reducirnos a la esclavitud. Sin embargo, ni por un instante cedimos a
sus requerimientos, sometiéndonos, pues queríamos salvaguardar para
vosotros la verdad del Evangelio … Los que eran tenidos por notables —¡No
importa que lo fuesen, pues Dios no mira la condición humana! Bien, en
todo caso los notables— nada nuevo impusieron. Antes bien, al comprobar
que me había sido con몭ada la evangelización de los incircuncisos, al igual
que a Pedro la de los circuncisos —-pues el que actuó en Pedro para hacer
de él un apóstol de los circuncisos, actuó también en mí para hacerme
aṕostol de los gentiles—-, y reconociendo la gracia que me había sido
concedida, Jacob, Cefas y Juan, que eran considerados como columnas,
nos tendieron la mano en señal de comunión a mí y a Bernabé, para que
nosotros fuéramos a los gentiles y ellos a los circuncisos. Solo nos pidieron
que nos acordáramos de los pobres, cosa que he procurado cumplir.
GÁLATAS 2:3-10
Es menester señalar aquí algunas cosas muy importantes. En primer lugar, llama la
atención el grado de importancia que tuvo Pedro en la Iglesia. La primera vez que Pablo
visitó a Jerusalén, fue para ver a Pedro. Este periodo precisamente coincide con la manera
en que Hechos muestra a Pedro como máximo líder del jesuanismo de ese momento
(Gálatas 1:18; Hechos 2:14-5:33). Pedro también es llamado “apóstol” por Pablo.
Contrario a lo que mucha gente piensa, esta palabra, que signi ca “emisario” o “enviado”,
no tiene nada que ver con ser exdiscípulo de Jesús o uno de los Doce, sino más bien se
reservaba para aquellos que habían experimentado una aparición de Jesús resucitado en
la que se les “enviaba” a predicar un mensaje jesuano. Parece ser que el liderato de Pedro
se derivaba de estas mismas experiencias, ya que según las confesiones más primitivas
que tenemos sobre la resurrección de Jesús, fue el primero en tener este tipo de
visiones, mientras que Pablo indica que fue el “último”.
y que resucitó
según las Escrituras,
que se apareció a Cefas [Pedro] y luego a los Doce;
1 CORINTIOS 15:3-5
Nótese que Jacob, el hermano de Jesús, no fue de los primeros en tener visiones, sino más
bien casi a lo último, antes de “los demás apóstoles”. Esto contribuye a la convicción de
que Pedro empezó siendo el líder del movimiento jesuano en Jerusalén.
Sin embargo, en un momento dado, hubo un cambio (Fredriksen 2018, 156-157). El orden
con el que Pablo se refería a las “columnas”, primero Jacob, después Pedro es llamativo. En
la primera visita de Pablo a Jerusalén, él le prestaba mayor importancia a Pedro, mientras
que en esta segunda visita, no es Pedro, sino a Jacob, el hermano de Jesús. Pedro cae en
un segundo lugar y tercero, Juan (Bütz 2005, cap. 3; cap. 4). Cuando vamos a la sección de
Hechos de los Apóstoles en relación con esta reunión —y su autor engrandece una
reunión a nivel de “multitud”— Pedro fue el primero en dirigirse a los presentes, pero fue
Jacob el que tuvo la última palabra en torno al asunto planteado (Hechos 15:9-29). Es
más, si prestamos atención a algunos relatos de Hechos de los apóstoles, parecería que
Jacob el hermano de Jesús llenó un vacío que dejó la muerte de Jacob el hermano de Juan
y el arresto de Pedro (Hechos 12:1-18). Cuando se nos narra que Pedro escapó
“milagrosamente” de la cárcel, dice lo siguiente:
[Pedro] les hizo señas con la mano para que no levantasen la voz, y les
contó cómo el Señor lo había sacado de la cárcel. Antes de irse les dijo:
“Comunicad esto a Jacob y a los hermanos.” A continuación salió y marchó
a otro lugar.
De hecho, Jacob continuó siendo cabeza del movimiento de Jerusalén hasta su mismo
nal, según narrado por Josefo en Antigüedades judías (Lüdemann 2015, cap. 28; Hechos
21:18; Antigüedades judías 20.9.1; Josefo 1997, §200).
Asimismo, debemos destacar que Pablo reconoció que las llamadas “columnas” tenían
autoridad, pero intentaba minimizar su importancia diciendo que su estatus era
irrelevante para Dios. En cuanto a lo convenido entre las congregaciones de Jerusalén y
de Antioquía (que él representaba) se llevó en medio de una acalorada objeción de los que
Pablo llamaba “falsos hermanos”, judíos que insistían en exigirle a los gentiles que se
circuncidaran y se sometieran a la Ley de Moisés. Las “columnas” no se doblegaron a las
amenazas ni le exigieron a Tito que se circuncidara. Acordaron que Pedro se dedicaría a
predicarle a las sinagogas judías de la diáspora y que a Pablo le tocaba predicar a la
gentilidad. Ahora bien, todo tiene un costo en la vida: los gentiles podían participar del
movimiento de Jesús y salvarse sin observar toda la Torah, pero debían “acordarse de
los pobres”, es decir, debían contribuir a una colecta que llevaría a cabo Antioquía para
bene cio de los “pobres” de Jerusalén. Pablo insistía de que fuera de esto, “nada nuevo
me impusieron”.
¿Qué ocurrió una vez aconteció el acuerdo de Jerusalén? Nos dice Pablo que más
adelante, fue Pedro a Antioquía donde comió abiertamente junto a los miembros gentiles
de la congregación.Sin embargo, nos dice un Pablo evidentemente enojado:
Pero, cuando vino Cefas a Antioquía, me enfrenté a él, porque su actitud era
censurable. Resulta que antes que llegaran algunos de parte de Jacob,
comía en compañía de los gentiles; pero una vez que aquellos llegaron,
empezó a evitarlos y apartarse de ellos por miedo a los circuncisos. Y los
demás judíos disimularon como él, hasta el punto de que el mismo Bernabé
se vio arrastrado a la hipocresía.
GÁLATAS 2:11-14
Lo otro es que ninguna de las dos partes involucradas en el acuerdo lo acatan plenamente.
Jacob y compañía le hicieron cambios a última hora, tal vez las exigencias normativas
noáquicas. Por otro lado, Pablo todavía se sentía vinculado a este pacto —se lanzaría de
lleno a hacer la colecta—, pero se desvincularía de Antioquía eventualmente para
lanzarse a una misión autónoma (Montserrat Torrents 2005, 89-90).
Acto seguido, de las cartas de Pablo, sabemos que hubo rivalidad entre los seguidores de
Pedro, los de Pablo y de un tal Apolo. En la medida que podía, Pablo intentaba reducir los
ánimos de disensión mientras que honraba el acuerdo de Jerusalén y colectaba el dinero
para llevarlo a esa congregación (1 Corintios 16:1-4; 2 Corintios 8:1-9; 9:1-6).
1 CORINTIOS 1:10-16
Todo esto es señal de que el cristianismo primitivo estaba muy lejos de ser una
organización armoniosa, pací ca que se consideraba uni cada en Cristo. Todo lo
contrario. A pesar de presentar la congregación jerosolimitana como una casi idealizada,
Hechos de los Apóstoles nos revela —muy a pesar del autor— que hubo discordias desde
el mismo comienzo, y cuyo manera de lidiar con estas situaciones es sospechosamente
semejante a la que encontramos en el incidente de Antioquía.
HECHOS 6:1-4
En otras palabras, en cuanto al trato de la distribución de las mesas, a las viudas helenistas
se les trataba distinto a las viudas hebreas. Hay mucho debate actual en torno a qué
signi ca en este contexto las palabras “helenistas” y “hebreos”. Sin embargo, llama la
atención que los dos grupos de mujeres no comen juntos, sino que se mantienen
separados. El pasaje también vincula a los “helenistas” con la diáspora y, quizá, a los
gentiles: el número siete no es casual, alude a las siete naciones paganas que habitaban en
Canaán (ver Hechos 13:19). Asimismo, los nombres de todos los electos “servidores”
(diáconos) para esa tarea tenían nombres griegos, algo que puede indicar que se trata de
judeohelenistas y prosélitos: Esteban, Felilpe, Prócoro, Nicanor, Timón, Pármenas y
Nicolás (Hechos aclara que se trata de un prosélito).
Momentos traumáticos
Reproducción del relieve de una denlas escenas del Arco de Tito donde se representa el
tesoro del Templo de Jerusalén como botín después de su destrucción en el año 70 e.c.
Foto original cortesía de ( בית השלוםLicencia: CC-BY 3.0 Unported).
Los años subsiguientes a esta reunión no fueron nada de fácil para los cristianos o los
judíos en general. Por un lado, tenemos que en su cumplimiento del acuerdo con Jacob,
Pablo y sus acompañantes quisieron entregar la colecta hecha. Sin embargo, para
apaciguar a los miembros judaizantes de Jerusalén, Jacob le pidió a Pablo que hiciera
valer la Torah de alguna manera. Esto llevó a un revuelo en el Templo, ya que el Apóstol de
los Gentiles fue acusado de introducir a un gentil a un recinto donde solo podían entrar
judíos. Por ello, fue eventualmente arrestado (Hechos 21:27-40). Todo lo demás que
judíos. Por ello, fue eventualmente arrestado (Hechos 21:27-40). Todo lo demás que
viene después de este incidente raya en imposible. Según el mismo gran erudito Jürgen
Becker, hay en la narración toda una “maraña histórico-jurídica” que es casi imposible de
resolver (Becker 1996, 560). No se explica claramente por qué Pablo estuvo tanto tiempo
encarcelado, ni la motivación de los procuradores romanos para mantenerle vivo.
Tampoco tenemos claro en absoluto por qué o cómo terminó en Roma, especialmente
cuando las autoridades locales estaban inclinadas a exonerarle de todos los cargos. Ahora
bien, el tono del nal de Hechos y su imitación de la versión lucana de la Pasión de Jesús
nos dan a entender que Pablo murió en Roma después de estar en prisión domiciliaria.
A esto se añade que el liderato jerusalemita se vio afectado por la muerte de Jacob (62
e.c.), suceso narrado por Flavio Josefo como ya hemos visto. Unos años más tarde, se
ocurre un incendio en Roma (64 e.c.) que, por razones que quedarán para la oscuridad de
la historia, Nerón decide perseguir a los cristianos, según nos lo cuenta el historiador
Tácito (Anales 15. 43-44). Puede ser que a raíz de este suceso, Pedro haya muerto en
Roma, pero no lo sabemos de seguro. Más adelante, en esta serie, evaluaremos la
veracidad de este alegato. Finalmente, ocurrió un suceso que sacudió al judaísmo en
todas sus vertientes, incluyendo el cristianismo: la destrucción de Jerusalén por las
fuerzas romanas, especialmente su Templo, acontecimiento que ha marcado el judaísmo
hasta hoy día.
Como resultado, desaparecieron algunas ramas del judaísmo tales como los esenios y los
saduceos. Sin embargo, quedan los fariseos, especialmente su vertiente rabínica y un
cristianismo que se haya fragmentado entre el sector palestinense y varios helenísticos
de la diáspora. Sin embargo, de lo que no cabe duda es que en el rabinismo hubo todo un
proceso de colección de enseñanzas antiguas de antiguos maestros de la Torah, un
desplazamiento cada vez mayor de opiniones que consideraron heterodoxas y, hasta
cierto punto, una expulsión de estos sectores “heterodoxos” de las sinagogas. Algunos
textos del Nuevo Testamento, particularmente en los evangelios de Lucas y Juan nos lo
dejan saber al poner algunas palabras en boca de Jesús:
LUCAS 21:12
Os he dicho esto para que no os escandalicéis. Os expulsarán de las
sinagogas, e incluso llegará la hora en que todo el que os mate piense que
da culto a Dios.
JUAN 16:1-2
Por cierto, esto no era novel en cuanto a la relación del movimiento de Jesús con las
autoridades de las sinagogas. El mismo Pablo nos dice que en una ocasión que fue
apaleado 39 veces (2 Corintios 11:24). Sin embargo, parece que este acto violento escaló
a la luz del trauma religioso y político de la destrucción del Templo, que probablemente
fue interpretado como un acto divino sobre los judíos en general.
También en este periodo del 60 al 100 e.c., empezaron a aparecer unas cartas atribuidas a
Pablo tales como 2 Tesalonicenses, Colosenses y Efesios, que modi caron la posición
paulina, y que re ejan el sentir general de los grupos paulinos posteriores a Pablo. El
autor de Hebreos, que no es una carta paulina, también expresa su sentir teológico
aparemente como respuesta a lo ocurrido. Así que aquí es pertinente distinguir entre dos
formas de pensamiento bien importantes:
Podemos ver expresiones de cartas o escritos pospaulinos. Por ejemplo, cuando en sus
cartas Pablo se desvivía por hablar de una futura resurrección de los muertos, algunos
textos pospaulinos recalcan que los creyentes ya habían resucitado:
En otros textos, la cruci xión de Jesús fue un sacri cio único y para siempre, superior a
los sacri cios que se daban en el Templo:
Por supuesto, las corrientes pospaulinas no fueron las únicas que sobrevivieron. Por vía
de Eusebio de Cesarea, tenemos constancia de que en el jesuanismo palestinense, Simón,
hijo de Cleofás (un familiar de Jesús) tomó las riendas del liderato jerusalemita una vez
Jacob fue ejecutado (Eusebio Historia eclesiástica, 3.11; 3.32; 4.22; Wedderburn 2015,
242). En otros lugares, se nos sugiere que la iglesia de Jerusalén fue forzada a migrar a
otro lugar. Tenemos constancia histórica de que en los siglos II y III e.c. hubo una corriente
ebionita y otras de índole judía que todavía abogaban por la observancia de la Torah y que
eran sumamente hostiles contra Pablo (e.g. los Reconocimientos de los escritos
pseudoclementinos, que le atribuye a Pablo haber matado a Jacob). Tal vez esta corriente
judía comenzó ese trayecto con la famosa Carta de Santiago, una falsi cación atribuida a
Jacob el hermano de Jesús, que prentendía responderle a una interpretación pospaulina
—tipo Efesios— de cartas tales como Gálatas y Romanos, además de una carta pospaulina
atribuida a Pedro, es decir, 1 Pedro (Allison 2013, 27-28, 29-30, 62-71; Ehrman 2013,
283-297; Montserrat Torrents 2005, 200-201). Otras corrientes fueron las gnósticas
cristianas y pensamientos religiosos a nes del siglo II que se forjaron a partir de la gnosis
judía, y que ya se empezaban a notar dentro y fuera de los grupos paulinos y pospaulinos
(Montserrat Torrents 2005, 178-184; Piñero 2016, 261-425).
¿Y qué hay del liderato supremo de Pedro? Como ya se puede apreciar, parece que el
paulinismo y el pospaulinismo abarcaron la mayoría de las congregaciones griegas. Esta
efectivamente le reconocía cierto liderato a Pedro, pero avalando las enseñanzas de
Pablo. Sin embargo, no hay señal o referencia alguna de liderato supremo petrino en
Roma en ninguno de estos textos.
En el artículo anterior, habíamos visto cómo la visión del Jesús histórico en torno al nal
de los tiempos era incompatible con una visión de una sucesión apostólica que le
representara a él vía Pedro hasta el actual papa, Francisco. En esta ocasión se añaden
di cultades a partir de los documentos históricos que tenemos de la primera generación
de cristianos, a saber, las cartas auténticas de Pablo con ayuda de algunos elementos de
Hechos de los Apóstoles.
Todo parece indicar que Pedro comenzó siendo líder del movimiento jesuano en
sus comienzos, aunque el apodo de “columnas” a Jacob el hermano de Jesús y a
Juan, parece que ellos también jugaron algún tipo de rol fundacional.
Aparentemente, este liderato se derivaba de su rol como apóstol, es decir, enviado
por Jesús a la predicación, ya que fue el primero en tener una visión de Jesús
resucitado.
Asimismo, el liderato de Pedro se vio gradualmente desplazado. Jacob, el
hermano de Juan, fue ejecutado y Pedro había terminado en prisión. Jacob el
hermano de Jesús aprovechó la ocasión para llegar a ser líder de la congregación
jerosolimitana. Esto pudo haber llevado a tensiones entre Pedro y él, razón por la
que el primero decidió irse a predicar en las sinagogas de la diáspora. Tenemos
también constancia de que otros hermanos de Jesús estuvieron participando de la
predicación del movimiento de Jesús (1 Corintios 9:5).
Este último punto parece ser extraño. Como veremos en nuestro siguiente artículo, no
hay señal alguna en ninguno de los evangelios de que la familia de Jesús participara de su
ministerio hasta después de su muerte. Sorprende, pues, que Jacob, quien no fue
discípulo de Jesús durante su vida, haya terminado siendo el líder de Jerusalén
(Wedderburn 2015, 240). Sin embargo, el misterio se aclara un poco una vez nos
acordamos de que Jesús tenía pretensiones mesiánicas y se consideraba a sí mismo rey
del futuro Israel (“rey de los judíos”). Jacob pudo haberse convertido en la cabeza del
movimiento jesuano palestinense gracias a que él era el hermano del rey. Según el uso y
costumbre de la época, si el rey no tenía prole, el rol del gobierno le tocaba precisamente
al siguiente hermano. Probablemente, el modelo que parece ser utilizando fue la
etnarquía judía alejandrina donde se tenía esta costumbre (Keener 2019, “Far from Judea
(1:18-24)”, “1:19”).
De hecho, hay quienes piensan que Jacob era la cabeza de todo el movimiento desde el
mismo comienzo y que autores posteriores, como el autor de Hechos, intentaron
degradar su posición. Tenemos tradiciones de que él era el primer obispo (o mejor,
supervisor) de la congregación de Jerusalén, aunque esta designación sea anacrónica —
los supervisores o epíscopos parecen haber aparecido durante las últimas dos décadas
del siglo I, pero no al comienzo del movimiento de Jesús—. Según varias tradiciones, fue
electo por los apóstoles a ese “a ese trono episcopal” y era un practicante riguroso de la
Ley de Moisés (Eusebio Historia eclesiástica, 2.23; Bütz 2005, cap. 3; Painter 1999, 105-
158). Pienso que la evidencia más temprana que tenemos disponible no sugiere este
escenario, pero en caso de ser cierto, pudiera querer decir que Pedro nunca fue cabeza
del movimiento de Jesús.
Estos hallazgos ya socavan casi por completo algunas de las premisas en las que se basa el
papado católico. El problema fundamental es que Pedro era subordinado a la
congregación de Jerusalén bajo el mando de Jacob. Se podría decir que a lo mejor se
volvió cabeza de la Iglesia una vez murió Jacob en el 62 e.c. —supuestamente Pedro murió
en el 64 e.c. bajo Nerón, según la tradición—. Sin embargo, esto sería pura conjetura ad
hoc para salvar la hipótesis de la primacía petrina.
Más al punto, el centro original del cristianismo no era Roma, sino Jerusalén. Aun si
dijéramos que Pedro murió en la Ciudad Eterna, el martirio en ese lugar no
necesariamente tenía que hacerlo el centro de mando cristiano. Bajo ese razonamiento, el
liderato debió haber sido en Jerusalén, ya que Jacob —que era la cabeza del movimiento
de Jesús— también fue martirizado en la Ciudad Santa.
Aún con todo, parecería que después del 70 e.c. de lo menos que podemos hablar es de
una sola iglesia uni cada tanto en enseñanza como en apostolado. Durante los primeros
dos a tres siglos, no podemos hablar de un cristianismo organizado, sea bajo Jerusalén o
bajo Roma. Como vimos en la sección anterior, ya para el siglo II aparecen muchos
cristianismos, de cuyas divisiones ya nos podemos percatar desde la primera generación
de cristianos, desde las mismas cartas auténticas paulinas (ca. 50-60 e.c.). Esto lo
exploraremos más adelante en esta serie.
¿Y qué hay entonces del pasaje que encontramos en el Evangelio de Mateo en el que
Jesús le entregó a Pedro las llaves del Reino? ¿Qué hay de la parte del Evangelio de Juan
en el que Jesús le pidió a Pedro que “apacentara a sus ovejas”? ¿Y qué hay de la manera en
que se presenta a Pedro en los Evangelios? Pues ese va a ser precisamente el tema de
nuestro próximo artículo de la serie. Todo lo que hemos dicho arriba en torno al evangelio
paulino, y la relación entre Pablo con Pedro y el hermano de Jesús nos va a llevar a
entender los textos evangélicos, todos de segunda y tercera generación del cristianismo
del siglo I.
Continuaremos …
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Muchas gracias.
Referencias
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Vidal, Senén. 2012. Las cartas auténticas de Pablo. Bilbao: Ediciones Mensajero.
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