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“Alfonso Reyes en la tradición de Michel de Montaigne”

Aymará de Llano
CELEHIS, UNMdP

Discurrir sobre un texto cuya única finalidad es la de ser “privado y familiar” en medio del

fárrago de la vida contemporánea, urgidos por las presiones que ejercen sobre nosotros los

medios de comunicación y la exposición pública de actos privados que se manifiestan en las redes

sociales, no deja de ser una afrenta. Más aún cuando ese objetivo ha sido explícito y consta en una

nota al lector escrita en 12 de junio de 1580 por Michel de Montaigne. Esta advertencia al lector

posible también refiere que su autor quiere mostrarse sin artificios, al natural, entero y, haciendo

alusión a los habitantes originarios de América, desnudo. Sólo habían transcurrido un poco menos

de cien años de haber llegado Cristóbal Colón a estas latitudes y sólo algunos escritores europeos

estaban atentos a las noticias que llegaban desde el Nuevo Mundo.

En el presente trabajo propongo una lectura de Última Tule y No hay tal lugar de Alfonso

Reyes (1942-1960) desde la tradición que instalara Michel de Montaigne en el discurso occidental,

especialmente en el ensayo y sus modos de construcción. Nos ocupamos de los dos capítulos del

escritor francés en los que toma como referente a América, “De los caníbales” (I, XXXI) del primer

tomo y “De los coches” (III, VI) del tercero. La intención es hacer centro en los textos de Alfonso

Reyes y, desde sus ensayos, leer las resonancias que lo relacionan con el ensayista francés. Lo que

funda esta correspondencia, además de que Reyes insiste en citar a su antecesor, es el interés por

América como tierra promisoria, vista en perspectiva desde Europa, en el caso del ensayista

francés; mientras que, para Reyes, se trata de una visión pergeñada como espacio en construcción

y desde la responsabilidad de intervenir discursivamente como intelectual en la instauración del

mundo americano en el siglo XX. Presentaremos sólo un aspecto en ambos autores, dada la

brevedad de este trabajo: la contrastación entre Europa y América.


Es evidente que el Nuevo Mundo entra en Occidente a partir de lo conocido, Europa, sus

costumbres, sus valores y virtudes pero también a partir de la comparación con sus falencias y

defectos. El continente americano abrió un campo de exégesis cuya disquisición continúa hasta

nuestros días. Entre fines del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, muchos intelectuales

americanos dedicaron páginas enteras a imaginar el aporte de América a la cultura hegemónica

europea. La formación de los estados americanos y la consolidación de un discurso propio así lo

requerían. En esa línea de pensamiento se inscribe la obra del mexicano Alfonso Reyes, quien

batalló a favor de una mirada americana en contra del eurocentrismo dominante sin desconocer la

cultura del Viejo Mundo ni sus aportes como legado para los americanos. Reyes comienza con la

leyenda, luego sigue con la historia y llega hasta a construir una comedieta o diálogo imaginario

entre Colón y Martín Alonso Pinzón. Con esto se materializa que sólo a partir de lo discursivo

puede prefigurar el destino de América. Se construye una forma no tradicional de transitar la

historia del Descubrimiento, en la cual las investigaciones históricas tienen el mismo estatuto que

la ficción, más aún: lo ficcional no se agota en el procedimiento, sino que comienza a funcionar

cuestionando la Historia ya consagrada, creando un campo verosímil desde la duda motivada al

problematizar lo institucionalizado. De manera tal que hay un fuerte golpe al imaginario colectivo

para re-plantearse la cuestión del Descubrimiento y la Conquista, y desde esa revisión, elucubrar

otros destinos.

Por otro lado, es evidente que los planteos discursivos, según lo declarado por ellos

mismos, son diferentes ya que fueron escritos con orientaciones opuestas. El auto-

posicionamiento de Montaigne en sus ensayos insiste en mostrarse a sí mismo en lo doméstico y

privado. Esto difiere del fin perseguido por Alfonso Reyes ya que, tanto Última Tule como No hay

tal lugar reúnen ensayos en los que re-escribe y reproduce otros anteriores ya publicados o cartas,

conferencias, otras presentaciones orales y notas periodísticas, todos escritos pensando en el


orden público. En las “Noticias preliminares” a No hay tal lugar, Reyes explica en detalle la

procedencia de sus ensayos y la voluntad de reunirlos en un tomo. Sin embargo, en cuanto a lo

argumentativo, la postulación de América como continente del futuro y apuesta utópica, que

Reyes anticipa desde los títulos, es un modo homólogo al que practica Montaigne en ambos

ensayos dedicados al Nuevo Mundo. Por otro lado, al presentar a América, la contrastación con lo

europeo está presente en los dos autores. Además, en Reyes se perciben resonancias de

Montaigne en el tratamiento de la anécdota, por el punto de vista personal que explica sin

ambages fundamentándose en su propia experiencia sin otros argumentos. Weinberg considera

que “El ensayo, el viaje, el diálogo, la lectura, la pintura de sí, la interpretación del mundo están

muy ligados a partir de esa genial operación, de ese monumental golpe de timón, que imprimió

Michel de Montaigne a la prosa cuando la convirtió en escritura del yo e hizo del punto de vista un

verdadero punto de partida” (Weinberg, 17). Los dos escritores que nos ocupan imponen su modo

de interpretación de la realidad, de manera tal que personalizan el objeto. Por otro lado, también

los relaciona el modo azaroso de elegir la temática, no les interesa fundamentar verificando con el

discurso histórico, ni con un ordenamiento cronológico, siguen su propio ritmo interno, son

autorreferentes, les interesa más lo humano y lo ético que la consecución de una verdad

comprobable. El punto de vista particular se constituye en una dimensión discursiva que permite

la circulación por las ideas ordenadas sin lógicas preconcebidas. De ahí que el modo ensayístico de

Reyes se pueda relacionar con el de Montaigne a pesar del tiempo y del espacio mediante.

Cuando Montaigne transcribe la letra de una canción de los caníbales, resalta el hecho de

que cada uno de esos hombres llevaba en su existencia a todos sus antecesores, plasmándolo no

como una metáfora, sino como el acto antropofágico de esa cultura. De tal manera, invierte la

valoración porque prima un punto de vista que sale de la lógica europea para abrirse a otro

concepto de barbarie cuestionador del tradicional, desde donde se valora la cultura del Otro sin
pensar en los parámetros propios, una forma de abrirse a la Modernidad prematura o

tempranamente. Esta inversión se funda en una visión personal renovadora que le permite evaluar

ambas culturas (me refiero en términos amplios a la cultura occidental con raíz en Europa y a la

del Nuevo Mundo en cuanto a las costumbres autóctonas antes de la imposición del

conquistador). Resulta una afrenta al pensamiento de su época ya que visualiza la barbarie

también en el conquistador europeo que se sirvió de la inexperiencia del indígena para doblegarlo.

El punto de vista que adopta Montaigne al describir las portentosas construcciones

americanas y la destreza que muestran sus muros propicia una figuración discursiva que se

contrapone con la imagen de seres carentes de civilización. Ese tipo de imaginario es refrendado

por Reyes, aunque no con la misma temática, poniendo en evidencia el refinamiento del espíritu

americano desde sus orígenes como rasgo de culturas avanzadas. Así América surge, en el discurso

de Michel de Montaigne, como un lugar en donde el mito del buen salvaje, montado

originariamente a partir del hombre americano, acontece en el bien, desde la inocencia

constitutiva del ser humano en contraste con el hombre europeo artificial y deformado por

aberración del efecto cultural. En relación con esta idea edénico-promisoria, Reyes dice que

“América (…) fue querida y descubierta (casi “inventada”) como campo de operaciones para el

desborde de los altos ímpetus quiméricos” (60). Imaginario que se propagó a partir del

Descubrimiento desde las cartas de viaje de Colón y los cronistas de Indias. América como tierra de

esperanza es un núcleo de sentido que Reyes reitera en su tratamiento desde diferentes puntos

de vista, incluso haciendo expresa referencia a la Segunda Guerra Mundial, los “desastres del Viejo

mundo” (61), que transcurría mientras él escribía los primeros capítulos de su Última Tule: “Y

cuando evoco la idea de concordia americana, no puedo menos de asociar tácitamente a las

antiguas metrópolis, descubridoras y colonizadoras, cuyo nombre late siempre en nuestra

conciencia cuando hablamos de América” (63). El contraste es la operación que predomina en el


modo de describir a América por oposición y privilegiando los rasgos positivos. La

conceptualización de América, en Alfonso Reyes, se toma como conjunto, en sus atributos

continentales, si bien se mencionan las naciones y culturas. Aunque se estudien casos puntuales o

se trabaje sobre el perfil de personalidades descatables, las particularidades se aplican y

proyectan a todo el territorio. Se muestra hacia el futuro como la tierra en la que se cumplirían

sueños reiterados a lo largo de la historia occidental, más allá de las diferencias migratorias o la

diversidad de culturas. Del mismo modo se la enfrenta a lo europeo, también como conjunto,

refiriendo comportamientos continentales.

En cuanto a las lecturas contrastivas entre América y Europa que rigen la prosa de Reyes,

se hace evidente también una inversión al oponer las visiones culturales, de manera tal que, para

el ensayista mexicano, Europa aprendió, abrevó y se enriqueció con lo americano. Las

interpretaciones más ortodoxas insisten en que la cultura europea imprimió su signo sobre la

cultura del Nuevo Mundo. En cambio, Reyes da ejemplos como el caso de los textos de Américo

Vespucio que embelesaron a la cultura europea y la ilustraron con el relato sobre los incas en su

Mundus Novus. También arguye sobre el Descubrimiento de América como acontecimiento que

provocó el auge de la literatura utópica en la Europa renacentista, “no sólo porque ante la

aparición de un mundo nuevo se dio en soñar con una posible humanidad feliz, sino porque ese

mundo nuevo, con el ejemplo de sus instituciones distintas de las europeas, inspiraba nuevos

modelos de Estado indemnes todavía de la decadencia y caducidad que se creía advertir en

Europa” (364). He aquí la inversión: Europa puede aprender de la pureza incontaminada de

América. Esta idea nos remite a la concepción de Montaigne. Ambos aplican un recorrido inverso

al tradicional; se presenta, entonces, a América como fuente de conocimiento originario al que

aún no ha llegado la declinación, está en la vía de ascenso y es fuente de vida, por ello es ejemplo

también para el europeo.


Referencias bibliográficas

Auerbach, Erich. 1996 [1942]. “L´humaine condition”. En: Mímesis. La representación de la


realidad en la literatura occidental. México: FCE. 265-291.

Montaigne Michel de. 2007. Los ensayos (según la edición de 1595 de Marie de Gournay),
Acantilado, Barcelona. En línea: http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/ensayos-de-
montaigne--0/html/fefb17e2-82b1-11df-acc7-002185ce6064_157.html#I_36_

REYES, Alfonso. 1960. Obras completas. México: FCE.

Weinberg, Liliana. “El lugar del ensayo”. CELEHIS (Revista del Centro de Letras
Hispanoamericanas). Año 21 – Nro. 24 – Mar del Plata, ARGENTINA, 2012. 13-36.

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