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PARA PASAR LA
CUARENTENA
Volumen III: Historias de
Mundiales de Fútbol
Selección de textos escritos originalmente en “La
Monserga del Fútbol” y en “La Refundación”
L M D F
P :
¿Alguien hubiese apostado por allá en 2006 que un blog de fútbol con nombre
rocambolesco, creado y manejado no por un periodista serio, sino por un equis
informal, y que escribía incoherencias e historias desgajadas que solo
recordaban dos gatos, iba a llenar de éxito a su creador? Creo que nadie lo
hizo, y menos mal, porque perdía la platica. La Monserga del Fútbol nació en esos
tiempos ingenuos del auge de los blogs, gracias a los ímpetus de un tipo por
ese tiempo recién entrado a la treintena, y con más preocupaciones en su
propia vida que el Ministro de Salud de Italia. Ese tipo (no el ministro: el autor
del blog) agarró como nick/seudónimo/alias/nombre de guerra dizque
“YoSoyElCarlos”, y ajá, es el que escribe estas líneas.
Durante 14 años (marica, ya 14, qué falta de vida tan hp) he escrito en ese sitio
web, primero bajo blogger y después con dominio propio, casi siempre con
textos de mi autoría, y desde unos años para acá con varios parceros que se le
han medido a escribir. El sitio se ha impulsado desde su inicio por el hecho
que soy más afiebrado al fútbol que un putas, tanto que tengo la cabeza llena
de historias que viví desde niño por allá por el Pérmico Tardío. Estas
historias/recuerdos/vivencias están inevitablemente sazonadas y marinadas
con la resignación doble que la vida le da a esos desgraciados que nos la hemos
pasado haciéndole fuera a una selección Colombia (de cualquier categoría), y
sobre todo al DIM. Todo lo anterior, conjugado con las ganas de hablar física
mondá, es lo que me lleva a seguir aún con la tarea/pasatiempo de escribir
huevonadas, sin que haya recibido más que noches de desvelo, perdido horas
de descanso buscando datos random del tipo “quién era el lateral derecho del
Deportes Quindío de 1986”, para escupir todo tipo de historias deshilvanadas,
con intentos de crónicas de cosas que nadie se acordaba... todo sin saber si al
final las iban a leer más de tres geeks desocupados y solitarios como uno. Pero
como dijo Siddharta, “ya qué hijueputas”.
¿Y de qué se escribe en La Monserga? ¡Pues de Fútbol, marica, de qué más!
Aún seguimos metiéndole ganas al asunto, a pesar que hoy en día una página
web que no sea revista/magazín tiene menos salida que Helibelton Palacios. A
veces me mato escribiendo cosas que me lleva a cuestionarme para qué putas
sigo escribiendo. Pero al final concluyo que me vale verga, que mientras haya
ganas de escribir seguiré, hasta que en el mundo nadie se informe por medio
de la lectura sino a través de videos de youtubers (no estamos lejos de eso: el
presidente de mi país es un bobo megalitro que le encanta gastar la plata del
erario público en programas de TV).
¿Adónde iba con esto? Ya no me acuerdo. Ah, sí: gracias.
Introducción al Tomo III
Leímos hace poco en ese foro del saber y estudio profundo para tíos
querendones y tías luchonas que es Facebook, un pensamiento que el
gran Mahatma Gandhi compartió alguna vez en una manifestación en Madrás,
ante aproximadamente tres millones quinientos veintidós mil cuarenta y dos
seguidores. Dijo así: “Recordad todos en estas horas de privaciones que nada
es lo que parece ser a primera vista; como por ejemplo el Mundial de Fútbol,
que empieza como tal con las Eliminatorias. Pasa que uno por abreviar habla
de “Mundial” para lo que se disputa cada cuatro años en una sede fija, pero en
realidad este evento corresponde a la “Fase Final”: el Mundial como tal se
juega desde el primer partido de Eliminatorias. ¿Sí me entiende? Id en paz
todos”.
Bueno, si sale en féis debe ser verdad. El hecho es que el Mundial (todo el
pack, con Eliminatorias y todo), es por definición un evento que enfrenta
culturas, hace aflorar pasiones regionales, llena de orgullo – justificadamente o
no - a cada país. Gústenos o no, y con la nefasta FIFA ganando billete de por
medio, es así. El Mundial está lleno de tantas historias y datos de todo tipo,
que uno ni conoce, o que si lo conoce es a medias, o si lo sabe todo, en general
es historia heredada de documentales o de la historiografía oficial. Aquí
haremos un tenue intento de acercar algunas de esas historias, unas de las
cuales nos han taladrado la cabeza por años.
Y no todas son de hechos ultra conocidos, no señora. Me imagino que por
cada historia épica, morbosa o emocionante de fútbol que circulan cada cierto
tiempo, y que se reciclan en cada esquina de cuentas/redes/celulares – que el
Maracanazo, que el 7-1, que el Brasil del 70, que la mano de Dios -, hay como
cinco equivalentes al otro lado del mundo de los que uno no tiene ni la más
puta idea. O sea, nada raro que en estos mismos momentos en que usted lee
estas líneas, estén varios beduinos reunidos en torno de un mantel decorado
aleatoriamente con botellas vacías de arak, todos mirando entre sombría y
nostálgicamente al vacío del desierto. De repente, uno de ellos desgaja de a
poco sus recuerdos adormilados: “¡Qué me vienen a hablar de la Mano de
Dios o del 5-0 esos hijueputas infieles! Partido histórico, lo que se dice
histórico, fue el 5-4 del Al-Shawarmi contra el Al-ético Willah en la copa de Su
Majestad el Emir en 1991”… todos los demás asentirán marcialmente
mientras alguno masculla “Vamos, carajo” o “su Alteza Husseín I te la
compró”, y se sirven otra ronda de té de anís, mientras otro ya le estará
echando ojo lascivo a la camella en celo de Anwar que descansa contigua a su
toldo. Cosas que pasan en el desierto…
Bueno, aquí te contaremos algunas de esas historias. Solitarias aventuras
mundialistas de selecciones desconocidas. Batallas épicas, duelos fratricidas y
notorias e inexplicables churreteadas. Los datos curiosos que nunca te
preguntaste sobre uniformes y estadios. Y por último, reseñas de algunos
partidos históricos de Mundiales, re-vistos para analizarlo tal como pasó y no
con lo que uno se acuerda o le contaron. Espero las disfrutes, y si no, quien te
manda a pagar por este libro.
Tabla de contenido
Presentación
Introducción al Tomo III
Exóticos en Mundiales
El estrambótico paso de Zaire en el mundial de 1974
Sheilas, wogs and poofsters: la aventura de Australia en 1974
Cinderella men: Canadá en el Mundial de 1986
Corrupción, magia negra y la fiesta del fútbol: Haití en el Mundial 1974
Historias de Eliminatorias
La increíble noche que entre la arepa y Jan Tomaszewski eliminaron a
Inglaterra del Mundial de 1974
“La Guerra del Pacífico” en Eliminatorias: los mata-mata entre Perú y Chile
por un cupo al Mundial
La Agonía de Doha
Canchas de arena, tormentas de nieve y una definición dramática: el triple
empate entre Suecia, Austria y Hungría por clasificar a Alemania 1974
La Batalla de Belgrado
La madre de todas las churreteadas: Francia en las eliminatorias a USA 94
Historia de los repechajes sudamericanos contra selecciones de otras
confederaciones en la era pre-uruguaya
El China – Hong Kong de las Eliminatorias en 1985, o “El Incidente del 19
de Mayo”
Los duelos entre Países Bajos y Bélgica en 1974, 1978, 1982 y 1986
Dátolos curiosos (no estadísticos) de Mundiales
Any Colour You Like: uniformes y/o colores atípicos de varias selecciones
en mundiales de fútbol
Todo pasa, los estadios también: reseña de escenarios hoy desaparecidos en
donde se jugaron partidos de mundiales
Grandes partidos de Mundiales
El demoledor Hungría 10 – El Salvador 1 de 1982: La Masacre de Elche
La semifinal Francia-Alemania Federal en España 82 y un drama más hp que
el de Elif
La dolorosa eliminación de Brasil a manos de Italia en el Mundial de 1982
Autores de los escritos
Fuentes (no Yosvida)
Exóticos en Mundiales
Muy por debajo de los grandes como Brasil, Alemania o Italia, e incluso de los medio huevo
como alguna selección sudamericana que celebró mucho tiempo un 4-4, hay una serie de
selecciones cuya participación en un Mundial alcanzó la categoría bien ganada de “Equipo
simpático”. ¿Querías conocerlas? Me importa un carajo si no, vamos a contarte la historia de
algunas.
El estrambótico paso de Zaire en el mundial de 1974
Publicado originalmente el 3 julio de 2015 por YoSoyElCarlos
Pocas participaciones en Copas del Mundo dejaron una imagen tan rocambolesca, pobre y de
algún modo triste, como la de Zaire, el país que se llama hoy República Democrática del
Congo, en el Mundial de 1974. Antes que busques en iutúb cómo fue, te la contamos acá
con pelos y señales.
Si estás preguntando qué es eso de “Zaire”, para bolas que antes de entrar en
materia, te explicaremos brevemente el asunto. La región del Congo es un área
selvática del África Central, muy rica en recursos naturales, y enmarcada
dentro de la cuenca del río del mismo nombre. Incluye lo que hoy es Camerún,
la República Centroafricana, la República Democrática del Congo, la República
del Congo (no, no estoy repitiendo por error), Gabón y Guinea Ecuatorial. Ya
desde finales del Siglo XV, los europeos descubrieron a esta región como
fuente de recursos de todo tipo, sobre todo marfil, caucho y – mira qué cosas
– esclavos.
Para finales del Siglo XIX, en plena carrera imperialista por África, la
importante zona estaba en disputa entre franceses, portugueses y británicos
para ver quién se la quedaba. Pero el que se ganó el Baloto inesperadamente
fue Bélgica, o mejor dicho, su rey Leopoldo II: el soberano apareció de manera
fantasmal en el área cual Filippo Inzaghi en uno de esos goles de mierda que
se la pasaba haciendo, para proponer la creación de un estado en el Congo,
dedicado a fines filantrópicos y a la promoción de la civilización occidental. ¿Y
quién iba a manejar ese estado? ¡Pues Leopoldo, marica, quién más! Después
de años de diplomacia, intrigas, fuerte lobby a favor y la ayuda de Monsieur Le
Billetin, finalmente el rey belga logró en 1885 la aprobación de todas las
potencias europeas para de la creación del “Estado Libre de Congo”, territorio
de más de 2 millones de Km2 que pasarían a ser propiedad directa del rey.
Ojo: no de Bélgica: propiedad del rey; así como un paraco comprando tierras
en el sur de Córdoba, la extensa región se convertiría en dominio personal del
soberano. Lo peor no fue esto per se, sino que todo el proceso que se vendió
como una operación de fines exclusivamente filantrópicos, de investigación y
de progreso, resultó en una brutal carnicería, en un reino del terror a punta de
trabajos forzados, esclavitud de facto y castigos inhumanos, que exterminó a la
población local, dejó millones de damnificados y solo sirvió para beneficiar a
Leopoldo y sus parceros. Ante las cada vez más frecuentes denuncias de
viajeros y misioneros, la presión internacional sirvió para que al menos la zona
pasara a ser formalmente colonia del reino de Bélgica en 1908. Lo fue hasta
1960, año en que se independizó en medio de un fenomenal mierdero,
ayudado por la falta de experiencia de los locales en asuntos de gobierno y
fogoneado por las potencias europeas.
Finalmente, en 1965 llegó al poder el antiguo sargento colonial y ferviente
cristiano Joseph Mobutu, que se mantuvo al mando con sus oraciones a la
Virgen María y a la CIA hasta que ambos le soltaron la mano en 1997. Bueno,
el caso es que Mobutu se afiebró por la identidad nacional, y promulgó una
serie de medidas para reafirmar las raíces autóctonas por sobre la influencia
europea; entre otras decretó que el país en 1971 sea oficialmente conocido
como República de Zaire, nombre que se mantuvo hasta la caída de Mobutu:
hoy es el que conocemos como República Democrática del Congo.
Es por esto que hablamos en este texto de Zaire, y no de Congo. Bueno, ahora
sí, metámonos en el queso.
El fútbol en Zair… digo, en Congo.
El fútbol en el país que nos ocupa este texto se comenzó a practicar desde que
eran aún colonia de los belgas: de hecho la Dimayor congolesa se fundó en
1919, y muchos de sus clubes de hoy existen desde antes de la independencia
del país (por ejemplo el TP Mazembe que hemos visto en los mundiales de
clubes se fundó en 1939). Ya como selección nacional jugaron su primer
partido oficial en 1963 (victoria 6-0 a Mauritania), y tuvieron un progreso tan
rápido que ya en 1968 ganaron la Copa Africana de Naciones disputada
en Etiopía. Para el Mundial de 1970 no participaron porque la FIFA
rechazó su inscripción – no pudimos encontrar por qué -, pero se prepararon
con todo para lograr una histórica clasificación para el Mundial de 1974.
Acá encontramos un paralelismo con casos similares – por ejemplo, con Haití,
y lo que contaremos más adelante en este mismo libro -, respecto al fuerte
apoyo que le dio a su selección el corrupto y autoritario dictador del
país. Mobutu se pegó de la teta del combinado nacional (aka Los Leopardos), y
explotó ostentosamente sus victorias para mejorar su imagen. El dictador puso
de su propio dinero (o el del Tesoro Nacional, total era la misma vaina) para
profesionalizar la práctica del deporte, se trajo entrenadores extranjeros –
entre ellos el que terminó clasificándolos y dirigiéndolos en 1974, el yugoslavo
Blagoje Vidinic – y permitió por un tiempo que sus jugadores se foguearan en
clubes de Bélgica.
Pero esa tarde, ante una multitud de 20,000 tipos apeñuscados adentro y afuera
de un estadio con capacidad para 8,000 (!), Zaire derrotó 3-0 a Marruecos y se
clasificó por primera vez en su historia a un mundial de fútbol. El partido
estuvo viciado totalmente por irregularidades: las crónicas del juego hablan de
exceso de juego brusco de los locales que no fue reprimido por el juez (una
crónica dice por ejemplo “Morocco’s key midfielder Ahmed Faras had been kicked to
such an extent he was unable to continue”, lo que traducido significa “al pobre árabe le
dieron más pata que un hp”), o que el primer gol no debía haber valido porque
hubo falta al arquero marroquí. La Federación de Fútbol de
Marruecos protestó oficialmente por lo que consideraron arbitraje parcializado
del juez, y renunció a jugar la vuelta aduciendo falta de garantías. Igual este
último partido no servía para nada: Zaire ya estaba clasificado al Mundial.
Los zaireños estaban exultantes, y más aún cuando reafirmaron su buen
momentaaaa ganando su segunda Copa Africana de Naciones, disputada tres
meses antes del Mundial de Alemania. Zaire era el rey del fútbol africano y los
futbolistas eran el orgullo de su nación. Un Mobutu todo botao le hizo regalos
a cada jugador, y los mimó tanto que las crónicas dicen que tuvo que regalarles
cosas a sus generales para que estos no estuvieran celosos.
La aterrizada
El sorteo del Mundial de 1974 encajó a Zaire en un grupo jodidísimo: la
todopoderosa y campeona mundial vigente Brasil, y los durísimos
europeos Yugoslavia y Escocia. El objetivo de clasificar se veía más lejano que
la salida al mar de Bolivia, pero confiaban en alcanzar la categoría siquiera de
“equipo digno” (la siguiente por encima de “equipo simpático”). El debut fue
un 14 de junio de 1974 en Dortmund ante una Escocia llena de figurones de la
liga inglesa (Dennis Law, Kenny Dalglish, Bill Bremner, Joe Jordan), en un
estadio semivacío ocupado solo por escoceses ebrios y por alemanes sin ni
mierda que hacer.
El resultado final fue un respetable 2-0 (goles de Lorimer y Jordan) que en
todos lados lees hoy como “una sorpresa”, “un buen resultado”, “le opusieron
más resistencia de la esperada”, pero que si miras las acciones del partido te
das cuenta que no terminó en goleada simplemente porque ese día los
escoceses dejaron la puntería en Aberdeen. A los escoceses se les notó
incómodos con ese rival ingenuo pero rápido en ataque, al que ni por físico ni
por altura podían desbordar, y al que querían golear para ayudarse con el
importante tema del gol diferencia; esto tal vez explica lo plano que estuvo su
ataque. Por otro lado, la ingenuidad de los africanos era notable, y aparte
tenían menos ductilidad que un representante uribista hablando de los
derechos de la población LGBTI. Pero de verdad intentaban salir, por ratos
hacían triangulaciones peligrosas en ataque que alguna ceja hicieron arrugar en
Dundee, pero que no resultaban bien porque, cuando les tocaba definir, se les
venía el mundo en la cabeza.
Las esperanzas de los zaireños para hacer partido eran rezar, confiar en su
portero Mwamba Kazadi y aprovechar su velocidad y potencia para hacer algo
en ataque. De hecho, esa vez sorprendieron un par de veces a los escoceses,
pero los británicos se devoraron no menos de cinco ocasiones de gol. Aquí es
donde comienzan las leyendas fáciles, las versiones que hoy ya no se pueden
comprobar. Hay algún reporte que menciona que los escoceses en medio de su
desesperación, se dedicaron a hijueputear a los zaireños diciéndoles “negros”
(supongo que “niggers”) y hasta escupiéndolos. Pero esto no se ve en el partido,
o al menos si tal cual ocurrió, no se deja ver en la transmisión que sobrevive
hoy. Curiosamente, estas historias y otras más salieron a la luz muchos años
después de acontecidas, y nada se ventiló por esos días...
Cuatro días después les tocó su segundo
partido, en Gelsenkirchen contra Yugoslavia. Este fue el famoso y demasiado
reseñado 9-0, que dejó no solo por el marcador, sino por el desarrollo del
partido, la inquietante sensación que los muchachos de Zaire tenían menos
nivel que los chismes de la farándula peruana. El juego como tal estuvo lleno
de perlas, como la llamativa falta de reacción del portero titular – y una de las
figuras contra Escocia – Mwamba Kazadi en los dos primeros goles;
su incinerada posterior cuando lo cambiaron a los 21 minutos (!) por el
portero suplente de 1.68 m de altura Ndimbi Tubilandu; o la mortandad total y
desubicación de una defensa zaireña que concedía espacios de manera
pasmosa a sus rivales. Total, todo muy pintoresco y triste, además remachado
por la falta de piedad de los yugoslavos, que hicieron nueve pero bien
pudieron hacer tres más.
Muchos años después, algunos de los protagonistas de ese partido por Zaire
en La Masacre de Gelserkinchen, rodaron la versión que, en realidad, el equipo
entró a la cancha desmotivado y distraído, porque un día o dos antes del cotejo
se enteraron que no les iban a entregar los premios prometidos por clasificar al
Mundial. Esta versión afirma que, entre todos los jugadores decidieron
renunciar a presentarse al encuentro contra Yugoslavia como protesta, y que
Mobutu, al enterarse de esto se azaró de tal manera que en persona llamó a la
delegación a su concentración en Alemania, y les dijo claramente – por altavoz,
supongo - que se iba a ver el partido por televisión, y que tomaría atenta nota
de los que iban a jugar y de los que no, ¿sí me entienden? Los jugadores
entendieron patentico: si renunciaban, Mobutu los iba a joder a ellos y a sus
familias en casa, y por eso – sigue diciendo la versión - todos estaban más
desmoralizados que el carajo.
Muy indignante la historia, pero para este servidor suena en parte a excusa
para justificar la muertez propia: miras el video el 2-0 de Escocia y del 9-0 y no
encuentras taaaaaanta diferencia en el horrible nivel de los zaireños como
contra Yugoslavia, salvo el tema del portero. La diferencia estuvo en quién
tuvieron al frente: los yugoslavos tocaban más que Slayer y se dedicaron a
llegar de manera precisa, lujosa y contundente al arco rival. De pronto la
reacción de los arqueros fue horripilante en varios de los tantos, pero
tengamos en cuenta que estos mismos salvaron al menos cuatro goles más. Y
que si fuera por falta de ganas, Zaire no hubiera siquiera tenido las dos o más
ocasiones de gol que botaron por impedidos. Pero ajá, las historias de “pobre
equipo sufrido de tercer mundo y engañado por sus corruptos
dirigentes” vende bastante, y de paso son útiles para tapar la horribilidad
propia.
Y el último partido fue contra Brasil, y sobre este también se ha gastado
mucha tinta y bytes. La historia más divulgada apunta a que supuestamente el
propio dictador mandó a amenazar a sus jugadores vía telefax diciendo que lo
de Yugoslavia había sido una vergüenza (bueno, ahí sí toda la razón con don
Mobutu), y que si perdían por más de tres goles que ni hicieran las vueltas para
volver a su casa. Precisamente Brasil estaba urgido de ganar al menos por tres
goles de diferencia para no depender de lo que pasara en el Escocia vs
Yugoslavia que se jugaría simultáneamente; y bueno, tal cual así quedó el
cotejo: 3-0. Brasil fue una tromba los 90 minutos, pero por el mismo
desespero (recién hizo el 2-0 a los 66 minutos y el 3-0 a los 79 con regalito del
arquero incluido) se devoró varios goles más ante una casi infantil oposición
zaireña.
Pero lo que más se recuerda de este partido es LA jugada famosa del tiro libre,
cuyo protagonista fue el defensor zaireño Mwepu Ilunga. Con el marcador 2-0,
Brasil tuvo un tiro libre a favor tras un guadañazo de un defensor a Jairzinho
cerca de la media luna. Se paran Rivelino, Jairzinho y Nelinho, entre otros, a
ver quién le pegaba (marica, qué combo esa tripleta para cobrar) y, antes que el
árbitro diera la orden, y aún sin que alguno de los brasileños se moviese a
patear, de la nada y de manera bien random, se sale de la barrera el defensor
Mwepu Ilunga y revienta el balón al carajo. La jugada descolocadísima y
totalmente WTF hizo cagar de risa a Der Respetablën y emitir comentarios de
asombro de los periodistas que cubrían el cotejo: ¿estos manes ni siquiera se
sabían las reglas básicas del juego?
Creo que casi todos hemos visto el video con la jugadita esa del tiro libre en
algún recuento o nota. ¿Qué putas pasó? Al respecto también hay muchas
versiones por interné, que son gratis y cualquiera compra según su nivel de
boomer o de tía: según unos, Mwepu estaba aterrorizado por las amenazas de su
dictador y reaccionó desesperado por la inminencia del gol; según otras
versiones, Mweupu honestamente revoleó el balón porque pensaba que tal
cosa estaba permitida, pues los belgas así se lo habían enseñado. Otras más
dicen hasta que el jugador lo hizo para que lo expulsaran porque estaba harto
de jugar con las presiones de Mobutu. Lo cierto es que se ganó su amarilla y su
sitio en el “Gran Libro de Brea de Burradas Mundialistas”.
Con un nítido registro de 3 PJ – 0 PG – 0 PE – 3 PP – 0 GF – 14 GC – 0
Ptos, a Zaire le tocó devolverse a casa no solo aburridos, sino asustados de lo
que podía pasarles. Las crónicas cuentan que el dictador Mobutu los mandó a
recoger en un camión del ejército, los hizo llevarlos a su palacio, y - lo contó
años después el capitán del seleccionado Raoul Kidumu Mantantu - allí les
pegó cipote de regaño colectivo, como un papá regañando a sus pelaítos por
hacer cagadas en el colegio. ¿Por los resultados en el Mundial? No: la ira del
dictador era porque los jugadores se osaron rebelar contra su autoridad (o lo
que pensaba él que fue el intento de la plantilla de no jugar vs Yugoslavia).
Según Kidumu, él mismo con un hilito de voz le pidió disculpas a Mobutu en
medio del silencio angustiado de sus compañeros, y este remachó con “la
próxima vez los mando en la cárcel a todos ustedes”. Total que los regalos
prometidos nunca llegaron – quién putas le iba a revirar a Mobutu después de
todo lo que pasó – y a los jugadores se les prohibió expresamente salir del país.
El que se salvó de todo el mierdero fue el DT Blagoje Vidinic, que viendo
como pintaba la cosa de peluda, se hizo el marica y en vez de devolverse a
Kinshasa, se fue directo para Yugoslavia para nunca más volver. Tres años
después dirigió para las Eliminatorias a 1978 a cierta selección sudamericana
que usaba el color zapote como principal en su camiseta, y no hizo ni mierda.
Después del desastre de 1974, Mobutu le dejó de parar bolas al fútbol y se
enfocó en sus actividades habituales de enriquecerse y eliminar opositores
políticos. Casualmente o no, la de 1974 fue la única vez que esta selección
clasificó a un Mundial de mayores: para 1978 directamente se retiraron antes
de disputar un solo partido de Eliminatorias, y nunca más ha vuelto a uno. Ni
como Zaire, ni como Congo, ni como “Pepsi patrocina a Congo-Zaire”.
La bandera de Zaire sí era muy bacana
La nómina de Zaire en la Copa Africana de 1974, disputada tres meses antes del Mundial, y en
donde quedaron campeones. Curiosamente el más bajo del equipo es un arquero…
Este es Major George Lamptey, el árbitro ghanés que dirigió el Zaire-Marruecos en Kinshasa y que
fue acusado por los marroquíes de marrullero. CASUALMENTE Lamptey pasó la noche antes del
par do en el palacio del dictador Mobutu… cosas de la vida, su hijo también se dedicó al arbitraje, y
también fue acusado de amañar un par do: el Sudáfrica – Senegal por las Eliminatorias de 2018. Ni
un clan polí co del departamento de Córdoba ene tanta corrupción encima
Las protestas de la Federación Marroquí no conmovieron a los cinco gordos africanos de guayabera
El escocés Joe Jordan y el zaireño Bwanga Tshimen en el par do entre sus seleccionados
Los capitanes Dragan Džajić y Kidumu Mantantu (no se si aclarar cuál es cuál) en los actos
protocolarios previos al 9-0. Los mira el árbitro colombiano Omar Delgado, el primero de los
nuestros en ser juez central en un Mundial
El árbitro rumano Rainea amonesta a Ilunga (el 2) tras LA jugada
Sheilas, wogs and poofsters: la aventura de Australia en 1974
Publicado originalmente el 12 marzo de 2018 por YoSoyElCarlos
Hoy se nos hace casi que rutinario ver a Australia colada en cada Mundial de fútbol; pero
hubo un tiempo en el que esto no solo era totalmente inesperado sino hasta exótico. Te
contaré como fue la primera vez de los australianos en mundiales en 1974, y contra qué
prejuicios tuvieron que luchar en su propio país.
Los australianos (camiseta más oscura) saludando a un norcoreano en su primer compromiso oficial
por FIFA en 1965
El australiano Johhny Warren (de amarillo, bueno, de pantaloneta negra) en sus par dos contra
Israel en las eliminatorias de 1970
Peter Wilson hace pocos años, cuando fue ubicado para una revista
Cinderella men: Canadá en el Mundial de 1986
Publicado originalmente el 30 de Enero de 2015, por YoSoyElCarlos
Si haces una encuesta preguntando cuáles son los deportes más populares en Canadá,
seguramente el fútbol estará peleando descenso en la tabla de resultados final. Y aunque esto
ha tendido a cambiar en los últimos años, la verdad es que a nivel competitivo los equipos de
fútbol canadienses no dejan de ser esos de blanquitos toscos y negritos insípidos, con menos
malicia que un cuadro de perros jugando al póker, y que se demoran tres días con sus noches
en hilvanar una jugada simplona que termina en el predecible ollazo al nueve. Por eso sus
apariciones a nivel top han sido esporádicas, novedosas, tristes, solitarias. Solo una vez los
rústicos y voluntariosos canadienses se codearon con la crema y nata del firmamento
futbolístico mundial... y esa vez se las relataremos aquí, a continuación, ya, en uno, dos...
El defensor canadiense Ian Bridge exhibiendo su rús ca voluntad ante los franceses Jean-Pierre
Papin y Dominique Rocheteau en México 1986
Lo bonito de escribir de un tema como este es que te reconfirma una vez más
que, comparados con otros países, somos unos buñuelitos en historia
futbolística. Por ejemplo, con este dato con el que serás un éxito en las
reuniones y salidas - una vez se reanuden en 2025 - te darás una idea: el primer
juego de fútbol en el territorio de Canadá se realizó en Toronto en 1876.
Repito: mil ochocientos setenta y seis… chúpate esa, cuando todavía nos
llamábamos Estados Unidos de Colombia ya se jugaba fútbol en Canadá…
Pero sigamos: al año siguiente se formó la Dominion Football Association (lo
de “Dominion” viene del status territorial de Canadá en esos días dentro
del Reino Unido), la cual fue, a propósito, la primera asociación de fútbol en el
mundo formada fuera de las islas británicas. Ya en 1912 se formó la que se
convertiría en la actual federación de fútbol canadiense, la “Dominion of Canada
Football Association”, que se afilió a la FIFA el mismo año, y que con algunos
cambios de nombre persiste hoy como la “Canadian Soccer Association”. Estamos
hablando de una trilla de años, de tradición, de historia, pero de resultados a
nivel masculino hay muy poquito (a nivel femenino les va mucho mejor): la
selección mayor solo puede presumir dos títulos a nivel de la Concacaf (1985 y
2000, esta última ganada a cierta selección sudamericana que todos adivinamos
cuál es) y un par de copas menores.
Su primera participación en un campeonato mundial de mayores fue en las
eliminatorias de 1958, en las que quedaron eliminados en primera ronda sin
hacer mucho ruido. Recién volvieron a intentar clasificar para 1970, y desde ahí
solo fueron un participante más en las Eliminatorias de la Concacaf hasta las
de 1978. Para las de 1982 los canadienses pegaron una buena generación - o al
menos una menos horrible que las anteriores -, fogueada en la entonces
competitiva NASL gringa y eso se notó en la cancha.
Con la pintoresca NASL (su historia la pueden repasar en el Tomo II de esta
colección aplaudida por reyes y plebeyos de todo el mundo) pasó algo curioso:
no ayudó una verga a mejorar el nivel de la selección del país dueño del torneo
– Estados Unidos – pero sí lo hizo con las de los vecinos canadienses. De
hecho los mejores años del fútbol en Canadá coinciden con los últimos
borbotones de la NASL, torneo nutrido de jugadores canadienses de los cuales
varios terminaron convirtiéndose en la base de su selección en esos años en
los que, por primera y – SPOILER ALERT – única vez en su vida lograron
aparecer en los televisores de todo el mundo. Ayudó además la labor del DT
de la selección desde 1981, el británico Tony Waiters, que le metió fuerte
disciplina y trabajo físico a los suyos para ponerles orden.
Hablábamos de las eliminatorias a España 82: en estas los canadienses
tuvieron su primer “we lacked the five cents for the dollar”: en su último partido de
la fase final necesitaban ganarle a la penosa Cuba por más un gol de diferencia
para clasificar al Mundial, pero apenas lograron empatar y el cupo se los
terminó agarrando El Salvador. Con la misma base de jugadores que afrontó
esas Eliminatorias, Canadá llegó hasta Cuartos de Final de los Juegos
Olímpicos de Los Angeles 1984 – por esos días se permitía que las selecciones
de poco nivel llevasen profesionales – en donde se los bajó Brasil por penales.
Después de los Olímpicos venía el reto más jodido: pelear por el único cupo
que le quedaba a la Concacaf para ir a México ´86; el otro ya era del país sede.
Si de por sí era una tarea complicada, a los canadienses se les enredó más por
el hecho que, para cuando comenzaron las Eliminatorias en abril de 1985, casi
ninguno de sus jugadores tenía ritmo de competencia de alto nivel. Lo que
ocurría es que, como dijimos, la mayoría de sus jugadores hacía parte de los
clubes de la NASL, pero esta no se jugaba desde la final en octubre de 1984 y
aún no había reiniciado.
El remate fue que, un mes antes del debut canadiense, la organización del
campeonato anunció que no se iba a jugar la liga ese año por no haber
suficientes equipos (finalmente nunca más se volvería a disputar). Para no
perder tanto ritmo/sobrevivir los principales referentes de los canadienses
estaban jugando o en clubes aficionados o, en su mayoría, en los de la Major
Indoor Soccer: la liga gringa de Fútbol 5 que incluso tenía, por esos días, más o
tanta popularidad que el fútbol de verdá-verdá en Estados Unidos.
Recapitulando: la selección canadiense que afrontó las eliminatorias a México
1986 estaba conformada en su mayoría por jugadores de Fútbol 5… ¡chúpate
esa! Una desventaja la hp, que hoy no te perdona ni un equipo dirigido por
Javier Álvarez.
Ya es el momento de mencionar algunos de los referentes de esa selección
canadiense, varios de ellos parte del Olimpo futbolístico canuck:
● Martino “Tino” Lettieri, arquero nacido en 1957 en Bari (Italia)
pero criado en Canadá. Titular y habitué en varios equipos de la vieja
NASL como los Minessota Kicks, Vancouver Whitecaps, Minnesota
Strikers y Hamilton Steelers, se hizo famoso por atajar con un loro de
peluche (en serio) en la red, o a menudo en su espalda durante los
partidos, dizque para darse suerte. Se retiró en 1987, luego de lo cual
su loro de peluche lo hizo también. Si quieren ir a visitarlo y de paso
preguntar por el loro, pueden ir a su cafetería en Shorewood,
Minessotta.
● Randy Samuel fue un recio defensa oriundo de Trinidad y Tobago,
también emigrante de niño al país de Rush. Tuvo una respetable
carrera no solo en su país sino en clubes de primera y segunda
división de Países Bajos, Inglaterra y Noruega… bueno, respetable
para un canadiense, no sean mala gente. De hecho estuvo en el PSV
Eindhoven pero jugó solo cinco partidos antes de ser eyectado
al Volendam, en donde sí logró afianzarse en la titular. Toda una
institución en la selección canadiense, jugó 82 veces como
internacional entre 1983 y 1997.
● Bruce Wilson es quizás el más histórico del fútbol del país de Rachel
McAdams. Poco dúctil pero firme y rocoso defensa central, se hizo
respetar no solo en su país sino en el subcontinente norte-
centroamericano. Tanto que es considerado como uno de los mejores
jugadores de la Concacaf de todos los tiempos.
● Branko Šegota nació en lo que hoy es Croacia pero emigró con su
familia a Toronto cuando niño (otro más y van...). Se destacó desde
muy joven como delantero eficiente y goleador en varios clubes
de Indoor Soccer.
● George Pakos era un mediocampista de origen polaco nacido en la
ciudad canadiense de Victoria, cuya carrera deportiva se desarrolló
solamente en clubes aficionados (!) de su ciudad mientras trabajaba de
tiempo completo en la municipalidad. En serio. Como jugador era
bastante half-egg, y de hecho tuvo su primera convocatoria a una
selección nacional a sus 31 años, pero Pakos tuvo la ¿suerte?
¿capacidad? de anotar un par de goles fundamentales en la historia del
fútbol canadiense, sin los cuales probablemente no estaríamos
haciendo este texto. Ya veremos cuáles.
A estos se les unieron para afrontar la competición otros jugadores nativos y
varios oriundos de Checoslovaquia, Yugoslavia, Inglaterra, Irlanda,
Escocia y Alemania, todos muy afiebrados y comprometidos, pero con ese
pequeño issue de no jugar hacía tiempo en fútbol de verdad, se veía la cosa
maluca.
Closer to the heart
Los canadienses habían pasado la fase preliminar sin jugar por deserción de su
rival, Jamaica. Así que su debut en las Eliminatorias a México 1986 – el
Campeonato de Naciones de la Concacaf sirvió para tal fin - fue recién en abril
de 1985 contra Haití en Vancouver, con los que compartían grupo además de
Guatemala. Canadá terminaría ganando sin problemas su serie, y con esto
pasaron a la fase final por el único cupo al Mundial, que iba a consistir en un
triangular junto con Costa Rica y los ultramegafavoritos Honduras. Los
hondureños lucían aún su legión histórica de España 82 casi intacta, con
Gilberto Yearwood, “Primitivo” Maradiaga, Julio César Arzú, Porfirio
Betancourt, Anthony Costly, etc. La primera fecha de la fase final en San José
vio reafirmarse este favoritismo, con los hondureños sacándole el empate a
Costa Rica.
Una semana después fue el debut canadiense en la fase final, contra una
necesitada Costa Rica en el Varsity Stadium de Toronto el 17 de agosto de
1985. Les fue regular, porque comenzaron perdiendo con un fierrazo desde la
media luna del delantero tico Johnny Williams a los 12 minutos; empataron a
los 58´con cabezazo del nativo galés Paul James. El marcador no se movió
más, y con eso se hacía crucial el siguiente partido en Tegucigalpa una semana
después – en esa época las Eliminatorias se jugaban sin asco, de una y sin
pausas -, porque si los canadienses perdían se les embolataba casi que del todo
la clasificación.
Ese 25 de agosto de 1985 en Tegucigalpa se dio el primer batacazo de la
bisoña historia del fútbol canadiense. El partido disputado en un lleno hasta
los cogotes estadio Tiburcio Carías Andino (cipote de nombre) fue denso y
parejo en acciones, con los locales llevando la iniciativa pero sin hacer sufrir
demasiado a los de rojo. Hasta que al minuto 60 el volante canadiense Randy
Ragan roba un balón en el campo hondureño, se la pasa al recién ingresado
George Pakos y este, entrando a la medialuna, saca un remate no violento pero
bien venenoso que no pudo atajar el gran Julio César Arzú. Los hondureños se
fueron encima en busca del empate en medio de los crecientes nervios propios
y del público, pero los canadienses aguantaron firmes hasta el final. Tremenda
victoria 1-0 y los canadienses se montaban solitos arriba en la tabla, y mejor
aún, dependiendo de ellos mismos. El héroe del partido fue el veterano
George Pakos, que, cosajj de Diojjj, había sido descartado de la lista de 22 por
el DT Tony Waiters, pero por lesión de un compañero le tocó venir de
urgencia a cubrir la plaza, y bueno, encontró la gloria a sus 33 años.
Una semana después, los de la hoja de maple le sacaron un empate sin goles
a Costa Rica en San José y completaron la faena afuera: 3 puntos de 4 posibles.
Honduras hizo lo suyo al ganarle a Costa Rica de local (si empataban se
clasificaba Canadá faltando una fecha) y con eso el cupo al Mundial se iba a
decidir en St John´s el 14 de septiembre de 1985. Momento, cómo así que St
John´s… ¿jugaron en una cafetería? Nones: por alguna decisión que no
acertamos a comprender (ejem) los canadienses decidieron para el partido
decisivo, hacer ir a los hondureños a la lejana capital de la provincia de
Terranova y Labrador (Newfoundland and Labrador), la ciudad más al Este de
Norteamérica, en pleno Atlántico Norte. Aunque algo de bilardismo tuvo que
haber en mandar a los hondureños a jugar en qué culo de frío, en honor a la
verdad tampoco fue que se sacaron de un tamal la escogencia de la ciudad: en
Terranova y Labrador el fútbol es más popular que en el resto del país, y la
sede del encuentro final, el pequeño estadio King George V Park, es el más
antiguo de fútbol en Norteamérica.
A los hondureños en algo les tuvo que afectar el clima (hay meses más fríos
que septiembre en St John´s, pero era el suficiente para hacerlos usar guantes y
pantalones); y no solo a sus jugadores sino a sus hinchas: un grupo de
aficionados catrachos se pegó el viaje para verse el partido, pero se confundió de
ciudad (!) y en vez de ir a St John´s (Terranova) terminó en Saint John (New
Brunswick), apenitas a 1050 Kms de distancia. Mandan huevo… pero hasta
mejor para ellos porque se perdieron la fiesta canadiense, que le ganó 2-1 a una
aterida Honduras. Otra vez George Pakos se ganó el chance al anotar el
primero, empataron los hondureños comenzando el segundo tiempo, y a los
61´ el checoslovaco de nacimiento Igor Vrablic, uno de los pocos del equipo
que jugaba en clubes europeos, metió el 2-1 definitivo. Canadá clasificó sin
problemas por primera vez a un Mundial y se desató la fiesta en el país. Bueno,
no, pero sí celebraron como locos los diez que siguen el fútbol allá. En los
desmanes por la celebración hubo que lamentar la muerte de dos señales de
tránsito, lesiones graves a tres jardines por meada con agravantes, y la
amonestación de un joven por lanzarle piropos a una camarera local. Qué caos.
The Trees
El sorteo del mundial se portó como una bitch y encajó a los coterráneos
de Ricky, Julian y Bubbles en un grupo jodidísimo, lleno de europeos sedientos
de sangre: Francia, Unión Soviética y Hungría. Así que para ponerse más o
menos a nivel competitivo – más bien para disminuir las diferencias con los
grandes – el DT Waiters les sacó hasta la leche que se tomaron con el
bizcocho de la primera comunión, por medio de un intenso trabajo físico y
aclimatación a la altura en las montañas de Colorado. Años después declaró el
propio DT que “no éramos ni por el putas [N.del A.: traducción libre] el mejor
equipo del Mundial, pero sí diría que éramos el de mejor estado físico”. Si es
cierto, fue algo remarcable poner a punto a un rejuntado variopinto de
jugadores sin equipo profesional, otros que aún estaban jugando en la Major
Indoor Soccer y alguno semirretirado.
El debut canadiense en fase final de mundiales fue un 1ero de junio de 1986,
en el Nou Camp (así se llama) de León contra la ultra favorita y vigente
campeona europea Francia. Todo pintaba para una brutal masacre, así que el
DT Waiters plantó a los suyos en una cerradísima formación defensiva que
haría fruncir de disgusto a Pedro Sarmiento. La táctica tan conservadora azaró
a los jugadores norteamericanos, pero al final demostró que era lo más lógico
que podían hacer ante un rival con tipos como Luis Fernández, Jean Tigana,
Alain Giresse, Michel Platini, Jean-Pierre Papin o Dominique Rocheteau. Y
por poquito les resulta: entre una marcación agresiva y afiebrada, un exceso de
confianza de los franceses, (tanto que casi los vacunan los norteamericanos al
principio) y una tarde HORRIBLE de su goleador Jean-Pierre Papin, al final
derivó en un tibio 1-0. Derrota pero honor intacto.
El siguiente partido fue por la clasificación en Irapuato contra Hungría. Era
duelo entre perdedores de primera fecha del grupo, ya que los húngaros
habían sufrido una rectificada de asterisco por parte de la Unión Soviética peor
que la de 1956: un brutal 6-0. El hecho de ser los perdedores de la primera
fecha, del bajo perfil de ambos (uno de ellos europeo de segundo orden y el
otro un norteamericano que ni salía en las noticias del mundo), que el
encuentro fue a las 12 del día, con un sol brutal como el que hace en México
según el cine gringo, y que a esa misma hora jugaba Brasil en Guadalajara,
conspiraron para que al final no fuera ni La Llorona al estadio. Hungría golpeó
desde los 2´ - ¿exceso de confianza de los canadienses? - y se dedicó a esperar
y ver cómo los ineptos e inofensivos delanteros de Canadá llegaban
esforzadamente y entregaban el balón a su arquero. Faltando 15 minutos
Hungría puso el 2-0 y hasta ahí llegó el partido y las lejanísimas esperanzas de
clasificar.
La despedida canadiense del mundial (hasta el sol de hoy) fue tres días después
contra los ya casi clasificados soviéticos, pero esta vez le aguantaron un tiempo
entero y quince minutos del otro hasta que el legendario Oleg Blokhin los
clavó. Como contra Francia, el recital de goles perdidos salvó a los gringos no
violentos de una culeada monumental. Creo que el jugar todos los partidos a
mediodía no ayudó a que la puntería de los delanteros estuviera fina...
Y eso fue todo para los canadienses. Al final terminaron el campeonato sin
goles a favor y con cinco en contra, que aunque los ubicaron en el último lugar
del torneo, la sensación general que dejaron no fue vergonzosa ni por ahí. Pero
este fue su pico a nivel de torneos grandes; no les ayudó el no tener
renovación de la generación que los llevó a su primer Mundial. Para Italia
90 cayeron sorpresivamente en primera ronda de eliminatorias
contra Guatemala (hay que estar muy jodido para perder con Guatemala) por
gol de visitante, y desde ahí nada más se ha visto de ellos.
Lo único que queda por añadir a esta historia es que si buscan en YouTube
podrán encontrar una canción algo, eh, frondia, que, para recaudar fondos
para el viaje al mundial sacó una banda de Edmonton llamada dizque Sons of
Andrew. El tema se llama “Oh Canada We’ll Proudly Play for You”, y consiste
en una especie de polka dulzona, ochentera y melcochuda, que no sé qué
sensación generaría en su momento por allá, pero hoy produce ganas de
bañarse y quitarse la suciedad. Sons of a bitches...
La selección canadiense en un par do las Eliminatorias a 1986. Arriba: Bob Lenarduzzi, Randy
Ragan, Randy Samuel, Ian Bridge, Igor Vrablic y George Pakos. Abajo: Carl Valen ne, Paul James,
Tino Le eri, Bruce Wilson, David Norman.
A la izq, Tino and his stupid and ridiculous peluching parrot. A la der, este señor con cara de jefe
hijueputa que se desquita con los empleados de sus desventuras hogareñas por ser un po débil,
pusilánime, cagado y necesitado de afecto pero a su vez de plata para mantener un tren de vida
decadente y abundante en perico y prepagos, es el legendario Bruce Wilson
Aquí, en ese pun co rojo que está señalando la flecha, Canadá fue a jugar su par do clave de las
Eliminatorias a 1986 para llenar de frío y tristeza a los hondureños…
El gran Manno Sanon saludando a Dino Zoff post debut mundialista de ambos en 1974
¿Quién sabía que en Haití se jugara fútbol antes del amistoso ese hechizo de la
selección de Pékerman antes de la Copa América Centenario? Y para que vea:
nos informa nuestro corresponsal John Jairo Svenssön vön Arrieta que la
selección de fútbol de Haití, lleva jugando su buen tiempito en Eliminatorias:
jugó su primer partido internacional en 1925, y participó de las clasificatorias
al Mundial de 1934, donde fueron rápidamente borrados por Cuba. Luego de
esa experiencia volverían a disputar eliminatorias recién en 1954 (4 PJ – 0 PG
– 0 PE – 4 PP) y de ahí otro hiato hasta volver a jugar en 1970.
Fue en este último año en que, por primera vez, se dieron garra y llegaron
hasta la final continental: en primera ronda le tocó contra Guatemala, Trinidad
y Tobago y eliminó a las tres (perdón). Luego se bajó a Estados Unidos en la
segunda y en la final por el otro cupo de la Concacaf al Mundial (además del
local México) perdieron contra los muertos de El Salvador – que venían de
eliminar a Honduras en la famosa serie que se identificó con la guerra entre
ambos – en tres partidos. Muy cerca quedaron, pero nop.
Mejor dicho, de no existir casi a pelear hasta el final la clasificación al Mundial
por su zona. ¿Qué pasó entre 1954 y 1970 que levantó el fútbol haitiano de
manera tan notoria? Fundamentalmente dos cosas:
1) Que apareció una buena generación de futbolistas en el país, algunos
de los cuales serían la base del equipo del 74 y
2) Papa Doc.
El país estaba gobernado desde 1957 por el siniestro François “Papa
Doc” Duvalier, médico de formación (de ahí el apodo) y que mandaba a punta
de sangre, terror, magia negra y corrupción en el país más pobre de América.
Él fue el creador en 1959 de los temibles Tontons Macoutes (algo así como
“Los Ropavejeros” o “Los viejos del saco”: eso con que amenazan las mamás
a los hijos que se los van a llevar si se portan mal), una milicia paramilitar que
torturaba, mataba y desaparecía a opositores y a la población en general, y que
tenía como costumbre hacer llegar su mensaje por medio de la estrategia de
dejar las cabezas de sus víctimas primorosamente instaladas en sitios
públicos. Papa Doc se autoproclamó “presidente vitalicio” en unas elecciones
en 1964, en las que hubo 1´320.000 votos a favor y 3.000 en contra (es posible
que haya habido fraude), y exaltó desde siempre el vudú como religión para los
haitianos: tanto que no solo se proclamó houngan (sacerdote vudú), sino que
usó para sí mismo y públicamente, el modo de vestir de Baron Samedi, uno de
los loa (espíritus) de los muertos y de los cementerios. Un personaje...
En este punto se preguntarán qué putas tiene que ver Papa Doc con el fútbol.
Pasa que el tipo era, a pesar de todo, humano, y por ende seguidor fiel del
fútbol mundial. Y cuando se dio cuenta del potencial de la nueva generación
de futbolistas haitianos de finales de los 60, comenzó a apoyar al seleccionado
(“apoyar” = “poner billete”). Esta manera de hacer las cosas iba a cumplir la
doble función de representar el famoso “pan + circo” en su manejo con una
población fustigada por la miseria y la represión (bueno, lo del “pan” no), y
aparte le ayudaría a tener una alegría sincera en su viejo corazón. Así fue que
mejoraron las condiciones de entrenamiento, alimentación y viajes de la
selección haitiana, lo que tuvo obviamente un efecto positivo en los jugadores.
Aquí cedemos la palabra al jugador haitiano de los años 60 Roger St. Vil:
(...) dondequiera que jugáramos con un rival del Caribe, nos alojábamos
en buenos hoteles y nos alimentábamos bien [uoffff, imagínate cómo
vivían...]. Muchos de nosotros veníamos de familias pobres, y François
Duvalier trajo brillo a nuestras vidas. Para nosotros, él era el dador de
vida, un rayo de esperanza y hubiéramos hecho cualquier cosa por él.
Gracias, Roger. Como sucedió en circunstancias similares, los jugadores o
tenían el cerebro lavado, o preferían hacerse los güevones ante el lado siniestro
de su benefactor.
El anciano dictador se murió en 1971 sin que se hubiera cumplido su sueño de
ver a su selección en un Mundial, y lo sucedió su hijo de 19 años, Jean-Claude
Duvalier, apodado, con la misma imaginación del bobo del “Bambino”
Pons, Bébé Doc. El nuevo tirano relajó un poco (un poquito, muy poquito) el
puño apretado sobre la población local, tal vez temeroso que la CIA lo
reemplazara por otro títere. Pero Bébé Doc también era seguidor de fútbol, y no
solo continuó, sino que incrementó el apoyo a la selección nacional: remodeló
el viejo estadio Sylvio Cator de Port-Au Prince, construyó sedes olímpicas y
respaldó económicamente a los jugadores de la selección. Todo en un
ambiente cheverón pero que en el fondo inspiraba el temor cerval de sentirse
parte del entramado de terror del régimen.
Como dijo otro jugador muchos años después:
Él tenía claro que era su equipo, y que era su dinero lo que nos tenía
donde estábamos. (...) Algunos de los muchachos sentían que era muy
peligroso tener tan cerca del equipo a Jean Claude. Aunque era joven, él
era algo así como un padre protector de los de antes: que nos daba vida,
pero que también nos podía castigar si quería.
Se prende Haití
La eliminatoria de la Concacaf para el Mundial de Alemania (como en otras
ediciones, la Copa de Naciones de la Concacaf serviría para las Eliminatorias)
comenzaría en 1972. Les Grenadiers tenían buena nómina al menos a nivel
centroamericano en general, pero los dos que de verdá-verdá movían al equipo
y alcanzaban una dimensión superior a los otros eran Phillipe Vorbe, el único
blanco del equipo (sí, nació en Haití), volante ofensivo de muchísima técnica, y
sobre todo Emmanuel “Manno” Sanon, el mejor deportista haitiano de toda la
historia y máximo goleador de su selección, un delantero potente y hábil que
tranquilamente podía haber jugado en cualquier club europeo. Ambos se
entendían bastante bien en el campo, y conformaban la esperanza de clasificar
para la selección dirigida por el italiano Ettore Trevisan.
Haití la tuvo suave al inicio del torneo clasificatorio, eliminando en abril
a Puerto Rico en doble partido 7-0 y 5-0 (Sanon metió seis goles en total). Y
para más alegría, la Concacaf designó a Haití como la sede del Hexagonal Final
a celebrarse en noviembre y diciembre de 1973, en la que iban a participar por
el único cupo mundialista continental los locales, Trinidad y Tobago,
Honduras, Guatemala, Antillas Holandesas y la eterna favorita y poderosa
continental México.
El ambiente en Haití para la fase final del campeonato de la Concacaf en 1973
era una locura, una farra total, un carnaval de vivos y no-muertos. La
población se olvidó de su miseria temporalmente para seguir con fervor a su
selección; Jean Austin, un jugador de esa época recordó después que “esas tres
semanas fueron las más increíbles que recuerdo en Port-Au-Prince. Después
de cada victoria en el torneo había carnavales en las calles, y todo el país
virtualmente se paralizó”.
Con ese ambiente de expectativa y nervios y cagada y ay marica, comenzó el
torneo un 29 de noviembre en un estadio Sylvio Cator repleto con 30,000
locales hambrientos (no pun intended) de victoria que fustigaban
constantemente al rival. Las crónicas hablan que el respetable en Port-Au-
Prince era uno de los más ásperos del Caribe: todo el público se la pasaba los
90 minutos puteando, gritando con megáfonos, insultando, amenazando a
rivales dentro y fuera del estadio, con brujos conjurando espíritus y tirándole
hechizos al rival (en serio) y arrojando objetos de naturaleza y origen
indeterminados a la cancha. Para acabar de completar el aguante, en la tribuna
habían esbirros del gobierno cuya única función era incitar al público a que
gritara más y más; al que veían muy pasivo se le acercaban para sugerirle que se
moviera y gritara, carajo, que esto es Haití. El ambiente era, utilizando palabras
del gran Manno Sanon, tóxico.
La primera jornada se saldó con las previsibles victorias de Haití sobre Antillas
Holandesas, Honduras sobre Trinidad y Tobago, y un sorpresivo empate a
cero entre México y Guatemala. Casi todo normal. Pero el Haití – Trinidad y
Tobago de la segunda fecha parece que fue un atraco a mano armada: Haití
ganó por 2-1 en un juego anómalo, en el que entre el árbitro salvadoreño José
Henríquez y el juez de línea canadiense James Higuet, anularon cuatro
goles (CUATRO) a Trinidad y Tobago, además de no concederle dos penales
claros. Este episodio, que aún le duele feo a los aficionados triniteños, fue tan
flagrantemente obvio que la FIFA suspendió de por vida a los dos
delincuentes de negro, en un asunto demasiado sucio que apestaba
fuertemente a sobornos por parte de la gente de Bébé Doc.
Nada de eso les importó a los locales, que se aseguraron el cupo a Alemania 74
con otras dos victorias ante Honduras y Guatemala y no les afectó perder en la
última fecha contra la ya eliminada México. Clasificación lograda por el poder
de la mejor generación de futbolistas haitianos de la historia y con la
insuperable ayuda del jugador número do$e.
Hubo una época en que a los mexicanos los eliminaban de los
Mundiales
Bueno, ¿y qué pasó con los todopoderosos mexicanos? Los recuerdos de ex-
jugadores coinciden en señalar que aparte de desorganización administrativa,
hubo un exceso de confianza en los manitos, combinado con otros factores
entre los cuales no se puede descartar la muertez de los jugadores.
Los mexicanos viajaron a Haití con un plantel en el que sobresalía el famoso
ídolo del Chavo, Enrique Booorja, además de otros créditos locales
como (párale bolas a los apodos) Octavio “Centavo”
Mucino, Javier “Kalimán” (!!!!) Guzmán, Jose de Jesús “Cocodrilo” (!!!) Valdez,
o Guillermo “Campeón” (?) Hernández. México comenzó el torneo más
sobrador que argentino cuarentón viajando de turista con una modelo, pero en
las dos primeras fechas se complicaron solitos la vida con dos impensados
empates ante Guatemala y Honduras. En la tercera fecha se desquitaron con
un 8-0 a Antillas Holandesas, lo que los colocaba en posición de clasificar al
mundial si lograban dos victorias ante Trinidad y Tobago y Haití. Complicado,
pero posible.
Las crónicas hablan que días antes del partido contra Trinidad y Tobago, los
delegados haitianos invitaron a la delegación mexicana a un tour por la isla,
que hizo especial énfasis en, así como de manera casual, en varias destilerías de
ron, de las cuales salió toda la delegación yanquilieber cargada de botellas y
recuerdos etílicos. Esto puede estar o no relacionado con el hecho que días
después los mexicanos encajaron un aparatoso 0-4 ante Trinidad y Tobago,
que combinado con la victoria haitiana el día anterior los dejó eliminados de
un mundial por primera vez desde 1934.
Para completar El Tri volvió a su casa, no solo en medio de la decepción sino
del escándalo: los inspectores aduaneros del aeropuerto mexicano denunciaron
que los jugadores venían cargados de paquetes y contrabando, “Parecen una
delegación comercial y no un equipo de fútbol”, dijo amargamente un agente
en la aduana. Me imagino que si hubieran clasificado ahí si se las celebraban:
“¡Mira nada más cómo son de vivos estos cabrones! ¡Viva México!”
La aventura en el Mundial: otro con el rótulo “equipo digno”
La historia de Haití en el Mundial 1974 es algo más conocida. A tierras
alemanas llegaron con toda la ilusión y con nuevo técnico: al italiano Trevisan
lo eyectaron (después alegaría que lo despidieron porque era blanco… me
pinto los hinchas gritándole en el estadio de Port-Au Prince “Ajjj mira lo que
hace este blanco bruto… ¡vete a tu condominio, blanco hijueputa!”) y fue
reemplazado por el DT local Antoine Tassy. El nuevo DT era un señor
pintoresco y con métodos expeditos, que alguna vez, descontento por lo que
interpretó como indiferencia de sus dirigidos en un partido preparatorio antes
del Mundial, los recriminó en el vestuario y reforzó argumentos disparando su
revólver varias veces sobre las cabezas de los jugadores. Poco ortodoxo pero
efectivo…
La selección haitiana no hizo el oso mayúsculo que se esperaba en el debut:
contra los italianos aguantaron el vendaval azzurro del primer tiempo, y
comenzando el segundo sorprendieron a todo el mundo con un golazo
de Sanon a un pase pibevalderramesco de Philippe Vorbe (gol que le quitó un
invicto internacional a Dino Zoff de más de 1,100 minutos). Después los
italianos terminaron ganando 3-1, pero en general Les Granadiers dejaron buen
sabor en el debut.
Pero toda la buena energía que dejó el partido inaugural, se desdibujó antes del
segundo partido: el 17 de junio la FIFA anunció que el volante Ernst Jean-
Joseph dio positivo en un control anti-doping (el primer caso en la historia de
los Mundiales), y lo sancionó al día siguiente con la expulsión del torneo. La
sustancia detectada fue un estimulante llamado Phenylmetrazin, a lo cual Jean-
Joseph en su defensa alegó que se había tomado un medicamento que no sabía
que lo contenía, y que lo había hecho dizque para tratamiento contra el asma.
Versión que hubiese sido algo creíble si no fuera porque el propio médico de
la delegación haitiana lo desmintió públicamente, afirmando que ni Jean-
Joseph era asmático ni el medicamento que dice que se tomó sirve para el
asma. Aparte de la cipote de carteleada, el médico - un francés llamado Patrick
Hugeaux - lo remachó: "Jean-Joseph no es lo suficientemente inteligente para
saber lo que estaba haciendo". Déjalo ya, que está muerto.
Pero eso no fue lo peor que le pasó a los haitianos: tras la confirmación de la
noticia, en medio de la concentración haitiana llegaron oficiales/delegados del
régimen de Bébé Doc, lo sacaron a empellones delante de todo el equipo y se lo
llevaron a rastras fuera de las instalaciones. De ahí se llevaron a Joseph de
regreso a su país, en donde supuestamente fue torturado por los Tonton
Macoutes. ¡Imagínate cómo se sentirá uno viendo cómo se llevan a un
compañero de equipo a rastras con la seguridad que iban a torturarlo! Como
declaró un jugador:
Recuerdo la mirada venenosa en un oficial que siempre había sido todo
sonrisas antes de esto (...) Pasamos la noche en vela antes del partido
contra Polonia, y para ser honesto, yo solo pensaba en Ernst, no en el
juego.
Entendible. Tal vez este suceso explique en parte el 7-0 que le empacaron los
polacos, pero personalmente creo que con la diferencia entre ambos equipos
(la delantera polaca tenía a Lato, Szarmach y Gadocha, con Deyna tirando
magia más atrás) explica bastante el resultado.
El cierre fue contra Argentina, previa llamada tranquilizadora de Ernst Jean
Joseph a la delegación haitiana en Múnich para informarles que estaba vivo
(ordenada por el propio Bébé Doc). Ante esta noticia, eh, reconfortante, el
equipo se motivó lo suficiente para perder solamente por 4-1 (...) (gol hecho
otra vez por Sanon) y cerrar su única participación mundialista hasta hoy. Que,
como vimos, fue bastante digna.
Pero nunca más se repitió la experiencia: Haití estuvo a esto de clasificar en
1978 (quedaron segundos detrás de México en el Hexagonal Final) y desde
1982 se han convertido en The Walking Dead. Al que mejor le fue de esa
generación, como era de esperarse, fue a Manno Sanon: tras el gran Mundial
que se pegó, fue contratado por el club belga K Beerschot VA - en una época
en que era dificilísimo que un no europeo jugará allá - con los que duró a buen
nivel por seis temporadas, luego de lo cual recaló en la NASL. Su último
partido con su selección fue contra El Salvador en las Eliminatorias a 1982.
¿Y qué pasó con el infortunado Ernst Jean-Joseph? No le fue taaaaaaaaaaan
mal considerando las circunstancias: apenas se gastó dos años en un campo de
concentración por "haber deshonrado a su país". Luego de lo cual no solo no
fue desaparecido, sino que volvió a jugar y ser convocado a su selección en las
Eliminatorias al 78 y 82. Tan mal no le fue después de haber sido planchado
por Bébé Doc... el man nunca habló públicamente de su accidentada experiencia
mundialista, inicialmente por vergüenza, y, sobre todo, porque ya se murió.
Papa Doc ves do a la usanza del Baron Samedi, una siniestra deidad del vudú. Quería que la gente
lo relacionara con él. ¡Y uno que se queja del presidente que le tocó!
Los hai anos tratando con cariño a Quique Wolff, el cual solo a nó a gemir un “Uuuuuuh,
tremeeeeeendo!”
Historias de Eliminatorias
La sensación de responsabilidad, peso histórico y de susto sabroso que siente uno al ver su
selección en un Mundial es algo que no describiría ni Julio Cortázar empepado y con ácido.
Pero no se acerca al parto interminable, a la angustia que no sabe uno cómo calmar, o al
vacío pesado que siente uno en el pecho cuando el equipo de uno se juega el sentido de su
existencia por los próximos cuatro años. Aquí contaremos algunas de las muchas historias
de gloria/dolor que se dieron en el torneo más importante del torneo más importante del
mundo (no, no me equivoqué al escribir)
La increíble noche que entre la arepa y Jan Tomaszewski eliminaron a Inglaterra del
Mundial de 1974
Publicado originalmente el 27 enero de 2017 por YoSoyElCarlos
Si hoy una eventual eliminación de Inglaterra de un Mundial de Fútbol (de mayores, pues,
de qué estamos hablando papá) hace bulla, hace 40 o 50 años era LA conmoción. Por esos
días la selección inglesa aún estaba cubierta de un aura de majestuosidad que tapaba
bastante la mediocridad que mostró por ratos, por lo que imaginársela fuera de una Copa del
Mundo era como hacerlo con Alemania o Brasil hoy. Así que la primera vez que ocurrió
esto fue todo un acontecimiento para el mundo del fútbol, y la manera en que se dio fue casi
trágica y épica.
Lo que colocaba las cosas de tal modo que si los galeses vencían a los polacos
de visita en su último partido, obligaban a sus vecinos a ganar sí o sí en la
última fecha para igualarlos en puntos, y a partir de ahí decidiría el gol
diferencia. Sin embargo, los ingleses respiraron con el 3-0 a favor de Polonia
ante Gales en septiembre (goles de Gadocha, Lato y Dumarski) que quitó de la
ecuación por siempre a los del dragón, y dejó a los polacos como líderes del
grupo un punto por encima de Inglaterra. Por lo tanto, el cupo a Alemania se
iba a decidir entre los contendientes del último partido del grupo en Wembley:
los ingleses tenían sí o sí que ganar, a los polacos les alcanzaba con un empate
para dar un inesperado batacazo. Así quedó la clasificación faltando el último
partido:
Pos Equipo PJ PG PE PP GF GC Ptos
1 Polonia 3 2 0 1 5 2 4
2 Inglaterra 3 1 1 0 2 3 3
3 Gales (x) 4 1 1 2 3 5 3
Tarea complicada pero muy alcanzable para los Tres Leones, cuya afición,
jugadores y periodistas estaban totalmente confiados en la clasificación, y a los
que un 7-0 a Austria en un amistoso previo al partido los insufló aún más de
confianza. ¿Confianza? Es más exacto decir “seguridad”. Los mismos
jugadores daban por hecho su superioridad, el propio DT Ramsey les decía a
los suyos que sus contrincantes no eran de un nivel competitivo, y hasta la
viperina prensa inglesa los minimizó al punto que incluso trató a los visitantes
como curiosidad de circo durante su estadía en Londres: se burlaban de sus
peinados y bigotes anacrónicos y los ridiculizó concienzudamente en los
medios. Por ejemplo, el veterano periodista Brian Glanville escribió:
Si Polonia clasifica a la Copa del Mundo no pueden pretender ser otra
cosa que unos intrusos (...) Inglaterra, casi por derecho, debería estar
entre los favoritos, el viejo caballo de guerra, eternamente respondiendo
ante las trompetas. Como sin duda será esta noche.
Esto fue publicado en el programa oficial del partido (el librito que reparten
en las canchas británicas con la programación y datos del juego) que se
repartió en el Wembley en la antesala del cotejo ese 17 de Octubre de
1973. ¿Confiados? ¡Nombe, qué va!
Empire
¡Y llegó el día del encuentro! Cuando se reveló la alineación oficial de
Inglaterra para el crucial partido no sorprendió del todo, aunque hizo el ruido
propio de la caída de un grande, la ausencia del legendario capitán Bobby
Moore, aún cuestionado por sus pifias en Polonia de meses atrás. Las crónicas
dicen que al conocer que no iba a jugar, Moore frenteó a sir Alf preguntándole
si esto significaba que ya nunca más iba a contar con él, y que el DT
supuestamente le respondió “Claro que no significa eso, te necesitaré como mi
capitán el próximo año en la Copa del Mundo”.
Las nóminas inicialistas de esa noche de Londres fueron las siguientes:
Inglaterra: Peter Shilton; Paul Madeley, Norman Hunter, Roy
McFarland, Emlyn Hughes; Colin Bell, Tony Currie, Martin
Peters (capitán), Mick Channon; Martin Chivers, Allan Clarke.
Polonia: Jan Tomaszewski, Jerzy Gorgon, Miroslaw Bulzacki, Adam
Musial, Antoni Szymanowski, Leslaw Cmikiewicz, Henryk Kasperczak,
Kazimierz Deyna (capitán), Jan Domarski, Robert Gadocha, Grzegorz
Lato.
Tres cambios mandó Ramsey con respecto al partido anterior: Hunter por el
mencionado de Bobby Moore, Currie por Peter Storey y Channon por otro
sobreviviente de 1966, Alan Ball. Otra vez Shilton en el arco, ratificando la
confianza del DT.
En cuanto a los polacos, incluso desde antes de pisar la cancha no podían
disimular la monumental churreteada que llevaban, por la trascendencia del
compromiso, la oportunidad histórica que se les presentaba en bandeja y la
dimensión del rival. “Los polacos [en el túnel antes de salir a la
cancha] parecían aterrorizados de nosotros” declaró posteriormente uno de los
protagonistas de esa noche, Allan Clarke. Y remacha el
portero Jan Tomaszewski:
Estábamos petrificados... nosotros quizás habíamos jugado 15 partidos
internacionales y aún estábamos aprendiendo. Los jugadores ingleses
estaban tan relajados… masticando chicle y con cara de estar
pensando que nos harían tres en el primer tiempo, y en el segundo solo
dejarían que pasen los minutos...
La atmósfera de esa noche en Wembley contribuyó a la sensación de
“pobrecitos estos manes que vienen de por allá tan lejos a ser aleccionados por
nosotros los inventores del fútbol”. El venerable estadio era una caldera
rebosante de hinchas alborozados y confiados, que en los actos protocolarios
abuchearon con feroz determinación el himno visitante, y por el contrario
cantaron el “God save the Queen” a grito pelado, todos los 91,000 asistentes al
unísono, con un fervor tan emocionado y patriótico que si en ese momento les
hubiesen dado espadas, mosquetones y barcos, se hacían todos a la mar y
volvían a conquistar la India. “Nunca volví a escuchar un ruido tal como el
rugido de la multitud cuando comenzó el himno” declaró Tomaszewski años
después. Los cantos emocionados y gritos de “¡England!” llenaban la noche
londinense: los locales cumplieron desde el inicio con echarle encima a los
pobres polacos toda su historia, mística y poderío a carretadas.
Into the Storm
Y desde el segundo cero punto uno, TODO el partido fue de los ingleses. To-
do: conscientes que no había mañana en caso de no ganar, los locales
literalmente se le echaron encima a sus rivales tan pronto sonó el silbato. El
pitazo inicial fue como una señal para que los de casa se mandaran con todo a
presionar con mucha saña a cada polaco al que le caía el balón, lo que los
obligaba o a rifar la pelota o a pasarla a las apuradas. A los de rojo parecía que
les hubiera dado La Garroterowszki: no atinaban a pasar de la mitad de su
cancha, no sostenían el balón en su poder más de dos segundos, entregaban no
solo mal sino a cualquier lado. Los polacos se notaron en todo momento
azorados y estáticos, a 20 Km/hora menos que los locales, y con la sensación
que era una bola de fuego lo que tenían que controlar con las
patas. Los locales, en cambio, estaban como pasados de perico: empujados por
su gente y por la necesidad, se mandaron a bombardear por todos lados la
fortaleza visitante, que a duras penas lograba sacar los balones que le llegaban
por arriba, por el centro, por los laterales, por cualquier lado.
Te pinto como fue la cosa: a los 30 segundos ya hubo falta a favor de los
ingleses, de costado y a unos 25 metros del arco de los de rojo. Cobra Martin
Peters bombeado, pero el balón rebota en el área y es agarrado
por Tomaszewski, que arroja enseguida el balón en el piso para salir jugando...
sin fijarse que al ladito tenía al delantero Allan Clarke, que - ese sí - estaba
pilas, y que si no fuese porque el portero se tiró a las apuradas a agarrar de
nuevo la pelota, le quitaba el balón y quedaba todo sentenciado antes del
minuto uno. En el choque con Clarke – tratando de proteger el balón –
Tomaszewski se rompió un dedo y tuvo que ser atendido, pero siguió
jugando. ¡Todo esto antes de los 50 segundos de juego!
Los locales la tenían clarita: se mandaron con todo lo que podían arriba,
lanzando oleada tras oleada de ataques como si estuviesen en el Somme, los
cuales invariablemente culminaban en un centro/pelotazo al área polaca.
Entre Channon, Peters y Clarke se repartían la generación de juego local, pero
en realidad todos y cada uno de los jugadores de campo ingleses se fueron por
el gol: con frecuencia la jugada partía de los laterales Madeley y Hughes, que
desde su campo mandaban el ollazo para que pivoteara alguno de los de arriba
en el área. Y si no veían cómo, los del medio la distribuían a la lateral, para que
los volantes externos Currie y Peters recomenzaran el ciclo zampando un obús
al área.
¿Y los polacos? ¡Cagadísimos! No atinaban a agarrarla, sacaban con muchísimo
parto los balones que les aparecían cerca, y casi que temblaban al tratar de
pasársela a un compañero, perdiéndola generalmente en el proceso. El único
que respondía alguito era el crack Kazimierz Deyna, ubicado bien al centro en
una zona entre el medio campo y la media luna del frente, que las pocas veces
que agarraba la pelota intentaba pasarla con criterio; pero también a él se le
notaba la churria general.
Pasaban los minutos, e Inglaterra seguía cayendo en oleadas furiosamente al
área polaca. El Wembley bramaba de expectativa y por el olor a sangre; la visita
sufría, y en el aire flotaba la certeza que el gol estaba madurito. Ahora, lo que
le faltaba al equipo inglés para terminar de llevarse encima a los polacos era,
precisamente, el detallito ese de la definición. Viendo el partido, uno se
asombra de la absoluta y descarada superioridad de los locales esa noche, tanto
que hicieron parecer a los polacos como la Venezuela ochentosa jugando en el
Maracaná por Eliminatorias. Ni por el carajo me voy a poner a contar tiempos,
pero facilito la posesión tuvo que ser de 90% local en el primer tiempo, sin
exagerar una coma; y no fue la somnífera “te la paso a ti y tú me la pasas a mí y
yo te la devuelvo” sino simplemente el reflejo del hecho que no le prestaban el
malparido balón a los rivales, y que estos se la dejaban quitar con
conmovedora facilidad cuando de pronto la tenían en los pies.
Pero el pecado de los ingleses fue que abusaron de (o solo sabían hacer) la
fórmula del pelotazo – centro – pivoteo – remate, y por eso, y aunque los
polacos ni siquiera tenían el balón por más de dos segundos, por más que la
pelota salía y volvía a entrar angustiosamente en el área polaca, por muchos
disparos desviados a boca de jarro, no había casi remates directos al arco.
Recién a los 15 minutos los visitantes lograron mantener un poquito el balón
en el campo inglés, pero la ilusión fue breve: tres minutos después volvió el
partido al cauce normal con un tiro que Channon mandó desde el área chica al
palo derecho de un vencido Tomaszewski. Iban 18 minutos y parecían 58 de la
cantidad de cosas que habían pasado en tan poco tiempo, y me imagino en las
casas en Varsovia, Cracovia, Katowice o Lodz a la gente al borde del infarto,
rogándole a Dios o al espíritu del camarada Gomulka que de una vez les
metieran el gol y acabara con tanto sufrimiento y todo volviera a ser como
siempre, no importaba que quedaran fuera de todo, total perdían contra una
poderosa pero al menos se acababa este maldito parto de estos tipos que no
pueden ni aguantar el balón maldita sea por qué no nacimos del lado oeste de
la frontera.
Sin embargo, a partir de ahí los polacos se animaron a llegar con algo más de
frecuencia al campo rival, y aunque el vendaval local no amainó, al menos se
ingeniaban para, así sea por instantes, ocupar a los defensas locales en algo
más que en llegar a su propia área o mandar pelotazos. Y en esas tibias llegadas
en las que el gran Deyna hacía de armador, y Lato y Gadocha de, por así
decirlo, preocupadores, se notó cierta endeblez de la defensa de blanco, que se vio
más complicada de lo esperado ante la presión rival. De todos modos, los de
casa seguían llegando al arco polaco y botando los goles, desperdiciando el
millón de llegadas que se fabricaban a punta de ganas y empuje, con frecuencia
quitándole de los pies el balón a unos polacos asustados y más desbordados
que en septiembre de 1939.
El héroe inesperado
Al minuto 38 apareció por primera vez el gran héroe de la noche: milésima
llegada por la derecha de los ingleses, milésimo centro al área que es pivoteado
por milésima vez por un delantero ante la impavidez de los defensas. El
pivoteo lo agarra sin oposición Martin Chivers, que remata al arco pero el tiro
es rechazado por el muro de camisetas rojas; el rebote lo toma un polaco, que
intenta salir con la pelota en el área (!) pero por hijueputésima vez le birlan el
balón. La pelota rebota por varias piernas, queda muerta al borde del área, y
ahí la agarra y remata, con golpe seco, bajo y esquineado por Colin Bell. Era
gol seguro, pero no se sabe cómo putas apareció Jan Tomaszewski a estirarse
como un gato, meter la mano y salvar el gol con una volada impresionante.
Es hora que hablemos del que sería el gran protagonista de esa noche
londinense. Hasta ese momento el portero polaco se había mostrado menos
seguro que el centro de Bogotá de noche. Se la había pasado mandándose
salidas rocambolescas ante centros de costado que ponían a parir a sus
defensores, y generando cagadas impropias de un arquero internacional, como
la jugadita del primer minuto que casi se la regala a Clarke. Todo parecía darle
la razón al gran Brian Clough, que haciendo de panelista en un programa de
TV antes del encuentro (con apenas dos días de haber dimitido por problemas
con los directivos del Derby County, qué personaje), había llamado “payaso” a
Tomaszewski y afirmaba que Inglaterra iba a ganar fácilmente. Pero vino ese
disparo venenoso de Bell y la grandísima atajada siguiente, y desde ahí
comenzó a agigantarse la figura del grandote arquero polaco, cuestionado en
su país, poco ortodoxo para atajar y con tendencia a abrumarse facilito si las
cosas salían mal. De verdad: el goleador Lato contó años después, que en un
partido de liga polaca que jugó contra el equipo de Tomaszewski, este regaló
dos goles comenzando el cotejo y de un momento a otro, achantado por las
fallas, se salió solito de la cancha, sin que nadie supiera a dónde se fue (!).
Pero esa noche le salieron todas a Tomaszewski: cuando no las sacaba de
manera increíble, la suerte, sus defensas y la impericia inglesa le dieron la
manito. Antes de terminar el primer tiempo hizo de las suyas: se sacó dos
cabezazos difíciles (bien ahí), y acto seguido le dio tiempo de salir a agarrar la
luna y las estrellas ante dos centros ingleses, dejando el balón muerto en su
área en ambas ocasiones (palmface). Pero las pifias no pasaron a mayores:
terminó el primer tiempo, increíblemente sin goles.
El entretiempo fue un oasis temporal para los sufridos polacos, totalmente
agotados por el esfuerzo de correr siempre detrás del rival, de gastarse la
cabeza sacando centros, de ser superados por el oficio local. Y sobre todo,
exhaustos de pura y física angustia. El DT Kazimierz Gorski los alentaba
“Solo faltan 45 minutos para que hagan historia”... ¿solo? Para estos manes
esos 45 minutos debían sentirlos como si los pasaran debajo del agua.
Bombazo en Londres
El segundo tiempo comenzó exactamente con la misma historia: los de
casa bombardeando sin meterla, y los polacos aguantando, salvándose y
rezando. Fue así hasta el minuto 57: con casi todo el equipo local arriba
buscando el gol de la clasificación, vino una de las jugadas más recordadas en
Inglaterra y EL momento que comenzó a desfondar el fútbol inglés de
selecciones.
Al minuto 12 del segundo tiempo, el extremo Currie intenta por milésima vez
desbordar por su banda, pero esta vez se la quita limpiecita Henryk
Kasperczak. El polaco corre por la izquierda unos metros y le manda un pase
al vacío, y algo pegado a la raya, a Grzegorz Lato; pero mal calculado, porque
el balón se va largo y cae primero Norman Hunter que la rechaz... ¡ah, no! El
defensor inglés – por exceso de confianza, o por ganas que siguiera en juego el
balón – quiso quedarse con la pelota, y trató de aguantarla para salir desde
abajo, supongo. En resumen, metió el pie de manera muy marica, lo que
aprovechó el aún desconocido Lato, que le caía de frente a plena carrera, para
robarle el balón y quedarse con él.
Lato no dudó, y con ese regalito caído del cielo siguió corriendo por la banda
como si estuviera quemándose; hizo la diagonal hacia adentro, vio como
llegaban por el centro y derecha como locomotoras sus compañeros
Gadocha y Domarski, ante dos defensas no más a cubrirlos a la desesperada, y
la mandó precisito para este último hacia la entrada del área. Domarski, ante la
presión de Hugues no la paró sino que disparó de una, con muchas ganas pero
no con una violencia así como decir “lo fusiló” y casi que al cuerpo de Peter
Shilton. Tiro atajable en teoría, pero Shilton puso mal el cuerpo y manitas de
algodón, y la pelota entró al arco inglés tras pegar en los guantes del portero.
Gol polaco en su primer tiro al arco de todo el encuentro, después de ser
invadidos y desbordados por todos lados, y que dejaba a los locales más
eliminados aún con ese 0-1 en medio del silencio ominoso del Wembley.
Fue un mazazo inesperado con tintes tragicómicos. Porque fueron los propios
ingleses los que ayudaron al gol: Currie al perder el balón en campo
rival, Hunter por dejársela quitar güevonamente y Shilton por sus manitos
delicadas ante el tiro atajable de Domarski. Años después Hunter declaró que
siempre lamentará “no haber mandado a la mierda ese balón hasta el palco
real”, y Shilton hizo lo propio lamentándose por no poner el cuerpo al
disparo... ya para qué hijueputas.
Los locales se fueron enseguida por el empate, se lo anularon – mal – dos
minutos después del 0-1 y al 63 lo obtuvieron gracias a un penal convertido
por Allan Clarke que olió fuertemente a compensación. Faltaban 27 minutos
para el pitazo final y los locales continuaron en la única que podían hacer: irse
al frente con conmovedor amor propio e indeclinable convicción. Es que, ¿qué
ibas a cambiar en la táctica? ¿Un partido en el que dominaste a placer, en el
que el rival ni siquiera se vio salvo en el gol – y eso por errores propios -, en el
que solo por la puntería fallida no lo estabas ganando por 4 o 5 goles de
ventaja? Algún cambio de hombre por hombre para refrescar y para intentar
con alguien con menos piernas de madera – Martin Peters por ejemplo, torpe
y a destiempo estorbó con frecuencia el ataque local – quizás hubiese
resultado, pero ya estamos entrando al terreno delicado de la especulación. Lo
cierto es que sir Alf solo metió un cambio (el único que hizo en los dos
partidos clave...) faltando cinco minutos, y como era de esperarse, nada aportó.
El resto del partido fue más de lo mismo, con los de blanco mandando carga
tras carga y haciendo llover balones al área rival, y los de rojo sacándolos con
creciente angustia y desespero. Hubo en el medio unos breves lapsos en los
que Polonia intentaba tener y circular la pelota, y por un momento lo lograron
y hasta casi terminan el asunto con dos contragolpes de Lato: en una lo
pararon con falta cuando encaraba solo frente a Shilton, en otra el portero se
la sacó de los pies. Pero en general el partido seguía siendo de los locales, que
lo único que lograron fue convertir el área polaca en un pinball, y en última
instancia hacer héroe a un cada vez más confiado (no “más
seguro”) Tomaszewski, que cortaba todo lo que le llegaba a riesgo de
desarmarse y por momentos se pegaba algunas voladas milagrosas. Como una
a quemarropa ante un disparo de Allan Clarke en el área chica, solo y frente a
él faltando 10 minutos, y que recordó después el delantero del Leeds United:
Ni siquiera podía ver a su arquero, había muchos cuerpos (...) el balón lo
mandé arriba y al ángulo y antes que toque la red yo me recuerdo haber
pensado “listo, ya está” mientras me daba vuelta para celebrar (...) y de
repente vi aparecer de la nada este brazo amarillo [el color del buzo que
usó Tomaszewski esa noche] y despejar el balón (...) no pudo haberla
visto, tuvo que haber sacado su brazo por instinto (...) ahí fue que pensé
“no va a suceder”.
Y no sucedió: con varias atajadas y más goles increíbles perdidos (al final hubo
un cabezazo tras un tiro de esquina que sacó apurado un defensor de la raya,
previa salida horrible de Tomaszewski) terminó el partido empatado a un gol.
Con esto clasificó Polonia a la Copa del Mundo de Alemania 74, en medio del
desconcierto general y la alegría, con mucho de alivio como saliendo de una
pesadilla, de los jugadores de rojo en el campo. Estaba todo consumado: la
vieja y orgullosa Inglaterra había sido eliminada en un partido absolutamente
anómalo e irrepetible, que habían dominado de una manera que muy rara vez
se ve en competiciones internacionales.
Black night
A estas alturas no podemos apreciar el impacto que significó la no clasificación
de Inglaterra en ese momento, pero para el mundo del fútbol fue casi-casi
como si quedase fuera hoy Alemania de un Mundial. La eliminación dejó
al país estupefacto, en un shock y trauma tan grandes que aún remecen hasta el
día de hoy. Sin exagerar: toda la nación futbolera quedó devastada
anímicamente, anonadada por el hecho de haber sido eliminados por un
equipo que consideraban inferior, y sobre todo, por la sensación de infortunio
que quedó tras no haber sido capaces de hacer siquiera un gol más, en un
encuentro que fácilmente podía haber quedado 6-1.
Y es que, viendo el partido con calma, cualquiera puede ver que, en parte por
física cagada, en parte por el empuje y nivel de los locales, y sobre todo, por la
diferencia de experiencia entre ambas escuadras, Polonia esa noche no hizo un
culo. Ni mierda, pareció tal cual un San Marino jugando contra
una Alemania necesitada de diez goles en Berlín. Entre la falta de
puntería inglesa, los reflejos de Tomaszewski en balones clave, y, en muy buena
proporción, en una arepa que parecía ser una compensación de la vida ante
tanta mala leche sufrida en su historia, Polonia se salvó esa noche de una
culeada durísima. Pero más que en hablar de una supuesta sal de los locales
(hablar de sal en fútbol es de mediocres) o de las virtudes de los otros, es más
realista destacar la impericia de los ingleses en aprovechar su superioridad para
meter la pelotica en el arco. Tres goles en cuatro partidos, de los que solo uno
de ellos fue de un delantero (y de penal) dice bastante de la ofensiva inglesa.
Pero a los polacos nada de eso les importaba, porque al final la felicidad fue
para ellos. Y bien aprovecharon el impulso: esa noche el Wembley fue el
principio del periodo más brillante de la historia del fútbol polaco, que incluyó
dos terceros puestos en los Mundiales de 1974 y 1982 y que finalizó con su
gris participación en México 1986. Para Tomaszewski en particular, la vida
también le cambió esa noche: le alcanzó para ser figura y titular de los suyos en
dos mundiales, y para dejar instalada un aura de respetabilidad general que, te
digo, no resiste una revisión de su actuación en este partido, con sus salidas
locas y a la bartola.
Esa noche fue para los ingleses la oportunidad perdida de consolidar la
progresión que llevaban desde 1966, y el punto en el que volvieron a
retroceder a niveles mediocres como selección. Sir Alf Ramsey fue despedido
por la FA en una decisión cuestionada por sus mismos jugadores, y con el ex-
Leeds United Don Revie al mando quedaron fuera de la Eurocopa 1976 y del
Mundial de 1978. Desde esa dramática e irreal noche de 1973, Inglaterra ha
acumulado solo fracasos y, cada vez más, se labra a fuego su rol de segundón a
nivel mundial… ya solo le queda el rock para sacar pecho…
Walter Winterbo om (izq), tras 16 años de fracasos con nuos con su selección fue reemplazado por
el gran Alf Ramsey (der), que ganó lo único relevante que decora las vitrinas de la FA
Varios de los tulares de los locales esa noche en Wembley, de izq a der: Colin Bell, Peter Shilton,
Paul Madeley, Roy McFarland, Allan Clarke, Norman “Bites yer legs” Hunter, Mick Channon
Una de las tantas salidas al bulto de Tomaszewski
Alivio y celebración
El glorioso veterano de 1966 Mar n Peters no lo puede creer. Al fondo Kevin Keegan, la futura
estrella inglesa de los 70, tampoco.
(
“La Guerra del Pacífico” en Eliminatorias: los mata-mata entre Perú y Chile por un
cupo al Mundial
Publicado originalmente el 8 mayo de 2018 por YoSoyElCarlos
Peruanos y chilenos se detestan con bastante fervor, y no solo en la vida diaria o en los
escritorios de los políticos, sino en cosas más importantes para la humanidad, como el
fútbol. Los encuentros que los enfrentan a ambos por partidos oficiales, se juegan con un
toque más de intensidad que lo habitual. Esto es así incluso para disputar el título de una
Copa Cafam, ¡ahora imagínate si pelean entre los dos por un cupo directo al Mundial! Lo
cual ocurrió no una sino tres veces, entre el periodo 1974 – 1986, y por acá te las
contaremos.
El dictador Morales Bermúdez, a la izquierda con la camiseta olorosa a grajo de Julio Meléndez (al
centro) y Marcos Calderón (derecha), entonando con fervor patrió co el himno peruano post
par do de clasificación en Lima en 1977. ¡La cara de “¿Cómo hijueputas hago para abrirme?” de
Meléndez!
Como países vecinos, Perú y Chile comparten varios aspectos comunes: la
calidez deslumbrante del pisco, la majestuosidad de sus montañas, la
inmensidad de su costa desértica, la belleza de sus mujeres. Las cosas que los
separan son muchas – como pasa en todos lados con países vecinos-, pero la
más notoria y ácida es la vieja rencilla derivada de la Guerra del Pacífico entre
1879 y 1883, esa en la que ambas naciones se enfrascaron en una áspera guerra
que terminó en goleada de visitante y robo de trapos a favor de los
chilenos. Algo que aún les arde especialmente a los peruanos hoy, es que su
país se involucró en esta guerra por puro sapo: el conflicto originalmente se
generó entre chilenos y bolivianos por causa de los impuestos y las
restricciones que el gobierno de La Paz impuso al comercio del salitre dirigido
por compañías chilenas en su litoral. Ante la negativa de los del Altiplano en
revisar este tema, el gobierno de Chile invadió territorio boliviano – comenzó
ocupando la en ese entonces boliviana Antofagasta – y Perú, que aparte de
tener un tratado secreto de defensa mutua con Bolivia, no tenía ni mierda que
ver en el asunto, movilizó su ejército. Ahí fue que Chile le declaró la guerra a
ambos, los atacó y venció en batallas sucesivas, y terminó ocupando Lima en
1881 en medio de desmanes, saqueos y abusos de los soldados chilenos a la
población civil, local y extranjera por igual. De allá recién se terminó de ir en
1883 y con las regiones de Tarapacá, Arica y Tacna (esta la devolvieron en
1929 a Perú) en el bolsillo.
La goleada en contra y la pérdida de territorio dejaron un trauma en la
sociedad peruana que aún persiste hasta hoy. Sobre todo porque desde
instancias oficiales y la historiografía nacional se han encargado de mantener
vivos los recuerdos de la derrota y pérdida de territorio, con un mensaje
revanchista que se transmite a todo nivel en Perú. Y cuando digo “a todo” es
tal cual: desde pelaítos, a los peruanos les meten en la cabeza en el colegio que
fueron víctimas de un despojo, y aún recuerdan nombres y fechas de batallas
(casi todas perdidas) y militares en calles y avenidas.
Esta tirria se nota también con el fútbol, obviamente, y se vivió con particular
intensidad durante tres eliminatorias en las que los dioses del morbo los
colocaron juntos a pelear por un cupo al Mundial. Pillemos.
Eliminatorias al Mundial de 1974: pasó Chile
Acuérdate que hasta 2002, el campeón mundial vigente tenía cupo asegurado
al torneo siguiente. Lo que para 1974 significó que Brasil tenía su tiquete a
Alemania ya listo, y quedaban nueve selecciones sudamericanas peleando por
sus tres tradicionales cupos al Mundial. Mejor dicho, por dos y medio, porque
la FIFA decidió mandar a un repechaje intercontinental al ganador del Grupo
9 europeo con el del 3 sudamericano por uno de los 16 clasificados. Y el
Grupo 3 sudamericano agrupó, precisamente, a los protagonistas de este
texto: Chile y Perú, con Venezuela como inevitable colado.
Era la primera vez que se enfrentaban los viejos enemigos por eliminatorias
mundialistas, después de cuatro participaciones chilenas (de las que clasificó
solo en una, en 1966: los mundiales de 1930 y 1950 los jugó sin disputar
eliminatorias y el de 1962 por ser sede) y peruanas. Resultó que Venezuela fue
bajada por la FIFA debido a líos entre la Federación y su liga profesional, lo
que dejó el grupo convertido en la práctica en un Clásico del Pacífico a ida y
vuelta en plenas eliminatorias. ¡Imagínate la tensión en ambos lados de la
frontera!
Los que mejor venían - al menos en el papel - eran los de la banda cruzada,
que por primera vez en su añejísima historia futbolística tenían ya montado un
equipo con jugadores de talla continental y hasta mundial. Teófilo Cubillas,
Hugo Sotil, Héctor Chumpitaz, Juan José Muñante, Ramón Mifflin y Roberto
Challe, entre otros, derrochaban calidad y clase de esa de la que aún los viejos
cacrecos en cualquier cuchitril de Lima hablan con emoción. Con ese combo
los peruanos alcanzaron a llegar hasta cuartos de final en el Mundial anterior;
los chilenos, en cambio, habían faltado a México 70 al ser eliminados
por Uruguay. Pero para estas Eliminatorias tenían una armada bien ídem, con
varios que hoy son leyendas históricas del fútbol telúrico, como los
centrales Elías Figueroa, por esos días ídolo en Internacional de Porto Alegre
y Alberto Quintano, los delanteros Carlos Caszely, Osvaldo “Pata
Bendita“ (!) Castro y Sergio Ahumada.
Los peruanos quisieron hacer las cosas con seriedad y contrataron al
prestigioso entrenador húngaro Lajos Baróti. El magyar lucía un amplio
historial dirigiendo la selección de su país, a la que clasificó a los mundiales de
1958, 1962 y 1966, y con la que ganó oro en los Juegos Olímpicos de 1964; un
palmarés impresionante para esos días (hoy un Checho Batista te gana el oro
olímpico y aun así no suena ni para el Atlético Bucaramanga). Pero la cosa no
engranó: bajo el mando del DT europeo, la selección peruana se fue de gira
preparatoria por América y Europa entre abril y junio de 1972, en la que
perdió contra México, Escocia, Países Bajos y Unión Soviética, y empató
contra Colombia, Rumania y un combinado del Magreb (Argelia y Marruecos).
El hecho que fueron partidos preparatorios, y que no se le ganó a equipos en
general de buen nivel no se tuvo en cuenta, y el descontento de la desde
siempre tóxica prensa peruana, además de rumores como que Baróti nunca se
hizo entender de sus jugadores – literalmente, por el tema del idioma -,
envenenaron el ambiente de tal modo que llevó a que la FPF eyectase al
húngaro del cargo en septiembre de 1972.
Su reemplazante fue el uruguayo Roberto Scarone, entrenador con un
palmarés pesadito: dos Libertadores y una Intercontinental con Peñarol, un
subcampeonato también de Libertadores con Universitario de Deportes, más
varios títulos de liga en Perú y Uruguay, adornaban su CV de manera
tranquilizadora para el respetable. Scarone comenzó mal (en su debut perdió
0-2 contra Argentina en Lima) pero poco a poco recompuso el camino
ayudado por una seguidilla de victorias en amistosos y Juegos Bolivarianos, lo
que le dio a la afición tranquilidad para lo que se venía. Era un panorama
esperanzador, aunque falta mencionar que sus rivales derrotados en ese paseo
triunfal fueron del calibre de Guatemala, Panamá,
Bolivia, Colombia, Paraguay y hasta clubes (como San Lorenzo de Almagro...).
¿Los chilenos? Confiaron su destino al producto local: el veterano Luis “El
Zorro” Álamos, multicampeón en la liga de su país y que ya había clasificado a
su selección al Mundial de 1966. Bajo su mando los de La Roja jugaron
algunos amistosos por su lado y esperaron confiados, o al menos tranquilos.
La ida de la serie entre ambos por esas Eliminatorias se jugó en el Estadio
Nacional de Lima un 29 de Abril de 1973, en una tarde en que, dicen las
crónicas,
(…)… hasta brilló el sol (...) en ese recordado marco la gente en las
tribunas cantaba “Perú Campeón”, al son de los acordes de la banda de
la Benemérita Guardia Republicana (...). Un director de barras, en los
prolegómenos del juego, se animó a bailar una marinera con una guapa
muchacha.
Qué locura, llave. Los locales ganaron esa tarde con dos goles del
gran “Cholo” Sotil (el primero jugadón previo entre él y Cubillas, el segundo
un fierrazo) que rompieron el planteamiento ultradefensivo de los chilenos. 2-
0, el peor resultado posible según los ezpezializtas, pero iban con ventaja a la
vuelta.
El resultado al parecer – según las crónicas de la época – llenó de confianza
excesiva a unos y bajoneó bastante a otros. Para la vuelta el 13 de mayo de
1973, en una Santiago enrarecida por el nocivo ambiente imperante en los
últimos meses del gran Salvador Allende, los peruanos estaban más confiados
que arquero en mano a mano con el Pipita Higuaín en una final, y repitieron
nómina y planteamiento. Los locales, obviamente urgidos por el resultado de
ida, se mandaron con tres delanteros de entrada para torcer el asunto. Pero casi
no les resulta, porque ante un combinado blanquirrojo muy bien plantado
abajo y arriba, los de rojo cagaron ácido muriático hasta el minuto 23 del
segundo tiempo , en el que el ingresado Julio Crisosto aprovechó un jugadón
de Sergio Ahumada y las manitos de mantequilla del portero
peruano Uribe para poner el 1-0. Y enseguida, el golpe final: tres minutos
después el mismo Ahumada se fabricó él solito la jugada con la que puso el 2-0
que no se movió más. Todo igualado y a desempatar en terreno neutral.
El partido de desempate se programó para el 5 de agosto de 1973 – ¡casi tres
meses después! – en el Centenario de Montevideo. Una infinidad de tiempo
que los peruanos aprovecharon de manera muy diligente para auto
cuestionarse y llenarse de dudas. Sobre todo su técnico, que fue duramente
criticado por la florida prensa peruana por sus decisiones en el partido de
vuelta, particularmente por haber reemplazado al crack Teófilo Cubillas a los
12 del segundo tiempo con el marcador aún en cero. Para rematar al propio
Cubillas la prensa le estaba dando garrote en forma, acusándolo dizque de
estar pensando más en su inminente paso al fútbol europeo (al Basel suizo)
que en la selección.
Total que para el partido decisivo en el Centenario, Scarone decidió incluir
a cinco jugadores que no estuvieron en la vuelta en Santiago: Orlando de la
Torre, Carlos Carbonell, Ramón Mifflin, Juan José Muñante y el
delantero Héctor “Atómico” (!) Bailetti, este último reemplazando a... Teófilo
Cubillas, al que una (abro comillas con los dedos índice y medio de cada mano,
agito varias veces) lesión (ídem) le impidió estar en la convocatoria. Al menos
esa era la versión oficial: lo que se decía en voz baja era que el DT Scarone y el
crack peruano no se podían ni ver, y por eso el uruguayo no lo quiso llevar a
Montevideo. El caso es que el mismo Cubillas confirmó en ese momento lo de
su lesión y hasta públicamente apareció vendado y con bastón (pero años
después desmintió él mismo en una entrevista que estuviese lesionado… ¿y
entonces?). Si no fue por lesión, qué cipote de burrada del DT uruguayo.
La otra fuente de dudas, y muy copiosa, era por el lado de la portería: el titular
en el arco peruano era Manuel “Chicho” Uribe, portero de Defensor Lima,
que había debutado con su selección en la mencionada gira internacional de
1972 de Lajos Baróti. Pero parece que el hombre en cada partido exhibía
menos seguridad que el Microsoft Security Essentials, y comenzó a flotar en el
aire la necesidad de contar con un arquero más confiable. Ante el fracaso de la
propuesta de nacionalizar al arquero argentino Horacio Ballesteros – la idea
fue rechazada por un sector de la prensa y vetada por el propio presidente del
país -, surgió el nombre de, pon atención, Ottorino Sartor, conocido allá con el
glorioso apodo de “El Blindado de Chancay”, que alternó algunos partidos
amistosos bajo Scarone pero al que no convenció del todo. Sartor después fue
el titular durante todos los juegos del Perú de la Copa América de 1975, en la
que fueron campeones, y hoy es considerado uno de los últimos grandes
arqueros nacidos en Perú. Pero para Scarone el titular fijo, a pesar de las dudas,
era Uribe, que precisamente en ese momento había perdido la titularidad en su
club, y que además, o por causa de, estaba con menos ritmo que gringo
bailando vallenatos, y para rematar, con visible sobrepeso.
Pero del nivel del portero o del merequetengue de Cubillas casi nadie se
acordaba a punto de terminar el primer tiempo en el partido de desempate
Montevideo. A los 45 minutos Perú iba ganando con autoridad por 1-0, en un
partido intenso y parejo, con ocasiones de gol para ambos equipos en medio
de una respetable afluencia de gente al estadio. El gol peruano fue obra
de Bailetti a los 40 minutos del primer tiempo, después de una jugada
de Roberto Challe coronada con un ramalazo del delantero al ángulo, y con esa
ventaja el equipo peruano se iba al descanso pensando en cómo aguantar para
lograr la clasifica... ah, no, momento. Ya en tiempo de compensación del
primer tiempo vino el infortunio/la cagada; a los 45 min y monedas hay falta a
favor de Chile, y cuando los peruanos aún estaban acomodándose en la
barrera cobró a lo chileno (o sea, a traición) Francisco “Chamaco” Valdés; el
portero Uribe reaccionó a destiempo por estar acomodando la barrera (…) y
chaz, gol y 1-1 al descanso: el famoso gol sicológico que le daba moral a uno y
le llenaba el cogote de interrogantes y reproches al otro.
A los 13 del segundo tiempo vino la remachada: un chileno manda un ollazo
como desde 800 m al área peruana, el portero Uribe que sale como pelaíto
miedoso tratando de agarrar algo en medio del cargamontón de una piñata, el
defensor Navarro se queda y desde atrás aparece el chileno Rogelio
Farías, que toca con la uña del dedo chiquito del pie el balón antes que este
pique. El rebote o la acción del chileno o la duda metódica aturdieron al
portero “Chicho” Uribe y esto lo mató, porque el balón se lo comió vivito, y
terminó entrando casi como con pena a su arco. 2-1, y Perú pasó de tener
medio tiquete a Alemania 74 a tener que remontar para no quedarse afuera.
El resto del partido los peruanos se mandaron furiosamente con todo a buscar
el empate, ante lo cual los chilenos asumieron la consigna de jugar al toque
corto y a circular el balón; algo muy sensato considerando que el medio
peruano derrochaba calidad pero tenía menos marca que la ropa de un Todo a
Diez Mil. Con eso les bastó para controlar los embates de la banda cruzada,
pero también fueron ayudados por las decisiones del técnico Scarone, que, por
ejemplo, reemplazó a una gloria curtida de batallas trascendentales como
el “Cholo” Sotil por un debutante Juan Carlos Oblitas, aún biche para estas
lides. Y el marcador no se movió más: clasificó Chile al
repechaje intercontinental y Perú quedó en el camino de manera algo
inesperada.
Lo que pasó con los chilenos después todos lo sabemos: pasaron al mundial
tras el vergonzoso play-off contra la URSS en una Santiago mancillada por las
botas asesinas de los militares chilenos. El DT Álamos no pudo dirigir a su
selección en el Mundial por motivos de salud y fue reemplazado en Alemania
por su ayudante; pero la gloria de haber llevado a su selección a dos mundiales
nadie se la ha quitado hasta el momento.
Por el lado peruano el golpe de no haber clasificado al Mundial con un
equipazo de primer nivel, y para remate por causa del odiado rival de toda la
vida, pegó fuerte. Consumada la eliminación se generó la tradicional ronda de
repartija de culpas y acusaciones entre periodistas, dirigentes, políticos y demás
cosos; el principal señalado fue el técnico Scarone por sus decisiones – o falta
de ellas – y por el manejo turbio con Teófilo Cubillas. El DT uruguayo fue
echado del cargo tras el fracaso, volvió a dirigir al Universitario y poco después
cayó al fútbol argentino. Mejor le fue a su antecesor Lajos Baróti, que retornó
a la dirección técnica de la selección de su país dos años después, y los clasificó
al Mundial de 1978 (la cuarta ocasión bajo su mando).
Pero el que peor lo pasó fue el portero peruano “Chicho” Uribe, que nunca
volvió a jugar con su selección, y quedó con la pesada carga porsiemprejamás
de sus cagadas en los dos goles en Montevideo. La prensa y afición lo
fustigaron tanto por su actuación, que unos años después terminó tomando la
decisión más horrible de todas: irse a jugar a un club de la liga ecuatoriana.
Pobre man…
Eliminatorias al Mundial de 1978: la revancha de Perú (una que les
salió...)
La selección peruana se rehízo rapidito del cimbronazo anímico de la
eliminación de 1973 al ganar la Copa América de 1975. Lo mejor para ellos fue
que además, quedaron campeones continentales dándose el gusto de eliminar a
sus enemigos del sur en primera fase, tras empate en Santiago a un gol y
victoria de local en Lima 3-1. Triunfazo que le dio una muy merecida gloria ad
aeternum a cracks como Julio Meléndez, Chumpitaz, Gerónimo Barbadillo,
“Cholo” Sotil, Cubillas y Juan Carlos Oblitas, entre otros. Como para seguir
alimentando el morbo, el azar quiso que se encontraran de nuevo los viejos
enemigos en las eliminatorias para Argentina 78, al emparejarse en el grupo
con Ecuador (un invitado de circunstancias por esos tiempos) por un cupo al
Triangular final que se jugaría en Cali para definir los dos clasificados directos
por Sudamérica (ya Argentina tenía el tercer cupo por ser el país sede).
Ahora, si el ambiente en los partidos entre Chile y Perú era de por sí pesado,
para 1977 estaba más denso que el “Pornography” de The Cure. Por esos días
flotaban en el aire rumores de una inminente guerra entre ambos países, y no
hablo de “guerra futbolística”: el dictador peruano Juan Velasco Alvarado al
parecer quería conmemorar el inminente centenario de la Guerra del
Pacífico con la reocupación por parte del ejército de los territorios perdidos
con los chilenos; incluso se había gastado un buen billete comprándole un
montón de armamento a la Unión Soviética.
Los milicos chilenos estaban a la expectativa, y al parecer no tenían muchas
ganas de meterse en una guerra en la que se veían inferiores en recursos y
ejército; por eso hasta hablaron con ese maravilloso ser humano llamado
Henry Kissinger para ver si les daban una manito y así tener el aval para atacar
a Perú de manera preventiva, alegando enrevesadas razones
geopolíticas (Kissinger les dijo tajantemente que no). Total que la segunda
mitad de los 70, en la pelada y desértica costa Pacífica de Sudamérica
abundaron rumores de invasión y movimientos de tropas de ambos países de
lado y lado de la frontera.
Bajo este ambiente festivo, el 20 de febrero de 1977 inició el grupo de
Eliminatorias con el partido entre Ecuador y Perú en Quito. Los peruanos
comenzaron ganando con gol de un enchufado Juan Carlos Oblitas, pero el
árbitro concedió a los de amarillo un penal más sospechoso que partida de
nacimiento de futbolista africano sub 20, y los locales terminaron empatando
el partido. Resultado que les ardió en el alma a los peruanos, más aún cuando
en la segunda fecha les tocó a los chilenos visitar a Ecuador y se llevaron la
victoria por 1-0, con lo que estos quedaban con toda la ventaja en caso de
igualdad en los enfrentamientos mutuos. O sea que para el siguiente partido
que los enfrentaba a ambos en Santiago el 6 de marzo, los chilenos tenían la
oportunidad casi de sentenciar el grupo, porque en caso de ganar solo
necesitaban después derrotar a Ecuador en casa para ya asegurar su
clasificación, sin importar lo que pasara en el último partido en Lima.
La tenían peluda los peruanos, pero para esta vez, a diferencia de 1973, estaban
más preparados. Comenzando porque en el banco contaban desde hace un par
de años con un zorro del fútbol peruano, Marcos “El Chueco” Calderón,
entrenador del equipo peruano campeón de América de 1975 y unánimemente
respetado por hinchada y jugadores. Esto último en particular es muy
meritorio, considerando que manejar a futbolistas peruanos es más difícil que
ver a un blanco gane la prueba de 100 m en los Juegos Olímpicos. El equipo
era la misma base que alcanzó la gloria en 1975: Chumpitaz, José Velásquez,
Cubillas, Sotil, Oblitas, Muñante, Percy Rojas, Barbadillo, entre otras glorias.
Los chilenos, por su parte, estaban dirigidos por un tal Caupolicán Peña (no
puede negar la nacionalidad con ese nombre el hijueputa), técnico respetado
en su país, que hasta esa fecha había conseguido la cantidad de, déjame
contar... a ver: cero títulos. Caso contrario a lo que pasaba en 1973, esta vez el
de los vergueros internos era Chile: el legendario delantero Carlos Caszely fue
vetado de la selección para disputar esas eliminatorias. Al pobre Caszely se la
tenían montada fuertemente los militares en el poder por su conocida filiación
izquierdista, dándole como a cajón mal cerrado desde los medios oficialistas,
que solo lo mencionaban cuando la cagaba, y en cambio se la pasaban dándole
pantalla al afín al régimen Elías Figueroa. A pesar de esto y de un desinterés
total de los dirigentes por él, el gran Caszely comía callado y seguía poniéndole
ganas a su selección, incluso llegando a pagarse él mismo los pasajes aéreos en
varios encuentros. Pero llegó el punto en que las indirectas no funcionaron y el
baneo fue directo: las autoridades milicas le ordenaron al entrenador de la
selección no llamar a Caszely para las Eliminatorias, y Peña no fue capaz de
oponerse. Total que el gran delantero no participó de la serie y esto le quitó un
referente de ataque a La Roja para lo que se venía.
Como era de esperar el ambiente para el partido en Santiago estaba caldeadito,
con miles de chilenos bramando por la victoria y confiados en su superioridad.
Pero los peruanos no eran maricas: cuenta la leyenda que cuando los de la
franja salieron a calentar a la cancha antes del partido, se encontraron con los
chilenos haciendo lo mismo a pesar que ya estaban estipulados los horarios
para ambos. Pero en vez de devolverse o entrar en el manoseo de la discusión
inútil y el yo te dije que iba a estar a esta hora y no tú no me dijiste y que sí y
que no y qué hacemos, don Marcos Calderón se azaró todo y le ordenó a sus
jugadores a gritos: “Entren carajo, entren, que estos chilenos no nos van a
bajar la moral”, lo que remató braveando al pobre Caupolicán Peña con un
peruanísimo “¡Tú no me conoces, huevón, a mí no me vas a ganar con
cojudeces!”. ¿Qué hizo el DT chileno? Se fue mansamente con los suyos de la
cancha, deshaciéndose en disculpas y dejándole el campo a los peruanos
para calentar: le hicho achí.
Ya en el encuentro, los chilenos comenzaron ganando con gol de Ahumada a
punto de terminar el primer tiempo, pero los visitantes empataron con un tiro
desde fuera del área direccionado con GPS por Juan José Muñante a los 25 del
segundo tiempo. El resultado se quedó así y Perú emparejó el andar que había
comenzado chueco.
Con las previsibles victorias de chilenos y peruanos de locales ante Ecuador, el
asunto se definía en el encuentro entre ambos en la última fecha, el 26 de
marzo de 1977 en un Nacional de Lima que estaba hasta las tetas de gente tan
enfervorizada que tenían ganas de terminar el cotejo retomando Arica. Al
respecto declaró años después el jugador chileno Rodolfo Dubó: “Siempre ha
sucedido que cuando se viaja a Perú la selección chilena no es recibida muy
cordialmente. Y aquella vez no fue una excepción”.
Gracias, Rodolfo. O como dijo el central Alberto Quintano:
En Eliminatorias, Chile y Perú tienen toda una historia. En algunos
momentos se generó una situación conflictiva porque entre los dos
países, al margen de la parte deportiva, se vivían otro tipo de
animosidades en lo político. Y los partidos no eran sólo la consecuencia
de los 90 minutos sino que también influían las posiciones
gubernamentales de cada país.
Uffff, rompió el cassette para declarar el hp.
A Perú solo le servía ganar, y tal vez por eso los nervios le jugaron en contra
en un primer tiempo en el que no encontraron claridad, ante unos chilenos
que estaban todos con el culo pegado a su arquero Vallejos. Pero todo se
resolvió a los 4 minutos del segundo tiempo: Muñante mandó un centro por la
derecha al área chilena, que es cabeceado a gol por los 1.67 m de altura
del Cholo Sotil en medio de los dos altos centrales Figueroa y Quintano (!). 1-0
y el delirio en un Nacional que estaba ya hecho un aquelarre de euforia. Y solo
cinco minutos después se terminó de hundir el buque chileno con el
segundo gol local a cargo de Oblitas: 2-0. Resultado que no se movió más, y
que implicó la clasificación peruana en un estadio doblemente despelucado
con la locura de la victoria y con la ñapa de la eliminación de los odiados
chilenos.
Con el pitazo final, el público se dejó llevar e invadió la cancha, en una marea
feliz que paseaba en hombros a los gozosos jugadores y técnico. Los de la
radio y televisión también estaban desatados, celebrando más que informando,
aullando en sus micrófonos en medio de aficionados metidos en la recocha,
todos eufóricos y llorosos, muchos ondeando furiosamente banderas peruanas
y cantando el himno. Incluyendo al dictador peruano Francisco Morales
Bermúdez, que había reemplazado en el cargo a su colega Velasco dos años
atrás. El presidente peruano bajó de su palco, entró a la cancha y fue a donde
el gran Julio Meléndez a pedirle la camiseta, según se dice con la frase
dizque “Dame la camiseta que ahora la quiero sudar”. El capitán peruano se
quitó su camiseta, y así toda sudada se la enfundó al dictador, que acto seguido
se puso a cantar a grito pelado el himno del Perú a dúo con un confuso
Meléndez, a los que al final se les uniría un emocionado DT Marcos
Calderón. La hinchada aprovechó el momento para pedir a coro la suspensión
del toque de queda para esa noche, para así poder celebrar sin peros; el
dictador aceptó bonachonamente y el pueblo volvió a estallar de alegría. Juro
que es cierto esto que acabo de contar: ni un Gabriel García Márquez viendo
volar una casa sobre Aracataca se inventaba algo así.
Perú terminó clasificando al Mundial junto con Brasil en el triangular de Cali,
jugado en julio de ese mismo año. Marcos Calderón dirigiría a su selección en
el Mundial de 1978, en el que hicieron un muy buen papel en primera ronda, y
en segunda se desfondaron (con transacciones comerciales de containers de
trigo incluidas). Luego de ese Mundial, Calderón dejó la selección y se
mantuvo vigente en el fútbol local, ganando campeonatos con Universitario,
Sport Boys y Sporting Cristal entre 1979 y 1985. Murió en 1987 en el accidente
aéreo del avión de Alianza Lima. Por su parte, los chilenos no asimilaron la
derrota y echaron al carajo a Caupolicán Peña; lo reemplazaron con Luis
Santibañez, con el que les fue mejor: los clasificó a España 1982.
Antes de proseguir vamos con otro dato de color: hace poco un periodista
chileno develó que en la noche del partido, los servicios de inteligencia
chilenos aprovecharon la coyuntura que todo el Perú estaba enfarrado,
bebiendo o culeando, y enviaron aviones Hawker Hunter a espiar una base
aérea camuflada en la región sureña de Arequipa. Sí: sobrevolando
directamente el territorio peruano sin que nadie en ese país se diera cuenta...
según esta historia, el ejército chilenazi tenía esto previsto de antemano, por lo
que apenas consumada la eliminación enviaron los aviones espía. Win-win
situation…
Eliminatorias al Mundial de 1986: pasa Chile (pero ambos quedaron
fuera)
Parece que tres duelos directos en un lapso de cuatro años no eran suficientes
para elevar la temperatura en el pelado y yerto litoral occidental de Sudamérica.
La suerte (¿o la Conmebol en mode_morbo?) hizo que se presentara otro
Clásico del Pacífico en las semifinales de la Copa América 1979. ¡El cuarto mata-
mata entre ambos enemigos en torneos grandes en un lapso de seis años! En
esta ocasión se impusieron los chilenos, que además dieron un vergazo de
autoridad al ganar en la ida en Lima 2-1 (para que veas tú, ambos goles del
rehabilitado Carlos Caszely), por lo que el empate sin goles en Santiago les
bastó para pasar a la final, que terminarían perdiendo contra Paraguay en triple
partido.
La seguidilla de duelos se interrumpió para el Mundial de 1982, al que tanto
peruanos como chilenos clasificaron jugando Eliminatorias en grupos
diferentes. Tampoco se vieron las carátulas en la Copa América de 1983, en la
que Perú llegó hasta semifinales y Chile quedó fuera en primera ronda con
tintes de churreteada: solo tenían que ganarle a la horrible Venezuela – que
había perdido todos sus juegos - en el último partido del grupo para pasar a
semifinales, y nones: 0-0. Con esta pifiada el clasificado de su grupo fue
Uruguay, que se enfrentó en las semis a…Perú. ¡Chúpate esa!
Parecía que la racha de clásicos peruano-chilenos en partidos por los puntos ya
había parado, y más cuando para las Eliminatorias a México 1986 los eternos
rivales fueron agrupados en zonas distintas: esa vez la Conmebol armó dos
grupos de a tres selecciones y uno de cuatro, de los que el primero de cada
combo clasificaba al Mundial y los segundos – más el tercero del grupo de a
cuatro – jugaban un playoff por el cuarto cupo de la Conmebol. A Perú le tocó
contra Argentina, Colombia y Venezuela, en un grupo en el que los de la franja
cruzada exhibieron grandes momentos de fútbol junto con lagunas
inexplicables ante rivales fáciles. Los peruanos tenían aún un
equipazo impresionante, con veteranos gloriosos como Oblitas, Barbadillo,
José Velásquez o César Cueto, junto con otros más recientes pero de igual
calidad como Jorge Olaechea, Franco Navarro, el grandísimo (de pie no
joda) Eduardo Malásquez (no se sienten, cacorros) y Julio César Uribe, con los
que hicieron parir piñas a los argentinos por el cupo al Mundial.
Finalmente fueron los albicelestes los que agarraron el primer lugar, gracias no
tanto a sus encuentros contra los peruanos – muy parejos – sino porque estos
últimos se hicieron caquita contra nosotros: los puntos perdidos en Bogotá y
Lima los condenaron a tener sí o sí que ganar en el último partido en el
Monumental. Y en el que fue una exhibición casi gloriosa de fútbol, clase,
garra y huevas de los peruanos – tal vez la última en toda su historia hasta hoy
-, estos remontaron el 1-0 de Pasculli a los 10 minutos con dos pepas de José
Velásquez y Gerónimo Barbadillo en el primer tiempo, se sobrepusieron a la
lesión del gran Franco Navarro por la criminal patada del burro de Julián
Camino, y aguantaron con toque ochentoso y muchas ganas el partido hasta
los 80 minutos, cuando vino el gol de Gareca (ayudado por falta previa de
Pasculli a Chirinos). Por estico y con todo en contra, Perú casi le quita el
cupo a Argentina en el Monumental; pero no pudo ser y se fueron (junto
con nosotros que quedamos terceros con bastante hambre) al repechaje.
Chile por su lado tampoco pudo ganar su grupo: el empate a un gol en su
debut en Quito fue más letal que un pronóstico optimista de cierto periodista
deportivo colombiano de doble apellido, porque al final fue la diferencia que
impidió superar a los uruguayos – que sí ganaron en Ecuador – en puntaje.
Los chilenos tenían algunos nombres respetables: el gran portero Roberto
“Cóndor” Rojas, Jorge “El Mortero” Aravena, Patricio Yáñez y Juan Carlos
Letelier, que no era una sinfonía pero sí un combo muy jodido. El otro
convidado a la repesca fue Paraguay, segunda del grupo de Brasil con una
victoria (a Bolivia), dos empates y una derrota. Total que el sorteo quiso que se
repitiera, otra vez, el Clásico del Pacífico en un mata-mata por Eliminatorias,
mientras que en la otra llave peleábamos nosotros con Paraguay: los
vencedores de ambas series se enfrentarían a doble partido por el cuarto cupo
sudamericano a México.
Por la calidad de la nómina Perú le llevaba un tramo de ventaja a Chile, pero
por nivel en el momento estaban parejitos: aquellos derrochaban más magia en
sus botas pero eran más irregulares (y no olvidemos el temita de la edad de
algunos de sus pilares), los otros no eran tan vistosos pero eran más sólidos.
Así que la ida en Santiago, el 27 de octubre de 1985, pintaba para ser un
partido parejísimo.
Pero no lo fue por una razón: por Eusebio Acasuzo, el portero de los
peruanos. El veterano arquero, en ese momento sin equipo, tenía ya varios
años de haber alternado en el arco de los de la franja, sin ser considerado así
como quien dice a este man no lo saca del puesto nadie, carajo (el DT Elba de
Padua Lima “Tim” lo mandó al banco en vez de a Ramón “Chupete” Quiroga
durante todo el proceso de España 82). Pero tampoco era cualquier
improvisado, y de hecho había cumplido con soltura en su rol como titular en
las Copas América de 1979 y 1973, y durante toda la eliminatoria que nos
ocupa… hasta este partido en Santiago, en el que se pegó una de las quemadas
más horribles que se recuerden de un arquero en un partido internacional.
Veamos cómo fue: como era de esperar, desde el pitazo inicial los chilenos
salieron a comerse a los visitantes para encontrar la ventaja. Al minuto 6 el
juez pitó bien una falta en la banda izquierda peruana, a unos 20 metros del
arco. El encargado de cobrarla por los chilenos fue el de siempre, el temible
“Mortero” Aravena, que generalmente la mandaba al arco sea para encholarla
en el ángulo, sea para quemarle las manos al arquero, o al menos para
enculebrar a este y a los defensas con un tiro envenenadísimo. Pero en este tiro
en particular no había un peligro inminente, porque el cobro era bien de
costado; tanto que peruanos y chilenos se ubicaron esperando el centro. El
caso es que cobró Aravena y le salió un tiro no blandito pero tampoco un
misilazo: medio de fly y directo al arco peruano. Pero la pelota rebotó antecito
de la raya, y Acasuzo – que estaba bastante hacia el otro palo, pendiente del
centro – no solo reaccionó lento sino que calculó mal y puso
manitas_de_algodón: 1-0 con todo un mundo por jugarse.
Apenas dos minutos después, Cueto se dejó quitar la pelota de un
hiperacelerado Aravena, que la tiró al borde del área para Hugo Rubio quien,
marcado con muchísima paja por Toribio Díaz, manda un tiro algo
esquineado, no muy fuerte y rastrero al arco peruano. ¿Y que hizo Acasuzo?
¡Ni se agachó! Como esos viejos que ponen a tapar en una recocha
improvisada en un paseo de finca, el pobre Eusebio le metió la mano
delicadamente, sin tirarse, revolcarse o al menos meterle el pie, y se le coló
adentro. 2-0 y ni habían pasado 10 minutos. Y seis minutos más tarde, el
mazazo: con los unos llenos de moral y los otros aturdidos, vino el 3-0 tras un
rebote que tomó Alejandro Hisis y metió bien pegado al palo derecho de
Acasuzo, al que al menos en este no se le puede echar tooooda la culpa (siendo
cositero, uno con más reflejos la sacaba).
Resumo: a los 14 minutos del partido de la ida, ya Chile iba ganando 3-0 casi
que con tres tiros al arco. ¡Imagínate! Ni el chileno más fumado se le hubiese
ocurrido estar con esta situación tan a favor. Con todos los ojos encima de él,
el pobre Acasuzo siguió unos minutos más en cancha pero en automático,
derrochando por cada poro una sensación de balón merodeando = ocasión de
gol que no se la podía quitar de encima. Tanto que a los 24 minutos, el
DT Roberto Challe (mundialista en 1970, y entrenador de la selección desde la
cuarta fecha de estas eliminatorias) no aguantó más y decidió reemplazarlo por
el aún más veterano Ramón Quiroga, el mismo de los mundiales 1978 y 1982 y
del que todos creíamos ya que era una reliquia del pasado. El cambio no fue
del todo ilógico, pero si fue una quemada pública impresionante para Acasuzo,
que jamás volvió a jugar para su selección.
Con el incómodo asunto del arquero resuelto, Perú apretó y descontó
con Franco Navarro antes de terminar el primer tiempo; en el segundo tiempo
emparejó las acciones, pero un penal de Aravena los remachó, y con otro gol
de Navarro dejaron el asunto en 4-2, más o menos remontable. Pero qué va: el
peso de la diferencia y la cagada en Santiago fueron muy fuertes para los
peruanos, que en la vuelta en Lima – con Quiroga en el arco – el 3 de
noviembre siguiente, no vieron media y perdieron 1-0 con gol de Aravena de
tiro libre. Con esto pasó Chile al playoff final contra Paraguay (que se había
bajado a Colombia sin muchos problemas), en el que la clase de Julio César
Romero, Adolfino Cañete, Roberto Cabañas, Rogelio Delgado, y “El Gato”
Fernández, entre otros, fue demasiado para los chilenos: los guaraníes se
fueron a México con un 3-0 en Asunción y 2-2 en Santiago.
Este repechaje marcó oficialmente el fin del fútbol peruano como potencia
sudamericana. Sea por falta de recambio generacional, o porque se les acabó la
mecha, lo cierto es que desde ahí Perú no consiguió más que triunfos morales
y victorias sin efecto práctico, hasta que – casualmente - el escritoriazo chileno
les abrió las puertas en 2018.
Y lo que también se terminó en 1985 fueron los duelos directos por cupo al
Mundial entre estos rivales de toda la vida. Salvo los inevitables
enfrentamientos en los Todos_contra_Todos de Eliminatorias a partir de 1998,
nunca más se volvieron a encontrar en un mata-mata por la clasificación a un
Mundial. Y ahora que va a clasificar hasta las Islas Galápagos por la Conmebol
a ese Mundial de 48 equipos, menos...
Oficiales bolivianos posando coquetamente para la lente en la Guerra del Pacífico... con razón
perdieron la guerra...
La nómina chilena que ganó en la vuelta en San ago en 1973. El primero de abajo a la izquierda es
el famoso Carlos Caszely
O orino Sartor, “El Bilndado de Chancay”. Con ese nombre y apodo ya se garan zó el libro de la
inmortalidad
Aquí podemos ver justo el cuadro de cuando al arquero peruano Uribe se le rompe el corazón en el
desempate de 1973
La selección peruana de 1977. Los cuatro primeros son Ramón Quiroga, Juan Carlos Oblitas, So l y
Cubillas. El sexto es el inmenso José Velásquez, Muñante el antepenúl mo y Chumpitaz el
penúl mo. Equipazo.
El gran Neil deGrasse Tyson aka, Marcos Calderón (a la derecha) con el Cholo So l, en medio de una
celebración
El portero Eusebio Acasuzo, el gran protagonista de los enfrentamientos de 1985
En el gol de Hugo Rubio, Acasuzo tuvo menos reacción que Gustavo Cera
La Agonía de Doha
Publicado originalmente el 27 de octubre de 2017, por YoSoyElCarlos
Historias como estas que vamos a contar hacen que las Eliminatorias a los Mundiales de
fútbol sean una de las creaciones más épicas y hermosas de la humanidad entera. Vamos a
contarles acerca de “La Agonía de Doha“, un partido que, aunque en su momento por estos
lados ni lo sentimos, marcó uno de los momentos más recordados y dramáticos de la historia
de las Eliminatorias de la FIFA en todos los tiempos.
El derrumbe
Solo en tiempos recientes los japoneses han medio sacado la cabeza con el
fútbol: por lo menos han logrado aparecer cada cuatro años en los álbumes de
Panini de los Mundiales. Si hoy para ti es normal verlos jugar aunque sea para
cagarse frente a Bélgica en Octavos de Final de un Mundial, de pronto te
asombrará saber que recién en 1998 pudieron clasificar por primera vez a uno.
Incluso, para 1994 estuvieron a un pelito de clasificar: no lo lograron, y las
circunstancias en que pasó su eliminación dan para llamarlo con toda justicia
“churreteada”. El partido definitivo, que por siempre jamás quedó clavado en
el alma de los aficionados nipones, se conoció para la posteridad como “La
Agonía de Doha“, y aquí te lo contaremos.
El honorable deporte de la pelota moteada en Japón (NO, no
hablaremos de Supercampeones, virgo)
¿Cómo se dice fútbol en japonés? No se vayan, por favor, que no voy a tirar un
mal chiste... según nos informa nuestro corresponsal Brayan Estiven
Nagatomi, por allá lo llaman sakkā (サッカー), término derivado del inglés
“soccer” y mucho más usado coloquialmente que futtobōru (フットボール).
Lo que no sé con certeza, es si el término viene de los británicos o de los
gringos, ergo si la influencia del fútbol en Japón fue más efecto de lo que
hicieron aquellos antes de 1945 o de estos después de la bomba.
¿Cuántas veces hemos comenzado una historia de estas diciendo “el fútbol en
equis país tiene más historia de la que pensábamos”? Bueno, lo mismo
diremos de Japón, país del que se registró como primer partido de fútbol a un
match entre miembros de la Academia Naval de Tokio en 1873, organizado
por un oficial británico llamado Archibald Douglas. Dicen las crónicas que el
respetable público que acudió al encuentro, quedó asombrado porque
asociaron el tipo de juego al Kemari, una especie de práctica-rito de la
religión Shinto de la cual no daré detalles por respeto a los seguidores de este
culto que nos están leyendo desde Chiriguaná y San Onofre.
Recién en 1888 se disputó el primer partido oficial entre dos clubes
diferentes, el Kobe Regatta y el Yokohama Country, (ambos existen aún hoy,
pero no como instituciones dedicadas al deporte que nos mueve el mango), y
en 1917 se fundó el club de fútbol más antiguo del país, el Tōkyō Shūkyū
Dan que aún compite en campeonatos amateurs. Solo hasta 1921 la federación
nacional fue fundada, y casi como de casualidad: como la FA inglesa envió de
regalo a un torneo universitario nipón una réplica del trofeo de la FA Cup, los
locales decidieron formar una organización nacional equivalente para poder
disputar campeonatos que permitieran ganarse el mismo. ¡Chúpate esa!
Pero a pesar del impulso y las ganas, el fútbol no terminaba de agarrar onda en
Japón; su práctica se vio confinada a competiciones universitarias y el que
tomó la posta como el deporte popular del país fue el béisbol. Hasta 1965 se
estableció un campeonato nacional, la Japan Soccer League (JSL) con equipos
de Tokio, Osaka, Hiroshima y Kitakyushi, todos aficionados a pesar de que sus
dueños eran compañías como Hitachi o Toyota. El nivel no alcanzaba para
convocar al respetable, que acudía en masa a los juegos de la liga de béisbol
(algunas ciudades tenían clubes en ambas ligas) pero no a los de la JSL. Así, el
fútbol nipón no salía de ser una curiosidad para algunos entusiastas.
Pero a partir de la década del 80 la popularidad del deporte en el país comenzó
a aumentar paulatinamente. Algunos afirman que un famoso manga en el que el
campo de juego mide diez kilómetros de largo y en el que los partidos duraban
cuatro días, ayudó bastante a incrementarla. Total que ya eran frecuentes las
asistencias de 50 o 60 mil espectador-sama en encuentros clave de Liga,
aunque el promedio en los demás encuentros del campeonato seguía más bajo
que el de la altura de su selección de basquetbol. Lo que aparentemente
ocurría es que a la gente le gustaba el fútbol, pero no necesariamente tanto
para aguantarse lo que veían en su campeonato. Esto explica por qué los
partidos de la vieja Copa Intercontinental lucían estadios llenos a reventar,
mientras que en los de liga no pasaban de 5,000. Ah, es que los clubes seguían
siendo aficionados en plenos años 80, y eso no ayudaba a meterle sustancia al
nivel general.
Todo comenzó a cambiar desde que el delantero Yasuhiko
Okudera (“Bazooka” según Andrés Salcedo en las transmisiones ochentosas
de Transtel) fuera transferido al fútbol alemán en 1977. Allá duró nueve años
desempeñándose de manera muy respetable en FC Köln, Hertha Berlin (en
segunda) y Werder Bremen. Luego llegó Kazuo Ozaki (en 1983 al Arminia
Bielfield), y ya con estos la JFA comenzó a considerar la creación de una liga
profesional para impulsar el deporte en el país. Todo se formalizó con la
creación de la J-League en 1993.
La figura que terminó de despertar el entusiasmo de la afición en el país, fue el
legendario Miura Kazuyoshi, alias “Kazu”, nacido y criado en Japón pero
formado como futbolista en Brasil a finales de los 80, en donde jugó para
clubes como Juventus (São Paulo), Santos, XV de Novembro de Jaú y Coritiba.
Regresó a Japón en 1990 para jugar con el Yomiuri S.C. de la JSL, club que
rebautizado como Verdy Kawasaki sería uno de los fundadores de la
profesional J-League en 1993. La creación de la liga profesional sería el quiebre
definitivo para instaurar el fútbol como el deporte de masas que se vive hoy en
Japón, pero faltaba clasificar a un Mundial para terminar de consolidarlo.
La selección japonesa y su sueño mundialista
Como selección, Japón intentó por primera vez clasificar a un Mundial de
Fútbol en 1954, pero fue eliminado tras perder los dos partidos ante la
misma Corea del Sur que fue vejada vigorosamente unos meses después por
Turquía (0-7) y Hungría (0-9). Ambos partidos se jugaron en Tokio (ni idea
por qué), y viendo cómo le fue a los coreanos capitalistas en el Mundial suizo,
se puede decir que menos mal no clasificaron los japoneses: hubiesen recibido
un Hiroshimazo bravo.
Los nipones volvieron a intentarlo en 1962 (de nuevo los sacaron los
surcoreanos) y a partir de 1970 de manera consecutiva y sin éxito; la única vez
que estuvieron cerca de lograrlo fue en 1986, en donde llegaron a la final por
uno de los dos cupos asiáticos después de eliminar en la ronda anterior a Hong
Kong, pero perdieron el cupo a México contra... otra vez Corea del Sur (!). A
estas alturas lo de los surcoreanos contra los japoneses era más cercano a una
toqueteada de culo que a rivalidad.
El panorama para 1994, sin embargo, pintaba por primera vez favorable para
los paisanos de la tripulación de Sankuokai. La selección venía ya demostrando
nivel al haber ganado la Copa Asiática de Naciones en 1992, su primer logro
internacional. Como años después recordó su DT neerlandés Hans Ooft (otro
que hizo su carrera – en este caso como entrenador – en Japón): “Tuve un
buen grupo de jugadores, todos de 25 a 30 años de edad, y sabía que podía
hacer algo (...). Ganamos la Copa Asiática en 1992, sabíamos que en 1993
tendríamos mucha resistencia para clasificar, porque éramos el objetivo a
vencer ahora.”
Las eliminatorias para los Samurai Azules comenzaron en abril de 1993. Un
mes atrás había iniciado la primera temporada de la J-League, pero los
jugadores japoneses andaban afiladitos y con ritmo de competencia, porque
antes habían disputado una especie de Copa de Liga con los clubes
profesionales. Los dos figurones del equipo eran el ya mencionado Kazu Miura
y un brasileño semidesconocido cuya carrera futbolística se desempeñó toda
en Japón: Ruy Ramos, un 10 de aquellos que ya no se ven. Esto último no
necesariamente es un elogio: el juego de Ramos era insoportablemente
ochentoso, de toque ultra cansino, a cinco por hora, cambios de frente
fastuosos y no siempre útiles y menos ritmo que Sigur Rós. Pero esto le
alcanzó para ser un referente del fútbol japonés de los años ochenta. Para estas
Eliminatorias Ramos ya contaba con 36 años encima, de los cuales solo los
tres últimos los había jugado con la selección japonesa: me imagino que allá la
pensaron mil veces antes de meter a un extranjero a la selección.
Los japoneses comenzaron bien las Eliminatorias, pasando la durísima primera
ronda (solo clasificaba el primero de cada uno de los seis grupos de a cinco
participantes a la fase final) con siete victorias y un empate bajándose a los
favoritos Emiratos Árabes Unidos y a los horribles Tailandia, Bangladesh y Sri
Lanka. La AFC ya había determinado que la fase final sería un hexagonal a
jugarse en Doha, Qatar, entre el 15 y el 28 de octubre de 1993, en el que
clasificarían al Mundial los dos primeros del mismo.
La lista de los clasificados al Hexagonal Final hubiese generado comités
conjuntos de crisis entre la CIA, el FBI y el Pentágono, si los gringos hubiesen
tenido algo de puta idea de que existía el soccer por esos
días: Irán (uhh), Irak (uhhhh) y Corea del Norte (uhhhhhhh) acompañando
a Corea del Sur, Japón y Arabia Saudí, toda una pesadilla para los futuros
anfitriones de la Copa Mundial de 1994 en caso de haberse clasificado alguno
de los primeros mencionados. Gracias a Yahvé que esto no pasó hoy en día,
porque seguro Trump mandaba su misilazo a Doha sin consultar con la
OTAN ni Rusia. Pero incluso sin estos concerns de los yanquis, este Hexagonal
pintaba áspero por tanta rivalidad ancestral – y no tanto – encima: iraníes e
iraquíes venían de matarse mutuamente por ocho años en una guerra que
había terminado apenas tres atrás; coreanos buenos vs coreanos malos
(escoger cuál a su elección) en su conflicto de varias décadas; saudíes vs iraníes
(ergo, árabes suníes vs persas chiítas), y, no menos importante, los dos
coreanos vs japoneses, por el recuerdo aún fresco de las cagadas que estos
últimos hicieron en Corea durante la ocupación en la IIGM. Majestuoso
marco para disputar el torneo, lo que motivó a la FIFA a enviar árbitros
europeos con más rodaje internacional para pitar en el Hexagonal.
Tantas expectativas parecieron pesarle a los japoneses, que agarraron un solo
punto en sus dos primeros partidos: empate sin goles ante Arabia Saudí y
derrota 1-2 ante Irán. Parecía que el sueño mundialista nipón se esfumaba,
pero el 3-0 ante Corea del Norte, y sobre todo, el vital 1-0 ante Corea del
Sur (gol de Miura, que también hizo dos en el anterior) encarrilaron la
Eliminatoria para los dirigidos por Ooft. Porque los puntos obtenidos y la
tendencia de los rivales de joderse entre sí, resultaron en que Japón llegó a la
última fecha como líder del Hexagonal y por ende clasificado, con los mismos
puntos (5) y mejor DG que los árabes saudíes – el otro clasificado parcial -, y
uno por encima de los hasta ese momento eliminados Corea del Sur, Irán e
Irak. Miremos cómo estaba la tabla antes de la última fecha:
Gol
Pos Equipo PJ PG PE PP GF GC Pts
Dif
1 Japón 4 2 1 1 5 2 3 5
2 Arabia Saudí 4 1 3 0 4 3 1 5
3 Corea del
4 1 2 1 6 4 2 4
Sur
4 Irak 4 1 2 1 7 7 0 4
5 Irán 4 2 0 2 5 7 -2 4
6 Corea del
4 1 0 3 5 9 -4 2
Norte (x)
Como vemos, Corea del Norte era el único eliminado: para la última fecha los
otros cinco equipos tenían posibilidades de clasificar. ¿Y cuáles iban a ser los
encuentros de la última jornada? Japón vs Irak, Corea del Norte vs Corea del
Sur y Arabia Saudí vs Irán, todos partidos con alto nivel de stress no solo
deportivo sino, en dos casos, político. El más jodido era Irán, por tener -2 de
DG, pero si se fajaba a goles y se le daban los resultados en los otros dos
partidos, podía coronar cupo a Estados Unidos.
¿Qué necesitaba Japón? Ganar para no depender de nadie; si empataba, tenía
que rogar para que o Arabia Saudí o Corea del Sur no ganaran sus respectivos
partidos (con que uno de los dos no lo hiciera, le bastaba). Si perdían, incluso
los japoneses podían clasificar si surcoreanos y árabes perdían, y la DG les
ayudaba. Pero como venía el tren, lo mejor era ganar y no andar rezándole a
otros que no querían hacerle el favor.
Cara A: La Agonía de Doha
El 28 de octubre de 1993 se jugó la fecha final del Hexagonal de clasificación
de la AFC para el Mundial de 1994, con tres partidos simultáneos en Doha
(supongo que allá cada barrio tiene su coliseo deportivo con 40 mil
espectadores cada uno). Al momento del pitazo inicial, los únicos que
dependían de sí mismos eran japoneses y saudíes: los demás tenían que ganar y
esperar una resbalada de alguno de estos dos. A los japoneses se les notó la
trascendencia del momento, y comenzaron jugaron muy mediocremente y con
demasiados errores contra los iraquíes, como vuelve a recordar Hans
Ooft “No jugamos muy bien, pero anotamos, 1-0”.
Tal cual: después de un comienzo en el que ambos rivales se dedicaron
concienzudamente a pasarle el balón al contrario, los japoneses anotaron el
primero gracias a un rebote aprovechado por (otra vez) Kazu Miura. Pero sí:
los de azul jugaban horriblemente, mostrando dudas por cada arista, regalando
todo lo que pasaba por sus pies y luciendo imprecisos hasta para sacar el arco.
Pero habían aprovechado la suya a los 5 minutos para agarrar ventaja y el cupo
a USA 94.
Lo malo es que desde que se colocaron en ventaja, los japoneses regalaron el
balón a los no muy duchos pero voluntariosos iraquíes, y la oportunidad
histórica les arrugó el alma y ablandó las patas. El 10 Ruy Ramos agarraba la
pelota solamente para dársela al de al lado, o si no, para perderla fastuosamente
con los iraquíes. De todos modos, el primer tiempo terminó en un pálido pero
suficiente 1-0, con los iraquíes buscando la victoria que los clasificara, pero sin
poder concretarla, para alegría de los cientos de japoneses que celebraban con
sus perfectamente sincronizados cánticos en las tribunas de Doha.
El segundo tiempo pintaba para la misma vaina sin emociones, hasta que al
minuto 54 el iraquí Radhi Shenaishil agarró un centro cómodamente en medio
de los centrales nipones, la acomodó con el pecho y remató para empatar el
encuentro y bajar del barco a Estados Unidos a los japoneses. Ah sí, porque en
ese momento tanto Arabia Saudí como Corea del Sur estaban ganando sus
respectivos encuentros. Así que el empate no le servía ni a nipones ni a
iraquíes, por lo que ambos se fueron encima con todos los nervios aflorando
para encontrar la ventaja. Fue de Japón: a los 69 minutos, Masashi
Nakayama remata al borde del área chica un pase preciso de Ruy Ramos, y otra
vez los Samurai Azules se ponen arriba y se montan de nuevo al bus del
Mundial. Los iraquíes protestaron fuertemente el gol, que se gestó casi que
encima de un jugador suyo tirado en el piso sin que los de azul pararan el
juego, y para rematar con el autor a 3.5 mm en posición de offside. Pero el
árbitro no les paró bolas y los japoneses menos.
Los iraquíes acusaron el bombazo (no pun intended) y les costó reaccionar;
para cuando lo lograron, los de azul tenían el partido bastante controlado, y lo
jugaban más en campo rival que en el propio. Pero a medida que se acercaba el
pitazo final, entre la necesidad de los del golfo y la creciente angustia japonesa,
hicieron que el partido se inclinara con más fuerza hacia el arco
de Shigetatsu Matsunaga (¿hace falta aclarar de qué equipo es?). Los balones
merodeaban con más frecuencia el área japonesa, pero estos aguantaban el 2-1
que les daba el pase a Estados Unidos sin importar los resultados de Arabia
Saudí (iba ganando 4-2, terminó ganando 4-3) y Corea del Sur (3-0). El sueño
mundialista japonés iba materializándose cada vez más, y era solo cuestión de
resistir unos minutos y ya.
Hasta que llegó el minuto 90. Con todo Japón eufórico y expectante, viendo el
partido por TV en las calles y en sus casas a miles de kilómetros de distancia,
con los suplentes y cuerpo técnico nipones incapaces de estar sentados,
explotando de nervios al costado de la cancha, con todos los de azul
esperando el pitazo final para celebrar y liberar la tensión que apretaba el
pecho… hubiera sido una lástima que se les derrumbara el sueño. Y adivina
qué pasó.
¿Se cagaron los japoneses? Con todas las letras: faltando 15 segundos para los
90 minutos, Ruy Ramos agarra un balón en campo iraquí, mira y piensa qué
hacer con él, mientras los rivales lo miran de lejos como extras de película de
artes marciales rodeando al protagonista en una pelea. Pero en vez de quedarse
con la pelota y hacer consumir el tiempo, intentó huevonamente dar un pase
adelante a un compañero, y este es interceptado por un defensor. Los iraquíes
agarran, se van furiosamente arriba y mandan por la punta derecha a
Jaramondá o no sé qué jugador, que a punto de meter el pase de la muerte es
bloqueado por un defensa japonés. Tiro de esquina con tiempo ya cumplido,
cobro corto que un iraquí – te debo los nombres – agarró, desbordó con
precisión, y mandó el centro que, en el área, el ingresado Jaffar Omran
Salman cabeceó con plenitud y justeza, saltando como dos cabezas más que
los tres azorados japoneses que lo marcaron. Gol de Irak: 2-2 y sayonara.
Cara B: El Milagro de Doha
El gol cayó como una bomba atómica para los japoneses, derrumbados de
pasmo en el campo, en casa y hasta en la transmisión por TV: el narrador
nipón quedó en atónito silencio por unos 15 segundos tras el gol, antes de
proseguir con voz apagada en lo que supongo (no sé japonés) fue para decir
“¡Por qué siempre a nosotros, venerable Kami-Sama!”. Los iraquíes no
celebraron casi, sino que se fueron de una para reanudar el encuentro y buscar
el 3-2, pero no hubo tiempo para un carajo más.
Cuando el árbitro pitó el final, la totalidad del equipo japonés, literalmente, se
derrumbó en la cancha, abrumados de dolor y de estupefacción al ver como se
les escapó de las manos de manera tan marica el cupo al Mundial, que tenían
como quien dice en sus manos. Fue tan conmovedor como ver el total
desplome de las ilusiones de los hinchas en Japón, sumergidos en un devastado
silencio en sus casas y en las calles en las que se amontonaron a verse el cotejo,
llorando a moco tendido, llenos de pasmo, amargura e incredulidad por el
mazazo del final.
A los que les cayó la clasificación como que del cielo fue a los surcoreanos, y
con estos también pasó algo increíble. Corea del Sur jugó su partido con total
resignación, esperando un milagro que no se veía que se fuera a dar. El
encuentro entre ambas Coreas fue aparentemente tranquilo y sin angustias
para los del sur: “Honestamente creo que los norcoreanos estuvieron muy
relajados con los surcoreanos“, dijo años después el árbitro rumano Ion
Crăciunescu, uno de los que la FIFA se trajo de Europa a dirigir el
hexagonal. Me imagino que para los eliminados norcoreanos, la perspectiva de
perjudicar a sus hermanos enemigos, para así favorecer a los odiados
japoneses, no les debía agradar mucho.
Cuando terminó el partido entre las Coreas con victoria para los que no se
cagaban de hambre por 3-0, los del sur saludaron a sus vecinos del norte con
cortesía y tranquilidad, resignados a una triste eliminación y ya mentalizados en
devolverse para su casa sin gloria. Ya se disponían a salir del campo con el
ánimo en mode_bajo, cuando de repente alguien avisó del gol de Irak, y ahí se
desató la locura entre los surcoreanos aún en la cancha. “Los surcoreanos
comenzaron a saltar y a celebrar” dijo Crăciunescu, “Creo que vi a los
norcoreanos contentos por los del sur y por lo que le pasó a los japoneses“.
Obvio: la desgracia del odiado rival japonés pudo más que la política, y unió a
ambos contendientes en la franca alegría que da la mala onda contra un
enemigo común. Ese doble momento en canchas distintas, con la amargura de
los japoneses en una, y la impensada euforia surcoreana en otra; con los unos
aplastados por dejar perder el cupo al Mundial por un lado, y los otros
saltando incrédulos y felices por el otro, es uno de los pedazos más hermosos
y épicos de toda la historia de las Eliminatorias.
Los nipones estaban devastados, como era de esperar. Como declaró el
volante de esa selección, Hajime Moriyasu:
No puedo recordar estar en el vestuario post partido, o hablando con los
medios después, o yendo en el bus al hotel. Me había dedicado al sueño
de la Copa del Mundo, habíamos vivido tantos entrenamientos y había
gastado más tiempo con mis compañeros que con mi familia. Podía ver
la Copa del Mundo en frente de mí, pero cuando fui a agarrarla, se
desvaneció en el aire”.
Tremendo. Para los surcoreanos, esa noche de clasificación inesperada se
conoció como “El Milagro de Doha”. Pero para los japoneses y el resto del
mundo, por siempre se conocerá como “La Agonía de Doha” (o “Tragedia de
Doha”).
Cuatro años después, los japoneses se quitaron la espina al clasificar con
mucha angustia sobre Irán, en circunstancias algo parecidas, pero que esta vez
les resultaron a ellos: el cupo a su primer Mundial lo obtuvo Japón con un gol
de oro, al minuto 118 de un partido de playoff contra Irán en Malasia, después
de un empate parcial a dos goles en los 90 minutos. El gol lo convirtió el
delantero Masayuki Okano, tanto que sería su segundo y último en partidos
con su selección.
En Francia 98 hubo solo dos jugadores japoneses que se quitaron la amargura
de esa noche en Doha: Masami Ihara y el autor del 2-1, parcial Masashi
Nakayama. Los demás o se retiraron o se quitaron la vida por el deshonor de
la churreteada. Bueno, esto último no pasó, pero lo merecían...
Aquí los japoneses prac cando “Kemari”, un juego que se disputaba en la aristocracia japonesa
hasta el Siglo XVI. En este juego era más importante la manera de jugarlo que el ganar, por lo que se
deduce que su figura más importante se llamaba Sensei Bielsa san
Una de las pocas alegrías japonesas en una cancha de fútbol en empos pasados fue en los JJOO de
1964, en donde vencieron a Argen na 3-2 en primera fase del torneo. Luego Checoslovaquia les
clavó cuatro y les puso el tate kieto.
Yasuhiko Okudera en sus empos con FC Köln, club con el que se convir ó en el primer jugador
asiá co en meter gol en Copa de Campeones de Europa, al No ngham Forest en la semifinal de
1979.
Ruy Ramos y Kazu Miura jugando para Japón en las Eliminatorias de 1994
Iraníes (de rojo) e iraquíes en el par do entre estos por la tercera fecha del hexagonal final, en el
que no hubo muertos. El capitán de los iraquíes es el histórico – allá, pues – Ahmad Radhi, el autor
del único gol de su país en Mundiales, contra Bélgica en 1986
Un japonés ante un norcoreano en el 3-0 a favor de los de azul. Los nombres te los debo, seguro el
de blanco debe tener un Lee en algún lado
Kazu Miura en acción
Las hermosas y entrañables Eliminatorias a los Mundiales incluyen de todo, desde batallas
épicas hasta trámites predecibles. Sí, eso lo sabemos: también que hay definiciones que no
llegan hasta tan allá, pero que fueron bien interesantes/curiosas/apasionantes, y que vale la
pena leer. Como la que nos ocupa en este texto, que incluyó a tres medianos europeos en una
de las definiciones más cerradas de la historia en Europa, además de un total debutante cuya
cancha era algo tan grotesco que hacía ver al Arturo Cumplido Sierra de Sincelejo como el
Johan Cruijff Arena.
En este fangal de nieve se jugó el par do de desempate entre Suecia y Austria en Gelsenkirchen…
¿Si alcanza a dis nguir unas figuritas de blanco? Son los austriacos. Aunque no nos crea, por ahí en
alguna parte de la foto hay un balón
El Grupo 1 de las Eliminatorias de la UEFA para el Mundial de 1974 no
pintaba como un ufffff quéeee bruuuto, qué batallas se tranzarán estos
cuates: Suecia, Austria, Hungría, más un exótico debutante absoluto en
Eliminatorias, Malta. Ninguna de las tres selecciones conocidas era un peso
pesado a nivel continental, aunque sí agarraban el mote de “tradicional”.
Tampoco había un favorito claro en el grupo por el único cupo que otorgaba a
Alemania 1974. De las tres, solo Suecia había clasificado al Mundial anterior; se
habían bajado en su grupo de clasificación de 1970 a un livianito (Francia) y un
meh (Noruega) sin sufrir demasiado, gracias, sobre todo, a que una inesperada
cagada de los franceses en Estrasburgo ante los noruegos los llevó a estar
clasificados antes de su visita a Les Bleus (en los que jugaron futuros conocidos
DT: Henri Michel y Roger Lemerre). Ya en el Mundial mexicano, los de
amarillo hicieron un papel que va entre “mediocre” a “uffff, por
poquitonsson”: una derrota por la mínima ante Italia (gracias a un blooper de
la futura leyenda del arco sueco, Ron Helström), un impensado empate a uno
ante Israel, y una victoria también por 1-0 ante Uruguay, resultados que los
dejaron fuera del torneo por diferencia de gol. Su estrella para 1973 era el
delantero Ove Kindvall, campeón europeo con Feyenoord en 1970 y el primer
extranjero en ser goleador en la liga neerlandesa, pero tenían además gente
muy capaz, como el delantero Ralf Edström o el volante Conny Torstensson,
que a mediados de 1973 serían transferidos al PSV Eindhoven y al Bayern
Múnich.
Austria, en cambio, llevaba ya varios años sin hacer una verga, dedicándose a
recordar su pasado glorioso pleno de triunfos morales. Habían sabido ser
potencia europea en los años 30 y algo en los 50, pero a partir de 1958 se
pegaron una desinflada tan brava que no les alcanzó ni para ir a los Mundiales
de 1962, 1966 y 1970. Particularmente para la clasificación a México ni siquiera
alcanzaron a hacer ilusionar a sus hinchas, al quedar en su grupo debajo como
a mil puntos de Alemania y de Escocia. Pero para las Eliminatorias de 1974
contaban con una mezcla entre veteranos competentes, y jóvenes que
terminarían siendo habituales en la selección por varios años, como Kurt
Jara y Roland Hattenberger.
¿Y los húngaros? Venían en renovación de la generación que dejó buena
impresión en 1966; con los legendarios delanteros Florian Albert y Ferenc
Bene quemando sus últimas balas con su selección. Al igual que los austriacos,
no pasaron el tamiz de 1970, pero a diferencia de ellos, estuvieron mucho más
cerca de clasificar a México en un grupo cerradísimo con Checoslovaquia,
Dinamarca e Irlanda. Los húngaros quedaron empatados en puntos con los
checoslovacos por el cupo a México, pero estos últimos le ganaron el puesto al
masacrarlos en el desempate en Marsella: 4-1.
Total, nada que pintara como espectacular. Pero terminó siendo un grupo
bastante sabrosón, y por eso es que estamos hablando de esto aquí.
¿Canchas de arena? Pasa en Europa también
Las Eliminatorias del Grupo 1 europeo a Alemania 1974 comenzaron el 14 de
noviembre de 1971, en La Valetta, Malta. Como era costumbre por esos años,
se entremezclaban las fechas de la Eurocopa y la clasificación al Mundial (!),
por lo que podías tener a una selección jugando un partido por el torneo
europeo, a las semanas otro por la clasificación al Mundial, y después otro por
el primero de nuevo… ni la Dimayor se atrevió a tanto. Eso le tocó a los
húngaros, que el 27 de octubre de 1971 derrotaron en Budapest a Noruega en
su último partido del grupo 2 clasificatorio a la Eurocopa, y dos semanas y
pico después andaban en La Valetta peleando para ir al Mundial, aún en
competencia europea (estaban pendientes de cómo quedara el Bulgaria –
Francia de diciembre en Sofía a ver si clasificaban a la siguiente fase, lo cual
terminaron logrando).
Pero la única incertidumbre con la que los húngaros llegaron a Malta no fue la
Eurocopa, sino ver cómo reputas iban a jugar en el arenal que hacía de cancha
de los locales. Y les juro que cuando digo “arenal” no es una licencia poética:
ese fue el debut en competiciones de la FIFA del famoso Empire Stadium de
Gzïra, el único estadio de partidos oficiales europeos cuyo campo de juego no
era de pasto/grama sino de arena.
No, no hablo paja: el Empire Stadium fue construido en 1922 por los
colonizadores ingleses, que lo usaron como coliseo deportivo multi propósito.
Ellos fueron los que le dieron el nombre, debido a que la pista de atletismo del
estadio les recordaba al Wembley (que originalmente se llamaba así, Empire
Stadium). El detalle es que en la isla de Malta, al parecer debido a condiciones
de su suelo, no había casi canchas de pasto, por lo que todos los equipos
importantes de allá usaban este estadio para sus compromisos oficiales. Para
los visitantes era una pesadilla jugar en ese campo hecho con una mezcla de
arena compactada, grava y lodo, pero para los malteses, acostumbrados a jugar
en ese peladero, al final el estado del campo era el famoso “Jugador No. 12” y
no se hacían muchas complicaciones para jugar sus encuentros más
importantes allí.
Pero la FIFA los tenía azarados y encimados para que escogieran jugar en una
cancha normal, empujados por las quejas de los clubes y selecciones que se
iban a pelar las rodillas en ese sitio tórrido y semiabandonado. Allá por
ejemplo fueron cracks como Gordon Banks, George Best, Bobby Charlton,
Sepp Maier o Karl-Heinz Rummenigge con su club o selección a rasparse los
tobillos. ¡Chúpate esa! La localía en el Empire Stadium le duró a Malta tres
eliminatorias europeas y de mundiales, en los que la Federación Maltesa se hizo
la güevona con el hecho que allí cerquita tenían una cancha de pasto que
hubiesen podido utilizar. Finalmente los malteses terminaron construyendo el
actual estadio de Ta´Qali, pero por estos años que relatamos, estaban recién
cayendo al fútbol internacional, y ahí en esa trampa ríspida y de rebote
impredecible del Empire Stadium esperaron a sus rivales hasta ya entrados los
80.
Pero volvamos a estas Eliminatorias: los húngaros sudaron pero ganaron 2-0
ante los esforzados amateur malteses. El siguiente encuentro del grupo fue
recién el 30 abril de 1972, con los austriacos goleando 4-0 a los malteses
en Viena, y una semana después, los de la pequeña isla del Mediterráneo
recibieron un 3-0 en Budapest, que para los locales fue una especie de partido
de preparación para la vuelta del playoff de clasificación a la Eurocopa 1972
ante Rumania, que iba a jugarse… ocho días más tarde. Es que a los húngaros
les tocó una maratón de partidos clave por Eurocopa y Eliminatorias a
Mundiales por esos días; el 29 de abril, 14 y 17 de mayo contra Rumania (por
Eurocopa), y el 6 y 25 de mayo contra Malta y Suecia de local y visita. Es decir,
cinco partidos internacionales clave en 27 días. Pero a pesar de la trascendencia
de casi todos los partidos, y de los viajes continuos de Budapest a Solna,
Bucarest y Belgrado, los húngaros sortearon el compromiso con suficiencia:
clasificaron a segunda fase de la Eurocopa y se trajeron un valioso empate sin
goles en su visita a Estocolmo, en el debut de Suecia en el grupo de
Eliminatorias.
El 10 de Junio de 1972 continuó la actividad del grupo de Eliminatorias con
el Austria – Suecia en Viena, que ganaron los locales 2-0 y que dejó a los
escandinavos con un punto en dos partidos jugados, y por ende tremendo
aroma a eliminado que poca gente discutía en un grupo tan cerrado, y me
pinto a los hinchas en Göteborg mascullando amargamente viejas puteadas de
tiempos ancestrales, mientras se decidían si colgarse de una viga en el granero
o si tirarse por un acantilado.
Ese mismo día, Suecia aplastó a Malta 7-0, con tres goles de un flaco alto
llamado Ralf Edstrom y dos de Roland Sandberg. Era lo previsible, y la verdad
no era hazaña golear a un equipo tan pobre como el de Malta, pero en el
momento nadie vio la relevancia del hecho que, de las tres selecciones que
peleaban por el cupo, Suecia fue la única que sacó una amplia diferencia ante el
equipo más débil. ¿Tendría importancia esto? Lo veremos en el siguiente
capítulo.
El siguiente capítulo
Hasta ese momento entonces la cosa iba así:
Gol
Pos Equipo PJ PG PE PP GF GC Pts
Dif
1 Hungría 4 2 2 0 7 2 +5 6
2 Austria 3 2 1 0 8 2 +6 5
3 Suecia 3 1 1 1 7 2 +5 3
4 Malta 4 0 0 4 0 16 -16 0
¿Cómo iba la cosa a estas alturas? Parejita: primera Austria con 8 puntos (ya
jugados todos sus partidos), la seguía Hungría con 7 puntos (un partido
pendiente), y detrás venía Suecia con 5 puntos (pero dos partidos
pendientes). En Viena ya daban casi que por consumada la eliminación,
porque si los húngaros ganaban a los suecos en su último partido en Budapest
ya estos se quedaban con el cupo al Mundial. En cambio si ganaban los suecos,
solo les restaba ganar en Malta en el cierre del grupo para quedarse con el
cupo. Ahora, si empataban suecos y húngaros, ahí comenzaba a pesar el
criterio de Gol Diferencia, y para entenderlo miremos cómo iba la tabla en
este punto:
Gol
Pos Equipo PJ PG PE PP GF GC Pts
Dif
1 Austria 6 3 2 1 14 7 +7 8
2 Hungría 5 2 3 0 9 4 +5 7
3 Suecia 4 2 1 1 10 4 +6 5
4 Malta 5 0 0 4 0 18 -18 0
El tema era importante porque el único criterio de desempate en caso de
igualdad en puntos era el de la Diferencia de Gol, sin importar los goles a
favor.
O sea, faltando dos partidos para cerrar el grupo, caía la muy alta probabilidad
que en caso de una esperable y para nada ilógica igualdad en Budapest, hubiese
triple empate en puntos, y ahí el que tenía todo en contra era Hungría, que por
GD quedaba debajo mínimo de los austriacos. Los alemanes wannabe
contemplaban angustiosamente desde lejos como otros decidían su destino:
para pasar al Mundial debían rogar por un empate entre húngaros y suecos, y
esperar un empate o victoria de Malta en la última fecha, esto último más
improbable que ver elegido un alcalde de izquierda en Medellín. Los suecos, al
igual que los húngaros, dependían de sí mismos, pero en caso de empate solo
tenían que ganar por más de dos goles de diferencia en Malta para clasificar de
primero. Muy apretado todo, y aquí es donde cada uno empezó a lamentarse
de los goles que dejaron de hacerle al más débil del grupo, del gol de
descuento que les hicieron al final del partido, del gol que botaron... ya para
qué hijueputas.
El primero de los dos partidos decisivos que restaban en el grupo, se jugó el
13 de junio de 1973, en un Nepstadion de Budapest repleto hasta las tetas de
73 mil locales enfervöriszadósz, y conscientes de que solamente servía la victoria
para volver a un Mundial. A los 9 minutos el respetable estalló con el gol
de Mihail Kozma que encarrilaba la clasificación para los magyares. Pero antes
de finalizar el primer tiempo, el veterano goleador Ove Kindvall agarraba un
rebote para empatar el asunto, y a los 57, Sandberg puso el 2-1 parcial. Pero los
húngaros empataron enseguida, y faltando 20 se colocaron arriba con el 3-2
parcial que les daba la clasificación a Alemania.
Y cuando los hinchas húngaros ya estaban comenzando a pensar a quién
delatar a las autoridades soviéticas para ver si los dejaban salir a Alemania al
año siguiente, a los 77 el delantero Ralf Edstrom cabecea de forma precisa,
elegante y magistral un centro cruzado, para poner el 3-3 que no se movió más
y que dejó vivos a los suecos para la última fecha. Y que de paso significó la
eliminación de los húngaros, que quedaron igualados en 8 puntos con los
austriacos, pero terminaron debajo de ellos por tener peor GD: +5 vs +7. Dos
míseros goles menos: dos que no le metieron a Malta, por ejemplo, y que
significaron la salida del equipo que en mejor forma estaba de los tres (y que
entre otras cosas, quedó eliminado de todo sin perder un solo partido).
Los suecos quedaron bastante contentos con el empate en Budapest, que les
colocaba la clasificación en sus manos: solo requerían ganarle a Malta por al
menos dos goles de diferencia para igualar a Austria en puntos y a su vez
superarlos por GD.
(Casi) Milagro en el arenal de La Valetta
Ahora quedaba un solo partido: el Malta – Suecia en el Empire Stadium de La
Valetta, a jugarse el 11 de noviembre de 1973. Sí, cinco meses después del
Hungría – Suecia (!), e imagínate como estarían los austriacos todo ese tiempo
esperando a que al fin se jugara el puto partido para ver si se quedaban
eliminados de una buena vez, o si se daba el milagrito de los malteses. Tantos
meses de expectación generaron hasta rumores como el de que un tal Rudolf
Urbanek, hombre de negocios austriaco, la había ofrecido un bono a los
jugadores malteses en caso que al menos le empataran a los suecos. Los
chismes tóxicos que siempre salen en estos casos; lo que sí fue cierto fue que
la Federación Maltesa ofreció incentivos económicos a sus jugadores en caso
de empate o victoria, dinero que salió quién sabe de dónde putas. Resultado
muy complicado que se diera, por lo que pintaban ambos rivales.
Lo que no sé si fue el incentivo económico, o fue que afloró el espíritu
amateur de los jugadores malteses (amateur en todo sentido: algunos de sus
jugadores no entrenaron debido que en el trabajo no les dieron permiso), o
algo de lo anterior conjugado con la cancha de mierda del Empire Stadium. El
asunto fue que contra todos los pronósticos, Malta se jugó esa tarde contra
Suecia el partido de su corta vida: comenzó dominando el encuentro, y se
colocó 1-0 a los 20 minutos con un gol que celebró con euforia desmedida
todo el estadio – era su primer gol en toda su historia en Eliminatorias -. Se le
venía la noche a los suecos y de a poco crecía la esperanza para los austriacos
allá lejos; pero los de amarillo empataron enseguida por Ove Kindvall. A los
35 respiraron los suecos al meter el 2-1, tras un penal pitado por una supuesta
falta a Ralf Edstrom: el delantero medio sintió la respiración de su marcador
tras un cobro de falta, y se tiró como si le hubieran zampado un balazo.
Faltaba todo un mundo por jugarse, pero los suecos no pudieron meter el gol
que los mandaba directo a Alemania. 2-1 quedó el encuentro, y con ese
marcador finalizaron austriacos y escandinavos igualados en todo: puntos y
GD. Casi se les dio el milagro para los austriacos: tocaba partido de desempate
entre Austria y Suecia para definir el clasificado al Mundial.
Ese partido en La Valetta que resultó en una muy poco gloriosa victoria sueca,
estuvo matizado por eventos bastante, ehh, pintorescos. Como la suspensión
parcial del partido por 7 minutos, debido a que el respetable en el Empire
Stadium, inconforme por las decisiones arbitrales, le lanzó pedradas a uno de
los jueces de línea. El encuentro por poco se suspende del todo, pero le tocó al
presidente de la Federación Maltesa de Fútbol bajar a la cancha y rogarle a la
tribuna que se comportaran (!). El autor del primer gol de Malta por
competencias FIFA tiene nombre de personaje de videojuego ochentoso, o
incluso de actor porno: Anton Camilleri; sus compañeros también (Alfred
Debono, George Ciantar, Edwin Farrugia, Charlie Spiteri, Edward
Darmanin, Ronnie Cocks, Willie Vassallo...).
Gol
Pos Equipo PJ PG PE PP GF GC Pts
Dif
1 Austria 6 3 2 1 14 7 +7 8
1 Suecia 6 3 2 1 15 8 +7 8
3 Hungría 6 2 4 0 12 7 +5 8
4 Malta 6 0 0 4 1 20 -18 0
Los suecos colocaron el 1-0 parcial por medio de Sandberg a los 12 minutos,
con un tiro que colocó entrando al área de blanco (de la nieve, de los
austriacos) tras un pase al vacío. Da la impresión que el disparo se come al
arquero: ¿se confunde por la nieve? Puede ser. A los 28 minutos el juez pita
penal a favor de los suecos, en una jugada en la que se ve clarito cómo la falta
fue del de amarillo contra el austriaco (lo empuja de atrás y cae encima de él).
Se nota a leguas que fue una decisión escandalosamente errada del árbitro
alemán oriental, que bien pudo ser burrada, pero no es ilógico que las
condiciones de visión le hayan afectado el criterio. Total que se convirtió el
penal que supuso el 2-0 parcial. Y a los 39 minutos, Roland Hattenberger
descuenta para Austria tras otra jugada viciada por el estado del campo, tras un
resbalón del portero sueco Ron Hellström al intentar cortar un balón aéreo; el
arquero cayó en medio del barro y el rebote resultó en el 2-1 que no se
movería más.
Así se quedó el partido, y con esto los suecos fueron a Alemania 74 en donde
serían uno de los animadores del torneo. A estas alturas creo que ni en Suecia
alguien se acuerda de la manera dramática y afortunada en que clasificaron al
Mundial (por ejemplo de la manito, o falta de, que le dio el arquero austriaco
en el partido de Gotebörg), ni del hecho cierto que lo hicieron en gran medida
gracias a dos penales dudosísimos en sendos partidos clave. ¡Menos mal que
aquí tenemos cronistas que resucitan esta historia para deleite de los cuatro
nerds que nos leen!
Imagen de un Malta – Alemania por la clasificación a la Eurocopa de 1980 en el Empire Stadium,
muy celebrado por los locales al terminar en cero. Tremenda imagen con la cancha de arena y el
estadio digno de un Municipal de Chochó (Sucre), coronado con la gente viendo un par do
internacional de la UEFA desde las casas vecinas
Los malteses pidieron penal por esta jugada contra los suecos en el úl mo par do del grupo. Acto
seguido vino la lluvia de piedras al juez de línea (!)
Un detalle de lo que fue la cancha en el par do de desempate en Gelsenkirchen
Las veces que una selección española de fútbol sacó la casta antes de ese verano europeo de
2008, se pueden contar con la mano (la de Germán Vargas Lleras). Una de esas es el
partido contra Yugoslavia en Belgrado por las Eliminatorias al Mundial de 1978, cuyo
ambiente fue tan infernal, tóxico y denso que no es ni esto de exagerado el nombre con el que
se conoció para la posteridad: “La Batalla de Belgrado”.
Juanito es re rado en camilla después del botellazo, con la ayuda de auxiliares y de uno de sus
compañeros (el suplente Alabanda), atentos por si cae otro misil desde las tribunas
Cuando la selección de España era La Churria Española
Hasta su explosión de 2008 la selección española de fútbol lucía un largo
historial de decepciones mundialistas y continentales, protagonizadas por
equipos – en algunos casos – muy buenos, a los que el título se les escapaba
por el árbitro, la suerte, el muerto que se comió el gol importante o el arquero
con manos de papel. En honor a la verdad, la única “Furia” que se veía con la
selección española era en los editoriales de los medios después de las
respectivas eliminaciones, porque en los compromisos en los que había que
poner cara_de_bravo, a los jugadores se les notaba una falta de carácter, o de
madurez, que rayaba en la ternura. Ahorita mismo que están dulces con los
títulos nos puede parecer algo difícil de creer, pero en realidad el seleccionado
español pasó por épocas negras, negrísimas, en las que ni una alegría de las
más básicas le llegaba al ridículo aficionado de por allá.
Precisamente para la época que nos ocupa en este texto, los españoles estaban
atravesando uno de esos períodos más oscuros de la historia. Porque después
de su título europeo en el 64 (el único que lucieron en sus vitrinas hasta 2008)
y su floja participación en el Mundial del 66, la pifiaron en todos los torneos
importantes: las Euro 68, 72 y 76 y las Eliminatorias a los mundiales del 70 y
74. Imagínate entonces el desespero de la afizión, cuando se avecinaba el
mundial de 1978 después de once años seguidos de frustraciones y derrotas ni
siquiera dignas, con un equipo que supuestamente era de primer orden
europeo. Digo “supuestamente” porque la nómina lucía algunos nombres
bastante ilustres del fútbol de clubes continental, pero en la práctica como
seleccionado eran más un cúmulo de voluntades y de chispazos, de esos que
sirven para sacar adelante un partido jodido, pero que le faltaba la constancia
que se requiere para campañas de mediano o largo aliento.
Las dos figuras del equipo español eran los legendarios Pirri, veterano glorioso
y superviviente del Real Madrid supercampeón de los 60, y Asensi, toda una
institución del FC Barcelona. Pero cómo no destacar al grandísimo Juan
Gómez “Juanito”, delantero recién incorporado a Real Madrid desde Burgos, y
futuro ídolo del Blanco-blanco madrileño. Perdón, ¿dije “ídolo”? Corrijo: en
realidad es ÍDOLO, así con mayúsculas. Juanito supo convertirse en un
símbolo de la grandeza de la institución por su entrega, amor y garra, porque
se hacía matar en cancha y por ser abanderado de remontadas épicas.
Imagínate lo grande que era, que los hinchas del club ese, tradicionalmente
rencorosos, cortoplacistas y fatuos, ante gestas difíciles apelan aún hoy al
“Espíritu de Juanito”.
El técnico de La Furia era otra leyenda – aunque como jugador -: el
multicamiseta Ladislao Kubala. El húngaro-checo-hispano-mercenario crack
de los 50 y 60 se mantenía inmóvil en el cargo desde 1969, cuando fue
contratado por la Federación española como DT de la selección,
meramente por su prestigio entre la hinchada. Por puro nombre, digámoslo,
porque no tenía experiencia previa dirigiendo. Su peso específico de leyenda,
más uno que otro contentillo ocasional en forma de resultados, fue lo que lo
mantuvo como técnico de la selección durante once años seguidos, en los que
obtuvo un total de cero logros. CERO. Cuando empezó la clasificación al
Mundial de 1978 llevaba el peso del fracaso en dos Eurocopas y unas
eliminatorias a mundiales, pero ahí seguía tenazmente atornillado en el puesto.
Comienzan las Eliminatorias para España
Cuando el sorteo para la clasificación al Mundial de 1978 acomodó a los
españoles en el grupo 8 europeo contra Rumania y Yugoslavia, se comenzó a
encender la mala hostia en la península, porque el enfrentamiento contra los
yugoslavos traía el recuerdo reciente de la eliminación a manos de ellos para el
mundial anterior. Cosa que en el primer partido del grupo no fue más que una
mala anécdota, después de ganarle a Yugoslavia en Sevilla por 1-0, el 10 de
octubre de 1976, con gol de penal convertido por Pirri. Era un buen resultado
para comenzar pisando fuerte, pero que no tapó el hecho que el partido fue
horrible, que el fútbol de los de rojo no se veía por ningún lado, y que el
circuito de juego era pesado, denso y rústico, abusando del pelotazo y con
pocas jugadas de creación. Las dudas de los españoles se incrementaron en la
segunda fecha, cuando viajaron a Bucarest el 16 de abril de 1977. De allá se
devolvieron con un 0-1 producto de un autogol totalmente marica, que vino
tras una falla en la marca, el consiguiente pase de la muerte de un rumano, y el
despeje apurado en la raya de un defensor español que rebotó en un
compañero, y se metió. Iban seis minutos apenas, y nada cambió.
Las alarmas en España se encendieron con la derrota, y empezó la polémica
entre los aficionados y medios por el tema Santillana – Rubén Cano. Los dos
eran los mejores delanteros del momento en la Liga: el uno era del Real y el
otro del Atlético. El primero era un excelente cabeceador y elegante
rematador; el segundo era un luchador y algo tosco centro delantero, que hacía
goles por pura garra y corazón. El primero era cantábrico (de hecho su nick
aludía a su pueblo natal), el segundo un argentino nacionalizado, cuya
convocatoria generó polémica en su momento. El tema es que
para Kubala, solo podía jugar uno de los dos: contra Yugoslavia salió
Santillana, contra Rumania, Cano, y en ambos, como para dejar la polémica
vivita, jugaron mal. Así que ad portas del tercer partido, aún no había nada
definido con el tema del 9, y me imagino los cafés en Madrid llenos de viejos
achacosos, huelentinosos a Menticol y aceitunas, echándose vainas por este
cuento.
Antes del tercer partido de los españoles, se jugó el Yugoslavia –
Rumania en Zagreb, y fue sorpresa: victoria de los rumanos por 2-0, que los
catapultaba como líderes del grupo con puntaje ideal. Lo que hizo crítico el
siguiente partido, en octubre de 1977, entre españoles y rumanos en Madrid. Si
ganaban los visitantes ya quedaba todo definido a favor de los rumanos;
incluso si había empate ya solo les bastaba empatar en Bucarest en su último
encuentro ante una ya eliminada Yugoslavia para agarrar el tiquete a Argentina.
Pero no: el encuentro del 26 de octubre de 1977 finalizó con una convincente
victoria de La Furia por 2-0, con una imagen bastante más tranquilizadora con
relación a sus primeros dos juegos. Y lo mejor para los españoles es que uno
de los goles fue convertido por Rubén Cano, que arrancó de inicialista y
comenzó a definir la polémica por el 9 titular.
Todo pintaba para un foto finish entre españoles y rumanos, pues a ambos les
faltaba un partido contra los - supuestamente – cuasi eliminados yugoslavos.
La pelotica seguía en manos de los de amarillo: si ganaban en Bucarest a
Yugoslavia, obligaban a los españoles a ganar sí o sí, y por varios goles, en
Belgrado en la última fecha para superarlos. Pero nadie contaba con una
espectacular resucitada de los yugoslavos en el quinto partido del grupo el 13
de noviembre de 1977, que comenzaron oliendo a formolić cuando ya iban
abajo en el marcador a los dos minutos de comenzado el match. A los 18’
remontaron, antes del entretiempo se dejaron empatar, y así continuaron
matándose a goles, de tal manera que a los 67’ iban 4-4. Pero a partir de ahí
tomaron la posta los yugoslavos, y metieron dos más para un absolutamente
impronosticable 6-4 a su favor, que los revivió cuando ya nadie daba un dinar
por ellos y que de paso configuró la espectacular churreteada rumana.
Con esa victoria se emparejaba todo el asunto, porque a falta del
partido Yugoslavia – España en Belgrado, las matemáticas daban que si los
balcánicos le ganaban a España por dos goles o más, se aseguraban el cupo
mundialista por gol diferencia (en este caso los tres equipos terminarían con
igual puntaje). Pero si había triunfo español, empate o hasta derrota por un gol
de diferencia, los ibéricos clasificaban al Mundial. ¿Los rumanos? El mundial
se terminó para ellos, porque cualquier combinación de resultados los dejaba
fuera por su diferencia de gol de -1. Así que la última fecha programada para el
30 de noviembre de 1977 en el mítico “Pequeño Maracaná” de Belgrado era la
gloria o chaolín.
Los preparativos
La descomunal victoria en Bucarest les disparó la euforia a los yugoslavos
hasta niveles casi tropicales. Era lo esperable, dado que hasta hace semanas se
veían con un pie y la mitad del otro fuera del Mundial, y ahora tenían su
destino en las manos. Bueno, en sus pies, je. Por causa de esto, y por la misma
trascendencia del cotejo, se tomaron el partido final del grupo casi como un
duelo a muerte en donde todo valía, y las declaraciones teñidas de un aire a “a
los españoles los pasaremos por encima” ayudaron a exacerbar el ambiente y a
incrementar el peso de las expectativas en instituciones, medios y afición. La
fe de los yugoslavos en el equipo estaba justificada con los nombres que lucía:
por ejemplo, el croata Ivica Šurjak, un talentosísimo volante que cubría toda la
cancha; el delantero bosnio Safet Sušić (figura en Bucarest con tres goles) o el
esloveno Danilo Popivoda. Croatas, eslovenos, bosnios, serbios... gentilicios
que en esa época pocos conocían y que casi nadie mencionaba en una
conversación… quién iba a imaginarse que Yugoslavia se iría a la mierda 15
años después.
La selección española llegó a Belgrado una semana antes del partido, y desde
su llegada sintió el especial ambiente, denso, agresivo y caldeado que se vivía
en la ciudad. Cada que salían a entrenar el público los obsequiaba con muestras
de la hospitalidad local, y para rematar los campos de juego que la Federación
yugoslava les facilitó eran, o lodazales impresentables, o simplemente no
estaban habilitados para la práctica ese día. El técnico de los yugoslavos Marko
Valok fue uno de los que más contribuyó a caldear el entorno, declarando por
todos lados que la presión era de los españoles, y dando a entender que se
preparaban para un juego cerrado y sucio por parte de estos. Los jugadores
españoles entrenaban como podían en medio de ese verguero, aparte con la
presión añadida de sentir los dos mundiales seguidos sin clasificar, y la
posibilidad latente de un tercero precisamente en la edición previa a su localía
en 1982.
El hostigamiento se sentía por todos lados del local; afición, medios,
jugadores; como lo recordó años después del delantero Rubén Cano:
Habían dado fiesta nacional a todo el país para ver el partido. La gente
estaba de fiesta, muy contenta. Y segura de que iban a vencer. Yugoslavia
tenía un equipo bárbaro. Era el último partido, jugaban en casa y venían
de ganar 4-6 en Bucarest dos semanas antes. Fue una guerra desde que
llegamos. El ambiente era muy bravo. Nos recordaban todo el rato que
ya nos habían dejado fuera cuatro años antes.
Ante tanto cariño, el técnico Kubala, viejo zorro él, ordenó el día del partido
comprar el agua y café en un sitio diferente al que acostumbraban... por si
acaso…
La Batalla de Belgrado
Y llegó el día del partido. Como mencionamos arriba, era feriado nacional y el
público aprovechó para llenar el estadio desde dos horas y media antes del
encuentro. Igual que en los días previos, la gente estaba prendidísima en la
fiesta y lo demostró a su manera, tirando cosas y puteando concienzudamente
en serbocroata a los españoles cuando salieron a calentar. Total que cuando
saltaron los dos equipos a la cancha, el estadio se convirtió en una caldera que
rugía cánticos de victoria y de deseos que los españoles terminen la jornada en
un hostal de Europa del este. Del visitante había como 3,000
seguidores dispersos en grupos varios, que fueron hostigados con saña
particularmente balcánica por los locales. Se cantaron los himnos: el de España
fue respetado con un indiferente silencio, el yugoslavo fue cantado por los
66,000 asistentes (otras fuentes hablan de 95,000), con un apasionado fervor
que no hacía sospechar que apenas unos cuantos años después se iban a matar
entre ellos mismos.
Las alineaciones del crucial partido fueron las siguientes:
Yugoslavia: Ivan Katalinić; Dražen Mužinić, Mario Boljat, Aleksandar
Trifunović, Nenad Stojković, Jusuf Hatunić, Danilo Popivoda, Sead
Sušić, Miodrag Kustudić, Ivica Šurjak, Safet Sušić
España: Miguel Angel; Marcelino, Migueli, San José, Camacho; Leal,
Pirri, Asensi, Cardeñosa; Juanito, Rubén Cano.
La alineación de Kubala era la previsible búsqueda por aguantar el partido: con
el trivote Leal – Pirri – Asensi en el medio, Cardeñosa desbordando, Juanito de
mediapunta y adelante Rubén Cano esperando el milagro de un balonazo al
que meterle la pata. Sorprendía la presencia de dos debutantes en
selección: San José y Cardeñosa (sí, el mismo del gol perdido contra Brasil en
el mundial un año después), apuesta arriesgada de Kubala que al final
funcionó.
Por el lado yugoslavo llamaba la atención el hecho que, de la línea de ataque
que ganó en Bucarest dos semanas y media atrás, solo sobrevivían los
habilidosos Šurjak y Safet Sušić. Todos los demás (Slaviša Žungul, Dušan
Nikolić, Zoran Filipović) habían sido reemplazados por el DT yugoslavo, en
una decisión que si no fue por lesiones o sanción, fue, por decirlo suavemente,
una burrada audaz: sacaste a casi todos los que le metieron seis goles de visita
a Rumania unos días atrás… inexplicable. De hecho los reemplazantes
(Popivoda, Sead Sušić – hermano de Safet - y Kustudić) no solo debutaban en
estas Eliminatorias, sino en el caso de los dos últimos, lo hacían por partido
oficial en la selección. El hecho fue que Yugoslavia salió al campo con una
formación diferente a la que el mismo DT Valok había confirmado el día
anterior (!).
Y desde el primer segundo, el partido mostró lo que iba a ser durante los 90
minutos. Literalmente, lo digo: pitó el árbitro, sacaron del centro los españoles
y llegó el grandote centro delantero Kustudić a levantar con cipote de envión a
Juanito. Tumulto, reclamos, el público abuchea, se levanta Juanito y lo
empujan. Edificante ambiente.
Los yugoslavos, como era de esperar, salieron al ataque con Šurjak como
creador pegado a la izquierda, Safet Sušić retrasado como volante por el otro
lado y Popivoda como delantero por derecha. Todos jugando para tirar el
pelotazo para Kustudić, al que ninguno de los españoles conocía (!) y que esa
tarde hizo cagar bilis a su marcador Migueli con su juego aéreo. Los de casa
siguieron pegando impunemente bajo la impávida mirada del juez, el inglés
Ken Burns, y el veterano Pirri no aguantó: fue reemplazado a los 10 minutos
por fisura en el peroné.
Los de azul atacaban por todos lados y el tanque Kustudić recibía, pivoteaba y
removía los centrales españoles, que se las vieron tiesas con el nueve
yugoslavo. España aguantaba, y cada vez que podía, intentaba generar jugadas
(generalmente pelotazos) que morían en los centrales balcánicos. Con la salida
de Pirri, Juanito se adueñó del equipo y comenzó a pesar en el juego, ayudado
sobre todo por Cardeñosa y sus corridas, pero el partido era dominado en
general por los locales.
Sin embargo la primera jugada real de peligro llegó recién a los 26 minutos:
córner por la izquierda y quién sabe de dónde apareció Kustudić a rematar de
cabeza; el balón es rechazado en la línea por Olmo y el posterior rechazo
termina en un remate al vertical de Popivoda. El público se prende, el gol pinta
para llegar y los españoles resisten como pueden. Pero cuando el
respetable estaba agarrando fe y frotándose las manos llegó un rechace a la
estratosfera de Marcelino, que se convirtió en pase gol a Juanito gracias a un
despiste del defensa Hatuni: el disparo posterior terminó fuera, bastante
pegadito al palo y la gente sintió el sudor frío bajando por su espalda. Fue el
primer aviso de que los españoles podían complicar a los torpes defensores de
azul a punta de pelotazos.
Continuó el encuentro en la misma tónica: a los 37 minutos se generó otra
mini tángana que terminó con una amarilla a Rubén Cano. Sušić empuja al
mismo Cano que cae al piso; los españoles protestan vehementemente, todos
se empujan, el público acompaña como toda la tarde con su concierto de
silbidos y abucheos. ¿Y el árbitro? Ni mu: un ahuevado total, lo desbordó el
ambiente del partido y se dedicó a cobrarle casi todas en contra de los
visitantes y a hacerse el marica con las agresiones locales. Los amagos de
tángana se repiten con cada jugada dividida y la impaciencia del local crece con
el paso del tiempo, ese malparido que siempre corre más rápido cuando uno
más necesita que haga la pausa
A los 44 minutos vino otra ocasión para España, con jugadota de Rubén Cano
por la izquierda, que centra y remata mal Leal. El primer tiempo terminó sin
casi ocasiones de gol, con mucho nervio en el ambiente y los españoles en una
pierna, pero aún con el asterisco invicto, y lo más importante, la clasificación.
Para el segundo tiempo se acentuó el juego de “tírenselas todas a Kustudić” de
los locales. El grandote se las aguantaba, peloteando y rematando cada que
podía, pero el gol no llegaba. Juanito comenzó cada vez más frecuentemente a
manejar el ritmo del partido, a punta de juego sensato y carácter; a los 13
minutos hubo un pase tremendo de él a Cano que recibe, se saca al arquero
pero le rebota la bola (!) y esta se fue. Pero los yugoslavos siguen vivos: a los
23 minutos, y preciso cuando el narrador de la TV española estaba diciendo
“... en la segunda parte los yugoslavos no han creado una sola ocasión...”,
llega una maniobra individual del ingresado Momcilo Vukotić que se va
lamiendo el palo derecho. Los hinchas locales se animan y los visitantes
fruncen aún más el asterisco; el gol parece inminente.
Lluvia de misiles en Belgrado
Afortunadamente para los de la Madre Patria, sí cayó el gol, pero no del lado
que se creía: a los 71´ Asensi recuperó el balón, distribuye a Juanito que metió
un gran pase a la izquierda, Cardeñosa que corre como condenado y, precisito
antes que la pelota salga, mandó el centro al área, que Rubén Cano muerde
con la pierna derecha. La pelota dio un rebote feísimo, pero se metió en el
arco yugoslavo para el 1-0 que remachaba la clasificación española. El gol ahí
sí que ponía las cosas negras para los locales: ya tenían que convertir tres goles
para poder ir al mundial. Tres. Que se veían cada vez más lejanos de conseguir,
porque los españoles estaban aguantando con muchísima garra, y los
yugoslavos no aprovechaban la inmensa calidad de algunos de sus jugadores
para intentar quebrar a una limitada defensa española.
El desespero hizo que los yugoslavos subieran incluso aún más el tono del
partido, y ya iban alevosamente a partir a los de rojo. A los 75 minutos el
yugoslavo Hatunić le manda tremendo guascazo a la rodilla a Juanito,
innecesario y totalmente a destiempo, que terminó en otro amago de tángana,
puteadas en castellano y serbocroata, empujones airados y reclamos ácidos. Y
el árbitro intentando mostrar cara de autoridad, exhibiendo tibiamente una
tarjeta amarilla; nada que ver, facilito a esas alturas tenía que haber expulsado
al menos a dos de azul. Los yugoslavos levantan la patica hasta en las jugadas
donde no pasa nada, y es en estos minutos que crece la dimensión de Juanito:
figurón mandando balones cruzados, recibiendo pata, poniendo el pie,
aguantándola.
El mismo Juanito fue a los 76´ protagonista de otra de las imágenes icónicas
del fútbol español. Hay sustitución en España: Juanito es reemplazado por
Dani. El malagueño, supongo que harto de tanta pata y puteadas y reclamos y
escupitajos y abucheos del público y árbitros pusilánimes, al salir de la cancha
le dedicó gestos de provocación al público (el clásico “pulgar abajo” que se
puede interpretar como “qué mala actitud” o “están jodidos”). Ya iba llegando
al banco cuando desde la tribuna cayó, con muchísima precisión, una botella
con agua – o un líquido de naturaleza que más vale no averiguar - que impactó
escandalosamente en la cabeza del jugador.
El legendario delantero se tiró como si le hubieran arrojado una granada, y en
la pista y en el campo se formó el cogeculo. Jugadores, cuerpo técnico y
metidos de ambos bandos se levantaron a protestar airadamente y a reclamarse
con acritud, todo en el marco del rugido de la multitud en Belgrado clamando
por la muerte, o venganza, no sé. Juanito seguía ahí tirado en la pista atlética
como si hubiese recibido no un botellazo sino un garrotazo, y a su alrededor
todos gesticulaban. ¡Qué mierdero!
El partido se reanudó en un ambiente, si cabe, aún más enrarecido, con el
corazón del público ya despierto de nuevo después del pasmo del gol. La pata
seguía levantada más de la cuenta y era lo mismo siempre: un yugoslavo
entraba al tobillo, el español caía, el árbitro pitaba sin castigar y los jugadores
se reclamaban, empujaban, agredían más o menos disimuladamente y se
escupían. Ahora, si el ambiente estaba más cargado que almuerzo mexicano,
un gol mal anulado a Yugoslavia (hubiese sido una tremenda cagada del
arquero Miguel Ángel) no contribuyó a que la gente se calmara. El resto del
partido fue la misma película: Yugoslavia desesperada, tirando pelotazos,
echándose al piso cuando sentían pasos de españoles, levantando
afanadamente a centros a los visitantes. Y estos aguantando como podían,
reventándola sin asco, tirándose a todas y metiendo autoridad.
Hasta que terminó el partido, y los españoles fueron todo abrazos y gritos y
celebraciones en medio de una feroz silbatina de los aficionados locales a sus
jugadores. Los españoles celebraban casi como sobrevivientes de un mal viaje,
eufóricos por haber pasado la durísima prueba de carácter que supuso este
partido. Pero ojo que los ayudaron bastante los yugoslavos: mirando
retrospectivamente, el DT balcánico la cagó totalmente en el planteamiento
tan plano y concentrado en el cabezazo-pivoteo al nueve, que les hizo perder
de vista otras alternativas más factibles de superar a la visita. Pero esto estuvo
asociado a – o derivado de - el error más grande de los locales, que fue el
concentrarse no en jugar sino en generar un ambiente de guerra antes y
durante el partido, tan hostil que se les olvidó el pequeño gran detalle que
tenían primero que todo ir a jugar bien a la pelota, porque si no cómo ibas a
hacer goles.
Táctica que además, en vez de amedrentar al rival, le hizo sacar a los españoles
una hombría y carácter que no mostraban más o menos desde la Batalla de
Lepanto. Este partido, por cómo se jugó, como se afrontó y por como salió, se
metió para siempre en la épica local española, y de hecho fue uno de los pocos
paliativos que tuvieron ante décadas de fracasos consecutivos. Ahora, quién
sabe si jugando al ataque puro y simple los balcánicos hubiesen complicado
más a la defensa de rojo. Todo queda en especulación, pero uno se ve el
partido y, a pesar de lo que complicó Kustudić, da la impresión que los
defensores se sentían en su salsa en ese juego de choque. De pronto si los de
azul hubiesen intentado jugar al fútbol, hoy no se hablaría del gol de Cano sino
de la histórica mala racha de los españoles en los 70. Pero bueno, si supiera
qué depara el futuro no estaría acá escribiendo…
Solo quiero cerrar diciendo que esa tarde no triunfó el fútbol, como diría un
narrador pomposo, pero sí se vio la belleza intrínseca de este deporte que
amamos: las ganas de la gloria, el hambre por triunfar, la valentía ante
situaciones adversas, el carácter y garra. Cosas que en el fútbol de hoy no son
tan esenciales como el trabajo metódico y sistemático, pero por eso es que en
el fondo de nuestros rústicos corazones, atesoramos momentos como este del
que acabamos de escribir…
El grandote delantero Miodrag Kustudić (9) se la pasó batallando contra los españoles esa
tarde/noche. Aquí con Camacho (abajo) y Migueli
La formación de España en esa histórica tarde de Belgrado. Arriba, de izq a der: Miguel Ángel, San
José, Marcelino, Pirri, Camacho y Migueli. Abajo: Rubén Cano, Asensi, Cardeñosa, Leal y Juanito
Kustudić rematando y Miguel Ángel aguantando
El Derrumbe
El pobre Deschamps pensando “Hp, si hoy no fue, nunca voy a lograr nada en el fútbol…”
Historia de los repechajes sudamericanos contra selecciones de otras
confederaciones en la era pre-uruguaya
Publicado originalmente el 16 de Marzo de 2016, por YoSoyElCarlos
¿Cómo que hubo repechajes entre equipos sudamericanos en los que no fue Uruguay? Sí
señor: hubo varios, y aquí te los contamos.
La señorial estampa de reminiscencias toltecas del defensor José “Jamaicón“ (!) Villegas adorna este
programa oficial del par do de ida
Casi gol de los sovié cos en la ida en Moscú ante Chile en 1973
El boliviano Carlos Aragonés mete el segundo del 2-3 contra Hungría en La Paz, que apretó la serie a
un global de 2-9
La selección colombiana que salió a jugar ante Paraguay en Barranquilla, en la penúl ma fecha del
grupo. Si perdíamos, chao. Si ganábamos quedábamos dependiendo de los ecuatorianos, que nos
hicieron el favor. Arriba, de izq a der: Leonel Álvarez, “Chicho” Pérez, Andrés Escobar, Carlos Mario
Hoyos, Luis Carlos Perea, René Higuita. Abajo: Bernardo Redín, Wilson Pérez, Arnoldo Iguarán, Juan
Jairo Galeano y “El Pibe”
Es muy poco conocida por estos lares la trascendencia de este partido que contaremos en este
texto, y que conmocionó a China en general y a Beijing en particular. Y ojo que lo de
“conmocionó” es literal, porque cortó de un plumazo el avance del fútbol chino, y porque
además el verguero que se formó post-pitazo final, solo fue sofocado con muchísimo esfuerzo
por los organismos de seguridad de la República Popular China. Hablo del encuentro entre
China y Hong Kong del 19 de mayo de 1985, conocido como “El incidente del 19 de
mayo”.
El saludo de los rivales antes del par do. El chino es el de Hong Kong, el otro chino es el de China
Los jugadores de Hong Kong celebran el 1-0 parcial
La banca de Hong Kong esa noche; el DT es el primero de la izquierda. Si combinas a los dos de la
derecha te resulta “El Gordo” Víctor Púa.
Los diarios de Hong Kong de la época hablando del mierdero
Una muy di cil de explicar foto de unos aficionados eufóricos en el aeropuerto ante el técnico de
Hong Kong
Los duelos entre Países Bajos y Bélgica en 1974, 1978, 1982 y 1986
Publicado originalmente el 14 de Junio de 2016, por YoSoyElCarlos
La FIFA no es morbosa: podrá ser corrupta, codiciosa, oligarca y morbosa, pero nunca una
organización mafiosa. Con particular sentido de sensacionalismo, los señores de robusta
panza de Zürich se dedicaron – inadvertidamente o no – a fogonear por cuatro eliminatorias
seguidas la antigua rivalidad existente entre Países Bajos y Bélgica, agrupándolas en la
misma zona para pelear un cupo al mundial, o emparejándolas para que se maten entre sí.
Esto resultó en unos duelos bastante sabrosones, alguno de ellos polémico, y el último
en particular con tintes dramáticos por el modo en que se definió todo. ¿Dónde más te lo
contaremos, sino por aquí?
Un aún desconocido Ruud Gullit persiguiendo al belga Franky van der Elst en 1985 en Bruselas,
durante la más recordada eliminatoria entre belgas y neerlandeses
La selección de Bélgica que coronó semifinales en la Euro 1972. Arriba, de izq a der: George Heylens,
Erwin Vandendaele, Jean Thissen, Jean Dockx, Maurice Martens, Chris an Piot. Abajo: Leon
Semmeling, Wilfred van Moer, Raoul Lambert, Paul van Himst, Jan Verheyen
Los belgas (de blanco) estaban todos habilitados cuando par ó el pase del gol que le anularon en
1973 y que hubiera significado la eliminación de Países Bajos del que fue SU Mundial. El que me ó
el balón es el del extremo derecho. Veredicto: ¡ATRACO!
Los capitanes Raoul Lambert y Johan Cruyff se saludan antes del encuentro en Ámsterdam del 26 de
Octubre de 1977
El momento en que Georges Grün convirió el gol más famoso de la historia del fútbol belga.
Los belgas en la Euro 84. Eric Gerets es el tercero de arriba, Pfaff el arquero del medio, Ceulemans a
su derecha. El técnco Guy Thijs está a la derecha. Un joven Preud´Homme es el primero de los
arqueros. ¡Ese uniforme, Diosito!
La alineación neerlandesa en el par do de Ro erdam
Entró Georges Grün a la cancha (de blanco) y enseguida se pegó del lado de Van Loen
Grün acaba de entrar a la historia del fútbol belga, Van Loen (a su izquierda) también...
Van Loen derrumbado tras la eliminación. A su lado pasa Gullit cabizbajo. Para uno de los dos habrá
mucha gloria y revanchas, para el otro no (no diremos cuál)
Dátolos curiosos (no estadísticos)
de Mundiales
A veces nos enfrascamos en saber quién hizo más goles o quién jugó más partidos en los
Mundiales, mientras que datos como los que mostraremos aquí sobre camisetas y estadios,
son pasados por encimita. Así que vamos a rescatarlos en estas crónicas a continuación, para
solaz entretenimiento de ese geek interior que todos tenemos dentro. O fuera, depende de
usted…
Any Colour You Like: uniformes y/o colores atípicos de varias selecciones en
mundiales de fútbol
Publicado originalmente el 23 de Noviembre de 2016, por YoSoyElCarlos
Les bleus... ehh, los verdiblancos franceses en acción contra Hungría en 1978
El episodio es muy conocido, y es de los infaltables en los especiales que usan
los medios para rellenar infructuosamente las eternas horas previas al partido
inaugural de cada Mundial. El 10 de junio de 1978 se jugó en Mar de Plata
(Argentina) el partido entre Francia y Hungría por la primera fase de su grupo,
con los dos ya eliminados y por ende solamente aspirando a una victoria
moral. Cuando los seleccionados saltaron al campo de juego y se quitaron sus
overoles/chaquetas, se encontraron con el enojoso detalle que ambos usaban
camiseta blanca. ¿Qué pasó? Resultó que por un error de comunicaciones de la
FIFA, se le había pedido a ambas delegaciones que usaran su uniforme
alternativo para este partido, y para más INRI a ninguno se le había ocurrido
llevar el conjunto titular.
Para salir del paso, y por sugerencia de los franceses, alguien gestionó y
consiguió un préstamo de casacas del modesto Club Atlético Kimberley de la
ciudad, que suministró un set de camisetas que terminó siendo usada por los
franceses. Francia ganó el partido 3-1, que igual no afectó un carajo para el
desarrollo del torneo, pero al menos sirvió para que los
cuatro desorientados que siguen a Kimberley puedan llenarse la boca diciendo
que con su camiseta jugaron Platini, Six, Rocheteau o Marius Trésor.
Sí, muy curiosa la tal historia, pero no fue ni de lejos la única vez que ocurrió
algo atípico con los uniformes en Mundiales de fútbol. Así que repasaremos
en este texto, aquellas otras ocasiones (algunas no muy conocidas) en las
que alguna selección usó colores diferentes a la que le conocemos
habitualmente, sea por motivos repentinos/de fuerza mayor, o sea porque por
esos tiempos tenían otro uniforme y uno ni puta idea.
México con camiseta granate y pantaloneta y medias azul oscuro
Así era el uniforme principal de la selección mexicana hasta principios de los 70... ¡Chúpate esa!
Los mexicanos posando antes del par do contra Suiza luciendo los colores del Cruzeiro de Porto
Alegre. Mucha iden dad con sus colores no tenían estos... El arquero es el por esos días joven
“Tota” Carbajal
Cuando: en el partido ante Alemania Federal por primera fase del Mundial de
1958.
Motivo: de última hora, por similitud de casacas.
¿Cómo retornó Argentina a Mundiales luego de tres ediciones y 24 años de
ausencia voluntaria? ¡Vestida con los colores de Brasil, marica! Ocurre que para
el partido debut en Suecia 1958 y en el que se iban a
enfrentar Argentina contra Alemania Federal, ambos rivales cayeron al estadio
de Malmö con sus tradicionales uniformes (el blanco invasor prusiano uno y el
albiceleste el otro), pero el árbitro del match, el inglés Reginald Leafe,
argumentó que los colores se prestaban a la confusión; tal vez era cegatón el
hombre. Por lo que exigió y realizó un sorteo para ver quién debía cambiar de
uniforme, y ajá, perdió Argentina.
Pero resultó que los sudamericanos no habían traído kit suplente, por lo que
les tocó pedir prestadas y usar de urgencia las playeras del IFK Malmö, viejo
pero humilde club de la ciudad (NO es el mismo Malmö que juega seguido en
Europa) en el encuentro que terminaron perdiendo por 3-1. Las crónicas no
dicen si Alemania tampoco había llevado segundo uniforme, y por ende si se
hubiese evitado el merequetengue si estos decidían usar la equipación suplente,
pero, bueno, sabemos cómo son los alemanes de obstinados cuando se meten
una idea en la cabeza... para los siguientes partidos Argentina retornó a su
camiseta de siempre, y con ella venció a Irlanda del Norte y fue culeada
contra Checoslovaquia.
Bolivia usando... bueno, un montón de cosas, menos verde
Los bolivianos (de blanco con letras) en acción frente a Yugoslavia en 1930 luciendo sus camisetas
lambonas
Cuando: en sus partidos de los mundiales de 1930 y 1950
Motivo: Lambonería en un caso, sustitución de última hora por similitud de
casacas en otro, y uso de su uniforme de la época en 1950.
El mundial de 1994 fue para Bolivia no solo la primera vez que clasificó
disputando eliminatorias, sino el debut en copas del mundo de su tradicional
uniforme verde con blanco. Porque para 1930 los del Altiplano debutaron
ante Yugoslavia con la ya famosa camiseta blanca adornada con letras grandes
que componían juntas el mosaico “VIVA URUGUAY”, o “URUGAY VIVA”,
idea de algún trasnochado que quería chuparle gladiolo a los aficionados de
Montevideo. Bonito gesto que seguro impactó a los menos de 800 (!)
espectadores que asistieron al encuentro; de nada sirvió la sobada porque
perdieron 4-0. Para el segundo y último partido contra Brasil, con ambas
selecciones ya eliminadas, los bolivianos usaron un set de color celeste que les
fue prestado por la Asociación Uruguaya de Fútbol, debido a que ambos
equipos usaban casaca de color blanco y el sorteo favoreció a los brasileños.
Tampoco les sirvió la mística charrúa porque repitieron el marcador en contra:
4-0 y a la casita.
Y la misma combinación de camiseta blanca + pantaloneta y medias negras –
pero sin letras con mensajes motivacionales – fue usada por los bolivianos en
su único partido del Mundial de 1950, en el que fueron apabullados 8-0
por Uruguay. Esta combinación era la que usaba la selección boliviana como
principal desde 1926; recién en las eliminatorias de 1958 se adoptó el color
verde como el oficial para la Bolicción. Pero confieso que tampoco de esto tenía
la más puta idea, y supongo que algunos de ustedes tampoco, así que
comparto para que nos sintamos ignorantes entre varios.
Y además...
Además de los anteriores hubo otros casos similares derivados de variopintos
motivos, que para no hacerlos abandonar la lectura de este libro,
mencionaremos brevemente a continuación, y dice así:
Perú sin franja roja en 1930: la selección peruana debutó en mundiales de
fútbol con un uniforme diferente al que todos le conocemos hoy: todo de
blanco, con vivos rojos pero sin la tradicional y sempiterna franja cruzada.
Este detalle recién se añadió en la camisa que usaron los peruanos en los
Juegos Olímpicos de 1936, y desde ahí dura hasta el sol de hoy. Como detalle,
ehh, colorido, mencionaremos que la primera vez que jugó una selección
peruana en 1927 usó una camiseta de rayas verticales rojas y blancas, a
lo Paraguay, después adoptaron este diseño de 1930, luego le añadieron una
franja horizontal en el pecho y por último se decidieron por hacerla diagonal.
Chile cuando no era La Roja: también en 1930 los colores usados por Chile
fueron distintos de los que hoy les conocemos: los tres encuentros que
disputaron en ese mundial los afrontó con camisa blanca – pantaloneta y
medias azul oscuro.
La Oranje de azul en 1934 y 1938: Países Bajos jugó sus dos primeros
mundiales vestida de azul oscuro, solo llevando el naranja en las medias.
Supuestamente en 1934 el motivo fue para evitar confusión de colores con el
rojo de Suiza, pero para 1938 contra Checoslovaquia (de blanco) volvieron a
jugar de azul, así que esta versión no cuadra 100%.
Austria con la del Napoli en 1934: para el partido por el tercer puesto del
Mundial de 1934, en Napoli, Austria tuvo que jugar con la camiseta celeste del
club de la ciudad debido a su similitud con las de sus oponentes de esa tarde,
Alemania. Pasó lo mismo que se repetiría en el futuro: ambos cayeron con la
misma equipación, se hizo un sorteo y ganaron los alemanes (por eso dirá
muchos años después Gary Lineker su famosa frase “En el fútbol son once
contra once y siempre los malditos alemanes ganan los malditos sorteos para
decidir quién usa el maldito uniforme principal”), por lo que a los austriacos
les tocó pedir prestado de urgencia a un club local y etc, etc, etc.
Italia todo de negro en 1938: de las pocas veces que los los italianos han
dejado de lucir su tradicional azzurra en mundiales, fue en cuartos de final de
1938 contra Francia, cuando usaron un uniforme todo de negro de arriba
hasta las medias, que dicen fue por orden/instrucciones de Benito Mussolini
en honor de sus temidas Camisas Negras. Quién sabe qué tan cierto es esto y
qué tanto tuvo que ver simplemente el hecho de enfrentar a la local Francia
con colores similares... en futuras ocasiones los italianos usaron el blanco
como suplente,
Brasil de blanco hasta 1950: El uso del color blanco en la casaca de Brasil
pre 1954 ya es más que conocido, antes de ser potencia jugaban todo de
blanco o con pantaloneta azul, y hasta en algún partido como
contra Polonia en Octavos de Final de 1938, lucieron su segunda equipación
de camiseta celeste con pantalón azul oscuro.
Colombia de azul en 1962: antes del tropical amarillo que hoy derrocha
derrotas inesperadas por el mundo, la selección Colombia usó como titular una
casaca de color rojo desde mediados de los años 80 hasta los 90; en los 70 y
hasta mediados de los 80, la principal era la famosa camiseta zapote con una
banda tricolor diagonal (no me pregunten por qué el zapote, porque tendría
que mentirles). Y aún antes de eso, el honor futbolístico de mi país era
defendido con un set de color azul oscuro arriba y pantaloneta negra o blanca,
con la cual disputamos nuestro primer mundial y que usamos al menos hasta
las Eliminatorias de 1970. ¿Y por qué el azul? Ehhhh, esperen reviso mis
notas... (ruido apresurado de papeles...).
Argentina sin la albiceleste 2.0: uno no así digamos ¡uffff, qué hijueputa
tan anómalo! pero que ya que estamos vale la pena mencionar, fue el uniforme
que usó Argentina en 1962 contra Inglaterra, con elástica azul oscuro y
pantaloneta negra que supongo era su equipación alternativa, usada para evitar
confusiones con el blanco de su rival. O sea que a la famosa combinación
usada en México 86 contra Uruguay e Inglaterra, la primerearon en 1962. Ah,
contra Alemania Oriental en 1974 también lucieron el mismo diseño.
Los oscuros son de Argen na, los blancos los ingleses. Me refiero a las camisetas.
... pero en 1970, en la derrota en Cuartos de Final contra Italia en Toluca sí se nota mucho mejor
Hoy el Estadio da Montanha, de Cruzeiro es un cementerio. No “cementerio” como “no tenés
aguante pirobo“, sino literalmente: el club lo vendió a la municipalidad para que esta construyera
uno. Parte de la tribuna del viejo estadio aún se conserva en el lugar.
La selección Colombia en 1962. El color fue añadido en la foto pero juro que es de verdá
El inglés Peters de celeste enfrentando a los checoslovacos en 1970
Todo pasa, los estadios también: reseña de escenarios hoy desaparecidos en donde
se jugaron partidos de mundiales
¿Alguna vez se ha preguntado si todos los estadios en los que se han jugado partidos de
mundiales de fútbol siguen en pie? Nosotros tampoco, pero igual nos animamos a
averiguarlo.
Este monumento señala el punto exacto en el que estaba el arco en el que se convir ó el primer gol
de los Mundiales, en el desaparecido Estadio de Pocitos, hoy deglu do por el crecimiento urbano
Dice la tradizión que todo equipo que visite por primera vez el San Mamés debe hacer una ofrenda
floral al busto de Pitxitxi. Esto se hacía en el viejo San Mamés, y se con núa haciendo en el nuevo.
¡La falta de códigos de uno de los obreros usando una pantaloneta del Barcelona! Ni en eso ni en el
morbo del tulo no disimulan los de Sp*rt...
Nuestro exclusivo dron interac vo viajó hasta el barrio Sarriá en Barcelona para espiar la vida de los
ricos, y además para ver dónde quedaba el viejo estadio del RCD Español. Este ocupaba el lugar que
hoy cubre la zona verde del medio (llamada “Jardins del Camp de Sarriá“) y los edificios grises que la
rodean
Hay tantos partidos de Mundiales que quedarán en la historia de la humanidad por siempre
jamás… de los cuales de casi ninguno sabemos más de lo que dicen las crónicas, o los
resúmenes de youtube. Como somos gente jodida, concienzuda y nerd, nos tomamos el trabajo
de mirarnos íntegros algunos de estos partidos, para poder decir con más conocimiento de
causa qué pasó, cómo ocurrió y qué llevó a que los tengamos tan en la memoria colectiva de
este hermoso e ingrato deporte
El demoledor Hungría 10 – El Salvador 1 de 1982: La Masacre de Elche
Publicado originalmente el 15 febrero de 2017 por YoSoyElCarlos
Uno de los partidos más mentados en resúmenes y listados, y menos vistos por el respetable,
es este que reseñaremos a continuación. ¿Qué diablos pasó para que se diera un marcador de
partido de calle entre los calidosos de la cuadra y el de los troncos? ¿Fue tanta la diferencia
entre ambos equipos, era tan abismal el nivel de Hungría con respecto al de El Salvador?
¿El arquero salvadoreño era un horrible o fue un sacrificado? ¿Fue una vaina anómala y
accidental que no se vuelve a dar en la vida o si jugaban de nuevo quedaban 9-0? Cuando
uno se ve el de nuevo juego con calma y desde cero, se da cuenta que no fue solo diferencia de
calidad lo que derivó en el 10-1, sino que en otros factores entre los que sobresale un gran e
inocente tercermundismo. Ya le contamos.
La selección salvadoreña en uno de los par dos de esas Eliminatorias a 1982 El primero de arriba
era el mejor de la defensa: Jaime Rodríguez. El arquero Guevara Mora tenía 20 años cumplidos por
esos días (según la FIFA, él dice que tenía 17)
El gran “Mágico”
La delegación salvadoreña en medio del cipote de viaje más largo que irse en bus de un lado a otro
de Bogotá. Aún eran todo sonrisas
Tibor Nyilasi relajado rando clase ante los salvadoreños Ventura (6) y Rivas
Una de las 1928736 veces que los húngaros ganaron los duelos
La jugada previa al gol mal anulado a Hungría en el primer empo, que hubiese sido el 4-0. ¡No era
fuera de lugar, árbitro hijueputcszok!
El DT (el segundo de traje desde la izq), más aburrido que Rodrigo D el de “No Futuro”
Gritó el descuento para un 5-1 más que Marco Tardelli su gol en el 2-1 de la final ante Alemania
Federal
Cuando toca debatir sobre los partidos más increíbles del fútbol mundial (entiéndase partidos
de esos que marcan época) hay bastante de donde escoger. Pero un servidor siempre se inclina
por uno, que tuvo goles, héroes, villanos, calidad, pata, arbitro, huevos, sangre y, vea usted, la
primera definición por penaltis en la historia de los Mundiales. Tuvo absolutamente TODO
lo que un partido de futbol debía tener, al punto que si le hicieran película sería como esa de
Rush: Pasión y Gloría donde narran la batalla por el título de Fórmula 1 entre Niki
Lauda y James Hunt. Sin más preámbulos, hablemos del Francia-Alemania Federal
disputado en el marco de las semifinales de España 1982.
A lo bien, si Schumacher no tenía la esperanza de que Ba ston lo recibiera en brazos para elevarlo
hacia arriba cual porrista del Santo Ángel o el Corazonista, yo no en endo nada...
Ba ston tras la salvajada
Uno de los partidos más recordados de los Mundiales fue ese de la segunda fase de España
´82 entre Brasil e Italia. Ese partido no solo fue un juegazo de la J a la O sino que por su
contexto y desarrollo, ha generado un montón de palabrería posterior por la sensación de
injusticia del triunfo italiano y de Se_Murió_el_Fútbol, que aún perdura con los años en
la memoria de los hinchas que lo vivieron y la gente que vino después. Con la sapiencia que
me dan los años (“sapiencia” no se “sabiduría” sino de “cualidad de ser sapo”) me dio por
verme de nuevo ese partido, completico después de 35 años a comprobar si todas las historias
relacionadas con el encuentro fueron así o son pura paja de la memoria nostálgica. Pillemos a
ver.
El gran resucitado de esa tarde barcelonesa domina el balón ante la marca de Junior
Los italianos en ese par do: Dino Zoff, Giancarlo Antognoni, Gaetano Scirea, Francesco Graziani,
Fulvio Collova , Claudio Gen le. Abajo: Paolo Rossi, Bruno Con , Antonio Cabrini, Gabriele Orialli,
Marco Tardelli. También es, a su modo, un combazo.
El horripilante de Serginho Chulapa en Sao Paulo
El momento exacto en que se le comenzó a arreglar la carrera a un man que pintaba para ser
mencionado en medio de carcajadas en futuras tertulias futboleras
Graziani peleando un balón con Junior, al fondo mira Luizinho