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EL GRAN LIBRO DE PELTRE

PARA PASAR LA
CUARENTENA
Volumen III: Historias de
Mundiales de Fútbol
Selección de textos escritos originalmente en “La
Monserga del Fútbol” y en “La Refundación”
L M D F
P :

La Monserga Del Fútbol Presents:


El Gran Libro de Peltre para
pasar la Cuarentena
Volumen III: Historias de Mundiales
de Fútbol
Selección de textos escritos originalmente en
“La Monserga del Fútbol” y en “La
Refundación”

La Monserga del Fútbol 17-12-2020


Título original: La Monserga Del Fútbol Presents: El Gran Libro de Peltre para pasar la Cuarentena /
Volumen III: Historias de Mundiales de Fútbol

La Monserga del Fútbol, 2020

Editor digital: Calibre Portable 4.13


Presentación

La siguiente compilación incluye textos que fueron escritos y publicados


originalmente en el sitio web La Monserga del Fútbol
(www.lamonsergadelfutbol.com), complementados con otros de autoría del
editor de este libro para el sitio (ya inactivo) La Refundación
(www.larefundacion.com).

¿Alguien hubiese apostado por allá en 2006 que un blog de fútbol con nombre
rocambolesco, creado y manejado no por un periodista serio, sino por un equis
informal, y que escribía incoherencias e historias desgajadas que solo
recordaban dos gatos, iba a llenar de éxito a su creador? Creo que nadie lo
hizo, y menos mal, porque perdía la platica. La Monserga del Fútbol nació en esos
tiempos ingenuos del auge de los blogs, gracias a los ímpetus de un tipo por
ese tiempo recién entrado a la treintena, y con más preocupaciones en su
propia vida que el Ministro de Salud de Italia. Ese tipo (no el ministro: el autor
del blog) agarró como nick/seudónimo/alias/nombre de guerra dizque
“YoSoyElCarlos”, y ajá, es el que escribe estas líneas.
Durante 14 años (marica, ya 14, qué falta de vida tan hp) he escrito en ese sitio
web, primero bajo blogger y después con dominio propio, casi siempre con
textos de mi autoría, y desde unos años para acá con varios parceros que se le
han medido a escribir. El sitio se ha impulsado desde su inicio por el hecho
que soy más afiebrado al fútbol que un putas, tanto que tengo la cabeza llena
de historias que viví desde niño por allá por el Pérmico Tardío. Estas
historias/recuerdos/vivencias están inevitablemente sazonadas y marinadas
con la resignación doble que la vida le da a esos desgraciados que nos la hemos
pasado haciéndole fuera a una selección Colombia (de cualquier categoría), y
sobre todo al DIM. Todo lo anterior, conjugado con las ganas de hablar física
mondá, es lo que me lleva a seguir aún con la tarea/pasatiempo de escribir
huevonadas, sin que haya recibido más que noches de desvelo, perdido horas
de descanso buscando datos random del tipo “quién era el lateral derecho del
Deportes Quindío de 1986”, para escupir todo tipo de historias deshilvanadas,
con intentos de crónicas de cosas que nadie se acordaba... todo sin saber si al
final las iban a leer más de tres geeks desocupados y solitarios como uno. Pero
como dijo Siddharta, “ya qué hijueputas”.
¿Y de qué se escribe en La Monserga? ¡Pues de Fútbol, marica, de qué más!
Aún seguimos metiéndole ganas al asunto, a pesar que hoy en día una página
web que no sea revista/magazín tiene menos salida que Helibelton Palacios. A
veces me mato escribiendo cosas que me lleva a cuestionarme para qué putas
sigo escribiendo. Pero al final concluyo que me vale verga, que mientras haya
ganas de escribir seguiré, hasta que en el mundo nadie se informe por medio
de la lectura sino a través de videos de youtubers (no estamos lejos de eso: el
presidente de mi país es un bobo megalitro que le encanta gastar la plata del
erario público en programas de TV).
¿Adónde iba con esto? Ya no me acuerdo. Ah, sí: gracias.
Introducción al Tomo III

Leímos hace poco en ese foro del saber y estudio profundo para tíos
querendones y tías luchonas que es Facebook, un pensamiento que el
gran Mahatma Gandhi compartió alguna vez en una manifestación en Madrás,
ante aproximadamente tres millones quinientos veintidós mil cuarenta y dos
seguidores. Dijo así: “Recordad todos en estas horas de privaciones que nada
es lo que parece ser a primera vista; como por ejemplo el Mundial de Fútbol,
que empieza como tal con las Eliminatorias. Pasa que uno por abreviar habla
de “Mundial” para lo que se disputa cada cuatro años en una sede fija, pero en
realidad este evento corresponde a la “Fase Final”: el Mundial como tal se
juega desde el primer partido de Eliminatorias. ¿Sí me entiende? Id en paz
todos”.
Bueno, si sale en féis debe ser verdad. El hecho es que el Mundial (todo el
pack, con Eliminatorias y todo), es por definición un evento que enfrenta
culturas, hace aflorar pasiones regionales, llena de orgullo – justificadamente o
no - a cada país. Gústenos o no, y con la nefasta FIFA ganando billete de por
medio, es así. El Mundial está lleno de tantas historias y datos de todo tipo,
que uno ni conoce, o que si lo conoce es a medias, o si lo sabe todo, en general
es historia heredada de documentales o de la historiografía oficial. Aquí
haremos un tenue intento de acercar algunas de esas historias, unas de las
cuales nos han taladrado la cabeza por años.
Y no todas son de hechos ultra conocidos, no señora. Me imagino que por
cada historia épica, morbosa o emocionante de fútbol que circulan cada cierto
tiempo, y que se reciclan en cada esquina de cuentas/redes/celulares – que el
Maracanazo, que el 7-1, que el Brasil del 70, que la mano de Dios -, hay como
cinco equivalentes al otro lado del mundo de los que uno no tiene ni la más
puta idea. O sea, nada raro que en estos mismos momentos en que usted lee
estas líneas, estén varios beduinos reunidos en torno de un mantel decorado
aleatoriamente con botellas vacías de arak, todos mirando entre sombría y
nostálgicamente al vacío del desierto. De repente, uno de ellos desgaja de a
poco sus recuerdos adormilados:  “¡Qué me vienen a hablar de la Mano de
Dios o del 5-0 esos hijueputas infieles! Partido histórico, lo que se dice
histórico, fue el 5-4 del Al-Shawarmi contra el Al-ético Willah en la copa de Su
Majestad el Emir en 1991”… todos los demás asentirán marcialmente
mientras alguno masculla “Vamos, carajo” o “su Alteza Husseín I te la
compró”, y se sirven otra ronda de té de anís, mientras otro ya le estará
echando ojo lascivo a la camella en celo de Anwar que descansa contigua a su
toldo. Cosas que pasan en el desierto…
Bueno, aquí te contaremos algunas de esas historias. Solitarias aventuras
mundialistas de selecciones desconocidas. Batallas épicas, duelos fratricidas y
notorias e inexplicables churreteadas. Los datos curiosos que nunca te
preguntaste sobre uniformes y estadios. Y por último, reseñas de algunos
partidos históricos de Mundiales, re-vistos para analizarlo tal como pasó y no
con lo que uno se acuerda o le contaron. Espero las disfrutes, y si no, quien te
manda a pagar por este libro.
Tabla de contenido
Presentación
Introducción al Tomo III
Exóticos en Mundiales
El estrambótico paso de Zaire en el mundial de 1974
Sheilas, wogs and poofsters: la aventura de Australia en 1974
Cinderella men: Canadá en el Mundial de 1986
Corrupción, magia negra y la fiesta del fútbol: Haití en el Mundial 1974
Historias de Eliminatorias
La increíble noche que entre la arepa y Jan Tomaszewski eliminaron a
Inglaterra del Mundial de 1974
“La Guerra del Pacífico” en Eliminatorias: los mata-mata entre Perú y Chile
por un cupo al Mundial
La Agonía de Doha
Canchas de arena, tormentas de nieve y una definición dramática: el triple
empate entre Suecia, Austria y Hungría por clasificar a Alemania 1974
La Batalla de Belgrado
La madre de todas las churreteadas: Francia en las eliminatorias a USA 94
Historia de los repechajes sudamericanos contra selecciones de otras
confederaciones en la era pre-uruguaya
El China – Hong Kong de las Eliminatorias en 1985, o “El Incidente del 19
de Mayo”
Los duelos entre Países Bajos y Bélgica en 1974, 1978, 1982 y 1986
Dátolos curiosos (no estadísticos) de Mundiales
Any Colour You Like: uniformes y/o colores atípicos de varias selecciones
en mundiales de fútbol
Todo pasa, los estadios también: reseña de escenarios hoy desaparecidos en
donde se jugaron partidos de mundiales
Grandes partidos de Mundiales
El demoledor Hungría 10 – El Salvador 1 de 1982: La Masacre de Elche
La semifinal Francia-Alemania Federal en España 82 y un drama más hp que
el de Elif
La dolorosa eliminación de Brasil a manos de Italia en el Mundial de 1982
Autores de los escritos
Fuentes (no Yosvida)
Exóticos en Mundiales

Muy por debajo de los grandes como Brasil, Alemania o Italia, e incluso de los medio huevo
como alguna selección sudamericana que celebró mucho tiempo un 4-4, hay una serie de
selecciones cuya participación en un Mundial alcanzó la categoría bien ganada de “Equipo
simpático”. ¿Querías conocerlas? Me importa un carajo si no, vamos a contarte la historia de
algunas.
El estrambótico paso de Zaire en el mundial de 1974
Publicado originalmente el 3 julio de 2015 por YoSoyElCarlos

Pocas participaciones en Copas del Mundo dejaron una imagen tan rocambolesca, pobre y de
algún modo triste, como la de  Zaire, el país que se llama hoy  República Democrática del
Congo, en el Mundial de 1974. Antes que busques en iutúb cómo fue, te la contamos acá
con pelos y señales.

Zaire peleando contra Brasil y el des no en 1974

Si estás preguntando qué es eso de “Zaire”, para bolas que antes de entrar en
materia, te explicaremos brevemente el asunto. La región del Congo es un área
selvática del África Central, muy rica en recursos naturales, y enmarcada
dentro de la cuenca del río del mismo nombre. Incluye lo que hoy es Camerún,
la República Centroafricana, la República Democrática del Congo, la República
del Congo (no, no estoy repitiendo por error), Gabón y Guinea Ecuatorial. Ya
desde finales del Siglo XV, los europeos descubrieron a esta región como
fuente de recursos de todo tipo, sobre todo marfil, caucho y – mira qué cosas
– esclavos.
Para finales del Siglo XIX, en plena carrera imperialista por África, la
importante zona estaba en disputa entre franceses, portugueses y británicos
para ver quién se la quedaba. Pero el que se ganó el Baloto inesperadamente
fue Bélgica, o mejor dicho, su rey Leopoldo II: el soberano apareció de manera
fantasmal en el área cual Filippo Inzaghi en uno de esos goles de mierda que
se la pasaba haciendo, para proponer la creación de un estado en el Congo,
dedicado a fines filantrópicos y a la promoción de la civilización occidental. ¿Y
quién iba a manejar ese estado? ¡Pues Leopoldo, marica, quién más! Después
de años de diplomacia, intrigas, fuerte lobby a favor y la ayuda de Monsieur Le
Billetin, finalmente el rey belga logró en 1885 la aprobación de todas las
potencias europeas para de la creación del “Estado Libre de Congo”, territorio
de más de 2 millones de Km2 que pasarían a ser propiedad directa del rey.
Ojo: no de Bélgica: propiedad del rey; así como un paraco comprando tierras
en el sur de Córdoba, la extensa región se convertiría en dominio personal del
soberano. Lo peor no fue esto per se, sino que todo el proceso que se vendió
como una operación de fines exclusivamente filantrópicos, de investigación y
de progreso, resultó en una brutal carnicería, en un reino del terror a punta de
trabajos forzados, esclavitud de facto y castigos inhumanos, que exterminó a la
población local, dejó millones de damnificados y solo sirvió para beneficiar a
Leopoldo y sus parceros. Ante las cada vez más frecuentes denuncias de
viajeros y misioneros, la presión internacional sirvió para que al menos la zona
pasara a ser formalmente colonia del reino de Bélgica en 1908. Lo fue hasta
1960, año en que se independizó en medio de un fenomenal mierdero,
ayudado  por la falta de experiencia de los locales en asuntos de gobierno y
fogoneado por las potencias europeas.
Finalmente, en 1965 llegó al poder el antiguo sargento colonial  y ferviente
cristiano Joseph Mobutu,  que se mantuvo al mando con sus oraciones a la
Virgen María y a la CIA hasta que ambos le soltaron la mano en 1997. Bueno,
el caso es que  Mobutu  se afiebró por la identidad nacional, y promulgó una
serie de medidas para reafirmar las raíces autóctonas por sobre la influencia
europea; entre otras decretó que el país en 1971 sea oficialmente conocido
como República de Zaire, nombre que se mantuvo hasta la caída de Mobutu:
hoy es el que conocemos como República Democrática del Congo.
Es por esto que hablamos en este texto de Zaire, y no de Congo. Bueno, ahora
sí, metámonos en el queso.
El fútbol en Zair… digo, en Congo.
El fútbol en el país que nos ocupa este texto se comenzó a practicar desde que
eran aún colonia de los belgas: de hecho la Dimayor  congolesa se fundó en
1919, y muchos de sus clubes de hoy existen desde antes de la independencia
del país (por ejemplo el  TP Mazembe  que hemos visto en los mundiales de
clubes se fundó en 1939). Ya como selección nacional jugaron su primer
partido oficial en 1963 (victoria 6-0 a Mauritania), y tuvieron un progreso tan
rápido que ya en 1968 ganaron la  Copa Africana de Naciones  disputada
en  Etiopía. Para el Mundial de 1970 no participaron porque la FIFA
rechazó su inscripción – no pudimos encontrar por qué -, pero se prepararon
con todo para lograr una histórica clasificación para el Mundial de 1974.
Acá encontramos un paralelismo con casos similares – por ejemplo, con Haití,
y lo que contaremos más adelante en este mismo libro -, respecto al fuerte
apoyo que le dio a su selección el corrupto y autoritario dictador del
país. Mobutu se pegó de la teta del combinado nacional (aka Los Leopardos), y
explotó ostentosamente sus victorias para mejorar su imagen. El dictador puso
de su propio dinero (o el del Tesoro Nacional, total era la misma vaina) para
profesionalizar la práctica del deporte, se trajo entrenadores extranjeros –
entre ellos el que terminó clasificándolos y dirigiéndolos en 1974, el yugoslavo
Blagoje Vidinic – y permitió por un tiempo que sus jugadores se foguearan en
clubes de Bélgica.

La clasificación de Zaire al Mundial de 1974 comenzó con una parida serie


ante  Camerún, que vencieron en triple partido (derrota y victoria  1-0 de
visitante y local, y triunfo 2-0 en el juego de desempate disputado en la misma
capital de  Zaire), y otra sin demasiados sustos  ante  Ghana. Después de esto
vino la ronda final ante Zambia y Marruecos, en la que eran amplios favoritos
los norafricanos. Pero los marroquíes comenzaron mal al perder en Zambia 4-
0, y Zaire aprovechó para treparse en la cima del grupo ganándole a
los Chipolopolo en sus dos partidos. Marruecos se repuso al ganarle a Zambia en
Tetouan, pero igual seguían con desventaja: llegaban a  su visita a Zaire en
Kinshasa el 9 de diciembre de 1973 con el agua entrándoles a la alcoba, porque
si no ganaban se quedaban fuera del Mundial con una fecha por disputarse.

Pero esa tarde, ante una multitud de 20,000 tipos apeñuscados adentro y afuera
de un estadio con capacidad para 8,000 (!), Zaire derrotó 3-0 a Marruecos y se
clasificó por primera vez en su historia a un mundial de fútbol. El partido
estuvo viciado totalmente por irregularidades: las crónicas del juego hablan de
exceso de juego brusco de los locales que no fue reprimido por el juez (una
crónica dice por ejemplo “Morocco’s key midfielder Ahmed Faras had been kicked to
such an extent he was unable to continue”, lo que traducido significa “al pobre árabe le
dieron más pata que un hp”), o que el primer gol no debía haber valido porque
hubo falta al arquero marroquí. La Federación de Fútbol de
Marruecos protestó oficialmente por lo que consideraron arbitraje parcializado
del juez,  y renunció a jugar la vuelta aduciendo falta de garantías. Igual este
último partido no servía para nada: Zaire ya estaba clasificado al Mundial.
Los zaireños estaban exultantes, y más aún cuando reafirmaron su buen
momentaaaa ganando su segunda Copa Africana de Naciones, disputada tres
meses antes del Mundial de Alemania. Zaire era el rey del fútbol africano y los
futbolistas eran el orgullo de su nación. Un Mobutu todo botao le hizo regalos
a cada jugador, y los mimó tanto que las crónicas dicen que tuvo que regalarles
cosas a sus generales para que estos no estuvieran celosos.
La aterrizada
El sorteo del Mundial de 1974 encajó a  Zaire  en un grupo jodidísimo: la
todopoderosa  y campeona mundial vigente Brasil,  y los durísimos
europeos Yugoslavia y Escocia. El objetivo de clasificar se veía más lejano que
la salida al mar de Bolivia, pero confiaban en alcanzar la categoría siquiera de
“equipo digno” (la siguiente por encima de “equipo simpático”). El debut fue
un 14 de junio de 1974 en Dortmund ante una Escocia llena de figurones de la
liga inglesa (Dennis Law, Kenny Dalglish, Bill Bremner, Joe Jordan), en un
estadio semivacío ocupado solo por escoceses ebrios y por alemanes  sin  ni
mierda que hacer.
El resultado final fue un respetable  2-0 (goles de  Lorimer  y  Jordan) que en
todos lados lees hoy como “una sorpresa”, “un buen resultado”, “le opusieron
más resistencia de la esperada”, pero que si miras las acciones del partido te
das cuenta que no terminó en goleada simplemente porque ese día los
escoceses dejaron la puntería en Aberdeen. A los escoceses se les notó
incómodos con ese rival ingenuo pero rápido en ataque, al que ni por físico ni
por altura podían desbordar, y al que querían golear para ayudarse con el
importante tema del gol diferencia; esto tal vez explica lo plano que estuvo su
ataque. Por otro lado, la ingenuidad de los africanos era notable, y aparte
tenían menos ductilidad que un representante uribista hablando de los
derechos de la población LGBTI. Pero de verdad intentaban salir, por ratos
hacían triangulaciones peligrosas en ataque que alguna ceja hicieron arrugar en
Dundee, pero que no resultaban bien porque, cuando les tocaba definir, se les
venía el mundo en la cabeza.
Las esperanzas de los zaireños para hacer partido eran rezar, confiar en su
portero Mwamba Kazadi y aprovechar su velocidad y potencia para hacer algo
en ataque. De hecho, esa vez  sorprendieron un par de veces a los escoceses,
pero los británicos se devoraron no menos de cinco ocasiones de gol. Aquí es
donde comienzan las leyendas fáciles, las versiones que hoy ya no se pueden
comprobar. Hay algún reporte que menciona que los escoceses en medio de su
desesperación, se dedicaron a hijueputear a los zaireños diciéndoles “negros”
(supongo que “niggers”) y hasta escupiéndolos. Pero esto no se ve en el partido,
o al menos si tal cual ocurrió, no se deja ver en la transmisión que sobrevive
hoy. Curiosamente, estas historias y otras más salieron a la luz muchos años
después de acontecidas, y nada se ventiló por esos días...
Cuatro días después les tocó su segundo
partido, en Gelsenkirchen contra Yugoslavia. Este fue el famoso y demasiado
reseñado 9-0, que dejó no solo por el marcador, sino por el desarrollo del
partido, la inquietante sensación  que  los muchachos de  Zaire  tenían menos
nivel que los chismes de la farándula peruana. El juego como tal estuvo lleno
de perlas, como la llamativa falta de reacción del portero titular – y una de las
figuras contra Escocia –  Mwamba Kazadi  en los dos primeros goles;
su  incinerada posterior  cuando lo cambiaron a los 21 minutos (!) por el
portero suplente de 1.68 m de altura Ndimbi Tubilandu; o la mortandad total y
desubicación de una defensa zaireña que concedía espacios de manera
pasmosa a sus rivales. Total, todo muy pintoresco y triste, además remachado
por la falta de piedad de los yugoslavos, que hicieron nueve pero bien
pudieron hacer tres más.
Muchos años después, algunos de los protagonistas de ese partido por Zaire
en La Masacre de Gelserkinchen, rodaron la versión  que, en realidad, el equipo
entró a la cancha desmotivado y distraído, porque un día o dos antes del cotejo
se enteraron que no les iban a entregar los premios prometidos por clasificar al
Mundial. Esta versión afirma que, entre todos los jugadores decidieron
renunciar a presentarse al encuentro contra Yugoslavia como protesta, y que
Mobutu, al enterarse de esto se azaró de tal manera que en persona llamó a la
delegación a su concentración en Alemania, y les dijo claramente – por altavoz,
supongo - que se iba a ver el partido por televisión, y que tomaría atenta nota
de los que iban a jugar y de los que no, ¿sí me entienden? Los jugadores
entendieron patentico: si renunciaban, Mobutu los iba a joder a ellos y a sus
familias en casa, y por eso – sigue diciendo la versión - todos estaban más
desmoralizados que el carajo.
Muy indignante la historia, pero para este servidor  suena en parte a excusa
para justificar la muertez propia: miras el video el 2-0 de Escocia y del 9-0 y no
encuentras taaaaaanta diferencia en el horrible nivel de los zaireños como
contra Yugoslavia, salvo el tema del portero.  La diferencia estuvo en quién
tuvieron al frente: los yugoslavos tocaban más que  Slayer y se dedicaron a
llegar de manera precisa, lujosa y contundente al arco rival. De pronto la
reacción de los arqueros fue horripilante en varios de los tantos, pero
tengamos en cuenta que estos mismos salvaron al menos cuatro goles más. Y
que si fuera por falta de ganas, Zaire no hubiera siquiera tenido las dos o más
ocasiones de gol que botaron por impedidos. Pero ajá, las historias de “pobre
equipo sufrido de tercer mundo y engañado por sus corruptos
dirigentes”  vende bastante, y de paso son útiles para tapar la horribilidad
propia.
Y el último partido fue contra  Brasil, y sobre este también se ha gastado
mucha tinta y bytes. La historia más divulgada apunta a que supuestamente el
propio dictador mandó a amenazar a sus jugadores vía telefax diciendo que lo
de Yugoslavia había sido una vergüenza (bueno, ahí sí toda la razón con don
Mobutu), y que si perdían por más de tres goles que ni hicieran las vueltas para
volver a su casa. Precisamente Brasil estaba urgido de ganar al menos por tres
goles de diferencia para no depender de lo que pasara en el Escocia vs
Yugoslavia que se jugaría simultáneamente; y bueno, tal cual así quedó el
cotejo: 3-0.  Brasil fue una tromba los 90 minutos, pero por el mismo
desespero (recién hizo el 2-0 a los 66 minutos y el 3-0 a los 79 con regalito del
arquero incluido) se devoró varios goles más ante una casi infantil oposición
zaireña. 
Pero lo que más se recuerda de este partido es LA jugada famosa del tiro libre,
cuyo protagonista fue el defensor zaireño Mwepu Ilunga. Con el marcador 2-0,
Brasil tuvo un tiro libre a favor tras un guadañazo de un defensor a Jairzinho
cerca de la media luna. Se paran Rivelino, Jairzinho y Nelinho, entre otros, a
ver quién le pegaba (marica, qué combo esa tripleta para cobrar) y, antes que el
árbitro diera la orden, y aún sin que alguno de los brasileños se moviese a
patear, de la nada y de manera bien random, se sale de la barrera el defensor
Mwepu Ilunga y revienta el balón al carajo. La jugada descolocadísima y
totalmente WTF hizo cagar de risa a  Der Respetablën  y emitir comentarios de
asombro de los periodistas que cubrían el cotejo: ¿estos manes ni siquiera se
sabían las reglas básicas del juego?
Creo que casi todos hemos visto el video con la jugadita esa del tiro libre en
algún recuento o nota. ¿Qué putas pasó? Al respecto también hay muchas
versiones por interné, que son gratis y cualquiera compra según su nivel de
boomer o de tía: según unos, Mwepu estaba aterrorizado por las amenazas de su
dictador y reaccionó desesperado por la inminencia del gol; según otras
versiones,  Mweupu  honestamente revoleó el balón porque pensaba que tal
cosa estaba permitida, pues los belgas así se lo habían enseñado. Otras más
dicen hasta que el jugador lo hizo para que lo expulsaran porque estaba harto
de jugar con las presiones de Mobutu. Lo cierto es que se ganó su amarilla y su
sitio en el “Gran Libro de Brea de Burradas Mundialistas”.
Con un nítido registro de 3 PJ – 0 PG – 0 PE – 3 PP – 0 GF – 14 GC – 0
Ptos, a Zaire le tocó devolverse a casa no solo aburridos, sino asustados de lo
que podía pasarles. Las crónicas cuentan que el dictador Mobutu los mandó a
recoger en un camión del ejército, los hizo llevarlos a su palacio, y - lo contó
años después el capitán del seleccionado Raoul Kidumu Mantantu - allí les
pegó cipote de regaño colectivo, como un papá regañando a sus pelaítos por
hacer cagadas en el colegio. ¿Por los resultados en el Mundial? No: la ira del
dictador era porque los jugadores se osaron rebelar contra su autoridad (o lo
que pensaba él que fue el intento de la plantilla de no jugar vs Yugoslavia).
Según Kidumu, él mismo con un hilito de voz le pidió disculpas a Mobutu en
medio del silencio angustiado de sus compañeros, y este remachó con “la
próxima vez los mando en la cárcel a todos ustedes”. Total que los regalos
prometidos nunca llegaron – quién putas le iba a revirar a Mobutu después de
todo lo que pasó – y a los jugadores se les prohibió expresamente salir del país.
El que se salvó de todo el mierdero fue el DT Blagoje Vidinic, que viendo
como pintaba la cosa de peluda, se hizo el marica y en vez de devolverse a
Kinshasa, se fue directo para Yugoslavia para nunca más volver. Tres años
después dirigió para las Eliminatorias a 1978 a cierta selección sudamericana
que usaba el color zapote como principal en su camiseta, y no hizo ni mierda.
Después del desastre de 1974, Mobutu le dejó de parar bolas al fútbol y se
enfocó en sus actividades habituales de enriquecerse y eliminar opositores
políticos. Casualmente o no, la de 1974 fue la única vez que esta selección
clasificó a un Mundial de mayores: para 1978 directamente se retiraron antes
de disputar un solo partido de Eliminatorias, y nunca más ha vuelto a uno. Ni
como Zaire, ni como Congo, ni como “Pepsi patrocina a Congo-Zaire”.
La bandera de Zaire sí era muy bacana

La nómina de Zaire en la Copa Africana de 1974, disputada tres meses antes del Mundial, y en
donde quedaron campeones. Curiosamente el más bajo del equipo es un arquero…
Este es Major George Lamptey, el árbitro ghanés que dirigió el Zaire-Marruecos en Kinshasa y que
fue acusado por los marroquíes de marrullero. CASUALMENTE Lamptey pasó la noche antes del
par do en el palacio del dictador Mobutu… cosas de la vida, su hijo también se dedicó al arbitraje, y
también fue acusado de amañar un par do: el Sudáfrica – Senegal por las Eliminatorias de 2018. Ni
un clan polí co del departamento de Córdoba ene tanta corrupción encima

Las protestas de la Federación Marroquí no conmovieron a los cinco gordos africanos de guayabera
El escocés Joe Jordan y el zaireño Bwanga Tshimen en el par do entre sus seleccionados

Los capitanes Dragan Džajić y Kidumu Mantantu (no se si aclarar cuál es cuál) en los actos
protocolarios previos al 9-0. Los mira el árbitro colombiano Omar Delgado, el primero de los
nuestros en ser juez central en un Mundial
El árbitro rumano Rainea amonesta a Ilunga (el 2) tras LA jugada
Sheilas, wogs and poofsters: la aventura de Australia en 1974
Publicado originalmente el 12 marzo de 2018 por YoSoyElCarlos

Hoy se nos hace casi que rutinario ver a Australia colada en cada Mundial de fútbol; pero
hubo un tiempo en el que esto no solo era totalmente inesperado sino hasta exótico. Te
contaré como fue la primera vez de los australianos en mundiales en 1974, y contra qué
prejuicios tuvieron que luchar en su propio país.

Australia antes de enfrentar a Alemania Occidental en Hamburgo, en 1974


Si recuerda el tiempo no muy lejano en el que los australianos se la pasaban
cagándose en las patas en repescas intercontinentales, y si está leyendo esto en
2020, no salga a la calle sin usar triple mascarilla. Para los australianos, este
molesto asunto de los repechajes intercontinentales fue eliminado con la
mudanza de los de amarillo desde la pequeña federación de Oceanía a la más
competitiva ídem asiática, que tiene un mayor nivel de exigencia, y last but not
least, menor posibilidad que se te atraviese algún Uruguay para quitarte el cupo
en un doble partido. En parte gracias a esta nueva situación, es que hemos
visto a los australianos lucir su rústica fortaleza en  Sudáfrica, Brasil y Rusia
(aunque les tocó otro repechaje), con resultados mediocres pero lejos de ser
vergonzosos.
Pero incluso años antes de esto que contamos, los australianos eran
encuadrados o en los viejos grupos de Asia-Oceanía de las eliminatorias de la
FIFA, o en esos de “dónde acomodamos a esta gente” que incluían a Israel o
Rhodesia, de los que generalmente ellos más los neozelandeses eran los únicos
representantes del continente en las clasificatorias. Pero a diferencia de hoy, el
nivel de los Socceroos era tan pobre, que generalmente la pifiaban ante equipos
igual de ignotos que ellos. Por eso es que antes de su clasificación por penales
vs Uruguay en  2006, Australia exhibía una solitaria participación
mundialista  en su historial, la cual, al  revisarla en detalle, se
encuentran  historias poco  conocidas que vale la pena compartir con gente
igual de desocupada y ociosa que uno.
“Sheilas, wogs and poofsters”
El primer partido de  soccer  ([*]  dejen de arrojarme cosas, maricas,  que  ya
explicaré la palabrita abajo)  que se tiene registrado en  Australia  fue en 1875,
entre un equipo formado por los guardianes e internados del  Woogaroo
Lunatic Asylum  (¡un  hospital psiquiátrico!) y un equipo de  fútbol
de reglamento australiano de Brisbane. El match se jugó en una cancha dentro
de las instalaciones del asilo, y en los registros de la época dice clarito
“…el partido fue jugado sin agarrar con las manos el balón bajo ninguna
circunstancia (reglas de la [Football] Association).”
Ergo, nuestro fútbol.  Por esos mismos años se
registran  varios  matches  entre  clubes de rugby, fútbol australiano, fútbol
británico y hasta cricket, pero jugando bajo las reglas del deporte que nos
llena nuestras vidas y almas. Según lo que se deduce de las fuentes consultadas,
la prehistoria del fútbol en ese país se confunde bastante con la de los otros
deportes de origen similar, y no fue sino hasta 1911 que se formó el embrión
de la actual federación nacional con la  Commonwealth Football Association.
La práctica del fútbol creció lenta pero continuamente con la fundación de
clubes en Sydney, Melbourne y otras ciudades (aún existen clubes como
el Balgownie Rangers FC fundado en 1883), lo que ayudó a la formación del
primer  combinado nacional en 1922 para irse de gira por Nueva Zelanda y
posteriormente por Hong Kong y la India.
[*] [Permiso que vengo a explicar que la palabra “soccer” en realidad no tiene
nada de yanqui: pasa que cuando se codificaron las leyes del fútbol en 1863 en
Inglaterra, nuestro deporte era conocido como “Football Association” para
distinguirlo del rugby, o “Rugby Football”. Entonces por puro slang juvenil, los
youngsters de los colegios británicos hablaban de “rugger” al referirse al que
jugaba rugby y “assoccer” (de “association”, ¿sí pilla?) al que jugaba a la hoy
pelotica redonda, y de ahí se pasó  en algún momento  al término “soccer”.
Palabra que cayó en desuso en las islas británicas, pero que siguió siendo
utilizada en otras partes a donde los británicos llevaron nuestro deporte y en
las que se practican variantes del fútbol,  como  Estados Unidos  y  Australia.
Incluso  en este último país hasta hace poco – no se si actualmente sigue
pasando – si hablabas de “football” te entienden que te referías  o al rugby o
al  fútbol de reglamento australiano, dependiendo de la región donde estés...
pero si querías hablar de lo que nos ocupa ahí sí hablaban de “soccer”. Para no
andar confundiendo a la comunidad, acá  seguiremos hablando de “fútbol” y
no jodemos más. Sigamos…]
Durante la primera mitad del siglo XX el fútbol continuó su expansión en la
isla-continente, pero la Segunda Guerra Mundial marcó un punto bisagra en el
desarrollo del fútbol en la antigua colonia de presidiarios. Muchos habitantes
de la  Europa hecha mierda de finales de los cuarenta y principios de los
cincuenta, decidieron migrar a Australia para ganarse la vida (de todos lados:
yugoslavos, griegos, italianos, polacos, ucranianos, alemanes entre otros), y con
su llegada el fútbol tuvo un auge e impulso bastante notorio. Se formaron
infinidad de clubes nuevos fundados por inmigrantes  en los suburbios y
periferia de las grandes ciudades, de los que por sus nombres identificas el
origen de  sus fundadores:  Ukrainian Essendon Lions, St George Budapest,
Prague, Marconi Lions, Brunswick Juventus, Melbourne Croatia,  South
Melbourne Hellas, entre muchos otros.
Total que la práctica del deporte se extendió más aún por todo el país. Pero,
ajá, como los seres humanos somos por naturaleza gente de mierda,
aparecieron los celos y la discriminación: la xenofobia latente en Australia por
esos días  – la masiva llegada de vecinos no británicos despertó muchos
temores entre la rupestre y aislada población – se manifestó en un no muy sutil
rechazo a los clubes recién formados, a los que incluso se les negó la
membresía  a la federación nacional de fútbol, aún de rancio abolengo
británico. La práctica del fútbol de a poquito comenzó a ser mal vista por la
opinión pública,  y fue asociada a los inmigrantes, a los pobres / caca /
degenerados: a lo peor de lo peor. Tanto que de esa época de posguerra se
acuñó una frase despectiva y famosa por allá: de que el fútbol era un deporte
de “sheilas, wogs and poofters”: o sea de “nenitas, extranjeros [la palabra “wog” se
usaba de manera peyorativa para los inmigrantes no británicos]  y maricones”.
Los australianos “tradicionales” miraban con total desprecio el fútbol, lo
tenían como un deporte extranjero – en oposición al muy británico rugby – e
incluso lo llamaban dizque “Wogball”.
Ante esto los clubes rechazados formaron su propia asociación, pero estaban
con la jeta pegada al alambre, porque para 1956 la FIFA aceptó a la tradicional
y nacionalista Australia Soccer Football Association como miembro oficial de
la entidad orbital. La alegría les duró unos añitos no más, porque en 1960 la
FIFA los suspendió  como castigo por  la costumbre de los clubes  aussies  de
fichar a jugadores europeos sin pagar derechos deportivos a los equipos
dueños de sus pases  (ahhh, yo que pensaba que esas cosas solo pasaban por
acá...). Lo simpaticón del cuento es que en 1963 la FIFA readmitió a Australia,
pero  reconoció como miembro oficial no a la vieja Federación sino a
la Australian Soccer Association, que no era otra sino la derivada de la de los
clubes de inmigrantes rechazados por la asociación  xenófoba. Qué linda
historia de superación y lucha: no entiendo por qué por ejemplo Peter Weir no
se ha hecho una película de esto con final apoteósico (me pinto a un Geoffrey
Rush como presidente de la ASA, todo achacoso pero feliz en sus botas de
cuero de cocodrilo, saliendo en andas de las oficinas de la FIFA en Zurich
llevado por miles de paisanos felices, y una lágrima de emoción aflora en mí...).
Este organismo es el que en adelante continuó manejando el fútbol en el país.
El debut de los compatriotas de Kylie Minogue en eliminatorias mundialistas
fue en 1965 para  enfrentarse por un  cupo a Inglaterra ´66 contra  Corea del
Norte.  Solo contra ellos: resultó que  diecisiete selecciones de África y Asia
renunciaron a disputar eliminatorias en protesta por la decisión de la FIFA de
asignarle un solo cupo a todas ellas, así que lo único que tenían que hacer era
bajarse a los norcoreanos en un doble partido en Phnom Pehn (Camboya) para
estar entre los 16 felices clasificados. A pesar de todo el entusiasmo y las ganas,
y debido a los prejuicios que hablamos arriba, el fútbol profesional en el
país era inexistente; así que los seleccionados aussies eran todos aficionados que
tenían otros trabajos full time, y se dedicaban a la pelotica solo en sus tiempos
libres. El combinado nacional tuvo un solitario entrenamiento antes de
abordar el vuelo a Phnom Pehn y alcanzó a jugar un único  partido
preparatorio contra un equipo local. ¿Los norcoreanos? Disputaron  35 (!)
partidos de preparación, y así resultó la serie: 6-1 y 3-1 a favor de los discípulos
de Kim-Il-Sung, que después fueron sorpresa en el Mundial. Lo más
bajoneante para  los aussies es que les tocó jugar varios partidos más en Asia
después de consumada su eliminación para poder cubrir los gastos del viaje de
regreso, pero la Federación aprendió la lección: como dice una de las
fuentes  consultadas, para las siguientes eliminatorias “Australia aprendió a
jugar los partidos de preparación antes de los torneos, y no después“. Buen
punto.
It´s a long way to the cup (if you wanna rock´n´roll)
Los australianos tampoco clasificaron al mundial de 1970, pero esa vez
hicieron mejorlajcosaj: se bajaron a Japón y Corea del Sur en una primera fase,
hicieron lo mismo con Rhodesia (en esos tiempos de Apartheid los que hoy se
llaman Zimbabwe eran parias internacionales) tras tres partidos
en Mozambique, y no pudieron contra la eventualmente clasificada Israel en la
serie definitiva (0-1 en Tel Aviv y 1-1 en Sydney). Como ¿premio? ¿salario? por
su participación en la eliminatoria, la asociación nacional le pagó  a cada
jugador la suma de $13.27 por los cuatro meses de competición... se entiende
entonces el oscuro cuento/mito urbano que surgió acerca de un médico brujo
(!) en Mozambique  que “trabajó” por cuenta de los australianos al arquero
de Rhodesia para el tercer partido, y que furioso por no haberles sido pagados
a satisfacción sus servicios maldijo a la selección porsiemprejamás (apenas hay
como 847 historias igualitas en clubes y selecciones de todo el mundo). A esta
supuesta maldición, los aficionados le echaron la culpa sucesivamente en el
futuro de las repetidas cagadas de los de amarillo por clasificar a mundiales,
pero algo no encaja en la historia si tenemos en cuenta que precisamente en la
siguiente oportunidad  post-conjuro, los aussies  sí clasificaron. Cosas que uno
no entiende de la magia negra... lo curioso es que en 2004 medio en broma y
medio en serio un programa de TV local hizo una ceremonia de contra para
enterrar “The Damnation of Garabatow” y, casualmente, desde ahí no se han
cagado.
Para las eliminatorias de 1974, a los australianos los volvieron a arrejuntar con
los asiáticos en busca de un cupo mundialista. Pero esta vez contaban con una
base de jugadores fogueados y con amplia  experiencia, que venían jugando
desde la eliminatoria anterior, e incluso algunos desde una famosa y bizarra
gira por  Saigón  en plena guerra de  Vietnam  en 1967. Comenzando por el
símbolo del equipo y figura de la defensa, el muy áspero y punitivo
central  Peter Wilson,  inglés de nacimiento y que había migrado a Australia
después de fracasar en su intento de jugar al futbol en su país (solo disputó un
juego en Middlesbrough). 
Wilson  no era el único de  origen extranjero en el seleccionado  australiano, y
aquí vale la pena mencionar a varios de sus compañeros:
● El defensor Manfred Schäfer, nacido cerca
de  Königsberg  (hoy  Kaliningrado) en Prusia Oriental, de la que
escapó con su familia huyéndole al avance del Ejército Rojo siendo
aún un niño de pecho (los soviéticos terminaron arrasando
literalmente la antigua capital prusiana y la limpiaron totalmente de su
población alemana). A mediados de los 50 emigró con su familia a
Australia, y allí se dedicó desde adolescente a patear la pelota en
diversos clubes  de  Sydney,  hasta que se estableció como jugador
regular en su tierra  de adopción. Se ganaba la vida  como lechero,
actividad en la que le tocaba caminar todo el bloody day por lo largo y
ancho de Sydney y los campos aledaños, y que según él decía le ayudó
a desarrollar el estado físico que exhibía en la cancha.
● El lateral  Jimmy Rooney, escocés de nacimiento que emigró a
Australia en los años 60. Alcanzó a jugar al fútbol en su  tierra
natal con poco éxito y luego emigró al otro lado del mundo.
● Otro escocés, el volante  Jimmy Mackay,  que llegó al país de Naomi
Watts ya adulto a pasar unas vacaciones, y decidió quedarse a ganarse
la vida, y de paso jugar en un club local.
● El delantero  Attila “Atti” Abonyi, nacido en  Budapest  y que se
estableció  en Melbourne  desde sus 10 años de edad con su familia,
que le huyó a los coletazos de la fallida Revolución húngara de 1956.
Además estaban el arquero escocés de nacimiento  Jack Reilly  (con solo dos
partidos jugados en su tierra natal con  Hibernian), los venidos de
Yugoslavia  Jim Milisavljevic,  Branko Buljevic  o  Ivo Rudic  (croatas) y  Doug
Utjesenovic  (serbio), los ingleses  Adrian Alston,  Johnny Watkins  y  Dave
Harding... todos ellos con sus vidas ya establecidas sea de niño o de grande en
la tierra de los koalas. Por supuesto habían jugadores  nativos: los de más
renombre por sus actuaciones eran el volante  Johnny Warren  y el
delantero Ray Baartz.
Todos los anteriormente mencionados, independientemente de su prestigio u
origen  tenían que ganarse la vida con otro trabajo, porque el fútbol era
semiprofesional en su tierra y no pagaba lo suficiente como para vivir de él;
por eso veías que la mayoría de los seleccionados aussies eran lecheros (como
Schäfer), mineros (como Wilson), profesores, dependientes en farmacias,
tenderos, obreros, etc. El director técnico también venía de afuera: el
serbio  Zvonimir “Rale” Rasic, un motivador y trabajador nato que dedicaba
todos los entrenamientos a llevar al límite la capacidad física de sus jugadores
para minimizar las diferencias con los europeos.
Lo que no había cambiado era la manera como los medios y la mayoría del
público australiano veían al fútbol. El segundo capitán Johnny Warren (que
posteriormente fue uno de los más fuertes impulsores del desarrollo  del
deporte en su patria) se quejaba en una entrevista en el 2000 que “el equipo
era tratado en algunos círculos como ciudadanos de segunda clase” y debido
en parte a esto y en parte al tema laboral que comentamos arriba, la mayoría de
los jugadores tuvo que o pedir permiso no pagado en sus trabajos o renunciar
a estos durante las eliminatorias de 1973. Lo increíble  es saber que  los
jugadores aceptaron estos sacrificios solo por el gusto de jugar por la selección
del país que los había acogido o donde nacieron, y que aún los miraba con mal
disimulado desprecio; y lo comparas con lo que pasa en estos días y menos te
identificas con esas mega estrellitas presuntuosas y exigentes que se ganan cada
mes el PIB anual de un país tercermundista, y que juegan de mala gana con su
selección un partido de eliminatorias.
La histórica clasificación de 1974
Para los australianos la clasificación al Mundial de 1974 comenzó en su casa:
habían sido designados como la sede de uno de los grupos clasificatorios de
Asia-Oceanía, de los que solo el primero pasaba a una fase semifinal previa a la
disputa final por el cupo mundialista. Los recién bautizados  Socceroos  – el
nombre se lo inventó un periodista local en 1972 – no tuvieron problema para
quedar primeros sobre  Irak, Indonesia  y  Nueva Zelanda  y pasaron a jugar
contra Irán la semifinal. La ida fue el 18 de agosto de 1973 en Sydney, y allí los
locales anotaron por medio de  Alston, Atti Abonyi  y  Peter Wilson  para
asegurar un 3-0 que pintaba suficiente para la vuelta. Seis días después viajaron
hasta la decadente Teherán de los últimos días del Sha Reza Pahlevi a enfrentar
a los iraníes en el  recién construido estadio  Azadi.  Los jugadores
locales habían asimilado claramente la opinión de la hinchada al retornar a casa
luego del 0-3 en la ida – los recibieron arrojándoles piedras y fruta podrida (!)
–  y tal vez eso los motivó para irse encima de los de visita y colocarse 2-0 a los
32 minutos del juego. Pero perdieron impulso y no anotaron más: Australia
parió pero estaba en la final por el cupo a Alemania 74, que disputaría
con Corea del Sur.
El 28 de octubre se jugó la final de ida en Sydney, que terminó en un empate
sin goles que dejaba patas arriba a los australianos, obligados a  ganar en la
vuelta, o mínimo a aguantar el empate para irse a matar a un tercer partido.
Cuando apenas a los 27 minutos los surcoreanos se colocaron 2-0 arriba en la
vuelta en Seúl el 13 de noviembre, el sueño mundialista australiano parecía más
lejano que el arco contrario en Supercampeones. Pero los de amarillo le metieron
tesón  al asunto, y con goles de Branko  Buljevic  y  Ray Baartz  empataron el
encuentro, forzaron el desempate y consumaron la  épica (o la cagada
surcoreana, como se quiera mirar).
A ambas selecciones les tocó viajar entonces a Hong Kong, en donde apenas
tres días después jugarían el desempate. Con el partido cerradísimo, faltando
20 minutos viene un cobro de falta como de 40 metros a favor de los de
amarillo:  Johnny Warren  manda a llover  un obús/centro bombeado al área
surcoreana, rechaza un defensor, el rebote es pivoteado elegantemente por uno
de amarillo  para que el volante  Jimmy Mackay  mande un zapatazo desde 30
metros que se insertó bombeado pero precisito en la esquina del arco. 1-0 que
no se movió más, y Australia clasificó a su primera copa del mundo.
¿Cómo les fue en su primer Mundial? Ya les digo
El sorteo mundialista fue bravo para estos muchachos acostumbrados a
pelearla desde abajo: la local  Alemania Federal,  y las durísimas  Alemania
Democrática  y  Chile,  en una situación que hizo que el presidente de la
asociación se quejara dizque “una Alemania ya es de por sí difícil, ¡pero dos!
No lo puedo creer...”. Pero tal vez esto ayudó a que la Asociación nacional por
una vez le metiera seriedad al asunto, y pagó por una sede y  campo de
entrenamiento adecuados en las afueras de Hamburgo para la preparación de
los seleccionados (según las fuentes, los gastos de estadía  casi hacen que la
asociación australiana cayera en bancarrota… en serio). Para  los  jugadores
habituados a dormir en sombríos hoteluchos con más cucarachas que
huéspedes, esto fue una sorpresa y bendición, como dijo años después uno de
ellos,  “por primera vez en nuestras carreras fuimos tratados con el debido
respeto que se le tiene a los futbolistas internacionales”.
Imagínate… pero para que veas tú cómo son las cosas, preciso cuando fueron
respetados por los suyos se convirtieron en atracción de circo para los medios
y público europeos. Es que por esos días sin medios masivos ni interné, todo
lo que tenía que ver con Australia era aún una incógnita para el mundo, y por
decirte algo la gente sabía de ellos lo mismo o hasta menos que
de Zaire o Haití. Con eficiencia alemana, la organización mundialista los dotó
de un  bus pintado de amarillo y verde  con el letrero de “Australien” así de
grande, y según dicen las crónicas cuando la gente en la calle lo veía pasar
empezaban a saltar como canguros… ¿Muy maricas los alemanes? Muy
maricas los alemanes. Por su parte los medios teutones  los trataban con
abierta  condescendencia, cuestionaban sin ambages  de la competitividad del
equipo – hasta en el periódico Bild Zeitung salió una nota en la que se leía, entre
otras cosas, perlas como esta:
¿Por qué tenemos que tener a estos canguros en la Copa del Mundo?
¿Cómo fue que terminamos con esta pandilla de Don Nadies en el
torneo más grande del mundo?
Previo al torneo los australianos perdieron a su principal figura en el ataque: el
delantero Ray Baartz fue golpeado en la nuca por el defensor uruguayo Luis
Garisto – el mismo que entrenó mucho después a varios clubes en Sudamérica
– en un amistoso.  Baartz siguió jugando, metió gol y salió tranquilo... pero
horas después tenía paralizada la mitad izquierda de su cuerpo. Finalmente no
viajó a Alemania por recomendación médica y terminó retirándose del fútbol.
Pero para el debut mundialista contra  Alemania Oriental el 14 de junio de
1974, el equipo estaba confiado en que podía hacerle partido a los europeos, y
casi lo logran. Los alemanes pobres atacaban y llegaban seguido cerca al área
australiana, pero no podían quebrar la cerrada defensa comandada por el
capitán  Peter Wilson  (con fama de ser uno de los defensores más duros de
esos tiempos) y secundada eficientemente por  Utjesenovic, Schäfer  y  Colin
Curran. Los defensores de amarillo sacaban todo por arriba y abajo, e
intentaban salir jugando por las bandas o con pelotazos desde el fondo,
generalmente por el propio Wilson. Pero en el segundo tiempo los europeos
quebraron la defensa y metieron dos goles (el primero un autogol
de Curran en su desesperado intento por sacar el balón) y perdieron 2-0, pero
dejando una impresión muy lejana del desastre que se esperaba de ellos.
La segunda fecha era nada menos que contra los locales, que venían de
un verguero interno desconocido por el público que casi les quita su segunda
copa del mundo (y que ya contamos en el Tomo II de esta prestigiosa
colección). Los alemanes occidentales ganaron como se esperaba (3-0), pero
sus líos y las ganas de los australianos llevaron a que exhibieran un juego
mediocre y plano, dejando una gris impresión entre el público que incluso
terminó abucheando al  “Kaiser” Beckenbauer. Años después declaró el
delantero Adrian Alston:
Pusimos  a los alemanes bajo una gran carga de presión, y Franz
obviamente se frustró (...). Ninguno de nosotros podía creer cómo el
público local tenía la osadía de abuchear al capitán de su equipo
nacional.
Se dice que el Káiser se negó a estrecharle la mano e intercambiar camisetas con
Peter Wilson después del partido por la frustración de su mala actuación.
Pero otras versiones menos chismosas apuntan a que en realidad, ya le había
prometido la camiseta a otro jugador australiano. ¿Quién fue? No sé, pero
dicen que si vas a la casa de Adrian Alston encontrarás la camiseta del Kaíser
como trofeo decorando su sala, así que esto nos puede dar una pista. Si es
cierto esto, fue el mejor anticipo de Alston en toda su carrera.
Ya eliminados, nuestros muchachos se dieron el gusto al menos de devolverse
a casa con un punto: el que le sacaron a Chile en un empate sin goles tras un
partido disputado en un campo lleno de agua y barro hasta las tetas en Berlín
Occidental.  Los chilenos se fueron encima buscando una victoria que les
hubiese dado posibilidades de pasar a siguiente ronda (solo si ganaban los
alemanes occidentales a los orientales dos horas después, cosa que igual no
ocurrió), pero no pudieron con su propia ineptitud ni con el rival, que tuvo su
par de opciones de gol, y hasta un penal no pitado a favor. El detalle Juniorstyle
lo puso el jugador chileno Francisco “Chamaco” Valdés, que declaró antes del
partido que si no le ganaban a los australianos se dedicaría a cuidar pollos...
Finalmente Australia se fue del Mundial dejando una impresión muy diferente
a la que todos tenían cuando llegó, y hasta el diario Bild les pidió una especie
de disculpas posteriores, que ya para qué hijueputas.
Después de ese Mundial la mayoría de los jugadores retornó a la normalidad
de su vida en casa: a trabajar de lecheros, mineros, comerciando chatarra o a
buscar trabajo (como contamos arriba, varios  tuvieron que renunciar a sus
empleos antes del viaje a Alemania porque los patrones no fueron muy
comprensivos o futboleros). Algunos jugaron en clubes europeos menores,
pero no tuvieron demasiado éxito. Para el Mundial de 1978 los australianos, ya
sin el DT  Rasic, se quedaron fuera al terminar terceros en el grupo final, y
desde ahí su historia fue una serie continua de cagadas y fracasos dolorosos
hasta el 16 de noviembre de 2005.
De los muchachos del 74 algunos alcanzaron notoriedad y billete
posteriormente (Johnny Warren por ejemplo), pero la historia más atravesada
es la de  Peter Wilson, conocido para la posteridad como  Captain Socceroo.
Después de retirarse de su selección en 1979, se fue a trabajar en unas minas
en la ciudad sureña de Wollongong, se aisló completamente del mundo, se
llenó de tatuajes y se negó incluso a dar entrevistas, salvo una en la que dice
con toda la humildad del mundo, que simplemente fue un jugador más en un
gran equipo.
Y cerramos con  un addendum: desde esa solitaria experiencia de 1974 – y
gracias en buena parte a esta – el fútbol en Australia se ha desarrollado
bastante y tiene ya aceptación entre todos los estamentos del país. La práctica
del fútbol ya no es considerada  nefasta, ni está asociada a comunidades en
particular (los clubes fundados por inmigrantes han ido cambiando sus
nombres para hacerlos más “inclusivos”), y jugadores como  Mark
Viduka  o  Tim Cahill  son ídolos nacionales. Incluso el uso de la palabra
“soccer” ha sido paulatinamente dejado de lado, al menos de manera oficial: de
hecho el organismo nacional se llama ya “Football Federation Australia”, tanto
por razones de estándares internacionales como por desligarlo del feo pasado
de racismo y discriminación. Esa mancha no se borra nunca más, pero se
puede disimular...
Esta foto de 1909 del St Kilda Bri sh Football Club es una de las más an guas de clubes de fútbol en
Australia

Los australianos (camiseta más oscura) saludando a un norcoreano en su primer compromiso oficial
por FIFA en 1965
El australiano Johhny Warren (de amarillo, bueno, de pantaloneta negra) en sus par dos contra
Israel en las eliminatorias de 1970

Los socceroos en 1973. El úl mo a la derecha es el legendario capitán Peter Wilson


Supuestamente aquí está Beckenbauer haciendo su berrinche po CR7 con el capitán Peter Wilson

Peter Wilson hace pocos años, cuando fue ubicado para una revista
Cinderella men: Canadá en el Mundial de 1986
Publicado originalmente el 30 de Enero de 2015, por YoSoyElCarlos

Si haces una encuesta preguntando cuáles son los deportes más populares en Canadá,
seguramente el fútbol estará peleando descenso en la tabla de resultados final. Y aunque esto
ha tendido a cambiar en los últimos años, la verdad es que a nivel competitivo los equipos de
fútbol canadienses no dejan de ser esos de blanquitos toscos y negritos insípidos, con menos
malicia que un cuadro de perros jugando al póker, y que se demoran tres días con sus noches
en hilvanar una jugada simplona que termina en el predecible ollazo al nueve. Por eso sus
apariciones a nivel top han sido esporádicas, novedosas, tristes, solitarias. Solo una vez los
rústicos y voluntariosos canadienses se codearon con la crema y nata del firmamento
futbolístico mundial... y esa vez se las relataremos aquí, a continuación, ya, en uno, dos...

El defensor canadiense Ian Bridge exhibiendo su rús ca voluntad ante los franceses Jean-Pierre
Papin y Dominique Rocheteau en México 1986
Lo bonito de escribir de un tema como este es que te reconfirma una vez más
que, comparados con otros países, somos unos buñuelitos en historia
futbolística. Por ejemplo, con este dato con el que serás un éxito en las
reuniones y salidas - una vez se reanuden en 2025 - te darás una idea: el primer
juego de fútbol  en el territorio de  Canadá  se realizó en  Toronto  en 1876.
Repito: mil ochocientos setenta y seis… chúpate esa, cuando todavía nos
llamábamos Estados Unidos de Colombia ya se jugaba fútbol en Canadá…
Pero sigamos: al año siguiente se formó la  Dominion Football Association  (lo
de  “Dominion”  viene del status territorial de Canadá en esos días dentro
del Reino Unido), la cual fue, a propósito, la primera asociación de fútbol en el
mundo formada fuera de las islas británicas. Ya en  1912 se formó la que se
convertiría en la actual federación de fútbol canadiense, la “Dominion of Canada
Football Association”, que se afilió a la FIFA el mismo año, y que con algunos
cambios de nombre persiste hoy como la “Canadian Soccer Association”. Estamos
hablando de una trilla de años, de tradición, de historia, pero de resultados a
nivel masculino hay muy poquito (a nivel femenino les va mucho mejor): la
selección mayor solo puede presumir dos títulos a nivel de la Concacaf (1985 y
2000, esta última ganada a cierta selección sudamericana que todos adivinamos
cuál es) y un par de copas menores. 
Su primera participación en un campeonato mundial de mayores fue  en  las
eliminatorias de 1958, en las que  quedaron eliminados en primera ronda sin
hacer mucho ruido. Recién volvieron a intentar clasificar para 1970, y desde ahí
solo fueron un participante más en las Eliminatorias de la Concacaf hasta las
de 1978. Para las de 1982 los canadienses pegaron una buena generación - o al
menos una menos horrible que las anteriores -, fogueada en la entonces
competitiva NASL gringa y eso se notó en la cancha.
Con la pintoresca NASL (su historia la pueden repasar en el Tomo II de esta
colección aplaudida por reyes y plebeyos de todo el mundo) pasó algo curioso:
no ayudó una verga a mejorar el nivel de la selección del país dueño del torneo
– Estados Unidos – pero sí lo hizo con las de los vecinos canadienses. De
hecho los mejores años del fútbol en Canadá coinciden con los últimos
borbotones de la NASL, torneo nutrido de jugadores canadienses de los cuales
varios terminaron convirtiéndose en la base de su selección en esos años en
los que, por primera y – SPOILER ALERT – única vez en su vida lograron
aparecer en los televisores de todo el mundo. Ayudó además la labor del DT
de la selección desde 1981, el británico Tony Waiters, que le metió fuerte
disciplina y trabajo físico a los suyos para ponerles orden.
Hablábamos de las eliminatorias a  España 82: en estas  los canadienses
tuvieron su primer “we lacked the five cents for the dollar”: en su último partido de
la fase final necesitaban ganarle a la penosa Cuba por más un gol de diferencia
para clasificar al Mundial, pero apenas lograron empatar y el cupo se los
terminó agarrando El Salvador. Con la misma base de jugadores que afrontó
esas Eliminatorias, Canadá llegó hasta Cuartos de Final de los Juegos
Olímpicos de Los Angeles 1984 – por esos días se permitía que las selecciones
de poco nivel llevasen profesionales – en donde se los bajó Brasil por penales.
Después de los Olímpicos venía el reto más jodido: pelear por el único cupo
que le quedaba a la Concacaf para ir a México ´86; el otro ya era del país sede.
Si de por sí era una tarea complicada, a los canadienses se les enredó más por
el hecho que, para cuando comenzaron las Eliminatorias en abril de 1985, casi
ninguno de sus jugadores tenía ritmo de competencia de alto nivel. Lo que
ocurría es que, como dijimos, la mayoría de sus jugadores hacía parte de los
clubes de la NASL, pero esta no se jugaba desde la final en octubre de 1984 y
aún no había reiniciado.
El remate fue que, un mes antes del debut canadiense, la organización del
campeonato anunció que no se iba a jugar la liga ese año por no haber
suficientes equipos (finalmente nunca más se volvería a disputar). Para no
perder tanto ritmo/sobrevivir los principales referentes de los canadienses
estaban jugando o en clubes aficionados o, en su mayoría, en los de la Major
Indoor Soccer: la liga gringa de Fútbol 5 que incluso tenía, por esos días, más o
tanta popularidad que el fútbol de verdá-verdá en Estados Unidos.
Recapitulando: la selección canadiense que afrontó las eliminatorias a México
1986 estaba conformada en su mayoría por jugadores de Fútbol 5… ¡chúpate
esa! Una desventaja la hp, que hoy no te perdona ni un equipo dirigido por
Javier Álvarez.
Ya es el momento de mencionar algunos de los referentes de esa selección
canadiense, varios de ellos parte del Olimpo futbolístico canuck:
● Martino  “Tino”  Lettieri,  arquero nacido en 1957 en Bari (Italia)
pero criado en Canadá. Titular y habitué en varios equipos de la vieja
NASL como los  Minessota Kicks,  Vancouver Whitecaps,  Minnesota
Strikers y Hamilton Steelers, se hizo famoso por atajar con un loro de
peluche (en serio) en la red, o a menudo en su espalda durante los
partidos, dizque para darse suerte. Se retiró en 1987, luego de lo cual
su loro de peluche lo hizo también. Si quieren ir a visitarlo y de paso
preguntar por el loro, pueden ir a  su cafetería en Shorewood,
Minessotta.
● Randy Samuel  fue un recio defensa oriundo de  Trinidad y Tobago,
también emigrante de niño al país de  Rush. Tuvo una respetable
carrera no solo en su país sino en clubes de primera y segunda
división de  Países Bajos, Inglaterra y Noruega… bueno,  respetable
para un canadiense, no sean mala gente. De hecho estuvo en el PSV
Eindhoven  pero jugó solo cinco partidos antes de ser eyectado
al  Volendam, en donde sí logró afianzarse en la  titular. Toda una
institución en la selección canadiense, jugó 82 veces como
internacional entre 1983 y 1997.
● Bruce Wilson es quizás el más histórico del fútbol del país de Rachel
McAdams. Poco dúctil pero firme y rocoso defensa central, se hizo
respetar  no solo en su país sino en el subcontinente norte-
centroamericano. Tanto que es considerado como uno de los mejores
jugadores de la Concacaf de todos los tiempos.
● Branko Šegota  nació en lo que hoy es  Croacia  pero emigró con su
familia a  Toronto  cuando niño (otro más y van...). Se destacó desde
muy joven como delantero eficiente y goleador en varios clubes
de Indoor Soccer.
● George Pakos  era un mediocampista de origen polaco nacido en la
ciudad canadiense de  Victoria, cuya carrera deportiva se desarrolló
solamente en clubes aficionados (!) de su ciudad mientras trabajaba de
tiempo completo en la municipalidad. En serio. Como jugador era
bastante half-egg, y de hecho tuvo su primera convocatoria a una
selección nacional a sus 31 años, pero Pakos tuvo la ¿suerte?
¿capacidad? de anotar un par de goles fundamentales en la historia del
fútbol canadiense, sin los cuales probablemente no estaríamos
haciendo este texto. Ya veremos cuáles.
A estos se les unieron para afrontar la competición otros jugadores nativos y
varios  oriundos de  Checoslovaquia, Yugoslavia, Inglaterra, Irlanda,
Escocia  y  Alemania, todos muy afiebrados y comprometidos, pero con ese
pequeño issue de no jugar hacía tiempo en fútbol de verdad, se veía la cosa
maluca.
Closer to the heart
Los canadienses habían pasado la fase preliminar sin jugar por deserción de su
rival,  Jamaica. Así que su debut en las Eliminatorias a México 1986 – el
Campeonato de Naciones de la Concacaf sirvió para tal fin - fue recién en abril
de 1985 contra Haití en Vancouver, con los que compartían grupo además de
Guatemala. Canadá terminaría ganando sin problemas su serie, y con esto
pasaron a la fase final por el único cupo al Mundial, que iba a consistir en un
triangular junto con Costa Rica y los ultramegafavoritos Honduras. Los
hondureños lucían aún su legión histórica de España 82 casi intacta, con
Gilberto Yearwood, “Primitivo” Maradiaga, Julio César Arzú, Porfirio
Betancourt, Anthony Costly, etc. La primera fecha de la fase final en San José
vio reafirmarse este favoritismo, con los hondureños sacándole el empate a
Costa Rica.
Una semana después fue el debut canadiense en la fase final, contra una
necesitada Costa Rica en el Varsity Stadium de Toronto el 17 de agosto de
1985. Les fue regular, porque comenzaron perdiendo con un fierrazo desde la
media luna del delantero tico Johnny Williams a los 12 minutos; empataron a
los 58´con cabezazo del nativo galés Paul James. El marcador no se movió
más, y con eso se hacía crucial el siguiente partido en Tegucigalpa una semana
después – en esa época las Eliminatorias se jugaban sin asco, de una y sin
pausas -, porque si los canadienses perdían se les embolataba casi que del todo
la clasificación.
Ese 25 de agosto de 1985 en Tegucigalpa se dio el primer batacazo de la
bisoña historia del fútbol canadiense. El partido disputado en un lleno hasta
los cogotes estadio Tiburcio Carías Andino (cipote de nombre) fue denso y
parejo en acciones, con los locales llevando la iniciativa pero sin hacer sufrir
demasiado a los de rojo. Hasta que al minuto 60 el volante canadiense Randy
Ragan roba un balón en el campo hondureño, se la pasa al recién ingresado
George Pakos y este, entrando a la medialuna, saca un remate no violento pero
bien venenoso que no pudo atajar el gran Julio César Arzú. Los hondureños se
fueron encima en busca del empate en medio de los crecientes nervios propios
y del público, pero los canadienses aguantaron firmes hasta el final. Tremenda
victoria 1-0 y los canadienses se montaban solitos arriba en la tabla, y mejor
aún, dependiendo de ellos mismos. El héroe del partido fue el veterano
George Pakos, que, cosajj de Diojjj, había sido descartado de la lista de 22 por
el DT Tony Waiters, pero por lesión de un compañero le tocó venir de
urgencia a cubrir la plaza, y bueno, encontró la gloria a sus 33 años.
Una semana después, los de la hoja de maple le sacaron un empate sin goles
a Costa Rica en San José y completaron la faena afuera: 3 puntos de 4 posibles.
Honduras hizo lo suyo al ganarle a Costa Rica de local (si empataban se
clasificaba Canadá faltando una fecha) y con eso el cupo al Mundial se iba a
decidir en St John´s el 14 de septiembre de 1985. Momento, cómo así que St
John´s… ¿jugaron en una cafetería? Nones: por alguna decisión que no
acertamos a comprender (ejem) los canadienses decidieron para el partido
decisivo, hacer ir a los hondureños a la lejana capital de la provincia de
Terranova y Labrador (Newfoundland and Labrador), la ciudad más al Este de
Norteamérica, en pleno Atlántico Norte. Aunque algo de bilardismo tuvo que
haber en mandar a los hondureños a jugar en qué culo de frío, en honor a la
verdad tampoco fue que se sacaron de un tamal la escogencia de la ciudad: en
Terranova y Labrador el fútbol es más popular que en el resto del país, y la
sede del encuentro final, el pequeño estadio  King George V Park, es el más
antiguo de fútbol en Norteamérica.
A los hondureños en algo les tuvo que afectar el clima (hay meses más fríos
que septiembre en St John´s, pero era el suficiente para hacerlos usar guantes y
pantalones); y no solo a sus jugadores sino a sus hinchas: un grupo de
aficionados catrachos se pegó el viaje para verse el partido, pero se confundió de
ciudad (!) y en vez de ir a St John´s (Terranova) terminó en Saint John (New
Brunswick), apenitas a 1050 Kms de distancia. Mandan huevo… pero hasta
mejor para ellos porque se perdieron la fiesta canadiense, que le ganó 2-1 a una
aterida Honduras. Otra vez George Pakos se ganó el chance al anotar el
primero, empataron los hondureños comenzando el segundo tiempo, y a los
61´ el checoslovaco de nacimiento Igor Vrablic, uno de los pocos del equipo
que jugaba en clubes europeos, metió el 2-1 definitivo. Canadá clasificó sin
problemas por primera vez a un Mundial y se desató la fiesta en el país. Bueno,
no, pero sí celebraron como locos los diez que siguen el fútbol allá. En los
desmanes por la celebración hubo que lamentar la muerte de dos señales de
tránsito, lesiones graves a  tres jardines por meada con agravantes, y la
amonestación de un joven por lanzarle piropos a una camarera local. Qué caos.
The Trees
El sorteo del mundial se portó como  una bitch y encajó a los coterráneos
de Ricky, Julian y Bubbles en un grupo jodidísimo, lleno de europeos sedientos
de sangre:  Francia, Unión Soviética y Hungría. Así que para ponerse más o
menos a nivel competitivo – más bien para disminuir las diferencias con los
grandes – el DT Waiters les sacó hasta la leche que se tomaron con el
bizcocho de la primera comunión, por medio de un intenso trabajo físico y
aclimatación a la altura en las montañas de Colorado. Años después declaró el
propio DT que “no éramos ni por el putas [N.del A.: traducción libre] el mejor
equipo del Mundial, pero sí diría que éramos el de mejor estado físico”. Si es
cierto, fue algo remarcable poner a punto a un rejuntado variopinto de
jugadores sin equipo profesional, otros que aún estaban jugando en la Major
Indoor Soccer y alguno semirretirado.
El debut canadiense en fase final de mundiales fue un 1ero de junio de 1986,
en el  Nou Camp  (así se llama) de  León  contra la  ultra favorita y vigente
campeona europea Francia. Todo pintaba para una brutal masacre, así que el
DT Waiters plantó a los suyos en una cerradísima formación defensiva que
haría fruncir de disgusto a Pedro Sarmiento. La táctica tan conservadora azaró
a los jugadores norteamericanos, pero al final demostró que era lo más lógico
que podían hacer ante un rival con tipos como Luis Fernández, Jean Tigana,
Alain Giresse, Michel Platini, Jean-Pierre Papin o Dominique Rocheteau. Y
por poquito les resulta: entre una marcación agresiva y afiebrada, un exceso de
confianza de los franceses, (tanto que casi los vacunan los norteamericanos al
principio) y una tarde HORRIBLE de su goleador Jean-Pierre Papin, al final
derivó en un tibio 1-0. Derrota pero honor intacto.
El siguiente partido fue por la clasificación en  Irapuato  contra  Hungría. Era
duelo entre  perdedores de primera fecha del grupo, ya que los húngaros
habían sufrido una rectificada de asterisco por parte de la Unión Soviética peor
que la de 1956: un brutal  6-0. El hecho de ser los perdedores de la primera
fecha, del bajo perfil de ambos (uno de ellos europeo de segundo orden y el
otro un norteamericano que ni salía en las noticias del mundo), que el
encuentro fue a las 12 del día, con un sol brutal como el que hace en México
según el cine gringo, y que a esa misma hora jugaba Brasil en Guadalajara,
conspiraron para que al final no fuera ni La Llorona al estadio. Hungría golpeó
desde los 2´ - ¿exceso de confianza de los canadienses? - y se dedicó a esperar
y ver cómo los ineptos e inofensivos delanteros de Canadá llegaban
esforzadamente y entregaban el balón a su arquero. Faltando 15 minutos
Hungría puso el 2-0 y hasta ahí llegó el partido y las lejanísimas esperanzas de
clasificar.
La despedida canadiense del mundial (hasta el sol de hoy) fue tres días después
contra los ya casi clasificados soviéticos, pero esta vez le aguantaron un tiempo
entero y quince  minutos del otro hasta que el legendario  Oleg Blokhin  los
clavó. Como contra Francia, el recital de goles perdidos salvó a los gringos no
violentos de una culeada monumental. Creo que el jugar todos los partidos a
mediodía no ayudó a que la puntería de los delanteros estuviera fina...
Y eso fue todo para los canadienses. Al final terminaron el campeonato sin
goles a favor y con cinco en contra, que aunque los ubicaron en el último lugar
del torneo, la sensación general que dejaron no fue vergonzosa ni por ahí. Pero
este fue su pico a nivel de torneos grandes; no les ayudó el no tener
renovación de la generación que los llevó a su primer Mundial. Para  Italia
90  cayeron sorpresivamente en primera ronda de eliminatorias
contra Guatemala (hay que estar muy jodido para perder con Guatemala) por
gol de visitante, y desde ahí nada más se ha visto de ellos.
Lo único que queda por añadir a esta historia es que si buscan en YouTube
podrán encontrar una canción algo, eh, frondia, que, para recaudar fondos
para el viaje al mundial sacó una banda de Edmonton llamada dizque Sons of
Andrew. El tema se llama “Oh Canada We’ll Proudly Play for You”, y consiste
en  una especie de polka dulzona, ochentera y melcochuda, que no sé qué
sensación generaría  en su momento por allá,  pero hoy produce  ganas de
bañarse y quitarse la suciedad. Sons of a bitches...
La selección canadiense en un par do las Eliminatorias a 1986. Arriba: Bob Lenarduzzi, Randy
Ragan, Randy Samuel, Ian Bridge, Igor Vrablic y George Pakos. Abajo: Carl Valen ne, Paul James,
Tino Le eri, Bruce Wilson, David Norman.

A la izq, Tino and his stupid and ridiculous peluching parrot. A la der, este señor con cara de jefe
hijueputa que se desquita con los empleados de sus desventuras hogareñas por ser un po débil,
pusilánime, cagado y necesitado de afecto pero a su vez de plata para mantener un tren de vida
decadente y abundante en perico y prepagos, es el legendario Bruce Wilson
Aquí, en ese pun co rojo que está señalando la flecha, Canadá fue a jugar su par do clave de las
Eliminatorias a 1986 para llenar de frío y tristeza a los hondureños…

… en este estadio abandonado por Dios… les resultó.


La foto con el gol de Vrablic a Honduras que selló la clasificación, adorna el aviso de uno de los
eventos que armaron para recaudar fondos para viajar a México

La tribuna going mad con el 1-0 parcial en St John´s vs Honduras


La angry bar en St John´s. El pelao de abajo a la derecha fue obligado al par do

Un ataque canadiense en el par do contra Hungría en México. El 7 que va al salto es el nacido en


Manchester (Inglaterra) Carl Valen ne.
Y otro bombardeo canadiense, esta vez en el área sovié ca. Tampoco resultó. El arquero de la URSS
se llama Viktor Chanov, del Dynamo Kyiv (como otros 11 de sus compañeros) que esa tarde
reemplazó al gran Rinat Dasaev.
Corrupción, magia negra y la fiesta del fútbol: Haití en el Mundial 1974
Publicado originalmente el 14 de Abril de 2015, por YoSoyElCarlos

La única  clasificación de Haití a Mundiales de Fútbol en 1974 tiene tanta mugre y


folclorismo tropical encima y alrededor, que vale la pena contarla (y leerla, obvio).

El gran Manno Sanon saludando a Dino Zoff post debut mundialista de ambos en 1974

¿Quién sabía que en Haití se jugara fútbol antes del amistoso ese hechizo de la
selección de Pékerman antes de la Copa América Centenario? Y para que vea:
nos informa nuestro corresponsal John Jairo Svenssön vön Arrieta que la
selección de fútbol de Haití, lleva jugando su buen tiempito en Eliminatorias:
jugó su primer partido internacional en 1925, y participó de las clasificatorias
al Mundial de 1934, donde fueron rápidamente borrados por Cuba. Luego de
esa experiencia volverían a disputar eliminatorias recién en 1954 (4 PJ – 0 PG
– 0 PE – 4 PP) y de ahí otro hiato hasta volver a jugar en 1970.
Fue en este último año en que, por primera vez, se dieron garra y llegaron
hasta la final continental: en primera ronda le tocó contra Guatemala, Trinidad
y Tobago y eliminó a las tres (perdón). Luego se bajó a Estados Unidos en la
segunda y en la final por el otro cupo de la Concacaf al Mundial (además del
local México) perdieron contra los muertos de El Salvador – que venían de
eliminar a Honduras en la famosa serie que se identificó con la guerra entre
ambos – en tres partidos. Muy cerca quedaron, pero nop.
Mejor dicho, de no existir casi a pelear hasta el final la clasificación al Mundial
por su zona. ¿Qué pasó entre 1954 y 1970 que levantó el fútbol haitiano de
manera tan notoria? Fundamentalmente dos cosas:
1) Que apareció una buena generación de futbolistas en el país, algunos
de los cuales serían la base del equipo del 74 y
2) Papa Doc.
El país  estaba gobernado desde 1957 por el siniestro  François  “Papa
Doc” Duvalier, médico de formación (de ahí el apodo) y que mandaba a punta
de sangre, terror, magia negra y corrupción en el país más pobre de América.
Él fue el creador en 1959 de los temibles  Tontons Macoutes  (algo así como
“Los Ropavejeros” o “Los viejos del saco”: eso con que amenazan las mamás
a los hijos que se los van a llevar si se portan mal), una milicia paramilitar que
torturaba, mataba y desaparecía a opositores y a la población en general, y que
tenía como costumbre hacer llegar su mensaje por medio de la estrategia de
dejar las cabezas de sus víctimas primorosamente instaladas en sitios
públicos. Papa Doc  se autoproclamó “presidente vitalicio” en unas elecciones
en 1964, en las que hubo 1´320.000 votos a favor y 3.000 en contra (es posible
que haya habido fraude), y exaltó desde siempre el vudú como religión para los
haitianos: tanto que no solo se proclamó  houngan  (sacerdote vudú), sino que
usó para sí mismo y públicamente, el modo de vestir de Baron Samedi, uno de
los loa (espíritus) de los muertos y de los cementerios. Un personaje...
En este punto se preguntarán qué putas tiene que ver Papa Doc con el fútbol.
Pasa que el tipo era, a pesar de todo, humano, y por ende seguidor fiel del
fútbol mundial. Y cuando se dio cuenta del potencial de la nueva generación
de futbolistas haitianos de finales de los 60, comenzó a apoyar al seleccionado
(“apoyar” = “poner billete”). Esta manera de hacer las cosas iba a cumplir la
doble función de representar el famoso “pan + circo” en su manejo con una
población fustigada por la miseria y la represión (bueno, lo del “pan” no), y
aparte le ayudaría a tener una alegría sincera en su viejo corazón. Así fue que
mejoraron las condiciones de entrenamiento, alimentación y viajes de la
selección haitiana, lo que tuvo obviamente un efecto positivo en los jugadores.
Aquí cedemos la palabra al jugador haitiano de los años 60 Roger St. Vil:
(...) dondequiera que jugáramos con un rival del Caribe, nos alojábamos
en buenos hoteles y nos alimentábamos bien  [uoffff, imagínate cómo
vivían...].  Muchos de nosotros veníamos de familias pobres, y  François
Duvalier trajo brillo a nuestras vidas. Para nosotros, él era el dador de
vida, un rayo de esperanza y hubiéramos hecho cualquier cosa por él.
Gracias, Roger. Como sucedió en  circunstancias similares, los jugadores o
tenían el cerebro lavado, o preferían hacerse los güevones ante el lado siniestro
de su benefactor.
El anciano dictador se murió en 1971 sin que se hubiera cumplido su sueño de
ver a su selección en un Mundial, y lo sucedió su hijo de 19 años, Jean-Claude
Duvalier,  apodado, con la misma imaginación del bobo del “Bambino”
Pons, Bébé Doc. El nuevo tirano relajó un poco (un poquito, muy poquito) el
puño apretado sobre la población local, tal vez temeroso que la CIA lo
reemplazara por otro títere. Pero Bébé Doc también era seguidor de fútbol, y no
solo continuó, sino que incrementó el apoyo a la selección nacional: remodeló
el viejo estadio  Sylvio Cator  de  Port-Au Prince, construyó sedes olímpicas y
respaldó económicamente a los jugadores de la selección. Todo en un
ambiente cheverón pero que en el fondo inspiraba el temor cerval de sentirse
parte del entramado de terror del régimen.
Como dijo otro jugador muchos años después: 
Él tenía claro que era su equipo, y que era su dinero lo que nos tenía
donde estábamos. (...) Algunos de los muchachos sentían que era muy
peligroso tener tan cerca del equipo a Jean Claude. Aunque era joven, él
era algo así como un padre protector de los de antes: que nos daba vida,
pero que también nos podía castigar si quería.
Se prende Haití
La eliminatoria de la Concacaf para el Mundial de Alemania (como en otras
ediciones, la Copa de Naciones de la Concacaf serviría para las Eliminatorias)
comenzaría en 1972.  Les Grenadiers  tenían buena nómina  al menos a nivel
centroamericano en general, pero los dos que de verdá-verdá movían al equipo
y alcanzaban una dimensión superior a los otros eran Phillipe Vorbe, el único
blanco del equipo (sí, nació en Haití), volante ofensivo de muchísima técnica, y
sobre todo Emmanuel “Manno” Sanon, el mejor deportista haitiano de toda la
historia y máximo goleador de su selección, un delantero potente y hábil que
tranquilamente podía haber jugado en cualquier club europeo. Ambos se
entendían bastante bien en el campo, y conformaban la esperanza de clasificar
para la selección dirigida por el italiano Ettore Trevisan. 
Haití la tuvo suave al inicio del torneo clasificatorio, eliminando en abril
a Puerto Rico en doble partido 7-0 y 5-0 (Sanon metió seis goles en total). Y
para más alegría, la Concacaf designó a Haití como la sede del Hexagonal Final
a celebrarse en noviembre y diciembre de 1973, en la que iban a participar por
el único cupo mundialista continental  los locales,  Trinidad y Tobago,
Honduras, Guatemala, Antillas Holandesas  y la eterna favorita y poderosa
continental México.
El ambiente en Haití para la fase final del campeonato de la Concacaf en 1973
era una locura, una farra total, un carnaval de vivos y no-muertos. La
población se olvidó de su miseria temporalmente para seguir con fervor a su
selección; Jean Austin, un jugador de esa época recordó después que “esas tres
semanas fueron las más increíbles que recuerdo en Port-Au-Prince. Después
de cada victoria en el torneo había carnavales en las calles, y todo el país
virtualmente se paralizó”.
Con ese ambiente de expectativa y nervios y cagada y ay marica, comenzó el
torneo un 29 de noviembre  en un  estadio  Sylvio Cator  repleto con 30,000
locales hambrientos (no pun intended) de victoria que fustigaban
constantemente al rival. Las crónicas hablan que el respetable en Port-Au-
Prince era uno de los más ásperos del Caribe: todo el público se la pasaba los
90 minutos puteando, gritando con megáfonos, insultando, amenazando a
rivales dentro y fuera del estadio, con brujos conjurando espíritus y tirándole
hechizos al rival (en serio) y arrojando objetos de naturaleza y origen
indeterminados a la cancha. Para acabar de completar el aguante, en la tribuna
habían esbirros del gobierno cuya única función era incitar al público a que
gritara más y más; al que veían muy pasivo se le acercaban para sugerirle que se
moviera y gritara, carajo, que esto es Haití. El ambiente era, utilizando palabras
del gran Manno Sanon, tóxico.
La primera jornada se saldó con las previsibles victorias de Haití sobre Antillas
Holandesas, Honduras  sobre  Trinidad y Tobago, y un sorpresivo empate a
cero entre México y Guatemala. Casi todo normal. Pero el Haití – Trinidad y
Tobago de la segunda fecha  parece que fue un atraco a mano armada: Haití
ganó por 2-1 en un juego anómalo, en el que entre el árbitro salvadoreño José
Henríquez  y el juez de línea canadiense  James Higuet,  anularon cuatro
goles (CUATRO) a Trinidad y Tobago, además de no concederle dos penales
claros. Este episodio, que aún le duele feo a los aficionados triniteños, fue tan
flagrantemente obvio que la FIFA suspendió de por vida a los dos
delincuentes de negro, en un asunto demasiado sucio que apestaba
fuertemente a sobornos por parte de la gente de Bébé Doc.
Nada de eso les importó a los locales, que se aseguraron el cupo a Alemania 74
con otras dos victorias ante Honduras y Guatemala y no les afectó perder en la
última fecha contra la ya eliminada México. Clasificación lograda por el poder
de la mejor generación de futbolistas haitianos de la historia y con la
insuperable ayuda del jugador número do$e.
Hubo una época en que a los mexicanos los eliminaban de los
Mundiales
Bueno, ¿y qué pasó con los todopoderosos mexicanos? Los recuerdos de ex-
jugadores  coinciden en señalar que aparte de desorganización administrativa,
hubo un exceso de confianza en los manitos, combinado con otros factores
entre los cuales no se puede descartar la muertez de los jugadores.
Los mexicanos viajaron a Haití con un plantel en el que sobresalía el famoso
ídolo del Chavo,  Enrique Booorja, además de otros créditos locales
como  (párale bolas a los apodos) Octavio  “Centavo”
Mucino, Javier “Kalimán” (!!!!) Guzmán, Jose de Jesús “Cocodrilo” (!!!) Valdez,
o Guillermo “Campeón”  (?)  Hernández.  México comenzó el torneo más
sobrador que argentino cuarentón viajando de turista con una modelo, pero en
las dos primeras fechas  se complicaron solitos la vida con  dos impensados
empates ante Guatemala y Honduras. En la tercera fecha se desquitaron con
un 8-0 a Antillas Holandesas, lo que los colocaba en posición de clasificar al
mundial si lograban dos victorias ante Trinidad y Tobago y Haití. Complicado,
pero posible.
Las crónicas hablan que días antes del partido contra Trinidad y Tobago, los
delegados haitianos invitaron  a la delegación mexicana a  un tour por la isla,
que hizo especial énfasis en, así como de manera casual, en varias destilerías de
ron, de las cuales salió toda la delegación yanquilieber  cargada de botellas y
recuerdos etílicos. Esto puede estar o no relacionado con el hecho que días
después los mexicanos encajaron un aparatoso  0-4 ante  Trinidad y Tobago,
que combinado con la victoria haitiana el día anterior los dejó eliminados de
un mundial por primera vez desde 1934.
Para completar El Tri volvió a su casa, no solo en medio de la decepción sino
del escándalo: los inspectores aduaneros del aeropuerto mexicano denunciaron
que los jugadores venían cargados de paquetes y contrabando, “Parecen una
delegación comercial y no un equipo de fútbol”, dijo amargamente un agente
en la aduana. Me imagino que si hubieran clasificado ahí si se las celebraban:
“¡Mira nada más cómo son de vivos estos cabrones! ¡Viva México!”
La aventura en el Mundial: otro con el rótulo “equipo digno”
La historia de Haití en el Mundial  1974 es algo más conocida. A tierras
alemanas llegaron con toda la ilusión y con nuevo técnico: al italiano Trevisan
lo eyectaron (después  alegaría que  lo despidieron porque era blanco… me
pinto los hinchas gritándole en el estadio de Port-Au Prince “Ajjj mira lo que
hace este blanco bruto… ¡vete a tu condominio, blanco hijueputa!”) y fue
reemplazado  por el DT local  Antoine Tassy.  El nuevo DT era  un señor
pintoresco y con métodos expeditos, que alguna vez, descontento por lo que
interpretó como indiferencia de sus dirigidos en un partido preparatorio antes
del Mundial, los recriminó en el vestuario y reforzó argumentos disparando su
revólver varias veces sobre las cabezas de los jugadores. Poco ortodoxo pero
efectivo…
La selección haitiana no hizo el oso mayúsculo que se esperaba en el debut:
contra los italianos aguantaron el vendaval  azzurro del primer tiempo, y
comenzando el segundo  sorprendieron  a todo el mundo con un golazo
de Sanon a un pase pibevalderramesco de Philippe Vorbe (gol que le quitó un
invicto internacional a  Dino Zoff  de más de 1,100 minutos). Después los
italianos terminaron ganando 3-1, pero en general Les Granadiers dejaron buen
sabor en el debut.
Pero toda la buena energía que dejó el partido inaugural, se desdibujó antes del
segundo partido: el 17 de junio la FIFA anunció que el volante Ernst Jean-
Joseph dio positivo en un control anti-doping (el primer caso en la historia de
los Mundiales), y lo sancionó al día siguiente con la expulsión del torneo. La
sustancia detectada fue un estimulante llamado Phenylmetrazin, a lo cual Jean-
Joseph en su defensa alegó que se había tomado un medicamento que no sabía
que lo contenía, y que lo había hecho dizque para tratamiento contra el asma.
Versión que hubiese sido algo creíble si no fuera porque el propio médico de
la delegación haitiana lo desmintió públicamente, afirmando que ni Jean-
Joseph era asmático ni el medicamento que dice que se tomó sirve para el
asma. Aparte de la cipote de carteleada, el médico - un francés llamado Patrick
Hugeaux - lo remachó: "Jean-Joseph no es lo suficientemente inteligente para
saber lo que estaba haciendo". Déjalo ya, que está muerto.
Pero eso no fue lo peor que le pasó a los haitianos: tras la confirmación de la
noticia, en medio de la concentración haitiana llegaron oficiales/delegados del
régimen de Bébé Doc, lo sacaron a empellones delante de todo el equipo y se lo
llevaron a rastras fuera de las instalaciones. De ahí se llevaron a Joseph de
regreso a su país, en donde supuestamente fue torturado por los Tonton
Macoutes. ¡Imagínate cómo se sentirá uno viendo cómo se llevan a un
compañero de equipo a rastras con la seguridad que iban a torturarlo! Como
declaró un jugador:
Recuerdo la mirada venenosa en un oficial que siempre había sido todo
sonrisas antes de esto  (...)  Pasamos la noche en vela antes del partido
contra Polonia, y para ser honesto, yo solo pensaba en Ernst, no en el
juego.
Entendible. Tal vez este suceso explique en parte el 7-0 que le empacaron los
polacos, pero personalmente creo que con la diferencia entre ambos equipos
(la delantera polaca tenía a  Lato, Szarmach  y  Gadocha, con  Deyna  tirando
magia más atrás) explica bastante el resultado.
El cierre fue contra Argentina, previa llamada tranquilizadora de Ernst Jean
Joseph a la delegación haitiana en Múnich para informarles que estaba vivo
(ordenada por el propio Bébé Doc). Ante esta noticia, eh, reconfortante, el
equipo se motivó lo suficiente para perder solamente por 4-1 (...) (gol hecho
otra vez por Sanon) y cerrar su única participación mundialista hasta hoy. Que,
como vimos, fue bastante digna.
Pero nunca más se repitió la experiencia: Haití estuvo a esto de clasificar en
1978 (quedaron segundos detrás de México en el Hexagonal Final) y desde
1982 se han convertido en  The Walking Dead. Al que mejor le fue de esa
generación, como era de esperarse, fue a Manno Sanon: tras el gran Mundial
que se pegó, fue contratado por el club belga K Beerschot VA - en una época
en que era dificilísimo que un no europeo jugará allá - con los que duró a buen
nivel por seis temporadas, luego de lo cual recaló en la NASL. Su último
partido con su selección fue contra El Salvador en las Eliminatorias a 1982.
¿Y qué pasó con el infortunado Ernst Jean-Joseph? No le fue taaaaaaaaaaan
mal considerando las circunstancias: apenas se gastó dos años en un campo de
concentración por "haber deshonrado a su país". Luego de lo cual no solo no
fue desaparecido, sino que volvió a jugar y ser convocado a su selección en las
Eliminatorias al 78 y 82. Tan mal no le fue después de haber sido planchado
por Bébé Doc... el man nunca habló públicamente de su accidentada experiencia
mundialista, inicialmente por vergüenza, y, sobre todo, porque ya se murió.
Papa Doc ves do a la usanza del Baron Samedi, una siniestra deidad del vudú. Quería que la gente
lo relacionara con él. ¡Y uno que se queja del presidente que le tocó!

Bébé Doc tratando de entender la regla del fuera de lugar


Cracks

La selección hai ana de ese empo en un entrenamiento. Sanon es el negro.


Si los mexicanos hubiesen tenido un técnico recursivo y trabajador, hubiera puesto a sus jugadores a
verse esta película antes de jugar contra Hai en las Eliminatorias

Los hai anos tratando con cariño a Quique Wolff, el cual solo a nó a gemir un “Uuuuuuh,
tremeeeeeendo!”
Historias de Eliminatorias

La sensación de responsabilidad, peso histórico y de susto sabroso que siente uno al ver su
selección en un Mundial es algo que no describiría ni Julio Cortázar empepado y con ácido.
Pero no se acerca al parto interminable, a la angustia que no sabe uno cómo calmar, o al
vacío pesado que siente uno en el pecho cuando el equipo de uno se juega el sentido de su
existencia por los próximos cuatro años. Aquí contaremos algunas de las muchas historias
de gloria/dolor que se dieron en el torneo más importante del torneo más importante del
mundo (no, no me equivoqué al escribir)
La increíble noche que entre la arepa y Jan Tomaszewski eliminaron a Inglaterra del
Mundial de 1974
Publicado originalmente el 27 enero de 2017 por YoSoyElCarlos

Si hoy una eventual eliminación de Inglaterra de un Mundial de Fútbol (de mayores, pues,
de qué estamos hablando papá) hace bulla, hace 40 o 50 años era LA conmoción. Por esos
días la selección inglesa aún estaba cubierta de un aura de majestuosidad que tapaba
bastante la mediocridad que mostró por ratos, por lo que imaginársela fuera de una Copa del
Mundo era como hacerlo con Alemania o Brasil hoy. Así que la primera vez que ocurrió
esto fue todo un acontecimiento para el mundo del fútbol, y la manera en que se dio fue casi
trágica y épica.

Jan Tomaszewski en una de sus mil atajadas de la noche


Hoy en día, en que a los equipos grandes/ricos/extravagantes  europeos los
zampan a un grupo de Eliminatorias al Mundial con  Gibraltar, Azerbaiyán,
Dosquebradas, Felicidonia  y la  Soberana Orden Militar de Malta,  para pelear
por dos puestos de clasificación directa (y ahora con el calvo cabeza de verga
de Infantino, por tres), es bien improbable ver a una selección como Inglaterra
eliminada de un Mundial. Pero en otros tiempos la cosa no era tan fácil: con el
formato existente en la UEFA pre-90, en el que había menos cupos para
repartir, la posibilidad de ver un famoso caído en desgracia estaba ahí no más.
En ese entonces se presentaban  grupos con tres  o cuatro seleccionados
peleando por un solo cupo al Mundial, en los que, porque no habían más
donde acomodarlas, podía pasar que a  España  le tocaba matarse con una
selección del calibre de  Yugoslavia  (como en 1974 y 1978), o
a  Italia  con  Inglaterra  (1978), o a  Francia  con  Bélgica  y  Países Bajos  (1982).
Entonces no veías esas largas giras triunfales que se ven  hoy, en las que las
selecciones conocidas de Europa viajan por todo el continente a cumplir el
aburrido trámite de tirarle encima la camiseta a cualquier  Moldavia o San
Marino,  para así llenar el papeleo previo que implica ir una fase final de
Mundiales de fútbol.
A pesar de esta posibilidad latente, la primera vez que los  ingleses  quedaron
fuera de un mundial fue todo un acontecimiento para el mundo del fútbol, y
representó un shock tremendo para Inglaterra en todos los aspectos, y no solo
por el hecho en sí de la eliminación: aparte el suceso estuvo todo cargado con
una dosis de sal tan grande que se acerca mucho a una churreteada. Aquí les
contamos cómo fue la cosa.
¿Inglaterra potencia? ¿Cómo fue eso?
Antes ubiquémonos  con un antecedente histórico. Entre mediados del Siglo
XIX y hasta 1945 lo que es hoy el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del
Norte  SÍ era una potencia económica y política a nivel mundial. Al que le
podemos decir “Contigo comenzó todo” fue al rey de Inglaterra Enrique VII (1485
– 1509), que bajo su reinado implementó mejoras a la infraestructura marítima
de su reino, buscando fomentar y facilitar el comercio allende los mares. Esto
al final derivó con los años en un flujo continuo de viajes a tierras
desconocidas, que comenzaban como exploración y reconocimiento, seguían
con el capitán de un barco diciéndole a un extasiado jefe nativo “I would like to
exchange my very beautiful coloured mirrors with your gold, dear sir”, y cuando los
locales se daban cuenta ya los paliduchos visitantes eran los dueños del lugar.
Con esa metodología como estrategia, los de la isla de a poquito comenzaron a
agarrar terreno fuera de su pedacito de tierra original: primero se dedicaron a
los territorios en América del Norte y las Antillas, luego se fueron  hacia
Oceanía y Asia y a finales del Siglo XIX tenían a gran parte de África agarrada
de punta a punta, desde  El Cairo  hasta  Ciudad del Cabo. Así fue que tras el
término de la Primera Guerra Mundial, el  Imperio Británico  era una
imponente mole de tierras, recursos, poderío y prestigio,  el  más grande en
extensión conocido por la humanidad (llegó a abarcar el  23.84% de la
superficie continental), con posesiones, dominios y colonias tan majestuosas
como la India - la joya del Imperio -, tan grandes como Australia o Canadá, o
tan pequeñas y perdidas como algún grupo de desoladas islas en el Pacífico Sur
que mantiene azarado a cierto país sudamericano vecino de Chile y Brasil.
La dicha les duró a los británicos hasta la Segunda Guerra Mundial. La Primera
de por sí fue para ellos un golpe fortísimo para sus recursos económicos y
humanos, pero se mantuvieron firmes  gracias a su  poderío militar y naval –
golpeado pero no acabado – y, sobre todo, al comercio con sus posesiones y
colonias. Pero después del enorme esfuerzo que supuso para ellos la IIGM, ya
se fueron quedando colgados. Primero que todo su prestigio se esfumó debido
a las goleadas con baile que les metieron alemanes por un lado y japoneses por
otro en casi todas sus canchas, a lo que se añadió al final la evidente colgada de
tetas al ejército yanqui victorioso en Europa y el Pacífico. Esto fue
desmoronando a pedazos la imagen del gran e invencible Imperio, y la
posguerra, durísima para los británicos, acentuó la situación. Porque cada vez
era más complicado para ellos sostener una aventura imperialista, ya que  en
casa se quedaron sin billete, y en sus colonias y dominios se había alborotado
el nacionalismo que desembocaría en la paulatina independencia de casi todos
ellos. Así fue cómo se terminó desgranando el alguna vez  poderoso
imperio hasta quedar reducido a las islas británicas + unas cuantas posesiones
perdidas y dispersas por el globo. 
La ironía de todo es que  Alemania, vencido y arrasado hasta los
jarretes en 1945, era veinte años después un país próspero y estable en todos
los sentidos; mientras, el victorioso Reino Unido sufrió en el mismo periodo
una total decadencia económica y política, con privaciones para todos sus
habitantes  y con menos recursos que un club boliviano jugando en el llano.
¿Qué fue lo que pasó? Son muchas las causas, entre las que podemos destacar
los errores de sus dirigentes al momento de adoptar estrategias económicas, y
al hecho  paradójico que los gringos apoyaron económicamente con más
entusiasmo a la Alemania derrotada para evitar que cayeran en manos del
comunismo... Capitalism works in misterious ways...
Bueno, ¿y del fútbol qué?
Afortunadamente los seres humanos siempre tenemos a mano las drogQUISE
DECIR el fútbol, jeje, para olvidar por un rato los problemas cotidianos. Y
para cuando se avecinaba las Eliminatorias al Mundial de 1974,  los hinchas
ingleses andaban no se si sacando pecho, pero al menos mirando firme y a los
ojos a cualquiera: es que al fin su selección había puesto cara-de-bravo después
de décadas de fracasos y decepciones en Europa y el mundo. Recordemos que
los de la selección de los Tres Leones hasta los años 40 fueron unánimemente
considerados lejísimo los mejores del planeta, y eso a pesar que no se dignó a
cumplir con demostrarlo en los campos de juego en los mundiales de 1930,
1934 y 1938.   Tanto era  así, que los italianos recién acabados de coronarse
campeones en 1934 concertaron un amistoso contra Inglaterra para ver quién
de los dos era el mejor pero de a de veras. El partido se jugó en el Highbury
Stadium  de  Arsenal  un 14 de noviembre de 1934, y fue tomado por ambas
selecciones como “la verdadera final de la Copa del Mundo“; sobre todo por
unos italianos ansiosos por validar su título, y de paso por ganarse el Alfa
Romeo que les prometió Mussolini a cada uno si ganaban el encuentro. Tanta
motivación hizo que los muchachos se emocionaran hasta, eh, exagerar  su
vehemencia, y como resultado hubo abundantes expulsados y lesionados en lo
que posteriormente se conoció como “La Batalla de Highbury”. ¿Quién
ganó? Inglaterra por 3 a 2.
Pero precisamente en esos años en los que podían haber llenado sus vitrinas
de trofeos, los ingleses  se dedicaron concienzudamente a pelearse por
maricadas con la FIFA, con lo que en la práctica se aislaron totalmente de la
movida mundial. Y entre su orgullosa sobradez y la pasión tan británica de
seguir haciendo lo mismo por los siglos de los siglos, no cambiaron una
mierda sus métodos de convocatoria, entrenamiento y manejo de la selección
por bastantes años: eso mientras las selecciones del continente sí buscaron
superarse en todos los aspectos. Un dato de ejemplo: hasta 1946 la selección
de Inglaterra  no tenía DT; las convocatorias a sus partidos y/o torneos eran
hechas por un comité especial de la FA, y en el campo el que decidía y
manejaba todo era el capitán. ¡Imagínate! Fue recién en 1946, como digo, que
la FA nombró a un DT – por insistencia del futuro Presidente de la
FIFA  Stanley Rous  -; el elegido fue un tal  Walter Winterbottom, ex-jugador
recién retirado a sus 38 años y que con este cargo asumía su primera
experiencia como entrenador (!). 
Aparte de novatón, el DT no era muy ducho, aunque por estos días hay una
campaña de los ingleses de reivindicarlo como un adelantado. Para rematar,
muchos aspectos deportivos aún eran decididos desde la FA. Así que no es de
extrañar que el nivel de la selección bajase como un putas en la posguerra, y
que el periodo de don Walter como manager de los Leones (1946 – 1962) fuera
horriblemente gris: cero títulos, cero finales, ninguna semifinal y solo dos
llegadas a cuartos de final en los cuatro mundiales en que fue el DT.  En
conclusión, la tan esperada aparición de los ingleses en las competencias del
fútbol mundial fue más mala que las Spice Girls, pero el DT seguía en el cargo
y nadie lo sacaba: unos dicen que porque era el protegido de  Stanley Rous,
otro que porque su cargo era más político que técnico, y eso contentaba a the
four suited fat men de la FA.
The golden years
Fue hasta  1962 que la FA se decidió a eyectar a Winterbottom del cargo –
apenas esperaron dieciséis años a que diese resultados... no dejan trabajar a la
gente, llave  –. Al año siguiente nombraron como DT de la selección a  Alf
Ramsey, este sí un técnico de experiencia y trayectoria que llevó en ocho años
al  Ipswich Town  de pulular por la Tercera División  a ser campeón de
Inglaterra.  Ramsey  era áspero, más ordinario que la costura que sostiene las
huevas y de origen proletario; combinación que disgustaba a los petimetres de
la FA; pero se lo tuvieron que chupar después que, tras un mal inicio de ciclo
en la Eurocopa de 1964, puso  a su selección a pelear en todos lados por
primera vez en la vida.
Fue con  Ramsey  que  Inglaterra ganó el  título mundial en 1966  y un tercer
puesto en la Euro 1968; a esto le siguieron dos llegadas sucesivas  hasta
Cuartos de Final en México 1970 y – con los restos de la generación campeona
del mundo – en la Eurocopa de 1972 (¿Quién los eliminó en estas dos
ocasiones?  Alemania...). O sea, los ingleses no eran las huestes de Atila The
One, pero ya  habían dejado de ser unos mediocres seriales para ser
consistentemente candidatos en todos lados. Total que para el inicio de las
Eliminatorias al Mundial de 1974, Inglaterra era una de las selecciones top de
Europa, y don  Alf  (nombrado caballero en 1967) era un personaje
respetadísimo e incuestionado por todos dentro y fuera del país, y como tal,
casi nadie lo ponía en duda como timonel de los suyos para las Eliminatorias
de la Copa del Mundo de Alemania 1974.
De la  nómina titular del campeón del mundo de 1966 ya a esas alturas
quedaban solo tres jugadores en vigencia: el multiusos  Martin
Peters  (Tottenham Hostspur), el volante ofensivo  Alan Ball  (Arsenal) y el
icónico capitán Bobby Moore (West Ham United), inamovible en la selección y
al parecer aún en plena forma recién pasados los 31 años. Los demás ya no
estaban por diversos motivos:  el mítico Bobby Charlton  se había  retirado, el
goleador por partida triple de la final Geoff Hurst estaba en bajo nivel en su
club, y el legendario portero  Gordon Banks  se jodió un ojo en un accidente
automovilístico un mes antes del debut en eliminatorias, lesión que influiría en
su decisión de retirarse como jugador. Algo similar pasaba con los escuderos
que los acompañaron en el único triunfo inglés del fútbol grande: Jack
Charlton, Cohen, Roger Hunt, Nobby Stiles, Ray Wilson... o retirados, o en
declive por edad. 
Así que el plantel  que lucharía por un cupo a Alemania 74 olía a transición.
Estaba conformado por jugadores provenientes de los clubes dominadores del
durísimo fútbol inglés de la  época: entre otros  Norman Hunter, Paul
Madeley  y  Allan Clarke  del Leeds United,  Ray Clemence,  Emlyn
Hughes  y  Kevin Keegan  del Liverpool,  Martin Chivers  del Tottenham
Hostpur,  Roy McFarland  del Derby County o  Mike Channon  del
Southampton. “Transición” no necesariamente era “juventud“: la mayoría ya
se habían fogueado en el equipo de sir Alf en la Euro de 1972 o en México 70,
o incluso en el caso de Norman Hunter, desde Inglaterra 1966 (en donde fue
campeón mundial sin saltar a la cancha). De hecho varios de ellos fueron
habituales en la titular que jugó la Euro 1972, y que fue eliminada por los
alemanes en mayo de ese mismo año.
A prayer for England
El sorteo para las eliminatorias europeas para el Mundial 1974 mandó
a Inglaterra a pelear por un cupo a Alemania en el grupo con Gales y Polonia:
es decir, un viejo conocido y una incógnita. Con los galeses la rivalidad era
ancestral, ya que se veían las caras casi que cada año en los hoy
desaparecidos  British Home Championships, así que no había mucho que
inventar. En cambio a  Polonia  no la conocían ni el Almanaque Mundial por
esos días; su historial mundialista estaba compuesto por un único partido
jugado en Octavos de Final de 1938 – en el que perdieron 6-5 contra Brasil en
Estrasburgo -, en Eurocopas ni siquiera habían aparecido en fases finales y no
contaba – aún – con jugadores reconocidos a nivel continental. Su único logro
así más o menos resaltable fue el ser campeones olímpicos en Múnich 72, con
una base que incluía a tipos como Kazimierz Deyna o Robert Gadocha; pero
esto no pesaba mucho como para considerarlos candidatos.
Así que en teoría, el grupo no se preveía como un paseo para los antiguos
imperialistas, pero sí muy accesible, tanto que  la prensa y público ingleses
estaban relajados y demasiado confiados en superar el obstáculo del vecino y
del venido de las brumas de Europa del Este. Como años más tarde declaró el
periodista de la BBC Barry Davies, que comentó en vivo para el país el partido
final ante Polonia en Wembley:
Esta era aún la época en los que todo el mundo sentía que teníamos un
derecho adquirido de estar en las Copas del Mundo, por lo que
simplemente era impensable que no estuviéramos allí.
El debut inglés en las Eliminatorias de 1974 fue un muy  esperanzador 1-0
ante Gales en el Ninian Park de Cardiff el 15 de noviembre de 1972, con gol
de Colin Bell.  Don Alf Ramsey  mandó a la cancha una nómina renovada
respecto de la que fue eliminada seis meses antes por los alemanes en la Euro:
afuera veteranos como Banks (por los motivos de fuerza mayor mencionados
arriba),  Martin Peters, Geoff Hurst  o  Francis Lee, adentro recién llegados
como el portero Ray Clemence, Peter Storey, Kevin Keegan y Rodney Marsh.
Y le funcionó porque esa noche se mostraron mucho mejor asentados que los
locales, casi no pasaron sustos y hasta se comieron algún gol más que ampliase
el marcador.  Lo mejor del partido para los  Pross  fue la defensa:  Ray
Clemence  (debutante como internacional esa noche) no sintió un carajo el
peso de reemplazar a un ídolo como  Gordon Banks, y entre los
centrales  Bobby Moore  y Roy McFarland  y los laterales  Emlyn  “Caballo
Loco”  (!)  Hughes  y  Peter  “El Hacha” Storey  rechazaron los morteros
locales lanzados consistente pero toscamente desde la media cancha.
Adelante el juego no fue tan fluido, y ni  Kevin Keegan,  ni  Martin
Chivers  o  Rodney Marsh  mostraron claridad: el posteriormente
famoso Keegan por ejemplo – otro debutante en ese partido – se comió solito
al final un gol que hubiese sido el 2-0. Pero en general la imagen fue aceptable,
y lo más importante fue que los ingleses se devolvieron a Londres con los dos
puntos en las maletas.
Dos meses después los ingleses tenían la chance de encaramarse bien arriba de
todos en la tabla, y de paso echarle tierra encima tempranito a uno de  los
rivales de grupo, al recibir a los galeses en Wembley por el segundo partido del
grupo. Pero ante 62,000 aficionados - seguramente  61,973 de ellos en
avanzado estado de ebriedad - no pudieron lograrlo: el partido quedó 1-1 y
con esto los locales perdieron un poquito la ventaja que habían adquirido en la
primera fecha. Sir  Alf  mandó al campo a los mismos once que derrotaron a
sus rivales en Cardiff dos meses antes y ahí creo que he fucked it up, porque las
características y disposición en el campo de los que jugaron eran más para
asegurarse atrás – lo que era lo menester en Cardiff - que para ir a buscar el
gol. El medio de los ingleses, dominado por el áspero Norman Hunter, Colin
Bell y Alan Ball era para ir a la guerra pero no para rodar la pelotica; y como
resultado cada ataque de los locales en el primer tiempo era igual que cuando
uno intenta levantar a punta de parla en una discoteca en la que suena el
volumen a full.
Los galeses – casi todos en clubes de la liga de su rival – no fueron maricas y
se pegaron todos bien atrás, mandaron al grandote John Benjamin Toshack (sí,
el mismo viejo de mierda técnico de los  90) a escoriar la defensa rival y
le dieron todas al muy hábil y culebra delantero Leighton James. Este último se
bastó en solitario para preocupar a los defensas locales, que tenían que estar
mosca con él y los cohibía de subir a apoyar al ataque.  A los 25
minutos  Toshack  metió el 1-0 para la visita, empataron los locales con un
ramalazo de  Norman Hunter  antecito de terminar el primer tiempo, y el
segundo tiempo fue toda una oda a la impotencia inglesa para crear opciones:
el marcador no se movió.
El silbato final desató una tormenta de abucheos del respetable, coronados en
la transmisión por televisión por el comentario final del narrador  “[los
jugadores] tienen que hacerlo excepcionalmente bien contra Polonia. Un
empate contra Gales simplemente no es bueno para un equipo con los
estándares de Inglaterra”... en otras palabras dijo “no hicimos ni mierda” de
manera muy correcta: leído así uno se imagina que soltó esas palabras mientras
tomaba el té sentado en la sala de la  mansión de la Duquesa de York en
Lincolnshire.
Aparece Polonia
El 28 de marzo de 1973 en Cardiff fue el debut de  Polonia  en esas
eliminatorias, contra una  Gales  que afrontaba su tercer juego consecutivo en
tres fechas jugadas del grupo (más falta de viveza que los dirigentes
galeses). Los polacos lucieron no solo una atípica piyama azul clara con medias
rayadas a modo de uniforme, sino varios nombres después ilustres, pero que
por esos días que no los conocía mamputas, como  Jerzy Gorgon, Henryk
Kasperczak  o  Robert Gadocha,  y sobre todo, dos futuras leyendas: el
portero Jan Tomaszewski – en su tercera aparición en la selección mayor – y el
media punta Kazimierz Deyna, este ya veterano de las eliminatorias anteriores.
Esa noche ni se notaron porque los galeses consumaron su resucitada con una
convincente victoria por 2-0, fundamentada bastante en el carácter y empuje y
en su juego muy rudimentario de pelotazo va / pelotazo viene / lluvia de
centros, que en ocasiones  les resultaba de perillas.  El primer gol lo
hizo  Leighton James  recién comenzado el segundo tiempo - tras cagada
de Tomaszewski y un defensa -, y el segundo vino faltando cinco minutos, con
toda Polonia encima y haciendo figura al portero  Gary Sprake  del Leeds
United, por medio de  Trevor Hockey,  que celebró literalmente junto con
medio estadio colado dentro de la cancha.
La clasificación quedó después de este partido, así:
Pos Equipo PJ PG PE PP GF GC Ptos
1 Inglaterra 2 1 1 0 2 1 3
2 Gales 3 1 1 1 3 2 3
3 Polonia 1 0 0 1 0 2 0
O sea, nada definido. Gales por ejemplo seguía vivo, pendiente de lo que
hiciera Inglaterra contra Polonia en Chorzów en junio: una derrota inglesa les
caía precisita para seguir con vida. Con los galeses ahí pegaditos en la tabla, a
los ingleses no les quedaba otra que ir por la victoria, o al menos un empate en
su visita a los polacos, para llegar tranquilos a su último encuentro en
Wembley. Para este encuentro don Alf hizo cambios respecto del partido
anterior: el portero  Peter Shilton, el lateral  Paul Madeley, el veterano  Martin
Peters y el delantero Allan Clarke jugaron en vez de Ray Clemence, Norman
Hunter, Kevin Keegan y Rodney Marsh. El ingreso de Peters y Clarke fue para
darle otro aire a una ofensiva muy plana en los dos primeros partidos;
el cambio de porteros probablemente fue por tema de confianza de sir Alf en
el más veterano Shilton.
Por su parte, el ingreso de  Paul Madeley  fue para  el puesto en la banda
de Peter Storey, que a su vez se hizo en el puesto de Norman Hunter, no sé si
por decisión técnica o por lesión del titular. Por falta de marca no creo que
haya sido, porque  Hunter  era un jugador de esos que, como central o como
volante defensivo, corría como bestia hasta que quitaba el balón del rival, sin
importar si en el proceso venía colateralmente incluida alguna tibia o peroné.
En su país al jugador del Leeds United le decían de cariño “Bites yer legs”
(“Muerde tus piernas“), apodo impuesto por ese thermoking querible que
era  Brian Clough. Pero su reemplazante esa tarde  Peter “El Hacha”
Storey estaba un peldaño más arriba en la escala “Fuckin´ Animal”: el jugador
del  Arsenal  tenía reputación de ser el más violento en una época del  fútbol
inglés llena de tipos puercos y ásperos. Este sería su último partido oficial con
su selección; después de retirarse del fútbol  Storey  pasó varios años en la
cárcel por regentar un prostíbulo y por falsificación...
Pero las intenciones, y los cambios, les salieron como el culo a los paisanos de
Curve ese 6 de Junio de 1973 en Chörzow, partido que será recordado no solo
por ser la primera derrota inglesa en toda la historia por eliminatorias, sino por
haber sido el marco  del triste fin de la carrera internacional del gran  Bobby
Moore. El mítico defensor tuvo una tarde horrible, que  inauguró con un
autogol a los 7 minutos (metió el pie tosca y huevonamente ante un tiro libre
de costado polaco) y que remachó al dejarse quitar el balón de  Wlodzimierz
Lubanski  a los dos minutos de haber comenzado el segundo tiempo, en la
jugada previa al 2-0 final. Sobre todo esta última jugada dejó en evidencia la
decadencia de Moore, que recibió el balón solito y quiso gambetear a Lubanski
con menos soltura que musulmán visitando las calles de Dallas.
Este gol fue un mazazo anímico para los ingleses, que de remate otra vez
mostraron pocas ideas adelante y nula  capacidad de reacción. A esto último
contribuyó bastante la terquedad, con visos de viejo gagá, de  Alf
Ramsey, que teniendo aún casi todo el segundo tiempo para buscar al menos el
descuento no hizo un solo cambio en la nómina ni en la táctica. 
Fue una durísima derrota para los ingleses, que por primera vez comenzaron a
sudar frío al ver la clasificación parcial tras este partido: 
Pos Equipo PJ PG PE PP GF GC Ptos
1 Inglaterra 3 1 1 0 2 3 3
2 Gales 3 1 1 1 3 2 3
3 Polonia 2 1 0 1 2 2 2

Lo que colocaba las cosas de tal modo que si los galeses vencían a los polacos
de visita en su último partido, obligaban a sus vecinos a ganar sí o sí en la
última fecha para igualarlos en puntos, y a partir de ahí decidiría el gol
diferencia. Sin embargo, los ingleses respiraron con el 3-0 a favor de Polonia
ante Gales en septiembre (goles de Gadocha, Lato y Dumarski) que quitó de la
ecuación por siempre a los del dragón, y dejó a los polacos como líderes del
grupo un punto por encima de Inglaterra. Por lo tanto, el cupo a Alemania se
iba a decidir entre los contendientes del último partido del grupo en Wembley:
los ingleses tenían sí o sí que ganar, a los polacos les alcanzaba con un empate
para dar un inesperado batacazo. Así quedó la clasificación faltando el último
partido:
Pos Equipo PJ PG PE PP GF GC Ptos
1 Polonia 3 2 0 1 5 2 4
2 Inglaterra 3 1 1 0 2 3 3
3 Gales (x) 4 1 1 2 3 5 3
Tarea complicada pero muy alcanzable para los  Tres Leones,  cuya afición,
jugadores y periodistas estaban totalmente confiados en la clasificación, y a los
que un 7-0 a Austria en un amistoso previo al partido los insufló aún más de
confianza. ¿Confianza? Es más exacto decir “seguridad”. Los mismos
jugadores daban por hecho su superioridad, el propio DT Ramsey les decía a
los suyos que sus contrincantes no eran de un nivel competitivo, y hasta la
viperina prensa inglesa los minimizó al punto que incluso trató a los visitantes
como curiosidad de circo durante su estadía en Londres: se burlaban de sus
peinados y bigotes anacrónicos y los ridiculizó concienzudamente en los
medios. Por ejemplo, el veterano periodista Brian Glanville escribió:
Si Polonia clasifica a la Copa del Mundo no pueden pretender ser otra
cosa que unos intrusos  (...) Inglaterra, casi  por derecho, debería estar
entre los favoritos, el viejo caballo de guerra, eternamente respondiendo
ante las trompetas. Como sin duda será esta noche.
Esto fue publicado en el programa oficial del partido (el librito que reparten
en las canchas británicas  con la programación y datos del juego) que se
repartió en el  Wembley  en la antesala del cotejo ese 17 de Octubre de
1973. ¿Confiados? ¡Nombe, qué va!
Empire
¡Y llegó el día del encuentro!  Cuando se reveló la alineación oficial de
Inglaterra para el crucial partido no sorprendió del todo, aunque hizo el ruido
propio de la caída de un grande, la ausencia del legendario capitán  Bobby
Moore, aún cuestionado por sus pifias en Polonia de meses atrás. Las crónicas
dicen que al conocer que no iba a jugar, Moore frenteó a sir Alf preguntándole
si  esto significaba que ya nunca más iba a contar con él, y que el DT
supuestamente le respondió “Claro que no significa eso, te necesitaré como mi
capitán el próximo año en la Copa del Mundo”.  
Las nóminas inicialistas de esa noche de Londres fueron las siguientes:
Inglaterra: Peter Shilton; Paul Madeley, Norman Hunter,  Roy
McFarland,  Emlyn Hughes; Colin Bell,  Tony Currie,  Martin
Peters (capitán), Mick Channon; Martin Chivers, Allan Clarke.
Polonia:  Jan Tomaszewski, Jerzy Gorgon, Miroslaw Bulzacki, Adam
Musial, Antoni Szymanowski, Leslaw Cmikiewicz, Henryk Kasperczak,
Kazimierz Deyna  (capitán), Jan Domarski, Robert Gadocha, Grzegorz
Lato.
Tres cambios mandó Ramsey con respecto al partido anterior: Hunter por el
mencionado de Bobby Moore, Currie por Peter Storey y Channon por otro
sobreviviente de 1966, Alan Ball. Otra vez Shilton en el arco, ratificando la
confianza del DT.
En cuanto a los polacos, incluso desde antes de pisar la cancha no podían
disimular la monumental churreteada que llevaban, por la trascendencia del
compromiso, la oportunidad histórica que se les presentaba en bandeja y la
dimensión del rival. “Los polacos  [en el túnel antes de salir a la
cancha] parecían aterrorizados de nosotros” declaró posteriormente uno de los
protagonistas de esa noche, Allan Clarke. Y remacha el
portero Jan Tomaszewski: 
Estábamos petrificados... nosotros quizás habíamos jugado 15 partidos
internacionales y aún estábamos aprendiendo. Los jugadores ingleses
estaban tan relajados… masticando chicle y con cara de estar
pensando que nos harían tres en el primer tiempo, y en el segundo solo
dejarían que pasen los minutos...
La atmósfera de esa noche en Wembley contribuyó a la sensación de
“pobrecitos estos manes que vienen de por allá tan lejos a ser aleccionados por
nosotros los inventores del fútbol”. El venerable estadio era una caldera
rebosante de hinchas alborozados y confiados, que en los actos protocolarios
abuchearon con feroz determinación el himno visitante, y por el contrario
cantaron el “God save the Queen” a grito pelado, todos los 91,000 asistentes al
unísono, con un fervor tan emocionado y patriótico que si en ese momento les
hubiesen dado espadas, mosquetones  y barcos, se hacían todos a la mar  y
volvían a conquistar la India.  “Nunca volví a escuchar un ruido tal como el
rugido de la multitud cuando comenzó el himno” declaró Tomaszewski años
después. Los cantos emocionados y gritos de “¡England!” llenaban la noche
londinense: los locales cumplieron desde el inicio con echarle encima a los
pobres polacos toda su historia, mística y poderío a carretadas.
Into the Storm
Y desde el segundo cero punto uno, TODO el partido fue de los ingleses. To-
do: conscientes que no había mañana en caso de no ganar, los locales
literalmente se le echaron encima  a sus rivales  tan pronto sonó el silbato. El
pitazo inicial fue como una señal para que los de casa se mandaran con todo a
presionar con mucha saña a cada polaco al que le caía el balón,  lo que los
obligaba o a rifar la pelota o a pasarla a las apuradas. A los de rojo parecía que
les hubiera dado  La Garroterowszki: no atinaban a pasar de la mitad de su
cancha, no sostenían el balón en su poder más de dos segundos, entregaban no
solo mal sino a cualquier lado. Los polacos se notaron en todo momento
azorados y estáticos, a 20 Km/hora menos que los locales, y con la sensación
que era una bola de fuego lo que tenían que controlar con las
patas. Los locales, en cambio, estaban como pasados de perico: empujados por
su gente y por la necesidad, se mandaron a bombardear por todos lados la
fortaleza visitante, que a duras penas lograba sacar los balones que le llegaban
por arriba, por el centro, por los laterales, por cualquier lado. 
Te pinto como fue la cosa: a los 30 segundos ya hubo falta a favor de los
ingleses, de costado y a unos 25 metros del arco de los de rojo. Cobra Martin
Peters bombeado, pero el balón rebota en el área y es agarrado
por Tomaszewski, que arroja enseguida el balón en el piso para salir jugando...
sin fijarse que al ladito tenía al delantero Allan Clarke, que - ese sí - estaba
pilas, y  que si no fuese porque el portero se tiró a las apuradas a agarrar de
nuevo la pelota, le quitaba el balón y quedaba todo sentenciado antes del
minuto uno. En el choque con  Clarke  – tratando de  proteger el balón –
  Tomaszewski  se rompió un dedo y tuvo que ser atendido, pero siguió
jugando. ¡Todo esto antes de los 50 segundos de juego!
Los locales  la tenían clarita: se mandaron con todo lo que podían arriba,
lanzando oleada tras oleada de ataques como si estuviesen en el  Somme,  los
cuales invariablemente culminaban en un centro/pelotazo al área polaca.
Entre Channon, Peters y Clarke se repartían la generación de juego local, pero
en realidad todos y cada uno de los jugadores de campo ingleses se fueron por
el gol: con frecuencia la jugada partía de los laterales Madeley y Hughes, que
desde su campo mandaban el ollazo para que pivoteara alguno de los de arriba
en el área. Y si no veían cómo, los del medio la distribuían a la lateral, para que
los volantes externos Currie y Peters recomenzaran el ciclo zampando un obús
al área.
¿Y los polacos? ¡Cagadísimos! No atinaban a agarrarla, sacaban con muchísimo
parto los balones que les aparecían cerca, y casi que temblaban al tratar de
pasársela a un compañero, perdiéndola generalmente en el proceso. El único
que respondía alguito era el crack Kazimierz Deyna, ubicado bien al centro en
una zona entre el medio campo y la media luna del frente, que las pocas veces
que agarraba la pelota intentaba pasarla con criterio; pero también a él se le
notaba la churria general.
Pasaban los minutos, e Inglaterra seguía cayendo en oleadas furiosamente al
área polaca. El Wembley bramaba de expectativa y por el olor a sangre; la visita
sufría, y en el aire flotaba la certeza que el gol estaba madurito. Ahora, lo que
le faltaba al equipo inglés para terminar de llevarse encima a los polacos era,
precisamente, el detallito  ese de la definición. Viendo el partido, uno se
asombra de la absoluta y descarada superioridad de los locales esa noche, tanto
que hicieron parecer a los polacos como la Venezuela ochentosa jugando en el
Maracaná por Eliminatorias. Ni por el carajo me voy a poner a contar tiempos,
pero facilito la posesión  tuvo que ser de 90% local en el primer tiempo, sin
exagerar una coma; y no fue la somnífera “te la paso a ti y tú me la pasas a mí y
yo te la devuelvo” sino simplemente el reflejo del hecho que no le prestaban el
malparido balón a los rivales, y que estos se la dejaban quitar con
conmovedora facilidad cuando de pronto la tenían en los pies. 
Pero el pecado de los ingleses fue que abusaron de (o solo sabían hacer) la
fórmula del pelotazo – centro – pivoteo – remate, y por eso, y aunque los
polacos ni siquiera tenían el balón por más de dos segundos, por más que la
pelota salía y volvía a entrar angustiosamente en el área polaca, por muchos
disparos desviados a boca de jarro, no había casi remates directos al arco.
Recién a los 15 minutos los visitantes lograron mantener un poquito el balón
en el campo inglés, pero la ilusión fue breve: tres minutos después volvió el
partido al cauce normal con un tiro que Channon mandó desde el área chica al
palo derecho de un vencido Tomaszewski. Iban 18 minutos y parecían 58 de la
cantidad de cosas que habían pasado en tan poco tiempo, y me imagino en las
casas en Varsovia, Cracovia, Katowice o Lodz a la gente al borde del infarto,
rogándole a Dios o al espíritu  del camarada  Gomulka que de una vez les
metieran el gol y acabara con tanto sufrimiento y todo volviera a ser como
siempre, no importaba que quedaran fuera de todo, total perdían contra una
poderosa pero al menos se acababa este maldito parto de estos tipos que no
pueden ni aguantar el balón maldita sea por qué no nacimos del lado oeste de
la frontera.
Sin embargo, a partir de ahí los polacos se animaron a llegar con algo más de
frecuencia al campo rival, y aunque el vendaval local no amainó, al menos se
ingeniaban para, así sea por instantes, ocupar a los defensas locales en algo
más que en llegar a su propia área o mandar pelotazos. Y en esas tibias llegadas
en las que el gran  Deyna  hacía de armador, y  Lato  y  Gadocha  de, por así
decirlo, preocupadores, se notó cierta endeblez de la defensa de blanco, que se vio
más complicada de lo esperado ante la presión rival. De todos modos, los de
casa seguían llegando al arco polaco y botando  los goles, desperdiciando el
millón de llegadas que se fabricaban a punta de ganas y empuje, con frecuencia
quitándole de los pies el balón a unos polacos asustados  y más desbordados
que en septiembre de 1939. 
El héroe inesperado
Al minuto 38 apareció por primera vez el gran héroe de la noche: milésima
llegada por la derecha de los ingleses, milésimo centro al área que es pivoteado
por milésima vez por un delantero ante la impavidez de los defensas. El
pivoteo lo agarra sin oposición Martin Chivers, que remata al arco pero el tiro
es rechazado por el muro de camisetas rojas; el rebote lo toma un polaco, que
intenta salir con la pelota en el área (!) pero por hijueputésima vez le birlan el
balón. La pelota rebota por varias piernas, queda muerta al borde del área, y
ahí la agarra y remata, con golpe seco, bajo y esquineado por Colin Bell. Era
gol seguro, pero no se sabe cómo putas apareció Jan Tomaszewski a estirarse
como un gato, meter la mano y salvar el gol con una volada impresionante.
Es hora que hablemos del que sería el gran protagonista de esa noche
londinense. Hasta ese momento el portero polaco  se había mostrado  menos
seguro que el centro de Bogotá de noche. Se la había pasado mandándose
salidas rocambolescas ante centros de costado que ponían a parir a sus
defensores, y generando cagadas impropias de un arquero internacional, como
la jugadita del primer minuto que casi se la regala a Clarke. Todo parecía darle
la razón al gran Brian Clough, que haciendo de panelista en un programa de
TV antes del encuentro (con apenas dos días de haber dimitido por problemas
con los directivos del Derby County, qué personaje), había llamado “payaso” a
Tomaszewski y afirmaba que Inglaterra iba a ganar fácilmente. Pero vino ese
disparo venenoso de Bell y la grandísima atajada siguiente,  y desde ahí
comenzó a agigantarse la figura del grandote arquero polaco, cuestionado en
su país, poco ortodoxo para atajar y con tendencia a abrumarse facilito si las
cosas salían mal. De verdad: el goleador Lato contó años después, que en un
partido de liga polaca que jugó contra el equipo de Tomaszewski, este regaló
dos goles comenzando el cotejo y de un momento a otro, achantado por las
fallas, se salió solito de la cancha, sin que nadie supiera a dónde se fue (!).
Pero esa noche le salieron todas a Tomaszewski: cuando no las sacaba de
manera increíble, la suerte, sus defensas y la impericia inglesa le dieron  la
manito. Antes de terminar el primer tiempo hizo de las suyas: se sacó dos
cabezazos difíciles (bien ahí), y acto seguido le dio tiempo de salir a agarrar la
luna y las estrellas ante dos centros ingleses, dejando el balón muerto en su
área en ambas ocasiones (palmface). Pero las pifias no pasaron a mayores:
terminó el primer tiempo, increíblemente sin goles.
El entretiempo fue un oasis temporal para los sufridos polacos, totalmente
agotados por el esfuerzo de correr siempre detrás del rival, de gastarse la
cabeza sacando centros, de ser superados por el oficio local. Y sobre todo,
exhaustos de pura y física angustia. El DT Kazimierz Gorski los alentaba
“Solo faltan 45 minutos para que hagan historia”... ¿solo? Para estos manes
esos 45 minutos debían sentirlos como si los pasaran debajo del agua. 
Bombazo en Londres
El segundo tiempo comenzó exactamente con la misma historia: los de
casa  bombardeando sin meterla, y los polacos aguantando, salvándose y
rezando. Fue así hasta el minuto 57: con casi todo el equipo local arriba
buscando el gol de la clasificación, vino una de las jugadas más recordadas en
Inglaterra y EL momento que comenzó a desfondar el fútbol inglés de
selecciones.
Al minuto 12 del segundo tiempo, el extremo Currie intenta por milésima vez
desbordar por su banda, pero esta vez se la quita limpiecita  Henryk
Kasperczak. El polaco corre por la izquierda unos metros y le manda un pase
al vacío, y algo pegado a la raya, a Grzegorz Lato; pero mal calculado, porque
el balón se va largo y cae primero Norman Hunter que la rechaz... ¡ah, no! El
defensor inglés – por exceso de confianza, o por ganas que siguiera en juego el
balón – quiso quedarse con la pelota, y trató de aguantarla para salir desde
abajo, supongo. En resumen, metió el pie de manera muy marica, lo que
aprovechó el aún desconocido Lato, que le caía de frente a plena carrera, para
robarle el balón y quedarse con él.
Lato no dudó, y con ese regalito caído del cielo siguió corriendo por la banda
como si estuviera quemándose; hizo la diagonal hacia adentro, vio como
llegaban por el centro y derecha como locomotoras  sus compañeros
Gadocha y Domarski, ante dos defensas no más a cubrirlos a la desesperada, y
la mandó precisito para este último hacia la entrada del área. Domarski, ante la
presión de Hugues no la paró sino que disparó de una, con muchas ganas pero
no con una violencia así como decir “lo fusiló” y casi que al cuerpo de Peter
Shilton. Tiro atajable en teoría, pero Shilton puso mal el cuerpo y manitas de
algodón, y la pelota entró al arco inglés tras pegar en los guantes del portero.
Gol polaco en su primer tiro al arco de todo el encuentro, después de ser
invadidos y desbordados por todos lados, y que dejaba a los locales más
eliminados aún con ese 0-1 en medio del silencio ominoso del Wembley.
Fue un mazazo inesperado con tintes tragicómicos. Porque fueron los propios
ingleses los que ayudaron al gol:  Currie  al perder el balón en campo
rival,  Hunter  por dejársela quitar güevonamente y  Shilton  por sus manitos
delicadas ante el tiro atajable de Domarski. Años después Hunter declaró que
siempre lamentará “no haber mandado a la mierda ese balón hasta el palco
real”, y Shilton hizo lo propio lamentándose por no poner el cuerpo al
disparo... ya para qué hijueputas.
Los locales se fueron enseguida por el empate, se lo anularon  – mal – dos
minutos después del 0-1 y al 63 lo obtuvieron gracias a un penal convertido
por Allan Clarke que olió fuertemente a compensación. Faltaban 27 minutos
para el pitazo final y los locales continuaron en la única que podían hacer: irse
al frente con conmovedor amor propio e indeclinable convicción. Es que, ¿qué
ibas a cambiar en la táctica? ¿Un partido en el que dominaste a placer, en el
que el rival ni siquiera se vio salvo en el gol – y eso por errores propios -, en el
que solo por la puntería fallida no lo estabas ganando por 4 o 5 goles de
ventaja? Algún cambio de hombre por hombre para refrescar y para intentar
con alguien con menos piernas de madera – Martin Peters por ejemplo, torpe
y a destiempo estorbó con frecuencia el ataque local  – quizás hubiese
resultado, pero ya estamos entrando al terreno delicado de la especulación. Lo
cierto es que sir Alf  solo metió un cambio (el único que hizo en los dos
partidos clave...) faltando cinco minutos, y como era de esperarse, nada aportó.
El resto del partido fue más de lo mismo, con los de blanco mandando carga
tras carga y haciendo llover balones al área rival, y los de rojo sacándolos con
creciente angustia y desespero. Hubo en el medio unos breves lapsos en los
que Polonia intentaba tener y circular la pelota, y por un momento lo lograron
y hasta casi terminan el asunto con dos contragolpes de  Lato: en una lo
pararon con falta cuando encaraba solo frente a Shilton, en otra el portero se
la sacó de los pies. Pero en general el partido seguía siendo de los locales, que
lo único que lograron fue convertir el área polaca en un pinball, y en última
instancia hacer héroe a un cada vez más confiado (no “más
seguro”)  Tomaszewski, que cortaba todo lo que le llegaba a riesgo de
desarmarse y por momentos se pegaba algunas voladas milagrosas. Como una
a quemarropa ante un disparo de Allan Clarke en el área chica, solo y frente a
él faltando 10 minutos, y que recordó después el delantero del Leeds United:
Ni siquiera podía ver a su arquero, había muchos cuerpos (...) el balón lo
mandé arriba y al ángulo y antes que toque la red yo me recuerdo haber
pensado “listo, ya está” mientras me daba vuelta para celebrar (...)  y de
repente vi aparecer de la nada este brazo amarillo [el color del buzo que
usó Tomaszewski esa noche]  y despejar el balón  (...)  no pudo haberla
visto, tuvo que haber sacado su brazo por instinto (...) ahí fue que pensé
“no va a suceder”. 
Y no sucedió: con varias atajadas y más goles increíbles perdidos (al final hubo
un cabezazo tras un tiro de esquina que sacó apurado un defensor de la raya,
previa salida horrible de Tomaszewski) terminó el partido empatado a un gol.
Con esto clasificó Polonia a la Copa del Mundo de Alemania 74, en medio del
desconcierto general y la alegría, con mucho de alivio como saliendo de una
pesadilla, de los jugadores de rojo en el campo.  Estaba todo consumado: la
vieja y orgullosa Inglaterra había sido eliminada en un partido absolutamente
anómalo e irrepetible, que habían dominado de una manera que muy rara vez
se ve en competiciones internacionales.
Black night
A estas alturas no podemos apreciar el impacto que significó la no clasificación
de Inglaterra en ese momento, pero para el mundo del fútbol fue casi-casi
como si quedase fuera hoy Alemania de un Mundial. La eliminación dejó
al país estupefacto, en un shock y trauma tan grandes que aún remecen hasta el
día de hoy. Sin exagerar: toda la nación futbolera quedó devastada
anímicamente, anonadada por el hecho de haber sido eliminados por un
equipo que consideraban inferior, y sobre todo, por la sensación de infortunio
que quedó tras no haber sido capaces de hacer siquiera un gol más, en un
encuentro que fácilmente podía haber quedado 6-1.
Y es que, viendo el partido con calma, cualquiera puede ver que, en parte por
física cagada, en parte por el empuje y nivel de los locales, y sobre todo, por la
diferencia de experiencia entre ambas escuadras, Polonia esa noche no hizo un
culo. Ni mierda, pareció tal cual un  San Marino  jugando contra
una  Alemania  necesitada de diez goles en Berlín. Entre la falta de
puntería inglesa, los reflejos de Tomaszewski en balones clave, y, en muy buena
proporción, en una arepa que parecía ser una compensación de la vida ante
tanta mala leche sufrida en su historia,  Polonia se salvó esa noche de una
culeada durísima.  Pero más que en hablar de una supuesta sal de los locales
(hablar de sal en fútbol es de mediocres) o de las virtudes de los otros, es más
realista destacar la impericia de los ingleses en aprovechar su superioridad para
meter la pelotica en el arco. Tres goles en cuatro partidos, de los que solo uno
de ellos fue de un delantero (y de penal) dice bastante de la ofensiva inglesa.
Pero a los polacos nada de eso les importaba, porque al final la felicidad fue
para ellos. Y bien aprovecharon el impulso:  esa noche el Wembley  fue el
principio del periodo más brillante de la historia del fútbol polaco, que incluyó
dos terceros puestos en los Mundiales de 1974 y 1982 y que finalizó con su
gris participación en México 1986. Para  Tomaszewski  en particular, la vida
también le cambió esa noche: le alcanzó para ser figura y titular de los suyos en
dos mundiales, y para dejar instalada un aura de respetabilidad general que, te
digo, no resiste una revisión de su actuación en este partido, con sus salidas
locas y a la bartola.
Esa noche fue para los ingleses la oportunidad perdida de consolidar la
progresión que llevaban desde 1966, y el punto en el que volvieron a
retroceder a niveles mediocres como selección. Sir Alf Ramsey fue despedido
por la FA en una decisión cuestionada por sus mismos jugadores, y con el ex-
Leeds United Don Revie al mando quedaron fuera de la Eurocopa 1976 y del
Mundial de 1978. Desde esa dramática e irreal noche de 1973, Inglaterra ha
acumulado solo fracasos y, cada vez más, se labra a fuego su rol de segundón a
nivel mundial… ya solo le queda el rock para sacar pecho…
Walter Winterbo om (izq), tras 16 años de fracasos con nuos con su selección fue reemplazado por
el gran Alf Ramsey (der), que ganó lo único relevante que decora las vitrinas de la FA

Probablemente no alcancen a leer el tulo de la foto: es de Inglaterra en 1973. El que aparece de


úl mo arriba es el asistente Harold Shepherdson: Alf Ramsey no salió, no sé por qué
Con este uniforme Brazil-style, Inglaterra y el gran Bobby Moore tuvieron una tarde de mierda
visitando a Polonia en Chörzow en 1973

Varios de los tulares de los locales esa noche en Wembley, de izq a der: Colin Bell, Peter Shilton,
Paul Madeley, Roy McFarland, Allan Clarke, Norman “Bites yer legs” Hunter, Mick Channon
Una de las tantas salidas al bulto de Tomaszewski

Alivio y celebración
El glorioso veterano de 1966 Mar n Peters no lo puede creer. Al fondo Kevin Keegan, la futura
estrella inglesa de los 70, tampoco.

Shame on you, fuckin´ losers


El inesperado héroe de Wembley (uno de ellos: sus compañeros se cagaron pero revolearon casi
todo)

(
“La Guerra del Pacífico” en Eliminatorias: los mata-mata entre Perú y Chile por un
cupo al Mundial
Publicado originalmente el 8 mayo de 2018 por YoSoyElCarlos

Peruanos y chilenos se detestan con bastante fervor, y no solo en la vida diaria o en los
escritorios de los políticos, sino en cosas más importantes para la humanidad, como el
fútbol.  Los encuentros que los enfrentan a ambos por partidos oficiales, se juegan con un
toque más de intensidad que lo habitual. Esto es así incluso para disputar el título de una
Copa Cafam, ¡ahora imagínate si pelean entre los dos por un cupo directo al Mundial! Lo
cual ocurrió no una sino tres veces, entre el periodo 1974 – 1986, y por acá te las
contaremos.

El dictador Morales Bermúdez, a la izquierda con la camiseta olorosa a grajo de Julio Meléndez (al
centro) y Marcos Calderón (derecha), entonando con fervor patrió co el himno peruano post
par do de clasificación en Lima en 1977. ¡La cara de “¿Cómo hijueputas hago para abrirme?” de
Meléndez!
Como países vecinos,  Perú  y  Chile  comparten varios aspectos comunes: la
calidez deslumbrante del pisco, la majestuosidad de sus montañas, la
inmensidad de su costa desértica, la belleza de sus mujeres. Las cosas que los
separan son muchas – como pasa en todos lados con países vecinos-, pero la
más notoria y ácida es la vieja rencilla derivada de la Guerra del Pacífico entre
1879 y 1883, esa en la que ambas naciones se enfrascaron en una áspera guerra
que terminó en goleada de visitante y robo de trapos a favor de los
chilenos.  Algo que aún les arde especialmente a los peruanos hoy, es que su
país  se involucró en esta guerra por puro sapo: el conflicto originalmente se
generó  entre chilenos y bolivianos por causa  de los impuestos y las
restricciones que el gobierno de La Paz impuso al comercio del salitre dirigido
por compañías chilenas en su litoral. Ante la negativa de los del Altiplano en
revisar este tema, el gobierno de Chile invadió territorio boliviano – comenzó
ocupando la en ese entonces boliviana  Antofagasta  – y  Perú, que aparte de
tener un tratado secreto de defensa mutua con Bolivia, no tenía ni mierda que
ver en el asunto, movilizó su ejército. Ahí fue que Chile le declaró la guerra a
ambos, los atacó y venció en batallas sucesivas, y terminó ocupando Lima en
1881 en medio de desmanes, saqueos y abusos de los soldados chilenos  a la
población civil, local y extranjera por igual. De allá recién se terminó de ir en
1883 y con las regiones de  Tarapacá, Arica  y  Tacna  (esta la devolvieron en
1929 a Perú) en el bolsillo.
La goleada en contra y la pérdida de territorio dejaron un trauma en la
sociedad peruana que aún persiste hasta hoy. Sobre todo porque desde
instancias oficiales y la historiografía nacional se han encargado de mantener
vivos los recuerdos de la derrota y pérdida de territorio, con un mensaje
revanchista que se transmite a todo nivel en Perú. Y cuando digo “a todo” es
tal cual: desde pelaítos, a los peruanos les meten en la cabeza en el colegio que
fueron víctimas de un despojo, y aún recuerdan nombres y fechas de batallas
(casi todas perdidas) y militares en calles y avenidas.
Esta tirria se nota también con el fútbol, obviamente, y se vivió con particular
intensidad durante tres eliminatorias en las que los dioses del morbo los
colocaron juntos a pelear por un cupo al Mundial. Pillemos.
Eliminatorias al Mundial de 1974: pasó Chile
Acuérdate que hasta 2002, el campeón mundial vigente tenía cupo asegurado
al torneo siguiente. Lo que para 1974 significó que Brasil tenía su tiquete a
Alemania ya listo, y quedaban nueve selecciones sudamericanas peleando por
sus tres tradicionales cupos al Mundial. Mejor dicho, por dos y medio, porque
la FIFA decidió mandar a un repechaje intercontinental al ganador del Grupo
9 europeo con el del 3 sudamericano por uno de los 16 clasificados.  Y el
Grupo 3 sudamericano agrupó, precisamente, a los protagonistas de este
texto: Chile y Perú, con Venezuela como inevitable colado.
Era la primera vez que se enfrentaban los viejos enemigos por eliminatorias
mundialistas, después de cuatro participaciones chilenas (de las que clasificó
solo en una, en 1966: los mundiales de  1930 y 1950 los jugó sin disputar
eliminatorias y el de 1962 por ser sede) y peruanas. Resultó que Venezuela fue
bajada por la FIFA debido a líos entre la Federación y su liga profesional, lo
que dejó el grupo convertido en la práctica en un Clásico del Pacífico a ida y
vuelta en plenas eliminatorias. ¡Imagínate la tensión en ambos lados de la
frontera!
Los que mejor venían - al menos en el papel - eran los de la banda cruzada,
que por primera vez en su añejísima historia futbolística tenían ya montado un
equipo con jugadores de talla continental y hasta mundial. Teófilo Cubillas,
Hugo Sotil, Héctor Chumpitaz, Juan José Muñante, Ramón Mifflin y Roberto
Challe, entre otros, derrochaban calidad y clase de esa de la que aún los viejos
cacrecos en cualquier cuchitril de Lima hablan con emoción. Con ese combo
los peruanos alcanzaron a llegar hasta cuartos de final en el Mundial anterior;
los chilenos, en cambio, habían faltado a  México 70  al ser eliminados
por Uruguay. Pero para estas Eliminatorias tenían una armada bien ídem, con
varios que hoy son leyendas  históricas del fútbol telúrico,  como  los
centrales Elías Figueroa, por esos días ídolo en Internacional de Porto Alegre
y  Alberto Quintano,  los  delanteros  Carlos Caszely,  Osvaldo “Pata
Bendita“ (!) Castro y Sergio Ahumada.
Los peruanos quisieron hacer las cosas con seriedad y contrataron al
prestigioso entrenador húngaro  Lajos Baróti. El magyar  lucía un amplio
historial dirigiendo la selección de su país, a la que clasificó a los mundiales de
1958, 1962 y 1966, y con la que ganó oro en los Juegos Olímpicos de 1964; un
palmarés impresionante para esos días (hoy un  Checho Batista  te gana el oro
olímpico y aun así no suena ni para el Atlético Bucaramanga). Pero la cosa no
engranó: bajo el mando del DT europeo, la selección peruana se fue de gira
preparatoria por América y Europa entre abril y junio de 1972, en la que
perdió contra  México, Escocia,  Países Bajos  y  Unión Soviética, y empató
contra Colombia, Rumania y un combinado del Magreb (Argelia y Marruecos).
El hecho que fueron partidos preparatorios, y que no se le ganó a equipos en
general de buen nivel no se tuvo en cuenta, y el descontento de la desde
siempre tóxica prensa peruana, además de rumores como que Baróti nunca se
hizo entender de sus jugadores – literalmente, por el tema del idioma -,
envenenaron el ambiente de tal modo que llevó a que la FPF eyectase al
húngaro del cargo en septiembre de 1972.
Su reemplazante fue el uruguayo  Roberto Scarone, entrenador con un
palmarés pesadito: dos Libertadores y una Intercontinental con  Peñarol, un
subcampeonato también de Libertadores con Universitario de Deportes, más
varios títulos de liga en Perú y Uruguay, adornaban su CV de manera
tranquilizadora para el respetable. Scarone  comenzó mal (en su debut perdió
0-2 contra  Argentina  en Lima) pero poco a poco  recompuso el camino
ayudado por una seguidilla de victorias en amistosos y Juegos Bolivarianos, lo
que le dio a  la afición tranquilidad para lo que se venía. Era un panorama
esperanzador, aunque falta mencionar que sus rivales derrotados en ese paseo
triunfal fueron del calibre de  Guatemala, Panamá,
Bolivia, Colombia, Paraguay y hasta clubes (como San Lorenzo de Almagro...).
¿Los chilenos? Confiaron su destino al producto local: el veterano  Luis “El
Zorro” Álamos, multicampeón en la liga de su país y que ya había clasificado a
su selección al Mundial de 1966. Bajo su mando los de  La Roja  jugaron
algunos amistosos por su lado y esperaron confiados, o al menos tranquilos.
La ida de la serie entre ambos por esas Eliminatorias se jugó en el Estadio
Nacional de Lima un 29 de Abril de 1973, en una tarde en que, dicen  las
crónicas,
(…)… hasta brilló el sol (...)  en ese recordado marco la gente en las
tribunas cantaba “Perú Campeón”, al son de los acordes de la banda de
la Benemérita Guardia Republicana (...). Un director de barras, en los
prolegómenos del juego, se animó a bailar una marinera con una guapa
muchacha.
Qué locura, llave. Los locales ganaron esa tarde con dos goles del
gran “Cholo” Sotil (el primero jugadón previo entre él y Cubillas, el segundo
un fierrazo) que rompieron el planteamiento ultradefensivo de los chilenos. 2-
0, el peor resultado posible según los ezpezializtas, pero iban con ventaja a la
vuelta.
El resultado al parecer – según las crónicas de la época – llenó de confianza
excesiva a unos y bajoneó bastante a otros.  Para la vuelta el 13 de mayo de
1973, en una Santiago enrarecida por el nocivo ambiente imperante en los
últimos meses del gran Salvador Allende, los peruanos estaban más confiados
que arquero en mano a mano con el Pipita Higuaín en una final, y repitieron
nómina y planteamiento. Los locales, obviamente urgidos por el resultado de
ida, se mandaron con tres delanteros de entrada para torcer el asunto. Pero casi
no les resulta, porque ante un combinado blanquirrojo muy bien plantado
abajo y arriba, los  de rojo  cagaron ácido muriático  hasta el minuto 23 del
segundo tiempo , en el que el ingresado Julio Crisosto aprovechó un jugadón
de  Sergio Ahumada  y las manitos de mantequilla  del portero
peruano  Uribe  para poner el 1-0. Y enseguida, el golpe final: tres minutos
después el mismo Ahumada se fabricó él solito la jugada con la que puso el 2-0
que no se movió más. Todo igualado y a desempatar en terreno neutral.
El partido de desempate se programó para el 5 de agosto de 1973 – ¡casi tres
meses después! – en el  Centenario  de Montevideo. Una infinidad de tiempo
que los peruanos aprovecharon de manera muy diligente para auto
cuestionarse y llenarse de dudas.  Sobre todo su  técnico, que fue duramente
criticado por la florida prensa peruana por sus decisiones en el partido de
vuelta, particularmente por haber reemplazado al crack Teófilo Cubillas a los
12 del segundo tiempo con el marcador aún en cero. Para rematar al propio
Cubillas la prensa le estaba dando garrote en forma, acusándolo dizque de
estar pensando más en su inminente paso al fútbol europeo (al  Basel suizo)
que en la selección. 
Total que  para el partido  decisivo en el Centenario,  Scarone  decidió incluir
a  cinco jugadores que no estuvieron en la vuelta en Santiago:  Orlando de la
Torre, Carlos Carbonell, Ramón Mifflin, Juan José Muñante  y el
delantero Héctor “Atómico” (!) Bailetti, este último reemplazando a... Teófilo
Cubillas, al que una (abro comillas con los dedos índice y medio de cada mano,
agito varias veces) lesión (ídem) le impidió estar en la convocatoria. Al menos
esa era la versión oficial: lo que se decía en voz baja era que el DT Scarone y el
crack peruano no se podían ni ver, y por eso el uruguayo no lo quiso llevar a
Montevideo. El caso es que el mismo Cubillas confirmó en ese momento lo de
su lesión y hasta públicamente apareció vendado y con bastón (pero años
después desmintió él mismo en una entrevista que estuviese lesionado… ¿y
entonces?). Si no fue por lesión, qué cipote de burrada del DT uruguayo.
La otra fuente de dudas, y muy copiosa, era por el lado de la portería: el titular
en el arco peruano era  Manuel “Chicho” Uribe, portero de  Defensor Lima,
que había debutado con su selección en la mencionada gira internacional de
1972 de  Lajos Baróti. Pero parece que el hombre en cada partido exhibía
menos seguridad que el Microsoft Security Essentials, y comenzó a flotar en el
aire la necesidad de contar con un arquero más confiable. Ante el fracaso de la
propuesta  de nacionalizar al arquero argentino  Horacio Ballesteros  – la idea
fue rechazada por un sector de la prensa y vetada por el propio presidente del
país -, surgió el nombre de, pon atención, Ottorino Sartor, conocido allá con el
glorioso apodo de “El Blindado de Chancay”,  que alternó algunos partidos
amistosos bajo Scarone pero al que no convenció del todo. Sartor después fue
el titular durante todos los juegos del Perú de la Copa América de 1975, en la
que fueron campeones, y hoy es considerado uno de los últimos grandes
arqueros nacidos en Perú. Pero para Scarone el titular fijo, a pesar de las dudas,
era Uribe, que precisamente en ese momento había perdido la titularidad en su
club, y que además, o por causa de, estaba con menos ritmo que gringo
bailando vallenatos, y para rematar, con visible sobrepeso.
Pero del nivel del portero o del merequetengue de Cubillas casi nadie se
acordaba a punto de terminar el primer tiempo en el partido de desempate
Montevideo. A los 45 minutos Perú iba ganando con autoridad por 1-0, en un
partido intenso y parejo, con ocasiones de gol para ambos equipos en medio
de una respetable afluencia de gente al estadio. El gol peruano fue obra
de  Bailetti  a los 40 minutos del primer tiempo, después de una jugada
de Roberto Challe coronada con un ramalazo del delantero al ángulo, y con esa
ventaja el equipo peruano se iba al descanso pensando en cómo aguantar para
lograr la clasifica... ah, no, momento.  Ya en tiempo de compensación del
primer tiempo vino el infortunio/la cagada; a los 45 min y monedas hay falta a
favor de Chile, y cuando los peruanos aún estaban acomodándose en la
barrera cobró a lo chileno (o sea, a traición) Francisco “Chamaco” Valdés; el
portero Uribe reaccionó a destiempo por estar acomodando la barrera (…) y
chaz, gol y 1-1 al descanso: el famoso gol sicológico que le daba moral a uno y
le llenaba el cogote de interrogantes y reproches al otro. 
A los 13 del segundo tiempo vino la remachada: un chileno manda un ollazo
como desde 800 m al área peruana, el portero  Uribe  que sale como pelaíto
miedoso tratando de agarrar algo en medio del cargamontón de una piñata, el
defensor Navarro se queda y desde atrás aparece el  chileno  Rogelio
Farías,  que  toca con la uña del dedo chiquito del pie el balón antes que este
pique. El rebote o la acción del chileno o la duda metódica aturdieron al
portero “Chicho” Uribe y esto lo mató, porque el balón se lo comió vivito, y
terminó entrando casi como con pena a su arco.  2-1, y Perú pasó de tener
medio tiquete a Alemania 74 a tener que remontar para no quedarse afuera.
El resto del partido los peruanos se mandaron furiosamente con todo a buscar
el empate, ante lo cual los chilenos  asumieron la consigna de  jugar al toque
corto y a circular el balón; algo muy sensato considerando que el medio
peruano derrochaba calidad pero tenía menos marca que la ropa de un Todo a
Diez Mil. Con eso les bastó para controlar los embates de la banda cruzada,
pero también fueron ayudados por las decisiones del técnico Scarone, que, por
ejemplo, reemplazó a una gloria curtida de batallas trascendentales como
el  “Cholo” Sotil  por un debutante  Juan Carlos Oblitas,  aún biche para estas
lides. Y el marcador no se movió más: clasificó Chile al
repechaje  intercontinental y Perú quedó en el camino de manera algo
inesperada.
Lo que pasó con los chilenos después todos lo sabemos: pasaron al mundial
tras el vergonzoso play-off contra la URSS en una Santiago mancillada por las
botas asesinas de los militares chilenos. El DT  Álamos  no pudo dirigir a su
selección en el Mundial por motivos de salud y fue reemplazado en Alemania
por su ayudante; pero la gloria de haber llevado a su selección a dos mundiales
nadie se la ha quitado hasta el momento.
Por el lado peruano el golpe de no haber clasificado al Mundial con un
equipazo de primer nivel, y para remate por causa del odiado rival de toda la
vida, pegó fuerte. Consumada la eliminación se generó la tradicional ronda de
repartija de culpas y acusaciones entre periodistas, dirigentes, políticos y demás
cosos; el principal señalado fue el técnico Scarone por sus decisiones – o falta
de ellas – y por el manejo turbio con Teófilo Cubillas.  El DT uruguayo fue
echado del cargo tras el fracaso, volvió a dirigir al Universitario y poco después
cayó al fútbol argentino. Mejor le fue a su antecesor Lajos Baróti, que retornó
a la dirección técnica de la selección de su país dos años después, y los clasificó
al Mundial de 1978 (la cuarta ocasión bajo su mando).
Pero el que peor lo pasó fue el portero peruano “Chicho” Uribe,  que  nunca
volvió a jugar con su selección, y quedó con la pesada carga porsiemprejamás
de sus cagadas en los dos goles en Montevideo. La prensa y afición lo
fustigaron tanto por su actuación, que unos años después terminó tomando la
decisión más horrible de todas:  irse a jugar a un club de  la liga ecuatoriana.
Pobre man…
Eliminatorias al Mundial de 1978: la revancha de  Perú (una que les
salió...)
La selección peruana se rehízo rapidito del cimbronazo anímico de la
eliminación de 1973 al ganar la Copa América de 1975. Lo mejor para ellos fue
que además, quedaron campeones continentales dándose el gusto de eliminar a
sus enemigos del sur en primera fase, tras empate en  Santiago  a un gol y
victoria de local en Lima 3-1. Triunfazo que le dio una muy merecida gloria ad
aeternum  a cracks como  Julio Meléndez, Chumpitaz, Gerónimo Barbadillo,
“Cholo” Sotil, Cubillas  y  Juan Carlos Oblitas, entre otros. Como para seguir
alimentando el morbo, el azar  quiso que se encontraran de nuevo los viejos
enemigos en las eliminatorias para Argentina 78, al emparejarse en el grupo
con Ecuador (un invitado de circunstancias por esos tiempos) por un cupo al
Triangular final que se jugaría en Cali para definir los dos clasificados directos
por Sudamérica (ya Argentina tenía el tercer cupo por ser el país sede).
Ahora, si el ambiente en los partidos entre Chile y Perú era de por sí pesado,
para 1977 estaba más denso que el “Pornography” de The Cure. Por esos días
flotaban en el aire rumores de una inminente guerra entre ambos países, y no
hablo de “guerra futbolística”: el dictador peruano  Juan Velasco Alvarado  al
parecer quería conmemorar el inminente centenario de la  Guerra del
Pacífico  con la reocupación por parte del ejército de los territorios perdidos
con los chilenos; incluso se había gastado un buen billete comprándole un
montón de armamento a la Unión Soviética. 
Los milicos chilenos estaban a la expectativa, y al parecer no tenían muchas
ganas de meterse en una guerra en la que se veían inferiores en recursos y
ejército; por eso hasta hablaron con ese maravilloso ser humano llamado
Henry Kissinger para ver si les daban una manito y así tener el aval para atacar
a Perú de manera preventiva, alegando enrevesadas razones
geopolíticas  (Kissinger les dijo tajantemente que no). Total que la segunda
mitad de los 70, en la pelada y desértica costa Pacífica de Sudamérica
abundaron rumores de invasión y movimientos de tropas de ambos países de
lado y lado de la frontera.
Bajo este ambiente festivo, el 20 de febrero de 1977 inició el grupo de
Eliminatorias con el partido entre  Ecuador y Perú  en  Quito. Los peruanos
comenzaron ganando con gol de un enchufado  Juan Carlos Oblitas, pero el
árbitro concedió a los de amarillo un penal más sospechoso que partida de
nacimiento de futbolista africano sub 20, y los locales terminaron empatando
el partido. Resultado que les ardió en el alma a los peruanos, más aún cuando
en la segunda fecha les tocó a los chilenos visitar a  Ecuador  y  se llevaron la
victoria por 1-0, con lo que estos quedaban con toda la ventaja en caso de
igualdad en los enfrentamientos mutuos. O sea que para el siguiente partido
que los enfrentaba a ambos en Santiago el 6 de marzo, los chilenos tenían la
oportunidad casi de sentenciar el grupo, porque en caso de ganar solo
necesitaban después derrotar a  Ecuador en casa para ya asegurar su
clasificación, sin importar lo que pasara en el último partido en Lima.
La tenían peluda los peruanos, pero para esta vez, a diferencia de 1973, estaban
más preparados. Comenzando porque en el banco contaban desde hace un par
de años con un  zorro del fútbol peruano,  Marcos “El Chueco” Calderón,
entrenador del equipo peruano campeón de América de 1975 y unánimemente
respetado por hinchada y jugadores. Esto último en particular es muy
meritorio, considerando que manejar a futbolistas peruanos es más difícil que
ver a un blanco gane la prueba de 100 m en los Juegos Olímpicos. El equipo
era la misma base que alcanzó la gloria en 1975:  Chumpitaz, José Velásquez,
Cubillas, Sotil, Oblitas, Muñante, Percy Rojas, Barbadillo, entre otras glorias.
Los chilenos, por su parte, estaban dirigidos por un tal  Caupolicán Peña  (no
puede negar la nacionalidad con ese nombre el hijueputa), técnico respetado
en su país, que hasta esa fecha había conseguido la cantidad de, déjame
contar... a ver: cero títulos. Caso contrario a lo que pasaba en 1973, esta vez el
de los vergueros internos era Chile: el legendario delantero Carlos Caszely fue
vetado de la selección para disputar esas eliminatorias. Al pobre Caszely se la
tenían montada fuertemente los militares en el poder por su conocida filiación
izquierdista, dándole como a cajón mal cerrado  desde los medios oficialistas,
que solo lo mencionaban cuando la cagaba, y en cambio se la pasaban dándole
pantalla al afín al régimen Elías Figueroa. A pesar de esto y de un desinterés
total de los dirigentes por él, el gran Caszely comía callado y seguía poniéndole
ganas a su selección, incluso llegando a pagarse él mismo los pasajes aéreos en
varios encuentros. Pero llegó el punto en que las indirectas no funcionaron y el
baneo fue directo: las autoridades milicas  le ordenaron al entrenador de la
selección no llamar a  Caszely  para las Eliminatorias, y  Peña no fue capaz de
oponerse. Total que el gran delantero no participó de la serie y esto le quitó un
referente de ataque a La Roja para lo que se venía.
Como era de esperar el ambiente para el partido en Santiago estaba caldeadito,
con miles de chilenos bramando por la victoria y confiados en su superioridad.
Pero los peruanos no eran maricas: cuenta la leyenda  que cuando los de la
franja salieron a calentar a la cancha antes del partido, se encontraron con los
chilenos haciendo lo mismo a pesar que ya estaban estipulados los horarios
para ambos. Pero en vez de devolverse o entrar en el manoseo de la discusión
inútil y el yo te dije que iba a estar a esta hora y no tú no me dijiste y que sí y
que no y qué hacemos, don Marcos Calderón se azaró todo y le ordenó a sus
jugadores a gritos:  “Entren carajo, entren, que estos chilenos no nos van a
bajar la moral”, lo que remató braveando al pobre  Caupolicán Peña  con un
peruanísimo “¡Tú no me conoces, huevón, a mí no me vas a ganar con
cojudeces!”. ¿Qué hizo el DT chileno? Se fue mansamente con los suyos de la
cancha, deshaciéndose en disculpas y dejándole el campo a los peruanos
para calentar: le hicho achí.
Ya en el encuentro, los chilenos comenzaron ganando con gol de Ahumada a
punto de terminar el primer tiempo, pero los visitantes empataron con un tiro
desde fuera del área direccionado con GPS por Juan José Muñante a los 25 del
segundo tiempo. El resultado se quedó así y Perú emparejó el andar que había
comenzado chueco.
Con las previsibles victorias de chilenos y peruanos de locales ante Ecuador, el
asunto se definía en el encuentro entre ambos en la  última fecha, el 26 de
marzo de 1977 en un Nacional de Lima que estaba hasta las tetas de gente tan
enfervorizada que tenían ganas de terminar el cotejo retomando  Arica. Al
respecto declaró años después el jugador chileno Rodolfo Dubó: “Siempre ha
sucedido que cuando se viaja a Perú la selección chilena no es recibida muy
cordialmente. Y aquella vez no fue una excepción”.
Gracias, Rodolfo. O como dijo el central Alberto Quintano:
En Eliminatorias, Chile y Perú tienen toda una historia. En algunos
momentos se generó una situación conflictiva porque entre los dos
países, al margen de la parte deportiva, se vivían otro tipo de
animosidades en lo político. Y los partidos no eran sólo la consecuencia
de los 90 minutos sino que también influían las posiciones
gubernamentales de cada país.
Uffff, rompió el cassette para declarar el hp.
A Perú solo le servía ganar, y tal vez por eso los nervios le jugaron en contra
en un primer tiempo en el que no encontraron claridad,  ante unos chilenos
que estaban todos con el culo pegado a su arquero  Vallejos. Pero todo se
resolvió a los 4 minutos del segundo tiempo: Muñante mandó un centro por la
derecha al área chilena, que es cabeceado a gol por los 1.67 m de altura
del Cholo Sotil en medio de los dos altos centrales Figueroa y Quintano (!). 1-0
y el delirio en un Nacional que estaba ya hecho un aquelarre de euforia. Y solo
cinco minutos después se terminó de hundir el buque chileno con el
segundo gol local a cargo de Oblitas: 2-0. Resultado que no se movió más, y
que implicó la clasificación peruana en un estadio doblemente despelucado
con la locura de la victoria y con la ñapa de la eliminación de los odiados
chilenos.
Con el pitazo final, el público se dejó llevar e invadió la cancha, en una marea
feliz que paseaba en hombros a los  gozosos  jugadores y técnico. Los de la
radio y televisión también estaban desatados, celebrando más que informando,
aullando en sus micrófonos en medio de aficionados metidos en la recocha,
todos eufóricos y llorosos, muchos ondeando furiosamente banderas peruanas
y cantando el himno. Incluyendo al dictador  peruano  Francisco Morales
Bermúdez,  que había reemplazado en el cargo a su colega Velasco dos años
atrás. El presidente peruano bajó de su palco, entró a la cancha y fue a donde
el gran  Julio Meléndez  a pedirle la camiseta, según se dice con la frase
dizque “Dame la camiseta que ahora la quiero sudar”. El capitán peruano se
quitó su camiseta, y así toda sudada se la enfundó al dictador, que acto seguido
se puso a cantar a grito pelado  el himno del Perú a  dúo con un confuso
Meléndez, a los que al final se les uniría un emocionado DT  Marcos
Calderón. La hinchada aprovechó el momento para pedir a coro la suspensión
del toque de queda para esa noche, para así poder celebrar sin peros; el
dictador aceptó bonachonamente y el pueblo volvió a estallar de alegría. Juro
que es cierto esto que acabo de contar: ni un Gabriel García Márquez viendo
volar una casa sobre Aracataca se inventaba algo así.
Perú terminó clasificando al Mundial junto con Brasil en el triangular de Cali,
jugado en julio de ese mismo año. Marcos Calderón dirigiría a su selección en
el Mundial de 1978, en el que hicieron un muy buen papel en primera ronda, y
en segunda se desfondaron (con transacciones comerciales de containers de
trigo incluidas). Luego de ese Mundial, Calderón dejó la selección y se
mantuvo vigente en el fútbol local, ganando campeonatos con Universitario,
Sport Boys y Sporting Cristal entre 1979 y 1985. Murió en 1987 en el accidente
aéreo del avión de  Alianza Lima.  Por su parte, los chilenos no asimilaron la
derrota y echaron al carajo a Caupolicán Peña; lo reemplazaron con  Luis
Santibañez, con el que les fue mejor: los clasificó a España 1982.
Antes de proseguir vamos con otro dato de color: hace poco un periodista
chileno  develó que en la noche del partido, los servicios de inteligencia
chilenos aprovecharon la coyuntura  que  todo el Perú estaba enfarrado,
bebiendo o culeando, y enviaron aviones Hawker Hunter a espiar una base
aérea camuflada en la región sureña de  Arequipa. Sí: sobrevolando
directamente el territorio peruano sin que nadie en ese país se diera cuenta...
según esta historia, el ejército chilenazi tenía esto previsto de antemano, por lo
que  apenas consumada la eliminación enviaron los aviones espía. Win-win
situation…
Eliminatorias al Mundial de 1986: pasa Chile (pero ambos quedaron
fuera)
Parece que tres duelos directos en un lapso de cuatro años no eran suficientes
para elevar la temperatura en el pelado y yerto litoral occidental de Sudamérica.
La suerte (¿o la Conmebol en mode_morbo?) hizo que se presentara otro
Clásico del Pacífico en las semifinales de la Copa América 1979. ¡El cuarto mata-
mata entre ambos enemigos en torneos grandes en un lapso de seis años! En
esta ocasión se impusieron los chilenos, que además dieron un vergazo de
autoridad al ganar en la ida en Lima 2-1 (para que veas tú, ambos goles del
rehabilitado Carlos Caszely), por lo que el empate sin goles en Santiago les
bastó para pasar a la final, que terminarían perdiendo contra Paraguay en triple
partido.
La seguidilla de duelos se interrumpió para el Mundial de 1982, al que tanto
peruanos como chilenos clasificaron jugando Eliminatorias en grupos
diferentes. Tampoco se vieron las carátulas en la Copa América de 1983, en la
que Perú llegó hasta semifinales y Chile quedó fuera en primera ronda con
tintes de churreteada: solo tenían que ganarle a la horrible Venezuela – que
había perdido todos sus juegos - en el último partido del grupo para pasar a
semifinales, y nones: 0-0. Con esta pifiada el clasificado de su grupo fue
Uruguay, que se enfrentó en las semis a…Perú. ¡Chúpate esa!
Parecía que la racha de clásicos peruano-chilenos en partidos por los puntos ya
había parado, y más cuando para las Eliminatorias a México 1986 los eternos
rivales fueron agrupados en zonas distintas: esa vez la Conmebol armó dos
grupos de a tres selecciones y uno de cuatro, de los que el primero de cada
combo clasificaba al Mundial y los segundos – más el tercero del grupo de a
cuatro – jugaban un playoff por el cuarto cupo de la Conmebol. A Perú le tocó
contra Argentina, Colombia y Venezuela, en un grupo en el que los de la franja
cruzada exhibieron grandes momentos de fútbol junto con lagunas
inexplicables ante rivales fáciles. Los peruanos tenían aún un
equipazo  impresionante, con veteranos gloriosos como  Oblitas, Barbadillo,
José Velásquez  o  César Cueto,  junto con  otros más recientes  pero de igual
calidad como  Jorge Olaechea, Franco Navarro,  el grandísimo (de pie no
joda) Eduardo Malásquez (no se sienten, cacorros) y Julio César Uribe, con los
que hicieron parir piñas a los argentinos por el cupo al Mundial.
Finalmente fueron los albicelestes los que agarraron el primer lugar, gracias no
tanto a sus encuentros contra los peruanos – muy parejos – sino porque estos
últimos se hicieron caquita contra nosotros: los puntos perdidos en Bogotá y
Lima los condenaron a tener sí o sí que ganar en el último partido en el
Monumental. Y en el que fue una exhibición casi gloriosa de fútbol, clase,
garra y huevas de los peruanos – tal vez la última en toda su historia hasta hoy
-, estos remontaron el 1-0 de Pasculli a los 10 minutos con dos pepas de José
Velásquez  y Gerónimo Barbadillo en el primer tiempo, se sobrepusieron a la
lesión del gran  Franco Navarro  por la  criminal patada  del burro de Julián
Camino, y aguantaron con toque ochentoso y muchas ganas el partido hasta
los 80 minutos, cuando vino el gol de Gareca (ayudado por falta previa de
Pasculli a Chirinos). Por estico y con todo en contra, Perú casi le quita el
cupo  a Argentina en el Monumental; pero no pudo ser y se fueron (junto
con nosotros que quedamos terceros con bastante hambre) al repechaje.
Chile por su lado tampoco pudo ganar su grupo: el empate a un gol en su
debut en Quito fue más letal que un pronóstico optimista de cierto periodista
deportivo colombiano de doble apellido, porque al final fue la diferencia que
impidió superar a los uruguayos – que sí ganaron en Ecuador – en puntaje.
Los chilenos tenían algunos nombres respetables: el gran portero  Roberto
“Cóndor” Rojas, Jorge “El Mortero” Aravena, Patricio Yáñez  y  Juan Carlos
Letelier, que no era una sinfonía pero sí un combo muy jodido. El otro
convidado a la repesca fue  Paraguay, segunda del grupo de Brasil con una
victoria (a Bolivia), dos empates y una derrota. Total que el sorteo quiso que se
repitiera, otra vez, el Clásico del Pacífico en un mata-mata por Eliminatorias,
mientras que en la otra llave peleábamos nosotros con Paraguay: los
vencedores de ambas series se enfrentarían a doble partido por el cuarto cupo
sudamericano a México. 
Por la calidad de la nómina Perú le llevaba un tramo de ventaja a Chile, pero
por nivel en el momento estaban parejitos: aquellos derrochaban más magia en
sus botas pero eran más irregulares (y no olvidemos el temita de la edad de
algunos de sus pilares), los otros no eran tan vistosos pero eran más sólidos.
Así que la ida en Santiago, el 27 de octubre de 1985, pintaba para ser un
partido parejísimo.
Pero no lo fue por una razón: por Eusebio Acasuzo, el portero de los
peruanos. El veterano arquero, en ese momento sin equipo, tenía ya varios
años de haber alternado en el arco de los de la franja, sin ser considerado así
como quien dice a este man no lo saca del puesto nadie, carajo (el DT Elba de
Padua Lima “Tim” lo mandó al banco en vez de a Ramón “Chupete” Quiroga
durante todo el proceso de España 82). Pero tampoco era cualquier
improvisado, y de hecho había cumplido con soltura en su rol como titular en
las Copas América de 1979 y 1973, y durante toda la eliminatoria que nos
ocupa… hasta este partido en Santiago, en el que se pegó una de las quemadas
más horribles que se recuerden de un arquero en un partido internacional.
Veamos cómo fue: como era de esperar, desde el pitazo inicial los chilenos
salieron a comerse a los visitantes para encontrar la ventaja. Al minuto 6 el
juez pitó bien una falta en la banda izquierda peruana, a unos 20 metros del
arco. El encargado de cobrarla por los chilenos fue el de siempre, el temible
“Mortero” Aravena, que generalmente la mandaba al arco sea para encholarla
en el ángulo, sea para quemarle las manos al arquero, o al menos para
enculebrar a este y a los defensas con un tiro envenenadísimo. Pero en este tiro
en particular no había un peligro inminente, porque el cobro era bien de
costado; tanto que peruanos y chilenos se ubicaron esperando el centro. El
caso es que cobró Aravena y le salió un tiro no blandito pero tampoco un
misilazo: medio de fly y directo al arco peruano. Pero la pelota rebotó antecito
de la raya, y Acasuzo – que estaba bastante hacia el otro palo, pendiente del
centro – no solo reaccionó lento sino que calculó mal y puso
manitas_de_algodón: 1-0 con todo un mundo por jugarse.
Apenas dos minutos después, Cueto se dejó quitar la pelota de un
hiperacelerado Aravena, que la tiró al borde del área para Hugo Rubio quien,
marcado con muchísima paja por Toribio Díaz, manda un tiro algo
esquineado, no muy fuerte y rastrero al arco peruano. ¿Y que hizo Acasuzo?
¡Ni se agachó! Como esos viejos que ponen a tapar en una recocha
improvisada en un paseo de finca, el pobre Eusebio le metió la mano
delicadamente, sin tirarse, revolcarse o al menos meterle el pie, y se le coló
adentro. 2-0 y ni habían pasado 10 minutos. Y seis minutos más tarde, el
mazazo: con los unos llenos de moral y los otros aturdidos, vino el 3-0 tras un
rebote que tomó Alejandro Hisis y metió bien pegado al palo derecho de
Acasuzo, al que al menos en este no se le puede echar tooooda la culpa (siendo
cositero, uno con más reflejos la sacaba).
Resumo: a los 14 minutos del partido de la ida, ya Chile iba ganando 3-0 casi
que con tres tiros al arco. ¡Imagínate! Ni el chileno más fumado se le hubiese
ocurrido estar con esta situación tan a favor. Con todos los ojos encima de él,
el pobre  Acasuzo  siguió unos minutos más en cancha pero en  automático,
derrochando por cada poro una sensación de balón merodeando = ocasión de
gol que no se la podía quitar de encima.  Tanto que a los 24 minutos, el
DT Roberto Challe (mundialista en 1970, y entrenador de la selección desde la
cuarta fecha de estas eliminatorias) no aguantó más y decidió reemplazarlo por
el aún más veterano Ramón Quiroga, el mismo de los mundiales 1978 y 1982 y
del que todos creíamos ya que era una reliquia del pasado. El cambio no fue
del todo ilógico, pero si fue una quemada pública impresionante para Acasuzo,
que jamás volvió a jugar para su selección.
Con el incómodo asunto del arquero resuelto, Perú apretó y descontó
con Franco Navarro antes de terminar el primer tiempo; en el segundo tiempo
emparejó las acciones, pero un penal de Aravena los remachó, y con otro gol
de Navarro dejaron el asunto en 4-2, más o menos remontable. Pero qué va: el
peso de la diferencia y la cagada en Santiago fueron muy fuertes para los
peruanos, que en la vuelta en Lima – con Quiroga en el arco – el 3 de
noviembre siguiente, no vieron media y perdieron 1-0 con gol de Aravena de
tiro libre. Con esto pasó Chile al playoff final contra  Paraguay  (que se había
bajado a Colombia sin muchos problemas), en el que la clase de Julio César
Romero, Adolfino Cañete, Roberto Cabañas, Rogelio Delgado, y “El Gato”
Fernández, entre otros, fue demasiado para los chilenos: los guaraníes se
fueron a México con un 3-0 en Asunción y 2-2 en Santiago.
Este repechaje marcó oficialmente el fin del fútbol peruano como potencia
sudamericana. Sea por falta de recambio generacional, o porque se les acabó la
mecha, lo cierto es que desde ahí Perú no consiguió más que triunfos morales
y victorias sin efecto práctico, hasta que – casualmente - el escritoriazo chileno
les abrió las puertas en 2018.
Y lo que también se terminó en 1985 fueron los duelos directos por cupo al
Mundial entre estos rivales de toda la vida. Salvo los inevitables
enfrentamientos en los Todos_contra_Todos de Eliminatorias a partir de 1998,
nunca más se volvieron a encontrar en un mata-mata por la clasificación a un
Mundial. Y ahora que va a clasificar hasta las Islas Galápagos por la Conmebol
a ese Mundial de 48 equipos, menos...
Oficiales bolivianos posando coquetamente para la lente en la Guerra del Pacífico... con razón
perdieron la guerra...

Peruanos y chilenos en el par do de ida de 1973 en Lima


Don Lajos Baró tratando de hacerse entender de unos peruanos más azarados que uno esperando
que lo a endan en Urgencias en la EPS

La nómina chilena que ganó en la vuelta en San ago en 1973. El primero de abajo a la izquierda es
el famoso Carlos Caszely
O orino Sartor, “El Bilndado de Chancay”. Con ese nombre y apodo ya se garan zó el libro de la
inmortalidad

Aquí podemos ver justo el cuadro de cuando al arquero peruano Uribe se le rompe el corazón en el
desempate de 1973
La selección peruana de 1977. Los cuatro primeros son Ramón Quiroga, Juan Carlos Oblitas, So l y
Cubillas. El sexto es el inmenso José Velásquez, Muñante el antepenúl mo y Chumpitaz el
penúl mo. Equipazo.

El gran Neil deGrasse Tyson aka, Marcos Calderón (a la derecha) con el Cholo So l, en medio de una
celebración
El portero Eusebio Acasuzo, el gran protagonista de los enfrentamientos de 1985

En el gol de Hugo Rubio, Acasuzo tuvo menos reacción que Gustavo Cera
La Agonía de Doha
Publicado originalmente el 27 de octubre de 2017, por YoSoyElCarlos

Historias como estas que vamos a contar hacen que las Eliminatorias a los Mundiales de
fútbol sean una de las creaciones más épicas y hermosas de la humanidad entera. Vamos a
contarles acerca de “La Agonía de Doha“, un partido que, aunque en su momento por estos
lados ni lo sentimos,  marcó uno de los momentos más recordados y dramáticos de la historia
de las Eliminatorias de la FIFA en todos los tiempos.

El derrumbe
Solo en tiempos recientes los japoneses han medio sacado la cabeza con el
fútbol: por lo menos han logrado aparecer cada cuatro años en los álbumes de
Panini de los Mundiales. Si hoy para ti es normal verlos jugar aunque sea para
cagarse frente a Bélgica en Octavos de Final de un Mundial, de pronto te
asombrará saber que recién en 1998 pudieron clasificar por primera vez a uno.
Incluso, para 1994 estuvieron a un pelito de clasificar: no lo lograron, y las
circunstancias en que pasó su eliminación dan para llamarlo con toda justicia
“churreteada”. El partido definitivo, que por siempre jamás quedó clavado en
el alma de los aficionados nipones, se conoció para la posteridad como “La
Agonía de Doha“, y aquí te lo contaremos.
El honorable deporte de la pelota moteada en Japón (NO, no
hablaremos de Supercampeones, virgo)
¿Cómo se dice fútbol en japonés? No se vayan, por favor, que no voy a tirar un
mal chiste... según nos informa nuestro corresponsal Brayan Estiven
Nagatomi, por allá lo llaman sakkā (サッカー), término derivado del inglés
“soccer” y mucho más usado coloquialmente que futtobōru (フットボール).
Lo que no sé con certeza, es si el término viene de los británicos o de los
gringos, ergo si la influencia del fútbol en Japón fue más efecto de lo que
hicieron aquellos antes de 1945 o de estos después de la bomba.
¿Cuántas veces hemos comenzado una historia de estas diciendo “el fútbol en
equis país tiene más historia de la que pensábamos”? Bueno, lo mismo
diremos de Japón, país del que se registró como primer partido de fútbol a un
match entre miembros de la Academia Naval de Tokio en  1873, organizado
por un oficial británico llamado Archibald Douglas. Dicen las crónicas que el
respetable público que acudió al encuentro, quedó asombrado porque
asociaron el tipo de juego al  Kemari,  una especie de práctica-rito de la
religión Shinto de la cual no daré detalles por respeto a los seguidores de este
culto que nos están leyendo desde Chiriguaná y San Onofre.
Recién en 1888 se disputó el primer partido oficial entre dos clubes
diferentes, el Kobe Regatta y el Yokohama Country, (ambos existen aún hoy,
pero no como instituciones dedicadas al deporte que nos mueve el mango), y
en 1917 se fundó el club de fútbol más antiguo del país, el  Tōkyō Shūkyū
Dan que aún compite en campeonatos amateurs. Solo hasta 1921 la federación
nacional fue fundada, y casi como de casualidad: como la FA inglesa envió de
regalo a un torneo universitario nipón una réplica del trofeo de la FA Cup, los
locales decidieron formar una organización nacional equivalente para poder
disputar campeonatos que permitieran ganarse el mismo. ¡Chúpate esa!
Pero a pesar del impulso y las ganas, el fútbol no terminaba de agarrar onda en
Japón; su práctica se vio confinada a competiciones universitarias y el que
tomó la posta como el deporte popular del país fue el béisbol. Hasta 1965 se
estableció un campeonato nacional, la Japan Soccer League (JSL) con equipos
de Tokio, Osaka, Hiroshima y Kitakyushi, todos aficionados a pesar de que sus
dueños eran compañías como Hitachi o Toyota. El nivel no alcanzaba para
convocar al respetable, que acudía en masa a los juegos de la liga de béisbol
(algunas ciudades tenían clubes en ambas ligas) pero no a los de la JSL. Así, el
fútbol nipón no salía de ser una curiosidad para algunos entusiastas.
Pero a partir de la década del 80 la popularidad del deporte en el país comenzó
a aumentar paulatinamente. Algunos afirman que un famoso manga en el que el
campo de juego mide diez kilómetros de largo y en el que los partidos duraban
cuatro días, ayudó bastante a incrementarla. Total que ya eran frecuentes las
asistencias de 50 o 60 mil espectador-sama en encuentros clave de Liga,
aunque el promedio en los demás encuentros del campeonato seguía más bajo
que el de la altura de su selección de basquetbol. Lo que aparentemente
ocurría es que a la gente le gustaba el fútbol, pero no necesariamente tanto
para aguantarse lo que veían en su campeonato. Esto explica por qué los
partidos de la vieja  Copa Intercontinental  lucían  estadios llenos a reventar,
mientras que en los de liga no pasaban de 5,000. Ah, es que los clubes seguían
siendo aficionados en plenos años 80, y eso no ayudaba a meterle sustancia al
nivel general.
Todo comenzó a cambiar desde que el delantero  Yasuhiko
Okudera  (“Bazooka” según Andrés Salcedo en las transmisiones ochentosas
de Transtel) fuera transferido al fútbol alemán en 1977. Allá duró nueve años
desempeñándose de manera muy respetable en  FC Köln, Hertha Berlin  (en
segunda) y  Werder Bremen. Luego llegó  Kazuo Ozaki  (en 1983 al  Arminia
Bielfield), y ya con estos la JFA comenzó a considerar la creación de una liga
profesional para impulsar el deporte en el país. Todo se formalizó con la
creación de la J-League en 1993.
La figura que terminó de despertar el entusiasmo de la afición en el país, fue el
legendario  Miura Kazuyoshi, alias “Kazu”, nacido y criado en Japón pero
formado como futbolista en Brasil a finales de los 80, en donde jugó para
clubes como Juventus (São Paulo), Santos, XV de Novembro de Jaú y Coritiba.
Regresó a Japón en 1990 para jugar con  el Yomiuri S.C. de la JSL, club que
rebautizado como  Verdy Kawasaki  sería uno de los fundadores de la
profesional J-League en 1993. La creación de la liga profesional sería el quiebre
definitivo para instaurar el fútbol como el deporte de masas que se vive hoy en
Japón, pero faltaba clasificar a un Mundial para terminar de consolidarlo.
La selección japonesa y su sueño mundialista
Como selección, Japón intentó por primera vez clasificar a un Mundial de
Fútbol en 1954, pero fue eliminado tras perder los dos partidos ante la
misma  Corea del Sur  que fue vejada vigorosamente unos meses después por
Turquía (0-7) y Hungría (0-9). Ambos partidos se jugaron en Tokio (ni idea
por qué), y viendo cómo le fue a los coreanos capitalistas en el Mundial suizo,
se puede decir que menos mal no clasificaron los japoneses: hubiesen recibido
un Hiroshimazo bravo.
Los nipones volvieron a intentarlo en 1962 (de nuevo los sacaron los
surcoreanos) y a partir de 1970 de manera consecutiva y sin éxito; la única vez
que estuvieron cerca de lograrlo fue en 1986, en donde llegaron a la final por
uno de los dos cupos asiáticos después de eliminar en la ronda anterior a Hong
Kong, pero perdieron el cupo a México contra... otra vez Corea del Sur (!). A
estas alturas lo de los surcoreanos contra los japoneses era más cercano a una
toqueteada de culo que a rivalidad.
El panorama para 1994, sin embargo, pintaba por primera vez favorable para
los paisanos de la tripulación de Sankuokai. La selección venía ya demostrando
nivel al haber ganado la Copa Asiática de Naciones en 1992, su primer logro
internacional. Como años después recordó su DT neerlandés Hans Ooft (otro
que hizo su carrera – en este caso como entrenador – en Japón): “Tuve un
buen grupo de jugadores, todos de 25 a 30 años de edad, y sabía que podía
hacer algo  (...).  Ganamos la Copa Asiática en 1992, sabíamos que en 1993
tendríamos mucha resistencia para clasificar, porque éramos el objetivo a
vencer ahora.”
Las eliminatorias para los  Samurai Azules  comenzaron en abril de 1993. Un
mes atrás había iniciado la primera temporada de la J-League, pero los
jugadores japoneses andaban afiladitos y con ritmo de competencia, porque
antes habían disputado una especie de Copa de Liga con los clubes
profesionales. Los dos figurones del equipo eran el ya mencionado Kazu Miura
y un brasileño semidesconocido cuya carrera futbolística se desempeñó toda
en Japón:  Ruy Ramos, un 10 de aquellos que ya no se ven. Esto último no
necesariamente es un elogio: el juego de Ramos era insoportablemente
ochentoso, de toque ultra cansino, a cinco por hora, cambios de frente
fastuosos y no siempre útiles y menos ritmo que Sigur Rós. Pero esto le
alcanzó para ser un referente del fútbol japonés de los años ochenta. Para estas
Eliminatorias Ramos ya contaba con 36 años encima, de los cuales solo los
tres últimos los había jugado con la selección japonesa: me imagino que allá la
pensaron mil veces antes de meter a un extranjero a la selección.
Los japoneses comenzaron bien las Eliminatorias, pasando la durísima primera
ronda (solo clasificaba el primero de cada uno de los seis grupos de a cinco
participantes a la fase final) con siete victorias y un empate bajándose a los
favoritos Emiratos Árabes Unidos y a los horribles Tailandia, Bangladesh y Sri
Lanka. La AFC ya había determinado que la fase final sería un hexagonal a
jugarse en Doha, Qatar, entre el 15 y el 28 de octubre de 1993, en el que
clasificarían al Mundial los dos primeros del mismo.
La lista de los clasificados al Hexagonal Final hubiese generado comités
conjuntos de crisis entre la CIA, el FBI y el Pentágono, si los gringos hubiesen
tenido algo de puta idea de que existía el soccer por esos
días:  Irán  (uhh),  Irak  (uhhhh) y  Corea del Norte  (uhhhhhhh) acompañando
a  Corea del Sur, Japón  y  Arabia Saudí, toda una pesadilla para los futuros
anfitriones de la Copa Mundial de 1994 en caso de haberse clasificado alguno
de los primeros mencionados. Gracias a Yahvé que esto no pasó hoy en día,
porque seguro Trump mandaba su misilazo a Doha sin consultar con la
OTAN ni Rusia. Pero incluso sin estos concerns de los yanquis, este Hexagonal
pintaba áspero por tanta rivalidad ancestral – y no tanto –  encima: iraníes e
iraquíes venían de matarse mutuamente por ocho años en una guerra que
había terminado apenas tres atrás; coreanos buenos vs coreanos malos
(escoger cuál a su elección) en su conflicto de varias décadas; saudíes vs iraníes
(ergo, árabes suníes vs persas chiítas), y, no menos importante, los dos
coreanos vs japoneses, por el recuerdo aún fresco de las cagadas que estos
últimos hicieron en Corea durante la ocupación en la IIGM. Majestuoso
marco para disputar el torneo, lo que motivó a la FIFA a enviar árbitros
europeos con más rodaje internacional para pitar en el Hexagonal.
Tantas expectativas parecieron pesarle a los japoneses, que agarraron un solo
punto en sus dos primeros partidos: empate sin goles ante Arabia Saudí y
derrota 1-2 ante Irán. Parecía que el sueño mundialista nipón se esfumaba,
pero el  3-0 ante Corea del Norte,  y sobre todo, el  vital 1-0 ante Corea del
Sur  (gol de Miura, que también hizo dos en el anterior) encarrilaron la
Eliminatoria para los dirigidos por Ooft. Porque los puntos obtenidos y la
tendencia de los rivales de joderse entre sí, resultaron en que Japón llegó a la
última fecha como líder del Hexagonal y por ende clasificado, con los mismos
puntos (5) y mejor DG que los árabes saudíes – el otro clasificado parcial -, y
uno por encima de los hasta ese momento eliminados Corea del Sur, Irán e
Irak. Miremos cómo estaba la tabla antes de la última fecha:
Gol
Pos Equipo PJ PG PE PP GF GC Pts
Dif
1 Japón 4 2 1 1 5 2 3 5
2 Arabia Saudí 4 1 3 0 4 3 1 5
3 Corea del
4 1 2 1 6 4 2 4
Sur
4 Irak 4 1 2 1 7 7 0 4
5 Irán 4 2 0 2 5 7 -2 4
6 Corea del
4 1 0 3 5 9 -4 2
Norte (x)
Como vemos, Corea del Norte era el único eliminado: para la última fecha los
otros cinco equipos tenían posibilidades de clasificar. ¿Y cuáles iban a ser los
encuentros de la última jornada? Japón vs Irak, Corea del Norte vs Corea del
Sur y Arabia Saudí vs Irán, todos partidos con alto nivel de stress no solo
deportivo sino, en dos casos, político. El más jodido era Irán, por tener -2 de
DG, pero si se fajaba a goles y se le daban los resultados en los otros dos
partidos, podía coronar cupo a Estados Unidos.
¿Qué necesitaba Japón? Ganar para no depender de nadie; si empataba, tenía
que rogar para que o Arabia Saudí o Corea del Sur no ganaran sus respectivos
partidos (con que uno de los dos no lo hiciera, le bastaba). Si perdían, incluso
los japoneses podían clasificar si surcoreanos y árabes perdían, y la DG les
ayudaba. Pero como venía el tren, lo mejor era ganar y no andar rezándole a
otros que no querían hacerle el favor.
Cara A: La Agonía de Doha
El 28 de octubre de 1993 se jugó la fecha final del Hexagonal de clasificación
de la AFC para el Mundial de 1994, con tres partidos simultáneos en Doha
(supongo que allá cada barrio tiene su coliseo deportivo con 40 mil
espectadores cada uno). Al momento del pitazo inicial,  los únicos que
dependían de sí mismos eran japoneses y saudíes: los demás tenían que ganar y
esperar una resbalada de alguno de estos dos. A los japoneses se les notó la
trascendencia del momento, y comenzaron jugaron muy mediocremente y con
demasiados errores contra los iraquíes, como vuelve a recordar  Hans
Ooft “No jugamos muy bien, pero anotamos, 1-0”.
Tal cual: después de un comienzo en el que ambos rivales se dedicaron
concienzudamente a pasarle el balón al contrario, los japoneses anotaron el
primero gracias a un rebote aprovechado por (otra vez) Kazu Miura.  Pero sí:
los de azul jugaban horriblemente, mostrando dudas por cada arista, regalando
todo lo que pasaba por sus pies y luciendo imprecisos hasta para sacar el arco.
Pero habían aprovechado la suya a los 5 minutos para agarrar ventaja y el cupo
a USA 94.
Lo malo es que desde que se colocaron en ventaja, los japoneses regalaron el
balón a los no muy duchos pero voluntariosos iraquíes, y la oportunidad
histórica les arrugó el alma y ablandó las patas. El 10 Ruy Ramos agarraba la
pelota solamente para dársela al de al lado, o si no, para perderla fastuosamente
con los iraquíes. De todos modos, el primer tiempo terminó en un pálido pero
suficiente 1-0, con los iraquíes buscando la victoria que los clasificara, pero sin
poder concretarla, para alegría de los cientos de japoneses que celebraban con
sus perfectamente sincronizados cánticos en las tribunas de Doha.
El segundo tiempo pintaba para la misma vaina sin emociones, hasta que al
minuto 54 el iraquí Radhi Shenaishil agarró un centro cómodamente en medio
de los centrales nipones, la acomodó con el pecho y remató para empatar el
encuentro y bajar del barco a Estados Unidos a los japoneses. Ah sí, porque en
ese momento tanto Arabia Saudí como Corea del Sur estaban ganando sus
respectivos encuentros. Así que el empate no le servía ni a nipones ni a
iraquíes, por lo que ambos se fueron encima con todos los nervios aflorando
para encontrar la ventaja. Fue de Japón: a los 69 minutos,  Masashi
Nakayama remata al borde del área chica un pase preciso de Ruy Ramos, y otra
vez los Samurai Azules se ponen arriba y se montan de nuevo al bus del
Mundial. Los iraquíes protestaron fuertemente el gol, que se gestó casi que
encima de un jugador suyo tirado en el piso sin que los de azul pararan el
juego, y para rematar con el autor a 3.5 mm en posición de offside. Pero el
árbitro no les paró bolas y los japoneses menos. 
Los iraquíes acusaron el bombazo (no pun intended) y les costó reaccionar;
para cuando lo lograron, los de azul tenían el partido bastante controlado, y lo
jugaban más en campo rival que en el propio. Pero a medida que se acercaba el
pitazo final, entre la necesidad de los del golfo y la creciente angustia japonesa,
hicieron que el partido se inclinara con más fuerza hacia el arco
de Shigetatsu Matsunaga (¿hace falta aclarar de qué equipo es?). Los balones
merodeaban con más frecuencia el área japonesa, pero estos aguantaban el 2-1
que les daba el pase a Estados Unidos sin importar los resultados de Arabia
Saudí (iba ganando 4-2, terminó ganando 4-3) y Corea del Sur (3-0). El sueño
mundialista japonés iba materializándose cada vez más, y era solo cuestión de
resistir unos minutos y ya.
Hasta que llegó el minuto 90. Con todo Japón eufórico y expectante, viendo el
partido por TV en las calles y en sus casas a miles de kilómetros de distancia,
con los suplentes y cuerpo técnico nipones incapaces de estar sentados,
explotando de nervios al costado de la cancha, con todos los de azul
esperando el pitazo final para celebrar y liberar la tensión que apretaba el
pecho… hubiera sido una lástima que se les derrumbara el sueño. Y adivina
qué pasó.
¿Se cagaron los japoneses? Con todas las letras: faltando 15 segundos para los
90 minutos,  Ruy Ramos  agarra un balón en campo iraquí, mira y piensa qué
hacer con él, mientras los rivales lo miran de lejos como extras de película de
artes marciales rodeando al protagonista en una pelea. Pero en vez de quedarse
con la pelota y hacer consumir el tiempo, intentó huevonamente dar un pase
adelante a un compañero, y este es interceptado por un defensor. Los iraquíes
agarran, se van furiosamente arriba y mandan por la punta derecha a
Jaramondá o no sé qué jugador, que a punto de meter el pase de la muerte es
bloqueado por un defensa japonés. Tiro de esquina con tiempo ya cumplido,
cobro corto que un iraquí – te debo los nombres – agarró, desbordó con
precisión, y mandó el centro que, en el área, el ingresado  Jaffar Omran
Salman  cabeceó con plenitud y justeza, saltando como dos cabezas más que
los tres azorados japoneses que lo marcaron. Gol de Irak: 2-2 y sayonara.
Cara B: El Milagro de Doha
El gol cayó como una bomba atómica para los japoneses, derrumbados de
pasmo en el campo, en casa y hasta en la transmisión por TV: el narrador
nipón quedó en atónito silencio por unos 15 segundos tras el gol, antes de
proseguir con voz apagada en lo que supongo (no sé japonés) fue para decir
“¡Por qué siempre a nosotros, venerable Kami-Sama!”. Los iraquíes no
celebraron casi, sino que se fueron de una para reanudar el encuentro y buscar
el 3-2, pero no hubo tiempo para un carajo más.
Cuando el árbitro pitó el final, la totalidad del equipo japonés, literalmente, se
derrumbó en la cancha, abrumados de dolor y de estupefacción al ver como se
les escapó de las manos de manera tan marica el cupo al Mundial, que tenían
como quien dice en sus manos. Fue tan conmovedor como ver el total
desplome de las ilusiones de los hinchas en Japón, sumergidos en un devastado
silencio en sus casas y en las calles en las que se amontonaron a verse el cotejo,
llorando a moco tendido, llenos de pasmo, amargura e incredulidad por el
mazazo del final.
A los que les cayó la clasificación como que del cielo fue a los surcoreanos, y
con estos también pasó algo increíble. Corea del Sur jugó su partido con total
resignación, esperando un milagro que no se veía que se fuera a dar. El
encuentro entre ambas Coreas fue aparentemente tranquilo y sin angustias
para los del sur:  “Honestamente creo que los norcoreanos estuvieron muy
relajados con los surcoreanos“,  dijo  años después el árbitro rumano  Ion
Crăciunescu, uno de los que la FIFA se trajo de Europa a dirigir el
hexagonal. Me imagino que para los eliminados norcoreanos, la perspectiva de
perjudicar a sus hermanos enemigos, para así favorecer a los odiados
japoneses, no les debía agradar mucho.
Cuando terminó el partido entre las Coreas con victoria para los que no se
cagaban de hambre por 3-0, los del sur saludaron a sus vecinos del norte con
cortesía y tranquilidad, resignados a una triste eliminación y ya mentalizados en
devolverse para su casa sin gloria. Ya se disponían a salir del campo con el
ánimo en mode_bajo, cuando de repente alguien avisó del gol de Irak, y ahí se
desató la locura entre los surcoreanos aún en la cancha. “Los surcoreanos
comenzaron a saltar y a celebrar” dijo  Crăciunescu, “Creo que vi a los
norcoreanos contentos por los del sur y por lo que le pasó a los japoneses“.
Obvio: la desgracia del odiado rival japonés pudo más que la política, y unió a
ambos contendientes en la franca alegría que da la mala onda contra un
enemigo común. Ese doble momento en canchas distintas, con la amargura de
los japoneses en una, y la impensada euforia surcoreana en otra; con los unos
aplastados por dejar perder el cupo al Mundial por un lado, y los otros
saltando incrédulos y felices por el otro, es uno de los pedazos más hermosos
y épicos de toda la historia de las Eliminatorias.
Los nipones estaban devastados, como era de esperar. Como declaró el
volante de esa selección, Hajime Moriyasu:
No puedo recordar estar en el vestuario post partido, o hablando con los
medios después, o yendo en el bus al hotel. Me había dedicado al sueño
de la Copa del Mundo, habíamos vivido tantos entrenamientos y había
gastado más tiempo con mis compañeros que con mi familia. Podía ver
la Copa del Mundo en frente de mí, pero cuando fui a agarrarla, se
desvaneció en el aire”.
Tremendo.  Para los surcoreanos, esa noche de clasificación inesperada se
conoció como “El Milagro de Doha”. Pero para los japoneses y el resto del
mundo, por siempre se conocerá como “La Agonía de Doha” (o “Tragedia de
Doha”).
Cuatro años después, los japoneses se quitaron la espina al clasificar con
mucha angustia sobre Irán, en circunstancias algo parecidas, pero que esta vez
les resultaron a ellos: el cupo a su primer Mundial lo obtuvo Japón con un gol
de oro, al minuto 118 de un partido de playoff contra Irán en Malasia, después
de un empate parcial a dos goles en los 90 minutos. El gol lo convirtió el
delantero Masayuki Okano, tanto que sería su segundo y último en partidos
con su selección.
En Francia 98 hubo solo dos jugadores japoneses que se quitaron la amargura
de esa noche en Doha:  Masami Ihara  y el autor del 2-1, parcial  Masashi
Nakayama. Los demás o se retiraron o se quitaron la vida por el deshonor de
la churreteada. Bueno, esto último no pasó, pero lo merecían...
Aquí los japoneses prac cando “Kemari”, un juego que se disputaba en la aristocracia japonesa
hasta el Siglo XVI. En este juego era más importante la manera de jugarlo que el ganar, por lo que se
deduce que su figura más importante se llamaba Sensei Bielsa san

Una de las pocas alegrías japonesas en una cancha de fútbol en empos pasados fue en los JJOO de
1964, en donde vencieron a Argen na 3-2 en primera fase del torneo. Luego Checoslovaquia les
clavó cuatro y les puso el tate kieto.
Yasuhiko Okudera en sus empos con FC Köln, club con el que se convir ó en el primer jugador
asiá co en meter gol en Copa de Campeones de Europa, al No ngham Forest en la semifinal de
1979.

Ruy Ramos y Kazu Miura jugando para Japón en las Eliminatorias de 1994
Iraníes (de rojo) e iraquíes en el par do entre estos por la tercera fecha del hexagonal final, en el
que no hubo muertos. El capitán de los iraquíes es el histórico – allá, pues – Ahmad Radhi, el autor
del único gol de su país en Mundiales, contra Bélgica en 1986

Un japonés ante un norcoreano en el 3-0 a favor de los de azul. Los nombres te los debo, seguro el
de blanco debe tener un Lee en algún lado
Kazu Miura en acción

El DT Hans Oo y Ruy Ramos no creen un carajo de lo que acaba de pasar


Kazu Miura no lo puede creer tampoco
Canchas de arena, tormentas de nieve y una definición dramática: el triple empate
entre Suecia, Austria y Hungría por clasificar a Alemania 1974
Publicado originalmente el 26 de Julio de 2018, por YoSoyElCarlos

Las hermosas y entrañables Eliminatorias a los Mundiales incluyen de todo, desde batallas
épicas hasta trámites predecibles. Sí, eso lo sabemos: también que hay definiciones que no
llegan hasta tan allá, pero que fueron bien interesantes/curiosas/apasionantes, y que vale la
pena leer. Como la que nos ocupa en este texto, que incluyó a tres medianos europeos en una
de las definiciones más cerradas de la historia en Europa, además de un total debutante cuya
cancha era algo tan grotesco que hacía ver al Arturo Cumplido Sierra de Sincelejo como el
Johan Cruijff Arena.

En este fangal de nieve se jugó el par do de desempate entre Suecia y Austria en Gelsenkirchen…
¿Si alcanza a dis nguir unas figuritas de blanco? Son los austriacos. Aunque no nos crea, por ahí en
alguna parte de la foto hay un balón
El Grupo 1 de las Eliminatorias de la UEFA para el Mundial de 1974 no
pintaba como un ufffff quéeee bruuuto, qué batallas se tranzarán estos
cuates:  Suecia, Austria, Hungría, más un exótico debutante absoluto en
Eliminatorias, Malta.  Ninguna de las tres selecciones conocidas era un peso
pesado a nivel continental, aunque sí agarraban el mote de “tradicional”.
Tampoco había un favorito claro en el grupo por el único cupo que otorgaba a
Alemania 1974. De las tres, solo Suecia había clasificado al Mundial anterior; se
habían bajado en su grupo de clasificación de 1970 a un livianito (Francia) y un
meh (Noruega) sin sufrir demasiado, gracias, sobre todo, a que una inesperada
cagada de los franceses en Estrasburgo ante los noruegos los llevó a estar
clasificados antes de su visita a Les Bleus (en los que jugaron futuros conocidos
DT: Henri Michel y Roger Lemerre). Ya en el Mundial mexicano, los de
amarillo hicieron un papel que va entre “mediocre” a “uffff, por
poquitonsson”: una derrota por la mínima ante Italia (gracias a un blooper de
la futura leyenda del arco sueco, Ron Helström), un impensado empate a uno
ante Israel, y una victoria también por 1-0 ante Uruguay, resultados que los
dejaron fuera del torneo por diferencia de gol. Su estrella para 1973 era el
delantero Ove Kindvall, campeón europeo con Feyenoord en 1970 y el primer
extranjero en ser goleador en la liga neerlandesa, pero tenían además gente
muy capaz, como el delantero Ralf Edström o el volante Conny Torstensson,
que a mediados de 1973 serían transferidos al PSV Eindhoven y al Bayern
Múnich.
Austria, en cambio, llevaba ya varios años sin hacer una verga, dedicándose a
recordar su pasado glorioso pleno de triunfos morales.  Habían sabido ser
potencia europea en los  años 30  y algo en los 50, pero a partir de 1958 se
pegaron una desinflada tan brava que no les alcanzó ni para ir a los Mundiales
de 1962, 1966 y 1970. Particularmente para la clasificación a México ni siquiera
alcanzaron a hacer ilusionar a sus hinchas, al quedar en su grupo debajo como
a mil puntos de Alemania y de Escocia. Pero para las Eliminatorias de 1974
contaban con una mezcla entre veteranos competentes, y jóvenes que
terminarían siendo habituales en la selección por varios años, como  Kurt
Jara y Roland Hattenberger.
¿Y los húngaros? Venían en renovación de la generación que dejó buena
impresión en 1966; con los legendarios delanteros  Florian Albert  y  Ferenc
Bene quemando sus últimas balas con su selección. Al igual que los austriacos,
no pasaron el tamiz de 1970, pero a diferencia de ellos, estuvieron mucho más
cerca de clasificar a México en un grupo cerradísimo con  Checoslovaquia,
Dinamarca  e  Irlanda. Los húngaros quedaron empatados en puntos con los
checoslovacos por el cupo a México, pero estos últimos le ganaron el puesto al
masacrarlos en el desempate en Marsella: 4-1.
Total, nada que pintara como espectacular. Pero terminó siendo un grupo
bastante sabrosón, y por eso es que estamos hablando de esto aquí.
¿Canchas de arena? Pasa en Europa también
Las Eliminatorias del Grupo 1 europeo a Alemania 1974 comenzaron el 14 de
noviembre de 1971, en La Valetta, Malta. Como era costumbre por esos años,
se entremezclaban las fechas de la Eurocopa y la clasificación al Mundial (!),
por lo que podías tener a una selección jugando un partido por el torneo
europeo, a las semanas otro por la clasificación al Mundial, y después otro por
el primero de nuevo… ni la Dimayor se atrevió a tanto. Eso le tocó a los
húngaros, que el 27 de octubre de 1971 derrotaron en Budapest a Noruega en
su último partido del grupo 2 clasificatorio a la Eurocopa, y dos semanas y
pico después andaban en La Valetta peleando para ir al Mundial, aún en
competencia europea (estaban pendientes de cómo quedara el  Bulgaria –
Francia  de diciembre en Sofía a ver si clasificaban a la siguiente fase, lo cual
terminaron logrando).
Pero la única incertidumbre con la que los húngaros llegaron a Malta no fue la
Eurocopa, sino ver cómo reputas iban a jugar en el arenal que hacía de cancha
de los locales. Y les juro que cuando digo “arenal” no es una licencia poética:
ese fue el debut en competiciones de la FIFA del famoso Empire Stadium de
Gzïra, el único estadio de partidos oficiales europeos cuyo campo de juego no
era de pasto/grama sino de arena.
No, no hablo paja: el  Empire Stadium  fue construido en 1922 por los
colonizadores ingleses, que lo usaron como coliseo deportivo multi propósito.
Ellos fueron los que le dieron el nombre, debido a que la pista de atletismo del
estadio les recordaba al Wembley (que originalmente se llamaba así, Empire
Stadium). El detalle es que en la isla de Malta, al parecer debido a condiciones
de su suelo, no había casi canchas de pasto, por lo que todos los equipos
importantes de allá usaban este estadio para sus compromisos oficiales. Para
los visitantes era una pesadilla jugar en ese campo hecho con una mezcla de
arena compactada, grava y lodo, pero para los malteses, acostumbrados a jugar
en ese peladero, al final el estado del campo era el famoso “Jugador No. 12” y
no se hacían muchas complicaciones para jugar sus encuentros más
importantes allí.
Pero la FIFA los tenía azarados y encimados para que escogieran jugar en una
cancha normal, empujados por las quejas de los clubes y selecciones que se
iban a pelar las rodillas en ese sitio tórrido y semiabandonado. Allá por
ejemplo fueron cracks como  Gordon Banks, George Best, Bobby Charlton,
Sepp Maier o Karl-Heinz Rummenigge con su club o selección a rasparse los
tobillos. ¡Chúpate esa! La localía en el Empire Stadium le duró a Malta tres
eliminatorias europeas y de mundiales, en los que la Federación Maltesa se hizo
la güevona con el hecho que allí cerquita tenían una cancha de pasto que
hubiesen podido utilizar. Finalmente los malteses terminaron construyendo el
actual estadio de Ta´Qali, pero por estos años que relatamos, estaban recién
cayendo al fútbol internacional, y ahí en esa trampa ríspida y de rebote
impredecible del Empire Stadium esperaron a sus rivales hasta ya entrados los
80.
Pero volvamos a estas Eliminatorias: los húngaros sudaron pero ganaron 2-0
ante los esforzados amateur malteses. El siguiente encuentro del grupo fue
recién el 30 abril de 1972, con los austriacos goleando 4-0 a los malteses
en  Viena, y una semana después, los de la pequeña isla del Mediterráneo
recibieron un 3-0 en Budapest, que para los locales fue una especie de partido
de preparación para la vuelta del playoff de clasificación a la Eurocopa 1972
ante Rumania, que iba a jugarse… ocho días más tarde. Es que a los húngaros
les tocó una maratón de partidos clave por Eurocopa y Eliminatorias a
Mundiales por esos días; el 29 de abril, 14 y 17 de mayo contra Rumania (por
Eurocopa), y el 6 y 25 de mayo contra Malta y Suecia de local y visita. Es decir,
cinco partidos internacionales clave en 27 días. Pero a pesar de la trascendencia
de casi todos los partidos, y de los viajes continuos de Budapest a Solna,
Bucarest y Belgrado, los húngaros sortearon el compromiso con suficiencia:
clasificaron a segunda fase de la Eurocopa y se trajeron un valioso empate sin
goles en su visita a  Estocolmo, en el debut de  Suecia en el grupo de
Eliminatorias.
El 10 de Junio de 1972 continuó la actividad del grupo de Eliminatorias con
el  Austria – Suecia  en Viena, que ganaron los locales 2-0 y que dejó a los
escandinavos con un punto en dos partidos jugados, y por ende tremendo
aroma a eliminado que poca gente discutía en un grupo tan cerrado, y me
pinto a los hinchas en Göteborg mascullando amargamente viejas puteadas de
tiempos ancestrales, mientras se decidían si colgarse de una viga en el granero
o si tirarse por un acantilado.

Después de un parón de varios meses, proseguiría el asunto en octubre con


dos partidos en simultáneo. En uno, otra vez  Hungría  sacó el resultadazo al
empatarle a  Austria  en Viena 2-2, y con esto sacaba casi que el pasaje a
Alemania: le había empatado de visita a sus rivales directos del grupo, al débil
le había ganado ambos y les quedaban dos de local ante Austria y Hungría.
¿Qué podía szalir mal? Y eso que por poco los húngaros dejan todo
sentenciado de una vez al ponerse arriba 2-0 en el  Praterstadion, pero se
dejaron empatar de los austriacos...

Ese mismo día, Suecia aplastó a Malta 7-0, con tres goles de un flaco alto
llamado Ralf Edstrom y dos de Roland Sandberg. Era lo previsible, y la verdad
no era hazaña golear a un equipo tan pobre como el de Malta, pero en el
momento nadie vio la relevancia del hecho que, de las tres selecciones que
peleaban por el cupo, Suecia fue la única que sacó una amplia diferencia ante el
equipo más débil. ¿Tendría importancia esto? Lo veremos en el siguiente
capítulo.

El siguiente capítulo
Hasta ese momento entonces la cosa iba así:
Gol
Pos Equipo PJ PG PE PP GF GC Pts
Dif
1 Hungría 4 2 2 0 7 2 +5 6
2 Austria 3 2 1 0 8 2 +6 5
3 Suecia 3 1 1 1 7 2 +5 3
4 Malta 4 0 0 4 0 16 -16 0

Como comentamos arriba, a los húngaros se les presentaba todo de perillas,


porque eran líderes y les tocaba definir en casa en sus dos partidos restantes.
Los de atrás tenían que remarla; un mes después Austria venció en Malta por
2-0, y se puso arriba de los húngaros en la tabla por un punto y con los
mismos partidos. Pero el liderazgo austriaco era muy frágil, porque como
cuando existía el imperio austrohúngaro, dependía de lo que pasara en
Budapest. De hecho, el siguiente partido el 29 de abril de 1973 enfrentaba en
dicha ciudad a los antiguos socios del viejo imperio, con la inminencia de una
clasificación virtual húngara si ganaban su partido. Pero no pudieron: en un
estadio abarrotado hasta las tetas de aficionados locales y visitantes (había una
presencia importante de austriacos en las tribunas), Hungría se vio abajo 1-2
desde el minuto 28 y le tocó parir para empatar en el segundo tiempo. No
pudieron definir, pero igual aún les quedaba otro match point…

De los suecos nadie se acordaba por esos momentos. Austria en su último


partido del grupo los visitó en Göteborg, el 25 de marzo de 1973, con la
esperanza de hacerse siquiera un punto que de paso sacara definitivamente de
la competición a los locales, y los dejase a la espera de lo que NO pudiese
hacer Hungría en su última fecha. Y fue un partido digno de ver: a los 24
minutos golpean los suecos con gol de Sandberg, previa salida alborotada del
arquero austriaco  Herbert Stachowicz. Pero a los 50  el arquero sueco  Sven-
Gunnar Larsson no quiso dejar solo al colega, y salió a cortar un cabezazo con
total destiempo: chan, empate de Kurt Jara. Igualdad que no duró más de dos
minutos porque otra vez el portero Stachowicz la volvió a cagar: ante un ollazo
mandado desde como dos kilómetros, salió a cortar como la tía de uno
saltando a colgar la ropa a la cuerda alta del tendedero; la pelotica quedó
flotando y del rebote vino el 2-1 parcial de Grahn (¿algún diario sueco habrá
titulado “Grahn victoria”? Si no, mandan huevo). A los 78 repite Sandberg tras
OTRA duda del arquero austriaco (!!!), y faltando un minuto cayó el descuento
centroeuropeo, esta vez sin cagada clamorosa en la portería por medio.
Finalizó 3-2 para Suecia en un rocambolesco partido, que – no es de extrañar -
de paso sería la última vez que el arquero austriaco Stachowicz jugara con su
selección.

¿Cómo iba la cosa a estas alturas?  Parejita: primera Austria con 8 puntos (ya
jugados todos sus partidos),  la seguía Hungría con 7 puntos (un partido
pendiente), y detrás venía Suecia con 5 puntos (pero dos partidos
pendientes).  En Viena ya daban casi que por consumada la eliminación,
porque si los húngaros ganaban a los suecos en su último partido en Budapest
ya estos se quedaban con el cupo al Mundial. En cambio si ganaban los suecos,
solo les restaba ganar en Malta en el cierre del grupo para quedarse con el
cupo. Ahora, si empataban suecos y húngaros, ahí comenzaba a pesar el
criterio de Gol Diferencia, y para entenderlo miremos cómo iba la tabla en
este punto:

Gol
Pos Equipo PJ PG PE PP GF GC Pts
Dif
1 Austria 6 3 2 1 14 7 +7 8
2 Hungría 5 2 3 0 9 4 +5 7
3 Suecia 4 2 1 1 10 4 +6 5
4 Malta 5 0 0 4 0 18 -18 0
El tema era importante porque  el único criterio de desempate en caso de
igualdad en puntos era el de la Diferencia de Gol, sin importar los goles a
favor.
O sea, faltando dos partidos para cerrar el grupo, caía la muy alta probabilidad
que en caso de una esperable y para nada ilógica igualdad en Budapest, hubiese
triple empate en puntos, y ahí el que tenía todo en contra era Hungría, que por
GD quedaba debajo mínimo de los austriacos. Los alemanes wannabe
contemplaban angustiosamente desde lejos como otros decidían su destino:
para pasar al Mundial debían rogar por un empate entre húngaros y suecos, y
esperar un empate o victoria de Malta en la última fecha, esto último más
improbable que ver elegido un alcalde de izquierda en Medellín. Los suecos, al
igual que los húngaros, dependían de sí mismos, pero en caso de empate solo
tenían que ganar por más de dos goles de diferencia en Malta para clasificar de
primero. Muy apretado todo, y aquí es donde cada uno empezó a lamentarse
de los goles que dejaron de hacerle al más débil del grupo, del gol de
descuento que les hicieron al final del partido, del gol que botaron... ya para
qué hijueputas.
El primero de los dos partidos decisivos que restaban en el grupo, se jugó el
13 de junio de 1973, en un Nepstadion de Budapest repleto hasta las tetas de
73 mil locales enfervöriszadósz, y conscientes de que solamente servía la victoria
para volver a un Mundial. A los 9 minutos el respetable estalló con el gol
de Mihail Kozma que encarrilaba la clasificación para los magyares. Pero antes
de finalizar el primer tiempo, el veterano goleador Ove Kindvall agarraba un
rebote para empatar el asunto, y a los 57, Sandberg puso el 2-1 parcial. Pero los
húngaros empataron enseguida, y faltando 20 se colocaron arriba con el 3-2
parcial que les daba la clasificación a Alemania.
Y cuando los hinchas húngaros ya estaban comenzando a pensar a quién
delatar a las autoridades soviéticas para ver si los dejaban salir a Alemania al
año siguiente, a los 77 el delantero  Ralf Edstrom  cabecea de forma precisa,
elegante y magistral un centro cruzado, para poner el 3-3 que no se movió más
y que dejó vivos a los suecos para la última fecha. Y que de paso significó la
eliminación de los húngaros, que quedaron igualados en 8 puntos con los
austriacos, pero terminaron debajo de ellos por tener peor GD: +5 vs +7. Dos
míseros goles menos:  dos que no le metieron a Malta, por ejemplo, y que
significaron la salida del equipo que en mejor forma estaba de los tres (y que
entre otras cosas, quedó eliminado de todo sin perder un solo partido).
Los suecos quedaron bastante contentos con el empate en Budapest, que les
colocaba la clasificación en sus manos: solo requerían ganarle a Malta por al
menos dos goles de diferencia para igualar a Austria en puntos y a su vez
superarlos por GD.
(Casi) Milagro en el arenal de La Valetta
Ahora quedaba un solo partido: el Malta – Suecia en el Empire Stadium de La
Valetta, a jugarse el 11 de noviembre de 1973. Sí, cinco meses después del
Hungría – Suecia (!), e imagínate como estarían los austriacos todo ese tiempo
esperando a que al fin se jugara el puto partido para ver si se quedaban
eliminados de una buena vez, o si se daba el milagrito de los malteses. Tantos
meses de expectación generaron hasta rumores como el de que un tal Rudolf
Urbanek, hombre de negocios austriaco, la había ofrecido un bono a los
jugadores malteses en caso que al menos le empataran a los suecos. Los
chismes tóxicos que siempre salen en estos casos; lo que sí fue cierto fue que
la Federación Maltesa ofreció incentivos económicos a sus jugadores en caso
de empate o victoria, dinero que salió quién sabe de dónde putas. Resultado
muy complicado que se diera, por lo que pintaban ambos rivales.
Lo que no sé si fue el incentivo económico, o fue que afloró el espíritu
amateur de los jugadores malteses (amateur en todo sentido: algunos de sus
jugadores no entrenaron debido que en el trabajo no les dieron permiso), o
algo de lo anterior conjugado con la cancha de mierda del Empire Stadium. El
asunto fue que contra todos los pronósticos,  Malta se jugó esa tarde contra
Suecia el partido de su corta vida: comenzó dominando el encuentro, y se
colocó 1-0 a los 20 minutos con un gol que celebró con euforia desmedida
todo el estadio – era su primer gol en toda su historia en Eliminatorias -. Se le
venía la noche a los suecos y de a poco crecía la esperanza para los austriacos
allá lejos; pero los de amarillo empataron enseguida por Ove Kindvall. A los
35 respiraron los suecos al meter el 2-1, tras un penal pitado por una supuesta
falta a Ralf Edstrom: el delantero medio sintió la respiración de su marcador
tras un cobro de falta, y se tiró como si le hubieran zampado un balazo.
Faltaba todo un mundo por jugarse, pero los suecos no pudieron meter el gol
que los mandaba directo a Alemania. 2-1 quedó el encuentro, y con ese
marcador finalizaron austriacos y escandinavos igualados en todo: puntos y
GD. Casi se les dio el milagro para los austriacos: tocaba partido de desempate
entre Austria y Suecia para definir el clasificado al Mundial.

Ese partido en La Valetta que resultó en una muy poco gloriosa victoria sueca,
estuvo matizado por eventos bastante, ehh, pintorescos. Como la suspensión
parcial del partido por 7 minutos, debido a que el respetable en el Empire
Stadium, inconforme por las decisiones arbitrales, le lanzó pedradas a uno de
los jueces de línea. El encuentro por poco se suspende del todo, pero le tocó al
presidente de la Federación Maltesa de Fútbol bajar a la cancha y rogarle a la
tribuna que se comportaran (!). El autor del primer gol de Malta por
competencias FIFA tiene nombre de personaje de videojuego ochentoso, o
incluso de actor porno:  Anton Camilleri; sus compañeros también (Alfred
Debono,  George Ciantar, Edwin Farrugia, Charlie Spiteri, Edward
Darmanin, Ronnie Cocks, Willie Vassallo...).

Miremos cómo quedó la cerradísima clasificación final:

Gol
Pos Equipo PJ PG PE PP GF GC Pts
Dif
1 Austria 6 3 2 1 14 7 +7 8
1 Suecia 6 3 2 1 15 8 +7 8
3 Hungría 6 2 4 0 12 7 +5 8
4 Malta 6 0 0 4 1 20 -18 0

Long cold winter

La – ahora sí – definición final para austriacos y húngaros se disputó once días


después en Gelsenkirchen, en circunstancias muy propias de lo que fue este
enredado, parido y rocambolesco grupo. Porque antes del partido cayó una
feroz nevada en la ciudad que afectó, como es de suponer, la cancha, que
quedó cubierta totalmente de nieve. La logística – o como fuera que se llamara
eso en esos tiempos – se encargó prestamente de limpiar las líneas de
demarcación, pero no fue suficiente para dejar el campo de manera decente.
No ayudó que los austriacos jugaron ese día precisamente - ¿a propósito? –
todo de blanco: camiseta, pantaloneta y medias, y sobre todo, a que no se usase
el balón naranja que solemos ver en casos similares sino la clásica pecosa de
siempre. Lo que resultó en un partido atípico - ¡otro más! -, en el que no se
veía un carajo, y no se distinguía si lo que uno veía era un pedazo de campo
totalmente cubierto de nieve, un austriaco o el balón. Me pinto la pobre gente
en Uddevalla o en Graz, pegados al televisor y todos azarados, sacándose un
ojo tratando de distinguir algo en la pantalla de blanco y negro en sus casas, y
esperando como 10 segundos a ver qué decía el narrador para gritar el gol o
mascullar airadamente que sabía que esos hps lo iban a decepcionar otra vez.

Los suecos colocaron el 1-0 parcial por medio de Sandberg a los 12 minutos,
con un tiro que colocó entrando al área de blanco (de la nieve, de los
austriacos) tras un pase al vacío. Da la impresión que el disparo se come al
arquero: ¿se confunde por la nieve? Puede ser. A los 28 minutos el juez pita
penal a favor de los suecos, en una jugada en la que se ve clarito cómo la falta
fue del de amarillo contra el austriaco (lo empuja de atrás y cae encima de él).
Se nota a leguas que fue una decisión escandalosamente errada del árbitro
alemán oriental, que bien pudo ser burrada, pero no es ilógico que las
condiciones de visión le hayan afectado el criterio. Total que se convirtió el
penal que supuso el 2-0 parcial. Y a los 39  minutos, Roland Hattenberger
descuenta para Austria tras otra jugada viciada por el estado del campo, tras un
resbalón del portero sueco Ron Hellström al intentar cortar un balón aéreo; el
arquero cayó en medio del barro y el rebote resultó en el 2-1 que no se
movería más.

Así se quedó el partido, y con esto los suecos fueron a Alemania 74 en donde
serían uno de los animadores del torneo. A estas alturas creo que ni en Suecia
alguien se acuerda de la manera dramática y afortunada en que clasificaron al
Mundial (por ejemplo de la manito, o falta de, que le dio el arquero austriaco
en el partido de Gotebörg), ni del hecho cierto que lo hicieron en gran medida
gracias a dos penales dudosísimos en sendos partidos clave. ¡Menos mal que
aquí tenemos cronistas que resucitan esta historia para deleite de los cuatro
nerds que nos leen!
Imagen de un Malta – Alemania por la clasificación a la Eurocopa de 1980 en el Empire Stadium,
muy celebrado por los locales al terminar en cero. Tremenda imagen con la cancha de arena y el
estadio digno de un Municipal de Chochó (Sucre), coronado con la gente viendo un par do
internacional de la UEFA desde las casas vecinas

Los malteses pidieron penal por esta jugada contra los suecos en el úl mo par do del grupo. Acto
seguido vino la lluvia de piedras al juez de línea (!)
Un detalle de lo que fue la cancha en el par do de desempate en Gelsenkirchen

El momento del 1-0 parcial de Roland Sandberg


Una foto más del grotesco Empire Stadium
La Batalla de Belgrado
Publicado originalmente el 14 de Agosto de 2015, por YoSoyElCarlos

Las veces que una selección española de fútbol sacó la casta antes de ese verano europeo de
2008, se pueden contar con la mano (la de Germán Vargas Lleras). Una de esas es el
partido contra Yugoslavia en Belgrado por las Eliminatorias al Mundial de 1978, cuyo
ambiente fue tan infernal, tóxico y denso que no es ni esto de exagerado el nombre con el que
se conoció para la posteridad: “La Batalla de Belgrado”.

Juanito es re rado en camilla después del botellazo, con la ayuda de auxiliares y de uno de sus
compañeros (el suplente Alabanda), atentos por si cae otro misil desde las tribunas
Cuando la selección de España era La Churria Española
Hasta su  explosión de 2008 la selección española de fútbol lucía un largo
historial de decepciones mundialistas y continentales, protagonizadas por
equipos – en algunos casos – muy buenos, a los que el título se les escapaba
por el árbitro, la suerte, el muerto que se comió el gol importante o el arquero
con manos de papel. En honor a la verdad, la única “Furia” que se veía con la
selección española era en los editoriales de los medios después de las
respectivas eliminaciones, porque en los compromisos en los que había que
poner cara_de_bravo, a los jugadores se les notaba una falta de carácter, o de
madurez, que rayaba en la ternura. Ahorita mismo que están dulces con los
títulos nos puede parecer algo difícil de creer, pero en realidad el seleccionado
español pasó por épocas negras, negrísimas, en las que ni una alegría de las
más básicas le llegaba al ridículo aficionado de por allá.
Precisamente para la época que nos ocupa en este texto, los españoles estaban
atravesando uno de esos períodos más oscuros de la historia. Porque después
de su título europeo en el 64 (el único que lucieron en sus vitrinas hasta 2008)
y su floja participación en el Mundial del 66, la pifiaron en todos los torneos
importantes: las Euro 68, 72 y 76 y las Eliminatorias a los mundiales del 70 y
74. Imagínate entonces el desespero de la afizión, cuando se avecinaba el
mundial de 1978 después de once años seguidos de frustraciones y derrotas ni
siquiera dignas, con un equipo que supuestamente era de primer orden
europeo.  Digo “supuestamente”  porque la nómina lucía algunos nombres
bastante ilustres del fútbol de clubes continental, pero en la práctica como
seleccionado eran más un cúmulo de voluntades y de chispazos, de esos que
sirven para sacar adelante un partido jodido, pero que le faltaba la constancia
que se requiere para campañas de mediano o largo aliento.
Las dos figuras del equipo español eran los legendarios Pirri, veterano glorioso
y superviviente del Real Madrid  supercampeón de los 60, y Asensi, toda una
institución del FC Barcelona. Pero cómo no destacar al grandísimo Juan
Gómez “Juanito”, delantero recién incorporado a Real Madrid desde Burgos, y
futuro ídolo del  Blanco-blanco madrileño. Perdón, ¿dije “ídolo”? Corrijo: en
realidad es ÍDOLO, así con mayúsculas. Juanito supo convertirse en un
símbolo de la grandeza de la institución por su entrega, amor y garra, porque
se hacía matar en cancha y por ser abanderado de remontadas épicas.
Imagínate lo grande que era, que los hinchas del club ese, tradicionalmente
rencorosos, cortoplacistas y fatuos, ante gestas difíciles apelan aún hoy al
“Espíritu de Juanito”.
El técnico de La Furia era otra leyenda – aunque como jugador -: el
multicamiseta  Ladislao Kubala.  El húngaro-checo-hispano-mercenario crack
de los 50 y 60 se mantenía inmóvil en el cargo desde 1969, cuando  fue
contratado por  la Federación española  como DT de la selección,
meramente  por su prestigio entre la hinchada. Por puro nombre, digámoslo,
porque no tenía experiencia previa dirigiendo. Su peso específico de leyenda,
más uno que otro contentillo ocasional en forma de resultados, fue lo que lo
mantuvo como técnico de la selección durante once años seguidos, en los que
obtuvo un total de cero logros. CERO. Cuando empezó la clasificación al
Mundial de 1978 llevaba el peso del fracaso en dos Eurocopas y unas
eliminatorias a mundiales, pero ahí seguía tenazmente atornillado en el puesto.
Comienzan las Eliminatorias para España
Cuando el sorteo  para la clasificación al Mundial de 1978 acomodó  a los
españoles en el grupo 8 europeo contra Rumania y Yugoslavia, se comenzó a
encender la mala hostia en la península, porque el enfrentamiento contra los
yugoslavos traía el recuerdo reciente de la eliminación a manos de ellos para el
mundial anterior. Cosa que en el primer partido del grupo no fue más que una
mala anécdota, después de ganarle a Yugoslavia  en Sevilla por 1-0, el 10 de
octubre de 1976, con gol de penal convertido por Pirri. Era un buen resultado
para comenzar pisando fuerte, pero que no tapó el hecho que el partido fue
horrible, que el fútbol de los de rojo no se veía por ningún lado, y que el
circuito de juego era pesado, denso y rústico, abusando del pelotazo y con
pocas jugadas de creación. Las dudas de los españoles se incrementaron en la
segunda fecha, cuando viajaron a  Bucarest  el 16 de abril de 1977. De allá se
devolvieron con un 0-1 producto de un autogol totalmente marica, que vino
tras una falla en la marca, el consiguiente pase de la muerte de un rumano, y el
despeje apurado en la raya de un defensor español que rebotó en un
compañero, y se metió. Iban seis minutos apenas, y nada cambió.
Las alarmas en España se encendieron con la derrota, y empezó la polémica
entre los aficionados y medios por el tema Santillana – Rubén Cano. Los dos
eran los mejores delanteros del momento en la Liga: el uno era del Real y el
otro del  Atlético. El primero era un excelente cabeceador y elegante
rematador; el segundo era un luchador y algo tosco centro delantero, que hacía
goles por pura garra y corazón. El primero era cantábrico (de hecho su nick
aludía a su pueblo natal), el segundo un argentino nacionalizado, cuya
convocatoria  generó polémica  en su momento. El tema es que
para  Kubala,  solo podía jugar uno de los dos: contra Yugoslavia salió
Santillana, contra Rumania, Cano, y en ambos, como para dejar la polémica
vivita, jugaron mal. Así que ad portas del tercer partido, aún no había nada
definido con el tema del 9, y me imagino los cafés en Madrid llenos de viejos
achacosos, huelentinosos a Menticol y aceitunas, echándose vainas por este
cuento.
Antes del tercer partido de los españoles, se jugó el  Yugoslavia –
Rumania en Zagreb, y fue sorpresa: victoria de los rumanos por 2-0, que los
catapultaba como líderes del grupo con puntaje ideal.  Lo que hizo crítico el
siguiente partido, en octubre de 1977, entre españoles y rumanos en Madrid. Si
ganaban los visitantes ya quedaba todo definido a favor de los rumanos;
incluso si había empate ya solo les bastaba empatar en Bucarest en su último
encuentro ante una ya eliminada Yugoslavia para agarrar el tiquete a Argentina.
Pero no: el encuentro del 26 de octubre de 1977 finalizó con una convincente
victoria de La Furia por 2-0, con una imagen bastante más tranquilizadora con
relación a sus primeros dos juegos. Y lo mejor para los españoles es que uno
de los goles fue convertido por Rubén Cano, que arrancó de inicialista y
comenzó a definir la polémica por el 9 titular.
Todo pintaba para un foto finish entre españoles y rumanos, pues a ambos les
faltaba un partido contra los - supuestamente – cuasi eliminados yugoslavos.
La pelotica seguía en manos de los de amarillo: si ganaban en Bucarest a
Yugoslavia, obligaban a los españoles a ganar sí o sí, y por varios goles, en
Belgrado en la última fecha para superarlos. Pero nadie contaba con una
espectacular resucitada de los yugoslavos en el quinto partido del grupo el 13
de noviembre de 1977, que comenzaron oliendo a formolić cuando ya iban
abajo en el marcador a los dos minutos de comenzado el match. A los 18’
remontaron, antes del entretiempo se dejaron empatar, y así continuaron
matándose a goles, de tal manera que a los 67’ iban 4-4. Pero a partir de ahí
tomaron la posta los yugoslavos, y metieron dos más para un absolutamente
impronosticable 6-4 a su favor, que los revivió cuando ya nadie daba un dinar
por ellos y que de paso configuró la espectacular churreteada rumana.
Con esa victoria se emparejaba todo el asunto, porque a falta del
partido  Yugoslavia – España  en Belgrado, las matemáticas daban que si los
balcánicos  le ganaban a  España  por dos goles o más, se aseguraban el cupo
mundialista por gol diferencia (en este caso los tres equipos terminarían con
igual puntaje). Pero si había triunfo español, empate o hasta derrota por un gol
de diferencia, los ibéricos clasificaban al Mundial. ¿Los rumanos? El mundial
se terminó para ellos, porque cualquier combinación de resultados los dejaba
fuera por su diferencia de gol de -1. Así que la última fecha programada para el
30 de noviembre de 1977 en el mítico “Pequeño Maracaná” de Belgrado era la
gloria o chaolín.
Los preparativos
La descomunal victoria en Bucarest les disparó la euforia a los yugoslavos
hasta niveles casi tropicales. Era lo esperable, dado que hasta hace semanas se
veían con un pie y la mitad del otro fuera del Mundial, y ahora tenían su
destino en las manos. Bueno, en sus pies, je. Por causa de esto, y por la misma
trascendencia del cotejo, se tomaron el partido final del grupo casi como un
duelo a muerte en donde todo valía, y las declaraciones teñidas de un aire a “a
los españoles los pasaremos por encima” ayudaron a exacerbar el ambiente y a
incrementar el peso de las expectativas en instituciones, medios y afición. La
fe de los yugoslavos en el equipo estaba justificada con los nombres que lucía:
por ejemplo, el croata Ivica Šurjak, un talentosísimo volante que cubría toda la
cancha; el delantero bosnio Safet Sušić (figura en Bucarest con tres goles) o el
esloveno  Danilo Popivoda. Croatas, eslovenos, bosnios, serbios... gentilicios
que en esa época pocos conocían y que casi nadie mencionaba en una
conversación… quién iba a imaginarse que Yugoslavia se iría a la mierda 15
años después.
La selección española llegó a Belgrado una semana antes del partido, y desde
su llegada sintió el especial ambiente, denso, agresivo y caldeado que se vivía
en la ciudad. Cada que salían a entrenar el público los obsequiaba con muestras
de la hospitalidad local, y para rematar los campos de juego que la Federación
yugoslava les facilitó eran, o lodazales impresentables, o simplemente no
estaban habilitados para la práctica ese día. El técnico de los yugoslavos Marko
Valok fue uno de los que más contribuyó a caldear el entorno, declarando por
todos lados que la presión era de los españoles, y dando a entender que se
preparaban para un juego cerrado y sucio por parte de estos.  Los jugadores
españoles entrenaban como podían en medio de ese verguero, aparte con la
presión añadida de sentir los dos mundiales seguidos sin clasificar, y la
posibilidad latente de un tercero precisamente en la edición previa a su localía
en 1982.
El hostigamiento se sentía por todos lados del local; afición, medios,
jugadores; como lo recordó años después del delantero Rubén Cano:
Habían dado fiesta nacional a todo el país para ver el partido. La gente
estaba de fiesta, muy contenta. Y segura de que iban a vencer. Yugoslavia
tenía un equipo bárbaro. Era el último partido, jugaban en casa y venían
de ganar 4-6 en Bucarest dos semanas antes. Fue una guerra desde que
llegamos. El ambiente era muy bravo. Nos recordaban todo el rato que
ya nos habían dejado fuera cuatro años antes.
Ante tanto cariño, el técnico Kubala, viejo zorro él, ordenó el día del partido
comprar el agua y café en un sitio diferente al que acostumbraban... por si
acaso…
La Batalla de Belgrado
Y llegó el día del partido. Como mencionamos arriba, era feriado nacional y el
público aprovechó para llenar el estadio desde dos horas y media antes del
encuentro. Igual que  en los días previos, la gente estaba prendidísima en la
fiesta y lo demostró a su manera, tirando cosas y puteando concienzudamente
en serbocroata a los españoles cuando salieron a calentar. Total que cuando
saltaron los dos equipos a la cancha, el estadio se convirtió en una caldera que
rugía cánticos de victoria y de deseos que los españoles terminen la jornada en
un hostal de Europa del este. Del visitante había  como 3,000
seguidores  dispersos en grupos varios, que fueron hostigados con saña
particularmente balcánica por los locales. Se cantaron los himnos: el de España
fue respetado con un indiferente  silencio, el yugoslavo fue cantado por los
66,000 asistentes (otras fuentes hablan de 95,000), con un apasionado fervor
que no hacía sospechar que apenas unos cuantos años después se iban a matar
entre ellos mismos.
Las alineaciones del crucial partido fueron las siguientes:
Yugoslavia: Ivan Katalinić; Dražen Mužinić, Mario Boljat, Aleksandar
Trifunović, Nenad Stojković, Jusuf Hatunić, Danilo Popivoda, Sead
Sušić, Miodrag Kustudić, Ivica Šurjak, Safet Sušić
España: Miguel Angel; Marcelino, Migueli, San José, Camacho; Leal,
Pirri, Asensi, Cardeñosa; Juanito, Rubén Cano. 
La alineación de Kubala era la previsible búsqueda por aguantar el partido: con
el trivote Leal – Pirri – Asensi en el medio, Cardeñosa desbordando, Juanito de
mediapunta y adelante  Rubén Cano  esperando el milagro de un balonazo al
que meterle la pata. Sorprendía la presencia de dos debutantes en
selección: San José y Cardeñosa (sí, el mismo del gol perdido contra Brasil en
el mundial un año después), apuesta arriesgada de Kubala que al final
funcionó.
Por el lado yugoslavo llamaba la atención el hecho que, de la línea de ataque
que ganó en Bucarest dos semanas y media atrás, solo sobrevivían los
habilidosos Šurjak y Safet Sušić. Todos los demás (Slaviša Žungul, Dušan
Nikolić, Zoran Filipović) habían sido reemplazados por el DT yugoslavo, en
una decisión que si no fue por lesiones o sanción, fue, por decirlo suavemente,
una burrada audaz: sacaste a casi todos los que le metieron seis goles de visita
a Rumania unos días atrás… inexplicable. De hecho los reemplazantes
(Popivoda, Sead Sušić – hermano de Safet - y Kustudić) no solo debutaban en
estas Eliminatorias, sino en el caso de los dos últimos, lo hacían por partido
oficial en la selección. El hecho fue que Yugoslavia salió al campo  con una
formación diferente a la que el mismo DT Valok había confirmado el día
anterior (!).
Y desde el primer segundo, el partido mostró lo que iba a ser durante los 90
minutos. Literalmente, lo digo: pitó el árbitro, sacaron del centro los españoles
y llegó el grandote centro delantero Kustudić a levantar con cipote de envión a
Juanito. Tumulto, reclamos, el público abuchea, se levanta Juanito y lo
empujan. Edificante ambiente.
Los yugoslavos, como era de esperar, salieron al ataque con  Šurjak  como
creador pegado a la izquierda, Safet Sušić retrasado como volante por el otro
lado y  Popivoda  como delantero por derecha. Todos jugando para tirar el
pelotazo para Kustudić, al que ninguno de los españoles conocía (!) y que esa
tarde hizo cagar bilis a su marcador Migueli con su juego aéreo. Los de casa
siguieron pegando impunemente bajo la impávida mirada del juez, el inglés
Ken Burns, y el veterano Pirri no aguantó: fue reemplazado a los 10 minutos
por fisura en el peroné.
Los de azul atacaban por todos lados y el tanque Kustudić recibía, pivoteaba y
removía los centrales españoles, que se las vieron tiesas con el nueve
yugoslavo. España aguantaba, y cada vez que podía, intentaba generar jugadas
(generalmente pelotazos) que morían en los centrales balcánicos. Con la salida
de Pirri, Juanito se adueñó del equipo y comenzó a pesar en el juego, ayudado
sobre todo por  Cardeñosa  y sus corridas, pero el partido era dominado en
general por los locales.
Sin embargo  la primera jugada real de peligro llegó recién a los 26 minutos:
córner por la izquierda y quién sabe de dónde apareció Kustudić a rematar de
cabeza; el balón es rechazado en la línea por  Olmo  y el posterior rechazo
termina en un remate al vertical de Popivoda. El público se prende, el gol pinta
para llegar y los españoles resisten como pueden. Pero cuando el
respetable  estaba agarrando fe  y frotándose las manos llegó un rechace a la
estratosfera de Marcelino, que se convirtió en pase gol a Juanito gracias a un
despiste del defensa Hatuni: el disparo posterior  terminó  fuera, bastante
pegadito al palo y la gente sintió el sudor frío bajando por su espalda. Fue el
primer aviso de que los españoles podían complicar a los torpes defensores de
azul a punta de pelotazos.
Continuó el encuentro  en la misma tónica: a  los 37 minutos  se generó otra
mini tángana  que terminó con una amarilla a  Rubén Cano. Sušić empuja al
mismo Cano que cae al piso; los españoles protestan vehementemente, todos
se empujan, el público acompaña como toda la tarde con su concierto de
silbidos y abucheos. ¿Y el árbitro? Ni mu: un ahuevado total, lo desbordó el
ambiente del partido y se dedicó a cobrarle casi todas en contra de los
visitantes y a hacerse el marica con las agresiones locales. Los amagos de
tángana se repiten con cada jugada dividida y la impaciencia del local crece con
el paso del tiempo, ese malparido que siempre corre más rápido cuando uno
más necesita que haga la pausa
A los 44 minutos vino otra ocasión para España, con jugadota de Rubén Cano
por la izquierda, que centra y remata mal Leal. El primer tiempo terminó sin
casi ocasiones de gol, con mucho nervio en el ambiente y los españoles en una
pierna, pero aún con el asterisco invicto, y lo más importante, la clasificación.
Para el segundo tiempo se acentuó el juego de “tírenselas todas a Kustudić” de
los locales. El grandote se las aguantaba, peloteando y rematando cada que
podía, pero el gol no llegaba. Juanito comenzó cada vez más frecuentemente a
manejar el ritmo del partido, a punta de juego sensato y carácter; a los 13
minutos hubo  un pase tremendo de él  a Cano que recibe, se saca al arquero
pero le rebota la bola (!) y esta se fue. Pero los yugoslavos siguen vivos: a los
23 minutos, y preciso cuando  el narrador de la TV española estaba diciendo
“...  en la segunda parte los yugoslavos no han creado una sola ocasión...”,
llega  una maniobra individual  del ingresado  Momcilo Vukotić que se va
lamiendo el palo derecho. Los hinchas locales se animan y los visitantes
fruncen aún más el asterisco; el gol parece inminente.
Lluvia de misiles en Belgrado
Afortunadamente para los de la Madre Patria, sí cayó el gol, pero no del lado
que se creía: a los 71´ Asensi recuperó el balón, distribuye a Juanito que metió
un gran pase a la izquierda, Cardeñosa que corre como condenado y, precisito
antes que la pelota salga, mandó el centro al área, que Rubén Cano muerde
con la pierna derecha. La pelota dio un rebote feísimo, pero se metió en el
arco yugoslavo para el 1-0 que remachaba la clasificación española. El gol ahí
sí que ponía las cosas negras para los locales: ya tenían que convertir tres goles
para poder ir al mundial. Tres. Que se veían cada vez más lejanos de conseguir,
porque los españoles estaban aguantando con muchísima garra, y los
yugoslavos no aprovechaban la  inmensa calidad de algunos de sus jugadores
para intentar quebrar a una limitada defensa española.
El desespero hizo que los yugoslavos subieran incluso aún más el tono del
partido, y ya iban alevosamente a partir a los de rojo. A los 75 minutos el
yugoslavo Hatunić le manda tremendo guascazo a la rodilla a Juanito,
innecesario y totalmente a destiempo, que terminó en otro amago de tángana,
puteadas en castellano y serbocroata, empujones airados y reclamos ácidos. Y
el árbitro intentando mostrar cara de autoridad, exhibiendo tibiamente una
tarjeta amarilla; nada que ver, facilito a esas alturas tenía que haber expulsado
al menos a dos de azul. Los yugoslavos levantan la patica hasta en las jugadas
donde no pasa nada, y es en estos minutos que crece la dimensión de Juanito:
figurón mandando balones cruzados, recibiendo pata, poniendo el pie,
aguantándola.
El mismo Juanito fue a los 76´ protagonista de otra de las imágenes icónicas
del fútbol español. Hay sustitución en España: Juanito es reemplazado por
Dani. El malagueño, supongo que harto de tanta pata y puteadas y reclamos y
escupitajos y abucheos del público y árbitros pusilánimes, al salir de la cancha
le dedicó gestos de provocación al público (el clásico “pulgar abajo” que se
puede interpretar como “qué mala actitud” o “están jodidos”). Ya iba llegando
al banco cuando desde la tribuna cayó, con muchísima precisión, una botella
con agua – o un líquido de naturaleza que más vale no averiguar - que impactó
escandalosamente en la cabeza del jugador.
El legendario delantero se tiró como si le hubieran arrojado una granada, y en
la pista y en el campo se formó el cogeculo. Jugadores, cuerpo técnico y
metidos de ambos bandos se levantaron a protestar airadamente y a reclamarse
con acritud, todo en el marco del rugido de la multitud en Belgrado clamando
por la muerte, o venganza, no sé. Juanito seguía ahí tirado en la pista atlética
como si hubiese recibido no un botellazo sino un garrotazo, y a su alrededor
todos gesticulaban. ¡Qué mierdero!
El partido se reanudó en un ambiente, si cabe, aún más enrarecido, con el
corazón del público ya despierto de nuevo después del pasmo del gol. La pata
seguía levantada más de la cuenta y era lo mismo siempre: un yugoslavo
entraba al tobillo, el español caía, el árbitro pitaba sin castigar y los jugadores
se reclamaban, empujaban, agredían más o menos disimuladamente y se
escupían. Ahora, si el ambiente estaba más cargado que almuerzo mexicano,
un gol mal anulado a Yugoslavia (hubiese sido una tremenda cagada del
arquero Miguel Ángel)  no contribuyó a que la gente se calmara. El resto del
partido fue la misma película: Yugoslavia desesperada, tirando pelotazos,
echándose  al piso cuando sentían pasos de españoles, levantando
afanadamente a centros a los visitantes. Y estos aguantando como podían,
reventándola sin asco, tirándose a todas y metiendo autoridad.
Hasta que terminó el partido, y los españoles fueron todo abrazos y gritos y
celebraciones en medio de una feroz silbatina de los aficionados locales a sus
jugadores. Los españoles celebraban casi como sobrevivientes de un mal viaje,
eufóricos por haber pasado la durísima prueba de carácter que supuso este
partido. Pero ojo que los ayudaron bastante los yugoslavos: mirando
retrospectivamente, el DT balcánico la cagó totalmente en el planteamiento
tan plano y concentrado en el cabezazo-pivoteo al nueve, que les hizo perder
de vista otras alternativas más factibles de superar a la visita. Pero esto estuvo
asociado a – o derivado de - el error más grande de los locales, que fue el
concentrarse no en jugar sino en generar un ambiente de guerra antes y
durante el partido, tan hostil que se les olvidó el pequeño gran detalle que
tenían primero que todo ir a jugar bien a la pelota, porque si no cómo ibas a
hacer goles.
Táctica que además, en vez de amedrentar al rival, le hizo sacar a los españoles
una hombría y carácter que no mostraban más o menos desde la Batalla de
Lepanto. Este partido, por cómo se jugó, como se afrontó y por como salió, se
metió para siempre en la épica local española, y de hecho fue uno de los pocos
paliativos que tuvieron ante décadas de fracasos consecutivos. Ahora, quién
sabe si jugando al ataque puro y simple los balcánicos hubiesen complicado
más a la defensa de rojo. Todo queda en especulación, pero uno se ve el
partido y, a pesar de lo que complicó Kustudić, da la impresión que los
defensores se sentían en su salsa en ese juego de choque. De pronto si los de
azul hubiesen intentado jugar al fútbol, hoy no se hablaría del gol de Cano sino
de la histórica mala racha de los españoles en los 70. Pero bueno, si supiera
qué depara el futuro no estaría acá escribiendo…
Solo quiero cerrar diciendo que esa tarde no triunfó el fútbol, como diría un
narrador pomposo, pero sí se vio la belleza intrínseca de este deporte que
amamos: las ganas de la gloria, el hambre por triunfar, la valentía ante
situaciones adversas, el carácter y garra. Cosas que en el fútbol de hoy no son
tan esenciales como el trabajo metódico y sistemático, pero por eso es que en
el fondo de nuestros rústicos corazones, atesoramos momentos como este del
que acabamos de escribir…
El grandote delantero Miodrag Kustudić (9) se la pasó batallando contra los españoles esa
tarde/noche. Aquí con Camacho (abajo) y Migueli

El gran Juanito (izq) y el delantero Rubén Cano


Algunos que jugaron por Yugoslavia ese par do: Arriba de izq a der: Safet Sušić, Ivica Šurjak, Danilo
Popivoda. Abajo: Miodrag Kustudić, el portero Ivan Katalinić, Vahid Halilhodzić.

La formación de España en esa histórica tarde de Belgrado. Arriba, de izq a der: Miguel Ángel, San
José, Marcelino, Pirri, Camacho y Migueli. Abajo: Rubén Cano, Asensi, Cardeñosa, Leal y Juanito
Kustudić rematando y Miguel Ángel aguantando

El prócer Asensi me endo el pecho en una jugada al final del par do


La madre de todas las churreteadas: Francia en las eliminatorias a USA 94
Publicado originalmente el 15 de Junio de 2009, por YoSoyElCarlos

Aunque no lo crean, las churreteadas no son patrimonio exclusivo de los deportistas


colombianos: también en otras partes se cagan, y bien feo. Una de las más legendarias fue la
de Francia en las Eliminatorias a Estados Unidos 1994, y acá te la contamos.

Cantona no lo puede creer

El fútbol presenta caminos bastante misteriosos para los afortunados que


tienen la dicha de vivir de él. Por ejemplo, decir que el Chaka Palacios estuvo
en un Mundial y Willington Ortiz no, te da que pensar bastante acerca de los
azares del puto destino. Pero ahí algún francés te saltará diciendo que cual
Chaka ni que Mon Dieu: que a ellos les tocó ver como un coso como Stephane
Guivarc´h fue campeón del mundo, mientras el gran Eric Cantona, uno de los
más emblemáticos jugadores del fútbol mundial en los años 90, ni siquiera fue
a un Mundial. El caso del gran Willy se explica porque no tuvo la culpa de ser
una isla en medio de un triste y yermo desierto color zapote. Pero lo de
Cantona es inentendible si consideras que el man hizo parte de una brillante
generación de futbolistas, pero que protagonizó una de las mayores
churreteadas jamás vista en un campo de juego: la de la selección francesa que
tuvo todo para clasificar sobrado al Mundial 94, y a la que físicamente se le
hicho achí. ¿Cómo fue? Para bolas.
Francia y la irregularidad: unos viejos amigos
Las Eliminatorias para el Mundial de 1994 fueron las primeras en Europa en
las que se formaron grupos de seis y siete equipos, en vez de los
cuadrangulares y pentagonales de antaño (y más atrás aún, triangulares). La
lógica detrás de esto fue por la aparición de cinco nuevones en la UEFA
(Estonia, Letonia, Lituania, San Marino, Islas Faroe) y el ingreso de un
desterrado (Israel), aunque también hubo la desaparición de algún otro
(República Democrática Alemana, absorbida por su hermano exitoso). Casi
todo esto que contamos fue consecuencia de los tiempos tumultuosos que se
vivían a ese lado del charco por esos días, lo que derivaba también en alguna
que otra situación atravesada, como la de ver a Checoslovaquia comenzando
Eliminatorias como un estado, y terminándolas como dos (les tocó jugar como
dizque la “Representación de checos y eslovacos” en los partidos finales del grupo).
Pero el aumento de participantes no implicó mayor cantidad de cupos al
Mundial, así que continuaban habiendo grupazos bravos, de los que solo
clasificaban dos en cada uno y en los que hubo más de una sorpresa. Por
ejemplo, en el Grupo 1 muchos apostaban por la ascendente Portugal para
pasar junto con la ultrafavorita Italia, pero al Mundial terminó acompañando a
la Azzurra la sorprendente Suiza de Chapuisat y Sforza, que quedaron un
puntico por encima de los lusos. En el 2 estaba casi que cantado que pasaban
Inglaterra y Países Bajos, pero sin que nadie lo esperara, se colaron los rústicos
pero eficientes noruegos sobre los ingleses, y los dejaron sin Mundial.
Y en el grupo 6 pintaba como favorito Francia, por encima de los que se
esperaba disputaran el otro cupo: Suecia, Austria y Bulgaria, y con Finlandia e
Israel como comparsas. Los franceses tenían una generación bastante calidosa:
comenzando por los megacracks Eric Cantona y Jean-Pierre Papin, que
estaban secundados bastante firmemente con tipos como David Ginola,
Marcel Desailly, Laurent Blanc, Emmanuel Petit, Didier Deschamps, Franck
Sauzee y Reynald Pedros. En resumen, un combo de pe a pa.  Con varios de
esta armada habían llegado a la fase final de la Euro 1992, en la que, mira tú,
arrugarían inesperadamente contra el futuro campeón Dinamarca.
Les Bleus, dirigidos desde 1992 por el futuro conocido en la Premier League,
Gerard Houllier, tenían toda la confianza de volver a un Mundial después de
pifiarla en el anterior. Ah, sí, porque venían de un bache después de su época
gloriosa de la primera mitad de los 80; se habían perdido de ir a Italia 90, en la
que con los restos de la generación gloriosa de los 80 y los inicios de esta, se
quedaron en el grupo en el que pasarían Yugoslavia y Escocia. Así que para
Francia había una buena carga de presión, aderezada además por el oso que
supondría no clasificar en la edición inmediatamente anterior al Mundial que
iban a organizar.
De los demás equipos del grupo, Suecia estaba, digamos, más en la retina del
pueblo debido a su llegada a semifinales en la Euro 1992 que se jugó en su
casa. Los suecos eran lo que les hemos visto casi siempre: un montón de
manes no muy dúctiles pero tremendamente utilitarios y eficientes, con el
toque y diferencia que le daban uno o dos calidosos. En la selección de 1994
este último rol lo llevaban el talentosísimo volante del Parma Thomas Brolin y
el letal delantero de Moenchengladbach Martin Dahlin (también conocido
como "ve, está jugando un negro con Suecia, jiji"). Pero los búlgaros, a pesar
de llevar varios años sin clasificar a nada serio, no eran unos aparecidos ni por
ahí. El más conocido de ellos era, por supuesto, el crack del Dream Team de
Cruyff: el talentosísimo, temperamental y jodido Hristo Stoichkov. Pero no
estaba solo: lo secundaban tipos con años rindiendo a full en clubes del en ese
entonces parejísimo fútbol europeo: Lubo Penev (Valencia), Krasimir Balakov
(Sporting de Lisboa), Emil Kostadinov (Porto) o Yordan Letchkov
(Hamburgo), entre otros.
Pero volvamos a los franceses, que iniciaron el viaje a su ansiado retorno a
Mundiales el 9 de septiembre de 1992 con un estrellón: derrota 2-0 en Sofía.
Pero antes de que se prendieran las alarmas, los de azul se recuperaron con
una seguidilla de victorias ante Austria (x 2), Israel, Suecia y Finlandia, que los
colocaron con 10 puntos - eran dos puntos por PG - al tope del grupo como
colíderes con los suecos, faltándoles a ambos cuatro partidos por disputar.
Precisamente el séptimo juego de franceses y suecos iba a enfrentarlos en
Estocolmo, el 22 de agosto de 1993, en un partido crucial para agarrar medio
tiquete a Estados Unidos. Porque el ganador se colocaría tres puntos por
encima de una Bulgaria que, luego del inicio triunfal ante Francia, pintaba para
desinflarse: cedió puntos muy maricamente contra una cuasi eliminada Austria
en Viena (derrota) e Israel en Sofía (empate).
Al minuto 77 del partido en Estocolmo el asunto parecía casi que cocinado
para los franceses: en ese momento Franck Sauzee clavó un ramalazo desde la
media luna al ángulo derecho del arco de Ravelli que colocaba el 1-0 para la
visita. Pero al minuto 87 (!), el volante multiusos Jonas Thern (en ese entonces
en Napoli) mete un pase totalmente quirúrgico en medio de la defensa gala,
que ve como recibe solito – y habilitado – la culebra de Martin Dahlin, el cual
no perdona solo frente a Lama. No hubo más goles, y aunque traerse un
empate de Estocolmo en la previa era un negociazo, tras consumado el partido
quedaba para los franceses la ardidez de haber dejado escapar Le Baloté.
Sin embargo, los resultados de la siguiente fecha volvieron a encarrilar el
asunto para Les Bleus. Estos no solo ganaron en su visita a Finlandia, sino que
búlgaros y suecos se escoriaron entre sí al empatar en Sofía. El que peor
quedaba era Bulgaria, que comenzó ganándole a los suecos en un
semidespoblado estadio Georgi Asparuhov de Sofía (gente falta de fe, carajo)
con un penal compradísimo por el árbitro a un piscinazo de Balakov. Pero
cinco minutos después, el gran Trifon Ivanov metió tremendo pase entre
líneas, que no fue muy aplaudido por su público debido al detalle enojoso que
fue a un contrario: nada menos que al eficiente Martin Dahlin (estaba afiladito
por esos días), que no desaprovechó y empató el encuentro de manera
definitiva. 1-1 que dejó a los búlgaros con un olor a formol que se sentía hasta
Plovdiv.
¿Por qué? Porque con estos resultados, y faltando dos partidos a cada uno de
los tres aspirantes a los dos cupos del grupo, Francia lideraba con 13 puntos,
Suecia lo seguía con 12 y más abajito iba Bulgaria con 10. Lo que implicaba
que Francia necesitaba solo ganarle a la débil Israel en París en la siguiente
fecha para ir de una al Mundial con una fecha por disputar. Y que incluso, en
caso de una catástrofe ante Israel, podían hasta darse el lujo de empatar contra
Bulgaria un mes después, también en París, para ir a Estados Unidos. Facilito.
Los suecos también dependían de sí mismos: con ganarle de local a Finlandia
en la siguiente fecha, ya coronaban clasificación sin importar lo que pasara en
la última jornada. Pero para Bulgaria, el panorama estaba más tenebroso y
peludo que cantante escandinavo de black metal: tenía que ganar sí o sí los dos
partidos que le restaban, y además, esperar que Francia perdiera los suyos. Ajá,
nada más eso.
Primer match point
El 13 de octubre de 1993 los aficionados parisinos asistieron al viejo estadio
Parc des Princes para gozar la fiesta de la francesidad contra los israelíes, que
ya estaban eliminados hacía rato y llegaban a París solo a cumplir el
compromiso. Pero a los franceses les dio la pálida, o se confiaron, y
comenzaron perdiendo con gol de Harazi a los 21 minutos. Afortunadamente
para los locales, Franck Sauzee y David Ginola voltearon la torta antes del
entretiempo para tranquilizar el ambiente. Pero la fiesta se fue apagando de a
poco en el segundo tiempo, a medida que los israelíes iban agarrando
confianza e invadiendo territorio (perdón) local. Con arrancadas lideradas por
el peligrosísimo Ronny Rosenthal, el que nos hizo parir en 1989, los visitantes
engorilaron a los franceses, y el estadio se fue convirtiendo de a poco en ese
inquietante mar de murmullos que socava como ácido muriático a cualquier
equipo en una situación así.
Así iban las cosas hasta el minuto 82, cuando los israelíes tocan con total
precisión – e impunidad - el balón en el campo francés; entrando al área
remata uno, saca Bernard Lama el gol de un manotazo felino, pero el rebote lo
agarra el ingresado Eyal Berkovich que, ante el arco solo protegido por el
gigante Marcel Desailly, mete un puntazo suave que no alcanza a sacar el
defensor (le metió la mano y la pelota terminó entrando tras rebotarle en el
pie). Empate a dos, y el murmullo en el Parc des Princes se volvió una oleada
de silbidos de decepción. Que aumentaron cuando al minuto 90, Reuben Atar
mete de cabeza un centro que le tiró un afiladísimo Rony Rosenthal tras
desbordar a los aterrados - y como que pasmados - defensores franceses.
Batacazo en París: 3-2 ganó Israel, el que sería su único triunfo de esas
Eliminatorias (!).
Lo peor del partido para los franceses no fue la derrota con ese horrible
equipo israelí, ni la noticia que los búlgaros ese mismo día seguían vivos al
meterle un 4 a 1 a Austria en un casi vacío estadio en Sofía. Lo más inquietante
fue la sensación que quedó en la retina de todo el mundo que los jugadores
franceses se arrugaron en el momento decisivo. Aún quedaba el último
partido, de local y contra Bulgaria: un empate era suficiente para clasificar a los
franceses al mundial. Me imagino a la afición francesa llenando los cafés y
bares todo el mes siguiente al partido con Israel, en tertulias cargadas de
preocupación disimulada con un “No puede ser, no creo que estos maricones
se vayan a cagar ahora, no, no creo, si tenemos un equipazo...”, algo parecido a
lo que muchos hacíamos en los bares y cantinas de Colombia días previos al
partido contra Estados Unidos en el Mundial 94, pero esa es otra historia.
Segundo Match Point
Y llegó el día definitivo: el 10 de noviembre de 1993 se llenó el estadio en París
para ver a sus muchachos contra unos búlgaros que tenían más que ganar que
perder a estas alturas del partido. Ya los suecos habían hecho su tarea en la
fecha pasada y habían agarrado uno de los dos cupos al Mundial, así que todo
se definiría entre los dos contendientes del Parc des Princes de esa noche.
Las alineaciones fueron las siguientes:
Francia: Bernard Lama, Marcel Desailly, Alain Roche, Laurent Blanc,
Emmanuel Petit, Didier Deschamps, Paul Le Guen, Franck Sauzee,
Reynald Pedros, Jean-Pierre Papin, Eric Cantona.
Bulgaria: Borislav Mikhailov, Emil Kremenliev, Trifon Ivanov, Petar
Khubtchev, Tsanko Tzvetanov, Yordan Letchkov, Zlatko Yankov,
Krasimir Balakov, Emil Kostadinov, Lyuboslav Penev, Hristo Stoitchkov
Por parte de los locales, el DT Houllier había hecho un cambio respecto del
equipo que perdió contra Israel: adentro un volante (Pedros), afuera un
delantero (Ginola), me imagino por prevención ante el feroz ataque visitante.
Si fue por esto, era lo lógico considerando que tener en frente a un tridente
Kostadinov - Penev - Stoichkov era como sacar un iPhone en el centro de
Medellín de noche.
La ceremonia de los actos previos mostró lo de siempre: el frondio himno
visitante fue silbado con desdén por el público, y uno al ver el video cree
adivinar gritos fastidiados de "acaben ya ese hijueputa himno tan largo, llave"
en francés. Por su parte La Marsellesa confirmó ser el mejor himno del
universo, y como tal fue cantado con emoción por el respetable, no tanto por
los jugadores. No entiende uno cómo Francia no es potencia mundial teniendo
este himno tan putamente glorioso: lo pones un día en todo el país,
simultáneamente, y en menos de un año ya están instalados en la otra orilla del
Rin.
Como era de esperar, los búlgaros comenzaron llevando la iniciativa:
manejaron la pelota y trataban de distribuir rápido. Los ataques los comandaba
Balakov en el centro, detrás de Stoichkov - que inició bien pegado a la banda
izquierda -. Penev de mediapunta, pivoteando y Kostadinov a la derecha. Los
franceses instalaron bien arriba a Cantona y Papin, con Pedros como lanzador,
y no se echaron atrás, pero se cuidaron bien de mandarse a atacar a este equipo
jodido que manejaba con bastante criterio la pelota, y en el que cada vez que la
agarraba Balakov se le notaba el toque de calidad de un crack de nivel top. Eso
sí, los locales iban con la pata bien arriba, llegando a cruces casi como pasados
de perico, y no sé si eran la permisividad de esos tiempos, o el árbitro localista,
o que me estoy volviendo marica, pero sí estuvo suave el sapo de negro con
los franceses.
Francia intentaba con pelotazos de Pedros y centros desde la lateral que casi
siempre rebotaban en el muro de  Ivanov  y Khubtchev, o por el piso con
Papin y Cantona cepillándose los tobillos con los marcadores de blanco. En
resumen, aunque los visitantes llevaban el impulso por la necesidad, el partido
estaba parejo. Y se desemparejó al minuto 32: enésimo centro desde la derecha
al área búlgara que, esta vez, agarra desubicados a los centrales (Trifon Ivanov
había subido no sé a qué carajo). El centro lo pivotea de cabeza, de manera
elegante y precisita por Papin a Cantona que, entrando en la esquina del área
chica, empalmó un sablazo con la derecha, y gol: 1-0. El gol - si lo ves es casi
que igualito al que le hizo Blanc a Paraguay cinco años después - pareció
asentar más a los galos, que por minutos tomaron el mando del encuentro y
ponían a sudar a los búlgaros con los pases de Deschamps y Sauzee a los de
adelante. Era cosa de aguantar el 1-0 hasta entretiempo, para echarle toda la
presión a los visitantes.
Pero no: a los 37 minutos Blanc quita limpiecita una pelota en su área; intenta
salir jugando con un compañero por derecha, pero al receptor lo anticipa
Tzvetanov, que se va a mandar el centro y es cubierto por el mismo Blanc. Tiro
de esquina que cobra Balakov y, en la esquina del área chica, Emil Kostadinov
con sus 1.75 m de altura le gana en el cabezazo a las torres Sauzee y Petit, y
empata el partido. 
No sé qué les dijo el técnico francés Gerard Houllier a sus dirigidos para
levantarles el ánimo en el entretiempo, para apelar a su espíritu ganador, a la
historia francesa, a Clodoveo, Carlos Martel, Carlomagno, Enrique IV y
Napoleón. No sé qué les dijo, pero no sirvió para un culo: los galos salieron al
segundo tiempo como engarrotados, viendo como los cada vez más confiados
búlgaros tomaban totalmente el partido en sus manos. La visita la hacía muy
bien, porque rara vez apelaba al ollazo sino que, sabiamente, aprovechaban la
calidad de los volantes Lechkov y Balakov para hacer circular el balón, retener
medio segundo para ordenar el ataque, y mandarlo después para que los tres
de arriba hicieran sudar aceite quemado a los defensores franceses. Kostadinov
en particular era una culebrita: corriendo, desbordando, no dejándosela quitar,
y yendo para adelante para tirar la pelota en el medio a ver qué resultaba. La
mole Penev era un tipo que parecía un escaparate pero tenía un criterio
buenísimo para pivotear, chocar, lastimar, y pasar con un oficio mayor al que le
supone uno viéndolo así de grandote. Stoichkov hacía la suya desde su banda,
y hay que decir que el gran Hristo fue el que menos pesó, en gran parte porque
Desailly lo tenía encimadito y no lo dejaba solo; por ratos le tocó echarse atrás
para jugar desde el medio.
Desde los 10 minutos más o menos del segundo tiempo los franceses
comenzaron a sacudirse, y vieron su oportunidad contragolpeando con
bastante peligro. Pero los lapsos de ataque de uno se veían sucedidos por las
oleadas del otro, así que el partido fue creciendo en intensidad, emoción y
paridera, que me imagino para los hinchas involucrados fue una muerte a
cuentagotas, pero para el público neutral fue algo digno de ver. 
Ya promediando el segundo tiempo, la presión de los búlgaros bajó y Francia
se adueñó más aún del trámite. Sea por cansancio o por bajoneo, los de blanco
ya no llegaban asociados, sino que mandaban pelotazos que eran rechazados
sin más por Blanc, Roche o Deschamps. La pelota se jugaba en campo
visitante, pero los locales no aprovechaban las ocasiones que generaban, y los
nervios afloraban cada vez más. Y es que sí, tuvieron varias ocasiones: como
un tiro de Ginola (entró por Papin a los 68 minutos) que salió pegado al palo
derecho de Mikhailov, o un disparo desde fuera de Sauzee (jugadorazo), bajo y
venenoso, que agarró bien el portero búlgaro, faltando 10 minutos.
Precisamente a Sauzee lo cambió Houllier a los 80 por Guérin, en una decisión
que solo se puede entender que era para refrescar el equipo: al mono este,
peligrosísimo con sus disparos desde lejos, y uno de los buenos creadores del
juego francés, no era para sacarlo ni por el hp.
Los últimos minutos del partido vieron lo previsible en casos similares: la
selección necesitada del resultado fue con todo al matar o terminar de morir, y
los que defendían la exigua ventaja se replegaron cada vez más a rechazar y
rezar. Es fácil hablar a tantos años de distancia, pero ¡cuántas veces no hemos
visto que terminan volteando la torta a un equipo que se echa para atrás! Los
franceses le regalaron el campo, y la pelota a los búlgaros, que con solemnidad
pero a las apuradas bombardeaban el campo local con y como podían. Pero no
había ocasiones de gol así como decirlo, inminentes, y era más la angustia por
el reloj que otra cosa. Arriba Ginola y Cantona estaban abandonados a su
suerte, a ver qué podían inventarse para tener el balón lejos de su área.
Y a los 44 minutos del segundo tiempo, con todo francés dentro y fuera del
estadio respirando dificultosamente a causa de la obstrucción de la vía traqueal
por presencia anómala de huevas, vino LA jugada. Ginola agarra un balón casi
desde media cancha y se va, con mucho criterio y maña, con él en los pies
hasta que es fouleado arriba, al lado del córner. Era el momento ideal para
enfriar el partido, para pasarse la pelota entre uno y otro de azul hasta que
muriera el encuentro, y así hasta lo entendió el público, que respiró con alivio
la jugada. Tanto así que al área solo se ubicó Cantona más para estorbar que
para esperar el centro. Pero imagínate que los franceses juegan el balón y
Ginola mandó el centro al área (!). Que, como era de esperar, terminó
agarrando un búlgaro, que se la pasa a Balakov, este a Lubo Penev que, en la
mitad del campo, manda al vacío un pase bombeado pero muy bien puesto a la
derecha para Emil Kostadinov. Este picó, controló el balón ante la tibia marca
de Roche, entra al área y ante la encimada desesperada de Blanc, manda un
fierrazo que se mete exactamente donde tenía que meterse en el arco francés,
bien cubierto por Lama. Gol, sorpresa, dolor, épica y euforia, todo en uno,
exactamente cuando el reloj marcaba los 45:00 del segundo tiempo.
Literalmente no hubo tiempo para más: un minuto después, el árbitro dio por
finalizado el cotejo. La transmisión francesa no mostró nada de la que tuvo
que ser una alocada e incrédula celebración de los búlgaros, sino que se fue,
con masoquismo y saña, con el dolor de los perdedores: Blanc, Petit,
Deschamps, Desailly y sobre todo, Ginola, el indirecto causante de todo ese
momento. La vieja Francia se había churreteado vergonzosa e increíblemente y
no iba a estar en el Mundial de 1994.
Epílogo
¿Fue la madre de todas las churreteadas? Yo diría que sí. No solo por este
partido, que perdieron ante un rival en mal momento pero con mucha calidad
en la cancha, y en una jugada más o menos aislada. Sino por cómo llegaron
aquí (la derrota ante Israel fue increíble y demasiado cagona), cómo no
supieron manejar este partido, cómo no concretaron ni cerraron como debían
hacerlo, cómo se les escapó la clasificación dos veces seguidas y ante su propia
gente. Lo más increíble de todo, y que es un ejemplo de la famosa “resiliencia”;
es cómo apenas cinco años después, varios de estos que se les manchó el
pantalón esa noche llenaron de gloria a su país, además siendo figuras.  
Aunque si lo vemos del otro lado, podemos decir que lo de los búlgaros esa
noche fue una hazaña épica, una muestra de carácter y clase, que le dio el
impulso inicial para la consagración de la generación más exitosa de su
historia. Sea lo que fuera, el momento previo, durante y posterior del 2 a 1 de
Kostadinov hacen parte de uno de los momentos más dramáticos y bellos del
fútbol mundial.
Lo que pasó con esa selección búlgara en el Mundial de Estados Unidos es
ampliamente conocido: inauguraron el periodo más brillante de su historia. En
Francia el asunto fue una tragedia que aún hoy se recuerda con ardidez. Lo
más suave que se dijo en ese momento en Francia fue del calibre de “Somos
unos burros...” (dicho por Didier Deschamps). Gérard Houllier, con mucha
razón pero con menos autocrítica que Jorge Luis Pinto, le echó toda la culpa a
David Ginola por esa jugada que derivó en el 2-1. Por su parte, Stoichkov
aportó con la buena onda que lo caracterizó siempre, esta declaración plena de
tacto y diplomacia:
Y pensar que un mes antes nos veíamos eliminados... Los franceses
tenían tanto miedo que jugaron atenazados. Sabíamos que iban a
comportarse así. Nuestra táctica se basaba en ese parámetro. Jugaron a
empatar, no buscaron nunca la victoria. No merecían clasificarse. Los
machacamos cuando más daño les hacía.
Lo más sorprendente de todo es que a los integrantes de esa selección francesa
no los deportaron inmediatamente y de por vida a cortar gajos de plátano a la
Guyana Francesa: como dijimos, de ese equipo que salió a cagarse esa noche
parisina al menos cuatro (Desailly, Blanc, Deschamps y Petit) se reivindicaron
años después, de hecho bajo la dirección del ayudante de Houllier en 1993. ¡Y
nosotros que crucificamos a una selección preolímpica sólo por perder 9-0 con
Brasil, cortando así la ascendente carrera de cracks como Portocarrero y
Robinson Zapata!
Trifon Ivanov contra Franck Sauzee en el par do en So a, cuanto estaba lejos todo este cuento

Balakov y Cantona peleando el balón


En los actos previos

Aquí parecía todo cocinado, con el gol de Cantona


La euforia

El Derrumbe
El pobre Deschamps pensando “Hp, si hoy no fue, nunca voy a lograr nada en el fútbol…”
Historia de los repechajes sudamericanos contra selecciones de otras
confederaciones en la era pre-uruguaya
Publicado originalmente el 16 de Marzo de 2016, por YoSoyElCarlos

¿Cómo que hubo repechajes entre equipos sudamericanos en los que no fue Uruguay? Sí
señor: hubo varios, y aquí te los contamos.

El legendario Pibe Valderrama ondeando su cabellera en la brisa de Ramat Gan en 1989


La FIFA siempre ha tenido una política bastante cagona a la hora de asignar
cupos a Mundiales a las asociaciones más desfavorecidas (es decir, las que no
son de la UEFA). Aunque en teoría desde 1934 ya se habían disputado
partidos de Eliminatorias entre selecciones de distintos continentes (Palestina
vs Egipto, aunque quedaban al ladito no más; en 1938 ya hubo un Palestina vs
Grecia más intercontinental), no existía como tal la figura del playoff
interzonal, el popular repechaje, o repesca, en las primeras ediciones.
Recién en 1958 se tuvo el primero, cuando Israel ganó por W todos sus
partidos de las Eliminatorias asiáticas, debido a que sus oponentes renunciaron
a jugar contra ellos por el espinoso temita de la misma existencia del estado
israelí. Para esas alturas la FIFA, ya no permitía que un equipo clasificase a un
Mundial sin haber jugado al menos un partido, así que decidió que tenía que
enfrentar a otra selección. A dedazo limpio decretaron que fuese una de las
eliminadas de Europa a ser escogida por sorteo: el derecho se lo ganó Gales,
que había sido eliminada por Checoslovaquia en su grupo. Los galeses
derrotaron a los israelíes con un par de 2-0 en casa y afuera, y con esto no solo
obtuvieron su única clasificación mundialista hasta la fecha, sino que fueron el
único equipo eliminado de un Mundial que logra participar en el mismo. Cosas
de la FIFA…
Pero lo que nos ocupa en este texto son los repechajes interzonales que han
involucrado a nuestros hermanos sudamericanos, así que contaremos la
historia de los que ocurrieron antes de 2002. Ergo, antes que llegase Uruguay y
escriturase el puesto de repechaje por cuatro Eliminatorias seguidas. Historia
que comenzó en 1962, y dice así.
1962: Paraguay vs México (clasificó México)
Sí, sí, que el sacrificio en la Guerra de la Triple Alianza, que la mística del
Defensores del Chaco, que la garra guaraní, que muy bravos los paraguayos...
pero la verdad desnuda es que en eliminatorias sudamericanas se han cagado
de manera llamativa más de una vez. Como en el Mundial de 1962; en las que
por sorteo,  a los paraguayos les tocó disputar un cupo mundialista contra el
ganador de la zona de la  Concacaf  (las demás selecciones- excepto las ya
clasificadas Brasil como campeón y Chile como país sede – disputaron entre sí
otras tres plazas). La Albirroja partía como favorita por su historial reciente a
nivel sudamericano, por su buen papel en Suecia ´58, y sobre todo porque el
rival, bueno, era de la Concacaf.
Resultó siendo – quién más si no –  México  el rival a enfrentar por los
guaraníes en los compromisos programados para octubre y noviembre de
1961. Los mexicanos ganaron su zona al quedar primeros en el triangular final
sobre  Costa Rica  y  Antillas Holandesas,  con autoridad pero con alguna que
otra mexicaneada, como recordó años después un jugador del Tri en algo que
no le pasa ni al Junior:
Recuerdo que  [el repechaje contra Paraguay]  nos agarró bastante
desprevenidos. Empatamos 0-0 contra Antillas Holandesas y ya
estábamos festejando cuando de repente nos avisaron que no, que
todavía había que jugar dos partidos más.
¡Ja! Los mexicanos aún no eran esa pseudopotencia futbolística de Octavos de
Final que son hoy, pero tuvieron el buen sentido de prepararse con equipos de
mayor calibre que ellos, y de hecho se embarcaron en una mini gira europea en
medio de las eliminatorias de su zona (uno de esos partidos fue un brutal 0-8
ante Inglaterra en Wembley, con cuatro goles de Bobby Charlton). Por su parte
los paraguayos estaban más confiados que técnico  argentino dando
declaraciones a la prensa al llegar a un club  boliviano, y todos en el país –
prensa, afición, jugadores, cuerpo técnico – daban casi por hecha la
clasificación al Mundial. 
La ida en el  Estadio Universitario  de  Ciudad de México  (el  Azteca  recién se
abriría en 1966) se jugó el 29 de octubre de 1961, y terminó en  victoria
mexicana por 1-0: un muy buen resultado para los locales ya que en la serie no
contaba el gol diferencia. Es decir: podían perder 30-0 en Asunción que lo
mínimo que tenían asegurado era el desempate.
De todas maneras los paraguayos estaban relajados en dar la vuelta en la ídem
en su casa. Pero nones: ante miles de enajenados que coparon el
estadio  Puerto Sajonia  (el futuro  Defensores del Chaco) en  Asunción,
los  mexicanos formaron un muro que los hacía sentir cómodos y como en
casa (perdón) y que anuló todos los ataques guaraníes.  Los locales atacaban
con creciente desespero, pero todo moría en las revoleadas de unos firmes y
seguros defensas mexicanos, o en las seguras manos del  legendario
portero Antonio “Tota” Carbajal, del cual dicen las crónicas que sacó de todo,
manejó los tiempos del encuentro y fue la figura del partido... primera vez que
leo algo de Carbajal diferente a “jugó cinco mundiales...”.  No hubo goles y al
final los mexicanos celebraron, esta vez sí, con la clasificación en el bolsillo.
Veamos unas declaraciones que el jugador mexicano  Antonio Jasso  hizo
después del match: 
El encuentro fue, efectivamente, dificilísimo, los paraguayos lucharon
con verdadero ardor y su público los alentó incansablemente, eso sí sin
ninguna frase o actitud que estuviera encaminada a molestarnos a
nosotros. Se trataba solamente del afán natural de animar a los suyos.
Empatamos a 0 y con ello ganamos el derecho a participar en la fase
final de la Copa del Mundo.
Qué man tan sapo... después salió con dizque “El juego agradó a los
espectadores paraguayos (...), Al final, el público reconoció nuestro esfuerzo y
nos obligó a dar la vuelta olímpica hasta en dos ocasiones”. Si fue verdad, los
huesos del  Mariscal Solano López se debieron haber agitado  en su tumba...
total que México fue al Mundial de Chile y le fue bastante digno para ser,
bueno, México: quedaron eliminados pero se dieron el gusto de traerse, por
fin, una victoria en mundiales con el 3-1 ante Checoslovaquia.
1974: Chile vs URSS (clasificó Chile)
No hay mucho qué añadir a lo que se ha dicho en bastantes lados sobre la
infame repesca entre Chile y la Unión Soviética en 1973, así que iré al grano.
La FIFA decidió que cuatro cupos directos para la Conmebol (contando el de
Brasil como clasificado directo por ser campeón vigente) era demasiado, así
que dictaminó que el ganador del grupo 3 de Sudamérica debería enfrentarse al
del grupo 9 europeo. Por este lado el vencedor fue Chile: aquí mismo
contamos en el capítulo de “La Guerra del Pacifico” cómo fue la durísima
serie ante Perú en 1973. Por su lado la URSS accedió como ganador del Grupo
9 europeo, en el que quedó por encima de Francia y la República de Irlanda.
Como sabrán si han usado  alguna vez internet, la ida en  Moscú  el 26 de
septiembre de 1973 terminó en un sufrido empate sin goles, hazaña para los
visitantes considerando que los jugadores habían entrenado las últimas
semanas con el oído puesto en la tragedia que pasaba en su patria. Los
soviéticos se negaron a ir a la vuelta en Santiago, por lo que esta se definió con
el famoso gol a puerta vacía en un estadio Nacional manchado por los excesos
de los hijos de la gran puta asesinos fascistas. Y así pasó Chile.
1978: Bolivia (!) vs Hungría (clasificó Hungría)
Imagínate un man feo y sin gracia que se levanta a tremenda nena en un bar,
sale con ella del sitio ante la mirada asombrosa de parceros, que lo ven salir
con una sonrisa desafiante de oreja a oreja y van a su apartamento para
encontrarse de frente con que todo fue una ilusión, y resulta asaltado, vejado y
de paso culeado. Bueno, algo así le pasó a Bolivia en 1978.
Por esos lejanos tiempos la eliminatoria sudamericana no se disputaba durante
tres años sino en un lapso de un mes y pico; los diez equipos (o nueve si había
un local o campeón ya clasificado) se repartían en tres grupos y a la mierda: a
jugar entre sí el cupo al Mundial en cuatro partidos. De cada grupo clasificaba
al mundial solo el primero, y los demás a llorarla.
Para 1978 en particular, uno de los tres cupos directos de la Conmebol ya
estaba asignado a Argentina por ser país sede, por lo que los ganadores de los
tres grupos sudamericanos tenían que pelear entre sí por las dos plazas
restantes. Les tocó a Brasil (ganador de su grupo por encima de Colombia y
Paraguay),  Perú  (venció a Chile y Ecuador) y, en contra de todos los
pronósticos,  Bolivia  (se bajó a una horrible Uruguay y a Venezuela) disputar
los dos cupos restantes en un triangular/liguilla en Cali (Colombia).
Para los bolivianos el cuasi-clasificar eliminando a un grande  como Uruguay
fue un hecho histórico, que desató la euforia en el país, y disparó el
hablamierdotrón de afición y prensa hasta niveles superiores al límite de
detección. Tanto que hasta el técnico de la selección  Wilfredo
Camacho  declaró, hinchado de contento, que  “Bolivia había dejado de ser la
Cenicienta del fútbol sudamericano”... Y bueno, pasó lo que suele suceder  a
los equipos pequeños: después de la hazaña viene la aterrizada. Así fue como
en Cali, tanto brasileños (8-0 con cuatro goles de Zico) como peruanos (5-0,
dos de  Teófilo Cubillas) les aplicaron su respectivo y brutal correctivo a los
bolivianos, que demostraron un notorio bajo nivel ante rivales de categoría. El
estrellón de las ilusiones bolivianas se plasmó patentico en una crónica del
partido por un periodista de la época:
Mi obligación es enviar un informe, pero mi deseo sería olvidar esta
noche negra en el “Pascual Guerrero”. Puedo decir que hasta he perdido
la cuenta de los goles. Fuimos una presa fácil para Brasil, desde el
primer momento. Ya a los cuatro minutos veíamos el primer gol de los
tricampeones y advertíamos los primeros gestos de dolor de [el arquero
titular] Jiménez. En el banco inquietud, pero Camacho espera. Pocos
minutos después, con 2 goles en contra, Jiménez dice basta. Manda hacia
un costado la pelota, y se produce el cambio. Entra el chico Peinado que
recibirá seis más. Y el partido sigue como una alucinación.
¿Ya estaban eliminados? Nanay: la FIFA había determinado algo similar a
1974: un repechaje entre un sudamericano y un ganador de un grupo europeo.
El escogido de antemano para esta repesca por Sudamérica sería el último de
dicho triangular, lo que le daba a los bolivianos una oportunidad de colarse por
la ventana a Argentina 78  si ganaban el playoff ante el ganador del Grupo 9
europeo. Que resultó siendo la renacida Hungría, la cual pasó a esta instancia
dándose el gusto de eliminar a sus odiados amos  soviéticos en el grupo que
también compartían con Grecia (la  URSS  les dio una manito al cagarse
inesperadamente en Atenas).
La  Masacre de Cali  les había revolcado  la confianza a los bolivianos de tal
manera  que echaron al DT. Lo reemplazaron por un alemán  llamado  dizque
Edward Virba, recién llegado al  Bolívar  y que supuestamente había
revolucionado el fútbol local con sus tácticas y métodos de trabajo. Sospecho
que el tipo simplemente engatusó a la gente con su pinta de gringo y sus
arengas en varios idiomas, pero el caso es que lo confirmaron para la serie
contra  Hungría, a la que convocó varios nacionalizados y movió el sistema
táctico a su manera.
Pero no sirvió para un carajo: el repechaje se decidió desde el primer tiempo
de la ida en Budapest – el primer partido en la historia para un equipo
boliviano en Europa (!), el 29 de octubre de 1977, en el que los locales hicieron
cinco (5) goles ante una inocente, cagada y muy desubicada defensa
boliviana.  El marcador final fue  un 6-0 demoledor, lapidario, aplastante, que
demostró la enorme diferencia entre los húngaros (a pesar de tener a tipos
como  Tibor Nyilasi, László Fazekas  o  András Törőcsik  eran un media tabla
europeo) y los bolivianos. Si ves un video del resumen de ese partido, te
asombrarás de lo pajeados y muertos del susto que están los bolivianos, de lo
poco que te salvaba el arquero, o de los húngaros entrando  fácil con solo
echar el balón para adelante y correr con ganas.
A pesar del 6-0 de la ida, las tribunas del viejo estadio  Siles
Suazo  se  abarrotaron  para ver  la vuelta en  La Paz. O era mucha fe, o los
hinchas  querían conocer gente de otras partes del mundo: el caso fue que el
público acudió en masa al estadio y se mostró entusiasta desde el minuto uno.
La altura de La Paz, los sueños de millones de bolivianos, las ganas de sus
jugadores… ¿sería posible que se diera un milagro? No. A los 43´ los
bolivianos ya iban 2-0 abajo (!!), pero la figura local Carlos Aragonés descontó
a punto de terminar el primer tiempo con tiro penal que celebró con
gran júbilo, entendible al considerar que con ese gol, a Bolivia solo le bastaba
con hacer siete más en el segundo tiempo para empatar la serie.
Después vino el 3-1 húngaro y el definitivo 2-3 al minuto 90. Recomendamos
también buscar el video con el resumen de los goles: es un hit ver las
facilidades de los bolivianos, o el vuelo alado de Aragonés en la falta que
provocó el penal. Pero sobre todo, las celebraciones rabiosas de Aragonés y
compañeros con el 1-2; y el 2-3 a minuto 90. ¿Qué putas celebraban?
La campaña de los bolivianos en ambos playoff: 4 PJ – 0 PG – 0 PE – 4 PP –
2 GF – 22 GC. Nos les alcanzó para clasificar... Viendo cómo les fue a los
bolivianos, se pregunta uno  lo horrible que debía ser esa selección uruguaya
como para quedar eliminada por estos gozques.
1990: Colombia vs Israel (Clasificó Colombia)
Para brasileños, argentinos o incluso uruguayos, el ir a mundiales es igual de
rutinario que  pelearse con otro por política, pero para nosotros es un
acontecimiento único, maravilloso y difícil de repetirse. Eso pasa hoy: ¡ahora
imagínate en 1989, tiempos en los que lo único que se hablaba de “mundial de
fútbol”  y “Colombia” en el mismo párrafo apestaba a naftalina y se pensaba
en sepia!
Nuestra ingenua afición estaba con la ilusión en carne viva gracias al equipo
de Pacho Maturana de las eliminatorias a Italia 90, el primero que después de
años seguidos de churreteadas y estrellones, puso a pujar a todo un país e hizo
que hablaran de fútbol hasta las tías solteronas. Sea por mérito del odontólogo
de ébano, o por la aparición  de una buena generación de jugadores, la
selección Colombia por primera vez llegó como candidata a lograr el cupo al
mundial. ¿Cómo que qué jugadores?  Carlos “El Pibe” Valderrama, Arnoldo
Iguarán, René Higuita, Andrés Escobar, Leonel Álvarez  y Bernardo Redín,
entre otros.
Aquí es donde uno ve la mano del técnico, por muchas cagadas que haya
hecho después: tipos como “El Pibe”  o  Iguarán  ya tenían años más/años
menos de estar jugando en la selección y ni mu. Pero desde la Copa América
del 87, el equipo había encontrado su ritmo y juego ideales, con los que se
sentía cómodo en la cancha y le permitía por ratos imponer condiciones en los
partidos. A ver, el público sigue  preguntando: ¿Cómo que “cuáles ritmo y
juego”? Pues el  toque-toque ochentoso,  el circular el balón  ad aeternum  en el
medio del campo, con pases a dos metros para que el contrario no tuviese la
pelota, así nosotros la tuviésemos (para pasarla al compañero a dos metros…).
Ese estilo a uno en esa época por acá le parecía ultra dinámico y
revolucionario, pero que con la objetividá que dan los años, podemos decir que
era bastante  somnífero: la verdad que para el espectador neutral la forma de
jugar de la selección Colombia sollaba  menos que escucharse un
álbum de Mecano. Post 1991 el sistema se depuró y fue mucho más fluido y
determinante, pero aún en 1989 – en parte por inexperiencia y en parte por
cagados – la selección colombiana ni prestaba el balón ni lo metía seguido en
el arco contrario.
Pero a pesar de la mejoría en nivel y confianza, la clasificación colombiana a
Italia 90′ fue más sufrida que “En Busca de la Felicidad”. Para esas eliminatorias
sudamericanas a  Colombia  le tocó contra  Paraguay  y  Ecuador,  y
la combinación de resultados determinó que en la última fecha, Paraguay nos
sacaba del Mundial si le ganaba a los ya eliminados ecuatorianos en Guayaquil.
Recordemos que Ecuador en esos tiempos aún era horrible (a pesar del
surgimiento del gran  Alex Darío Aguinaga), por lo que un triunfo de ellos
contra una muy fuerte Paraguay (con casi toda la base que jugó en México 86)
se veía muy complicado. Pero tal como pasó en el 62 - y cuatro años después -
se cagaron los paraguayos: perdieron 3-1  y  gracias a    ese resultado  pasamos
nosotros. Milagrosa clasificación, que aún hoy en día el pueblo colombiano no
ha agradecido como se debe a sus hermanos ecuatorianos:  propongo que a
modo de agradecimiento la cúpula directiva de la Federación Colombiana de
Fútbol viaje en peregrinación desde Bogotá hasta Quito de rodillas, y al llegar
allá se inmole en solemne acto televisado ante sus homólogos de la FEF, y de
paso se lleven consigo a la cúpula mayor del Centro Democrático para que
participen de dicho homenaje.
Total que pasamos al mund... ah, no, aún no. Porque como la vida del pobre es
sufrida, nos pasó la misma de Bolivia en 1978: ¡una vez que hacemos algo
decente en unas eliminatorias, y no pasamos directo sino a un repechaje! El
rival nuestro no venía de Europa esta vez, sino del grupo equis  de la FIFA,
aka, “Los Parias  del Mundo + no sé dónde más meterlos”:  Taiwan, Nueva
Zelanda, Fiji, Australia e Israel. En esa colcha de retazos en forma de grupo,
terminaron pasando los israelíes gastando  lo justico, como les corresponde:
una victoria y tres empates en el triangular final (los demás equipos les
facilitaron la vida al sacarse puntos entre sí).
Para los enfrentamientos programados en octubre de 1989, los israelíes tenían
una ventaja que ellos mismos desconocían: nadie en Colombia - ni jugadores,
prensa, técnicos o afición - tenía la más puta idea de quién jugaba en
Israel, cómo jugaban, a qué jugaban y si era fuerte el equipo. Solo después de
varios informes recopilados esforzadamente de telefaxes olvidados, se supo
que los israelíes contaban con dos pesos – relativamente – pesados: el
habilidoso volante Eli Ohana y el delantero Ronny Rosenthal, ambos en clubes
del fútbol belga.  Ohana  jugó varios años más en Europa, y  Rosenthal  fue
figura en la naciente Premier League, pero en 1989 de ellos no tenía
conocimiento ni el Mossad. El tema es que jugaban en Europa, y por esos días
para la afición de mi país, ese mero hecho ya implicaba que el jugador era de
calidad.
La ida de ese playoff fue el 15 de octubre de 1989 en un abarrotadísimo y
expectante estadio Metropolitano de Barranquilla. Y fue un enredo total, con
los rústicos pero decididos israelíes aguantando firmes ante las pocas ideas que
se nos ocurrían. En medio de la nerviosa impaciencia del respetable, el
ingresado para el segundo tiempo Albeiro “El Palomo” Usuriaga (¿cómo no se
han puesto de pie?) colocó el 1-0 ante pase de  Luis Alfonso “El Bendito”
Fajardo, el mayor especialista de la historia en meter pases gol y caerse al piso
al mismo tiempo. El partido quedó así y, a pesar del resultado a favor, la
sensación general era que en Tel Aviv (en realidad Ramat Gan, cosa que nos
enteramos mucho después) la íbamos a pasar jodida ante el bombardeo israelí.
Y así fue: pero entre la inoperancia sionista y el orden nuestro, aguantamos y
logramos mantener un 0-0 que nos dio la clasificación al Mundial después de
28 largos años.
1994: Argentina vs Australia (clasificó Argentina)
No hay mucho que contar  de esta repesca que  no sepa más este humilde
aspirante a cronista indie que usted. Por Sudamérica participaron nueve
selecciones, con Chile baneada por lo que contamos del Condorazo en el Tomo
II de esta colección, las que fueron repartidas en dos grupos: uno de a cinco y
otro de a cuatro equipos (bello formato que no volvió a ser usado en torneos
Conmebol de mayores). Había tres cupos directos al Mundial: dos para los
ganadores de ambos grupos y otro para el segundo del grupo de cinco; el ídem
del grupo de a cuatro tenía que pelear el pasaje a Estados Unidos con el
sobreviviente de un repechaje de carambola, que incluía dos series previas
entre equipos de Oceanía y la Concacaf. La que se ganó el derecho a parir en
este repechaje fue la selección Argentina, después de la fenomenal anomalía
que fue ese partido del 5 de septiembre de 1993 en Buenos Aires, del que le
quedó la inevitable carga de resaca, inseguridades y dudas que agarra cualquier
poderoso tras ese cimbronazo.
Su rival iba a ser uno bastante exótico por esos lejanos tiempos: Australia. Los
de amarillo clasificaron tras una maratónica clasificatoria que incluyó una fase
de grupos fácil (pasó sobre  Tahití  e  Islas Salomón), un playoff relajado
contra Nueva Zelanda (sendas victorias de los paisanos de Midnight Oil) y otra
serie, esta sí muy dramática, contra  Canadá  (como segundo de la Concacaf)
(ver nota al final). Los canadienses, con algunos veteranos de México 86 –
Randy Samuel, Dale Mitchell, Carl Valentine, Mike Sweeney - vencieron en la
ida por 2-1, y los australianos hicieron lo mismo en la vuelta en Sydney; por lo
que  al final todo se decidió por esa muerte lenta que son los tiros desde el
punto penal. Ganaron los de amarillo por 4-1 la serie, con  un
jovencísimo  Mark Schwarzer  como figura con dos disparos atajados (lo que
compensó la cagada que cometió para el gol canadiense en tiempo regular), y
con esto se ganaron el derecho a pelearla en el repechaje contra Argentina.
Los  socceroos  tenían varios jugadores bastante dignos: los
hermanos  Aurelio  y  Antonio Vidmar, el defensa  Ned Zelic  o el
delantero  Frank Farina. Pero no alcanzaban ni un 0.59282% de la calidad y
experiencia que tenía ese plantel argentino. Sobre todo por la vuelta del crack
atemporal  Diego Armando Maradona, dispuesto a dar una mano (no solo
futbolística sino anímica)  tras el 5-0. De esa tarde en el Monumental a esta
serie contra los australianos, el Coco Basile había removido la nómina para ver
si podía retomar el camino perdido: así que no solo Maradona, sino nombres
como  Chamot, MacAllister  o  “Perico”  Pérez  estuvieron como novedades en
esta repesca. Finalmente, y probablemente por el engarrote mental que dejó el
0-5 y la presión de un imprevisible fracaso, la calidad individual pesó menos
que la experiencia y oficio de los argentinos en esta serie: fue 1-1 en Sydney y
1-0 en Buenos Aires, y ya el resto también ustedes lo conocen más que yo.
*Nota: Como la Concacaf ya tenía un cupo definido – el de Estados Unidos como país sede
– las Eliminatorias de la zona otorgaron solo un cupo directo al ganador del cuadrangular
final de la zona. El segundo clasificado disputaría el pre-repechaje contra los australianos.
Todo se decidió en la última fecha del grupo final, el 9 de mayo de 1993, en el Varsity
Stadium de Toronto: si Canadá le ganaba a los mexicanos pasaban los gringos-no-violentos,
y enviaban a los mexicanos de viaje por Oceanía. Pero nop: a pesar que comenzaron
ganando los canadienses a los 17 minutos - llenando de interrogantes a millones de jopos al
sur del Río Grande -, los de verde terminaron volteando angustiosamente la tajada, con goles
del careverga de Hugo Sánchez y del “Abuelo” Cruz. Con esto clasificó México al Mundial
y nos dejaron a millones de morbosos del mundo con las ganas de ver un repechaje entre
México y Argentina...
Algunos jugadores paraguayos haciéndose los graciositos antes del repechaje en México. El del
medio se llama Idalino Monges, y... ¿ya dije que es paraguayo?

La señorial estampa de reminiscencias toltecas del defensor José “Jamaicón“ (!) Villegas adorna este
programa oficial del par do de ida
Casi gol de los sovié cos en la ida en Moscú ante Chile en 1973

El boliviano Carlos Aragonés mete el segundo del 2-3 contra Hungría en La Paz, que apretó la serie a
un global de 2-9
La selección colombiana que salió a jugar ante Paraguay en Barranquilla, en la penúl ma fecha del
grupo. Si perdíamos, chao. Si ganábamos quedábamos dependiendo de los ecuatorianos, que nos
hicieron el favor. Arriba, de izq a der: Leonel Álvarez, “Chicho” Pérez, Andrés Escobar, Carlos Mario
Hoyos, Luis Carlos Perea, René Higuita. Abajo: Bernardo Redín, Wilson Pérez, Arnoldo Iguarán, Juan
Jairo Galeano y “El Pibe”

Bernardo Redín remata a la red en el espeso Colombia – Israel en Barranquilla


La vuelta de este señor les ayudó un montón a los argen nos en el repechaje contra Australia
El China – Hong Kong de las Eliminatorias en 1985, o “El Incidente del 19 de Mayo”
Publicado originalmente el 13 abril de 2020 por YoSoyElCarlos

Es muy poco conocida por estos lares la trascendencia de este partido que contaremos en este
texto, y que conmocionó a China en general y a Beijing en particular. Y ojo que lo de
“conmocionó” es literal, porque cortó de un plumazo el avance del fútbol chino, y porque
además el verguero que se formó post-pitazo final, solo fue sofocado con muchísimo esfuerzo
por los organismos de seguridad de la República Popular China. Hablo del encuentro entre
China y Hong Kong del 19 de mayo de 1985, conocido como “El incidente del 19 de
mayo”.

Jugadores de Hong Kong celebran tras el bombazo en Beijing


China y Hong Kong: el Gran Dragón y el Pequeño Dragoncito (con
billete)
El tema del status administrativo de Hong Kong es para el gobierno chino un
asunto más sensible que un hincha de América cuando le hablas de la B. La
hoy “Región Administrativa Especial” china de Hong Kong es el producto
final del tratado que puso fin a las Guerras del Opio en 1842 entre los
imperios británico y chino. Con ese acuerdo – más otros posteriores – los
británicos se aseguraron la cesión de la península y de las islas que componen
la actual región, primero por-siempre-jamás, pero finalmente por
arrendamiento durante 99 años contados desde 1898. Gracias a la magia de las
matemáticas, pudimos concluir que los 99 años contados a partir de 1898 se
cumplieron en 1997, año en el que el gobierno de Su Graciosa Majestad le
devolvió a los chinos la soberanía del territorio.
Soberanía a medias: según el acuerdo que se estableció a partir de la
devolución a China, esta dejaría que la ex colonia siguiera por cincuenta años
con su estilo de vida decadente y capitalista – algo que se conoció como la
doctrina dizque de “Un país, dos sistemas” -, luego de los cuales el gobierno
chino restablecería plena autoridad en todos los asuntos de la región; mientras,
China se haría cargo de la política exterior y la defensa del territorio. Por esta y
otras concesiones el traspaso fue realizado y aceptado sin muchas dificultades,
aunque en los primeros años hubo protestas y manifestaciones pidiendo más
libertades civiles del gobierno central.
La realidad es que tantos años de ser colonia británica, llevó a que los
hongkoneses tuviesen poquito apego a China como país. Incluso hoy, con más
de 20 años de – en teoría – pertenecer a la madre patria, la mayoría de sus
ciudadanos se sienten cualquier cosa menos “chinos”; por ejemplo, escogen no
celebrar el Día Nacional chino (en Hong Kong es optativo el celebrarlo
formalmente en las escuelas, pero la mayoría no lo hace), y no recuerdan con
mucho cariño la fecha de la devolución. Por esto y todo el contexto explicado
arriba, las autoridades chinas son más celosas que man feo con novia linda, y
ante cualquier muestra que se asemeje así sea en una coma, a pedidos de
independencia, es fustigada a nivel oficial. Pero eso no impide que ocurran
incidentes incómodos como el de los aficionados que abuchearon el himno de
China en un partido de la selección de Hong Kong, o las confrontaciones cada
vez más frenteras entre los estamentos y pueblo hongkoneses y el gobierno
chino.
Listo, explicado lo anterior, vamos a lo que nos compete. El fútbol en la tierra
de tantas películas malas de artes marciales que igual uno disfrutaba de niño
vino, como podrá suponerse, con los británicos. Ya en 1914 se formó
la  HKFA  (Federación de Fútbol de Hong Kong, una de las más antiguas de
Asia), que ingresó a la FIFA 40 años después. Esta continuó como organismo
separado de la federación china luego de 1997, como parte de los acuerdos
previos a la unificación. Aunque el deporte de  La Pecosa  (o como diría el
comentarista chino Quique Wong, el de “La resplandeciente esfera de piel de
cerdo con puntos negros y blancos distribuidos como nenúfares en un lago de
las montañas”) es el más popular de la región – junto con las carreras de
caballos (!!!) -, ni la selección ni los clubes han hecho un carajo a nivel
internacional. El combinado ¿nacional? lleva intentando clasificar sin éxito a
un Mundial desde 1974, y aunque para Rusia 2018 llegó a tener chances de
pasar a la ronda de grupos final – ayudados por más mercenarios que película
de Van Damme -, finalmente perdieron el puesto, precisamente con China.
Por otro lado, en China la práctica del fútbol es por lejos la más popular del
país. Lo cual es una prueba viviente que la ecuación “Muchos habitantes” +
“Alto gusto por el fútbol” = “Potencia futbolística” no siempre se cumple: la
selección y los clubes chinos dan bastante lástima a nivel internacional,
registrando un largo historial de churreteadas tanto en Copas Asiáticas como
en Copas del Mundo, en la que registró una única desvirgada en 2002. Esto a
pesar de que, por ejemplo, el gran líder  Deng Xiaoping  era tremendo fang
(perdón) del fútbol, del que se prendió viéndolo en París durante los Juegos
Olímpicos de 1924. Desde que fue el mandamás de su país, Deng fomentó
fuertemente la práctica del fútbol, a pesar de lo cual era consciente del nivel de
mierda que tenía la selección nacional. En serio: de hecho una vez se sinceró y
declaró “El fútbol es mi juego favorito, pero cuando veo a China jugar, me
siento como si me estuviera sofocando” (mira tú, quién iba a pensar que un
líder de una potencia mundial iba a sentir lo mismo que los hinchas del
Poderoso DIM).
A los chinos no les ayudó a tener nivel el hecho que, después de su debut en
eliminatorias en 1958, su selección desistió de participar desde 1962 a 1978 por
temas doctrinales. Pero para 1982 los chinos renunciaron a su exilio
autoimpuesto y decidieron participar de nuevo en la lucha por clasificar al
Mundial. Y les fue maso: perdieron su cupo al mundial contra Nueva Zelanda,
en partido de desempate jugado en Singapur en enero del mismo 1982. A
pesar de la frustración el sentimiento general entre los aficionados era de
optimismo hacia el futuro. La siguiente cita importante fue en la Copa Asiática
de 1984, en la que China hizo un gran papel al llegar a la final... que perdió 0-2.
Pero, bueno: a pesar de la frustración el sentimiento general entre los
aficionados era de optimismo hacia el futuro (…). Lo que se venía era la Copa
Mundial de 1986 y China estaba ahí queriendo dar el Gran Salto Adelante.
Las eliminatorias asiáticas de 1986
Para el mundial de México 1986, la FIFA le asignó al fútbol asiático dos cupos,
que la respectiva confederación continental se encargó de repartirlos por
separado: uno para los seleccionados del Cercano Oriente y otro para los del
lejano ídem. Sí, así a plumazo, agrupando a los equipos por cercanía geográfica
como en la Copa Águila. Así fue como las 28 selecciones participantes fueron
divididas en dos zonas de acuerdo con su ubicación geográfica; el cupo a
México por el lado del Oriente explosivo lo terminó agarrando  Irak, que
derrotó a Qatar, Jordania y Líbano en primera ronda, a Emiratos Árabes
Unidos en semifinales (por gol de visitante) y a Siria en la final. Lo de los
iraquíes fue bastante meritorio, considerando que jugaron todos sus partidos
en terreno neutral porque para sus partidos de local tenían el detalle enojoso
que, como estaban en plena guerra con Irán, maluco que cayera un misilazo en
medio de un partido por Eliminatorias, ¿sí me entiende?
El otro lugar para México por Asia lo disputaron las 14 selecciones
participantes del Lejano Oriente, grupo que no tenía un favorito así digamos
como ufffff, ya estos manes tienen asegurados los pasajes. Pero lo más cercano
a eso, por antecedentes inmediatos era la selección de la  República Popular
China, ardida por las recientes cagadas cometidas en 1981 y 1984. La primera
ronda agrupó a los catorce equipos en cuatro grupos, de los cuales solo el
primero de cada uno pasaba a semifinales, y de ahí a la final para conocer el
otro clasificado por Asia. Los chinos fueron asignados en esta ronda a un
grupo en el que, se suponía, iban a pasar sin despeinarse:  Brunei,
Macao  y  Hong Kong, estas dos últimas aún por esos tiempos colonias,
respectivamente portuguesa y británica, y ninguna con potencial futbolístico
real.
Y todo parecía ir sabroso para los chinos, que luego de un empate sin goles en
Hong Kong en el debut – ante más de 20,000 locales expectantes – se vinieron
como Ejército Popular de Liberación contra posiciones gringas en Corea en
1950: ganaron los siguientes cuatro partidos contra Brunei y contra Macao,
anotando 22 goles y sin recibir ni uno, para acomodarse tranquilos en el
primer lugar de la tabla. Detrasito lo seguía Hong Kong, que también ganó sus
siguientes cuatro partidos y hasta metió alguna goleada, pero al final llegaron a
la fecha final con menos goles convertidos y diferencia de gol que los chinos.
Sí, porque la última fecha del grupo resultó siendo sin quererlo el partido que
decidiría el clasificado del grupo:  se enfrentarían China y Hong Kong en
Beijing. Para los muchachos de  Hong Kong,  el partido pintaba clarito: así lo
declaró después el jugador de la selección hongkonesa Cheung Chi-Tak, alias
“El Pequeño Fantasma” (en serio, te lo juro que así le decían): “No
pensábamos que podíamos ganar. La presión era toda de China, ya que ellos
esperaban derrotarnos (...). Ellos pensaban que iban a clasificar al Mundial.”
Gracias, Pequeño Fantasma.
Ese mismo era el pensamiento instalado en la hinchada de ambos países; nadie
daba un yuan por la clasificación de la pequeña Hong Kong, y menos jugando
de visitante ante como 500 mil espectadores.  Así que todo pintaba para
trámite y fiesta de los chinos, algo así como una preparación a los partidos
jodidos de verdad, los de semifinales. Además había una carga de motivación
adicional para ambos rivales por las implicaciones políticas de la mera
existencia de Hong Kong, y las ganas de los chinos de reafirmar su
superioridad y acabar lo más posible con los vestigios de la dominación
europea de su país en el pasado.
Sorpresa en Beijing
Así que cuando el árbitro dio el gongazo inicial en el  Estadio de los
Trabajadores  de Beijing ese 19 de mayo de 1985, el clasificado era China.
Para Hong Kong, todo se reducía a una muy poco probable victoria en campo
visitante, ante un rival que no era la Alemania de 2014 pero que era mil veces
más poderoso, en un terreno hostil por las implicaciones políticas alrededor,
con el del frente confiado en pasar sin problemas y para remate con 80,000
enajenados aullando en contra. En una esquinita del estadio de Beijing estaba
apiñada la Barra Brava hongkonesa: unos cuantos valientes que se atrevieron a
viajar a la capital china atraídos por la relevancia del encuentro.
Para Hong Kong la táctica estaba definida, como lo dijo una vez su
entrenador Kwok Ka Ming:
China era un equipo mucho más físico que nosotros. Aquel Hong Kong
sabía cómo presionar pero sólo podíamos hacerlo durante 20 minutos,
25 como máximo, así que nuestra estrategia era cerrarnos y aguantar
durante la primera parte e ir a presionar en la segunda.
Clarito, viejo Kwok.  Pero el partido tomó un rumbo inesperado a los 19
minutos del primer tiempo, cuando El Pequeño Fantasma Cheung Chi Tak  se
mandó cipote de fierrazo después de una jugada preparada en tiro libre, que
colocó el sorpresivo 0-1. Lo declaró después el autor del gol: “Habíamos
practicado la rutina de los tiros libres en el entrenamiento... Wu Kwok-
hung (no joda que no estoy inventando nombres) pasó el balón a la derecha y
yo le mandé qué hijueputa riendazo” [Nota: el texto original dice “I smashed it
in”, así que la traducción me parece correcta]. Victoria parcial de la visita, y el
estadio antes eufórico era ahora un mar inquietante de murmullos.
Pero todo pareció calmarse, o se convirtió un clímax depende de como se
mire, cuando un tal Li Feng empató para los locales a los 30 minutos, luego de
un rebote del arquero hongkonés. Se auguraba el alud chino y los visitantes se
abroquelaron para aguantar. Pero estuvieron a estico no más de irse al
descanso con el marcador desnivelado, luego de que en una jugada donde los
jugadores de Hong Kong tiraron más toques que la selección de Maturana,
definieron como, eh, la selección de Maturana. No se movió el marcador y se
fueron al vestuario con el 1-1 parcial.
Aún con este resultado, la que resultaba eliminada era Hong Kong, pero los
chinos no querían confiarse – y supongo, sentían la presión de una victoria con
tintes políticos -, y para el segundo tiempo pasó lo previsto: se dedicaron a
bombardear el arco visitante a la desesperada. Pero lo único que lograron fue
hacer lucirse al portero hongkonés  Chan Wan Ngok  (suena a plato de
restaurante chino... “Pollo a la Chan Wan Ngok”... sigo...). Total que en esas
andaban, cuando a los 15 del segundo tiempo un jugador de Hong Kong que
no sé quién fue pero les juro que voy a averiguar concienzudamente su
nombre, recibió un balón en plena soledad de una media cancha despoblada.
El hombre al ver esto intentó con mucho optimismo un remate como de 35
metros, pero el intento le resultó en un tiro bastante pajeado, que por mera
fortuna se convirtió en un pase a un compañero casi en el punto penal. El
receptor se acomodó, engatilló y zas, cuando mandó el disparo le cayeron dos
chinos, que bloquearon el tiro... solo para dejar un balón suelto, que el
defensor hongkonés  Ku Kam Fai  remató desde atrás para fusilar al portero
chino. 1-2 y estupor total en un estadio en el que se comenzaba a sentir la
churreteada y la frustración tan palpablemente que se caía a pedazos.
Los restantes 30 minutos fueron un canto a la impotencia de los locales, que
siguieron con el acoso a la desesperada por el golcito que les diera la
clasificación, pero no le atinaban al arco: es que jugar con el asterisco
hachiéndote achí y contra el oleaje continuo de 80,000 voces murmurando
ácidamente por lo bajo es muy jodido... Y cuando el árbitro hindú dio por
terminado el encuentro, todo fue euforia, asombro y locura entre los visitantes,
que aún no podían creer la hazaña que acababan de protagonizar. Para los
chinos en la cancha y fuera de ella, la derrota fue totalmente humillante:  la
orgullosa República Popular China había sido vencida por un equipo inferior, y
para rematar, de una colonia británica enclavada en su territorio.
Lo que pasó después: “El Incidente del 19 de Mayo”
Pero la historia no terminó allí: apenas consumado el resultado final, se desató
el verguero. Dentro del estadio los asistentes desfogaron su ira como se suele
hacer en estos casos: arrojando botellas y las sillas arrancadas de las tribunas a
la cancha. Los jugadores visitantes tuvieron que celebrar en express para
escapar a la seguridad del vestuario, aunque también por allá llegó la ira
popular, como recordó años después el autor del primer gol, eh... ustedes
saben cómo era que se llamaba... “Apenas sonó el silbatazo final, encaré al
vestuario donde una ventana fue destrozada cerca de mí. La muchedumbre
comenzó a arrojar cosas, ya que ellos estaban demasiado infelices (…). Estaba
todo fuera de control”.
A los jugadores y delegados de Hong Kong, y a los periodistas extranjeros, les
figuró quedarse dentro del estadio por casi dos horas, hasta que fueron
evacuados con mucho apuro por autoridades y policía chinas, que las protegían
como podían de los gritos y escupitajos de los hinchas. Cipote de caos.
Como era de esperar, los jugadores y cuerpo técnico del seleccionado chino
tuvieron que salir en la clásica tanqueta de la policía, para escapar de las ganas
de su propia hinchada de, eh, intercambiar algunas impresiones acerca de su
vergonzosa derrota. Pero lo peor, y lo que terminó destacando aún más para la
posteridad este partido, fue lo que pasó fuera del estadio. La turba iracunda y
frustrada se dedicó primero a – como vimos – increpar a jugadores propios y
rivales; luego la chusma se fue a hacer mierda el bus de su selección, y acto
seguido recorrió las calles de Beijing y se dedicó con saña a parar y levantar a
piedra, ladrillo y salivazos (!) los vehículos que dieran papaya cerca del estadio,
pero sobre todo a cualquiera del que pintara como extranjero, europeos
incluidos.
También la emprendieron contra los vidrios de los buses, pero en general el
odio de la multitud se dirigió contra los demonios extranjeros y contra las
autoridades locales. Por algún motivo, los extranjeros fueron los que más
pagaron el pato a la naranja, desconozco por qué; la mayoría de los disturbios
se armó en el barrio donde vivían los foráneos, y si no hubiese llegado la
policía a repartir Woo-Lee-Yoh se hubiese dado una remake del levantamiento
de los bóxers. Según reportan los diarios de la época, la gente dizque que
aullaba “¡Extranjeros!” no sé si como insulto o como aviso antes de agarrar a
piedra y botella los vehículos que agarraban; como el de un corresponsal ruso
que iba con la hija pequeña y que vio cómo le rompieron a ladrillo los vidrios
del carro, y que se escapó por un pelito.
Ante la dimensión del verguero, el gobierno tuvo que despachar 2000 policías
anti-disturbios y hasta – se dice – un batallón del ejército para restablecer el
orden. Los disturbios, que finalizaron con 30 policías heridos y 127 civiles
arrestados, se consideraron como uno de los peores incidentes públicos desde
la instauración del régimen comunista en 1949. ¡Chúpate esa! Para los chinos
todo este merequetengue se unió a la inesperada derrota, para dejar este evento
en la memoria por muchos años: oficialmente se le llamó “El Incidente del 19
de Mayo”, y se consideró como el primer caso de hooliganismo en el país. A
nivel deportivo también fue un golpe, por la vergüenza de perder contra un
rival no solo inferior sino que era una colonia extranjera anclada en su
territorio, y por mandar al carajo la progresión mostrada por el fútbol del país
en los años recientes.
Los jugadores y cuerpo técnico de la selección china fueron confinados
durante tres días después del partido. Todos los responsables técnicos y
administrativos de la selección china renunciaron, y el equipo tuvo que pedir
disculpas al país de manera pública. Ahhh, y acá con algo similar no pasa
nada… Al que le fue peor, creo, fue al DT de los chinos Zeng Xuelin, que le
tocó quedarse una semana acuartelado hasta que se animó a irse a su casa, pero
hasta allá lo recibió el cariño de la afición: le llegaron amenazas, declaraciones
de odio puro y hasta sobres con hojas de cuchillo y balas (!). Qué gente jodida
los chinos. Hasta antes del 19 de Mayo, el DT era una figura respetada y
querida por todos allá, después del famoso partido nunca volvió a dirigir un
equipo de fútbol de manera permanente.
Y listo. Para Hong Kong es un día muy recordado, y no solo en el ámbito
deportivo, por todo el simbolismo encerrado en el resultado de ese día.
Actualmente se recuerda aún en el país el acontecimiento, incluso llamando a
los miembros del equipo como “Los muchachos del 519” (5 por mayo 19 por el
día, ¿sí pilla?). Después de la gran euforia por ese partido les tocó la gran
cagada: en semifinales fueron barridos por Japón – que en la final perdería con
Corea del Sur el cupo a México 86 – con marcador añadido de 5-1, ¡pero quién
les quitaba lo bailado!
La selección China que par cipó en las Eliminatorias al Mundial de 1982. de la foto podemos
reconocer a Wong y a Chang

El saludo de los rivales antes del par do. El chino es el de Hong Kong, el otro chino es el de China
Los jugadores de Hong Kong celebran el 1-0 parcial

La banca de Hong Kong esa noche; el DT es el primero de la izquierda. Si combinas a los dos de la
derecha te resulta “El Gordo” Víctor Púa.
Los diarios de Hong Kong de la época hablando del mierdero

Los jugadores de Hong Kong después del par do


Este cartel que mostraron los jubilosos aficionados hongkoneses a la llegada de su selección, lo dice
todo

Una muy di cil de explicar foto de unos aficionados eufóricos en el aeropuerto ante el técnico de
Hong Kong
Los duelos entre Países Bajos y Bélgica en 1974, 1978, 1982 y 1986
Publicado originalmente el 14 de Junio de 2016, por YoSoyElCarlos

La FIFA no es morbosa: podrá ser corrupta, codiciosa, oligarca y morbosa, pero nunca una
organización mafiosa. Con particular sentido de sensacionalismo, los señores de robusta
panza de Zürich se dedicaron – inadvertidamente o no – a fogonear por cuatro eliminatorias
seguidas la antigua  rivalidad existente entre  Países Bajos  y  Bélgica, agrupándolas en la
misma zona para pelear un cupo al mundial, o emparejándolas para que se maten entre sí.
Esto resultó en  unos duelos bastante sabrosones, alguno de ellos polémico, y el último
en  particular con tintes  dramáticos por el modo en que se definió todo. ¿Dónde más te lo
contaremos, sino por aquí?

Un aún desconocido Ruud Gullit persiguiendo al belga Franky van der Elst en 1985 en Bruselas,
durante la más recordada eliminatoria entre belgas y neerlandeses

Bélgica y Países Bajos: dos hermanos separados


La región que comprende los actuales estados de  Países Bajos,
Bélgica  y  Luxemburgo  no siempre fue un  remanso de tranquilidad, paisajes
bucólicos y hogar de esa loable empresa de servicios llamada Vandersexxx. Los
territorios de estos países pasaron  sucesivamente por manos de francos,
carolingios, borgoñones (nominalmente bajo autoridad del rey de Francia),
españoles y austriacos, antes de constituirse como un estado independiente
llamado  Provincias Unidas de los Países Bajos  en 1581. En 1795 fueron
deglutidos  por los franceses, hasta volver a independizarse como el  Reino
Unido de los Países Bajos en 1815. En este último convivían, cual matrimonio
las comunidades de habla flamenca – mayoritariamente protestante – y valona
– francesa, casi toda católica -; ambas poblaciones  se miraban con
desconfianza, discutían constantemente y protestaban  continuamente
alegando que sus derechos eran vulnerados por el otro. Por eso dije: como un
matrimonio... Esto acabó cuando en 1830 las provincias del sur – varias de
ellas flamencas y otras valonas – se separaron del reino en la
llamada “Revolución belga”, y formaron el actual Reino de Bélgica. 
Ahora, aunque la separación fue peleada, no es que haya generado odios
irreconciliables, de esos que lleven a que hoy, por poner un ejemplo, un belga
no le pueda dar ídem a una neerlandesa. Pero sí es parte de lo que ayudó a
generar un sentimiento particular de rivalidad cordial entre ambos países, que
no deriva en  progroms  ni guerras fratricidas, pero sí en los acostumbrados
chascarrillos entre paéses. Que dizque los neerlandeses aman su tierra y su
corona mientras que los belgas solo la defienden cuando es en un partido de
fútbol. Que los belgas son bobos y los neerlandeses unos vivos. Que el plato
bandera de la gastronomía belga son las papas fritas. Y así, un montón de
puyas  igual de, eh, ¿ácidas?,  que saltan de un lado a otro de la frontera sin
consecuencias. Como dicen ellos mismos: “Nos amamos el uno al otro pero
nos odiamos a veces...es una relación de amor y odio entre belgas y
neerlandeses”. Mejor dicho, se tienen bronca pero en el fondo Van der la
mano. Medio campechano todo y muy diferente – por ejemplo – de la áspera
tirria que le llevan ambos a los alemanes por la costumbre de estos de copar las
canchas de los belgas en la Primera Guerra Mundial, y la de ambos en la
Segunda.
Pero donde sí se incrementa bastante la  rivalidad belga-neerlandesa es en el
fútbol: el partido entre ambas selecciones tradicionalmente ha sido  tomado
bastante en serio por los aficionados respectivos. Hasta tiene nombre propio:
se conoce como “El derby de los Países Bajos” (“Derby der Lage Landen”) y se
viene jugando con mucha asiduidad desde 1905. Hasta la fecha de escrito este
texto se habían enfrentado 126 veces, con 56 victorias para los de naranja, 41
para los de rojo y 29 empates. Un Dátolo ilustrativo: solamente los encuentros
entre Austria vs Hungría (135 veces) y Argentina vs Uruguay (186 partidos) se
han jugado  en más ocasiones que este. Consecuencia lógica del hecho de
ser  países vecinos, unidos/separados por una historia común, y aparte tan
pequeños y compartir tanto que cuando alguien se tira un pedo en Namur lo
sienten a los 2.58 segundos en Maastricht. 
Por esto se facilitaron los enfrentamientos futboleros, de tal modo que
generalmente  se veían las caras  hasta dos veces por año, sea en  amistosos
o  con una copa en disputa a un solo juego  (como la  Coupe Vanden
Abeele  (llamada popularmente “Het koperen dingetje” o “La pequeña cosa de
cobre”… en serio…). A partir de 1968 se hicieron menos frecuentes los
partidos entre ambos, en parte por la creciente importancia que adquirió la liga
profesional en cada país, y en parte - supongo - porque ya necesitaban darse
un espacio. Pero fue desde los 70 que se vivió un renacer de la rivalidad por los
duelos que comentaremos acá, y de una empecemos.
Eliminatorias al Mundial de 1974: primer round para Países Bajos (con
robo)
Las eliminatorias de 1974 no fueron las primeras en que neerlandeses y belgas
se enfrentaron entre sí  para clasificar a un mundial: en 1934 compartieron
grupo con Irlanda y en 1938 con Luxemburgo, disputando dos cupos en cada
ocasión (si, tres equipos peleando por dos lugares...). Ambas veces  los
protagonistas de este texto se quedaron con los dos primeros lugares del
grupo y pasaron al mundial. Nada dramático: dos eliminatorias, ambos
clasificados, todos felices.
Así que la primera vez que iba a ser a muerte fija fue en 1974. Porque para ese
mundial, la UEFA agrupó a sus selecciones en grupos de a tres o cuatro
participantes, de los cuales solamente el ganador de cada uno viajaría a
Alemania. Y resultó que en el Grupo 3  continental quedaron
sembrados  Bélgica  y  Países Bajos, junto con  Noruega  e  Islandia, las cuatro
peleando por un solo cupo. ¡Uhhh!
Ahora ¿quién venía mejor de los dos? Antes que me digan “¡pues Hol… digo,
Países Bajos, marica! ¿No estaban Cruyff, Neeskens y todo ese combo?” les
retruco que calma, que es  jodido afirmarlo así tal cual. Porque a nivel de
selecciones, Bélgica estaba un paso adelante por esos días: después de años de
intrascendencia había clasificado al Mundial de 1970 en un grupo jodidísimo –
se bajó a Yugoslavia y España –, y venía de ser tercera en la Eurocopa de 1972,
en la que dejó en el camino a la propia Italia. Países Bajos, en cambio, venía de
fracasar  en ambos torneos: para el Mundial de 1970 quedó detrás
de  Bulgaria  y  Polonia  en su grupo eliminatorio y en la Euro ´72 fue
eliminada en primera fase. En ambas ocasiones los neerlandeses arrugaron en
partidos definitivos, y dejaron la sensación de que siempre les quedaba
faltando ESE toque final, el que distingue a los equipos grandes de la categoría
“equipo complicado”.
Pero a nivel de clubes el asunto era muy diferente: mientras los equipos belgas
solo se hacían conocer por sus nombres pintorescos, los neerlandeses estaban
literalmente dominando el fútbol europeo en la primera mitad de los setenta.
Sobre todo por el poderoso Ajax, finalista de la Copa de Campeones (bueno,
la Champions) en 1969 y campeón en 1971, 1972 y 1973, pero también con
el Feyenoord, campeón en 1970. De ambos clubes, y del PSV Einhoven, venía
el grueso del combinado neerlandés: Cruyff, Van Hanegem, Neeskens, Krol,
Rep, René y Willy Van der Kerkrof, o el gran portero Jan Van Beveren. Pero
algo pasaba, porque las megastrellas locales no engranaban en el seleccionado
nacional, a diferencia de los menos famosos jugadores del otro lado de la
frontera.
Luego de un hiato de varios años sin juegos entre sí, belgas y neerlandeses se
enfrentaron por  eliminatorias el 19 de noviembre de 1972, ante  54,000
espectadores expectantes en Amberes. Los locales venían con puntaje perfecto
en sus tres partidos jugados (los dos contra Islandia y uno contra Noruega en
Oslo) mientras los neerlandeses recién habían debutado en  la fecha anterior
clavándole un 9-0 a Noruega en Rotterdam.
Esa tarde  Bélgica  formó con  Christian Piot,  Nicolas Dewalque,  Georges
Heylens,  Maurice Martens,  Jean Thissen,  Leon Semmeling,  Wilfried Van
Moer,  Erwin Vandendaele,  Johann Devrindt,  Jean Dockx,  Paul van Himst.
Sincerémonos y admitamos que, salvo  Van Himst  (goleador histórico del
Anderlecht y  uno de los ¿actores? de  “Escape a la victoria“) y  Van Moer  (el
viejito de escaso cabello que después vimos jugar en España 82), a nadie de
estos los conoce ni Fabio Leon Oranje. Los visitantes jugaron con una nómina
en la que se encontraban varias de las figuras que llevaban años mandando a
nivel de clubes en Europa: Jan van Beveren, Barry Hulshoff, Ruud Krol, Wim
Suurbier,  Johan Cruyff,  Theo de Jong,  Johan Neeskens,  Wim Van
Hanegem, Piet Keizer, Willy Brokamp, Aad Mansveld. 
Pero a pesar del exceso de talento presente  en la cancha, la victoria se fugó
rebelde por los amplios campos de Flandes: fue un 0-0 nervioso e intenso por
el nivel parejo de ambos, en el que los belgas intentaron la iniciativa y hasta
pegaron un tiro en el palo, pero no pudieron vencer al gran portero Jan Van
Beveren. Los de naranja aguantaron con respeto, y de vez en vez le hacían
apretar el Asterixco al respetable con las corridas del flaco con la número 14.
Empate y aún nada definido.
Las fechas siguientes Países Bajos emparejó su calendario con goleadas
a  Islandia  en casa y afuera, y una algo sufrida victoria en  Oslo, mientras
los Diablos Rojos vencieron 2-0 a Noruega en la penúltima jornada. Fue así que
ambos equipos llegaron igualados con 9 puntos al tope de la tabla (recuerden
que eran 2 puntos por victoria en esos días, pajizos) al que el truculento azar
quiso que fuera el último partido del grupo: la vuelta  entre ambos el 18 de
noviembre de 1973 en Ámsterdam.  La ventaja la tenían los neerlandeses por
gol diferencia sobre los belgas (+22 unos y +12 otros), así que  el empate le
bastaba a la Oranje para retornar a un mundial de fútbol por primera vez en 36
años; para los belgas era ganar o irse a que los meara el Manneken Pis.
El juego de los belgas, dirigidos por el histórico entrenador  Raymond  “El
Brujo”  Goethals  (campeón europeo casi 20 años después con el  Olympique
Marseille) se basaba  fuertemente en su sistema defensivo: por eso mismo,
aunque llevaban relativamente pocos goles, aún no habían recibido ninguno. Y
esa tarde jugaron a una ampliación de lo  mismo: encerrarse, rezar para
aguantar el predecible vendaval de los neerlandeses, y confiar en que estos
cometieran alguna cagada en la que sus calidosos de arriba Van Himst o
Lambert, pudiesen facturar. El partido entonces fue un constante ir y venir de
los de naranja al arco defendido por  Piot, lanzando  bombazos desde todos
lados pero fallando en el tema crucial ese de meterla – incluso Rep se comió
una increíble, solito en frente del arco -, con los belgas limitándose a esperar su
ocasión.
El asunto pintaba para el empate sin goles que clasificaba a Países Bajos, hasta
que en el minuto 89 hay una falta de costado a favor de los belgas:  Van
Himst manda un centro majestuosamente envenenado con pierna cambiada al
área neerlandesa, al portero  Schrijvers  (reemplazante del lesionado Van
Beveren) se le pasó la vida entera en un segundo, preguntándose si salía o se
quedaba, y de costado entra Jan Verheyen a empalmar el balón y clavarlo en el
arco neerlandés, consiguiendo el  inesperado 1-0 y una heroica  clasificación
para Bélgi... ah, no, momento:  el árbitro anuló el gol por presunto  fuera de
lugar de Verheyen. ¡Uoffffff!
¿Sí fue? Pueden mirar la foto en la sección de ídems de este texto, y verán una
instantánea del momento exacto en el que parte el pase. Conclusión: atraco.
Los jugadores belgas se mandaron a protestar, pero el juez no cambió su
decisión, y le evitó una increíble churreteada en casa a la primera generación
dorada del fútbol neerlandés. El partido terminó sin goles, y con la celebración
de los locales  más aliviados que eufóricos. Ya todos sabemos lo que pasó
después:  Países Bajos  fue la zenzazión del Mundial de 1974  con cabaret
incluido (la historia la contamos en el Tomo II de esta despampanante
colección). Bélgica  no solo quedó eliminada, sino totalmente ardida por el
atraco, y por quedarse en la casa después de terminar invictos (4 PG y 2 PE) y
sin recibir goles en contra (!).
Eliminatorias a los Mundiales de 1978 y 1982: segundo  round para
Países Bajos (con baile), el tercero para Bélgica (relajada)
El gran robo  de  Ámsterdam  le añadió salsa a la rivalidad de ambos equipos.
Para más cizaña, enseguidita se volvieron a enfrentar por cuartos de final de la
Eurocopa 1976, fase a la que accedieron ambos equipos al ganar sus
respectivos grupos: Pero esta vez no hubo lugar a la polémica: los neerlandeses
– ya embalados en su ritmo – masacraron a los belgas con un  5-0  en
Rotterdam y un 2-1 en Bruselas, y pasaron a semifinales (en donde caerían de
manera imprevista contra la eventual campeona Checoslovaquia). Y sin tiempo
para respirar, de nuevo la suerte los emparejó en el mismo grupo de
eliminatorias al mundial de 1978 – junto con Islandia e Irlanda del Norte – y
de nuevo por un solo lugar. Para cuando se encontraron en el primer partido –
el 26 de marzo de 1977 en Amberes – los de rojo venían con el viento a favor
tras dos triunfos en sendos partidos. Mientras,  los de naranja llegaron llenos
de dudas por una sufrida victoria en Islandia y un no planeado empate de local
ante  Irlanda del Norte, y por ende considerando el escenario de quedar
tempranamente con un pie fuera del mundial en caso de una derrota ante sus
rivales de toda la vida. Era la oportunidad perfecta para que los belgas tomaran
revancha y compraran medio tiquete a Argentina...
¿Pero los neerlandeses iban a dejar que eso pasara? ¡Nanninga! Con muchísima
categoría se tomaron por asalto Amberes  con un inapelable 2-0 (goles
de Rep y Cruyff), y se colocaron un punto por encima de Bélgica. Total que
para la devolución de la visita  en Ámsterdam – en la penúltima fecha del
grupo, el 26 de octubre de 1977 -, los neerlandeses llegaban con tres puntos
por encima de  los belgas pero con un partido menos; los visitantes estaban
obligados a ganar sí o sí este partido, y en el último del grupo en Belfast para
poder pasar al Mundial. El aún desconocido técnico Guy Thijs metió siete (!)
cambios respecto al partido de siete meses atrás (entre ellos unos imberbes e
inexpertos  Jean-Marie Pfaff,  Eric Gerets,  Walter Meeuws  y  Michel Renquin,
ninguno de ellos con más de cinco partidos internacionales encima por esos
días) pero igual perdió 0-1  y quedó fuera de todo faltando una fecha. Países
Bajos fue al mundial de 1978 y, bueno, ya saben hasta donde llegó.
Pero en las eliminatorias al Mundial de 1982 esta vez el que ganó de mano fue,
al fin, Bélgica. Oooootra vez el puto azar (¿azar a estas alturas?) arrejuntó a los
vecinos en el mismo grupo, pero en esta ocasión con dos rivales durísimos
como Francia e Irlanda, más la pobre Chipre, con dos cupos en disputa para el
Mundial.  La lucha fue apretadísima por el nivel de los participantes (en la
clasificación final solo hubo dos puntos de diferencia entre el primero y el
cuarto), pero el que agarró impulso rapidito fue Bélgica al ganar 7 de 8 puntos
posibles en sus primeros partidos. Dos de esos puntos fueron antes sus rivales
de siempre, por el segundo partido de ambos el 19 de noviembre de 1980 en
Bruselas (1-0 con gol de penalty de  Erwin Vanderbergh). Total que para  la
vuelta casi un año después, ante los belgas ya clasificados; los neerlandeses –
en plena renovación generacional – tenían que ganar sí o sí para irse a jugar la
vida en Parc des Princes en su última fecha. Ganaron el clásico 3-0 pero igual
no les sirvió un carajo, porque Francia les ganó el siguiente partido y los dejó
fuera de la fiesta mundialista, en la que sus vecinos fueron una de las
revelaciones.
Eliminatorias al Mundial de 1986: cuarto y último round para
Bélgica (con épica y drama)
No creo exagerar una mierda si digo que el último enfrentamiento en esta
seguidilla entre ambos fue, no solo el más emocionante de estos, sino uno de
los más intensos y dramáticos de las eliminatorias en toda la historia. La UEFA
agrupó para las Eliminatorias mundialistas de 1986 a sus seleccionados
en  cuatro grupos de cinco equipos (pasaban directo al mundial los dos
primeros) y tres de a cuatro (clasificaba el primero). Los segundos de cada uno
de los tres cuadrangulares tenían destinos distintos: uno viajaría hasta Oceanía
para pelear el paso a México con el ganador de esas recónditos confines
(finalmente fue  Escocia  – virreina en el grupo de España – la que viajó y le
ganó el puesto a Australia). Los otros dos se enfrentarían entre sí por el cupo
restante. Y mira qué cosas:  los dos rivales por el playoff  resultaron siendo
Países Bajos y Bélgica. Me imagino que a esas alturas, al conocer el rival en el
playoff, los aficionados reunidos en los bares de Lieja, Brujas, Gante,
Volendam, Den Haag o Alkmaar se reunieron  a mascullar sombríamente su
suerte, matando la eterna espera tirando pronósticos alocados a la sombra de
una jarra de birra, mientras  escupían con ardor apagado deseos para que  al
vecino que se le rompan los diques o que a los alemanes se les ocurriera revivir
el  Plan Schliefflen. Otra vez uno de los dos debía matar al otro para ir al
Mundial.
Esta vez los que venían con la moral más en alto eran los de naranja, aunque
más por ánimo que por juego. Después de un inicio a los tumbos en su grupo
de eliminatorias – derrotas de local ante Hungría y en Viena – se recuperaron
con dos victorias en sus partidos ante Chipre, pifiaron en Rotterdam otra vez
al empatar con  Austria,  pero ganaron el cupo al playoff con una  victoria de
tintes algo milagrosos ante la ya clasificada Hungría en la última fecha. Países
Bajos tuvo tres entrenadores en esas eliminatorias: comenzó Kees Rijvers, fue
reemplazado por el gran Rinus Michels después de la derrota en el debut – a
don Rinus le rogaron literalmente que tomara el cargo – pero su corazón ya no
estaba para tanto voltaje emocional; no duró dos partidos y tuvo que retirarse
temporalmente por motivos de salud, para ser reemplazado por un en esos
días desconocido  Leo Beenhaaker. Fue un camino muy accidentado, pero el
envión final les dio aire a los neerlandeses y confianza para el duelo que se les
venía. 
Bélgica,  en cambio, pareció mostrar poca inspiración y tibia pegada en los
partidos de su grupo, y al final no pudo ganarle el cupo directo a  Polonia al
empatar sin goles en su visita a Chorzow en la última fecha. A los belgas los
había afectado un feo escándalo que terminó con la suspensión del crack Eric
Gerets, que recién pudo volver a jugar con la selección en ese partido contra
los polacos.
Así que la expectativa era altísima en  la ida del playoff que se jugó el 16 de
octubre de 1985 en un abarrotado estadio Constant Vanden Stock de Bruselas.
Las alineaciones del partido de ida de ese playoff te las tengo:
Bélgica: Jean-Marie Pfaff,  Eric Gerets,  Georges Grun (Alexandre
Czerniatynski  69 min),  Michel Renquin,  Nico Claesen,  Franky van der
Elst,  Leo van der Elst,  Rene Vandereycken,  Frankie Vercauteren,  Jan
Ceulemans, Erwin Vandenbergh.
Países Bajos:  Hans van Breukelen,  Ronald Spelbos,  Frank Rijkaard,
Michel van de Korput,  Adri van Tiggelen,  Bennie Wijnstekers,  Rob de
Wit (Simon Tahamata 88 min), Ruud Gullit (Epo Ophof 85 min), Wim
Kieft, Marco van Basten, Willy van der Kerkhof. 
Los nombres muestran las realidades de ambos en ese momento:  Bélgica
estaba con su generación dorada ya consolidada, Países Bajos tenía la suya en
formación, con aún desconocidos que serían la base de la campeona europea
tres años después, más el aporte adicional de la experiencia de una reliquia del
pasado como Willy van der Kerkrof.
El partido en Bruselas inició ya cargado debido a la trascendencia de la serie;
ahora, si a los 4 minutos ya hay una tarjeta roja injusta después de una
simulación, imagínate cómo se puso  el asunto.  El juez italiano
compró una actuación hollywoodinesca del crack belga Frankie Vercauteren, y
expulsó al longilíneo delantero neerlandés Wim Kieft. Con uno menos, a los
de naranja solo les quedó replegarse y  aguantar como podían las embestidas
nerviosas de los locales, que metieron su gol a los 20 minutos – el
mismo  Vercauteren  – pero que no pudieron ampliar la diferencia a pesar de
contar con el viento a favor. 1-0 quedó el marcador final, y con todo
totalmente abierto para la vuelta; a los belgas les quedó el sabor a
insuficiente, pero al menos contaban con la ventaja de no haber recibido gol
en contra. Sí, porque hay que mencionar un dato importante y crucial: para
este playoff aplicaba la regla del gol visitante.
La vuelta se jugó más de un mes después en Rotterdam, exactamente el 20 de
noviembre, con un frío de mierda que obligó a los jugadores a usar guantes y
ropa térmica debajo de sus uniformes. Como era de esperarse, el ambiente
general era de una más que palpable tensión por todo lo que estaba en juego
en este partido; por ejemplo,  Frankie Vercauteren  tuvo que  andar protegido
con escoltas  en su estadía en el país, ya que  los aficionados naranjas querían
intercambiar, digamos, algunos puntos de vista con él al respecto de la jugada
que derivó en la expulsión de Kieft en la ida. Esa misma tensión se notó desde
la salida al campo de los equipos esa noche, en medio de un mar de cantos de
ambas hinchadas (había un sector con aficionados belgas detrás de uno de los
arcos) y, sobre todo, al momento de los actos protocolares: el himno visitante
fue furiosamente silbado y el de casa cantado con inusitado fervor patriótico
por el respetable.
El técnico  Beenhakker  salió con tres cambios respecto de la ida:  Simon
Tahamata,  Peter Houtman  y  Michel Valke  por  van der Kerkrof  y los
sancionados Kieft y Van Basten, este último por acumulación de amarillas. El
histórico  Guy Thijs, en  su tercera eliminatoria consecutiva con su
selección,  metió a  Leo Clijsters,  Henri Broos,  Filip Desmet  y  Michel De
Wolf  por  Georges Grun,  Michel Renquin,  Nico Claesen y Erwin
Vandenbergh.  Los cambios reflejaban la diferencia de prioridades de ambas
partes: Beenhakker alineó a los suyos en un 4-4-2 con Houtman y de Wit en
punta, siendo alimentados por  Guullit  y  Tahamata  por los extremos
y Rijkaard creando juego con Valke en la media cancha. Los belgas, en cambio,
se cerraron en un apretado 4-5-1 con un única punta - Filip Desmet - solo allá
arriba a ver qué onda, vigilado desde atrás por una línea de cinco volantes en la
que Ceulemans estaba un poco más adelantado haciendo de mediapunta.
El primer tiempo estuvo marcado  por la impotencia de los locales,
que  engarrotados por los nervios se dedicaron a circular el balón –
principalmente a través de  Rijkaard – hasta la media cancha; pero este les
rebotaba de vuelta cuando intentaban llegar más lejos. Los belgas se vieron
mucho más tranquilos, cerraditos y pegados el uno al otro reventando el balón,
cortando cualquier intento por las bandas o el centro, cubriéndose de manera
precisa y tomándose con paciencia burocrática cada cobro a favor o una falta
en contra. El balón moría repetidamente en las manos de  Pfaff,  pero más
producto de devoluciones de compañeros que de intentos de los de naranja.
Y tan bien lo hacían los  Diablos Rojos  que les sobraba tiempo para meterle
miedo  al público local a punta de contragolpes: el punta  Desmet  se las
guerreaba con mucho criterio para aguantar/ recibir/ tocar de una para la
llegada de algún compañero, aprovechando él y  Ceulemans  que los
centrales  Van de Korput  y  Spelbos  se la pasaron todo el primer tiempo
mirándose a ver quién rechazaba los pelotazos que les caían del rival.  Si esa
noche en particular, el prócer Jan Ceulemans no hubiese estado tan impreciso
(se perdió al menos tres goles), la cosa se hubiese definido mucho antes. El
primer tiempo  terminó en cero,  pero con la sensación que Bélgica tenía el
partido cocinado.
Con el panorama así de peludo  Beenhakker decidió jugarse la vida con  un
cambio en el entretiempo: sale el central Van de Korput, e ingresa el delantero
del Utrecht  John van Loen.  Cambio táctico también:  Gullit  baja a cubrir el
puesto del central que salió, y el juego naranja se enfoca ya no en circular el
balón, sino en aprovechar los 1.94 m de altura de  Van Loen  para encaminar
mejor la lluvia de ollazos. La estrategia podía tener su lógica, pero hablando así
suelto de cuerpo con treinta y pico de años de distancia, lo de Beenhakker fue
una locura:  tiró a la cancha a un muchacho de 20 años  a debutar con la
selección en este partido candente, con todo en contra y con la misión de
evitar la eliminación del mundial. O sea: si le salía, era todo mérito del técnico,
pero si no...
Al que sí se le notó la sabiduría fue a su colega del frente. Guy Thijs notó el
cambio de los neerlandeses al salir los equipos al segundo tiempo, adivinó
cómo venía el asunto e hizo su jugada: sin temblarle el pulso, con menos de
dos minutos de reiniciado el cotejo, sacó al volante Leo Van der Elst, y metió
al central del Anderlecht  Georges Grün  (titular en la ida),  directamente
dedicado a  marcar a Van Loen. Estos cambios resultaron siendo  la clave del
partido.
Desde el mismo inicio del segundo tiempo, los neerlandeses adelantaron sus
líneas y comenzaron a tirarle centros al largo delantero recién ingresado, que
pivoteó bien el primer balón que le llegó. Pero desde ahí, la mayoría de los
ollazos solo sirvieron para que  Grün  se luciera rechazando casi  todo: por
arriba y por abajo le ganó -salvo algunos aislados – siempre a Van Loen. No sé
si de verdad el delantero neerlandés no tenía categoría internacional, o
simplemente estaba completamente desbordado por la situación: lo cierto es
que casi no le ganó balón alguno a su marcador belga, que se cansó de
anticiparle con creciente suficiencia y cancha en casi todas las divididas. 
El tiempo seguía corriendo, los neerlandeses intentaban – ahora
con Valke como lanzador de morteros – peloteando al medio, pero los belgas
se defendían bien. El público ya respiraba hielo y miedo y los cantos iban
bajando de intensidad. Así iba el partido, hasta que al fin les salió una a los
locales:  a los 15 minutos,  Valke abre a la izquierda para  Rob de
Wit: Gerets falla en el cruce y el neerlandés tuvo tiempo para medir el centro,
que empalmó a gol en la esquina del área chica Peter Houtman para poner el
1-0 que empataba todo faltando media hora. Delirio en el De Kuip y una vida
por jugarse, pero la gente no tuvo tiempo de degustar la alegría porque
enseguida  Winjsketers  le sacó el empate de  la raya a  Desmet,  previa cagada
de Van Breukelen. Tremendo partido, a nivel de infarto.
El gol no pareció afectar a los belgas, que siguieron con su libreto y se
perdieron algún otro gol que les hubiese asegurado la clasificación. Pero a los
27 minutos vino el 2-0 de los neerlandeses (gol de Rob de Wit) que ahí sí les
ponía el partido patas arriba.  Ante la inminente eliminación, los
belgas adelantaron sus líneas y Thijs soltó a Eric Gerets para que atacara por
su banda. Los belgas atacaban continuamente y con criterio pero sin concretar,
porque en el arco neerlandés  crecía la figura gigantesca  de un  Hans Van
Breukelen  que salvó varios goles.  Los neerlandeses defendían con más
desespero que orden la ventaja, y los visitantes seguían comiéndose goles; el
descuento que les daría la clasificación por gol de visitante estaba ahí, pero no
caía. A medida que se acercaba el final, el público local comenzó a soltarse y a
cantar alegremente que iban a viajar a México... ¡Ja!
Hasta que en el minuto 40 ocurre una de las jugadas que más recuerdan los
aficionados de ambos países: los neerlandeses rechazan a la desesperada uno
de los muchos ataques rivales. El belga Vandereycken  agarra el balón, lo
manda a  Gerets  que iba por la derecha, este se acerca al borde del área y
manda el centro que, llegando de atrás, con furia y precisión, es cabeceado a
gol  nada menos que por  Georges Grün...  el cual  anticipó facilito en el
cabezazo a John Van Loen (!). 2-1 y estupor mudo en un estadio en el que solo
se escuchaba la euforia del público belga, casualmente ubicado detrás del arco
donde se convirtió el histórico tanto. 
Y el marcador no se movió en los cinco minutos finales, en los que los
neerlandeses lucieron aún más desesperados e imprecisos. El partido terminó,
y los visitantes celebraron desbordados de alegría la clasificación conseguida
con tanto parto, y con el aliciente de haberlo logrado bajándose ante el rival de
toda la vida.
Ahora, no quisiera estar en los zuecos de  Beenhakker,  cuyo planteo y
decisiones se le fueron todas en contra en este partido. Destaquemos la
incinerada que le pegó al pobre Van Loen, que solo volvió a la selección mayor
tres años después (en total jugó siete partidos y solo mojó una vez, en un
amistoso contra  Israel). La contraparte fue para el viejo zorro de  Guy
Thijs, cuya mano se notó sabiamente en la serie, pero sobre todo para Georges
Grün, cuya actuación y gol lo convirtió en héroe nacional. El defensor tuvo
después una decente carrera internacional (fue uno de los pilares
del Parma noventoso) y jugó tres mundiales con su selección.
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La seguidilla de encuentros entre Bélgica y Países Bajos paró para 1990; desde
este partido de 1985 se volvieron a encontrar una vez en eliminatorias (para
1998, clasificaron los dos) y dos veces en la fase de grupos de los mundiales de
1994 y 1998. Y esto es todo: solo rogamos que por algún motivo, se vuelvan a
ver las caras en un mata-mata o en alguna semifinal de mundiales, porque el
morbo nos puede...
La selección neerlandesa en 1973, previo a un par do contra Islandia por las eliminatorias de ese
año. De izq a der: Ruud Krol, Jan van Beveren, Wim van Hanegem, Johan Neeskens , Willy Brokamp,
Piet Keizer, Johnny Rep, Wim Suurbier, Arie Haan, Barry Hulshoff, Johan Cruijff

La selección de Bélgica que coronó semifinales en la Euro 1972. Arriba, de izq a der: George Heylens,
Erwin Vandendaele, Jean Thissen, Jean Dockx, Maurice Martens, Chris an Piot. Abajo: Leon
Semmeling, Wilfred van Moer, Raoul Lambert, Paul van Himst, Jan Verheyen
Los belgas (de blanco) estaban todos habilitados cuando par ó el pase del gol que le anularon en
1973 y que hubiera significado la eliminación de Países Bajos del que fue SU Mundial. El que me ó
el balón es el del extremo derecho. Veredicto: ¡ATRACO!

Los capitanes Raoul Lambert y Johan Cruyff se saludan antes del encuentro en Ámsterdam del 26 de
Octubre de 1977
El momento en que Georges Grün convirió el gol más famoso de la historia del fútbol belga.

Los belgas en la Euro 84. Eric Gerets es el tercero de arriba, Pfaff el arquero del medio, Ceulemans a
su derecha. El técnco Guy Thijs está a la derecha. Un joven Preud´Homme es el primero de los
arqueros. ¡Ese uniforme, Diosito!
La alineación neerlandesa en el par do de Ro erdam

Entró Georges Grün a la cancha (de blanco) y enseguida se pegó del lado de Van Loen
Grün acaba de entrar a la historia del fútbol belga, Van Loen (a su izquierda) también...

Van Loen derrumbado tras la eliminación. A su lado pasa Gullit cabizbajo. Para uno de los dos habrá
mucha gloria y revanchas, para el otro no (no diremos cuál)
Dátolos curiosos (no estadísticos)
de Mundiales

A veces nos enfrascamos en saber quién hizo más goles o quién jugó más partidos en los
Mundiales, mientras que datos como los que mostraremos aquí sobre camisetas y estadios,
son pasados por encimita. Así que vamos a rescatarlos en estas crónicas a continuación, para
solaz entretenimiento de ese geek interior que todos tenemos dentro. O fuera, depende de
usted…
Any Colour You Like: uniformes y/o colores atípicos de varias selecciones en
mundiales de fútbol
Publicado originalmente el 23 de Noviembre de 2016, por YoSoyElCarlos

Que La albiceleste, que El Tri, que la Oranje... todos son colores clásicos del fútbol de


selecciones, pero que no siempre han sido usados por sus dueños durante copas del
mundo. Revisemos acá esas ocasiones – no todas conocidas – en las que algunas selecciones se
volvieron locas, y hagámoslo rápido antes que se acabe el mundo o privaticen todo, o ambas.

Les bleus... ehh, los verdiblancos franceses en acción contra Hungría en 1978
El episodio es muy conocido, y es de los infaltables en los especiales que usan
los medios para rellenar infructuosamente las eternas horas previas al partido
inaugural de cada  Mundial. El 10 de junio de 1978 se jugó en  Mar de Plata
(Argentina) el partido entre Francia y Hungría por la primera fase de su grupo,
con los dos  ya eliminados y por ende solamente aspirando a una victoria
moral. Cuando los seleccionados saltaron al campo de juego y se quitaron sus
overoles/chaquetas, se encontraron con el enojoso detalle que ambos usaban
camiseta blanca. ¿Qué pasó? Resultó que por un error de comunicaciones de la
FIFA, se le había pedido  a ambas delegaciones que usaran su uniforme
alternativo para este partido, y para más INRI a ninguno se le había ocurrido
llevar el conjunto titular. 
Para salir del paso,  y por sugerencia de los franceses, alguien gestionó y
consiguió un préstamo de casacas del modesto Club Atlético Kimberley de la
ciudad, que suministró un set de camisetas que terminó siendo usada por los
franceses.  Francia  ganó el partido 3-1, que  igual no afectó  un carajo para el
desarrollo del torneo, pero al menos sirvió para que los
cuatro desorientados que siguen a Kimberley puedan llenarse la boca diciendo
que con su camiseta jugaron Platini, Six, Rocheteau o Marius Trésor.
Sí, muy curiosa la tal historia, pero no fue ni de lejos la única vez que ocurrió
algo atípico con los uniformes en Mundiales de fútbol. Así que repasaremos
en este texto, aquellas otras ocasiones (algunas no muy conocidas) en las
que  alguna selección usó colores  diferentes a la que le conocemos
habitualmente, sea por motivos repentinos/de fuerza mayor, o sea porque por
esos tiempos tenían otro uniforme y uno ni puta idea.
México con camiseta granate y pantaloneta y medias azul oscuro

Así era el uniforme principal de la selección mexicana hasta principios de los 70... ¡Chúpate esa!

Cuándo: en los mundiales de 1930, 1950, 1954, 1962, 1966 y 1970.


Motivo: era su uniforme titular por esos lejanos tiempos
No sé si ustedes sabían, pero lo que es este humilde escriba de huevonadas,
apenas se desayunó que hasta hace relativamente poco, el color verde NO era
el principal de la camiseta de la selección mexicana. Hasta el mundial de 1970
inclusive, los seleccionados mexicanos saltaban a ser vapuleados en la cancha
luciendo alegremente una  casaca  de color  granate  (“guinda” le dicen en
México al color, en otro lado sería “vinotinto”) +  pantaloneta y medias de
color azul oscuro casi negro,  colores estos que en  la bandera mexicana no
tienen ni mierda qué ver. Con esa atroz combinación, los Manitos (¿el apodo es
porque pasaban metiéndoles de a cinco goles?) disputaron la mayoría de  sus
partidos de los mundiales de 1930, 1950 y 1954 (todos menos uno que
reseñamos más abajo).
Recién  en  1958,  México usó por primera vez el verde,  y lo
utilizó  ocasionalmente en 1962 – dos de los tres partidos que jugaron en el
torneo – 1966 – en uno de tres – y 1970 – dos de cuatro -. A partir de 1973 se
institucionalizó oficialmente el tricolor de la bandera en el uniforme mexicano:
camisa verde – pantaloneta blanca – medias rojas que, salvo variaciones
puntuales, continúa hasta hoy. El saber de dónde carajos vino la idea de usar el
granate/vinotinto/guinda en la camiseta mexicana se ha perdido en las brumas
de los tiempos; aparentemente se trata de una especie de homenaje a la
selección española, y ahí es donde ve uno que por eso les fue siempre como les
fue.
Sea cual sea el origen del colorcito, la verdad que quedaba muy atravesada esa
combinación... después de ser reemplazado por motivos patrióticos, el
granate/guinda/coso desapareció de la selección mexicana a partir de 1974,
incluso de los diseños suplentes. Y eso que dio la casualidad que con el verde
se inauguró la época más funesta de la historia de la selección yanqui-wannabe
– eliminación en 1974 y 1982, ridículo en 1978 -, pero capeó el temporal y la
fama de salada, y predominó  hasta hacerse indivisible de la identidad
del  Tri.  Por su parte el viejo color guinda aparece ocasionalmente en
equipaciones alternativas  nostálgicas-retro-hipsters y tal vez en la carátula de
algún álbum de Café Tacuba.
Costa Rica con camiseta alla Juventus
La vieja señora
Cuándo: en dos partidos de primera fase en el Mundial de 1990.
Motivo: uniforme alternativo usado a modo de homenaje + lambonería fallida
hacia el público local.
El Mundial de 1990 fue para Costa Rica su debut absoluto, no solo en copas
del mundo sino hasta en salir por televisión fuera de Centroamérica, y les fue
mucho mejor de lo que todo el mundo pensaba.  Para su debut, derrotaron
inesperadamente pero con justicia a una simplona  Escocia  por 1-0, con  gol
de  Juan Cayasso, luciendo su tradicional camiseta roja. Pero para el segundo
partido ante  Brasil,  los ticos sorprendieron a todos saltando al terreno del
viejo  Comunale  de Turín con lo que parecía ser tal cual el uniforme de
la Juventus. Ahora, por esos días nadie tenía la más puta idea de si la suplente
de  Costa Rica  era de rayas negras y blancas, o amarillo con rosado, o verde
limón con un dragón amarillo de ojos celestes en el pecho abriendo su boca
para decir “Eat me”, pero igual llamó la atención el hecho y remitió al famoso
suceso de Francia en Mar de Plata en 1978.
Pero no: Costa Rica había llevado como segunda equipación – y a modo de
homenaje – un diseño igual al del Club Sport La Libertad, el más antiguo del
país (fue fundado en 1905) y que hoy pulula por la tercera división tica.
Supongo que la inofensividad del equipo homenajeado no generó muchas
protestas de los hinchas de otros clubes, y teniendo en cuenta los colores de
los rivales ticos en primera ronda (azul oscuro de  Escocia  y amarillo
de  Brasil  y  Suecia), el uniforme no pintaba para ser lucido en Italia. Pero el
asunto fue que para su  segundo partido, ese viejo zorro que es  Bora
Milutinovic (ojo que la palabrita “zorro” a veces se usa en vez de “maniático
obsesionado por cacorradas que no afectan el resultado”) mandó a su equipo
al campo de juego usando  la equipación alternativa, dizque para que el
respetable local se identificara con su selección y se decidiera a alentarlos todo
el partido.
Pero sea porque Brasil era el favorito de todos, sea porque había más hinchas
del  Torino,  o sea porque la gente de  Turín  no se fija en  esas maricadas, la
idea no cuajó y el aliento fue más para la verdeamarelha, que ganó con un justico
1-0. La misma combinación usaron para su tercer partido – en el que dieron el
batacazo contra Suecia – y nunca más volvieron a usarlo en ese torneo (para
los Octavos de Final contra Checoslovaquia lucieron de nuevo la roja, aunque
con algunos detalles diferentes que en el primer partido)  ni en los otros
mundiales a los que han ido.
México con camiseta de rayas azules y blancas

Los mexicanos posando antes del par do contra Suiza luciendo los colores del Cruzeiro de Porto
Alegre. Mucha iden dad con sus colores no tenían estos... El arquero es el por esos días joven
“Tota” Carbajal

Cuando: en su partido de primera ronda contra Suiza en 1950.


Motivo:  lambonería hacia el respetable, aprovechando la coyuntura de la
similitud de colores con sus rivales.
¡Otra vez los mexicanos!  Resulta que el partido final del grupo A de Brasil
1950 entre  mexicanos y suizos en Porto Alegre, planteaba el problema de
camisetas similares de ambos rivales (remember el guinda mexicano). Por lo
que la FIFA organizó una reunión un día antes del cotejo, programado para el
2 de julio de 1950 en el viejo Estádio dos Eucaliptos (casa de Internacional),
entre los delegados de ambas selecciones  para sortear el derecho a usar el
uniforme principal. Sorteo que  ganó  México,  pero le valió madres
porque declinó graciosamente a favor de los suizos el honor de usar el suyo;
unos dicen que por caballerosidad – mira nada más... ¡MIRA NADA MÁS! -,
otros que porque a última hora los aztecas quisieron homenajear a un club de
la ciudad que tan bien los había acogido.
El caso es que, descartando a los dueños del estadio – dudo que salir con la
camiseta de  Internacional  de  Porto Alegre  ante  Suiza  hubiese resuelto el
problema –, a los mexicanos les quedaban dos opciones inmediatas: o pedirle
al prestigioso Grémio que les preste un juego completo de uniformes, o hacer
la misma petición al mucho más humilde  Esporte Clube Cruzeiro  (nada que
ver con el  Cruzeiro  más famoso, el de  Belo Horizonte). Finalmente se
decidieron por el  Cruzeiro  gaúcho por cercanía de su estadio, el  Estádio da
Montanha  en el barrio sureño de  Medianeira, con el del partido. Tal cual
hicieron: una delegación mexicana contactó formalmente a los directivos del
club fundado en 1913, les hicieron la visita y hasta departieron un rato ameno
en el  estadio del  Leão da Montanha  mientras escuchaban por radio el  partido
entre Brasil y Yugoslavia. Así fue que México jugó contra Suiza al día siguiente
con el uniforme a rayas azules y blancas de  Cruzeiro  de Porto Alegre, club
que años después agarró una aguda crisis que casi lo hace desaparecer (algún
maligno susurrará que  todo comenzó con la sal mexicana, pero nosotros no
haremos eco de tales maledicencias).
Argentina con camiseta amarilla
La albiamarilla

Cuando: en el partido ante Alemania Federal por primera fase del Mundial de
1958.
Motivo: de última hora, por similitud de casacas.
¿Cómo retornó  Argentina  a Mundiales luego de tres ediciones  y 24 años de
ausencia voluntaria? ¡Vestida con los colores de Brasil, marica! Ocurre que para
el partido debut en Suecia 1958 y en el que se  iban a
enfrentar Argentina contra Alemania Federal, ambos rivales cayeron al estadio
de Malmö con sus tradicionales uniformes (el blanco invasor prusiano uno y el
albiceleste el otro), pero el árbitro del match, el inglés  Reginald Leafe,
argumentó que los colores se prestaban a la confusión; tal vez era cegatón el
hombre. Por lo que exigió y realizó un sorteo para ver quién debía cambiar de
uniforme, y ajá, perdió Argentina.
Pero resultó que los sudamericanos no habían traído kit suplente, por lo que
les tocó pedir prestadas y usar de urgencia las playeras del IFK Malmö, viejo
pero humilde club de la ciudad (NO es el mismo Malmö que juega seguido en
Europa) en el encuentro que terminaron perdiendo por 3-1. Las crónicas no
dicen si Alemania tampoco había llevado segundo uniforme, y por ende si se
hubiese evitado el merequetengue si estos decidían usar la equipación suplente,
pero, bueno, sabemos cómo son los alemanes de obstinados cuando se meten
una idea en la cabeza... para los siguientes partidos  Argentina  retornó a su
camiseta de siempre, y con ella venció a  Irlanda del Norte  y fue culeada
contra Checoslovaquia.
Bolivia usando... bueno, un montón de cosas, menos verde
Los bolivianos (de blanco con letras) en acción frente a Yugoslavia en 1930 luciendo sus camisetas
lambonas
Cuando: en sus partidos de los mundiales de 1930 y 1950
Motivo:  Lambonería en un caso, sustitución de última hora por similitud de
casacas en otro, y uso de su uniforme de la época en 1950.
El mundial de 1994 fue para  Bolivia  no solo la primera vez que clasificó
disputando eliminatorias, sino el debut en copas del mundo de su tradicional
uniforme verde con blanco. Porque para 1930 los del Altiplano debutaron
ante Yugoslavia con la ya famosa camiseta blanca adornada con letras grandes
que componían juntas el mosaico “VIVA URUGUAY”, o “URUGAY VIVA”,
idea de algún trasnochado que quería chuparle gladiolo a los aficionados de
Montevideo. Bonito gesto que seguro impactó a los menos de 800 (!)
espectadores que asistieron al encuentro; de nada sirvió la sobada porque
perdieron 4-0. Para el segundo y último partido contra  Brasil, con ambas
selecciones ya eliminadas, los bolivianos usaron un set de color celeste que les
fue prestado por la Asociación Uruguaya de Fútbol, debido a que ambos
equipos usaban casaca de color blanco y el sorteo favoreció a los brasileños.
Tampoco les sirvió la mística charrúa porque repitieron el marcador en contra:
4-0 y a la casita.
Y la misma combinación de camiseta blanca + pantaloneta y medias negras –
pero sin letras con mensajes motivacionales – fue usada por los bolivianos en
su único partido del Mundial de 1950, en el que fueron apabullados 8-0
por Uruguay. Esta combinación era la que usaba la selección boliviana como
principal desde 1926; recién en las eliminatorias de 1958 se adoptó el color
verde como el oficial para la Bolicción. Pero confieso que tampoco de esto tenía
la más puta idea, y supongo que algunos de ustedes tampoco, así que
comparto para que nos sintamos ignorantes entre varios.
Y además...
Además de los anteriores hubo otros casos similares derivados de variopintos
motivos, que  para no hacerlos abandonar la lectura de este libro,
mencionaremos brevemente a continuación, y dice así:
Perú sin franja roja en 1930:  la selección peruana debutó en mundiales de
fútbol con un uniforme diferente al que todos le conocemos hoy: todo de
blanco, con vivos rojos pero sin la tradicional y sempiterna franja cruzada.
Este detalle recién se añadió en la camisa  que usaron los peruanos en  los
Juegos Olímpicos de 1936, y desde ahí dura hasta el sol de hoy. Como detalle,
ehh, colorido, mencionaremos que la primera vez que jugó  una selección
peruana en 1927 usó una camiseta de rayas verticales rojas y blancas,  a
lo  Paraguay, después adoptaron este diseño de 1930, luego le añadieron una
franja horizontal en el pecho y por último se decidieron por hacerla diagonal.
Chile cuando no era  La Roja: también en 1930 los colores usados por Chile
fueron distintos de los que hoy les conocemos: los tres encuentros que
disputaron en ese mundial los afrontó con camisa blanca – pantaloneta y
medias azul oscuro.
La  Oranje  de azul  en 1934 y 1938: Países Bajos jugó sus dos primeros
mundiales vestida de azul oscuro, solo llevando el naranja en las medias.
Supuestamente en 1934 el motivo fue para evitar confusión de colores con el
rojo de Suiza, pero para 1938 contra Checoslovaquia (de blanco) volvieron a
jugar de azul, así que esta versión no cuadra 100%.
Austria con la del Napoli en 1934: para el partido por el tercer puesto del
Mundial de 1934, en Napoli, Austria tuvo que jugar con la camiseta celeste del
club de la ciudad debido a su similitud con las de sus oponentes de esa tarde,
Alemania. Pasó lo mismo que se repetiría en el futuro: ambos cayeron con la
misma equipación, se hizo un sorteo y ganaron los alemanes (por eso dirá
muchos años después  Gary Lineker  su famosa frase “En el fútbol son once
contra once y siempre los malditos alemanes ganan los malditos sorteos para
decidir quién usa el maldito uniforme principal”), por lo que a los austriacos
les tocó pedir prestado de urgencia a un club local y etc, etc, etc.
Italia todo de negro en 1938:  de las pocas veces que los los italianos han
dejado de lucir su tradicional azzurra en mundiales, fue en cuartos de final de
1938 contra  Francia, cuando usaron  un uniforme todo de negro de arriba
hasta las medias, que dicen fue por orden/instrucciones de Benito Mussolini
en honor de sus temidas Camisas Negras. Quién sabe qué tan cierto es esto y
qué tanto tuvo que ver simplemente el hecho de enfrentar a la local Francia
con  colores similares... en futuras ocasiones los italianos usaron el blanco
como suplente,
Brasil de blanco hasta 1950: El uso del color blanco en la casaca de Brasil
pre 1954 ya es más que conocido, antes de ser potencia  jugaban todo de
blanco o con pantaloneta azul, y hasta en algún partido como
contra Polonia en Octavos de Final de 1938, lucieron su segunda equipación
de camiseta celeste con pantalón azul oscuro.
Colombia de azul en 1962:  antes del tropical amarillo que hoy derrocha
derrotas inesperadas por el mundo, la selección Colombia usó como titular una
casaca de color rojo desde mediados de los años 80 hasta los 90; en los 70 y
hasta mediados de los 80, la principal era la famosa camiseta zapote con una
banda tricolor diagonal (no me pregunten por qué el zapote, porque tendría
que mentirles). Y aún antes de eso, el honor futbolístico de mi país era
defendido con un set de color azul oscuro arriba y pantaloneta negra o blanca,
con la cual disputamos nuestro primer mundial y que usamos al menos hasta
las Eliminatorias de 1970. ¿Y por qué el azul? Ehhhh, esperen reviso mis
notas... (ruido apresurado de papeles...).
Argentina sin la albiceleste 2.0: uno no así digamos ¡uffff, qué hijueputa
tan anómalo! pero que ya que estamos vale la pena mencionar, fue el uniforme
que usó  Argentina  en 1962 contra  Inglaterra,  con elástica  azul oscuro y
pantaloneta negra que supongo era su equipación alternativa, usada para evitar
confusiones con el blanco de su rival. O sea que a la famosa combinación
usada en México 86 contra Uruguay e Inglaterra, la primerearon en 1962. Ah,
contra Alemania Oriental en 1974 también lucieron el mismo diseño.
Los oscuros son de Argen na, los blancos los ingleses. Me refiero a las camisetas.

Inglaterra toda de celeste en 1970: los del imperio en decadencia usaron tres


uniformes diferentes en el mundial de México 70: sus dos primeros partidos
(ante Rumania y Brasil) los disputaron con su blanco tradicional; el último de
primera fase ante Checoslovaquia con un curioso full celeste, y el de Cuartos
de Final que perdieron contra  Alemania Federal  lucieron el más tradicional
rojo con blanco. El colado es el celeste: los televidentes en Inglaterra se
quejaron mucho porque en blanco y negro no se distinguía un carajo quién era
quién, y algunas versiones apuntan a que incluso eso mismo pasó en la cancha
debido al brillante sol de Guadalajara, y que por eso resultó en un partido más
feo que unas ganas de cagar fuera de tu casa. El asunto es que para Cuartos de
Final, los ingleses vistieron  el conocido camisa roja – pantaloneta blanca,
puede que por el tema de la televisión, puede que por cábala recordando la
final de 1966. Igual perdieron 3-2 y Brexit.
Y alguna otra que seguro se nos pasa.
No se nota, pero los mexicanos en 1930 lucían muy orgullosos el granate...

... pero en 1970, en la derrota en Cuartos de Final contra Italia en Toluca sí se nota mucho mejor
Hoy el Estadio da Montanha, de Cruzeiro es un cementerio. No “cementerio” como “no tenés
aguante pirobo“, sino literalmente: el club lo vendió a la municipalidad para que esta construyera
uno. Parte de la tribuna del viejo estadio aún se conserva en el lugar.

Un boliviano usando la celeste contra Brasil (el blanquito de la derecha) en 1930


Y otra vez en 1950 Bolivia de blanco, contra Uruguay ante una enfervorizada mul tud en Belo
Horizonte

La selección peruana en 1930


El capitán austriaco (derecha) observa el sorteo de campo vs Alemania en 1938 enfundado en la
celeste napolitana

La selección Colombia en 1962. El color fue añadido en la foto pero juro que es de verdá
El inglés Peters de celeste enfrentando a los checoslovacos en 1970
Todo pasa, los estadios también: reseña de escenarios hoy desaparecidos en donde
se jugaron partidos de mundiales

Publicado originalmente el 13 de Diciembre de 2016, por YoSoyElCarlos

¿Alguna vez se ha preguntado si todos los estadios en los que se han jugado partidos de
mundiales de fútbol  siguen en pie? Nosotros tampoco, pero igual nos animamos a
averiguarlo. 

Este monumento señala el punto exacto en el que estaba el arco en el que se convir ó el primer gol
de los Mundiales, en el desaparecido Estadio de Pocitos, hoy deglu do por el crecimiento urbano

Posiblemente diga “¡No lo puedo creer… te odio, maldito capitalismo!“, o


simplemente le valga bastante verga, pero quisiera hacerles de su conocimiento
que son varios los estadios en en los que se han jugado partidos de mundiales
de fútbol, y hoy solo existen en los libros de historia. Romántico que es uno, se
pensaría que esos estadios se preservarían por siempre para la posteridad por
su valor histórico, pero  no: muchos, incluso algunos  que albergaron partidos
míticos de toda la historia de mundiales, fueron  demolidos por razones
diversas. ¿Cuáles son? Pillemos aquí:
Estadio de Los Pocitos, Montevideo (1930)
Así se veía el estadio de Pocitos en una fotogra a aérea de la época

Año de inauguración: 1921.


Año de clausura: 1940.
Partidos jugados por mundiales: dos del Grupo A en 1930.
El primero de este recuento  es el más pequeño de la lista, pero el que más
carga de historia tiene. El de Los Pocitos fue uno de los dos estadios en los
que se disputaron los primeros partidos de todos los mundiales – en
simultáneo se jugó el Bélgica vs Estados Unidos en el Parque Central -, con el
plus que, además, fue donde se anotó el primer gol de Copas del Mundo, por
parte del francés Lucien Laurent ante México. Muy probablemente no hubiese
sido usado para el Mundial de 1930 si no fuera por el hecho que el
estadio  Centenario, construido para el Mundial,  no estuviese aún habilitado
para la fecha de inicio del torneo; la organización decidió entonces usar este
pequeño estadio (capacidad  de 10,000 espectadores) propiedad
de Peñarol para los juegos Francia vs México y Rumania vs Perú de primera
fase.
El estadio tomó su nombre del barrio homónimo, que a su vez fue llamado así
por la costumbre de las lavanderas que en el siglo XIX hacían pequeños pozos
junto a un arroyo que pasaba (¿pasa?) por el lugar. Con la completa
finalización de las obras del Centenario, el club aurinegro decidió usar
este para sus encuentros de local a partir de 1933. Con ello el pequeño estadio
de Pocitos quedó en desuso; fue abandonado, y sobre su cancha gradualmente
se extendieron calles existentes, producto del natural crecimiento de la
ciudad.  Para finales de la década del 40 ya no existía ni sombra de dónde
estaba el estadio: las tribunas habían sido demolidas, y encima de estas y la
cancha ya existían construcciones residenciales, Resumo: una reliquia histórica
del fútbol mundial fue simplemente abandonada y barrida, para que se
construyeran casas y edificios de apartamentos para familias de clase media –
alta. El progreso.
Tengamos en cuenta que por esos días no había mucha conciencia de
preservación urbanística, pero igual no deja de ser insólito que se haya perdido
así como así un estadio con tanta historia encima. Al menos hoy se sabe dónde
quedaba el estadio: en 2002 un arquitecto llamado Héctor  Benech ubicó, con
ayuda de viejas fotografías aéreas y planos, no solo la localización exacta del
centro del campo sino la de la portería donde Laurent marcó su histórico gol:
en ambos puntos se colocaron monumentos conmemorativos que recuerdan,
no solo los inicios de las copas del mundo,  sino que México tiene records
negativos desde el mismo principio de los tiempos.
Stadio del Partito Nazionale Fasc*sta, Roma (1934)

Año de inauguración: 1911, reinaugurado en 1928


Año de clausura / desaparición: 1957
Partidos jugados por mundiales:  tres, incluyendo la final del Mundial de
1934.
Con ese nombrecito, bien muerto está el estadio ese. Fue construido en 1911,
pero, debido a problemas estructurales,  tuvo que ser reconstruido y
reinaugurado oficialmente como coliseo multideportivo en 1928, en plena
época de la dictadura fascista en Italia, lo que explica el infame nombre que le
zamparon. Desde su reinauguración fue  sede habitual  de la selección italiana
(Lazio también lo comenzó a usar para sus encuentros de local), y como tal,
vio el debut de la Azzurra en mundiales con un 7-1 a Estados Unidos.
En esta cancha se jugaron dos partidos más: la semifinal
entre  Checoslovaquia  y  Alemania  y la final entre los locales y
checoslovacos que terminó con el primer título mundial para Italia. Al parecer
tenía problemas de visibilidad y de acceso que llevaron a que, apenas
inaugurado el Estadio Olímpico en 1953, tanto Lazio como Roma dejaron de
usarlo. Cuatro años más tarde fue demolido para construir en su lugar el
estadio Flaminio, con capacidad de 30,000 tifosi, que aún existe y que ha sido
usado ocasionalmente para encuentros de fútbol y rugby.
Stadio Littorio, Trieste (1934)

Año de inauguración: 1932


Año de clausura / desaparición: oficialmente no ha sido clausurado, pero ya
no se usa para encuentros oficiales.
Partidos jugados por mundiales: uno.
La soberanía sobre la ciudad de Trieste fue un temita sensible para los políticos
e italianos de a pie durante sus primeros años de existencia como estado, a
finales del Siglo XIX y principios del XX. Pasa que la ciudad  localizada al
Norte y Este de la península itálica, a orillas del Adriático y limítrofe
con Eslovenia, nunca dejó de ser cultural y étnicamente italiana incluso desde
los tiempos de los romanos, cosa que al  imperio austriaco (después austro-
húngaro) le importaba  un carajo desde 1382 que tenían posesión sobre el
lugar. Después de la Primera Guerra Mundial, y con la derrota y disolución del
imperio austrohúngaro, el puerto pasó a manos italianas, y enseguida se inició
un proceso de italianización que bajo el gobierno fascista rozó los límites de
“limpieza étnica” (se expulsaron a todos los alemanes y eslavos del sitio), por
lo que supongo que el incluirla como sede de un partido del Mundial de 1934
fue un acto encaminado a reafirmar la soberanía sobre la ciudad.
Así fue que se jugó en el pequeño  Stadio Littorio  de Trieste el  partido por
Octavos de Final entre Rumania y Checoslovaquia, y no fue usado más en el
torneo. A partir de allí siguió siendo utilizado por el equipo local pero con
cambio de nombre: en 1943 fue rebautizado como  Stadio
Comunale (coloquialmente lo llamaban dizque Stadio Valmaura por el lugar en
el que estaba asentado) y desde 1967 se rebautizó al nombre que aún
conserva: Stadio Giuseppe Grezar, en honor de un futbolista que murió en la
Tragedia de Superga. Sí, aún existe, pero desde 1992 que se inauguró el
estadio Nereo Rocco, se dejó de utilizar para partidos de fútbol: hoy en día es
usado como campo de entrenamiento del Unione Trestina, para competencias
de atletismo o para algún concierto.
Stadio Giorgio Ascarelli, Nápoles (1934)

El Ascarelli ya reformado para el Mundial de 1934

Año de inauguración: 1930


Año de clausura / desaparición: 1942
Partidos jugados por mundiales: dos
El napolitano Giorgio Ascarelli vivió más cosas en su corta vida que todos los
fracasados que estamos leyendo este artículo en estos momentos. Nacido en
1894 en una familia acomodada de empresarios textiles, no se contentó con
vivir de las rentas como haría cualquier hombre de bien, sino que se metió
desde muy joven en el negocio de su familia. A los 30 años ya era un
reconocido industrial por su propia cuenta, además de mecenas del arte y
deportes, tanto que fue uno de los fundadores del  SS Napoli  en 1926, su
primer presidente y el gestor de la inclusión de los equipos del sur en un
campeonato nacional (que inició a partir de 1929: la famosa  Serie A). Para
rematar, el signore Ascarelli financió casi en su totalidad la construcción de un
estadio para la ciudad, con capacidad de 20,000 tifosi, ubicado en un terreno
donado por él (!). Un bárbaro el tipo. El estadio fue inaugurado con el nombre
de Stadio Vesuvio en 1930 pero después de la prematura muerte del industrial
ese mismo año, fue rebautizado a  Stadio Giorgio Ascarelli  o
simplemente Stadio Ascarelli.
Para el Mundial de 1934 el estadio fue  reconstruido (las tribunas de madera
fueron reemplazadas por otras de concreto) y ampliado; y con ese nombre fue
sede de dos encuentros del mundial de 1934: Hungría – Egipto de Octavos de
Final y Alemania – Austria por el tercer puesto. Ahora, según otras fuentes, el
estadio fue renombrado  como  Stadio Partenopeo  antes del Mundial; lo que
contradice la versión de la FIFA. Lo que sí parece ser cierto es que el cambio
de nombre sí se realizó a mediados de los años 30, y fue motivado por los
orígenes del homenajeado: ah, sí, resulta que don Giorgio Ascarelli era judío, y
a las autoridades fascistas, bueno, no iban a homenajear a uno... El caso es que
con el nombre de  Partenopeo,  el estadio continuó siendo la sede
del Napoli hasta que dejó de utilizarse en 1942 por motivos de fuerza mayor:
los aviones aliados lo hicieron mierda durante la guerra.  Hoy no queda ni
rastro del estadio: lo único que permanece de él es que ese sector de la ciudad,
hoy de edificios comunales de clase media-baja, es conocido coloquialmente
como “Distrito Ascarelli”.
Stade Victor-Boucquey, Lille (1938)
Año de inauguración: 1902
Año de clausura / desaparición: 1975
Partidos jugados por mundiales: uno.
El  Stade de l’avenue de Dunkerque  se construyó en 1902 en la  ciudad
de Lille, en el Norte de Francia, al ladito mismo del río Deûle (que atraviesa la
ciudad). Años después se le cambió el nombre a  Stade  Victor Boucquey  en
honor a... ehhh, dénme un rato y les digo quién... Con ese nombre, el coqueto
estadio albergó un partido no más del Mundial de 1938: el de Cuartos de Final
entre Hungría y Suiza, que ganaron los magyares.
El escenario sobrevivió la Segunda Guerra Mundial, pero por poquito: en 1946
se derrumbó el techo de unas tribunas, debido al peso ocasionado por unos
afiebrados que se subieron hasta allá para ver mejor un clásico regional.
Después de ese incidente el estadio se reformó y rebautizó, pero su tamaño y
ubicación cerca del río de la ciudad lo fueron haciendo más obsoleto con los
años; en 1975 fue clausurado y demolido, y de él tampoco quedan, que yo
sepa, señales de su existencia.
Estádio dos Eucaliptos, Porto Alegre (1950)
Una imagen an gua del Estádio dos Eucaliptos: ahí te das cuenta del por qué del nombre

Año de inauguración: 1931


Año de clausura / desaparición: 1969.
Partidos jugados por mundiales: dos.
En el texto anterior mencionamos la vez que México usó la camisa de un club
llamado Cruzeiro de Porto Alegre, para su partido contra Suiza por la primera
fase del Mundial de 1950. Bueno, ese encuentro fue precisamente en el Estádio
dos Eucaliptos, propiedad de Internacional, llamado así por los eucaliptos que
rodeaban el estadio, y que habían sido traídos del campo  y sembrados años
atrás por un presidente del club. El escenario fue rebautizado como  Ildo
Meneghetti - en honor a otro presidente del equipo -, pero el pueblo que es el
que sabe, siempre lo conoció con su nombre original. Fue sede de dos partidos
del Mundial de 1950, el mencionado arriba y el que enfrentó a mexicanos y
yugoslavos cuatro días antes, que terminó 4-1 a favor de los balcánicos.
El estadio fue sede de los partidos del Inter hasta la apertura del Beira Rio en
1969, a partir de entonces el viejo coliseo fue clausurado y prácticamente
abandonado. Su último partido oficial fue todo un acontecimiento: contra
el  Sport Club Rio Grande  por el Campeonato Gaúcho, en el que el viejo
ídolo Tesourinha, con 48 años, entró al final y disputó algunos minutinhos; no
marcó gol pero le alcanzó para llevarse de recuerdo una red del arco.
El vetusto estadio continuó casi como una reliquia sin uso ni mantenimiento,
hasta que en 2010 las directivas del club lo vendieron a una constructora local,
que lo derribó sin ningún asco – debían ser torcedores de Grémio – para hacer
un conjunto residencial. Hoy en día en el sitio, ubicado en el barrio  Menino
Deus, solo quedan unas placas conmemorativas en recuerdo del viejo coliseo,
testigo de glorias pasadas del club y echado abajo para ganarse un billete
adicional.
Roker Park, Sunderland (1966)

Fecha de inauguración: 10 de septiembre de 1898


Fecha de clausura / demolición: 1997
Partidos disputados: cuatro del Mundial de 1966.
El más antiguo de los reseñados y uno de los más icónicos, se construyó en
unos terrenos comprados por el club a un señor local, que exigió como parte
del acuerdo que los compradores tenían que construir una casa en cercanías
del campo de juego. No sabemos qué pasó con la casa, pero el
estadio, que tomó el nombre del lugar en el que fue construido ahí no más de
la costa del Mar del Norte, se hizo y se mantuvo por casi un siglo como casa
del Sunderland. La afición en el Roker Park era conocida por su aspereza: en
1903 el club tuvo que terminar la temporada jugando en la cancha del
archirrival  Newcastle  debido a una sanción por mal comportamiento del
público, y en 1909 los desórdenes que siguieron al sobrecupo del escenario en
un derby contra Las Urracas terminó en el apuñalamiento de un caballo de la
policía (!). No fue la única desgracia para los animales de la policía que ocurrió
en dicho campo: en la Segunda Guerra Mundial una bomba cayó en el estadio
y mató a un agente.
El Roker Park fue una de las sedes del Mundial de 1966: albergó los
encuentros de primera ronda entre  Italia – Chile  (2-0) y dos
de  URSS  ante  Italia  (1-0) y  Chile  (2-1), y el de cuartos de final entre los
soviéticos y húngaros (2-1).  Diversas modificaciones hechas a través de los
años, llevaron al Roker Park a tener una capacidad hasta de 60,000
espectadores – no todos sentados -, pero las exigencias en seguridad de la FA
en los años 80 y 90 obligaron al club a modificar las tribunas y su aforo se
redujo a 22,500 hinchas. Así que fue inevitable que el club se planteara primero
ampliar el estadio, y después la solución más práctica de hacer uno nuevo, lo
que culminó en la construcción y apertura del más moderno y amplio Stadium
of Light  en 1997. La vieja cancha fue entonces demolida y en su lugar se
construyó – como cosa rara – un complejo de edificios. Para atenuar un poco
la nostalgia de la afición, las calles recién construidas se bautizaron con
nombres pintorescos como  Goalmouth  (boca de gol)  Close, Midfield Drive,
Turnstile (torniquete) Mews, Roker Park Close y Promotion Close, esta última seguro
que traerá nefastos recuerdos a algunos hinchas de rojo en otras partes del
globo.
Wembley Stadium, Londres (1966)

El viejo Wembley con sus emblemá cas torres

Fecha de inauguración: 28 de Abril de 1923


Fecha de clausura / demolición: 2003
Partidos disputados:  nueve, cinco de primera fase, el del tercer puesto y
todos los de Inglaterra en cuartos, semifinal y final.
El mítico  Wembley  se construyó en terrenos en donde estuvo la
fallida  Watkins Tower,  una especie de  contraparte británica a la Torre Eiffel
que se comenzó a construir en 1891, pero se abandonó y nunca fue terminada
– ahhh, esas cosas también pasan por allá. Probablemente para hacer uso útil
del sitio  y de paso para borrar esa cagadita,  en  1922 se inició encima la
construcción de un estadio multideportivo, planeado especialmente para ser
utilizado en un evento de exhibición de las maravillas del imperio británico
llamada “British Empire Exhibition” a realizar en 1924.  El objetivo de los
constructores era tener un “gran campo deportivo nacional” que sirviera para
mostrarle al mundo la monumental verga que tenía el Imperio, y que además
sirviera para albergar eventos deportivos.
La construcción fue tan eficiente que el campo – llamado inicialmente y con
poca imaginación British Empire Exhibition Stadium – se terminó y entregó
casi un año antes de lo requerido, con lo cual se aprovechó para inaugurarlo
con la posteriormente famosa  “White Horse Final”  (“Final del Caballo
Blanco”). Desde allí fue usado casi sin interrupción para la final de la FA Cup
hasta 2000, convirtiéndose en un símbolo del fútbol de Inglaterra a pesar de
no ser un campo de fútbol típicamente inglés. ¿Y por qué no?: por detalles
como la forma curva de las tribunas de detrás de los arcos y la
“horizontalidad” de las mismas, entre otros, que no son  comunes en las
canchas británicas. 
Pensando en la tan mentada exhibición, es que se levantaron las dos torres de
38 metros que adornaban la entrada al coliseo, y que originalmente iban a ser
demolidas después del evento. Finalmente se dejaron intactas y terminaron
siendo el emblema del estadio. Con el tiempo, el pueblo soberano se aburrió
de mentar ese nombre tan largo y lo conoció simplemente como  “Empire
Stadium”,  hasta que después  adoptó el nombre con el que lo conocemos,
tomado del distrito – Wembley Park – en el que se encuentra ubicado.
¿Hablamos de historia? Este estadio las tenía por toneladas: montones
de  finales de la FA Cup, finales europeas de clubes y selecciones, partidos
épicos de todo tipo. Ah, y el Mundial de 1966, el único torneo en el que una
selección inglesa ganó alguna cosa importante, y en el que los locales
disputaron todos sus partidos: nada más con esa credencial tan anti-sal, las
energías del universo debían conspirar para no derribar un escenario así. A las
autoridades inglesas les importó un carajo, y decidieron bajarse el viejo y
venerable Wembley para construir uno más nuevo encima. Lo malo es que
incluyeron en la demolición a las emblemáticas torres, a pesar de las
numerosas protestas del público y de sociedades de conservación.
Como dato inútil adicional – había que tirar uno a diferencia de toda la MUY
relevante  información aquí reseñada –, menciono que  una leyenda urbana
londinense afirmaba que en la construcción del Wembley se enterró una
locomotora de vapor, que no se sabe cómo gran putas cayó dentro del foso en
el que estaban construyendo la obra. De dónde salió el cuento, no sé, pero
durante la demolición y construcción del nuevo Wembley no se encontró nada
de esto: lo que sí encontraron fueron las bases de la fallida torre Watkins.
Parkstadion, Gelsenlkirchen (1974) [aclaración: la primera palabra es el nombre
del estadio, la segunda es la ciudad]

Fecha de inauguración: 4 de agosto de 1973


Fecha de clausura / demolición:  no oficialmente, pero se dejó de usar en
2008
Partidos disputados: cinco del Mundial de 1974, dos de la primera fase y tres
de la segunda.
Gelsenkirchen es una próspera ciudad situada en el corazón de la cuenca del
Ruhr, que entre otras cosas es el hogar del histórico Schalke 04. El club jugó
como local en un pequeño estadio llamado Glückauf-Kampfbahn (¿eh?) hasta
1973, año en el cual se inaugura el  Parkstadion,  con capacidad para 62,000
espectadores y construido especialmente para la copa mundial del siguiente
año. Y en este magno evento, el Parkstadion albergó cinco partidos, entre ellos
los emblemáticos 9-0 de  Yugoslavia  a  Zaire  y el 4-0 de  Países
Bajos a Argentina. 
El Parkstadion fue utilizado por el Schalke 04 para sus juegos de local hasta la
inauguración del más moderno Veltins Arena en 2001; después de allí se usó
ocasionalmente hasta que se clausuró para eventos deportivos  en 2008. Hoy
está parcialmente demolido.
San Mamés, Bilbao (1982)

Fecha de inauguración: 21 de Agosto de 1913


Fecha de clausura / demolición: 2013
Partidos disputados:  tres, todos los de Inglaterra en la Primera Fase de
España 82, contra Francia, Checoslovaquia y Kuwait.
Mamés  (259 -275) fue un muchacho cristiano nacido en la ciudad romana
de Cesarea (hoy Kayseri, en Turquía), que tuvo en su corta vida más desgracias
que el Cúcuta Deportivo. Comenzando por el qué culo de nombre malparido
que le zamparon, y siguiendo con el hecho que nació en prisión durante el
encarcelamiento de sus padres Teodoro y Rufina (el fetiche con los nombres
horribles venía de familia, parece), encanados por el atroz delito de ser
cristianos. Doña Teodora murió en el parto, y el viejo no duró mucho más en
este mundo, así que el pobre  Mamés  fue adoptado y criado por
una vieja llamada Patricia Noble Román, que... eh, perdón, leí mal por estar de
afán. Corrijo: fue adoptado por una noble patricia romana, que lo acogió desde
muy pequeño quién sabe para qué fines nefandos (todos sabemos cómo eran
de degenerados los romanos...), los cuales fueron seguramente frustrados
cuando la señora murió a los 15 años de edad de Mamés, dejándolo de paso
heredero de sus posesiones.
Muy probablemente con la excusa de su condición de crishianu, pero más con
la intención de agarrar sus riquezas recién heredadas, el joven fue encarcelado
y torturado por el gobernador de Capadocia, el cual lo conminó a renegar de
su fe. Posiblemente Mamés le respondió con algún juego de palabras con su
propio nombre que el gobernador no supo apreciar, y por esto fue condenado
a actuar en el circo y no precisamente de payaso: lo mandaron a la arena para
ser devorado por los leones.  Pero oh, milagro divino, las fieras  se negaron a
comérselo, por lo cual el impaciente gobernador autorizó a saltarse  el
conducto regular y  ordenó incrustarle a Mamés un tridente en el abdomen.
Años después Mamés fue declarado santo y mártir por la primitiva iglesia
cristiana, ansiosa de marketing para la causa. Para terminar el cuento, diremos
que hemos tratado de averiguar quién es el dueño hoy de las propiedades que
tenía Mamés en la actual Kayseri, pero la pista se perdió en un intermediario
asociado a un representante por el uribismo en el Cesar, y preferimos dejarla
ahí.
¿Y qué putas tiene que ver Mamés con el Athletic Club de Bilbao? Puesh nada,
que la casa del club bilbaíno se construyó en cercanías a una ermita y/o asilo
dedicados a este santo, de la cual se tomó el nombre para bautizarlo. Al
estadio, digo. Y del que incluso probablemente (no está confirmado) se derivó
el apodo de “Leones” que se le da a los jugadores del Athletic, por la historia
del santo con los felinos en el circo, ¿si pilla? Si fue por eso, opino que muy
mal puesto el apodo: se supone que los leones del mito no fueron unas bestias
salvajes que arrasaron todo sino unos mansos, amargos y cagones... para eso
mejor el Athletic hubiese sido conocido como “Los Tridentes Asesinos” o
algo así. Pero ajá, no vamos a pedir mucho rigor histórico entre la afición.
Retomemos: el mítico San Mamés, sede de tanta gloria y gestas, fue construído
e inaugurado en 1913 con un partido entre el Athletic y Racing de Irún, que
terminó 2-1 en favor de los locales. El primer gol del partido y por ende de la
historia del  campo fue obra del mítico Rafael Moreno Aranzadi,
alias  Pitxitxi  (léase  “Pichichi”),  el primer ídem del fútbol español, Pitxitxi
fue uno de los mejores delanteros de la época y goleador frecuente en la Copa
española y el campeonato vasco (por esos días no existía el torneo nacional).
Se retiró jovencito, a los 29 años, dizque porque quería convertirse en árbitro
de fútbol (!)... menos mal que murió ese mismo año y se evitó esa vergüenza.
En su honor es que se denomina al  trofeo que el diario Marca entrega al
goleador de la liga cada temporada, y por extensión algunos lo usan  para
denominar al goleador de la liga de un país, aunque no suena muy elegante
decir por ejemplo “...este año el Pichichi de la liga guatemalteca es Maynor
Quesadilla”.
El  San Mamés  fue  remodelado varias veces a lo largo de su
existencia, ampliando su capacidad desde los 3,500 espectadores de sus inicios,
a 9,500 en los años 20, y luego hasta a 47,000 en 1952. Este último año fue en
el que se construyó la tribuna central coronada por  el emblemático arco de
encima de la tribuna (pille la foto). El arco nació como necesidad
arquitectónica, y terminó siendo un símbolo del club. Total que desde
el  primer torneo de liga española, el San Mamés fue sin falta la casa del
Athletic, convirtiéndose de hecho hasta 2013 en el  único estadio del fútbol
español que acogió todas las temporadas de Primera División. Así que lo
lógico era que fuera tenido en cuenta para el Mundial de España de 1982;
junto con el José Zorrilla de Valladolid fue sede del grupo D de ese Mundial.
Y no se si fue el recuerdo de  Pitxitxi, la mística del viejo coliseo o que los
defensores entraron dormidos, pero el asunto es que apenitas a los 27
segundos de ser sede mundialista, ya el San Mamés vio parir un gol, por parte
de Brian Robson contra Francia.
Luego  hubo tres goles más para el 3-1 final a favor de los ingleses, que
también jugaron en este estadio contra  Checoslovaquia  (2-0) y  Kuwait  (1-0).
Después del mundial  San Mamés  continuó siendo sede del  Athletic, lo vio
campeonar en Liga dos veces más, fue testigo tanto de épocas de
felitxidad  como de tiempos de gonorrea... y así,  incólume e inamovible como
parte integral del club y de la ciudad. Pero con el paso del tiempo se planteó la
necesidad de construir un estadio más amplio, seguro (el detalle complicado
con las canchas antiguas) y adecuado para los espectadores. Así que después de
algunas demoras ocasionadas por la crisis de 2008-2009, se comenzó la
construcción del nuevo  San Mamés,  al ladito no más del viejo, que fue
finalmente demolido en 2013 Ah, el emblemático arco no fue demolido:
se trasladó íntegro a la cancha del filial en Lezama.
Sarriá, Barcelona (1982)

Fecha de inauguración: 18 de febrero de 1923


Fecha de clausura / demolición: 20 de septiembre de 1997
Partidos disputados: tres de la segunda fase del Mundial de 1982.
A diferencia de la tranquila y transicionada demolición del  San Mamés, la
desaparición del Sarriá sí fue traumática para los aficionados del RCD Español.
El club fundado en 1900 en Barcelona, usó hasta seis campos distintos como
sede antes de establecerse en el estadio construido sobre unos terrenos
ubicados cerca a la antigua carretera de  Sarriá, en el barrio del mismo
nombre.  Y desde su nacimiento, el  Sarriá  tuvo una vida más jodida que el
santo Mamés: el club quería levantar un campo de fútbol  moderno y amplio
(tenían pensado albergar a 40,000 personas) que rivalizara con el del recién
inaugurado Camp de Les Corts del FC Barcelona, y para ello encomendó los
trabajos a una prestigiosa firma constructora; pero estos quebraron y con ellos
se fue parte del billete que había adelantado el Español para las obras. Así que
el nuevo  campo de juego, llamado oficialmente “Estadio de la Carretera de
Sarriá” (!) se inauguró en 1923 a medio hacer y con capacidad para solo 10,000
gentes. Total que para terminar de financiar las obras, el club Periquito tuvo que
partirse el culo, recaudar fondos en  una gira por Europa y América y
finalmente, unos años después, vender a su figurón, el famoso  Ricardo “El
Divino” Zamora al Real Madrid.
Ya finalizado el estadio fue la sede de Los Periquitos para sus partidos oficiales, y
en él vivió toda su esforzada y trajinada historia, siempre viéndole las placas y
comiendo polvo de su vecino rico, famoso y extravagante, pero con una
hinchada que nunca, a pesar de todo, dejó de existir. Algunas alegrías vivió el
Sarriá, obvio, como dos copas del Rey (1929 y 1940) y una efímera: la ida de la
final de la Copa de la UEFA de 1988. Ese equipo de  Thomas N´Kono
y “Pichi” Alonso, dirigido por Javier Clemente, clasificó al torneo europeo al
quedar tercero en la liga anterior, y contra todo pronóstico llegaron a la final
luego de bajarse entre otros a  Borussia Mönchengladbach, Milan,
Inter  y  Brujas. En la ida (por esos tiempos la final no se jugaba a partido
único)  le ganaron 3-0 a un  Bayer Leverkusen  más cagado que  selección
colombiana jugando contra Brasil. Tan categórico fue el marcador y tan
autoritario se vio el club blanquiazul, que se daba casi cantado el título en la
vuelta. Y no: les empataron y terminaron perdiendo por penales.
Bueno, pero estamos hablando del Sarriá en este texto porque fue sede de tres
partidos del Mundial de 1982: los del triangular de segunda fase entre Brasil,
Argentina e Italia. Es decir: el pequeño Sarriá fue testigo de hechos
memorables como la doble culeada a  Argentina  en esa fase, del único gol
de  Ramón Díaz  en mundiales de mayores, de la expulsión
de  Maradona  finalizando el partido, de la derrota dolorosa de uno de los
equipos más espectaculares de todos los tiempos ante una Italia a la que la
salvó la inesperada – y efímera - resucitada de Paolo Rossi (hasta ese partido
totalmente cuestionado por la prensa italiana).  Diez años después, el Sarriá
sería sede también de tres partidos del torneo de fútbol de los Juegos
Olímpicos de Barcelona.
Qué historia tan bonita, pero para 1997 esos días parecían más lejanos que los
títulos internacionales para el DIM: el RCD Español estaba hecho mierda
económicamente y ahogado de deudas. Así que la directiva tomó la dolorosa
decisión de vender los terrenos a una firma inmobiliaria, para hacer algo
menos insolvente la situación del club. El 21 de junio de 1997 se jugaría el
último partido en el viejo Sarriá con victoria del local por 3-2 ante el Valencia,
siendo el defensor Iván Campo el último jugador que anotó en esta cancha.
En septiembre de ese mismo año se hizo efectiva la demolición del viejo
coliseo para dolor de la hinchada Periquita, parte de la cual estaba convencida
que detrás de todo el asunto  habían temas políticos de por medio;
como dice por ejemplo una página partidaria:
El Sarria no se vendió por dinero, se vendió  para cumplir lo que
quería la Generalitat y el ayuntamiento que no era otra cosa que sacarnos
de la parte alta de Barcelona  (...)  Sarriá se vendió  por un tema
político que fue disfrazado con éxito por una deuda.
Teoría que no es muy absurda, considerando que el barrio de Sarriá siempre ha
sido un sector muy cotizado, y cuyo valor por metro cuadrado es uno de los
más costosos no solo en Barcelona sino en España. La presencia de un estadio
de fútbol en medio, no era no solo indeseada sino que sus terrenos se
convertirían en un bien muy valioso para el ayuntamiento. Bueno, lo cierto es
que el Sarriá se demolió y a partir de allí el Español duró 12 años exiliado en
un Olímpico de Montjuich al que nunca le agarraron el gusto, porque quedaba
en la loma del ort  y por su tamaño exagerado para la hinchada Periquita
(literalmente nunca llenaban las tribunas). El destierro acabó en 2009 con la
apertura del Estadio Cornellà-El Prat, ya propiedad del club, pero lo del Sarriá
aún le duele a los hinchas que lo vivieron.
Otros escenarios mundialistas que ya hoy nos acompañan desde  el
Cielo de los Estadios
Faltan varios más por mencionar, y como somos conscientes del valor del
tiempo y el aporte al progreso de la humanidad que hace cada uno de
ustedes,  mencionaremos más brevemente los otros estadios que albergaron
partidos mundialistas y que ya no nos acompañan más (minuto de silencio):
● El Stade de Chamilles (Ginebra, 1954) fue sede de cuatro partidos
del Mundial de Suiza 1954: Brasil -. México, Francia – México (no es
por nada, pero haciendo cuentas los mexicanos son bastante letales
para los estadios), Turquía – Corea del Sur y Alemania – Yugoslavia.
El estadio fue abierto en 1930, cerrado en 2007 y demolido en 2011,
luego de la construcción del moderno y más amplio Stade de Géneve.
Hoy en día en el sitio hay un parque público.
● Como se ve, los suizos no sienten nada de asco en derribar símbolos
históricos deportivos: el mítico Wankdorf Stadion de Berna, sede de
cinco partidos del Mundial de 1954 - entre ellos la legendaria final
entre húngaros y alemanes –, además de la final
entre Benfica y Barcelona por la Copa Europea de 1961, fue demolido
en 2001 para construir encima el moderno Stade de Suisse.
● Tampoco los suecos tuvieron escrúpulos ni sentimientos en bajarse en
2013 al estadio Råsunda  de  Estocolmo  (en realidad de  Solna, en el
área metropolitana de la ciudad), sede de siete (!) partidos del Mundial
de 1958, entre ellos dos del asesino de estadios México, y los icónicos
juegos de Brasil por la semifinal ante Francia y la final ante Suecia. Lo
que  hay hoy en el lugar  no tengo la más puta idea, pero parece que
van a construir un bloque de apartamentos.
● El White City Stadium  de  Londres  (1966) fue construído para los
Juegos Olímpicos de 1908. Durante su tiempo de vida  fue usado
mucho más para rugby, atletismo, boxeo, carreras de galgos (en serio)
y hasta automovilismo que para fútbol. De hecho albergó un único
partido mundialista (entre  Uruguay  y  Francia  por la primera fase de
1966) por mera casualidad: el encuentro no pudo ser disputado en
el Wembley, debido a que para ese día se tenía programado con mucha
anticipación otro evento en ese estadio. En 1985 fue derribado y
convertido en una sede para la BBC.
● El Ayresome Park de Middlesbrough sí estaba dedicado totalmente
al fútbol, siendo la casa del club homónimo de la ciudad desde 1903,
Fue sede de tres partidos del Mundial de 1966, casualmente los tres
de  Corea del Norte: contra  Unión Soviética  (0-3),  Chile  (1-1) y la
histórica y sorpresiva victoria por la mínima ante  Italia. Se cerró en
1995 al inaugurarse el Riverside Stadium y fue demolido en 1997 para
construirse una urbanización.
● El Estadio  Carlos Tartiere  donde juega hoy el  Oviedo  no es el
mismo en el que se jugaron tres partidos del Grupo B del Mundial de
1982 (Chile – Austria, Argelia – Austria, Argelia – Chile). El original
fue demolido en 2003 y en su lugar se construyó el  Palacio de
Congresos de la ciudad. El nuevo estadio, localizado unos 800 m del
viejo, heredó el nombre del original.
● El Volkpartstadion  de  Hamburgo  se usó para varios partidos de
primera fase del Mundial de 1974. Fue demolido y reemplazado por
el Imtech Arena en 2000, construído encima del viejo.
● El Sete de Setembro  de  Belo Horizonte  que en 1950 vio tres
partidos de primera fase del mundial, entre ellos el histórico 1-0
de  Estados Unidos  a  Inglaterra,  tampoco está entre nosotros. El
estadio se levantó exclusivamente para el Mundial de Brasil y
pertenecía al estado de Minas Geráis, hasta que en 1965 pasó al hoy
extinto club Sete de Septembro. En 2010 el campo fue demolido para
hacer encima el más moderno  Estádio Independência, que hasta el
momento de escribir este texto, no ha sido demolido...
● Y  por último mencionaremos al  Pontiac Silverdome  de Detroit y
al  Foxboro Stadium  de Boston, sede de cuatro y seis partidos
respectivamente en el Mundial de 1994 (en el de Boston fue el partido
del día de “la cortada de piernas” de Maradona ante  Nigeria). El
primero se cerró en 2006 y fue abandonado, el segundo fue demolido
para ser construído encima el Gillette Stadium.
Y hasta aquí llegué: es posible que haya más que se me hayan pasado
(coreanos y japoneses deben derribar estadios cada dos años, supongo), ahí
quedan para aporte del respetable.
Ubicación de la cancha de Pocitos en el Montevideo de hoy

El Partenopeo de Napoli hecho mierda por las bombas aliadas en 1942


El Estádio dos Eucaliptos ya en desuso, poco antes de ser demolido. Se alcanzan a ver aún los pocos
eucaliptos que sobrevivieron a la vorágine urbana

Unas de las placas en el oficialmente llamado “Memorial Eucaliptos” en el si o en el que estaba el


an guo estadio del Internacional
Las puertas del venerable Ayresome Park se conservaron y fueron instaladas en la entrada del nuevo
estadio del Middlesbrough FC: son las rejas rojas que se ven al frente

Dice la tradizión que todo equipo que visite por primera vez el San Mamés debe hacer una ofrenda
floral al busto de Pitxitxi. Esto se hacía en el viejo San Mamés, y se con núa haciendo en el nuevo.
¡La falta de códigos de uno de los obreros usando una pantaloneta del Barcelona! Ni en eso ni en el
morbo del tulo no disimulan los de Sp*rt...
Nuestro exclusivo dron interac vo viajó hasta el barrio Sarriá en Barcelona para espiar la vida de los
ricos, y además para ver dónde quedaba el viejo estadio del RCD Español. Este ocupaba el lugar que
hoy cubre la zona verde del medio (llamada “Jardins del Camp de Sarriá“) y los edificios grises que la
rodean

Hoy en día se ve este coso en donde estaba el Roker Park


Grandes partidos de Mundiales

Hay tantos partidos de Mundiales que quedarán en la historia de la humanidad por siempre
jamás… de los cuales de casi ninguno sabemos más de lo que dicen las crónicas, o los
resúmenes de youtube. Como somos gente jodida, concienzuda y nerd, nos tomamos el trabajo
de mirarnos íntegros algunos de estos partidos, para poder decir con más conocimiento de
causa qué pasó, cómo ocurrió y qué llevó a que los tengamos tan en la memoria colectiva de
este hermoso e ingrato deporte
El demoledor Hungría 10 – El Salvador 1 de 1982: La Masacre de Elche
Publicado originalmente el 15 febrero de 2017 por YoSoyElCarlos

Uno de los partidos más mentados en resúmenes y listados, y menos vistos por el respetable,
es este que reseñaremos a continuación. ¿Qué diablos pasó para que se diera un marcador de
partido de calle entre los calidosos de la cuadra y el de los troncos? ¿Fue tanta la diferencia
entre ambos equipos, era tan abismal el nivel de Hungría con respecto al de El Salvador?
¿El arquero salvadoreño era un horrible o fue un sacrificado? ¿Fue una vaina anómala y
accidental que no se vuelve a dar en la vida o si jugaban de nuevo quedaban 9-0? Cuando
uno se ve el de nuevo juego con calma y desde cero, se da cuenta que no fue solo diferencia de
calidad lo que derivó en el 10-1, sino que en otros factores entre los que sobresale un gran e
inocente tercermundismo. Ya le contamos.

Parece increíble, pero no


El Sal-vador
A la pobre  El Salvador  le ha tocado sufrir tanto como país, que su historia
parece haber sido escrita por el guionista más sádico de  Josemiel.  Desde su
independencia en 1821, el pequeñito país centroamericano ha sufrido  las
consecuencias de la clásica y tan latinoamericana ley_del_embudo: una minoría
en el poder que acaparaba casi todo el billete + una inmensa mayoría oprimida
y sin oportunidades que tenía que aguantarse el estado de las cosas porque ajá.
A esto se le añadía esa otra costumbre tan nuestra que tenemos de pelearnos
huevonamente por política, y como resultado tendremos un estado en
continua inestabilidad. El ambiente en el país se fue azarando cada vez más
hasta hacerse irrespirable en  los años 70, con  grupos paramilitares estatales
asesinando todo lo que pareciera opositor, elecciones fraudulentas, intentos de
golpes de estado, movimientos guerrilleros actuando en zonas rurales,
asesinatos y secuestros de lado y lado y protestas masivas de sindicatos y
estudiantes reprimidas sin asco por el ejército.
Así las cosas se caía de madura la guerra civil, y preciso: el 15 de Octubre de
1979, tras un golpe de estado en el que asumió el poder una Junta Militar,
varias organizaciones guerrilleras – posteriormente agrupadas en el  “Frente
Farabundo Martí para la Liberación Nacional”  – declararon el alzamiento
general contra el gobierno. Así se inició una guerra bastante sucia (incluso para
nuestros estándares), que hasta su fin en 1992 dejó 75,000 muertos y al país
arrasado, y que de pronto hubiese durado menos  si ese ser de luz llamado
Ronald Reagan no hubiese metido la mano para ayudar a los gobiernos de
derecha.
Bajo este fabuloso entorno se inició la eliminatoria al Mundial de Fútbol de
1982 para la selección de El Salvador. Así como la veías tan poca cosa, era la
única de Centroamérica además de México, que para la época había ido a un
Mundial de Fútbol (del Caribe ya habían ido Cuba en 1938 y Haití en 1974), el
de 1970. Lo cual no quería decir que fueran las favoritas para clasificar:
llevaban dos fracasos seguidos en Eliminatorias y no sonaban para alguna cosa
ni siquiera en el ámbito regional. Pero para 1982 la posibilidad de volver a un
Mundial se hizo un poquito menos irreal por la gracia de la FIFA, que amplió
a dos los cupos de la Concacaf al evento más hermoso de la galaxia, debido a
que amplió de 16 a 24 los participantes del mismo. Se esperaba que la de casi
siempre  México  agarrara su acostumbrado cupo mundialista, así que el otro
cupo estaba abierto para cualquiera de los otros. En la práctica esto implicaba
que para  El Salvador  el objetivo de repetir clasificación a Mundial era
alcanzable: en esos tiempos en los que el único poderoso a nivel regional
era México (Estados Unidos aún era ese equipo de toscos ingenuos que jugaba
amistosos contra nosotros, y  Costa Rica  no esssistía) les bastaba con  sacar
puntos clave ante equipos de nivel similar, y listo el pollo.
Para afrontar las Eliminatorias los salvadoreños contaban con un as bajo la
manga y un par de, por así decirlo, jotas. El as era – y no exagero una coma  –
de clase mundial, aunque por esos lejanos días no lo conocían ni en la base de
datos de contrainsurgencia de la CIA:  Jorge “El Mágico”  González,
del  Deportivo FAS.  “El Mágico” (que por esos días aún era  “El Mago”, en
España posteriormente le cambiarían el apodo) era un delantero completísimo
y muy calidoso:  tremendamente hábil, gambeteador, rápido, firme ante el
choque, explosivo, con regate, pegada, centro, cambio de ritmo... en fin, era de
un nivel tan alto que parecía que lo hubieran sacado de una selección europea
tipo Yugoslavia, y lo hubiesen puesto así de la nada en la mitad de una cancha
salvadoreña. ¿Creen que exagero?  Pillen un video de él (de sus tiempos en
Cádiz tiene varios): el man era un crack con todas las letras. Y eso que
el  Mágico  no se cuidaba físicamente; tenía menos  disciplina que  Johan
Arango en una finca con piscina un 31 de Diciembre, y aún así no dejaba de
ser un megacrack.
Pero la leyenda del Mágico y la horrible imagen que dejó ese equipo del 82 ante
el mundo, opacan a otros dos buenos jugadores, a años luz del delantero pero
de un nivel al menos top en la región: el defensor  Jaime “La
Chelona”  (!)  Rodríguez  – en esos momentos en el  Bayer Uerdingen  alemán,
toda una rareza exótica por esos días para el fútbol centroamericano – y el
volante ofensivo Norberto “Pajarito” Huezo. En torno a ellos el DT Mauricio
“Pipo” Rodríguez – de 35 añitos, mundialista como jugador en 1970 – formó a
la selección que iba a pelear por un cupo a España, rodeándolos con lo mejor
que podía dar el fútbol del sufrido país. Que no era mucho: alguno de ellos era
más muerto que los que dejaban los batallones entrenados por los gringos en
Panamá por esos días, pero era lo que había.
¿Les funcionó? Ya te digo: las eliminatorias de la Concacaf para 1982
incluyeron a 15 selecciones divididas en tres zonas  – Norteamérica,
Centroamérica y el Caribe -, cada una de los cuales iba a aportar dos
clasificados a la fase final, el ya famoso Hexagonal del que pasarían los dos
primeros al Mundial. A los salvadoreños les tocó entonces la primera
fase contra Honduras, Costa Rica, Guatemala y Panamá en un pentagonal con
partidos de ida y vuelta entre julio y diciembre de 1980, que disputaron con un
ojo en la cancha y el otro en el verguero que vivía el  país en esos
momentos. Como recordó años después el defensor Ramón Fagoaga:
Ese día íbamos  [la nómina de la selección],  no me acuerdo si para
Ahuachapán o a Occidente, pero vimos cabezas humanas cortadas,
empaladas y puestas en los cercos. Eso es algo de terror, horrorífico. Fue
una cosa fea que existía. En esa situación, nosotros fuimos al mundial.
Ay, marica... también contó años después otro defensor de ese equipo, Carlos
“Imacasa” (cipote de apodos los de estos manes) Recinos:
La guerra no nos afectó en el sentido de que nunca ningún jugador tuvo
algún accidente. A unos y a otros les gustaba el futbol. A nosotros nos
conocían de ambos bandos. A mí muchas veces me pararon, pero me
dejaron ir rápidamente por ser quien era. En mis viajes a San Salvador,
en plena guerra, yo me encontraba con muchos cadáveres en el camino,
pero no podía faltar al entreno.
En otras noticias, en Colombia los jugadores se quejaban hace un tiempo
diciendo que  era “inhumano”  jugar un partido un sábado a las 3:00 p.m...
sigamos.
Lo increíble y meritorio es que, a pesar de todo este descenso con estaciones al
infierno  en el que vivían día a día, los salvadoreños pasaron - junto
con  Honduras -  al Hexagonal Final. Y en este grupo final, que se disputó
íntegro y a una vuelta en el estadio Tiburcio Carías Andino (!!!) de Tegucigalpa
en noviembre de 1981, lograron el milagro de clasificar al Mundial de España
al quedar de segundos debajo de los locales, y por encima de una
horrible México (que al final solo ganó dos partidos de nueve disputados en
todas esas eliminatorias). Y eso que los de la ES comenzaron mal en el
Hexagonal al perder con  Canadá  1-0, pero se repusieron con una histórica
victoria ante los mexicanos por la mínima, coronaron dos empates sin goles
seguidos ante Cuba y Honduras, y cerraron con victoria en la última fecha ante
Haití, también por 1-0.
A estos resultados se les sumó que los demás equipos se mataron entre sí
sacándose puntos, y sobre todo, el empujón definitivo que le dieron los
hondureños, al empatar sin goles ante México en el último partido, lo que
evitó  que los yanqui-wannabes superaran a los  guanacos  en la tabla. Total que
clasificó El Salvador al Mundial de España con registros goleadores de 2 GF y
1 GC en cinco partidos, y un porcentaje de rendimiento en puntos digno del
séptimo clasificado de la Liga Águila. Pero clasificó, carajo, y en todo el país la
alegría fue unánime y como un bálsamo en medio de tanta desesperanza.
Pasaron los  organizadores de los Juegos Deportivos Nacionales
de Ibagué y se cagaron de la risa de los dirigentes salvadoreños de 1982
Logrado el primer objetivo venía lo más complicado para la selección de
fútbol salvadoreña: no hacer el oso en el torneo más importante del mundo.
Es que el sorteo también los trató bastante mal, al mandarlos  a un grupo
bravísimo:  Argentina, Bélgica  y  Hungría    – la campeona del mundo, la
subcampeona europea y un europeo de buen nivel.
Esta situación hacía más que obligatorio que la selección completase una
buena preparación, así que los salvadoreños quisieron aprovechar los seis
meses que les quedaban para el Mundial para  disminuir las esperables
diferencias con los más putas. Ahora, una cosa era prepararse en medio de las
dificultades que quieras, para jugar contra unos equis costarricenses y
guatemaltecos  con físico de extra chicano de película gringa; otra muy
diferente era hacerlo para enfrentarse a Maradona, Kempes, Ardiles, Passarella,
Jan Ceulemans, Erwin Vandenbergh, Frank Vercauteren, Jean-Marie Pfaff,
Tibor Nyilasi o László Fazekas. Parte de lo más granado del fútbol mundial iba
a luchar contra la pobre, humilde y trajinada selección de El Salvador, a la que
sus rivales de grupo  veían con esa hambre que da de pensar en el gol-
diferencia como opción para desempatar un puesto en la tabla. 
Pero pasó que el plan de preparación que el
entrenador “Pipo” Rodríguez presentó a la Federación de su país (que incluía
una muy necesaria gira europea), no fue aprobada por los
Gordos_de_Guayabera que manejaban la selección: les resultaba más barato
mandar al combinado nacional a Norte y Sudamérica. El mismo  informe
técnico que la FIFA elaboró después del Mundial lo resaltó al decir que
El Salvador tuvo una preparación [física] muy buena, en la cual se quiso
fomentar  particularmente los aspectos de la  resistencia, velocidad y
fuerza  Los programas estuvieron bien elaborados, pero no pudieron ser
llevados a cabo de la forma concentrada deseada en la fase final debido a
las condiciones  políticas particulares del país (...)  El Salvador tuvo
dificultades para llevar  a cabo un programa de entrenamiento  a largo,
medio y corto plazo y se pudo preparar solamente dentro del marco de
sus posibilidades.
Traducido: se prepararon como el culo, con partidos ante rivales medio huevo
y de manera incompleta y parcial, y saliendo poco a conocer otras canchas.
Entre su clasificación y su debut mundialista jugaron solo tres
juegos  preparatorios ante selecciones mayores; de estos, dos fueron ante
sus archiconocidos Honduras, y uno solo ante un europeo – Rumania – cinco
meses antes del debut en Elche. De resto fueron ante dos clubes europeos –
el Racing White (¿ah?) de Bélgica y el Paris Saint-Germain, – y varios norte y
sudamericanos como San Lorenzo de Almagro - por esos días en la B -, Sport
Boys, Ponte Petra o el Gremio de Porto Alegre. La mayoría de estos se jugó en
casa, en el Estadio Cuscatlán.
El viaje al Mundial fue reflejo del mismo merequetengue que sufría el país en
esos momentos:  El Salvador fue  la última selección de las 24 clasificadas en
llegar a España, solo unos pocos días antes del debut ante Hungría (!), y luego
de un viaje de casi 72 horas  con pernoctadas en el aeropuerto incluidas, que
incluyó pasos por Guatemala, Costa Rica, República Dominicana, Madrid y
Alicante. La federación salvadoreña aportó a la motivación general del equipo
con más de sus brillantes decisiones, como la de alojarlos en un hotelucho en
Alicante, y enviar al Mundial no a 22 sino a 20 jugadores en la nómina, dizque
porque “con veinte es más que suficiente”… parece increíble, pero en serio
eso pasó. El vapuleado portero Guevara Mora recordó años después: “Sacaron
compañeros que estuvieron en todo el proceso para meter a amigos de la
dirigencia al viaje, que dicho sea de paso ni fueron a los partidos y se fueron en
un tour por Europa”. Unos amigazos los dirigentes.
Ya instalados en Alicante, los centroamericanos recibieron más bullying de la
vida al ver los bolsos que les dio la FIFA como dotación oficial: eran maletines
y tulas sobrantes de los utilizados en el Mundial de 1974 (tenían el logo de ese
torneo). Y no solo eso – Diosito, para ya, por favor... – no tenían balones para
entrenar, porque los que les había asignado la organización habían sido
supuestamente robados en algún momento antes de su llegada. Entonces les
tocó a los mismos salvadoreños ir a donde los húngaros – esos sí, en full
entrenamiento con sus 25 balones asignados por la FIFA – a rogarles que les
prestaran siquiera dos para poder entrenar. Con esos dos balones prestados,
con  el reloj biológico de los jugadores aún configurado con nueve horas de
diferencia (“La noche previa al debut no podíamos pegar los ojos y al
mediodía siguiente nos estábamos cayendo del sueño”, contó después Guevara
Mora) -, en un país extraño, con una inexperiencia casi absoluta, y alojados en
un hotel de cuarta, la selección de El Salvador pudo entrenar recién un día
antes de su debut mundialista ante Hungría.
Adiós a la inocencia
Dos días antes de su debut ante Hungría nadie de la delegación salvadoreña –
ni jugadores, ni cuerpo técnico, ni los delegados que se habian ido a pasear por
Europa – tenían la más mínima puta idea de cómo carajo jugaba  su rival, o
hasta quienes jugaban ahí.  Todo lo que pudieron conocer fue a través de un
video de un partido amistoso de los húngaros ante España, el cual  tuvieron
que comprarle a a última hora a un agente español y que observaron el día
antes del encuentro. Aparentemente (eso declararon varios jugadores) el
técnico Rodríguez concluyó que jugaban igualito al PSG que habían derrotado
unas semanas antes en el Estadio Cuscatlán, por  lo que la consigna era
“atacarlos tanto como sea posible”.
Así que para el partido  ese 15 de Junio de 1982 en el Nuevo Estadio
de Elche, el técnico salvadoreño mandó a la cancha un equipo bien ofensivo: 
El Salvador: Luis Guevara Mora;  Mario Castillo,  José Francisco
Jovel,  Jaime Rodriguez, Carlos Recinos;  Jose Rugamas,  Joaquin
Ventura  y  Norberto Huezo;  Ever Hernandez, Mágico González  y  José
Rivas.
Tres en punta, con el 10 Huezo atrasito organizando y los laterales
supuestamente apoyando. 
Los húngaros por su lado salieron con:
Hungría: Ferenc Mészáros, Laszlo Balint, Imre Garaba, Gyozo Martos,
Sandor Sallai, Sandor Muller, Tibor Nyilasi, Jozsef Toth, László Fazekas,
Gabor Poloskei, András Törőcsik.
Los magyares no eran Alemania o Italia, pero sí un equipo ofensivo y de buen
juego, con un par de destacados a nivel continental, y veteranos de Argentina
78, como el volante Nyilasi y el delantero Fazekas.
Desde el silbato inicial, los europeos se fueron encima de sus rivales, sin
desesperarse pero con todas las ganas, confiados en que llegaría el gol en
cualquier momento. Los salvadoreños se notaban en otra onda: quedados en lo
físico, más lentos y con menos potencia que sus rivales, ingenuos y como
desubicados. Pero de ninguna manera parecían taaaaaaaaan inofensivos y no
estaban así como decirlo, cagados: eran rapiditos, intentaban salir jugando
y apostaban por el juego asociado para llegar al frente. Incluso antes de los tres
minutos  El Mágico  González  dio la primera muestra mundial de su clase:
partiendo desde su cancha y pegado a la izquierda apiló varios húngaros con
base en velocidad y habilidad, pero estaba solito y ahí se encerró y murió la
jugada. En esas estaba el partido cuando  llegó el 1-0  al minuto 3:  córner
provocado por  Recinos,  de la jugada se deriva otro tiro de esquina  que
cobra  Fazekas, en el área está  Tibor Nyilasi  totalmente solo, que cabecea al
arco casi sin saltar, con los defensas salvadoreños mirándolo no más. 1-0
relajado.
Después del primero Hungría siguió yendo para arriba – se les notaba que en
la cabeza tenían el buscar una buena diferencia de gol -, aprovechando el
hecho que los muchachos de  El Salvador  estaban más desubicados que
Maluma en los Premios Nobel: cada quien iba por su lado, todos se las
arreglaban para hacerse en donde no estuviera el balón, y los defensas se la
pasaban armando pasillos para los delanteros húngaros, que entraban facilito
tocando de primera, siempre por abajo (casi nunca se aprovecharon del tema
de la altura) y a velocidad. El único que respondía algo del sistema defensivo
cuscatleco era  “La Chelona”  (apodo cacorro ese)  Rodríguez, al que veías en
todos los lados de la defensa, y cuando digo todos es to-dos: el pobre man se
la pasó cubriéndole las espaldas a los compañeros y apagando incendios por
cada lado de la cancha. Generalmente  Hungría  mandaba el balón por los
laterales, siempre pegado al piso, con pelotazos al vacío que agarraban a los
salvadoreños en orsái.
El Salvador seguía con su tónica de intentar salir jugando desde el fondo, pero
el problema era que perdía seguido el balón ante la presión de los muy
motivados húngaros. Además, insistían con su estrategia de tener mucha gente
arriba, con el detalle que no presionaban a los de rojo y estos podían salir más
tranquilos que paraco en el sur de Córdoba, y así mandar el balón arriba a ver
qué onda. Aún así, de a poquito los salvadoreños comenzaron a emparejar
algo el trámite, con Huezo construyendo desde el medio y el Mágico bien tirado
a la izquierda, recibiendo y pasando con mucha clase el balón. De hecho a los
10 minutos el trámite estaba más o menos parejo, con los europeos ya
intranquilos echándole ojo al Mágico  y a sus triangulaciones con Huezo, Ever
Hernández  y  “Mandingo”  Rivas,  que si este último en particular no hubiese
sido tan horripilante algún batacazo pegaban.
Y qué vaina tan jodida: así estaba el asunto cuando a los 11 minutos llegó el 2-
0: van los salvadoreños emocionados atacando y en una de esas pierden el
balón, los húngaros lo mandan por su izquierda, queda  Gabor Poleskei  en
diagonal frente al portero  Guevara Mora  y este, con juvenil
atolondramiento,  le regala con moñito y todo su palo izquierdo. Por ahí la
zampa el húngaro: 2-0 a los once minutos, con dos errores salvadoreños. A los
23 minutos cae el tercero gracias a László Fazekas, que desde fuera del área le
dio tiempo de mirar, meditar, analizar, revisar alternativas, autocuestionarse, y
después mandar un frutazo que se coló en el arco. 3-0 que no se movería en el
primer tiempo.
Se consuma la masacre
Paremos acá un momento: entre el segundo y el tercer gol los húngaros
continuaron atacando y el defensor  Jaime Rodriguez  siguió apagando
incendios en todos los sectores. Pero ojo, que El Salvador no fue un cadáver
insepulto, ni mucho menos: continuaron yendo hacia arriba con ilusa alegría,
atacando a los húngaros con mucha gente y llegando continuamente. Y no
solo llegando, sino  generando opciones claras de gol: a los 15:00 el portero
húngaro sacó a las apuradas un tiro en diagonal del Mágico González, que entre
él y Huezo soportaron la mayoría del peso del ataque de su equipo. Y es más, y
lo digo sin ponerme colorado: desde los 30 minutos del primer
tiempo  dominó El Salvador  (así como lo lee, papá) y
tuvo cuatro oportunidades de gol, tres con el Mágico (a los 33 y 36 se la sacó
otra vez el arquero Mészáros, a los 40 se iba solito para definir y fue parado
con una falta que hoy sería roja) y una con el horrible de Rivas (a los 42, solo
frente al arco ante centro del Mágico – imparable – cabeceó con el hombro...).
Tanto la movían que  el público de Elche estaba emozionado  y comenzó a
cantarles “¡Salvador, Salvador!” para animarlos.
Entonces, ¿por qué los salvadoreños terminaron el primer tiempo perdiendo
3-0? Básicamente porque su defensa era un horror: sus bandas – sobre todo la
izquierda – eran unas autopistas, el medio no paraba a nadie, todos estaban
desubicados y yendo como locos hacia arriba. Esto último hubiese servido
siquiera para apretar el marcador de no haber sido porque tenían adelante a un
solo delantero de clase, que aparte no estaba fino en definición y que por ratos
abusaba de la finta. Con otro delantero de nivel al menos del Barcelona – el de
Guayaquil – el trámite se hubiese emparejado algo más y/o los húngaros no
hubiesen podido salir tan impunemente desde abajo. Los de blanco seguían
dando payaya, las pocas veces que los europeos llegaron post minuto 30 hacían
apretar el culo a los salvadoreños, y de hecho el árbitro anuló mal – por un
fuera de lugar inexistente – el que hubiese podido ser el 4-0 a los 38 minutos.
Hungría  comenzó atacando desde el inicio del segundo tiempo, pero
rapidito  El Salvador  agarró la iniciativa y se fue para arriba, generando la
quinta oportunidad de gol a los 48 minutos con – adivina quién –
el Mágico  (!!!!), al que se la saca el portero después de fabricarse la jugada él
solito. El crack salvadoreño era una bestia, solo con falta lo podían parar; pero
la cagó bastante ese día por su insistencia en cobrar todo (mal), e irse para el
frente sin esperar a algún compañero que medio lo ayudara.
Y a los 51 minutos la misma vaina del primer tiempo: con El Salvador llevando
la iniciativa y las ganas, llega una jugada aislada de los húngaros en un
contragolpe  por su  derecha, remate que rechaza mal un defensa y
remacha  Tóth.  4-0  en una jugada aislada, que volvió a dejar en evidencia las
cagadas defensivas de los centroamericanos. Pero los ingenuos muchachos de
la ES, nada que aprendían y siguieron yendo al ataque con toda la furia. Tres
minutos después cayó el 5-0, con remate con la izquierda de Fazekas tras un
tiro de esquina, que se metió por el palo de Guevara Mora.
A los 64 minutos descontó El Salvador por medio del ingresado Luis Baltasar
Ramírez Zapata (que lo celebró como si fuera el 4-3 al minuto 93 en la final
por el título del mundo y la paz mundial), pero cinco minutos después, llegó el
6-1  por el ingresado en el segundo tiempo  Laszlo Kiss,  que recibió sin
presiones en el área un balón rastrero de tiro de esquina, se volteó y fusiló.
El sexto hundió a los salvadoreños, que en adelante ya se desfondaron
moralmente: vino el 7-1 de Szentes un minuto después, el 8-1 y 9-1 de Kiss (a
los 72 y 76 minutos) y el décimo de Tibor Nyilasi a los 83. 10 a 1, marcador de
micro, récord de todos los mundiales y la selección de El Salvador que entró
para siempre en el anuario histórico de temas para mencionar en tertulias
futboleras.
¿Qué-fue-loque-pa-sóoo?
Viendo ese partido con detalle, y como explicamos más arriba, no era
taaaaaaaaaan grande la diferencia entre las dos selecciones que jugaron  esa
tarde. Es decir: efectivamente, sí había una diferencia de nivel, físico y viveza
entre ambos equipos, pero no tanto como para hablar de diez goles de un lado
contra uno de otro.
Ahora, decir que fue un “accidente” también es echarse pajazos mentales: los
salvadoreños dieron todas las gabelas posibles esa tarde para que los clavaran
de manera ignominiosa. Los defensas de blanco y azul no dieron más espacios
porque la cancha no era más grande:  parecían manes que recién se juntaron
para jugarse una recochita sabatina. En los tiros de esquina fue más notorio
este desubique, pues nadie marcaba a los de rojo, que por arriba o por el piso
ganaron casi siempre (cuatro de los diez goles se derivaron de tiros de
esquina). Además, los centroamericanos siempre llegaron tarde a los cruces, y
cuando lo hacían parecían pajeados: los húngaros generalmente o les quitaban
el balón o les ganaban de puro cuerpo, de manera casi enternecedora y que
hacía pensar en las difíciles condiciones alimenticias de la población
centroamericana. Añádele a esto que el arquero Guevara Mora puso su granito
de arena  en la goleada al regalar el palo en el 2-0 y 5-0,  no reaccionar a un
balón rematado hacia  sus  pies en el 6-1 y rechazar al medio en el 10-1. En
algún gol más pudiese haber hecho algo mejor, pero la culpa era más de los
defensas que de él.
Seguro que en este punto dirás “¡Pero este man qué! Dizque no había muchas
diferencias pero describió fue puras cagadas de los salvadoreños”. Pero, en
serio, uno ve los errores de los muchachos de El Salvador contra Hungría, y
revisa los siguientes partidos contra  Bélgica  y  Argentina  y se da cuenta que
algo anómalo pasó ese 15 de Junio. Para este escribidor de cosos variopintos,
el resultado de esa noche de Elche fue más consecuencia del desconocimiento
e ingenuidad, y del autoboicoteo que se hicieron los salvadoreños en su
preparación, con su viaje tan planeado como el carajo. Aquí especulo, pero es
muy posible que si El Salvador hubiese llegado con mucho más tiempo a
España, si se hubiese quitado la buñuelada enfrentando a equipos europeos en
amistosos – seguro les hubiese abierto los ojos con la suficiente antelación -, si
hubiesen estado aclimatados y más despierticos para el debut, todo se hubiese
resuelto quizás con un, no sé, 4-0 o 5-0. Y digo “despiertos” porque se nota en
varios goles cómo los defensas y el arquero se quedaban simplemente
mirando, con menos reacción que el pueblo colombiano ante los que nos
gobiernan.
A esto le sumas la inocencia e ingenuidad propias  de unos jugadores sin
experiencia en partidos de este nivel, y listo: ahí tienes la masacre. Yo sé que
estoy a dos pasos de ser espetado con un “si mi tío tuviera tetas no sería mi tío
sino mi tía”, pero a lo que voy es a resaltar  la gran manopla negra que los
mismos salvadoreños se pusieron – 80%  dirigentes, 15% y cuerpo técnico,
5% jugadores – y que resultó en este partido irrepetible.
Contra Bélgica y Argentina los muchachos de El Salvador  salvaron la patria
con unos inesperados 1-0 y 2-0 en contra, que al menos sirvieron para no dejar
una imagen de desastre total. Fue un respiro después del horrible debut, y más
cuando todos daban por descontado que los belgas – vencedores de Argentina
en el partido inaugural - les iban a zampar no 10 sino 12. Pero tampoco es que
se hayan hecho los partidazos del siglo:  en ninguno de los dos
encuentros estuvieron parejos a sus rivales, y tanto belgas como argentinos se
cansaron de comerse goles. El asunto fue que para estos juegos, las ocasiones
de gol en contra fueron menos numerosas que las que tuvieron contra los
húngaros, y eso fue no solo debido a que ya estaban más en forma física y
mental, sino porque básicamente los muchachos de la ES se cerraron mucho
más defensivamente, y evitaron irse arriba tan alegremente como en su debut.
Entonces pasó que, aunque el nivel de belgas y argentinos prevalecía, los
regalitos fueron menos, y por el mero hecho de haber menos oportunidades,
solo recibieron  tres goles en esos dos partidos. De hecho, el de los belgas
fue gracias a uno de los pocos errores de los salvadoreños en el partido: por
cuenta del arquero  Guevara Mora  (inolvidable el mundial que tuvo) que se
confió en un tiro largo de Ludo Coeck pensando que la pelota saldría y no se
arrojó. Y no, no salió la pelota... Los de los argentinos fueron uno por penalty
y el otro un golazo, pura virtud del gran Ricardo Bertoni.
Los medios y jugadores salvadoreños le echan bastante culpa del 10-1  al
DT “Pipo” Rodríguez y su ilusa insistencia en ir al ataque. La verdá verdá, no
sé qué tanto influyó esto en el resultado: al menos más que las cagadas de los
defensores, no afectó. O sea, puede haber ayudado el tener más gente abajo
para cubrir algo más los espacios, pero al final te das cuenta que  de nada
hubiese servido tener más gente amontonada abajo,  si todos andaban así de
agüevados y lerdos. A ver: tengamos en cuenta que no es que los perdedores
jugaron con dos defensas cual equipo de Juan Ramón Carrasco, sino que el
DT armó un equipo ofensivo, en el cual los que se encargaban de defender
tuvieron una tarde horrible. Diferencia mucho muy importante…
También hay que tener en cuenta que, por muchos momentos,  El Salvador
tuvo el gol madurito, mucho antes del descuento, y después también. ¡Si te
digo que inclusive hasta con el 9-1 en contra seguían yendo para arriba con
todo (por ratos se puede contar hasta ocho de blanco en campo contrario) en
busca del gol, y casi lo logran! Con un delantero más respetable que
acompañara al Mágico (que salvo el temita de la definición, jugó bastante bien
esa noche), un par de goles más metian; nadie se acuerda del arquero húngaro,
pero Ferenc Mészáros se sacó al menos cinco tiros de gol. ¡Imagínate! Con el
periódico del lunes es fácil hablar: me imagino si el DT hubiese salido a
defenderse y le hubiesen zampado un 5-0, ¡cómo lo hubiesen matado – es un
decir – en su país!
Después del vendaval
Posteriormente se conocieron  otros detalles  que parecen sacados del
“Gran Libro del dirigente Lagarto  latinoamericano”:  que a los propios jugadores les
tocó comprarse la camisa que usaron con el traje para la foto oficial del
equipo; que de Adidas el equipo recibió cuatro kits de uniformes blancos y tres
azules para cada jugador, pero que los dirigentes se repartieron dos de  estos
últimos y por eso la selección no jugó con su tradicional color en el Mundial
(los jugadores decidieron quedarse con la azul de recuerdo); que el último
juego contra Argentina casi no pueden  disputarlo porque se olvidaron las
credenciales en el hotel (...); que cuando llegaron a Alicante se dieron cuenta
que todos los equipos tenían regalos para intercambiar con los rivales y ellos
no habían llevado ni mierda, por lo que le tocó al portero Guevara Mora
cortar un trozo de madera de un pino y labrarle las letras de El Salvador, y eso
fue lo que intercambiaron...
Y así terminó esa historia que comenzó como La Cenicienta y terminó como
The Descent. El Salvador no se ha podido clasificarse a otra Copa Mundial para
quitarse el mal sabor de la boca y la esmerilada en el * que sufrió ese 15 de
junio de 1982. Para 1986, y con el 90% de la nómina que jugó en España, los
eliminó Honduras en la fase previa, y para 1990 quedaron de últimos en la fase
final, en medio de la crisis por la feroz guerra civil, que los obligó a jugar
algunos partidos en Tegucigalpa. Y nunca más hasta el sol de hoy. El DT que
los calificó a 1982 se retiró después de ese Mundial para dedicarse a su
empresa de ingeniería (nada que ver con el partido: ya lo tenía decidido desde
antes). De la exitosa carrera en el fútbol español del Mágico González ya
sabemos casi todos. “La Chelona” Rodríguez jugó después en clubes de Japón,
México y Finlandia antes de retirarse, y hasta hoy es el salvadoreño que ha
jugado en más clubes en el mundo.
¿Y cómo le terminó de ir al gran vinculado por la goleada – para el mundo –,
el joven arquero Guevara Mora? Es inevitable asociarlo a él con el 10-1, y de
hecho, es practicamente al único que entrevistan en las crónicas recientes que
rememoran ese partido, incluso alguna con títulos rebosando condescendencia
europeocentrista, exageración y mala onda como “La leyenda del peor portero del
mundo”. ¿Fue tan así? Obvio que no: tuvo culpa – y bastante – en varios goles,
pero como vimos no fue el único ni por ahí que carga con la responsabilidad
del 10-1. Pero es lo jodido del puesto de arquero: es el que queda expuesto en
la última jugada, el que sí o sí a fuerza sale en los resúmenes de los goles, el
que si la caga lo clavan, y si no la caga, puede que también. Esa noche en Elche
fue horrible su actuació,n pero también lo fue la de casi todos los que tenían
que defender… pero hoy en día nadie sabe quienes putas son Jovel, Recinos,
Fagoaga, Rodríguez o Ventura, por ejemplo, y ellos también tuvieron bastante
que ver con lo que pasó. Como el mismo Guevara Mora lo dijo: “En esa
Selección también estaba Jorge [Mágico González], Norberto Huezo, Jaime
[Rodríguez]... la gente sólo me recuerda a mí, pero éramos once en la cancha.”.
Y ajá.
Al pobre Guevara Mora le fue fatal post-España 1982: fue agredido, insultado
y despreciado desde que entró al aeropuerto de su país. Lo señalaron como el
gran culpable de la vergüenza. Lo intentaron matar – supuestamente, eso
contó él – en retaliación por la goleada. Y todo esto, más la curiosidad
morbosa y simpatía lastimosas del resto del mundo – ese que solo se acuerda
de él cada cuatro años, y para casi que cagarse de la risa –, debe ser una carga
la hp para llevar cada día, para levantarse y decirle a sus hijos “vamos pa´lante,
carajo”.
Tal vez por todo esto, fue que regaló a través de los años, declaraciones ácidas
y revoleando caca sobre lo que pasó en ese partido, como estas:
“El detalle que más recuerdo es que los jugadores con más experiencia
del plantel se quedaron callados en el momento más difícil, cuando
perdíamos 10 a 1. Ellos eran los líderes, sus palabras eran órdenes, y
cuando más los necesitábamos nos quedamos sin brújula”.
“A seis minutos del segundo tiempo, desde el banco de suplentes me
informaron que me iban a cambiar (...) Pero el cambio nunca se realizó.
Después supe que el arquero suplente, Julio Hernández, se negó a
reemplazarme por temor al ridículo”...
“A esa altura del partido, el apoyo inicial que nos dábamos entre los
compañeros se había transformado en insultos y reclamos. Pero los
reproches no eran para mí sino que se cruzaban entre todos. El equipo
estaba descontrolado y nervioso”
“... no tengo por qué pedir perdón, ni disculpas. ¿Qué hace un
cipote [muchacho] de 17 años [según la FIFA tenía 20] clasificando una
Selección al Mundial...? Cargando con el peso del equipo. ¿Qué hace un
“cipote” (“muchacho”) de 18 años jugando en el Mundial, salvadoreño,
no brasileño ni argentino, y además portero?”
Y sobre todo esta, que resume la amargura que debió (o debe) sentir el
señalado portero: “Lo que me dolió fue la reacción de todo el país a nuestro
regreso. En las eliminatorias yo recibí un solo gol y mi actuación fue la matriz
del pasaje a España. Después de los diez goles, me convertí en el enemigo
público número uno y en el peor arquero de la historia de El Salvador.”. Ahhh,
el eterno yin y yang de los arqueros…
Cipote de bienvenida a la capital…

La selección salvadoreña en uno de los par dos de esas Eliminatorias a 1982 El primero de arriba
era el mejor de la defensa: Jaime Rodríguez. El arquero Guevara Mora tenía 20 años cumplidos por
esos días (según la FIFA, él dice que tenía 17)
El gran “Mágico”

La delegación salvadoreña en medio del cipote de viaje más largo que irse en bus de un lado a otro
de Bogotá. Aún eran todo sonrisas
Tibor Nyilasi relajado rando clase ante los salvadoreños Ventura (6) y Rivas

Una de las 1928736 veces que los húngaros ganaron los duelos
La jugada previa al gol mal anulado a Hungría en el primer empo, que hubiese sido el 4-0. ¡No era
fuera de lugar, árbitro hijueputcszok!

El DT (el segundo de traje desde la izq), más aburrido que Rodrigo D el de “No Futuro”
Gritó el descuento para un 5-1 más que Marco Tardelli su gol en el 2-1 de la final ante Alemania
Federal

La gente no lo podía creer


La semifinal Francia-Alemania Federal en España 82 y un drama más hp que el de
Elif
Publicado originalmente el 27 septiembre de 2018 por Daniel Ospina

Cuando toca debatir sobre los partidos más increíbles del fútbol mundial (entiéndase partidos
de esos que marcan época) hay bastante de donde escoger. Pero un servidor siempre se inclina
por uno, que tuvo goles, héroes, villanos, calidad, pata, arbitro, huevos, sangre y, vea usted, la
primera definición por penaltis en la historia de los Mundiales. Tuvo absolutamente TODO
lo que un partido de futbol debía tener, al punto que si le hicieran película sería como esa de
Rush: Pasión y Gloría donde narran la batalla por el título de Fórmula 1 entre Niki
Lauda y James Hunt. Sin más preámbulos, hablemos del Francia-Alemania Federal
disputado en el marco de las semifinales de España 1982.

Cómo llegaban los dos equipos


El camino para ambos comenzó con muchas dudas. Alemania Federal perdió
antes del torneo por lesión a Bernd Schuster, mediapunta muy calidoso y gran
figura de la Eurocopa de 1980. Algo similar pasaba con el gran  Karl Heinz
Rummenigge (entonces vigente ganador del Balón de Oro y subcampeón de la
Copa de Europa con el Bayern Munich) que llegaba bajo de ritmo, también
por una lesión que le hizo jugar casi que en una pierna todos los partidos del
campeonato. La base del equipo era la misma que ganó la Eurocopa de 1980
así como la clasificación al Mundial con suficiencia, pero no dejaba de ser una
transición de los tiempos de Beckenbauer y compañía a otros de mucha
incertidumbre.
Todo eso llevó a que pasaran de agache la fase de grupos luego de perder
increíblemente con Argelia en la presentación en sociedad del gran Rabah
Madjer, ganar a una Chile muy débil y luego una victoria amañada contra
Austria que sacaba a los argelinos de la segunda ronda por gol diferencia, con
la consecuente silbatina y nominación por unanimidad como “villanos” de este
cuento. En el triangular de segunda ronda ganaron con lo justo a unos
anfitriones sumamente mediocres y empataron a cero con Inglaterra. Como
los ingleses también empataron con España en el partido siguiente, el
resultado puso a los dirigidos por  Jupp Derwall  en semifinales y se ganó en
contra al público anfitrión del campeonato.
La clave del juego germano era la misma de siempre con tintes más uruguayos
que de costumbre. Mucho músculo, mucho juego físico, y la fortaleza
defensiva aportada por el arquero  Toni Schumacher  y su zaga liderada
por  Manfred Kaltz  y  Uli Stielike. La movilidad del balón era la justa, y
generalmente aportada por Rummenigge o el veterano  Paul Breitner. El
equilibrio lo aportaba el todo terreno Hans Peter Briegel, mientras que la parte
esa de los goles era responsabilidad de  Klaus Fischer, un joven  Pierre
Littbarski, y un árbol de casi dos metros que respondía al nombre de  Horst
Hrubesch y que para lo único que servía era para cabecear.
Con Francia pasó algo similar. Aunque ya habían demostrado su emergente
potencial en el Mundial de Argentina, no lograron clasificar para la Eurocopa
de 1980 y dejaron dudas durante la clasificación al Mundial de España en un
grupo que si bien no era tan sencillo, no debería haber resultado tan duro
(segundos detrás de Bélgica y por encima de Países Bajos e Irlanda con lo
justo). Todavía no era la potencia futbolística que es hoy, siendo que de hecho
extrañaban los tiempos de Fontaine y Kopa en los años cincuenta.
Ya en el Mundial les tocó bailar con la más fea perdiendo 3-1 en el debut con
Inglaterra y empatando un poco a la maldita sea con Checoslovaquia. Gracias
a su victoria 4-1 sobre Kuwait en un partido que da para texto aparte en lo que
a escándalos se refiere, pasaron a la siguiente ronda superando por gol
diferencia al combinado checo. En el triangular de segunda ronda les tocó
fácil: Irlanda del Norte y una Austria que ya jubilaba su mejor generación en
50 años. Sin muchos atenuantes, el “cuadrado mágico” liderado por (de
pie) Michel Platini (sentarse) y complementado por el chiquito Alain Giresse, y
los criteriosos  Jean Tigana  y  Dominique Rocheteau  cogió fuerza y ganó sus
dos partidos para llegar de manera algo sorpresiva a las semifinales. A ellos se
sumaban los goles de su delantero  Didier Six, el oficio de  Manuel
Amorós y Maxime Bossis en la defensa, y las corridas por la banda de Marius
Trésor para madurar con el paso de las semanas un conjunto que consolidó el
estereotipo de futbol francés que quedó en la memoria de una generación de
boomers por sus combinaciones en corto, su velocidad y su efectividad.
Desde 1958 en el partido por el tercer puesto disputado en Suecia no se
enfrentaban ambos combinados en un Mundial, y ciertamente había
expectativa por saber cuál de estos dos avanzaba a la final junto a Italia, que
unas horas antes derrotó a Polonia 2-0. Los veteranos me corregirán, pero el
ambiente previo era del tipo Alemania vs El Mundo por la forma tan mediocre
en que avanzaron de rondas los primeros.
Los hijos de Willy Brandt salían a la cancha del Ramón Sánchez Pizjuan de
Sevilla con  Toni Schumacher  en el arco, una línea de cinco en defensa
con  Briegel, Uli Stielike, Manfred Kaltz  y los hermanos  Bernd  y  Karl Heinz
Forster,  Wolfgang Dremmler  como volante defensivo,  Felix Magath  y  Pierre
Littbarski como extremos ofensivos, el veterano Paul Breitner como el 10 y en
punta Klaus Fischer. Rummenigge empezaría como suplente.
Los hijos de Mayo del 68 salen a la cancha formando un 4-4-2 con Jean Luc
Ettori  en el arco,  Amorós, Bossis, Gerard Janvion  y  Trésor  en
defensa,  Bernard Genghini  como volante mixto,  Platini,
Giresse y Tigana como los ofensivos, y como delanteros Rocheteau y Six.
Comienza el partido
Desde que el árbitro neerlandés Corver da el pitazo inicial queda clara la
dinámica a seguir durante el tiempo reglamentario. Francia imponiendo su
futbol de toque y Alemania yendo al choque para provocar balones divididos
que les permitieran avanzar. Cada recuperación de la línea defensiva germana
era una potencial orden del resto para subir líneas y buscar el área francesa. No
era cuestión de roles definidos, sino de empujar. Cuando se presentaba la
posibilidad de usar el primer pase, Kaltz se encargó de la tarea en primera
instancia. A los ojos de un millennial resulta increíble notar la diferencia tan
grande entre ambos equipos. Los alemanes con cuerpos ceñidos al estilo del
superhombre nietzcheano hasta ser inamovibles en los choques físicos, pero
con la precisión de Mr Magoo a la hora de controlar un balón, y los franceses
menuditos como son todos ellos pero que con una pelota resolvían hasta la
deuda externa. Por mucho que empujara Alemania, con tres toques Francia les
cascoteaba el rancho, aunque fuese todavía sin la claridad necesaria.
Con todo, en esos primeros compases la cosa fue favorable a los panzer que
comenzaron a buscar el primer gol con más ganas de las mostradas en los
partidos anteriores. El primero en probar fue Kaltz con un tiro de media
distancia que se fue desviado. Giresse respondió dos minutos después con una
volea (previa dominada con el pecho entre dos árboles alemanes) sin mucha
potencia que pasó cerca del arco de Schumacher. Poco a poco Alemania fue
encontrando claridad cuando Breitner, Magath y sobre todo Littbarski (que
tuvo loco a su marcador Amorós durante toda la primera parte) comenzaron a
entenderse, a lo que Francia responde haciendo que toda su línea defensiva
ejerciera de primer pase para sus compañeros, dando como resultado que la
sociedad Platini-Giresse-Tigana incursione con más propiedad en el área
contraria. Cada situación de juego favorable a los alemanes era respondida por
los franceses con la misma intensidad.  Pasados diez minutos el trámite se
emparejó, pero las opciones no abundaban. Trésor y Amorós intentaron enviar
centros pero los Forster y Briegel ganaban sin problemas a Rocheteau y Six en
el aire, mientras que Breitner veía su generación de juego constantemente
frenada por los acertados cierres de los defensores franceses a las incursiones
en área contraria de Fischer y Littbarski, destacando particularmente Amorós y
Bossis.
La primera oportunidad clara del partido se hace esperar hasta el minuto 14
luego de una falta sobre Briegel cerca al área francesa. Littbarski cobra el tiro
libre con fuerza pero rebotó en el travesaño defendido por Ettori. Esa jugada
espabila a los franceses, logrando que el partido se abra hasta volverse un ida y
vuelta constante. A los 16 minutos responde Genghini aprovechando un balón
dividido y un espacio (de los pocos que puede dejar una línea de cinco
tanques) y remató una volea desviada por la cual Schumacher puteo con toda
justicia a su defensa. Un minuto después tras una gran internada de Breitner
dejando regado a Genghini, cede el balón a Fischer en el borde del área. Este
avanza y Ettori lo contiene a medias en el mano a mano antes de que pueda
disparar, pero cuando la defensa estaba por despejar el balón, Littbarski
aparece al borde del área para rematar ese balón dividido con el arco vacío y
abrir el marcador.
Aparece Platini
A pesar del contratiempo Francia continuó en lo suyo, ahora con más
intensidad y añadiendo un constante intercambio de posiciones donde el
protagonista de la siguiente jugada de peligro podía ser Giresse o Tigana, pero
también Amorós o Trésor. Platini por su parte demuestra que la 10 no le
queda para nada grande. Lidera su equipo con base en su talento individual,
generando espacios que pudiese aprovechar Rocheteau (ahora recostado a la
banda derecha) para ganar en velocidad a Stielike siempre que pudiese. A
punta de toques cortos hacía lo mismo Tigana por la izquierda, mientras
Giresse se quedaba por el centro, siempre cerca del 10 en caso de que se
presentara la oportunidad de fabricar una pared. Anulada la mitad del campo
alemán por el adelantamiento de líneas francés, Briegel y Stielike trataban de
sacar a los suyos de la misma trinchera que ahora los frenaba, pero no servía
para contener el avance francés.
Diez minutos después el desespero de Alemania por no poder contener la
reacción gala les da una recompensa a estos cuando tras un tiro libre, el centro
queda para Rocheteau en el área chica y Bernd Forster lo derriba en el área
chica como si fuera un duelo de lucha libre. Corver cobra pena máxima,
misma que ejecutará Platini bajo y a la derecha de Schumacher para empatar
merecidamente el partido.
Alemania intenta reaccionar haciendo juego más combinado, pero no les da la
habilidad para tanto salvo a Breitner, que siempre que podía hacía la individual
contra Genghini o Bossis y los pasaba relajado. De todos modos lo máximo
que consiguió el maoísta este hasta el final del primer tiempo fue un tiro de
media distancia desviado. Eso obligó al entrenador Derwall a ubicar a
Dremmler como defensa y subir a Briegel para que echara una mano en la
mitad. Francia intentaba elaborar juego y les salía perfecto, excepto porque
Didier Six fue engullido por la defensa alemana y especialmente por los cierres
de Karl Heinz Forster. Al menos Rocheteau retrocedía y se buscaba sus
opciones, pero al no existir esa conexión entre el “cuadrado mágico” y su
finalizador se complicaba llevar a buen término las jugadas en el área alemana.
Para el final de la primera parte el ambiente se hace más rasposo y parte de la
culpa la tuvo el arquero Schumacher, que como buen Schumacher resultó
siendo medio hijueputica. Durante ese lapso se da un choque entre este y
Amorós que mandó lejos al francés sin esfuerzo. Luego de un tiro de esquina
tiene un cruce de palabras con Genghini por una falta en ataque de este. En
algún momento Platini incluso le dice que relaje el pony. La respuesta del
arquero a su requerimiento llegó como media hora después... Los franceses se
dejan contagiar de ese ambiente y Genghini se gana una amarilla por una
barrida sobre Kaltz. La última jugada de consideración en esos 45 minutos se
da en una contra de Francia entre Six, Rocheteau y Platini, que este último
finaliza con un disparo desviado del arco de Schumacher. De todos modos ya
era evidente la fragilidad de los alemanes cuando les hacían una serie de toques
decentes en tres cuartos de cancha. Fin de la primera parte y la sensación de
que Francia lo tenía madurito era latente.
De un partido disputado a una cuestión de honor
Arrancando el segundo tiempo la cosa estaba más inclinada para Francia,
especialmente porque la velocidad y los cambios de posición o de gestores en
las jugadas de ataque de los de azul rápidamente agotaron a los alemanes. De
hecho Bernd Forster se ganó una amarilla comenzando la segunda parte por
una entrada a destiempo. Para no arriesgarse con la amarilla de Genghini y
para refrescar el mediocampo, Michel Hidalgo decide sustituirlo al minuto 50
por  Patrick Battiston. Por el lado de Alemania estaba claro que Breitner no
podía más, así que a Briegel le toca trabajar decididamente en labores
ofensivas. Finalmente,  Felix Magath  ve protagonismo luego de cedérselo a
Littbarski en el primer tiempo y sus subidas por la izquierda comienzan a ser
recurrentes, aunque no por eso muy efectivas.
El ambiente se ponía cada vez más raro cuando los franceses detrás del arco
de Schumacher cantaban animando a su equipo y este hizo ademanes de
tirarles el balón pa’ que cerraran la jeta (!). Ya tenía el rol de villano listo para lo
que pasaría al minuto 60, el mismo donde a Francia se le comenzó a embolatar
el partido. Tras una recuperación de Bossis en la mitad, Battiston corrió hacía
el área alemana para recibir un buen pase de Platini sin que la defensa pudiese
reaccionar. Solo Toni Schumacher podía detenerlo, y lo hizo de la forma más
bestia posible.
No me decido entre “parece un caballo saltando un obstáculo” o “un giro de
ballet que salió mal” para describirla. Lo cierto es que en una jugada que sigue
siendo a la fecha de las más escalofriantes vistas en un campo de futbol,
Schumacher salió de su área, saltó al encuentro del balón pero se pasó de
calidad al momento del impulso. La cosa es que en vez de saltar de frente
buscándolo, giró su cuerpo (seguramente imaginando que el choque con
Battiston era inevitable y ambos salían jodidos) y justo después de que el
francés le pegara al balón, la cadera de Schumacher se volvió una tractomula
que lo impactó de frente, noqueándolo, haciéndole perder sus dientes
delanteros y comprometiendo alguna vertebra en el proceso. El estadio y la
burguesía con televisor alrededor del mundo quedaron en shock al ver cómo
se desvanecía la mano de Battiston, todavía en el piso. Especulamos que se
pegó un paseíto por el purgatorio porque quedó inconsciente y tuvo que entrar
la camilla.
La escena se hizo más fregada cuando Schumacher en vez de mirar si Battiston
se encontraba bien, comenzó a calentar sus músculos para seguir el juego. Me
encantaría decir, como se ha sostenido popularmente, que el tipo se pasó tres
mundos de hijueputa con ese gesto. Pero si bien las actitudes que venía
asumiendo desde el primer tiempo no le ayudan en nada, elijo creer que la
adrenalina del golpe y del mismo partido le jugó una mala pasada y por eso
tuvo esa reacción tan carente de empatía, por no decir tan malparida. En una
entrevista posterior explicaba que en ese momento al ver que Amoros y
Tigana rodeaban al caído, pensaba que lo mejor era no acercarse porque al ser
estos los más acuerpados entre los franceses, se podía armar una pelea. Razón
no le falta, después de todo ¿quién no le rompería la jeta al bastardo si le hace
una burrada de esas a un compañero de equipo? Pero sea por prudencia o
cagazo, no olvidemos que los alemanes son humanos, así no tengamos tan
claro el por qué.
Finalmente entran los paramédicos para recoger al francés mientras se dan dos
escenas que marcarán a fuego las pasiones de todos los que veían ese partido
en el mundo: la de Platiní sosteniendo la mano de Battiston hasta que lo
sacaron de la cancha en camilla, y la ira más que justificada de Michel Hidalgo
con el árbitro Corver por no pitar ni siquiera falta para Francia, ya ni hablar de
expulsión. A la fecha encuentro incomprensible la decisión de ese chulo,
porque hasta donde sabemos no acusó ceguera parcial o permanente en el acta
post-partido.
Se preguntará el lector por qué quien escribe sostiene que en ese momento se
jodió el partido para Francia. Básicamente porque entraron en un juego
psicológico de “tenemos que ganar por nuestro compañero” o “esos
malparidos brutos no nos van a ganar como en 1940” (guiño, guiño). Esa
Francia era buena tratando el balón, organizando el juego, rotándola entre si y
tirando los pases entre líneas con la precisión que Robespierre cortaba
cabezas.  En lo que no estaban curtidos era en eso de tener el temple que
exigen esta clase de situaciones cuando se presentan. En no perder la calma ni
dejarse llevar por el ambiente o el empute (o ambas), sino en mantener la
cabeza puesta en el partido. Desde que se reanudó con el saque de puerta de
Schumacher y el ingreso de  Christian Lopez  por el desafortunado Battiston,
no jugaban con la misma frescura que lo venían haciendo hasta ese momento.
Ya no pensaban solo en pasar a la final, sino en ganarle a los tipos que
noquearon a su compañero, y de raro no tendría nada si hubo alguno que se le
pasó por la cabeza la imagen de los nazis marchando en el Arco del Triunfo.
Paradójicamente por eso mismo, lo que ocurrió después de ese caderazo les
terminó dando la carne de leyenda entre toda esa generación de boomers.
Para Alemania en cambio fue la oportunidad que necesitaban para bajar un
cambio la intensidad de juego que proponía Francia.  Si bien seguía siendo
peligroso el “cuadrado mágico”, a punta de carácter (que bastante si debían
tener ahora que el estadio y el planeta entero salvo algunos alemanes estaba en
su contra) enfriaron lo suficiente el partido para que el desespero ahora pasara
a ser francés. Una jugada que ilustra ese desespero se dio cuando luego de la
reanudación, Platini avanzaba en tres cuartos de cancha y en vez de buscar
sociedad con Giresse o Rocheteau que estaban al lado, decidió pegarle desde
fuera del área, pero totalmente desviado. Luego buscaba el penalti dentro del
área rodeado de tres alemanes que no sabían cómo carajos detenerlo en vez de
dar el último pase que, ese sí, los habría liquidado. Si, todavía se estaba
mandando un partidazo, pero sus decisiones comenzaban a ser erráticas. Y con
eso, Francia perdió varias oportunidades de liquidar el partido en los noventa
minutos.
Alemania agotó las armas que tenía en ese momento por el cansancio. Fischer
no pesaba para nada, Littbarski y Breitner estaban hibernando después de un
gran primer tiempo mientras Magath intentaba hacer el desgaste por el otro
lado sin mucho éxito porque Trésor le cogió el tiro rápido y lo frenaba
siempre. El resto estaba dedicado a despejar balones, cubrir espacios y forzar
disparos desde fuera del área por parte de Francia. De todos modos Briegel
sacó tiempo al minuto 76 para una buena jugada individual. La cosa es que no
estaban ni Fischer ni Littbarski para patear su asistencia sino Dremmler, y el
balón lo tomó sin muchos problemas Ettori. Al 78 se va Magath y entra el
delantero Horst Hrubesch, pasando a ser un 4-4-2 con él y Fischer en punta, y
Littbarski recostado a la derecha.
En el minuto 83 Francia tuvo una muy clara para liquidar el partido luego de
que Amorós se pegara la corrida de su vida por la izquierda. Descarga para Six,
pero este le pega horriblemente mal y el balón llega suave a las manos de
Schumacher. Alemania responde un minuto después con una jugada de
Breitner, quien ve la corrida de Briegel en dirección al área, le cede la bola y
este dispara pero Ettori detiene el disparo. En la siguiente jugada Dremmler
pone un centro al área pero este sigue de largo mientras Fischer y Littbarski se
quedan a muy poco de hacer contacto con el balón. Pero la más dramática por
mucho fue la del minuto 90. En un ataque francés, Amorós se anima desde
fuera del área, el tiro supera a Schumacher pero da en el palo ante la sorpresa
de todo el estadio. Casi pudo ver su efigie encabezando los Campos Elíseos y
la inmortalidad al lado de Napoleón, De Gaulle y Manu Chao. Pero no.
Alemania responde también con un tiro de media distancia, esta vez de
Breitner y pegado al piso, Ettori contiene a duras penas mientras Fischer
estaba preparado para el rebote, pero la jugada termina en falta contra el
arquero. Así concluyen 90 minutos tremendos. Pero nada que el tiempo extra
no pueda superar.
De "cuestión de honor" a "que hp partidazo"
Para el tiempo suplementario Alemania ajusta sus líneas. Bernd Forster se
ubica en la izquierda, Stielike pasa al centro y Breitner retrasa un poco su
posición para organizar juego. Francia seguía con su juego de toques, pero
ahora con más énfasis en Platini que antes. Demostró ser una decisión
acertada porque en dos minutos de juego el 10 consiguió una falta por la
derecha. Giresse se encargó de mandarla al centro, Dremmler desvía con su
cabeza hacia donde estaba Marius Trésor esperando con la derecha cargada
para batir a Schumacher y poner a Francia por delante.
Derwall no perdió tiempo y puso a calentar a Rummenigge. Francia tampoco,
y aprovechó para buscar imponer más que nunca su juego de toque. A
menudo se vende la idea de que Francia fue una tromba de ahí en
adelante, pero la verdad es que Alemania nunca le perdió la vista al partido. De
hecho siempre se les vio entereza a pesar de sus propias limitaciones y seguían
en la suya: buscando balones divididos y forzando errores del rival, e incluso
Littbarski quiso aprovechar una enredada de Amorós cerca de la portería de
Ettori sin éxito justo después del gol de Trésor. Lo que si pasó con los del
gallo en el escudo es que se montaron en el partido gracias al buen hacer de
Platini distribuyendo el balón con mucho criterio, arreando hacia delante a su
equipo a pesar de la amenaza constante de chocar con esos tanques de blanco.
Seguramente eso no le causó mucha gracia a Kaltz, que en una disputa de
balón le dio un disimulado pero efectivo golpe bajo. ¿Roja? ¿Amarilla siquiera?
Nah, eso pa’ qué...
Ah sí, en ese momento Briegel dejó el campo para dar paso a Karl Heinz
Rummenigge y no le tomó un minuto a este para hacer un pase entre líneas a
Fischer, quien luego centró pero no tuvo receptor. Entró clarito el
desgraciado, y con él comenzaba a tener otra dinámica el combinado alemán
que poco a poco se hacía más insistente, cohesivo y peligroso en ataque, pero
en esas cayó el tercero de Francia.
Rocheteau arranca por derecha, cede a Platini que espera al borde del área, este
cede a Six quien aguanta el balón hasta la llegada de Giresse más atrás. Six le
pasa el balón y este de primera intención la pone en el poste derecho de
Schumacher, rebota en el susodicho y adentro. 3-1 y au revoir fils de pute...
... o eso pensaron todos (bah, todos los que querían que ganara Francia) pero
si de algo sabe Alemania es de cagarse la fiesta del vecino.
En cuanto reanudan el juego en la mitad los alemanes adelantan líneas, Bernd
Forster manda un pelotazo al área que cabecea Littbarski batiendo a Ettori...
peeeeero estaba en fuera de lugar y anularon el gol. ¿Detuvo eso a los
alemanes? LA-CHIM-BA. Curiosamente es en ese gol donde ahora si Francia
intenta tocar con más libertad y calma para dormir el partido, pero vea usted,
justo ahí llega el descuento de Alemania. Luego de que su defensa sacara casi
que a las malas el balón de su área, Rummenigge coordina esfuerzos con
Littbarski y Fischer para abrirse paso en el área francesa, Littbarski envía un
centro bajo a Rummenigge que ya está en el área, y este con el borde externo
del pie logra anotar el descuento de la forma más torpe y dramática posible,
casi de espaldas ante el cierre insuficiente de Janvion que no pudo con
semejante macancan y la salida desesperada de Ettori.
Comienza a jugar otro factor en el partido: el físico. Como el asunto de
Battiston le quitó los dos cambios a Francia (si, en esa época se hacían dos), el
mismo equipo llevaba jugando una hora casi sin interrupciones. Alemania en
cambio tenía a su hombre más talentoso fresco y empujando para buscar la
remontada. Antes de terminar el primer tiempo extra le filtró un balón por la
derecha a Breitner que este quiso cruzar al palo derecho de Ettori pero se fue
desviado. En el segundo tiempo extra la diferencia se fue haciendo cada vez
mayor a favor de Alemania, y Francia veía casi desconsolada como los
alemanes seguían corriendo, buscando balones divididos y empujando hacia
delante. Y entonces...
El desconsuelo se volvió garrotera cuando pasados tres minutos del segundo
tiempo extra Kaltz pasa el balón a Littbarski, sin la marca de Trésor que no
alcanzó a llegar. Tira el centro, Hrubesch cabecea sin dirección, pero el balón
le queda justo a un Fischer que hasta ahí no había hecho nada reseñable (bah,
ni un carajo) para sacarse una chilena de la nada en la cara de Ettori,
colocándola justo en su palo izquierdo, ese que no estaba cubriendo Bossis. Si,
3-3. Así de increíble el partido. Así de entregados los dos equipos. Así de
calidosos. Así de competitivos.
Poco más hubo para destacar en el resto del tiempo extra, salvo que
Rummenigge seguía buscando el gol de la victoria siendo que no sufría
desgaste, pero sus compañeros no lo podían seguir ya. De todos modos tuvo
sus detalles para demostrar el jugadorazo que era, y el por qué era el vigente
ganador del Balón de Oro en ese momento. Ah, y un tiro de Littbarski de
media distancia en una contra que pasó desviado.
De "que hp partidazo" a "que partida de hps"
Por primera vez una semifinal de la Copa del Mundo terminaba en empate.
Por primera vez una ronda eliminatoria de Copa del Mundo se decidía por
penaltis. Por segunda vez Alemania jugaba una ronda de estas (la primera fue
en la Eurocopa del 76 contra Checoslovaquia la vez de Panenka). Como ya
notarán, Francia estaba muy verde para estos trotes.
El primero es Giresse. Como Platini en el tiempo reglamentario, la coloca al
palo derecho de Schumacher con suavidad, este se tira al lado contrario y
anota. Kaltz cobra para Alemania. Tira suave y al centro, ligeramente a la
izquierda del arquero pero igual anota porque Ettori no se tiró a ningún palo
sino que se corrió hacia la derecha, tal vez esperando un tiro cruzado y fuerte.
1-1.
Amorós cobra y anota para Francia cambiándole el palo a Schumacher. El
especialista en penaltis de Alemania, Breitner, es el siguiente. Hizo algo similar
a Kaltz, solo que al lado contrario. Nuevamente Ettori no se tira, sino que se
corre al lado opuesto. 2-2. Rocheteau cobra el tercero, no muy colocado hacia
la izquierda de Schumacher pero resulta suficiente porque este se tira a la
derecha. Stielike intenta replicar a sus compañeros, pero esta vez el plan de “no
tirarse” de Ettori acierta y detiene el tiro. El alemán cae arrodillado,
desconsolado, mientras Schumacher lo empuja en plan “quite de ahí maricón
que ahora le arreglo su cagada”. Y eso hizo. Schumacher le para el tiro a Didier
Six, aunque ignoramos cómo lo hizo porque la transmisión se quedó
capturando los lamentos de Stielike mientras Six cobraba su tiro. Benditas
prioridades de la transmisión por TV...
Littbarski empata la serie pegando fuerte arriba y a la izquierda de Ettori. Este
nuevamente no se lanza por el balón sino que corre hacia él, probablemente
esperando que fuese tan huevón como Stielike de agotar la formula, pero nein.
3-3 después de cuatro rondas.
Otra vez Platini contra Schumacher. Otra vez Platini dispara, otra vez suave,
pero al palo izquierdo de Schumacher. Este se tira a la derecha. Otra vez gol.
Rummenigge se encarga del último de la serie. Suave abajo, pegado al palo
izquierdo. ¿Y Ettori? Otra vez no se tiró, sino que se quedó en el centro
esperando el riflazo.
Muerte súbita: Maxime Bossis empieza. Tira suave pegado a la derecha de
Schumacher. Este adivina y tapa el tiro. El francés cae de rodillas, imaginando
lo que sigue.
El último penal es para Hrubesch. Con una carrera sumamente torpe pero
igualmente voluntariosa (digno arquetipo del tronco alemán) coloca el balón a
la derecha (o tira a la derecha, porque ni siquiera fue un tiro bien cobrado) de
Ettori que ¿adivinan? Sí. Ooooootra vez no se tira sino que corre hacía su
izquierda. El balón entra casi que a las malas y Alemania gana el pase a la final.
¿Por qué señor, por qué?
Tendríamos que rebobinar líneas para ir encontrando las causas de la victoria
alemana, o de la “no victoria” francesa.
Que Alemania liquidara en los penaltis diría que  en gran parte es
responsabilidad de Ettori, o al menos una consecuencia del estilo que asumió
para afrontar esa tanda. Al día de hoy no sé si el tipo estaba curtido en eso de
tapar penaltis o no, pero eso de elegir esperar al centro en vez de elegir un palo
(y sobre todo correr hacia uno de los lados, cualquiera que fuese) es una
decisión kamikaze. Aparentemente tenía sentido porque salvo uno o dos tiros
ningún alemán colocaba los balones pegados al palo ni con gran fuerza. De
hecho varios cobraron mal sus tiros pero igual entraron porque Ettori no
eligió el lado correcto. Es por eso que trato de resistir un poco a la tentación
de caerle al tipo, porque al menos en teoría fue una buena estrategia.
Simplemente no supo elegir el lado correcto. Schumacher no tuvo ese
problema porque al ser Francia de mejor pie, podía jugar con ese temita de
escoger palos.
En el partido en general el trámite fue tan parejo como indica el marcador, y
por el lado de Alemania se les debe conceder la resistencia que presentaron
incluso con limitaciones de por medio ante los ataques constantes de Francia.
Pero si Alemania ganó el partido (o tuvo más posibilidades de lograrlo) fue
cuando Rummenigge entró a la cancha liderando a su equipo hacía delante con
técnica y fuerza por igual, dando la claridad que a duras penas les podía
aportar Breitner después del primer tiempo. Eso y que Littbarski pudiese
tomarse un respiro durante el segundo tiempo fue fundamental cuando hubo
que buscar la remontada en el suplementario. Desafortunadamente la voluntad
no pudo compensar sus limitaciones a la hora de hacer un juego más fluido, e
Italia los hizo pagar en la final con un indiscutido 3-1.
Por el lado de Francia, se puede conjeturar mucho con el tiempo extra que
hicieron, que se confiaron, se mamaron o se cagaron (o las tres) después del 3-
1, pero en esencia se olvidaron que antes del gol de Giresse los alemanes
estaban llegando cada vez más seguido a su portería. Entre eso, un Tigana que
se volvió impreciso en el pase y muy apresurado en la individual, y el desgaste
de Amorós y Trésor haciendo recorridos  box to box  lo pagaron caro en el
tramo final. La falta contra Battiston además de la mencionada mala pasada
que les jugó emocionalmente jodió la posibilidad de probar una alternativa
distinta a Six en ataque, cosa necesaria porque el man vio muy pocas ante los
cierres de los Forster. Bien podrían haber entrado Lacombe o Soler en su lugar
y algo distinto salía.
A Francia le sobraba la técnica y tenía una defensa decente, pero su condición
física y su temple para afrontar las maduras era insuficiente. Alemania era un
rejunte de caballos adulterados con la finura de una patada en las gónadas
driblando (salvo las honrosas excepciones de Rummenigge, Breitner y
Littbarski) pero tenía la dosis de talento necesaria y, sobre todo, un hambre de
victoria que no se la quitaban ni con un Cuarto Reich. Una que es irrefrenable
porque no estaba alimentada por un romanticismo de “buenos y malos” con el
que a menudo se busca dejar a Francia como un dechado de virtudes y valores
cuando se hacen retrospectivas de ese partido (algo excesivo, por muy
comemierda que pudiese ser Schumacher), sino por el mero deseo de ganar.
De todos modos algo aprendieron porque dos años después Platini, ahora
tomando el testigo de Rummenigge como mejor jugador europeo del
momento, es más Platini que nunca ganando la Eurocopa de 1984 y superando
la tanda de penaltis contra Brasil en otro partidazo durante el Mundial de 1986.
Lo malo es que no aprendieron a ganarle a los alemanes ni en la guerra ni en el
fútbol y cuando se esperaba revancha cuatro años después, volvieron a perder
en las semifinales con Rummenigge y compañía por 2-0.
Esa noche en Sevilla comenzó a tomar una deuda del fútbol con Francia que
terminarán cobrando por ventanilla Zinedine Zidane dieciséis años después y
Antoine Griezmann treinta y seis. Esa noche comenzó también la renovación
del fútbol alemán que tendrá entre los de esa convocatoria a Littbarski y un
pelaito que estaba en el banco y no vio casi minutos en ese torneo pero que
respondía al nombre de Lothar Matthaus como referentes para buscar la
segunda Copa del Mundo para su país, ocho años después.  Pero sobre todo,
esa noche el fútbol fue más fútbol que nunca
Aquí casual, dominando el balón, en una semifinal de la Copa Del Mundo, contra alemanes
sedientos de victoria. Capo y tres cuartos don Michel

A lo bien, si Schumacher no tenía la esperanza de que Ba ston lo recibiera en brazos para elevarlo
hacia arriba cual porrista del Santo Ángel o el Corazonista, yo no en endo nada...
Ba ston tras la salvajada

Giresse y Six celebran el tercero de Francia. ¡Ja! que huevas.


El Balón de Oro poniendo el ejemplo.

La cara de “ay jueputa” de Chris an Lopez y la de “esta fue” de Fischer


El cobro de Six que atajó Schumacher y no se vio en la transmisión. Al fondo S elike chillando
después de que E ori le tapara el ro
La dolorosa eliminación de Brasil a manos de Italia en el Mundial de 1982
Publicado originalmente el 13 diciembre de 2017 por YoSoyElCarlos

Uno de los partidos más recordados de los Mundiales fue ese de la segunda fase de España
´82 entre Brasil e Italia. Ese partido no solo fue un juegazo de la J a la O sino que por su
contexto y desarrollo, ha generado un montón de palabrería posterior por la  sensación de
injusticia del triunfo italiano y de Se_Murió_el_Fútbol, que aún perdura con los años en
la memoria de los hinchas que lo vivieron y la gente que vino después. Con la sapiencia que
me dan los años (“sapiencia” no se “sabiduría” sino de “cualidad de ser sapo”) me dio por
verme de nuevo ese partido, completico después de 35 años a comprobar si todas las historias
relacionadas con el encuentro fueron así o son pura paja de la memoria nostálgica. Pillemos a
ver.

El gran resucitado de esa tarde barcelonesa domina el balón ante la marca de Junior

¿Qué es lo que tiene la selección de fútbol de Brasil que tiene tanto bobDIGO,


tantos seguidores incondicionales en cualquier parte del mundo? Porque los
neutrales que siguen con gusto / doblecamisetean con
la verdeamaarelha sobrepasan lejísimo´ a los chibchas argentinos, los caribes de
la bota itálica o los arawaks germanos, por mencionar solo las selecciones
principales (no creo que haya algún John Freddy Henao que sufra
incondicionalmente y bote moco con la selección suiza desde su casa en
Dosquebradas, por ejemplo). Me parece que el tema va no solo por ser ellos
los más ganadores (le llevan una ventajita a los alemanes en palmarés) sino en
la asociación que siempre ha tenido el populacho ignaro con eso que Brasil =
Jogo bonito, que hace que la gente casi que se imagine a los brasileños tocando
el balón al ritmo de samba en una playa de Rio, tomando cachaça  mientras al
lado las garotas bailan semidesnudas y sudorosas mirándote provocativamente
como con ganas de pegarte un SIDA.
Esto lo vengo viendo en lo personal desde que empecé a ver el fútbol, por allá
a finales  de los 70, y sospecho que mucho tuvo que ver la impresión que dejó
en el mundo del fútbol esa selección de  Pelé, Tostao, Jairzinho, Rivelino,
Gerson y Carlos Alberto que ganó el Mundial del 70 exhibiendo un juego muy
vistoso y ofensivo – aunque uno ve esos partidos hoy y se asombra del ritmo
de juego más lento que “2001: Una odisea en el espacio” y en el que los jugadores
se paseaban con el balón sin que los presionara nadie -, y de paso culeándose a
la ultradefensiva  Italia. Tuvo que ser por 1970 y por el brillo que dio Pelé,
porque a pesar que en los Mundiales de 1974 y 1978 Brasil fue un bostezo,
para principios de los 80 aún eran LA selección a ver y a la que seguía medio
mundo.
Esto lo ratificaron en el Mundial de 1982, con una generación de futbolistas –
algunos ya maduros – de muchísima clase y juego no solo bonito sino
eficiente, que en primera ronda masacraron a casi todos y pintaban para
campeones mundiales en medio del jolgorio general. Fue muy bonito todo
hasta que se les cruzó en el camino la hasta ese momento gris Italia, y le pegó
un estrellón no solo a esa selección sino a millones de aficionados de todo el
mundo. Por ejemplo, este que les escribe: literalmente sufrí y agüé ojo en mi
más tierna infancia por causa de ese partido. Tremenda bajoneada me pegué
preciso en el primer Mundial que me tocó ver, de haber sabido en ese
momento las que me iba a deparar el DIM el resto de mi vida me hubiese
cortado las venas con un muñequito de Mazinger Z.
La eliminación a manos de los italianos en 1982 quedó en el recuerdo colectivo
en parte porque muchísima gente sintió lo mismo: la amargura (“injusticia” era
la palabra más repetida) de ver a un equipazo de ensueño y de espíritu ofensivo
quedar eliminado por otro que se la pasó encerrado en su arco, y que tuvo
como principal virtud el tener una suerte del hijueputa. Que el colmo y
paradoja de ese partido fue que Brasil lo perdió por seguir insistiendo en atacar
en vez de cuidar el empate que lo clasificaba a la semifinal. Que los italianos se
la pasaron dando pata y ganaron de manera totalmente inmerecida. En fin,
un montón de cosas que quedaron foreveranever de ese partido, y que ya viejo
y con tiempo de pensar huevonadas me dio curiosidad y quise comprobar qué
tan ciertas son. Así que lo que hice fue verme íntegro este partido de nuevo,
con el compromiso que siempre nos caracteriza y que seguimos a pesar de
otras obligaciones y de escuchar gritos airados de no joda vente a dormir
todavía pegado en ese aparato escribiendo bobadas y viendo partidos viejos
como si te diera plata eso y yo sí mi amor ya voy. Vamos a contarte en detalle
cómo fue ese  famoso partido entre Brasil e Italia por la segunda ronda de
España 82, y siéntate que esto se pone bueno. Digo yo...
Brasil e Italia: dos mundos distintos
Ahora mismo estamos hasta malacostumbrados, pero la regla general del
aficionado colombiano pre 1990 era el de ilusionarse como un marica con
nuestra selección en las Eliminatorias, solo para terminar haciendo fuerza por
una ajena en el Mundial. Y las que generalmente eran depositarias de ese
doblecamisetismo forzado eran invariablemente  Brasil  y – oh sorpresa –
  Argentina, aunque los de amarillo se llevaban la preferencia de la gente por
varios puntos de ventaja. Ayudaba bastante que en esos lejanos tiempos en los
que no había mil canales deportivos que te transmiten como hoy hasta la “Liga
del Hambre Venezolana”, existía una programadora llamada Cromavisión, que
no se si por fiebre del dueño o por ganas de instalarse en la cultura popular
por siempre jamás, tenía una ¿división? ¿iniciativa? llamada Cromadeportes, una
especie de Gol Carac*l pero prosaica, simple y sin tanta fanfarria huevona ni
derrame de sal.
Total que la función en esta vida de Cromadeportes de Cromavisión – así lo
decía uno, de corrido – era pasar programas deportivos, y en 1981 su fuerte
era el fútbol brasilero. Esta es la hora que no sé si transmitían partidos
del Brasileirao o de los estaduales, o solo del Torneo Carioca, porque lo que más
recuerdo es ver a equipos de Rio:  Flamengo, Fluminense,  Vasco da Gama,
Botafogo. Así fue que la transmisión – sospecho “retransmisión” porque los
partidos los daban por TV los sábados o domingos en la mañana pero eran
todos de noche…uno en ese tiempo de ingenuidad no se cuestionaba esas
cosas – era no solo una de las fuentes de entretenimiento importantes de
pelaos y viejorros de los tempranos 80, sino que generó una admiración hacia
el fútbol brasileño que perduró en mucha gente de mi generación.
Los brasileños clasificaron a la Copa del Mundo de 1982 ganando todos los
partidos, en un grupo más suave que arbitraje en contra de Nacional:
contra Bolivia y Venezuela. Imagínate si no pasaban... pero tampoco era que
necesitaran ayudines para pasar los brasileños con el combazo tan brutal que
tenían y que lucía cracks en cada arista, sobre todo en su línea de volantes: el
talentosísimo Artur Antunes Coimbra Zico, 10 del Flamengo, el inteligente y
cerebral  Toninho Cerezo  (Atlético Mineiro), el imponente y
mágico  Sócrates  (Corinthians) y el estratega y lleno de clase  Falcao  (Roma,
surgido en Internacional). Hablamos de un medio con una clase y calidad que
muy pocas veces se ha visto en la historia del fútbol, pero Brasil no se quedaba
ahí. En los laterales estaban  Junior  y  Leandro  (Flamengo), los centrales
eran Oscar (Sao Paulo) y Luizinho, adelante la culebra Eder (Atlético Mineiro)
… equipazo de nivel desacostumbradamente alto.
La primera ronda del Mundial de 1982 la pasaron los brasileños bajándose a
la URSS (2-1), aunque pariendo bastante, a Escocia (4-1) y Nueva Zelanda (4-
0). Como primeros del grupo pasaron a la segunda ronda, que por única vez
en la competición consistió de cuatro series de a tres equipos cada una, de las
cuales pasaba solo el primero a semifinales. Fue el intento de la FIFA por ver
cómo sorteaba una segunda ronda en un campeonato con 24 equipos; para
1986 y hasta 1994 se decidió por el más mediocre de los cuatro mejores
terceros.
Brasil debutó en segunda fase con una categórica victoria ante Argentina, a la
que aplastaron por 3-1 en un partido en el que definitivamente dejaron el
rótulo de candidato inscrito en HD. Cuatro partidos con 13 goles a favor, gran
nivel de juego, vistosidad y eficiencia: los brasileños se convirtieron en el
equipo preferido de todos, pero para seguir en camino tenía que al menos
empatar en su último partido de segunda fase. ¿Contra quién le tocaba? Contra
Italia.
Los italianos eran otro cuento: había pasado a segunda fase del Mundial con
muchísima hambre y muy poco fútbol tras tres empates (0-0 ante Polonia, 1-1
ante  Perú  y  Camerún), que lo dejaron por encima de Camerún por mayor
número de Goles a Favor (dos contra uno). El DT  Enzo Bearzot  estaba
recibiendo varilla hasta de  Ornella Mutti,  y el equipo no despegaba ni
convencía. Pero arregló el camino con una victoria ante Argentina en su debut
en segunda fase: un 2-1 justo y categórico que sirvió para bajar un poco la
marea. Pero como  Brasil  ganó el siguiente partido a los argentinos  con el
mencionado 3-1, los azzurri quedaron patas arriba, porque si empataban en el
último encuentro contra Brasil se quedaban fuera por Gol Diferencia. Así que
a los italianos les tocaba sí o sí ganarle al que por lejos era el mejor equipo del
campeonato para seguir con vida.
El partido se jugó en el ya desaparecido estadio del  Sarriá  en Barcelona (el
antiguo estadio del Espanyol), un 5 de Julio de 1982. Las formaciones fueron:
Brasil: Valdir Peres; Leandro, Oscar, Luizinho, Junior; Falcao, Sócrates,
Toninho Cerezo; Zico; Eder y Serginho.
Italia: Zoff; Gabriele Orialli, Fulvio Collovati, Gaetano Scirea, Antonio
Cabrini; Claudio Gentile, Marco Tardelli, Bruno Conti; Giancarlo
Antognoni, Francesco Graziani y Paolo Rossi.
La verdad, ambos eran unos combazos, pero el brasileño sacaba la ventaja por
varios megas. Sobre todo ese mediocampo que rezumaba clase por cada
centímetro cuadrado que pisaban, con  Toninho Cerezo, Falcao y Sócrates,
más Zico de mediapunta, que juntas todas las convocatorias juntas de toda la
historia de casi todas las selecciones americanas y no se le acercan al nivel de
magia y eficiencia que tenían estos tipos. Pero ojo, que aunque el medio
italiano era más esforzado, y más terrenal, no eran unos mochos ni por
ahí: Gentile era una bestia quitando balones; Marco Tardelli era un jugadorazo,
completísimo, no muy vistoso pero uno muy eficiente, del tipo de juego que
hoy en día ves en cualquier Toni Kroos o un atleta multimillonario de
esos.  Bruno Conti  (entre volante y punta por su banda) era una culebra,
rapidísimo y desequilibrante.  Antognoni  era de esos calidosos que no se ven
mucho, cuyo principal defecto era su fragilidad física que hacía que saliera
lesionado un partido sí y el otro también.
Los puntos débiles de ambos equipos hasta ese momento eran los mismos, y
eran conocidos hasta por Belisario:  sus nueve. Paolo Rossi  era el de Italia, y
hasta ese momento no había hecho un golcito en todo el torneo, que había
jugado casi íntegro – solo fue reemplazado por Franco Causio en el segundo
tiempo contra Perú -. No era cualquier aparecido de la nada, el tipo sí tenía
antecedentes de ser muy calidoso: con el Vicenza y Perugia había sido uno de
los goleadores del Calcio de finales de los 70, y con la selección fue de los
mejores del Mundial de Argentina 1978. Pero al estar involucrado con uno de
los tantos escándalos que cada tanto sacuden el fútbol italiano, fue suspendido
por dos años de la práctica de fútbol profesional. Dos-a-ños: sanción que
recién se le cumplió un par de meses antes del Mundial. Pero Enzo Bearzot
confiaba ciegamente en él y lo confirmó como titular indiscutido desde el
debut de la Azzurra en el Mundial. Ya dijimos cómo le había ido en los cuatro
primeros partidos del torneo: no había hecho ni mierda, y ya la prensa y
afición tenían seco a Bearzot para que quitara a ese muerto, y me imagino que
hasta algunos compañeros lo miraban maluco cada que perdía un balón.
El de Brasil es el que se terminaría haciendo un ícono del jugador tronco para
toda una generación fuera de Brasil:  Serginho Chulapa, o
simplemente  Serginho. El tipo se había cansado de meter goles en los
estaduales y Brasileiraos con la camiseta de  Sao Paulo. Pero digámoslo sin
ambages: era HORRIBLE. El man era simplemente un tipo grandote y torpe
que ganaba a punta de persistencia, de estorbador o de meter el pie en el
momento preciso, porque ni el ser grande le garantizaba ganar siempre de
cabezazo, o de pivotear con precisión. Aparte, como persona era un agradable
ser humano que en la cancha fue protagonista de varias tánganas famosas del
fútbol brasileño de esos años, y del que se decía que se hacía expulsar seguido
para que lo suspendieran, y así evitar viajar a partidos fáciles en el interior
profundo paulista (!). Pero el gran Telé Santana, al igual que Bearzot con Rossi,
le tenía una fe inquebrantable, de pronto por el hecho de haber sido el que lo
hizo debutar como futbolista en Sao Paulo. A diferencia de Paolo Rossi, el
brasileño llevaba ya dos goles en el torneo (ante Nueva Zelanda y Argentina),
pero en la cancha su torpeza era más que notoria al verlo tratar penosamente
de dominar un balón teniendo al lado a Zico, Toninho Cerezo, Falcao, Junior o
Sócrates...
En resumen: hablamos de los dos nueves que estaban en la cancha como
inicialistas casi que por apuesta personal de sus DTs, que los sostenían a pesar
de las críticas de la prensa y afición. El cómo les resultó ambas apuestas a los
entrenadores resultó siendo una de las claves de este famoso partido. Ah, otro
cuestionado era el portero brasileño Valdir Peres, pero la verdad que salvo el
gol que le metió la URSS en el debut, no la había cagado en el torneo.
Sospecho que el paradigma ese de los porteros brasileños, y sobre todo la
discriminación que sufren los calvos del mundo, lo hacían un blanco fácil para
bullying.
Y se dejó venir el partido
¡Y sonó el pitazo inicial! Rapidito se vio como estaba el asunto: los italianos
bien asegurados atrás para evitar sorpresas, y los brasileños confiando en el
toque y triangulación para llegar arriba. Pero en los primeros minutos fue todo
parejo: los de azul se cuidaron pero de ningún modo se encerraron,
con  Antognoni  como regista moviéndose por toda la cancha, intentando
generar juego por izquierda con Cabrini y Graziani, y por derecha con Orialli.
Los italianos comenzaron el partido tratando de atacar en combo
con  Gentile  (sí, ese mismo) y  Tardelli  adelantando líneas, e intentando
distribuir el balón. Los brasileños tenían más vistosidad,  e intentaban hilvanar
juego con  Falcao  y  Sócrates  principalmente, tocando en corto y largo. Las
jugadas de los de amarillo terminaban en  Serginho, y no solo
funcionalmente: balón que le llegaba a él era balón perdido, porque era como
tener una bola de caucho a la que le rebotara todo lo que le llegaba.
Ambos equipos buscaban como pegar primero, cosa que a los italianos
obviamente les tocaba sí o sí, porque un empate le servía para un carajo. Los
de azul la tocaban bien y rotaban posiciones todos, desde el medio hasta el
punta. Incluso a los 04:00 generan la primera opción más o menos clara del
partido, con pase gol de  Tardelli  desde la izquierda – después de un manejo
muy criterioso con toque de los italianos – que  Rossi  recibe en el área en
posición de killer pero remata como ese man que no juega fútbol y lo metes
solo para que complete un equipo y no jugar cinco contra cuatro.
Así que el 1-0 a los 05:00 vino rapidito y más o menos sorpresivo, pero no fue
así como decirte una anomalía de la Matrix. Viene después que  Serginho  ni
salta a cabecear un centro bombeado al que le entra como nena. De ahí por
derecha la agarra Conti, pasa a Orialli, de nuevo Conti que se va por el medio
sin que los de amarillo le puedan quitar el balón o atajen o lo miren rayado
siquiera. Conti cambia de frente a la izquierda con mucha clase a Cabrini, este
ve, piensa un poquito, mira y manda un centro que en el borde del área chica
agarra Paolo Rossi de cabeza – se lo quedaron mirando Junior y Luizinho –  y
adentro. 1-0 a favor de Italia, a cargo del que hasta un minutico no más antes
había sido el tipo depositario del hastiado “¡Ajjjjjj, qué careccimba tan desesperanti
isti quatre figlio de la puttana!” del 99% del público italiano.
Insisto: hasta ese momento, era un partido parejo. Desde el gol Brasil como
que se intentó despertar y de una adelantó líneas, con la consecuencia lógica de
los italianos retrocediendo las suyas, porque qué miedo tan hijueputa esos
manes del frente.  Falcao  y  Sócrates  hacían de directores de orquesta,
intentando jugar por las bandas, pero no terminaban de agarrar el
ritmo: Junior perdió dos balones facilitos e Italia, más aplomado, metía miedo
con contragolpes, con Graziani bien pegado a la izquierda y Rossi en el centro,
y Conti sobre todo mandando balones. A los 7:00 uno de estos casi mete el 2-0
pero Graziani la mandó fuera. Mientras en el área italiana Serginho seguía
literalmente perdiendo balones, los italianos recuperaban y lo distribuían a
través de Conti y Tardelli, que se la pasaban a Antognoni para que él viera que
hacía con la pelotica ojalá bien lejos del área de Zoff.
Pasados los 10 despertó Brasil con la primera ocasión clarita del partido para
ellos: Sócrates manda pase por el centro a Serginho, que recibe en tres cuartos
de cancha y casi casi que vuelve a perder el balón en medio de tres defensores
que lo cubren. Uno de esos es Fulvio Collovatti, que intenta despejar pero se
interpone el estorbo del mismo Serginho y el balón se le devuelve de
carambola a Zico, que la pasa al nueve brasileño – más porque este está en
medio de la jugada –, que solo frente al arquero la manda fuera increíblemente.
Tremenda ocasión que se pierde por el petardo ese que tienen los brasileños de
nueve.
Por fortuna para los de amarillo llegó el gol a tiempo para encarrilarse  – en
teoría –  antes que los agarrara el desespero. A los 12 saca de
banda Leandro desde su propia cancha, Sócrates recibe y va por el medio con
tiempo y espacio para pensar – es increíble lo que dejaban de presionar en esos
días. El Doctor pasa adelante a Zico que recibe, aguanta con muchísima clase, y
tira a la derecha tremendo pase de crack, para que llegue el mismo Sócrates
que venía como locomotora, y desde el borde del área chica mande el riendazo
que se mete en el palo de Zoff. Empate que en parte fue mérito de Zico y
Sócrates, y en parte regalazo de Dino Zoff, que seguro esperaba el pase de la
muerte al centro. Pero supongo que Sócrates vio que allí el que esperaba era
Serginho y decidió tirarla él... total le resultó. 1-1 y partidazo, con un montón
de cosas pasando apenas a los 12 minutos.
Clase por (casi) cada metro cuadrado del Sarriá
Desde ese momento Brasil terminó de acomodarse en el campo, ya con la
confianza y tranquilidad de ir clasificado. Con el 1-1 la verdeamarelha jugó más
suelta y relajada, supongo que ya advertidos que no iba a ser fácil la cosa con
los italianos, pero sin la presión de tener que empatar ante una de las mejores
defensas del mundo. Emociona ver  la impresionante clase de ese medio con
Falcao, Toninho Cerezo y Sócrates, rotando posiciones sin azare en medio del
partido (uno en el medio y otros tirados a las bandas), jugando siempre bien en
cualquier punto en donde estuvieran. Zico estaba adelante como mediapunta,
libre en medio del ataque brasileño, aportando creación y peligro arriba.
Los italianos se ajustaron atrás, pero de ningún modo renunciaron a atacar. Se
dedicaron a cortar el juego brasileño, pero organizándose bien y mandándola
para arriba con mucha sensatez, la justa para mantener a Leandro y Junior
quietos para no descuidar su terruño. En particular destaco alguien que no se
le da mucho nombre: el lateral – volante  Gabriele Orialli: figurón por su
banda, quitando todo con solvencia y oportunismo, y quedándole tiempo para
ayudar a organizar los ataques italianos. El Zico italiano era Antognoni,
tratando de dirigir el juego de Italia, pidiéndola y distribuyéndola a veces mal,
pero nunca escondiéndose. Ya a los 25:00 el partido estaba bien sabrosito, con
ambos equipos intentando crear peligro, aunque Brasil mostraba más presencia
y manejo.
Es una ironía que en medio de tanta calidad y categoría de ambos equipos, el
2-1 cayó por una grandísima cagada. Hay tiro libre a favor de Italia que rebota
en un brasileño y termina inofensivamente en las manos de  Valdir Peres.
Muere la jugada y se inicia una nueva desde el fondo brasileño: Valdir Peres se
la da a Leandro, este a Toninho Cerezo, que, en el borde del área se la tira a
Junior rastrera al otro lado como para seguirla tocando antes de iniciar la
jugada de ataque. Era cero riesgo, la jugada fue en medio de 20 brasileños y
con un solo italiano por ahí merodeando mientras los otros se habían devuelto
a su lado a esperar. Bueno,  resultó que Junior estaba descuidado  pensando
quién sabe qué y no vio el balón. Pero el que si lo vio fue el único italiano en
las cercanías: Paolo Rossi agarra el regalito y fusila a Valdir Peres. 2-1 así casi
como de casualidad, y otra vez Brasil patas arriba. Fue un gol casi que calcado
al que le metió Italia a Argentina el partido anterior.
Hasta ese momento Brasil tenía más el balón, y llegaba con más criterio y más
hombres al área rival. Italia salía a atacar generando desde abajo con Tardelli y
Conti, y arriba con Antognoni, pero estaba más en el plan de aguantar.
Increíblemente, y a pesar de toda la fama de Italia – sobre todo tras este
partido -, la Azzurra lo primero que hizo tras el gol que los clasificaba fue salir
a atacar (!), con menos recursos técnicos que los brasileños, pero aprovecharon
su muy claro manejo del balón. Incluso el líbero Gaetano Scirea – tremendo
crack – adelantó funciones, rotando con Gentile para irse al medio por ratos y
tocar con Orialli, Cabrini, Conti y Antognoni. Gentile igual no se descuidaba y
tenía encimadito a Zico.
Los brasileños salieron del desconcierto a los 32 con un cabezazo de Sócrates
que agarró tranquilo Zoff, y de ahí al final del primer tiempo fueron de menos
a más. Brasil creó varias ocasiones aunque pocas así demasiado claras: hubo
una a los 41 en la que a Zico lo agarraron de la camiseta en el área de tal modo
que si se hubiera tirado demás que el árbitro cobraba penal (Zico después le
mostraba al árbitro la camiseta rota pero nada pasó).  Terminó el primer
tiempo con Italia ganando 2-1, pero replegado y con Brasil ya encima.
El vendaval y el infortunio
Brasil comenzó el segundo tiempo encimando, presionando bien arriba, y ya
adelantando las líneas sin miedo, con Junior y Leandro menos de laterales que
de volantes ayudando a tocar y triangular, y absolutamente todos los jugadores
de campo rotando posiciones para caer arriba. ¿Qué podía hacer Italia ante ese
vendaval? ¡Quedarse atrás, marica! No había físicamente manera de zafarse del
dominio de ese combo fenomenal que tocaba y tocaba buscando por donde
entrar, y del que si mirabas un momentico a otro lado te metían cipote de pase
entre líneas que te mataba. 
Los primeros 10 u 11 minutos fueron toditos de Brasil, pero casi siempre se
encuentran con los italianos que a última hora cortan y despejan el peligro, y si
no están los italianos, ahí aparece el tronco horrible de Serginho a cagarse la
jugada. Seguro no es bronca ante el brasileño: pero la verdad es que el tipo no
hacía una buena, UNA, salvo cuando se la devolvía atrás al que se la pasaba a
dos metros. De haber tenido los brasileños un nueve así sea de nivel random
tipo Santiago Tréllez, seguro hubieran tenido muchas más ocasiones concretas
que sustentaran el dominio territorial que tenían en el campo. Uno se ve de
nuevo ese partido y no puede dejar de asombrarse ante este hecho demoledor:
cualquiera de los jugadores italianos en la cancha, incluso los defensas puros y
duros, tenía sobradamente mejor manejo de la pelota en los pies que el centro
delantero de Brasil. Qué hp papayazo dio Telé Santana con ese man en cancha.
Brasil atacaba e intentaba con tiros de fuera de Falcao (cerquita), Cerezo (palo
en el horizontal), Eder y Leandro, Zico patéandosela al cuerpo de Zoff y
Serginho hasta intentando de taco después de ni saber qué hacer con el
balón. Era el peor momento de Italia en el partido, pero lo jodido es que los
italianos no estaban muertos ni por ahí; porque cada que podían mandaban al
contragolpe con mucha precisión, generalmente manejado
por  Antognoni  transportando el balón como un crack y aguantándolo, y
aunque perdió muchos precisamente por no soltarla fue el alivio del equipo
italiano en esos momentos en que lo necesitaba. Curioso: los italianos estaban
encimados, pero cada que pasaban su cancha metían miedo: un pasezote de
Antognoni a los 50:00 dejó a Conti en posición de meterla, pero este mandó
un tiritititiiiiiitooooo. Incluso un minuto después hay una jugada en la que
Luizinho ataja con la mano a Rossi de tal manera que un penal se hubiese
podido hasta pitar... y a los 57:00 Rossi se come solito frente a Valdir Peres
(que salió muy bien a cubrir al delantero) el que hubiese podido ser el 3-1,
después de pase preciso de Graziani. Fue un gol de esos que se comía Wason
en la selección, y supongo que a pesar de los dos goles arreciaron las puteadas
en la península a Rossi.
Pero de todos modos el gol brasileño estaba madurito y al fin cayó. A los 68:00
Falcao recibe el balón, se va con él al frente del área italiana sin que estos le
puedan quitar la pelotica y cuando tiene un huequito, patea, letal. 2-2 y euforia
brasileña y mundial porque se hacía justicia, y Brasil clasificaba.
El mito de “Brasil siguió atacando a pesar de que no tenía la
necesidad”
Después del empate Italia se intentó sacudir pero casi no puede: los brasileños
seguían atacando, presionando arriba y yendo al frente. Aquí hago una pausa
porque es a raíz del 2-2 que se origina la leyenda romántica que tanto perduró
en la mente del aficionado al fútbol: esa que aplaude la nobleza y espíritu de
los brasileños, que salieron a atacar a pesar de estar clasificados con el empate,
y que por eso perdieron. Momento, aguanta el viaje: ¿Fue así?
SI y NO.  Brasil sí siguió atacando después del 2-2, pero en realidad  era la
consecuencia lógica de un partido que tenía casi todo a favor. Porque viendo
con calma y tranquilidá el cotejo tantos años después, ¿daba para que los
brasileños, teniendo casi que al borde del KO a los italianos, se echaran para
atrás a defender una ventaja tan pequeña? Ni por el putas. Hacer eso era una
invitación a dejar venir a unos italianos que tenían muchísima peligrosidad, que
cuando atacaban metían miedo y que con espacios o sin ellos fabricaban
facilito una ocasión de gol. ¿Les iban a regalar el balón así de fácil? No seas
marica. Ergo, la decisión brasileña de seguir yendo al frente era la mejor que
podían tomar en el momento.
Después del gol Telé Santana AL FIN sacó a Serginho y metió al punta Paulo
Isidoro, yendo Sócrates a ocupar el puesto de 9. Ahí me parece que la embarró
Telé, porque aunque a Serginho había que sacarlo no solo de la cancha sino del
país y de la historia escrita y audiovisual, lo que terminó haciendo el DT fue
meter a un correloncito intrascendente que no aportó gran cosa, al tiempo que
enviaba a uno de los magos del medio a encerrarse y perderse en medio de los
centrales italianos.
Si el partido terminaba así, no pasaba naranja, pero el problema es que unos
minutos después vino otro gol de Italia (!). Con el partido en el mismo trámite,
con Italia a un pasito de quedar en la lona, con Brasil manejando todo, vino un
tiro de esquina a favor de los de azul. Cobra Conti, rechaza de cabeza un
brasileño, el rebote lo toma – creo - Orialli en la media luna, que lo tira
adentro del área como a ver qué pasaba: ahí le mete la pata Rossi otra vez y
gol.  3-2 e Italia se encontraba de nuevo en ventaja  y casi sin darse cuenta,
gracias a su precisión, a la arepini, y sobre todo a la horrible marcación de los
brasileños, que dejaron solitos a Rossi y Graziani. El que la terminó
empujando fue el primero, que coronó tripleta y se arregló la vida y la carrera
que hasta ese partido pintaba para ser en la selección la de un Carletto Bacca.
El gol cimbroneó fuertemente a los brasileños, que aunque adelantó líneas más
aún de tal modo que los italianos ya estaban pegando el culo a Zoff, no tenían
la claridad de unos minutos antes. Los italianos agarraron el balón por ratos y
lo manejaban bien, tocándolo sin la elegancia de los de amarillo pero con
mucha eficacia, aún con  Antognoni  como  comandante  y el
grandísimo  Gaetano Scirea  saliendo de su área para apoyar el ataque con
mucho criterio. Brasil mete miedo por momentos (a Sócrates le anulan un gol
a los 77 por fuera de lugar) pero se le notan los nervios y la bajoneada de
moral del 3-2. Falcao, Cerezo y Junior - ya volanteando - armaban todo el
juego brasileño, pero el asunto moría en unos italianos que, ya sin achantarse,
estaban atrás, revoleando y aguantando.
Italia casi liquida todo cuando moría el partido: a los 88´ Antognoni culmina
una muy buena jugada entre él, Graziani, Rossi y Orialli pero el árbitro lo
anuló por fuera de lugar, y te cuento que la cagó porque el gol fue totalmente
válido. Esta jugada pareció despertar a Brasil, que se fue con todo por el
empate, liderados principalmente por Falcao y Leandro llegando por todos
lados, mandando balones y tocando: el asunto fue que abusaron del centro
aéreo y los italianos sacaban todo por ahí. Al último minuto hay tiro de
esquina brasileño, cobra Zico buscando el gol olímpico y saca Zoff. Y ahí
terminó el partido: ganó Italia 3-2 y pasó a la semifinal.
El porqué de las cosas
Hablemos de la tan mentada y poco objetiva “justicia”: ¿sí fue justo el
resultado de esa tarde del Sarriá? NI. La verdad es que duele ver a esa infernal
máquina de fútbol hermoso y eficiente, de toque preciso y justo, elegante pero
sin firuletes innecesarios, quedarse fuera de un Mundial que casi que hubiese
sido suyo sin discusión. Pero el partido, en realidad, pudo ser para cualquiera
de los dos. Los brasileños tuvieron más la pelota, tuvieron más dominio en el
campo rival, mostraron más intenciones de ataque. Pero en la realidad,
contando las ocasiones concretas de gol ambos equipos estuvieron ahí
cerquita. No fue que los brasileños se cansaron de botar goles de manera
increíble ni que los italianos se encerraron en el área a dejar que pasaran los 90
minutos. Simplemente ambos jugaron como podían y sabían jugar, y lo
hicieron bien.
Italia se ganó la fama de equipo ultradefensivo, pero en ese partido hubiesen
sido muy maricas si salían todos a atacar como un pelotón de rusos o zulúes.
Lo que hicieron fue, antes que todo, asegurarse de no dar papaya ante uno de
las formaciones más brillantes de toda la historia de los Mundiales. Pero no se
encerraron a tirar antifútbol: les alcanzó con cubrir todos los espacios, sin
olvidarse de salir a jugar cuando podían. Fueron muchas las jugadas que
generaron en el sector brasileño, no solo con los de ataque (Conti, Graziani,
Rossi y Antognoni), sino de los que se supone tienen funciones defensivas
como Orialli, Cabrini, Tardelli y Scirea. Para mí, Italia se cuidó pero no se
encerró, salvo en los momentos en que le tocó hacerlo porque al frente Brasil
quería matar o morir.
Bueno, entonces, ¿por qué Italia ganó el partido? Primero, por esas cosas
sutiles que definen la suerte de un campeón: como el hecho de que esa tarde al
fin se le enchufó el centro delantero titular. Paolo Rossi pasó en 90 minutos de
ser un tronco prematuramente acabado a ser el goleador indiscutible del
equipo. Rossi coronó su racha en la semifinal ante Polonia (2-0 con ambos de
él) y la final ante Alemania (3-1, el primero suyo).
Mira la leche que tienen algunos: Paolo Rossi se despertó precisamente en los
tres partidos más importantes del torneo que le dio el título mundial a su
selección. Seis goles hizo para ser goleador del Mundial: todos de los que uno
dice “olfato goleador” si son del equipo de uno, o “qué hijueputa tan de
buenas ese malparido” si son del contrario. Casi todos fueron metiendo el pie
o la cabeza en el momento justo, y al menos tres fueron de esos en los que
veías un mierdero, después el gol y tú “¿quién lo metió?” y luego veías al flaco
careverga ese celebrando. Paolo Rossi resucitó totalmente en este partido, y
junto con los dos siguientes le bastó no solo para relanzar su carrera sino para
colocarlo en un nivel top, pero ni en selección ni en clubes rindió lo suficiente
posteriormente como para justificar su fama.
Pero Brasil también ayudó, sobre todo en dos hechos claves. El
primero fueron los papayazos en defensa, porque en realidad los tres goles de
Rossi fueron descuidos brasileños: mala – pésima – marcación en el 1-0 parcial
y en el tercero, regalito en el 2-1 parcial. Y el segundo hecho clave, más difícil
de medir pero que pesó en el desarrollo del partido,  fue la presencia de un
nueve como Serginho, que no solo no aportaba sino que literalmente cortaba
las jugadas de su propio equipo. Es difícil saber si con, por ejemplo, Roberto
Dinamite (el nueve suplente) hubiesen ganado el partido los brasileños, pero es
fácil pensar que con un nueve más criterioso, podían haberse culminado mejor
las jugadas brasileñas. Pero insisto: es algo jodido de medir. ¿Los porteros?
También difícil de concluir: Valdir Peres no la embarró en ninguno de los tres
goles, mientras que Zoff sí lo hizo en el de Sócrates. Pero el italiano sacó
varios balones jodidos y aportó mucha seguridad cuando los de amarillo se
fueron encima.
En conclusión: Italia ganó bien un partido que pudo ser para Brasil
tranquilamente. Brasil lo perdió NO por seguir atacando después del empate
sino por dar unos papayazos más grandes que el Maracaná. Italia no se limitó a
encerrarse y dar pata, sino que metió sus ocasiones de gol. Hasta podemos
afirmar, sin temblarnos la voz, que Italia era un hijueputa equipazo, digno de
campeón, y con una dosis de suerte que no era más grande que el criterio y la
calidad de varios de sus jugadores.
Así es, todo claro para nosotros: pero igual no dejará de doler por siempre
jamás la eliminación de uno de los equipos con mejor juego de todos los
tiempos. Maldito fútbol que tan duro nos da...
Brasil en ese par do. Arriba: Waldir Peres, Leandro, Oscar, Falcao, Luizinho, Junior. Abajo: el u lero,
Sócrates, Toninho Cerezo, Serginho, Zico, Eder. Salvo un par ahí, era un COMBAZO de la B a la L.

Los italianos en ese par do: Dino Zoff, Giancarlo Antognoni, Gaetano Scirea, Francesco Graziani,
Fulvio Collova , Claudio Gen le. Abajo: Paolo Rossi, Bruno Con , Antonio Cabrini, Gabriele Orialli,
Marco Tardelli. También es, a su modo, un combazo.
El horripilante de Serginho Chulapa en Sao Paulo

El momento exacto en que se le comenzó a arreglar la carrera a un man que pintaba para ser
mencionado en medio de carcajadas en futuras tertulias futboleras
Graziani peleando un balón con Junior, al fondo mira Luizinho

El gran Sócrates reclamando algo, al fondo lo mira Oscar


El crack de Falcao manejando el balón

Zico con Claudio Gen le pegado a su alma


Al día siguiente del par do el “Jornal da Tarde” de Sao Paulo sacó esta portada, solo con la imagen
del garoto llorando de dolor, y con la fecha y si o del par do como única leyenda
Autores de los escritos
YoSoyElCarlos: sincelejano, hincha del DIM (twitter: @yosoyelcarlos1).
Daniel Ospina: bogotano, hincha de Millonarios (twitter: @themockman)

Compilación, edición y revisión de los textos por YoSoyElCarlos.


Revisión, apoyo moral y caza de gazapos: Juan Sebastián Vélez (twitter:
@jsvelez)
Fuentes (no Yosvida)
Exóticos en Mundiales
El estrambótico paso de Zaire en el mundial de 1974
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