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ANÉCDOTAS “VERIFICAS “DEL PASADO QUE YA PASO

UNA NOCHE DE TERROR

(PARTE I)

Esto que te voy a contar es algo que realmente sucedió y lo mismo te lo puedo contar yo que
cualquiera de mis hermanos mayores, porque no sé si los menores que yo aun lo recuerden.
Somos nueve hermanos y yo soy el número cinco. En ese entonces, cuando sucedió lo que te voy a
contar, yo tenía como seis o siete años, por favor no saques cuentas para que no desvíes tu
atención. Te has de acordar que en los inicios de La Ceiba, el pueblo se terminaba un poco abajo
de la iglesia, de lo que es ahora la calle Fráncico y madero, bueno estoy hablando de la parte de
donde yo vivido, y de ahí para abajo eran huertas de plátanos, sembraban maíz y otras cosas,
había árboles grandes y había unas que otras casas metidas entre el monte. También en ese
tiempo la red de luz solo llegaba ahí donde terminaba el pueblo, parece que el único foco estaba
en el poste que se encontraba en la esquina de la casa de Beto, es esposo de Cata. Pero en ese
tiempo tener luz era poco importante, en las casas nos alumbrábamos con velas o candiles de
petróleo que comprábamos en “casa Fisel” y las estufas también eran de petróleo y algunos
tenían braceros de leña, hasta las planchas se calentaban en la lumbre, a otras se les cargaba
carbón. Por eso la luz era poco importante.

Vivíamos casi en el monte. Dicen que en ese tiempo también aquí Vivian los duendes, la bruja, la
llorona, el nagual; ¡es que uno vivía frente a la casa de don Cleto!,! quien sabe si era cierto pero si
le teníamos miedo!, se llamaba Juan.

Mi casa, la de mis papás, que estaba metida entre el monte, era de madera, unas partes eran de
tabla, otras de tarro y se completaba con otros palos que no se de que eran. El techo era de cartón
y el piso de tierra. Teníamos una mesa no muy grande que estaba en el centro de la casa, que
tampoco era muy grande, en el centro de la mesa estaba la vela que en puro llorar y llorar se iba
acabando poco a poquito, esa era toda la luz que teníamos, pero como nuestros ojos ya se habían
acostumbrado hasta lo oscuro nos parecía clarito, menos los rincones que parecían boca de lobo.
Así era todas las noches, nos sentábamos todos alrededor de la mesa donde mi mamá nos serbia
café negro con galletas de animalitos; esas galletas nos gustaban mucho porque antes de
comérnoslas jugábamos con ellas, las parábamos en la mesa y hasta peleaban la jirafa con el león y
ahí estaba, la gritadera de pilcates. Así estábamos esa noche cuando mi mamá, con una voz como
de espantada nos dijo; “¡callense, ya callense!”. Y como las órdenes se respetaban todo quedo
silencio, ni un ruido. De repente bien que oímos como rechinaba la puerta, rápido juntamos las
sillas y nos agarramos de las manos, la puerta volvió a rechinar, las manos nos empezaron a sudar
y nos agarrábamos bien fuerte que hasta nos lastimábamos, nos costaba trabajo respirar, no
queríamos que se nos moviera ni un cabello. Oímos unos pasos, …

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