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La concepción de inclusión que se despliega en los discursos oficiales tiende a plantear una relación en la que

el otro, el diverso, el sujeto de necesidades educativas especiales, el discapacitado, es asumido desde la


perspectiva del déficit y la carencia, y por esta razón se “incluye” en una máquina normalizadora que
desconoce su propia experiencia de vida, sus concepciones y percepciones del mundo. Entonces, este discurso
sobre la inclusión les dará cabida a estos sujetos en un juego cuyas reglas siempre los pondrán en desventaja,
porque no son las suyas. Incluir, en este sentido, no es abrirle la puerta al otro para que entre y nos enseñe a
partir de lo que implica ser Otro, no es aceptar las tensiones que esto acarrearía para los órdenes
preestablecidos. Incluir aquí es, más bien, decirle al discapacitado que ingrese en el juego, pero no desde su
manera de habitar el mundo, de aprehenderlo, de sentirlo, sino desde la mirada imperante que sólo lo oirá desde
su posición de sujeto carente, porque no tiene realmente la voluntad de escucharlo, de permitir que aporte desde
su otredad, lo que generalmente deriva en la autoexclusión.

Se habla de personas en condición de discapacidad, pero queremos partir de un enfoque que se detiene en lo
potencial y no en la carencia, de ahí que no asumamos que el estudiante ciego sea un discapacitado, sino que,
por el contario, partimos del hecho de que percibe y siente la academia de otra forma, y que en un proceso
dialógico de formación puede asumir un papel protagónico de militancia que toma participación activa en aras
de transformar las prácticas y la cultura académica en general. Una academia que se pregunte por los sentidos,
que descentre la atención de lo visual para pensar de otros modos, una academia que acepte que el estudiante
ciego tiene una mirada, aunque no pueda ver, que su experiencia con la lectura, la escritura y la misma oralidad,
no es una experiencia carente, sino rica en imágenes y desplazamiento de sentidos, que es un terreno por
descubrir y, que al hacerlo, más que incluir o remediar la situación de los invidentes, será la universidad la que
saldrá ganando, porque estará enriquecida por nuevos saberes. Lo anterior porque los sentidos también
contribuyen a la construcción de conocimiento; de ahí que para un invidente la escucha sea uno de los medios
de lectura que hábilmente utilizan las personas invidentes, ya que la palabra puesta en la voz se desplaza a
través de un fluido sonoro el cual es percibido por el oído e interpretado en la memoria y así se convierten en las
mismas texturas que narran cada una de las experiencias de los participantes y tendremos la capacidad para
escribir de igual manera en la memoria como lo hace una persona con ausencia visual, teniendo en cuenta que la
escritura no se hace solo en un papel; es decir, la voz también es una manera de escribir en la memoria.

Bajo la construcción social que los cuerpos tangibles realizamos en colectivo por medio de la oralidad, como
sustancia viva manifestada en el habla y la escucha, acercamos al campo de la narrativa a hombres, mujeres,
jóvenes, para construir un espacio de conversación hermenéutica en el que estudiantes y egresados con
discapacidad visual se empoderen como intelectuales ciegos por medio de la palabra, y hagan visibles y
comunicables sus experiencias como sujetos invidentes en la cultura académica.

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La lectura permite así mismo, contrastar la información con las imágenes, pues la imaginación que ofrece las
imágenes visuales no son las mismas que ofrecen las imágenes táctiles, porque la materia que se puede describir
con el habla, y que es leída con la visión nos ofrece unas características que se pueden nombrar como adjetivos,
que son diferentes cuando se describe de manera oral lo que se toca; tomando en cuenta que existe la lectura
visual, táctil, auditiva, olfativa, y que posibilita la interrelación y la translación el medio de escritura sobre la
discapacidad.

De este modo es interesante darle lugar a la alfabetización de los sentidos porque el tacto pedagógico es un
concepto que puede brindar o complementar la información en la inclusión social al ser percibido por el
maestro en formación ciego, pues él a partir de los elementos polifónicos del medio, de las voces de las
narrativas junto a la interacción de sentidos, comprende e interpreta la imagen representada en la expresión
verbal, o sea, de la descripción como un significado o referente de los aromas, voces y la palabra de los cuerpos
quienes nos convocamos en el conuco, dándonos la oportunidad de construir este espacio ocupado también por
sentimientos y emociones, para articular la mirada transversalizada por la escucha, concebida en esta
investigación que tiene por nombre “El intelectual ciego: Una mirada con posibles acciones para su
participación en la Universidad”.

La lectura como disciplina que nutre la tierra donde sembramos la semilla del proyecto, que tiene en cuenta la
palabra de quienes con nosotros militan en el sentido y nos preguntamos por cómo todo este trasegar por la
vida pasada de la luz a la tiniebla, se puede potenciar de manera que sea una experiencia convertida en la
sustancia espiritual esencial en las humanidades, y es lo que se ha concebido, pues nutre y permite hablar desde
lo biológico de una lengua que se activa en la práctica como un sentido que se teje en medio de la diversidad
que nos agrupa en un universo hermenéutico, mediante el encuentro con lo que habíamos denominado, “La
escritura: una voz en el tiempo”, porque anteriormente se quiso mencionar la academia como un espacio en el
cual la oralidad es esencial, ya que a partir de la discursividad presentada a través de la palabra hablada, exige
agudizar el sentido de la escucha, y de una lectura visual en el cuerpo y los labios, para poder interpretar la
conversación hermenéutica realizada a diferentes voces, que a la vez en sentido se desplazan por la mano, para
convertirse en escritura, partiendo de esta experiencia narrada, que nuestra amiga (memoria) nos comparte,
para configurar un texto en la mente de cada lector.

Seguidamente y en la interacción de los sentidos que tienen conceptos como permanencia, práctica, es que
existen refranes usados por hablantes que ponen en cuestionamiento las actitudes de las personas en condición
de discapacidad visual ante los demás como el de “no hay peor ciego que el que no quiere ver” o “un ciego no
puede guiar a otro ciego”, y esto en palabras materializadas en cuerpo reconocido como individuo hablante u
oyente participante en una comunidad, quien por el hecho de articular fonemas y construir oraciones

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gramaticales le brinda la oportunidad básica de desarrollarse en la cultura. Pero surge el cuestionamiento de si
las técnicas de lectura y escritura utilizadas por los ciegos son utilizados de igual manera en la cultura
académica y fuera de ella.

Al ser desconocida la intención de si todos los ciegos del país o algunos ciegos del país intención que tienen las
palabras ya cargadas con signos y símbolos, conducen a miradas de exclusión hacia la mirada de quien presenta
una condición de discapacidad visual, si los ciegos no quisieran ver estarían acostados en sus camas para no
sentir la luz y en este sentido la voz es la luz que ilumina el aliento del alma, pues cuando se escucha dentro de
la Universidad una voz que te saluda y que en ocasiones entabla una conversación, se está interactuando de
manera social, eliminando los perjuicios que se han instalado en la memoria ciega, por permitirse la oralidad el
dejar a un lado el visocentrismo, que en su uso y abuso en la construcción social no deja crear una memoria
colectiva de verdadera inclusión.

En esta línea las narrativas, como fuente primitiva de trasmisión cultural, vividas y recreadas en las voces de
quienes interactúan en las relaciones llevadas a cabo por la comunidad académica, se encuentran muchas de las
experiencias, conocimientos y cosmogonías del mundo, que configuran una memoria colectiva, partiendo de
una memoria individual. Estas voces, se expresan para ser escuchadas, como imágenes que movilizan en la
mente, los factores que pueden conducir a una interpretación del tiempo y el espacio, en los cuales se llevan a
cabo, experiencias que desde una particularidad aplican a un contexto general, identificando en el cuerpo del
hablante o del oyente, ese receptor de información que al igual, escribe en la cultura, tejiendo textos, a partir de
las texturas que aportan las experiencias narradas.

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