Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
1819 - 1820
Es que como se ha visto, a lo largo de ese tiempo las vicisitudes habían sido
muchas. Tal vez demasiadas. Las continuas guerras, el miedo, la muerte, el éxodo, fueron
factores que frenaron el desarrollo de una rica zona y de su villa cabecera,
privilegiadamente situada.
Deseoso de poseer una propiedad que fuera suya, en octubre de 1819 procedió a
adquirir dos solares que tiempo antes el Cabildo de la villa había donado al presbítero José
Bonifacio Redruello, ubicados frente a la plaza principal. Como reflejo de aquellos tiempos
queremos brindar a nuestros lectores algunos detalles del acto de enajenación. Se podrá
apreciar, entonces, como eran los boletos de compra, el precio de la tierra en la zona
céntrica de la villa, las formalidades para perfeccionar los títulos de propiedad, etc.
Dos años después, como consecuencia de una mayor prosperidad en los negocios
y ante una ocasión propicia, decidió adquirir una casa con mayores comodidades. Como se
trataba de una propiedad que había pasado a manos del Estado, obtuvo el consentimiento
de Francisco Ramírez - ya por esos días Supremo de Entre Ríos - fijándose el precio que
habría de pagar. Pero dada la premura con que éste debió salir a campaña, no pudo
concretarse la operación por escrito para la obtención del título definitivo.
Llegada la instancia ante López Jordán y poco antes que fuera desalojado de su
cargo por la revolución de Mansilla, proveyó así el expediente: "Cuartel General, Paraná,
setiembre de 1821. Constándole a este Gobierno ser verdad cuanto el representante refiere
en esta solicitud, apruébase la venta legítima de la casa a que se remite; y para que tome
posesión franca de ella con el competente derecho de su propiedad y acción de ser único
dueño, se le expide este decreto, que servirá de suficiente instrumento pp.co., para hacer
de dicha prenda todo lo que sea de su beneplácito. Ricardo López Jordán".
Elementos indeseables. Como resabios de la invasión portuguesa a la Banda
Oriental, numerosos elementos de mal vivir de esa nacionalidad, realizaban sus fechorías
tanto en aquella provincia como en la de Entre Ríos. A fines de la década estudiada, eran
muchos los vagos, desertores, foragidos, asaltantes y hasta criminales que pululaban en
ambas márgenes del río Uruguay. Vivían de la rapacidad, del hurto y del pillaje, no
trepidando en llegar hasta el asesinato. Frecuentemente se reunían en pandillas y asaltaban
ranchos, estancias, y algunas veces hasta se atrevían a hacer incursiones por las villas que
sabían desguarnecidas por ausencia de sus milicianos, empeñados en las reiteradas
campañas militares.
Concepción del Uruguay no constituyó una excepción. Tanto la villa, pero mucho
más su campaña, se vieron afectadas por esta actividad delictiva. En abril de 1819,
Cipriano de Urquiza, que era Administrador Principal de la Provincia, sintió la
responsabilidad que significaba el ser custodio de los caudales públicos, por lo que escribió
a Francisco Ramírez, a fin de prevenir cualquier contingencia al respecto, asesorándose del
plan de garantizar los fondos del Parque Militar de su dependencia. Ramírez le respondió
el 2 de mayo, diciéndole: "Estimado Cipriano: Contestando a la del 23 ppdo., acepto tu
prevención de asegurar los fondos en el Parque, consultando su mayor seguridad".
Pocos días antes de este intercambio de notas, mientras cumplía el trayecto desde
su estancia San José a Concepción del Uruguay, acompañando a una carreta que
transportaba frutos del país, fue sorprendido por un núcleo de bandidos portugueses. En
completa desventaja numérica, Urquiza y sus hombres no tuvieron otra alternativa que
abandonar la carreta y ponerse a salvo.
Sabedor de esa ocurrencia, Ramírez agregó en la citada carta: "Atento con los
portugueses, que ya has experimentado el trote que te hicieron dar, perdiendo de vista la
carretilla en la estancia de casa. Espero que no te suceda otra vez semejante suceso. Tu
afmo. Francisco Ramírez".
El arribo de una imprenta. En agosto de 1819, en el puerto de Concepción del
Uruguay se registró la descarga de unos bultos, cuyo contenido tendrá la profunda
significación de inaugurar la historia de la imprenta en la provincia de Entre Ríos.
¿Cuál habrá sido el lugar en que se imprimió el primer número de este periódico?
Al respecto se han dado tres respuestas diferentes.
A su vez, el Directorio envió fuerzas militares sobre Santa Fe, provincia que se
convirtió nuevamente en escenario de cruentas luchas. Estanislao López - gobernador
desde mediados de 1818 - organizó hábilmente la defensa del territorio, lo que obligó al
retiro de las tropas porteñas. Se llegó, así, al armisticio de San Lorenzo, firmado el 5 de
abril de 1819, pero como bien lo ha señalado Mitre, "los contendores volvían a
encontrarse en el punto de partida y el armisticio no era sino una tregua".
Esta singular batalla, que desde el punto de vista militar no fue muy significativa,
produjo en cambio importantes consecuencias en el orden político. No significó
solamente la derrota de un ejército, sino también y, sobre todo, el derrumbe de un sistema.
Políticamente, los directoriales habían sido superados por otro mundo de ideas que
reavivaban el provincialismo y fervorizaban el ideal republicano.
Un hijo de Concepción del Uruguay - Francisco Ramírez - había sido uno de los
protagonistas de ese momento histórico y la villa natal celebró, alborozada, el triunfo
obtenido. Ante la carga arrolladora de sus tacuaras gauchas, "la caballería de Buenos Aires
no tuvo fuerza moral para combatir, y al primer choque huyó desordenadamente hacia la
capital, llevando en las patas de sus mejores caballos la última esperanza de un cetro
monárquico y los jirones del centralismo porteño".
El Tratado del Pilar. Esta importante convención consagró los dos grandes
principios del derecho público argentino: el sentimiento de la unidad nacional y el respeto
de las autonomías provinciales. Los grandes ideales por los que el litoral había venido
luchando desde hacía casi una década, parecían tener por fin concreción, en esos primeros
meses del año XX.
En el primer caso, los signatarios del pacto habían omitido declarar la guerra a
Portugal - luego veremos las razones que se adujeron - que Artigas siempre había
considerado como una exigencia ineludible. Y en el segundo, no solamente se desconocía
su jefatura, sino la existencia misma de la Liga de los Pueblos Libres.
Este hecho fue la derrota que sufriera a manos de los portugueses en la batalla de
Tacuarembó, el 22 de enero de 1820. En este desastre - afirma Pérez - hunde la raíz y toma
fuerza el pensamiento de anular a Artigas. Junto con Cepeda fueron dos batallas que en el
breve transcurso de tiempo que las separa - diez días - modificaron de cuajo el panorama
político - militar en el Río de la Plata.
Dadas las circunstancias, la lucha entre Artigas y Ramírez era inevitable. Tanto en
el pasado como en el presente, estos sucesos desarrollados a principios de 1820 han sido
observados desde las más diferentes ópticas. Los juicios extremos no se hicieron esperar.
Desde la ponderación sin retaceos para la actitud del entrerriano, hasta la denigrante
acusación de traidor. Pero como bien ha señalado Joaquín Pérez, "sin entrar en conjeturas
sobre quien tenía razón, en un terreno tan resbaladizo como el de la historia,
concretémonos a afirmar que la divergencia en la elección del camino para solucionar el
problema de la ocupación de la Banda Oriental por los portugueses ocasionó la ruptura
entre Artigas y Ramírez, ruptura que tenía su lógica consecuencia en la guerra entre
ambos".
A fines de abril de 1820, Francisco Ramírez regresó a Entre Ríos, con las tropas
que habían operado en la campaña contra Buenos Aires, sabiendo que de un momento a
otro debería enfrentarse con Artigas. Al enterarse de la situación general de la provincia y,
en particular, de los sucesos que estaban acaeciendo en su villa natal, ordenó al sargento
mayor Lucio Mansilla que se trasladase a Concepción del Uruguay para que de acuerdo
con López Jordán, ofreciesen a Gervasio Correa - quien, como ya sabemos, se hallaba
sitiado en ese punto - toda clase de garantías para él y su tropa, si deponía su actitud, y
prometía cooperar al exterminio del artiguismo en Entre Ríos.
Artigas avanzó 1.500 indios al mando del comandante de Misiones, Francisco Siti,
también indio, quienes penetraron por el noreste de la provincia, y lograron derrotar a
Correa y López Jordán en Arroyo Grande. De esta manera, el camino hacia Concepción
del Uruguay quedó expedito. Poco después, la vanguardia artiguista se apoderó de ella.
Poco después, la lucha entre Artigas y Ramírez se generalizó. Las Guachas, Las
Tunas, Sauce Luna, Yuquerí Grande, Mocoretá, Avalos... Reiterados enfrentamientos que
se fueron sucediendo entre el 13 de junio y el 24 de julio de 1820. Combates que se
hicieron mojones señaleros de la derrota de Artigas y de una persecución tan obstinada,
con su encarnizamiento de un combate por día.
Pero ya la acción de las Tunas había resultado decisiva. Con acierto ha expresado
el historiador entrerriano César B. Pérez Colman: "Considerada del punto de vista de sus
efectos políticos, pocas veces registra la historia interna del país, una batalla que haya
tenido consecuencias tan complejas, prolongadas y trascendentales como las que ocasionó
la derrota y ostracismo del grande hombre, que había sido inspirador y conductor, con
amplia visión y pulso firme, de uno de los más importantes sectores de la opinión pública
actuantes en el proceso de la estructuración gubernativa del país".
1820 - 1821
La villa de Concepción del Uruguay se aprestó, como los demás pueblos que
integraban la nueva entidad política, a cumplir con la convocatoria. Pero no hay duda que
en ella, el acto eleccionario adquirió matices singulares, sobre todo de índole emotiva.
Porque quien iba a ser elegido Jefe Supremo, no era un extraño. Era hijo de esa tierra. Era
un hombre que había nacido hacía treinta y cuatros años en la villa recién fundada. Era
alguien que había crecido allí, arrullado por el suave rumor del agua mansa y el canto de
calandrias y zorzales.
Fue un soleado día de noviembre de 1820... Hacía sólo unas horas que el
comandante militar de Concepción del Uruguay había recibido precisas instrucciones.
Llamó entonces a uno de los soldados de la guarnición y le ordenó que aprestara un
pequeño cañón, desde hacia algunos meses felizmente enmudecido. El estampido se
escuchó más allá de los límites del pueblo... La señal de la convocatoria había sido dada ...
Cuando las primeras sombras de la noche caían sobre la villa, todavía se advertían
corrillos donde se comentaba lo acaecido. Porque poco frecuente, sin duda, era el hecho
de que una población de algo más de mil almas, pudiese contribuir con la expresión de su
voluntad, a la elección de uno de sus hijos como máxima autoridad del territorio
mesopotámico.
En los demás pueblos el resultado fue similar. Con presiones o sin ellas, lo cierto
fue que Francisco Ramírez quedó así consagrado Jefe Supremo de la República de Entre
Ríos. Como se ha podido apreciar, se trató del esbozo de un sistema de consulta popular,
que con todos los defectos que quieran señalársele, debe ser juzgado en función de la
época y del ambiente en que se aplicó.
Los símbolos ramirianos. Realizada la elección, en el tosco mástil de la vieja
comandancia de Concepción del Uruguay fue izada la bandera de la república ramiriana.
Mas el símbolo de la nueva entidad no fue una novedad para nadie. Porque allí, en lo alto,
flameaba como desde hacía un lustro, la que había sido el símbolo de la patria federal: la
bandera de Artigas. La enseña celeste y blanca cruzada diagonalmente por una franja roja.
Aquella de la que diría el poeta uruguayo, que "sangra por su veta diagonal".
Las funciones adjudicadas a los comandantes fueron amplísimas, las que han sido
clasificadas por el doctor Roca, en militares, políticas, policiales, judiciales, económicas,
fiscales, educativas, postales y varias.
Urquiza inicia sus actividades comerciales. Por aquellos días en que Francisco
Ramírez llegaba al pináculo de su poder y su prestigio, en la villa de Concepción del
Uruguay comenzaba a desarrollar sus primeras actividades comerciales, quien con el correr
de los años se convertiría en destacado gobernante y organizador de la nación. Nos
referimos a Justo José de Urquiza, joven a la sazón de apenas diecinueve años.
En aquella época, tanto en Concepción del Uruguay como en Buenos Aires, era
corriente trabajar como dependiente de un comercio de tienda, almacén o pulpería, ya que
constituía una de las aspiraciones preferidas de los jóvenes de familia, que no continuaban
estudios superiores. Además, el joven Justo José, deseoso de progresar, se ocupó de
acopiar frutos del país, cueros, lanas, crin y sebo, productos que vendía luego en la plaza
de Buenos Aires.
Según los cómputos obtenidos, Entre Ríos contaba entonces con 20.004
habitantes, pero debemos señalar que se hallaba incluida en su jurisdicción, por decisión
del propio Ramírez, los departamentos de Esquina y Curuzú Cuatiá, tal como se había
indicado en el decreto de Posadas, de 10 de setiembre de 1814, en virtud del cual, se
crearon las provincias de Entre Ríos y Corrientes.
Los sucesos de la primera mitad del año XX parecían volver a repetirse. Antes, el
enfrentamiento de Ramírez con Artigas; ahora, el de López con Ramírez. Atizadas las
propias ambiciones por intereses extraños, los caudillos se fagocitaban entre sí, con grave
deterioro para el federalismo del litoral, y óptimas consecuencias para la política porteña,
que no tardaría en imponerse nuevamente.
Sin embargo, en los apuntes que Anacleto Medina, ya anciano, habría dictado a su
secretario Gerónimo Machado, que fueron publicados en 1895, y sobre cuya autenticidad
se discute, no se afirma tal cosa. Es por eso que otros autores - desechando las reticencias
con que fueron acogidos los apuntes de Medina - hacen fe de su versión. Escuchémosle:
"El día que marchamos sobre el Arroyo Seco nos dirigimos a un paraje llamado San
Francisco, donde campamos y allí amanecimos. Era éste un valle, entre un palmar y una
cañada. Cuando el día, salió de entre el palmar una fuerte guerrilla, con un escuadrón de
protección, por el lado donde yo estaba. Inmediatamente pasé el parte al general, que
estaba como a veinte cuadras de distancia con la poca gente que tenía; cuando estas
guerrillas salieron del palmar, se vinieron sobre la vanguardia a mis órdenes, cuyo número
no alcanzaba al completo de un escuadrón; las cargué, derrotando las guerrillas y
arrollando la protección. En ese momento salieron entre los palmares dos fuertes
divisiones, las cuales se interpusieron y me cortaron de modo que me impidieron la
incorporación con el general. Estas fuerzas se fueron sobre él, mientras que tres
escuadrones se vinieron sobre mí y empezaron a perseguirme; pero yo siempre logré
sostenerme en retirada, sin que consiguiesen deshacerme, cruzando un algarrobal cuando
ya no me quedaban sino cincuenta y tantos hombres. Entre tanto, yo no podía saber cual
había sido la suerte del general, cuando se me presentó un soldado de su escolta y
acercándose a mí me dijo: "Comandante, póngase a la cabeza de la fuerza, que a nuestro
general lo han muerto". La persecución sobre mí cesó desde que me interné en el
algarrobal. En seguida aparecieron cuatro soldados más de los nuestros, que traían a la
mujer que acompañaba al general, a la que habían salvado de entre los enemigos".
Por lo que se puede apreciar a través del relato de Anacleto Medina, Ramírez no le
confió la custodia de la Delfina, como reiteradamente se ha afirmado. Es más,
continuando su narración de aquellos dramáticos momentos, Medina agregó: "Respecto de
lo que se dijo, que la muerte del general Ramírez fue por salvar a la mujer que lo
acompañaba, es incierto, porque después de deshecho, cuando se retiraba con seis u ocho
hombres buscando su incorporación, lo persiguió una mitad de tiradores al mando del
oficial porteño que, siendo su ayudante, le había traicionado pasándose al enemigo".
De manera, pues, que resulta muy difícil llegar a reconstituir el cuadro definitivo
de aquel suceso acaecido el 10 de julio de 1821. ¿Habrá caído Ramírez por un rescate de
amor, digno del mejor historial del romancero? ¿O se enfrentó con el enemigo, en un
alarde de coraje criollo, para vengar la traición de que había sido objeto?
Cualquiera sea la respuesta, fue una suerte digna. El bravo caudillo de Entre Ríos
cayó peleando frente a un enemigo superior en número, fiel a la bandera y a lo que había
sido el objeto de los últimos años de su vida.
Así se perdía para siempre el rastro físico de quien, en vida, fue vigoroso paladín
de la libertad y del derecho de los pueblos a organizar la patria democrática y
federativamente.
La inútil espera. La villa de Concepción del Uruguay - como todo Entre Ríos -
se conmovió ante el trágico desenlace. La noticia de la muerte de Ramírez se hizo conocer
oficialmente el 1° de agosto de 1821, aunque ya algunos días antes, los rumores se habían
esparcido en la población. En esa fecha, el Supremo interino Ricardo López Jordán emitió
una circular para dar a conocer la infausta nueva.
Tiempo después, sin que podamos precisar el momento con exactitud, regresaron
a Entre Ríos los cincuenta y ocho hombres de Anacleto Medina. Tal vez con ellos
regresara María Delfina, la compañera de Ramírez. Muy poco es lo que se sabe de ella; tan
solo que era de origen portugués y que murió en la ciudad de Concepción del Uruguay, en
1839. Sus restos reposaron en el viejo cementerio de la villa, erigido en 1805, por
indicación del obispo Benito de Lue y Riega.
Mientras tanto, otra mujer esperaba en vano... La tradición lugareña nos habla de
que, a pesar del tiempo transcurrido, la novia de Francisco Ramírez continuó esperando el
regreso del caudillo. Se llamaba María Norberta Calvento y era hija de Andrés Narciso
Calvento y de Rosa González.
Habitaba la casa de sus padres - hoy vieja casona convertida en museo - ubicada
en la esquina de las actuales calles Galarza y Supremo Entrerriano. No del todo en sus
cabales, vivió largos años fiel a ese ilusorio amor. Y al fallecer en 1880, ya nonagenaria,
cumpliéndose el deseo siempre expresado, fue amortajada con el velo nupcial, símbolo de
una esperanza alucinada.