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TÍO NORBERTO

A. León

Llovía. La noche les había caído encima como un grueso paño de trama compacta. Dante tuvo
que hacer un esfuerzo para distinguir la carretera que se diluía a través del parabrisas mientras iba al
volante. ¿Cuánto tiempo habría transcurrido desde el último poblado? ¿media hora, una quizá? El
tiempo parece elongarse a su antojo cuando conduces bajo la lluvia en una carretera recta y rodeada de
un bosque oscuro e impenetrable.
Faltaban pocas horas para llegar a la capital. Allí los esperaban toda la familia. De súbito Fabián
preguntó “¿Hey Dante, es acaso una gasolinera lo que se ve allá?” Sin duda que lo era, y tras el
luminoso amarillo y rojo se distinguía algo parecido a un hostal. ¡Qué suerte y qué alivio!, podrían llenar
el estanque y sus estómagos. Dante aparcó en la entrada y ambos se refugiaron de la lluvia que seguía
cayendo copiosa y sonora.
“Tengo tanta hambre que me comería un pollo completo, ¿no tienes hambre tú?”, preguntó
Fabián. Y cómo no iba a tener, si ya venía conduciendo desde la mañana sin parar; así no hay quien
resista, y con todo esto de la cremación del tío Norberto, estaban extenuados. Se le veía tranquilo a
Fabián a pesar de la muerte de su padre, sin duda algo de la personalidad entusiasta había heredado de
él. “Él” era el tío Norberto, quien los acompañaba como una presencia silenciosa en el asiento trasero.
Dante solía decir que de todos, el tío Norberto era su preferido. Sin duda que el mutuo interés por la
biología marina los unía, extrañaría aquellas excursiones explorando el fondo del mar junto a él. Por un
momento le pareció increíble que hubiera muerto ¿Y si en realidad no lo estuviera y aquella caja que les
entregaron el día anterior en el crematorio contuviera las cenizas de un árbol? ¿Cuánto tiempo tomaría
en revelarse la broma?
La hostería estaba vacía y sus mesas limpias y ordenadas, daba la impresión que ningún turista la
había visitado en días. Fabián tomó un par de menús del montoncito apilado sobre el mostrador y
presionó la campanilla del timbre plateado ubicado al costado. Sentados a la orilla de la ventana podían
observar la carretera y algunos faroles. Más allá de la luz el exterior se fundía con la oscuridad de la
noche.
Desde el interior de la cocina apareció un hombre flaco y de altura mediana que caminó
rápidamente hacia su mesa. “¿Ha estado pesada la jornada?”, preguntó Fabián como queriéndole sacar
conversa. El hombre asintió con un gesto difícil de interpretar y tras una pausa les preguntó “¿qué se van
a servir?” Las opciones no eran muchas, el primer plato se trataba de carne a la olla con papas fritas y
coles de brusela cocidas, mientras que el segundo era carne a la olla con arroz y las mismas bruselas.
Fabián soltó una broma al respecto del parecido de los platos, pero el tipo ni se inmutó. Dante sentía que
si no probaba bocado se desmayaría ahí mismo.
Ambos optaron por la carne a la olla con papas fritas, algo rápido. Luego de ordenar el hombre
se retiró a la esquina donde estaba la máquina de los expresos y regresó con una jarra de café. La
operación la hizo absolutamente en silencio. “Este tipo es como hablarle a Frankenstein”, secreteó
Fabián. Dante no estaba de ánimo para improvisar un perfil psicológico, al fin tenía una taza de café
caliente entre sus manos y el tío Norberto los acompañaba desde la silla contigua en donde Fabián lo
había depositado tras sentarse. Había que llegar a la ciudad para su sepelio, era lo que importaba.
Desde el interior de la cocina el hombre trabajaba afanosamente. Se oían ollas, el afilar de
cuchillos y algo así como un pesado machete cayendo libre sobre una superficie. ¿Estaría acaso

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destazando un animal allá adentro? Al cabo de un rato el hombre regresó y se detuvo frente a los jóvenes
con los platos suspendidos en alto. Desde sus asientos, Dante y Fabián alcanzaban a ver sólo el convexo
de los platos humeantes y no hallaban la hora que el hombre los colocara sobre la mesa para comenzar a
comer.
—¿Qué pasó? — le preguntó Dante.
— Es el plato de fondo — respondió el tipo.
— ¿Qué pasa con el plato de fondo?
— Acabo de darme cuenta que la carne a la olla se acabó y tuve que cambiarlo por un par de filetes a la
plancha. Es que la mujer que cocina hoy se reportó enferma.
Dante cruzó una mirada de desencanto con Fabián, pero ya se encontraban ahí y de todas formas
¿qué más les podría pasar? El hombre seguía inmóvil, sosteniendo los platos en alto, lo que terminó por
irritar a Fabián. “Señor … ¿podría usted por favor dejar los platos sobre la puta mesa? Tengo tanta
hambre que le juro me comería a alguien vivo”. El hombre mostró una cara de amedrentamiento, dejó
los platos sobre la mesa y retornó rápidamente a su cocina sin decir ninguna palabra.
Cenaban en silencio, y siendo justos la carne sabía tierna y sabrosa ¿Y las coles? ¡Ni qué decir!,
se sentían al dente. Sin embargo, algo que provenía del exterior inquietó a Dante.
—¿Te das cuenta Fabián?
—¿De qué?
—Todo el rato que hemos estado acá no ha pasado un solo automóvil allá afuera —le señaló Dante
apuntando con el tenedor hacia la carretera.
— Primo, ya tengo demasiado con todo lo de la cremación, para hacer encima de todo esto una historia
de terr…
Fabián no había terminado de hablar cuando los ruidos que provenían desde la cocina se
reanudaron con mayor intensidad. Se oía como si alguien dejara caer con esfuerzo un pesado machete
para luego abrir y cerrar de golpe las puertas de una congeladora. Fabián se levantó de su silla para
distinguir qué pasaba allí adentro.
—¡Gueón!, paguemos y nos vamos, tenemos que llegar al funeral de tu padre— dijo Dante.
—¿Y si el tipo necesita ayuda? En una de esas el animal que destaza es grande.
— Como si ese fuera nuestro asunto.
—No seas cobarde —dijo Fabián—, echemos una mirada a ver qué pasa con el tipo.
Se acercaron a la cocina, Fabián caminaba adelante, “¿señor, está usted bien, necesita ayuda?”,
gritó. Nadie contestó, el tipo parecía haber desaparecido. “Gueón, vámonos de aquí”, insistió Dante. Las
paredes de color verde agua de la cocina estaban repletas de sartenes y cucharones de todas las medidas;
a un costado se observaba la plancha sucia sobre la cual el hombre había cocinado seguramente los
filetes que los primos recién habían comido. Dante tuvo la sensación que nada bueno saldría de todo
aquello, la situación empezaba a desagradarle. Cruzaron la puerta que daba paso a una sala oscura en
cuyo centro se distinguía un mesón y sobre este un bulto que parecía ser el de un animal a medio
destazar. Dante encendió la luz de su teléfono para alumbrar el cuarto. ¿Una res, un ciervo, un caballo?
Fuera el animal que fuera habían comido de él hace algunos minutos; “¿Distingues lo que es?”, preguntó
Fabián. Dante descorrió la lona que cubría el bulto y solo les bastó un corto asomo para que ambos
saltaran hacia atrás y se pusieran a gritar y a dar arcadas. El teléfono cayó al suelo proyectando sus
propias sombras en la pared de forma macabra. El cuerpo de una mujer yacía abierto y cortado en
pedazos como un animal.

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Las luces se encendieron. El hombre había surgido de la nada y ahora apuntaba con un rifle
directamente a la sien de Fabián. Fabián dio un salto de sorpresa y se arrastró por el suelo dando gritos.
“Pedazo de imbécil, nos diste a comer carne humana, ¡hijo de puta!” El hombre parecía asustado, quizá
tanto como los primos, pero era él quien los apuntaba con una escopeta. Dante tuvo la sensación que en
cualquier momento se le soltaría un disparo.
—Es que no se callaba nunca — les dijo en tono conciliador.
—¿Cómo que no se callaba?
— A Marita la quería yo, es sólo que no se callaba nunca — repitió el hombre.
—¿Y por eso la mataste, hijo de puta? ¡Bonita la has hecho! Ahora sí la dejaste callada para siempre. —
Le gritó Fabián desde el suelo.
En un descuido Dante se abalanzó sobre el hombre, la escopeta cayó al suelo y soltó un disparo
que dejó a todos inmóviles. Al cabo de una fracción de segundo, eran tres hombres forcejeando en el
suelo por alcanzar un arma que reposaba a pocos centímetros del cadáver de una gorda que miraba al
cielo con la mandíbula abierta.
Dante alcanzó la escopeta, recordó que hacía mucho tiempo que no disparaba una y que nunca
había apuntado a un hombre con un arma “¡Quieto hijo de puta!”. Fabián se ubicó a sus espaldas,
mientras Dante se aferraba firmemente al gatillo y caminaban en reversa apuntando a la cara del hombre
que los miraba con las manos en alto. “Escucha, vamos a salir de aquí, nos vamos a ir, y esperamos no
volver ¿se entendió?”, gritó Dante. El hombre asintió obediente. La verdad es que por un momento sus
ojos parecieron los de una víctima más que los de un asesino. Salieron hacia el estacionamiento, la lluvia
había amainado. Entraron al auto, tomaron la carretera y emprendieron rumbo a la ciudad.
Aún no se les pasaba el susto cuando Dante le dijo a Fabián, “escucha, llegamos a la ciudad y
nos olvidamos de todo ¿se entendió?” Fabián, con la mirada clavada hacia el frente asistió con la cabeza.
Lo único que deseaba era escapar de ese lunático. Vio pasar el cartel de despedida que decía: 'Sal si
puedes', les desea un buen viaje. Menudo nombre para un pueblo del terror.
Habían pasado un par de señalizaciones que indicaban los kilómetros faltantes para la ciudad
cuando Fabián, finalmente, sacó la voz.
—Creo que tenemos que regresar.
—¡Qué estás diciendo!
—Es que tenemos que regresar —insistió Fabián.
—¿Acaso te volviste loco?
— Olvidamos a papá.
Casi sin pensarlo Dante frenó de golpe y dio la vuelta en U.
—¿Te quedan cartuchos? —le preguntó.
—Si —respondió Fabián.
— ¡Afírmate! —le dijo Dante, y aceleró de regreso a la hostería. Ahora, iban por el tío Norberto.

FIN

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