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“El propósito de este libro es el siguiente: quiere ayudar a comprender y explicar la fe como la
realidad que posibilita el verdadero ser humano en nuestro mundo de hoy, y no reducirla a simples
palabras que difícilmente pueden ocultar un gran vacío espiritual”
1. “Uno es cristiano, no porque sólo los cristianos se salvan, sino porque la diaconía cristiana
tiene sentido y es necesaria para la historia.” Relaciona esta idea de la lectura con el “principio
para” del que habla Ratzinger. (pp. 214- 220).
2. ¿Qué lugar ocupa la cruz dentro de la fe en Jesús como Cristo? Según Ratzinger, a esta
respuesta se acude unificando todas las reflexiones anteriores. (pp. 244- 256)
La cruz ocupa un lugar central pues encierra en sí el sentido de la salvación cristiana, puede
parecer para aquel que la ve de lejos un instrumento cruel de tortura y dolor, en el que el hombre
sube no porque quiere morir sino por obligación por violencia. Sin embargo, para el cristiano la
cruz tiene otro sentido es el signo de la entrega amorosa y libérrima de un Dios que quiere salvar a
su criatura, y para ello no tiene mejor manera que entregando a su Hijo en rescate del Hombre.
Pero el hombre participa en esta entrega salvífica pues Dios entrega a su Hijo Verdadero Dios y
verdadero hombre y muere por la humanidad en su condición humana. Es decir, se inaugura una
nueva forma sacrificial en la cual no es el hombre quien ofrece sacrificios de animales, o sangre
humana sin poder salvífico, sino que en Jesucristo verdadero Dios y verdadero hombre se entrega
la humanidad entera y lo que estaba destruido por el pecado en Cristo queda restaurado por su
muerte y sacrificio en la Cruz.
3. “Por eso el Hijo, que en el mundo tiene tiempo para Dios, es el lugar originario donde Dios
tiene tiempo para el mundo. Dios no tiene otro tiempo para el mundo sino en el Hijo, pero en él
tiene todo tiempo.”
Relaciona esta idea de von Balthasar con la definición que da Ratzinger de cielo e infierno y sus
consecuencias para el hombre. (pp. 271- 278)
Para Ratzinger el cielo es recibir, es entregarse, es amor en sumo, mientras que el infierno es
encerrarse en sí mismo, es no querer dar ni recibir, es la expresión máxima de la soberbia. Esto se
relaciona en que, si en el mundo Dios entrega su gracia a los hombres en el Hijo, cuanto más será
en el cielo en el cual tendremos a Dios con nosotros, donde todo será recibir de Él su amor, y
participar en la vida divina. Cristo nos ha aperturado a esta realidad, pues por su salvación
podemos participar de este amor que hay en la trinidad.