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Antes Que Acabe El Verano
Antes Que Acabe El Verano
El último año había sido pintada de un tenue tono azul, que combinaba con las
vigas y las columnas de color blanco. Tal combinación hacia un contraste
perfecto con las tonalidades del paisaje. El terreno estaba embellecido por el
verde más intenso de la vida, el camino de tierra estaba acompañado por
amplios espacios de césped, que parecían no haber sido podados hace tiempo,
habían arbustos, altos árboles; muchos de ellos llenos de frutas, habían plantas
y matorrales llenos de flores.
Seguido de todos estos recuerdos Angie tuvo que enfrentar la aflicción que le
producía pensar en que seguramente, este sería su último verano juntos y que
todo cambiaría, pues ambos debían ir a la universidad. De pronto se sentía
demasiado adulta y demasiado triste, por un instante odió el hecho de tener
que crecer, quiso poder detener el tiempo ahí mismo, en ese verano y que
repitiera para siempre, pero se limitó a terminar con la limpieza y dejar darle
vueltas la asunto.
Pero no solo su cuerpo se movía y no solo su piel brillaba. Unos tímidos rizo
dorados y semi-formados se movían al ritmo del viento, como si este existiese
solo para dotarles de vida. Tanto el viento como el sol competían haciendo su
mejor esfuerzo por ver quien lograba impregnarle mayor gloria y belleza a
aquel cabello.
Tantos años después de aquel primer encuentro y Nathan seguía creyendo que
aquella era una hada. Una tenue explosión de pecas lo suficientemente
modestas como para no simular que aquel era un cutis manchado, daba el
toque final a un rostro bendecido con unos ojos celestes y llenos de vida, y unos
labios rojos muy bien pronunciado. El vestido ayudaba a marcar su cintura y a
resaltar sus curvas, como si siglos de sastrería hubieran convergido en la
confección de un vestido exclusivamente diseñado para ella. Nathan notó que le
habían crecido el pecho, a sus ojos ya no era una niña. Recordó que ella tenía
diecinueve años y el diecisiete, este hecho lo hizo sentir vulnerable, tímido y
triste; siempre quiso ser un héroe para ella, pero esos dos años de diferencia lo
harían parecer un niño ante aquella mujer.
En la sala, la mesa estaba servida para seis personas. Angie y Nathan se habían
sentado juntos, y ambos fueron regañando más de una vez para que dejaran de
hablar y comieran. Al terminar, Angie ayudó a Nathan a desempacar. Él se
quedaría en piso de arriba, su habitación tenía un pequeña ventanilla por cual
se podía salir al techo.
—¿Cómo qué para que? Te la esconderé, tontito —le dijo intentando esconder
la sonrisa divertida que se había formado en su rostro.
El se tiró a la cama contra ella intentando alejar la maleta. Ella lo atacó con una
almohada y él intentó sujetarla las manos sin lograrlo, pues Angie demostró
tener más fuerza cuando logró tumbarlo sobre la cama quedando sobre él,
sentada en su torso y sujetándolo de las manos. Se quedaron viendo fijamente
por unos segundos hasta que ella interrumpió el silencio:
—¿Lo trajiste verdad?
—¿Qué cosa?
—Lo sé.
—¡Ahhh! —Volvió a gritar—. ¡Te amo! —Le dijo, mientras se acercaba a él para
besarle la mejía y posteriormente lanzarse en busca de su regalo.
—Puedo hacer ambas —Le respondió ella, volteándose para verlo haciendo un
puchero, desde el otro extremo de la cama.
Sus pies estaban al lado de Nathan. Se vio tentado a tocarlos pero no quiso
interrumpirla de su alegría y se limitó a observarla. Siguió la curva que subía
desde la planta de su pie izquierdo, pasando por el talón y avanzando por sus
tobillos. Por primera vez pensó en que la geometría es realmente atractiva y en
que gran secreto matemático debía encontrar oculto en ese hecho. Las curvas
seguían avanzando, eran cada vez más peligrosas, y él un conductor inexperto.
Había llegado hasta sus piernas, el vestido parecía más corto que antes, la
brusquedad de sus movimientos había hecho que este se recogiera, de manera
que había alcanzado una notable elevación sobre la horizontal del cuerpo de la
chica sobre la cama. Nathan pensó que si seguía viendo podría irse contra un
acantilado. Sin embargo, su curiosidad siguió, atrapada, observando aquel ser.
Había algo des consonante entre en la tela y la piel, un color rosado que no
había hecho presencia anteriormente, y supo que esta era la señal de peligro
que le indicaba parar.
—Lo sé.
Eran las cinco de la tarde cuando llegaron el pueblo. Las luces y los carteles de
neones de la tiendas empezaban a cobrar vida. Era todo un espectáculo ver el
mosaico de colores que ofrecían los locales del pueblo. Un pequeño cine, unos
cuantos bares, un árcade, el banco municipal y unas modestas tiendas de
abarrotes recibían a los viajeros. En la calle principal, una fila de restaurantes y
puestos de comida se extendía a ambos lados de la calle, la cual terminaba al
llegar al supermercado, lugar hacía donde se dirigían Angie y Nathan.
Nathan y Angie estaban sentados sobre el muelle de madera y tenían los pies
sumergidos en el agua fría de la laguna. Tenían botanas, bebidas y su
compañía. Angie metió una mano bajo su vestido y sacó una botella de vino
escogido aleatoriamente.
—Hay que brindar —dijo ella, meneando la botella en el aire—. Por nosotros y
porque empezaremos una nueva etapa de la vida —agregó.
Nathan tenía más experiencia que ella para el vino y bebió de la botella sin
dificultad. Los niños de la ciudad son más osados en lo que a probar licor
respecta. Fue hasta que bebió el segundo trago que casi se ahoga con el vino al
ver como Angie encendía un cigarrillo, pero a diferencia de la bebida, lo había
encendido de forma magistral, y fumaba con la misma destreza.
—Lo sé. —contesto ella con cara de fastidio—. No es como si pretenda fumar
toda la vida. Solo quiero poder hacer este tipo de cosas ahora que tengo la
edad. Además me tranquiliza. No sabría como describirlo, pero el humo
entrando y saliendo de tu cuerpo es un malestar placentero.
—¿Quieres probar?
“Este verano esperaba aprender a conducir o algo así, en vez de fumar" pensó
Nathan, pero concluyó en que no pasaría nada si lo intentaba. Además podría
probarle a su amiga que ya no era un niño, pues fumar es cosa de gente mayor.
El asintió. Ella le dedicó una sonrisa traviesa y se inclinó hacia él. Le dio un jalón
al cigarro, manteniendo la horcada de humo en su garganta para mostrarle
como hacerlo, y luego le colocó un el cigarro en la boca.
—¿Qué tal? —preguntó ella. Tenia la boca semi abierta, esperando resolver una
duda.
—Sentí que pedí un año de vida —respondió él, entre pequeños tosidos.
—Que exagerado eres.
—Siempre lo he sabido.
—Veras… —ella guardó silencio por unos segundos y luego continuó, como si
estuviera analizando su respuesta—. Aunque no lo parezca, soy una romántica.
Siento que tu demasiadas cosas que decir. El deseo de expresarme es una
necesidad en mi. Creerás que soy ingenua, y que seguramente me moriré de
hambre —se río para si misma como si dicha suposición careciera de
importancia—. Pero realmente es lo que quiero hacer. El hecho de poder crear
una historia que condense todo lo que pienso y lo siento, me llena de mucho
placer y no busco ninguna otra recompensa que esa. No espero que todo el
mundo lea mis obras, pero aquel que me lea me conocerá completamente. La
lectura puede llegar a ser un acto más íntimo que el propio sexo.
—Jamás dejaré que te cases con un viejo —dijo él, en un intento de amenaza
que solo lo hacía parecer más gracioso que tenaz.