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Al parecer, Italia habría tenido intereses coloniales en esa región ya desde el siglo XIX, pues,

según se dice:

“[…] Entre 1815 y 1914 ninguna gran potencia se enfrentó a otra más allá de su región
de influencia inmediata, aunque es verdad que eran frecuentes las expediciones
agresivas de las potencias imperialistas, o de aquellos países que aspiraban a serlo,
contra enemigos más débiles de ultramar. La mayor parte de ellas eran
enfrentamientos desiguales, como las guerras de los Estados Unidos contra México
(1846-1848) y España (1898) y las sucesivas campañas de ampliación de los imperios
coloniales británico y francés, aunque en alguna ocasión no salieron bien librados,
como cuando los franceses tuvieron que retirarse de México en la década de 1860 y los
italianos de Etiopía en 1896 […]” (Hobsbawm, 2019: 31)

Esta situación se habría mantenido, relativamente, hasta la década de 1930 aproximadamente,


pues:

“[…] la causa inmediata de la segunda guerra mundial fue la agresión de las tres
potencias descontentas, vinculadas por diveros tratados desde mediados de los años
treinta. Los episodios que jalonan el camino hacia la guerra fueron la invasión japonesa
de Manchuria en 1931, la invasión italiana de Etiopía en 1935, la intervención
alemana e italiana en la guerra civil española de 1936-1939, la invasión alemana de
Austria a comienzos de 1938, la mutilación de Checoslovaquia por Alemania en los
últimos meses de ese mismo año, la ocupación alemana de lo que quedaba de
Checoslovaquia en marzo de 1939 (a la que siguió la ocupación de Albania por parte de
Italia) y las exigencias alemanas frente a Polonia, que desencadenaron el estallido de
la guerra.” (ibíd..: 45)

“Los únicos países en los que no se celebraron elecciones de ningún tipo en el periodo
1919-1947 (Etiopía, Mongolia, Nepal, Arabia Saudí y Yemen) eran fósiles políticos
aislados.” (ibíd..: 117-118)

“Mussolini, mostrando el mismo desprecio hacia la opinión internacional, invadió ese


mismo año Etiopía, que conquistó y ocupó como colonia en 1936-1937, y a
continuación abandonó también la Sociedad de Naciones (ibíd..: 152)

Ya posteriormente, en el marco del desarrollo de los movimientos decoloniales en África,


tenemos lo siguiente:

“Los movimientos guerrilleros africanos se multiplicaron en la década de los sesenta, a


partir del conflicto del Congo y del endurecimiento de la política de apartheid en
Suráfrica (creación de homelands para los negros, matanza de Sharpeville), pero sin
alcanzar éxitos significativos y debilitados por las rivalidades intertribales y por las
chino-soviéticas. A principios de los años setenta estos movimientos revivieron gracias
a la creciente ayuda soviética –China estaba, entre tanto, ocupada con el absurdo
cataclismo de la “gran revolución cultural” maoísta-, pero fue la revolución portuguesa
la que permitió a sus colonias acceder finalmente a su independencia en 1975.
(Mozambique y Angola se vieron pronto sumergidas en una guerra civil mucho más
cruenta por la intervención conjunta de Suráfrica y de los Estados Unidos.)
No obstante, mientras el imperio portugués se derrumbaba, una gran revolución
estalló en el más antiguo de los países africanos independientes, la famélica Etiopía,
donde el emperador fue derrocado (1974) y reemplazado por una junta militar de
izquierda alineada con la Unión Soviética, que cambió entonces su punto de apoyo
en esta zona, basado anteriormente en el dictador militar somalí Siad Barre (1969-
1991), quien, por aquel entonces, pregonaba su entusiasmo por Marx y Lenin. Dentro
de Etiopía el nuevo régimen fue contestado y derrocado en 1991 por movimientos de
liberación regional o por movimientos de secesión de tendencia igualmente
marxista.

Estos cambios crearon una moda de regímenes dedicados, al menos sobre el papel, a la
causa del socialismo […]” (Hobsbawm, 2019: 448)

Justamente se menciona que los rebeldes de la región de Tigray controlaron el poder entre
1991 y 2018. Así mismo, se menciona algo más sobre estos movimientos que aparentemente
parecían estar orientados al socialismo, pero que en la práctica se basaban más en lealtades y
alianzas tribales:

“Aunque sobre el papel estos movimientos parecían ser de la vieja familia


revolucionaria de 1917, pertenecían en realidad a un género muy distinto, lo que era
inevitable dadas las diferencias existentes entre las sociedades para las que habían
efectuado sus análisis Marx y Lenin, y las del África poscolonial subsahariana. El único
país africano en el que se podían aplicar algunas condiciones de esos análisis era el
enclave capitalista económica e industrialmente desarrollado de Suráfrica, donde
surgió un genuino movimiento de masas de liberación nacional que rebasaba las
fronteras tribales y raciales –el Congreso Nacional Africano- con la ayuda de la
organización de un verdadero movimiento sindical de masas y de un Partido Comunista
eficaz.

Una vez acabada de la guerra fría hasta el régimen de apartheid se vio obligado a
batirse en retirada. De todas maneras, incluso aquí, el movimiento era mucho más
fuerte en unas tribus que en otras (por ejemplo, los zulús), situación que el régimen del
apartheid supo explotar. En todos los demás lugares, salvo para los pequeños núcleos
de intelectuales urbanos occidentalizados, las movilizaciones “nacionales” o de otro
tipo se basaban esencialmente en alianzas o lealtades tribales, una situación que
permitía a los imperialistas movilizar a otras tribus contra los nuevos regímenes,
como sucedió en Angola. La única importancia que el marxismo-leninismo tenía para
estos países era la de proporcionarles una receta para formar partidos de cuadros
disciplinados y gobiernos autoritarios.” (ibíd..: 449)

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