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El consumo desmesurado de fármacos y drogas interfiere en la comunicación a nivel

cerebral, afectando la manera en que la que las neuronas envían, reciben y procesan
normalmente la información. Debido a su composición química, las distintas drogas
actúan de manera diferente. Unas imitan los mensajeros químicos naturales del cerebro,
engañando a los receptores, activando la neurona postsináptica y provocando que estas
transmitan mensajes anormales en el sistema, mientras que otras producen una
sobreestimulación en el "circuito de recompensa" del cerebro como la cocaína y
la metanfetamina, que hacen que las neuronas liberen dopamina en cantidades
excesivas.

Las drogas de las que se abusa alteran el correcto funcionamiento del circuito de
recompensa del cerebro, que forma parte del sistema límbico. Por lo general, el circuito
de recompensa responde a conductas placenteras y saludables, como la alimentación,
hidratación y copulación, con la liberación del neurotransmisor dopamina, que le enseña
a otras partes del cerebro a repetir esas actividades que son indispensables para el
sustento de la vida. Sin embargo, al consumir drogas y fármacos de manera excesiva,
estas toman el control y liberan grandes cantidades de dopamina, provocando una
sensación de intenso placer, la cual es recordada por el cerebro y consecuentemente lo
impulsa a buscar y consumir la droga nuevamente.

Lo peor de consumir drogas repetidamente es que el cerebro comienza a adaptarse a las


oleadas de dopamina y como consecuencia, disminuye la capacidad de sentir placer. La
persona se siente deprimida y sin vida ya no puede disfrutar de las cosas que antes le
resultaban placenteras. Es decir, la persona necesita la droga para sentirse “normal” y
siempre será necesario consumir dosis más altas de la misma para obtener el mismo
placer que las veces anteriores.

En los años 90 en Estados Unidos hubo una epidemia de opioides en la que se produjo
un aumento de drogadictos y muertes asociadas con el uso indebido de analgésicos
opioides. Se creía que los opioides eran un tratamiento efectivo para el dolor crónico.
Sin embargo, después de unos meses, los opioides dejaban de funcionar y el dolor
empeoraba con el tiempo. El problema fue que los opioides se volvieron el tratamiento
de primera línea, incluso para dolores menores y especialmente para dolor crónico. Los
médicos empezaron a recetar dosis cada vez más altas, por periodos más largos. Si el
paciente decía que su opioide ya no funcionaba, a los médicos les decían que si
aumentaban la dosis no había riesgo. Así fue como se le destruyó la vida a millones de
pacientes, con dosis muy altas y peligrosas. Algunos cayeron en la adicción y
activamente buscaban más opioides. Visitaban más doctores, para obtener más recetas,
robaban a amigo e incluso algunos recurrían a fuentes más baratas, como la heroína.

Referencia bibliográfica sobre la crisis de opioides:

Pierina Pighi Bel. Crisis de opioides. BBC News Mundo. 21 junio 2021

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