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TECNOCIENCIA
Juan R.Coca
La comprensión de la tecnociencia.
Copyright © Juan R.Coca.
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Diseño y maquetación: Gustavo de la Fuente.
Impreso y hecho en España // Printed and made in Spain
Dedicado a Anabel, a Alexandre, a mi familia y amigos.
SUMARIO
PRESENTACIÓN.......................................................................................11
CAPÍTULO 1
Las Dimensiones personales de la actividad tecnocientífica.....................................15
CAPÍTULO 2
El progreso de la actividad tecnocientífica................................................................31
CAPÍTULO 3
La responsabilidad tecnocientífica ante el desarrollo: La biología como ejemplo...59
CAPÍTULO 4
Hermenéutica analógica y humanitarismo en la actividad tecnocientífica...............77
CAPÍTULO 5
La hermenéutica analogíca como asidero para la actividad tecnocientífica..............93
CAPÍTULO 6
Hacia una filosofía sapiencial de la tecnociencia....................................................103
CAPÍTULO 7
El sentido del desarrollo de la actividad tecnocientífica..........................................115
BIBLIOGRAFÍA.......................................................................................129
PRESENTACIÓN
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El 7 de mayo del año 1959, Charles Percy Snow pronunció una conferencia
en la Universidad de Cambridge en la que estableció la famosa dicotomía
sobre la existencia de dos culturas. Según él, por un lado estaría la “cultura
tradicional”, dentro de la que estarían los que actualmente se conocen como
“de letras”. Snow transmitió una visión negativa de esta cultura al considerar
que las disciplinas de la cultura tradicional invierten un exceso de energía
en complejidades alejandrinas. Por otro lado encontraríamos a los “de
ciencias”, es decir aquellos relacionados con la actividad científica pura y
aplicada, así como a los ingenieros. Ambas culturas estarían profundamente
desligadas, de tal manera que las personas relacionadas con alguna de las
dos desconocería, en mayor o menor medida, los avances de la otra.
Snow expuso esta tesis en un contexto social donde el descrédito de los
científicos y de su actividad empezaba a tener cierta aceptación, aunque
todavía de una manera muy sutil. Este descrédito comenzó a ser generalizado
en la segunda mitad del siglo XX y fue debido a los numerosos errores
cometidos por los científicos factuales (o, si se prefiere, experimentales)
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que dieron lugar a cierto miedo o ciertas reservas ante los nuevos
descubrimientos. En este contexto histórico, John Bernal llega a decir
que “el control monopolista de la ciencia está tan bien encubierto por las
técnicas de publicidad que el público llega a creer que las sumas gastadas
en investigación industrial están destinadas sobre todo a su beneficio, sin
advertir que se orientan, aunque se empleen en el sector civil, a producir
bienes como la televisión y las drogas raras, donde el margen de beneficio
es mayor” (Bernal: 431). Obviamente, y como veremos más adelante, esta
situación que describía de manera tan reivindicativa Bernal ha cambiado
sustancialmente, aunque sigue habiendo sesgos frutos de componentes
personales en la actividad tecnocientífica.
En la primera mitad del siglo XX, los tecnocientíficos eran considerados
como gente muy honesta y las consecuencias de sus trabajos se consideraban
como la causa inicial del mejor de los futuros posibles. En cambio, en la
segunda mitad la percepción social dio la vuelta. Esta modificación, en
la valoración de la actividad tecnocientífica y de sus propios agentes es
debida a que, por causa de la separación entre la tecnociencia y la cultura,
se consideraba a la primera como una actividad que no transforma las
maneras de pensar en la sociedad y que se limitaba a conocer lo real y a
solucionar determinados problema. En cambio, actualmente, se tiene claro
que existe un efecto recíproco de la sociedad sobre la tecnociencia y de ésta
sobre la anterior. Es decir existirá una retroalimentación entre la sociedad y
el subsistema tecnocientífico que podrá ser tanto positivo como negativo,
además de ser bidireccional.
El descrédito, la desconfianza ante la tecnociencia, continúa hasta la
actualidad. De ahí que no se les dé carta blanca a los tecnocientíficos para
que puedan investigar aquello que mejor les parezca. No obstante, hay que
tener presente que “ningún Estado industrial moderno podría existir sin la
ciencia. No podría continuar durante mucho tiempo haciendo pleno uso
de sus recursos intelectuales para hacer progresar la ciencia y ampliar su
utilización. Los modelos políticos de nuestra época son consiguientemente
y en manera creciente un resultado de los aspectos materiales de la ciencia”
(Bernal: 415). Además de esto, hay que tener en cuenta que al ir aumentando
el conocimiento que podemos obtener de las características y propiedades de
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Más actualmente, el caso del HIV del que habla D. Sarewitz, exponiendo
que las investigaciones, sobre dicho virus, se centran en la consecución
de fármacos de alta tecnología. De hecho las terapias con alguno de estos
fármacos han tenido gran éxito. El gran problema es que los países en
desarrollo no tienen acceso a ellos debido a su alto coste.
TECNOCIENCIA PERSONALIZADA
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CODA
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EL PROGRESO DE LA ACTIVIDAD
TECNOCIENTÍFICA
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1. PERSONA Y RELACIÓN
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otro (alter) sin dejar de ser uno. En esta dialéctica, donde el ipse es idem a
través del alter, el uni-verso (entiéndase aquí verso como proveniente de
versión) se hace multi-verso. Persona es antítesis de solipsismo egocéntrico,
o sea, encuentro, ad-venimiento, acontecimiento, y por tanto rechazo del
absurdo, que consiste en permanecer sordo-de (ab-surdus) ante el otro (Díaz
2002: 82-83). Por lo tanto, la característica social principal no puede ser otra
que la relacionalidad o, si se prefiere, la versión de los unos a los otros.
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1. LA ACTIVIDAD
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3. LA ACTIVIDAD DE LA TECNOCIENCIA
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de lo que se desee realizar, etc. Este tercer ámbito, al igual que los otros dos,
está fuertemente influenciado por la sociedad (además de por la «comunidad
tecnocientífica»). Se trata de la valoración que tanto la sociedad como los
demás tecnocientíficos realizarán una vez que el trabajo de uno, práctico o
no, haya concluido. Esto es muy importante ya que la aceptación social y
tecnocientífica supondrá una importante mejora, debido a que si aumenta
el interés colectivo por un tipo de línea de investigación, aumentarán los
ingresos económicos que recibirá dicha línea investigadora.
El cuarto aspecto es el de aplicación. En él, los instrumentos, las técnicas,
los métodos y los resultados de la actividad tecnocientífica en los tres
ámbitos previos experimentan modificaciones y cambios según se esté en
uno u otro contexto” (Echeverría 1995: 64). En esta ocasión, la sociedad
es la que influye, con mayor presión, sobre este cuarto contexto junto con
el anterior. Esto es debido a que la sociedad evalúa una aplicación y en
función de la propia aplicabilidad se acepta o no.
A su vez, estos cuatro contextos interaccionan continuamente. De hecho, es
posible enseñar sólo aplicaciones directas de la tecnociencia, pero asimismo
la enseñanza puede tomar como objeto las diversas innovaciones (teóricas,
instrumentales, notacionales, etc.) o los diversos modos de evaluar dichas
innovaciones (desde cómo verificar una predicción hasta cómo axiomatizar
una teoría, pasando por el cálculo de los errores de una medición a partir de
una teoría del error). Por lo tanto, se ve que el contexto de educación afecta
a los otros tres contextos. Asimismo, y recíprocamente, las innovaciones,
las diferentes aplicaciones y los nuevos criterios de evaluación modifican
la actividad docente, precisamente cuando se han convertido en una forma
de saber, y no son un simple conocimiento (Echeverría 1995: 65-66).
En resumen, la actividad de la tecnociencia consiste en aquella labor
en la que la acción y la actuación tecnocientífica están guiadas por
intencionalidades y racionalidades. Dicha racionalidad enmarca un
entorno tetracontextual interconectado. Educación, innovación, evaluación
y aplicación serán estos cuatro aspectos que se relacionarán entre sí
configurando la actividad de toda ciencia. A su vez los agentes de dicha
actividad estarán influidos por un conjunto de valores epistémicos y no
epistémicos (qué se verán condicionados por el contexto, el escenario y la
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LA POTENCIALIDAD DE LA CIENCIA
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Además de Popper, son numerosos los autores, tales como Lakatos, Bunge,
Van Fraassen, Murillo, etc., que han considerado de un modo u otro, que
la actividad de la tecnociencia se caracteriza fundamentalmente por la
búsqueda de la verdad.
Otras concepciones tecnocientíficas acerca del progreso, consisten en
la consideración de éste como resolución de problemas. Esto lo defienden
autores como son Kuhn, en The Structure of Scientific Revolutions, y Laudan,
en El progreso y sus problemas. Kuhn expone que las teorías científicas
posteriores son mejores que las anteriores para resolver problemas en
aquellos entornos, a menudo notablemente diferentes entre sí, en las que
dichas teorías se aplican (Kuhn 1970: 206). Por otro lado, Larry Laudan
(1986) considera a la tecnociencia como una actividad de resolución de
problemas, por lo tanto el principio del progreso nos aconseja preferir
aquellas teorías que resuelvan el mayor número de problemas empíricos
importantes al tiempo que generen, a su vez, el menor número de problemas
conceptuales y anomalías colaterales (Laudan 1986: 16).
Otro pensador interesante es Evandro Agazzi (1996b), quien considera
que el progreso no es algo en lo que debamos creer, sino algo en lo que se
puede y debe tener esperanza (Agazzi 1996b: 16). Tener esperanza, según
este autor, significa tener presente un estado final que se considera bueno,
deseable y válido (Agazzi 1996b: 16). Por lo tanto, nuestro compromiso
por un futuro mejor sólo puede tener las características de la esperanza,
justamente porque en el plano del bien y de la felicidad debemos dar por
descontado que las metas alcanzadas serán positivas, si lo hemos querido
así, aunque serán siendo siempre mejorables y, al alcanzarlas, nos daremos
cuenta que detrás de ellas existen otras que no conocíamos (Agazzi 1996b:
18). La propuesta del pensador italiano relaciona el progreso con el
compromiso y la esperanza, aportando un enfoque claramente humanista
del progreso.
Otro autor relevante para nuestro objetivo es García Morente quien nos
dice que el progreso es transformación y serie de cambios enderezados hacia
una meta. Esta meta no puede ser el puro futuro, sino un estado final de la
cosa sometida a cambio cuyo estado final es para nosotros «preferible»; es
decir, que el cambio llamado progreso se diferencia del cambio verificado
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por los procesos naturales, en que los procesos naturales caminan hacia su
fin por efecto exclusivamente de las leyes naturales, mientras que el progreso
representa una serie de cambios, producidos también, sin duda, con arreglo
a las leyes naturales, pero gobernadas éstas por el ser humano y dispuestas
por él del modo más adecuado para lograr el fin preferido (García Morente
2002: 57). Este fin preferido es, según este autor, lo valioso. Por lo tanto
García Morente considera que el progreso es la realización del reino de los
valores por el esfuerzo humano (García Morente 2002: 57).
Recapitulando las propuestas de Agazzi y García Morente, podemos
decir que el progreso del sistema tecnocientífico consistiría en la puesta en
funcionamiento de una actividad comprometida con los otros, fundamentada
en la esperanza de conseguir algo bueno, deseable y válido, pero cuya
realización implicará un esfuerzo humano nada desdeñable.
Dicho esto, es necesario hacer una aclaración: los valores sólo se podrán
llevar a cabo en los niveles de los que hablamos anteriormente, es decir
en el nivel personal y tecnocientífico. Por lo tanto el progreso (en el caso
que nos ocupa) será la realización del reino de los valores por el esfuerzo
humano a dos niveles: personal y tecnocientífico. Estando ambos unidos
indisolublemente por la intencionalidad. Esta unión indisoluble es debida
al hecho de que parece evidente que la tecnociencia, si la concebimos como
entidad abstracta, no tiene un fin determinado, mientras que sí lo tienen los
seres humanos, los agentes tecnocientíficos, ya que son ellos quienes actúan
y, por tanto, se comportan persiguiendo fines (Agazzi 1996a: 235). Por ello,
toda actividad tecnocientífica lleva implícita una intencionalidad y, a su vez,
toda intencionalidad implica un fin. De hecho la praxis tecnocientífica, en
cuanto actuación dinámica, vive en el horizonte de una finalidad que le da
sentido y la hace realmente posible (Manzana 2003: 117). Es decir, a nivel
tecnocientífico, la epistemología y la axiología se imbrican en un diálogo
común. Por esta razón es necesario tener presente que lo que debemos hacer
se vincula con el qué podemos hacer. Además, sólo lo sabemos gracias
al conocimiento de lo real y, a este nivel, la tecnociencia nos presta un
gran servicio. En este sentido las tecnociencias investigan fragmentaria y
provisionalmente al ser humano y a las cosas. Pero de esas investigaciones,
por fragmentarias y provisionales que sean, se generan transformaciones
en la determinación del bien humano y del alcance de la acción humana
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(Murillo 2004: 68). De tal manera que no se puede hablar, como hemos visto,
de actividad tecnocientífica sin hacer referencia al aspecto ético. A su vez
esta actividad, a través de la intencionalidad, mantiene una conexión con la
persona. La cual, por medio de su intencionalidad, establece un nexo con el
mundo y con las otras personas dando lugar a una determinada actividad,
siendo esta actividad expresión de la realidad personal. De hecho, tal y
como destaca Max Scheler, nunca puede captarse plena y adecuadamente
una actividad concreta sin la intención precedente de la esencia de la
persona misma (Scheler 2001: 514). Por esta razón conviene hablar de la
intencionalidad para poder conocer con precisión la relación que se establece
entre la tecnociencia y la persona, y entre las diversas personas (agentes
tecnocientíficos) entre sí.
1. LA INTENCIONALIDAD
b) Intencionalidad de la voluntad.
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2. SENTIMIENTOS Y PROGRESO
La persona bien por amor (Scheler), bien por una inadecuación innata
(Blondel), bien por su apertura ontológica (Zubiri), bien por ser subsistencia
relacional (Díaz), etcétera, mantiene una profunda relación con el mundo que
le rodea y con los otros. Esta relación es debida a los diferentes sentimientos
humanos. Los cuáles nos muestran nuestra propia vulnerabilidad, nuestro
sufrimiento, nuestro compadecimiento, etc. y, además, nos ponen en relación
con los otros, de tal manera que otra persona va a provocar cierto sentimiento
en nosotros, vulnerándonos.
Esta vulnerabilidad amplia nuestro conocimiento. De tal manera que
sólo el que es receptivo a los sentimientos puede conocer lo que ellos
ofrecen. Por todo ello y de alguna manera, cuanto más vulnerables seamos
a los sentimientos, mayor capacidad de conocimiento de nuestro entorno
y de los demás tendremos (de Garay 2003: 87). Además de la ampliación
cognoscitiva que nos posibilitan los sentimientos, con su consiguiente
influencia en nuestra libertad, nos van a ayudar en el desarrollo del aspecto
comunitario de la tecnociencia. Sobre todo porque la compasión favorece
la libre cooperación entre las personas (Murillo 2003: 271). Además de
esta ampliación cognoscitiva y de esta facilitación cooperativa, el amor
emocional, del que habla Scheler, es el núcleo fundamental de la persona
a nivel moral, fuente de toda actividad volitiva o cognoscitiva, y anterior
a todas las demás dimensiones de la experiencia moral de la persona,
fundamento de la captación del valor de los objetos y, en general, punto
de partida de toda actividad intencional que determina el campo de los
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CODA
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Analogía Humanitarism
o
Valoración
Dynamis personal
Comunitarismo Persona
[nivel personal] P
O
Intención
G
R
Valoración
Factores Energeia Factores científica E
externos [nivel científico]
internos S
O
Resumen esquemático del progreso tecnocientífico personal y comunitario
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LA RESPONSABILIDAD TECNOCIENTÍFICA ANTE
EL SUBDESARROLLO.
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EL SUBDESARROLLO
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1 Compartimos con esta filósofa la idea de que la persona es fin en sí misma, aunque nuestra concepción
de la persona no es kantiana, sino personalista y comunitaria. A este respecto pueden leerse trabajos
como: Beuchot, M. (2004): Antropología filosófica, Fundación Emmanuel Mounier y otros, Salamanca;
Díaz, C. (1991): La persona como existencia comunicada, CCS, Madrid; Díaz, C. (2002): ¿Qué
es el personalismo comunitario?, Fundación Emmanuel Mounier y otros, Salamanca; Domínguez
Prieto, X.M. (1995): Sobre a alegría, Espiral Maior, A Coruña; Domínguez Prieto (2002): Para ser
persona, Fundación Emmanuel Mounier y otros, Salamanca; Moreno Villa, M. (1995): El hombre
como persona, Caparrós, Madrid; Mounier, E. (2002): El personalismo. Antología esencial, Sígueme,
Salamanca; Torralba Roselló, F. (2005): ¿Qué es la dignidad humana?, Herder, Barcelona; Zubiri,
X. (1998): Sobre el hombre, Alianza, Madrid.
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persona en relación está en el hacerse otro (alter) sin dejar de ser uno. En
esta dialéctica, donde el ipse es idem a través del alter, el uni-verso se hace
multi-verso. Por tanto, la persona es antítesis de solipsismo egocéntrico,
es encuentro, ad-venimiento, acontecimiento, y por tanto rechazo de lo
absurdo, o lo que es lo mismo consiste en permanecer sordo-de (ab-surdus)
ante el otro (Díaz 2002: 82-83).
De este modo queda enmarcado lo que se entenderá al hablar de persona.
Conviene añadir que al hacer referencia a la persona en relación, estaremos
situándonos en la égida del personalismo-comunitario. Con lo que estaremos
exponiendo la búsqueda de la completud de la persona como subsistencia
relacional en cualquier ámbito humano y, por supuesto en el contexto que nos
ocupa. Por lo tanto, podemos concebir la lucha contra la pobreza no como
un deber, ni como una obligación, sino como parte de nuestro ser relacional.
Lo que, según nuestro criterio, soluciona la confrontación planteada por
Dieterlen entre el bien estar y la obligación. Ya que traslada el discurso del
ámbito de la mera acción, al ámbito de la acción con sentido.
SUBDESARROLLO Y TECNOCIENCIA2
2 Esto ha sido tratado, entre otros ensayos, en: Arocena, R. y Sutz, J. (2003): Subdesarrollo e innovación.
Navegando contra el viento, Ed. Cambridge university press-OEI, Madrid; Coca, J. R. (2004a):
“Hacia una ciencia personalista y comunitaria”, Analogía Filosófica, Año 18, nº 2, p. 45; Coca,
J. R. (2004b): “Ciencia y pobreza”, Acontecimiento, nº 73, vol. 4, pp. 26-28; Coca, J. R. (2005a):
“El progreso de la actividad científica”, Analogía filosófica, Año 19, nº 1, pp. 13-43; Domínguez
Prieto, X. M. (2005): “Logos y diálogos. La presencia del “otro” en la actividad científica”, Analogía
filosófica, Año 19, nº 1, pp. 69-91; Foladori, G. (2003): “La privatización de la salud. El caso de
la industria farmacéutica”, Revista Internacional de Sociología (RIS), Enero-Abril, nº 34, p. 33-64;
Invernizzi, N. y Foladori, G. (2005): “Ciencia y desarrollo en los países pobres: Reflexiones sobre
la investigación y desarrollo en salud”, Analogía filosófica, Año 19, nº 1, pp. 139-169; Murillo, I.
(2005): “Ciencia y ética personalista”, Analogía filosófica, Año 19, nº 1, pp. 45-68; Núñez Jover,
J. (2004): “Democratización de la ciencia y geopolítica del saber” en López Cerezo, J. A. (ed.): La
democratización de la ciencia, Ed. Cátedra Miguel Sánchez-Mazas- EREIN, Donostia, pp. 127-157;
Papón, P. y Barré, R. (1996): “Los sistemas de ciencia y tecnología: panorama mundial”, Informe
mundial sobre la ciencia, Ed. Santillana-UNESCO, Madrid; etc.
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misma (París 1992: 95). Esta utopía nos hace compartir las palabras que
Sánchez-Mazas sobre el propio Carlos París:
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Este último aspecto sale fuera del alcance de nuestro ensayo; en cambio sí
queremos detenernos en el primer aspecto. Para ello, es conveniente volver
a mencionar a Rodrigo Arocena quien rechaza la identificación entre el
problema del desarrollo con la clásica visión de la ascensión de una única
escalera. De hecho, si el desarrollo tecnocientífico de los países del Sur
pasase por el mismo sistema de consumo de los países del Norte, el planeta
no tendría capacidad de amortiguación; sobre todo porque esta capacidad
se encuentra en grave deterioro. En este contexto, Arocena (2004: 211)
considera que el rechazo que estamos mencionando trae consigo diversas
consecuencias:
—— La primera consecuencia de este rechazo en la concepción del
desarrollo como una escalera, implica la afirmación de que los Estados
del sur están empobrecidos o «subdesarrollados» no «en desarrollo»,
lo que fundamenta las relaciones internacionales entre las regiones con
mayor dependencia tecnocientífica y las menos dependientes.
—— Una segunda es que el subdesarrollo constituye un fenómeno que se
va transformando en el tiempo, sino porque sus rasgos fundamentales
resultan alterados por las transformaciones del poder social.
—— En tercer lugar, el desarrollo debe ser concebido como búsqueda
de nuestros propios caminos que respondan a las posibilidades y a
las opciones colectivas de cada sociedad. Esto último implica que las
comparaciones Norte/Sur no surgen como estrategia de imitación.
Lo dicho muestra la necesidad de que cada zona tenga las capacidades
necesarias para poder buscar soluciones a sus problemas y las demás
regiones, comprendan que entre todas las zonas del globo existe una relación
de equidad que impide seguir con vínculos coloniales o totalitarios.
En este sentido, y a modo de ejemplo, podemos hacer mención de
problemas como el de la enfermedad de Chagas o tripanosomiasis americana.
Esta enfermedad, causada por el parásito Tripanosoma cruzi, es endémica
en veintiún países y afecta a unos 18 millones de personas en América
central y del sur. También podemos destacar el resurgir, en las regiones
más empobrecidas, de enfermedades como la legionelosis, la borreliosis de
Lyme, los virus Hanta, el Ébola y el tan temido VIH, entre otros. La primera
de las conclusiones que se obtiene de observar esta realidad, es que uno
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POBREZA Y RELACIÓN
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6 Sobre esto puede leerse: Buber, M. (1995): ¿Qué es el hombre?, FCE, México; Buber, M. (1998):
Yo y Tú, Caparrós, Madrid; Buber, M. (2003): El camino del ser humano y otros escritos, Fundación
Emmanuel Mounier y otros, Salamanca; Buber, M. (2005): Sanación y encuentro, Fundación
Emmanuel Mounier y otros, Salamanca; Buber, M. (2005): El conocimiento del hombre, Caparrós,
Madrid: Díaz, C. (2004): El humanismo hebreo de Martin Buber, Fundación Emmanuel Mounier
y otros, Salamanca; Friedman, M. (1954): “Martin Buber’s theory of knowledge”, Review of
Metaphysics, vol. 8, nº 2, pp. 264-280.
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De este modo es posible que los países más empobrecidos tengan mayores
posibilidades de mejora. Estos cambios políticos, como acabamos de
decir, tienen en como pilar fundamental una hermenéutica analógica de la
tecnociencia.
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HERMENÉUTICA ANALÓGICA Y HUMANITARISMO
EN LA ACTIVIDAD TECNOCIENTÍFICA
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Ante esto, la analogía nos permite ir por una senda intermedia y no caer ni
en un totalitarismo reflexivo, ni en una disolución del pensamiento.
LA ANALOGÍA
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ANALOGÍA EPISTÉMICO-SOCIAL
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ANALOGÍA RACIONAL
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ANALOGÍA RELACIONAL
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Este tipo de analogía, como las demás, se sitúa entre dos extremos y los
vincula. En un lado nos encontramos con una especie de sistema colonial,
donde la concepción «occidental» del desarrollo tecnocientífico es extendida
al resto de la humanidad como la única posible. En ella se produce un
monólogo: el del yo-occidental (Coca 2004). Dicha concepción ha elevado a
lo fáctico al nivel de la Verdad, tanto que ha provocado una excesiva rigidez
en el conocimiento tecnocientífico. Esta monologización tecnocientífica ha
alcanzado su plenitud en el llamado Círculo de Viena y en sus aledaños
intelectuales. Los miembros de esta corriente establecieron la distinción
entre los aspectos teóricos y los observacionales. En esta diferenciación
no tiene cabida ningún aspecto metafísico lo que hizo que fuese necesario
establecer nodos de relación entre el ámbito teórico y el observacional:
reglas de correspondencia (Carnap y Nagel), definiciones coordinadas
(Reichenbach), enunciados interpretativos (Hempel), diccionario (Ramsey)
o definiciones operacionales (Bridgman). Este neopositivismo ha presentado
una especial atención al lenguaje y afirma que sólo la tecnociencia es el
único saber que habla con legitimidad y sentido acerca de lo real. Según
este círculo la actividad tecnocientífica tiene como función la de generar
un determinado lenguaje que será referencial y que consista en el único
discurso verdadero.
El problema que nos encontramos aquí es el de afirmar que nuestras
percepciones individuales no están cargadas de elementos teóricos que
permiten la interpretación de las mismas. De hecho, los datos actuales
que tenemos a nivel neurofisiológico no nos permiten afirmar, tal y como
hacían los griegos, que seamos capaces de percibir “realidades” de un
mundo distinto al nuestro. Algo semejante puede decirse respecto a la
distinción teórico/observacional. Nuestra observación no va a escindirse
de nuestros procesos intelectivos, de tal manera que toda percepción
implica intelección y toda intelección está configurada en función de una
determinada hermenéutica del mundo, basada en determinadas teorías y
construcciones sociales.
Por este motivo, y como reacción a concepciones como la neopositivista,
Feyerabend en su Against Method (1975) expone que la idea de un
determinado método que contenga principios firmes, inalterables y
absolutamente obligatorios que rijan el quehacer tecnocientífico tropieza
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EL ORDEN ANALÓGICO
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Con lo que hemos dicho uno puede darse cuenta que se quiere defender
una consideración del conocimiento tecnocientífico dentro de una visión
integradora epistémica. Lo cual no quiere decir que se esté rechazando o
menospreciando esta actividad, sino —como expone Ildefonso Murillo—
adoptando una actitud acogedora y afectiva que integre la tecnociencia y
la fundamente, le confiera sentido. En este sentido, no faltan modelos de
esa actitud en el panorama del pensamiento desarrollado en los últimos
cincuenta años. Podemos recordar las obras de Gadamer, Apel, Ricoeur,
Zubiri y de la mayoría de los filósofos personalistas (Murillo 2005).
Murillo desarrolla uno de los avances más interesantes hacia un
personalismo tecnocientífico, atribuyendo a la ética personalista una
autonomía respecto de la tecnociencia, sin que ello implique incomunicación.
En este sentido, esta autonomía no bloquea la posibilidad de un diálogo entre
tecnociencia y ética personalista. De la misma manera, la tecnociencia y la
fe cristiana son autónomas una respecto de la otra, pero ambas se pueden
fecundar entre sí, pueden entrar en diálogo desde una filosofía sapiencial
(Murillo 2005: 59).
Esta perspectiva integradora implica que la actividad tecnocientífica no
puede ser desgajada de las otras actividades personales. Por este motivo,
puede dar la sensación inicial de que esta concepción es más restrictiva
que una visión liberal. Pero las cosas no son así. Al plantearnos una visión
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LA HERMENÉUTICA ANALÓGICA COMO ASIDERO
PARA LA ACTIVIDAD TECNOCIENTÍFICA
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Son muchas las razones que a lo largo de los últimos años han hecho que
dudemos de las capacidades del progreso tecnocientífico. El desarrollo de
la actividad tecnocientífica, trajo consigo que en los años 50-60 del siglo
XX se produjese una pérdida generalizada de confianza en las instituciones
científicas. Dicho descenso de confianza social pudo ser debida —digámoslo
así— a la casi nula creencia en las instituciones políticas tradicionales, con
su posterior aplicación a las tecnocientíficas. Es posible que también pueda
ser debido a una crisis de legitimidad de los mecanismos tradicionales de
representación. Ello puede ser comprobado en la permanente puesta en
cuestión de los diferentes proyectos tecnocientíficos: plantas industriales,
avances genéticos, centrales nucleares, biotecnología, etc.
Por ello es posible decir que se ha resquebrajado con razón la fe en el
progreso tecnocientífico. No obstante, a éste no se le puede atribuir una
seguridad intrínseca. La investigación tecnocientífica de la naturaleza y
del hombre, dejada a sí misma, no puede asegurar el futuro… Con esto
no se quiere afirmar que el sistema tecnocientífico hubiese agotado sus
posibilidades, lo que se muestra es que el poder que aporta la actividad
tecnocientífica pone en peligro al mismo ser humano. Pues bien, su
multiplicidad, su contenido inabarcable por una persona y su limitación
metodológica impiden erigirla en norma suprema del actuar humano, en
orientación radical del futuro. De hecho, existe el peligro de la dispersión,
de la parcialidad, de donde se sigue el riesgo de la desorientación y de una
falta de control humano de la cultura (Murillo 1985: 46-47).
Las sociedades actuales —y todavía más si hablamos de las occidentales—
son cada día más complejas y policontexturales. Es decir, son como la
unión de los hilos de un tejido, una contextura, gracias a los cuales se
va a ir constituyendo el tejido social. Pues bien, esta contextura ha ido
adquiriendo unos niveles de complejidad muy grandes debido a un proceso
de diferenciación funcional de los sistemas sociales. Por esta razón,
hablamos de policontexturas tal y como también hacía Niklas Luhmann.
Este fenómeno de policontexturalidad supone la necesidad de estar
capacitado para moverse entre una gran diversificación funcional y
conceptual, algo que —a nuestro juicio— la tecnociencia ha ido eliminando.
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8 Murillo cita: ¿Qué es filosofía?, Lección III, Revista de Occidente, Madrid, 9ª ed. 1976, p. 68.
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TECNOCIENCIA Y FE
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TECNOCIENCIA Y ÉTICA
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Para finalizar este capítulo queremos mostrar las aportaciones que Ildefonso
Murillo ha desarrollado en lo referente a la actividad tecnocientífica y su
vinculación con la felicidad y la sabiduría. Dicha vinculación, empleando
una metáfora atómica, parte de un núcleo axiológico y va desplazándose
hacia los orbitales donde se encuentra la felicidad y la sabiduría. Con esto
no se entienda que la ética tiene mayor importancia que la felicidad o la
sabiduría, lo que se quiere mostrar es que unos y otros son imprescindibles
para el mantenimiento de la unidad atómica. En este sentido Murillo
expone:
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EL SENTIDO EN EL DESARROLLO DE LA
ACTIVIDAD TECNOCIENTÍFICA
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no pueden ser resueltos por el progreso de éstos, por muy avanzados que
sean (Agazzi 1996: 11).
En efecto, el conocimiento no se restringe simplemente a la tecnociencia.
Al contrario, es una actividad mucho más amplia que podría configurarse
—como nos muestra Sergio Rábade (2002)— como la donación de sentido
que el sujeto confiere a los datos que se le presentan desde el objeto/
cosa. Pero esto no es suficiente. Es Zubiri quien nos aporta una de las
consideraciones más certeras sobre esto al considera que las cosas están,
respecto del hombre, como cosas-sentido. Es decir, es “la manera como
las cosas están respecto del hombre, no sólo por su primera respectividad
en tanto que realidad, a saber, por su presencia en el mundo, sino por la
respectividad que toca al ser que se va haciendo a lo largo de la vida” (Zubiri
2001: 219). Pero para que algo sea cosa-sentido es necesario que penda
de la condición. Dicha condición “es el respecto en que las cosas reales
quedan respecto de mi vida” (Zubiri 2001: 226). Por ello, “la realidad en
cuanto tal se le presenta al hombre como algo que es posibilitante” (Zubiri
2001: 228) teniendo presente que “la razón no tiene que lograr la realidad
sino que nace y marcha ya en ella” (Zubiri 1998b: 278).
De tal manera que, a la hora de hablar del sentido de la tecnociencia,
partimos de la realidad personal —que será por encima de todo subjetual—
para llegar a un entorno más objetivo que es el que queremos conocer. En este
paso perdemos subjetividad y, por lo tanto, relacionalidad como afirmaba
Martin Buber al decir que “el desarrollo de la función experimentadora y
utilizadora se produce sobre todo por disminución de la capacidad relacional
del ser humano” (Buber 1992: 43). Esta objetualización de lo real, si se
fundamenta en el mero economicismo (y colaterales) y se termina en sí
misma, provoca que la realidad pierda consistencia metafísica ya que la
posibilitación que nos puede aportar la tecnociencia se termina convirtiendo
en un estar expectante. Pero no en una expectación esperanzada, sino en la
espera solipsista de aquel que sólo desea seguir respirando (buscando una
existencia centenaria y vacía al carecer de un horizonte). Por lo tanto, en esta
primera relación entre lo personal y lo tecnocientífico —relación que será
por otro lado bidireccional— cobran fuerza los argumentos éticos, es decir
prima la valoración del agente tecnocientífico en la realización, correcta o
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