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LA CIEGA Es el trono del dolor.

Maria Josefa Mujia En mitad de su carrera

Todo es noche, noche oscura Y cuando más luciente era

Ya no veo la hermosura De mi vida el astro hermoso,

De la luna refulgente, En eclipse tenebroso

Del astro resplandeciente Por siempre se oscureció.

Sólo siento su calor, De mi juventud lozana

No hay nube que el cielo dora, La primavera temprana

Ya no hay alba, no hay aurora En invierno se trocó.

De blanco y rojo color. Mil placeres halagueños,

Ya no es bello el firmamento, Bellos días risueños

Ya no tiene lucimiento El porvenir me pintaba

Las estrellas en el cielo; Y seductor se mostraba,

Todo cubre en negro velo, Por un prisma encantador.

Ni el día tiene esplendor, Las ilusiones volaron

No hay matices, no hay colores, Y en mi alma sólo quedaron,

Ya no hay plantas, ya no hay flores, La amargura y el dolor.

Ni el campo tiene verdor. Cual cautivo desgraciado

Ya no gozo la belleza, Que se mira condenado

Que ofrece naturaleza, En su juventud florida

La que al mundo adorna y viste; A pasar toda su vida

Todo es noche, noche triste En una horrenda prisión;

De confusión y pavor, Tal me veo, de igual suerte,

Doquier miro, doquier piso Sólo espero que la muerte

Nada encuentro y no diviso De mí tendrá compasión.

Más que lobreguez y horror. Agotada mi esperanza

Pobre ciega desgraciada, Ya ningún remedio alcanza,

Flor en su abril marchitada, Ni una sombra de delicia

Qué soy yo sobre la tierra? A mi existencia acaricia;

Arca do tristeza encierra Mis goces son el sufrir:

Su más tremendo amargor; Y en medio de esta desdicha

Y mi corazón enjuto, Sólo me queda una dicha,

Cubierto de negro luto, Y es la dicha de morir.


Fuente: Gabriel René Moreno / Estudios de
literatura Boliviana

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