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LAS CIBERFRONTERAS DEL GÉNERO: EL CASO SANFORD LEWIN

SALETA DE SALVADOR AGRA


Universidad de Santiago de Compostela

Resumen

La disposición actual a romper límites y redefinir fronteras, traspasando barreras, al


tiempo que se crean otras nuevas, tiene en Internet y en la Sociedad de la Información una de
sus herramientas más fértiles y visibles. El indiscutible impacto, derivado de las nuevas
tecnologías de la comunicación, descubre formas de interacción en la red que ensanchan,
disminuyen y flexibilizan antiguos confines. Líneas divisorias que se borran, otras que se
subrayan o que se difuminan, logran, en algunos casos, liberar viejas ataduras y desafiar
ancladas categorías. Ese cambio de paradigma que abre la puerta hacia la problematización
de conceptos ¿cómo repercute en la categoría de género?, ¿consigue la identidad online
debilitar y resquebrajar los muros del género? Partiendo del famoso caso de travestismo
virtual (crossdresing) de Julie Graham, el alter ego del psiquiatra norteamericano Sanford
Lewin en la red, estudiaremos, en torno a aquellas preguntas, las dos vertientes actuales más
sólidas dentro del abanico teórico del feminismo cyborg. Así, desde la netopía y desde la
distopía, examinaremos, en su vertiente positiva y negativa, el modo en el que Internet está
cambiando nuestros modos de ser y estar en el mundo. Saber si las cibercomunidades
muestran una vía para la deconstrucción de categorías hegemónicas y la construcción de un
mundo adicotómico será el punto fuerte de esta aproxi mación empírica y conceptual, en la
medida en que, tomando como referencia la web, profundizará en las nuevas formas de
habitar en ella y, en consecuencia, en la identidad de sus habitantes.

Palabras claves: ciberfeminismo, crossdresing, Internet

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1. TRAVESTISMO VIRTUAL: EL CASO DE SANFORD LEWIN

“Ahora usted puede elegir el personaje que quiere ser, y puede


encarnarlo libremente. Después, en cualquier momento y sin
mucho compromiso, si se ha aburrido y así lo desea, será muy
fácil cambiar y empezar otra vez con un vestuario identitario
renovado”
Paula Sibilia, La intimidad como espectáculo

Renovar el vestuario identitario sin grandes esfuerzos, sin pasar por una dolorosa
cirugía estética ni embadurnarse con caros y tediosos productos cosméticos que ayuden a
transformar y maquillar la apariencia, ya es una realidad factible en el territorio ciber. En el
cibermundo uno puede ser lo que consiga crear ser y, entonces, puede tranquilamente
reconstruirse y reproducirse hasta donde su imaginación y el medio alcancen. Forjarnos una
identidad en línea, o múltiples identidades, donde nuestro yo virtual, o incluso nuestros yoes,
se revista con el ropaje que uno desee, es posible en la red de redes. Esta idea de
representarse en Internet ha atraído a much@s usuari@s que han pasado a ser artistas-
actores-diseñadores de sus propios yoes virtuales, lo que ha reavivado viejos problemas; de
entre ellos el que aquí nos ocupa concierne al género.

A finales de los años ochenta, un psiquiatra norteamericano de mediada edad,


seducido por esa idea de ser-parecer lo que no se es, se convertía en uno de los primeros
casos conocidos de travestismo virtual (crossdresing) en la red. Su tentativa de hacerse pasar
por mujer nos servirá como pretexto para reflexionar sobre la construcción de los géneros en
el ciberespacio.

La historia de Sanford Lewin, como así se llamaba el médico, tuvo lugar en el espacio
virtual de las ciberconversaciones. El emergente e incipiente uso de los chats -una nueva
forma de relacionarse y comunicarse que iba ganando popularidad- fue el escenario elegido
para dar vida a Julie Graham, el alter ego online de Lewin.

Julie Graham aparece por primera vez en el chat CompuServe bajo la identidad de una
neuropsicóloga neoyorquina que acababa de sufrir un grave accidente de coche causado por
un conductor borracho. De tal infortunio quedara viuda y con serias secuelas físicas:

2
parapléjica y muda, aparte de una lesión facial que le desfigurara parte del rosto. Este
conjunto de desgracias serán la causa de que Julie no desee ser vista físicamente (ni en
persona ni a través de dispositivos electrónicos como podrían ser las web camps); la escusa
perfecta para no llegar a ser desenmascarado.

Antes de que empezara a levantar sospechas sobre su identidad, Allucquère Rosanne


Stone (1997) nos cuenta como Lewin consiguió, durante años, establecer numerosas
relaciones a través de un grupo de discusión online, fundado por él mismo, y formado
exclusivamente por mujeres. Bajo el nickname de Julie, el psiquiatra descubre la posibilidad
de mantener vínculos mucho más estrechos con mujeres que los que lograba tener con las que
acudían en persona a su consulta privada. El chat le permitió, entonces, disfrutar de
conversaciones íntimas y crear una especie de consultorio en red para tratar los problemas
personales de las mujeres. Asimismo el ordenador, regalo de una supuesta amiga, se
convierte en la simulada vida de Julie Graham en su válvula de escape, en su verdadero
salvavidas.

Con el tiempo Lewin siguió dando vida a su ficción y “Julie intentó superar su odio a
los conductores borrachos ofreciéndose de acompañante de patrullas de vigilancia de la
policía” (Stone; 1997: 89) 1. En una de estas fingidas salidas conoce a John, un joven policía
al que no le preocupaban sus taras físicas y con el que decide casarse. A pesar de cuidar
minuciosamente todos los detalles de su historia, hasta el punto de enviar postales reales
desde Grecia (lugar escogido como luna de miel de Julie y John), las incongruencias
comienzan a aflorar por su reiterada obsesión de no ser vista, ni siquiera a través de
fotografías. Su vida también era un sueño que resultaba difícil de creer y que chocaba con su
negativa a dejarse ver: se dedicaba a dar conferencias por todo el mundo y a pasar largas
temporadas en países exóticos con su querido marido. Las trabas físicas parecían no entrañar
ningún tipo de impedimento; tan sólo el de no poder ser vista por sus amigas del chat. Las
primeras que empiezan a poner en entredicho algunos datos de la historia (demasiado
perfecta para ser real) son un grupo de mujeres inválidas que acudían habitualmente al foro
en busca de los consejos de Julie. Inesperadamente, estas primeras sospechas solamente
concernían a su vida amorosa y profesional ya que, por el momento, nada les hacía presagiar
que Julie Graham ni estaba inválida ni era una mujer. Pero poco a poco, como nos narra

1
Todas las referencias a la obra de Allucquère Rosanne Stone son traducción propia.

3
Sandy Stone, “cuando las amigas de Julie profundizaron y contemporáneamente la ficción
empezó a desvelarse, Lewin se dio cuenta del enorme engaño. Y de la sencillez del remedio.
Julie debía morir” (Stone; 1997: 91).

La picadura de un insecto exótico será la causa del ingreso de Julie en un hospital,


donde se debatiría entre la vida y la muerte. John, papel asumido, obviamente, también por
Lewin, informa de la trágica situación de Julie a sus amigas online. Las respuestas y los
ofrecimientos fueron tan descontrolados que, aunque Lewin dio marcha atrás con su plan, las
incoherencias iban ganando espacio (querían saber el hospital, enviarle flores, verla y
ayudarla como fuera). Esto llevó a Sanford Lewin a hacer que Julie se recuperara y volviera a
casa lo antes posible con la finalidad de idear una nueva táctica que no supusiera tanto
sufrimiento. Lo siguiente que se le ocurrió fue invitar a la comunidad en red a él mismo, es
decir, Lewin decide entrar con su propia identidad, invitado por Julie, para ganarse sus
amistades. Pero también esta estrategia falla. El psiquiatra no logra hacerse un hueco y las
desconfianzas eran cada vez más fuertes. Desesperado por la situación y por el malestar
generado, decide confiar su gran „mentira‟ a algunas de las personas más asiduas al chat, con
las que él creía tener más afinidad y amistad. Sin embargo, la farsa, como era de suponer, se
extendió a gran velocidad por Internet y, definitivamente, se destapó que Julie Graham era en
la vida offline un hombre, que su vida no existía, que era un constructo ideado y creado por
un hombre: Sanford Lewin.

Las reacciones no se hicieron esperar y la indignación se sumó al duelo de haber


perdido a una amiga que en realidad no existía. Tal fue el impacto padecido que algunas
mujeres decidieron “formar un grupo de apoyo para hablar de sus sensaciones de traición y
violencia, un malestar que irónicamente llamaron „Julie-anónima‟” (Stone; 1997: 94)

2. DESENCRIPTANDO EL GÉNERO

Sabido es que las categorías, los grandes conceptos, son cultura. Pensar que bajo
términos como mujer u hombre no hay problematicidad, es decir, que son estáticos,
atemporales y libres de crítica es lo que consigue poner de evidencia el intento de travestismo
virtual de Sanford Lewin. Las dificultades que entraña construir el sexo opuesto desvelan los

4
mecanismos encriptados bajo el concepto de género, a la vez que descubren Internet como un
gran „laboratorio de identidades‟:

“las tecnología y, en particular, el espacio de la web, pueden entonces representar un laboratorio de


género, un espacio para experimentar nuevos significados identitarios y para escapar de los confines
representados por la materialidad del cuerpo” (Demaria; 2008: 36)2

Las palabras son hijas del tiempo y, por lo tanto, de la historia. Ni la noción de mujer
ni la de hombre-varón, como muchas otras, son anteriores al lenguaje ni neutras de
significado. Las mujeres y los hombres-varones son diferentes y se nos percibe diferentes
porque se nos hace diferentes. Esta idea, en consonancia con el pensamiento butleriano,
insiste en que la identidad sexual ni es natural ni dada sino que surge fruto de prácticas
discursivas: “el médico que ve nacer a un bebé y dice „es una niña‟ empieza una larga cadena
de interpretaciones a través de las que la niña es efectivamente „feminizada‟” (Butler; 2005:
87)3. Es la distinción ya clásica entre sexo y género, deudora del pensamiento feminista. La
diferencia sexual, a la que nos vemos abocadas todas las personas desde el momento de
nacer, es, para el sociólogo Pierre Bourdieu, el eje de la sustentación de la dominación
masculina y de la violencia que la legitima. Este principio de diferenciación sexual se
presenta como la base sobre la cual se articula histórica y culturalmente el poder ejercido
sobre las mujeres. Su fuerza y su pervivencia radica en la naturalización. Adoptar, consciente
o inconscientemente, y reproducir una serie de roles convencionales que se asignan a cada
sexo de forma „natural‟ es donde reside la „astucia del poder‟. Un poder que, como nos dice
el pensador francés, se encuentra en manos de los varones y presenta la universalidad como
un dominio exclusivo de ellos, eliminando el efecto de desnaturalización, o si se prefiere,
haciendo parecer las „elecciones‟ como naturalizadas.

El mecanismo de la violencia simbólica consigue sugestionar al dominado, consigue


invisibilizarse ante los ojos de sus víctimas, encriptar una información que solamente puede
ser leída, descifrada, si entendemos sus claves. En palabras de Adeline Virginia Stephen, más
conocida por Virginia Woolf, se trata del “poder hipnótico de la dominación” (Bourdieu;

2
Traducción propia.
3
Flora Davis (1976) en su estudio del lenguaje no verbal da cuenta de cómo ya desde el nacimiento el modo de
coger a un recién nacido es diferente si es varón o hembra. Por lo tanto, cabe apuntar que también el lenguaje
corporal contribuye a conformar la identidad de género.

5
2005: 12). Un poder que actúa desde dentro, infiltrado a través del proceso de la
socialización. Por eso, quizás como sospechara el filósofo empirista escocés, David Hume,
“no es, por lo tanto, la razón la que es la guía de la vida, sino la costumbre. Ella sola
determina a la mente, en toda instancia, a suponer que el futuro es conformable al pasado”
(Hume; 1977: 16). Aunque Bourdieu no lleva la costumbre a los extremos humeanos del
escepticismo, si que considera el habitus como un poderoso soberano que adormece nuestra
capacidad crítica, atrapándonos en el discurso de la violencia simbólica. Esta red simbólica
interviene como un potente mecanismo que nos atrapa desde el interior, en la construcción de
la propia identidad, y, por supuesto, también desde fuera, manifestada en el ámbito social.
Ahora bien, para el sociólogo el peso del hábito es tal que no se puede aliviar con un simple
esfuerzo de voluntad o con una toma de conciencia, entonces ¿cuál sería el camino de la
liberación como camino de libertad?, ¿queda el sujeto plenamente sujetado y determinado por
las normas culturales? Cierto es que no alcanzamos la acción liberadora por el mero hecho de
observar la dinámica intrínseca de la violencia. Si recordamos a Judith Butler, la solución a la
aporía planteada se instalaba en las grietas abiertas del propio poder al multiplicar y alterar
los significados de las palabras. Una potencial escapatoria que vendría dada por el carácter
performativo del género. Así, según la teoría de la filósofa norteamericana, en la que
resuenan los ecos austinianos, llegamos a ser seres generizados mediante las palabras que
hacen cosas.

El significado, pensaban los estudiosos de la pragmática, se da en el uso, aunque con


el transcurrir del tiempo las palabras se desligen de su contexto de emisión. Aprovecharse de
esto, desactivando los efectos, previstos e imprevistos, de los „actos de habla‟ será lo que
Judith Butler denominará la “contradicción performativa” en honor a las teorías austinianas 4.
Esto es, “un acto de habla que en su propia actuación produce un significado que reduce
aquel otro que intenta realizar” (Butler; 2005: 143), destacando, de esta manera, el cariz
político de los actos performativos. Para el creador de los mismos, el filósofo británico John
Austin, el éxito de los realizativos dependía de las circunstancias, de las convenciones
sociales o de la posición social de los emisores de las palabras. Proceder censurando
determinadas formas de conducta no es la solución para hacer entrar la exterioridad excluida,
piensa Butler. Por el contrario, la “política de la parodia”, tal y como ella la entiende, procede
instalándose en el propio mecanismo de poder, en sus márgenes. Parodiar, confundir, para

4
Judith Butler, a diferencia del filósofo John Austin, considera los actos de habla como inseparables del cuerpo;
son, para ella, fundamentalmente actos corpóreos.

6
poner en evidencia el carácter ficticio del sistema sexo-género es la clave de la viabilidad de
la verdadera acción subversiva. Filtrarse en las fisuras del poder para edificar una resistencia
transgresora que logre romper la lógica dual clásica. Es decir, desde dentro multiplicar y
diversificar los significados; ampliar unas categorías rígidas y obsoletas que se articulan en
base a la discriminación. De este modo considera la filósofa que con las palabras no sólo
hacemos cosas sino que también podemos mudarlas porque “apropiarse indebidamente del
performativo o expropiarlo quizás sería una buena oportunidad para mostrar las formas
dominantes de autoridad y los procedimientos de exclusión que utilizan” (Butler; 2005: 254).
La estrategia de resignificación o resemantización consigue ampliar el campo haciendo entrar
al excluido en el discurso imperante. Partiendo de la concepción de Pierre Bourdieu de acto
de habla como acto ritual, Butler quiere “mostrar que hay invocaciones discursivas que son
actos subversivos” (Butler; 2005: 236). Descontextualizando el performativo, alterando el
significado por vía de la mímesis, porque es en la repetición donde a nida la posibilidad de la
reapropiación del código.

La búsqueda de un mundo adicotómico, que no emane excluyendo la diferencia,


tendrá para muchas ciberfeministas, como a continuación presentaremos, un lugar de ser en la
comunicación mediada por ordenador (C.M.O). La horizontalidad ajerárquica característica
de este medio es vista por estas feministas cyborgs como una puerta abierta hacia la
deconstrucción de los dualismos opresivos que históricamente situaron a las mujeres frente a
los hombres-varones. La construcción de la identidad en el cibermundo abre así para ellas la
oportunidad de cambiar con las palabras, de rebatir la lógica bivalente, de difuminar viejos
confines y ancladas categorías. La posibilidad de “hackear” el género, de deshacerlo, como
sugiere la famosa obra de Judith Butler (Deshacer el género), de desencriptar sus
mecanismos, será uno de los objetivos del activismo feminista en red, pero ¿existen límites a
la deconstrucción del género en la realidad tecnovirtual?

3. ENTRE EL CROSSDRESING Y EL HIPERGENDERING

El caso Lewin muestra la complejidad de la construcción de los géneros. El psiquiatra,


luego de justificar hábilmente su miedo a ser visto y ser descubierto, logra, por un período de

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tiempo prolongado, ser lo que dice ser, o mejor dicho, que crean lo que dice ser. Pero, ¿cómo
consigue parecer lo que no es?

Las identidades online, como la de Julie Graham, tienen la peculiaridad de ser de


naturaleza discursiva, esto es, creadas e ideadas lingüísticamente. El yo se externaliza a través
del lenguaje consiguiendo que uno sea lo que dice ser, que construya lo que quiere ser. Como
dice Sadie Plant:

“de todos los medios de computación y máquinas que aparecieron a finales del siglo XX, la Red se
considera el compendio de la nueva distribución no lineal del mundo. Sin límites en cuanto al número
de nombres que se pueden utilizar, un individuo puede convertirse en una explosión demográfica en la
Red: muchos sexos, muchas especies. Sobre el papel no existen límites a los juegos que se pueden jugar
en el ciberespacio (Plant; 1998: 52)

La facilidad para cambiar un yo con marcas de género, polemizando con la


concepción de una identidad fija, constante y estable se materializa, en cierto modo, para
muchas ciberfeministas, en el yo virtual. El „poder ser‟ que destapa este mundo online
alberga para ellas la posibilidad de manifestar un „desear ser‟. Sustentado en la dimensión
existencial ficticia, esta identidad inventada, confeccionada a gusto del internáuta, dependerá,
en última instancia, de nuestra potencialidad como creadores-autores o, como en el caso que
nos ocupa de la potencialidad de Sanford Lewin, de experimentar creando un alter ego online.
El poder de la creación, de jugar a ser uno distinto de lo que se es, puede dar lugar a un
cambio virtualmente de sexo. Pero virtualmente, ya que hacerse pasar por el sexo opuesto
significa realmente modificar el género, como muestra nuestro ejemplo. Esto serviría no sólo
para desnaturalizar los géneros sino también para liberarnos de nuestros propios pr ejuicios y
servir como pretexto para reflexionar sobre nuestra vida fuera de la red. Así lo entendieron
feministas como Judy Wajcman cuando afirma que: “las permutaciones de género o el
travestismo virtual inducen a la gente a reflexionar sobre la construcción social de los
géneros” (Wajcman; 2006: 105) o dicho con las palabras de Brenda Danet “esta forma de
enmascarar fomenta el cultivo de la conciencia acerca de cuestiones de género y, a largo
plazo, puede contribuir a la desestabilización del modo en que actualmente construimos el
género” (Danet; 2003: 144). Sumergidos en el cibermundo, l@s usuari@s pueden llegar a
tener experiencias útiles para el „mundo real‟. Experimentar el crossdresing incita a olvidarse
del valor del género, a cuestionarlo, a relativizar algo que, a pesar de los considerables

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avances, sigue teniendo una importancia capital en el mundo off line, como es la de
pertenecer al género masculino o al género femenino.

¿Hasta qué punto esta ficción, alimentada por la imaginación, repercute eficazmente
en la vida práctica? En el caso de Lewin podríamos decir que puede llegar a hacerla más
agradable. Vivir bajo el nickname de Julie le permitió escapar del plano de la realidad,
refugiarse en su invención y reconocerse siendo otra persona: siendo mujer. De sentir la
realidad infovirtual como una realidad vivida. Pero también es cierto que esa realidad creada
no desembocó en una satisfacción plena, que no fue lo suficientemente eficaz (de ahí el
desenlace final de Graham). Pero, para much@s, evadirse de una realidad frustrante
rompiendo las barreras del presente interpretando un género distinto, les lleva a experimentar,
desde el ser otr@, la identidad como algo flexible, mudable. La identidad en estado „líquido‟,
en la terminología del sociólogo polaco Zygmunt Bauman, quien ya nos llama la atención
que en esta actual modernidad „fluida‟ que vivimos “la „identidad‟ se nos revela sólo como
algo que hay que inventar en lugar de descubrir” (Bauman; 2005: 40).

Ese inventarse, presentarse-representarse, desde lo diferente, lo múltiple, lo difuso, es


decir, jugar con el propio yo, “echa por tierra la creencia cultural de que un único cuerpo hay
un único yo” (Wajcman; 2006: 106). Podemos ser muchos yoes porque logramos salir del
cuerpo-cárcel platónico. Esto es gracias a que conseguimos liberar, no el alma inmortal, sino
el ser biológico. Las consecuencias, derivadas de ese anhelo platónico de despojarse de las
cadenas del cuerpo, pueden tener repercusiones no sólo para las mujeres sino para todas
aquellas personas que se sienten atrapadas en su ser físico. Para ellas de forma sustancial
porque, dentro de la lógica dicotómica occidental, se situó a la Mujer del lado de lo corpóreo,
de la materia, de lo sensible frente al lado masculino de la mente, del espíritu y de la razón.
En general, podemos concluir que Internet se muestra como un espacio más abierto y flexible
para aquellas identidades marcadas por el cuerpo, marginadas socialmente, cohibidas o
limitadas por su ser físico. Entonces, ¿traspasa la web el sólido dualismo de género?,
¿podemos empezar a pensar en una identidad digital post-genérica y adicotómica?

Si se producen o no tales cambios de género en el ciberespacio constituye uno de los


focos principales de las disputas entre las dos posturas teóricas básicas del ciberfeminismo:
las netópicas (también denominadas netianas) y las distópicas. Las primeras buscan la alianza
con Internet para romper con la asociación varón-tecnología haciendo hincapié en la

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potencialidad del medio como salida al cambio. La necesidad de “coger poder” o de
“empoderamiento” (empowerment) en este campo, lleva a estas ciberfeministas a animarnos
al acceso a la red, a que despertemos del letargo digital. No sólo, como ya apuntamos, por la
capacidad que tiene este medio para modificar significados sino por la necesidad de ir
tejiendo la red desde dentro. Por el contrario, las otras feministas, situadas en una corriente
próxima a los luditas5, sostienen que el cibermundo sólo contribuye a reiterar la opresión y la
dominación sobre las mujeres, sin cambiar en nada los estereotipos de género. Para ellas, a
pesar de que muchos hombres-varones quieren experimentar „ser mujer‟ (como el deseo de
Sanford Lewin) y a la inversa, lo único que se consigue es reproducir los roles más sexistas.

En este laboratorio de identidades, ¿cómo logramos representarnos el otro sexo que


queremos ser?, ¿qué modelo tomamos para presentarnos como el sexo opuesto?, en
definitiva, estas preguntas nos conducen inexorablemente a interrogarnos ¿qué supone „ser
mujer‟ y qué „ser hombre‟?6 Muchos son los ejemplos en la red en los que podemos constatar
que tanto hombres como mujeres virtuales encarnan la imagen corpórea ideal marcada por el
patriarcado (hombres musculosos, mujeres modelo): no percibiéndose diferencia alguna entre
el género virtual y el real. En varias comunidades virtuales, como la famosa y concurrida
Second Life (la segunda vida), ocurre que se remarcan las diferencias, que se acentúan y se
reproducen los estereotipos. De tal manera que se incurre en lo que creemos podríamos
acuñar con el término hipergendering: una exageración de los estereotipos de género, una
sobregeneralización de la „masculinidad‟ y de la „feminidad‟ 7. En el intento de querer pasar
por el otro sexo se recurre, con mucha frecuencia, al conjunto de conductas que se esperan de
alguien por el hecho de pertenecer a ese sexo. Por lo tanto, y quizás para no levantar
sospechas, en algunos casos, se subrayan y recalcan las actitudes normativas asociadas social
y culturalmente a cada sexo. Esto es, se reiteran las desigualdades ensanchando los muros del
género. Lo cual nos llevaría a hablar de las ciberfronteras que impulsan y realzan los roles
sexuales adscritos socialmente. Pero también es cierto, como apunta Cecilia Castaño,

5
Aunque hay distintas versiones sobre el origen etimológico del término ludismo, la más defendida es aquella
que se remonta a comienzos del siglo XIX, en la Inglaterra de la Revolución Industrial. Cuando, asustados por el
cambio de vida y de trabajo generado por la introdución de las máquinas, grupos organizados, bajo el líder Ned
Ludd, atacaron y desmantelaron todo la maquinaria téxtil. Trasladado a la era de los ordenadores, se les llama
luditas o neoluditas a los opositores a las nuevas tecnologías digitais
6
Cabría aquí recordar la pregunta que estructura y desencadena El segundo sexo de Simone de Beauvoir: “¿qué
supuso para mí nacer mujer?”.
7
Una problemática también presente en algunos casos de travestismo y transexualidad offline, donde adoptando
aquellas actitudes popularmente asociadas al sexo escenifican recargadamente el patrón y el modelo de la
„feminidad‟ y la „masculinidad‟.

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“que el cuerpo y los rasgos sexuales o raciales, el acento, la condición económica y social no se
muestren, si no se desea, puede significar más libertad para la expresión del yo y facilitar la
comunicación igualitaria” (Castaño; 2005: 46)

Por lo tanto, la red puede proporcionar un espacio posible donde experimentar o


realizar (performative) la identidad, donde transgredir los roles, pero donde también se
pueden rehacer y proyectar géneros más sólidos y excluyentes. Entre la netopía y la distopía,
entre el crossdresing y el hipergendering, se sitúan una amplia gama de grises que, en líneas
generales, presentan los problemas y las fronteras de la representación del género en el
ciberespacio. Las oscilaciones entre las dos tendencias, las distópicas y las netópicas, se
enmarcan, a nuestro modo de ver, en cierta manera, en disputas sobre las posibilidades del
cambio social, y entre ellas la del género, a través del lenguaje.

4. CIBERFRONTERAS: LÍMITES DE LA DESCORPORIZACIÓN EN LA WEB

“El lenguaje nos utiliza tanto como lo


utilizamos”
Robin Lakoff, El lenguaje y el lugar de la mujer

La descorporización de la web, la descarnalización del cuerpo, viabiliza un sujeto que,


sin las raíces físicas, podría llegar a liberarse de las ataduras del género. Desembarazarse de
la piel como las serpientes o travestir virtualmente el género es viable en la red de redes
porque nos convertimos en un acto puramente lingüístico: somos lo que decimos ser.
Mostramos nuestra identidad virtual a través del texto 8 lo cual, al estar mediado por la
escritura, parecería no poder representar la expresión plena de la liberación de los géneros. Al
ser el lenguaje escrito el único canal de transmisión, de este nuevo alter ego, se debe tener
muy presente que el mismo lenguaje es fruto de la sociedad y que la “elección de palabras es

8
A excepción de aquellos recursos tecnológicos-visuales (por ejemplo las web camps) que ayudarían a
identificar a través de la mirada a la persona que está al otro lado de la red. Para el presente estudio acotamos el
análisis a los intercambios escritos que, por lo de ahora, siguen siendo los más frecuentes entre l@s usuari@s de
la red Internet.

11
fruto de un proceso de socialización asociado a una determinada identidad” (Wajcman, 2006:
108). Como dice el semiólogo italiano Umberto Eco: “a partir del momento en el que hablo,
en gran parte estoy desarrollando una tarea predeterminada; la cultura me dice ya qué debo
decir” (Pancorbo; 1977: 88) o, en palabras de Remedios Zafra, “las palabras cargan con
mayor o menor visibilidad con las ideologías que las usan” (Zafra; 2000: 46). En esta línea
destaca el memorable estudio de la lingüista Robin Lakoff quien en El lenguaje y el lugar de
la mujer (1995) examina la relación entre los cambios sociales y lingüísticos. Analizando el
lenguaje, asimismo, sostiene que es posible percibir un diagnóstico sobre la sociedad y
desvelar las desigualdades sociales. De ahí su conclusión de que:

“El lenguaje nos utiliza tanto como lo utilizamos. De la misma manera que los pensamientos que
queremos expresar guían nuestra selección de formas de expresión, el modo en que percibimos las
cosas del mundo real domina nuestra manera de expresarnos sobre esas mismas cosas. Dos palabras
pueden ser sinónimas en cuanto a su significado, pero se empleará una de ellas cuando el hablante se
sienta dispuesto favorablemente hacia el objeto que indica la palabra, y la otra si su actitud es
desfavorable” (Lakoff; 1995: 31)

Si volvemos a nuestro paradigmático ejemplo la pregunta ahora sería ¿por qué deja
Julie Graham de parecer lo que no es? A parte de las ya mencionadas incongruencias en las
que incurre el propio Sanford Lewin, en varios datos de la historia, podríamos conjeturar que
finalmente fue descubierto por el lenguaje empleado y por el modo de expresarse. Las
dificultades por las que pasa Lewin en su proceso de conversión en Julie están atravesadas
por el lenguaje. Su realidad virtual fue una experiencia compartida intersubjetivamente, su yo
virtual fue construido a través del lenguaje y en interacción, en comunicación con otros yoes.
Las diferencias lingüísticas en los discursos conversacionales entre hombres y mujeres -
estudiados ampliamente por Violi, P. (1986) Tannen, D. (1996), Pearson, J; Tuner, L y Todd-
Mancillas (1993), entre otr@s- podría llevarnos a evidenciar quien se encuentra debajo de la
máscara. Los diferentes usos lingüísticos, aprendidos socialmente, no sólo revelan la posición
social del interlocutor sino que incluso pueden llegar a descubrir su identidad sexual. Es
decir, el lenguaje está intoxicado, esto es, refleja las diferencias (sexuales, de posición social,
etc.) no sólo a nivel gramatical sino también a nivel pragmático. Pero, si retomamos
nuevamente el discurso butleriano, cabe recordar que, no obstante, el cambio vendría de la
mano del lenguaje: resignificando las palabras desde su uso, en línea con la corriente de
pensamiento abierta por el segundo Wittgenstein.

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¿Fue Lewin capaz de construir un yo virtual con herramientas culturales y sociales
diferentes a las del mundo real? La escritura como proyección, como acto donde se
exterioriza lo que se ha aprendido, podría no ser el escenario perfecto para construirse siendo
otr@. Las dos versiones encontradas, en torno a la producción de identidades en el espacio de
las nuevas tecnologías de la comunicación, se sitúan entre la viabilidad de una
reconfiguración identitaria y la idea de que la identidad virtual tan sólo puede ser una réplica
continuista del yo offline. Los límites del lenguaje, los límites de lo imaginable, constituyen
el debate de fondo entre, por un lado, una postura que cree en la posibilidad de construir
nuevas categorías y, por otro lado, la que defiende que el travestismo de género sería una
simple reproducción porque, como apunta Rossi Braidotti, “el supuesto triunfo de la alta
tecnología no va acompañado por un salto cualitativo de la imaginación humana e n cuanto a
crear nuevas imágenes y representaciones” (Braidotti; 2004: 124).

Por lo tanto, a pesar de la disposición actual a romper límites y de redefenir fronteras


(donde la tecnociencia encabeza la tendencia revisando los propios límites de la vida y la
muerte) las barreras en Internet están ligadas al lenguaje y parece, como ya apuntaba Robin
Lakoff, que “un cambio de léxico debe ir precedido por un cambio social” (Lakoff; 1995:
87). Sólo entonces podríamos esperar, como dice Paul Virilio, que “la salvación nos llegará
por la escritura y por el lenguaje. Si reestructuramos la lengua podremos resistir” (Virilio;
1997: 86).

Aunque, en parte, la red de redes nos posibilite liberarnos de antiguos confines (como
las coordinadas espacio-temporales, la importancia del cuerpo o las distancias físicas) no se
puede perder de vista el riesgo de producir un cibermundo que sea un reflejo desatinado y
repetitivo de las fronteras de la realidad para, entonces, pasar a hablar de ciberfronteras,
donde no nos podemos olvidar que las variantes sociogeográficas y económicas ya
constituyen actualmente un foco de discriminación (la llamada brecha digital entre distintos
países). Como bien nos advierte nuevamente Paul Virilio: “Cuando se dice que: “Ya no hay
fronteras”, quiere decir que se ha enmascarado la nueva frontera” (Virilio; 1997: 74-75). Así,
entre líneas divisorias que se borran, otras que se subrayan o difuminan, se sitúan las
identidades de los habitantes web. Cómo habitemos y cómo poblemos Internet, hacia donde
nos dirijamos será, en última instancia, responsabilidad de l@s usuari@s. La dramática

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historia de Julie Graham tan sólo es un ejemplo, entre muchos otros 9, de hasta qué punto
existe un lugar donde es posible rebasar las fronteras del género.

BIBLIOGRAFÍA

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Recientemente se ha descubierto el caso de un ciberacosador, un hombre de 24 años, quien a través de los
chats “simulaba ser una niña o adolescente con el fin de ganarse su confianza y que llegó a utilizar hasta doce
personalidades diferentes, de ambos sexos y un variado rango de edad” (La Voz de Galicia, 15 de Junio de
2009). Este ejemplo pone de evidencia nuevas problemáticas asociadas al travestismo virtual que podrían ser
objeto de un estudio más pormenorizado donde, entre otras cosas, se debería considerar todos los problemas
relacionados con la usurpación de la identidad en los mundos infovirtuales. Es decir, lo s límites entorno al
anonimato, a la privacidad y a la seguridad de la red.

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