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Anexo 11 - Resumen de El Tungsteno
Anexo 11 - Resumen de El Tungsteno
Cátedra Vallejo
2021-2
ANEXO 1
1
La Rosada era una de las queridas de Marino. Muchacha de dieciocho años, hermoso tipo de mujer
serrana, ojos grandes y negros y empurpuradas mejillas candorosas, la trajo de Colca como querida un
apuntador de las minas. Sus hermanas, Teresa y Albina, la siguieron, atraídas por el misterio de la vida en
las minas, que ejercía sobre los aldeanos, ingenuos y alucinados, una seducción extraña e irresistible. Las
tres vinieron a Quivilca, huidas de su casa. Sus padres –unos viejos campesinos miserables– las lloraron
mucho tiempo. En Quivilca, las muchachas se pusieron a trabajar, haciendo y vendiendo chicha,
obligándolas este oficio a beber y embriagarse frecuentemente con los consumidores. El apuntador se
disgustó pronto de este género de trabajo de la Graciela y la dejó. A las pocas semanas, José Marino la
hizo suya. En cuanto a Albina y a Teresa, corrían en Quivilca muchos rumores.
Marino, a las preguntas repetidas de Machuca, respondió con desparpajo: –Juguémosla al cachito, si
usted quiere. –¡Eso es! ¡Al cacho! ¡Al cacho! ¡Pero juguémosla entre todos! –argumentó Baldazari. (…)
Entretanto, la Graciela estaba ya borracha. José Marino, su amante, la había dado un licor extraño y
misterioso, preparado por él en secreto. Una sola copa de este licor la había embriagado. El comisario le
decía en voz baja y aparte a Marino: –¡Formidable! Es usted un portento. Ya está más para la otra que
para ésta... –Y eso –respondía Marino, jactancioso– y eso que no le he puesto mucho de lo verde. Sino, ya
habría doblado el pico hace rato...
Abrazaba a Baldazari, añadiendo: –Usted se lo merece todo, comisario. Por usted todo. ¡No digo un
“tabacazo”! ¡No digo una mujer! ¡Por usted, mi vida! Créalo. La Graciela, en los espasmos producidos por
el “tabacazo”, cantaba y lloraba sin causa. Se paraba de pronto y bailaba sola. Todos hacían palmas, entre
risas y requiebros. La Graciela, con una copa en la mano, decía, bamboleándose y sin pañolón: –¡Yo soy
una pobre desgraciada! ¡Don José! (…)
–Bueno. Pues el señor comisario va a encargarse de ti mientras mi ausencia. ¿Me entiendes? Él verá por ti.
Él hará mis veces en todo y para todo... Marino, diciendo esto, hacía muecas de burla y añadía: –
Obedécele como a mí mismo. ¿Me oyes? ¿Me oyes, Graciela?... La Graciela respondía, la voz arrastrada y
casi cerrando los ojos:
–Sí... Muy bien... Muy bien... (…)
–¡Besa al señor comisario! –le ordenó entonces Marino, irritado.
–¡No! –respondió Graciela enérgicamente y como despertando.
–¡Déjela! –dijo Baldazari a Marino. Pero el contratista de peones estaba ya colérico e insistió: –¡Besa al
señor comisario te he dicho, Graciela! –¡No! ¡Eso, nunca! ¡Nunca, don José! –¿No le besas? ¿No cumples
lo que yo te ordeno? ¡Espérate! –gruñó el comerciante, y se fue a preparar otro “tabacazo”. Al venir la
noche, cerraron herméticamente la puerta y el bazar quedó sumido en las tinieblas. Todos los contertulios
–menos Benites, que se había quedado dormido– conocieron entonces, uno por uno, el cuerpo de
Graciela. (…) durante su acto horripilante, con sus cómplices. José Marino lanzó, al fin, una carcajada
viscosa y macabra... (p. 82)
Leónidas Benites se acercó a Graciela, seguido de los demás. La Rosada yacía en el suelo, inmóvil,
desgreñada, con las polleras en desorden y aún medio remangadas. La llamaron, agitándola fuertemente
y no dio señales de despertar. Trajeron una vela. Volvieron a llamarla y a moverla. Nada. Seguía siempre
inmóvil. José Marino puso la oreja sobre el pecho de la moza y los otros esperaron en silencio. –¡Carajo! –
exclamó el comerciante, levantándose– ¡Está muerta!... –¿Muerta? –preguntaron todos, estupefactos–.
¡No diga usted disparates! ¡Imposible! –Sí –repuso en tono despreocupado el amante de Graciela–. Está
muerta. Nos hemos divertido. Míster Taik dijo entonces en voz baja y severa: –Bueno. Que nadie diga esta
boca es mía. ¿Me han oído? ¡Ni una palabra! Ahora hay que llevarla a su casa. Hay que decir a sus
hermanas que le ha dado un ataque y que la dejen reposar y dormir. Y mañana, cuando la hallen muerta,
todo estará arreglado... Los demás asintieron, y así se hizo.
Por la tarde de ese mismo día, se presentaron de pronto en el escritorio del gerente de la “Mining
Society”, míster Taik, las dos hermanas de la muerta, Teresa y Albina. Venían llorando. Otras dos indias,
chicheras también, como las Rosadas, las acompañaban. Albina y Teresa pidieron audiencia al patrón y,
tras breve espera, fueron introducidas ante el yanqui, a quien acompañaba a la sazón su compatriota, el
subgerente, míster Weiss. Ambos chupaban sus pipas. –¿Qué se les ofrece? –preguntó secamente míster
Taik. –Aquí, patrón –dijo Teresa, llorando–, venimos porque todos dicen en Quivilca que a la Graciela la
han matado y que no se ha muerto ella. Nos dicen que es porque la emborracharon en el bazar. Por eso. Y
que usted, patroncito, debe hacernos justicia. Cómo ha de ser, pues, que maten así a una pobre mujer y
que todo se quede así nomás... El llanto no la dejó continuar. Míster Taik se apresuró a contestar,
enojado: –Pero, ¿quién dice eso? –Todos, señor, todos... –¿Han ido ustedes a quejarse al comisario?
–Sí, patrón. Pero él nos dice que son habladurías y nada más, y que no es cierto. –¿Entonces? Si así les ha
contestado el señor comisario, ¿a qué vienen ustedes aquí y por qué siguen creyendo tonterías y chismes
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imbéciles? Déjense de zonceras y váyanse a su casa tranquilas. La muerte es la muerte y el resto son
necedades y lloriqueos inútiles... ¡Váyanse! ¡Váyanse! –añadió paternalmente míster Taik, disponiéndose
él también a salir. –¡Váyanse! –repitió, también en tono protector, míster Weiss, chupando su pipa y
paseándose–. No hagan caso de tonterías. Váyanse. No estamos para cantaletas y majaderías. Hagan el
favor... Los dos patrones, llenos de dignidad y despotismo, indicaron la puerta a las Rosadas, pero Teresa y
Albina, cesando de llorar, exclamaron, a la vez, airadas: –¡Sólo porque son patrones! ¡Por eso hacen lo que
quieren y nos botan así, sólo porque vinimos a quejarnos! ¡Han matado a mi Graciela! ¡La han matado! ¡La
han matado!... Vino un sirviente y las hizo salir de un empellón. Las dos muchachas se alejaron
protestando y llorando, seguidas de las otras chicheras que lloraban. (…) (p. 85) [El tungsteno, 1931]
VALORACIÓN
Tungsteno es una obra indigenista de protesta social contra la explotación de los indios por la empresa
minera Mining Society (Imperialismo Norteamericano) y muestra la necesidad de la revolución. En estas
páginas crepitantes de rebeldía, el autor no esconde su intención social y la define ideológicamente en el
personaje inmortalizado de Servando Huanca marchando a organizar a la clase obrera. (Villa, 2018).
La preocupación político-social de Vallejo se halla plasmada en su novela El tungsteno (1931), que expone
una clara denuncia de las condiciones de los trabajadores en una mina de tungsteno en Quivilca, el Cusco,
por parte de la Compañía estadounidense Mining Society. Vallejo estaba muy imbuido en sus lecturas
marxistas y socialistas con viajes a Moscú, donde había presenciado las reivindicaciones laborales de los
obreros rusos. Ello, debe haber influido para escribir El tungsteno, y saldar cuentas con su conciencia
política de la realidad. Por su defensa de la clase indígena, exhorta e inspira a posteriores obras en el Perú
y en el resto del continente, como las obras del peruano José María Arguedas, que expresa el profundo
drama de su raza y sus luchas (Jiménez, 2017).
El Tungsteno de Vallejo es un texto “puente” entre el indigenismo tradicional y la novela proletaria
emergente en la zona andina. El “problema del indio” y la “lucha de clases” que se excluyen mutuamente:
buenos o malos, víctimas o explotadores. Muestra cuadros de explotación e injusticia; por un lado, una
identidad indígena contestataria frente a alternativas basadas en diferencias culturales y étnicas. En el
caso de la representación de los mineros, al resaltar la figura de Servando Huanca en una lucha de clases
con comportamiento de individuo ejemplar (García, 2016).
La novela de Vallejo demuestra los peores impulsos de villanos capitalistas al justificar la sublevación
contra ellos. Esta depravación es evidente en la violación y muerte de Graciela “la Rosada” para satisfacer
necesidades del Mining Society, en cuyas minas se trabaja la extracción del metal, título de la novela. Por
su parte, José Marino y su hermano Mateo, comerciantes, pequeños burgueses, empeñados en
enriquecerse y mantener contentos a industrialistas extranjeros que saquean la “virgen naturaleza”
peruana, “enganchan” a obreros para trabajar en las minas de tungsteno. La violación y muerte de
Graciela por ebrias autoridades en una fiesta de Marino, invita al lector a asociar la infamia de una
violencia sexual con la violencia social contra el Perú en la explotación imperialista, ejemplares del mal en
contrapeso con el bien, equilibrando la narrativa con la figura heroica de Servando Huanca, obrero y
agitador indígena, cuya mayor acción es liderar un intento fracasado de insurrección comunitaria para
socorrer a dos indígenas, traídos a la fuerza a Colca, después de la matanza (Bush, 2010, p. 375).
El tungsteno escrito el mismo año de su publicación, está basado en la experiencia personal laboral en el
Cuzco del autor, dado en un imaginado asentamiento: Quivilca, cerca de la localidad de Colca y con una
empresa minera con sede en Nueva York, denominada Mining Society, que representa la inversión
norteamericana en el país y genera el cambio brusco de la vida rural y casi salvaje de la zona a un centro
de comercio y producción. En el sur del país, donde la revitalización económica (debido al capital
extranjero) contribuye, si no a la formación de una elite, sí, al aireamiento intelectual y planteamiento de
algunos problemas susceptibles a convertirse en temas literarios como: los efectos nefastos de la política
criolla del país, la explotación del indio y la corrupción moral (Brown, 2009).