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Los excesos, lujos y excentricidades que se vislumbran en la actualidad eran un espejismo. Los
dirigentes no les habían vendido el alma a las concupiscencias. Havelange, viejo zorro, megáfono
de los países menos desarrollados que querían participar en una Copa del Mundo, pero que tenían
el mismo voto que las potencias, se trepó al poder con una promesa: aumentar el número de
países que participaban en el torneo de selecciones más importante del planeta. Cuando sucedió
en el cargo a Stanley Rous, un inglés de maneras arcaicas, románticas y obsoletas para ese terreno
fértil del mercadeo al que pronto iba sucumbir la FIFA, solo le hacía falta una cosa para trabajar:
dinero, mucho dinero.
Havelange había crecido sin problemas en las playas de Rio de Janeiro. Faustin, su padre,
inmigrante belga, tejió su fortuna a través del tráfico de armas. No era alérgico al estudio: entró a
estudiar derecho en la prestigiosa Universidad Federal Fluminense y en 1940 ya se jactaba de ser
abogado. También de ser un deportista de alto rendimiento, pues representó a Brasil en la
natación en los Juegos Olímpicos de Berlín 1936. Y para 1952, cuando en su hoja de vida ya
figuraba su cargo como expresidente del Fluminense, integró el equipo de waterpolo de su país en
las olimpiadas de Helsinki 1952. Mezcló sus dos conocimientos y fue presidente de la
Confederación Brasileña de Deportes, además de miembro del Comité Olímpico Brasileño y del
Comité Olímpico Internacional.
Cuando Havelange se quedó con el cargo más importante del fútbol mundial encontró la fórmula
para cumplir sus cometidos: el marketing. Un par de jóvenes le alumbraron el camino. Horst
Dassler, hijo de Adi Dassler, fundador de Adidas, y sobrino de Rudolf Dassler, creador de Puma; y
Patrick Nally, un publicista con pensamientos frescos. Querían que grandes marcas invirtieran
grandes capitales a cambio de patrocinios exclusivos en los eventos de la FIFA. Una idea
revolucionaria por esos días. “Dassler y Nally se dieron cuenta de que, en el fondo, la FIFA y todas
las organizaciones de fútbol que esta controlaba eran las verdaderas entidades con el activo y no
los propietarios del estadio; ese activo era el fútbol. El fútbol era el motivo por lo que la gente iba
al estadio; el fútbol era la gallina de los huevos de oro”, apunta Ken Bensinger en su libro Tarjeta
Roja, que describe los hechos de corrupción del FIFA Gate.
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Este viernes, el maestro dejó su cargo como seleccionador de Uruguay tras casi 16 años seguidos
en el cargo.
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El entrenador estuvo a cargo del combinado celeste durante los últimos 15 años.
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Ambos crearon un nuevo modelo de negocio llamado mercadotecnia deportiva, que consistía en
comprar los derechos comerciales de la FIFA al por mayor para luego revenderlos por partes a los
patrocinadores con ganancias astronómicas. Y así llegó la inversión de $8 millones de dólares de
Coca Cola para convertirse en la primera marca que se convertía en socio de la FIFA y en el primer
patrocinador mundial exclusivo en la historia del deporte. Nada volvería a ser lo mismo: un tiquete
sin regreso.
El Espectador en video:
Yolanda Ruiz: “Que las mujeres puedan decidir y que la ley las proteja”
Aunque Blatter no era el favorito para quedarse con la presidencia, pues el sueco Lennart
Johansson, mandamás de la UEFA, tenía, barato, un favoritismo de 20 votos, quien ante la mirada
de sorpresa del mundo fue derrotado en París a vísperas del Mundial de Francia 1998. La noche
anterior a las elecciones, en el prestigioso hotel Le Méridien, el equipo de trabajo de Blatter le
ofreció $100.000 dólares, la mitad en efectivo, a los países africanos para votar en bloque por el
suizo, 18 aceptaron el soborno, según reveló Farra Ado, presidente de la Federación Somalí de
Fútbol, cuatro años después.