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CRISTINA

PERI ROSSI.
LAS MUSAS
INQUIETANTES

. Prólogo de Pere Giniferrer

P.OESIA
LAS MUSAS INQUIETANTES

Cristina Peri Rossi

Prólogo de Pere Gim/errer

EDITORIAL LUMEN
Diseño gráfico: Joaquín Monclús

Publicado por Editorial Lumen, S.A.,


Ramon Miguel i Planas, 10 - 08034 Barcelona.
Reservados los derechos de edición
en lengua castellana para todo el mundo.

Primera edición: 1999

© Cristina Peri Rossi, 1999


© del prólogo, Pere Gimferrer, 1999
© Salvador Dalí, Fundació Gala-Salvador Dalí, VEGAP, Barcelona, 1999
© The Munch Museum/The Munch-Ellingsen Group,
VEGAP, Barcelona, 1999
© George Grosz, Max Ernst, René Magritte, Claude Monet,
J. Sorolla, Giorgio de Chirico, Antonio López, Balthus,
Francis Bacon, Leonor Fini, VEGAP, Barcelona, 1999

ISBN: 84-264-2813-4
Depósito Legal: B. 37.846-1999

Printed in Spain
La mirada es la erección del ojo.

JACQUES LACAN
PRÓLOGO

En estos poemas ocurren cosas. No son, quiero decir,


poemas estáticos: a sabiendas rehuyen la figura del me­
dallón, a la que -desde Heredia hasta Manuel Machado
y desde Cava/is hasta D'Annunzio- con frecuencia se
adscriben los textos poéticos sobre obras plásticas. No
mera contemplación, pues: son actividad y, por lo tanto,
crítica de lo visible. Existe, bifurcado del anterior, otro
linaje (y aun otros linajes) de poemas sobre pintura, des­
de Rafael Alberti hasta Octavio Paz, desde Paul Éluard
hasta J. V Foix. En tales casos, nada hay de estático: los
poemas relatan una peripecia. Ocurre así en Las musas
inquietantes, no porque Cristina Peri Rossi sea una des­
tacadísima narradora (con serlo), sino porque, en cuan­
to poeta, ha elegido esta opción, se ha adscrito a este li­
naje, más moderno que el que eligieron los autores que
adoptan el modelo del medallón. Concebida así, la poe­
sía sobre pintura es una narración en movimiento; la
pintura es un arte de la organización del espacio, pero
también un arte de la percepción sucesiva del fenómeno
visible, y reproducir en la página (arte espacial de la ti-

9
pogra/ía sobre el blanco, arte de los estratos del tiempo
de la lectura) el proceso de captación del cuadro equiva­
le a una operación cognoscitiva. Así, el poema conquis­
ta lo que le es más específico: se convierte en conoci­
miento, y escribir el poema es conocer (el propio poema,
en cuanto objeto verbal, pero también la realidad) de
una forma que sin él no conoceríamos.
La belleza de los textos es aquí, pues, turbadora ante
todo. Tenemos, sí, la sensación de hallarnos ante al­
guien que relata vívidamente historias, como un narra­
dor andariego o un juglar (por no decir como Schereza­
de); pero estas historias, aunque contengan belleza e
ironía, no se proponen meramente resultar gratas o pla­
centeras a veces. Van más allá: exploran y ahondan
(como, por otro lado, la pintura misma) en regiones con
las que habitualmente evitamos encararnos. Suyo es el
territorio de las pulsiones últimas: el deseo, la posesión,
el riesgo, el acoso, el centro esencial de nuestra soledad.
Nos en/rentan a nuestra propia imagen; nos turban, en
la medida en que nos obligan a saber qué o quiénes so­
mos. También en la medida, muy particularmente pro­
pia del poema, en que impugnan la experiencia común.
Toda poesía es, en principio, lo contrario de una poesía
de la experiencia, ya que toda experiencia (bien lo su­
pieron Gabriel Ferrater o Jaime Gil de Biedma, y antes
que ellos Auden o Baudelaire) en el acto de convertirse

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en poema se transforma en otra cosa: no poesía de la ex­
periencia, pues, sino experiencia de la poesía. Algo hay
en castellano a lo que sí se parecen a trechos estos bellos
poemas de Cristina Peri Rossi: las enigmáticas y lacóni­
cas miniaturas de José María Eguren. Pero el de Eguren,
tan admirable como obsesivo, es un mundo de casa de
muñecas amueblado sólo por los diosecillos o demonios
del poeta; aquí, en cambio, Cristina Peri Rossi convoca,
para convertirlas en propias, de sí misma y de quienes la
leen, las fantasmagorías, las concisas charadas enigmáti­
cas, con las que los pintores han hecho explícita, en
cuanto forma sobre el lienzo, e implícita y alusiva, en
cuanto signo icónico, la ambigüedad esencial de esa bo­
rrosa imagen que de cada cual tiene la propia concep­
ción, como en un espejo empañado que sólo queda diá­
fano, con claridad bruñida, cuando el poema opera su
ceremonial de transfiguraciones. Abrir este libro es en­
trar en nuestras galerías interiores; la mirada que ahí ve­
mos, de esfinge o de gorgona, es nuestra mirada. Eso
distingue a la verdadera literatura.

PERE GIMFERRER
CLAROSCURO

(La encajera, Jan Vermeer de Delft)

La aplicación de las manos


de los dedos
la concentrada inclinación de la cabeza
el sometimiento
una tarea tan minuciosa
como obsesiva
El aprendizaje de la sumisión
y del silencio
Madre, yo no quiero hacer encaje
no quiero los bolillos
no quiero la pesarosa saga
No quiero ser mujer.

13
GIOCONDA

(La Gioconda, Leonardo da Vinci)

La joven florentina
esposa de Giocondo
vista por Leonardo a la salida de la iglesia
a quien el pintor -mientras posaba-
hizo entretener con música y con cantos
Ella guarda en sus ojos
la leve tristeza florentina
la opulencia de las damas bien criadas
Y al fondo -entre vagarosos lagos-
se diluye la melancolía de Occidente.

15
LA PRINCESA DE ESTE

(La Princesa de Este, Pisanello)

Severa,
la ignota Princesa de Este
se pasea, digna, entre las mariposas
de un jardín de Ferrara;
las flores en las ramas oscuras
son peces suspendidos en el aire de Ginebra
y una pequeña rama de enebro, en el hombro,
más que un desliz de frágil dulzura
es el signo de su nobleza, el símbolo de Este.
Hay flores de alas abiertas
y mariposas que flotan como algas
Nadie supo nunca
el nombre de esa Princesa de Este.

17
CA'D'ORO

(El muelle, las góndolas y la iglesia de la Salud,


Francesco Guardi)

En el muelle, del lado de la iglesia de la Salud,


ocupado por las tiendas de los pequeños mercaderes
los que cubrieron de oro las paredes de Venezia
y construyeron techos copiados por Carpaccio;
las góndolas quietas, arribando,
posadas en un agua plata
y perpleja,
especular.
Y el lento
deterioro de un cielo de cobre,
al atardecer,
cuando se escuchan repicar los pasos
de los mercaderes en los muelles.

19
VISTA DEL GRAN CANAL

(Vista del Gran Canal, Francesco Guardi)

Ese cielo, Guardi, anuncia una guerra,


no sólo una tormenta. Ocre que fuga
por encima de los techos,
por encima del arco
del Gran Canal
(a la hora de los mercaderes,
no de los amantes)

Ese cielo, Guardi, pintado desde la góndola


que quiebra la cúpula de la iglesia
se diluye en las márgenes de la edad,
pero en sus aguas,
flotan las ambiciones de los príncipes,
las derrotas de los pobres

Guardi, por ese cielo veneciano


los mercaderes no te amaron
y los Papas no te bendijeron
En su fría claridad
había un estremecimiento demasiado humano.

21

EL RINOCERONTE

(El rinoceronte, Pietro Longhi)

Majestuosamente quieto
-humilde, humillado-
con la mansedumbre de las enormes bestias
Inocente ante el heno
ante la mirada asombrada de las damas
tocadas de negro
(se cubren el rostro para no sentir
tu olor descomunal)

Inocente ante la confrontación de formas


(hombres que parecen niños
en la carpa del circo)

Inofensivo,
como un mutante no muy seguro de sí mismo,
condenado a andar en cuatro patas

y sin embargo, con una dignidad y una compostura


que escandaliza a hombres y mujeres.

23
LA DAMA DE ELCHE

(La Dama de Elche, Anónimo)

Venida de lo antiguo
de un pasado íbero
que cuelga en forma
de pesados collares
y hojas de acanto

Solemne en sus vestiduras


plácida y digna guardiana
del fuego del hogar

Soberbia bajos los arcaicos


símbolos de su estirpe

Todo en ella es pausado,


noble,
como corresponde a su condición

Si no fuera
que esos ojos fríos
solemnes como el resto
pero apenas dilatados

25
esa mirada como desprendida
del contexto
y que el pasado,
el servicio familiar
y la tradición
no pueden controlar por completo
anuncian tu modernidad

son el presagio de una sonrisa


llena de ironía

que ninguna estirpe puede ocultar.

26
LA SEDUCCIÓN

(San Jorge y el dragón, Paolo Uccello)

Cuánta sólida armadura,


San Jorge,
cuánto brioso caballo
-blanco, encabritado­
cuán larga la lanza
(símbolo viril)
cuánta furia
cuánto odio
para enfrentar al temible dragón
de fauces chorreantes
que una gentil doncella,
con mano suave,
saca a pasear dócilmente,
como si se tratara de un perrillo faldero.

Aquello que los hombres matan con violencia


las mujeres domestican con dulzura.

27
EL NUEVO MUNDO

(Paisaje con la caída de Ícaro, Brueghel el Viejo)

En la calma impasible de un mar infinito,


inabarcable,
grande como todo el mundo conocido

la nave ha anclado,
óvalo blanco de un huevo en reposo.

Hacia el horizonte, vagos túmulos, islas blancas,


irreales
a la difusa luz de un sol que se pone
sin estremecer las aguas.

Estancada,
la nave no sabe que boga
hacia un mundo misterioso, remoto, infinito
de peces voladores
árboles que abrazan y devoran
lenguas dulces
de gemidos y de quejas.

29
EL VIAJERO SOBRE EL MAR DE NUBES

(El viajero sobre el mar de nubes, Caspar D. Friedrich)

Ha ascendido hasta la solitaria cima del mundo


escarpada cima en medio de las nubes
Ha ascendido hasta la misteriosa cima del fin del
mundo
donde el cielo se funde con el mar
(incestuosas nubes, incestuosas olas)
y no sabe dónde está.
Se yergue de espaldas -solitario mástil en la densidad
de la niebla-
y contempla la vasta inmensidad
como quien contempla a Dios
Inaudita y silenciosa visión revelación
un paso más allá de la cima
un paso más allá de la muerte
donde toda contemplación
es contemplación de la contemplación.
Cima sin regreso
altura segada

31
que al ascender encuentra
en la inabarcable inmensidad
el espejo de la propia pequeñez.

32
EL OCÉANO GLACIAL

(El océano glacial o El naufragio de la Esperanza,


Caspar D. Friedrich)

El hielo rompe sus paredes


sus espejos sus cristales
castillos derruidos
maderos náufragos
el hielo se licúa
como se precipitan las catástrofes
La quilla de un iceberg asoma
(falo que apunta hacia las nubes)
y el casco del bajel se inclina
agoniza entre lápidas de hielo
(La casilla del rey está vacía
en el tablero congelado)

La Esperanza ha naufragado
en el estrépito de espejos.

33
ELJARDIN DE LAS DELICIAS (detalle)

(El jardín de las delicias, Jerónimo Bosch)

Sobre un cilindro de luz transparente

el pájaro descansa

como si aún estuviera volando

Rostros perversos, malignos


se reflejan en esferas de humo
y de cristal evanescentes

(formas del aire y de la luz)

Huellas de árboles futuros


se estampan en los vidrios
como a veces, de un sueño,
sólo nos queda una señal en el cuello.

35
LA PASIÓN

( Tormenta de nieve, J. M. W. Turner)

El mar gira,
redondo como un vértigo de espuma
Hay cabezas de peces degollados
nudos perversos
manos crispadas
El agua gira en remolinos concéntricos:
el retorno de toda obsesión
Crujen los maderos
(huesos quebrados)
escupen las sentinas
luces raras rompen el horizonte
En el círculo de las aguas
absorbentes
Uno es todo y todo es lo mismo,
fuerza que enciende
y quema.

37
EL NAUFRAGIO

(Naufragio,]. M. W. Turner)

En el centro del torbellino


girando en la avalancha de aguas descolgadas

indefenso,
solo,
acosado por dos catástrofes: la catástrofe del cielo
ensoberbecido que lanza luces crueles
y la catástrofe del mar
erizado de olas espumosas
como caballos locos

perdido y zozobrando

con la ingenua sorpresa de los débiles


que se preguntan el motivo del castigo

el esquife
sola humanidad en la tormenta
pierde palos
inclina el mástil

39
vira sm querer
sumergido en la indomable
dialéctica de las aguas
como un hombre en la existencia.

40
LA MAÑANA DESPUÉS DEL DILUVIO

(La mañana después del Diluvio, J. M. W. Turner)

En el círculo enloquecido de las aguas pluviales


en el torbellino vertiginoso de las aguas marinas
lentamente, comienza a amanecer -a amainar-.

Comienza a amanecer
en el centro líquido de la tormenta
embrión rojizo
óvulo fecundado
célula primigenia
en cuyo interior
flota
el bajel sobreviviente
que eleva su mástil su falo
mientras las aguas
súbitamente amansadas
dejan de caer
dejan de rotar.

41
MEGALÓPOLIS

(Metrópolis, George Grosz)

La Gran Ciudad es roja


como una granada
Roja como el círculo de todos los círculos
de Dante
Roja como la ambición
el dolor
la violencia
el odio el desprecio
La Gran Ciudad es el teatro
de todos los deseos
el escaparate incandescente
de una guerra interminable
de todos
contra todos.

43
11
EUROPA DESPUÉS DE LA LLUVIA

(Europa después de la lluvia, Max Ernst)

Ha llovido magma hirviente


licuando todas las formas
(el hombre-pájaro que pende
solidificado, rehúsa mirarnos,
último reproche)
Solitarios monolitos se elevan sobre el cielo luminoso,
como inverosímiles dioses (después de la tormenta).
Europa es una masa indefinible de desechos.
La lava ha corroído la superficie de las piedras,
perforado los metales,
mineralizado los árboles y las plantas.
Licuó las montañas,
obstruyó los ríos.
En medio de la descomposición,
sopla la inmutabilidad de la muerte.
Cuelgan fósiles, miembros desplazados,
tótems rotos, cuerpos devorados por el magma.
La luz apocalíptica ilumina restos retorcidos.

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Pero quedamente
por debajo de las formas fosilizadas
y la confusión de restos,
se sospecha
la vida larvaria
que comienza a latir,
con un espasmo de horror.
Círculo infernal del eterno retorno.

46
EL SUEÑO DE LAS COSAS

(El sueño de las cosas, Marcel Duchamp)

Del sueño de las cosas


surge el lenguaje de lo inanimado:
muebles que crujen en el silencio oscuro de la noche
el murmullo del agua encerrada en los cristales
el aleteo de las hojas íntimas de los árboles
de los libros

Sutiles acoplamientos de goznes entre sí


imperceptibles reajustes de los dientes
del reloj:

Todo sueña
y al soñar habla.

47
EL IMPERIO DE LAS LUCES

(El imperio de las luces, René Magritte)

La casa apenas encendida


(sediciosas sombras del bosque)

el árbol que asciende hacia la luz del cielo


(ausente todo palomo todo temblor)

las ventanas cerradas

los quebrados reflejos del farol

la lluvia que estuvo y ya se fue


la transición del paisaje
en el instante mismo

en que sobre el cielo se rompe la última claridad


y gana la noche su húmeda participación
con el frío

Imperio de la luz,
balcánica oscuridad.

49
EL NACIMIENTO DEL ÍDOLO

(El nacimiento del ídolo, René Magritte)

En su constitución se reconocen elementos diferentes


(pero nadie reconocerá la impostura)

un brazo postizo
que perteneció sin duda
a dama elegante
y ahora pende de un agujero
e inicia el movimiento seductor
hacia adelante.
Se apoya sobre el estrado
que conduce indefectiblemente
hacia la escalera,
cuyos peldaños trepará,
cuando nadie lo vea,
porque no es conveniente
trepar ante testigos.
Está rodeado de infinidad de espejos,
y aun las puertas,
que ni abren ni cierran,
son, en realidad, reflejos

51
de la irresistible ascensión.
El mar en torbellino brama a los costados,
pero no engaña a nadie:
es otro espejo
donde el ídolo se mira
en tanto las crestas de las olas
se miran en él.

52
EL PERDEDOR

(Variación sobre El nacimiento del ídolo,


René Magritte)

Se eleva
inmensamente solo
en medio de un mar efervescente
de olas encrespadas
y maderos turbios.

Se eleva
-majestuosamente­
bajo un cielo de piedra
amenazador y oscuro
cuyas claridades son eléctricas.

Desprecia los espejos


que reflejan
las olas que reflejan
el viento que tiene ecos.

Sabe
que la escalera no conduce a ninguna parte.

53
Solitario y terco
permanece en la explanada vacía
como un faro en la tormenta.

54
EL TIEMPO AMENAZADOR

(El tiempo amenazador, René Magritte)

No es verdad que el busto de mujer


el trombón y la silla blanca
flotan en el espacio
de una playa mansa europea.
No es cierto que uno de los tubos
horada la cintura de la mujer
ni que la silla levita
sobre una montaña rocosa.

No es verdad que salíamos de una guerra


y otra peor estaba por comenzar.

No es cierto que sólo eso podíamos esperar.

55

LA FUERZA DE LAS COSAS

(La fuerza de las cosas, René Magritte)

El pan y el vaso
flotan en el aire irreal
de Nueva York dormida

como satélites de una galaxia neutra


y por lo demás
incomprensible.

57
LA MEMORIA

(La memoria, René Magritte)

Herida en la frente
la bella mujer
ha dejado caer una hoja
El tiempo transcurre a sus espaldas
y ella no lo ve
Tiene los ojos cerrados
recogidos
Ha perdido la voz
su dignidad es empero humilde
descubre sólo a medias el paisaje
Permanece en agonía.

59
LA GRAN GUERRA

(La gran guerra, René Magritte)

¿Quién arrojó ese ramo de violetas


como un insulto
a la cara de la dama bien vestida
con parasol blanco
y su manguito?

(Al fondo ese liso Mediterráneo


que no quiso ser nunca más que una ola
y se confunde con el cielo.)

¿Quién borró las líneas de su rostro


con el estallido de una granada,
flor y arma?

(Al fondo, un cementerio.)

61
LA INFANCIA DE ÍCARO

(La infancia de Ícaro, René Magritte)

Montado sobre veloz caballo


rumbo al sol
en la sala amplia y desnuda

-atrás un cielo gris que ya es pasado­

Ícaro inicia la carrera.


La arcada se abre sobre el bosque.
No deja huellas en el suelo encerado.
Alguien ha cerrado todas las puertas.

63
A CADA CUAL SU ISLA

(La isla del tesoro, René Magritte)

No está sumergida
en un océano de agua
sino en la eternidad del tiempo
ya sm eras
del tiempo que se niega a ser
o a dejar de ser

-el tiempo sólo idéntico a sí mismo-

Perdida en el mar
no descubierto todavía:
el mar selene

Ni desierta ni habitada.
Ni populosa ni solitaria

Tiene palomas como plantas


cuyas raíces no pueden volar

65
Se eleva en el Imaginario
como un Dios temido
y deseado.

66
TIEMPO GRIS

(La Catedral de Rouen, el portal, tiempo gris,


Claude Monet)

En las reverberaciones de la humedad


una tarde de otoño
de mil ochocientos noventa y cuatro

un triángulo alucinado es una catedral

la piedra es agua
que vibra en el lago concéntrico

y Dios es una aguja


a punto de llorar
o de quebrarse

Entonces descubrimos
que la luz
el ojo
y Dios

eran movimiento.

67
LOS JUGADORES DE PELOTA

(Los jugadores de pelota, Henri Rousseau)

Abuelos
que hubiéramos querido tener
empujan el balón
en la tarde luminosa
llena de armonía
Los arces están rojos
El aire impulsa las nubes
imperceptiblemente
Bosques simétricos
Hubiéramos querido tener
abuelos recién llegados
a la infancia
saltando entre los árboles
con pasos de ballet.

69
HOMENAJE A ANTONIO MACHADO

(En el lindero del bosque, Henri Rousseau)

En el lindero del bosque


los árboles dibujan
el perfil de una mujer
Las ramas dibujan
el torso de una mujer
Las aguas susurran
el nombre de una mujer
El cielo, en lo alto, está sereno
El hombre persigue una forma que huye
entre las lianas
No sabe, empero,
que contra el amor,
no prueba nada
que la amada no haya existido jamás.

71
EL ESTUDIO DEL PINTOR

(El estudio del pintor, Joaquín Sorolla)

Esas mujeres en las playas


de largos vestidos blancos
y sombreros con cintas
en las manos
-ese aire chejoviano-
la languidez de las figuras

Creíamos pasear por Leningrado


-la luz irreal del atardecer-
el aire salino

No sabíamos que la guerra


había empezado.

73
EL ORIGEN DEL MUNDO

(El origen del mundo, Gustave Courbet)

Un sexo de mujer descubierto


(solitario ojo de Dios que todo lo contempla
sin inmutarse)

perfecto en su redondez
completo en su esfericidad
impenetrable en la mismidad de su orificio
imposeíble en la espesura de su pubis
intocable en la turgencia mórbida de sus senos
incomparable en su facultad de procrear

sometido desde siempre


(por imposeíble, por inaccesible)
a todas las metáforas
a todos los deseos
a todos los tormentos

genera partenogenéticamente al mundo


que sólo necesita su temblor.

75
LAS MUSAS INQUIETANTES I

(Las musas inquietantes, de Giorgio de Chirico)

En el suelo rojo
de madera
que conduce de la actualidad
al pasado
se eleva
monumental
una musa sin brazos.
(A lo lejos,
una estatua romana,
una fábrica,
un templo.)

Hay máscaras en el suelo,


cubos de colores,
un bastón y un pedestal.

Otra espera, sentada,


sin cabeza,
como una madre cansada de viajar.

77
Yo os invoco:
Haced de la angustia
un color.

78
LAS MUSAS INQUIETANTES 11

(Las musas inquietantes, de Giorgio de Chirico)

Descabezadas, incompletas,
solemnes en pedestal ridículo
o sentadas al borde de la calle,
como quien espera un auto
o un cliente
las musas domésticas
engordan
pierden un brazo
los cabellos
se quedan calvas
Ya sin oficio verdadero
en un mundo cada vez
más agitado,
en una ciudad cada vez
más populosa,
mecánica.

79
BABEL

(La gran torre, de Giorgio de Chirico)

Silenciosa
enigmática
la Gran Torre
se eleva
al infinito
Única construcción
en la ciudad desierta
inanimada
Babel silenciosa
Luego de la bomba.

81
LA SOLITARIA

(La solitaria, Edvard Munch)

Contemplando la infinitud celeste


de una mar parejo vasto e inabarcable
pareJo
vasto
inabarcable

la mujer
sola frente al mar

Irresistible, le da la espalda
Entonces contempla
la arena azul
la infinitud de la arena
pareJa vasta inabarcable

Mar y mar.

83
AUTORRETRATO
(Autorretrato, Edvard Munch)

La soledad
alucinada
se refleja a sí misma.

85
EL GRITO

(El grito, Edvard Munch)

El niño
que fuimos
grita
solo
en el puente despavorido
aúlla
un paso atrás de la conciencia
de los cielos rojos
inflamados
de gritar.

87
EL NAUFRAGIO

(El naufragio, Jules Garnier)

Inmensamente sola
frente a un mar en calma
que ya ha deglutido
todo bajel
todo navío
Y después de devorarlos
se ha echado a descansar
con la mansa ingenua inocencia de las bestias

La náufraga
desnuda
-única sobreviviente de la tragedia ya acaecida
ya olvidada por las aguas-
yace
después de la violación del mar
Su roja cabellera de medusa
desplegada despeinada
sin tiento sin rienda
Su rostro contraído por el dolor
desamparada

89
Inmensamente sola
los labios entreabiertos
en muda súplica
el dorado cuerpo
de caderas opulentas
entregado a la voracidad del agua:
El mar la penetrará cuando quiera,
Amo Absoluto.

90
MADRID, OTOÑO EN LOS JARDINES

(Madrid, Antonio López)

Ha llovido hojas secas sobre el suelo.


Los bancos de piedra están vacíos.
La escalinata sube
entre murmullos de hojarasca.
El peso
inclina las ramas
las arrastra
-alas en celo-.
Una mujer vestida de negro
mira por los prismáticos
la lucha de un frágil pájaro
contra el viento
(velero).

Caminamos en sueños
por un Prado así.
El viento iba y venía por Madrid.
Como las balas.

91
EL PABELLÓN

(El pabellón del muelle, Michael Andrews)

Sobre una larga plataforma de arena blanca


-larga como la mano de una divinidad benéfica­
el límbico Pabellón se eleva
con sus minaretes,
sus torres y su bóveda:
lejano, algo inaccesible,
sueño de belleza o Paraíso
que puede adivinarse entre la niebla
entre la refracción de una luz
tan blanca
tan hipnótica
como la imagen de una Promesa
a la distancia justa entre la realidad
y el deseo,
distancia de ensoñación
de esperanza
y de dolor.

93
LUCES

(Luces VI: The Spa, Michael Andrews)

Procesión de luces
en el celeste atardecer
del puente de San Francisco
(crisálida voladora):
una prolongada cadena de luces
-las teas de los amores encendidos­
bordea la costa
la periferia
y los focos amarillos de los autos
-nocturnas noctilucas-
se estiran sobre la carretera
como las siluetas
de los amantes que tuvo la ciudad
amantes que murieron
durante la Gran Peste.

95
ASÍ NACE EL FASCISMO

(La lección de guitarra, Balthus)

En el campo de concentración
de la sala de música o ergástula
la fría, impasible Profesora de guitarra
(Ama rígida y altiva)
tensa en su falda el instrumento:
mesa los cabellos
alza la falda
dirige la quinta de su mano
hacia el sexo insonoro y núbil
de la Alumna
descubierta como la tapa de un piano
Ejecuta la antigua partitura
sin pasión
sin piedad
con la fría precisión
de los roles patriarcales.

Así sueñan los hombres a las mujeres.


Así nace el fascismo.

97
TRES ESTUDIOS DE HOMBRE

( Tres estudios de hombre, Francis Bacon)

I
Ese hombre sentado
en su jaula de vidrio transparente
mira la máquina de afeitar
con atención
como si ella guardara el enigma
que el rostro enjabonado en el espejo
es incapaz de descubrir

11
Mientras su sombra azul se licúa
más allá de la silla
escapada de la jaula
Única transgresión

111
Acabada la meditación se afeita.

99
PERSISTENCIA DE LA MEMORIA

(Persistencia de la memoria, Salvador Dalí)

Al fondo un lago en calma,


sutil, no desarrollado
Ocres montículos de arena
rígidos como pirámides

Los relojes blancos languidecen


inútiles
descompuestos
en el tiempo vasto como un desierto
que nada guarda

si no es el reflejo de un dolor

en una canción.

101
CUARTO DE HOTEL

(Habitación de hotel, Edward Hopper)

La soledad de la viajera
al borde de la cama
en el cuarto de hotel
las maletas sin abrir
los zapatos altos
desbocados
caídos en el suelo
como frutos maduros
Ella lee un menú
un programa
un horario de ferrocarriles
tan sola
en la habitación
como cualquier viajera
recién llegada
a un mundo hostil
a una ciudad sin nombre.

1 03
OFICINA EN NUEVA YORK

( Oficina en Nueva York, Edward Hopper)

La soledad de una mecanógrafa


en un bar de la calle Cuarenta y dos

a la hora de un crepúsculo
invisible
y de acero

idéntica
a la soledad
de una doméstica
en El Retiro

igual
a la soledad
de una mujer enferma
en Boston

y la suma de las soledades


no acompaña a la viajera

1 05
que muere o duerme en el andén
de Plaza Cataluña,

aritmética imposible
en París o en Barcelona.

1 06
LA TOILETTE

(La toilette, Fernando Botero)

Eterna niña sin pelos


sin pubis
sin pestañas
exonerada de vellos
gorda como un dichoso globo inflado
se contempla en el espejo
suspendida para siempre
en el esfuerzo imposible
de convertirse, por una vez, en mujer.

107
MUJER TOCANDO LA GUITARRA

(Mujer tocando la guitarra, Fernando Botero)

Pliegues nacarados
de los glúteos
de las piernas
de los senos y de la pelvis:
redondez sin sexo
casta opulencia carnal:
la guitarra,
tiene un ojo
que espía la desnuda redondez
de la mujer-niña.

1 09

LAS MUTANT ES

(Las mutantes, Leonor Fini)

Falsas niñas
mujer y pájaro
pastoras en un campo de esfinges

a punto de convertirse en gatos

como si la mutación fuera uno


de los juegos infantiles,

la manera que tiene toda Alicia


de mirarse en el espejo.

111
ÍNDICE

Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7
Claroscuro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13
Gioconda . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15
La Princesa de Este . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17
Ca' D'Oro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19
Vista del Gran Canal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21
El rinoceronte . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23
La Dama de Elche . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25
La seducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 27
El Nuevo Mundo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29
El viajero sobre el mar de nubes . . . . . . . . . . . . . 31
El océano glacial . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 33
El Jardín de las Delicias. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35
La pasión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 37
El naufragio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39
La mañana después del Diluvio . . . . . . . . . . . . . 41
Megalópolis . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 43
Europa después de la lluvia . . . . . . . . . . . . . . . . . 45
El suefjo de las cosas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47
El imperio de las luces . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49
El nacimiento del ídolo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5 1
El perdedor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 53
El tiempo amenazador . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 55
La fuerza de las cosas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57
La memoria . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 59
La Gran Guerra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 6 1
La infancia de Ícaro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 63
A cada cual su isla . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 65
Tiempo gris . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 67
Los jugadores de pelota . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 69
Homenaje a Antonio Machado . . . . . . . . . . . . . . 7 1
El estudio del pintor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 73
El origen del mundo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 75
Las musas inquietantes I . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 77
Las musas inquietantes 11 . . . . . . . . . . . . . . . . . . 79
Babel . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 81
La solitaria . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 83
Autorretrato . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 85
El grito . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 87
El naufragio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 89
Madrid, otoño en los jardines . . . . . . . . . . . . . . . 9 1
El pabellón . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 93
Luces . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 95
Así nace el fascismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 97
Tres estudios de hombre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 99
Persistencia de la memoria . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 0 1
Cuarto de hotel . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 03
Oficina en Nueva York . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 05
La toilette . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 07
Mujer tocando la guitarra . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 09
Las mutantes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 111
111

E',1- este poemario, Cristina Peri Rossi (Montevideo, 1941) pasea


su mirada pot diversas obras maestras de la pintura. Nos dice,
en el prólogo, Pere Gimférrer: «La belleza de los textos es aquí
turbadQra ante todo. Tenemos la sensación de hallarnos ante
alguien que relata vívidamente historias , como un narrador
andariego o un juglar (por no decir como Scherezade); pero es­
tas historias, aunque contengan belleza e ironía, no se propo­
nen meramente resultar gratas o place.nteras. Van más allá:
exploran y ahondan (como, por otro lado, la pintura) en re­
giones con las que habitualmente evitamos encararnos. Suyo
es e l territorio de las pulsiones últi­
' ISBN 84-264-2813-4 mas: el deseo, la posesión, el riesgo, el
acoso, el centro esencial de nuestra so­
ledad . . . Abrir este libro es entrar en
nuestras galerías interiores; la mirada
que ahí vemos, de esfinge o de gor•
gona, es nuestra mirada. Eso distingue
9 LJ , 8 1 34 a la verdadera literatura».

Editorial Lumen

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