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Fragmentos de un tejido

Eliseo Verón

Editorial Gedisa

Barcelona, 2004

Este material se utiliza con fines


exclusivamente didácticos
8. CUANDO LEER ES HACER: LA ENUNCIACIÓN EN EL DISCURSO DE
LA PRENSA GRÁFICA

Procuraré esbozar aquí los contornos de lo que me parece ser un nuevo territorio de la semiología: el
del sentido en recepción o, si se prefiere, el de los “efectos de sentido”. La “primera semiología” (la de la
década de 1960) puede caracterizarse como inmanentista: se trataba de definir un “corpus” y de atenerse a él
a fin de describir el funcionamiento connotativo del sentido; ante los enfoques psicologizantes o
sociologizantes, era necesario valorizar el mensaje mismo. 1 La “semiología de segunda generación” (la de la
década de 1970), al tratar de superar un punto de vista un poco estático y taxonómico, comenzó a hablar de
producción de sentido por influencia (difusa) de las “gramáticas generativas”: partiendo de los textos, se
trataba de reconstituir el proceso de su engendramiento. 2 Sugeriré que la semiología de la década de 1980
debe ser una semiología capaz de integrar en su teoría los “efectos de sentido” o no será nada. Sólo así
abarcará el conjunto de su esfera: el proceso que va desde la producción de sentido hasta el “consumo” de
sentido, donde el mensaje es un punto de pasaje que sostiene la circulación social de las significaciones.
El problema no es sencillo, pues un mensaje nunca produce un efecto de manera automática. Todo
discurso bosqueja un campo de efectos de sentido y no un efecto y sólo uno. El paso de la producción a la
recepción (aunque prefiero llamar a esta última (reconocimiento”) es complejo: no hay una causalidad lineal
en el universo del sentido. Al mismo tiempo, un discurso dado no produce cualquier efecto. La cuestión de
los efectos es, por consiguiente, insoslayable.
En esta semiología de “tercera generación” se plantea una problemática destinada a aportar una
contribución capital: la relativa al funcionamiento de la enunciación.

La enunciación

Conviene no separar el concepto de “enunciación” del par de términos enunciado/enunciación. El


orden del enunciado es el orden de lo que se dice (de manera aproximativa, podría afirmarse que el
enunciado es del orden del “contenido” 3 ); la enunciación, en cambio, corresponde no al orden de lo que se
dice, sino al decir y sus modalidades, a las maneras de decir. Si comparamos dos frases: “Pedro está
enfermo” y “Yo creo que Pedro está enfermo”, se puede decir que lo que se enuncia es idéntico en ambos
casos: el estado de salud predicado de Pedro. Si estas dos frases son diferentes, no lo son en el plano del
enunciado, sino en el plano de la enunciación: en la primera, el locutor afirma que Pedro está enfermo
(podemos decir: el enunciador presenta la enfermedad de Pedro como una evidencia objetiva); en la segunda
frase, el locutor califica lo que dice como una creencia y se atribuye esta última.
Lo que varía de una frase a otra, no es lo dicho, sino la relación del locutor con lo que dice, las
modalidades de su decir. Los pronombres personales son, típicamente, elementos lingüísticos que se sitúan
en el plano de la enunciación y no en el plano del enunciado. Así es como “yo” resulta una expresión
“vacía”: podríamos decir que no se “llena” hasta el momento mismo en que se la utiliza, pues por sí sola no
designa más que a la persona que la emplea en un momento dado. Es por ello que los lingüistas tienen la
costumbre de asociar los elementos de la enunciación a las situaciones de habla: como “yo”, “usted”, “aquí”,
“ahora”, “ayer”, etc., los elementos referentes a la enunciación estarían íntimamente vinculados a lo que se
llama, precisamente, la “situación de enunciación”. Ahora bien, el inconveniente de dar una definición
situacional de la enunciación es que tal definición sigue demasiado asociada al funcionamiento de la palabra,
es decir, a lo oral. En el caso de la prensa gráfica, por ejemplo, no hay, hablando con propiedad, una
situación de enunciación que abarque a la vez al locutor y a un “alocutario”. Sin embargo, como veremos
luego, la distinción entre enunciado y enunciación es perfectamente aplicable al discurso de la prensa
gráfica; y hasta es fundamental para comprender el funcionamiento de esta última. En consecuencia, nos
limitaremos aquí a interpretar la oposición enunciado/enunciación como reflejo de la distinción entre lo que
se dice y las modalidades del decir.

1
Como lo había hecho Barthes, por ejemplo, en A propos de deux ouvrages de Claude Lévi-Strauss: soeiologie et
sociologique, Information sur les sciences sociales I (4), diciembre de 1962; L'imagination du signe, Arguments 27-28,
1963, texto retomado en sus Essais Critiques.
2
Una obra clave en el paso a la semiótica de “segunda generación” fue el libro de Julia Kristeva, Recherches pour une
sémanalyse, París, Seuil, 1965. [En Obra Completa, Madrid, Fundamentos, 1999.]
3
De una manera aproximativa, pues el par enunciación/enunciado no coincide con el par forma/contenido.

2
En un discurso, sea cual fuere su naturaleza, las modalidades del decir construyen, dan forma, a lo
que llamamos el dispositivo de enunciación. Este dispositivo incluye:

1. La imagen del que habla: llamamos a esta imagen “el enunciador”. Aquí, el término “imagen” es
metafórico. Se trata del lugar (o los lugares) que se atribuye a sí mismo quien habla. Esta imagen
contiene pues la relación del que habla con lo que dice.
2. La imagen de aquel a quien se dirige el discurso: el destinatario. El productor del discurso no
solamente construye su lugar o sus lugares en lo que dice; al hacerlo, también define a su
destinatario.
3. La relación entre el enunciador y el destinatario que se propone en el discurso y a través del
discurso.

Hay pues que distinguir bien, por un lado al emisor “real” del enunciador, y por otro lado, al receptor
“real” del destinatario. Enunciador y destinatario son entidades discursivas. Esta doble distinción es
fundamental: un mismo emisor podrá, en discursos diferentes, construir enunciadores diferentes, según, por
ejemplo, el target al que se apunta; al mismo tiempo, construirá a su destinatario de una manera diferente en
cada ocasión.
Todo soporte de prensa contiene su dispositivo de enunciación: este último puede ser coherente o
incoherente, estable o inestable, puede estar cabalmente adaptado a su público de lectores o adaptado sólo en
cierto grado. En el caso de la prensa gráfica, llamaremos a este dispositivo de enunciación el contrato de
lectura.

La enunciación y el “contenido”

Estudiar el dispositivo de enunciación, es decir, el contrato de lectura ¿implica dejar de lado el


“contenido”, desinteresarse del nivel del enunciado? Ciertamente no. Si la distinción entre enunciación y
enunciado es importante, lo es porque un mismo contenido (lo indicamos respecto de la enfermedad de
Pedro) puede enmarcarse mediante modalidades de enunciación muy diferentes. 4 Lo que el enunciador dice,
las cosas de las que se supone que habla, constituyen una dimensión importante del contrato de lectura. Pero
está claro que cuando se presta atención al dispositivo de enunciación, ya no se analiza el enunciado de la
misma manera en que lo hace, por ejemplo, el análisis de contenido.
El hecho de que un mismo contenido, un mismo dominio temático, pueda estar a cargo de
dispositivos de enunciación muy diferentes adquiere un interés particular en el caso que nos ocupa, el de la
prensa gráfica. En relación con los problemas de posicionamiento de los soportes de prensa, muy a menudo
tenemos que vérnoslas con universos de competencia muy cerrados, en los que varias revistas, muy
semejantes entre sí desde el punto de vista temático, se dividen un lectorado relativamente homogéneo en
cuanto a su perfil sociodemográfico. El caso de las revistas femeninas mensuales denominadas “de gama
alta” son un buen ejemplo. Ahora bien, en este tipo de casos, revistas que cubren aproximadamente los
mismos temas, es decir, difícilmente distinguibles en cuanto a su contenido, pueden resultar muy diferentes
unas de otras en el plano del contrato de lectura. De modo que el estudio de este último es lo que puede
permitir captar exactamente la especificidad de un soporte y valorizar esta especificidad en relación con sus
competidoras.
Otro ejemplo es el de los sectores nuevos, más o menos especializados. Vemos florecer una
multiplicidad de nuevos soportes que procuran constituir su colectivo de lectores alrededor de un centro de
interés (informática, juegos electrónicos, vídeo, etc.). Evidentemente, de tales revistas sólo sobrevivirán
aquellas que logren construir un contrato de lectura adaptado al terreno en cuestión: el éxito (o el fracaso) no
pasa por lo que se dice (el contenido), sino por las modalidades de decir el contenido.
Con frecuencia, el estancamiento o la baja de lectores resulta de una alteración progresiva e
imperceptible del contrato, o bien de la introducción de modificaciones de redacción que engendran una
incoherencia en el contrato. Lo que crea el vínculo entre el soporte y su lector es el contrato de lectura.
Como puede verse, la semiología de la enunciación, aplicada a la identificación y al análisis
detallado del contrato de lectura de los soportes de prensa, suministra informaciones específicas que no se
pueden obtener por ningún otro método existente. Cuando se trata precisamente de clasificar soportes de
prensa cuyo lectorado tiene una composición casi idéntica, la manipulación de los datos sociodemográficos
alcanza un techo que no puede superar. Los métodos del tipo “estilo de vida” proponen categorías de análisis

4
Por supuesto, el caso inverso también puede ser interesante.

3
que no tienen ninguna especificidad en lo que a la prensa se refiere: no hay ningún pasaje preciso entre tal o
cual categoría de estilo de vida y una recomendación de estrategia redaccional o una argumentación
convincente para atraer a los anunciantes; ese paso es siempre de naturaleza intuitiva. En cuanto al análisis
de contenido clásico, su capacidad de descripción sólo alcanza un aspecto del contrato de lectura: las
variaciones temáticas que se dan dentro del contenido del soporte. Estas variaciones no son desdeñables,
pero las más de las veces distan mucho de ser la dimensión más importante. En cambio, en cuanto al
funcionamiento de la enunciación, esta es una dimensión que escapa, por definición, al análisis de contenido,
puesto que la enunciación no corresponde al orden del contenido.
De modo que, en este terreno, la semiología tiene una importante contribución que hacer, y que le es
exclusiva.

Variaciones enunciativas

En la portada de un soporte de prensa, el enunciador puede hacer muchas cosas (fig. 1) o muy pocas
(fig. 2); puede interpelar al destinatario a través de la mirada del o de la modelo (fig. 1) o, por el contrario,
mantener al destinatario “a distancia”, es decir, proponerle un lugar de espectador que mira a un personaje
que no le devuelve la mirada (fig. 2). Para un soporte de prensa, las modalidades de enunciación de la
portada son un factor esencial de la construcción del contrato: la portada puede mostrar, de manera a la vez
condensada y precisa, la naturaleza del contrato o bien ser más o menos incoherente con respecto a este
último.
Veamos una portada de Marie France (fig. 3). En ella toma su lugar un cierto enunciador. Ante todo,
ese enunciador clasifica: los artículos anunciados están claramente enmarcados por renglones explícitos:
“Moda”, “Medicina”, “Artes”. En segundo lugar, jerarquiza: mediante la tipografía y el color, destaca un
tema como más importante que los demás: “Especial Tejidos”. En tercer lugar, cuantifica: “10 pantalones”,
“10 botas”, “20 modelos con explicaciones”. En cuarto lugar, formula preguntas: “Parto: ¿cuál es el mejor
método?”, “¿Se puede vivir del propio talento?”. En quinto lugar, como puede verse, esas preguntas tienen
una forma impersonal, reforzada por el “se” del título: “Se hacen H. L. M. con edificios antiguos”. Por
último, y en sexto lugar, se presenta una imagen que es soporte de moda y uno de los títulos remite a la
moda: el texto y la imagen están pues articulados entre sí y en el interior de la revista, en los artículos
anunciados, reaparecen los temas de moda representados por la modelo de portada. La configuración de
todos esos elementos anuncia un enunciador pedagógico que preordena para el lector el universo del
discurso; que va a guiarlo, que va a contestar sus preguntas, a explicarle, en suma a informarlo, manteniendo
sin embargo con él una distancia objetiva .
Comparemos esa portada con otra, ahora de Marie Claire (fig. 4). En este caso no hay ninguna
clasificación; todos los títulos se presentan en una lista compacta, y por su tamaño tienen todos una
importancia comparable. Como en el caso anterior, la imagen de la modelo es soporte de moda, pero un solo
texto podría articularse con ella: “30 vestimentas anti-frío”. Si la imagen se hace cargo de la moda, el
enunciador Marie Claire habla de muchas otras cosas: las relaciones amorosas, la sexualidad, el robo en la
calle. La imagen y los textos están aquí mucho más disociados, montados en cierto modo en paralelo y nos
encontramos además ante un enunciador que deja a la lectora la libertad de decidir la importancia relativa de
los temas tratados. Hay distancia, como en el caso anterior (pues no aparece ninguna interpelación, ningún
“nosotras”, ningún “usted” que establezca un vínculo con la destinataria) pero es una distancia sin
pedagogía.
Al examinar una portada de Cosmopolitan (fig. 1) entramos en un universo completamente diferente.
Ante todo, se transmite comparativamente una impresión de mayor desorden: mucho texto, distribuido en
unidades complejas, cada una de ellas con dos niveles. Hasta podríamos decir que el enunciador exhibe un
cierto desorden: el vínculo con la lectora no se construye precisamente sobre la pedagogía de la clasificación.
En el interior de esta combinatoria, el enunciador dialoga con la destinataria, y hasta pone en escena la
palabra de esta última: “¿Por qué ellos siempre me dejan?”. “Gano, luego existo”, dice la lectora en el título
principal, y el subtítulo completa: “La verdadera liberación son nuestros salarios”, donde el nuestros
construye un colectivo que incluye a la vez al enunciador y al destinatario. Se instaura así un juego de
lenguaje que expresa la complicidad entre ambos. Este marco de complicidad (en las antípodas de la
distancia didáctica) le permite a Cosmopolitan transmitir valores implícitos, dar consejos, impulsar cierta
liberalización de las costumbres. En este caso, la imagen de portada se construye de una manera muy
diferente de la empleada en Marie France y Marie Claire: no es un soporte de moda. En efecto, lo que la
modelo lleva puesto prácticamente no se ve y además no tiene ninguna importancia: esta figura de mujer es
una suerte de “logotipo” abstracto. La imagen tiene aquí la función de materializar un modo de vida: “Vivir

4
al estilo Cosmopolitan” (nombre de una rúbrica permanente de la revista), modo de vida que se transmite
mediante la complicidad que establecen los títulos.
Orden, intensa articulación entre los elementos, posición de enunciación pedagógica (Marie France);
presentación en paralelo de dos discursos que no se tocan: la distancia “objetiva” del testimonio y del
reportaje, por un lado; la moda, refinada y silenciosa, por el otro (Marie Claire); complicidad alrededor de
un estilo de vida del que la revista es, de algún modo, la “marca” (Cosmopolitan). Tres revistas femeninas,
tres modalidades diferentes de anunciar un contrato en la portada.
Evidentemente, la presencia o la ausencia de una posición de enunciación pedagógica no es sólo una
cuestión de lenguaje; tiene que ver además con los modos de tratamiento de la imagen. Otro sector clásico de
la prensa gráfica, el de las revistas de decoración, ofrece múltiples ejemplos de variaciones enunciativas en la
imagen. Por un lado, reencontramos la estrategia pedagógica, cuando todos los elementos del tratamiento
fotográfico –los cromatismos, la nitidez homogénea de los objetos, la uniformidad de la iluminación, las
señales de ocupación del lugar (por ejemplo, una chimenea encendida)– están allí para significar que el
enunciador tiene una voluntad informativa (fig. 5). El destinatario es definido como alguien motivado por
una intención apropiativa y práctica; el hecho de que el destinatario evalúe cada elemento, con miras a una
posible utilización, es la cuestión esencial. Por otro lado, en los productos de nivel más alto del sector,
encontramos imágenes que ocultan tanto como muestran una decoración. En este caso (fig. 6), la manera de
mostrar es tan importante, si no más importante, que aquello que se muestra: la imagen invita al destinatario
a tomar la distancia del espectador, a adoptar un punto de vista estético y, por lo tanto, a anular toda
motivación apropiativa. La diferencia es muy importante y tiene múltiples consecuencias en todos los niveles
de funcionamiento del discurso de la prensa gráfica. Porque la posición de enunciación pedagógica define al
enunciador y al destinatario como desiguales: el primero muestra, explica, aconseja; el segundo mira,
comprende, saca provecho. La posición de enunciación “distanciada” y no pedagógica induce cierta simetría
entre el enunciador y el destinatario: el primero, al exhibir una manera de ver las cosas (fig. 7), invita al
destinatario a adoptar el mismo punto de vista o al menos a apreciar la manera de mostrar tanto como lo que
se muestra. Por esta razón esa enunciación “distanciada” termina por proponer un juego al destinatario, un
juego en el que el enunciador y el destinatario se sitúan en el marco de una complicidad creada por el hecho
de que comparten ciertos valores culturales. Queda claro pues que esas variaciones en la enunciación están
asociadas a los “niveles de gama” de los soportes.
En el universo de la prensa de actualidad, la voluntad de transparencia (o, por el contrario, de relativa
opacidad) del enunciador se traduce en modalidades de escritura muy diferentes. Tomemos un ejemplo. Uno
de los principales problemas que debe resolver la prensa semanal de actualidad es el de decidir por dónde
pasa la frontera entre lo que se va a presentar como ya conocido por el lector y aquello que se lleva a
proporcionar como información (es decir, lo que se presentará como no conocido por el destinatario). No
siempre es sencillo trazar este límite y los semanarios de actualidad pueden clasificarse según el modo de
“dosificar” los elementos informativos y los elementos no informativos.
Consideremos estos dos títulos:
(1) Líbano: la negociación fracasó.
(2) El fracaso libanés.
El título (1) es informativo; el título (2) no lo es. El título (1) presenta el fracaso como una
información que se le proporciona al destinatario, es decir, ese título supone que el destinatario sabe que en
el Líbano se está desarrollando una negociación, pero no sabe que esa negociación acaba de fracasar.
Ninguno de los elementos del título 2 es informativo en relación con el acontecimiento: lo que anuncia no es
que haya fracasado la negociación en el Líbano, sino que el enunciador va a hablar de ese fracaso, cuya
existencia se da como conocida por el destinatario.
Un soporte como Paris Match, por ejemplo, es informativo en todos los niveles de organización de
su texto (título de portada/título del artículo en el interior de la revista/volanta/epígrafe de la fotografía/texto
del artículo). En cada uno de esos niveles, se da al destinatario una información que se supone que no tiene.
Al avanzar desde el título hacia el artículo, el lector progresa en la información, pero en cada etapa obtiene
parte de ella; si se detiene en medio de la marcha, ya sabe algo del evento en cuestión. Paris Match permite
así varios niveles de lectura.
En los semanarios llamados “news”, en cambio, todos los elementos que enmarcan el texto de los
artículos (títulos y volantas) son opacos, no informativos: sólo tienen la función de incitar al lector a leer el
artículo. Si el lector se limita a recorrer los títulos, no obtiene información sobre los acontecimientos; lo que
encuentra es un juego de lenguaje que sirve para construir la complicidad entre el enunciador y el
destinatario, mediante el empleo de elementos que remiten permanentemente a objetos culturales que se

5
supone que uno y otro conocen. Cada título es una “clave” cuya descodificación funciona como “prueba” de
pertenencia a un universo cultural compartido:

Troyat: “Destruir, dice él”


Vacaciones de los franceses: el azar y la necesidad
Restos y susurros

Esta maniobra enunciativa fundamental, que consiste en atribuir cierto saber al destinatario (al
construirlo como más o menos “informado”, más o menos “cultivado”, más o menos capaz de identificar
alusiones, etc.) determina la “transparencia” o la “opacidad” relativa del discurso. Que un discurso sea
comparativamente opaco significa que privilegia la enunciación por encima del enunciado, que exhibe sus
modalidades de decir más que lo que dice.

De la producción al reconocimiento

Posición didáctica o no didáctica, transparencia u opacidad, distancia o diálogo, objetividad o


complicidad, valores compartidos en el nivel de lo dicho o en el plano de las modalidades del decir, fuerte
articulación de los niveles o discursos presentados “en paralelo”, grado y tipo de saber atribuidos al lector: a
través de las decisiones tomadas respecto de estas dimensiones (que, por supuesto, admiten diferencias de
grado) y de muchas otras, se construye el contrato de lectura; hay un enunciador que le propone a un
destinatario ocupar un lugar.
El análisis semiológico tiene por objeto identificar y describir todas las operaciones que, en el
discurso del soporte, determinan la posición de enunciador y, en consecuencia, la del destinatario.
En este sentido, conviene hacer tres observaciones:

- Ante todo, el análisis nunca trabaja con un solo soporte: se sitúa en un universo de competencia
dado, dentro del cual procura identificar qué es lo que establece la diferencia entre los soportes, lo que
contribuye a definir la especificidad de cada soporte dentro del universo elegido. En otras palabras, el
análisis siempre es comparativo.
- En segundo lugar, las operaciones que se toman en consideración deben ser regulares, esto es,
deben constituir invariantes, modalidades de discurso que se repiten y que, en consecuencia, dan cierta
estabilidad a la relación soporte/lector.
- En tercer lugar, si bien en un primer momento el análisis consiste en identificar y describir de
manera precisa cada operación enunciativa, luego procura establecer las relaciones que se dan entre las
operaciones: una propiedad discursiva aislada no determina nunca un contrato; este último es el resultado de
una configuración de elementos. Dicho de otro modo, el análisis debe delimitar la lógica de conjunto de cada
soporte incluyendo, por supuesto, sus eventuales incoherencias y contradicciones.
Un análisis del dispositivo de enunciación es lo que yo llamo un análisis en producción; pero el
contrato se consuma, más o menos acabadamente, en el momento de la lectura: en reconocimiento. 5 De
modo que es necesario indagar, entre los lectores del universo de competencia estudiado, qué ocurre con los
contratos propuestos por los soportes que forman parte de este universo, cuál es la eficacia relativa de cada
contrato, sus puntos fuertes y sus puntos débiles. Este es el objeto de la fase de trabajo de campo que siempre
debe completar el análisis semiológico. En consecuencia, al estudiar cada soporte, es necesario trabajar con
sus lectores y sus no lectores, ya sea mediante entrevistas semidirigidas, ya sea en grupos proyectivos: una
vez que el análisis semiológico nos ha permitido determinar las dimensiones fundamentales de cada contrato,
lo que queda por hacer es testearlas. Partiendo de materiales extraídos de los soportes estudiados se prepara
una serie de ejercicios proyectivos que inducen a los lectores y a los no lectores a pronunciarse acerca de los
diversos elementos que ilustran cada aspecto del contrato de lectura: portadas, fragmentos de artículos,
ejemplos de diagramación, variaciones en la articulación imagen/texto, variaciones en la organización de los
elementos del encuadre (títulos/subtítulos/volantas), etcétera.
No insistiré sobre este aspecto, que se refiere a métodos de trabajo de campo bien conocidos. Me
limitaré a subrayar que, desde mi punto de vista, el test del contrato de lectura forma parte de la estrategia de
conjunto de un procedimiento con vocación semiológica: en un enfoque semiológico completo, el análisis
del corpus mismo queda “apresado” entre la problemática de la producción y la problemática de la recepción.

5
Sobre la distinción entre producción y reconocimiento, véase mi artículo “Sémiosis de l'ideologie et du pouvoir”,
Communications 28, pp. 7-20, 1978.

6
Ahora bien, en la etapa dedicada a precisar el modo de funcionamiento de un contrato entre lectores y no
lectores, no se trata de realizar un análisis más o menos estandarizado de un material proyectivo obtenido
mediante entrevistas o en reuniones de grupo; la interpretación de los datos del terreno está enteramente
guiada por los resultados del análisis semiológico. Sólo a la luz de este último adquiere su verdadera
significación el material referente a lo que los lectores y no lectores esperan, a sus intereses, a sus rechazos, a
los elementos del imaginario que expresan.
Sin el análisis semiológico del contrato de lectura, un estudio destinado a reunir datos sobre un
lectorado difícilmente pueda escapar a la banalización: en un sector determinado de la población, los
consumidores de la prensa no tienen intereses, expectativas, motivaciones o necesidades en general. Todos
estos elementos están estructurados, organizados, “trabajados” en permanencia por los discursos mediatices a
los que los consumidores son más o menos fieles. Como en muchas otras esferas, el análisis semiológico
sirve en este casa para hacer justicia a la especificidad del objeto estudiado; un soporte de prensa es, por
cierto, un “producto”, pero no es un producto como los demás.
El concepto de contrato de lectura implica que el discurso de un soporte de prensa es un espacio
imaginario en el que se le proponen al lector múltiples recorridos; es, de algún modo, un paisaje en el cual el
lector puede elegir su camino con mayor o menor libertad, con zonas en las que corre el riesgo de perderse o
que, por el contrario, están perfectamente señalizadas. Este paisaje puede ser más o menos llano, estar más o
menos contrastado. A lo largo de su trayecto, el lector encuentra personajes diversos que le proponen
actividades diversas y con los cuales siente más o menos ganas de entablar una relación, según la imagen que
le transmiten, la manera en que lo tratan, la distancia o la intimidad que le proponen. Un discurso es un
espacio habitado, rebosante de actores, de escenarios, de objetos, y leer es “poner en movimiento” ese
universo, aceptando o rechazando, yendo más bien a la derecha o más bien a la izquierda, dedicando más o
menos esfuerzo, escuchando con un oído o con los dos. Leer es hacer; de modo que hay que terminar con el
enfoque tradicional que se limita a caracterizar al lector “objetivamente”, es decir, pasivamente, en términos
de nivel socioeconómico o de estilo de vida, sin plantearse nunca la cuestión de saber qué hace (o qué no
hace) cuando lee: si llegamos a responder a esta pregunta comprenderemos mejor las razones por las cuales
cada uno lee lo que lee. 6

El “en juego” semicítico

De esta problemática se desprende, en mi opinión, un cierto punto de vista en relación con las
cuestiones planteadas por Éric Fouquier (1983). El estudio de los efectos jalma o no parte del campo de la
semiología? Que mi respuesta sea resueltamente afirmativa no debe sorprender. Si bien en el marco de la
“primera semiología” era posible dudar, para la “semiología de tercera generación” ya no lo es. Por cierto,
para esta última el verdadero objeto no es el mensaje mismo (sea cual fuere la manera de conceptualizarlo,
como un conjunto de signos o como un discurso) sino el proceso de producción/reconocimiento del sentido,
sentido para el cual el mensaje no es más que el punto de pasaje.
Cuando se trabaja en la etapa del reconocimiento, uno debe abordar dos conjuntos discursivos: un
corpus cuyas propiedades se analizan y un conjunto constituido por los discursos de los receptores (en este
caso, lectores y no lectores de determinados soportes de prensa). Definiré pues la cuestión de los efectos
como la de las relaciones sistemáticas entre estos dos conjuntos: permanezco en la esfera de la semiótica
porque sólo trabajo con relaciones interdiscursivas. En realidad, no veo claramente qué podría ser “el efecto
de sentido” de un discurso, desde el punto de vista semiótico, sino otro discurso en el cual se manifiesta, se
refleja, se inscribe, el efecto del primero. Así es como, en el caso del estudio del contrato de lectura, por un
lado selecciono un corpus de soportes de prensa que me permite trabajar en la etapa de producción a fin de
re-constituir la gramática de producción de cada uno de los soportes y por el otro, procuro reconstituir, a
partir del discurso de los receptores, las gramáticas de reconocimiento que siempre son varias, puesto que un
dispositivo de enunciación dado nunca produce un solo efecto, sino siempre varios, según los receptores.
En consecuencia, no estoy dispuesto a dejar la cuestión de los efectos en manos de otros (psicólogos,
sociólogos, psicoanalistas, etc.). Es cierto que, en esta perspectiva, el semiólogo se encuentra en una posición
difícil: por un lado, dice que un mensaje nunca produce un solo efecto, que siempre son posibles numerosos

6
Mi fórmula “leer es hacer” recuerda, naturalmente, a la empleada para traducir al francés el título de la obra de [Cómo
hacer cosas con palabras, Barcelona, Paidós, 1998.] J. L. Austin: Quand dice c'est faire (Cuando decir es hacer), París,
Senil, 1970. Más allá de este paralelo, aun falta saber cómo se define el hacer implicado en la actividad lingüística,
aspecto que no puedo desarrollar en el marco de este capítulo. Me limitaré a subrayar que, en la obra de Austin y en los
trabajos inspirados por ella, el concepto de “hacer” no deja de plantear serios problemas teóricos.

7
efectos, y, por el otro, asegura que un mensaje nunca produce cualquier efecto. Creo que, ciertamente, si uno
afirma ambas cosas a la vez, se halla en una situación muy incómoda en lo que a causalidad se refiere.
Considero que hay que tratar de preservar esta ambigüedad y permanecer en una posición que
consiste en decir que ningún efecto de sentido es automático, que ningún efecto de sentido corresponde al
orden de una relación lineal causa/efecto, pero que al mismo tiempo hay efecto de sentido y que ese efecto
tiene alguna relación con las propiedades del mensaje.
¿Por qué hay que intentar permanecer en esta posición incómoda? Porque si el semiólogo “deja el
tema de los efectos en manos de otros”, esto implica una ruptura extraña de la realidad. En efecto, ¿hay una
causalidad significante? Yo creo que sí. En ese caso, habría un especialista de las causas (el semiólogo)
incapaz de interrogarse sobre los efectos y especialistas en los efectos (los otros) que no sabrían nada sobre
las causas. Esta situación, esta extraña distribución de competencias, desemboca en lo que Roland Barthes
denunció hace tiempo: quienes se ocupan de los efectos de los mensajes sin interrogarse acerca de la
naturaleza de las causas están inevitablemente condenados a naturalizar el signo.
(1984)

Referencias bibliográficas

Fouquier, É. 1983. Les effets du sémiologue. Notions opératoires pour une sémiotique del effets dús aux
mass-médias, Sémiotique II. París, Institut de Recherches et d'Études Publicitaires (IREP).

8
Figuras

Figura 1

9
Figura 2

10
Figura 3

11
Figura 4

12
Figura 5

13
Figura 6

14
Figura 7

15
9. PRENSA GRÁFICA Y TEORÍA DE LOS DISCURSOS SOCIALES:
PRODUCCIÓN, RECEPCIÓN, REGULACIÓN
En el contexto de nuestras sociedades postindustriales mediatizadas, 1 la prensa gráfica representa un
ámbito por completo excepcional para el análisis del discurso, un campo propicio para comprobar sus
hipótesis teóricas y poner a prueba sus instrumentos de descripción: es, por un lado, una especie de
laboratorio para el estudio de las transformaciones socioculturales de los grupos sociales y de las relaciones
entre estas transformaciones y la evolución y entrelazamiento de los géneros discursivos; por otro lado,
implica una red de producción de discursos cuya complejidad requiere apelar a un marco conceptual de
múltiples niveles, capaz de abordar tal complejidad.
El objetivo de este capítulo es dar una primera visión de conjunto de ese marco conceptual,
recordando al mismo tiempo ciertos problemas que se plantean cuando se aborda la esfera de la prensa
gráfica desde el punto de vista de una teoría de la discursividad social.
Algunas observaciones, a manera de preámbulo.
Ante todo, una teoría de los discursos sociales no trata la prensa gráfica como un lugar (entre otros)
de manifestación de las leyes del lenguaje, sino que la aborda como uno de los terrenos en los cuales se
perfilan, con una forma dominante específica –la de la materialidad de la escritura 2 –, los objetos que le son
propios: los discursos. En otras palabras, en relación con la prensa gráfica es necesario progresar en la
teorización de los objetos discursivos.
En segundo lugar, no creo que se llegue a una teoría de lo discursivo por prolongación y/o
reorganización de un enfoque lingüístico (sea de la índole que fuere). La prensa gráfica es precisamente un
buen terreno para practicar, en mi opinión, la única estrategia posible, la que consiste en abordar lo complejo
como tal, en su propio nivel, sin caer en la ilusión de suponer que, partiendo de lo simple, por composición y
con paciencia, se puede llegar a lo complejo.
En tercer lugar, si se parte de objetos complejos los macrofuncionamientos discursivos
sobredeterminan los microfuncionamientos lingüísticos. Por ello, aquí son fundamentales ciertos
macroconceptos. Precisamente, en el nivel de los macroconceptos es posible captar la influencia que ejercen
las condiciones productivas en el discurso y, por lo tanto, el arraigo de estos últimos en la sociedad y en la
evolución histórica.
Los lugares de manifestación de estos macrofuncionamientos discursivos son, en nuestras sociedades
industriales, los medios. El término “medios”, designa para mi no solamente un dispositivo tecnológico
particular (por ejemplo, la producción de imágenes y de sonidos sobre un soporte magnético) sino la
conjunción de un soporte y de un sistema de prácticas de utilización (producción/reconocimiento). El vídeo
doméstico, que termina siendo el registro de escenas de la vida familiar, y la televisión destinada al gran
público no se diferencian por la naturaleza del dispositivo tecnológico, aunque por cierto no se trata en uno y
otro caso del mismo “medio”. Los diferentes procedimientos que conducen a un texto escrito impreso no son
más que dispositivos técnicos. La prensa gráfica para el gran público es un medio; el equipo ordenador
personal-impresora, que hizo entrar lo escrito impreso en el universo de los usos individualizados,
probablemente esté creando otro medio, completamente nuevo. Los medios son pues para mi un concepto
sociológico y no tecnológico.

El análisis en producción: tipos, géneros, estrategias

Llamo “sistema productivo” a la articulación entre la producción y el re-conocimiento de los


discursos producidos. 3 En el plano de los macrofuncionamientos y para un análisis “en producción”,
distinguiremos tres nociones: “tipo”, “género” y “estrategia”. Se trata de un enfoque esencialmente empírico,
pues la falta de criterios teóricos elaborados hace que por el momento las fronteras entre estos
macroconceptos estén un poco desdibujadas. A falta de una tipología del discurso teóricamente constituida,
estamos obligados a partir de ciertos niveles –y, en el interior de cada nivel, de ciertos desgloses– que

1
Véase respecto de la mediatización mi artículo Le séjour et ses doubles: architectures du petit écran, Temps Libre, 11,
pp. 67-68, 1984 (reproducido como cap. 1 del libro El cuerpo de las imágenes. Buenos Aires, Grupo Editorial Norma,
2001).
2
Sin olvidar que, en lo que llamamos la prensa gráfica o escrita, no hay sólo escritura. Deberíamos hablar tal vez de
discurso impreso: escritura, imagen, diagramación.
3
Respecto de la distinción entre producción y reconocimiento, véase Verón, 1979: 125-142; 1983: 21-31, y también
Verón, 1988.

16
aparecen en el seno mismo del sistema productivo de los discursos mediáticos. 4 En las consideraciones
siguientes, sólo tomo en cuenta el caso de las sociedades industriales y postindustriales de régimen
democrático.

1. Tipos

En lo que se refiere a la noción de “tipo” de discurso, me parece esencial asociarla, por un lado, a
estructuras institucionales complejas que constituyen sus soportes organizacionales y, por el otro, a
relaciones sociales cristalizadas de ofertas/expectativas que son los correlatos de estas estructuras
institucionales. Por supuesto, estas estructuras institucionales y estas configuraciones de ofertas/expectativas,
no pueden tratarse simplemente como datos sociológicos “objetivos”; unas y otras son inseparables de los
sistemas de representaciones que, en producción, estructuran el imaginario donde se construyen las figuras
de los emisores y de los receptores de los discursos.
Resulta difícil, por ejemplo, definir el discurso político como tipo, sin conceptualizar su anclaje en el
sistema de los partidos y en el aparato del Estado por un lado, y sin teorizar las modalidades a través de las
cuales ese tipo de discurso construye las figuras de sus receptores, por otro. En la definición del tipo
intervienen hipótesis que tienen la pretensión de captar la especificidad del tipo, es decir, su diferencia en
relación con otros tipos. En el caso del discurso político, una hipótesis de esta índole consiste en postular la
construcción, en cierto nivel, de un destinatario genérico ciudadano nacional (asociado al colectivo
“nación”), que participa en ciertas prácticas relacionadas con el sistema político (y que, por lo tanto, tiene
ciertas expectativas respecto de su funcionamiento), y, en otro nivel, de tres subespecies de destinatarios: el
prodestinatario, al que se apunta a través de mecanismos de fortalecimiento de la creencia compartida, el
paradestinatario, blanco de mecanismos del orden de la persuasión, y el antidestinatario, blanco de las figuras
de lo polémico. 5
También parece difícil definir como tipo el discurso de la información (ese discurso cuyo objeto es
la actualidad) sin conceptualizar, por un lado, su articulación con la red tecnológica de los medios y con los
sistemas de normas que rigen la profesión de periodista y, por otro, sus modalidades de construcción de un
único destinatario genérico, el ciudadano habitante (asociado al colectivo “país”, pero motivado por el
colectivo “mundo”), comprometido en rutinas diversas de apropiación del espacio-tiempo de lo cotidiano. Si
bien el destinatario genérico ciudadano-habitante está próximo, en algunos aspectos, al prodestinatario, el
discurso de la información es ajeno al paradestinatario y al antidestinatario.
Igualmente parece difícil definir como tipo el discurso publicitario sin conceptualizar, por un lado,
sus relaciones complejas con el mercado económico de los bienes de consumo, con la red institucional de la
comunicación comercial y con la red de los medios, en los cuales obtiene su legitimidad y, por el otro sus
modalidades de construcción de toda una galería de paradestinatarios entendidos como consumidores
potenciales.
Y lo mismo podría decirse de otros tipos de discursos.

2. Géneros

La noción de “género” está fatalmente marcada, desde el comienzo, por la problemática literaria, lo
cual no facilita la tarea. En esta óptica, heredera del análisis literario, un género se caracterizará
necesariamente por cierta disposición de la materia lingüística (por no decir de la escritura, pues un mismo
género puede aparecer en forma escrita en la prensa yen forma oral en la radio). A falta de una denominación
mejor, identificaré este uso como el de los géneros-L. “Entrevista”, “reportaje”, “investigación”,
“alocución”, “mesa redonda”, “debate” y muchas otras expresiones designan, de manera más o menos
confusa, los géneros-L.
Por supuesto, este nivel de análisis se cruza con el de la identificación de tipos: un mismo tipo de
discurso puede reconocerse en la forma de diversos géneros-L: la “entrevista”, la “alocución”, el “debate”, en

4
Encontramos una utilización algo diferente de los conceptos de. “tipo”, “género” y “estrategia” en Patrick Charaudeau,
Langage et discours, París, Hachette Université, 1983, en particular en las pp. 87 se. Charaudeau denomina “géneros
discursivos” a lo que tiendo a designar como “tipo” de discurso (publicitario, político, etc.). En cambio, su concepto de
“estrategia” parece corresponder aproximadamente al mismo nivel de análisis que el mío, sólo que yo no le atribuyo
ninguna connotación de “intencionalidad” ni de “conciencia”.
5
Sobre la distinción entre pro, para y antidestinatario, véase mi artículo: La palabra adversativa. Notas sobre la
enunciación política, en El discurso y la construcción del sentido en la política. Buenos Aires, Hachette, 1987.

17
el caso del discurso político, por ejemplo. Inversamente, por supuesto, un mismo género puede aparecer en
diferentes tipos de discurso.
Pero aun debemos agregar un segundo concepto de género que nos permite designar y clasificar lo
que corresponde denominar productos. Hablemos entonces aquí de géneros-P. Desde este punto de vista,
podemos decir, por ejemplo, que expresiones tales como “periódico de información”, “revista femenina
mensual de temas generales” y “news” designan géneros de la prensa gráfica dirigidos al gran público, así
como los “magacines de divulgación científica”, los “programas de juegos”, los “programas de variedades” y
la “telenovela” designan géneros de televisión destinados al gran público.
Los géneros-P mantienen una relación mucho más estrecha con los tipos de discursos que los
géneros-L. En realidad, es probable que esta noción de géneros-P en el fondo no sea más que una manera
(probablemente desprolija y provisoria) de conceptualizar subespecies dentro de un tipo, entidades
discursivas que no pueden, en consecuencia (a diferencia de los géneros-L) aparecer en varios tipos al mismo
tiempo.
El hecho de reunir, en este caso, la noción de producto con la de género no es, por supuesto, fortuito.
Porque los géneros-P están directamente ligados a los fenómenos de competencia que se producen en el
interior del universo de los medios: una “zona de competencia directa” no es otra cosa que un enfrentamiento
de cierta cantidad de productos discursivos que pertenecen a un mismo género-P. En la caracterización de un
género-P intervienen generalmente ciertos elementos invariables de “contenido”, es decir, la apropiación de
un conjunto relativamente estable de campos semánticos.
Un representante de un género-P determinado (por ejemplo, un título de la prensa gráfica
perteneciente al género-P, “revista femenina de interés general”) está compuesto por una pluralidad de
unidades discursivas que con la mayor frecuencia representan muchos géneros-L. Los géneros-L
“atraviesan” a la vez los tipos de discurso y los géneros-P.

3. Estrategias

Las estrategias discursivas pueden definirse, en este contexto, como variaciones atestiguadas en el
interior de un mismo tipo de discurso o de un mismo género-P. Si no menciono aquí los géneros-L, ella se
debe a que, en la óptica del análisis de los discursos sociales mediatizados, las variaciones que se dan en el
interior de un mismo género-L no son reductibles (ni explicables) en el marco del género-L en cuestión:
están sobredeterminadas por el tipo de discurso y por el género-P en el cual está contenido el género L. El
hecho de interesarse solamente en los géneros-L, en sus variaciones a través de los tipos y de los géneros-P,
indica un enfoque que no es el de una teoría de los discursos sociales.
Las variaciones estratégicas a las que nos referimos aquí remiten directamente a los fenómenos de
competencia interdiscursiva propios del campo de la discursividad entendido como mercado de producción
de discursos. Como vemos, la noción de estrategia debe permitirnos discernir, en un sector dado de la red de
los medios, las variaciones provocadas por la competencia entre varios representantes de un mismo género-
P. La prensa gráfica suministra ejemplos muy claros de este tipo de situación y constituye en consecuencia
un terreno privilegiado para el estudio de las variaciones estratégicas.

Las condiciones de producción de los discursos de la prensa

Permaneceremos dentro de los límites de la esfera que nos interesa, la de la prensa gráfica destinada
al “gran público”, lo cual, entre paréntesis, es ya una simplificación. En efecto, hay muchas propiedades del
discurso de la prensa gráfica que sólo pueden explicarse en virtud del funcionamiento del conjunto de la red
mediática de nuestras sociedades. Es evidente que, desde que existe la televisión, la prensa gráfica cambió y
que aún está cambiando como consecuencia de la progresiva difusión de los servicios telemáticos instalados
en los hogares de los particulares. Sin embargo, no abordaremos aquí este aspecto del problema.
La prensa gráfica para el gran público ya tiene una larga historia como sector de la producción
cultural sometido a las leyes de la competencia. Por lo tanto es importante precisar en qué condiciones opera
el mercado de la prensa destinada al gran público, cuál es el dispositivo por el cual un título periodístico
dado (que en adelante llamaremos “discurso de referencia”) se constituye como mercancía definida por su
valor (en el sentido económico del término).
Este dispositivo contiene no menos de tres niveles fundamentales.
El primer nivel es el de la producción de su lectorado. Las condiciones de producción corresponden
aquí al conjunto de características que permiten definir el lectorado al que apunta el título de referencia.
Precisamente aquí son pertinentes, primero, la noción de tipo de discurso y luego, las de género-P y género-

18
L. Está claro que esas características del lectorado no pueden reducirse a las variables que definen Categorías
Socioprofesionales (lo que habitualmente se denomina CSP). Antes bien, se trata de características
socioprofesionales tal como las interpretan y las expresan, en términos de expectativas de discurso, los
productores del título de referencia (en relación con los tipos, los géneros-L y los géneros-P). La producción
del lectorado sólo se hace a través de las percepciones-representaciones que los actores sociales implicados
en la producción del título de referencia, entendido como producto, tienen de los sectores sociales, de los
targets a los que apuntan.
Pero la producción de este lectorado se hace en una situación de competencia. El segundo nivel es el
del posicionamiento del título en relación con los títulos de la competencia, tal como los perciben los actores
sociales implicados en la producción del título de referencia. La constitución de un lectorado supone la
estructuración, en el discurso del título, de un vínculo propuesto al receptor presentado en la forma de lo que
en otra parte denominé un contrato de lectura (véase Verón, 1984: 33-56; 1985: 203-230). Aquí las
condiciones de lectura tienen que ver con otros discursos que pertenecen al mismo género-P, copresentes en
el sector al que pertenece el título. El contrato de lectura corresponde al orden de la estrategia y, en situación
de competencia, las estrategias de los títulos se interdeterminan.
Una vez que se ha producido un lectorado, hay que valorizarlo (mediante un metadiscurso que es
una representación particular del discurso del título) a fin de venderlo como colectivo de consumidores
potenciales ante las diversas categorías de anunciantes. En este caso, las condiciones de producción
adquieren la forma de un conjunto de restricciones que derivan, una vez más, no sólo de las interpretaciones
de las características “objetivas” de la población que constituye el lectorado del título, sino también de la
percepción que los propios anunciantes tienen del título de referencia y de sus competidores, en función de
su propia lectura y, a menudo, en función también de las imágenes de los títulos que circulan en el medio
publicitario. 6

La cuestión de las estrategias enunciativas

El universo de la prensa gráfica destinada al gran público puede concebirse como una configuración
extremadamente compleja de “zonas de competencia directa”. Cada zona de competencia directa está
compuesta por una pluralidad de representantes de un mismo género-P que se enfrentan en el interior del
proceso de producción-reproducción de sus lectorados. Por supuesto, estas zonas no son estancas, se
superponen parcialmente y ciertos títulos tienen posicionamientos que se ubican en las fronteras entre varias
de ellas. Algunas de esas “zonas” están en decadencia (en cuanto a difusión y ventas), otras experimentan un
crecimiento acelerado y otras permanecen en una meseta. Regularmente aparecen nuevos géneros-P que
constituyen el embrión de nuevas zonas.
Los títulos que compiten dentro de una zona están muy próximos unos de otros en un momento
dado, si se los compara en el plano del género-P al que pertenecen: tanto desde el punto de vista de los
campos semánticos abordados –lo cual se traduce en “grillas” comparables de desglose de lo “real” a que se
refieren– como también de los géneros-L dominantes. Para tomar un caso sumamente conocido, el de las
revistas mensuales femeninas llamadas “de interés general”, todos los títulos que pertenecen a esta categoría
se organizan alrededor de tres grandes campos semánticos: la moda, la belleza y la cocina. Además de
presentar esa regularidad temática global, en cada uno de los campos y por razones que tienen que ver con el
ritmo estacional del mercado del consumo y con prácticas colectivas asociadas al tiempo libre, estas revistas
hablan de las mismas cosas en el mismo momento del asao: la ropa interior, el bronceado, las colecciones, el
regreso a la escuela, la dieta, los regalos para las fiestas y muchos otros temas reaparecen cada año en el
mismo período. Dentro de una “zona”, la oferta presenta, en el plano de los grandes ejes temáticos, una
considerable homogeneidad. 7
En tales condiciones, ¿cómo puede cada uno de los títulos construir su especificidad, definir lo que
lo singulariza en relación con sus competidores? Esta singularización es, por supuesto, esencial para la
valorización del título ante los anunciantes: la singularidad es lo que permite justificar, a los ojos de los
inversores publicitarios, el hecho de anunciar en esa publicación antes que en su competidora.

6
Si bien los tres niveles que acabo de mencionar se cuentan entre los más importantes, no son los únicos. A veces es
fundamental la relación con los medios profesionales y la construcción entre ellos de una imagen del título. Un buen
ejemplo es el de los lazos entre los títulos de la prensa femenina “de temas generales” y el medio profesional de los
“creadores de la moda”; estos vínculos pueden afectar la estrategia discursiva de los títulos.
7
El grado de homogeneidad temática es elevado pero variable. Dar prioridad a ciertos temas puede formar parte del
contrato de lectura de un título por oposición a otro perteneciente al mismo género-P.

19
En un universo de discurso en el que, desde el punto de vista del contenido, la oferta es más o menos
la misma, el único medio que tiene cada título de construir su “personalidad” es una estrategia enunciativa
propia, es decir, construyendo cierto vínculo con sus lectores. Por ello, en la prensa gráfica, cada zona de
competencia directa es un verdadero laboratorio para el estudio de fenómenos enunciativos; allí uno
encuentra una multiplicidad de estrategias enunciativas que “trabajan” de diversas maneras una misma
“materia” semántica: en el ámbito de las revistas femeninas, la distancia no pedagógica se distingue pues de
la distancia pedagógica y ambas se oponen a las estrategias de complicidad; en el terreno de las revistas de
decoración, la transparencia del modelo se opone a la opacidad estetizante de un enunciador legitimado por
la singularidad de su mirada; en los semanarios de información, el borramiento de un enunciador-testigo de
la inmediatez de lo real se distingue del enunciador-narrador que organiza la actualidad mediante
operadores ficcionales, etcétera. 8
El principal problema que plantea el análisis de los discursos en producción, tal como aparece en el
marco de una teoría de los discursos sociales, es el siguiente: encontrarse ante una superficie discursiva dada
que se va a analizar implica encontrarse ante un objeto multideterminado cuyas propiedades resultan del
entrecruzamiento de una pluralidad de niveles de determinación diferentes. Tratemos de precisar este punto.
Para nosotros, el análisis de los discursos consiste en la identificación, dentro de la superficie
discursiva, de las huellas que remiten a las condiciones de producción de los discursos. Estas huellas son el
soporte de operaciones que uno debe reconstituir, operaciones que toman la forma de reglas de
engendramiento de estos discursos. Yo llamo gramática de producción a un conjunto de este tipo de reglas
que definen las condiciones restrictivas del engendramiento de un tipo o de un género-P. Ahora bien, en la
superficie discursiva, todas las huellas están, por así decirlo, en un mismo nivel: ¿cómo distinguir lo que
corresponde al tipo de lo que corresponde al soporte tecnológico, al género-P, a la estrategia? En la respuesta
a esta pregunta se pone en juego toda la pertinencia del análisis.

Los fenómenos de regulación

El sistema productivo de la prensa gráfica está sometido a fenómenos de regulación muy complejos.
Considerándolos en conjunto como una configuración de “zonas de competencia directa” en permanente
evolución, podemos decir que se trata de un sistema en equilibrio inestable y que regularmente aparecen
turbulencias aquí y allá. Tratemos, en primer término de enumerar las fuentes de evolución y de eventuales
turbulencias.

1. Las condiciones de producción mismas pueden contener importantes contradicciones internas.


La estrategia discursiva que aparentemente correspondería mejor a la valorización del título ante
los anunciantes, puede no ser compatible con la que aparentemente satisface más a los lectores
del título y que por lo tanto parece la más apropiada para la producción-reproducción del
lectorado. Los “compromisos” entre estas dos instancias pueden dar por resultado modalidades
discursivas cuyo efecto sería una disminución de la publicidad (con las consecuencias que ello
tiene para la estabilidad financiera de la publicación) o bien una reducción del lectorado o bien
ambas cosas.
2. Un título de la prensa destinada al gran público está inserto en una zona de competencia directa
sumamente estructurada: las más de las veces, varios representantes de un mismo género-P se
disputan un mismo target. Estas determinaciones interdiscursivas conforman un sistema
caracterizado por un equilibrio precario: basta con que uno de los títulos presentes modifique de
manera notable su estrategia o que aparezca un nuevo título en la zona de competencia en
cuestión, para que se altere el conjunto de los posicionamientos dentro de dicha zona.
3. En un sector dado de la prensa, tanto la oferta como la demanda evolucionan de manera
permanente. Tanto los discursos producidos como las expectativas están en constante cambio.
Un ejemplo sencillo: la permanente llegada de adolescentes al mercado potencial de lectoras de
las revistas femeninas; en el otro extremo de la pirámide de edades, el envejecimiento
permanente de los lectorados. 9

8
Pueden hallarse descripciones de estrategias discursivas de la prensa escrita inspiradas en este tipo de estudios de
Verón (1978: 69-124; 1981 y cap. 8 de este libro). Véase también Fisher y Verón, 1986.
9
Puede decirse que en el caso de la prensa dirigida al gran público, los resultados de los estudios de marketing pierden
validez después de un año.

20
4. Puesto que nos hemos situado en el universo de la prensa para el gran público ((y, por lo tanto,
de gran circulación) estamos refiriéndonos a lectorados que pueden variar entre, digamos, cinco
mil y tres millones de lectores. Estos lectorados son pues necesariamente heterogéneos. La
evolución sociocultural de un sector relativamente pequeño dentro de ellos puede traducirse en
un desequilibrio del contrato de lectura y, por lo tanto, en una pérdida de lectores.

Esta lista de factores no es, por supuesto, exhaustiva. 10 Pero tal vez baste para comprender que
estamos ante fenómenos de regulación que se sitúan en varios niveles. Por un lado, en el interior mismo de
las condiciones de producción: tanto entre los productores de los diferentes títulos que compiten entre sí
como entre los productores y los anunciantes. Por otro lado, entre la producción y el reconocimiento, pues
toda alteración de las propiedades discursivas de un título puede modificar la composición y la importancia
de su lectorado y toda modificación en el nivel del lectorado puede desequilibrar el título.
Como tales, estos fenómenos de regulación presentan, por decirlo así, un punto visible: el
comportamiento compra/no compra. Un sistema productivo de discursos mediáticos organizado como un
mercado engendra automáticamente un principio de clasificación de la población según las conductas de
compra/no compra de las diferentes mercancías discursivas propuestas. Es por ello que el sistema productivo
se “refuerza” mediante una compleja maquinaria de producción de información acerca de los lectores,
información destinada a manejar de la mejor manera posible los “estados” del sistema. Información
cuantitativa, sobre todo, pero también cualitativa que permite conocer el sexo, la edad, la situación de la
familia, la cantidad de niños, el lugar de residencia, el conjunto de prácticas de consumo de la persona, sus
intereses, sus expectativas satisfechas y no satisfechas, las imágenes vagas o precisas asociadas a cada título,
su “estilo de vida”, sus opiniones que lo sitúan dentro de tal o cual corriente sociocultural, etcétera.
Por supuesto, los “efectos” de las conductas (compra/no compra) son los únicos que interesan a los
productores: en el caso del material redaccional del título y de sus competidores, los efectos que se traducen
en variaciones en los comportamientos de compra y de lectura; en el caso de la publicidad, cuyo soporte son
las publicaciones, los efectos que tienen que ver con el impacto y la memorización de los avisos
publicitarios. Interpretados por los productores de los discursos de la prensa a partir de los múltiples datos
disponibles, esos efectos forman parte de las condiciones de producción de estos discursos: los productores
pueden tener que modificar la estrategia discursiva del título en función de las interpretaciones.
De modo que, dentro del sistema productivo de la prensa gráfica encontramos que en el nivel de las
condiciones de producción opera una verdadera teoría de la recepción, que resulta de la voluntad, por parte
de los productores, de controlar el conjunto de los fenómenos de regulación.

Comportamiento de compra y sentido en recepción

Está claro que el comportamiento de compra, al expresar una preferencia, es un “efecto” localizado
en recepción. Pero también está claro que ese comportamiento nada nos dice sobre los efectos del sentido de
los discursos que son los objetos de las preferencias así manifestadas. La preferencia opera en un campo de
oferta determinado (la “zona de competencia directa”); es, por lo tanto, el resultado de una elección, más o
menos consciente, más o menos explícita, más o menos reflexionada, pero enteramente opaca en cuanto a
los mecanismos significantes que la fundan.
Los múltiples datos relativos a los lectorados, interpretados por los productores en sus esfuerzos por
controlar los fenómenos de regulación que atraviesan el sistema productivo de la prensa, ¿están en
condiciones de eliminar esta opacidad?
Ante todo, debemos destacar que esta “teoría de la recepción” de la que acabamos de hablar, se
funda hasta hoy esencialmente en el análisis y la interpretación de datos cuantitativos de encuesta. Estos
datos corresponden a dos tipos de información: la que describe las propiedades “objetivas” del lector (edad,
situación de la familia, equipamiento del hogar que habita, prácticas de consumo, ingresos mensuales, etc.) y
las relacionadas con elementos “subjetivos” (actitudes, opiniones, expectativas, intereses, etc.). Los únicos
datos que tienen que ver directamente con las conductas son, por supuesto, los que miden las ventas de las
publicaciones. Todos los demás cuantifican declaraciones de las personas interrogadas.
Evidentemente, en el interior del universo de la prensa gráfica, hay correlaciones fuertes entre ciertas
configuraciones de estas variables y ciertas preferencias expresadas por los comportamientos de compra. Los
productores de los discursos de prensa operan precisamente sobre tales correlaciones y su evolución en el

10
También existe una fuente de fenómenos de regulación de la que hemos prometido no hablar: las relaciones
complejas que se dan en el interior de la red mediática entre la prensa y los demás soportes (radio, televisión, etcétera).

21
tiempo y se apoyan en ellas para tomar sus decisiones más importantes. Aun cuando en ese nivel los datos
que se manipulan y que se interpretan son opacos en relación con la producción de sentido en recepción, el
único criterio para juzgar tales decisiones es su eficacia.
Ahora bien, precisamente estos datos de encuesta resultan ser menos útiles donde la competencia es
más intensa: en las “zonas de competencia directa”, es decir, donde muchos títulos pertenecientes a un
mismo género-P se disputan cierto lectorado. En una situación de este tipo, como ya dijimos, lo decisivo son
las estrategias enunciativas, pues son ellas las que construyen la especificidad de la publicación. Empero, los
datos cuantitativos de encuestas no proporcionan ninguna indicación que permita tomar la menor decisión
sobre las estrategias enunciativas, en la medida que los lectorados respectivos de los títulos presentes son
muy semejantes entre sí, tanto en sus características “objetivas” como en las “subjetivas”.
Desde hace ya mucho tiempo, los productores de los títulos de la prensa gráfica apelan, además de a
los datos proporcionados por las encuestas, a estudios llamados cualitativos. Estos estudios, inspirados en su
mayor parte por la psicología social de las motivaciones, consisten generalmente en la articulación entre, un
“trabajo de campo” (entrevistas semidirigidas a grupos de lectores y no lectores de tales o cuales títulos) y un
análisis del contenido de los títulos en cuestión. Lo cual quiere decir que, paradójicamente, el enfoque
dominante en la investigación aplicada al discurso de la prensa es el que se refiere al nivel menos pertinente
–el del contenido– para comprender la dinámica existente en el interior de una zona de competencia directa.
Agreguemos enseguida que esta dinámica no es, por cierto, la única que interviene en los fenómenos
de regulación, aun cuando sea, en mi opinión y en relación con la prensa escrita en su conjunto, dominante.
Su peso relativo varía según los sectores de la prensa y, en particular, según la situación de competencia que
caracterice a cada sector. En el sector de la prensa periódica nacional de información, por ejemplo, la
elección entre Le Figaro y Le Monde se explica más fácilmente (y, muy probablemente, en lo esencial)
atendiendo a las posiciones “ideológicas” de uno y otro, sin necesidad de hacer consideraciones sobre las
estrategias enunciativas. La elección entre Libération y Le Monde, en cambio, está más intensamente
determinada por elementos que corresponden a las estrategias enunciativas. Si un grupo de prensa decidiera
lanzar, a la derecha, un periódico destinado a competir directamente con Le Figaro, las preguntas decisivas
relativas a su posicionamiento tendrían que ver principalmente con las estrategias enunciativas.
¿Cómo estudiar los “efectos de sentido” producidos por el dispositivo enunciativo de los discursos?

Hacia una teoría del reconocimiento del discurso de la prensa

En el pasado, he insistido mucho en la solución de continuidad entre el análisis en producción y el


análisis en reconocimiento de los discursos sociales (Verón, 1979: 125-142). Para expresar esta solución de
continuidad, cuya consecuencia principal es que el análisis de un discurso en producción no nos permite
inferir sus “efectos”, opté por hablar de desfase entre la producción y el reconocimiento. Esta noción de
desfase hoy me parece inapropiada, en particular cuando se trata del sistema productivo de los discursos de
la prensa y, de manera más general, de los medios.
La noción de desfase se justificaba en relación con el tipo de problema con el que debía vérmelas
entonces: se originó en la formulación de un modelo relativo a la aparición de las disciplinas científicas en la
historia, desde el punto de vista de los funcionamientos discursivos, modelo aplicado al caso particular de la
lingüística saussureana. Intentaba yo abordar así un proceso diacrónico, procurando describir la distancia
histórica entre las condiciones de producción del Curso de lingüística general, que remitían a la “matriz
positivista” del siglo XIX, y sus condiciones de reconocimiento a comienzos del siglo XX, cuya “estructura
de recepción” fundamental fue la de una concepción instrumental-comunicacional del lenguaje, totalmente
ajena al positivismo. Por entonces, trataba de mostrar que ese desfase era precisamente lo que permitía
comprender el surgimiento de la lingüística como ciencia (Verón, 1988).
Está claro que el estudio del reconocimiento no se plantea de la misma manera cuando uno se
interesa en los procesos históricos que se dan dentro de una misma práctica de producción discursiva (en este
caso, la organizada alrededor del saber sobre el lenguaje) y cuando uno adopta (como lo hice aquí respecto
de la prensa) un punto de vista sincrónico, destinado a comprender, en un momento dado, el funcionamiento
de un sistema productivo de discursos. Me parece que las transformaciones históricas de un texto
identificado y singular conducen con toda naturalidad a preguntarse acerca de la multiplicidad de sus lecturas
y acerca del desfase que pone de manifiesto la comparación entre tales lecturas en momentos diferentes de la
historia. Además, este problema de la “lectura” se plantea en términos completamente particulares, cuando se
trata de la discursividad científica, caracterizada por un trabajo específico de retorna intertextual: estos casos
de retorna son los que justifican plenamente la fórmula que consiste en decir que el reconocimiento de un
discurso “X” está “contenido” en un discurso “Y” cuyas condiciones de producción incluyen, entre otros

22
factores, un “trabajo” sobre “X”. El ámbito de la esfera literaria, que dio lugar a las teorías de la recepción,
plantea el mismo tipo de problema (Jauss, 1978).

1. El análisis sincrónico

En un enfoque sincrónico referente a un “sistema productivo” que tiene todas las características de
un mercado de consumo de “bienes culturales”, corno se suele decir (en este caso, los discursos de la prensa
gráfica), las cosas se plantean de un modo muy diferente. Ante todo, estamos ante fenómenos de
reconocimiento que, por supuesto, no son ni del orden de la retorna intertextual productiva, ni del orden de
un consumo dominado por el imaginario de la “creación”, como ocurre en el caso de la literatura, sino que
implican, por el contrario, un horizonte de expectativas de los consumos del orden de la repetición. El lector
“fiel” a un título de prensa lo es porque sabe precisamente de antemano qué tipo de discurso va a encontrar
en él. Al mismo tiempo, en el caso de la prensa, en relación con un discurso “X” cuyo reconocimiento nos
interesa, no disponemos de un discurso “Y” de estatuto comparable del que podamos decir que “contiene” el
reconocimiento de “X”.
Ya lo dijimos: el único indicador del reconocimiento de que disponemos, contenido en el sistema
productivo mismo, es la preferencia, expresada por las conductas de compra (o de no compra). Ahora bien,
esta preferencia es una primera referencia de gran valor. Cuando trabajamos dentro de una “zona de
competencia directa”, las elecciones expresadas por estas preferencias remiten a variaciones en las
estrategias enunciativas: tenernos así una asociación fuerte entre conductas (mensurables) y propiedades
discursivas específicas. El análisis en producción, encargado de identificar las invariantes discursivas
asociadas a cada título, define así el marco dentro del cual vamos a interrogarnos sobre el reconocimiento.
Orientados por esta asociación fuerte entre comportamiento de compra y propiedades discursivas, podemos
hacerles producir un discurso a nuestros lectores y a los no lectores (en situaciones de entrevistas, por
ejemplo). Por supuesto, no es en absoluto sorprendente que una preferencia por una estrategia enunciativa
determinada en un sector de competencia dado de la prensa esté fuertemente asociada a otras invariantes
identificables en los discursos de los sujetos que expresan tal preferencia. Se trata de una situación
comparable a una –banal– que se verifica en cualquier sector del mercado de gran consumo: las distintas
elecciones entre las marcas existentes en un sector dado de productos se asocian por lo general a. imaginarios
muy contrastados. Así es como el discurso de la publicidad administra las representaciones sociales y se
articula a su evolución.
Es evidente que los discursos producidos por los lectores tienen una condición absolutamente
particular. Ante todo, a diferencia de los fenómenos de retoma interdiscursiva, los discursos reunidos entre
los lectores de la prensa no mantienen una relación reguladora inmediata con los discursos cuyos “efectos”
se están estudiando. Los fenómenos de retoma interdiscursiva que nos permiten estudiar el reconocimiento
dentro de una práctica discursiva dada (científica, política, literaria, etc.) son del orden de la regulación
endógena, dentro del sistema productivo de la ciencia. Las declaraciones de los lectores que recogemos con
fines “científicos” para estudiar los mecanismos del reconocimiento forman parte de una regulación exógena,
salvo cuando los productores de los discursos toman en cuenta nuestros resultados al adoptar decisiones
estratégicas. 11
Al examinar los discursos de los lectores y buscar en ellos invariantes (ya se trate de invariantes
enunciativas o de “contenido”; en general las dos categorías son pertinentes), destruimos con nuestro análisis
las relaciones “metalingüísticas” que tal discurso pudiera tener con los discursos de la prensa en cuestión; ese
carácter metalingüístico no es en modo alguno decisivo: con frecuencia, los elementos más interesantes para
reconstituir ciertas reglas de “lectura” de los títulos cuyo reconocimiento estudiamos, se encuentran en
declaraciones que nada tienen que ver con las publicaciones en cuestión.
Lo que acabamos de decir se comprende fácilmente: los factores que pueden permitirnos explicar la
preferencia por un título antes que por otro dependen de representaciones sociales que tienen los lectores y
que superan ampliamente las propiedades discursivas de esos títulos, como las podemos describir en
producción, en el sentido de que se trata de factores imposibles de prever (o de deducir) a partir de un
análisis en producción.
Aquí se expresa claramente la autonomía entre un análisis en producción y un análisis en
reconocimiento. Porque estas representaciones sociales de los lectores que “enmarcan” la lectura derivan de
ciertas características del lector, por ejemplo, su capital cultural. Así es como una estrategia enunciativa dada

11
Lo cual, por cierto, puede ocurrir a partir del momento en que el análisis de las estrategias enunciativas se introduce
en el medio profesional interesado en la investigación aplicada dentro de la esfera de la prensa.

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(por ejemplo, la pedagogía distanciada por contraste con la complicidad identificadora) no tendrá el mismo
sentido para dos sujetos que posean capitales culturales diferentes. Otro elemento importante de las
condiciones de reconocimiento es la evaluación que hace el sujeto del género-P en cuestión y de los títulos
que lo representan. Mientras que la lectura de ciertos géneros-P (y de ciertos títulos) posee un valor-signo
que equivale a inscribir el acto de compra en una estrategia más amplia de distinción social por parte del
sujeto, otros títulos, por el contrario, están socialmente descalificados (aun para quienes los leen: el
fenómeno de lectura “a escondidas”). Como vemos, estos factores son totalmente exteriores a todo análisis
en producción. Las reglas de una gramática de reconocimiento expresan pues una especie de encuentro entre
propiedades discursivas que son invariantes que remiten a condiciones de producción determinadas y una
modalidad de lectura que remite a condiciones de reconocimiento determinadas. Si la circulación discursiva
no es lineal, es precisamente porque un discurso mediático dado, difundido en la sociedad en un momento
determinado, provocará una multiplicidad de estos “encuentros”.
En el marco sincrónico en el que nos hemos situado nosotros, dado que el acto de lectura mismo es
inabordable, el estudio del reconocimientos es más bien un estudio del lector que de la lectura, basado en el
análisis del discurso del lector. A través de este último, podemos llegar a reconstruir las operaciones
cognitivas y evaluativas que remiten a representaciones sociales de las que el sujeto es el “soporte”.
Por supuesto, en este punto es donde una teoría del reconocimiento puede articularse fácilmente con
una “sociología del gusto”, a la manera de Bourdieu (1979). Las condiciones de reconocimiento tienen que
ver pues con las variables “objetivas”, a partir de las cuales podemos identificar las categorías de lectores.
Pero una misma configuración de estas variables “objetivas” se asocia con frecuencia a muchas gramáticas
de reconocimiento. No podemos echar mano, desgraciadamente, de un enfoque determinista que postule una
causalidad lineal. Cierto “determinismo mecanicista” que se desprende de los análisis de Bourdieu –y que a
veces se le ha reprochado– es, en mi opinión, el resultado de la metodología sobre la que se funda lo esencial
de su obra: la encuesta sociológica. Cuando se trata de la circulación de “objetos culturales”, esta última es
incapaz de captar las variaciones de sentido en recepción.
Se comprenderá por qué, en el plano de las técnicas de campo, prefiero las que algunos llaman
“semidirectivas” y “no directivas” y, de manera más general, las que se asemejan a las técnicas del etnólogo,
que son las únicas que nos permiten recoger la palabra social de los sujetos en una forma que admite la
aplicación del análisis del discurso. No se trata por supuesto de pretender que esas técnicas son más
“naturales” ni que induzcan un discurso más “espontáneo”; toda técnica es una intervención artificial en el
ambiente cotidiano de un actor social. Se trata simplemente de una cuestión de “dimensión” del objeto que se
analiza: para reconstituir las categorías cognitivo-evaluativas de los sujetos, necesitamos discurso.
La cuestión de la eficacia de los dispositivos experimentales aplicados al estudio de la recepción
plantea problemas por completo diferentes (véase Chabrol, 1988). Aquí me limitaré a expresar ciertas
reservas en lo concerniente al estudio de los discursos sociales. Esas reservas surgen naturalmente de la
comprobación de la importancia decisiva que tienen los fenómenos de sobredeterminación a los que ya hice
alusión. Por un lado, un género-L cualquiera, un fragmento de texto, hasta un título, están sobredeterminados
por el contexto discursivo; por otro lado, el efecto de sentido de un elemento discursivo cualquiera, como lo
denominé antes, depende de operaciones de encuadre de la lectura que derivan de las representaciones-
evaluaciones del sujeto a propósito del título, del género-P, del tipo de discurso del soporte mediático donde
aparece el elemento. Precisamente debemos interrogarnos sobre las modalidades de recepción de estas
configuraciones complejas. Me parece difícil poder tratarlas mediante métodos experimentales.

2. El análisis diacrónico

El enfoque sincrónico del funcionamiento de los discursos de la prensa no es, por supuesto el único
posible. Pero es el único que nos permite articular directamente la producción con el reconocimiento. Si
adoptamos una perspectiva histórica, ya no podemos articular las estrategias con una identificación de las
modalidades de recepción propias de esa época, a través del análisis del discurso de los lectores. El estudio
de la evolución de los discursos de la prensa en un sector determinado puede, sin embargo, relacionarse con
acontecimientos o indicadores que nos informen sobre los “efectos” de esos discursos en la sociedad, así
como sobre la manera en que la evolución sociológica resuena en los discursos de la prensa. Esta es una tarea
de historiadores, como la emprendida por Jauss (1978).
El sector de la prensa dirigida al gran público que se construye alrededor del hábitat y de las
prácticas asociadas con él (bricolaje, decoración, mantenimiento, jardinería, etc.) suministran un buen

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ejemplo de un terreno extremadamente interesante para el ejercicio de un análisis diacrónico. 12 En él
encontramos las resonancias de las transformaciones de la evolución sociocultural de la sociedad francesa:
mayo de 1968, la aparición de las ideologías ecológicas y del “retorno a la naturaleza”, el impacto de la
crisis, etc. Pero, además, se pueden seguir los efectos de las transformaciones de las condiciones de vida en
las grandes ciudades: tanto la problemática de la instalación de las parejas jóvenes en apartamentos pequeños
que se multiplicaron como resultado de las políticas de remodelación urbana, como los efectos del
crecimiento de la producción de las casas industriales prefabricadas, con todos los elementos del imaginario
relacionado con la casa pequeña en las afueras. Y asimismo se pueden seguir los mecanismos de
construcción y de desarrollo de una ideología que se hace cargo de la introducción y la difusión en Francia
del “diseño” moderno en el equipamiento del hogar, enfrentándose así al imaginario tradicional burgués o
rústico. Se advierte entonces que este “trabajo” ideológico, realizado por ciertos títulos de la prensa de
decoración, estuvo a la vanguardia de su tiempo y desempeñó una función pedagógica fundamental de
transformación de las representaciones sociales que puede traducirse en nuevas prácticas de consumo: el
discurso moderno sobre el hábitat y su amueblamiento existió mucho antes de que se irnstaurara un mercado
económico con sus creadores y consumidores.
Podríamos mencionar muchos otros ejemplos: ciertamente, el análisis de la evolución de los
discursos de la prensa es un terreno particularmente rico en enseñanzas sobre las transformaciones
socioculturales, pues el estudio de la prensa nos proporciona un observatorio privilegiado de las corrientes
que atraviesan a la vez las prácticas y los imaginarios sociales.
(1988)

Referencias bibliográficas

Bourdieu, P. 1979. La distinction. París, Éditions de Minuit. [La distinción, Madrid, Taurus, 1998].
Chabrol, C. 1988. Le lecteur: Fantôme ou rèalité? Etudes des processus de réception, La Presse Produit,
producción, réception, Paris, Didier Erudition.
Fisher, S. y Verón, E. 1986. Théorie de l'énontiation et discours sociaux, Etudes de Lettres, octubre-
diciembre. Lausana.
Jauss, H. R. 1978. Pour une esthétique de la réception. París, Gallimard.
Verón, E. 1978. Le Hibou, Communications, 28.
. 1979. Sémiosis de l'idéologie et du pouvoir, Connexions, 27. París.
. 1981. Construire l'événement. París, Editions de Minuit. [Construir el acontecimiento, Barcelona, Gedisa,
1983.]
. 1983. Hacia una semiología de la recepción, Signo y pensamiento, 2(3). Bogotá.
. 1984. Quand lire c'est faire: 1'énonciation dans le discours de la presse écrite, en Sémiotique II, París, IREP.
- 1985. L'analyse du “contrat de lecture”: une nouvelle méthode pour les études de positionnement des
supports presse, en Les médias. Experiences, recherches actuelles, applications. París, IREP.
1988. Fondations, en La sémiosis sociale. Fragments d'une théorie de la díscursivité. París, Presses
Universitaires de Vincennes. [La semiosis social; fragmentos de una teoría de la discursividad,
Barcelona, Gedisa, 1998.]

12
Hago alusión aquí a estudios realizados en el medio profesional y que por ahora, por razones que tienen que ver
precisamente con la “competencia directa”, continúan siendo confidenciales.

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