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PETER HEBBLETHWAITE

DERECHOS HUMANOS EN LA IGLESIA


Human Rights in the Church, Journal of Ecumenical Studies, 19 (1982) 190-201

Authority in the Church, Annua Nuntia Lovaniensia, 190-201

Una de las críticas que recientemente ha aparecido contra la Iglesia consiste en que se le
acusa de defender los derechos humanos cuando predica al mundo pero que los niega
cuando se trata de aplicarlos a su vida interna.

Este artículo trata de analizar la veracidad o falsedad de dichas acusaciones.

Los derechos que más se le acusan de no reconocer son los siguientes: el derecho del
matrimonio a los sacerdotes, la libertad de expresión a los teólogos, el derecho de
ordenación a las mujeres y a los hombres casados, el derecho para todos de ver aceptada
su propia ordenación sexual.

Habría que ha cer, ante todo, una precisión de tipo jurídico: hablar de derechos, en
realidad sólo es correcto cuando están reconocidos en las normas de un determinado
sistema legal; en este sentido, los derechos mencionados anteriormente no serían tales,
sino tan sólo exigencias morales, deseos o aspiraciones pues la Iglesia todavía no ha
dado el consentimiento legal para poder ser considerados derechos de sus miembros.
Por lo tanto hay que tener en cuenta que al hablar de "derechos humanos en la Iglesia"
lo que se está reclamando es una exigencia de tipo moral, reformadora si se requiere,
pero en absoluto se refiere a una realidad ya dada.

Ciertas anécdotas sobre roces de la base con la jerarquía manifiestan la ambigua


posición de ésta última: los obispos a menudo se defienden de las críticas públicas que
les hacen sus fieles arguyendo que la verdadera actitud cristiana es la del silencio y la
obediencia sumisa, negando así, "bondadosamente", el derecho inalienable de la libertad
de expresión; parece entonces que lo que no ven es lo poco cristiano que es no
reconocer tal derecho humano, aceptado en la mayoría de los estados seculares.

El origen de la cuestión de los derechos humanos

El tema de los derechos humanos no surgió en el seno de la Iglesia, sino en las dos
grandes declaraciones de los derechos humanos, ambas hijas del espíritu de la
Ilustración: la Declaración americana de la Independencia (1776) y la de la Revolución
Francesa (1789). Aunque la primera no fuera explícitamente confesional - la segunda
menos-, los católicos norteamericanos pudieron hacer perfectamente una lectura
cristiana de aquella declaración de derechos y principios, además de que les favorecía
porque respetaba su minoría religiosa, hasta entonces ignorada. En Francia, en cambio,
la situación era diferente: los católicos representaban a la mayoría, pero la Iglesia estaba
asociada al Antiguo Régimen, y por tanto, a la Monarquía. Aquella declaración de los
derechos humanos se convirtió, pues, en una amenaza contra la Iglesia en la misma
medida que lo era para el régimen monárquico. De esta forma apareció la oposición
entre derechos humanos y derechos de Dios. Por ello durante todo el siglo pasado y
parte del presente se han rechazado los primeros. Pero dicho rechazo tenía también una
explicación interna: los derechos humanos posibilitaban la reforma de la estructura
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jerárquica, democratizándola; de este modo, la Iglesia perdía sus privilegios en la


sociedad y también en su fuero interno. Esta actitud de rechazo se reforzó tras la
Restauración de las monarquías europeas, al ser destruido el Imperio de Napoleón,
paradójico propagador de las ideas de la Revolución. Los papas actuaron entonces en
sus Estados Pontificios como los demás reyes.

Desgraciadamente el papado, que hubiera podido ponerse a la cabeza de las


generaciones ilustradas -tal fue la predicción de Chateaubriand-, se convirtió en el
paladín del Restauracionismo.

Hasta la elección de Juan XXIII no se realizaría la ilusión de Chateaubriand; fue él


quien estableció un fuerte lazo entre los derechos humanos y los signos de los tiempos:
la Iglesia debía abrirse a lo que se respiraba en el mundo y hacer de ello su fuente de
reflexión teológica.

La sensibilidad del Papa Juan por la dignidad humana y por los derechos del hombre
también la dirigió implícitamente al interior de la Iglesia. Está claro que cuando nos
movemos en este terreno damos por supuesto una diferencia entre la versión secular de
los derechos humanos y la cristiana: la crucifixión de Jesús no se trata de un problema
de mera violación de sus derechos humanos: está claro que hay otros valores que entran
en juego. Pero hay que tener en cuenta que utilizar argumentaciones evangélicas como
que "hay que hacer la voluntad del Padre", la importancia del valor redentor de la cruz...
no pueden justificar, bajo ningún concepto, ninguna injusticia; esto es lo que todos,
incluida la jerarquía, nos deberíamos aplicar. De no ser así provoca la impresión de que
existe un doble lenguaje: por un lado el del Evangelio, cuando la jerarquía invita a la
obediencia, y por otro, el secular, cuando la misma trata de imponer su autoridad. Está
claro que éste no era el espíritu de Juan XXIII ni fue el del Concilio.

Justicia en el mundo y derechos humanos en la Iglesia

La primera proclamación de la Iglesia al respecto tuvo lugar en el documento fruto del


sínodo de 1971 sobre "Justicia en el mundo": "Mientras la Iglesia está llamada a dar
testimonio de justicia, sabe bien que quien se atreve a hablar al pueblo de justicia, debe
ante todo ser justo ante los ojos del pueblo mismo. Debemos, pues, examinar el modo
de obrar, de poseer y el estilo de vida que se encuentran en el ámbito de la Iglesia
misma". (NAO).

Este fragmento contiene dos ideas bien claras: la exigencia de practicar la justicia para
que la Iglesia tenga credibilidad a la hora de evangelizar, y la idea de reforma. Casi no
merece la pena aclarar que el término "justicia" abarca, a la vez que va más allá, los
derechos humanos.

Una raíz importante de este documento la encontramos en la situación de la iglesia


latinoamericana. Detengámonos brevemente en el cómo y el por qué de esta
contribución: Leonardo Boff habla más de "los derechos de la mayoría pobre" que de
los derechos humanos, ya que hace notar que hoy, quienes más los proclaman son los
que más los violan, pues se hallan sumergidos en la concepción burguesa de defender
por encima de todo -incluso de la injusticia- la propiedad privada, la libertad de
expresión, la igualdad ante la ley. Boff se sitúa en un ámbito nuevo: el de los derechos
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sociales en vez de los sólo individua. les. Esta interpelación que nos hace, parte de dos
puntos capitales: la afirmación de la inalienabilidad de los derechos humanos para todos
los hombres -es decir, no sólo para el Occidente ilustrado sino también, y sobre todo,
para los indígenas de las antiguas colonias-, y, dando un paso más, lo que Boff expresa
en su afirmación de que "los derechos del hombre no son otros que los derechos de los
oprimidos". Este segundo punto emerge de una lectura sin prejuicios de la Biblia
misma.: el Dios del Antiguo Testamento se manifiesta siempre como el liberador y la
esperanza de los pobres; y esta manifestación culmina en Jesús. Semejante lectura de la
Biblia -es la palabra de Dios- es por tanto una llamada a que la Iglesia se convierta en la
voz de los sin- voz, a que tome partido en defensa de los más pobres en lugar de
contentarse con hablar sobre ellos; y esto aún a costa de que comporte riesgos y muerte.

Al lado de la problemática de América Latina; los derechos humanos que se reclaman a


la Iglesia en USA y Europa Occidental se convierten en provincianos e individualistas.
Un ejemplo lo tenemos en el problema de la ordenación de los hombres casados o en el
matrimonio de los sacerdotes. No es que en América Latina se esté en contra de tales
aspiraciones; lo que ocurre es que las motivaciones para reclamarlos son muy
diferentes: el ministerio no es para la realización personal de determinados individuos
sino que se concibe como un servicio para la comunidad, para la Iglesia que emerge
desde abajo. Esta comunidad tiene derecho a elegir, por tanto, sus propios ministros. Lo
que se reclama es el derecho tan tradicional y legítimo a que el sacramento sea para los
hombres, y no al revés. El mismo planteamiento sirve para la ordenación de las mujeres,
al margen de otros argumentos no menos contundentes.

La estrategia actual del Vaticano

Recogiendo el hilo histórico con que hemos iniciado el artículo, llegamos hasta hoy, que
es desde donde habíamos partido: la crítica a uno de los temas principales del
pontificado de Juan Pablo II como es la insistencia sin precedentes en sus predecesores
en la defensa de los derechos humanos en todo el mundo, junto a la aparición de
grandes conflictos en el interior de la Iglesia por no aplicarlos.

Los argumentos de Juan Pablo II en defensa de esta actuación son sutiles y peligrosos:
habla de conflictos entre derechos. En el campo de la investigación teológica, por
ejemplo, considera más prioritario el derecho de los fieles "a recibir la palabra de Dios
incontaminada" que la libertad de investigación de los teólogos. Este "servicio" al
pueblo es la caricatura de la posición de Boff: ¡como si la seguridad fuese lo primero
que quisiera o necesitara el pueblo.

Otro ejemplo: en un acto público en que se planteaba, desde la perspectiva de los


derechos humanos, el problema de la ordenación de los hombres casados y del
matrimonio de los sacerdotes, el papa respondió que el derecho mayor que tiene el
hombre es el derecho a la grandeza, "a darse totalmente a Dos eligiendo el celibato por
el Reino de los Cielos, con el fin de hacerse servidor de todos". Este argumento parece
desenfocar el problema, pues nadie había planteado la ordenación de los hombres
casados y el matrimonio de los sacerdotes como una concesión a la debilidad humana.

En fin, sea lo que sea lo que se piense sobre estos casos particulares, el hecho es que
toda esta problemática sobre los derechos humanos en la Iglesia debe entenderse en la
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línea de la renovación, en la línea de querer proclamar el Evangelio y sus valores de la


forma más acorde con nuestra sociedad. Debemos marchar con la historia. Como decía
Juan XXIII, "no es que el Evangelio haya cambiado; somos nosotros quienes hemos
empezado a entenderlo mejor".

Tradujo y extractó: JAVIER MELLONI

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