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ntre la

la real Ida
urso
IV r r, t

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Índice

Presentación

1. Moral social fundamental.................................. 15


Metodología de la moral social............................ 16
La Sagrada Escritura....................................... 17
La razón humana.............................................. 18
Historia de la moral social................................... 21
El magisterio social de la Iglesia......................... 23
Para hacer buen uso del magisterio social. . 23
Principios permanentes................................... 26
Magisterio y pluralismo................................... 31
La moral social entre la utopía y el realismo . . . 32

2. Los derechos humanos . . . ........................... 35


La larga marcha hacía el reconocimiento
de los derechos humanos.................................... 35
Las luchas que condujeron a las Declaraciones
© 1998 by Editorial Sal Terrae de derechos humanos....................................... 42
Polígono de Raos, Parcela 14-1 Cuatro notas de los derechos humanos.................. 44
39600 Maliaño (Cantabria)
Fundamento de los derechos humanos.................. 46
E-mail: salterrae@salterrae.es
hiip://www.salterrae.es Derechos humanos concretos................................ 50
Derecho a la vida.............................................. 51
Con las debidas licencias
__ ..«W4JVIUO
Derechos de la primera generación.................. 56
Impreso en España. Made in Spain Derechos de la segunda generación.................. 59
ISBN: 84-293-1274-9 Derechos de la tercera generación...................... 61
Dep. Legal: Bl-2609-98 Hacia los derechos de la cuarta generación . . 63
La Iglesia ante los derechos humanos...................... 63
Fotocomposición:
Sal Terrae - Santander Situación actual de los derechos humanos.............. 69
Impresión y encuademación. Derechos y deberes..................................................... 71
Grafo, S.A.- Bilbao Pastoral de los derechos humanos............................. 72
Los derechos humanos en la Iglesia......................... 73
7
lyinct:

75 I a «cuestión stKÍah . . 165


75 ha ailquirido éticas. 168
Ucium en clave planetaria de las principias 174
'■■■■:..............................
78
DesprivaíiZiíición de la tnaral . . •
178
nercciio al desarrollo ,...................................................
82
IMI
.■Que' .................................. I.a ecología: Un pniblema moral nuevo......................
fi4 6. 181
.............................. Nuestro Planeta padece una enfermedad grave...............
87 187
93 Ética ecológica
Ética fiscal.............................. 190
Dios está con los verdes.................. ... .............................. 191
. i^M-acmasfi-on''«"'«'’- •.................................. 99 h)s ecfda/iisfas acttsafi a la fe cristiana ‘
Dias es el dueña de la tierra,
99 192
y el hambre su jardinera
99 Sacrainentalidad de la naturalezíi . . . .................. 195
. ■ ■ : • ■ : : • 101 La variedad de tas especies ataba at Creadar , . . 201
103 También a ta naturaleza afecta la redención , . • , 202
® i'frecer 109
205
7, La vida política..............................................
una allfniiiliva al capiialisiiw........................ «U 206
El cvIeclMsinn ha sucumhiiln Razón de ser de la política.............................
Las tentaciones de los políticos 209
(inte la ineficacia econántica ......... 113
Fracasa en la canstruccián Política y ética..................................................... 211
del hambre nueva socialista.............................. 117 Caridad política.................................................. 216
Luces y sombras del capitalismo..................................... 119 Aponación de la fe al compromiso político . 218
Satisfacción de las necesidades 120 Elogio del compromiso político...................... 222
Eficacia económica * . . . ........... 121 Plataformas para el compromiso sociopolftico 226
Promoción de los trabajadores............................. 123
La ilusión del voluntarismo ético............................. 124
Entre el ^lEstado benefactor» y el «Estado mínimo» 126 K.. Las formas de gobierno deiiKKráticas...................... 231
¿Hacia un sistema económico alternativo?....................... La demtKracia.................................................................... 231
128
Propiedad............................................................ 130 Grandeza y miseria de la democracia............................. 232
Motor de la actividad económica.......................... 131 ¿Una moral de esclavos?............................................ 232
Gestión de la economía..................... ¿Dranía de la mayoría?............................................ 234
132
¿Ed fíohierno de tos incompetentes?...................... 235
5. Países ricos y países pobres........................ ¿Inííobernahilidad de las democracias?............... 237
El gran escándalo del siglo XX. ¿Democracia meramente formal?.................. 238
Pohfvza y hambre enei Sur Educación para la democracia, 241
Democracia y fe cristiana................................................... 243
Ui democracia en ta liiblia......................... * ’ . .
243
La democracia en la escolástica 244
(le la (iependeneia . , ............................ Iji ileinoci acia en ¡n DiK irinti Socitil tie ¡a Iplesla '
247
U¡ soberanía poptdar no es absoluta...............
250
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y Ríw^\>r jAíni xihfr miütrMr Ai\ 4-4W|,»íM,v*


• Jí Mvvaíklxl <k' nxxtíiV'.................. . . ,
í^! n.^níi'M ir^HWift‘h’*n.:nu ,v kí M »h’huj
hí í*n.í , . 3
óe l> cctaffi ,.*••••
IX 1^ Htc.-il humano 1 rnstUm». . ............................
U4««33 . .......................................... ... Guerra) paz en b tnHÜeián biNíva .^
reeReí^\C«^........................ W ¿V.^nZíCífí» ZrtAJwirnA’ ............................... 3
7n3en9ncsa *’ 3fjkw,T V la n<*/en*‘w ........................ A
¿^ria capiuHsM-bwrpirr« ’ ‘ ‘ Lecciones y tlesaiim''* en la hishxia óel en\fi\inisnH». < 35
Ijjixas3iiií>deniÍAl. • • • * * j.j AxillímtiJe lívpnwrnv 5ejcwí«^'*r’5 «/r.ZoK'í * , , 35
3<ít:pf4k'í»tn ai phncipií» t/r milíJiíJ..................... * 35
4e rrdiwir ’ * AVe/íanenraHíVí «le lu ní*lm í*unn‘JíaNe , . . . . 35*
Klcoldebotoc»*«. . . . • • • ; ‘
Gí#erniA fn mwAre Je Díoa * ................ . . . . 3b2
D derrehí* tga\ersaJ a ia
í'/ rrft'^ma a/ ¿'nanye/n*................................................ 3bí
>;q cjasae cdíieonñn notfnil . . « <
EduconÓR en nalfMrs . . * • - • • • |ji erica acnial ame Sa guerra. * ...................................... 370
¿Fbraíitwndr ocnm» í/ay n<» eíMyjiAft^njJtí nine»n«r gMemi líle/iííuj. . 370
¿jmzraríiweA eJnw en Z*tt .caernw JeléríA/niA» , . . 373
n f4iinzlismn derart) de hí cfriín^s,
tibenad e teualdbd < El caminí» hacia la pz................. 374
. . , 2^* £1 íle.ft/rwe de /<»a «irsena/eA.............. ... 374
Ift. Los mcdtos de coaumeadón social . . . . . 295 £1 JeAunne <le/<w eApin«« . . , , ......................... 377
Funden» de k»s medios de cominúcación Ctrnsmaxitm de un mundo jtixro , , , . 375
Vn nt>c^x> poder ..................................... ' • • . 2^ ¿4j<>/y€/wcacñw/An/ín¿n</cñvríj/.............................. 379
Vo senrcio a h sociedad. * . , ................ . 2í^ Conclusión........................................................................ 351
labenad de cvprcsión y pluralismo............. , . 299
Éñca de U comuoicacióQ social . 30»
Al xmicio de la neniad . 302
Seceero pfvftsionai, .....................
. 305
Otras envendas ¿ticas............... .. . * .
Educaaón para sersirse de los medios. . . 30S
I
312
Los «mass media» al sctmcío de un mundo mejor
314
Los *ina.ss media» al .scnicio del Evangelio
315
H. Conniethidad social 3IS
B conflicto social. t.clcmcnio destructivo o dimuni. 319

323
Colección «PRESENCIA SOCIAL»
20
Luis González-Carvajal Santabárbara

Entre la utopía
y la realidad
Curso de Moral Social
Oq
'5

Editorial SAL TERRAE


Santander
JXW d mdicalisnui taápieo de quienes
a íxAiéraroos alcanzado « su plenhud V
2
íwafwiaennedia
Los derechos humanos

___ _ víqjJ Los antiguos tniíados de moral social soban comenzar con un
00 «icallar^T^^i^e^, í’^gisíación ñl capitulo de carácter introductorio en el que ofrecían una pano-
woi^smo l!! Pí^gniatísmoT. rámica general de los distintos temas que después inan desa-
en intentan ios papas vk* rrollando. En la Sw/kí Teo/dj^iea de Santo Tomás fue el «Tra-
^®9tiiiibri sociai''. ' tado de las virtudes sociales»*. La moral casuística que vino
«íiihanío utopía v eJ n»-ir • niás tarde pretirió el tratado titulado Derechos y deberes cívi-
* í=D perdón a Di eos». En mi opinión, ese capítulo intrvxluctorio debe dedicarse
"P^'^iencia» 'oluniad sob noeset hov a los derechos y deberes fundamentales del hombre. Co-
ca^ '*osoiK>s Por ^^^undo, sinoí módijo Juan Pablo ii: «Lo que la enseñanza de la Iglesia llama
un ^"Quista J’o Pí*íí “el orden natural” de la convivencia, ”el orden querido por
aleanDios”, encuentra en pane su expresión en la cultura de los
las reiink^ ^^guienre. En oas derechos dcl hombre»\
^’0 sien. Apóstol:

** marcha hacia el recanocimivnut


Cino que una sitio:
de los derechos humanos'

españoles del pasado siglo aparecían


dos como los que siguen: *<Se vende una negrita de edad de 9
y eJ remp: anos, natural de la Havana, sana y sin tachas, que pasó las
y audacia, rw.' viruelas y sarampión, ágil, de buena presencia y dispuesta para
pSr'^P^’es
------- í accki aprender toda suerte de labores: D. Juan Álvarez, Portero de
y aítícüU

I. Tomás oe Aquino. Stor/mo 37icof<?X'^» 2-2. q. 101-122 (Su/na de Tea-


§■¿'25;%'^.. i,. hfgfa, L 4. BAC. Madnd Í994, pp 183-308).
2. Juan Pablo ii. «Discurso a) Cuerpo Diplomático» (9 de enero de 1988),
n. 10: Ecc/ena 2.356 (30 enero 1988) 147.
■ (1989) 36í S 3, Cír. Vv.Aa.. Oeredifí positura de los derechos humafjos. Debate.
' Sígueme, Sii Madnd 1987; Sedano. Manano José, «El largo camino hacia el reco­
nocimiento de los derechos humanos»; Í7da /íeltgiosa 66 (1989) 84-95.
LrrOrtAYLAí^^LIDAÜ
LOS OH HECHOS HLMaSOS 37
existe, y el que vive en los Con^e*
Cadenas, en cuya c dará razón»*; «se vc^ A pesar de lo anterior, ames de la modernidad pueden ras­
Hci y trabaja^
trearse algunos ¡ndteios de lo que hoy llamamos «derechos
con equidad una ?«^adcñtbs de una casa. e.spccialnien^
fundameniaies dcl hombre».
í ÍStalgo de cocina. Razón de su paradero.
Muchos historiadores han creído encontrar un antecedente
bou-adela calle de la Torre. remoto de las modernas declaraciones de derechos humanos
D asombro nos invade. ¿Cómo e.s po.siblc que ocun,^ en la «Oración Fúnebre» pronunciada por Pendes durante las
acto y Lemas « publicara como s. fuera lo má.s naturai 4 exequias de los primeros soldados atenienses muenos en la
io-^es. por mucho que nos sorprenda, asi eran i, guerra del Peloponcso, donde se dicen cosas como las que si*
as» España fue. en 1886. el úlumo país europeo que aboü guen: ^íDe acuerdo con nuestras leyes, cada cual está en situa­
b cscbviwd. Podriamos multiplicar los ejemplos para detiKx ción de igualdad de derechos en las disensiones privadas, y es
trar que unto la expresión como la conciencia clara de b honrado en la cosa publica, no por la clase social a que perte­
derechos humanos no han existido antes de los tiempos mode nece. sino por su mérito. Nos regimos IiberaImente no sólo en
nos. y además se circunscribieron a la cultura occidental lo relativo a los negocios públicos, sino también en las sospe­
chas recíprocas sobre la vida diaria, no tomando a mal que el
En las sociedades tradicionales, desde la Grecia de las cw
prójimo obre según su gusto, ni poniendo rostros llenos de
dades hasu ia India de las castas, predominó una conccpciá reproche, que no son un castigo, pero sí penosos de ver.. Sin
holístíca {del griego hóles «todo», «entero»), que Ilevabai embargo, no pasa de ser una arenga patriótica, hecha por un
considerar la soaedad como una totalidad indivisible. U
jefe a su pueblo en armas.
individuos eran únicamente componentes de esc todo, a
valor por sí raisnios. «Siempre me sorprende —escribió Juli También durante la Edad Media encontramos documentos
Marías— que no se conozcan los nombres de los arquitecto por los que se concedían determinados derechos a ciertas per­
que hicieron las catedrales góticas, y si alguno se conoce a sonas o grupos. ¿Quién no ha oído hablar, por ejemplo, de la
porque se ha encontrado en un archivo un contrato o un pld Chítría libertafum suscrita por Juan sin Tierra, rey de
to. micnt^ que ahora el que publica un crucigrama en u Inglaterra, el 15 de junio de 1215? Un escribiente redactó el
penodiquiio de provincia lo finna, porque hay que salvare texto, en latín, que comienza así. Ista sunt capiiula bíim-
nombre«*. nes pettí/i/ er flaatt/Uís rex eanceebt (*<cstas son las demandas
que solicitan los barones y el señor rcy concede»). Se dice que
extraño que queramos, pero era aa el rey firmó esta cana, e incluso un grabado de la época —el
tenían refiere, dado que los hombres oi más famoso de la iconografía de Juan sin Tierra— le presenta,
rtses al coníunm impedía sacrificar sus inii pluma en mano, firmando. Es, sin embargo, una mentira pia­
individuomiypocíí^^ ) <*
dosa. Juan sin Tierra no firmó nunca la Carta Magna, porque
le asienaba un ofi^ 1, ° faniilia— quia
no sabía escribir; ni siquiera sabía firmar. La cláusula 39 de
lema i penumiento iniciaba en (al o cual sit dicho documento, por ejemplo, decía: «Ningún hombre libre
será detenido, ni encarcelado, ni desposeído de sus bienes, ni
puesto fuera de la ley, ni desterrado, ni perjudicado en modo
< al«-» »
alguno, y no procederemos ni haremos proceder contra él. sí
no es en virtud de un juicio legal de sus iguales y según la ley
Madrid I9S7. p 98 íM
pwo 11 bfinradQ e.,, eso de «pcriodiqci* 7. Tuctoioes, Histaria de ia íí^errtí dei Peieptmeso, L 1. BiblicXcca Clá­
'^Waur.Jpicdelaletor
sica flcrnando. Madnd 1952. pp. 255-256-
I (V\ n Rh »1*IH .10
I UM'iO I '

a h'v inUi\hhics vimiuo |x*i>oni»5“. \ no ch vntinl tic >u


jsMWiivnvii» a un e^ianu'iuo,
.fixlíftn .bU'iiU'. IVi". 'f'e.i
( o inixiik» tviinio iinox aOt»** Jopuc* c<»h la IKvlaiación
de los I Viwhos del Ihmihiv \ del Ciudiulano, adoptada |hm la
XL 4 HwmtMVs .k' un dctcnn.uaJv, ciuukw., Asamblea iVrtChMUtl i jancesa el 2b de agosto de 1Supn
mido el Aniigth* Kegimetu pauvio Índis|\‘nsiihle íetlaetai
AljCv' ivMevKV iwlnaithvs ikvu de una pt.tgin.tiica A'li ixMUo dijo Hainaxe un **eativism»» naetonab* que iiistiu
K\Wi el 2S vie ivlubtv de LISO* en ^eia al puehh' en ptineiptos del nuevo oulen, *Lo^ hoiiv
xe ÁvUttilM b hbeiixl vle ivsuleiKia, ‘has e\|voiu‘i qw» ¡MVs nacen v |x'nnaiuven lihtcs e iguales en deieelios«. I sta
«ju.’Mx vilbs V enxUk's se venia pvvlhbieiuk* Ilev aise Mbp ainmacion memorable* eneaK'/ando el aitienlo piinien\ tesn-
sTkhMKs a quienes qiKMun tiaslixlai su ivsidencia a olio li^ me (a obra tie la Kevohieion, b‘l ie>ilo de la IXvIataeion no es
dxtjttrotu'*l\x bsvauk'vvsas e vexl.nnicnios e maixbn:« mas que su siesanvilo o su eomeiUiU lo.
ka edbdanxw se índiuv es|vcic vie setv idumbie a lo\ Ni»
Sin emlxugo* el 2b de agosto ds' 17SO me tan solo un ptmto
htes liNvs. pjKTi que no |x»evbn biv ir e morar dkuulc qiiiswa de (Mitida. hxmto se vio que la As.unblea Nacional t'iaikesa
1,4 Si AM pivsjse sena niuv injusto e cmitni talo deiwbi*' había povlamado nnieamente h's deiex'hos del vaivn blanco y
nkxxi I *11\< k»nul nutxbiixvs que aquí adelante devcvfe
pudiente. Paivsxiia que el sufragio univetsal debía de^piviv
oxvMntAifs hbie e desvnthMg,xbmciitc a cualquier e qo deise de la igualdaxl dx* detwhos atnmada en el aiticulo pn-
ksquien kxnNvs e mugetvs. vvzitnvs e moravloivs de xw
mea^ de la IXvIar.iCh^n. No fue asi. La Asamblea Cmistitu»
quícr kk*M> dKhix viKtxks e vilLis c lugatvs* ir e |vissif>f
vente esiabkvio, iiK'diante la ley del 22 de díciembiv de 17SO,
Nxir e nxw a kXm o <xrts (*,*| e sacar sus ganakíos e fuf
el sufnigio eensiiatío; solo los popietatios v anones tuvieivm
w exXAx nuntentmtentos c hxJos los otnvs sus bieiKs iw
deiveho al voto. La negación de los deivchos |xdtlicos a los
lugares divihic |vntneranicnte viox valones de evdor supuso una nueva s'vmiradkxmii. IX'spues de
menivan»*,
Lennuloi; la burguesía se eiidnavió > no ivnlio ya que los
implas. Éstas bastanpi deivchos del hombiv eran, en efecto, sólo los de los varvmes
p >« blaiRvs V nsw.
tameoulex. i solamente *derLYlH>c Algo jxuvcído vKUiTÍó coii Li IXvIaniciou de \‘irginia: se
dñtén «r? Ji' rcciin.1:u’. y oír**' *
aplicKi ünieamenic a detenninadas eategonas ile hoinbivs. H.n
muni^ ^P^nancij pan la historia del evws»
IK^7. casi un siglo despnds de la IXvIaración* el Inbunal Su*
hunwkx ^“'‘‘"fis'as ilevIar.h.'ioiK’^
jMvino de los Listados l’nidos, pivsididxv |xir T;iney* dictatninó
que los negnvs *no están comptvndidos. ni nunca se ha supues*
•Sxlar.teidti de IVnx* lo que esiuvieRin civniprendidos* eniiv los ciudadanos nK'ncio-
I»dejaawdei7;j|, '’iiyinia. pwniulí*^’ nados jwr la Constitución y. en consecuencia* no pvxlrdn optar
'**'‘wncricÍKK F?*ír ■''f' «Hxielo a o«iv> a ninguno de los dercs'hos y priv itegios que este instnnnenio
- ■" '**’ « airihuían ya los ilei«*“ prevg jKini Rvs ciudadanv>s de los listados Unidas* y les garaiv
tiza. IX’stte hace más de un siglo están civnsiderados anuo (Kr-
I

'* n 'ÍX n iU
10, el icxiii en lAíJ., pp. 502'505.

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. V LA REALIP'^’^
utopía''^ LOS DERECHOS HUMANOS 41

40
por «derechos humanos», ampliando de esta forma el número
ienec>en‘^¿ el hon'bre □ |os artículos 55 de personas a quienes se aplica la Declaración: son «todos los
cho que de*’ Jí 3, siglo XX- C» constituyó en 1945 seres humanos» los que nacen «libres e iguales en dignidad y
derechos» (art. 1), y no puede haber «distinción alguna de ra­
de 'as presidida por Eleano,
y 56 de la p^rechos del Hom ricano, que desempe, za, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cual­
'-*^S ¿a5el presi „Rtible personalidad y s, quier otra índole, origen nacional o social, posición económi­
ca, nacimiento o cualquier otra condición» (art. 2.1). Con ra­
nil iniportaaie por '"¡ rnacionales. Los trabajos
zón Juan Pablo ii calificó esta Declaración de «piedra miliar
""“"eonSmiento de los medios
rnfflistón duraron tres ®os, entero^, p, puesta en el largo y difícil camino del género humano»**’. (En
«uHadas personalidades reí a ^.peclaración Universal una simpática viñeta de Máximo aparece el mismísimo Dios
Sdorde loque se nam^“ ‘*¿ado por el jurista francés leyendo la Declaración Universal y exclama: «¡Qué preámbu­
lo’ No había leído nada tan bueno desde el Sermón de la
Derechos Humanos» tue miembros para que
Montaña»''^).
René Cassin, se envío . •<> .p^obó la Asamblea
pudieran hacer obser\'acion s, y P diciembre Las Naciones Unidas se plantearon también la convenien­
S,»14el»N’“'ES£“nP."'s“- No hubo ningú, cia de completar la «Declaración», cuya autoridad es sólo mo­
ral, con unos acuerdos que tuvieran carácter vinculante para
de 1948 en el Palais o ^presentados entonces en
voto en contrm de 1 f^vor de la Declaración y 8 todos los Estados que quisieran firmarlos. Debido precisamen­
las Naciones Unidas, comunistas, Sudafrica y Arabia te a su obligatoriedad jurídica, estos trabajos avanzaron mucho
más despacio. Por fin, el 16 de diciembre de 1966 se firmaron
5;I» «I«»™”“ í',™» p- en Nueva York el «Pacto internacional de derechos económi­
Saudi .Kesuii concedió el Premio
cos, sociales y culturales»'“ y el «Pacto internacional de dere­
SXl dTla Paz 1968- sobre el proceso de redacción y la
chos civiles y políticos»”.
valoración que hace de la Declaración . Sin embargo, para la entrada en vigor de dichos Pactos no
En el título se sustituye la fórmula «derechos del hombre y bastaba su aprobación mayoritaria por la Asamblea General de
del ciudadano», que empleó la Asamblea Nacioniil francesa. las Naciones Unidas. Era necesaria además su ratificación por
35 países miembros como mínimo, cosa que tiirdó todavía diez
años en producirse. Por eso los Pactos no entraron en vigor
11. Cit, en Haro Tecglen, Eduardo, Una frustración: Los derechos dei
hasta 1976. España los ratificó en 1977.
hombre, Aymá, Barcelona 1969, p. 83.
12. Puede verse el cuestionario remitido, así como las principales respues­ Algunos consideran que tales convenios, junto con la Carta
tas recibidas, en Vv.Aa., Los derechos del hombre, Laia, Barcelona de las Naciones Unidas, podrían ser el germen de una futura
1973.
13. Véase el texto en Truyol, Antonio, Los derechos humanos. Declara- Constitución universal.
dones y Convenios internacionales, Tecnos. Madrid 197 P, pp. 63-68.
abstención de diversas formas. Los países comunistas.
SrivS?’ 9ue, mientras se mantuviera la propiedad 16. Juan Pablo ii, «Discurso a la 34’ Asamblea General de las Naciones
humanos» en^i^^ producción, era ilusorio hablar de «derechos Unidas» (2 de octubre de 1979), n. 7: Ecclesia 1.954 (20 de octubre de
nes se absiuvieronT^^ capitalistas. Sin embargo, basta observar quié- 1979) 1.307.
tención væ^on verdaderas razones de su abs- 17. El País, 31 de mayo de 1998, p. 13.
18. Véase el texto en Truyol, Antonio, Los derechos humanos. Declara­
S) W1-6Í3^ ’^‘^'“raiion Universelle»: Lumen Vnae 23
ciones y Convenios internacionales, pp. 69-80.
19. Véase el texto en ibid., pp. 81-101.

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rEz\LIDAD

43
LOS DERECHOS HUMANOS
tfeclarariones
consentimiento»“. Y un romance medieval decía sin tapujos.
«De la misma manera que se domina a un caballo, y quien o
„nriancia decisiva en ig
monta lo dirige adonde quiere, el rey debe dirigir a su pueblo
do de derechos hunianos^J
según su deseo»-'. Era inevitable que, en cuanto los hombres
dro'^f'u reflexión acerca de los,, empezaron a tomar conciencia de su dignidad, se rebelaran
ligin’i de humanización de la •
ante un poder semejante. Durante la Revolución Francesa, e
indicaciones del piovnniea^ pueblo se aplicó a sí mismo la famosa írase de Luis xiv:
£rSóndelanmjer.Vea,noslos„„^
«L’État c’esl moi»-" («el Estado soy yo»).
El tercer factor, como dijimos, fue la lucha por humanizar
• An ÍU2Ó un papel pojideo de pd,^ el derecho procesal y penal. Tuvo gran influencia el libro De
P*“ -nins la rel'g'®'’Vde la sociedad. Sin einbargn los delitos y de las penas, publicado en 1764 por un joven
las guerras de religg
jurista italiano llamado Cesare Bcccaria*-. En él expuso las rc-
n-i^f a Reíonn“ europeo. Juristas y flexione.s que le había sugerido su experiencia de visitador de
“ alefiirde^^'S .'siendo imposible en lo suces¡. prisiones en Milán, pasando revista a la irregularidad de la.s
Sieroa^“^"'’, ve ¡a sobre la rehgion -eausa mj, prisiones, la crueldad de la.s torturas, las penas que no guarda­
Sndanientarlacon n^;^esario hacerlo sobre la libenad ban la menor proporción con lo.s delitos cometidos, etc. Becca-
bien de discordias tolerancia de los diversos cultos, ria propugnó la abolición de la tortura y de la pena de muerte,
leligiosa- es decir, s ^^Ugiosa tuvieron gra„ así como la proporcionalidad entre los delitos y las penas. El
En el recou«”«'«"'” tolerancia, de Locke, y el Tr«, éxito del libro fue espectacular y tuvo gran influencia en toda
Europa. Sin duda, la abolición definitiva de la tortura en Fran­
de Voltaire. «Es absurdo --decía
cia (1788) y en otros países hay que atribuirla a la obra de
,ad„ sobre la la cra . cosas que los hombres no lie-
Beccaria y al apoyo que le prestaron los ilustrados (fueron
Locke-que las le) ■ r ■- aquello es verdad no
aen peder para cuniplir^Creer q n muy famosos, entre otros, los comentarios de Voltaire, Diderot
XhíSV “ -i»!.- Y Vollüire y Morellet). Hoy las ideas de Beccaria están recogidas tanto en
la- í-Querríais sosieler por medio de verdugos la religión de la Declaración Universal de los Derechos Humanos como en
las constituciones de lodos los Estados democráticos bajo la
un Dios al que unos verdugos hicieron perecer y que sólo prc- forma de derecho a la vida y a la integridad física, garantías
dicó dulzura y paciencia?»-'. procesales y recurso de amparo en caso de violación de esto.s
En segundo lugar, los derechos humanos se alimentaron de derechos.
las reacciones frente a la pretensión de los príncipes de tener En cuarto lugar, ejercieron gran influencia —ya en el siglo
un poder ilimitado sobre sus súbditos. Uno de los más conoci­ — las luchas por la emancipación de las clases trabajado-
dos doctrinarios del absolutismo, Jean Bodin, escribía: «El ca­
rácter principal de la majestad soberana y poder absoluto con­
22. Bobino, Uís seis libros de la República, lib. I, cap. 8 (Aguilar, Madrid
siste, sobre todo, en dar ley a los súbditos en general sin su 1973, p. 57).
23. Bi.íkh, M., Feudal Society. Routledge and Kegan Paul. London 1965,
p. 319.
24. Su autenticidad no e.s segura (cfr. Hartung, F., «L’État c’est moi»:
21. **’‘^'** p. 48. Historische Zeitschrift, 1949).
w, Alfaguara, Madrid 1978 (Opúsctdos satíricos y filosofi- 25. Beccaria. Cesare, De los delitos y de las penas, con el comentario de
Voltaire, Alianza, Madrid 1990'.

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45
LOS DERECHOS HUMANOS

ramoelmanismocomoelana.o fueron p quiere decir que al hombre no se le respeta realmente


omrmiios. en elsentido queGeorges Sorel ctc> ’ *
Fueron
' -'r conjuntos mitos
deideas basados en
eimágenes if
can Un % '°'7ou'"erechos humanos son naturales, P«^q“^ed
ivalos anhelos másprofundo . „..tnnleza del hombre. Esto es tanto como decir que
X oré?" uperiore, al derecho posilivo. Verdad es que
nios. por ejemplo, en aquel "tos dé:»'»’’ "" “I’"''“"“ >■ 8”“l«'Xé
escribiera en susbanderas-. nnr las leyes positivas, no pueden ser exigidos ante los tnbu
nales de justicia; pero las leyes no crean esos derechos, sol -
mente los descubren, los proclaman, los sancionan y los pro-
teaen. «No puede aceptarse, por lo tanto —decía Juan xxiii—,
la^doctrina de quienes afirman que la voluntad de cada indivi­
duo o de ciertos grupos es la fuente primaria y única de don­
la causa- de brotan los derechos y deberes del ciudadano»^. La obser­
Por última vación del Papa Juan es muy importante, porque, si el valor
nis‘!>- Ya en ■ y la obligatoriedad de las declaraciones de derechos humanos
primeras o?'« se derivara de un mero acuerdo entre los ciudadanos o las
na»: Ponía'"*
naciones, la pérdida del consenso alcanzado anularía dichos
de poisieux. ¿
Wollsionec«ft-W"“'¡-“^odorevoiuc.un„... — - derechos.
sobre torio durante el P ¡pación. Dado que la «Decía,
Son inviolables; es decir, que no es lícito privar a nadie de
con fuerza la Ine^P" ^.„bre y del ciudadano», proda.
ellos. No son, sin embargo, ilimitados, porque el ejercicio del
'’r ^Revolución Francesa en 1789, se refería exclusi,
propio derecho termina donde comienza el derecho objetivo
XoVola Re
maria por Cougesdepropuso
na Xlaración de los derechos la mujeraquel
? dj de los demás. Una persona que atentara contra los derechos de
otros podrá ser temporalmente privada de los suyos; pero sólo
¡acíuriadana». Desde entonces la lucha no se ha detenido.
en la medida en que lo exija la protección de los demás. El
penado, por ejemplo, «pierde temporalmente los derechos ex­
presamente mencionados en la sentencia y los que jurídica­
mente se deriven de la misma, pero conserva, ahora casi con
Cuatro notas de los derechos humanos más razón por encontrarse más desvalido, los restantes dere­
chos humanos»^.
Llamamos «derechos humanos» a aquellos que se atribuyen a
lodo ser humano por el hecho de serlo. Allá donde sea nece­ Son inaUenables; es decir, no sólo los demás no pueden
sario para valorar a un hombre que ese hombre tenga algunas piivar a un individuo de sus derechos fundamentales, sino que
cosas más -un buen traje, unas condecoraciones colgando un renuncÍaL"ÍP“^'‘a- PO’’que sería tanto como
saldo elevado en la cuenta corriente, un carnet en el bolsillo 2"rc"c o de ín “"'’‘"‘«"humana. Es legítimo renunciar al
ejerce,o de un determinado derecho, pero no a la titularidad
26. Sorel, Georges, Reflexiones sobre la violencia, Alianza, Madrid 19%,
pp. lS3ss. 28. Juan xxiil, Paceni in terris, 78 (Once grandes mensajes, bac, Madrid
1992», p. 223).
i92S,p.95. Programa de Gotha, Materiales, Barcelona 29. Martín Nieto, Evaristo, Derechos humanos. (La Biblia, el Concilio y
la Constitución), EDiCABl-PPC, Madrid 1979, p. 24.

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realidad

LOS DERECHOS HUMANOS 47

a
página.s ames había escrito; «El hombre es fin, y nunca medio
o instrumento; por tanto, independientemente de su mayor o
menor utilidad, reclama un respeto incondicional»^.
•es
¡M^cionesq^ehuoen 1991 Joaquín Orieg,^
Sin embargo, sirviéndose exclusivamente de la razón no es
español en Marruecos, sobre la situación de aquel fácil justificar esas afirmaciones. ¿Cómo podemos decir que la
br .<Lo que los obser\'adores europeos consideran , persona humana tiene una dignidad absoluta si nuestra expe­
ción crave de losderechos humanos no es sino ¡a ani ^Íqi
otra escala de valores»^. Esto es completamente L riencia es precisamente la de la contingencia? ¿Cómo pode­
mos afirmar la igualdad esencial de todos los seres humanos si,
vieran representadas
Admitimos las que,
de buen prado diversas
másaun cuandoinentalid'^
se intej^. ^si^ desde el punto de vista empírico, las desigualdades sallan a la
vista? Desde luego, si el texto de la Declaración Universal de
Comisión que redactó la Declaración Universal 1948 hubiera afirmado que «lodos los hombres nacen y siguen
claramente lo que cabría llamar «humanismo oc siendo iguales», bastaría abrir los ojos para comprobar su fal­
pío. encarcelar
ro eso a los
no sipnifica opositores
que políticos.
en otras culturas Poden.
sea lem't‘ P^r el' sedad. Sin embargo, la fase continúa así: «...en dignidad y en
cambio, con Raimon Panikkar”, que si k, riocíf^J ^^^Pta^' derechos». Estamos ante una afirmación ética, imposible de
humanos», tal como ha sido desarrollada oor f^ ^'deJ^
refutar con datos empíricos. Pero eso no basta para darla por
declaraciones, resulta demasiado «occideni^S ’hodf'^
buena. La pregunta que hacíamos antes sigue en pie: ¿Cómo
Clon en otras culturas requerirá auirá.! ''’ ini»^
podemos justificar que todos los hombres, a pesar de sus dife­
dama «equivalentes homeomorfos» m io^ °^hc.
rencias obvias —por razón de sexo, inteligencia, edad, etc.—,
‘Jdoniia en el hinduismo ’ Por e¡° 9íie
son iguales en dignidad y derechos?
Victoria Camps se pregunta: «Si hay acuerdo respecto a los
derechos, ¿qué importa el desacuerdo sobre su fundamenta-
ción?». Ella misma se da cuenta de la gravedad de una postu­
ra semejante, porque añade: «Soy consciente de que la pre­
Fundamento de los derechos humanos gunta que acabo de formular puede ser vista como una aberra­
ción filosófica aceptable sólo por adictos al emotívismo. Pese
Todos los humanistas coinciden en afirmar el valor único de la a lo cual, insisto en que la fundamentación no hace ninguna
persona humana. Recordemos, por ejemplo, la famosa semen, falta»”.
cia de Protagoras: «El hombre es la medida de todas las cosas> Sin embargo, ni el consenso es tan amplio como dice nues­
(pántón chréinátdnf'\ O aquello de Kant. «Todo en el mundo tra autora ni está garantizado que se conserve indefinidamen­
tiene un precio; sólo el hombre tiene una dignidad»”. Una5 te. Por ello no podemos coincidir con ella: fundamentar con­
vincentemente los derechos humanos tiene una importancia
fundamental. Otríi cosa es que quizás en un horizonte pura­
30. El Mundo. 6 de julio de 1991, p. 1. mente humanista sólo quepa poner de manifiesto las conse­
31. Panikkar, Raimon. «Is the Notion of Human Rights a Westen cuencias que se derivarían de aceptar, o bien de negar, el prin­
Concept?»; Imerculiure 17/82 (1984) 28-47. Cfr. también Vachon,
cipio de que cualquier ser humano tiene una dignidad absolu-
Robert, «Los derechos del hombre y el Dharma»; Los Estudios de Pro
Mundi Vita 16(1990) 4-8.
32. Protagoras, Acerca de la verdad (frag. 1). 34. Ibid., p. 84.
33. Kant, Immanuel, Fundamentación de la metafísica de las costumbres.
35. Camps, Victoria, Paradojas del individualismo, Crítica, Barcelona
Espasa-Calpe. Madrid I983\ p. 92. 1993, p. 52.

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. vu^reaudad 49
|,OS DERECHOS HUMANO.S

. On I 26-27 afirma que todo hombre, es decir, c


48 ■ su aM'«"' .ìfluier oim forma— en c|
Síón? cualquier mujer, es imagen suya.
La predicación de Jesú.s ^¡„juso pecador—
>rx at,s'’'“'Lva^«' „crib"’"^ miiibién lo sean, voy a
f*?'A piiei)“ ’^Luc esioy led^'^^loiógico de los derechos k,

W individuales-p;^ dúo líumano un valor eterno y una dignidad que has


r Í voiuniad y del poder ces no había tenido precedentes»’’.
'^'¡Ìl*"'‘!‘Senc>a- en Dios. Es ésta una noticia
? de la ' Xineifli*’^"'®.^,,« conto el Nuevo Testarne» De la teología de la encamación se deriva igualmente la
eminente dignidad de cualquier persona humana. Cuando se
e’‘<ayo‘f‘‘ri S sant 3,9) para hacemos caere„i, hizo hombre, el Hijo de Dios se unió al último ser humano,
'’fS,18;Cal’-‘ia,ributo irrenunciable aun para^ hasta el extremo de poder decirnos que «cuanto hicisteis a uno
de los hermanos míos mas pequeños, lo hicisteis conmigo»
Sre sin '^.^ló cómo fue creado el hombre, sab^ (Mt 25,40).
No es necesario dar más argumentos. Éstos bastan para
Desde que se . ladignidad del hombre es atropen, intuir que ser hombre —como decía Ziibiri— es casi, casi
mns*«tndoai«’P‘'‘ „ es imagen»’’. Se trata, de hecho, 4
«una manera finita de ser Dios»'“’. Juan Pablo ii escribió: «Ese
profundo estupor respecto al valor y a la dignidad del hombre
ana condusióM»^" enfatiza la gravedad del honú.
se llama Evangelio, es decir. Buena Nueva. Se llama también
En el libro del el hombre es imagen de Dios
cristianismo»'*'.
'**’'krtTde Santiago (3.9) se apoya en la condición dt
’'"oSSiu » Además, conviene notar que todo lo dicho hasta aquí hace
¡^10 que merece el hermano. éticamente injustificable cualquier privilegio de unos sobre
otros. En lo referente a los derechos humanos, no caben ore-
Hoy está coniúnmenK aceptado que la expresión «Imagen
somos iguales: «En Dios no
de Dios» proviene de la ideología monárquica difundida en el hay ^epcion de personas», dice una y otra vez la Biblia (Gal
Medio Otieme Antiguo, pero merece la pena llamar la atea
ción sobre el hecho de que en la religión egipcia sólo el fan-
onera «imagen viviente de Dios en la tierra»’^ A diferencia ífe
la religión egipcia, que sólo atribuía al rey la semejanza coi Col
" que el noble y el villano son’esencfok
36. tauBELWso. JosepM\/?eve/tó de Dios, salvación del hombr,
37 SS® ’979. p. 192. * 39.
e'ángeli^^ón LATINOAMERICANO, Pueblií
40.
306 (BAc, Madrid 1979 p 149T América Utina, 1 K'- (Vargas-Machu.
CfT. SCHMDT, WH nía; ? zt

41.

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realip**’

LOS DERECHOS H (MANOS 51


•.nn Juan Luis Vives
3„isia quien tiene a Dios^’
¡cuales- ‘^"’5 , [)erecho a la vida

.^cba: discriminación en los q Como era de esperar, lo primero que anuncia la Declaración
.oda fn""® Z va sea social o cultura), p, Universal es que «todo individuo tiene derecho a la vida^^ (an.
por lo de la social, engua o re^ 3). La vida no sólo es el bien má.s preciado, sino también el
tintinada por ser contraria al ,, primero de todo.s los derechos que pertenecen al individuo. Sin
embargo, este derecho se ha negado en muchas ocasiones. En
ciertos pueblos de la Antigüedad —como Lacedemonía—
eión. dej* ,an,o como otro hombre i
eran eliminados los niños que nacían con alguna deformidad.
íe Dios un hombre matar a Dios p,,,
En el antiguo derecho romano, la patria potesías concedía al
\ieizsche- Po^J , je la existencia. Rece,
cabeza de familia el derecho a disponer de la vida y de la
«bri'^^^oncejKión ^‘feitado; cuando Zaratustra de-,
muene (iiis vitae necisqae) de su mujer, de sus hijos y de sus
manieo^f “¡emuchas¡5 ¡ocura de acudir ai esclavos. La Ley de la.s Doce Tablas, promulgada en Roma el
Tnae los hombros, co populacho: «Todos so
año 451 a.C., «permitía al acreedor apoderarse de la persona
hito donde oyoe^^ g otro, ¡ante Dios todo
de su deudor cuando éste era insolvente, encerrarlo en su casa
y, después de haberlo expuesto en tres mercados sucesivos
para que se presentase una fianza, venderlo como esclavo má.s
allá del Tíber. Si no hallaba comprador, tenía derecho a matar­
lo. La ley lo había previsto todo. Si existían vario.s acreedores,
podían repartirse el cadáver»"^. En la Antigüedad se planteó
también la cuestión de si er¿i legítimo dar muerte a los mons­
Derechos humanos concretos
truos. Se consideraba enlonce.s que eran el fnilo de las relacio­
„.n,ir a continuación unos cuanlos derech» nes entre dos seres de especies distintas, y mucha.s mujeres,
Vamos a comem exhaustivo, porque tengt acusada.s de crimen de supuesta bestialidad, fueron qucmada.s
pSXÍmaío íue hacía Oscar Wilde de uno de »
vivas.
Saies- «Como lodos los que intentan agotar un tema, ago Todo eso, afortunadamente, pertenece ya al pasado, pero
liba él a sus oyentes»”; pero trataré de mencionar lo.s que raí en nuestros días sigue viva la polémica relativa a la pena de
parecen más importantes. muerte.
Durante sigio.s ha sido una práctica habitual, convertida
incluso en espectáculo. En el imperio romano, por ejemplo,
una de las formas que adoptó consistía en hacer representar al
42. CoRTS, José. «La dignidad humana en Juan Luis Vives»: Archivoá condenado el papel de Orfeo tañendo la lira, mientras se lan­
Derecho Público (Universidad de Granada, 1950) 73ss. zaban sobre él oso.s que lo hacían trizas, lo que excitaba el fre­
43. Concilio Vaticano ii, Gaudiutn el Spes, 29 b ( Once grandes mensüja nesí del público.
p. 415).
Todavía hoy existe la pena capital (en 1996 fueron conde-
pane IV, «Del horabi
^600° '• 3, Prestigio, Buenos Aires 1976 nada.s a muerte más de 7.000 personas en todo el mundo, y eje-

Madrid 197^'.p'lorian Cray (Obras Completas, Agüita 46. Marquiset, Jean, Los derechos naturales, Oikos-Tau, Barcelona 1971,
n. 16.

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LOS DERECHOS HUMANOS 53
I«"
„„•ido en China S.SQq
abiend^^insibilidod predominaJ niie tire la primera piedra». Con oirás palabras: nadie tiene
derecho a quitar la vida a otra persona, porque, de hecho, lodos
S '“"’Carla- En una novel^J
somos pecadores.
O presa así su asombro 4
San Agustín, que como se sabe fue de los primeros en re­
ha sido ejecutado. conocer al Estado el derecho de hacer la guerra y en permitir
a los cristianos participar en ella, intercedió repetidas veces
ante las autoridades civiles para que no pronunciaran ninguna
ion*’.' c COITO c‘’j-cabe sentencia de muerte. A finales del 411 escribía a Apringio en
leng^^' estos términos: «Si no hubiese otro recurso para frenar la mali­
cia de los malhechores, quizá pudiésemos vernos en la extre­
ma necesidad de darles la muerte. Por lo que a mí toca, aun en
ese caso preferiría dejarlos libres, si ningún otro castigo podía
imponerles. I.».] Pero en el caso presente hay otro recurso para
que quede patente la mansedumbre de la Iglesia y se corte la
Cn’.a B* "foTror '>1 audacia de los temerarios y crueles. ¿Por qué no has de incli­
narte a la parte más blanda y a la sentencia más benigna, pues
puedes hacerlo aun en causas no eclesiásticas? Teme, pues,
ca la doble ^Cnando de la misma a los delincuente, conmigo el juicio de Dios Padre y rivaliza en bondad con
egeralasoeiedad.^'" p^dio de ti» leemos en los malos. Ellos, con crueldad criminal, arrancan los miem­
«A^íexiliparas"’“ “ 21,21; 24,7); en segundo lugar, pr, bros de un cuerpo vivo; haz tú con una obra de misericor­
libro del Deuteronomio t escarmentara al enterarse» dia que conserven íntegros esos miembros que emplearon para
venir la delincienci^^^.^ (21,21). Eran muchos los dei; sus criminales acciones, y que los empleen en alguna obra de
utilidad»**’.
dice también el oeu en,re otros: el asesinan
¡ExS el Xuestm (Ex 21,16): el adulterio (Lev 20,10. Igualmente escribe a Marcelino, el juez que debía juzgar a
í o^n. 92 23-24)- el ejercicio pervertido de la sexualidad unos donatistas acusados de asesinar a un sacerdote católico y
Sv 18 22; 20,13), bestialidad (Lev 20,15-16); mutilar a otro: «No queremos que los padecimientos de los
too (Lev 20,11-20)-; la profanación del sábado (Nun siervos de Dios sean castigados con la pena de muerte, como
1539-36- Ex 31,14); la blasfemia (Lev 24,14-16; cfr. M, si se aplicara la ley del talión. Con esto no impedimos que se
26^65-66); la idolatría (Ex 22,19; Dt 13,13-18; 17,2-7; 18,20); reprima la licencia criminal de esos malhechores. Queremos
los' delitos contra los padres (Ex 21,15.17; Dt 21,18-21); Ij que se conserven vivos y no se les mutile; que sea suficiente
una pena legal que les ayude a encontrar el buen camino, o
magia (Lev 20,27); etc. bien se les ocupe en alguna tarea útil, una vez apartados de sus
Con el tránsito del Antiguo al Nuevo Testamento cambió perversas acciones. También esto se llama condena, pero todos
todo. En el pasaje de la mujer adúltera (Jn 8,1 -11), Jesús abo­ entenderán que se trata de hacerles el bien más que de hacer­
lió la pena de muerte: «El que no tenga pecado —nos dice- les sufrir. [...] No satisfagas contra las atrocidades de los peca­
dores un apetito de venganza, sino más bien la intención de
47. £ÍPíiíj.6deabrildel997,p.6.
48. Asturias, Miguel Ángel, El Señor Presidente {Obras Completas, 1.1. 49. Agustín de Hipona, Cana 134, 4, en Obras Completas de San Agustín,
Aguilar, Madrid I968\p. 393). t. lia, BAC, Madrid 1987\ p. 93.

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reaUPAD

LOS DERECHOS HUMANOS 55


icie-«Te ruego que l;,pp
después'"Indes crímenes, no sea J bueno, como matar una bestia, pues peor es el hombre malo
que bestia y causa más daño, según afirma el Filósofo»'^.
La gran innuencia del Aquinate hizo que esta postura aca­
JJ S”. uacedouiO’ ‘I“"
bara imponiéndose en la teología posterior. Sin embargo, sus
-< expl'a’Sa» Agustín. «No es □ -iraumenios resultan humanos, demasiado humanos, y muy
-ns desP''^í.ínie‘'a“’ ,,os los crímenes, pero tg?' no'co cristianos. En nuestra opinión, la pena de muerte es cris­
tianamente inadmisible porque:
díal“-<|asr«'f, |¡oire:^“‘e perezca el vicioso
_ _ El criminal sigue siendo imagen de Dios.
“l’f'^iínipas''’'’ < qaerei’’‘’Ln „aiural es odi ar a los maig __ Condenar a muerte a un ser humano es arrogarse atri­
buciones divinas.
__ Con Jesús quedó superadti la ley del talión.
__ Condenar a muerte es tanto como afirmar que el con­
bres-1-J *’. bien? Exa denado carece de remedio y es incapaz de regenerarse.
H, respuestas que dio el año 85. — La pena de muerte es la única condena irreparable en
Dios» '■ r „ Nicolás I, e"...,0 ¡o.s búlgaros, recién con caso de en or.
0 "CÍ " ’* «pués de beber s¡d„ J
De hecho, el magisterio actual de la Iglesia la considera
a unas pr®" jj[jaiiisaiu> su luz. uo debéis tener yaj| una medida extrema de casi imposible justificación: respecto a
Dios (libaros por librar de la muerte n
la pena de muerte —ha escrito recientemente Juan Pablo n—
«hay, tanto en la Iglesia como en la sociedad civil, una ten­
sólo a los inocentes, ¡fes,aron a favor de la pena de dencia progresiva a pedir una aplicación muy limitada e inclu­
Sin embargo, otros «Si lucra nece. so su total abolición. [...] La medida y la calidad de la pena
mueue. entre e los cueipo humano la amputacióa deben ser valoradas y decididas atentamente, sin que se deba
sana para lo sajud ji está podrido y puede infi. llegar a la medida extrema de la eliminación del reo, salvo en
de algún miembro, p J sería laudable y saludable, casos de absoluta necesidad, es decir, cuando la defensa de la
clonar a los dem^.Ja r compara a toda la comu- sociedad no sea posible de otro modo. Hoy, sin embargo, gra­
Pues bien: cada ¡anjo, si un hombre es peli. cias a la organización cada vez más adecuada de la institución
Bk Xciedad va coipe por algún pecado, laudable penal, estos casos son ya muy raros, por no decir prácticamen­
A fSXÍl le quim la vi^da para la conservación del te inexistentes»”.

bien común». El artículo terminaba con estas durísimas pala- Por desgracia, a medida que se generalizan las posturas
bris- «Aunque matar al hombre que conserva su dignidad sea abolicionistas de la pena de muerte, la humanidad está per­
en sí malo, sin embargo matar al hombre pecador puede set diendo sensibilidad frente a otros dos atentados contra la vida
humana: el aborto y la eutanasia activa. Según la Encuesta

50. Id., Cana ¡33,1, en ibid, p. 87. 54. Tomás de Aquino, Sutnrna Theologica, 2-2, q. 64, a. 2 (Suma de Teo­
5]. Id., Cana 139,2, en ibid., p. 148. logía, t. 3, BAC, Madrid 1990, p. 531). El lector habrá observado, sin
52. Id., Cana ¡53,3 y 5, en ibid., pp. 406 y 408. duda, esa concepción holística de la sociedad de la que hablamos más
53. Nicolás i, Respuesta a los búlgaros, cap. 25 (Monumeuta Germanioi arriba.
Hisioríca, edidit Societas aperiendis fontihus rerum Gemianicanm 55. Juan Pablo ii, Evangelitim vitae, 56 (San Pablo, Madrid 1995 dd
inediiaevi, Epistolae selectae, t. 6, 1925, pp. 579ss). 10I-I02). ’
LOS DERECHOS HUMANOS 57
«oles justificamos

hecho sufrir, en lugar de una sola que le preparaba! Es una ¡dea


que hacer estremecerse a uno»’".
* , ¿«liente principio;
La Bruyere escribía hacia 1688 que la tortura «es un inven­
ido concebido; y eS to maravilloso y completamcnle seguro para perder a un ino­
ha cente de temperamento débil y salvar a un culpable que lo
quiera. Si negáramos J’i'
tiene robusto»^.

Artículo 9: «Nadie podrá ser arbitrariamente detenido, pre­


so ni desterrado». La Haheas corpus Act fue aprobada por el
rey de Inglaterra en 1679 y se trata de unas garantías procesa­
les tan eficaces que en los trescientos años transcurridos desde
délos
entonces no se ha podido encontrar nada mejor. Disponía que,
cuando un ciudadano inglés fuera detenido, debía notificárse­
le en un plazo de 24 horas el delito que se le imputaba; que,
excepto en el caso de crímenes muy graves, podía obtener su
libertad provisional bajo fianza; en tercer lugar, que el proce­
■„,pra veneración podríamos engL
sado, dentro de los veinte días siguientes a su arresto, debía
comparecer ante un jurado (de ahí el nombre: babeas corpus =
''tío el «*»** H sociación-). y se reivindicaron «presentación del cuerpo»), el cual, tras comprobar la existen­
barias b^« prensa, ¡t^ré a recordar lo que J
cia de los hechos, juzgaría si los cargos presentados eran sufi­
cientes para justificar la continuación del procedimiento; por
último, que todo funcionario policial, magistrado o carcelero
sobre ellos l3
que haya hecho caso omiso del babeas corpus, debía repara­
será sometido a torturas ni a penas,
ción a la víctima.
A«'‘"'‘’5' iíanos o degradantes». En Commenta
naios SetdesPeb^^^’ que escribió en 1766. Vo|. Artículo 13.1: «Toda persona tiene derecho a circular li­
ontras las torturas que se apicaban a lo, bremente y a elegir su residencia en el territorio de un Estado».
Qire se i"<l'?* Lón quería arrancarse. «La ley no los h, Hoy es opinión generalizada que la Declaración de las Nacio­
acusadosen la incertidumbre en que se estad; nes Unidas se quedó corta al limitar la libertad de residencia al
condenado aun, y jgfribie que el de la muenc interior del propio Estado. Fue Diógenes, en el siglo iv a.C.,
s“"" l¿ condena sino cuando se está seguro de que quien creó la palabra kosmopolítés («ciudadano del mundo»)
para indicar que, antes de ser ciudadano de un Estado y miem­
h Sen Ivnoro aún si eres culpable y te atormentaré par,
bro de tal o cual comunidad nacional, el individuo forma parte
S7sicrésinocente,noexpiarélas mil muertes quetehe
de la humanidad. El género humano es la sociedad más pri­
maria y natural del hombre. Por lo tanto, no está obligado a

56 ANDRÉS Oreo. Francisco, Los nuevos valores de los españoles. Españ¿ 58. Voltaire, Comentario sobre el libro «De los delitos y de las penas» por
en la Encuesta Europea de Valores, Fundación Santa María, Madri; un abogado de provincias (Beccaria, Cesare, De los delitos y de las
1991, p. 97. penas, con el comentario de Voltaire, Alianza, Madrid 1990", p. 136).
57. Juan Pablo ii, Cruzando el umbral de la esperanza. Plaza & Janes 59. Bruyère, Jean de la, Los caracteres, o las costumbres de este siglo,
Barcelona 1994, p. 201. Aguilar, Madrid 1944, p. 524.

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Y la
59
LOS DLHIX'HOS HUMANOS
.,.,dond^'’‘‘Ì''‘’-5’'’'’”> lili,
‘‘ierecho a amular librc,,^:; Concilio Vaticano ii. «la verdad no se impone de otra manera
q„e por la fuerza de la misma verdad»'".
Artículo 19: «Todo individuo tiene derecho a la libertad de
„ninión y de expresión; este derecho incluye el de no ser iim-
riera "‘r Ì" ‘''«'=IÌL iLado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir
inlórinaciones y opiniones y el de difundirlas, sm limitación
. niiisa'’“ Sigrac"”’ *,„„autor a los emigra,,,,; J
de fronteras, por cualquier medio de expresión». Sin duda, ca-
A
be hacer mal uso de este derecho, pero decía con mucha ra­
““ «ùccción especial (Jer 7,6; zón San Agustín: «córtese la lengua humana, porque hay quie­
nes blasfeman contra Dios. ¿Cómo habrá entonces quienes le
í «>»«1“ * d p«cbU' ««' IM ""sn„„
alaben?»*’.
Artículo 20.1: «Toda persona tiene derecho a la libertad
de reunión y de asociación pacíficas». Juan xxiii explicó muy
bien el fundamento de este derecho: «De la sociabilidad na­
tural de los hombres se deriva el derecho de reunión y de
asociación»*^
voso»”* Jc persecución, loda persona licn.

lottato^ inocea Derechos de la segunda generación


EldercclwJ« : '; derecho a un refugio seguro, para 1«
,e persegualo'^"'“ je refugio estraicgicaincnu Proiiio se vio que las primeras declaraciones de derechos
“ '^ure«n laCisjordania y tres en la Triutsjordania (cf, —como la de Virginia o la de la Revolución Francesa— reco­
? S liot 19,1-3). Naturalmente, ese derecho de asii, gían el pensamiento y los intereses de la burguesía. Las nuevas
iuSnaetón tiene obligación de ofrecer se aplica sólo a 1« libertades benciiciaban a los ricos, que eran los únicos que en
A idividuos que. siendo inocentes, son perseguidos, casi sien,. la práctica podían servirse de ellas.
pre por razones políticas (art. 14.2). Ptya los culpables existe,, Marx observaba que «ninguno de los llamados derechos
por el contrario, tratados de extradición. humanos va más allá del hombre egoísta, del hombre como
iniembio de la sociedad burguesa, es decir, del individuo re­
Artículo 18: «Toda persona tiene derecho a la libertad ik
plegado sobre sí mismo, su interés privado y su arbitrio priva­
pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho inclu­
do, y disociado de la comunidad»***.
ye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la
libertad de manifestar su religión o su creencia, individual,
colectivamente, tanto en público como en privado, por la ense­
ñanza, la práctica, el culto y la observa,Icia». ¿ó,no iíjo ,1 61. Concilio Vaticano ii, Humanae, 1 c {Concilio Vaticano II

62.
“ ísísasf- ,?S' ■- y «¿“¿risii;- ' '
»/c/íííykv. p. 217); Pablo 63.
Marx’'p. 216)
64.
Por eso a finales del siglo xix se empezó a reiv‘
secunda generación de derechos humanos, caracterií^^f ün»
la palabra «liberaciones». Fueron incluidos primem^Por
nos documentos de alcance nacional, como la Co
Política de los Estados Unidos Mexicanos de 1917
titución del Reich Alemán de 1919 (Constitución de \v
y figuran en la Declaración Universal de 1948: «Toda
tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le ase
como a su familia, la salud y el bienestar, y en especS’
mentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica^ í'
servicios sociales necesarios» (art. 25.1). Tiene también «h
cho a la educación. La educación debe ser gratuita, al m
en lo concerniente a la instrucción elemental y fundameS
La instrucción técnica y profesional habrá de ser generalizad '■
el acceso a los estudios superiores será igual para todos e’
función de los méritos respectivos» (art. 26.1). «Toda persona
tiene derecho al trabajo, a la libre elección de su trabajo, a con­
diciones equitativas y satisfactorias de trabajo y a la protección
contra el desempleo» (art. 23.1).
En general, el respeto a los derechos de la primera genera-
ción —es decir, los derechos civiles y políticos— sólo exige i
de la sociedad que no interfiera en la libertad de cada uno. Y
como eso no cuesta nada, el respeto de tales derechos no admi­
te excepciones ni gradaciones. En cambio, los derechos de la
segunda generación —es decir, los derechos sociales, econó­
micos y culturales— sí exigen disponer de abundantes medios
económicos y, por lo tanto, sólo podrán satisfacerse gradual­
mente. Cada comunidad política tendrá que estudiar en el
momento histórico que está viviendo hasta dónde puede com­
prometerse con sus ciudadanos en educación, sanidad, protec­
ción a los desempleados, etc.
Por eso los Pactos Internacionales de Derechos Humanos
aprobados en 1966 por las Naciones Unidas son dos, con sig­
nificativas diferencias de formulación. Mientras los firniane
del Pacto Internacional de Derechos Civiles y .
j_ en práctica
^Tuesta CU prdtLlCd inmediata»,
inillCUiaLa<<,
- derechos hayan sido violados
uerecnos nayan sioo vivía«-. pu
1 , ,
los---------- recurso ante los órganos competentes ¡jes, 1
los firmantes del Pacto Internacional de Derechos Socale
1

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LOS DERECHOS HUMANOS 61

Económicos y Culturales sólo se comprometen a «lograr


progresivamente» la plena efectividad de los derechos en él
reconocidos.

Derechos de la tercera generación

Aunque en sentido estricto el sujeto de los derechos humanos


es cada persona individual, por extensión las comunidades y
los pueblos —en cuanto formados por personas humanas—
son también titulares o sujetos de derechos fundamentales. Se
llama precisamente «derechos de la tercera generación» a los
que tienen como titulares a los pueblos e incluso a la humani­
dad entera. Entre ellos podemos mencionar:
* El derecho al desarrollo. Según la Declaración sobre el
derecho al desarrollo, adoptada el 4 de diciembre de 1986 por
las Naciones Unidas, todos los pueblos de la tierra tienen dere­
cho a disfrutar de los bienes y servicios que hoy están al alcan­
ce de la humanidad^\
* El derecho a un medio ambiente sano. El deterioro eco­
lógico supone un atentado contra los derechos del conjunto de
la humanidad a la calidad de vida, e incluso contra los dere­
chos de las futuras generaciones, a las que estamos privando
de materias primas y energías no renovables, aparte de obli­
garlas a cargar con montones de basura nuclear que manten­
drán niveles peligrosos de radioactividad hasta el año 3.000, y
en algunos casos hasta el 10.000. En el pasado, un pacto de
generaciones —que no estaba escrito en ningún sitio, pero
todo el mundo lo consideraba evidente— garantizó la supervi­
vencia de la humanidad. La generación actual está rompiendo
ese pacto, con consecuencias imprevisibles para el futuro.
* El derecho a la paz. Según el artículo primero de la De­
claración sobre el derecho de los pueblos a la paz, de 1984,
todos los habitantes de la tiena tienen un «derecho sagrado» a
nacer y a vivir en paz.

65. Como veremos en el capítulo titulado «Países ricos y países pobres», ya


en 1971 el Sínodo de los Obispos había utilizado la expresión Derecho
al Desarrollo.

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ENTRE LA UTOPÍA Y I.A REALIDAD
62

* El derecho a la autodeterminación. En su im
curso durame la 50“ Asamblea General de las
das, Juan Pablo ii lo planteó en estos términos-Ui¿'
sobre este derecho «ciertamente no es fácil, teniend
ta la dificultad de definir el concepto mismo de “n
Es, sin embargo, una reflexión improrrogable, si^^'^”’'J-i
evitar los errores del pasado y tender a un orden’mu r
Presupuesto de los demás derechos de una nación
mente su derecho a la existencia. 1...] Puede haber
cias históricas en las que agregaciones distintas de una
nía estatal sean incluso aconsejables, pero con la cond'^^'
que eso suceda en un clima de verdadera libertad
por el ejercicio de la autodeterminación de los pueblos?'*’*

* El derecho a la identidad cultural: los miembros de 1


minoría tienen derecho a que la mayoría no les imponga la a<
milación o un conformismo social, lingüístico o religioso en él
seno del Estado-nación'’’.
Muchos juristas consideran que los derechos englobados
bajo el nombre de «tercera generación» requieren todavía ulte­
riores precisiones: no resulta claro si sus titulares son los indi­
viduos, los pueblos o la humanidad toda; su contenido resulta

66. Juan Pablo «Discurso a la W Asamblea General^ N«»


Unidas» (Nueva York, 5 de octubre de hace pen­
de octubre de 1995) 1.576. En el Estado
sar espontáneamente en las reív indicactone ‘ & recordar aqu' e'
históricas, como Euskadi y Catalunya. Puede se , ^^^a opción
juicio que los obipos vascos han hecho sobre e p ,. acepta-
política a favor de la independencia de un pueb , ipaítima y,
ble. Pero no puede elevarse al rango de única opci
ello, necesaria. Son también aceptables otras
nalista o regionalista. En todas ellas los derechos cíe . con Ja
—el particular derecho de autogobierno— ht^n Elns^
solidaridad entre los pueblos, nacida de relaciones is
la violencia al servicio de una opción legítima, P^^^
justifica éticamente» (Obispos Vascos, Erradicar la
lando sus cnuscis, carta pastoral de 1985 [Al
Cartas pastorales v otros documentos conjuntos (C
Pamplona y Tudela, Bilbao, San Sebastián y Vitoria.
Bilbao 1993, p. 5331). ,eeionales o fl»*’
bJ. Sanmartí, Josep M., «La Carta Europea de lenguas reg
mañas»-, ««jó,, y fe 221 (1990) 424-431.

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LOS DERECHOS HUMANOS 63

excesivamente globalizador, y no se ve claro cómo unos dere­


chos semejantes podrían exigirse ante un tribunal; etc. Pero ya
hemos visto que tampoco los derechos de las dos primeras ge­
neraciones son homogéneos entre sí.

Hacia los derechos de la cuarta generación

Poca gente repara en que la Declaración que proclamaron so­


lemnemente las Naciones Unidas en 1948 no se titula «Decla­
ración Universal de los Derechos Humanos», sino «Declara­
ción Universal de Derechos Humanos». En ella no están todos
los derechos humanos, porque, como toda declaración, tiene
un valor relativo e histórico.
Ocune, por una parte, que un catálogo abstracto de dere­
chos sería ilimitado. Por eso se proclaman solamente aquellos
derechos que aquí y ahora precisan ser defendidos. Pero, ade­
más, ni siquiera conocemos todos los derechos humanos. Con
razón decía el P. Arrupe: «Está muy lejos de haber sido agota­
do todo lo que puede ser objeto de los derechos del hombre.
Del mismo modo que no sabemos cuál es el límite de las capa­
cidades físicas humanas, cuando vemos cómo se baten marcas
que se creía imposible superar, tampoco podemos fijar hasta
dónde puede llegar, con el tiempo, una conciencia moral desa­
rrollada y el sentimiento de la fraternidad y la igualdad cristia­
nas a la hora de definir qué es el derecho del hombre»“.

La Iglesia ante los derechos humanos

Podemos citar el ejemplo de cristianos y de grupos eclesiales


que nunca dejaron de tomar en serio la enseñanza de Jesús
sobre la dignidad sagrada de cualquier ser humano. Pero es
igualmente fácil traer a la memoria las abundantes desviacio­
nes ocurridas no sólo en la práctica —¡ahí está la Inquisi­
ción!—, sino también en la teología e incluso en el magisterio
de la Iglesia.

68. Arrufe, Pedro, Écrits pour évangéliser, Desclée de Brouwer, Paris


1985, p. 262.

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64 liNTHE LA utopía Y LA real,o,„

Durante el siglo xvi, por ejemplo, la reflev"


dereehos de los pueblos nativos de América Lati'^" ‘•'^’’f^li
en España a una renovación extraordinaria de la
tica, y se ha podido demostrar la dependencia de lo r
y juristas que en el siglo xviii dieron origen a la doctd
derechos del hombre respecto de los grandes teólogos”^
les del renacimiento.
Sin embargo, durante todo el siglo xix, y aún durante,
primera mitad de éste, la actitud mayoritaria entre los católj J
lile contraria a los derechos del hombre, especialmente 2
pecto a las libertades civiles y políticas. Aunque en meimj
escala, tampoco las iglesia.s protestantes lograron evitaríad¿
confianza frente al movimiento en favor de los derechos huma-
nos, de modo que para el protestantismo alemán se ha podidb
hablar de una «tradicional distancia de los derechos del hom-
bre>/’‘< También «la Iglesia ortodoxa, en particular la Iglesia
rusa, compartió en el siglo xix la desconfianza general déla
cristiandad agonizante ante la ideología de los derechos del
hombre nacida de la Revolución francesa»™.
Pío VI convocó un consistorio secreto en 1790 para anali­
zar la situación creada por la Revolución Francesa. Después,
en el breve Quod aliquantum —fechado el 10 de marzo de
1791 y dirigido al cardenal de la Rochefoucauld y a los obis­
pos miembros de la Constituyente—, condenó los derechos
fundamentales proclamados por la Declaración, argumentando
que tales derechos, insensatos e irrazonables en el plano natu­
ral, eran además contrarios a la ley divina: ¿Qué hay más con­
trario —se preguntaba— a los derechos del Dios Creador, que
limitó la libertad del hombre por la prohibición del mal, que
«esa libertad del pensamiento y del obrar que la asamblea
nacional concede al hombre social como un derecho im­
prescriptible?»”.

69. Cfr. el capítulo «Die traditionelle Distanz des Deutschen Protestantis­


mus zu den Menschenrechten», en W. Huber und H. E. Todt,
ensc leniechle, Perspektiven einer menschliden Welt, Sttutgart.
Berlin, 1977, pp. 45-55.
70. *Cri.stianismo y derechos del hombre. Visión de un
Pío VI Rrpv^ de Teología 22 (1983) 270.
71. , Breve Quod aliquantum (Zarandia, P., Colección de los Breves
i

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LOS DI'RIÍCIIOS HUMANOS 65

En 1832, Gregorio xvi condenó el indiferentismo como


«cenaaosa fnenlc» de la cual brota «aquella absurda y errónea
sentencia o, mejor dicho, locura, que afirma y defiende a loda
costa y para todos la libertad de conciencia». Se trata de un
«pestilente error» que abre camino a «la inmoderada libertad
de opiniones que, para ruina de la sociedad religiosa y de la
civil, se extiende cada día más por todas partes». Con ella se
relaciona —dijo— «la libertad de imprenta, nunca suficiente­
mente condenada»”. Unos año.s más tarde, en 1864, Pío ix
condenó —entre muchas más cosas— el sufragio universal, la
libertad religiosa y la libertad de pensamiento e imprenta”.
Teniendo en cuenta que más arriba pusimos de manifiesto
los apoyos que los diversos derechos humanos encuentran en
la Biblia y en la tradición de la Iglesia, resulta llamativa la
insensibilidad que mostraron los papas del pasado siglo frente
a ellos.
A la hora de enjuiciar estos datos, conviene no olvidar que
no fueron los papas del siglo xix los únicos que condenaron las
libertades propugnadas por las modernas declaraciones de los
derechos humanos y el liberalismo que las inspiraba. También
lo hizo Marx. En este momento no nos interesa analizar las
razones que llevaron al marxismo a adoptar una postura seme­
jante”, pero eso nos hace pensar que seguramente el contexto
de aquellas primeras Declaraciones no sería el mismo de hoy.
En efecto, sin pretender con ello justificar la postura de la
Iglesia del pasado siglo, debemos decir que las primeras rei­
vindicaciones de los derechos humanos estuvieron acompaña­
das de una profunda hostilidad contra todo lo religioso. La
misma Asamblea Nacional Francesa que promulgó la Decía-

e Instrucciones de Nuestro Sto. Padre el Papa Pío vi relativos a la


Revolución Francesa, Zaragoza 1829, t. 1, p. 149).
72. Gregorio xvi, Mirari vos (15 de agosto de 1832), nn. 10 y 11 (Colec­
ción de Encíclicas y Documentos Pontificios, t. I, Acción Católica
Española, Madrid 1967’, pp. 7-8).
73. Pío IX, Syilahus, 8 de diciembre de 1864 (Doctrina Pontificia, t. 2, BAC,
Madrid 1958, pp. 20-38).
74. Cfr. Eymar Alonso, Carlos, Líi revolución francesa y el marxismo
débil, Tecnos, Madrid 1989, pp. 176-235; Atienza, Manuel, Marx y los
derechos humanos, Mezquita, Madrid 1983.

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66
entre la utopía y la REALIOAO

ración de los Derechos del Hombre v del Ciudadano, en la que

(^art. 17), nacionalizó los bienes de la Iglesia, proclamo solem,


nemente la libertad religiosa (art 10) y a continuación j^ohi-
bio todas las órdenes y congregaciones religiosas; etc De
misma forma, Locke, que, íonio dijimos más arriba fue un
ferviente defensor de la libertad religiosa, seJa negó a los cató­
licos y a los ateos, porque, en su opinión, disolvían los funda­
mentos de la sociedad”.
Debemos lamentar que los pastores del siglo pasado no
supieran descubrir el trasfondo cristiano que tenían las decla­
raciones de derechos humanos, pero quizás la culpa no fue
sólo suya. Como hace notar Paul Valadier, los derechos huma­
nos se reivindicaban «ayer en un contexto liberal violenta­
mente hostil frente a la Iglesia y donde se promovía la libertad
de conciencia como un arma antirreligiosa, mientras que hoy
esa misma reivindicación ha perdido aquella agresividad li­
gada a una época, con lo que automáticamente cambia de
sentido»^®.
La Enseñanza Social de la Iglesia sólo muy lentamente fue
descubriendo los valores humanos y cristianos que contenían
esas declaraciones”. Fue León xni quien inició el deshielo,
pero sólo por lo que se refiere a los derechos económicos y
sociales, donde se puede considerar incluso un pionero. En la
Rerum novarum reivindicó para los trabajadores el derecho al
trabajo y a un salario justo, el derecho al debido descanso, la
protección de la mujer y de los niños en el mundo del trabajo,
el derecho de asociación, etc. En cambio, respecto a los dere­
chos civiles y políticos su actitud siguió siendo condenatoria:
«Es totalmente ilícito pedir, defender, conceder la libertad de
pensamiento, de imprenta, de enseñanza, de cultos, como otros
tantos derechos dados por la naturaleza al hombre»”.

75. Locke, John, Carta sobre la tolerancia, Tecnos, Madrid 1^


pp. 55-57. ^0
76. Valadier, Paul, La Iglesia en proceso. Sal Terrae, Santande
P- 182.
77. Ctr. Hamel, Edouard, «L’Église et les droits de l’homme. Jalons
toire»: Gregorianum 65 (1984) 271 -299. p I»

78. León xiii. Libertas praestantissimum, núm. 30 (Doctrina Loi


t. 2, BAC, Madrid 1958, p. 258).

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LOS DI-.KL.CIIOS HUMANOS 67

lúi Cíiinbio, en 1937 Pío xi aCii iiió yn (|iie <'el lioiiihre como
persona liene ilereelios recibidos de Dios, (|ne han de ser de-
fendiilos con Ira eiiak|uier alenlado de la comunidad que pre-
lentliese negarlos, abolirio.s o impedir sn ejercicio»’’'. <d)ios
- (.leeía— ha enriquecido al hombre con miílliple.s y variada.s
prerrogativas: el derecho a la vida y a la inlegridad corporal; el
derecho a los medios necesarios para sii existencia; el derecho
a tender a su último fin por el camino que Dio.s le ha señalado;
el derecho, finalmente, de asociación, de propiedad y del uso
de la propiedad»"".
Cinco años después, en el radiomensaje navideño de 1942,
Pío XII ofreció un esbozo de declaración de los derccho.s de la
persona: «El derecho a mantener y desarrollar la vida corporal,
intelectual y moral, y particularmente el derecho a una forma­
ción y educación religiosa; el derecho al culto de Dios privado
y público, incluida la acción caritativa religiosa; el derecho, en
principio, al matrimonio y a la consecución de su propio fin, el
derecho a la sociedad conyugal y doméstica; el derecho a tra­
bajar, como medio indispensable para el mantenimiento de la
vida familiar; el derecho a la libre elección de estado; por con­
siguiente, también del estado sacerdotal y religioso; el derecho
a un uso de los bienes materiales consciente de su.s deberes y
de las limitaciones sociales»"'.
Con estos precedentes cabría haber esperado que Pío xii
acogiera con satisfacción y esperanza la Declaración Universal
de los Derechos Humanos cuando se proclamó seis años des­
pués. Sorprendentemente, no fue así. Bollé —un buen conoce­
dor del tema— escribe; «En vano hemos intentado encontrar
una alusión explícita, favorable o no, en el magisterio de Pío
XII, durante todo su pontificado. Nuestra investigación ha sido
seria, aunque no exhaustiva»"^. El pertinaz silencio de Pío xii
sólo puede interpretarse como fruto de sus reservas frente a la
Declaración, seguramente por la ausencia en ella de cualquier

79, Pío XI, Mit brennender Sorf'e, 35 (Doctrina Pontificia, l, 2, pp,


658-659).
80. Pío XI, Divini redemptoris, 21 (Doctrina Pontificia, t. 2, p. 686).
81. Pío XII, Con sempre, 37 (Doctrina Pontificia, l. 2, p. 850).
82. Cit. eii Camacho, Ildefonso, Derecho.s ìntnianos: Una historia abierta,
Facullad de Teología, Granada 1994, p. 59.

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i

68 ENTRE LA UTOPÍA Y L/\ REALIPAP

. h contribución del
referencia a Dios. Nadie podrá negar que “ .^portante, pero
Papa Pacelli a los derechos humanos lue canii-
trabajó en paralelo a las instancias no todavía vi-
nos nunca llegaron a encontrarse, porque p^oderno y sus
vas las reservas de la Iglesia frente al niun
iniciativas.
r- rip luán xxin pura que
Fue necesario esperar al de buena volun-
la Iglesia se uniera a todos los demas ho encíclica Pacpm
,ad en la defensa de los dereeh^
dé¿:™d:i ho,nb“", Z: figura ya la libertad de expresión,
que tantas reservas suscitó en los papas de sig o pasa o. un-
que existen matices distintos y es también diferente la ordena­
ción de los derechos humanos en la Declai ación de las Nacio­
nes Unidas y en la Pacem in terris, sus contenidos son bastan­
te coincidentes. Quizás la diferencia más significativa sea que
la Declaración tiene una fundamentación eminentemente posi­
tiva, basada en el consenso de las naciones, mientras que la
Encíclica afirma que son exigencia de la naturaleza.
La Declaración Digniiatis humanae (1965), del Concilio
Vaticano ii, sobre la libertad religiosa representó igualmente
un progreso gigantesco con respecto al Syllabus (1864) de Pío
IX, que había condenado la siguiente proposición; «Todo hom­
bre es libre para abrazar y profesar la religión que juzgue ver­
dadera guiado por la luz de su razón»'*“’.
En Pablo vi y Juan Pablo ii el tema de los derechos huma-
mwrtP hTÏ k?‘"^Portancia extraordinaria. Tras la
mitrios 1p ^jetnplo, el patriarca ecuménico Di­
heraldo de^loTa ° «defensor de la dignidad humana,
discriminacionp hombre y de la supresión de las

83. Juan xxui, Pacem in terris, 11-27 (Once grana

84. Pío IX, Syilabiis, n. 15 (Doctrina pontificia, t. u ’


P-24). .... .'y RAC. QS hunaa’'®' ’
85. Cit. en Refoulé, François, «El papado y los dere
Conciíium 144 (1979) 97.

I
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LOS DERECHOS HUMANOS 69

A la vista de esta progresiva toma de conciencia, no debe­


ríamos tener reparo en reconocer que, «estimulada por la ma­
duración de la cultura civil moderna, la Iglesia ha enriquecido
la propia concepción integral de los derechos de la persona
humana»**.

Situación actual de lo.s derechos humanos

Decía Pablo vi que «los derechos humanos permanecen toda­


vía con frecuencia desconocidos, si no burlados, o su obser­
vancia es puramente formal»*’. Así es, en efecto. En Brasil se­
cuestran y posteriormente matan a los «niños de la calle», con
el fin de vender sus órganos para trasplantes**; en el Afganistán
de los talibanes se amputan las manos a los ladrones y se lapi­
da a los adúlteros*’; Israel mantiene en la cárcel desde hace
varios años a 21 libaneses inocentes, con vistas a un futuro in­
tercambio de prisioneros’"; en China, un hombre lleva encerra­
do más de cinco años en una jaula de hierro de apenas dos
metros cuadrados por haber agredido a un oficial de la poli­
cía”; en Estados Unidos se aplica continuamente la pena de
muerte; etc., etc.
Desde luego, sería imposible elaborar un inventario de las
violaciones de los derechos del hombre ocurridas desde que en
1948 se promulgó la Declaración de las Naciones Unidas. Se­
ría imposible, incluso, hacer el inventario de un solo día. Para
convencerse de ello basta echar cada mañana un vistazo al pe­
riódico; Ruanda, Bosnia... No hace mucho, decía Salima Ghe-
zali, directora del semanario argelino La Nación: «En mi país,
cada día que vivimos es una victoria ganada a la muerte»”.

86. Comisión Pontificia «Justitia et Pax», La Iglesia y los derechos del


hombre, n. 34 (Città del Vaticano, 1976^ p. 22).
87. Pablo vi, Octogésima adveniens, 23 (Once grandes mensajes, p. 508).
88. Cfr. El Mundo, 27 de marzo de 1991, p. 22.
89. Cfr. El País, 28 de febrero de 1998, p. 3 y 21 de junio de 1998, p. 12.
90. Cfr. El País, 6 de marzo de 1998, p. 7.
91. Cfr. El País, 30 de marzo de 1998, p. 10.
92. Ghezali, Salima, «No temer la investigación de una comisión interna­
cional»: Le Monde Diplomatique 28 (febrero 1998) 8.

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i-ntri- la ui'opía y la rpaliO'^
70
...-hos iHiiTianos no
Quizás no sea exagerado decir 9}^^ ,e han
respetan en ninguno de os países
cado la Declaración de 194«. ,p, ^-iquiera en los
Por desgracia no lalian las^violr^-^^, „,enos éstas pueden
„amados EMado.s de son contrarias a las leyes,
denunciarse más lacilmen e Mi ^er estruetu-
Lo peor es cuando las violaem e, chile de Pino,
ral —como en la Argcntn a 9 ocurrir que «todo el
chet—, porque entonces la sanción de
peso y el prestigio de la cy y opresivas— caigan
los tribunales derechos fundamentales e irre­
sobre quienes mtentairqi promoverlos o a con-
nunciables y sobre quienes
denar las violaciones» . , . , ,
..A d nensamos en los derechos de la segunda
’’‘"riTís evidente que falla todavía mucho para que las
generación «libres e iguales en dignidad y dere­
chos»" Una gran parte de la humanidad vive en la pobreza más

absoluta.
Como dice Juan Pablo n, «la nuestra es, sin duda, la época
en que más se ha escrito y hablado sobre el hombre, la época
de los humanismos y del antropocentrismo. Sin embargo,
paradójicamente, es también la época de las más hondas an­
gustias del hombre respecto de su identidad y destino, del re­
bajamiento del hombre a niveles antes insospechados, época
de valores humanos conculcados como jamás lo fueron
antes»’^

Pues bien, «mientras pueda violarse impunemente uno so­


lo de los derechos de uno solo de los hombres —dijo el direc­
tor general de la UNESCO en 1948—, la Declaración de las Na-

93. Cfr. Amnistìa Internacional, Informe ¡998. Un ano P


rotan, El País-Aguilar, Madrid 1998. , , y,orTibrc’*'
94. García, Matías, «Hacia una pastoral de los derechos
Proyección 23 ( 1976) 22. GeNER^^
95. Juan pablo ii. Discurso inaugural, 1.9 (111 en
Episcopado Latinoamericano, Puebla. La p. l5)-
sente y en el futuro de América Latina, BAC, Ma n

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LOS DERECHOS HUMANOS 71

clones Unidas nos acusará a todos de cobardía, de inacción, de


pereza, y nos recordará que carecemos del sentido común de
humanidad».

Derechos y deberes

Para un jurista resulta obvio que no puede haber derechos sin


los coiTespondientes deberes. Para el hombre de la calle, tam­
poco. Pero seguramente uno y otro están pensando en cosas
distintas. El hombre de la calle piensa que los derechos y los
deberes coexisten en la misma persona. Muchas personas
—especialmente si son de talante conservador—, en cuanto
oyen hablar de derechos humanos, dicen en seguida: «Hay que
hablar menos de los derechos y más de los deberes». Y no digo
que esto no contenga cierta verdad: la tendencia actual es a
convertirnos cada vez más en una sociedad de acreedores, sin
ningún deudor. La perspectiva del jurista, en cambio, es otra:
considera que cualquier derecho reconocido a una persona en­
traña un deber correlativo impuesto a todas las demás.
En realidad, ambas cosas son ciertas, y así lo recordó Juan
xxiii en la Pacem in terrís. Por una parte, afirma que los dere­
chos y los deberes son correlativos en el mismo individuo:
«Por ejemplo, al derecho del hombre a la existencia corres­
ponde el deber de conservarla; al derecho a un decoroso nivel
de vida, el deber de vivir con decoro; al derecho a buscar libre­
mente la verdad, el deber de buscarla cada día con mayor pro­
fundidad y amplitud»'^'’. Pero el Papa Juan hizo suya también la
perspectiva de los juristas al escribir: «A un determinado dere­
cho natural de cada hombre corresponde en los demás el deber
de reconocerlo y respetarlo»”. Así pues, cualquier declaración
de derechos humanos proclama simultáneamente nuestros
deberes hacia todos aquellos que han sido y son privados de
sus derechos.

96. Juan xxiii, Pacem in tenis, 29 (Once grandes mensajes, p. 218).


97. /WJ.,30(p.218).

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» I MRI I A I íTOI’ÍA y 1.a RI-.AI.IOAI)

Piistnnil <le los dcrvchos luiinanos

Mcileau-Ponty acusó a la Iglesia de no movili-zarse nad-


que cuando están en juego sus propios derechos o los d
ministros: «Nunca se ha visto a la Iglesia lomar partido
un gobierno legal por la sola razón de que fuera in’
tomar posición en favor de una revolución por la soba
que fuera justa. Y. por el contrario, se la ha visto fav
rcbekies porque protegían sus tabernáculos, sus
su.s bienes»“*. Nunca debería haber dado pie parji un
ción semejante. «La sangre de los profetas y de los^
tiene exactamente la misma significación que «la de t
asesinados sobre la tierra» (cfr. Ap 18,24). 'os
Por eso, superadas ya las reservas que recordábam
arriba, la Iglesia considera hoy que «la promoción de 1
dios humanos es requerida por el Evangelio y es cent^^
ministerio» . Es una tarea que se lleva a cabo med'
acciones complementarias; el anuncio de los derechoTh^
no.s y la denuncia de las violaciones que tengan lugar
Por lo que al anuncio se refiere, sería conveniente o
nizar todos los años campañas educativas sobre los der
humanos, con material adecuado de propaganda, tales^^^"°^
octavillas, manifiestos, carteles, pancartas, matedales a2
visuales, ciclos de conferencias, homilías y liturgias de li
palabra.
Por desgracia, la experiencia pone de manifiesto que en la
mayoría de los casos el anuncio no basta, y es necesario recu­
rrir a denuncias concretas en las que se condene tanto la agre­
sión como al agresor. La Iglesia deberá proceder así especial-
inenle cuando las personas cuyos derechos fundamentales son
violados no están en condiciones de defenderse por sí mismas.

98. Merleau-Ponty, Maurice, Sentido y sentido. Península, Barce


1977, p. 265. insltiim«’
99. Mensaje del Papa y los Padres Sinodales acerca de zny el
/IOS y la reconciliación (Sínodo 1974, ace, Madrid 197 , P' la
Sínodo de 1971 había dicho que «su misión implica .gij persa-
promoción de la dignidad y de los derechos fundamenia e
na humana» (Sínodo de los Obispos 1971, La jnstici
11-2 IDocí/nienZos, Sígueme, Salamanca 1972, p-

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LOS DERECHOS HUMANOS 73

Pensemos, por ejemplo, en la.s minona,s étnicas, emigrantes,


etc. Para eso ha creado incluso una organización específica:
«Justicia y Paz»""’. En la historia de los pueblos existen a me­
nudo circunstancias difíciles en las cuales sólo la voz de la
Iglesia puede alzarse con alguna libertad.
Frecuentemente, quienes se comprometen en la defensa de
los derechos humanos serán objeto de persecuciones, que en
muchos países puede ser cruenta. «Es muy esperanzador el
constatar que la Iglesia y tantos cristianos, sacerdotes y reli­
giosos, no sufren esa persecución [en América Latina] por
defender sus propios derechos. Son perseguidos, torturados
y asesinados por defender los derechos de los más pobres y
oprimidos»'“'.

Los derechos humanos en la Iglesia

Naturalmente, la pastoral de los derechos humanos debe


comenzar por exigirlos en el interior de la Iglesia misma,
como afirmó el Sínodo de 1971: derecho de quienes trabajan
al servicio de la Iglesia a recibir los medios suficientes para la
propia subsistencia y disfrutar de los seguros sociales que sean
usuales en cada nación; derecho a una conveniente libertad de
expresión y de pensamiento; derecho de los imputados en un
procedimiento judicial a saber quiénes son sus acusadores, así
como a una conveniente defensa, etc. «Si la Iglesia debe dar un
testimonio de justicia, ella reconoce que cualquiera que pre­
tenda hablar de justicia a los hombres debe ser él mismo justo
a los ojos de los demás»'®-.

100. Conferencia Episcopal Española, «Estatutos de la Comisión General


“Justicia y Paz”», art. 5 a: Iglesia Viva 86 (1980) 212.
101. IRIARTE, Gregorio, «Nuevos desafíos de los derechos humanos a la fe»:
Vida Religiosa 66 (1989) 98.
102.SÍNODO DE LOS OBISPOS 1971, La justicia en el mundo, 111-1 {Do­
cumentos, Sígueme, Salamanca 1972, pp. 68-71), Un análisis sincero
de la situación de los derechos humanos en la Iglesia fue el documento
de estudio elaborado por la Comisión flamenca de «Justicia y Paz» de
Bélgica para la reunión de Comisiones europeas de «Justicia y Paz» que
se celebró en Suiza en octubre de 1986 (traducción castellana; Dere­
chos humanos en la Iglesia, Comisión General «Justicia y Paz»,
Madrid 1986).

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