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Resurrección
Resurrección
Si Jesús hubiera tenido presente un juicio que podría resultar en vida al hablar de una resurrección de juicio,
no habría habido ningún contraste entre esta y la “resurrección de vida”. Por lo tanto, el contexto indica que
por “juicio” Jesús se refería a un juicio con sentencia condenatoria.
Los “muertos” que oyeron hablar a Jesús cuando estuvo en la Tierra. Cuando examinamos las palabras
de Jesús, notamos que algunos de los “muertos” estaban escuchando su voz mientras hablaba. Pedro usó un
lenguaje similar cuando dijo: “De hecho, con este propósito las buenas nuevas fueron declaradas también a
los muertos,para que fueran juzgados en cuanto a la carne desde el punto de vista de los hombres, pero
vivieran en cuanto al espíritu desde el punto de vista de Dios”. (1Pe 4:6.) Esto es así porque los que
escuchaban a Cristo estaban ‘muertos en ofensas y pecados’ antes de oírle, pero empezarían a ‘vivir’
espiritualmente al ejercer fe en las buenas nuevas. (Ef 2:1; compárese con Mt 8:22; 1Ti 5:6.)
Juan 5:29 se refiere al fin de un período de juicio. Para comprender bien en qué momento se sitúan la
‘resurrección de vida y la resurrección de juicio’ de que habló Jesús, es muy importante recordar lo que dijo un
poco antes en ese mismo contexto respecto a los que vivían entonces y que estaban muertos espiritualmente
(como se explica en el subtema ‘Pasar de muerte a vida’). Dijo: “La hora viene, y ahora es, cuando los
muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que hayan hecho caso [literalmente, “los que hayan oído”] vivirán”.
(Jn 5:25, Int.) Esto indica que no hablaba de los que oyeran audiblemente su voz, sino, más bien, de ‘los que
habían oído’, es decir, los que después de oír, aceptaron como verdad lo que habían oído. Los términos “oír” y
“escuchar” se usan con mucha frecuencia en la Biblia con el significado de “hacer caso” u “obedecer”. (Véase
OBEDIENCIA.) Los que resulten ser obedientes vivirán. (Compárese con el uso del mismo término griego
[a·kóu·ō], “oír” o “escuchar”, como en Jn 6:60; 8:43, 47;10:3, 27.) No se les juzga teniendo en cuenta lo que
hicieron antes de oír su voz, sino lo que hicieron después de oírla.
Por lo tanto, cuando Jesús habló de “los que hicieron cosas buenas” y de “los que practicaron cosas viles”, se
debía estar colocando al final del período de juicio, como si mirase atrás en retrospección o en repaso de las
acciones de estos resucitados despuésde tener la oportunidad de obedecer o desobedecer las “cosas escritas
en los rollos”. Solo al final del período de juicio se demostraría quién había hecho bien o mal. El resultado para
“los que hicieron cosas buenas” (según las “cosas escritas en los rollos”) sería la recompensa de vida; para
“los que practicaron cosas viles”, un juicio con sentencia condenatoria. De modo que la resurrección habría
resultado ser de vida o de condenación.
En la Biblia es frecuente hablar de cosas como si ya se hubieran cumplido, verlas retrospectivamente, desde
la óptica de su realización. No en vano Dios es “Aquel que declara desde el principio el final, y desde hace
mucho las cosas que no se han hecho”. (Isa 46:10.) Así lo hace Judas cuando dice sobre ciertos hombres que
se habían introducido en la congregación: “¡Ay de ellos, porque han ido en la senda de Caín, y por la paga se
han precipitado en el curso erróneo de Balaam, y han perecido [literalmente, “se destruyeron”] en el habla
rebelde de Coré!”. (Jud 11.) Algunas profecías emplean lenguaje similar. (Compárese con Isa
40:1, 2; 46:1; Jer 48:1-4.)
Por consiguiente, en Juan 5:29 no se hace referencia al mismo asunto que en Hechos 24:15, donde Pablo
habla de la resurrección de ‘justos y de injustos’. Pablo alude claramente a los que han tenido una posición
justa o injusta delante de Dios durante esta vida, y que serán resucitados. Ellos son “los que están en las
tumbas conmemorativas”. (Jn 5:28; véase TUMBA CONMEMORATIVA.) En Juan 5:29, Jesús habla de esas
personas después que salen de las tumbas conmemorativas y después que, por su proceder durante el
reinado de Yeshúa el Ungido y sus reyes y sacerdotes asociados, hayan resultado ser obedientes, con la
“vida” eterna como recompensa, o desobedientes y, por lo tanto, merecedores de “juicio [de condenación]” de
parte de Dios.
La recuperación del alma del Seol. El rey David de Israel escribió: “Preveía al Señor delante de mí
continuamente; porque está a mi diestra, para que yo no sea conmovido [...] y además también mi carne
residirá en esperanza. Porque no dejarás mi alma en el Hades, ni permitirás que tu Santo vea la corrupción”.
(Sl 15:8-11, LXX [Sl 16:8-11 NM].) En el día del Pentecostés del año 33 E.C., el apóstol Pedro aplicó este
salmo a Yeshúa el Ungido cuando explicó a los judíos la verdad sobre su resurrección. (Hch 2:25-31.) Por
consiguiente, tanto las Escrituras Hebreas como las Griegas muestran que el “alma” de Yeshúa el Ungido
resucitó. Fue “muerto en la carne, pero hecho vivo en el espíritu”. (1Pe 3:18.) “Carne y sangre no pueden
heredar el reino de Dios” (1Co 15:50), lo que también excluye carne y huesos, que no tienen vida a menos
que tengan sangre. Esto se debe a que en ella está el “alma”, es decir, que es necesaria para la vida de la
criatura carnal. (Gé 9:4.)
Las Escrituras muestran sin ambages que no hay un “alma inmaterial” separada y distinta del cuerpo. El alma
muere cuando muere el cuerpo. Hasta de Yeshúa el Ungido está escrito que “derramó su alma hasta la
mismísima muerte”. Su alma estaba en el Seol. Él no existía como alma o persona durante ese tiempo. (Isa
53:12; Hch 2:27; compárese con Eze 18:4; véase ALMA.) Por consiguiente, en la resurrección no se efectúa
ninguna unión entre alma y cuerpo. Sin embargo, la persona ha de tener un cuerpo, sea espiritual o terrestre,
pues todas las personas, tanto celestiales como terrestres, poseen un cuerpo. Para que vuelva a ser una
persona, el que ha muerto debe tener un cuerpo, sea físico o espiritual. La Biblia dice: “Si hay cuerpo físico,
también lo hay espiritual”. (1Co 15:44.)
Pero, ¿vuelven a juntarse las células del cuerpo anterior en la resurrección? ¿Es acaso una reproducción
exacta del cuerpo anterior, hecho precisamente tal como era cuando la persona murió? Las Escrituras
responden de manera negativa cuando hablan de la resurrección de los hermanos ungidos de Cristo: “No
obstante, alguien dirá: ‘¿Cómo han de ser levantados los muertos? Sí, ¿con qué clase de cuerpo vienen?’.
¡Persona irrazonable! Lo que siembras no es vivificado a menos que primero muera; y en cuanto a lo que
siembras, no siembras el cuerpo que se desarrollará, sino un grano desnudo, sea de trigo o cualquiera de los
demás; pero Dios le da un cuerpo así como le ha agradado, y a cada una de las semillas su propio cuerpo”.
(1Co 15:35-38.)
Los que alcanzan la herencia celestial reciben un cuerpo espiritual, pues Dios se complace en que tengan
cuerpos que correspondan al ámbito celestial. Pero ¿qué cuerpo reciben aquellos a quienes Yahveh se deleita
en dar una resurrección terrestre? No podría ser el mismo cuerpo, con exactamente los mismos átomos.
Cuando una persona muere y es enterrada, el proceso de descomposición convierte el cuerpo en elementos
químicos orgánicos que la vegetación absorbe. Cabe la posibilidad de que otras personas coman de esa
vegetación, de modo que los elementos, los átomos de la persona muerta, pueden estar en otras muchas
personas. Es obvio que cuando se produzca la resurrección, esos mismos átomos no podrán estar en la
persona resucitada y en todas las demás al mismo tiempo.
El cuerpo resucitado tampoco tiene por qué ser una copia exacta del cuerpo al momento de la muerte. Si el
cuerpo de una persona antes de morir estaba mutilado, ¿volverá de la misma manera? Sería irrazonable,
porque pudiera darse el caso de que no estuviera ni siquiera en condición de oír y hacer “las cosas escritas en
los rollos”. (Rev 20:12.) Digamos que una persona murió por haberse desangrado. ¿Volverá sin sangre? No,
porque no podría vivir con un cuerpo humano sin sangre. (Le 17:11, 14.) Más bien, recibirá un cuerpo del
agrado de Dios. Como la voluntad y el gusto de Dios es que la persona resucitada obedezca las “cosas
escritas en los rollos”, deberá tener un cuerpo sano, que posea todas sus facultades. (Jesús resucitó a Lázaro
con un cuerpo entero y sano, aunque ya había empezado a descomponerse; Jn 11:39.) De esta manera, toda
persona podrá ser considerada, debida y justamente, responsable de sus hechos durante el período de juicio.
Sin embargo, no será perfecto en el momento en que se le resucite, pues tendrá que ejercer fe en el sacrificio
de rescate de Cristo y recibir los servicios sacerdotales de Cristo y su “sacerdocio real”. (1Pe 2:9; Rev
5:10; 20:6.)
‘Pasar de muerte a vida.’ Jesús habló de los que ‘tienen vida eterna’ porque oyen sus palabras con fe y
obediencia y creen en el Padre que le envió. Dijo en cuanto a cada uno de ellos: “No entra en juicio, sino que
ha pasado de la muerte a la vida. Muy verdaderamente les digo: La hora viene, y ahora es, cuando los
muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que hayan hecho caso vivirán”. (Jn 5:24, 25.)
Los que han ‘pasado de la muerte a la vida ahora’ no son los que habían muerto literalmente y estaban en las
sepulturas. Cuando Jesús dijo estas palabras, toda la humanidad estaba condenada a muerte ante Dios el
Juez de todos. Por lo tanto, Jesús se refería a personas que estaban muertas en sentido espiritual, a la clase
de muertos espirituales que debió tener presente cuando dijo al judío que quería ir primero a su casa a
enterrar a su padre: “Continúa siguiéndome, y deja que los muertos entierren a sus muertos”. (Mt 8:21, 22.)
Los que se han hecho cristianos verdaderos se encontraron en un tiempo entre las personas del mundo que
estaban muertas espiritualmente. El apóstol Pablo recordó a la congregación este hecho, diciendo: “A ustedes
Dios los vivificó aunque estaban muertos en sus ofensas y pecados, en los cuales en un tiempo anduvieron
conforme al sistema de cosas de este mundo [...]. Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor
con que nos amó, nos vivificó junto con el Cristo, aun cuando estábamos muertos en ofensas —por bondad
inmerecida han sido salvados ustedes— y nos levantó juntos y nos sentó juntos en los lugares celestiales en
unión con Cristo Jesús”. (Ef 2:1, 2, 4-6.)
De modo que Yahveh retiró su condenación debido a que ya no andaban en ofensas y pecados contra Dios y
por su fe en Cristo. Los levantó de la muerte espiritual y les dio la esperanza de vida eterna. (1Pe 4:3-6.) El
apóstol Juan describe este cambio de muerte en ofensas y pecados a vida espiritual con estas palabras: “No
se maravillen, hermanos, de que el mundo los odie. Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida,
porque amamos a los hermanos”. (1Jn 3:13, 14.)
Una bondad inmerecida de parte de Dios. La provisión de la resurrección para la humanidad es realmente
una bondad inmerecida de Dios, pues Él no estaba obligado a suministrarla. Su amor al mundo de la
humanidad le impulsó a dar a su Hijo unigénito a fin de que millones de personas —es más: miles de millones
que han muerto sin tener un verdadero conocimiento de Dios— pudieran recibir la oportunidad de conocerle y
amarle, y a fin de que los que le aman y le sirven puedan tener esta esperanza e incentivo para aguantar con
fidelidad, incluso hasta la muerte. (Jn 3:16.) Con el fin de consolar a sus compañeros cristianos con la
esperanza de la resurrección, el apóstol Pablo escribió a la congregación de Tesalónica sobre los que habían
muerto con la esperanza de una resurrección celestial: “Además, hermanos, no queremos que estén en
ignorancia respecto a los que están durmiendo en la muerte; para que no se apesadumbren ustedes como lo
hacen también los demás que no tienen esperanza. Porque si nuestra fe es que Jesús murió y volvió a
levantarse, así, también, a los que se han dormido en la muerte mediante Jesús, Dios los traerá con él.” ( 1Te
4:13, 14.)
De igual manera, los cristianos no deben apesadumbrarse, como les ocurre a los que no tienen esperanza,
por aquellas personas fieles a Dios que han muerto con la esperanza de vivir en la Tierra durante Su Reino
mesiánico o por los que han muerto sin haber conocido a Dios. Cuando se abra el Seol (Hades), saldrán todos
los que estén allí. La Biblia menciona a muchos de los que allí se encuentran, entre ellos gente de los
antiguos Egipto, Asiria, Elam, Mesec, Tubal, Edom y Sidón. (Eze 32:18-31.) Jesús indicó que al menos
algunas personas impenitentes de Betsaida, Corazín y Capernaum estarán presentes en el Día de Juicio.
Aunque su actitud anterior hará muy difícil que se arrepientan, se les dará la oportunidad de hacerlo. (Mt
11:20-24; Lu 10:13-15.)
El rescate se aplicará a todos aquellos por los que se ha pagado. La grandeza y generosidad del amor y
la bondad inmerecida de Dios al dar a su Hijo para que ‘todo el que crea en él tenga vida’ no permite una
aplicación limitada del rescate solo a los que Dios escoge para el llamamiento celestial. (Jn 3:16.) De hecho,
el sacrificio de rescate de Yeshúa el Ungido no sería completo si únicamente beneficiase a los que pasan a
ser miembros del Reino de los cielos. No cumpliría todo el propósito para el que Dios lo ha provisto, pues Él
se propuso que el Reino tuviera súbditos terrestres. Yeshúa el Ungido no solo es el Sumo Sacerdote de los
sacerdotes que están con él, sino del mundo de la humanidad que vivirá cuando sus asociados también
gobiernen con él como reyes y sacerdotes. (Rev 20:4, 6.) Él “ha sido probado en todo sentido igual que
nosotros [sus hermanos espirituales], pero sin pecado”. Por consiguiente, puede condolerse de las debilidades
de las personas que se esfuerzan a conciencia por servir a Dios; y a sus reyes y sacerdotes asociados se les
ha probado de la misma manera. (Heb 4:15, 16; 1Pe 4:12, 13.) ¿A favor de quiénes podrían ser sacerdotes, si
no fuera a favor de la humanidad, entre la que se cuenta a los que serán resucitados durante el reinado y
juicio de mil años?
Los siervos de Dios han esperado ansiosos el día de la resurrección. En el planteamiento de sus propósitos,
Dios ha fijado el tiempo exacto para ello, cuando su sabiduría y gran paciencia serán completamente
vindicadas. (Ec 3:1-8.) Tanto Dios como su Hijo pueden y desean efectuar la resurrección y la completarán en
ese tiempo fijado.
Yahveh espera gozoso la resurrección. Yahveh y su Hijo deben esperar con gran gozo la completa
realización de esa obra. Jesús mostró esta disposición y deseo cuando un leproso le suplicó: “‘Si tan solo
quieres, puedes limpiarme.’ Con esto, él se enterneció, y extendió la mano y lo tocó, y le dijo: ‘Quiero. Sé
limpio’. E inmediatamente la lepra desapareció de él, y quedó limpio”. Este conmovedor incidente, que
demuestra la bondad y el amor de Cristo a la humanidad, se registró en tres evangelios. (Mr 1:40-42; Mt
8:2, 3;Lu 5:12, 13.) Y sobre el amor de Dios a la humanidad y su deseo de ayudarla, el fiel Job reflexionó: “Si
un hombre físicamente capacitado muere, ¿puede volver a vivir? [...] Tú llamarás, y yo mismo te responderé.
Por la obra de tus manos sentirás anhelo”. (Job 14: 14, 15.)
Algunos no serán resucitados. Aunque es verdad que el sacrificio de rescate de Cristo se ofreció para
beneficio de toda la humanidad, Jesús indicó que su verdadera aplicación estaría limitada. Dijo: “Así como el
Hijo del hombre no vino para que se le ministrara, sino para ministrar y para dar su alma en rescate en cambio
por muchos”. (Mt 20:28.) Yahveh Dios tiene el derecho de negarse a aceptar un rescate a favor de cualquiera
que no considere merecedor. El rescate de Cristo cubre los pecados cometidos como consecuencia de la
herencia pecaminosa de Adán; pero una persona puede añadir a esos pecados un proceder de pecado
deliberado y voluntario, en cuyo caso su muerte se debería a ese proceder que el rescate no cubre.
El pecado contra el espíritu santo. Yeshúa el Ungido dijo que el que peque contra el espíritu santo
no tendrá perdón ni en este sistema de cosas ni en el venidero. (Mt 12:31, 32.) La persona que, según el juicio
de Dios, peque contra el espíritu santo en este sistema de cosas no obtendría ningún beneficio de resucitar,
pues como es imposible que se le perdonen los pecados, tal resurrección resultaría inútil. Jesús dictó
sentencia en el caso de Judas Iscariote al llamarle “el hijo de destrucción”. A él no le aplicará el rescate, de
modo que no resucitará, pues su destrucción es una sentencia establecida judicialmente. (Jn 17:12.)
Yeshúa el Ungido dijo a sus opositores, los líderes religiosos judíos: “¿Cómo habrán de huir del juicio del
Gehena [un símbolo de destrucción eterna]?”. (Mt 23:33; véase GEHENA.) Sus palabras indican que si no se
volvían a Dios antes de morir, recibirían un juicio final adverso. La resurrección no tendría sentido para ellos,
pues no les serviría de nada. Ese también parece ser el caso del “hombre del desafuero”. (2Te 2:3, 8; véase
HOMBRE DEL DESAFUERO.)
Pablo dice que los que han conocido la verdad, han sido partícipes del espíritu santo y luego han apostatado,
han caído en un estado del que es imposible “revivificarlos otra vez al arrepentimiento, porque de nuevo fijan
en un madero al Hijo de Dios para sí mismos y lo exponen a vergüenza pública”. El rescate ya no puede
ayudarlos; por esa razón, no serán resucitados. El apóstol los asemeja a un campo que solo produce espinos
y cardos, por lo que se le rechaza y al fin se le quema. Esto ilustra el futuro que tienen ante ellos: aniquilación
completa. (Heb 6:4-8.)
Pablo vuelve a manifestar que para los que “voluntariosamente [practican] el pecado después de haber
recibido el conocimiento exacto de la verdad, no queda ya sacrificio alguno por los pecados, sino que hay
cierta horrenda expectación de juicio y hay un celo ardiente que va a consumir a los que están en oposición”.
Luego pone una ilustración: “Cualquiera que ha desatendido la ley de Moisés muere sin compasión, por el
testimonio de dos o tres. ¿De cuánto más severo castigo piensan ustedes que será considerado digno el que
ha hollado al Hijo de Dios y que ha estimado como de valor ordinario la sangre del pacto por la cual fue
santificado, y que ha ultrajado con desdén el espíritu de bondad inmerecida? [...] Es cosa horrenda caer en las
manos del Dios vivo”. El juicio esmás severo porque a ellos no solo se les da muerte y se les entierra en el
Seol, como les sucedía a los violadores de la ley de Moisés, sino que van al Gehena, de donde no hay
resurrección. (Heb 10:26-31.)
Pedro indica a sus hermanos que por ser “casa de Dios”, están bajo juicio, y luego cita deProverbios
11:31 (LXX) y les advierte del peligro de la desobediencia. En esos versículos muestra que el juicio actual de
ellos podría finalizar con una sentencia de destrucción eterna, tal como Pablo había escrito. (1Pe 4:17, 18.)
El apóstol Pablo también menciona que algunos “sufrirán el castigo judicial de destrucción eterna de delante
del Señor y de la gloria de su fuerza, al tiempo en que él viene para ser glorificado con relación a sus santos”.
(2Te 1:9, 10.) Estas personas no sobrevivirán para hallarse bajo el reinado milenario de Cristo, y como su
destrucción es “eterna”, no serán resucitados.
Resurrección durante los mil años. Se calcula que la cantidad de personas que han vivido en la Tierra
asciende a unos 20.000 millones. Este es un cálculo muy liberal, y muchos estudiosos de la materia creen que
el total ni siquiera se aproxima a esa cifra. Como ya se ha mostrado anteriormente, no todas esas personas
resucitarán, pero aun suponiendo que así fuera, no se producirían problemas alimentarios ni de habitabilidad
del planeta. La tierra seca tiene una superficie de unos 148 millones de Km 2 (14.800 millones de hectáreas).
Incluso si se dedicara la mitad de esa superficie a otros propósitos, todavía le correspondería a cada persona
más de la tercera parte de una hectárea. Esta superficie bastaría para proveer alimento a una persona, sobre
todo si se tiene en cuenta que, como ya quedó demostrado en el caso de la nación de Israel, la bendición de
Dios resulta en abundancia de alimento. (1Re 4:20; Eze 34:27.)
Con respecto a la cuestión de si la Tierra podrá producir suficiente alimento, la Organización de las Naciones
Unidas para la Alimentación y la Agricultura sostiene que con solo algunas mejoras básicas en la agricultura,
la Tierra podría alimentar hasta nueve veces la población que se prevé para el año 2000, incluso en las zonas
en desarrollo. (Land, Food and People, Roma, 1984, págs. 16, 17.)
Pero, ¿cómo se podrá atender adecuadamente a los miles de millones de resucitados, si se tiene en cuenta
que la mayoría de ellos no conocían a Dios en el pasado y deberán aprender a conformarse a Sus leyes? En
primer lugar, la Biblia dice que el reino del mundo llega a ser “el reino de nuestro Señor y de su Cristo, y él
[reina] para siempre jamás”. (Rev 11:15.) Y el principio bíblico indica que “cuando hay juicios procedentes de
[Yahveh] para la tierra, justicia es lo que los habitantes de la tierra productiva ciertamente aprenden”. (Isa
26:9.) A su debido tiempo, cuando sea necesario hacérselo saber a Sus siervos, Dios revelará cómo se
propone realizar esta obra. (Am 3:7.)
¿Cómo será posible resucitar y educar en solo mil años a los millones de personas que en la
actualidad están muertas?
Supongamos, no con ánimo de profetizar, sino únicamente a modo de ejemplo, que la “gran muchedumbre”
de personas justas que sobreviven a “la gran tribulación” (Rev 7:9, 14) se compone de unos 3.000.000 de
personas (aproximadamente 1/1666 de la población mundial actual). Si tras permitir unos cien años para su
formación y para que ‘sojuzguen’ parte de la Tierra (Gé 1:28), Dios decidiese devolver a la vida a un 3% de
esa cantidad, entonces por cada resucitado, habría 33 personas que podrían atenderle. Puesto que un
incremento anual del 3% duplica la cantidad aproximadamente cada veinticuatro años, el número total de
20.000 millones de personas podría resucitar antes de que hubiesen transcurrido cuatrocientos años del
Reino de mil años de Cristo, con lo que se daría suficiente tiempo para educar y juzgar a los resucitados sin
afectar la armonía ni el orden de la Tierra. De esta manera, Dios, con su poder y sabiduría infinitos, puede
llevar su propósito a un fin glorioso dentro del marco de las leyes y disposiciones que ha dado a la humanidad
desde su comienzo, con la bondad inmerecida añadida de la resurrección. (Ro 11:33-36.)