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José Arcadios: el girar de una rueda sin intenciones de parar

Cien años de soledad es una novela aclamada en el mundo entero por su brillantez, tiene la
característica de retratar la realidad de toda una existencia en unas “pocas” páginas. Parte de su
encanto es la profundidad que dio García Marques a los personajes; otorgándoles sistemas de
creencias, valores morales y una personalidad única a cada uno de ellos. A través de este texto se
busca evaluar la herencia de ciertas dinámicas familiares, centrándonos en los José Arcadios.
Tanto padre como hijo entrevén una circularidad particular a lo largo de sus vidas enmarcada en el
poco control de sus impulsos y la representación de masculinidad que encarnan.

Uno de los primeros rasgos en los que estos personajes convergen corresponde a su necesidad de
movimiento siendo que ambos contaban con una personalidad enérgica. Cuando José Arcadio
parte en camino a fundar Macondo asemeja mucho a su hijo, quién abandona macondo para irse
con el circo. Ambas decisiones corresponden a impulsos poco regulados, con una tendencia a la
necesidad de descubrir el mundo y poca capacidad de introspección.

Además, ambos se ven envueltos en relaciones incestuosas, y aunque esta es una característica de
prácticamente todos los hombres Buendía, estas fueron significativamente similares, pasando
Úrsula a llevar el papel de su propia madre con sus hijos, tratando de protegerlos de este acto. En
ambos casos la cercanía entre los personajes está restringida por las constantes advertencias de la
matriarca a cargo y nuevamente la impulsividad característica de este par se sobrepone a la razón,
desatando ambas la amenaza de incesto en sus respectivas generaciones y condenando a los
Buendía a girar nuevamente la ruleta esperando la cola de cerdo.

También se debe resaltar la tendencia violenta que presentan ambos personajes, tanto por su
agraciada contextura física para tales fines, como su capacidad analítica. En el padre se refleja en
la febril necesidad de este por transformar todos y cada uno de los artefactos de Melquiades en
armas extravagantes y por supuesto en el asesinato que comete por una pelea de gallos. En el hijo,
esta tendencia se ve consumada con la llegada de las guerras civiles que azotaron Macondo,
donde este trasciende hacia un camino oscuro en el cual, valiéndose de su fornido cuerpo,
arrebata las tierras a sus vecinos. Esta tendencia violenta prevalece de generación en generación,
razón por la cual los Buendía pierden la capacidad de detener las guerras, siendo ellos los
protagonistas delirantes de estas batallas y nuevamente empujando a Úrsula, quién parece ser la
voz de la razón, a poner orden y retomar el control de Macondo.

Si bien la cualidad circular de la novela genera la sensación de estar leyendo una y otra vez la
misma historia, la magia de la misma recae en que los hijos no resultan ser meras copias de los
padres, por el contrario, resultan en una imagen degradada de los mismos. Dando profundidad a
esta idea entramos a ver como la figura de la masculinidad se ve modelada de forma cada vez más
grotesca con el avance de las generaciones.

En el caso de José Arcadio padre, observamos si bien una inclinación hacia la insensatez y una
curiosidad desmesurada, en él también se resalta el valor de un patriarca consumado a su familia.
Se podría decir que resulta en una masculinidad neutra, de rostro duro, pero con un corazón de
niño; que si bien no es perfecta encarna los valores de las generaciones anteriores, menos
consumidas por la desgracia con la que cargan los Buendía.
En contraposición, la masculinidad encarnada por José Arcadio hijo se ve relegada a una
representación hiperbolizada del hombre, con una corpulencia desmesurada; casi fantástica. Un
hombre con capacidades de liderazgo y control, que decide utilizar para subyugar a otros en lugar
de ser guía como intentó ser alguna vez su padre.

Esta degradación de la masculinidad responde quizás a la degradación de una estirpe manchada


por el pecado del incesto; que, si bien no degrada visiblemente sus cuerpos hasta varias
generaciones posteriores, si mancha y corrompe las cualidades mentales de los personajes y en
particular los límites de su moralidad.

Para cerrar la idea de esta degradación, el último aspecto a tener en cuenta es los finales
particularmente trágicos de estos dos hombres. El padre, consumido por la locura de su propia
creatividad y esfuerzo incansable pero inútil perece vacío, atado al tronco de un árbol luego de un
arrebato destructivo hacia sus propias obsesiones. Y finalmente, pero no menos importante, la
muerte trágica y misteriosa del hijo quién fue asesinado mientras regresaba de cacería, cuya
sangre se arrastra dolorosamente a los pies de su anciana madre en busca de regresar a casa y
quizás al camino del bien. Ambos destinos casi poéticos y ceñidos a sus vidas turbulentas y
estrepitosas.

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