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SEMANA 31: ARTE Y PLAN LECTOR (así llaman al camino grande).

Sí,
eran sus primos que venían
acompañados de su madre, la tía
“Aventuras, exploración de sueños y nuevos Jashi Calixto. Se abrazaron y
caminos” caminaron juntos hacia la casa
conversando, intercambiando
Antes de leer: miradas, sonrisas y gestos de alegría.
La madre de Amancio los esperaba
• Nos ubicamos en nuestro lugar preferido. con un rico desayuno; a Samuel le gustó el charqui con cancha; a
• Observamos las imágenes de los recursos y las comentamos. Rosa, las humitas de chochoca; y la tía Jashi, como siempre, terminó
toda la machca de trigo… Con razón no dijo palabra alguna durante
---------------------------------------------------- el desayuno.
VACACIONES EN MASQUI
Rosa y Samuel no pararon de hablar del camino que habían
Amancio Calixto, un niño de nueve años, vivía en un pequeño recorrido en el bus durante su viaje. “La primera laguna que vimos
pueblo llamado Masqui, en Ancash. Estaba emocionado, alegre, fue la de Conococha; es inmensa, y sus aguas casi congelan mis
inquieto y a la expectativa. manos” –dijo Rosa. “Está al pie de un hermoso nevado” –dijo Samuel.
Desde el balcón de su casa, divisaba el camino grande, pues sus “En esa laguna nace el río Santa” –
primos Samuel y Rosa llegarían ese día de Lima. Su padre, ya en la aclaró Amancio. “¡Ah! ese río es el que
madrugada, había ido a esperarlos a la carretera que pasa por vimos al entrar a Huaraz, es el mismo que
debajo del pueblo. pasaba por Carhuaz y Yungay” –
recordó Samuel. “¿Dónde fue que
paramos a comer helados?” –preguntó
Rosa. “En la plaza de Carhuaz” –respondió Samuel.

“Ahora viene lo mejor” –dijo Samuel. “Cuando pasamos por la laguna


de Llanganuco, me quedé sin palabras. ¡Qué color tan bonito! Era
unacombinación de turquesa, verde y celeste. Después el carro
siguió subiendo por la carretera, ¡qué curvas!, sentía mucho temor”.
“En cambio yo sentía asombro” –dijo Rosa. “Las nubes parecían
ovejas caminando en medio del cielo azul. Y, de pronto, vimos el
nevado Huascarán, grande e imponente. Nunca lo olvidaré”.
“Ahora les falta conocer Masqui”, les dijo Amancio, y salió con sus
Ya se asomaba el sol por la jirca más alta, las nubes parecían primos a pasear por los alrededores. Durante dos semanas, los tres
algodones esparcidos en el cielo azul, la mirada fi ja de Amancio se niños vivieron inolvidables aventuras: fueron a pastear a las vacas y
perdía al fondo del camino; en eso, vio aparecer a un grupo de ovejas, treparon árboles, subieron cerros, dieron de comer a los
personas y a un burro cargando las mochilas. “¡Son ellos!” –gritó, y de cuyes, a los chanchos y a las gallinas, jugaron con el trompo y con
prisa bajó las escaleras, salió de la casa y corrió hacia el hatun nani
las canicas, Samuel casi se cayó al querer montar el burro y Rosa Por eso, la mejor manera de enfrentar aquel peligro era meterse al
aprendió a bailar el huayno como nadie. agua sin pensarlo dos veces, hacer una carrerita “a toda velo” en la
arena mojada y ¡zas!, ¡al agua pato!
“¡Adiós! ¡Regresen pronto! Si vienen en época de lluvia viviremos otras
aventuras”. Con estas palabras, Amancio se despidió de su familia Martín había llegado a Pacasmayo de mala gana. Su intención era
de Lima, que se alejaba en el bus. Se dio cuenta de que les había pasar todas las vacaciones de verano en su casa con sus juegos de
enseñado muchas cosas a sus primos, y se sintió contento. Luego, video. ¡Sería genial! Después de tantos meses de colegio y tareas,
junto a su padre, emprendió el camino de retorno a Masqui, esta sería la mejor recompensa.
pensando que también sería bonito visitar algún día a sus primos en
Lima. Tal vez ellos también le podrían enseñar algunas cosas acerca —De ninguna manera, Martín —dijo su mamá. —Necesitas sol y aire
de la vida en la ciudad. libre, y visitar a tus abuelos te hará mucho bien. Las protestas de
Martín no habían servido de nada y, a regañadientes, había llegado
a la casa de sus abuelos en Pacasmayo. No había internet, ni juegos
de video… ¡ni siquiera tenían un televisor! Pero había que reconocer
que desde el malecón la playa se veía muy bien…

Al día siguiente de su llegada, su primo Andrés llegó a buscarlo con


Esteban y Raúl. Martín salió con cara de pocos amigos, pero el sol ya
calentaba y había que darle una oportunidad a la playa. La verdad
¡Al agua patos!
era que estaba rico echarse boca abajo, meter manos y pies bajo la
—¡Chepibola para siempre! —dijo Martín tratando de salvarse de una arena seca, sentir el abrigo de los finos granos que desaparecen
temible banda de piratas que amenazaban con darle muerte. como por arte de magia entre los dedos. Y, qué rico pensar después
en cualquier otra cosa: en las musarañas, por ejemplo, o en las
—Eso no se vale, pues, Martín, tienes que jugar bien, y no te rías que malaguas echadas a sus anchas sobre la arena.
te estoy hablando en serio —replicó Andrés frunciendo el ceño,
mientras agitaba sus manos bajo el agua de la orilla. —Entrar corriendo es la mejor solución. —Martín soltó la frase muy
serio y tomó aire para darse fuerzas. Se sacudió la arena mojada que
En estas costas el mar era siempre muy frío y a cualquiera le costaba traía pegada a la ropa de baño como cemento fresco, y entró por
trabajo sumergirse. Lo peor de todo ocurría cuando uno no entraba fin al mar dando de alaridos.
velozmente al mar, porque entonces debía soportar el más cruel de
los castigos: que le salpicaran el agua helada antes de darle tiempo —Para que vean que a mí el mar no me asusta —añadió, señalando
de zambullirse. a los bravos piratas de Andrés y sus amigos.
El agua salpicada era como dardos de hielo, estalactitas que te
hacían gritar al entrar en contacto con tu piel caliente ¡Ese sí que era Ya acostumbrado a la temperatura, siguió avanzando entre las
un duro tormento para los más friolentos! aguas pintadas de espuma blanca. “¡Qué frío ni qué frío, yo soy un
valiente!”, se repetía en silencio mientras gozaba de aquel pequeño
triunfo.
—Decir chepibola sirve solo para salvarte por un momento, y El famoso banquito era un deleite para los más chicos por una simple
chepibola para siempre ni siquiera existe. Eso no se vale aquí ni en la razón: la fantástica experiencia de hallarse a decenas de metros de
China —aclaró Esteban haciendo asomar sus dientes de conejo. la orilla y, aun así, tener piso, no se comparaba con nada en estos
Mientras tanto, los demás piratas dejaban atrás las olas dando largas días inolvidables de comienzos de verano.
brazadas, disfrutando el último baño de marea baja antes de
emprender la vuelta a casa. Jugar en el “banquito” era la mejor manera de terminar una divertida
mañana. Chapotear entre las olas, mirar el horizonte que se abría
Aquel último baño del mediodía tenía algo de especial; los chicos de antes sus ojos, y aquel viejo muelle de madera donde hace muchos
Pacasmayo aprovechaban al máximo cada segundo mar adentro, años solían llegar unos barcos enormes desde los puertos más
y esperaban el momento preciso para salir corriendo a pechito una famosos del mundo entero.
ola grande y gorda que pudiera llevarlos hasta la orilla.
Martín no pudo evitar dibujar una sonrisa en su rostro.
Antes de salir del mar, Raúl soltó una grandiosa idea: “Vamos hasta
el banquito. Veamos quién llega primero, a la una, a las dos y a las
tres…”. Y los pequeños piratas arrancaron a nadar con todas sus
fuerzas, pataleando y dando gritos de contento.

Actividad:
“Mi yo artístico”

Luego de leer ambos textos, elegir un párrafo y escenificarlo con


El “banquito” del que hablaba Raúl no era otra cosa que una ayuda de algún familiar, envía una foto de la escenificación al
formación de arena nacida del movimiento de las aguas, una correo del grado y al de tu profesor(a).
especie de banco donde uno podía bañarse sin el temor de ser
sorprendido por la altura del agua. Los chicos podían estar muy lejos
de la orilla y, aun así, tener piso sin ningún problema, puesel agua
alcanzaba apenas la altura de sus rodillas. Eso sucedía, claro está,
con los muchachos de ocho y nueve años como estos piratas que
gozan en el mar. Sin embargo, a los más grandes —de once y doce
años para arriba—, el agua les rozaba las canillas, y podían darse el
lujo de jugar con una pelota en pleno océano, lanzándola al aire
para intentar dibujar con sus cuerpos una elegante “tijera” o una
arriesgada “chalaquita”.

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