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Durante su adolescencia, Federico García Lorca sintió más afinidad por la música que
por la literatura. De niño le fascinó el teatro, pero estudió también piano, tomando clases
con Antonio Segura Mesa, ferviente admirador de Verdi. Su primer asombro artístico
surgió no de sus lecturas sino del repertorio para piano de Beethoven, Chopin, Debussy y
otros. Como músico, no como escritor novel, lo conocían sus compañeros de
la Universidad de Granada, donde se matriculó, en el otoño de 1914, en un curso de
acceso a las carreras de Filosofía y Letras y de Derecho.
El ambiente intelectual que rodeaba al joven estudiante era de una riqueza
sorprendente para una ciudad provinciana. En la tertulia llamada «El Rinconcillo», del
animado café Alameda, García Lorca se reunía con frecuencia con un grupo de jóvenes de
talento que llegarían a ocupar puestos importantes en el mundo de las artes, la diplomacia,
la educación y la cultura. En la Universidad, dos profesores le abrieron camino: Fernando
de los Ríos, profesor de Derecho Político Comparado y futuro adalid del socialismo
español, y Martín Domínguez Berrueta, titular de Teoría de la Literatura y de las Artes.