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Este es un libro muy personal de Don Efraín De Los Ríos, no fue escrito con los afanes del protagonismo
egoísta y sin embargo, ha trascendido con la historia. Existen en este documento narraciones que evocan la
dictadura cruenta del General Ubico, personajes que el tiempo no ha borrado de la memoria y lugares como la
Penitenciaría Central que fue desde la época de Justo Rufino Barrios (1881) -durante 86 años hasta 1968- un
lugar de castigo que los gobernantes de entonces cual furioso Minos señalaban para sus enemigos políticos.
EFRAIN DE LOS RIOS
TOMO I
SEGUNDA EDICION
La cálida y general acogida que entre mis ciudadanos tuvo la primera edición de este
libro, me induce a dar a la publicidad esta segunda, en la que he introducido muy
pequeñas variaciones, tratando siempre de respetar el pasado y de ceñirme fielmente a la
verdad.
Pocas supresiones y escasos aditamentos, entre los que aparecen, al final de la obra, unos
cuantos juicios, no por un alarde de vanidad que repugna a mi temperamento, sino porque
lo juzgué necesario, ya que con ello creo agradecer la opinión de quienes se preocuparon
de mi modesta obra.
Escribir un libro –ya lo dije en otra parte- no es cosa fácil. Y aún esto puede resultar
hacedero, siempre que se cuente con dos factores importantes: tiempo y desahogo
económico. La edición es cosa más difícil aún. Está en la conciencia de mis conciudadanos
el enorme esfuerzo que para el autor nacional significa la elaboración y la publicación de
un libro como este, máxime si contamos con las limitaciones impuestas por las necesidades
de la guerra y con el congénito indiferentismo de los hombres- agitado mar en el que se
debate horriblemente el productor de substancias intelectuales. Por eso han quedado
tantas ilusiones truncas; tantas aspiraciones fallidas; tantos ideales marchitos; tantas
esperanzas desvanecidas; tantos esfuerzos inútiles…
El rudo materialismo de nuestro siglo, cada día más acentuado, hace que la mayoría
del público conceda mayor importancia a un trozo de carne que a un libro; sin comprender
que se puede, a un tiempo mismo, engullirse el uno y paladearse el otro: dos placeres
distintos, pero que son incompatibles con el sentimiento y con la razón. La frivolidad, el
escepticismo, la poca fe, el atolondramiento y la confusión que en sus sentimientos han
invadido en nuestros tiempos modernos a una gran parte de la humanidad, es la causa por
la que se vea con menosprecio la obra del trabajador intelectual.
Centroamérica posee valores potenciales, los ha poseído y los poseerá siempre; pero
no logran universalizarse por una razón sencilla: la falta de posibilidades divulgativas y el
poco o ningún apoyo de quienes pueden proporcionárselo. Sin estimulo y sin sosiego, la
obra raquítica del escritor jamás llegará a ser fecunda. Gómez Carrillo y Rubén Darío,
son la excepción que confirma mi aserto. Por eso alguien dijo que publicar en
Centroamérica era lo mismo que quedar inédito. Dolorosa verdad, no menos cierta si nos
dedicamos a establecer comparaciones.
Pero no importa: somos pequeños; materialmente poco pesamos en la balanza del
mundo; pero así y todo, con nuestras pocas fuerzas, saltamos por encima de todos los
obstáculos; caemos, pero sabemos levantarnos; y con ese gesto de rebeldía contra todos
los valladares, aún con las manos sangrantes, tomamos el clásico “grano de arena” y lo
agregamos al cimiento sobre el que se construirá el edificio de nuestro porvenir.
Lector: tienes entre tus manos el producto de un gran esfuerzo. Tómalo como una dádiva
simple y valorízalo conforme tu sindéresis, tomando en cuenta que si el ilustre manco de
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Ombres contra Hombres
EL AUTOR
Guatemala, 1947.
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Ombres contra Hombres
OFRENDA
A LOS MUERTOS Y A LOS VIVOS. A LA MEMORIA DE
LOS QUE, POR UNA U OTRA CAUSA Y EN FORMAS
DIVERSAS, PAGARON CON LA VIDA SU AMOR A LA
LIBERTAD. RECUERDO DE LOS QUE AUN ALIENTAN Y
QUE, PERSEGUIDOS O ENCARCELADOS, ABONARON
CON LARGOS AÑOS DE DESTIERRO O DE PRISION, SU
AMOR A ESE MISMO IDEAL, EL UNICO QUE DIGNIFICA
AL HOMBRE Y POR EL QUE TANTA TINTA Y TANTA
SANGRE SE HA DERRAMADO.
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Ombres contra Hombres
dolor, en donde las substancias humanas se depuran o se corrompen. No hay otro dilema:
corromperse o perfeccionarse; pudrirse o madurar, como los frutos.
Muchos de los personajes que pasan por estas páginas están vivos; y su propia
existencia es un testimonio de veracidad al relato. Habrá en él muchos errores, no los
niego ni trato de disculparlos; cualquier rectificación llegaría demasiado tarde. Pero si el
error existe y la equivocación aparece a los ojos del lector, no es una acción deliberada y
consciente; ya están condenados por mí al principio de este prologo. Todo el contenido de
este libro –profundamente humano-, está fielmente ceñido a la verdad, que es la que el
autor cree que le han transmitido sus facultades sensoriales.
Escrito en un lenguaje sencillo, he procurado llevar al lector, con la mayor fidelidad,
la acción de los personajes que intervienen en este drama y el paisaje que rodea el
escenario en que los hechos se verificaron. No pretendo conmover el sentimiento de mis
conciudadanos, sino señalar a su atención, simplemente, lo que sufrieron los hombres
hostilizados por los ombres, en una época no lejana, estimulados por otro ombre que,
creyéndose único e insustituible, señor de vidas y haciendas, segó las unas y se apropió las
otras, en un loco alarde de poder y en una extralimitada y condenable megalomanía.
La tragedia de los encarcelados guatemaltecos, es la misma de todos los cautivos, en
cualquier rincón del continente. América ha sido el terreno propicio para el florecimiento
de toda clase de dictaduras. Y la mártir Centroamérica, constituida por repúblicas
pequeñas, ha sido el campo fecundo para la producción de las típicas tiranías tropicales.
OMBRES CONTRA HOMBRES, quisiera ser una especie subordinada para la historia
que se escribirá después; una simple contribución a la documentación histórica que se está
formando; una pincelada en el gran cuadro de horror que los hombres actuales están
pintando para exhibir, ante las generaciones venideras, como un ejemplo asombroso y una
desconcertante comparación.
Al ofrecer mi obra, simple y sencilla, a la consideración de la opinión pública, quiero
pedir al lector colocarse en el mismo lugar de quien escribió estos renglones y adoptar la
decisión, en vista de las crueldades y procedimientos que dejo descritos, de cooperar
dentro de sus posibilidades, a la regeneración de la pobre Patria, mancillada y
escarnecida por todas las tiranías.
Cumple, pues, ciudadano, tu deber. Yo estoy cumpliendo el mio.
Guatemala, 1945.
PRIMERA PARTE
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Ombres contra Hombres
CAPITULO I
LA PATRIA
(Breve recuerdo histórico)
¿Tenemos patria? Si, tenemos patria. Es un territorio comprendido entre los 13° 50’ y
17° 45’ de latitud Norte y 88° 15’ y 92° 30’, longitud Oeste de Greenwich. Constituye un
Estado y es una nacionalidad. Estado, en cuanto es una porción de hombres contenida sobre
un territorio determinado y sujeta a una ley común: el poder público. Nacionalidad en
cuanto formamos una comunidad humana, ligada por concordancias étnicas, idiomáticas,
religiosas, culturales… mas teniendo un agregado inalienable y sustancial: la conciencia de
la codependencia nacional…
Luego, Guatemala es la patria de los guatemaltecos. País de rara belleza, de fauna y
flora incomparables, de cielo inmensamente azul que refleja eternamente sus lagos, que son
como la sempiterna sonrisa del continente. “Tierra de sol y de montaña”. Bello jardín de
América, en donde parece haberse volcado la legendaria cornucopia. Tierra pujante y
exúbera de cuyo seno brota lamies, el fruto, la caña, todo lo que el hombre reclama de la
naturaleza para satisfacer sus necesidades. Tiene todos los climas. Sus costas, bañadas por
los dos océanos, ofrecen lujuriosas vegetaciones. En la paz de la tarde, se oye el crujido
fecundo de la savia potente hinchar los tallos de os vegetales. Y en las alturas, a la hora
matutina, las crestas de las montañas ostentan su gorro blanco y se piensa, sin querer, en los
Alpes legendarios o en los históricos Pirineos. Bello, hermoso, fecundo, interesante país es
Guatemala. Es la patria mía, hermosa, pero cruelmente castigada por un capricho del
destino. Pongo ante los ojos del lector el trazo de un antitetismo desconcertante,
incomprensible, fatal… tres millones de seres humanos viven dentro de la demarcación
geográfica ya formulada; y estos son gobernados por un ciudadano que se llama Presidente
de la Republica.
¿Qué fuimos? ¿Qué somos? ¿Hacia dónde vamos? Y qué seremos? Estas preguntas no
son difíciles. Las respuestas se hallarán en el transcurso de estas páginas.
CAPITULO II
EL PASADO
El lector y yo, quiero que nos situemos en los albores del siglo XVI. Retrocedamos
algunos siglos… volvamos atrás la vista y contemplemos el panorama que nos rodea. La
Edad Media aun proyecta su sombra sobre los seres y las cosas. La aventura de Colón dio
por resultado el descubrimiento de América, suceso grandioso que preocupó a los sabios de
la vieja Europa. La sed de conquista consume a España. Los ambiciosos quieren probar
fortuna en América. Se arman expediciones, bajo el amparo de los reyes y la bandera del
león rampante surca los mares con rumbo a Occidente. Vienen Cortés y Pizarro. Traen con
ellos misioneros de la fe cristiana. El uno marcha al Perú y el otro a México. Este, tras de
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CAPITULO III
LA CONQUISTA
Choque de lanzas, gritos guerreros, arcos de flechas tensos y saetas disparadas desde el
escondite. Las tribus están en guerra desde hace algún tiempo. El tambor resuena en la
llanura y se mete en la montaña, llamando a los hombres a la guerra. Quichés y
cakchiqueles se despedazan con la saña propia de las razas primitivas. Quienes llevan la
peor parte en la contienda son los cakchiqueles, cuyos dominios se extienden desde Sololá
a la frontera salvadoreña. Cuando la guerra estaba en pleno desarrollo, llegan noticias de
que hombres blancos invaden el reino quiché por la frontera de Soconusco. Solo se sabe
que son rubios –“Hijos del sol” les llaman los indígenas en su dialecto- y que algunos
tienen dos cabezas –creían que caballo y jinete formaban un solo cuerpo-; y que traían
instrumentos que mataban produciendo un fragor parecido al rayo y que desarrollaban
tempestades a su antojo –era el fuego de los arcabuces-. El indio rey quedose pensativo. Su
antagonista quiché podía vencerle y como la invasión de los conquistadores venía por esta
parte del territorio, su reflexión le llevó a concertar una alianza con el invasor. Envió
emisarios que saliesen a su encuentro. Se parlamentó y se llegó al acuerdo de que los
cakchiqueles ayudarían a los conquistadores al aniquilamiento de los valerosos quichés que,
bajo la jefatura de Tecún Umán, hacían heroica resistencia, a la manera de los griegos
contra los persas. Y hubo nuevos Maratones y nuevas Termopilas, Milciades, Temistocles,
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CAPITILO IV
LA RAZA VENCIDA
1 Olintepeque es conocido como el lugar donde murió el 18 de febrero de 1524 el rey de los quichés, el
leyendario Tecún Umán a manos del conquistador, Pedro de Alvarado. El río Xequijel ("río de sangre" en
quiché) debe su nombre a la batalla ensangrentada.
2
Del año de la conquista 1524 hasta 1821, 297 años que marcan el periodo colonial. (N de R)
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3Capitán General de Guatemala (1811-1818) En 1810 es destinado a la Capitanía General de Guatemala, en una
época de gran actividad independentista; desarrolla una política reformista de corte ilustrado, pero ante la
revolución de Hidalgo y Morelos en México preparó tropas en Guatemala y creó el "cuerpo de voluntarios de
Fernando VII" y desde su puesto se enfrentó a los constitucionalistas locales, reprimiendo duramente a los
insurgentes; se opuso a la constitución liberal de 1812, denunció a su sucesor nombrado Juan Antonio de
Tornos, Intendente de Honduras, por supuestas tendencias liberales y así logró su confirmación en su puesto
por Fernando VII en 1814. Fue destituido en agosto de 1817 y volvió a España en 1819.
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CAPITLO VI
LA INDEPENDENCIA
La sociedad humana no es un simple montón de piedras, sin más gobierno que la vieja
ley de la gravedad. Todos los hombres tienen un alma y vale más una corriente de
pensamientos que de ella parta, una idea que repose en el universal sentimiento de lo
verdadero y de lo justo, un hábito de afectos que responda a las voces intimas de los
corazones, que no los picos de todas las águilas, las garras de todos los leones, los puños de
todos los atletas, las armas de todos los ejércitos. Cuando la noción de lo que es verdadero
y justo se arraiga en el corazón del hombre, nada ni nadie se la puede arrancar. Toda la
fuerza bruta de los hombres es importante para destruir la fuerza moral de los corazones.
Por eso la historia está llena de héroes, de mártires, de santos. Si la historia registra también
el nombre de los tiranos y de los verdugos, es solo para hacer más grande su nombre; para
que la sombra de éstos proyecte más allá la luz que irradian aquellos.
Las ideas, más que por las manifestaciones pacificas, se propagan por batallas; y en el
triunfo de las ideas, ¿Qué importan las convulsiones del hombre? Por otra parte, en donde
el ángel del mal siembra anapelo y cicuta, el ángel de la luz y el amor hace germinar
díctamo y panacea.
………………………………………………………………………………………………...
Promedia el año 1821. Don Gabino Gainza ha sido nombrado para la Jefatura de la
Capitanía General de Guatemala. Poseedor de una cultura media y sin el carácter de su
antecesor, era el hombre llamado para favorecer la independencia. Ambicioso y cobarde, no
pensaba en ser leal a la Corona. Su interés personal preocupábale más que los asuntos del
Estado. Y así, al amparo de su tolerante gobierno, los patriotas vieron en él un aliado y un
cómplice, más que un contendor peligroso. Y las juntas patrióticas se celebraban ya en el
salón de sesiones del cabildo. Y así llegó el 14 de septiembre de 1821. Un correo había
llegado de Chiapas, trayendo cartas del poeta prócer don Rafael García Goyena, en que
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informaba haberse dado el grito de independencia en aquella región. Ante todos los
patriotas, el famoso “Cordovita” dio lectura a las cartas y, encendidos de entusiasmo, los
oyentes prorrumpieron en vivas y jubilosas exclamaciones, acordando secundar el grito al
día siguiente. Se tomaron todas las precauciones, se designaron comisiones ad hoc y ese día
y su noche, la magna sesión del 15 era el tema de todas las conversaciones. En la casa de
los próceres, donde primero se supo la grata nueva, prendió la chispa del entusiasmo y
circuló por toda la ciudad. Y así, con una mezcla de temor y de alegría, amanecieron los
semblantes de los ciudadanos, en la mañana gris y triste del 15 de septiembre de 1821.
CAPITULO VII
LA VERDAD
La sala de honor del cabildo titular de Guatemala, está llena de patriotas en traje de
etiqueta. Se discuten los últimos puntos del programa y don José Cecilio Del Valle redacta
el Acta famosa, de todos conocida. Apenas concluida y cuando iba a leérsela, se oyen en la
plaza detonaciones y los patriotas creen que el gobernador ha mandado tropas a disolver la
Junta y, pálidos y temblorosos, cada uno busca refugio o medio de escapatoria. Mas un
Valente se ha asomado al balcón y ha visto que el pueblo, no muy numeroso por cierto,
lanza vivas a la independencia, toca marimbas y quema cohetes, instigado por la heroica
doña Dolores Bedoya, esposa del doctor Molina, y sus amigas. Así lo hace ver a los
afligidos patriotas. Los ánimos se calman y los semblantes se serenan. Se palpan los
bolsillos, nadie tiene un arma. ¿Y si el gobernador dispone lanzar tropas contra la Junta?
Nadie sería capaz de defenderse. Deliberan. Al fin deciden invitar al capitán general don
Gabino Gainza para que concurra a la sesión y deciden, para no herir su susceptibilidad,
ofrecerle la Presidencia de la República. Se nombra una comisión y parte al palacio del
gobernador. Este acepta la invitación y, haciéndose acompañar de un numeroso séquito, se
presenta en la sesión de los patriotas. Se le ofrece el puesto de honor; se le hace ver de lo
que se trata y concluyen ofreciéndole la presidencia de la naciente República. El
pundonoroso capitán general no formula objeción alguna, ni siquiera como un principio de
sutileza diplomática y acepta inmediatamente la presidencia que se le ofrece. Así nació el
continuismo.
Y así fue como, sin lucha, sin sangre, se paso del estado colonial al independiente. El
último Capitán General fue el primer presidente de la República. No hubo cambio de
sistemas, sino de nombres. El amo siguió siendo el mismo. Al pueblo, apenas si llegó un
vago rumor de independencia y la vida nacional siguió corriendo por los mismos cauces. El
encomendero, explotando al indio. Éste, bajo el yugo del dominador, no supo ni quiso saber
lo que habían hecho los blancos en la junta del 15 de septiembre. El nada obtuvo ni
esperaba obtener de la independencia. Su actitud pasiva y resignada, no sufrió cambios con
el nuevo régimen; la acción de unos pocos romanticones políticos no pudo beneficiarle y,
bajo el peso de su degradación y de su miseria, siguió viviendo, porque tenía que vivir.
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CAPITULO VIII
LA INICIACIÓN
Aquella república, nacida en forma tan inesperada, surgida por un capricho dictado del
Destino, se esforzaba por mantener su autonomía. Las fuerzas militares leales al gobierno
peninsular, ni siquiera pensaron en recuperar lo que se les arrebataba. Sus miradas se
dirigieron a los virreinatos del Perú y México, en donde las luchas fueron cruentas y se
derramó mucha sangre por obtener la independencia. Hidalgo, Morelos, Guerrero, en
México; Bolívar, San Martín y Sucre, en el Sur. Los Estados Unidos del Norte ya habían
dado el paso trascendental. Su actitud fue el paradigma para los demás países del
continente. En los países del centro de América, la independencia fue un acto reflejo; no
tuvo mayores consecuencias y los patriotas se autodenominaron emancipados, sin el
sacrificio de una sola gota de sangre y sin la pérdida del más mínimo de sus tesoros.
Vino después la anexión a México, bajo el imperio de Iturbide; la separación y pérdida
del estado de Chiapas; la federación de duración efímera; las gloriosas campañas
morazánicas y el entronizamiento de Rafael Carrera, cuyo epílogo concluye con el mariscal
Vicente Cerna.
Ha transcurrido medio siglo. Un paréntesis, como la excepción en toda regla, lo marca
el gobierno del doctor Mariano Gálvez.
La historia da grandes saltos sobre el tiempo. En pocas páginas hemos vivido siglos. Y
estos capítulos no son una historia, ni pretenden serlo. No son siquiera ni un pálido
bosquejo histórico; son, simplemente, un recuerdo; algo que se aprende desde las bancas de
la escuela elemental; pero que, cuando ya grandes reflexionamos sobre ello, nos ponemos
serios.
Bien sabida tenemos la verdad del poco aprecio que hacemos de lo que muy poco nos
ha costado. Nuestra independencia no fue el producto de un esfuerzo, sino de una
imitación; no fue una conquista, sino el aprovechamiento de circunstancias favorables. Fue
un acto de astucia, no de valor. Fue así como un vestido nuevo que no cortamos ni cosimos,
sino que lo obtuvimos ya hecho y, dada la conformidad de nuestros cuerpos, para unos fue
holgado y para los demás estrecho. Nos acomodamos a la nueva modalidad y cambiamos el
nombre de colonos por el de ciudadanos. Y así fuimos tirando de la vida, por turnos más o
menos prolongados, hasta 1871. Todos los sucesos de estos años están frescos en la
memoria del lector. Aún viven protagonistas o espectadores de aquella época. Los hechos
son bien conocidos. Sin embargo, demos un rápido vistazo a este episodio de nuestra vida
nacional; quizá ello pueda servirnos, si no de orientación, siquiera como razón y
fundamento de lo que diremos en el capitulo siguiente.
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CAPITULO IX
LA REVOLUCIÓN DE 1871
¿Fue esta una revolución? Hoy día es más peligroso emitir una opinión que esgrimir un
fusil. En todo caso, revolución o simple triunfo partidista, las tropas capitaneadas por
Miguel García Granados y Justo Rufino Barrios, hicieron huir al mariscal Vicente Cerna,
vivo reflejo de Rafael Carrera y el último gobernante perteneciente al partido conservador.
Los nuevos revolucionarios consolidaron su posición el 30 de junio, es decir, entraron a la
capital y ocuparon el poder. Se denominaron “liberales”. Desde entonces, son reconocidos
dos grupos políticos de tendencias antagónicas: conservadores y liberales. Si fuésemos a
analizar la labor que cada grupo ha desarrollado cuando le ha tocado actuar en el poder,
tendríamos forzosamente, que formularnos esta pregunta: ¿Cuál de los dos grupos ha
reportado mayores beneficios al país? Si preguntáramos por los males, nos engolfaríamos
tan profundamente que nos sería imposible salir. No nos entenderíamos. El mal ha sido
siempre el patrimonio de los guatemaltecos. Por eso preguntamos por el bien, como una
cosa rara y desconocida. Como algo anormal, insólito, inesperado, que es la causa de
nuestra admiración y adulación a los gobernantes y que el autor se compromete a analizar
en los capítulos siguientes.
Conocidas son las peripecias del general García Granados en la presidencia; conocidas
son también sus razones para delegar el mando en Justo Rufino Barrios. En 1873 el caudillo
de San Lorenzo asumió el poder. ¿Su obra? Todos la conocéis. Se ha pretendido –y con
razón- atribuirle la paternidad del liberalismo guatemalteco. Pero se ha negado,
sistemáticamente, atribuirle la fundación del garrote, del descuartizamiento, de la prisión y
el entierro, a todo aquel que no comulgara con sus ideas o que osara desacatar sus órdenes
inapelables. Un balance del bien y del mal, llevaría muchas páginas y el autor no está
capacitado para ello, máxime que estos renglones no son una obra de análisis, sino una
escueta exposición de hechos vividos intensamente por el autor, como ya lo advirtiera en
otra parte de esta obra.
La labor progresista emprendida por Barrios, es nacionalmente reconocida y admirada.
Así nos lo hacía creer el profesor de Historia. Así lo creíamos siempre y es posible que
sigamos creyéndolo. No vivimos en aquella época, pero los abuelitos cuentan de un toro de
bronce, vaciado, con enorme puerta de bisagras en el vientre, en el que se encerraba a los
enemigos del dictador. Se aplicaba fuego al toro y los desgarradores gritos de la victima
fingían los mugidos de la bestia. Los abuelitos cuentan de una enorme plantación de
membrillos, de la que se obtenían largas varas que, pulidas y ensebadas, servían para
destrozar las carnes desnudas de sus opositores. Los abuelitos cuentan de la forma en que se
preparaban las vergas de toro, endurecidas y flexibles, para vapulear a las víctimas. Cada
azote, aplicado por un verdugo diestro y fuerte, arrancaba los músculos del cuerpo. Cuentan
los abuelitos del tormento del potro y de la rueda; cuentan los abuelitos que, niños curiosos,
irrumpieron en la Penitenciaría Central, cuando Manuel Lisandro Barillas ordenó que se
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abrieran las puertas al pueblo y que pudieran apreciar en las bartolinas de los callejones,
huellas de sangre manchando las paredes, fragmentos de cuero cabelludo y osamentas de
distinto genero dispersas y malolientes; cuentan los abuelitos que el pueblo se llevó los
instrumentos de tortura, llaves, tenazas, martillos, clavos, tijeras, cadenas, argollas,
garruchas, hierros que, candentes, eran aplicados al cuerpo del desgraciado y todo
manchado con la sangre de las víctimas. Y cuando los abuelitos trémulos de emoción,
cuentan estas cosas, empezamos a dudar de la grandeza del Reformador. La historia, en
nuestros pueblos, no es como quería Cervantes. Esconde la verdad y solo pone de
manifiesto lo que conviene a los gobiernos: no lo que conviene a los pueblos. La historia no
se atreve a hacer un balance del bien y del mal. Y estos capítulos, cuando historiadores de
buena fe se decidan a escribir la historia de Guatemala, al promediar del siglo XX, habrán
de servir como una gran contribución histórica documental, que ponga al lado de lo grande,
de lo bueno y de lo justo, el antitetismo necesario para el balance definitivo.
CAPITLO X
LA HERENCIA
Por un fatalismo ineluctable, que no está en las manos del hombre vencer, se transmiten
de una época a otra y de generación en generación, los vicios y las virtudes, como una
herencia inalienable. En esta trasmisión los vicios generalmente se intensifican y se
perfeccionan, mientras las virtudes se desvanecen y concluyen por extinguirse del todo. El
mal supera al bien. Ha sido demostrado por la historia. Desde el primer hombre, hasta
nuestras complicadísimas sociedades modernas, el mal en un extraño pugilato, domina y
vence al bien. Ormuz entre las garras de Calibán; el hombre puro, mancillado por el
corrompido; el santo, acosado por el criminal; el bueno perseguido por el malo, y en esta
eterna lucha, el hombre convertido en el lobo del hombre. De ningún ser de la creación
podría decirse lo mismo: “Ombres contra Hombres”…
Es el hombre el más miserable de los seres creados; su ponzoña la transmite a sus
descendientes, como una herencia fatal. Un acto crea un hábito; un hábito forma un
carácter, un carácter traza todo un destino. Y el hombre –ser oscilante entre una sonrisa y
una lágrima- se inclina más a ésta, principalmente cuando brota del dolor y es la resultante
de toda la amargura acumulada en el corazón de los hombres, por culpa de los mismos
hombres.
El sistema implantado por Justo Rufino Barrios –padre de la Reforma y progenitor del
liberalismo 4 -, se fue prolongando en los gobiernos que le sucedieron. La intransigencia
sobre todo en materia política, el servilismo, la adulación, la persecución, la intolerancia, el
flagelamiento, la cárcel, la tortura, son herencia del régimen barrista. Las generaciones
4 Del liberalismo de la segunda época de 1871 en adelante, o el liberalismo después de los 30 años de la era conservadora
que inició con el derrocamiento de Mariano Gálvez en 1838. El primer liberalismo se marca de la época de la Federación
hasta la caída de Mariano Gálvez.
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copian de las anteriores sus costumbres, sus procedimientos, sus vicios; jamás nobles
virtudes fueron heredadas. El vicio se perfecciona, la maldad se refina y al trasmitirse a los
hombres nuevos, únicamente el nombre sufre transformación, como en las modas.
De 1871 a nuestros días, los principios políticos gubernativos de Justo Rufino Barrios
han sido los mismos, con el aditamento de su perfección en cuanto a maldad se refiere. La
historia de Manuel Estrada Cabrera durante 22 años de gobierno5, es bien sabida y otros la
han escrito ya. La historia de Jorge Ubico se escribirá después. Hay un curioso parangón
entre el régimen de Justo Rufino Barrios y el de Jorge Ubico; casi el mismo tiempo duraron
en el poder los dos dictadores6. Algunos comentaristas opinan que este era hijo de aquel7.
Más se ignora si lo era en cuanto se refiere al caso biológico o en cuanto a la copia de los
procedimientos empleados por el Reformador. En todo caso, otros vendrán al análisis
concluyente; el autor únicamente se concreta a poner de relieve ante la conciencia de los
guatemaltecos, la similitud de los procedimientos empleados en su gobierno por uno y otro
de los dictadores nombrados. Lo demás, la historia lo señalará y dará su juicio definitivo.
Para juzgar a los hombres, el observador se debe colocar desde un plano especial. Yo
tengo la especialidad de mi plano: me coloco abajo, muy abajo, en el plano de los
perseguidos, de los hostilizados, de los vigilados, de los torturados, de los encarcelados, de
los que escaparon a la muerte, más por un milagro de la Providencia, que por un deseo del
dictador. Y así, desde el plano inferior del prisionero, sumido en la lóbrega estrechez de una
ergástula penitenciaria, voy a juzgar al déspota opulento, que paseaba su soberbia y
estulticia oropelada por las calles de esta sufrida Guatemala, a quien ofendió y vejó en
forma tal que la más fecunda imaginación no alcanzará a entender. Comprender, es igualar;
el paciente lector, para comprender mejor el fondo y las tendencias de estos renglones,
tendrá que caminar conmigo por tortuosos senderos, llevado de la mano, como Dante8 por
Virgilio, en la horripilante narración del poeta florentino.
5
De 1898 a 1920. Estrada Cabrera llegó a la presidencia en el momento que fue asesinado el general José María Reina
Barrios (1892-1898) el 8 de febrero de 1898. Estrada Cabrera, inició de esta forma una larga dictadura de 22 años. Con
fecha 25 de septiembre de 1898, la Asamblea declaró popularmente electo presidente constitucional de la república al
Licenciado Manuel Estrada Cabrera, para el periodo que comenzará el 15 de marzo de 1899 y terminará el 15 de marzo de
1905. Se recetó un año de interinato y un primer periodo de 6 años. Pero Estrada cabrera repitió la reelección durante tres
periodos consecutivos (1905-1911); (1911-1917) y (1917-1923). El cuarto periodo y tercero de reelección no lo concluyó
fue derrocado por el Movimiento Unionista; el 9 de abril de 1920, la Asamblea, lo inhabilitó de ejercer la presidencia,
aunque se resistió, presentó su renuncia y salió del poder el 16 de abril de ese mismo año.
6 Justo Rufino Barrios, fue presidente de marzo de 1873, hasta el 2 de abril de 1885 que fue asesinado en Chalchuapa.
Gobernó 12 años.
7
Falso. Pero si, Justo Rufino Barrios fue su Padrino de bautismo. Quizá quiera decirse que es hijo de Barrios en cuando a
su forma de gobernar. Ubico aplicó y evolucionó los métodos de tortura, persecución, espionaje, delación y todas las
formas de opresión que utilizó Justo Rufino Barrios contra quien se suponía o señalaba de enemigo de su régimen.
8 Dante Alighieri (Florencia, c. 29 de mayo de 1265 – Rávena, 14 de septiembre de 1321) fue un poeta
italiano. Su obra maestra, La Divina Comedia, es una de las obras fundamentales de la transición del
pensamiento medieval al renacentista. Es considerada la obra maestra de la literatura italiana y una de las
cumbres de la literatura universal.1 2 En italiano es conocido como "el Poeta Supremo" (il Sommo Poeta). A
Dante también se le llama el "Padre del idioma" italiano. Su primera biografía fue escrita por Giovanni
Boccaccio (1313-1375), en Trattatello in laude di Dante.
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Ombres contra Hombres
CAPITULO XI
LA APARICIÓN
Estamos en los albores del año 1931. El cuartelazo 9 del general Manuel Orellana,
llevado a cabo el 16 de diciembre, del año anterior, rompió la armonía constitucional y
abrió una sonrosada puerta a los oportunistas en acecho. Pusiéronse en juego mil intrigas –
que muy pronto serán conocidas-, y los intrigantes lograron que en los comicios
presidenciales, obtuviera la más abrumadora mayoría de votos que Guatemala haya
conocido, el candidato único de aquella época, el Jorge Ubico deseado, el hombre único en
quien los guatemaltecos vieron la concreción de todos sus ideales, la realización de todas
sus aspiraciones. Y así fue como el 14 de febrero de de 1931, un mes antes de la fecha
constitucional, el congreso legislativo daba posesión de la presidencia de la República, al
hombre electo por el consentimiento de tres millones de guatemaltecos alucinados,
hipnotizados, bajo el maléfico hechizo que sus panegiristas habían infiltrado en el corazón
hasta de los más escépticos y razonadores.
El ídolo de hoy ya había sido olvidado hasta por sus más fervorosos partidarios de
1926. Hubo varios ocurrentes que fueron a desempolvarlo y esos, son hoy los verdaderos
responsables de la nefasta tiranía que Guatemala soportó durante 1410 años. La aparición en
el tinglado político del candidato derrotado en 1926, marca para Guatemala la era de su
martirologio, de la que aun no se ha libertado completamente, porque las leyes fatales de la
herencia mantienen latente el germen y, de vez en cuando, los brotes se manifiestan,
aunque la segadora guadaña revolucionaria se empeñe eficazmente en extinguirlos.
Inopinadamente y sin cultivo, la hierba mala brota al menor descuido del horticultor. Zarza
de generación espontanea, ortiga de savia letal, maléficas plantas cuya convivencia junto a
los lirios y las rosas, es marcadamente perniciosa y fatal, la escuela de corrupción fundada
por un déspota cualquiera, envenena a todo un pueblo y se propaga de generación en
generación, haciendo lento y trabajoso su aniquilamiento. Labor de siglos requiere la
extinción de una escuela de corrupción. Para obtenerla, no basta la profilaxis pedagógica;
hay que recurrir a la biología y requerir la colaboración del bisturí.
Tenemos, pues, a Jorge Ubico, el heredero de la caja de Pandora, sentado en el solio
presidencial de Guatemala.
9 Cuartelazo del 16 de diciembre de 1930 que derrocó al Licenciado Baudilio Palma, quien ocupaba el cargo resignado por
el General Lázaro Chacón desde el 12 de diciembre debido a un ataque de apoplejía. El general Manuel María Orellana,
gobernó desde el 16 de diciembre de 1930 al 01 de enero de 1931 en que fue obligado a dejar el poder y fue sucedido por
el licenciado José María Reina Andrade (01 de enero de 1931-14 de febrero de 1931) quien entregó el poder
anticipadamente el 14 de febrero de 1931 al General Jorge Ubico Castañeda.
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El periodo que gobernó fue del 14 de febrero de 1931 al 01 de julio de 1944. (13 años, 4 meses 17 días), se suele hablar
de 14 años, porque aunque dimitió el mando en un triunvirato militar (Buenaventura Pineda, Eduardo Villagrán Ariza y
Federico Ponce Vaides) y la Asamblea Legislativa confirmó en la presidencia interina a Federico Ponce Vaides (03 de
julio de 1944 al 19 de octubre de 1944) se afirma que Ubico continuó manejando el poder o al menos la influencia de su
dictadura permaneció hasta el momento de la revolución del 20 de octubre de 1944. Unos meses antes de asumir en 1931,
también manipulaba las decisiones del gobierno durante el interinato presidencial de Reina Andrade.
ERAÍN DE LOS RIOS 13
Ombres contra Hombres
“El que no está conmigo, está contra mí” fue su divisa y se dio a la más ingrata y vil de
las tareas humanas: la de esclavizar a un pueblo ya proclive para la esclavitud.
Con la aparición de Jorge Ubico, como amo y señor de Guatemala, da principio una era
de persecuciones y asesinatos incalificable. Quienes no perdieron la vida en la cárcel –
como el autor de estas páginas-, sienten la satisfacción de contar a sus compatriotas, lo que
vieron y vivieron en aquel infierno penitenciario, para que sirva de ejemplo y advertencia a
las generaciones venideras.
CAPITULO XII
LUCES CREPUSCULARES
He traído al lector en un paciente recorrido desde la Edad Media hasta nuestros tristes
días. No he pretendido hacer una obra de erudición, sino de conciencia. Estos renglones no
encierran ninguna enseñanza; pero contienen mucha verdad. Al ser más querido se le azota,
no por el placer de hacerle daño, sino para que se corrija y, muchas veces, por el hondo
cariño que se le profesa. Cuando los padres toleran y aun celebran las malas ocurrencias de
un hijo, están fomentando en él, un vicio y una torcida inclinación; muchas veces, están
forjando un delincuente, están haciendo de él un desgraciado. Por eso hay tolerancias
criminales. Cosa casi igual sucede con la patria. Cuando los ciudadanos se dedican
exclusivamente a alabar y ensalzar los actos de un gobernante, ellos mismos están forjando
un tirano. La adulación produce la soberbia en el adulado; despierta en él todos los
adormecidos sentimientos de megalomanía que permanecen ocultos en todo ser humano. La
creación de obras materiales no puede ser la base del progreso de un país. Un edificio
público, un puente, un camino carretero, prestan indiscutiblemente un positivo beneficio a
un pueblo; pero no pueden tener equivalencia con la degradación y el relajamiento moral
del mismo.la corrupción de una sola alma, no puede equipararse al valor de un puente.
Cuando el viajero, contemplando la majestuosidad de las pirámides de Egipto, admira su
grandeza y su soberbia, no piensa en los egipcios faraones ni en la fastuosidad de sus
palacios; piensa en los sufrimientos de los miles de esclavos que las levantaron, en el dolor
que experimentaron aquellas míseras carnes azotadas por el látigo de los cómitres, en el
sudor que inundó aquellas frentes envilecidas, en los millones de lagrimas derramadas por
el dolor de los esclavos y por el sufrimiento de sus familiares; el viajero comprensivo sabe
que aquellos monumentos de piedra, representan el dolor que hace cuarenta siglos vivió una
raza humillada y escarnecida. Así podrá pensarse mañana cuando el viajero ilustrado
contemple los edificios y los puentes que mandó erigir Ubico, el sombrío dictador cuya
similitud con Calígula merece la atención de unas nuevas “vidas paralelas”.
Tiempo es ya, lector amable, de dar por concluidas estas simples consideraciones, voy a
llevarte por sitios inexplorados o, por lo menos, desconocidos para ti. Necesitas acorazarte
de suficiente fuerza moral y abrir tu entendimiento para la recepción de las más fuertes
impresiones. Que la emoción no fatigue tu sentimiento y que tu imaginación te permita no
ERAÍN DE LOS RIOS 14
Ombres contra Hombres
ir más allá de la realidad. Tiempo atrás yo creía que la imaginación del hombre era capaz de
construir lo que en gana le viniera y fingir un mundo de apariencia insospechada; la
experiencia de la vida, la cruda y amarga experiencia adquirida en el escenario de la vida
real, vino a demostrarme que en una enorme mayoría de casos, la realidad va mucho más
allá de cualquier imaginación. Ya juzgarás la certeza de lo que digo cuando estemos juntos
en el corazón de la tragedia. Y lo que voy a contarte es tanto más doloroso y cruel, cuanto
que ha sucedido en nuestro tiempo, en una época de positiva civilización, en un país que no
es agresivo ni conquistador: en tu propia patria, lector; en tu infortunada patria, que es
también la mía.
Está misericordiosamente acordado que todos los males que hemos sufrido en tiempos
pasados, aparezcan borrosos en los campos del recuerdo. Piadosamente está decretado para
el hombre, que únicamente conserve el recuerdo de lo bueno que le ha sucedido y que lo
malo se disipe en el olvido, como un don misericordioso. Pero hay males tan hondos,
golpes tan rudos, que la herida incicatrizable sangra de vez en cuando y esa roja sangre,
recogida en estas páginas, constituye el mundo infernal a dónde vas a acompañarme, lector
valiente, con la antorcha de tu sindéresis y el broquel de tu cristiana serenidad.
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SEGUNDA PARTE
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Ombres contra Hombres
CAPITULO I
EL ZAGUAN DE LA TRAGEDIA
Son las dos de la tarde del lunes 16 de diciembre de 1935; la luz pura de un sol puro
baña la ciudad y mientra la vida se desenvuelve con su acostumbrado ritmo, bajo la
mecánica organización del régimen militotalitarista, en una paz como la de las piedras de la
muralla, los esbirros de la tiranía, a plena luz, persiguen al ciudadano limpio y honrado y lo
secuestran de su hogar para conducirlo a las mazmorras peniteciarias. Tal día, a tal hora, se
presentó en mi domicilio de la 4ª calle poniente 53, un agente de la tristemente recordada
policia de investigación, a notificarme que el “señor director”, general Roderico Anzueto,
me necesitaba en su despacho. Le contesté que más tarde me preentaria. A los veinte
minutos volvió el agente a reiterrme el llamado y entró hasta el comedor en donde en esos
momentos tomaba mis alimentos. Suspendí esta función –una de las más importantes de la
vida del hombre-, tomé mi sombero y me dispuse a acompañar al agente . ya en la calle, su
actitud, sus movimientos y hasta su semblante, me hicieron conocer lo avieso de las
instrucciones que llevaba. Comprendí que era una captura y no un llamado. Ya para llegar
al edificio de la Dirección , entonces situado en la esquina de la quinta calle y callejón
Manchén, hoy ala oriente del Palacio Nacional, me dijo el agente que, como “ya el señor
director no estría en su despacho, que me conduciria al segundo Cuerpo mientras volvia”.
Se me condujo a este lugar, del que era jefe el mayor Rubén González, ampliamente
conocido por el sobrenombre de “venenito”. Recuerdo que cuando le hablé estaba
curandose los ojos con una pomada blanca. El policia que me condujo le presentó un papel
que llaman “orden de conducción” y entonces González le respondió que “allí no tenía
bartolinas disponibles y que me condujera al primer Cuartel, que era más amplio”.
Claramente comprendí que iba preso. Se me condujo al primer Cuartel llevandoseme por
corredores lobregos. Llegamos a un pequeño patio, a donde un palido rayo de sol
proyectaba en el suelo un rectangulo; se me introdujo por una puerta de hierro y
penetramos a un oscuro corerdor, donde se abrian dos celdas con puerta de reja de hierro:
dos a la derecha y dos a la izquierda, una de estas últimas mirando hacía el oriente. Se me
introdujo en la número 18, diciendome “ que esperara el llamado del señor director”.
Esperé con resignación, no comprendiendo hasta ahílas causas de tales procedimientos.
Poco a poco mis ojos fueron acostumbrandose a la oscuridad y fui distinguiendo los objetos
que me rodeaban. En una esquina de la celda había un abnco de cemento, posible lecho del
cautivo. Nada más. Frente a las celdas y al otro lado de la pared, el insistente rumor
producido por el chorro de una pila, impedia oir cualquier ruido, voz o señal que indicase la
proximidad de personas. Un policia que se denomina “imaginaria”, paseabase por el
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Ombres contra Hombres
estrecho corerdor. Como a las dos horas de estar en estas condiciones, distinguí en la
bartolina que estaba a la izquierda de la mia, tirado boca abajo, en el piso, a Alberto
Samayoa Sánchez, quien por señas me pidió un cigarrillo. Saque la mano a través de la reja
y se lo lancé. El cigarrillo llegó a su puerta e iba a tomarlo, cuando el viento que siempre
se arremolina entre los callejones, empezó a hacerlo rodar; sacó la mano cuanto pudo para
atraparlo, pero fue inutil: el viento se lo llevó. En esto llegó el policia que hacia de
imaginaria, se enteró de las penas de Samayoa y recogió el cigarrillo entregandoselo. Por
mi parte yo le agradecí el favor. Me lanzó una mirada furiosa y, sin contestarme,
desapareció. Como es posible que haya ido a avisar al sargento de guardia que yo había
cometido el enorme delito de darle un cigarrillo a un compañero de cautiverio, momentos
después llegó un sargento acompañado de dos agentes; se me quitaron fosforos y cigarrillos
y se me condujo afuera, llevandoseme a encerrar a la bartolina número 5 del callejón de
bartolinas que hay en el patio principal del primer cuartel. Eran las seis de la tarde. No
había podido sentarme, ni había tomado alimentos. El hombre no necesita d e stas pequeñas
comodidades, cuando en su cerebro martillea la duda, y la incertidumbre conmueve su
sistema nervioso. Los tres pequeños rombos que se abrian en la gruesa puerta de hierro
corrediza, dejaron de filtrar la luz del día. Una espesa capa de sombra lo envolvió todo y yo
me senté en el suelo a rumiar el principio de mi desventura.
CAPITULO II
LA PRIMERA ATENCIÓN
Fueronse. Poco tiempo después volvieron trayendo uno una jarrilla de lata bastante
vieja y deteriorada y el otro, un poco de agua negra con frijoles y dos tortillas gruesas,
cuadradas, frias, incomibles…
-He tenido que darle mis trastos- dijo el que traia la jarrilla-, desocupelos
inmediatamente inmediatamente porque yo no he comido.
Hube de agradecerle su atención, esta primera atención, de darme, como a un perro
extraño, el necesario alimento para que no muera. Más en mi fuero interno, quedé
agradeciendo la indiscresión del otro policia. –Es el que está por sedición –había dicho-.
Entonces se me había encarcelado por este delito. ¿Sedición yo? Muchos compañeros
habían ya pagado con su vida este delito, tan facilmente atribuible por Ubico, tan
rigorosamente sancionado y penado por sus leyes sabias! Y ahora yo estaba entre las garras
del sátrapa, es decir, atrapado en aquella celda, acusado de sedición y con centinela de vista
a la puerta de la bartolina. Comprendi lo grave de mi situación y no comí la bazofia que se
me había arrojado. Carecia de cigarrillos. Cuando llegó el policia le rogué que me
consiguiera algunos y accedió. Al entregarme la cajetilla la rompí con avidez y fumé el
primero. El cigarrillo tiene una gran importancia para el cautivo. Le consuela y le estimula.
A veces es hasta un confidente. En la alegria como en la pena, el cigarrillo es el gran amigo
y compañero del hombre. Diganlo quienes hayan vivido los momentos más emocionantes
de su vida. Las horas de tragedia, como las de placer, estimuladas por el cigarrillo, tienen
matices encantadores y proporccionan al hombre un barato bienestar y placenteros
instantes. Soliloquié con él, y a él confié mis penas, mis temores, mis incertidumbres, aquel
primer paso en el sendero trágico que de ahí en adelante sería mi vida. Fueron
transcurriendo lentamente las horas y, agobiado de pesadumbre –porque la congoja
adormece el cuerpo del hombre -, me dormí no se por cuanto tiempo. Bruscamente fui
despertado a la media noche. Tres policias, portando sendas lamparas, irrumpieron en mi
celda y de un puntapie me despertaron. Reconocí a uno de ellos: el coronel Héctor Orttiz,
segundo jefe de la Policia de investigación y encargado de las torturas.
-¡Vamos!- fue la órden, seca y breve.
Me levanté en un estado de inconsciencia , ese estado peculiar del sueño, no del todo
despejado. Dos policias me tomaron por los brazos y atravesando varias puetas y
corredores, llegamos a la calle, donde un carro nos esperaba con el motor en marcha. Al
introducirseme a él, me encontré con el coronel Rigoberto Arquer que, esposado, ocupaba
el asiento trasero. Obedeciendo la órden yo tambien presenté mis manos y los grilletes se
ciñeron a mis muñecas por primera vez. Los policias ocuparon los otros asientos y se dio la
orden de marcha. El automovil empezó a rodar en el silencio de la noche…
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Ombres contra Hombres
CAPITULO III
LA SEGUNDA ATENCIÓN
lanzado aun metro de tierra. Como mi cabeza estuviese inclinada, un policia me asestó un
fuerte bofetón, ordenandome que la levantase y contestara sus preguntas. Otros tiraron d
mis pies y bajo la presión de aquella fuerza enorme y aquel dolor insoportable, ofreci decir
verdad y entonces se me bajó. La misma insidiosa pregunta y anye mi negativa, nuevo tirón
de la cuerda, otra bofetada y nuevos tirones de pies. Cuatro veces se me sometió a este
tormento y, desmayado, con la vista turbía y retorciendome de dolor, fui introducido de
nuevo al carro, en cuyo asiento ya no pude sentarme solo. Caí al suelo del vehiculo en
estado inconsciente y cuando pude gozar de los primeros destellos de lucidez, estabamos
entrando al primerCuartel de la Policia. Recuerdo que alcance a ver el reloj de la Sargentia:
marcaba las dos y veinte de la mañana. Era la hora de los suplicios…
CAPITULO IV
EL TORMENTO
Como un fardo o como una cosa cualquiera fui arrojado al interior de la bartolina
número 5, del primer Cuartel. Pasé la noche tendido boca abajo; las sienes me ardían
intensamente; mi traje se había roto; el dedo pulgar de la mano derecha se me había casi
zafado y me dolía horriblemente; tenía hinchados los hombros y no podía moverme. .
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Ombres contra Hombres
tendiddo en el suelo como una masa inerte, fui encontrado al día siguiente por el policia
que vino a abrir la puerta. Serian las ocho de la mañana, la más triste de mi vida, que
recuerdo a través de los tiempos. El policia puso en el suelo un pocillo de agua negra que
llaman “café” y un pan duro. Me arrastre como pude y, haciendo un esfuerzo, logré acercar
el brebaje a mis labios. El policia, quizá compadecido, puso un cigarrillo entre ellos y me
acercó la llama de un fosforo. Después cerró la puertay se fue. Quedé en la oscuridad.
Como el dolor que sentia era demasiado intenso, crei encontrar un alivio en el lamento y
me quejé toda la mañana y parte de la tarde, sin la esperanza de que nadie se condoliera
demi situación. Frente a mi bartolina estaba encerrado el licenciado Ramiro Fonseca; en la
contigua el doctor Rafael Sardá. A Samayoa y Arquer no los había vuelto a ver, pero me
constaba que estaban presos.
Con lentitud desesperante transcurrian las horas. Cuando las sombras de la noche
ennegrecieron la bartolina, mi espiritu empezó a langidecer. Pocos hombres, quizá, podrán
mantener una serenidad inalterable, a ciertas horas del día y en circunstancias especiales, en
que el dolor y la incertidumbre y aun el temor de perder la vida, forman un margo torcedor
y martllean cruelmente el cerebro y el corazón del ser viviente.
Al filo de la media noche, llegaron a mi celda otros policias de investigacion a
repetirme la orden de la noche anterior: -¡Vamos!- Como no podía moverme, me tomaron
entre cuatro, dos por los pies y dos por los hombros y me condujeron a una ambulancia
cerrada que esperaba a la puerta del edificio. Esta vez no me esposaron y tirado en el piso
de la ambulancia me condujeron nuevamente a las bóvedas de la Dirección General de
Rentas . fuimos recibidos poe el comandante de la Policia de Hacienda, Teodoro de León.
Se me llevó al cuarto de torturas , esta vez alumbrado por tres velas de sebo. El cuadro que
a mis ojos se presentó va más allá de cualquier descripción; aún danzan frente a mis ojos
sombras macabras; mi imaginación, herida por aquel espectáculo horripilante, hace que hoy
se me ericen los cabellos y me invada un frio peculiar: un hombre desnudo, con lass manos
atadas alos pies y colgado de la cintura, se balanceaba en la cuerda. Sus organos genitales,
bastante visibles a causa de la posición, fueron amarrados con cañamo delgado, de nudo
corredizo; un policia tiraba del cañamo hacia arriba y otro, con una pequeña vara, no supe
si de hierro o de madera, golpeaba los testiculos de aquel hombre, con una agilidad y una
destreza admirables. Los gritos que el desgraciado proferia, son indescriptibles y todavia
repercuten en mi cerebro. Hoy comprendo que hay escenas en la vida que ninguna pluma,
por diestra y eficiente que sea, es capaz de describir con exactitud. Jamás supe qué
confesión querian arrancar de aquel infeliz hombre, porque no le formulaban pregunta
alguna, sino solo se dedicaban a martirizarlo. A pesar de mi asombro, pude colegir que el
torturado era persona de cierta categoria: me lo estaban diciendo la marca d su sombrero
gris tirado a un lado, su calzado y su camisa de seda. No pude verle la cara, primero por la
escasa luz y después por tenerla hundida entre las rodillas, sujeta la nuca por una cuerda.
Antes de desatar al condenado , fui sacado de la cámara fatal. El coronel Ortiz estaba a la
puerta y me dijo: -¡Lo que le espera, sino dice la verdad!
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Ombres contra Hombres
CAPITULO V
LA RATIFICACION
¡Qué horas más angustiosas las que viví! No pude dormir. El sufrimeinto físico y moral
que experimentaba era espantoso. No había tomado ningún alinemto y aquella fria mañana
de diciembre me encontró sumido en la más horrible depresión que imaginarse pueda.
Ruido de llaves hizo que yo me incorporara. Llegó el carcelero, abrió la puerta de mi
celda y puso a mi alcance un vaso de café frio y un pan duro. Acercó ekl vaso a mis labios
y, venciendo toda repugnancia, bebí el brebaje que se me ofrecia. Mitigué la sed; el policia
me dio un cigarrillo encendido que fumé con avidez y volví a rumiar mi dolor y mi tristeza
embrocado sobre el duro y frio pavimento. Así trancurrieron las horas. Poco antes de las
dos de la tarde, llegaron varios policias de investigación, me pusieron grilletes y me
ordenaron que les siguiera. Esta vez me esposaron por delante. En la calle esperaba una
ambulancia. Salí envuelto en una “chamarra” y con la cabeza vendada. Almas compasivas
me habían proporcionado aquellas prendas que constituian mi única comodidad. El
licenciado Fonseca me había prestado un pequeño cojín, que mucho tiempo después le
devolví cuando nos hallamos juntos en la Penitenciaria Central. Me llevaron a presencia del
auditor de guerra licenciado, Guillermo Cabrera Martínez, con el objeto de que ratificara mi
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Ombres contra Hombres
CAPITULO VI
EL CAREO
que colocarse en la época de estos sucesos para comprender lo que significaba un llamado
urgente de parte del auditor de guerra.
El licenciado Aguilar, en presencia del auditor, fue interrogado en esta forma:
-¿Conoce usted “El Jardín de las Paradojas”? –preguntó el auditor.
-Algún bonito chalet?
-¡No, un libro!
-¿Algún libro de versos?
-Qué libro de versos ni que nada, un libro que escribió, contra el general Ubico, ese
bandido de Efrain de los Rios…
El licenciado Aguilar negó rotundamente tener conocimiento de la existencia de tal
libro y, a pesar de las afirmaciones del auditor de que yo había confesado que el licenciado
Aguilar me había suministrado los datos para escribirlo, mantuvo la firmeza de su negativa.
-¡Ahora veremos! –gritó el auditor, y me mandó entrar.
El licenciado Aguilar Fuentes y yo, frente a la arrogante figura inquisitorial del auditor,
fuimos conminados a decir verdad. Ambos sostuvimos nuestras primeras posiciones. Yo
negué siempre la colaboración del licenciado Aguilar y el ratificaba mis afirmaciones.
Desesperado el auditor por no poder obtener de nosotros ninguna declaración que nos
comprometiera y a él le permitiera significarse por haber descubierto un nuevo par de
enemigos del “señor presidente” , dispuso levantar un acta de nuestras exposiciones; acta
José Luis Cifuentes, en cuyo poder se encontraba “El Jardin de las Paradojas” y que, merced a fuertes
torturas inflingidas en las bóvedas del edificio de la Centralización de licores, se vió obligado a
entregarlo a la policia. Por haber sido depositario de este libro, sufrió varios meses de prisión,
habiendosele libertado tras de serias amonestaciones. Fue una singular circunstancia el que no haya
corrido la misma suerte del autor, dado lo facil que hubiera sido deducirle una responsabilidad por la
custodia de tal documento. La foto fue tomada al día siguiente de su liberación, en 1936.
ERAÍN DE LOS RIOS 25
Ombres contra Hombres
milagrosa que, aunque a mí me hundió por varios años en la Penitenciaria, tuvo siquiera el
prestigio de salvar al licenciado Aguilar Fuentes, a quien desde un principio comprendí –y
después tuve oportunidad de constatar más ampliamente- que se queria dañar con mis
imprudentes declaraciones.
Terminada el acta, el licenciado Aguilar firmó. Yo no podia tomar la pluma del
escritorio del auditor, por tener zafado y sin movimiento el dedo pulgar de la mano derecha.
Entonces el licenciado Aguilar se apresuró a ofrecerme su estilográfica, con estas frases que
hasta ahora no he olvidado y que muchos años después, siempre recordaba en la
Penitenciaria, por su sentido:
-Tenga, firme, no se manche…
Y salimos.
Cuatro años después, nos encontramos con el licenciado Aguilar Fuentes y todavia bajo
la sombra tragica de la bota dicctatorial, evocamos nuestro encuentro en la Auditoria de
Guerra, la tarde del miercoles 18 de diciembre de 1935.
Era el principio de mi cautiverio, el primer eslabón de una larga cadena de martirios.
Quedamos separados y entregados a nuestro propio destino. Se cumplia en nosotros la
inexorable ley de la existencia…
CAPITULO VII
LA OFERTA
CAPITULO VIII
EL SUPLICIO
CAPITULO IX
EL ABANDONO
Al día siguiente… amanecí vivo por la gracía de Dios. Era jueves 19 de diciembre de
1935. Un frio intenso invadia la bartolina. Tendido en el pavimento, boca abajo, hice el
intento de incorporarme; estaba imposibilitado de todo movimiento. Grité: nadie vino en
mia yuda. Arrastrandome llegué a la puerta que el viento hacía moverse; golpeé y llamé;
voces lejanas respondían a mis lamentos; los compañeros de prisión se dieron cuenta de mi
sufrimiento, entre ellos el licenciado Ramiro Fonseca y el doctor Rafael Sardá, a quien
conocí muchos años después y me relató las causas de su desventura. Nuestra primera
conversación, algo extraña había tenido lugar de una bartolina a otra, presisamente la que
estaba enfrente de la mía. Me dio su nombre y yo le di el mio, unicamente pude verle un
ojo a través de los pequeños rombos de la puerta. A consecuencia de que el “imaginaria”
había oido nuestra conversación fui sacado de la bartolina y trasladado a otra interior , atrás
de la pila, en donde la humedad constante y el ruido del chorro no dejaban oir ningún
lamento. Apenas llegaban a mí, apagdos, los tetricos aullidos de los perros prisioneros y, de
vez en cuando, las voces de los policias que se turnaban en la guardia. Por la noche, se me
llevó un pedazo de brin de dos metros de largo y uno de ancho, obsequio generoso –según
se me dijo- de Ricardo Vitola. Fue todo mi lecho durante varios dias y varias noches. Me
dolian todos los huesos; los golpes recibidos y la humedad d la celda donde fui
abandonado, me proporcionaron fuerte calentura. Temblaba mi cuerpo y la sed me
devoraba. El chorro de la pila, hacia más doloroso mi sufrimiento. Era el suplicio de
Tántalo. Pedí agua a un agente que se me acercó a mi reja y me contestó que “estaba
prohibido darles agua a los enemigos del señor presidente”. Cuando me llevaron el
“rancho”, era tal la sed que tenía, que bebí caldo de frijol mezclado con café. Pedí más de
este brebaje y el policia me entregó una jarrilla llena. Su generosidad me desconcertó.
Siempre hay personas caritativas entre tanto perverso. La mezcla de ambos brebajes, me
produjo un vomito horrible. El exceso de bilis me había arruinado comopletamente la
digestión. Ensucié el piso y cuando más tarde, tuve urgente necesidad de ejercer otra
función fisiológica, pude constatar que mis pantalones estaban completamente deshechos a
consecuencia de los numerosos azotes recibidos. Carecia de pañuelo y de papel. Era, según
se me informó, terminantemente prohibido que yo poseyese el más minimo pedazo de
papel, aunque fuese periodico. Cuando alguien de la calle, me envió una bolsa con panes y
cigarrillos, se me entregaron los objetos y se me quitó la bolsa. Recurrí a mi camisa y como
era nueva, me costó gran trabajo romperle los faldones. Así obtuve un pañuelo
improvisado. Cuando un policia me entregó el cojín que había dejado abandonado en la
celda anterior , lo estrujó cien veces a mi presencia para comprobar que no tenía nada de
“prohibido”. Una amiga generosa me remitió un colchón de paja nuevo. Su admisión costó
insistentes ruegos y cuando fue introducido, la entrega para mí fue causa de un largo
expedienteo y de reiteradas “consultas”. Jamás me fue entregado y se “perdió”
definitivamente.
ERAÍN DE LOS RIOS 29
Ombres contra Hombres
En la más miserable posición que imaginarse pueda, hambriento, con frio y enfermo,
me encontró la tarde del sábado 21 de diciembre. Llegó un sargento y abriendo la puerta
med dijo que el subdirector de la Policia deseaba verme. Le seguí, tambaleandome y
sosteniendome de las paredes. Al pasar por un corredor y al pie de una columna estaba
reclinado un colchón. Un barbero que afeitaba policias, al pasar, me indicó que ese colchón
había llegado para mí. Me reconfortó la idea de que esa noche pudiera dormir en colchón.
Las más leves esperanzas, prenden en el corazón del preso, una llama de alegria, que
siempre se apaga al rudo soplo de las consiguientes decepciones. Raramente se cumple una
oferta, salvo cuando perjudica; entonces se realiza al momento. Eso me hace comprender
que el corazón del hombre está más presto a producir el mal que a dispensar cualquier
beneficio.
Estamos en el local de la Comandancia del primer Cuartel de Policia. Los coroneles
Oscar H. Peralta y Jesús del Cid, están frente a mí…
CAPITULO X
EL INTERROGATORIO
Central. Ese era el hospital que me había ofrecido el coronel Peralta. Por primera vez mis
plantas pisaron el umbral de aquel antro fatidico. Se me introdujo a la oficina del alcaide.
Lo era el capitán Rodolfo Fuentes. Uno de los policias, el que parecia jefe de ellos, entregó
una nota al alcaide. Al trasluz reconocí la firma del general Anzueto. Se tomaron mís
generales, señas particulares y demás datos que creyeron necesarios. Se hizo venir a dos
presos comunes uniformados: uno de ellos era el inspector general y el otro el “encargado”
de los callejones. Entrambos me llevaron al interior. El centinela franqueó la puerta
atravesando el arma que tenia calada la bayoneta.
Vista del primer callejón de la Penitenciaria Central, destinado exclusivamente para los
politicos, castigados del patio general y condenados a muerte.
Este sitio es, indiscutiblemente, el lugar más trágico de América: en él se han cometido todos los
crimenes imaginables. Por aquí pasaron miles de prisioneros. Notese, al fondo, parte superior,el borde
que quedó de lo que era bóveda corrida y que destruyeron los terremotos de 1917-18. Al entrar la luz a
éste lugar, se tapiaron las ventanas que hay en el interior de las bartolinas. Al fondo, parte inferior, el
borde a la entrada de las bóvedas subterraneas que constituyen la sexta y septima cuadras. En medio de
estas, hay un local independiente, sitio escogido para aplicar los castigos más infamantes. Para bajar a él
se pasa sobre 18 gradas, bastante gastadas ya por el paso constante de los condenados.
Las flechas marcan las celdas número 1 –a la izquierda- y 23; el autor pasó más de dos años en
cada una de ellas.
En todos los rincones de este lugar palpita consatntemente la tragedia.
Se me condujo a una galera, donde existen largas mesas y que denominan “boquete”. Se
me sometió al más raro registro que he sufrido . como la amyoria de esas pequeñas cosas
que el hombre usa diariamente, me había ya sido recogida en el Cuartel, era poco lo que
llevaba: dos cajetillas de cigarrillos, una caja de fosforos, y el pedazo de falda de mi camisa
que me servia de pañuelo. Todo me fue incautado. Casi se me desnudó. Se palpó el forro de
ERAÍN DE LOS RIOS 31
Ombres contra Hombres
Estamos en el primer acto del drama penitenciario. Son las cinco de la mañana del día
domingo 22 de diciembre de 1935. Abrese la puerta de mi celda y penetra en ella el
encargado con las llaves en las manos. Siguenle una especie de ayudante llamado
“pasador”, llevando un vaso de peltre con café y dos panes franceses de sabor
indescriptible. Me hablan; trabajo inmenso me cuesta contestarles, tal es el estado de
postración en que me encuentro. Dejan el café y el pan en un rincón y se retiran. La puerta
vuelve a cerrarse y yo, arrastrandome, acerco a mis sedientos labios el café y lo bebo.
Aquella bebida cruel tiene la virtud de confortarme. Afuera oigo el paso de otros presos y
voces que he creido reconocer. No puedo ver a nadie; la puerta no tiene ni el más leve
intersticio. A las ocho, la puerta se abre y soy llamado al exterior. Como no puedo pararme,
el encargado y el pasador me sacan en hombros. Un barbero, escogido arbitrariamente entre
los presos comunes, espera con la máquina en la manos. Se me indica un tripode rústico
para sentarme, más como no puedo y voy al suelo, el barbero se inclina y, sin mayores
atenciones, empieza a quitar mi pelo a riguroso rape. Es el reglamento. Cae al suelo mi
cabelelra y el viento empieza a hacer rodar los mechones ya encanecidos. Yo los veo ir con
tristeza y veo al mismo tiempo las caras de mis compañeros de prisión. Unicamente
ERAÍN DE LOS RIOS 32
Ombres contra Hombres
reconocí al coronel Hipólito del Cid. Nadie podia acercarse a donde yo estaba, menos
hablarme. Estaba prohibido pasar frente a mi bartolina. Las órdenes eran estrictas y severas.
Terminado de trasquilar –no puedo dar otro nombre al acto-, se me introdujo de nuevo ala
celda y, en pleno día, a la hora en que el sol sonrie para los seres y las cosas, la noche se
hizo sobre mi. A las once se me llevó el rancho: dos tortillas, café y frijoles a medio cocer.
A las cuatro, identica operación. Como no comia, los alimentos se almacenaban en un
rincón. Así trancurrió el lunes 23 y el martes 24 de diciembre. Por uno de esos
desconocidos impulsos de optimismo que el prisionero experimenta en medio de su
desgracia, crei que esa noche o al día siguiente se me pondría en libertad como un acto de
acción cristiana. Poco antes de las doce de la noche, empecé a oir el estallido de cohetillos
y cánticos lejanos. Recordé entonces todas las nochebuenas de mis años juveniles; el árbol
de navidad, los pastores, los magos, los cordeles de manzanilla y el clásico tamal para la
cena; oia el cascabeleo de risas lejanas, los arpegios de la música, y rostros de mujeres
bellas desfilaban frente a mis ojos alucinados. Penosamente me incorporé y fui a reclinar
mi frente sobre la puerta cerrada de mi celda. Voló mi pensamiento hasta mi madre muerta
y, sintiendome frágil y sencillo como un niño, me eché a llorar incontenible y
desoladamente. Fue la única vez que el dolor de mi desgracia me arrancó las primeras
lágrimas. Una crisis sentimental hizo presa en mi. No pude dormir. ¿Cómo va a poder
hacerlo el hombre cuando una avalancha de sentimientos diversos pone una extraña
turbulencia en el espiritu? Al fin conclui de llorar. Cuando sentimientos reprimidos
encuentran la válvula del llanto, parece que el alma se alivia de un peso enorme. Desde
entonces creo que si algún mérito cabe en el alma de ciertos hombres, es el haber llorado
alguna vez. Y si el llanto sobreviene –como en mi caso- la vispera de Navidad, el alma del
hombre acongolado siente el impulso indefinido que la eleva hasta la presencia de Dios.
Cierto es que el dolor, como el fuego, purifica; máxime cuando se tiene la convicción de
que no se ha ofendido, ni a Dios, ni a los hombres…
CAPITULO XII
EL HOSPITAL
sensación de la podredumbre. Cuando al cuerpo del hombre se le priva del agua y del jabón
por un tiempo de nueve dias, empieza generalmente a corromperse. Yo empezaba a
corromperme y sentía repugnancia de mí mismo.parece que el hombre es el único ser que
experimenta repulsión por la falta de aseo de sus semejantes. Todos los demás animales se
toleran: el hombre, no.
Mi solicitud al encargado tuvo la siguiente respuesta desconsoladora:
-Chancles babosos, todavia presumen de lavarse; eso ya pasó de moda. Si quieren
lavense con saliva o con orines: allí está el bote-. Y soltó una carcajada estripitosa.
El sarcasmo de su burlesca risa, afectó profundamente mi sensibilidad, no anquilosada
del todo. ¡Yo, que en veinticinco años no había dejado de bañarme diariamente y de
mudarme ropa dos veces a la semana, reducido a aquella miserable condición de piltrafa
humana! Triste destino el del hombre, verse obligado a llegar a los más bajos fondos de la
degradación. El encargado terminó su respuesta, dando un fuerte jalón a la puerta y
cerrandola bruscamente. Quedé en la oscuridad rumiando nuevamente mi amargura.
Habrían trancurrido diez minutos de esta escena, cuando llegó el alcaide del presidio,
Rodolfo Fuentes, acompañado del médico, doctor Ángel Iturbide, profesional sombrio,
verdadera Caja de Pandora, de quien me ocuparé más tarde. Pidieron examinarme; les
enseñé mis torturas y, sobre todo, la honda huella que en mis manos había dejado la presión
de los grilletes. Pediles tambien permiso para lavarme. Me fue concedido. Viles ir como
comentando un asunto importante. El encargado me proporcionó una bola de jabón negro
llamado “de coche” y me acompañó a la pila, en el segundo callejón, donde estaban los
presos politicos sentenciados. Encargado de éste callejón era Roberto Isaac, el famoso
criminal conocido por “Tata Dios” y escogido para torturar hombres, por su fuerza y por su
vocación. De lejos pude reconocer a Eugenio Trujillo, Francisco Escobar y Rodrigo Robles,
con quienes ya tenia amistad desde la calle. No pude hacerles ni una seña: era
rigurosamente prohibido.
Doctor Francisco Escobar Pérez, valiente patriota, enemigo del despotismo y cuya participación en los sucesos
de 1934, pagó con más de cinco años de prisión, sujeto a trabajos forzados en la Penitenciaría Central.
ERAÍN DE LOS RIOS 34
Ombres contra Hombres
Cuando me hube enjabonado la cabeza, el encargado me echaba agua con una palangana:
era terminantemente prohibido que yo tocase cualquier objeto de metal, ni siquiera una
palangana, no fuese a suceder que con ella pretendiese degollarme. Aun no había concluido
la rudimentaria ablución, cuando llegó atropelladamente el alcaide a ordenar que
inmediatamente se me subiese al hospital. No se me dio tiempo a secarme, ni tenia con qué
hacerlo. Penosamente llegué a mi celda, recogí el almohadoncillo y el pedazo de brin que
constituian mi lecho y seguí al enfermero que llegaba por mi.
Eugenio Trujillo Estrada, extesorero de la Loteria Nacional y amigo del licenciado Aguilar Fuentes, fue
otra de las victimas del año 1934. Cumplió una condena de cutro años de prisión, sometido a trabajos
forzados y vapuleado diariamente durante los primeros meses de cautiverio.
Licenciado Rodrigo Robles Chinchilla, sufrió una condena de más de cinco años, sometido a trabajos
forzados en la Penitenciaria Central. Amigo de los licenciados Carlos Pacheco Marroquín y Efrain
Aguilar Fuentes y de los estudiantes Jacobo Sánchez y Humberto Molina; participó en los sucesos del
año 1934.
ERAÍN DE LOS RIOS 35
Ombres contra Hombres
Subí las gradas trabajosamente y desde lo alto divisé los techos y los campanarios de la
ciudad. ¡Qué próxima estaba la ciudad y, sin embargo, qué lejos de mi vida! Fui conducido
a la segunda sala, la destinada a los tuberculosos, a los sifiliticos, a los leprosos, a todos los
desgraciados que padecen enfermedades incurables y contagiosas. Se me despojó de mi
traje y se me impuso un camisón de gruesa manta con las letras “H.P.”, cosidas a la
espalda. No eran las iniciales conocidas de “caballos de fuerza”, sino significaban “Hospital
del Presidio”, según supe después. Se me destinó un camastrón de madera tosca, colocado
frente a una de las ventanas, cubiertas de tela metálica, desde donde veia la ciudad y el
patio del segundo callejón con un quiosco al centro. Veia bañarse alos recluidos del
callejón y moverse a en sus diversos trabajos, a los numerosos presos del patio general. Era
tan dura la madera de la cama que se me había señalado, cubierta unicamnte con una
sábana de manta, que no pude hacer uso de ella. La almohada semejaba una piedra
cualquiera. La única ventaja erá que me permitia librarme de la humedad. Estaba marcada
con el número siete.
CAPITULO XIII
LA VISITA DE “PAPA”
El primer jefe del botiquin que era el capitán Claudio Vásquez, ya fallecido y el señor
Emilio Galindo, como segundo, me dispensaron su compasión, gracias a ellos y a sus
oprtunas órdenes, me aplicaron fomentos de árnica, ya psrs rebajarme la hinchazón y el
morado color de la región glutea. Al día siguiente de mi insatalación en este antro siniestro,
pude distinguir al doctor Jorge Zepeda de León, cirujano dental del presidio. A pesaar de
las estrechas prevenciones, pude hablarle y a su generosidad –que recalco en estas páginas
de una manera singular- debo el que se me haya hecho venir de la calle un colchón de paja,
lo que para mi representó una gran comodidad, después de doce días de permanecer tirado
en el suelo, con el dolor insoportable de la espalda vapuleada. Marcelino Domingo se
llamaba el cautivo enfermo d ela primera sala, quien se jactaba de ser paisano mio y quizá
por ello le debo las mayores ingratitudes. Leocadio Peque era el nombre del de la segunda,
en donde yo estaba. Era de Escuintla. Me habian contado la historia de su crimen. Fueron
los primeros que me dieron a conocer la admiración, el respeto y la consideración que entre
los demás recluidos despierta el que llega por hechos de sangre, ya sean homicidas, simples
heridores, uxorcídas o agresores. Si el reo es de asesinato la consideración es mayor; la
magnitud de su crimen le otorga una personalidad dominante y sus servidcios son
inmediatamente aprovechados por las autoridades del presidio, como jefes de pelotones o
encargados de secciones, concediendoles todas las facilidades y comodidades para hacerles
placentera la vida del penal. Cuanto más repugnante es el crimen y mayor la condena,
mayor es la tolerancia y las ventajas que se conceden al delincuente, de donde concluimos
que el fin que se persigue al encarcelar al criminal, no es el castigo y la corrección de sus
ERAÍN DE LOS RIOS 36
Ombres contra Hombres
CAPITULO XIV
EL TRATAMIENTO
Mi curación se redujo a tres fomentos con árnica al día. El dolor me fue desapareciendo
poco a poco y ya pude acostarme con relativa facilidad. Por consideración del capitán
Vásquez se me cocedió al fin bañarme.en “la regadera de los jefes”. La sensación que
experimenta quien tiene el hábito de bañarse diariamente, dspues de veinte dias de no poder
hacerlo, es, sencillamente inefable. Pasaba las horas sumido en un absoluto marasmo. Tuve
ocasión de recorrer todo mi pasado vivido y cuando llegaba al punto de mi
encarcelamientoen el Cuartel de Policia, evocaba, con horror, los suplicios que allí había
presenciado y los cuales procuraré relatar al lector en los capitulos en los capitulos
siguientes. Afortunadamente, “el procedimiento cientifico” que conmigo se empleó , “para
descubrir la verdad” –según frases caracteristicas de aquella época no muy lejana-, fue la
colgada conocida, con las manos atrás, el vapuleo y tirón de pies que descoyunta. Los otros
tormentos, sin embargo, fueron aplicados a compañeros mios de presidio. Yo vi y oi a las
victimas retorcerse y gritar. Conozco las contorsiones del hombre cuando siente su carne
torturada. Se evocan, sin querer, los movimientos de los muertos cuando son incinerados.
La inquisición rediviva en pleno siglo XX. Yo comprendo la razón que asistía a los
inquisidores para quemar a los hereticos; comprendo la razón que ha asistido a los negros
de Africa para perdeguir a sus semejantes y comerselos crudos o asados; el salvaje tiene sus
razones: debe sentirse un placer extraño al comerce12 a un enemigo asado: se elimina un
rival y se saborea un manjar apetitoso; se satisface el hambre y se aparta un peligro. Yo
comprendo a los pueblos de organización totalitaria que, en su intransigencia y ofuscación,
persiguen y eliminan como alimañas a los hombres que no piensan como ellos. Yo
comprendo a los pueblos conquistadores que oprimen y torturan a los vecinos. Todos los
crimenes cometidos en seres indefensos por la Alemania nazi y de que tanto nos habla el
cine, la radio y la revista, así como la prensa diaría, yo los comprendo y les encuentro
siquiera una sencilla explicación. Si no se justifican, se explican. Pero lo que no tiene
justificación, explicación, comprensión ni perdon, son los crimenes cometidos en
Guatemala, país de paz y de trabajo, cuya pequeñez no le permite ser conquistador y cuya
cultura le impide parangonarse con los salvajes y antropófagos. Los crimenes de
Guatemala, cometidos en tiempos de paz, entre hermanos y a sangre fria, son lo más inicuo
e incalificable que puede hallarse entre la historia del Continente americano. Son lo
inexplicable.
¿Concluirá algún día tan abyecto, vil y cobarde procedimiento?
12
Se respeta la escritura del texto original, debe escribirse comerse (N del C)
ERAÍN DE LOS RIOS 38
Ombres contra Hombres
CAPITULO XV
LA TORTURA
CAPITULO XVI
“EL COFRECITO”
La tortura llamada de “El Cofrecito”, es una de las más singulares que se conocen y que
solo pudo haber sido producto de una imaginación calenturienta y diabolica. Consiste en
una prensa compuesta de tres tapas de hierro. Una va en el suelo y dos a los lados.
Amordazan a la victima para impedir que grite y la introducen en la máquina infernal. Este
tormento se practica, unas veces parados y otras tendidos en el suelo. Poco a poco van
uniendo las dos tapas de los lados por medio de un grueso tornillo al que le dan vuelta con
palanca. La víctima, bajo el dolor de una terrible presión, no puede gritar ni moverse. El
aplastamiento es perfecto. Arroja los alimentos y las materias fecales. A veces sufre
hemorragia por boca, nariz y oídos. Esta forma de tormento fue inventada por uno de los
directores de Policía de Ubico, la figura más sombría que ha pasado por el escenario
político de Guatemala. Más parece que tal procedimiento no dio el resultado apetecido y
fue abandonado, porque las victimas morían pronto.
Coronel Rómulo Barrientos, participante en los sangrientos sucesos de 1934. Se le aplicaron toda clase de
torturas para martirizarlo antes de ser ejecutado: el clásico colgamiento, la tortura del agua y del fuego,
los grilletes y los golpes en los testículos aplicados con suma destreza. Además, con él se empleó un
nuevo procedimiento. Se le introdujeron hierros fríos y calientes entre las uñas de las manos y de los pies,
tormento el más horrible que la imaginación más fecunda puede concebir. Convertido por la saña de los
verdugos en un verdadero guiñapo, fue fusilado la tarde del 18 de septiembre de 1934.
ERAÍN DE LOS RIOS 42
Ombres contra Hombres
Otra forma muy práctica para obtener inmediata confesión de delitos imaginarios,
consiste en sujetar los brazos de la víctima con los tobillos. Un policía le toma fuertemente
por los hombros y otros dos le amarran. Otro más le golpea con una varita en los testículos
que han quedado visibles. A este también le amordazan. El dolor que experimenta el
desgraciado debe ser terriblemente espantoso, como que en estos órganos se reconcentra la
mayor vitalidad del hombre. La inflamación producida por los golpes, hace que la bolsa que
envuelve los testículos se dilate hasta el extremo que llega a las rodillas. Este suplicio se
aplica en las bóvedas del primer Cuartel.
Hay otro procedimiento que supera a los suplicios de la antigüedad: a la víctima,
además de colgada y vapuleada, se le aplica un brasero a los desnudos pies y, suspendida,
va dejándosele caer lentamente entre el fuego. Este suplicio le fue aplicado por primera vez
al coronel Rómulo Barrientos, en el año 1934.
La tortura de la gota de agua, que parece copiada de los chinos, se aplica en las bóvedas
del Cuartel. Existen unas bartolinas, de media vara de ancho por tres de alto, donde apenas
cabe un hombre parado, en la parte alta hay un caño que deja caer constantemente una gota
de agua que la víctima recibe en la cabeza o en los hombros. El sufrimiento que produce es
terrible. Si la constancia de una gota de agua horada una peña, con cuanta mayor razón no
destruirá los tejidos. La víctima no resiste más allá de quince días.
Respecto a la tortura para mujeres, existen formas diferentes: a unas les sujetan las
manos a los tobillos y, completamente desnudas, las sumergen en una pila donde
previamente han echado unas marquetas de hielo. A otras, colgadas de las manos, les quitan
el traje y el pezón de los pechos les es quemado con la brasa de un puro. Otras son
desnudadas completamente, vuelven a amarrarles las manos a los tobillos; bajo los pechos
les ponen una faja de cuero, esta faja es sujetada por un gancho atado al conocido cable que
pasa por la garrucha pendiente del techo y, así, son izadas; después se les deja caer
lentamente entre un tonel con agua que hay a los pies de la víctima y por la que pasan
alambres eléctricos de alta tensión.
Las víctimas no fallecen a consecuencia de estos suplicios, pero padecen lo indecible.
Ante semejantes tormentos, la pobre mujer, afligida y llorosa, enloquecida de dolor,
concluye por atribuir a su padre, hermano, esposo o hijo, los crímenes que solo existen en
la imaginación de sus verdugos.
Muchas de estas víctimas están vivas, deambulan por las calles de nuestra ciudad y, si
tienen la oportunidad de leer estas páginas, tendrán que reconocer la certeza de mi relación,
hecha con la mayor sencillez, pero al mismo tiempo con superlativa veracidad.
Yo sé que muchos espíritus se sentirán amargados por la rudeza de este relato; pero a
fuer de analista imparcial y de relator veraz, no podía omitir deliberadamente el dolor de la
mujer guatemalteca, so pena de una traición conmigo mismo. La mujer guatemalteca ha
sido siempre una gran colaboradora del hombre, en las luchas de éste por conquistar la
libertad. Loor a ti, mujer guatemalteca, quien quiera que seas, porque llevas sobre tu frente
la aureola que siempre da el martirio.
ERAÍN DE LOS RIOS 43
Ombres contra Hombres
CAPITULO XVII
EL RECUERDO
Fue entonces cuando afirmé mi convicción de que en todos los dramas de la vida del
hombre, generalmente de manera directa o indirecta, interviene una mujer. No en balde dice
la copla castellana:
“Lo menos noventa y nueve
de cien que arrastran cadena,
andan sufriendo condena
por culpa de las mujeres:
porque no hay ninguna buena”
A eso de las diez de la noche, mi compañero de cama se alborotó dando unos quejidos
lastimeros. Sus lamentos fueron creciendo de tono y llegaron los enfermeros. Habían
pasado los efectos de la morfina. Aplicaronle más y el desgraciado se calmó. A la mañana
siguiente se lo llevaron a la sala de operaciones. Los cirujanos le cosieron la mano. El
infeliz, a mi presencia pasó instantes dolorosos. Lo único que le confortaba era el recuerdo
del daño que había inferido a su antagonista:
-De la cárcel se sale, del cementerio ya no –me decía.
Poco después llegó un nuevo enfermo a quien habían traído del primer Cuartel por
haber intentado suicidarse con una pequeña navaja. Tuve la oportunidad de verle la herida
sobre la tetilla izquierda. Era alto, fornido, hermoso, si cabe el adjetivo. Se llamaba Alberto
Cuevas Rogel. Era carpintero naval. Una mañana llegó a verle personalmente el auditor de
guerra, licenciado Cabrera Martínez. Entonces supe que era preso político.
-Yo creo que no me fusilarán, ¿verdad? –me dijo un día el pobrecillo-, Porque si así
fuera no me darían lechita, pan fino, ni me pusieran mis inyecciones.
-Es posible que no –le contesté-. ¿Cómo van a matar a un enfermo a quien atienden con
tanto esmero?
Yo ignoraba el sistema que se acostumbra en la prisión. Me contó su historia. Había
estado en los sucesos de 1934 y, habiendo logrado escapar a la masacre de aquel entonces,
se hallaba escondido en una casa de la 15 avenida y callejón Variedades13. Una mujer a
quien ahora veía con indiferencia fue a delatarlo y la policía lo sacó. Como se hallaba
totalmente desamparado, le obsequié el mismo brin que me había obsequiado Vitola y un
par de calcetines. Me lo agradeció en forma conmovedora. Poco faltó para que se
arrodillase. Dijo que yo era la primera persona generosa que había hallado en su calvario.
Que así, poco a poco iría reuniendo “sus cositas” para vivir en la prisión. Me bendijo. Yo
me conmoví y desde entonces le dispense mi apoyo moral y mi cariño. Una mañana,
después de la visita del médico, le dieron de alta y lo bajaron. Al día siguiente era domingo
y, desde mi ventana, le vi ir a los inodoros del segundo callejón, estrechamente custodiado
por un sargento y dos cabos. Me sorprendí. Se lo hice notar a Peque el enfermero y me
respondió que por no asustarme, no me había dicho la verdad, pero que la situación de
13
El callejón de las Variedades corresponde actualmente a la 12 calle “A” que inicia en la 11 avenida (Frente
al Salón de Actos del Central de Señoritas Belén) con trazo hasta la 16 avenida de la zona 1. Inmediaciones de
la Aduana Central y el Barrio Gerona.
ERAÍN DE LOS RIOS 45
Ombres contra Hombres
Cuevas Rogel era grave: que posiblemente al otro día lo fusilarían, en unión de otro que
estaba encerrado en las bartolinas del primer callejón. Efectivamente al otro día, fui testigo
presencial de la escena que se refiere en el capitulo siguiente.
CAPITULO XVIII
EL FUSILAMIENTO
A las cinco de la mañana del día lunes, llegó el enfermero de la primera sala
trayéndome un uniforme de presidiario hizo que me lo pusiese con la mayor rapidez. Me
quedaba corto. Despedía penetrante olor a moho. En la precipitación eché mano a una
cajetilla de cigarrillos que tenía en el alfeizar de la ventana, sabedor ya de que el cigarrillo
es un gran consuelo en las grandes aflicciones y un sedante para las más fuertes emociones.
El mestizo, paisano mio, según me había dicho, me arrebató los cigarrillos y los fósforos,
diciéndome que era prohibido fumar. Me sacaron precipitadamente. Fui llevado al primer
callejón. A la descolorida luz del foco eléctrico, pues las sombras de la noche aun eran
demasiado intensas, pude distinguir a los demás compañeros formados en dos filas. Cada
uno de ellos estaba parado en medio de dos cuidadores que llamaban vigilantes, escogidos
entre los reos más aviesos y crueles del patio común. El uniforme del presidio tiene la
virtud de hacer ver a todos los hombres iguales. Yo no podía distinguir quienes eran mis
compañeros, es decir, presos políticos y quiénes eran los “vigilantes”. La agitación, la
sorpresa, la hora, el frio de la madrugada, todo me hacia temblar. En la organización de las
filas, el coronel Hipólito del Cid que me vio entrar, logró llegarse hasta mí me quedé casi a
la cabeza de la columna y me dijo al oído: -“vea, oiga y calle, por favor”-. Yo, asustado, sin
saber todavía lo que iba a pasar, ofrecí cumplir fielmente la indicación del compañero. Se
abrió la puerta de goznes, con un chirrido fatídico y otro preso nos dio la voz de mando par
salir por el portón. Obedecimos. Al salir al patio general, yendo hacia el oriente, nos
hicieron girar a la derecha y después hacia el poniente. Hicimos alto y quedamos de cara al
norte. Yo fui uno de los más próximos quedó a la pared. Cerca de un árbol que llaman
“cush” y que, según leyenda del presidio, florece todo el año alimentado con sangre
humana. El presidio, constituido por más de mil quinientos hombres, estaba formado en
cuadro. Empezaba a clarear. Se oía el canto lejano de los gallos saludando al nuevo día.
Toques de corneta anunciaban la llegada de tropas del fuerte San José. Momentos después
entraban las autoridades: el director de Policía, el comandante de armas, el auditor de
guerra y muchos jefes, oficiales y civiles. Avanzó la bandera por el centro. Se detuvo como
a 30 metros del paredón y fueron traídos los sentenciados. Se les leyó, como es de rigor, los
principales pasajes de su proceso. 24 horas antes les había sido notificada la denegatoria del
recurso de gracia, interpuesto por el defensor de oficio; era la hora señalada para el
cumplimiento de la sentencia fatal. Fueron conducidos por un oficial al fatídico paredón.
No quisieron sentarse, ni que les vendaran los ojos. Yo vi a Cuevas Rogel pararse con
serenidad y lo compadecí, porque le había tratado en el hospital. Siempre es triste ver morir
ERAÍN DE LOS RIOS 46
Ombres contra Hombres
a una persona con quien se ha tenido cierto trato. Son inolvidables para mí, a pesar del
tiempo transcurrido, todos los que fueron compañeros míos y perdieron la vida en diversas
circunstancias. Algunos de ellos pasaran por estas páginas, como pasaron por la vida,
fugazmente, envueltos entre las brumas de mis recuerdos, que hoy quieren ser, como serán,
una plegaria.
Rápidamente la pequeña escolta ejecutora se formó. Integrada por artilleros hábiles y
acostumbrados a ejecutar actos semejantes, que los reclusos denominan los carniceros,
obedecían las órdenes que un teniente les daba con voz dulce y melodiosa. Contraste raro
formaba la voz suave y acariciadora del teniente con el crujir de muelles peculiar de las
armas preparadas para el disparo. Eran dos los ejecutados: Cuevas Rogel y otro cuyo
nombre he olvidado. Están parados frente al paredón que constituye la parte posterior de las
bartolinas de la izquierda del primer callejón. Frente a ellos, con las armas tendidas,
apuntándoles, la escolta compuesta por diez soldados, cinco de pie y cinco con la rodilla en
tierra. El teniente de la voz de seda, levanta la espada y al dejarla caer, acompañada de la
orden: ¡Fuego!, pronunciada con argentina voz, truena la descarga y los reos se desploman.
Cuevas Rogel cae de bruces. Su compañero se dobla sobre las rodillas y cae encogido. Su
sombrero hecho de palma, vuela en pedazos. Inmediatamente se aproxima a los ajusticiados
me hizo subir las gradas del hospital el teniente de la meliflua voz y va dando a cada uno el
tiro de gracia consabido. La escena ha terminado. Era la mañana del 28 de enero de 1936.
El desfile de regreso se organiza. Vamos pasando en fila india frente a los cadáveres
ensangrentados. Tiene por objeto infundirnos horror como medida ejemplarizante, según
afirman las autoridades. Un compañero llevado por un sentimiento de piedad y de respeto,
se quita el birrete, lo que le vale un castigo, parándolo toda una mañana al borde de la pila,
castigo conocido en el penal con el nombre de la basa. Como las autoridades que asistiesen
a la ejecución, entre las que pude distinguir al subdirector de Policía, coronel Oscar H.
Peralta, viesen que entre los presos políticos del primer callejón había uno con el pelo y la
barba demasiado crecidos, ordenaron que, sin contemplación ni distingos, todos los presos
fuesen rapados y rasurados a navaja. Yo, tan pronto como llegué al callejón y un
compañero se dispusiese a ofrendarme un cigarrillo, mientras fue a buscarlo, fui extraído
del recinto y a empellones se me hizo subir las gradas del hospital en donde se me despojó
del sucio uniforme. Dióseme el pan y el brebaje acostumbrados en el hospital. Un pan duro
y un cocimiento frio que denominan “atole”. Papas y güisquil cocido, sin sal, constituyen el
almuerzo y la comida. Yo estaba “a dieta”, como mi enfermedad proviniese del aparato
digestivo y no de los golpes oficiales. Después de tomar este repugnante alimento, quise
leer una revista vieja que tenia escondida entre mi cama y que otro enfermo me había
proporcionado. Imposible. Por primera vez en la vida no podía concentrar mi atención
sobre lo que estaba leyendo. El horrible espectáculo de la mañana me había impresionado
profundamente. Escondí de nuevo la revista, me tendí en el lecho y me puse a meditar sobre
lo que había presenciado. Al día siguiente, me bajaron del hospital. Había ya transcurrido
treinta y tres días. Se cerraba un capitulo de mi vida y se abría otro no menos doloroso.
ERAÍN DE LOS RIOS 47
Ombres contra Hombres
Aquel “peludo” que motivó la orden de “rape general”, era yo, que durante más de
cuarenta días no se me había permitido afeitarme. Algunos compañeros, cuidadosos de su
melena y de su bigote, pretendieron atribuirme culpabilidad. Mas ¿Quién era el verdadero
culpable? ¿Yo, o los que me encarcelaron?
Se me concedió indulgencia por parte de los compañeros, pero ello no impidió que su
inquina de los primeros instantes fuese la primera demostración de odio que se me confiere
en el penal, el primer peldaño una larga escala de odios, escala única por la que solo suben
los hombres superiores.
CAPITULO XIX
EL ENCIERRO
Apoyado en el hombro del generoso enfermero Peque, bajé las gradas del hospital. Un
“pasador” venía detrás trayendo mi colchón. Abrióse la puerta del departamento celular y
fui entregado al Encargado, quien me precedía, haciendo sonar el haz de llaves. Recorrí
más de la mitad del callejón. Miraba a todos lados. En las puertas de las bartolinas, los que
serían después mis compañeros de infortunio, asomaban sus cabezas curiosas. Algunos ya
me eran conocidos. Nadie se atrevía a hablarme. El encargado se detuvo frente a la
bartolina número 10, de dos metros de largo por uno de ancho. A ella se introdujo mi
colchón y yo después. Cerróse tras de mí. Quedé sumido en la más completa oscuridad.
Cuando mis ojos se fueron habituando a ella, pude descubrir que no tenia espacio ni para
dar dos pasos. Palpé la puerta y, ¡oh, alegría!, descubrí que en vez de cerrojo, tenía un
fuerte candado que permitía se abriera como seis centímetros. Por esa milagrosa abertura se
filtraba la luz. Por ella, acercando un ojo, podía yo ver a los compañeros que se paseaban.
A las once se me llevó el rancho: un plato de frijol, dos tortillas y un vaso de café. El
encargado me advirtió que si yo no tenía trastos o procuraba adquirirlos, ya no tendrían en
qué servirme los alimentos al día siguiente. ¿Dónde iba yo a adquirirlos? ¿Cómo? ¿Con
qué? Comprendí que mi calvario empezaba.
Desde por la mañana carecía de un cigarrillo. Mi desesperación se acentuaba. Mas
como en el momento de mi ingreso se me había entregado un paquete que alguien me había
remitido de la calle desde hacía algunos días y pude descubrirlo en un rincón, me dispuse a
abrirlo y enterarme de su contenido. Era una estera de pita, envolviendo seis cajas de
cigarrillos y bastantes fósforos. ¡Y yo padeciendo lo indecible sin un cigarrillo! Fumé el
primero y, desde entonces, empecé a notar que la Divina Providencia jamás me abandonó,
aun en los trances más difíciles y angustiosos de mi prisión. Por la tarde y, sin duda, con el
pretexto de tomar el sol, vino a sentarse encuclillado, frente a mi bartolina, el honrado
obrero Max Aldana González, de quien me ocuparé en capítulo especial. A él le debo el
primer pañuelo que llegó a mis manos en mucho tiempo. ¡Cuánto se lo agradecí! En un
descuido de los vigilantes, me introdujo por la abertura un paquetillo de caramelos, los
primeros que endulzaron mis amarguras, la de la boca y la del ama. Mas sin duda, a
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Ombres contra Hombres
CAPITULO XX
LA VOZ LEJANA
Muchos hombres a quienes yo dijese que he hablado con Dios, me tildarían de loco,
cuando no de blasfemo. Muchos otros a quienes yo afirmase mi comunicación con la
Divinidad, creerían que tamaño absurdo solo puede provenir de una imaginación enferma o
ser causada por el prurito de afirmar una cosa inexistente. Sin embargo, esto es tan cierto y
tan positivo, que me empeñaré en demostrarlo. No es una novedad ni con ello persigo un
afán de notoriedad. Sencillamente, dos amigas inseparables de mi vida, la experiencia y la
observación, me han dado a conocer muchas cosas ignoradas por la mayoría de los
hombres; el más insignificante detalle de la vida, tiene, en la generalidad de los casos, una
importancia y una trascendencia enormes. Sencillas manifestaciones de la naturaleza, han
conducido al hombre de ciencia por el camino de los grandes descubrimientos. Y así, en el
hondo silencio de mi celda, sumido en la más profunda oscuridad y en posesión completa
de todas mis facultades físicas y morales, yo sentí muchas veces la proximidad de una
potencia desconocida, pero poderosamente influyente sobre mi sensibilidad, sobre mi
conciencia y sobre mi pensamiento. El análisis introspectivo, producto de la reflexión y de
la consideración filosófica sobre la razón de la existencia del hombre, sobre las primeras
causas y sobre el origen de la vida, ideas nacidas en la soledad y en el silencio, llevaron mi
pensamiento tan lejos, hasta las ignoradas honduras del infinito, que surgió dentro de mi ser
ERAÍN DE LOS RIOS 49
Ombres contra Hombres
todo, concreta y firme, como una materialización, la idea clara y precisa de la existencia de
un Ser superior, director y organizador de la armonía universal. La realidad de Dios
palpitaba dentro de mí de una manera extraordinaria. La fuerza eterna moviendo los
mundos, encendiendo los soles y dirigiendo la voluntad de los hombres, era para mí una
manifestación real de la existencia de Dios. Y sentí su proximidad y mi espíritu,
atormentado por tanto sufrimiento, se fue iluminando con fulgores de una luz demasiado
intensa y desconocida. Se abrieron para mí panoramas insospechados y, estando solo,
inmensamente solo, entre el frio y el dolor, entre la angustia y la necesidad, entre la duda y
el miedo, me sentí acompañado y protegido, reconfortado y tranquilo, convencido y
valiente, en medio de aquella desolación en que me había sumido un caprichoso dictado del
destino. Y, al dialogar con mi propia conciencia, cuyas repuestas me eran claramente
transmitidas, sentí en todo mi ser la completa y definitiva manifestación de Dios; la
plenitud de Su grandeza llenó mi vida y me comuniqué con El, en un dialogo extraño,
desconocido para una gran parte de los mortales. Convencime de que el menor ruido, al
distraer la atención del que lo oye, le quita una parte de su propia personalidad, le arrebata
una porción de sus tesoros interiores y le obliga a descentrarse de su misma
reconcentración. Esta sensación de proximidad con Dios, creo yo, únicamente puede
experimentarse, cuando el espíritu del hombre, más o menos evolucionado, se encuentra
propicio para recibir estas manifestaciones extranaturales y cuando las circunstancias que lo
rodean, hechas de soledad y de silencio, coadyuvan a que el hombre pueda oir la voz clara
y precisa de su propia conciencia, que es, en conclusión, la voz misma de Dios. Se oye el
ruido del silencio –porque el silencio también hace ruido- y al sentir la proximidad de una
entidad nueva que se introduce dentro del aura de nuestro propio ser –como explica la
teogonía hindú-, se palpa y se experimenta la transformación de nuestra alma y diafanidad
que invade nuestro pensamiento.
Estas sensaciones las comprobé en el apartamiento de mi celda. Quizá el lugar único en
que el hombre puede disfrutar de la compañía de si mismo y de la proximidad de Dios.
Comprendí entonces, a los eremitas que aman y desean la soledad. Su penitencia en el
silencio, les trae como premio o recompensa, sentir la existencia de Dios dentro de su
propia alma. Premio el más hermoso, al que solo pueden aspirar las conciencias
privilegiadas y los espíritus iniciados en el camino de la perfección.
CAPITULO XXI
LA OBSERVACIÓN
El nuevo encargado venía a verme a cada instante a mi celda. Era alto, cenceño, de
andar lento y voz pausada y seca. Usaba un ancho sombrero de palma que daba a su rostro
una sombra que a mí me pareció siniestra. Se llamaba Ignacio Gómez. Su presencia,
francamente, me era repulsiva. Todo cautivo sujeto a las ordenes de otro cautivo, no ve en
él más que un verdugo y, con mayor razón, en el caso que, como el nuestro, daba lugar a
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Ombres contra Hombres
que recluidos del orden común, seleccionados entre los más crueles, viniesen a ser jefes del
departamento en que nos encontrábamos encerrados. El nuevo encargado me tomó cariño y
pasaba horas en mi celda contándome la historia de su crimen: había matado a un hombre
de un certero balazo en la frente. Siempre por una mujer. Un día vio el estado lamentable
de la única camisa que poseía, la misma a la que le había roto un pedazo de falda para
utilizar como pañuelo. Me la pidió insistentemente y se la llevó. Dos días después vino a
verme, poco antes del encierro. Su actitud misteriosa y sus pasos mesurados, me
infundieron cierta prevención. Sacó la camisa que llevaba oculta debajo de la “chumpa”
reglamentaria y me la entregó. Estaba bien limpia y remendada. No quiso aceptar nada por
el servicio. Al día siguiente por primera vez en mucho tiempo, mi cuerpo lastimado recibió
la caricia de una camisa limpia. Ignacio Gómez fue el primer Encargado que tuvo un gesto
de piedad para el desgraciado prisionero. A nadie hostilizaba y mantenía el concepto de que
los hombres, cuando están sumidos en el infortunio, deben ayudarse los unos a los otros.
Qué razonamiento tan diferente al de los demás Encargados que conocí después. Ignacio
Gómez me dio a conocer que a los hombres, cualesquiera que sean, no debe juzgárseles
por su aspecto exterior. Muchas veces una fisonomía de rasgos duros, es una máscara que
oculta la bondad de un corazón. El aspecto a primera vista repulsivo de Ignacio Gómez,
trocóse después para mí en una figura simpática. Si él hubiese tenido dinero habría hecho
todo lo posible por proporcionarme alguna comodidad. Si yo lo hubiese tenido, el se habría
encargado de adquirirme lo principal, desde trastos para recibir comida, hasta ropa de cama.
Sin embargo, le agradezco sus atenciones.
Max Aldana González, competente maestro de mecánica y uno de los obreros más significados de Guatemala.
Propulsor entusiasta del juego de base-ball, y fiel amigo del licenciado Efraín Aguilar Fuentes. Cobardemente
asesinado la tarde del 3 de julio de 1938, en los barrancos surorientales del Campo de Marte y después de 45
meses En uno de reclusión.
de injusta los primeros días de ser
Atribuíasele la primavera,
el autor determinado
las bombas de incautadas
servirse eldurante
rancho,el entró a mi
movimiento
revolucionario de 1934
bartolina Ignacio Gómez y con su voz que a mí me parecía misteriosa, me dijo:
ERAÍN DE LOS RIOS 51
Ombres contra Hombres
-Ahora ya puede salir y comunicarse con los demás compañeros; pero, eso sí, le
recomiendo muy especialmente que no hable con los presos del otro callejón –y su mano
señaló el famoso “triangulo”, de donde era encargado el famoso y legendario Roberto
Isaac, conocido por “Tata Dios”.
Puedo decir que sentí la misma o parecida emoción que experimenta un gallo en corral
ajeno, según el proverbio popular. La comparación es absurda, pero estoy seguro que si el
gallo hablase y estableciese una escala de comparaciones emotivas, parangonaríase
conmigo.
Inmediatamente, al saber la nueva de mi desincomunicación 14 , vinieron muchos
compañeros a rodearme y dieron principio las presentaciones. Siempre la llegada de un
preso nuevo es motivo de novedad en el presidio. Alguien había hecho circular la noticia de
que yo era un escritor de combate y poeta por añadidura. Efusivas salutaciones, apretones
de mano, abrazos y frases cariñosas de consuelo se prodigaron abundantemente entre
nosotros. Max Aldana González me invitó para pasar a su celda a fumar un cigarrillo. Los
demás compañeros me rodeaban y, cuando ya me disponía a asistirá la ceremonia para la
que había sido invitado, sonaron las sirenas de las fábricas vecinas y entró el Encargado
haciendo sonar las llaves y ordenando que cada uno reconociese su respectiva celda. Era la
hora clásica del encierro: las cinco de la tarde. Nos separamos. Cuando estuve solo, todavía
emocionado, reflexioné sobre la nueva sociedad que me rodeaba. Confié en Dios y procuré
dormirme. Imposible. Las últimas emociones habían afectado mis nervios. Quería que
llegase pronto el nuevo día para conocer a mis compañeros de infortunio. Era la primera
vez que hablaba con hombres. A la mañana siguiente, empezó a desarrollarse un capitulo
nuevo del gran drama…
CAPITULO XXII
LA SOCIEDAD
Amaneció el día siguiente. Era 2615 de marzo de 1936. Me hallaba en el seno de una
sociedad extraña, en un mundo completamente nuevo, en el que todas las costumbres, los
hábitos y aún las frases prodigadas de un compañero a otro, eran completamente diferentes
de las conocidas. Yo sufrí mucho porque no lograba habituarme a la vida de la prisión.
Cuando el guatemalteco pasa por la calle o alguien le habla de la Penitenciaría Central,
sencillamente se horroriza; pero no se imagina siquiera la realidad de la vida detrás de los
grises muros de todos conocidos. Atrás de esas murallas el hombre se transforma. Toda su
estructura, incluso el alma, se modifica. Sus pensamientos y sus sentimientos se
metamorfosean ¡Qué vasto campo de experimentación es el presidio! El hombre que cae a
él se sumerge en un mundo de extrañas sensaciones y si su naturaleza es fuerte resiste la
invasión del cambio y conserva integra su primitiva personalidad; pero si, por el contrario,
es emotivo, pusilánime, sensible, sentimental, cobarde y espiritualmente débil,
14
Desincomunicación. Se respeta el original. Lo correcto es des incomunicación (N del C)
15
Jueves 26 de marzo de 1936.
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Ombres contra Hombres
CAPITULO XXIII
PRIMERAS EXPERIENCIAS
No cabe dudar que la vida del hombre en el goce pleno de su libertad, es mucho más
bella y lisonjera que la del encarcelado. Pero también en la miseria de una cárcel el hombre
experimenta placeres especiales. Cuando se eleva el pensamiento hasta Dios, cuando se
cree que El está junto a nosotros y que todos los goces del mundo son fugaces y que la
única dicha verdadera radica en la conciencia y no en los simples objetos materiales de que
solemos rodearnos, se siente con placer la vida y la virtud de una cristiana resignación es un
gran consuelo para el alma del encarcelado.
A los quince días de contacto diario y convivencia con los demás presos, yo había
tomado mi partido, no diré que de una manera positiva y perfecta, pero si en una forma
soportable y llevadera. Vi que mi suerte estaba echada y que tenía frente a mí la solución de
un dilema trágico: o el patíbulo en cualquier forma de las acostumbradas por el régimen
imperante, o la perspectiva de un encierro prolongado. Este dilema m planteé a mí mismo,
ante la convicción de que, no habiéndoseme instruido proceso alguno ni motivádoseme
auto de prisión, por ningún tribunal, quedaba desde luego sujeto a la voluntad de los
poderosos que habían decidido mi encarcelamiento, cuya duración me era desconocida. La
incertidumbre de la condena, es un castigo tan especial para el hombre encarcelado, que
solo podrán comprenderlo aquellos que hayan vivido en esa situación. El tiempo que pasa
carece de importancia. Porque el infortunado pero ignora si se aproxima a la fecha fijada
para su liberación. La duda acerca de su situación martiriza constantemente su pensamiento
y empieza a sufrir alucinaciones, delirios, amnesia, vértigos y trastornos de toda índole en
su mal alimentado organismo. Los súbitos cambios anímicos son demasiado frecuentes en
el cautivo.
Sometido a esta influencia extraña que afortunadamente pude resistir, me propuse vivir
mientras “los otros” me dejasen alentar. –Cuando mi hora sea llegada –resolví- haré como
los demás hombres: moriré. Tal aquella resolución, ampliamente varonil, que a mí me
pareció estoica.
Cuando en mis ratos de soledad había hecho una minuciosa enumeración de los bienes
que habían embellecido mi vida, y ahora me veía sumido en la mayor de las desgracias,
tuve intenciones de suicidarme. Pero ¿Cómo? Las minuciosas requisas a que había sido
sometido, no dejaron en mi poder nada a propósito para tal fin. Ni un trozo de cuerda, ni un
clavo. Además, me pareció repugnante, idealmente, el procedimiento. De haberlo realizado,
me hubiese destrozado la cabeza contra las paredes. Pero cuando tales ideas me asaltaban,
acudía inmediatamente Dios en mi ayuda. Sentía Su presencia y huían rápidamente tan
funestos pensamientos, nacidos en los primeros días de mi cautiverio. Mas como tengo
sabido que el hombre es un animal mimético, por su índole y por su naturaleza, al poco
tiempo estaba casi adaptado al medio en que me tocó vivir. Mi infortunio lo tomé como
una disposición de Aquel que todo lo puede. Los hombres fueron para mi, sobre todo, los
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Ombres contra Hombres
CAPITULO XXIV
LA ADAPTACIÓN
Caído, pues, en aquel rincón de dolor y desventura, tuve, sin embargo, algunos asomos
de fortuna que, equilibrando mi situación, me proporcionaron instantes agradables. Está
decretado por las inmutables leyes de la naturaleza, que el hombre solo recuerde los
instantes agradables de la vida y olvide los pesarosos; de ahí que las coplas de Jorge
Manrique sobre considerar todo tiempo pasado como mejor, sean de una honda
trascendencia filosófica y tengan por verdad fundamental las incesantes variaciones
psicológicas del hombre.
No han pasado muchos años en que sucedieron los hechos que hoy estoy relatando; sin
embargo, muchos, de ellos se escapan de mi memoria y solo gracias a un poderoso esfuerzo
de reconstrucción, logro traerlos hasta el momento presente. Es muy doloroso para el
hombre que ha sufrido mucho, recordar los instantes amargos de su existencia; darles vida
a esos instantes, para volcarlos en la tristeza de estas páginas, es algo muy superior a la
ingénita sensibilidad del corazón del hombre.
Sucede en la prisión como en el mundo. Aquellos que no saben lo que es la sabiduría,
que ignoran lo que es abrir un libro ya sea para estudio o para deleite y que no logran
comprender cuánto hay de puro y sutil en un gesto, en una expresión, se burlan
generalmente y creen que es una locura la compasión, el amor y el saber consolarse con
bellas fantasías.
Mi carcelero no sabía de estas cosas ni las hubiera comprendido aunque yo hubiese tratado
de explicárselas. Concréteme, pues, a pedirle informes sobre las costumbres de la prisión.
Preguntábale el nombre de algunos compañeros que pasaban junto a nosotros y así fui
conociendo a varios. Desde que se me había desincomunicado, yo mantenía cierta inquietud
razonable, a consecuencia de haber visto una pizarra en la puerta de la bartolina, que
pertenecía al Encargado y que tenía escrito con tiza: “Comunistas en bartolina, 64. –
Castigados, 3 –Encargado, 1. –Total: 68”. Yo, estaba, pues, entre los comunistas. Sabedor
del odio profundo y la constante persecución que el dictador sentía y desplegaba contra
quienes poseyesen tal doctrina, constitutiva de grave delito durante el régimen ubiquista,
temí por mi seguridad personal y empecé a recelar. En la débil mentalidad de la gran masa
popular, y aun en la opinión de personas al parecer sensatas e ilustradas, priva la errónea
creencia de que el comunista es un enemigo de la sociedad, peligroso para la hacienda,
trastornador del orden, salteador, ladrón, allanador, sucio, repugnante, violador y no sé
cuantas cosas más. Así lo hizo creer al pueblo, el gobernante que se creía su dueño y
director de sus ideales. Mas yo sabía lo contrario y bueno es declararlo ahora,
anticipándome a lo que diré después, que los llamados comunistas en la Penitenciaría
central, fueron las personas más decentes que yo conocí en mi cautiverio. Para ellos, que
leerán estas páginas, tengo un recuerdo en los capítulos siguientes.
ERAÍN DE LOS RIOS 56
Ombres contra Hombres
Yo sabía perfectamente que mis compañeros, en una u otra forma, eran opositores a la
dictadura gobernante, enemigos personales o simples amigos o familiares de los que el
déspota calificaba sus enemigos. Yo sabía que en aquel recinto donde nos hacinábamos
sesenta y cuatro presos, no había comunistas y que el calificativo aplicado en la pizarra de
marras era con el solo hecho de amedrentarnos y de calificarnos de alguna forma; puesto
que los delitos –si los había- no estaban clasificados en ninguna legislación, ni penados en
nuestros códigos.
Una mañana pasó en visita de inspección el alcaide del centro. Yo, arrastrado por un
impulso quijotesco inevitable, le hice ver la inconveniencia del letrero, aduciendo la razón
de que yo y muchos de mis compañeros no éramos en realidad comunistas. Mi indicación
provocó la cólera de aquel jefe y poco faltó para que me abofeteara, según pude colegir por
su airada actitud.
-Lárguese de aquí de aquí –me dijo-, usted no tiene que meterse en lo que no le importa;
si vuelve a hablarme en tal sentido, lo voy a meter a la bartolina quince días a pan y agua
por insubordinado y revoltoso. ¡Retírese y ya sabe!
Me alejé asustado de mi fracaso y temiendo que cumpliera sus amenazas aquel
energúmeno de presidio. Al día siguiente fue domingo, bien lo recuerdo. En un descuido de
los vigilantes, vi hacia la puerta en donde estaba la pizarrilla. Habían cambiado la leyenda.
Ahora decía simplemente: “En bartolina 64”. Suprimieron el adjetivo “comunistas”. Fue
atendida mi protesta. Ello fue para mí una gran satisfacción. Nada me importaba ya ni las
frases hirientes ni la actitud amenazadora del alcaide. Ese día es inolvidable para mí,
porque fue la primera vez que se me llamó para ir a visita. Era la una de la tarde.
CAPITULO XXV
LA VISITA
Cuando oí mi nombre pronunciado al otro lado del férreo portón, sentí una emoción
extraña. Era la vez primera que se me llamaba después de cien días de absoluto aislamiento.
Corrí a la puerta y, al abrirla el portero me encontré frente a otros presos, encargados de
registrarnos. Uno de ellos me quitó el saco y dio vuelta a las bolsas; otro hizo que me
quitase los zapatos; otro más hizo una requisa minuciosa sobre todo mi cuerpo y me ordenó
que abriera la boca, por si ocultaba algún objeto prohibido en ella. Satisfechos de este
registro me dejaron ir, pasando en medio de dos filas de presos alineados que denominan
“vigilantes”. Inmediatamente dos de ellos se pusieron a mi lado y me condujeron al sitio
destinado para la visita, una especie de acera como de treinta metros de largo. Volviendo
hacia el poniente, hay una larga tela metálica que separa al preso de sus visitantes, que
ocupan lo que se llama “la segunda sala”. Como es la hora destinada para la visita a los
“políticos”, todo el presidio ha sido obligado a replegarse bastante lejos del lugar por donde
nosotros teníamos que pasar. Es terminantemente prohibido hablarse con los demás presos
por delitos comunes. Hacer una señal de saludo o una simple venia a cualquier conocido, es
ERAÍN DE LOS RIOS 57
Ombres contra Hombres
motivo para sufrir un cruel castigo. Aun el mismo saludado corre peligro de ser encerrado
en bartolina. La reducida urdimbre de tela metálica, conocida con el nombre de “el
cedazo”, no permite a primera vista distinguir a los visitantes. Cuando el cautivo a
encontrado a su visitante, se saludan poniendo la mano, uno y otro, con los dedos hacia
arriba sobre el cedazo, como si dijesen: “¡Espera!”. Los vigilantes que le acompañan han
sido destacados con el objeto de escuchar la conversación y tomar nota si en ella no se
infiere alguna expresión contra “el señor presidente”, contra “el centro” –así llaman en el
caló penitenciario al edificio- o contra alguna de las autoridades penitenciarias.
Generalmente se teme que el visitado cuente a sus familiares y amigos, las vicisitudes que
sufre en su encierro, los tormentos a que lo someten y las privaciones que padece. En este
aspecto de la vida penitenciaria es en donde se manifiesta con más intensidad la política de
la farsa y la fuerza, que fue la norma peculiar del régimen durante el cual me tocó vivir los
episodios que estoy relatando. ¡Ay del infortunado que olvide la más leve precaución y
cometa el error de deslizar en su conversación cualquier palabra conceptuada como mala
por los fariseos que le custodian! La represalia es terrible. Si la familia o los amigos, tal vez
con la intención de suministrar al preso lo necesario para su comodidad, le preguntan, por
ejemplo, si la comida es buena o que si tiene algún libro o revista para distraerse, debe
contestar forzosamente que la comida es excelente, abundante, bien sazonada, higiénica y
que la biblioteca del presidio le proporciona todos los libros que quiera. Los vigilantes
están anotando esta conversación. Es obligatorio que cuando, por la tarde, rindan el informe
de lo que han oído, escriban dos hojas de papel tamaño oficio. Si el vigilante recuerda la
mayor parte de los asuntos tratados en la conversación, los relata en su informe. Cuando
materialmente no tiene con que llenar los dos pliegos, inventa cualquier cosa que, dada su
ignorancia, puede redundar en verdadero peligro para el prisionero. Es un caso semejante al
de los policías de investigación que tanto daño hicieron a la sociedad de Guatemala. En las
horas de visitas ocurren incidentes conmovedores entre las familias. Generalmente la
mayoría de unos y otros, llora, suplica, se queja, gime, y escenas que parten el alma tienen
lugar en aquel escenario de la desgracia y de la miseria.
La primera visita me la proporcionó una comadre mía, doña Piedad Ovalle Contreras de
Monroy. Para ella es este recuerdo. Durante cuatro años no faltó ni un solo domingo.
¡Como se lo agradezco! Fue la mujer heroica que en compañía de su hija Zoila Clemencia,
supo sobreponerse a todas las infamias, venciendo todos los obstáculos y dominando todos
los prejuicios, para llegarse hasta mí. Mario, mi ahijado de confirmación, me visitaba por
las mañanas del domingo, a la hora de la visita para hombres. Mis familiares y mis amigos,
huyeron de mí, como de un leproso. Hay un ejemplo, así para mí como para muchos. En
una de las visitas, rogué a mi comadre pasase donde una tía mía, vecina suya, a exponerle
mi situación y a impetrarle una ayuda. Cumplió mi encargo: el domingo siguiente, me
trasmitió la respuesta:
-¡Jesús! –le dijo en tono sorpresivo esta tía inolvidable-, una verdadera pena he sentido
al saber la prisión de Efraín; dígale que lo siento mucho, pero que ahora no puedo ayudarle;
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Ombres contra Hombres
que en otra ocasión, con mucho gusto. Usted comprenderá –continuó dirigiéndose a mi
comadre asombrada- que yo tengo sobrinos grandes y como él es “enemigo del señor
presidente…”
Así fue como los lazos familiares se rompieron; así fue como concluyeron muchas
amistades y se desvanecieron muchos afectos. Yo he perdonado a los amigos indiferentes y
cobardes; he perdonado a los familiares lejanos y he perdonado a todos los que, por una u
otra causa, no vinieron a mí en una de las épocas más amargas de mi vida; pero lo que no
perdono nunca, lo que no debe perdonar tampoco el Supremo Tribunal de la Opinión
Pública, es al hombre único, causa de aquella escuela de iniquidades, persecuciones y de
crímenes, que trajo por consecuencia, la corrupción y el desquiciamiento de la familia
guatemalteca. El déspota, cuyo nombre ofende al oído digno, prostituyó los cuerpos y
prostituyó las almas. La mancha de su Escuela negra, costará mucho tiempo y muchos
esfuerzos irla desvaneciendo. Su crimen, su gran crimen, le seguirá por donde quiera que
vaya, hasta más allá de la tumba…
CAPITULO XXVI
EL REGRESO
que un hombre puede experimentar, me fue imposible durante mucho tiempo. Mis trastos
para recibir alimentos los guardaba en el suelo, junto al bote de hojalata que me servía para
satisfacer mis necesidades fisiológicas. Frente a mi celda había una reposadera que
despedía olores nauseabundos. Por el centro del callejón pasa un desagüe que conduce las
aguas negras y cuyas emanaciones pestíferas son insoportables. Un día, el director del penal
mandó a abrir la juntura de las piedras que cubren el albañal, para facilitar las emanaciones
y hacer más horrible la situación de los reclusos.
Puerta de entrada a las bóvedas al fondo del primer callejón. Por esa puerta desfilaban
diariamente más de 500 prisioneros. Es el mismo lugar a donde escondían a los reclusos andrajosos para
que no los vieran los visitantes.
A la izquierda hay un recodo donde hay construidas sobre un poyo, 4 hornillas que usan los
reclusos para cocinar sus alimentos y a la derecha el pasillo para el segundo callejón, hoy tapiado. En el
recodo se construyó un baño y un inodoro, de tal manera que los actuales prisioneros, solo ven las
baldosas del callejón y el cielo azul y lejano, interceptado de vez en cuando por el paso de un avión o el
vuelo de algún sanate. El ruido de las locomotoras del ferrocarril, es lo único que interrumpe aquel
silencio tumulario.
Cuando los presos por delitos comunes, cometían alguna infracción al reglamento
interior del presidio, eran castigados severamente; y, para castigarlos, los llevaban al
departamento donde nosotros vivíamos. Con esto, cualquiera puede comprender nuestra
situación. Por las tardes, después del encierro para nosotros, oíamos las carreras y las voces
de los encargados, celadores, vigilantes, brigadas y no sé cuantas otras cosas más que
llaman “jefes” afanados en hostilizar y martirizar a mis compañeros de desgracia. Triste,
muy triste ha sido, en todos los tiempos y en todos los lugares, ver al hombre convertido en
verdugo del hombre. Sonar de grilletes, arrastrar de cadenas, golpes de sable de vaquetas o
de “vergas” era muy frecuente escuchar después de las cinco de la tarde. Este último
ERAÍN DE LOS RIOS 60
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instrumento consiste en el vergajo, ligamento cervical del toro, que, seco, retorcido,
preparado adecuadamente y bien ensebado y pintado, se usa como látigo y cuyos golpes
abren materialmente las carnes de los condenados.
Yo tuve ocasión de ver actuar a los verdugos en los subterráneos que forman las
llamadas sexta y séptima cuadras. La sola descripción de este espectáculo, me horroriza.
Solo mi condición insustituible de testigo presencial, puede obligarme a no omitir detalle y
a dar al lector un pálido bosquejo de estos dramáticos momentos de la vida del hombre, en
los capítulos siguientes. Mi memoria guarda la hora, el lugar, el día, en que los hechos
sucedieron; más lo que interesa es el hecho en sí, independientemente de las opiniones
humanas sobre el tiempo y el espacio.
CAPITULO XXVII
LOS CASTIGOS
Se flagelaba a los presos, ora en el propio callejón en que vivíamos, ora en el interior de
las bóvedas o dentro de las propias bartolinas. A cada instante, cuando más distraídos nos
encontrábamos, quienes conversando, quienes preparando sus alimentos y quienes
remendando sus ropas o simplemente asoleándose, se abría precipitadamente el portón y
entraba un grupo de verdugos, precedidos por el llamado inspector general del presidio.
Cuando el castigo era uno solo, la ceremonia era breve; pero cuando eran varios, la
ceremonia era larga e impresionante. Teníamos muchas veces que retirarnos del sitio en que
nos encontrábamos para no ser alcanzados por el látigo. Cuando la orden era de flagelar con
chicote, el acto no era tan horrible como cuando se ordenaba pegar con verga. Esta
comisión era generalmente encomendada a “Tata Dios”, hombre alto, robusto, diestro en el
manejo del instrumento y cuya mejor garantía era romper la carne de la victima a cada
golpe.
-¡Levante las manos! –le ordenaba al castigado. Y comenzaba a llover azotes sobre él.
Recuerdo que nunca conté menos de veinticinco.
Con el tiempo nos fuimos acostumbrando a ese espectáculo horrible.
Recuerdo también, que un día de navidad, antes de las ocho de la mañana, habían
aplicado más de trescientos setenta latigazos a diversos cautivos. El 10 de noviembre, el 14
de febrero, el propio jueves santo, el 30 de junio, y el 15 de septiembre, eran los días
propicios para la distribución del mayor número de azotes. Las fechas religiosas, sobre todo
la Navidad, de resonancia universal, eran escogidas para el tormento; y las cívicas entre las
que se incluyó el 10 de noviembre y el 14 de febrero –que eran las fechas máximas del
dictador16-,también se distribuyeron azotes a granel, quizá como un homenaje al fundador y
fomentador del sistema.
16
El 10 de noviembre era el día de su cumpleaños y el 14 de febrero el día de la toma de posesión de la
presidencia. En ambas fechas se le prodigaba de regalos, galas en su honor, discursos; por parte
principalmente de funcionarios de gobierno (Ministros, militares, la asamblea legislativa, comandantes de
ERAÍN DE LOS RIOS 61
Ombres contra Hombres
Yo vi pasar frente a mí, arrastrados como inmundas bestias, con la ropa hecha jirones y
los golpes sangrándoles, a hombres arrastrados por los ombres; yo vi meterlos después en
estrechas celdas llenas de agua, en donde permanecían encerrados por quince días o un
mes, alimentándose con un pan duro y un pocillo de agua fría, a miserables seres que
después fallecían en el hospital. Sucios y enflaquecidos, cuando eran extraídos de su
encierro, presentaban el aspecto más triste y conmovedor que pueda imaginarse. Si los
muertos saliendo de sus tumbas son tan horribles, mayor aun lo son los vivos saliendo de
sus sepulturas. Aquellos no eran hombres, más que caricaturas de hombres, eran piltrafas
humanas, envilecidas, arrastradas al fondo de la peor de las abyecciones.
Si hay en el mundo un país tan miserable en que los hombres no pueden vivir sin obrar
mal y los ciudadanos sean en su mayoría unos bribones, en el no debe castigarse al
malhechor, sino a quien le obliga a que lo sea. La maldad, el odio, la intemperancia, la
crueldad, el sadismo, el placer producido por el dolor ajeno, sentimientos degradantes del
ser humano, nunca fueron tan protegidos y estimulados, como en los funestos tiempos del
general Ubico. La forma de su gobierno se reflejaba, quizá más que en otra parte, en el
interior de la Penitenciaria. Los jefes de este centro, en aquellos días, como escapados de
una comedia de Mölliere, eran dignos hijos de Tartufo. Cumplían la política llamada de las
dos efes: la farsa y la fuerza. Prometían, sonriendo, un bien; y a la vuelta ordenaban,
sonriendo, un mal.
Recuerdo una mañana que casualmente pasó por el callejón el alcaide. Me atreví a
solicitarle, para distraerme, un libro de la biblioteca.
-Con mucho gusto –me contestó-, haga un vale y envíelo con el Encargado
-Muchas gracias, “señor alcaide –le dije, estúpidamente emocionado.
He dicho antes “casualmente” y digo ahora “estúpidamente”; voy a decir por qué.
Casualmente, dije, porque, en realidad, era una casualidad que el alcaide llegase por aquel
recinto en que nos encontrábamos totalmente abandonados. Si llegaba, era cuando ya todos
estábamos encerrados. Las visitas del director eran más raras todavía y cundo se sabía que
llegaba, el movimiento y los preparativos que se hacían para que nos encontrara a todos
“bien”, eran de lo más singulares. Esto sucedía al cabo de varios meses. Dije
“estúpidamente”, porque, ignorante de la falsía de los “jefes”, creí en la oferta del alcaide.
Hice el vale por un libro cualquiera y lo envié con el Encargado, que nuevamente era
Sebastián Grijalva, a quien ya conocía.
Al momento volvió, pálido y tembloroso.
-Dice el señor alcaide que lo ponga a botear –me dijo-; así es que coja aquél bote –
señalándolo- y vamos a traer agua a la pila para echar en la reposadera.
Llevaba cincuenta y dos viajes –bien lo recuerdo- cuando el encargado me dijo:
-No llene el bote, con un poco es suficiente; lo que interesa es que lo vean correr con el
bote para que sepan que se está cumpliendo.
armas, etc.) Para su cumpleaños se instalaba la feria de noviembre que daba inicio con las celebraciones antes
del 10 de noviembre y se prolongaba por dos semanas.
ERAÍN DE LOS RIOS 62
Ombres contra Hombres
CAPITULO XXVIII
DESFILE
la policía rural, que perseguía a Cardona, preguntó por él al ocasional compañero de viaje,
que arriaba una manada de cerdos.
Bachiller Marco Antonio Cardona y Cardona, encarcelado y vejado en dos ocasiones, habiendo pagado
con más de seis años de prisión, su actitud rebelde ante la tiranía. Participó activamente en el movimiento
revolucionario de 1934. Y a causa de la fuga de su hermano, el coronel Pedro Cardona fue encerrado en
unión de sus hermanos Adalberto y Mateo, en calidad de rehenes, durante los años de 1934 a 1939 y
libertados un día antes que el autor. Su actitud frente al despotismo y la arbitrariedad queda delineada
someramente en los capítulos de este libro. Perdió su juventud en la cárcel y se truncó su porvenir. Fue
un valioso elemento que procuró destruir la tiranía.
Ignorante de las condiciones en que Cardona viajaba, Secundido Gudiel, a quien yo conocí
en la prisión, señaló la dirección que el otro había tomado, seguro de no haber caminado
más de tres cuadras, tal el poco tiempo que había transcurrido desde la separación. El
pelotón de jinetes, entre una nube de polvo, corrió tras el fugitivo, de quien Gudiel había
hecho una descripción exacta, afirmando que en el cincho llevaba unos instrumentos
parecidos a las violinetas (eran tolvas de pistola). La aprehensión era segura. Más por un
verdadero milagro el perseguido no apareció. La rural registró todos los lugares, interrogó a
todos los transeúntes y vigiló todos los caminos. Los guatemaltecos no ignoran las
siniestras actividades de la policía rural y decir que esta iba en persecución del coronel
Cardona, es afirmar que su captura y muerte eran seguras. Mas no fue así. Hubo una
intervención providencial en la fuga y se salvó. Irritado el tirano ordenó la captura y
encarcelamiento de los hermanos del coronel. Dos fueron presos en la ciudad y Adalberto,
el más joven, fue traído de Puerto Barrios en donde estaba empleado y acababa de casarse.
Un prisionero de guerra, cogido con las armas en la mano, hubiese sido mejor tratado que
los hermanos Cardona. Mucho más de cinco años duró su cautiverio. Al fin fueron
liberados, casi al mismo tiempo que el autor de estas líneas.17
17
La alusión que en estas páginas se hace a Secundido Gudiel, está basada en lo que él mismo contaba en el
cautiverio, para demostrar la injusticia de su prisión. Las circunstancias de la época lo justifican. Pero su
ERAÍN DE LOS RIOS 64
Ombres contra Hombres
Heme detenido en este caso, no por su singularidad, sino porque es un modelo de casos,
el caso típico del régimen ubiquista. Como este, yo vi y traté a muchísimos hombres que
habían perdido su libertad por ser parientes o simples amigos o conocidos de las personas
no afectas al “señor presidente”. Rodolfo Sandoval, hombre integro, serio y sufrido, pagó
con tres años de prisión el delito de haber saludado de lejos al estudiante Manuel Páiz
cuando le llevaban preso por las calles de San Pedro Pinula. Habían sido compañeros de
colegio y Sandoval volvía de Honduras, en donde permaneció por más de siete años. A Páiz
le proporcionó un mozo el coronel Hipólito del Cid para que le encaminara. Motivos de
gratitud le obligaron a ello; así lo afirmó al ser indagado. Del Cid era todo un caballero. Del
Cid y el guía fueron encarcelados. A Páiz lo mataron a palos en la propia cárcel de Pinula;
una muerte similar a la del licenciado José León Castillo. El conductor del tren en que se
fugó Cardona, fue también encarcelado, Llamábase Gerardo Cóbar. A estos y mil
compañeros más, cuyos casos más o menos iguales fueron de mi conocimiento yo los traté
en el interior de la Penitenciaría. Que el comandante local, el intendente o cualquier
funcionario, se enamoraba de la esposa de un vecino, de la hija o de la hermana, un sencillo
informe a la Dirección de la Policía, afirmando que tal vecino “hablaba mal del señor
presidente”, era bastante para que el acusado ya no pudiese obstaculizar las pretensiones del
delator; para que este adquiriese relieves de lealtad y el auditor de guerra entrase
inmediatamente en funciones, mostrando su celo y su actividad encarcelando a los
“enemigos del señor presidente”. Por estos o parecidos motivos se llenaron las cárceles de
Guatemala, durante la “proba” administración del general Ubico. Casos hubo en que delator
y delatado, fuesen a dar con sus huesos a la cárcel, y conviviendo en la misma celda, el uno
fuese como asistente del otro. La fuerza de las circunstancias les obligó a relegar sus
desacuerdos mutuos. La sentencia mínima aplicada por la Auditoria de Guerra, era de cinco
años de prisión, por “atentar contra las instituciones sociales”. Y a pesar de esta pseudo-
sentencia, una gran mayoría permanecía encarcelada, sin proceso alguno, “de orden”,
sumariados, como se dice, y en estas circunstancias, las condiciones eran exactas a las del
presunto delincuente recién capturado que aun no ha sido indagado para
desincomunicarsele. Así permanecimos por muchos años, sometidos a un régimen
carcelario que es la deshonra de un país con pretensiones de civilizado. Horrorizariase el
mundo si pudiese constatar fielmente una mínima parte de lo que aquí dejo esbozado.
Cualquier descripción que intentase, no podría dar una idea clara y precisa de la realidad.
Esta como ya dije, va mucho más allá de cualquier imaginación, por fecunda que sea. Los
muchos compañeros, cuyos nombres omito en esta relación, tendrán que convenir en que
vieron y vivieron conmigo, los episodios que dejo relatados y tendrán que reconocer, al
mismo tiempo, que si he olvidado algunos pasajes, es obedeciendo esa ley eterna que
manda olvidar la malo y recordar solo lo bueno. Más mi esfuerzo, al recordar lo malo,
cooperación en la fuga de Cardona fue de primera clase. Véase la verdad en el 2° tomo de esta obra.
Únicamente el tiempo aclara los acontecimientos y por eso se hace esta rectificación.-N. del A.
ERAÍN DE LOS RIOS 65
Ombres contra Hombres
CAPITULO XXIX
LA CLAUDICACIÓN
Dice San Agustín que el pecado no reside en el hecho, sino en la intención. Siguiendo la
tesis de este santo varón, tendríamos que absolver y que condenar a muchísimos hombres
que no lo han sido todavía; tendríamos que comenzar por absolver a los propios judíos que
crucificaron a Jesucristo. Este sencillo razonamiento puede muy bien ser causa de
intrincadas e interminables controversias. Los hombres, al juzgar, jamás suelen ponerse de
acuerdo, cada cabeza es un mundo. Nadie sabe lo que se esconde en el cerebro del hombre
que pasa. Este va acariciando sueños de gloria; ése va ideando la manera de despojar a su
prójimo; aquel planea un asesinato; otro piensa en un matrimonio; otro en un escalamiento;
otro en un divorcio; otro en un adulterio; éste piensa en ser rico; ése teme quedarse pobre;
aquel, aquellos, todos, piensan en mil diversas cosas y el hombre que observa y ve pasar a
su lado a las multitudes abigarradas, ignora siempre lo que éstas esconden en el reducido
espacio de su cerebro.
Este razonamiento elemental nació en mí cuando veía pasar a mi lado a los compañeros
de infortunio; y cuando supe las causas de su prisión y su opinión sobre el porvenir,
constaté que entre la clasificación de optimistas y pesimistas que yo había hecho, había una
tercera: la de los indiferentes. Hay ciertas naturalezas predispuestas a aceptar
resignadamente las vicisitudes de la existencia. Es una especie de atonía general que invade
el organismo. Parece que ciertas desgracias irremediables momentáneamente, tienen la
virtud de estimular el aparecimiento de esa indiferencia o serenidad que caracteriza a
ciertos hombres de aspecto tranquilo e inconmovible, en medio del placer o del dolor. Tal
vez haya razón: cuando el alma se ha roto en pedazos y la existencia se ha salvado de una
muerte que parecía próxima e inevitable, se experimenta una sensación de indiferencia para
todo lo que nos rodea, quizá porque el resto de las emociones, ya no poseen el
vibracionismo ni la magnitud de la que experimentamos cuando vemos la muerte cercana.
Dije ya en otro lugar, que los sufrimientos intensos tienen la virtud de transformar
radicalmente la manera de sentir y de pensar del cautivo. Posiblemente, los compañeros
míos de prisión, habían ya pasado por esta cruda prueba y a ello se debía la causa de su
tranquilidad aparente. Pero de todos modos, los hombres de distinta naturaleza, de diversos
temperamentos, de mentalidades diferentes y de complejos sentimientos, estábamos
sometidos a una condición común: el rigor. Ninguno ignoraba que el trato cruel que se nos
daba, provenía de instrucciones presidenciales y el núcleo de los presos por delitos
comunes que, puede decirse, gozan de libertad comparados con nosotros, y las autoridades
del centro, nos demostraban el mayor desprecio y horror, llegando al grado de no atreverse
a dirigirnos la palabra, por temor a comprometerse. El propio director temía que hubiese
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Ombres contra Hombres
presos simulados que solo llegasen a presenciar el tratamiento que se observaba con los
otros y de ahí sus ordenes inhumanas y presionantes. El “jefe” inmediato, después del
Encargado, a quien necesariamente teníamos que acudir por cualquier necesidad, era el
inspector general, un reo común escogido entre lo más abyecto y depravado que guarda una
penitenciaria. Generalmente para ocupar los puestos de jefes, encargados, celadores, y
vigilantes, se selecciona a aquel cuyo crimen es más horripilante, cuya condena es mayor y
cuyos antecedentes de toda inmoralidad son proverbiales. Quien posea estos “dotes”, que
esté seguro de ocupar un gran puesto en el penal y gozar de la consideración y confianza
del director.
Viviendo, pues, bajo este estado de ignominia y de dolor, teniendo por nuestro jefe a un
indio analfabeto, grosero, insolente, curtido de todas las maldades y, por ende, corrompido
hasta la peor de las abyecciones, llegó a nuestro conocimiento la designación para alcaide
del famoso coronel Héctor Ortiz, ya presentado al lector como segundo jefe de la policía de
investigación y capitán de los verdugos que me torturaron. Ya se imaginará el estado de
ánimo con que recibí tamaña noticia.
Efectivamente a la mañana siguiente, tomaba el sol a la puerta de la bartolina número
22, cuando se presentó el famoso esbirro. –“Ya les vino esta fierecita”, -fue su saludo, y
pasó de largo. Yo me quedé reflexionando sobre la actitud que habría de observar con
respecto a este nuevo carcelero. A nadie consulté mis preocupaciones y me resigné a recibir
con calma los acontecimientos futuros. Al otro día, volvió a llegar el nuevo alcaide. Yo me
paseaba en un lado del callejón. Lo vi abrir la puerta y entrar. Continué mi paseo con la
vista fija en un punto determinado. Todos mis compañeros se pusieron de pie: paráronse los
que estaban sentados, y adoptaron la postura de firmes los que se paseaban. Qitáronse los
sombreros y saludaron con un respeto que a mí me pareció repulsivo y degradante. Yo
seguí mi paseo. ¿Cómo iba a tener valor para ponerme firme, descubrir mi cabeza y hacer
una genuflexión a mi verdugo? Todos mis compañeros se inclinaron ante el esbirro. Yo los
juzgué mal en aquel entonces. Hasta mucho después comprendí que tenían razón. Quizá por
eso, por lo que voy a decir, me decía un amigo más experimentado, pero no más sufrido
que yo, que al analizar los hechos humanos, debemos tener en cuenta, como es de
imprescindible lógica, la naturaleza del hombre, sujeta al terror, al miedo o al interés
personal, antes que al espíritu de sacrificio y al desinterés altruista.
Tan pronto como el alcaide desapareció pasando por el otro callejón, fui forzado a lavar
yo solo una enorme pila. Me obligaron a desvestirme y en el momento de zambullirme, -“la
hidroterapia es buena”-, dije a Tata-Dios, encargado de vigilarme, látigo en mano. Soltó
una enorme carcajada y muchos años después me rogaba que le repitiera “la palabrita”,
porque le había gustado. Penosamente cumplí el castigo. Con las manos sangrantes por
raspar el fondo de la pila con un ladrillo y hacer esfuerzos por arrancar el “tapón”, del
desagüe, tembloroso de frio y contrariado regresé a mi celda en donde momentos después
me encerraron. Eran las tres de la tarde. Al otro día volvió a llegar el alcaide.
Desgraciadamente me encontró en la misma actitud que el día anterior. No le hice ningún
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Ombres contra Hombres
caso. Pasó. Momentos después fui llevado a lavar los inodoros con mis propias manos.
Únicamente se me proporcionó un bote para acarrear el agua. El castigo fue para mí más
humillante que el anterior; sobre todo por el hecho de que os inodoros no estaban sucios.
Todo había sido con el propósito de fastidiarme o de que yo diera lugar a cualquier acto de
rebeldía, de palabra o de hecho, y dar motivo para aplicarme un castigo tremendo. Sufrí con
resignación pero padecí lo indecible. Alguien me aconsejó observar una actitud de
acatamientos para el alcaide con el objeto de evitar las represalias. Le contesté airado,
porque yo todavía poseía principios de dignidad y de delicadeza que creía poder conservar
aún en la cárcel. ¡Mentira! En la cárcel desaparecen los más nobles sentimientos y se
adquieren otros nuevos.los unos se recuperan después; los otros, perduran para toda la vida.
La cárcel, con todas sus ignominias, es la escuela de las transformaciones.
El alcaide repitió su fatídica visita. Mi actitud fue idéntica a las anteriores. Esta vez me
mandó a barrer el piso del callejón todo el día y a recoger las hojas que caían de las ramas
de un árbol, el mismo “cush” de que ya hablé, y que daban sobre el callejón. ¿Qué castigo
inventaría para mí al día siguiente aquel esbirro inolvidable?
Max Aldana González, quien sintió por mí desde un principio verdadera estimación,
con sutiles razonamientos y palabra sincera y clara, me convenció acerca de que yo debía
cambiar de actitud con el alcaide, si quería evitarme futuras humillaciones. Hizome ver que,
en nuestra situación y en las tristes condiciones en que nos hallábamos encerrados,
cualquier gesto de rebeldía era completamente inútil, cualquier asomo de dignidad,
completamente estéril. Accedí a sus razones y prométile cambiar mi actitud. Esto iba contra
mis propias convicciones: violaba la integridad de mis más fuertes sentimientos. Pero era
necesario para evitar las represalias del alcaide. Fue mi primera claudicación. Necesitaba
vivir; amaba la vida; la hubiese dado para salvar a mi patria, pero en otras condiciones.
Guardé mis ideales, mis convicciones y mis sentimientos y empecé a marchar por una
senda nueva, desconocida, extraña: la senda del cautivo que sacrifica una cosa para salvar
otra, obedeciendo el instinto poderoso de la propia conservación.
CAPITULO XXX
VICTIMAS Y VERDUGOS
Si no me hubiese decidido a cumplir los concejos que me había dado Aldana, lo hubiese
pasado muy mal, bastante mal; toda vez que los gestos y actitudes dignos del cautivo
mueven el odio y la animadversión de los que mandan y, como estos disponen de todos los
medios coercitivos necesarios, su ensañamiento ilimitado concluye dominando, o, como se
dice en el caló penitenciario “domando” la soberbia del prisionero. Yo estaba colocado en
este plano. Se me hacía bastante doloroso, humillante, vergonzoso, ruin, tener que transigir
en forma semejante. Pero ¿Qué podía hacer en aquellas circunstancias? A consecuencia de
lavar la pila, había sufrido un horrible resfriado; por haber lavado los inodoros, había
experimentado un trastorno digestivo que ahora me tenía sin comer; por haber barrido el
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Ombres contra Hombres
patio todo el día tenía las manos ampolladas y dolorosas. ¿Qué hacer? Seguir adoptando
una rígida postura, era insensato. Humillarme en cualquier forma, era degradante. Pedí luz
al cielo y quizá me oyó.
Un sábado por la mañana, como de costumbre, presos comunes venidos del patio
general y llamados “barberos”, estaban cortándonos el cabello. Se nos hacía sentar en unos
banquillos incómodos y se nos ponía al cuello un “peinador” de manta grosero y sucio.
Esto, a los que pagaban el “servicio”; que a los otros; en el suelo o parados les arrancaban,
más que les cortaban, el pelo con aquellos destartalados instrumentos. Este “servicio” era
obligatorio, pues a quien a él no se sometía le era quitada la visita para el domingo
próximo. El cautivo, durante toda la semana, espera con ansiedad la llegada del domingo
para ver a sus familiares; acaricia con fruición esta esperanza y al verse privado de ella,
como es natural, experimenta un sufrimiento inenarrable. Por ello es que, resignadamente
se somete a las peores humillaciones: por el temor de verse privado de hablar a sus seres
más queridos.
Recuerdo que el licenciado Ramiro Fonseca estaba a mi lado izquierdo. Inopinadamente
llegó el alcaide de marras y dirigió la palabra a Fonseca.
-Usted licenciado, ya dentro de poco se va a ir –le dijo-, solo de los Ríos se va a podrir
aquí.
Al oírme nombrar reí “en amarillo”, como dicen los franceses, es decir, forzadamente y
le contesté:
-No importa, soy bastante hombre para sufrir; pero tengo el consuelo de que con un
alcaide tan “bueno” como usted, la vida se nos hará menos dolorosa.
Rió sonoramente. Su entusiasmo fue tal que me brindó un cigarrillo, que acepté con
repugnancia interna, pero con una sonrisa exterior. Entre los tres se entabló una
conversación sin importancia, pero que había establecido cierta cordialidad y transigencia,
una especie de política de buen vecino, o algo así como un pacto de “no agresión” para lo
sucesivo; este pacto dichosamente llegó a cumplirse. El alcaide ya no volvió a fastidiarme.
En cambio cuando llegaba a nuestro departamento, por los primeros que preguntaba, era
por el licenciado Fonseca y por mí. Teníamos que salir inmediatamente para que nos viera
y, en ciertas ocasiones, nos llevaba cigarrillos. Sin duda pensaba borrar así el recuerdo de
los males que nos había causado. Los consejos del compañero Aldana me fueron
favorables. Aunque en un principio me parecieron una cobardía, con el tiempo vine a
agradecérselos. Y así, poco a poco, entre dudas y experiencias amargas, entre zozobras y
entre penas constantes, fuimos viviendo, mejor dicho, existiendo vivos dentro de aquellas
sepulturas, adonde solo llegaba un sol cansado y un aire frio que arrastraba tristes
presagios. Nuestro horizonte estaba rodeado de paredes; solo veíamos el cielo y, por las
noches, a través de un reducido ventanillo, uno que otro lucero tembloroso.
Finalizaba el mes de mayo de 1936. A mi celda y por designación mía, cuya voluntad el
nuevo Encargado había tenido la bondad de consultarme, habían venido a vivir el
licenciado Fonseca y los hermanos Federico Calderón y José Luis de León Alvarado.
ERAÍN DE LOS RIOS 69
Ombres contra Hombres
Nuestra común desgracia estableció entre nosotros ciertos vínculos amistosos y, por las
noches, nos entreteníamos relatando historietas, anécdotas, cuentos; declamando versos en
voz baja o leyendo pedazos de revistas que durante el día habíamos podido
proporcionarnos. Se nos permitió encender luz, hasta las ocho de la noche. Pasada esa hora,
era terminantemente prohibido. Recuerdo que una noche, para ocultar la luz, cuando oímos
los pasos de los guardias que se acercaban, la cubrimos con un bote; el compañero calderón
puso encima un poncho, y cando ya el peligro hubo pasado, notamos que la prenda del
compañero ardía activamente. Fue un momento de hilaridad. Procuramos mantener el
hecho oculto, pues de haberse sabido, hubieran prohibido la adquisición de velas y, a ser
posible, hasta el uso de ropa, por temor de que se quemara y con ella, las gruesas paredes
de ladrillo de la bartolina (?). La rudimentaria mentalidad de los “jefes”, les lleva a
concebir los hechos más absurdos y a tomar las medidas más estúpidas que imaginarse
pueda. Por ejemplo, cierta vez, un compañero estuvo a punto de ahogarse a consecuencia
de comerse un jocote. Al día siguiente era prohibida la entrada de toda clase de fruta. Así
como este caso, hubo muchos, en que la imbecilidad y el absurdo tuvieron su más genuina
manifestación. Un simple hilo se creía podía servir para ahorcarnos. Una aguja, un alfiler,
un clavo, podía servir para tomarnos la guarnición. Cómo se hubiesen solazado las
autoridades penitenciarias si hubiesen podido fijar cartelones en que se dijese más o menos:
“Se prohíbe vivir”. La luz del sol que nos calentaba, el aire que respirábamos, si hubiesen
podido evitárnoslo, lo hubieran hecho con el mayor agrado; pero ante semejante
imposibilidad, su encono no conocía límites.
Conciliar el sueño fue imposible durante los primeros años. Después de las ocho de la
noche, el paso de los guardias llamados “rondines”, a cada hora, palpando la seguridad de
las puertas, de nuestras celdas, nos hacía despertar sobresaltados. Golpeaban groseramente
los enormes candados y, si no los había, por ser de chapa la cerradura, nos despertaban
golpeando la puerta con la culata de las armas, hasta que respondíamos diciendo que “no
había novedad”. Se retiraban. Al poco tiempo volvían y la operación se repetía hasta el
amanecer.
Aquel que se halla privado de su libertad, sometido a las peores amenazas, en
condiciones difíciles y temeroso de perder la vida de un momento a otro, ¿Podrá tener un
momento de reposo? Constantemente le obseden serias preocupaciones que le roban el
sueño y cuando logra conciliarlo, hete aquí el rudo golpe contra la puerta que le alarma y le
hace su situación desesperada. Las congojas del presidiario comienzan al atardecer, cuando
le encierran, ya sea solo o acompañado. Individual o colectivamente su pena es inmensa.
Voces roncas, ruidos de pasos, sonar de llaves, cualquier incidente que en el exterior
sucede, atrae intensamente su atención. Cuando ya han sido encerrados todos los demás
presos, generalmente se suceden dramas espeluznantes. Observando por un pequeño
agujero de la puerta, pude contar en diversas ocasiones, más de cuatrocientos individuos
que duermen en las bóvedas subterráneas que están al fondo del callejón, hacia el oriente, y
los cuales pasan después que ya nosotros hemos sido encerrados. El alcaide de aquella
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Ombres contra Hombres
época, ebrio habitual y esbirro consumado en plena acción, pasaba dando órdenes terribles
que a nosotros, los peor tratados y señalados como enemigos del gobierno, a aquella hora,
nos ponían en un estado nervioso y de alarma indescriptible. Todavía ignorantes del
sadismo empleado por aquellos jefes y de sus prácticas insidiosas, temblábamos de horror y
hasta de miedo oyendo semejantes órdenes. En voz alta y a la puerta de nuestra celda
gritaba el alcaide:
-Ve vos soldado, cualquiera de estos cabrones que está en el callejón que intente
fugarse, con solo una mano que saque, “tronchálo” inmediatamente de un balazo.
-Muy bien, mi jefe –contestaba el soldado a quien nosotros oíamos sonar los talones y
dar y dar la palmada reglamentaria sobre el arma terciada.
Como no veíamos la escena, sino únicamente oíamos el dialogo, nos quedábamos
creyendo que el soldado se había quedado a la puerta de nuestra celda y, si éramos varios
los encerrados, temíamos hablar y, si uno solo, no se atrevía ni a moverse. ¿Habrase visto
en el mundo situación igual? Algunos, los más religiosos, encontraban consuelo en la
oración; los demás rumiaban con estoicismo el amargor de sus propias penas. La prisión
tiene la virtud de convertir en crédulo al incrédulo; y el religioso apasionado, el tibio y el
más recalcitrante escéptico, encuentran en ella, rezando, un camino de salvación.
CAPITULO XXXI
LA PETICIÓN
Cuando un grupo de compañeros convencido de que nuestra situación era efectivamente
desesperada y que la única forma de distraer nuestros sufrimientos, era entregándonos a
alguna lectura, dispusimos que en la primera visita que el alcaide efectuara, le hablaríamos
para que se nos suministrase algunos libros de la biblioteca. Así lo hicimos y el alcaide nos
contestó: “que consultaría nuestra petición”. Este paso trascendental lo habíamos dado por
la mañana. Digo paso trascendental, porque en la época a que me refiero, el derecho de
petición estaba abolido y la circunstancia de haberlo ejercido en número como de seis y
estando en el interior de la penitenciaria en calidad de reos políticos, venía a constituir un
delito enorme, algo penado sencillamente con el fusilamiento. Nada nos hubiera extrañado
si a la mañana siguiente hubiere llegado por los peticionarios el pelotón ejecutor. Fusilar a
varios hombres en Guatemala, por el delito de pedir un libro prestado a una biblioteca del
Estado, no hubiera sido nada sensacional, en aquellos días dolorosos, cuya evocación
entristece mi espíritu.
Como a la una de la tarde, llegó el inspector del presidio llevando la respuesta del
“señor director” a nuestra suplica. Detrás suyo venían varios presidiarios portando un
cargamento de hojas secas de palma que denominan “cojollos”. Esta materia, desprendida
de la vena y cortada en debida forma, de un ancho que varía entre tres y nueve milímetros,
se utiliza en la fabricación de sombreros, canastas, costureros, paneras y otros utensilios de
uso domestico. El cargamento fue botado frente a la bartolina del Encargado y, uno a uno,
se nos fue llamando para entregarnos uno o dos cogollos con el objeto de que hiciéramos
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CAPITULO XXXII
EL PAGO
Puso frente a mí la exigua cantidad. Yo iba a tomarla, pero por uno de esos
impulsos interiores que en determinadas circunstancias pueden salvarnos o perdernos, le
repliqué con cierta sorna:
-¿Usted se burla de mí? ¿Cómo puedo creer que se me paguen tres centavos por una
canasta en cuya hechura he empleado quince días? Yo gano cien dólares trabajando en
libertad; preso, supongamos cincuenta y como he tardado quince días en hacer esa canasta,
su valor efectivo es de veinticinco dólares. Vea mis manos –le enseñé mis dedos tumefactos
y sangrantes- y considere. Mas si esto es una realidad, decido dejar esos tres centavos a
beneficio del centro, ya que recibirlos sería una traición para mí mismo.-y acerqué el dinero
hacia mi interlocutor.
-Miróme con ojos de basilisco. Rojo de ira me increpó:
-¡De paso que es vivito!
-Si le contesté-. Porque si la desgracia me ha arrastrado a estos lugares, ha sido por
excesivo amor a mi patria. Yo no vine aquí por apuñalar cobardemente a una pobre mujer
indefensa, ni fingí locura para disimular mi crimen. Yo no he robado ni matado. Repito: si
estoy aquí es por amor a mi Guatemala.
Cité la hora, el lugar y el día en que aquel individuo había delinquido. Yo sabía la
historia de su crimen y, procediendo ya seriamente, le enrostré su falta ante el asombro del
Encargado, del inspector y de los otros espectadores. Hice un ceremonioso saludo, volví a
retirar los tres centavos y salí orgullosamente del local. Por decir algo, dije a los
compañeros que esperaban:
-El niño siguiente.
Tan pronto como mis nervios se apaciguaron, comprendí que había cometido una
imprudencia. Irían con el informe al director, se me calificaría de insubordinado y se me
quitaría la visita del domingo. Esto, si no me encerraban de un momento a otro. Me afligí
de mi misma actitud. Al día siguiente, cuando se acercaba la hora de la visita, experimenté
verdadera ansiedad, ya que ciertos castigos no los notifican previamente, sino que el preso
los sabe cuando ya los va a recibir o cuando ya los ha sufrido.
La tarde del sábado pasó sin novedad. Me tranquilicé algo, aunque esta tranquilidad
no era síntoma de buen agüero. Todo temor desapareció cuando el domingo fui llamado de
los primeros y se me entregaron las cositas procedentes de la calle, que en el caló
penitenciario llaman “barcos”.
El lunes muy de mañana, llegó a buscarme la misma persona a quien creía haber
ofendido el sábado anterior. Saludome muy atentamente y me entregó el dinero que me
enviaban familiares lejanos, ofreciéndome llevarme inmediatamente la carta respectiva, en
cuanto regresase de la censura que ejercía el propio director. Sus zalemas y acatamientos
me sorprendieron y de ahí nació para mí la convicción de que, para librarme de cualquier
acometida, regaño, insulto o agresión de hecho de cualquier encargado, jefe o vigilante del
presidio, nada había más efectivo que recordarle su crimen, enrostrándole su infamia y
hacerle una breve comparación entre su delito y el nuestro. La mayoría de los delincuentes
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se desconcierta ante una actitud semejante y, declarado en derrota, opta por retirarse
cariacontecido, sin realizar sus malévolas intenciones.
Ahora teníamos un nuevo encargado llamado Nicolás González. Un indio de piel
blanca, semiletrado, modelo de chismosos, intrigantes, revoltosos, delatores, crueles y
entrometidos. Gustaba andar de puntillas para sorprender conversaciones. Se jactaba de ser
intimo amigo del director y aceptaba gustosamente los obsequios que le hacían los demás
presidiarios. Unos lo hacían por un espíritu de fraternidad espontanea, otros con el fin de
congraciarse con él y los demás como un soborno para inclinar hacia ellos la voluntad del
verdugo, hubo varios compañeros que jamás claudicamos tratando de adular al encargado,
para que nos guardase alguna consideración. Recuerdo a los hermanos Cardona, a José
Rodríguez Medina, a Rodolfo Sandoval y a muchos otros, íntegros, incorruptibles,
ecuánimes, sentimientos de muy difícil conservación en la cárcel.
Nicolás González gustaba de ponernos a correr desde las cinco hasta las siete de la
mañana; encerraba a quien quería por la causa más baladí; nos quitaba la visita cuando se le
antojaba y leía toda nuestra correspondencia, ya censurada, cuando se la traían para
distribuirla. Así estaba al tanto de los asuntos familiares o de las preocupaciones íntimas de
todos los prisioneros y gustaba de divulgarlos por todas partes, sembrando en nosotros la
zozobra y la intranquilidad. Se introducía en todas las conversaciones y nos imponía
castigos arbitrarios siempre que quería. Cierta vez, por no haber querido que me rapara un
barbero de mala mano, me encerró en la bartolina número 13 por insubordinado., desde las
nueve de la mañana hasta las seis de la tarde, en que por casualidad pasó el director y a
gritos le hice ver la injusticia de mi encierro. González habíase cuidado de dar aviso y ante
mí recibió una reprimenda del director: jamás supe si esto fue cierto o si fue una simple
componenda entre ambos, como se acostumbraba en los tiempos de Estrada Cabrera y
recuerdan tan claramente mis compatriotas. El hostilizamiento de este encargado duró por
espacio de siete meses; nuestra paciencia se había ya agotado y un día, varios compañeros
fraguaron un plan para derrocar tan execrable tiranía.
Sucedió como en los pueblos con las dictaduras. Hoy, que voy a relatar este
episodio, formulo, sin querer; una comparación entre lo que sucedió en el callejón de la
Penitenciaria en el año 1937 y lo que acaeció en Guatemala en el año 1944. Un presidio
grande no es igual exactamente a un pequeño, pero tiene cierta similitud. En cualquiera de
ellos se sufre. El hombre, siempre es el lobo del hombre, en cualquier escenario donde
actúe; más la reacción de los unos contra los otros es la misma, no importa el plano donde
estén actuando. El fin justifica los medios. Y el hombre que busca su libertad, reconoce
como buenos los medios que emplee para conseguirla.
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Ombres contra Hombres
CAPITULO XXXIII
EL GOLPE
Un día acercáronse a mí varios compañeros y me enseñaron una carta que iban a dirigir
al alcaide. Me aseguraban que en ella se jugaba el todo por el todo: o se lograba que
cambiaran al encargado o nos iríamos todos a bartolina. No quisieron darme amplios
detalles del plan y solo me recomendaron prudencia y observación. Recuerdo que uno de
los párrafos de la carta decía más o menos: “Pasan cosas graves en el callejón y le rogamos
su inmediata presencia”. Fue llevada por el propio González. En el sobre se había escrito la
hora de remisión, temiendo fuese abierta o demorada por cualquier causa que es de
suponer. Pocos minutos después llegaba el alcaide precipitadamente a saber qué eran las
“cosas graves” que estaban sucediendo. Recuerdo perfectamente que fui testigo de una
escena tragicómica, que si no hubiese sido por el lugar donde nos encontrábamos –y quizá
por eso mismo-, cobraría para mí perfiles epopéyicos.
De entre el gripo de prisioneros surgió Marco Antonio Cardona y, con gesto digno y
voz vibrante, formuló su acusación contra el fatídico encargado.
-Señor alcaide –dijo más o menos-: en nombre de mis compañeros de desgracia y en el
mío, hago de su conocimiento los vejámenes e iniquidades cometidos contra nosotros por el
encargado aquí presente. Durante más de siete meses nos ha venido hostilizando en una
forma que usted posiblemente desconoce. Además de los cruentos castigos que nos impone,
nos obliga a que le hagamos regalos forzosos bajo las más terribles amenazas. A mí me ha
obligado a que le entregue una docena de pañuelos. Los demás compañeros –señalándolos-
pueden decir lo que les ha quitado.
-Señor –dijo otro-, a mí me ha obligado a que le dé un par de zapatos.
-A mí me ha quitado un par de calcetines –dijo un tercero.
Y un cuarto y un quinto compañeros, formularon su querella, señalando cosas que les
habían sido quitadas por el encargado: camisas, corbatas, cinchos…
El alcaide oía estupefacto. González perdió la voz y temblaba como un azogado. Fue
comisionado un pasador llamado Andrés Martínez para que entrase a la bartolina del
encargado a sacar las cosas señaladas. Efectivamente, cuando el pasador volvió, trajo “el
cuerpo del delito”. Zapatos, pañuelos, calcetines, corbatas, todo nuevo, fueron alineándose
junto a la pared. Un verdadero botín. Para concluir la escena, se destacó del grupo el
compañero Carlos Ávila Osoy, gran decidor, espíritu fraternal, a quien la prisión todavía no
había arrebatado su buen humor y dijo:
-Señor alcaide, a mí, abusivamente, el encargado me quitó un diccionario, el cual,
debidamente censurado, me fue remitido de la calle. Mas no necesito extenderme en la
descripción de los atropellos: los hechos son más elocuentes que las palabras. –Y señaló
con un gesto olímpico, el montón de cosas incautadas.
Hasta entonces pudo el encargado articular palabra.
-Señor –dijo-, el diccionario yo lo pedí “prestade”, para ver un “palabrite”.
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El alcaide le miró indignado y esbozó el gesto de darle un bofetón. Ordeno que cada
uno recogiese las cosas de su pertenencia y se retiró. Una hora después el cambio de
encargado se había verificado. Nicolás González, el esbirro que habíamos sufrido durante
siete meses, estaba ahora lavando la ropa de los enfermos del hospital. Nosotros le veíamos
desde la puerta de comunicación de los dos callejones que en la parte superior ostentaba un
letrero que dice “Pasadizo”.
Yo quedé asustado de la audacia de los compañeros. Jamás imaginé el plan fraguado y
menos que tuviese los resultados que estaba viendo.
Hoy, que han pasado varios años, evoco aquella escena en que actuaron como
personajes principales, hombres privados de su libertad, sujetos a las más ominosas
condiciones, sin derechos y calificados, dentro del recinto penitenciario, como cosas más
que como seres humanos, con sentimientos y con razón.
Fue, como ya dije una escena que tiene similitud estrecha con lo que sucede en los
pueblos donde impera la tiranía. En el fondo, hubo algo inmoral, algo que diríamos
“inconstitucional”; pero, dado el fin que se perseguía, todos los medios eran justificables.
Hoy que el tiempo aleja de mi memoria aquella heroica escena, absuelvo a mis compañeros
y me solidarizo con su actitud, comprendiendo hoy, como lo comprendí entonces, que
cualquier medio empleado por el hombre para recobrar su independencia y su libertad, es
aceptable, no solo a los ojos de los demás hombres, sino a los de Aquél que mueve los
mundos, porque la libertad la libertad de los hombres, hay que reconocer que es un don
concedido por el sustentador de las criaturas.
Tal fue el fin que tuvo la tiranía del encargado Nicolás González.
Vino el nuevo encargado, llamado Tomás J. Vielman, reo de delitos comunes, y quien
había desempeñado el cargo de agente de la policía rural de oriente.
Cuando todos estábamos formados en el momento de darlo a conocer, se atrevió a
dirigirnos la palabra. Recuerdo que dijo, entre otras cosas, que venía animado de las más
sanas intenciones; que seria para nosotros, no como un jefe sino como un compañero y que
únicamente nos recomendaba disciplina, obediencia, y atención a sus indicaciones, como el
medio más eficaz para nuestra tranquilidad. Su arenga, al parecer saturada de buena fe, me
pareció algo así como los manifiestos de los candidatos: cargados de promesas para el
futuro, pero difíciles de cumplir en la realidad. El tiempo no tardó en demostrar la certeza
de mi presunción. Salimos de una tiranía para caer en otra.
Vielman era conocido en el patio general, con el mote de “cornada de vaca”, a
consecuencia de un movimiento peculiar que hacia con la cabeza a cada medio minuto. Era
cenceño, de carnes magras, de rostro enflaquecido, pero de mirada dura. Decía ser militar y
haber prestado muy importantes servicios a la Policía rural, esa especie de “mazorca”
organizada para la cacería del hombre, tan conocida de los guatemaltecos. Pertenecer o
haber pertenecido a esa institución, es poseer el más amplio certificado de criminal nato, de
sanguinario irredento, de asesino consumado, de matador a sueldo. Este era el nuevo
encargado que había venido a sustituir a González. Nuestro calvario pues, era interminable.
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Una nueva era de sufrimientos se abría ante nosotros. Para preservarnos, ya sabíamos el
remedio, por lo demás, Dios iría con su infinita bondad, suavizando nuestras penas.
CAPITULO XXXIV
EL CAMBIO
es su juez y su verdugo. De ello pueden dar fe los delincuentes de toda categoría, que
reconocen el peso de su responsabilidad,, pero que, jamás son capaces de expresarla.
Mi celda número 23 queda exactamente frente a la del encargado, que era la número 1.
El oído del prisionero está siempre atento al menor ruido que se produzca en la noche. Una
de tantas, al filo de las dos de la mañana, casualmente estando yo despierto y fumando, oí
que Vielman salió corriendo de su bartolina, envuelto en una sabana y dando gritos
desesperados. Inmediatamente salté del lecho y me subí sobre un banquillo para ver por una
pequeña ventanilla lo que estaba sucediendo. En su carrera, Vielman vino a dar a los brazos
del centinela, quien le increpó:
-¿Qué le está pasando?
Le sacudió fuertemente y Vielman se despertó del todo. El centinela depositó el arma
junto a la pared y vino a dejar a Vielman a su bartolina. Conversaron un rato y se separaron.
El silencio volvió a reinar. Yo me quedé pensando sobre lo que acababa de presenciar. Mis
conclusiones fueron definitivas.
A la mañana siguiente referí el suceso a mis compañeros. Muchos lo habían oído y
todos estuvieron de acuerdo en que las alarmas nocturnas de Vielman, eran provocadas por
el remordimiento y por la persecución de que creía ser objeto por parte de sus víctimas.
Conviene advertir al lector, para la mejor interpretación de este relato, que la bartolina
del encargado era la única que permanecía abierta, por tener obligación de ir muy de
madrugada a recoger las llaves a la Inspección. Quizá era el único reo del penal a quien se
concedía esta gracia, pues a todos, absolutamente a todos, se les encierra bajo llave desde
las cinco de la tarde.
Al otro día, socarronamente, quise constatar si el encargado me decía la verdad de lo
que había ocurrido y que yo había visto. Cuando le formulé la pregunta me respondió:
-Figuráte que el centinela se durmió y cuando pasó el rondín lo despertó. Alarmado, se
puso a gritar y me llamaron para que les ayudara.
-¿Entonces no fuiste tú quien gritó? –le repliqué-, hubiera jurado haber oído tu propia
voz y que el centinela dijo: “¿Qué le está pasando?”
Miréle profundamente a los ojos y no pudiendo soportar la mirada, cambió rápidamente
de postura, encendió un cigarrillo y Salió. Varios compañeros presenciaron la escena. Era
una tácita confesión de sus remordimientos.
No sé por qué -y no he podido comprenderlo-, siempre en los ojos del delincuente hay
una sombra especial que los circunda, una sombra que quizá no todos los hombres podrán
ver; pero yo, afortunadamente, en mi trato frecuente con ellos, aprendí a descubrir. Yo viví
en el campo y siendo niño alterné con los caballos. Quizá por una precoz inspiración, creí
descubrir en los ojos de estos nobles semovientes sus ingénitas cualidades. Acerté la
mayoría de las veces: así me lo dijeron los hombres entendidos. Desde entonces, como en
la escala psicométrica, aplico el mismo principio a los hombres, con idénticos resultados.
Mi “test” es infalible y, aunque la común aplicación pueda ofender a los hombres, ello no
niega la certeza de los resultados.
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El cambio de encargado nos había dejado en la misma situación. Salimos de las brasas
para caer en las llamas –como dice la sentencia popular-, pero el destino señaló con su dedo
inexorable el tiempo que duraría nuestro sufrimiento y el en que llegaría nuestra liberación.
CAPITULO XXXV
OBSERVACIONES
Casi puedo decir que diariamente entraban y salían presos nuevos, pertenecientes a
todas las clases sociales: la mayoría se quedaba por un término más o menos largo y así
tuve oportunidad de tratarlos. Durante el año 1937 la afluencia fue más numerosa y variada.
Recuerdo al profesor Roberto Mejía Leonardo, traído de Salamá, su tierra natal, por un
simple capricho de las autoridades departamentales, quienes creyeron ver en el desempeño
de su apostolado actitudes subversivas: fue procesado en la Auditoría de Guerra y
sentenciado a cinco años, la tarifa mínima en aquellos recordados tiempos. Al periodista
Alberto Hernández Morales, obrero intelectual que siempre ha luchado por la conquista del
bienestar para las clases trabajadoras y cuyas ideas de avanzada en el mejoramiento de la
clase obrera, le valieron constantes persecuciones de la dictadura. Recuerdo a don Felipe
Pérez y a don Gilberto Batres –tal vez en estos momentos ya desencarnados-, el primero
traído por cordillera de Malacatán en el departamento de San Marcos, y el segundo extraído
de su residencia en el barrio del Guarda Viejo, por el delito de practicar el espiritismo. Los
dos ancianos venerables y mayores de 77 años.
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Ombres contra Hombres
Categóricamente hizoselo saber así Mejía, y el coronel, aunque indignado porque hubiese quien
hiciese censura a sus proyectos, invitó a Mejía a concurrir al sitio de las obras. Estaban presentes el
mayor de plaza coronel Flavio Pimentel, el subteniente Isidro Santos, individuos de tropa, reos de la
cárcel, Grotewold y Mejía. El jefe político invitó a todos a pasar ante la cámara del fotógrafo,
pretendiendo convertir en estampa real lo que en el fondo era una farsa. Reconstruyámosla: Grotewold,
con su bastón, aparecía dando instrucciones; el mayor de plaza, aparentando estar ocupado en la obra, a la
par de los peones. Quisóse que Mejía apareciera en la foto, con un cuaderno tomando apuntes, como
corresponsal del periódico capitalino. Casi se le conminó a que escribiera un reportaje ponderando los
meritos de la obra, cosa a la que Mejía se negó, aduciendo pretextos. Esta negativa y otros muchos
motivos que mediaron hasta el 2 de septiembre de 1936, fueron las causas por las que l profesor Mejía
fue hecho preso nuevamente y remitido “por cordillera” a la capital, acusado de “atentar contra la
seguridad de las instituciones sociales”. Una escolta compuesta por un oficial, un sargento, un cabo y
cuatro soldados, era la que le conducía. Al pasar al lugar llamado “La Canoa”, supo que le traían preso
por “comunista y agitador de masas”. Ingresó a la capital bajo el castigo de una fuerte lluvia el 5 de
septiembre de 1936. Heriberto Ponce García le vio pasar por la Avenida de los Arboles y le siguió las
huellas hasta constatar su paradero y poder así avisar a la angustiada madre de Mejía. Le llevaron a la
Dirección de Policía y de allí a la bartolina del segundo Cuartel. El 16 de ese mismo mes fue puesto en
libertad, sujeto a resultas. Esa libertad fue efímera, ya que el 19 fue extraído de su cuarto en el hotel
“Delmónico”, hoy “Regis”. Ricardo Vitola y tres agentes de la policía secreta estaban encargados de su
captura. Inmediatamente fue llevado a la Penitenciaria, donde permaneció encerrado hasta el 2 de febrero
de 1938. Instruyeronsele dos procesos, sirviendo de base para ellos, un parte contradictorio firmado por
dos agentes de investigación, en el que aseguraban haberlo capturado en Salamá, el mismo día que hacía
su ingreso a la capital.
Cuando Mejía arribó a la Dirección de Policía, enteróse de que su llegada a la ciudad se comentaba con
agrado, pues se sabía que la policía rural de oriente había recibido órdenes de salirle al encuentro, con el
propósito de aplicarle el tenebroso principio ubiquista de la Ley Fuga. Uno de los agentes de la terrible
cabalgata de la muerte, cayó al fondo de un barranco con todo y cabalgadura. Esto retardó la marcha y
así no legaron al lugar del encuentro, sino cuando ya el reo había pasado. Fue –podría decirse- una
intervención providencial.
Mejía Leonardo fue compañero del autor en el recinto penitenciario. Durante largos 16 meses permaneció
cautivo. Su modesta cátedra en la escuela de Salamá, cambiaronsela por el trabajo dado a los políticos de
la penitenciaria: Batir lodo, hacer adobe, fabricar ladrillo, acarrear arena, rajar leña, cargar y descargar
hornos, etcétera. Posteriormente fue designado para enseñar las primeras letras a los eminentes políticos
que adversaban al general Ubico; es decir, se le encargó la desanalfabetización de algunos reclusos, un
día que se dispuso fundar una escuela para desanalfabetizar a los políticos. Uno de los tantos caprichos
jocosos del despotismo…
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Don Felipe Pérez ya había sido encarcelado anteriormente y cuando esta segunda vez el
auditor de guerra le indagó llamándole “reincidente”, don Felipe, tranquilamente, le
contestó:
-El reincidente es usted, señor auditor, porque yo estaba trabajando pacíficamente
en mi residencia de Malacatán y usted ha ordenado que se me trajera a pie, sin decirme
siquiera el motivo de mí secuestro.
La causa del encarcelamiento de aquellos dos ancianos era la siguiente: una noche, en el
centro espirita que dirigía en Malacatán el señor Pérez, se presentó el espíritu de Justo
Rufino Barrios y por el médium le dirigió un mensaje al dictador Ubico, en que le
aconsejaba dejara de estar hostilizando a su pueblo y extorsionándolo con el cobro del
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Ombres contra Hombres
boleto de vialidad. Don Felipe creyó conveniente hacer del conocimiento de su colega de
esta ciudad –el señor Batres- los términos del mensaje de ultratumba y así lo hizo por
medio de carta, la que, caída en manos de la policía, dio por resultado el encarcelamiento
de los dos ancianos, cuya tranquilidad era envidiable en el presidio. Su serenidad era
admirable. Don Gilberto era un hombre alto, de barba y cabellera blancas, de tez rosada y
de mirada dulce. Las líneas de su cuerpo contrastaban con las de su compañero, que era de
pequeña estatura, magro de carnes, cetrino, de voz suave y acariciadora. Don Felipe,
cuando se ponía sus anteojos para leer; hacía pensar en Gandhi, el caudillo hindú, conocido
de nosotros por las fotos que nos han traído los periódicos ilustrados. Los dos viejecitos
fueron condenados a cinco años de prisión y libertados como a los cinco meses. Un día, por
haber escrito un mensaje a una sobrina suya residente en esta ciudad, participándole que ya
estaba desincomunicado y que el siguiente día podía llegar a verle, don Felipe fue
rudamente castigado, obligándosele a hacer 200 pírricos o sentadillas, en unión del
periodista Hernández. Este, después de varios días de sufrido el castigo, andaba
dificultosamente. Imagínese el anciano el anciano don Felipe como quedaría, con la
debilidad de su cuerpo y sus 77 años de vida. Cuando en un lugar cualquiera no se respeta
la ancianidad ni se atiende la razón que por la experiencia adquirida durante largos años
vividos casi siempre asiste a las cabezas blancas, no debe ya esperarse nada más de los
hombres.
Voy ahora a contar al lector, un caso que ilustra toda una serie de atropellos y
vejámenes, cometidos por las propias autoridades penitenciarias con las familias de los
recluidos.
Un domingo a la hora de la visita, un recluso hablaba con su esposa y cuando la hora
estaba por terminarse, se cruzaron entre ambos frases llenas de ternura y el cautivo pidió a
su compañera le diese un beso, no importaba la obstaculización producida por el cedazo. La
esposa accedió y ambos besaron el enrejado. El alcaide alcanzó a ver la escena y se retiró
contrariado. El recluso desempeñaba el puesto de Encargado de la primera cuadra y a la
hora del encierro se le ordenó hacer entrega del puesto a otro preso y llevar su cama al lugar
más incomodo del recinto. A la mañana siguiente, tan pronto como amaneció, se le impuso
el castigo de la “basa”, permaneciendo durante más de cuatro horas de plantón a la orilla de
la pila, tiempo durante el cual el desgraciado se formuló más de mil conjeturas acerca de las
causas de su castigo, pues no recordaba haber cometido ninguna acción en contra del
reglamento. Cuando fue retirado del castigo se dio a la tarea de indagar las causas,
preguntando a los demás compañeros que creía pudieran saberlas. Cuando llegó al lugar
llamado “el boquete”, donde registran los envíos procedentes de la calle, uno de los
compañeros le apuntó una noticia singular.
-A usted lo castigaron –le dijo- por haber besado a la “casera”18del alcaide.
18 Casera se llama en el caló penitenciario y así también en el lenguaje de la vida libre en determinados
sectores sociales, a la amante, a la querida, a la mujer que ha tenido relaciones sexuales con cualquier hombre,
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¿Qué dijo, qué pensó, qué sintió aquel hombre? Cierto, él había besado el día anterior,
pero a su mujer, a su legitima esposa, entonces…
En la visita del domingo siguiente, el desesperado cautivo rompió definitivamente con
su esposa. Su honra era como el agua en el suelo.
Yo me explico el sacrificio que puede hacer una pobre mujer, madre hermana, esposa o
hija, entregándose a los caprichos de un jefe de prisión con tal de obtener algunas
consideraciones para su familiar recluido; pero no me puedo explicar que un alcaide de
Penitenciaria, tras de satisfacer sus lúbricos apetitos con la esposa de un presidiario,
conquistada con amenazas o con halagos y resignada y resignada ésta a la entrega por
necesidad o por capricho, ordene que al dueño de la mujer seducida se le trate
desconsideradamente. Como quiera que sea, yo creo que en el seductor, aun suponiéndolo
un perfecto sátiro, un sujeto de alma encanallada, queda el recuerdo de un acto de placer y
un leve motivo de gratitud por la complacencia de la hembra. En consecuencia, el esposo
preso de la mujer seducida, debió merecer algunas consideraciones. En este caso, el
procedimiento fue a la inversa, cosa verdaderamente inconcebible, monstruosa
incalificable.
Este hecho pasó con un prisionero por delitos comunes. Nada puede hacer creer que no
hubiese podido suceder con cualquiera de los políticos
CAPITULO XXXVI
EL TIFUS
ya sea voluntariamente o por necesidad. Con el mismo nombre, se designa también a la novia. Pero la
interpretación más generalizada es la de barragana o concubina, sobre todo en el argot de los cautivos.
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Ombres contra Hombres
La carta fue abierta en el correo, como toda la correspondencia que circulaba en aquel
entonces, y remitente y destinatario fueron conducidos a la Penitenciaria. Yo conocí
personalmente a estos dos respetables señores: a don José Félix y a don Ramón Gil. Un
primo de ambos, don Felipe Gil Mazariegos, fue preso también, purgando cinco años de
prisión; don Ramón cumplió una condena de dos y don José Félix fue envenenado el día 2
de junio de 1937. Yo lo vi retorcerse de dolor frente a la pila del segundo callejón. Cuando,
para disimular el hecho, fingieron atenderlo en el hospital y fue llevado en hombros de dos
enfermeros, dejó dicho a los compañeros que se quedaban:
-Compañeros: siento que voy a morir. Ojalá que mi muerte sirva de algo a Guatemala y
porque algún día ustedes alcancen la libertad.
Su mano trazó en el vacio el ademán de la despedida y desapareció. Ya no le volvimos
a ver. Al otro día supimos su muerte y vimos salir su cadáver, en tosca caja, de la primera
sala del hospital y desaparecer por los corredores. Su muerte nos llenó de consternación.
Fue, además, un aviso siniestro para nosotros.
El recuerdo de todas estas infamias, vino a nuestra mente, cuando se nos llevó al
botiquín para inyectarnos. Pasamos la prueba. Y poco a poco, nuestra aprensión fue
desapareciendo. No era posible que nos envenenaran colectivamente. Y si así fuese, todos
seriamos libres. Así reaccionó nuestra sensibilidad. Pocas horas después de la aplicación
preventiva, una fuerte calentura nos invadió a todos; los más fuertes resistieron y la
mayoría cayó en postración. A los ocho días volvió a vacunársenos. A las tres vacunas se
decía que estábamos completamente inmunizados. Quizá. Lo cierto es que casi ninguno de
nosotros llegó a enfermarse. En cambio, entre los demás presos, el tifus llegó a
desarrollarse. Los enfermos más graves que eran bajados del hospital, venían a alojarse a
las bartolinas desocupadas que había en el callejón. Todos los enfermos de males
contagiosos, como el tifus, el sarampión, la tuberculosis, la disentería, eran remitidos al
departamento en que nosotros vivíamos. La mira del procedimiento era bien clara: procurar
que los políticos fuesen contagiados para obtener su liquidación. Mas una Providencia
divina velaba por nosotros. Sin embargo…
Una mañana amanecí con el cuerpo lleno de sarampión. Al darse cuenta el encargado,
inmediatamente dio parte y sin darme tiempo para nada, me condujeron al “triangulo”, una
bartolina pequeña, triangular, húmeda, oscura, que hay en la unión de los dos callejones y
que últimamente se ha convertido en capilla para los condenados a muerte. Allí permanecí
completamente aislado durante veinte días, tomando como único alimento agua de cebada.
Cuando al fin el médico vino a verme, yo ya me había curado solo. La naturaleza había
vencido al mal. Para distraer el ocio del encierro obligatorio y del aislamiento desesperante,
un cautivo mulato, Martín Moreira, me trajo subrepticiamente, una revista vieja para
entretenerme. Contenía la novela “Sangre y Arena” de Blasco Ibáñez. ¡Como reconfortó mi
espíritu aquella primera lectura! Hay que imaginarse el placer que debe experimentar un
hombre solo, abandonado, enfermo, aislado del resto del mundo y que sabe leer, cuando
tiene la posibilidad de poseer un libro, una revista, un periódico, por viejo y ruin que sea,
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Ombres contra Hombres
para entretenerse. Hay que imaginarse las penas y los sobresaltos que sufre para ocultar lo
que lee cuando oye la aproximación de los pasos y la poca atención que presta a la lectura,
temeroso de ser sorprendido de un momento a otro, y castigado severamente por tal causa.
No cabe duda que el propósito perseguido para prohibirnos la lectura, era
embrutecernos totalmente y hacer que nuestras mentes anquilosadas ya no pudiesen pensar
ni reaccionar después. Sabido es que el hombre que piensa es el peor enemigo de los
dictadores; mejor dicho, ellos, en su ignorancia, creen que el pensador, con sus ideas, puede
fácilmente minar su pedestal y derrumbar su soberbia. ¡Quizá tengan razón! ¡Cómo
gozarían si pudiesen dictar una ley que dijese: “Se prohíbe pensar”!
Un día la víspera de haber sido dado de “alta”, llegó conmigo el encargado del segundo
callejón, Roberto Isaac, alias “Tata Dios”, a decirme que el encargado del primer callejón
había sido cambiado. Sentí un pacer interior. El funesto Vielman había desaparecido.
Cuando pregunté por las condiciones del sustituto, Isaac me contestó:
-Es un “buen muchacho”, se llama Bonifacio Cruz Carrera.
Le conocí cuando llegó a traerme. Me saludó con mucha cortesía. Me miró largamente,
como para grabarse mi fisonomía. Yo le miré también. Sus ojos tenían la sombra funesta
que ya dejo explicada anteriormente. No me equivoque. Era un canalla diferente de los
otros, pero un canalla al fin. Al recordarlo, siento la necesidad de retratarlo en el capitulo
siguiente, para que el mundo conozca a los ombres que martirizan a los hombres.
CAPITULO XXXVII
EL “BUEN MUCHACHO”
Este que vais a ver aquí, lector, es el tipo clásico del “encargado” perfecto. Es el gran
contribuyente, el ayudante, el cooperador eficaz de las autoridades penitenciarias para
convertir en un infierno la vida del cautivo. Era reo de asesinato. La historia de su crimen
me la contó un pasador. Asesinó a un hombre porque tenía amores con una hermana suya.
Oculto entre matorrales, esperó el regreso de su víctima. Anochecía. La calma y el silencio
del campo parecían inviolables. De pronto una detonación rompió el silencio y un hombre
cayó atravesado el pecho por una certera bala de escopeta. Cruz Carrera había disparado,
con mampuesta, contra el amante de su hermana. No era este su único crimen; los libros
penitenciarios tenían su nombre registrado en diferentes fechas y por diversos hechos.
Ahora, era jefe del departamento destinado para los políticos, o sea el encargado del primer
callejón. Fue el creador de un nuevo sistema de hostilizamiento. Comenzó prohibiéndonos
la entrada a nuestras bartolinas después de las cinco de la mañana, hora en que se nos abría.
De seis a siete recibíamos instrucción militar. De esa hora hasta las ocho, algunos
compañeros hacían fuego para cocer sus alimentos. Al fondo del callejón, hacia la
izquierda, había un pequeño poyo con cuatro hornillas. Recuerdo que el más activo,
entusiasta y generoso compañero en asuntos culinarios era Higinio Letona Paz, cuyo
nombre, al escribirlo hoy, me hace volver a vivir aquellos instantes ya lejanos, pero no
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Ombres contra Hombres
menos tristes y emotivos. En torno a él nos congregábamos varios cautivos, quizá seis u
ocho y a todos nos distribuía equitativamente nuestra ración de alimentos. Cuando nuestras
posibilidades lo permitían contribuíamos con alguna cosa condimentable: quien con
cebollas, quien con un tomate, quien con dos huevos, o un pedazo de carne; pero
generalmente el mérito mayor que tenía nuestro cocinero improvisado, era que la propia
comida del rancho la transformaba en algo más apetecible. Sabía preparar el caldo y la
carne en una forma tal, que durante tres días a la semana, nos servía verdaderos banquetes.
Algunos nos sentábamos en banquillos, otros encuclillados en cualquier rincón y los más de
pie o en el borde de las gradas que conducen a las bóvedas, tomábamos nuestros alimentos
preparados por “Letonita”, como le llamábamos familiarmente a este compañero, cuyo
recuerdo evoco en estos renglones con verdadera gratitud. A él le debo la primera taza de
café caliente y el primer plato de comida que saboreé en mucho tiempo. Los grupos de
cautivos organizados para la hechura de los alimentos que denominan “calientas”,
recibieron el nombre de “sociedades”. Cada quien excepto los que recibían alimentos de la
calle a horas fijas, pertenecíamos a alguna sociedad. Yo pertenecía a la sociedad
“Letonita”; una sociedad en la que todos los socios éramos sumamente pobres, pero, puedo
decir, hermanados en la desgracia. A Letonita debo el haber aprendido a hacer fuego. Las
primeras quemadas que mis manos sufrieron, me arrancaron una fuerte interjección, pero
me proporcionaron una gran enseñanza; a él le debo también el haber aprendido a preparar
los frijoles, colarlos y freírlos; y aún más: le debo el conocimiento para preparar los
alimentos y al mismo tiempo, el placer de las comidas hechas por uno mismo. Me detengo
en este relato, por haber sido la sociedad de “Letonita” la que tuvo mayor duración y la que
reunió mayor número de asociados. Las horas de comer fueron quizá las únicas en que
experimentamos una mediana tranquilidad; fuera de ellas, la marcada hostilidad del
encargado contra nosotros, nos hacía las horas insufribles. Los días sábados, nos obligaba a
sacar nuestras cosas al sol y a lavar el piso de las bartolinas que, naturalmente, tardaba
mucho tiempo en secarse. Era un espectáculo triste contemplar el hacinamiento de ropas y
trastos tirados en el suelo. Todos nuestros haberes eran miserables.los que tenían colchón,
ya estaba podrido, y los que no, su equipaje consistía en un simple brin, una frazada raída, y
una almohada dura llena de remiendos y de suciedad. El equipaje todo de los presos
políticos de Guatemala, era una cosa conmovedora. Parecía un equipaje de náufragos,
cuando los náufragos logran tenerlo. Como todos dormíamos en el suelo raso y se nos
obligaba a entrar nuestras cosas antes de que el piso se secara, el calor de nuestros cuerpos
concluía esta operación y el malestar que experimentábamos en aquella forzosa
promiscuidad, hacia nuestras noches insoportables. En un espacio no mayor de seis metros
cuadrados, teníamos forzosamente que convivir cuatro, cinco y hasta seis reclusos. Jamás
de quiso proporcionarnos una cama, ni menos recibirla de nuestras casas. La comida, que se
nos servía en botes de lata, debíamos recibirla frente a una reposadera que despedía
emanaciones pestilentes. La menor insinuación, no se diga protesta, por tan infames
medidas, daba lugar, no solo a una grave reprimenda del encargado, sino a un “parte” por
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Ombres contra Hombres
insubordinación y protesta; los famosos partes de los encargados, bien conocidos de los que
hayan estado presos, lo que daba lugar a la imposición de castigos múltiples como detallaré
en capítulos sucesivos. Nuestra correspondencia pasaba por la censura. Cuando escribíamos
a nuestros familiares, era el encargado analfabeto el primer censor, quien nos ponía una
interminable serie de obstáculos para admitir nuestras cartas. Ya se comprenderá nuestra
situación en semejantes casos. Cruz Carrera nos prohibió el baño. Impidió nuestros paseos
ordinarios a lo largo de todo el callejón. No dejaba que los que vivíamos en una bartolina,
pasásemos a la del compañero. Impidió la formación de grupos y llegó hasta el extremo de
que, durante el día, únicamente nos juntásemos los que vivíamos en la misma celda. A él
debíamos el que se nos haya sometido a trabajos forzados en el mismo departamento. Se
nos obligó nuevamente a hacer canastas de mimbre y palma. Como era terminantemente
prohibido tener cualquier instrumento cortante, por pequeño que fuese, nos suministraron,
previo rígido control, unas pequeñas cuchillas para el trabajo, las cuales debíamos devolver
a las cuatro de la tarde. Un día, al compañero Ávila Osoy se le extravió una de las cuchillas
que era precisamente la más grande. Todos contribuimos a su búsqueda con resultados
infructuosos. No hubo otro remedio que avisar de lo sucedido al encargado. Aquello fue un
escándalo. Se pensó en mil cosas. Inmediatamente llegó un escuadrón de registradores del
patio general y a todos se nos sometió a una minuciosa requisa, así en nuestras celdas como
en nuestras personas. La cuchilla no apreció. Como ya era la hora del encierro, se suspendió
el registro para continuarlo a la mañana siguiente.
Aun las primeras horas del día no habían vencido a las sombras de la noche, cuando ya
el pelotón de aviesos registradores irrumpió en nuestras celdas y procedió al registro,
atropellando sobre todas nuestras cosas. Los resultados otra vez fueron infructuosos.
Entonces se nos conminó con que si no aparecía la cuchilla, todos nos quedaríamos sin
visita el próximo domingo. Efectivamente, la cuchilla jamás apareció. Ello dio por
resultado que se nos quitase la visita; pero en cambio, obtuvimos que se nos suspendieran
los trabajos forzados. Entre algunos compañeros y aun entre el encargado y demás
autoridades, privó la creencia de que el coronel Julio Barrios o el autor de estas líneas
habían hecho desaparecer el maldito instrumento que tantas amarguras nos había
proporcionado.. y ello dio lugar a que la saña del encargado se cebase en nosotros. Estos
incidentes son frecuentes en la cárcel. Cierta vez, un compañero, Antonio Murga Ávila, en
combinación con el encargado, hizo la alarma de que se le había desaparecido de su saco
cierta cantidad de dinero, atribuyéndome el robo. Se formuló un parte que llegó hasta el
alcaide. Este funcionario, comprendiendo la mala fe del parte y reconociendo, a pesar de
todo, la inocencia del acusado y la insidia de los quejosos que únicamente buscaban un
castigo para mí, no hizo caso del parte. El mismo me lo contó después. La envidia, ese
sentimiento mezquino, signo inconfundible de inferioridad, grillete de fracaso que arrastran
vilmente muchos hombres, prende fácilmente en el corazón de los reclusos. Sin ninguna
jactancia puedo afirmar que fui, quizá, el recluido más envidiado por muchos de mis
propios compañeros durante los años 1935 a 1935. Creo no haber poseído ningún mérito
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Ombres contra Hombres
para despertar este sentimiento, a no ser por mi hombría y la serenidad ante los peligros.
Hubo excepciones entre los envidiosos, como es natural en toda regla; y ellos, cuando lean
estos renglones, convendrán en que tengo razón en lo que digo.
El despotismo del encargado contra nosotros, seguía persiguiéndonos como una
maldición. Todos los días inventaba una nueva forma de opresión. Sus instintos criminales
encontraban en nosotros campo propicio para desarrollarse. Mas a la primera ocasión, tuve
una oportunidad soberbia para domeñar sus instintos. Un día, tuve necesidad de pasar a la
pila a lavar un pañuelo sin avisarle y sin que nadie me fuese a cuidar. Cuando se enteró del
hecho, corrió hacia mí y con las frases más soeces que imaginarse pueda, me reprendió.
Inmediatamente, por una repentina inspiración, recordé la historia de su crimen y le
repliqué, encendido de coraje y temblando de indignación:
-Usted no debe permitirse hablarme en forma descomedida; recuerde que yo no soy
ningún preso sentenciado y que si me hallo sin libertad es por amor a mi patria. Yo no he
velado a nadie agazapado tras los cercos de Pinula, ni le he descargado a nadie ningún
escopetazo asesino oculto tras los matochos, con mampuesta y amparado por la oscuridad.
Comprenda que un asesino de tal naturaleza no tiene derecho para hostilizar a un hombre
honrado.
Más o menos fue lo que dije. El verdugo al oír mi admonición, rió estúpidamente. Dio
media vuelta y se alejó. Creí que iba a dar parte contra mí por insubordinado. Seguí lavando
mi pañuelo y esperando de un momento a otro que a latigazos me llevasen a encerrar.
Concluí mi faena y me dirigí a mi celda. Puse mi pañuelo a secar sobre una piedra y me
senté en el suelo a esperar el resultado de mi arrebato. Mis nervios ya se habían calmado y
mi excitación momentánea se había transformado en un estado de temerosa laxitud. Casi
una hora había transcurrido. El encargado se paseaba frente a su bartolina fumando
golosamente y de vez en cuando me lanzaba miradas furiosas. De repente me llamó y me
introdujo a su celda.
-Don Efraín –me dijo-, le suplico que en lo sucesivo no vuelva a ser tan grosero
conmigo. Lo que me dijo me ha herido profundamente. Usted tiene razón y, como hombre,
debe ponerse en nuestro lugar. Las órdenes, son órdenes y nosotros no hacemos más que
cumplirlas. Procuraré no molestarle, pero, por favor, no vuelva a decirme lo que me dijo,
porque me mata.
-Está bien –le contesté, saliendo de la celda y volviendo a recoger mi pañuelo ya seco.
Comprendí que el incidente no había trascendido y que la forma empleada por mí para
detener las agresiones del encargado, había sido de resultados eficaces. Prometí usarla
siempre que las circunstancias lo exigiesen.
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Ombres contra Hombres
CAPITULO XXXVIII
LA LEY FUGA
compuesta como de cincuenta reclusos por delitos comunes, fue designada para regar arena
y apisonarla frente a las tribunas; la otra mitad entre la que quedamos Aldana, los otros
compañeros nombrados y yo, fuimos conducidos al propio lugar de La Arenera, frente al
polígono de tiro con revólver, en donde se estaba excavando un cerro para abrir un camino
carretero. Descendimos la pendiente por el lado oriental del Campo y una vez en el lugar
del trabajo, se nos dio a cada uno una pala para llenar de arena un camión que esperaba.
Cuando, como a eso de las diez de la mañana, habíamos concluido de transportar la arena,
se nos dieron picos para perforar el paredón. Al poco rato llegó el entonces ministro de
guerra, general José Reyes, montado a caballo con sus ayudantes, a dar órdenes que no
alcanzamos a oír. Reía y su risa me pareció una burla sangrienta para nuestra desgracia.
Este funcionario, según supe, era propietario de una hortaliza vecina y en ella se hacia
trabajar intensamente a los recluidos. A la hora del almuerzo, se nos llevó hacia arriba y los
medio cocidos frijoles, el café amargo y las tortillas frías que constituían nuestro almuerzo,
hubimos de tomarlos con el compañero Aldana entre el estiércol de las bestias en las
caballerizas del Campo. Nuestros estómagos pronto experimentaron síntomas de náusea.
Tres sargentos de aspecto sospechoso, vigilaban nuestros movimientos.
Por la tarde continuamos el trabajo forzoso y, a las cuatro, nos formaron para regresar a
la Penitenciaria. Volví a cargar el mismo cajón que había soportado por la mañana y esta
vez con mayores dificultades, no obstante estar ya casi vacío. Vielman, el verdugo ya
pintado en capítulos anteriores, era ahora uno de los encargados del pelotón de La Arenera
y a golpes, empujones y puntapiés, me obligaba a soportar la carga. Su actitud llenó de
consternación a unos y de indignación a otros; pero así y todo, nadie osaba protestar y
menos a proporcionarme ayuda, porque habría sido exponerse a serios castigos. Cuando
llegamos al centro, ya nos esperaban los registradores y fuimos sometidos a la más estricta
requisa. Se nos obligó a quitarnos los zapatos y a sacudir la tierra que traían dentro.
Se comprobó si no tenían doble ensueladura que pudiese ocultar algún papel. Casi se
nos desnudo para registrarnos. Después se nos llevó a las cuadras, en donde habíamos
pasado la noche anterior, tirados en el suelo en medio de dos camas. Todos los compañeros
que se quedaron, nos preguntaban sobre las condiciones en que habíamos sido obligados a
trabajar; y ya sea por temor o por un delicado sentimiento de pudor no dijimos la verdad
exacta de nuestros padecimientos. Toda la noche la pasamos de “claro en claro” con el
compañero Cardona, haciendo conjeturas acerca del motivo de tan rigurosa medida y jamás
llegamos a comprender las causas que motivaron tales ordenes contra nosotros. Recuerdo
que excitados y nerviosos, fumamos una caja completa de cigarrillos y así nos sorprendió la
aurora del nuevo día. Al toque de diana nos levantamos y cuando ya yo provisto de un
plato, un pocillo y una pequeña bolsa de brin al hombro, me disponía a volver a la faena, al
salir por la puerta del callejón, Vielman el fatídico, me detuvo diciéndome:
-Usted retírese por inútil –y me hizo retroceder de un fuerte empellón.
Ese día no fui al trabajo. Otro compañero me sustituyó. A los dos días, o sea el 5 de
mayo, fui llevado nuevamente y al día siguiente también se me suspendió. Así permanecí
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Ombres contra Hombres
Yo mismo bebí un trago de aquél café que me supo a gloria y comí uno de los dulces que la
madre de Aldana había traído. Recuerdo que de lejos Aldana gritó a su madre: -“No tenga
pena por mí, madre mía; ya sabe que yo soy digno hijo suyo”.-Oyó sus palabras aquella
mujer y, con su mano temblorosa, trazó en el aire la señal de la cruz y bendijo a su hijo.
Aquella bendición ha de haberme alcanzado a mí también. El jefe de la escolta, el
encargado del pelotón y todos los que hacían el papel de verdugos, se enojaron por las
frases que Aldana dirigió a su madre y esa mañana le obligaron a ejecutar un trabajo más
penoso que el que hasta entonces estaba haciendo. Se le impuso llenar solo los camiones de
arena y a mí se me mandó a romper el paredón a golpees de piocha. Mis manos sangraban;
tenía seca la garganta y adolorido todo el cuerpo. El sol caía a plomo sobre nosotros y la
gran transparencia de la mañana, el verdor de los campos, y la belleza del paisaje, eran
como una burla sangrienta a nuestros padecimientos. Nunca pude imaginarme que ese día
sería uno de los más hondamente grabados en mi memoria y que, al evocarlo hoy por la
fuerza del recuerdo, todavía me haga estremecer de horror.
Levantóse el acta de rigor, confeccionada al capricho del auditor de guerra; trajeron una
tosca caja de pino, metieron dentro el cuerpo ensangrentado de Aldana, le introdujeron a la
ambulancia penitenciaria y se lo llevaron. Una oleada de consternación general pasó sobre
los seres y las cosas; esa tarde inolvidable, hasta los hombres más crueles y sanguinarios se
emocionaron. Los autores materiales del hecho, teniente Pedro José Retana y subteniente
Manuel Alfredo Pedroza, fueron procesados por el delito de homicidio, pieza número 39
del año 1938 y declarados exentos de responsabilidad con fecha 5 de agosto del mismo año.
Como cumplieron con su deber y prestaron un servicio importante al dictador, el 30 de
junio del mismo año, aún en trámite el proceso falso, fueron ascendidos en su carrera
militar.
Este era el sitio escogido por los verdugos para la aplicación de la “Ley Fuga”. Exactamente al
centro, en el fondo de esta perspectiva, puede distinguirse, aunque borrosamente, la tribuna del Campo de
Marte. La situación exacta de este sitio trágico, queda al sureste del mencionado campo. La foto fue
tomada desde el propio lugar donde cayó Aldana. Cerca de allí, cayó también José Luis Sánchez Batten,
de quien se hace alusión en los capítulos siguientes.
Este campo silencioso, bello, florido, ha sido mudo testigo de los dramas más espeluznantes.
ERAÍN DE LOS RIOS 94
Ombres contra Hombres
Así eran aquellos tiempos: un asesinato individual perpetrado en las sombras de la noche o
a la clara luz del día mediante el conocido procedimiento de la “Ley fuga”, daba lugar a una
recompensa, a un premio en dinero efectivo o un ascenso; un asesinato colectivo, en masa,
mediante el conocido truco de “complot para derrocar al señor presidente”, daba ocasión de
obtener un gran premio, una finca, una condecoración pública, una declaración de mérito
por haber prestado importantes servicios a la patria…
Fue tan conocido el procedimiento ubiquista de liquidar a los hombres en los trabajos
del Campo de Marte que cuando un recluso quería fastidiar a otro, le endilgaba la siguiente
amenaza: -“Si me sigues molestando voy a ver que te lleven a acarrear arena”. Esto me
recuerda una anécdota que me contaba un vecino de Retalhuleu, cuando Ubico fue jefe
político de aquel departamento. La sentencia en boga por aquel entonces, decía: -“Te voy a
mandar a apagar el farolito”. Reconstruyamos, lector, la historia del farolito que te contaré
brevemente en el capítulo que sigue.
CAPITULO XXXIX
“APAGAR EL FAROLITO”
No puedo pasar adelante en el relato de esta dolorosa y verídica historia, sin detenerme,
aunque sea brevemente, a reseñar la actitud de un compañero inolvidable que vivió
conmigo y con todos los demás, los momentos tristes y angustiosos que estoy evocando:
José Rodríguez Medina. Compañero y amigo, como hubo pocos, supo sobrellevar su
martirio con hombría y dignidad. Jamás se doblegó ante las infamias que con él se
cometieron, ni claudicó de sus principios. Recuerdo su voz sonora, su gesto airado y su risa
franca y burlona que, a veces, me parecía tener sonoridades homéricas. Fuimos grandes
amigos. Las amistades nacidas en la desgracia de la prisión, se tornan inextinguibles. La
nuestra fue una de esas. Solo la muerte pudo habernos separado, como efectivamente, al
parecer, nos separó en la existencia terrenal, pero nuestros espíritus aunque en planos
diferentes, mantienen una estrecha comunicación. “Los muertos no están ausentes:
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Ombres contra Hombres
únicamente son invisibles”. Ahora mismo, por la fuerza de la imaginación creadora, por el
impulso de la acción evocativa, tengo frente a mí la figura de Rodríguez Medina y,
volviendo los ojos al pasado, recuerdo la mañana del 7 de octubre de 1937, mañana
dominical que no se ha borrado de mis recuerdos.
Pocos días antes, había yo obsequiado al compañero Aldana una Oración a la Divina
Providencia que me había sido remitida por una tía mía y la cual ya sabía de memoria. Al
compañero Aldana le sedujo la plegaria y me aseguró que ese mismo día se la remitiría a su
esposa. Así lo hizo, enviándosela junto con la portavianda que devolvía diariamente. El
envío pasó por la comisión de censura integrada generalmente por varios presos analfabetos
y de perversas intenciones. Momentos después llegó a nuestro departamento el inspector
general, acompañado de dos esbirros más, a conminar a Aldana para que entregara la
máquina en que había escrito la oración. La estupidez les llevaba a suponer que en aquel
recinto, en donde no se nos permitía tener ni un clavo, pudiese existir una máquina de
escribir. Aldana declaró que un compañero se la había obsequiado y fue a buscar al bote de
la basura el fragmento de papel que había quitado, en donde estaba la dedicatoria a mi
nombre. Fui llamado también a declarar; y el simple hecho de haber enviado una oración a
su hogar, por poco degenera en causa de graves castigos para nosotros. Pasó este incidente
y poco después, Rodríguez Medina sostuvo un fuerte altercado con el encargado, por
causas completamente baladís, toda vez que el verdugo se torturaba el magín buscando
formas para hostilizarnos y, sobre todo, para dar lugar a controversias y tener ocasión de
rendir partes acusándonos de insubordinados, calificativo que siempre tienen en los labios
los encargados de hostilizar a los cautivos. Rodríguez Medina ofreció quejarse al alcaide y
al día siguiente lo hizo por escrito, formulando seria acusación contra el encargado por los
vejámenes y humillaciones de que nos hacia objeto. Llegó el alcaide y fue entrando a cada
una de las celdas a interrogar a los reclusos acerca del comportamiento del encargado.
Todos, o casi todos, informaron que el encargado era una excelente persona, principalmente
unos cautivos que había de El Rancho, departamento de El Progreso. Recabadas estas
informaciones, salió el alcaide de la bartolina N° 6 y dijo:
-¿Tiene alguno de ustedes algo que sentir contra el encargado?
Yo aproveché ese momento para formular mi acusación contra el verdugo.
-Retírese de aquí –me dijo el alcaide-, a usted no le creo, pues está descalificado.
Mohíno retiréme y en ese momento, José Rodríguez Medina avanzó con paso firme,
que a mí me pareció solemne en aquellos instantes.
-Ya ve, señor Rodríguez –dijole el alcaide-, que todos sus compañeros están de acuerdo
en reconocer que el encargado no les molesta para nada.
-Señor –dijo Rodríguez Medina-, usted ignora el estado moral bajo el que mis
compañeros declaran; ellos temen las represalias ulteriores del encargado y si han declarado
en su favor es por miedo, porque mis compañeros son todos unos cobardes…
Su mano temblorosa de coraje, trazó un semicírculo en el aire y nos señaló a todos.
Cabezas curiosas y atemorizadas se asomaban a las puertas de las celdas. Rodríguez
ERAÍN DE LOS RIOS 97
Ombres contra Hombres
Medina, con voz vibrante y clara, hizo una larga y minuciosa descripción de todos los
malos tratos padecidos por nosotros y concluyó anatemizando a los malos encargados y a
las autoridades penitenciarias, cómplices y tolerantes de aquel estado de soberana
arbitrariedad. El alcaide le oyó con calma, cosa inusitada, puesto que se negaba a oírnos,
principalmente cuando de formular alguna queja se trataba. El alcaide se retiró y yo, ya
repuesto del “descalificamiento alcaidil”, pensé en la razón que asiste a aquél que dijo que
hay momentos en la existencia del hombre en que el curso de la vida debía detenerse y el
hombre quedar como petrificado, plasmado en un gesto, en una actitud, en un ademán, que
lo inmortalice.
+
José Rodríguez Medina, “todo un hombre”, tanto en la vida del hombre libre, como en el aplanador
ambiente de la cárcel. Se diría fue uno de los personajes creados por Unamuno. Autentico opositor al
despotismo, soporto con valor toda clase de vejámenes y murió anatemizando al tirano.
CAPITULO XLI
EL SACERDOCIO
Promediaba el año 1939. Como los reos condenados a la pena capital en primera
instancia, eran llevados inmediatamente a convivir con nosotros en cuanto se les notificaba
la sentencia. Llegó a ser nuestro compañero de desgracia David Cruz Ríos, un muchacho
inteligente, telegrafista de profesión y que había ultimado al secretario de San José del
Golfo. Los condenados en esta forma, llevados a permanecer en nuestro departamento,
esperaban meses y años, la resolución definitiva de su causa. Apelaciones y recursos eran
excesivamente tardíos, principalmente el recurso de gracia interpuesto por el defensor de
oficio. Como jamás la gracia fue concedida por el dictador, único facultado por nuestras
leyes deficientes para concederla, el condenado vivía en un estado de incertidumbre e
inseguridad horrible, desesperante y espantoso.
ERAÍN DE LOS RIOS 99
Ombres contra Hombres
David Cruz Ríos –con cuyo pseudónimo “Dacrios” yo amistosamente le llamaba-, hizo
amistad con los hermanos Cardona y conmigo y gustaba de pasar largas horas en nuestra
compañía, oyendo anécdotas o conversaciones amenas, que tenían la virtud –según nos
manifestaba- de disipar en parte sus tormentos morales y sus acerbas preocupaciones
familiares.
Un día fue llamado para irse a confesar con el sacerdote que regularmente visitaba el
presidio los días miércoles de cada semana. Casualmente, con el compañero Marco Antonio
Cardona, le vimos por un hoyito del portón, despedirse del sacerdote al bajar las gradas que
conducen al hospital, a donde había ido a confesar enfermos el ministro de la iglesia. Le
vimos arrodillarse respetuosamente y besar con unción el anillo sacerdotal. Vimos al
religioso trazar sobre la cabeza del condenado la señal de la cruz y prestamente nos
retiramos para que entrase Cruz Ríos.
Estábamos con el compañero Cardona leyendo en la celda número uno, nuestra
habitación por espacio de más de dos años, cuando llegó Cruz Ríos a darnos una noticia
desconcertante. Con aire de misterio sentóse encuclillado junto a nosotros y nos dijo:
-¿A que no saben, ni se imaginan, una de las tantas preguntas que me hizo el cura ahora
que fue a confesarme?
Al manifestarle nuestra imposibilidad de acertar, continuó diciendo:
-Pues me dijo que le dijera que decían ustedes del señor Presidente; puesto que, como
políticos enemigos suyos, algo debían de decir contra él. Como le dijera que nada
había oído, me recomendó que tratase de averiguar algo y que se lo dijese la próxima
vez que volviera.
Nos miramos sorprendidos de semejante noticia. ¿Iba un sacerdote a violar el sagrado
misterio de la confesión? ¿Sería posible que el general Ubico se valiese de los ministros de
Dios, para saber lo que de él pensaban sus enemigos? ¿Llegaría a tanto la corrupción y la
arbitrariedad? Guardamos silencio y únicamente agradecimos a Cruz Ríos sus
desinteresados informes. Falso o positivo lo que el compañero nos dijo, ello es para mí
nada más que un misterio. Entre el autor y unos, hay el respeto. Entre el autor y otros, hay
la distancia de una tumba. Las dos barreras son infranqueables y misteriosas.
Un día llegóse por la Penitenciaria el señor arzobispo metropolitano19. Iba de visita y
las autoridades tomaron todas las medidas que juzgaron necesarias para su recepción.
Como en casos similares, tienen la constante preocupación de ocultar al visitante todo lo
que pueda causar a la visita repugnancia, que, en cuanto al fondo, si pudiese ser observado,
no tendría calificativo adecuado. Más de seiscientos hombres andrajosos, sucios, totalmente
arruinados y cuya vista producía asombro, fueron previamente encerrados en las bóvedas
que están al fondo del primer callejón, con el objeto de que las autoridades eclesiásticas no
se dieran cuenta del estado miserable y angustioso en que se encuentran los reos de la
penitenciaria. Se regó pino en algunas partes y en una galera rustica que hay frente a la pila
del patio principal que generalmente ocupa una barbería, se improvisó un altar y se designó
al coronel Carlos H. Martínez para que, en nombre del presidio, pronunciase el discurso de
recepción para el señor arzobispo. Nosotros, los políticos, fuimos designados para que,
vistiendo nuestro traje particular de calle que siempre habíamos conservado para el día de
nuestra liberación, formásemos una valla de dos filas por cuyo centro tenía que pasar el jefe
de la iglesia. Era la primera vez en muchos años que se nos concedía participación en los
festejos penitenciarios. Muchísimo tiempo permanecimos totalmente abandonados, sin que
nadie supiese que existía un departamento celular con hombres encerrados. Cuando se sabía
que algún funcionario iba a llegar, generalmente el ministro de Gobernación, entre cuyas
atribuciones está la de visitar periódicamente la Penitenciaria, se nos encerraba
previamente, a efecto de que no viéramos a los visitantes o de que estos no nos vieran a
nosotros. Sin embargo, nosotros si le veíamos, cuando alguna hendidura de la puerta nos lo
permitía, y nada más.
En el lugar de la barbería, adornado con cordeles y banderolas de papel y frente al altar
improvisado, en cuyo centro se erguía la macilenta figura de un Cristo crucificado, fue
celebrada una misa que a mí me pareció solemnísima, no solo por el lugar donde se
verificaba y la asistencia de los altos prelados de la Iglesia, sino porque era la primera que
oía después de muchos años y había sido, sin duda, la causa de que se nos permitiese ver la
luz del patio general y respirar un poco de aire. Recibimos la bendición sacerdotal y se
repartieron libros religiosos. A mí me tocó el que contiene el evangelio de los cuatro
apóstoles y que aún conservo como recuerdo. En un momento oportuno, David Cruz Ríos
se acercó al arzobispo a confesarle su delito y a pedirle su intercesión para que se le
conmutara la sentencia de muerte. El jefe de la iglesia prometió interesarse por él, ordenó a
uno de los sacerdotes acompañantes que tomase nota de la petición de Cruz Ríos y éste,
arrodillado a los pies del prelado, recibió la bendición. Fue un momento conmovedor y
solemne.
Concluida la ceremonia retirarónse los visitantes y nosotros, formados en dos filas,
inmóviles y respetuosos, recibimos la bendición del arzobispo que se alejaba.
Inmediatamente se nos regresó a nuestro departamento y tuvimos la oportunidad de
presenciar la salida de seiscientos hombres que durante las tres horas que duró la
ceremonia, permanecieron hacinados en las bóvedas, ocultos, escondidos, apartados de sus
compañeros de prisión, en la más repugnante promiscuidad, por el hecho de no poder
disimular su miseria y su suciedad. Nosotros creímos, tuvimos fe, de que el arzobispo, dada
su autoridad y su fuerza moral sobre los hombres, lograría lo que Cruz Ríos le había
impetrado con lagrimas en los ojos. Sin embargo, pocos días después, una tarde, terminado
nuestro encierro, oímos con Marco Antonio Cardona que le sacaban de la bartolina número
24 que estaba frente a la nuestra y se lo llevaban. Nos asomamos a un ventanillo y le vimos
ir. Todavía gritó diciendo adiós a Marco Antonio y a mí. Al día siguiente supimos que,
habiendo sigo denegado –como siempre- el recurso de gracia interpuesto por su defensor,
había sido llevado al mismo lugar de su crimen, para recibir la sentencia de muerte, con tal
suerte que, habiéndose descompuesto la ambulancia que le conducía, tuvo que hacer el
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resto del camino a pie. Un verdadero calvario. Cruz Ríos fue fusilado en San José del Golfo
la mañana del 3 de junio de 1939. Tuve para él una plegaria, como en esta ocasión, un
recuerdo.
CAPITULO XLII
NUESTRA SITUACIÓN
Acostumbrados ya a largos años de encierro y a sufrir todos los días una nueva
vejación, nuestra primitiva sensibilidad, totalmente embotada, casi desaparecida, anulada,
nos tenia sumidos en un estado de verdadero embrutecimiento. Inopinadamente fuimos
despertados de aquel letargo, con una emoción completamente extraña. Poco después de las
seis de la tarde, cuando ya nos disponíamos a dormir, como todos los días, el ruido de
llaves y voces de verdugos conocidos, hizo que nos incorporásemos sobresaltados. La
primera celda que se abrió fue la nuestra. Inmediatamente se abrieron todas las demás y
fuimos saliendo a formar al centro del callejón. Se presentó el alcaide y nos dijo que, “de
orden del director, se nos llevaría esa noche al cine”. Porque en el presidio se concede esta
diversión a los demás presos, es decir, a los delincuentes comunes. Todos nos miramos
asombrados y experimentamos una extraña sensación al vernos a aquella hora de la noche,
alumbrados por la luz eléctrica. Se nos ordenó que quien tuviese asientos los llevase para
no permanecer parados. Como en este tiempo ya casi todos teníamos en qué sentarnos,
llevamos nuestro banquillo y así pudimos presenciar la película que esa noche se corrió. En
un punto determinado, frente a la marimba del presidio, “Alma Cautiva”, llamada así por
antonomasia, que amenizaba el espectáculo, fuimos acondicionados y advertidos de no
comunicarnos con los demás presos. A pesar de eso, no faltaron quienes nos enviasen
pequeños obsequios consistentes en cigarrillos, fósforos y dulces. Recuerdo que un cubano,
Alonso Manuel Cordero García, que había sido compañero nuestro en el callejón y cuya
actuación describiré más adelante, era uno de los más empeñados en agasajarnos, a
Cardona y a mí. Había declarado una vez, públicamente, que los únicos compañeros con
quienes “se podía hablar” en el callejón, habíamos sido nosotros y a ello atribuyó sus
atenciones. Las reconozco y se las agradezco. Cuando volvimos del cine, a eso de las ocho
y media de la noche, todavía permanecimos mucho tiempo despiertos con el compañero
Cardona, comentando las razones por las que se nos hubiese dispensado semejante
consideración. Como nuestra reclusión era ordenada por Ubico y contra nosotros no se
tomaba ninguna disposición sin que fuese dictada personalmente por el autócrata, el hecho
singularísimo de habérsenos llevado al cine, era para nosotros un índice favorable que, por
lógica deducción, nos demostraba que ya empezábamos a merecer una “gran atención” a
los ojos del dictador. Al día siguiente, no se habló de otra cosa y muchísimos compañeros
estuvieron de acuerdo con las consideraciones hechas por nosotros.
Se decía que el dictador poseía en su escritorio un plano del callejón de los políticos y
que semanalmente se le suministraba un informe de la conducta que observábamos. Sabía
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Ombres contra Hombres
quienes y cuantos ocupaban cada celda y que los cambios que se operaban a cada tiempo,
obedecían a órdenes exclusivas de él. Por consiguiente, si en esta ocasión se nos había
sacado para ir al cine, era obedeciendo órdenes exclusivas del dictador. Con esta señal,
favorable para nosotros, decidimos algunos compañeros hacer gestiones para obtener
nuestra libertad, aunque no muy seguros de ser escuchados; pero como “la diligencia es
permitida”, según sentencia popular, el primero en tocar este punto fui yo, dirigiendo al
autócrata la carta que dice: “Penitenciaria Central, Guatemala, 12 de agosto de 1939.-Señor
general don Jorge Ubico, Presidente de la República, Presente.- excelentísimo señor:
Cuarenta y cuatro meses de reclusión injusta, en los que he probado todos los acíbares, me
obligan a dirigirme a usted hoy, rogándole mi libertad, cuya posesión es mi único
patrimonio. He adquirido a golpes la capacidad de una rectificación espontanea, el
reconocimiento de los propios errores –si alguna vez los he tenido- como una elocuente
lección para sí mismo y para los demás; la firme rectitud de una conducta ulterior. El que
purga una culpa con largos años de sufrir, es como si no hubiera pecado: se purifica. Solo el
malvado no reconoce sus yerros ni se avergüenza de ellos, agravándolos con el impudor,
subrayándolos con la reincidencia, duplicándolos con la ingratitud. En mí, no habrá nada de
esto. Créamelo, señor Presidente. Y al pedirle mi libertad, le ruego evocar dos bellos
pasajes del Cristianismo: la parábola del Hijo Pródigo y la conversión de San Pablo; y
exaudir la paráfrasis que yo, mísero mortal, me atrevo a hacer de la exclamación de Cristo,
cuando le conducían al Tabor: “¡Perdónalos, Señor, porque no saben lo que hacen!” Los
hombres libres saben lo que es la libertad y la aman aún más aquellos que la han perdido.
Yo pido a usted la mía y como sólo usted puede dármela, en la bondad de su corazón
depósito toda mi esperanza. Con muestras profundas de respetuosa subordinación y
gratitud, soy del señor Presidente muy atento servidor. (f) Efraín de los Ríos”.
Hay que advertir que esta carta, cuya autorización para escribirla me había costado
mucho obtener, fue rigurosamente censurada por el director del centro, quien me exigió le
remitiese previamente un borrador, para “consultar”. Es de presumir que el dictador ya
conocía la carta antes que yo la escribiera definitivamente. Al poco tiempo, recibí
notificación de la Secretaría Presidencial de que mis gestiones debía continuarlas ante el
Ministerio de Gobernación y Justicia. Dirigíme a esta dependencia, transcribiéndole mi
carta anterior. Se me notificó que me dirigiese a la Corte Suprema de Justicia, adonde había
sido remitida mi solicitud, “para lo que haya lugar”. Este alto Poder del Estado tuvo la
atención de enviarme al propio receptor y una mañana, estando dedicados todos en el
callejón a nuestras actividades habituales, se presentó corriendo el encargado, acompañado
de otros empleados, gritando:
-Efraín de los Ríos, pase inmediatamente al Departamento Judicial.
Semejante llamado asombró a todos. Jamás ninguno había sido llamado durante más o
menos cuatro años. Fui. El receptor me notificó la providencia recaída en mi nueva
solicitud dirigida a la Corte Suprema de Justicia, en que se me indicaba que: “No existiendo
ningún antecedente mio en aquel tribunal, debía hacer mis gestiones ante la Comandancia
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Ombres contra Hombres
de Armas”. A este tribunal me dirigí en memorial que dice: “Señor comandante de armas:
Previas a usted las muestras de mi respetuosa subordinación, me permito manifestarle: con
fecha 12 de agosto de este año me dirigí al señor Presidente de la Republica, pidiéndole mi
libertad, de la que me encuentro privado desde hace más de tres años y medio; aquella
superioridad, con fecha 20 del mismo mes, me notificó que hiciera mis gestiones ante el
Ministerio de Gobernación y Justicia y este tribunal mandó pasar mi solicitud a la Corte
Suprema de Justicia. Este alto Poder de la República, con fecha 14 del actual, me notificó
que mis antecedentes habían pasado a esa Comandancia conforme el artículo 40 dl Decreto
1862. En esa virtud me dirijo a usted con el ruego de que se sirva definir mi situación,
notificándome lo que sobre el particular resuelva, no creyendo de más exponer a la
ilustrada consideración de usted que, a través de cuarenta y cuatro meses de prisión, no he
sido oído ni vencido en juicio, no se me ha motivado auto de prisión ni deducido
responsabilidad alguna por ningún tribunal de la Republica, triste y dolorosa circunstancia
para un ciudadano guatemalteco que hoy acude a usted en demanda de justicia, impetrando
su libertad e invocando las altas dotes morales de usted y el pundonoroso ejercicio de su
profesión, al fallar mi presente solicitud. Reiterándole las muestras de mi subordinación y
esperando ser notificado acerca de lo que dejo expuesto, rindo a usted mis agradecimientos
y me suscribo su muy atento y deferente servidor.- (f) Efraín de los Ríos”
Mi solicitud fechada el 14 de octubre de 1939, fue llevada personalmente por una amiga
mía, quien se puso al habla con el propio comandante de armas, general Pedro Reyes
Reynelas. Este funcionario le informó que el asunto era del resorte de la Auditoria de
Guerra. Allá fue mi amiga y al enfrentarse contra Cabrera Martínez, este le dijo:
-¿Todavía está preso de los Ríos? Dígale que tenga paciencia, que ya que aguantó lo
más que espere lo menos. Ya pronto saldrá
Esta noticia me fue trasmitida el domingo siguiente y yo inmediatamente, arrastrado por
la solidaridad del compañerismo, la puse en conocimiento de los otros reclusos, quienes
formularon sus deducciones, favorables todas ellas para nuestra situación. Quizá pronto
seriamos libertados. Pero ¿cuándo? La garra de la incertidumbre volvió a prenderse en
nuestros corazones; pero la llama de la esperanza alumbraba y fortalecía nuestros pechos.
La esperanza –sombra vaga- arde constantemente, con fulguraciones extrañas, en el abatido
corazón del prisionero. Estaba viva en nuestros corazones. Ella nos dio fuerzas bastantes
para seguir viviendo y esperando.
CAPITULO XLIII
COMPAÑEROS Y VERDUGOS
La vida diaria que nos obliga a tener trato frecuente con diversos hombres, jamás puede
proporcionarnos la oportunidad de observar las reacciones y el comportamiento de cada
uno en la vida privada. Es necesaria la convivencia –y, sobre todo, en la cárcel- para que
cada hombre desarrolle sus facultades completas. Basta un incidente, por insignificante que
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Ombres contra Hombres
sea, para que el recluso, generalmente atacado por una aguda psicosis, demuestre sus
condiciones intimas, adormecidas por una hipócrita actitud, por una ficticia educación o por
una razón convencional. El hombre de la calle no es el mismo de la cárcel. La prisión tiene
la virtud de transformar al hombre. Sin embargo, hay caracteres tan sólidos y equilibrados,
a quienes la prisión no tiene fuerza capaz de transformarlos, que pasan por la cárcel
íntegros, completos, inmaculados, serenos y, lejos de contaminarse y corromperse –como
es tan fácil-, imponen su personalidad y sirven de ejemplo a los demás reclusos victimas del
mal corruptor. En la vida de los presos y en la de los libres, pasa como en las sociedades:
hay opiniones y costumbres diferentes; hay grupos afines y otros que se rechazan; hay
simpatías y antipatías, por cualquier causa. Estas pequeñas diferencias no son perjudiciales
en la vida de las sociedades libres; pero en la prisión, sirven para causarse males recíprocos,
cuando simples antagonismos hacen que los unos se aparten de los otros. Ni aun la
desgracia común tiene fuerza suficiente para lograr una pequeña compactación. No sé si
esto será una característica especial del guatemalteco; pero lo cierto es que la ventaja que
han tenido los grupos directores y explotadores para satisfacer sus ambiciones de cualquier
naturaleza, es que los guatemaltecos gustan entusiastamente de destruirse entre ellos
mismos; se complacen los unos en ser los verdugos de los otros, no por el hecho de poder
liquidar algún mutuo desacuerdo personal, sino por el hecho de experimentar el placer de
hacer mal, un sadismo muy peculiar y característico de mis compatriotas. Como en toda
regla, hay sus excepciones, y ellas son la mejor garantía de mi aserto. La ira y la envidia
son los primeros sentimientos de que da muestra el recluso. Ellas le llevan a desarrollar el
servilismo, la delación y la cobardía, tres sentimientos que forman la naturaleza de ciertos
hombres que yo conocí. El servilismo, con el fin de congraciarse con los encargados y aun
con los simples pasadores, para que les concedan ciertas granjerías que en la prisión no
tienen importancia alguna; la delación, con el propósito de humillar a aquel que envidian o
de logar un castigo para el que odian; mas cuando sus maniobras les resultan fallidas y el
mal que proyectaban hacer a algún compañero, se vuelve contra ellos mismos –como
sucede con harta frecuencia, por una desconocida ley-, entonces hacen el más triste y
conmovedor derroche de cobardía y de indignidad. El soborno tiene su imperio en la
prisión. Y desde el dinero en efectivo, hasta una simple tortilla, sirven de objeto para
inclinar la voluntad de los verdugos hacia un fin determinado y perverso. Yo vi venderse a
los hombres, ni siquiera por un pan completo, sino por un pedazo, por un cigarrillo y aun
por una cosa de menor valor. Cuando, cierta vez, comentábamos esta circunstancia con
Antonio Cumes, persona seria de quien con sus compañeros de martirio me ocuparé
después, dijo:
-Aquí los hombres se venden por una bicoca20; ni siquiera por una tortilla entera, sino
por un pedazo: en ninguna parte son tan baratos. –Y sonrió amargamente.
20
Bicoca, en buen decir: por una nada, por sobras. (N del R)
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Ombres contra Hombres
Sus frases causticas y desconcertantes fueron escuchadas por los otros presos. Unos
aprobaron; otros se apartaron sigilosamente: eran aquellos a quienes hería profundamente la
declaración, porque en su pecho dormían las tres “virtudes” que dejo señaladas.
Hubo alguien que, enterado perfectamente de estas disidencias que hacen insegura y
amarga la vida del presidiario, quiso armonizarlos a todos desplegando una campaña de
concordia, tolerancia, amistad, y respeto. Es decir, llevó a aquel mundo revuelto de
rencores y desacuerdos un mensaje de concordia y de fraternidad. Fueron vanos sus
esfuerzos, pero muy nobles sus intenciones. Su repentina liberación dio por terminada
aquella campaña tesonera de más de siete meses y aunque no pudo el “amigable
componedor” ver los frutos de su armoniosa simiente, los que nos quedamos pudimos
constatar que algunos granos habían germinado. Aquel sembrador fue Ramiro Fonseca
Palomo, encarcelado inicuamente y a quien hostilizaron las autoridades, hasta el grado que
le motivaron auto de prisión por el delito de “comunista”. Mas lo cierto de su detención, era
que, en unión de otros abogados, proyectaban presentar un memorial a la Asamblea,
oponiéndose al primer plebiscito ubiquista y demostrando su inconstitucionalidad. No faltó
en este caso el gratuito delator.
Puedo citar muchos nombres de compañeros-verdugos, no con el fin el de que la
opinión pública los señale como malvados, sino para que sirvan de modelo y de necesario
contrapeso en la balanza social que pesa y califica los valores. La luz, para brillar, necesita
de la sombra; lo duro para existir, necesita de lo blando; lo alto, de lo bajo; los hombres
para ser buenos, necesitan de la existencia de los malos; de otra manera no habría
clasificación posible. No voy, pues, a acusar, sino simplemente a señalar a aquellos
hombres que, en la trayectoria de mis recuerdos, pasan tal y como fueron en la prisión:
como yo los vi a través del prisma de mi personal observación.
Como el departamento en que nosotros habitábamos estaba destinado para los reos
peligrosos, según caprichosa designación de las “autoridades supremas”, fue traído a
convivir con nosotros, un cubano llamado Alonso Manuel Cordero García, acusado de
negociar unos “traveler’s checks”21falsos. Hombre mundano y criado en otros ambientes,
creyó que nuestras prisiones serian como las de Cuba y que en ellas el cautivo gozaba de
ciertas comodidades. Despreocupadamente, pocos momentos después de su ingreso,
buscaba –según decía- a un doctor.
Cuando supo que en el segundo callejón, vecino al nuestro, existía un doctor, sin ningún
miramiento ni permiso, se pasó a buscarle, pero tropezó con que el profesional aun no
había vuelto de los trabajos forzados. Vuelto el doctor y enterado por los demás
compañeros que un cubano recién ingresado deseaba hablarle, temió fuese un espía, por el
hecho de haber preguntado de entrada por él y, muy ladinamente, se ocultó. Mas lo que l
cubano deseaba no era un doctor en medicina, sino un doctor en leyes, es decir, un
abogado, para consultar su caso. Cómico fue el equívoco. Afortunadamente había entre los
21
Cheques por valor determinado y que el viajero puede hacer efectivos en cualquier país, puesto que su
valor es internacionalmente reconocido.
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Ombres contra Hombres
CAPITULO XLIV
PARTES Y BRIGADAS
Los reclusos del segundo callejón están formados, a las seis de la mañana, en l lugar
acostumbrado, con el objeto de recibir la instrucción militar que imparte el brigada de una
de las cuadras, José Luis de León. Cuando ha terminado la diana que tocan los cornetas de
la guarnición del centro y que apenas se oye en el interior, De León manda “¡Firmes!” a la
compañía de reclusos y, extrayendo del bolsillo un papel, toma la palabra en estos o
parecidos términos:
-Señores, se hace del conocimiento de ustedes, que de hoy en adelante les queda estricta
y terminantemente prohibido dirigirle la palabra a los presos del otro callejón –se refería al
nuestro-, y al que se le sorprenda, se le pondrá un parte en esta forma, -leyendo el papel-:
“Señor inspector general del presidio: Doy parte a usted que en este momento fue
sorprendido el reo X.X., hablando con X.X., del primer callejón. Los referidos reos se
expresan mal del señor Presidente y proferían frases sediciosas contra su gobierno.
Además, pongo en su conocimiento que los reclusos del primer callejón, corean y aplauden
los discursos ofensivos para el señor Presidente que pronuncia un cubano recién llegado a
ese lugar, que trata de imitar los discursos de los señores diputados. Lo que pongo en su
conocimiento, para lo que haya lugar. –Respetuosamente”. En esta forma, pues, señores, se
dará parte contra quien sea sorprendido hablando con los del otro callejón. Ya lo saben.
El encargado del segundo callejón, Francisco Mansilla, que oía la advertencia hecha por
De León, dijole inopinadamente:
-¿Dónde está su hermano? Entrégueme ese papel. Introdujo en su bolsillo el proyecto
del parte y llamando al coronel Oscar Matheu Piloña y al capitán Guadalupe Zamora
Santos, dijoles:
-Matheu, hágase cargo como brigada de la primera cuadra; Zamora, como brigada de la
segunda; y ustedes –dirigiéndose a Federico Calderón y a José Luis de León-, a la escoba.
Dos horas después, cuando los del primer callejón pasamos a la pila a lavar los trastos
que habían servido para nuestro desayuno, nos dimos cuenta del suceso, relatado por uno de
los reclusos del otro sector, quien temeroso de que alguien de nosotros cometiese la
imprudencia de hablar con ellos, se apresuró a prevenirnos. Quedamos fríos ante semejante
peligro, del que milagrosamente nos habíamos salvado, gracias a la oportuna intervención
del encargado Mansilla, quien a pesar de la fama de hombre cruel que se le atribuía, en esta
ocasión, procedió en una forma ecuánime y justiciera. Si cualquiera de nosotros,
imprevistamente, nos hubiésemos puesto al habla con alguno del otro callejón y
hubiésemos sido sorprendidos por uno de los brigadas, se habría formulado contra nosotros
un parte en la forma indicada, dando con ello lugar a que, transcrito inmediatamente a los
que mandaban en aquella época, hubiese tenido por consecuencia que se nos remitiese a los
trabajos del campo de Marte y, a hora determinada, “a traer arena”.
La espada de Damocles había estado pendiente sobre nuestras cabezas. La oportuna
intervención de la Providencia, había apartado de nosotros semejante peligro. No acuso a
los autores del plan; quizá hayan tenido sus razones; el hombre recluido injustamente sufre
una transformación en sus sentimientos. Pero, eso sí, señalo el caso, porque como este, se
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Ombres contra Hombres
CAPITULO XLV
CONTRIBUCIÓN FORZOSA
Encima de todos los males que padecimos resignadamente, había uno que sublevaba la
sangre aún del más linfático de los temperamentos: el arbitrario cercén que se operaba en
las escasas cosas que nos llegaban de la calle. Cualquier envío que se nos hiciese, después
de ser entregado en las ventanillas correspondientes, era llevado a un lugar denominado “El
Boquete”, donde un escuadrón de registradores, sucios y malolientes, escogidos entre los
peores reclusos, revolvía y cercenaban las cosas que se nos enviaban. Si se trataba de
alimentos contenidos en portaviandas, con un pedazo de madera revolvían el contenido
para cerciorarse si no había algún instrumento en el fondo. El pedazo de madera se
introducía, así en una jarrilla de leche como en una de café; así en un palto de pepián como
en otro de caldo; así en un vaso de refresco como en un recipiente de chirmol y el
intercambio de sazón, llevado por el pedazo de palo funesto de un palto a otro, echaba a
perder toda la comida. Tan pronto como el instrumento ya no servía era colocado en un
lugar cualquiera donde al minuto estaba totalmente cubierto de moscas y éstas huían
cuando el instrumento era introducido en un nuevo recipiente para examen. Si se trataba de
otras cosas, es decir, no comibles y que podrían venderse en la tienda instalada en el
interior del centro, entonces se quitaba la mitad o más de lo que se enviaba al preso, quien
rara vez se daba cuenta de lo que se le quitaba, hasta que la familia le indicaba la cantidad
de cosas que le había sido enviada. El articulo más llamado a engrosar la existencia de la
tienda, eran los cigarrillos, por ser los de mayor consumo en aquel lugar. En determinadas
ocasiones, la parte cercenada era tan enorme, que movía la indignación y la protesta de los
reclusos, casi todos pobres y cuya forzada contribución era positivo castigo para las
familias indigentes. A mí mismo, de mis propias manos, cierto día que, acompañado del
inspector general don Alberto Medrano, volvía de la Mayoría, a donde había sido llamado
por una visita que me dejó cuatro cajetillas de cigarrillos, me fueron quitadas dos, y cuando
formulé mi reclamación, se me contestó que era “orden del señor director”. Es decir, ¿el
señor director, haciendo aplicación de la Ley de probidad dictada por el amo, procedía en
tal forma contra seres indefensos? Ante semejante infamia, en una ocasión que una vieja tía
mía, después de recorrer setenta y cinco leguas, vino a verme dejándome algunas cosas que
me fueron casi totalmente incautadas, formulé ante el director mi protesta por escrito
invocando la famosa Ley de probidad que se estaba violando en aquel centro; esto me costó
que se me suspendieran las visitas durante ocho meses consecutivos. Ya se puede imaginar
ERAÍN DE LOS RIOS 110
Ombres contra Hombres
lo que sufrí y los sentimientos que se experimentan cuando uno se ve obligado a comprar
aquello mismo que arbitrariamente le han quitado. La mayor parte de la tienda, cuyos
productos iban a dar directamente a los bolsillos del director, estaba constituida por los
robos cometidos a los mismos prisioneros. Infamia incalificable, actuación inicua, capaz
por sí sola para dar una idea de aquel infierno en que nos tocó vivir durante la proba y
ecuánime administración del general Ubico.
Otro acto inhumano frecuentemente observado por mí y que es como un reflejo de la
justicia de aquella época, es el siguiente: cuando los presos del patio general cometían
alguna falta, eran llevados a azotar al local donde nosotros vivíamos. Los azotes eran
aplicados por “Tata Dios”, con verga: o por cualquier otro recluso, con chicote. Los
primeros producían heridas, los segundos simples golpes. El pasador que traía al
condenado, decía, dirigiéndose al encargado: -“¡veinticinco chicotazos!”-, con el fin de
suavizarle el castigo, ya que la orden que había recibido era “veinticinco vergazos”. El
castigado recibía los veinticinco chicotazos y se lo llevaban: mas si algún chismoso iba a
decir al inspector que el castigado había recibido chicotazos y no vergazos, lo regresaban
para que la orden se cumpliera, y encima de los chicotazos recibía los vergazos aplicados
por “Tata Dios”, en esta forma el desgraciado sufría un castigo doble: cincuenta golpes,
¡veinticinco por compasión del pasador y veinticinco por bondad del inspector! Este hecho
puede dar una idea de la inflexibilidad de las órdenes y de la justicia aplicada en aquella
época nefasta, así en el mundo de los presos como en el mundo d los libres.
Cuando llegaba el sacerdote que periódicamente visitaba el centro, “Tata Dios” era el
primero en confesarse. Después de la confesión, decía que había sido purificado porque el
sacerdote le había perdonado todos sus pecados. Horas más tarde, llamaba al encargado de
nuestro callejón y le decía:
-Vos Bacho, alístate las vergas porque vamos a “componer” a unos.
Momentos después oíamos los golpes y los lamentos de las victimas en el fondo de las
bóvedas. Así obraba aquel hombre purificado a quien sus pecados le habían sido
perdonados. Yo no condeno a aquellos hombres ni condeno su maldad: condeno a los que
los obligaron a ser malos. Si llegase un día que la patria se llenase de bribones y ninguno
pudiera vivir sin obrar mal, yo no castigaría a los malhechores, sino a los que los forjaron, a
los que formaron el alma perversa de los hombres y los empujaron al mal.
Nunca se vio mayor corrupción en Guatemala que durante la administración de del
general Ubico; triste es decirlo, pero es la verdad. Podría extenderme en señalar casos y
formular consideraciones, pero ello me apartaría de la índole de este libro, que solo tiende a
reseñar los padecimientos de los prisioneros políticos en el interior de la Penitenciaría
Central, durante el tiempo que el despotismo del general Ubico tuvo sumida a Guatemala
en la oscuridad y rotundamente se negaron los principios de la humanidad, se violó el
derecho de gentes y se conculcó la ley, que garantiza los derechos del hombre.
Los presos políticos de Ubico –digo así porque cada funcionario tenía sus presos
especiales-, fueron tratados peor que bestias inmundas, como alimañas ponzoñosas, en
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Ombres contra Hombres
ciertos casos, o como fardos o cosas indiferentes, en otros; pero siempre con la mira de
lograr el aniquilamiento y la degradación del ser humano, tendencia exclusiva del general
Ubico, que siempre vio en los hombres íntegros y honrados sus peores enemigos y cuya
persecución y aniquilamiento constituían una de sus grandes pasiones.
CAPITULO XLVI
LA PROVIDENCIA
extraer arena del paredón; Zutano, a batir lodo para el adobe; Mengano, a fabricar adobes;
Perencejo, a hacer ladrillo; los demás, a descargar hornos, sacar ladrillo fresco al sol y a
aperchar el seco. –A mí, por suerte, me tocó este último trabajo y provisto de un pedazo de
brin, para no destrozarme las manos, llevaba en cada viaje cinco y seis ladrillos, por la
pendiente que conducía del lugar donde se ponían a secar adonde se estaban fabricando.
Diariamente se me imponía un trabajo nuevo: unas veces, a cargar gruesos trozos de leña
para el fuego de los hornos; otras, a cargar y descargar carretas con adobes y ladrillos;
otras, a acarrear arena en carretillas; otras, a batir lodo. La mañana del lunes 11 de junio de
1938, Oscar Matheu y José Canizales estaban excavando arena en una de las tantas cuevas
ya formadas en un enorme paredón. Estas cuevas tenían como doce metros de profundidad
y se había tenido el cuidado de dejar entre una y otra, anchos espacios de terreno solido, a
efecto de que hicieran las veces de pilastras o soportes para el enorme peso que tenían
encima. Al sonar las sirenas de las fábricas que marcan las siete de la mañana,
abandonamos inmediatamente la ocupación, dejando a la entrada de las cuevas nuestros
instrumentos de trabajo: quien la piocha, quien el zapapico, yo la pala y la carretilla; y,
jadeantes y sudorosos, corrimos a tomar un pocillo de café y un pan que se acostumbraba
servirnos a esa hora matinal. Gustábamos el primer sorbo de aquel conocido brebaje,
cuando un ruido sordo y extraño hizo volver nuestra vista hacia el sitio en donde momentos
antes estábamos trabajando. El panorama era nuevo. El cerro había desaparecido,
hundiéndose entre las cuevas de las excavaciones. Los instrumentos que nos servían,
quedaron sepultados bajo un promontorio de tierra de miles de toneladas de peso. A las dos
de la tarde y merced a poderosos esfuerzos, logramos extraer la carretilla que me estaba
sirviendo: solo era un informe montón de hierros retorcidos. Los útiles de los otros
compañeros se perdieron para siempre. Nuestras vidas no concluyeron enterradas bajo un
promontorio de tierra de miles de toneladas, por un verdadero milagro. La impresión de
horror no fue tan intensa para los otros compañeros, como lo fue para los que estábamos
trabajando en las cuevas. Mentalmente di gracias a la Divina Providencia, por mi salvación
y por la de mis compañeros.
La mañana del 13 de junio, me tocó acarrear ladrillo y esta función estaba
desempeñando cuando llegó el director de la Penitenciaría a inspeccionar los trabajos. Sin
duda ordenó que se me impusiese un trabajo más fuerte, porque al momento fui llamado a
acarrear barro para el lugar donde se hacía el ladrillo. Jayanes fuertes cargaban la carreta y
a mi se me obligaba a empujarla. La senda resbalosa por la que tenía que transitar me
impedía hacer fuerza y la carreta se me iba por un lado. En una de tantas caídas vino uno de
los presos encargado de llenarla y me aplicó un fuerte golpe con el azadón. Totalmente
desesperado por semejante acción, fui a poner en conocimiento del encargado general,
Rigoberto Ortega, los golpes que me estaba aplicando un preso por asesinato, indicándole
que yo había ido a trabajar y no a que se me vejara. Me dijo que me quejara con el
encargado de esos trabajos, Juan Oliva, y cuando así lo hice, éste me contestó: que era falso
que se me hubiese golpeado porque él estaba viendo. Ante lo inútil de mi queja seguí
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Ombres contra Hombres
acarreando barro. Acertó a pasar por el lugar de mi suplicio, Rodrigo Robles Chinchilla y,
sin duda, compadecido de mi situación, me ayudó a llevar varios “viajes” de barro. Pensé
en Simón el cirineo. Como volvieron a repetirse los golpes contra mí a causa de mi
imposibilidad en el acarreo de barro, desesperado, adopté una determinación heroica: arrojé
a un pequeño barranco próximo la funesta carreta para el acarreo de barro y me negué
rotundamente a trabajar, alegando que, no estando sentenciado, como la mayoría de mis
compañeros, era arbitrario lo que conmigo se hacia y que se tomaran conmigo las
determinaciones que se quisieran. Se me amenazó con vapulearme, hasta con pegarme un
tiro si me resistía a trabajar; toda amenaza fue inútil ante la firme determinación que había
adoptado. Estaba dispuesto hasta morir, si era necesario. Y cuando un hombre de corazón
bien puesto adopta una decisión semejante, poco, muy poco, pueden todas las amenazas de
los hombres y todas las medidas intermedias. Sentéme en tierra y esperé con la cólera que
arrastra a los extremos definitivos; esa cólera que, cuando es producida por las injusticias
de los hombres, tiene mucho de divino. Así era mi cólera, algo que en aquellos momentos
solemnes y amargos, tenía reflejos de la Divinidad enojada.
A las cuatro de la tarde nos formaron para volver al penal. El encargado Ortega se adelantó
a dar parte al director de lo que conmigo había sucedido. Inmediatamente se me mando
cortar el cabello a rape; se echó agua ala bartolina numero catorce, se me encerró en ella y,
tras de una noche triste, quizá una de las más tristes de mi vida, a la mañana siguiente se me
sacó para pararme en la basa. Como casi no podía andar y menos pararme, fui conducido en
peso al lugar del suplicio. Ante la imposibilidad de sostenerme en pie, se me condujo a la
celda y se me encerró durante todo el día. Al siguiente, volvió a repetirse la operación, con
idénticos resultados. No fue, sino hasta el cuarto día, que pude pararme y sostenerme en
aquel reducido espacio de no más de tres decímetros por lado. Permanecí de pie desde las
cinco de la mañana hasta las cinco de la tarde, del 17 hasta el 30 de junio de 1938. Cayeron
sobre mí, a consecuencia de mi negativa heroica a trabajar forzadamente, ocho castigos
juntos, a saber: corte de pelo a rape, encierro en bartolina humedecida, alimentación a pan y
agua, prohibición de recibir víveres de la calle, suspensión de visitas, incautación de
correspondencia, plantón durante el día entero a pleno sol y sin sombrero, total
incomunicación y prohibición de usar ropa ni de día ni de noche. En un momento que se me
permitió ir al inodoro, un cautivo del segundo callejón entró apresuradamente, burlando la
vigilancia, y me dio una sabana que escondí bajo la chumpa. Esta sencilla prenda fue mi
mayor comodidad durante quince noches. No podría olvidar a quien me la proporcionó:
José Arturo Cruz Cerón y, como él, hubo muchos que, en una u otra forma, contribuían a
suavizar mi desgracia, ofreciéndome cigarrillos o tortillas calientes. Para ellos, dejo mi
agradecimiento en estas páginas y un sitio preferente en la amargura de mis recuerdos…
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Ombres contra Hombres
CAPITULO XLVII
ESCENAS HETEROGENIFORMES
Con la misma rapidez con que se desenvuelve una cinta cinematográfica, pasan frente a
mí diversas escenas de la vida del presidio, vivas en mi recuerdo, pero algo desvaídas por el
tiempo, casi borrosas por el olvido. Es muy difícil delinear exactamente los contornos de
una escena ya vivida, máxime cuando en un relato, como el mio, se ha propuesto el autor
firmemente ceñirse en todo a la suprema, a la excelsa a la inviolable verdad. Me he
propuesto en estos capítulos, revivir aquellas escenas de que fui testigo y que aún no se han
borrado en mi memoria. He llevado al lector a escenarios casi independientes en donde la
acción se trunca de improviso para revivir en otros escenarios; el hilo de la coherencia en el
relato, siguiendo una estricta sucesión de tiempo, se interrumpe de repente para avanzar o
retroceder, lo que si, por una parte, viola o se desvía de la línea recta temporal, por otra,
mantiene el equilibrio de la acción y solidifica más la veracidad del relato que es la base de
la presente narración.
Los largos años de prisión sufridos injustamente, por el solo capricho de un déspota
atrabiliario, concluyen por entibiar el entusiasmo del más ardiente de los patriotas.
ANTONIO OVANDO
ALBERTO DEL PINAL
ANTONIO CUMES
Trece años de tormentos diarios en las bartolinas de la Penitenciaría Central y libertados de orden
de la Corte Suprema de Justicia, a la caída del déspota, en julio de 1944.
Obligados abiertamente a renunciar el derecho de recurso de casación, so pena de que si no lo hacían, se les
fusilaría inmediatamente. Coaccionados terriblemente por el director de la Penitenciaría, en presencia de
los defensores, renunciaron su derecho y fueron condenados a la pena de quince años de prisión, habiendo
soportado durante trece todas las vicisitudes de los trabajos forzados.
El falso proceso incoado contra estos patriotas y que obra en los archivos de la Auditoria de
Guerra reza “por traición”. Si estos hombres fueron condenados por los tribunales ubiquistas, fue por un
delito ideológico –ilegislable e incondenable internacionalmente-, pero jamás por haber traicionado a su
patria ni a su gobierno. Cinco vidas en cuya trayectoria el despotismo abrió un paréntesis irreparable.
Esta condena enorme estaban cumpliendo cuando yo los conocí en las dos ocasiones que
se me encarceló. Después de más de doce años fueron libertados a la caída de Ubico y
durante todo ese tiempo fueron sometidos a trabajos forzados en el interior del mismo
centro. Todos ellos son obreros competentes en sus respectivas profesiones, inteligentes y
honrados; por ello y por sus elevadas virtudes cívicas y morales, les dedico este sencillo
rincón, saturado de un halito de cariño fraternal. Para ellos, que supieron sufrir con hombría
y dignidad, es la pálida concepción de este recuerdo.
………………………………………………………………………………………………...
Pasa frente a mí, en rápido desfile, una larga sucesión de escenas que mi pluma, como una
cámara fotográfica, capta instantáneamente, dando saltos sobre un tiempo y sobre otro. La
fuerza evocativa del momento, obedeciendo leyes ineluctables, reproduce atropelladamente
pero sin confusión, hechos que tuvieron lugar en la vida, que fueron intensamente vividos
ERAÍN DE LOS RIOS 119
Ombres contra Hombres
por mí y que hoy quedan plasmados para siempre en la letra y el papel, como recuerdo y
como historia.
El último encargado cruel que tuvimos se llamaba Mardoqueo Ortiz. Bajo de cuerpo,
malo de entraña y de la pierna izquierda cojo, fue el tipo clásico del encargado intrigante,
delator y chismoso. Se explica la conducta del que delata un hecho cierto; pero no se
explica nunca ni se perdona jamás, la conducta del individuo que por el placer de dañar y
ganar gracias ante sus jefes, inventa la existencia de un hecho y lo atribuye a las personas
que le son antipáticas. De estos individuos, abundantes en nuestro medio, se ocupará en un
futuro no lejano, la profilaxis social que se avecina. Conviene su extinción para que la
campaña depurativa rinda resultados beneficiosos. Ortiz era íntimo amigo de Rafael
Lechuga, inspector general y una de las figuras más sombrías que actuó en el tablado
penitenciario. Ambos homicidas, erigidos en jefes por designación mal intencionada de las
autoridades penales, de común acuerdo, cometían a diario una larga serie de infamias y
atropellos, cuyo relato llenaría muchas páginas. Llegaba Lechuga por las tardes y se
introducía a la celda que ocupaba Ortiz. Allí deliberaban secretamente y al otro día tenía
lugar un nuevo castigo para nosotros. Ortiz cumplió su condena y se le puso en libertad.
Fue la única forma en que inesperadamente nos encontramos libres de su despotismo. Vino
a sustituirle un nuevo recluso, José María Álvarez. Esta vez se equivocaron los “altos jefes”
en la elección. Álvarez era bueno; con esto está dicho todo. Lo cambiaron y vino otro
mejor: Abilio Fernández Quiroa. Muchacho simpático, educado y de buenas costumbres, el
único encargado que no era homicida, ni había delinquido gravemente, para que su propio
delito despertase en él el sentimiento de la animadversión y la crueldad, como en sus
antecesores. Cada enfermo que era dado de “alta” y sacado al exterior, dejaba su cama,
consistente en una desvencijada tarima de dos varas de largo por algo más que media de
ancho. Fernández Quiroa nos autorizó para que nos fuésemos apropiando las camas
desocupadas y cuando llegaban a reclamarlas sus antiguos poseedores, los despedía
amenazadoramente. Así fue como al cabo de un mes todos los reclusos teníamos camas.
Fernández Quiroa asumió la responsabilidad de cualquier reclamo por habernos
proporcionado aquella comodidad. Cuando el director llegó de visita y vio que todos
dormíamos en alto, no dijo nada. Después de cerca de cuatro años de dormir en el suelo,
experimentamos una sensación extraña la primera noche. Ahora ya nuestros colchones y
nuestra ropa no se pudrían tan rápidamente; nuestros lechos ya no se cubrían tan fácilmente
de polvo y el trabajo de matar chinches de que estaban inundados los armatostes, quedaba
compensado con el hecho de tener ya siquiera en qué sentarnos. Un día, Fernández Quiroa
–llamado hoy por mí “el bueno”- fue removido. Había recuperado su libertad. El nuevo
encargado, casualmente paisano mío y por lo mismo conocido como “cruel”, ya no tuvo
tiempo de hacernos ningún mal, por una de esas disposiciones que inesperadamente se
cumplen, por estar escritas con antelación en el destino de los hombres.
………………………………………………………………………………………………...
ERAÍN DE LOS RIOS 120
Ombres contra Hombres
Soplaban ya los vientos fríos de diciembre. Cuatro Nochebuenas tristes habíamos ya vivido
en la miseria de nuestras celdas y nadie podía asegurarnos que no viviésemos la quinta.
Mas en la mañana del 14 de diciembre, después de habernos levantado y estar esperando la
hora de la instrucción; yo me encontraba tendido sobre mi lecho, dormitando, cuando
bruscamente fui vuelto a la realidad por “Letonita”, el compañero a quien aludo en
capítulos anteriores, quien me llevaba la noticia de que Marco Antonio Cardona se iba
libre, porque lo estaban “rapando” en la bartolina del encargado. Ante semejante noticia
sensacional, me incorporé inmediatamente y fui a ver. Era efectiva. En ese momento
tocaban la diana de las seis y nosotros, como de costumbre, formábamos para la
instrucción. Seis verdugos rodeaban a Cardona con el fin de impedir que nos hablara. Sin
embargo, nos dijo adiós, y a mí, como recuerdo, me dejó una cajetilla de cigarrillos recién
empezada y quince centavos en dinero. Estos recuerdos son muy sencillos si se quiere, pero
de una enorme importancia y trascendencia para el alma sensitiva del recluso. La emoción
del que se queda y la del que se va, es indescriptible; la comprenden, sin embargo, los que
se han quedado y los que se han ido de cualquiera de las cárceles del mundo…! Los demás
intuyen esta emoción y pueden comprenderla también, esforzándose por colocarse en
planos similares. Tras de un periodo de mucho más de cinco años de cautiverio, Marco
Antonio Cardona, ante nuestros ojos asombrados, desapareció tras el férreo portón. Iba
hacia la libertad, hacia lo desconocido, hacia lo misterioso, hacia ese mundo nuevo que
todos ambicionábamos.
Ese día no hubo instrucción. Yo me quedé triste por la repentina de quien había sido mi
compañero de celda por más de dos años consecutivos; pero al mismo tiempo alegre porque
el amigo volvía a incorporarse a la vida, aunque había tenido la desgracia de perder a su
madre estando cautivo, escena dolorosa que pueden comprender los que se hayan
encontrado en circunstancias semejantes. La libertad del compañero fue n índice favorable
para nosotros y toda esa mañana la empleamos en comentarios.
A la hora del desayuno, cuando ya todos los fuegos estaban encendidos, yo sentí una
alegría recóndita, una especie de optimismo desbordante que comunique a mis compañeros.
Algunos escépticos no participaron de mi alegría; mas como ya en diversas ocasiones, yo
había hecho muchas predicciones que se cumplieron, alguien lo hizo ver así y entonces el
optimismo fue general.
-Vea, Letonita –dije-, por despedida mande comprar unos chorizos a la tienda para
comer algo sabroso, porque yo me voy mañana,-y le entregué los quince centavos que me
había dejado el compañero Cardona.
El corazón golpeaba fuertemente en mi pecho. Una fe y una confianza extrañas me
invadieron. La subconsciencia me trasmitía mensajes halagüeños. Las “corazonadas” que
tan sabiamente dicen los mexicanos, fueron muy frecuentes en mi aquella mañana
inolvidable, diáfana, de sol tibio y cielo azul, una de esas mañanas imborrables que
perduran a lo largo de toda una existencia.
ERAÍN DE LOS RIOS 121
Ombres contra Hombres
CAPITULO XLVIII
ESCENA FINAL
el alcaide por mí. Contrarióse al verme ya vestido de particular y ordenó que me cambiase
traje poniéndome el de presidiario. Después cambió de parecer y ordenó que, como estaba,
le siguiese. Fuime con él y al pasar por donde está el almacén de ropa, en el segundo patio
del penal, dispuso definitivamente que volviese a vestirme de presidiario. Como el
uniforme que se me suministró resultaba bastante estrecho, quedé convertido en una figura
ridícula. Así fui introducido a presencia del auditor de guerra, que escribía en el despacho
del director. Cuando hubo terminado, después de estrecharme la mano y de felicitarme por
mi liberación, me dio a leer un acta para que la firmara. En ella yo me comprometía a no
tener ninguna relación con los “enemigos del señor presidente”. Como comprendí lo
peligroso de esta clausula y los fines a que podía prestarse, dada su interpretación, pedí al
auditor que al mismo tiempo se me proporcionase una lista detallada de los enemigos del
señor presidente, para no tener peligro de juntarme con ellos en la calle. Enojóse el
funcionario pero accedió. Modificóse el término y firmé. Juntos bajamos las gradas de la
Dirección y ya en la puerta reiteróme sus felicitaciones y se fue. Yo volví solo al interior
del presidio. Eran las diez de la mañana. Me hallaba bajo el imperio de una fortísima
emoción y no tuve deseos de almorzar. La mayor parte de las cosas, todas simples y
rudimentarias, de que se rodea un cautivo para su comodidad, habían sido ya repartidas por
mí entre los compañeros. A las dos de la tarde llegó a traerme el alcaide y, creyendo que se
trataba de mi liberación definitiva, tuve para mis compañeros que se quedaban, elocuentes
frases de despedida. Manos en alto dijéronme y, mirando por última vez aquel sombrío
callejón en donde había dejado lo mejor de mi juventud, desaparecí tras el portón.
Llevóseme al local de la inspección y allí, un ladronzuelo conocido que fungía como
escribiente, sentado frente a una maquina, tomó los datos de mi filiación.
-¿Cómo se llama usted? –preguntó.
-Soy bastante conocido para que se me pregunte el nombre –respondí
-¿Qué edad tiene? –continuó.
-La que tenía Dantón cuando presidia el Comité de Salud Pública durante la Revolución
Francesa.
El amanuense me miró con ojos asombrados, empañados de ignorancia.
-La misma edad que tenía Jesucristo cuando lo crucificaron –concluí-, la edad fatal para
los profetas.
-¿Su estado civil?
Iba a decir “viudo de la libertad”. Arrepentido, dije: -Soltero
-¿Profesión?
-Oficios domésticos –contesté.
-Pero esos oficios son propios para mujeres –argumentó el escribientillo estulto.
-Son los que aprendí en esta universidad, según afirma la prensa. Lavo y plancho ropa,
riego flores, barro divinamente, enciendo y apago el fuego; confecciono cualquier comida;
sé, además, hacer ladrillo, adobe, batir lodo, cargar y descargar hornos, partir leña y
acarrear arena. Ponga usted cualquier ocupación.
ERAÍN DE LOS RIOS 123
Ombres contra Hombres
Pase toda la tarde del jueves 14 de diciembre en la mayor incertidumbre. Una especie
de angustia me invadió cuando a las cinco, vino el encargado a encerrarnos a todos, como
de costumbre. Pedí una vela a quien había obsequiado todas las que tenía y, provisto de
fósforos y cigarrillos, me introduje a mi celda fumando furiosamente. Así permanecí
durante ocho horas. A las nueve vino el encargado del segundo callejón a tocarme la puerta.
De un salto llegué a ella.
-Don Efraín –dijome-, me he estado “vigilando” por allá por la inspección y acabo de
enterarme de que ya llegó su auto de libertad; así, pues, es seguro el viaje mañana. Procure
dormir. Buenas noches.
Ya se puede imaginar en que forma agradecí al encargado la trasmisión de aquella
nueva. Fue una de las noticias más gratas de mi vida.
Efectivamente, para llenar los requisitos legales, faltaba la remisión del auto de libertad,
dictado por la Auditoria y refrendado por la Policía.
Hice un esfuerzo y procuré dormirme.
CAPITULO IL
SUSTANCIACIÓN
en libertad condicional bajo promesa de conducirse en lo sucesivo con toda honradez y que
sus actos debe normarlos con entera sujeción a la ley; se le previene que cada vez que
cambie de domicilio lo haga saber a la Auditoria de Guerra y a la Dirección de Policía, para
lo cual desde ahora señala como su residencia la ciudad de Guatemala, y como hasta ahora
no sabe cuál será su domicilio, al instalarse lo pondrá en conocimiento de las autoridades
que ya se le indicaron. Ratificó lo agregado y dijo ser de treintidós años de edad, soltero,
originario de Huehuetenango y oficio periodista. Leído que fue lo escrito, lo ratificó y
firmó. –Doy fe.- (ff) Cabrera Martínez. –Efraín de los Ríos. –Juan Loukota M.”
Con pocas variantes, según el caso, como la transcrita, eran las actas que se hacia
firmar a los prisioneros que habían permanecido encerrados “de orden del señor
Presidente”. Tras la humillación, tras la afrenta, tras el dolor de haber sido vejado
injustamente, el libertado, por una gracia especial del dictador, tenía forzosa y
necesariamente que estampar su firma al pie de un documento de esos que hacen época en
la historia jurídica de Guatemala. Recibir la libertad como “un don especial”, como una
“gracia”; quedar reconocido, obligado, agradecido hacia aquel que había sido origen de
innumerables males, causa de muchísimas desgracias, era algo capaz de enloquecer a
cualquier mortal.
Nada hay tan triste para el hombre íntegro, sano y cabal, como sentirse impotente
ante la fuerza del despotismo; no poder ni siquiera gritar su rebeldía; trazar en el aire un
ademán, formular un gesto que tradujese su cólera o interpretase sus sentimientos. Nada de
ello: tras la irreparable ofensa, el agradecimiento hacía el tirano. Responder a la agresión
con una sonrisa! Contestar el bofetón con una zalema!
¡Qué tiempos! ¡Qué hombres!
CAPITULO L
LA LIBERTAD
para aliviar mis sufrimientos que se prolongarían más allá de los muros penitenciarios. Fue
un momento conmovedor.
A las siete fui llevado a la ambulancia que a aquella hora conduce a los penados que
han cumplido, a la Dirección de Policía. Allí después de habérseme fotografiado en el
gabinete de identificación y fichándoseme en la forma acostumbrada, se me ordenó esperar
la llegada del director. A las diez, fui introducido inmediatamente a su presencia, para
recibir la consabida amonestación. Recibióme arrogantemente, en una estudiada situación
que tenía mucho de teatral y tras de amenazarme en el sentido de que, si otra vez me metía
a asuntos políticos, no se gastaría ni una sola hoja de papel en mí, sino que se me pegaría
un tiro, tocó un timbre y apareció el llamado jefe de la policía de seguridad, recordado José
B. Linares, a quien ordenó me condujese al local que esta Policía ocupaba en el edificio de
la Dirección, con el objeto de que todos los miembros del personal me conociesen, para
poderme atrapar inmediatamente, en caso de necesidad. Sentóseme en visible lugar y
cuando todo el personal estuvo avisado, iban pasando frente a mí, de uno en uno y
mirándome con interés, como si admirasen a un animal raro. Soporté con valor aquella
última humillación. Semejante afrente estuvo a punto de hacerme cometer una insensatez,
estallando en improperios contra aquella canalla; pero me contuvo el pensamiento de mi
ansiada libertad.
Terminada mi exhibición, volvióse al despacho del director; quien ordenó al jefe de
seguridad me acompañase hasta la puerta. Antes de retirarme se me hizo la última
advertencia: avisar inmediatamente del lugar de mi domicilio y siempre que lo cambiase,
hacerlo; y si disponía salir de la ciudad, aunque fuera a un municipio cualquiera del
departamento, avisar con anticipación, pues de lo contrario se me juzgaría como prófugo.
Es decir, tenía la ciudad por cárcel. Ofrecí cumplir y Salí acompañado del jefe de
seguridad, quien varias veces pidió se le repitiera la orden si efectivamente yo estaba libre.
Eran las diez y quince de la mañana, cuando el jefe de seguridad me tendió la mano y
me entregó a la vida libre. Puse el primer pie en la acera y empecé a caminar desorientado.
Tenía miedo de los automóviles que transitaban; creía que podrían subirse a la acera y
atropellarme. Siempre que encontraba uno me arrimaba a la pared. Las personas que
pasaban a mi lado, me parecían seres extraños. La luz ofuscaba mis retinas. Esa “copa de
luz” que es Guatemala se volcaba sobre mí en una locura de colores. Sentí urgente
necesidad d estar solo para ordenar mis pensamientos, para trazar mis proyectos, para
delinear lo que haría en el porvenir, que empezaba allí, donde yo estaba parado, rumiando
el grave misterio de una gran interrogación. Frente a mi alzaba su coquetona arquitectura el
templo de nuestra Señora del Carmen22. Tuve el rápido pensamiento de que quizá no se me
dejase entrar. Había olvidado que la admisión a los templos es gratuita. Penetré a la iglesia
y el suave silencio del interior me envolvió como una suave caricia maternal. Recé mis
plegarias habituales y di gracias a Dios por sus bondades. Mi corazón cantaba su “Te
Deum” solitario. Sentí en el silencio del recinto, una gran euforia espiritual.
Reanimado por la oración, salí de nuevo a la calle en busca de una buena mujer que
conoció a mis padres y, puedo decir, que me vio nacer. Cuando ella me visitó en el
presidio, poco antes de salir, me creía muerto. Busquéla con el mismo afán con que un hijo
buscaría a su madre. La calle me acogió con su indiferencia habitual. Seres presurosos
pasaban junto a mí, codeándome. Carros bulliciosos estuvieron a punto de atropellarme.
Mis ojos, en cuatro años, no habían visto los horizontes. Varias veces me detuve para
contemplar las lejanías. Todo me parecía nuevo, extraño, desconocido, misterioso. Mas no
tuve, como otros compañeros, el sentimiento de admirar lo nuevo y extasiarme ante la
transformación que había sufrido la ciudad en su aspecto material. Sus calles asfaltadas y
sus nuevos edificios, llamados “palacios”, por la sencillez popular y por la ostentación
oficial, no fueron capaces de mover mi admiración. La ciudad me pareció, pocos días
después, triste, sucia, oscura, pobre, como agobiada bajo el peso de una extraña sensación.
La culpa fue de aquella intensa vida imaginativa que yo había vivido en la prisión.
Dominada mi imaginación por un poderoso esfuerzo, yo construí un mundo especial para
mí, en que los seres y las cosas, las ciudades, los campos, los palacios, los caminos, los
mares y las montañas, se revestían de una suntuosa grandiosidad. Yo construí mis propios
panoramas y les di el colorido y la extensión que quiso mi fantasía; de ahí que la realidad
no me sorprendiese; lejos de ello, todo me parecía pequeño y miserable, envuelto en un
hálito de angustia y movido todo por un resorte de ansiedad, de dolor, de desesperación.
En todo caso, había sido devuelto a la vida, a la civilización, a la libertad, el más
preciado don del hombre, por el que se ha derramado tanta tinta y tanta sangre y por el que
seguirá derramándose en el constante devenir de los tiempos.
La ciudad me recibió con los brazos abiertos, no para cerrarse en un abrazo cálido, sino
para permanecer abiertos, con la frialdad y la indiferencia con que abrazan siempre los
brazos abiertos de la vida…!
CAPITULO LI
FRENTE AL DICTADOR
El mismo día de mi liberación, resfriado a consecuencia del baño matinal y, con fuerte
temperatura, dispuse avisar a mis familiares lejanos. Al mismo tiempo recordé la
insinuación que me había hecho el auditor de guerra relativa a que le dirigiese una mensaje
de agradecimiento al “señor presidente”. En un principio yo rechacé indignado esta
repugnante insinuación; pero ahora, reflexionando, resolví la conveniencia de hacerlo. No
supe si obraba bien o mal, pero lo hice. Más o menos, mi telegrama decia: “Hoy recobré mi
libertad. Muy agradecido”. Pocas horas después llegó la respuestaen que el dictador me
manifestaba estar enterado de ello y que el martes próximo, por la mañana, me recibiria.
Como yo no le había solicitado audiencia, comprendí que era un llamado. Mis conjeturas
bulleron atropelladamente en mi cerebro y fueron mi torcedor durante cuatro dias. Consulté
ERAÍN DE LOS RIOS 128
Ombres contra Hombres
mi situación con varios amigos y todos estuvieron contestes23 en que el mandatario tenía
una deferencia especial para conmigo al recibirme en un día que no era el de las audiencias
ordinarias. Todos me aconsejaban que “supiera hablarle” y que de ahí dependia mi
situación. Pero ellos ignoraban lo que yo pensaba: tiempos atrás un compañero de prensa,
director de un pequeño diario, publicó un editorial comentando problemas hacendarios, lo
que indignó al dictador, e hizo traer a su presencia al director del periodico.
-Ajá, con que usted es el titere que me está jodiendo –fueron las frases de recepción del
dictador para el periodista que entraba a su despacho.
Tomo un fuete y con el azotó furiosamente al periodista. Concluyeron el vapuleo, con
sus espadas, los ayudantes del dictador. Cuando el periodista, afrentado, corrido, humillado
y adolorido, se disponia a retirarse, cerrole el paso el jefe de Policia y le dijo:
-Falta la segunda parte.
Y lo mandó a encerrar, durante dos meses, a las bóvedas del segundo Cuartel de
Policia.
Yo deduje, con mi exaltada lógica: -Si a éste amigo lo fueteó y lo encarceló, por un
editorial de un cuarto de página de periodico, ¿Qué podrá hacer conmigo que tengo en mi
contra más de 300 páginas de un libro? El temor de recibir una afrenta semejante,
centuplicada, hizome amargos los dias que faltaban para la entrevista.
Llegó el día señalado y me presenté, llamando en mi auxilio a todas mis potencias
interiores y pidiendo a Dios me concediese por un momento el disfrute de aquel “valor de
las dos de la mañana” que decia Napoleón que era necesario en las circunstancias
imprevistas y extremas para afrontarlas con serenidad y tomar decisiones rápidas y
efectivas. En la antesala de Ministros había una multitud de militares, entre quienes solo
había dos conocidos mios. Inmediatamente pensé que estaban allí ex profeso esperando que
yo saliera del despacho del dictador para descargar sobre mí una lluvia de charpazos. Pasé
breves instantes de verdadera angustia. Mi temor o mi cobardia –como quiera llamarsele-,
empezó a desvanecerse, cuando salió del despacho del dictador el jefe de servicio de la
Casa presidencial y con voz fuerte dijo: -Señores, dice el señor presidente que no va a
recibirlos; que pueden retirarse a sus puestos dejandome sus partes-. Entonces comprendí:
el grupo de militares, en quienes había yo creido descubrir señales de hostilidad contra mí,
eran los jefes de los fuertes, que ese día acudían a rendir sus partes de rigor. Todos se
levantaron y siguieron al general que había dado la orden. Quedamos en la antesala el
ministro de la Guerra, el de Educación, el coronel Oscar Morales López y yo. Fui recibido
el último. Cada una de estas personas que se retiraba pasaba estrechandome la mano, sin
duda creyendo que yo era un gran personaje, de la simpatia del dictador, por recibirme en
audiencia especial. Yo vi salir a los que fueron recibidos antes que yo, curvados, inclinados
reverentemente en una pose de excesiva genuflexión, caminando hacia atrás, en gesto de
23
Contestes. Se respeta la ortografía que aparece impresa en el original. Podría ser error de impresión
contestes por conscientes (N del C)
ERAÍN DE LOS RIOS 129
Ombres contra Hombres
supremo acatamiento y respeto hacia la figura del gobernante que les veia desde su
escritorio.
Quiza vinieron en mi auxilio las fuerzas que había invocado, porque cuando el foquillo
electrico que, encendiendose y apagandose, era la señal que el dctador daba para que fuera
franqueada por el ayudante portero, la puerta de entrada al despacho del dueño de
Guatemala, traspuse el umbral con serenidad y avancé con firmeza hacia el escritorio del
dictador. No me dio tiempo para formular frase alguna. Quitose los anteojos y me espetó la
sigiente pregunta:
-Ideay usted, ¿Qué le pasó?
-Usted lo sabe mejor que yo –alcancé a farfullar, mientras Ubico, repantigándose en su
sillón, continuó con precipitación:
-Ya ve, por farolero, lo que le ha pasado; ¿Quién lo indujo a meterse en faroladas? Es
muy malo hablar de mi gobierno, el cual es de honradez, y de progreso, no porque yo lo
diga, sino porque está a los ojos del mundo entero. Ya ve lo que le pasó a Aldana; el que va
por el camino recto se salva; el que no, se va al abismo. Ustedes los jobenes tienen la
cabeza caliente y creen que es una ganga eso de dirigir un pueblo; piensan que es algo
sabroso la presidencia de la república; ya voy a dejar esta “joroba” –golpeó fuertemente el
cartapacio azul de su escritorio con el dorso de la mano –y entonces van aver lo que cuesta
organizar y administrar un país como Guatemala.
El dictador se extendió en largas consideraciones sobre su gobierno, cosa inusitada en
aquel hombre de parco hablar. Yo, en actitud respetuosa frente a él, seguia el curso de las
manecillas del reloj. Más de veinte minutos tardó su charla y concluyó dandome consejos
para el porvenir.
En el curso de la conversación, me afirmó que “el lo sabia todo”.
-Perdone general –le dije-, pero usted no lo sabe todo.
-¡Que yo no lo se todo! –gritó.
-Perdone, general, pero usted no sabe nada de lo que pasa –me atrevi a repetir-. ¿Usted
conoce a Anacleto Sequén Tubac?
-¿A quien? –volvió a gritar.
-A Anacleto Sequén Tubac.
-No. ¿Quién es ese?
-Un gran politico, enemigo de su gobierno.
Se levantó de la silla y vino a ponerse frente a mí, con las manos atrás, apoyadas sobre
la orilla de su escritorio.
-¿Cómo es eso? –continuó-, expliqueme porque no entiendo ni una palabra.
-Si –le dije-, Sequén Tubac, un pobre indito de San juan sacatepequez, quien apenas
entiende el castellano y cuya mujer completamente no lo entiende y era las parte comica a
la hora de la visita, porque los vigilantes no entendian la conversación sostenida en lengua
aborigen y le obligaban a hablar en español, concluyendo porque el infeliz no podia
comunicarse con su esposa; era mozo de una de las fincas del general Anzueto y habiendo
ERAÍN DE LOS RIOS 130
Ombres contra Hombres
sido acusado, por un infame caporal, de haberse robado un machete, fue traido preso y
puesto a disposición de la Auditoria de Guerra, por el delito de atentar contra la seguridad
de las instiuciones sociales, condenado a cinco años de prisión y remitido al siguiente día a
los trabajos forzados de la Penitenciaria.
El dictador me miraba de hito en hito. Volvió a sentarse y, tomando un lápiz rojo, se
puso con él a marcar puntitos sobre una hoja de papel. Bajó la vista, una de las cualidades
que tienen muchos tiranos para observar y, viendo su actitud y comprendiendo su silencio,
me atreví a continuar:
-Yo mismo escribí varias cartas a este indito, ofreciendo al general Anzueto una
docena de machetes en reposición del perdido. A los cuatro o cinco meses de estar
sufriendo condena, este indito fue llamado por el general Anzueto, quien le regaló diez
quetzales, diciendole que él se interesaria por obtener de usted su libertad. Cuando volvió el
indito decia:
-“Bendito el general Anzueto que me dio dinero y me va a sacar y maldito el Ubico
que me encarceló injustamente”. ¿No fue esta una de las formas más faciles de conquistarle
enemigos? ¿No piensa usted que el peor de sus enemigos ha sido siempre su propio director
de policia? ¿Se da usted cuenta que, como este caso, ha habido muchisimos en que la peor
parte la ha llevado usted y él se ha hecho aparecer como un santo? ¿es o no cierta mi
afirmación de que usted no sabe nada de lo que pasa más allá de este circulo de hierro que
entorno suyo han construido sus aduladores?
No se como tuve valor para decir todo esto a aquel hombre, representante de la más
intransigente de las dictaduras que ha tenido América. No se por qué aquel hombre tuvo
paciencia para escucharme y no me arrojó de un puntapie. Se me quedó mirando fijamentey
al fin sonrio, con una sonrisa como aquella que los franceces denominan “reir en amarillo”,
porque es forzada, atravesada, como dicen los españoles, sonrisa de conejo que dicen los
americanos, o de dientes para afuera como dicen los mexicanos.
Aquel dictador había abofeteado en su despacho a mujeres indefensas y a militares de
alta graduación. ¿Por qué no iba a hacerlo conmigo, pobre zorro perdido en un rastrojal? Al
fin habló:
-Si, un hombre no puede verlo, ni saberlo todo, mucho hace con poder llevar la batuta,
en medio de una orquesta de picaros, sinverguenzas y ladrones; y, tras de esto, no faltan
mal intencionados que le griten que está haciendo mal. Ya me cansé de tanta joroba, solo el
amor a Guatemala me hace permanecer aquí, pero el día que yo falte, ya verán la jodida que
van a llevar.
Subitamente cambió el tema:
-Usted, ¿Para qué puede servirme?
-Desde secretario de Estado, hasta mozo –respondí invirtiendo los valores.
Soltó una sonora carcajada, de un timbre burlesco, desconcertante y cruel.
-Esa es una expresión muy chapina –continuó-.
ERAÍN DE LOS RIOS 131
Ombres contra Hombres
Sin embargo, ya veremos, ya veremos; cuando vuelva del viaje a su tierra, venga a vermey
entonces lo ocuparé. Refresquese la cabeza bañandose en aquellas aguas salubres y portese
bien; ya lo sabe: el que es honrado encuentra toda clase de garantias en mi gobierno; hoy,
tiene usted todas las que puedo conceder; pero ya lo sabe, siempre el camino recto. Si
quiere salir del país puede hacerlo; mejor si se va por un tiempo al extranjero; así tendrá
oportunidad de ver otros paises y juzgar como tengo yo a Guatemala. Que le vaya bien, don
Efrain…
El dictador vino conmigo hasta la puerta, cosa sorprendente. Yo, al revés de todos los
visitantes anteriores, le volví la espalda para salir.
………………………………………………………………………………………………...
Un mes permanecí en Huehuetenango, mi tierra natal y tres después de mi última
entrevista, gravemente enfermo de un mal que todavia padezco, estaba de nuevo frente al
dictador, como me lo había ofrecido.
-Se va de secretario de la Jefatura Politica y Comandancia de Armas del Petén –fueron
sus primeras palabras.
Inmediatamente pensé que quería deshacerse de mí, enviandome a un lugar lejano, a
propósito para una desaparición. O el clima o un vuelco de la canoa que conduce a la
ciudad y asunto concluido. No acepté. Expuse numerosas razones. Recuerdo que el
dictador, todavia insistió en darme las suyas, asegurandome que en aquel lugar había
buenos médicos y que se ganaba bien.
Insistí en mantener mi negativa a las ofertas del dictador y salí de su despacho. Por
segunda vez, en otra entrevista, me hizo nuevas proposiciones, pero me ví obligado a
rechazarlas, por el estado de mi salud seriamente quebrantada y por el peligro que, a mi
entender, encerraba su aceptación. Ello quizá, causó el enojo del gobernante, porque ya no
volvió a formularme propuestas ni quiso cumplir la promesa que me había hecho de
ayudarme. Mi vida, destrozada, inutil, pauperrima, fue discurriendo poco a poco,
apoyandose en la caridad de personas compadecidas. Médicos amigos atendieron mi salud
gratuitamente y personas generosas, halladas como una excepción, proporcionaronme la
subsistencia. La actitud de estas nobles personas es para mi tanto más grande , cuanto que
en aquella época, relacionarse con una persona “enemiga del señor presidente” o calificada
como tal por la cobardia popular, era motivo de seria complicidad y causa para recibir las
mismas afrentas que el perseguido. Yo sentia en las calles de la capital de mi patria, lo
mismo que debe sentir el náufrago que se desentumece a las orillas de la playa que lo
acogió después de la tempestad. Mas sobre la indiferencia y la frialdad, sobre la cobardia y
la conveniencia, sobre el menosprecio y la desconsideración de que es victima quien ha
caido en desgracia ante el “señor presidente”, pude constatar, con intima complacencia,
cierta consideracion social, manifestada disimuladamente, pero suficiente para reconocer su
existencia y servir de pauta a la generalidad. Así vivi dos años, durante los cuales sufri toda
clase de privaciones, agravadas, precisamente por la misma libertad. ¿Podeis comprender,
lector, que la libertad sea una circunstancia agravante en ciertos aspectos de la vida del
ERAÍN DE LOS RIOS 132
Ombres contra Hombres
hombre? ¿Podeis creer que en la libertad , a veces, se sufre mucho más que en la prisión?
Esto es desconcertante y hasta parece una paradoja, pero es cierto. Voy a contarte, lector,
un caso, como podría contarte mil, que me pasó a mi ayer, que puede pasarte a ti mañana,
que puede suceder a cualquiera el día menos pensado y del que ni la misma Providencia
puede salvarnos. Si te encuentras, lector, en una circunstancia como la mía, en que, a pesar
de los numerosos esfuerzos y diligencias desarrollados, en diversos sentidos, no hallas una
ocupación adecuada que te permita los medios decorosos de subsistencia y agobiado de
multiples necesidades, sin salud y acosado por la indiferencia humana a tu dolor humano,
ves que no puedes allegarte lo más elemental para remediar tu necesidad, estoy seguro que
tu situación es desesperante. Marca el calendario una fecha de celebración universal.
Todos, hasta el mendigo, este día, adqueieren cualquier cosa y hacen uso de ella,
extraordinariamente, festejando la conclusión de un año –pongo por ejemplo-; desde el
chiquillo harapiento que tiende su mano en las esquinas, hasta el más encumbrado
personaje, dentro de sus posibilidades, disfrutan alegremente cualqueier placer, ya sea para
el cuerpo o para el espiritu. El egresado politico, vigilado, perseguido y despreciado en
todas partes, no tiene esta posibilidad. Muchos hay que en un día de fiesta general, de
alegria universal, carecen de un pan para comer; hasta de un simple cigarrillo para fumar.
Y, estableciendo comparaciones instintivamente, se recuerdan las mismas festividades en el
interior de la Penitencieria. Allá se carecia de todo, de un cigarrillo y de un pan, pero una
razón lo explicaba: se estaba preso; aqui, se carece tambien de un cigarrillo y un pan, pero
no se encuentra razón que lo explique: se está libre. La falta de estas dos cosas que señalo,
es identica en el fondo, pero distinta en sus contornos. El hombre –animal mimetico, como
ya dije- facilmente se adapta alas peores estrecheces y las comprende. Así se expplican las
estrecheces de la prisión; pero, una vez libre, seguir sometido a las mismas estrecheces por
las razones apuntadas y por otras muchas que en el tintero se quedan, es cosa no facil de
comprender; de donde resulta que la libertad -¡quien lo creyera!- viene a ser una
circunstancia agravante en ciertos aspectos de la vida del hombre libre. Decir que la
libertad es fatal para el hombre, parece una monstruosidad, una herejia, un disparate; sin
embargo, lector, algo quizá alcances a comprender de lo mucho que te pretendo explicar.
Las mismas cosas son buenas o malas, según el tiempo, el modo y el lugar en que se
encuentren. El hombre –dice Montaigne- es una cosa vana, ondeante, frágil y variable. El
hombre –digo yo-, es un bipedo inconforme, de apariencia y condición multiples y diversas,
a pesar de su vibracionismo sentimental y de sus circunvoluciones cerebrales; y su aspecto
general cobra diferentes matices según el plano desde el que se juzgue y analice.
He pretendido, lector, inmiscuirme en especulaciones que están fuera de la indole de
este libro. Otra ocasión vendrá en que me ocupe del asunto con más atención. Hoy solo he
querido contarte –como ya dije en el prologo- un aspecto de la vida de los prisioneros
politicos en tiempos no muy lejanos. Yo fui uno de ellos –quizá el guatemalteco más
rudamente castigado por el despotismo, lo digo sin la menor jactancia24-, y al relatarte un
24
Si lo es, Jactancia… pero es su libro.
ERAÍN DE LOS RIOS 133
Ombres contra Hombres
TERCERA PARTE
ERAÍN DE LOS RIOS 135
Ombres contra Hombres
CAPITULO I
HERIDA SOBRE HERIDA
Veintiséis meses de una libertad relativa, no habían logrado disipar mis sufrimientos y
ahuyentar mis dolores. Aun me encontraba bajo el influjo nefasto de la recién pasada
prisión. Andar por las calles de una ciudad, entre la indiferencia callejera y el ojo avizor del
vigilante siguiendo nuestros pasos, no es una forma de estar libre. A cualquier parte que se
vaya, el ruido de la motocicleta perseguidora, señala la proximidad del policía que sigue
estrechamente los pasos del vigilado. Anota las partes a donde entra y los nombres de las
personas con quienes se comunica. Si toma un taxi y el policía no puede seguirle, por estar
a pie, le amonesta a que ese medio de locomoción es prohibido o se introduce con él al
vehículo; pero lo más frecuente es que el policía persecutor se eche a correr en su
motocicleta tras el carro que conduce al vigilado. Este estado de perpetua persecución y
vigilancia, de noche y de día, hace desesperante la vida de los ciudadanos y concluye por
recluirlos en su propia casa. Sabe el vigilado que de todos sus movimientos y relaciones
durante el día, se entera inmediatamente el “señor presidente”, en el informe nocturno que
el director de policía rinde diariamente al “señor 25”. Si por desgracia el perseguido en sus
constantes actividades en busca de la vida, tropieza o forzosamente se ve obligado a
relacionarse con alguna persona de la antipatía del “señor presidente”, ya hubo un motivo
suficiente para estrechar aún más su vigilancia y para que el ojo y el oído del persecutor se
apliquen con mayor eficacia sobre el vigilado. Si por alguna fatalidad el policía se equivoca
en su informe o deliberadamente dice lo que no es realmente cierto, se estira lo informado y
se trata de buscarle sofisticadamente la forma en que pueda perjudicar, con el propósito de
volver a encarcelar al perseguido. El policía tiene una extraña mentalidad para interpretar
ciertas frases en sentido inverso del que realmente tienen. Gusta de adulterar los términos,
de falsear los conceptos y de hiperbolizarlo todo, maligna y criminalmente. Se piensa sin
querer, en los inquisidores de la Edad Media. Si alguien iba andrajosamente vestido, era un
anarquista o enemigo del orden; si se trajeaba bien, entonces estaba robando; si sonreía, era
por burla; si lloraba, era por decepción de no poder derrocar al gobierno; sino encontraba
trabajo y, desesperado buscaba los bancos de un parque para descansar, era un vago; si
caminaba a prisa, iba huyendo; si lentamente, estaba preparando algún atraco. De todas
maneras, el diabolismo cerebral de los mandarines veía enemigos por todas partes. Si en la
Edad Media hubo herejes, brujos y hechiceros, en la Edad Moderna de Guatemala, según la
mentalidad oficial, siempre hubo cachos, comunistas y ladrones. Y con el objeto de
“mantener el orden”, se oprimió al pueblo hasta donde se pudo; y los hombres bajo el
imperio del terror impuesto por otros hombres, conservaron el silencio y la inmovilidad de
las piedras alineadas en la muralla. Prohibido hablar, prohibido pensar; hasta el derecho de
locomoción fue restringido; escribir; derecho del hombre, igual que el de comer o respirar,
era un crimen; si alguien proyectaba cualquier publicación, estaba obligado a llevar
previamente los originales a la Dirección de Policía, en donde eran censurados por el
ERAÍN DE LOS RIOS 136
Ombres contra Hombres
coronel Fernando Gómez Ayau, tercer jefe de la institución, y si este no ponía el pase, o sea
el “O.K”, como se dice en términos agringados, el propietario del taller tipográfico se
negaba la publicación. El intelectual bloqueado por todas partes, concluía por fosilizarse.
Publicación que no llevase varias páginas adulatorias al gobierno, era calificada como
enemiga de él y ordenada su clausura. Yo mismo, cuando en las postrimerías de 1934 y
principios de 1935, dirigía la revista “azulindia”, consagrada exclusivamente a la ciencia, al
arte y a la literatura, recibí una fuerte reprimenda de parte de la policía por haber publicado
en las primeras páginas el fotograbado del general Lázaro Cárdenas, el día que tomó
posesión de la presidencia de México. Hubo enojo oficial por haber felicitado a un
funcionario extranjero y no haber adulado a ninguno propio. Desde entonces, mi actitud en
el periodismo nacional, fue calificada de sospechosa y mis escritos sometidos a la más
rígida de las censuras.
Cuando los Estados Unidos entraron a participar en la guerra después del inesperado
ataque japonés a Pearl Harbor, comprendí la necesidad de que los Estados Unidos
poseyesen en Guatemala un órgano de publicidad, que no solo informase de sus actividades
defensivas en el conflicto, sino que llevase a la conciencia de las gentes, la razón que
existía25 a aquel gran país para erigirse en campeón de la Democracia y constituirse en
defensor de los intereses de toda América. Así lo hice ver al Ministro de aquella nación
amiga y a su Secretario, señores Fay Allen Desportes y Phillip Rains, ambos de grata
recordación para mí, conocedores de mi dolorosa vida, de mi posición política y del cauce
por donde pretendía dirigir mis actividades. Un amigo me arrendaba un taller de imprenta
completo, suficiente para la publicación de un diario. Así lo hice ver al Ministro a quien
presenté mis proyectos. Halagóle mi oferta y la aceptó entusiasmado, indicándome que
inmediatamente pediría autorización a Washington para los gastos respetivos,
asegurándome que sobre otras ofertas similares que ya le habían hecho otros periodistas, a
mi me daría la preferencia, por muchas razones. Indicóme, además, aquel culto
diplomático, que procurase mantener una constante comunicación con la Legación,
mientras llegaba la respuesta de la autorización pedida. Así lo hice, y dos o tres veces por
semana visitaba la Legación, departiendo francamente con los representantes
norteamericanos. Yo había visto ya la posibilidad de adquirir un trabajo remunerado que
me permitiera los medios de decorosa subsistencia; iba tras un propósito leal y sincero, toda
vez que la índole del diario proyectado, sería la de informar de los sucesos mundiales,
defender los intereses norteamericanos y hacer una campaña entusiasta y decidida a favor
de la Democracia. Más en mis arrebatos juveniles y mis alegrías tontas, olvidé un detalle
de capital importancia: que el general Ubico, gobernante de Guatemala, y una gran mayoría
de sus colaboradores eran enemigos de la Democracia.
25
Se respeta la ortografía original del texto. No obstante debe decir la razón que asistía. (N del C)
ERAÍN DE LOS RIOS 137
Ombres contra Hombres
CAPITULO II
EL SECUESTRO
Las mañanas de los días próximos a la estación primaveral son excesivamente poéticas
y luminosas. La luz del astro rey, al tocar sobre todas las cosas, pone en ellas un sello
oropelesco que funde las tristezas y provoca las ansias de vivir. Una de esas mañanas
inolvidables, era la del 6 de marzo de 1942. A las ocho, cuando me disponía a tomar mi
acostumbrado baño matinal y todavía en el lecho, asomó por la entreabierta puerta de mi
habitación, la repugnante figura de un policía de investigación: Francisco Gálvez Ojeda. De
cuerpo endeble y estatura regular, de rostro prematuramente arrugado y repulsivo, de
sonrisa ambigua y mirada inquisidora, hablóme en estos términos:
-Dice el señor director que si le hace favor de pasar a su despacho ahora mismo.
Contestéle que más tarde acudiría al llamado y que así respondiese a quien lo enviaba.
Se quedó vacilando y con voz trémula, que delataba la forma poco correcta en que
procedía, me indicó que tenía instrucciones de que de una vez le acompañara y que,
mientras me alistaba, que me esperaba en la calle.
Experimenté una molesta sensación y la impresión de que algo grave podía sucederme.
Como ya conocía las tretas de que los policías se valen para cumplir sus “comisiones”,
pensé inmediatamente que se trataba de una captura solapada. Los avisos del subconsciente
han sido siempre infalibles. A las cinco de la mañana del día anterior, yo había soñado que
en un campo llano, un salvaje armado de una flecha, cazaba hombres. Mi matar a varios y
en cuenta a un íntimo amigo mio que al recibir el flechazo se abrazó a un árbol de
suquinay; el salvaje enderezó la flecha contra mí, el único sobreviviente de aquel campo
arrasado, y descargó el golpe. Desperté sobresaltado. Solo con el tiempo pude reconocer la
importancia de aquel aviso transmitido en sueños. Yo no sé, pero los sueños no son solo
sueños, como dice Calderón26. Hay algo más en ellos que no alcanzamos a comprender los
seres poco evolucionados; sobre tan complejo como sutil e importante problema, ya han
hecho profundas especulaciones psicólogos, psiquiatras, espiritistas y toda clase de sabios,
sin que, hasta la fecha, nos hayan aportado una verdad ni una luz persuasivas.
Vestíme apresuradamente, suprimiendo la mayor parte de mis atenciones habituales y me
preparé para salir a la calle, en donde sabia que el policía estaba esperándome. Yo, en si,
nada podía temer, puesto que mi conciencia estaba tranquila y no me reprochaba haber
cometido ningún acto fuera de la ley o de la moral; mas como conocía los procedimientos
arbitrarios en vigor, la subconsciencia algo me avisaba. Sin embargo, fiado en la limpidez
26 Se refiere a Don Pedro calderón de La Barca. (1600-1681), dramaturgo y poeta español, es la última figura
importante del siglo de Oro de la literatura española. El más conocido de los dramas filosóficos de Calderón
es La vida es sueño (1636). Su complejidad, como ocurre con tantas obras maestras, ha dado lugar a infinidad
de interpretaciones.
ERAÍN DE LOS RIOS 138
Ombres contra Hombres
CAPITULO III
LA TRANSFORMACIÓN
En las pequeñas sociedades y en las grandes, en los grupos gregarios y en los pueblos,
se operan diariamente fenómenos de transformación que obedecen a la eterna ley evolutiva
de los seres y de las cosas. Crece el guijarro y se transforma, la yerba crece y se desarrolla,
el arbusto, el árbol, el animal, evolucionan. Todo cambia constantemente, como afirma el
Eclesiastés; y en la constante transformación de todas las cosas, el hombre también sufre
los efectos de esta ley ineludible.
Nuevamente se me arrancaba del mundo y volvía a hundírseme en el fondo de la
barbarie penitenciaria. Había sido totalmente despojado de todos los objetos que poseía
entre mis bolsillos. Hasta el pañuelo se me quito. Únicamente me dejaron unos cuantos
centavos que me acompañaban. Con ellos y tras reiteradas suplicas, pude obtener
cigarrillos, y fósforos para mitigar mi exaltación nerviosa. Como a las tres horas de estar
encerrado, habituados ya mis ojos a la oscuridad y en un estado de laxitud provocado por la
misma exaltación que mis nervios habían sufrido momentos antes, me tendí en el suelo
sucio de aquella mazmorra, a dialogar con un pedazo de cielo, azul y lejano, que alcanzaba
a ver a través de un alto ventanillo enrejado. Un raro dolor acosaba todo mi cuerpo: el
estomago se me revolvía, la cabeza me dolía intensamente y la duda y el temor, producidos
por aquel encarcelamiento inesperado, destrozaban completamente mi alma, haciéndome
perder el apoyo de cualquier fuerza moral con que pudiese contar. Poco después, el ruido
de una llave que se introducía en la cerradura de la puerta de mi celda, me hizo volver a la
realidad. Era el inspector que llegaba, trayéndome la ropa que había quedado en el
“boquete” para su registro. Fue arrojada al centro de la bartolina y nuevamente cerrada la
puerta. Volví a quedar solo con mis penas. A la hora del “rancho”, poco antes de las cuatro
de la tarde, se me llevó un plato de caldo de frijoles, dos tortillas y un pocillo con café que
se salía por un agujero. No quise probar aquellos alimentos. ¿Quién podría comerlos en
aquellas circunstancias?
Poco antes del encierro general, llegó el alcaide, acompañado del inspector y otros
ayudantes, a practicar un minucioso registro en mi celda. Un lapicero que no me habían
quitado en el primer registro, fue encontrado en uno de los bolsillos de mi saco y
furiosamente incautado por el inspector, como si se hubiese tratado de un temible puñal
arrebatado al asesino en el momento de cometer un crimen. Fuerónme quitados hasta los
cigarrillos. Desenvolví la ropa que me habían llevado y retirando con una toalla el polvo del
piso enladrillado, escogí a tientas el lugar más a propósito para pasar la noche. Me tendí en
aquella especie de yacija y, solo con mi conciencia me puse a hilvanar conjeturas, haciendo
deducciones acerca de las causas de mi prisión y de los resultados adonde me llevarían la
primera noche fue de insomnio completo.
Al día siguiente, muy de mañana, se me llevó el alimento conocido: dos panes duros, y
amargos y un pocillo de café. Probé el último, porque tenía sed. Los demás alimentos no
ERAÍN DE LOS RIOS 141
Ombres contra Hombres
27
Lionel Arís de Castilla, era hijo de un militar de alto rango, emparentado con el general Ubico a través del
bautismo. El inculpado del crimen al periodista Adolfo Huertas y de dirigir una banda gansteril era ahijado
del Presidente.
ERAÍN DE LOS RIOS 142
Ombres contra Hombres
Los largos años de prisión trajeron por consecuencia el total abandono de la finca “San Francisco
Moká”; destruyóse completamente y concluyeron rematándola para hacerse pago de impuestos retrasados.
De tal manera que, cuando Díaz León recuperó su libertad, a la caída del tirano, se encontró completamente
en la calle.
El autor fue testigo presencial de los suplicios a los que fue sometido Díaz León en el cautiverio.
Convivieron en el recinto penitenciario y cuando el autor fue libertado, creyó sinceramente que ya no
volvería a ver a Díaz León. Sin embargo, la Providencia les concedió juntarse en la libertad.
Compañeros míos esta vez fueron el licenciado Domingo de León, preso desde hacia cinco
años por un capricho del dictador; el coronel Sixto Díaz León, preso cuatro años atrás y
traído de su finca en la zona costera y sometido a la peor de las vejaciones, por un prurito
de malquerencia del amo; José Luis Sánchez Batten –que en este relato merece capítulo
especial-, secuestrado desde la ciudad de México, con dos años ya cumplidos de encierro y
enviado a trabajos forzados en el lugar denominado “La Pedrera” al sur del castillo de San
José. Los otros compañeros eran reos de delitos comunes condenados a la pena de muerte:
Lionel Arís de Castilla y Anastasio Linares. El primero por ser capitán de la cuadrilla de
pequeños gansters y haber dado muerte, en su propia casa, a un pacifico ciudadano; el
segundo, por haber estrangulado con un pañuelo y degollado con una navaja a una infeliz
mujer –por inducción de la madre, según decía-, en los barrancos del Hipódromo del Norte.
Pronto llegó otro condenado: Ernesto Reyes Popol, por haber violado y estrangulado a una
niña no mayor de cuatro años.
Estos eran mis compañeros de prisión; lo fueron durante cerca de siete meses, hasta que
nuevos cautivos vinieron a transformar el medio a que, como es natural, estábamos ya
habituados.
CAPITULO IV
CRUELDAD SUPERADA
Esta vez tenía siquiera que agradecer que no se me hubiese llevado a torturar para
delatar a mis “cómplices”. Cabe señalar la singular ocurrencia de que las veces que el
despotismo me encarceló, fue solamente a mí, sin recurrir a hostilizar a mis parientes y
amigos, cosa que bien podían haber hecho, aprovechándose de mi circunstancia para
involucrar en la misma culpabilidad a todas aquellas personas que calificaban de “non
gratas”. Así es que a mí solo me persiguió, a mi solo se me encarceló; en mi solo se creyó
ver al más temible enemigo del general ubico, al hombre capaz por sí solo de levantar una
revolución28 y derrocar un gobierno sólidamente respaldado por la opinión de los serviles y
la punta de las bayonetas.
28
Personalmente creo que como de los Ríos, hubieron muchos “enemigos del señor presidente” que eran
víctimas de enemigos gratis que tenían entre funcionarios del cuerpo policial. No era una mera enemistad
ERAÍN DE LOS RIOS 144
Ombres contra Hombres
Permanecí quince días sin ver el sol y sin respirar aíre sin polvo. Una terrible neuritis
que padecía –y que aún hoy, que han transcurrido varios años, me hace sufrir
horriblemente-, hacia mi cautiverio más doloroso. A consecuencia del encierro y de
hallarme privado aún de lo más elemental para aliviar mis dolores, éstos se recrudecieron,
llegando el dolor hasta atacarme seriamente en los órganos genitales. Un dolor, cualquiera
que sea, en esa parte, la más sensible y delicada del cuerpo del hombre, proporciona un
sufrimiento inenarrable que ya comprenderán aquellos que hayan experimentado un dolor
allí. Yo sentía cerrárseme la garganta, zumbarme los oídos, nublárseme la vista y correr un
sudor frio por todo el cuerpo. Grité, supliqué, imploré que se me llevase al botiquín. Nadie
acudía a mis lamentos. Batres Ruano había dejado su puesto al encargado del segundo
callejón, por estar fabricando una atarraya especial para “el señor presidente”. Cuando mis
lamentos, sin duda, movieron la compasión de este nuevo encargado, fue a dar parte y por
toda respuesta, vino a cerrarme la puerta para que el aire me faltase. Digo cerró la puerta,
porque se me había permitido mantenerla entreabierta durante las horas de la mañana. Así,
pues, juzgado, a la distancia del tiempo y el espacio, libre ya de temores, que en la
Penitenciaría de Guatemala se negaba hasta el aire a los prisioneros políticos, durante la
magnánima administración del general Ubico. Cuatro días, durante el año 1942 me
acometieron aquellos dolores indescriptibles, hasta el grado que mi memoria no los ha
olvidado, porque parece que fueron grabados con fuego: 14 de abril, 21 de mayo, 2 de junio
y 19 de agosto; este último, aniversario del fallecimiento de mi madre. Yo pedía un
cirujano que me hiciese una operación de vasectomía. Prefería quedar mutilado e
impotente, a seguir soportando aquellos dolores. Al fin vino un cirujano de la calle, el
doctor Luis Gálvez Molina, quien en unión del médico oficial del Centro, me examinó y
ordenó se me suministrasen unas cápsulas, cuya composición yo desconocía, y que se me
untase la parte dolorida con un medicamento a base de cocaína. Cuando estas medicinas
vinieron del Hospital Militar y me fueron aplicadas, no experimenté ningún alivio. Como
volviera a quejarme, como cualquiera otro lo hubiese hecho, el médico del Centro, o por
maldad ingénita o en obediencia a instrucciones especiales, informó a la Dirección que yo
no padecía ninguna enfermedad y que mis quejas obedecían al propósito de inspirar
compasión, para ver si así se me daba la libertad. Este médico, deshonra de todos los
médicos conocidos, transgresor de los más elementales principios de caridad y
benevolencia, enemigo del hombre y poseedor de un sadismo inconcebible en su aspecto
bonachón, sonriente y amable, se llama Ángel María Iturbide. Lo cito como un modelo de
los médicos penitenciarios. Cierta vez yo le llamé suprema autoridad médica del presidio,
figurada directamente por Ubico. Era fácil en aquel régimen que funcionarios principalmente entre los
cuerpos policiales (Roderico Anzueto Vielman, Herlíndo Solórzano, Héctor Ortiz Martínez, José Bernabé
Linares, David H. Ordoñez y otros) se arrogaran la facultad de encarcelar a quien les viniera en gana por
prurito personal o crasa arbitrariedad que derivaba de una sistematica red de informantes (“orejas”). Esta
práctica ha prevalecido hasta nuestros días, se exacerbó durante el gobierno del general Fernando Lucas
García (1978-1980) época más cruda del conflicto armado interno en el cual muchas personas eran
denunciadas como enemigos del gobierno. Bastaba un “lenguazo” o “ir a ponerle el dedo” a quien se deseaba
hacer daño y de esta manera existieron muchos muertos y desaparecidos.
ERAÍN DE LOS RIOS 145
Ombres contra Hombres
porque en realidad así lo era; pero después me convencí de que su prestancia y su titulo,
quedaban muy por abajo del mando imperativo de un soldado recluta, con caites y armado
de fusil. Los mismos presos con mando dentro del penal, eran obedecidos y acatados con
mayor respeto que el médico oficial.
A consecuencia del informe rendido por el médico de marras, se me negó en lo
sucesivo, en el botiquín del Centro, hasta una pequeña dosis de bicarbonato. El director
había dado orden de que no se me diese nada, porque mis quejas y mi enfermedad eran
puras mañas –sic-. En el presidio únicamente se reputan enfermos aquellos desgraciados
que muestran materialmente sus heridas o que ya están agonizando. El dolor interno, si no
causa ninguna señal exterior, se conceptúa dudoso y ya puede el desgraciado retorcerse de
sufrimiento que ninguno le compadecerá el famoso botiquín de la Penitenciaría, fue la farsa
más grande que pude conocer. Jamás hay ni las más sencillas medicinas: alcohol, algodón,
yodo, bicarbonato, aspirinas. Nada existe cuando de ello se necesita y muchas veces no es
carencia absoluta de medicamentos lo que hace que el enfermo muera, sino deliberado
propósito de negarle todo medio de alivio, con el fin de que fallezca, sin duda obedeciendo
recomendaciones de orden superior. El domingo por la tarde, sale una caja blanca, con una
cruz roja al centro, diz que para atender a los golpeados que sufran algún accidente en el
Estadio Escolar; cuyo bullicio y gritos entusiastas, oímos nosotros nostálgicamente en la
soledad de nuestro encierro. Sobre una d las tapas de la caja en referencia se lee con
grandes letras: Botiquín de la Penitenciaría Central. Ostentación, farsa, exhibicionismo,
como todo lo del régimen ubiquista. Quien hubiese visto el botiquín y la solicitud con que
era atendido cualquiera que sufriese un accidente en terrenos del Estadio, por los mismos
presos encargados de su manejo, hubiese creído que en igual forma eran tratados los
reclusos en el interior del Centro y que aquello era como una universidad, según dijo
hipócrita y jactanciosamente un ministro guatemalteco en la capital de Honduras.pro se
olvidó de indicar qué clase de universidad era aquella. Debió haber agregado: en esa
universidad se premia el crimen, se fomenta el robo, se estimula la crueldad del hombre
para con el hombre, se hace ostentación de lo inexistente, se aparenta ser santo mientras
que en el fondo se es un criminal y mientras más pícaro y canalla es el recluso, mientras
más podrida tiene el alma, mayores consideraciones y estímulos se le dispensarán. Tendrá
un puesto preponderante y se le designará para dar clases de moral y lecciones de civismo a
sus compañeros. Podría, también, haber agregado: esa universidad está situada en un país
que, la égida de nuestro general, ha sufrido en poco tiempo apreciables transformaciones: la
Ambición se convirtió en Egoísmo; el Orgullo, en Vanidad; el Valor, en Altanería; la
Grandeza, en Insolencia; la Elegancia, en Ostentación; el Carácter, en Terquedad; la
disciplina, en Servilismo; la Fe, en Superstición; y sobre todas estas ruinas, sobre todas
estas transformaciones, se alza triste e impotente, la más triste de todas las ruinas: la ruina
del carácter nacional. Así hubiese dicho una gran verdad aquel diplomático del país de la
Farsa y de la Fuerza.
ERAÍN DE LOS RIOS 146
Ombres contra Hombres
Los días pasaban para mí en una angustia desesperante. Cierto día, a la hora en que
tomaba mis alimentos tendido boca abajo y no podía materialmente con los dedos llevar a
mi boca la tortilla remojada entre el caldo de frijol, acertó a pasar el Mayor del Centro y
segundo jefe, coronel José María de León, quien al verme tuvo un gesto de conmiseración
conmigo y me prometió enviarme una cuchara para servirme de ella. Cumplió su oferta y
aquella cuchara estuvo a punto de envenenarme: despedía cardenillo en abundancia y me vi
obligado a prescindir de ella, a pesar de la falta que me hacía. De todo carecía; no podía
escribir ni menos recibir visitas. Cuando un día hice ver mi situación al director, que
casualmente acertó a pasar por aquel lugar, me indicó que consultaría si era posible
concederme lo que solicitaba. Al cabo de tres meses de la más rígida y estrecha
incomunicación, aún entre los mismos compañeros de cautiverio, fui llamado a la primera
visita y a aquella santa mujer que hizo para mí las veces de una madre y que no olvidaré
mientras viva, pedí lo que me hacía falta. En el curso de la semana tuve un plato, una
cuchara, y un pan confeccionado por ella, que me supo a gloria y que me trajo un mensaje
de afuera, emotivo y sentimental, porque había sido amasado por manos cariñosas en un
ambiente de libertad. Y recordé el horno, la mesa, el local y aun la canasta que había
guardado aquel pan, trastos íntimos y sencillos, que fueron para mí, en aquella ocasión,
como un poema saturado de amor, y de ternura.
María Vicenta Alvarado v. de Carredano, que fuiste para mí como un bálsamo para
mi dolor, como un positivo consuelo en mi desgracia, para ti es este recuerdo pálido,
cubierto de ceniza, triste, gris, como mi propia vida…
CAPITULO V
LOS COMPAÑEROS
Empujado por una fuerza desconocida, que nunca pudo comprender, se introdujo al
dormitorio de Huertas y al palpar el lecho notó la presencia de un hombre y una mujer.
Esta, al sentirse tocada por un extraño, habló a su compañero para que despertara y echó
mano a una caja de fósforos. Arís corrió a la puerta, pero no pudo abrirla inmediatamente.
Huertas cayó sobre él y le agarró la garganta con ambas manos. Súbitamente recordó el
revólver y extrayéndolo, amenazó con él a Huertas poniendo la boca del cañón en el
abdomen de aquél.
-¿Qué va a hacer esa matraca –decía Arís que dijo Huertas; y continuó apretando la
garganta del sorprendido Arís que ya sentía asfixiarse. Entonces, no solo por persuadir a
Huertas de que la matraca si hacía algo, sino por librarse de las manos que ya le
estrangulaban, hizo dos disparos. Poco a poco, fue aflojando la presión de la garganta y
Arís pudo huir. Al llegar al corredor, tropezó con unos muebles y cayó. En eso vio que
Huertas venía hacia él y creyendo que le atacaría, hizo tres disparos más y, cuando le vio
caer desplomado, huyó con dirección a la calle. Encontróse con un policía y temiendo que
le detuviese, se acercó a la luz del foco eléctrico para ver la hora en su reloj y apresuró el
paso, como aquel que teme llegar tarde al hogar donde le esperan. El crimen quedó oculto
por algún tiempo y jamás hubiese sido descubierto, a no ser por una desgraciada casualidad.
La policía había recogido los cascabillos de la pistola, los cuales tenían una particularidad:
el punzón no golpeaba al centro, sino a la orilla del fulminante. Un día fue sorprendido Arís
portando arma. Se le condujo a un cuartel y se cateó su cuarto. Allí se encontraron
cascabillos idénticos a los recogidos en casa de Huertas y por ellos e fue llegando
gradualmente al esclarecimiento del crimen. Ahora Arís había sido condenado a muerte y
era mi compañero de infortunio. Tenía mucha gracia para contar sus aventuras. Su lenguaje
era pulcro y sus descripciones perfectamente animadas. Juzgaba con ecuanimidad a sus
compañeros y describía la participación que cada uno había tenido en sus punibles
aventuras. A Mario Niket le atribuía valor y lealtad; a Iglesias, atrevimiento y habilidad
para el timón. Su juventud me daba lástima. Pudo haber inclinado sus actividades por una
senda más noble; pudo haber sido un buen elemento en la sociedad; tenía ingenio,
penetración, vivacidad. Odiaba a la humanidad –decía- porque todos los hombres habían
sido crueles con él; en los recodos de su niñez sinuosa, sin el apoyo de sus padres, muchas
veces no tuvo un pan para comer ni un rincón donde dormir., mientras los otros gozaban del
hartazgo y de la comodidad. Esa injusticia en la repartición de dones, hizo nacer en él, el
sentimiento de la misantropía y quería vengarse de los hombres causándoles cualquier mal.
Esa fue la causa de su delincuencia prematura. Ahora se arrepentía de su pasado. En todo
caso era un sujeto fácil de regeneración. su alma no estaba corrompida. Iba por una
pendiente peligrosa, es verdad, pero de la que bien podía habérsele apartado con un poco de
buena voluntad. Sin embargo, las autoridades encargadas de juzgarlo no pararon mientes en
esta circunstancia y solo vieron la forma de aplicar el castigo, en ciega obediencia a la letra
muerta de la ley, sin reparar, como es de lógica elemental, que una vida no se recupera y, en
cambio, se pueden enmendar las faltas, corregir los yerros, dirigir las inclinaciones y
ERAÍN DE LOS RIOS 148
Ombres contra Hombres
banquete del día siguiente. Amaneció el mejor de mis días –como dicen los cronistas
sociales de periódicos- y siendo ya casi las siete y el encargado no abría las puertas de las
celdas, como de costumbre, me subí con esfuerzos, apoyando un pie en una especie de
hornacina que hay en las bartolinas del callejón y una mano en el borde de una puerta
tapiada, para ver lo que estaba sucediendo del otro lado, pues ya hacía ratos que oía pasos
precipitados, entradas y salidas de grupos y voces alteradas que daban órdenes que no
alcanzaba a comprender. Cristóbal Padilla, un pasador amable que nos servía a todos
diligentemente, estaba en la pared de enfrente, parado marcialmente y con el sombrero en la
mano, lo que me hizo comprender que algunas autoridades estaban cerca. Efectivamente, y
haciendo un esfuerzo por sostenerme más tiempo en aquella molesta posición, pude ver
pasar al director de Policía, al jefe de Seguridad, director de la Penitenciaría, fotógrafos y
otros más. Inmediatamente después, venían cuatro reclusos llevando un tosco féretro
destapado. Dentro de la caja llevaban a Anastasio Linares que se había ahorcado la noche
anterior. Había encebado bien un delgado lazo, adquirido con astucia, y afianzándolo en la
hoja de una ventana bastante alta, tapiada por el lado de afuera, saltó hacia abajo,
quedándose colgado. Los que lo vieron dicen que era más horrible que Judas. Tenía toda la
lengua fuera, los ojos desorbitados, y el rostro amoratado, congestionado por la presión de
la sangre. Había cubierto con una sabana la puerta de entrada y le había dado fuego al resto
de la ropa, a un sombrero, un petate y una escoba de palma. Esto fue causa para que en lo
sucesivo, no se nos permitiese tener una escoba, un petate ni nada que oliese a palma;
menos aún cuerdas de ninguna naturaleza, ni siquiera un simple pedazo de hilo para coser
un botón. Se verificó una requisa minuciosa, practicada por los peores criminales del patio.
Recuerdo que yo poseía un canasto que me dejó como recuerdo Héctor Alfonso Leal,
suspendido en alto por una pita para que no recibiera las suciedades del suelo. Cuando
entraron los verdugos y lo vieron, lo arrancaron con furia y lo destrozaron para quitarle las
pitas. Se llevaron la escoba que yo procuraba esconder para barrer mi celda y me quitaron
las revistas que yo escondía bajo mi cama, para leer cundo ya estaba encerrado. Hubieran
querido llevárselo todo; dejarnos completamente desnudos hubiera sido su mayor placer. Y
como ese día y muchos otros se nos mantuvo totalmente encerrados, comiendo y haciendo
nuestras naturales necesidades en el mismo local, empezábamos a corrompernos cuando al
fin el alcaide dispuso que se nos entreabriera la puerta y que saliéramos a tomar el sol. Yo
había cumplido un mes sin bañarme: el baño, necesidad ingente en el presidiario, era
prohibido para nosotros. El primero de varios días de encierro, a causa del suicidio de
Linares, había sido el de mi cumpleaños. Así lo celebré, de una manera rara y poco común.
Quizá muy pocos hombres hayan tenido un cumpleaños, como yo en aquella ocasión
inolvidable.
El 24 de junio de 1942 fue fusilada la madre de Linares29. Trajerónla de la prisión para
mujeres, en donde había permanecido en capilla horas antes. Cuando llegó ya estaba
formado el cuadro respectivo y presentes las autoridades. Leyóse la sentencia y, previa
29
Agustina Linares Alvarado
ERAÍN DE LOS RIOS 150
Ombres contra Hombres
advertencia en voz alta de pagar con la vida la petición de gracia, hecha por el mayor de
plaza, coronel Miguel Aguilar P., fue conducida al sitio para la ejecución. Era una anciana
de sesenta años, vestía modesta pero pulcramente y cubría su cabeza con un pañuelo
encarnado. Negóse a que se le vendaran los ojos y recibió la descarga fatídica con
serenidad. Fue la segunda mujer fusilada. Mas antes de este hecho, en los precisos
momentos en que un silencio enorme y pesado caía sobre los seres y las cosas, un
presidiario por delito común, joven, bien plantado, se apartó de las filas y acercándose al
centro del cuadro, gritó, más o menos, lo siguiente:
-Señores: en nombre de la justicia y de la humanidad, protesto por esta infeliz mujer
que van a asesinar. Es una cobardía matar mujeres; pido que en lugar de esta pobre anciana,
se me fusile a mí, que estoy dispuesto a dar mi vida por la de ella. Matar mujeres, como
+
Pedro García Gesenahüer y Mauricia Hernández Urbina, principales
autores del crimen conocido con el nombre de “El Tecomate”, escuchan la
lectura de su sentencia de muerte. La Hernández Urbina fue la primera
mujer fusilada en Guatemala durante la administración del general Ubico.
se ha venido haciendo, es una deshonra para Guatemala: para eso hay hombres…
Tómenme, aquí estoy yo, pero salven a esa pobre anciana. Gustosamente doy mi vida para
su salvación…
Tenía el aspecto del hombre desesperado y colérico, gesto de patriota exaltado o de loco
sublime. Sus palabras fueron ahogadas por un grupo de esbirros que cayó sobre él y se lo
llevaron arrastrado. yo vi cuando lo llevaban a empujones golpeándolo bárbaramente con
vergas y a bofetones. Introdújosele a una celda pequeña y vino una escolta a custodiarle.
ERAÍN DE LOS RIOS 151
Ombres contra Hombres
+
Los autores del crimen de “El tecomate”, al pie del fatídico paredón, momentos antes de recibir la
descarga que les cortó la existencia.
Momentos después fue sacado y obligado a escribir una carta a su única hermana residente
en Quezaltenango, de donde era originario. Se llamaba Víctor Manuel Echeverría y le
apodaban “Perica”. No habían transcurrido diez minutos de la muerte de la madre de
Linares, cuando una nueva descarga segó la vida de Echeverría.
Se decía entre los que presenciaron la trágica escena, que el director del presidio30había
querido salvar a Echeverría, afirmando que era loquito; pero la intervención del auditor de
guerra destruyó aquellas intenciones. Comunicóse telefónicamente con el dictador, que a
aquella hora aún reposaba en su lecho, informándole de lo sucedido y pidiéndole órdenes
sobre el particular:
-¿Y que esperan que no lo fusilan? –dicen que contestó el autócrata, quien no se tomó el
cuidado de saber el nombre, la posición, la situación y demás particularidades del
condenado. Procedióse como en tiempos de guerra: sumaria, arbitraria y precipitadamente,
sin considerar que Echeverría no pidió gracia, sino protestó porque se mataba a una infeliz
mujer. La orden había sido matar siega y despóticamente, haciendo a un lado toda
consideración humana.
30
Coronel Manuel Maldonado Robles, Quien fue director desde inicios de 1936 hasta el 17 de diciembre de
1943
ERAÍN DE LOS RIOS 152
Ombres contra Hombres
Ese día, el de San Juan, fue de consternación general en el presidio. Los sucesos de la
mañana no eran para menos. Un ambiente de tristeza lo envolvía todo. Casi nadie había
visto morir fusilada a una mujer. Otros casos repetirianse y ello ponía un gesto de terror en
los presidiarios.
CAPITULO VI
EL COMPAÑERO SANCHEZ
Todos los días, a la una de la tarde y por uno de los intersticios de la puerta de mi
celda, veía pasar a una persona a quien conocía y no podía identificar a causa del uniforme
y del sombrero estilo “tortuga” que visten los presidiarios que salen a trabajar forzados. Era
el único de los reclusos de nuestro departamento que salía a trabajar. Discretamente
averigüé su nombre y quedé asombrado. José Luis Sánchez Batten había sido amigo mio en
la ciudad de Quezaltenango; años después nos encontramos en la ciudad de Guatemala.
Hubo época en que ambos laborábamos en el periodismo y entonces tuve oportunidad de
aquilatar sus capacidades. Había emigrado a México, en donde desempeñaba el cargo de
asesor técnico de un sindicato perteneciente a la Confederación de Trabajadores
Mexicanos. Denodado opositor al reeleccionismo ubiquista, había publicado un folleto
titulado “Guatemala, un presidio con fronteras”, que despertó contra él el odio implacable
de la dictadura. Un día, en una de las calles céntricas de la capital de México, fue
secuestrado por un grupo de individuos desconocidos. No se le permitió ningún medio de
comunicación, a pesar de haberles ofrecido fuerte suma de dinero. Estrechamente
custodiado fue traído hasta el puerto de Suchiate en territorio mexicano y entregado a las
autoridades guatemaltecas de Ayutla. Un carro de la Policía de Seguridad le condujo en
siete horas hasta la Casa Presidencial, en donde el dictador especialmente le esperaba. Ese
día, domingo, había suspendido su visita a sus fincas por esperar a Sánchez Batten. En el
escritorio del gobernante estaba el folleto ya indicado y mostrándoselo al cautivo con furia
le increpó su paternidad. Sánchez Batten no negó, ratificando ser el autor. Fue acusado de
dedicarse a actividades comunistas en México y de haber pretendido incendiar el edificio
de la Legación guatemalteca en aquel hermano país. Acerca de esta última acusación,
Sánchez Batten tenía pruebas de su inocencia
ERAÍN DE LOS RIOS 153
Ombres contra Hombres
José Luis Sánchez Batten, quezalteco, periodista radicado en la ciudad de México y secuestrado por la
policía ubiquista. Después de tres años de prisión, fue asesinado en el Campo de Marte, la mañana del 27
de septiembre de 1943.
y ya las había rendido ante el propio embajador, señor Manuel Echeverría y Vidaurre, quien
en aquella ocasión –decía Sánchez Batten- se portó correcta y caballerosamente. El
acusado, a la hora que se verificaron los sucesos, se encontraba en un mitin que se
celebraba en la ciudad de Cuernavaca (México). Respecto a los otros motivos, siempre
mantuvo su posición, afirmando ser el legítimo autor del folleto y pertenecer a uno de los
sindicatos de la Confederación de Trabajadores Mexicanos, presidida por el licenciado
Vicente Lombardo Toledano, amigo y protector de Sánchez Batten en el exilio. La actitud
firme y resuelta de Sánchez y su oposición a la dictadura expresamente expuesta en su
conducta y en sus escritos, ofendió terriblemente al tirano guatemalteco y envió a Sánchez
a los trabajos forzados de la Penitenciaría. Allí lo encontré yo. Iba a cumplir veintidós
meses de asistir consecutivamente a aquellas faenas agotadoras. Tenía las manos encalladas
y el cuerpo todo tostado por el sol. Su situación era realmente miserable. Carecía de todo y
se le mantenía en la más estrecha incomunicación. Como había sido sorprendido por los
secuestradores en plena calle, tal y como estaba lo trajeron hasta aquí. Sus familiares de
ésta y la esposa que había dejado en México, ignoraban su suerte. Se le daba por muerto. El
ERAÍN DE LOS RIOS 154
Ombres contra Hombres
caso de Sánchez Batten era sintomático para mí. Cuando me contó su historia, comprendí
que el emigrado guatemalteco no estaba seguro en ninguna parte, a pesar del alarde que se
hacía del derecho de asilo. La mano secuestradora de Ubico era bastante larga para coger a
sus víctimas a más de mil millas de distancia.
Yo traté íntimamente a Sánchez Batten. Tenía sus momentos de intransigencia y
belicosidad; pero no era un hombre malo. Poseía un amplio sentido de la vida y en cuanto a
la organización del mundo de la postguerra, tenía puntos de vista sagaces y luminosos. Sus
charlas amenas, salpicadas de anécdotas y saturadas de principios de socialismo científico,
me deleitaban durante el curso de varias horas. Era incansable en el hablar y cuando no iba
al trabajo, se ocupaba en ejercicios físicos para conservar –decía- la rigidez muscular que le
daba un aspecto de verdadero atleta. Su piel bronceada y su cuerpo esbelto, hacían pensar
en la perfección de un dios indio; su cabellera rala y su mirada penetrante, demostraban la
fuerza de sus circunvoluciones cerebrales: era un atleta y un pensador.
A mediados de octubre de 1942, ingresaron como cautivos Alfredo Schlesinger, Julio
Machado López y Luis Barrera Rodríguez. Fueron alojados en celdas separadas y se nos
prohibió expresamente toda comunicación con ellos. A una distancia de tres metros sólo
podíamos saludarnos con la mirada. Sin embargo, al menor descuido del celador, un
cuatrero llamado Miguel Ángel Padilla, lográbamos dirigirnos algunas palabras. Algo
sabíamos de las causas de la detención de cada uno: Schlesinger, por haber publicado un
pequeño periódico de nombre simbólico “Verdad”; Machado –conocido ya por su
actuación al frente de la policía de investigación- despertó desde un principio nuestra
desconfianza y nos era repugnante su presencia; Barrera Rodríguez, porque había dicho que
ya el estado de cosas del país iba a cambiar, y un enemigo gratuito –como hay tantos- se
había aprovechado de esta declaración para ir a delatarle a la policía. Schlesinger fue
libertado a los dos meses, sin duda porque se temió muriera en la cárcel a causa de una
grave enfermedad que padecía; los otros se quedaron a hacernos compañía por tiempo
indefinido. Así transcurrieron cerca de nueve meses, tiempo durante el cual se nos permitió
comunicarnos y recibir nuestras visitas ordinarias el día domingo. Por razones de edad, de
cultura y de una identificación sentimental, más o menos parecida, intimamos con Barrera
Rodríguez y en nuestros ratos de nostalgia, evocamos las horas más felices de nuestra
juventud. Conocimos casi a las mismas personas y nuestras alegrías y nuestras penas,
experimentadas en el mundo de los libres, tenían mucha semejanza. Por eso, en nuestra
desgracia, nos consolábamos mutuamente y cuando el ánimo de uno desfallecía –
circunstancia muy frecuente en el presidio-, acudía el otro a fortalecerlo como podía. Es un
gran bien para el cautivo, encontrar en la cárcel quien lo comprenda. Se experimenta una
inefable alegría. De ahí nacen muchos cariños indestructibles, muchas amistades
imperecederas, muchos afectos imborrables. En la cárcel no existen prejuicios ni
convencionalismos; la farsa de nuestra sociedad desaparece para dar paso a la franqueza y a
la lealtad, estimuladas por la desgracia común; y cuando las mentes y las almas saben
ERAÍN DE LOS RIOS 155
Ombres contra Hombres
CAPITULO VII
¡¡PROCESADOS…!!
Fuera de las constantes hostilidades a que éramos sometidos, por la ingénita maldad de
los encargados del callejón que en nada se diferenciaban de los anteriores, nuestra vida
discurría reposadamente, en una especie de nirvana. El único compañero refractario a la
intimidad, era Julio Machado. Su aspecto despertaba nuestra desconfianza. Su pasado
conocido y su conducta dentro del mismo recinto penitenciario, en donde presentaba
síntomas de paranoia exaltada, nos hacían rehuir su compañía. Cuando nos reuníamos a
conversar en grupo y él se acercaba, instintivamente cambiábamos de conversación.
Presentíamos su maldad, no sé por qué, pero algo intimo nos avisaba de que aquel hombre,
habituado al desempeño del asqueroso papel de policía, podía haber venido a desempeñar el
mismo papel a aquel recinto, ya fuese por designación, o comisión especial, como él mismo
dijese cierta vez, o espontáneamente, como sucede en la mayoría de los casos, en que la
delación y el espionaje se transforman, en ciertos hombres, en una necesidad en una
vocación o en una segunda naturaleza. Efectivamente –adelantándome a la coherencia que
pretendo seguir en este relato-, diré que Julio Machado, andando los días, nos causó con sus
gratuitas delaciones, más mal que los propios verdugos indicados y señalados para
amargarnos la existencia. No entro de lleno a considerar la actuación de este miserable, que
llenó con su ponzoña todo el espacio penitenciario. Sin embargo, necesito pintarlo como un
modelo; porque así como Machado, hay muchos Machados en Guatemala que envenenan
con su lengua el ancho espacio de toda una república. Por los documentos que iré
insertando debidamente, el lector podrá formarse una idea de la forma, el tiempo y el modo
como estos delatores gratuitos actúan y su intervención en la vida de los honrados
ciudadanos, a quienes persiguen no solo en la libertad, sino en la cárcel, constituyéndose en
enemigos jurados de la verdad, de la razón, de la justicia, de la libertad, de la moral y de la
religión. La vida de estos monstruos debe tomarse como ejemplo, cuando llegue la hora de
una efectiva campaña de depuración social.
A todos se nos había motivado auto de prisión por el delito de atentar contra la
seguridad de las instituciones sociales, largo tiempo después de haber sido presos. Yo
pasaba de los quince meses, los otros compañeros ya habían cumplido ocho y algunos
recién llegados tenían pocos meses.
Una mañana llegó el inspector Teófilo Castellanos portando una lista y nos sorprendió
con sus voces estentóreas.
-A formar al centro del callejón y debidamente uniformados los que vaya llamando –
dijo-, porque los necesitan en el Departamento Judicial. Ligerito, ligerito, porque no hay
tiempo que perder.
ERAÍN DE LOS RIOS 156
Ombres contra Hombres
Y comenzó a llamar:
-Efraín de los Ríos, Luis Barrera Rodríguez, Julio Machado López, Silverio Ortiz
Rivas, Carlos Mirón Muñoz, Alberto Samayoa Sánchez…
Los tres últimos pertenecían al segundo callejón y vinieron a formar con nosotros.
-No se aflijan –dijo el inspector-, yo cero, porque así me lo dice mi conciencia, que este
llamado es para algo bueno.
Desfilamos para el Departamento Judicial, en donde un oficial de la Auditoria de
Guerra nos esperaba para notificarnos la prosecución de los trámites judiciales de nuestros
respectivos procesos, suspendidos durante algún tiempo. Era el 3 de julio de 1943. La
providencia en que se mandaba a elevar a plenario nuestras causas tenia fecha 1° del mes.
No cabía duda: Ubico había ordenado al auditor de guerra –bacinica, como le dijera Efraín
Aguilar Fuentes en memorable ocasión-, terminar nuestras causas y sentenciarnos en
cualquier forma, para tener un proceso que respaldara nuestra prisión arbitraria.
Y los procesos fueron sustanciados. Se echó mano a toda clase de sofismas y se
rindieron pruebas preparadas de antemano. El benévolo lector seguirá conmigo la lectura de
uno de estos procesos, el mio, para formarse una idea de la forma en que se confeccionaban
y permitirá que, al fin de cada diligencia, le exponga mis comentarios y las consideraciones
que juzgue pertinentes, no con la técnica de un jurista, sino con la claridad de un hombre
que entiende.
CAPITULO VIII
LEYENDO Y COMENTANDO
dedicarse a hacer propaganda disociadora. Soy de Ud. Atto. S.S. (f) José B. Linares, Jefe
de la Policía de Seguridad”
Véase la forma de los partes en que se ponía a disposición del Tribunal Militar a
cualquier ciudadano caído entre las garras policiales. El director de policía que ante mí
había ordenado a su secretario hacer el oficio poniéndome a disposición de la Auditoria por
“disociador”, era el llamado a firmar el oficio. No lo hizo así por ser más cómodo sacar las
castañas con ajena mano.
Al pie de este oficio recayó la providencia que dice: “Tribunal Militar: Guatemala,
siete de marzo de mil novecientos cuarentidós. Ratifíquese el parte que encabeza estas
diligencias por el Jefe de la Policía de Seguridad; la Auditoria de Guerra instruya la
averiguación; indáguese al detenido dentro del término de ley. Artos. 101, 102, 105, 125,
235, 241 Cód. Mil. II parte.- (ff) Reyes R., Cabrera Martínez, J. Cifuentes”.
Dice el acta de ratificación:
“En la misma fecha, presente en el Tribunal don José B. Linares, de treinta y nueve
años de edad, soltero, oficinista, originario de Cobán y vecino de esta ciudad, con
domicilio en la once avenida norte N° 37, previa protesta de ley por el infrascrito Auditor
de Guerra para que se conduzca con verdad en esta diligencia y habiendo ofrecido hacerlo
así, para el efecto: le fue puesto a la vista el parte que con fecha seis del corriente envió al
Auditor de Guerra, poniendo a disposición de dicho Tribunal, al individuo Efraín de los
Ríos Aguirre en la Penitenciaría Central por dedicarse a hacer propaganda disociadora,
dicho parte dijo que es el mismo que dirigió al señor Auditor de Guerra y que lo ratifica en
todas y cada una de sus partes por ser cierto su contenido y que la firma que lo cubre y
dice: José B. Linares es la suya y la misma que usa en todos los actos de su vida. Ratificó
lo nuevamente escrito y enterado de todo firmó. Doy fe.- (ff) Cabrera Martínez, José B.
Linares, A. Beteta.”.
Esta ratificación apareja responsabilidad, toda vez que un principio de derecho dice: El
que afirma esta obligado a probar. La policía trató de probar mi culpabilidad, pero veamos
en que forma. No buscó para testigos a los mismos que habitualmente se prestan de
testaferros para asegurar lo que no han visto ni les consta. Esta vez escogió a dos
honorables profesionales amigos del autor y como conocidos opositores al régimen
imperante, trató de intimidarlos a efecto de que declarasen contra mí. Había un mayor
llamado Francisco Contreras V., el que siempre aparecía como testigo de los hechos
delictuosos atribuidos a inocentes personas. En mi caso no se ocuparon sus importantes
servicios. . Leamos mi indagatoria:
“En nueve de marzo de mil novecientos cuarentidós, que se mandó extraer de la
detención al reo Efraín de los Ríos Aguirre, quien previa amonestación por el infrascrito
Auditor para que se produzca con verdad en la presente diligencia, y habiendo ofrecido
hacerlo así, se le sometió al interrogatorio siguiente: Diga su nombre y demás generales.
Contesta: llamarse como queda dicho, ser de treinta y seis años de edad, soltero,
originario de Huehuetenango, vecino de esta ciudad, con domicilio en la primera calle
ERAÍN DE LOS RIOS 158
Ombres contra Hombres
Barrera R., están madurando el proyecto de escribir un folleto que contenga la historia
vivida por ellos en este Centro Penal, con datos sobre las muertes de los ex –reos don José
Rodríguez Medina y un señor Aldana, y darlo a la publicidad cuando las circunstancias lo
permitan. Todo esto de acuerdo con el señor Alfredo Schlesinger, con quien mantienen
comunicación por medio que Ud. puede descubrir. Por mi parte, hoy como ayer y mañana,
soy leal al señor Presidente, para quien mis sentimientos son invariables y me creo
obligado a apartarme de quienes viven expresándose mal y en relaciones con enemigos
bien conocidos. Como siempre he servido al señor Presidente, con entereza y lealtad, y él
me conoce por hombre sincero, le doy estos datos para que los aproveche y en su
oportunidad, lo comunique al señor Presidente. Soy de Ud. Atto. S.S.- (f) Julio Machado.”
Véase la actitud de machado, aun en el interior del presidio. Su lealtad y sinceridad (?)
le llevaban hasta delatar a sus propios compañeros de desgracia. Le doy estos datos para
que los aproveche –dice el denunciante- ; y ya sabemos el aprovechamiento que las
autoridades de aquellos tiempos hacían de cualquier delación que se les suministrase. El
propósito de Machado era que se nos sobreviniera un mal grave y, efectivamente,
estuvimos a punto de sufrirlo, a no ser por una intervención providencial que nos salvó. El
enojo de Machado contra Barrera Rodríguez y contra mí, fue porque nosotros, conociendo
su miseria mental, física y moral, rehuimos su trato a que nos obligaba la convivencia
forzosa; comprendimos que la paranoia de este hombre podía contagiarnos y que su
compañía, desde cualquier punto de vista, nos era hondamente perjudicial y peligrosa. Para
vengarse, urdió la delación señalada y ese mismo día, 13 de enero, fuimos arbitrariamente
encerrados en las bartolinas del primer callejón, Pedro Leiva Montes de Oca, Miguel Ángel
Ceballos, Luis Barrera Rodríguez y yo, sin indicársenos el motivo. Creímos en un
principio, que era a consecuencia de que Leiva y Ceballos, que diariamente iban a trabajar a
los talleres, nos entraban subrepticiamente el periódico “Nuestro Diario” efectivamente, las
primeras preguntas que nos dirigió el alcaide fueron sobre este asunto y a consecuencia de
ello Leiva recibió varios azotes en la bóveda y Ceballos fue encerrado en una bartolina con
agua. Al día siguiente el nuevo encargado del callejón, Ernesto Albizures, nos informó que
nuestro castigo no obedecía solo a habernos sorprendido con el periódico, sino que además
había otro rumbito. Ignorábamos hasta aquí la delación de Machado y de ella nos dimos
cuenta hasta que vinieron a indagarnos de la Auditoría de Guerra. La carta transcrita
anteriormente había sufrido el siguiente trámite:
“Señor director del Establecimiento: Presente. Tengo el honor de dirigir a Ud. la carta
que me fue dirigida hoy por el recluido Julio Machado, quien me manifestó personalmente
que sabe que por medio de la hija del recluido Pedro Leiva Montes de Oca se comunica
Barrera y De los Ríos con el señor Schlesinger. Para lo que Ud. tenga a bien disponer,
elevo a su superior conocimiento la presente, protestándole mi subordinación y respeto.-
(f) C. Santiago Quintana.”
“Dirección General de la Penitenciaría Central: Guatemala, catorce de enero de mil
novecientos cuarentitrés. Con atento oficio remítase la presente al señor Auditor de Guerra
ERAÍN DE LOS RIOS 162
Ombres contra Hombres
para lo que tenga a bien disponer.- (f) Maldonado R.” –“Tribunal Militar: Guatemala,
diez y seis de enero de mil novecientos cuarenta y tres. Ratifíquese por el recluido Julio
Machado la carta que antecede; certifíquesela para agregar a la causa que contra Efraín
de los Ríos se sigue en este Tribunal y el original agréguese a la causa contra Luis Barrera
Rodríguez; examínese en forma indagatoria a la hija de Pedro Leiva Montes de Oca,
pidiéndose a la Penitenciaría Central el nombre de ésta; y practíquense las demás
diligencias a que hubiera lugar. Artos. 101, 102, 105, 125, 135, 241 y 253 Cód. Mil. II
Parte.- (ff) Reyes R., Cabrera Martínez, J. Cifuentes.”
Obsérvese el revuelo que había provocado el chisme de Machado; las personas que
toman parte y el número de artículos del Código Militar que se pusieron en movimiento.
Machado ratificó su declaración en la siguiente forma:
“Seguido, presente en el Departamento judicial de la Penitenciaría Central, el recluido
Julio Machado López, de cincuenta y dos años de edad, soltero, originario de esta capital,
comerciante, previa amonestación legal por el infrascrito Auditor de Guerra para que se
conduzca con verdad en la práctica de esta diligencia y para el efecto, le fue puesta a la
vista la carta que con fecha trece de enero del corriente año, dirigió al señor alcaide de la
Penitenciaría Central y que se refiere a los recluidos Efraín de los Ríos y Luis Barrera
Rodríguez y manifestó: que la ratifica en todas y cada una de sus partes por ser cierto su
contenido; que la escribió de su puño y letra y que la firma que la cubre y dice: Julio
Machado es la suya propia y que usa en todos sus actos. Agrega en este momento: que el
de la idea y del propósito de escribir un folleto en contra del Presidente Ubico, con el
título de “Ombres contra Hombres”, es el recluido Efraín de los Ríos: que este mismo De
los Ríos se lo comunicó al que habla y a Luis Barrera Rodríguez, sin que le conste al que
habla que Luis Barrera Rodríguez se haya decidido a acuerpar la idea, pero que si tuvo
conocimiento de esto, al mismo tiempo que el compareciente. Ratificó lo nuevamente
escrito y enterado de todo, firmó. Doy fe.- (ff) Cabrera Martínez, Julio Machado, A.
Beteta.”
Esta denuncia consta en certificación agregada a mi proceso y, original, en el de Barrera
Rodríguez, en cuyo proceso a folio 16 y siguientes, se encuentran las indagatorias a que
fuimos sometidos por la infame delación de Machado, quien pretendía acarrearnos con ella
serios males, quizá hasta que se nos quitase la vida. Por inicuas actuaciones, como la de
Machado, muchos guatemaltecos encontraron la muerte. Estos reptiles con apariencia de
hombres, llegaron a corromper hasta el aire que los rodea; su servilismo es tal que con él
llegan hasta causar la muerte de personas inofensivas, con el fin de obtener prebendas o
congraciarse con los poderosos. Sigamos leyendo:
“Acto seguido se mandó extraer de la detención a un individuo que fue seriamente
amonestado por el infrascrito Auditor de Guerra para que se conduzca con verdad en esta
diligencia que tiene por objeto indagarlo y para el efecto fue sometido al siguiente
interrogatorio: ¿Diga su nombre y además generales? Contesta: llamarse Efraín de los
Ríos Aguirre, de generales conocidas en la presente causa. ¿Diga si es verdad que Ud.
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Ombres contra Hombres
Diga: ¿Con quienes se relaciona Ud. dentro de la Penitenciaría y fuera de ella, es decir, en
la calle? Contesta: que al principio recién pasados al 2° callejón del Centro Penal, donde
convivieron siete recluidos, se relacionaba con los individuos Julio Machado López, Efraín
de los Ríos, el encargado, Domingo de León, José Luis Sánchez Batten, y Sixto Díaz; que
con dichos individuos se relacionó por ser compañeros de cuadra, guardando siempre las
distancias que me indicaron la experiencia y el conocimiento que de cada individuo fui
teniendo después de un análisis psicológico que verifiqué, procurando mantener una zona
de absoluta reserva con todos ellos (palabras textuales); que con los que se ha relacionado
más ha sido con Julio Machado López y con Efraín de los Ríos, por estar su cama en medio
de las de ambos; que platicaron de asuntos de familia y que entonces Julio Machado López
le dijo al indagado que así le gustaban sus manifestaciones, porque veía que el indagado
era un padre amoroso y con de los Ríos platicaron siempre comentarios sobre una obra
histórica que le proporcionó a de los Ríos la biblioteca del Centro Penal, asuntos literarios
y periodísticos, en los que se inmiscuía Julio Machado López, diciendo que él –Machado
López- había sido periodista y que había dirigido “El Heraldo” en Quezaltenango, en la
época de don Lázaro Chacón, que había sostenido el periódico, según declaración
expresada por el mismo Machado López; que en esta ocasión le dio al indagado la
oportunidad de saber: que Machado guardaba un rencor contra De los Ríos, quien había
sido el que lo atacó en Quezaltenango, por medio del periódico donde trabajó de los Ríos,
que según dijo se llamó “La Idea”; pues en esa ocasión le dijo el mismo Machado: -Ah
já…, baboso, yo soy muy vengativo y me las tenés que pagar; De los Ríos no negó ni
afirmó lo que Machado dijo esa vez; hubo entonces una alegata entre ambos y de los Ríos
dijo: -Yo no tengo nada que me pueda reprochar la opinión pública, mi actuación ha sido
siempre muy limpia y mantengo mi conciencia tranquila: no como otros; entonces vino el
distanciamiento entre ambos y el mismo Machado López pidió al que es indagado que lo
contentara con De los Ríos, hasta el grado de decirle al indagado, que formaran los tres,
Machado, De los Ríos y el indagado, un triangulo de amigos y que olvidaran lo pasado;
prometió Machado a De los Ríos, en ese mismo momento de la reconciliación, que cuando
Machado saliera libre que hablaría con el Presidente a favor de De los Ríos; el indagado
los reconcilió para que después se volvieran a distanciar, como producto del estado
paranoico del dicho Machado y que el indagado insiste en que el caso de Machado
pertenece a los órdenes de la psicopatía, puesto que pasa de estados de sospecha a
indiscreción, sumiéndose después como en un desmayo de tristeza, culminando en el llanto.
Diga: ¿Con quienes se relaciona en la ciudad, fuera de este Centro penal? Contesta: que
únicamente con la familia del indagado, que lo visita los domingos, a la hora
reglamentaria y con uno que otro amigo que lo visita, pero siempre se da cuenta de lo que
hablan, el vigilante que está presente en ese momento. Se suspende la presente para ser
ampliada más tarde si fuera necesario, ratificó lo escrito, leído que le fue y enterado de
todo firmó. Doy fe.- (ff) Cabrera Martínez, Luis Barrera Rodríguez, A. Beteta C.”
ERAÍN DE LOS RIOS 165
Ombres contra Hombres
Las señoritas María Isabel y María Delia Leiva, hijas de Pedro Leiva Montes de Oca y
señaladas por Machado, en denuncia verbal hecha ante el alcaide, fueron llevadas a
presencia del auditor, con el objeto de indagarlas sobre el mismo asunto. Además fue
cateado su domicilio y una de ellas, a consecuencia de los vejámenes infligidos, estuvo
recluida tres meses en el Hospital. Todas las pesquisas fueron infructuosas. Ni Barrera ni yo
conocíamos a las señoritas Leiva, ni nos relacionábamos con nadie del exterior, a no ser
nuestras propias familias. Respecto al folleto del que se me acusaba, algo había de cierto;
pero jamás creí que una conversación entre amigos, trascendiera de una manera tan intensa,
a causa de que en un grupo de tres existiese un traidor. Una tarde platicábamos acerca de la
conveniencia de escribir en el futuro la historia de nuestros sufrimientos:
-Tus eres el llamado para ello –Me dijo Machado-, yo me comprometo a editar el
folleto. ¡Figúrate una tirada de tres mil ejemplares!
-¿El qué? –le dije yo, arrogantemente-. ¿Tres mil ejemplares? ¡Poca cosa! Cincuenta
mil mando a tirar el día que yo pueda.
Esa jactancia fue mi perdición. De ella se valió Machado para formular su denuncia.
Pero al mismo tiempo, hoy que recuerdo con amargura aquellos incidentes, reconozco que
alguna importancia tuvieron para mí. Ellos son un testimonio de que, desde aquella fecha,
estaba ya germinando la semilla, cuyo fruto el lector tiene entre sus manos.
CAPITULO IX
EL PLENARIO
retirarme algunos pasos para que yo no oyera el altercado surgido entre Machado y el
auditor. Poco faltó para que éste le pegara a aquél, según los furiosos ademanes que hacía.
Cuando Machado salió oí que le decía al auditor:
-Yo creí que la ropa sucia se lavaba en casa.
Temí y con razón, que en igual forma sería recibido. Mi sorpresa fue grande. El auditor
depuso inmediatamente su gesto de enojo y me tendió la mano con una sonrisa incierta, que
quería ser amable. Su cortesía me brindó un asiento.
-Vengo –me dijo- de parte del señor director general de la Policía a suplicarle si usted
no tendría inconveniente en suprimir esta parte de su declaración en que afirma que el
motivo de su prisión es por ser amigo del ministro de los Estados Unidos, según le dijo
aquel funcionario. Usted comprenderá que esa declaración perjudicaría profundamente al
señor director, además de que le acarrearía serios problemas a Guatemala y a su gobierno.
Esta petición también la hago mía y le pido reconsiderar detenidamente el asunto.
Mil conjeturas bulleron atropelladamente en mi cerebro.
-Los tengo cogidos –pensé-; pero ellos también me tienen cogido a mí. Si me niego a
modificar la declaración, no por ello me van a libertar inmediatamente temiendo que el
representante norteamericano se entere del asunto, ni van a libertar a mis compañeros. Al
contrario, es más fácil para ellos aniquilarme definitivamente mandándome a traer arena o
empleando cualquiera de los medios expeditivos a su alcance. Rápidamente hice cálculos,
establecí comparaciones y opté por la modificación pedida, siempre considerando que era
preferible conservar la vida para emplearla mejor en el futuro, a adoptar una actitud de
héroe en la boca de un lobo feroz. Cuando manifesté ala auditor que no tenía inconveniente
en acceder a la rectificación solicitada, me tendió inmediatamente un pliego que ya llevaba
escrito, con la supresión pedida, y el cual firmé, para evitarme futuros sinsabores.
Amablemente despidióse de mí, ofreciéndome hacer del conocimiento del director de
Policía mi fácil aquiescencia en lo solicitado.
Al día siguiente aumentaron las hostilidades contra mí, suprimiéndome la alimentación,
vigilándome más estrechamente y vejándome a cada paso. El encargado de nuestro
departamento, Domingo Saravia Paredes, Uxoricida y en nada diferente a los otros
delincuentes encargados nuestros que ya referí, tuvo en mí un nuevo campo para desarrollar
su acción de maldades y dar satisfacción a sus instintos criminales.
Fuimos advertidos de que al otro día, por ser domingo, dijéramos a nuestras visitas el
estado de nuestro proceso y que mandáramos a avisar a nuestros abogados que se
preparasen para nuestra defensa. Toda la tarde del sábado la pasamos pensando y
comentando lo que tendríamos que decir a nuestras visitas. Sin embargo, el domingo nos
fue suprimida totalmente la visita. Nuestros familiares se retiraron apenados por no saber a
qué se debía semejante medida y la incertidumbre provocó toda una serie de penalidades
inenarrable.
Al siguiente día, lunes, se me notificó el auto de esa misma fecha que dice:
ERAÍN DE LOS RIOS 168
Ombres contra Hombres
CAPITULO X
LA DEFENSA
El ocho de julio, a las dos de la tarde, fui llamado al Departamento Judicial, en donde se
me leyó la defensa interpuesta en mi favor por el licenciado Mijangos, documento que dice:
“Señor auditor de guerra: Víctor Manuel Mijangos nombrado defensor del señor
Efraín de los Ríos Aguirre, procesado por el supuesto delito de atentar contra la seguridad
de las instituciones sociales, con todo respeto evacúo el traslado que se me confirió y
manifiesto: noto en la tramitación de la causa algunas irregularidades que no señalo,
porque, si es exacta mi apreciación, son tan notorias, que fácilmente podrán verlas los
jueces de primera y segunda instancias que fallarán en definitiva. Tanto en la indagatoria
del enjuiciado, como en su confesión con cargos, no aparece alguno que le pueda
perjudicar, dada su reiterada negativa en conformidad con el proceso. Por otra parte, la
carta que el señor Julio Machado dirigió al alcaide de la Penitenciaría, denunciando
ciertos hechos contra mi defendido, nada demuestran para el proceso actual, ya que su
dicho, en el supuesto de tener todas las calidades de un buen testigo, no constituye sino
una semiplena prueba, pero en el caso sub judice existen los cargos que el señor De los
Ríos Aguirre endilga a su vez al señor Machado y siendo uno denunciante mutuante del
otro, sus deposiciones carecen de todo valor por su falta absoluta y necesaria de
imparcialidad. Obran en autos certificadas las declaraciones que prestaron ante la policía
de seguridad los abogados Federico Carbonell Rodas y Ramiro Fonseca Palomo. El
primero manifiesta que mi patrocinado visitaba la oficina de ambos profesionales y en
algunas ocasiones se saludaron y que una que otra vez hasta gastaron alguna broma, pro
nada más, por lo que de lo dicho no resulta ningún cargo. El licenciado Fonseca Palomo
expuso en igual forma lo de las visitas y de que en alguna oportunidad mi defendido le
propuso que ingresara a un partido democrático por formarse, el cual tendría un órgano
de publicidad para hacerle oposición al gobierno, pero que el deponente nunca lo tomó en
cuenta porque considera que don Efraín es medio loco y porque al declarante le gusta más
dedicarse a su trabajo y estar alejado de la cuestión política. En el supuesto de ser exacto
lo manifestado por el licenciado Fonseca Palomo, exponer que se va a hacer oposición a
un gobierno no constituye delito y hacer ya la oposición en marcha, tampoco lo constituye,
porque tales fenómenos de la vida política están permitidos por las garantías que trae
nuestra Constitución en lo que se refiere al derecho de emisión de pensamiento y
asociación. El asunto según se mira, siempre que sea cierto, quedó solo en la mente del
señor De los Ríos, pero no se realizó, porque al haberse efectuado tendría alguna
manifestación que no consta en la causa y repito, la oposición es permitida, siempre que se
realice dentro de las normas de una crítica sana y por demás constructiva. Para mí, aquí
se encuentra el error judicial por un malentendido, porque atentar contra la seguridad de
las instituciones sociales significa otra cosa y para comprobarlo nada más sencillo que
ocurrir a la intención del legislador cuando creo ese delito y si abrevamos en esa fuente
ERAÍN DE LOS RIOS 170
Ombres contra Hombres
CAPITULO XI
LA SENTENCIA
Allí se me dio a conocer, diez minutos después de haber sido notificado de la defensa,
la sentencia recaída contra mí y cuyo tenor es el siguiente:
“Tribunal Militar: Guatemala, ocho de julio de mil novecientos cuarenta y tres. Traída
a la vista para dictar sentencia la causa instruida contra el reo Efraín de los Ríos Aguirre,
procesado en este Tribunal por el delito de “atentar contra la seguridad de las
instituciones sociales”, aparece en las diligencias que el reo es de las generales siguientes:
de treinta y seis años de edad, soltero, originario de Huehuetenango y vecino de esta
ciudad, con domicilio en la primera calle oriente número uno, periodista, es ciudadano
inscrito, es soldado filiado, no habiendo prestado servicios militares, no tiene vicios, no
padece de ninguna enfermedad contagiosa, hace como seis años estuvo preso cuatro años
en esta ciudad, no habiendo conocido la causa ningún tribunal, ignorando el motivo de
esta detención. Actuó como defensor en esta causa el licenciado Víctor Manuel Mijangos.
RESULTADO: que con fecha seis de marzo de mil novecientos cuarenta y dos el jefe de la
Policía de Seguridad, puso a disposición del Auditor de Guerra departamental, en la
Penitenciaría Central, al individuo Efraín de los Ríos Aguirre por motivo que este sujeto
hacía propaganda disociadora, parte que fue debidamente ratificado por el jefe de
Seguridad. Con fecha nueve de los mismos y relacionado con el parte anterior, el mismo
jefe de Seguridad remitió a esta Auditoria de Guerra una copia certificada en la que
constan las declaraciones presentadas por los licenciados Federico Carbonell Rodas y
Ramiro Fonseca Palomo y levantada en la jefatura de este cuerpo, la cual corre agregada
a folios cinco a siete de las diligencias. Que indagado con fecha nueve de marzo del año
próximo pasado el reo De los Ríos Aguirre, negó la sindicación que se le hacía y
apareciendo del acta a que se ha hecho referencia la afirmación de que el mismo individuo
De los Ríos Aguirre hacía propaganda política, con un fin disociador, según afirmación
hecha por el licenciado Fonseca Palomo con fecha doce de marzo del mismo año fue
reducido a prisión provisional por el delito de atentar contra la seguridad de las
instituciones sociales. Corre agregada a la causa la certificación de esta Auditoría de
Guerra en la que aparece la copia de una carta dirigida por Julio Machado, en la que se
denuncia al alcaide de la Penitenciaría que el reo de esta causa y Luis Barrera Rodríguez
están tratando de escribir un folleto que exponga la vida de la Penitenciaría y relacionada
con la muerte de unos reclusos, tal carta fue ratificada como consta en dicha certificación.
Obra a folio once de la causa la petición del reo Efraín de los Ríos Aguirre sobre ampliar
su indagatoria para exponer hechos y formular cargos contra varios funcionarios públicos
y contra Julio Machado. RESULTANDO: que con fecha primero de julio del corriente año
se elevó a plenario la causa y se formularon al reo los cargos correspondientes tomándole
su confesión con cargos; habiendo manifestado que nombra al licenciado Víctor Manuel
Mijangos como su defensor y tenido este como tal, se le discernió el cargo que aceptó y
corrido el traslado de ley, pidió se dictara sentencia alegando lo que creyó conveniente a
favor de su defendido, por lo que llamados autos la vista, es el caso de dictar la sentencia
que en derecho procede. CONSIDERANDO: que la base del procedimiento criminal en la
ERAÍN DE LOS RIOS 172
Ombres contra Hombres
presente causa, se encuentra establecida con el parte rendido con fecha seis de marzo de
mil novecientos cuarenta y dos por la Jefatura de la Policía de Seguridad al auditor de
guerra, Arto. 150 Cód. Mil. II parte. CONSIDERANDO: que las actividades disociadoras
por las que fue consignado el reo Efraín de los Ríos Aguirre, se han probado plenamente,
tanto con su actitud, mantenida en la Penitenciaría Central según la denuncia de Julio
Machado López, como con la carta en que éste pide la ampliación de su indagatoria, de
donde se saca en conclusión lógica, que son individuos inadaptados a la sociedad, como
con las declaraciones rendidas por los licenciados Federico Carbonell y Ramiro Fonseca
Palomo, toda vez que de estas declaraciones y deposiciones, se desprende una presunción
legal de culpabilidad del enjuiciado Efraín de los Ríos Aguirre, como autor del delito de
atentar contra la seguridad de las instituciones sociales y que tal presunción es grave y
suficiente para imponerle condena. Artos. 188, 213, 215, 221 Cód. Mil. II parte. POR
TANTO: este tribunal, con apoyo en las leyes citadas y lo que disponen los Artos. 1, 2, 5,
11, 28, 30, 44, 59, 65, 140 y 141 Cód. Penal Común, 41 Cód. Mil. I parte y 421, 422, 425,
426, 427, 429, 430 y 433 Cód. Mil. II parte, DECLARA: 1° -Que Efraín de los Ríos Aguirre
es reo autor del delito de atentar contra la seguridad de las instituciones sociales. 2° -Que
por tal hecho lo condena a sufrir la pena de tres años de prisión correccional
inconmutables. 3° -Le abona la prisión sufrida desde el día doce de marzo del año de mil
novecientos cuarenta y dos, fecha en que fue reducido a prisión provisional. 4° -Lo
exonera de la reposición del papel empleado en la causa por su notoria pobreza; y 5° -Lo
suspende en el goce de sus derechos políticos por el tiempo de la condena. Notifíquese y
consúltese.- (ff) Reyes R., Cabrera Martínez, J. Cifuentes.”
Pasemos lector, sobre las notificaciones, hechas el propio 8 de julio. Hizose el extracto
de datos para enviar la causa en consulta a la Sala Tercera de Apelaciones. Transcurrió
septiembre. Hasta el 7 de octubre se firmó la certificación que dice:
“El infrascrito secretario de la Sala Tercera de Apelaciones, certifica: que para el
efecto ha tenido a la vista la resolución que copiada literalmente dice: “Sala Tercera de
Apelaciones organizada en Corte Marcial: Guatemala, , veinticuatro de septiembre de mil
novecientos cuarenta y tres. En consulta y con sus antecedentes se examina la sentencia
dictada por el tribunal Militar de este departamento el ocho de julio de mil novecientos
cuarenta y tres, por la cual declara: 1° -Que Efraín de los Ríos Aguirre es reo autor del
delito de atentar contra la seguridad de las instituciones sociales; 2° -Que por tal hecho lo
condena a sufrir la pena de tres años de prisión correccional inconmutable; 3° -Le abona
la prisión sufrida desde el doce de marzo de mil novecientos cuarenta y dos, fecha en que
fue reducido a prisión provisional y hace las demás declaraciones de orden legal. El
procesado es de treinta y seis año de edad, soltero, originario de Huehuetenango y vecino
de esta ciudad, periodista, estuvo preso cuatro años en esta ciudad ignorando el motivo de
esta detención. El jefe de la Policía de Seguridad puso, el seis de marzo de mil novecientos
cuarenta y dos, a disposición de la Auditoria de Guerra departamental a Efraín de los Ríos
Aguirre por sindicársele de hacer propaganda disociadora. El parte fue debidamente
ERAÍN DE LOS RIOS 173
Ombres contra Hombres
ratificado. Obra en autos una copia certificada en la que constan las declaraciones
prestadas por los licenciados Federico Carbonell Rodas y Ramiro Fonseca Palomo, ante el
jefe de la Policía de Seguridad. Indagado en la forma de ley el procesado Efraín de los
Ríos Aguirre, negó los hechos que se le imputan. Se decretó la prisión preventiva del
enjuiciado por el delito de “atentar contra la seguridad de las instituciones sociales”.
Agregada a los autos aparece copia certificada extendida por la Auditoria de Guerra
departamental en la que aparece copiada una carta dirigida por Julio Machado al alcaide
de la Penitenciaría Central, por la cual denuncia que De los Ríos Aguirre y Luis Barrera
Rodríguez tratan de escribir un folleto que exponga la vida de la Penitenciaría y
relacionado con la muerte de unos recluidos; carta que se encuentra ratificada. Fue
ampliada la declaración de Delos Ríos Aguirre formulando cargos contra Julio Machado y
varios funcionarios. Elevada la causa a plenario, se mandó tomar al reo, confesión con
cargos, no conformándose con los que le aparecieron del estudio de los autos. Con base en
tales antecedentes y agotada la pesquisa se dictó el fallo de examen; y, CONSIDERANDO:
que de conformidad con lo preceptuado por los Artos. 254, 258 y 260 del Cód. Mil. II
parte, toda persona de cualquier clase, fuero o condición que sea tiene obligación de
concurrir al llamamiento judicial para declarar cuanto supiere sobre lo que fuere
preguntado respecto a los delitos que se persiguen. Que en el presente caso, la sentencia
que se examina se funda principalmente en las declaraciones rendidas por los licenciados
Federico Carbonell Rodas y Ramiro Fonseca Palomo toda vez que de estas declaraciones
y deposiciones se desprende una presunción legal de culpabilidad del enjuiciado Efraín de
los Ríos Aguirre, como autor del delito de “atentar contra la seguridad de las instituciones
sociales” y que tal presunción es grave y suficiente para imponerle condena; pero de autos
aparece que tales declaraciones no se han prestado de conformidad con la ley, sino contra
el tenor legal de ésta, no concurriendo los declarantes ante la autoridad judicial y en tal
concepto lo actuado con tal base tiene que ser nulo, como lo es el plenario de la causa de
referencia, nulidad que esta Sala está obligada a declarar. Artos. IX y 119 de la ley C. del
P. J. POR TANTO: la Sala Tercera de la Corte de Apelaciones organizada en Corte
Marcial, sin entrar al conocimiento del fondo de la cuestión que dio origen a dicho fallo,
con apoyo en las leyes citadas y en lo que disponen los Artos. 227 al 234 del Dto.
Gub.1862, DECLARA: la nulidad del plenario en el juicio relacionado y manda se
proceda por quien corresponde a la reposición de las diligencias anuladas. Notifíquese y
devuélvanse los autos al despacho de su procedencia. – (ff) Manuel V. Marroquín, M.
Alfredo Gil, C. Girón Z., Rosalio Reyna R., Corzantes M.” - “Y en cumplimiento de lo
mandado, extiendo la presente previa confrontación con su original, en dos hojas útiles de
papel español, en la ciudad de Guatemala, a los siete días del mes de octubre de mil
novecientos cuarenta y tres. La pieza de segunda instancia consta de tres hojas. (f) Gmo.
Corzo.”
El 12 de octubre día de la raza, me fue notificada la providencia que dice:
ERAÍN DE LOS RIOS 174
Ombres contra Hombres
su inmediata libertad. Artos. 201 y 424 Cód. Mil. II parte, Guatemala, 4 de noviembre de
1943. – (f) Ant. González S.”
“Tribunal Militar: Guatemala, cinco de noviembre de mil novecientos cuarenta y tres.
A sus antecedentes el alegato que antecede; para mejor fallar y dentro del término de
quince días, examínese a los licenciados Ramiro Fonseca Palomo y Federico Carbonell
Rodas. Artos. 253, 285 y 580 Cód. Mil. II parte. – (ff) Reyes R., Cabrera Martínez, J.
Cifuentes.”
Citóse nuevamente a los dos profesionales elegidos para declarar contra mí y
nuevamente interrogados, ya no ante la amenazadora Policía de Seguridad, se levantó el
acta que dice:
“En nueve de los mismos presente y protestado de conformidad con la ley el señor
licenciado don Federico Carbonell Rodas, de cincuenta y tres años de edad, casado,
abogado y notario, originario de Alta Verapaz y con domicilio en esta ciudad, con oficina
en el Pasaje Paris número dos, en virtud de preguntas dijo: que ratifica lo que dijo en acta
de folios cinco y seis de esta causa ante el jefe de la Policía de Seguridad con relación al
conocimiento que tiene del enjuiciado Efraín de los Ríos, pues efectivamente con este
señor nunca ha tenido ninguna clase de relaciones y por lo tanto nunca le contó nada con
respecto a la publicación que iba a sacar el referido De los Ríos ni de propósitos de
ninguna especie. Ratificó lo escrito leído que le fue y enterado firmó. Doy fe. – (ff) Cabrera
Martínez, F. Carbonell R., A. Beteta C.”
“Seguido presente el Tribunal y protestado de conformidad con la ley, el señor
licenciado Ramiro Fonseca Palomo, de cuarenta y seis años, casado, originario de Antigua
Guatemala y vecino de esta capital, con domicilio en la quince calle poniente numero
setenta y siete, abogado y notario, en virtud de preguntas, dijo: ratificar los conceptos del
acta firmada con fecha seis de marzo del año próximo pasado, que fue subscrita en el
despacho del jefe de la Policía de Seguridad, ante este; que hace constar en vía de
aclaración; que el concepto de dicha declaración que dice: que según pudo colegir, la
agrupación que De Ríos tenía en mente, era de oposición al actual régimen político del
país, fue una apreciación puramente personal del que habla, nacida de lo manifestado en
la policía, de que el señor De los Ríos era convicto de los hechos que se le imputaban, pero
que a él, el que habla, nada le consta. Ratificó lo nuevamente escrito y enterado de todo,
firmó. Doy fe. – (ff) Cabrera Martínez, Ramiro Fonseca P., A. Beteta C.”
Siguiéronse los trámites ordinarios de las notificaciones y, habiéndose llamado autos a
la vista con citación para sentencia, vínose a dictar la que el lector conocerá en el capitulo
siguiente y que puede servir de modelo de las que se dictaron en los falsos procesos
incoados contra inocentes compañeros. De todo lo transcrito, el lector sacará las
conclusiones que juzgue convenientes y conocerá la forma en que se sustanciaban los
famosos procesos, cuya fábrica principal desempeñaba la tristemente célebre Auditoría de
Guerra departamental, sobre la que pesan muchas muertes lamentables y muchísimos
destinos truncados.
ERAÍN DE LOS RIOS 176
Ombres contra Hombres
CAPITULO XII
LA NUEVA SENTENCIA
se saca en conclusión lógica, que este individuo es de aquellos que por su perversidad y
tendencias se colocan entre los inadaptados a la sociedad; conclusiones estas que quedan
robustecidas con el dicho de los licenciados Ramiro Fonseca Palomo y Federico Carbonell
Rodas, toda vez que de ellos se desprende una presunción legal de culpabilidad del
enjuiciado De los Ríos Aguirre, como autor del delito de atentar contra la seguridad de las
instituciones sociales por el que se le juzga, y que tal presunción es grave y suficiente para
condenarlo. Artos. 188, 213, 215, 221 Cód. Mil. II parte. POR TANTO: este tribunal con
apoyo en las leyes citadas y lo que disponen los Artos. 1, 2, 5, 11, 28, 30, 44, 59, 65, 140,
141 Cód. Penal Común, 41 Cód. Mil. I parte, 421, 422, 425, 426, 427, 429, 430 y 443 Cód.
Mil. II parte, DECLARA: 1°, que Efraín de los Ríos Aguirre es reo autor del delito de
atentar contra la seguridad de las instituciones sociales; 2°, que por tal hecho lo condena
a sufrir la pena de tres años de prisión correccional inconmutables;3°, le abona la prisión
padecida desde el día doce de marzo del año próximo pasado, en que fue reducido a
prisión provisional; 4°, lo exonera del pago de papel empleado en la causa por su notoria
pobreza, y 5°, lo suspende en el goce de sus derechos políticos por el tiempo de la condena.
Notifíquese y en su caso consúltese.- (ff) P. Reyes R., Guillermo Cabrera Martínez, J.
Cifuentes.”
Con fecha 13 y 15 de noviembre fue notificada la sentencia anterior al que escribir
estas líneas y al defensor de oficio coronel Antonio González Salazar. El extracto de datos
para enviar la causa a la Sala Tercera de Apelaciones, dice:
“a) Nombre y apellidos del reo: Efraín de los Ríos Aguirre. b) Delito: Atentar
contra la seguridad de las instituciones sociales. c) Reo preso en la Penitenciaría Central.
d) No hubo acusador. e) Motivo por el que se envía la causa expresando el folio en el que
se encuentra la resolución y clase misma: la causa va en consulta de la sentencia dictada
por el Tribunal Militar con fecha doce de los corrientes y que obra a folios del 30 al 32
vuelto .f) Números de folios que se compone la causa: Se compone de treintitrés hojas
útiles g) No hubo gastos de hospital. Guatemala, 15 de noviembre de 1943.- (f) J. Ernesto
Calderón T.”
Obsérvese el cumulo de anomalías existente en el proceso. Debía condenarse a toda
costa. Y cuando en el ánimo del dictador asomaba un leve destello de pudor, ordenaba que
se diera forma legal a la infamia.
-Yo quiero que a fulano se le condene a cinco años –decía, dirigiéndose al auditor- y
usted verá la forma de adobar jurídicamente el proceso.
La sala Tercera de Apelaciones, constituida en Corte Marcial para la revisión de las
sentencias consultadas, generalmente obraba obedeciendo instrucciones directas del señor
Presidente y cuando se ponían a la vista de los magistrados aquellos procesos impúdicos,
sustanciados arbitrariamente y en los que no aparecía la menor culpabilidad del enjuiciado,
la Sala ordenaba su nulidad y mandaba rehacerlos –como en mi caso- y cuando regresaban
mejor adobados con todas las astucias huisacheriles de que el auditor echaba mano, con
testigos falsos y pruebas confeccionadas por él mismo, la Sala concluía confirmando las
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Ombres contra Hombres
confesados por De los Ríos, la pena que procede imponer es la de dos años de prisión.
Artículos 188, 189, 192, 199, 200 CM. 2ª P., 41 y 45 CM 1ª P. POR TANTO: La Sala
Tercera de Apelaciones, organizada en Corte Marcial, con apoyo además en los artículos
421, 422, 425 C.M. 2ª parte, 232, 233 y 234 L.C. del P.J., aprueba la sentencia elevada en
consulta, con la enmienda de que la pena que debe purgar el procesado, es la de dos años
de prisión correccional. Notifíquese y con certificación, devuélvase el juicio.- (ff) Manuel
V. Marroquín, M. Alfredo Gil, C. Girón Z., Rosalio Reyna R., Corzantes, Gmo Corzo.”
El 13 de enero de 1944, fue recibida en la Comandancia de Armas la acusa devuelta
por la Sala. Los últimos trámites del proceso dicen literalmente:
“Tribunal Militar: Guatemala, catorce de enero de mil novecientos cuarenticuatro.
Ejecútese y hágase saber. Arto. 442 Cód. Mil. II parte.- (ff) Reyes R., Cabrera Martínez, J.
Cifuentes.”
“En la siguiente fecha, en el Departamento Judicial de la Penitenciaría Central,
siendo las 14 horas y 15 minutos, notifíquese al reo Efraín de los Ríos Aguirre, el auto que
antecede y enterado de todo, no firmó. Doy Fe. (f) C. Aug. López V.”
El día 17 fue notificado el defensor de oficio. Aclarado: habiéndose motivado auto
de prisión con fecha 12 de marzo de 1942 y habiendo sido notificado de la sentencia
revisada por la Sala 3ª en que se me rebajaba un año de los tres aplicados en primera
instancia, el 15 de enero de 1944 –día de la festividad del Señor de Esquipulas-, me
quedaban por cumplir 57 días. En consecuencia, yo esperaba obtener mi libertad el 12 de
marzo de 1944, cosa que no sucedió así, a pesar de que, como un sarcasmo, se había
consignado al pie de la última hoja del proceso la siguiente anotación.
“RAZON: En once de marzo de mil novecientos cuarenticuatro, se dio la libertad
del enjuiciado. C.- (f) Cifuentes.”
Yo continué guardando prisión mucho más allá de la fecha en que había cumplido,
lo que vino a producirme una horrible desesperación, que bien comprenderán aquellos que
han cumplido una sentencia y continúan presos de orden. Todas las esperanzas alimentadas
durante más de ocho meses se derrumbaron. La seguridad de que al ser procesado de
cualquier modo, la sentencia vendría a definir mi situación, había sido falsa. Y vino a
amargar más mis días una noticia transmitida por otros reclusos más experimentados. El
director de la Policía, haciendo uso una vez más de las constantes arbitrariedades que eran
su norma, acostumbraba imponer una condena, además de la legal, dictada a su arbitrio a
los que él conceptuaba como reincidentes. Señaláronme varios casos de condenas
prolongadas en esta forma. Y como yo ya había estado preso anteriormente, nada podría
evitar que el director de Policía me hubiese condenado a una nueva pena, sin notificárseme
nada absolutamente. Yo sabía perfectamente que este funcionario carecía de facultades
legales para tomar una actitud semejante, pero dada la corrupción de la administración
pública y el imperio de la arbitrariedad en todos sentidos, muy posible era que yo
continuase preso de orden del director.
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Ombres contra Hombres
CAPITULO XIII
RESIGNACION
Generalmente el recluso es objeto de una laxitud de espíritu que le hace aparecer como
indiferente, sin embargo, está observando atentamente los sucesos que ocurren a su
derredor. El vuelo de los buitres –llamados zopilotes por nosotros-, tiene para el recluso una
gran importancia, pues por su dirección deduce lo que habrá de sobrevenir y siempre que
tenga relación con su ansiada libertad. Cuando después de varios días de monótona
reclusión , sin que ningún suceso extraordinario venga a alterar la pasividad de la cárcel,
llega una de estas aves de levitón sombrío –como dijera el recordado Pedro Roa- a posarse
sobre uno de los techos próximos, el recluso espera ansiosamente a que el zopilote
voluntariamente levante el vuelo, para traducir la señal que el ave le transmite al volar, de
acuerdo con la interpretación que en todo tiempo todos los reclusos hacen del vuelo del ave
enlutada. Si el ave emprende el vuelo hacia el norte, es seguro que ese día o al siguiente se
va libre alguno de sus compañeros. Si el pájaro forma un semicírculo al volar y toma rumbo
al sur, se toma como una señal de mala suerte y alguno de los recluidos es sentenciado con
un tiempo más del que esperaba o lo condenan a muerte. En este caso el recluso blasfema y
lanza maldiciones al ave. Recuerdo que una vez fui llamado por un recluso que tomaba el
sol para ver uno de estos pájaros que se había posado sobre uno de los techos vecinos,
después de describir un semicírculo y que había motivado el coraje del recluso.
-Maldito zopilote –decía-, éste trae mala suerte porque paró en vuelo circular; y lo
peor es que mira para acá. Algo malo va a suceder.
Efectivamente, el ave estaba sobre el techo que cubre la cuarta cuadra y miraba
atentamente al interior del callejón. Esperamos a que levantara el vuelo para concluir el
augurio. Al momento el ave voló describiendo el semicírculo fatídico y tomando hacia el
sur. El recluido pateó el suelo y se mesó los cabellos. Lanzó diez blasfemias y veinte
juramentos infernales. Prendió un cigarrillo y lo consumió de tres chupadas. Por la tarde
llegaron el juez y el alcaide a notificarle que había sido denegado por el Presidente el
recurso de gracia. Entró en capilla y lo fusilaron al día siguiente. El aviso del zopilote había
sido efectivo esta vez, como en muchas otras. Luego, la que yo llamaría zopilotomancia, es
una forma de adivinación generalizada entre los presos y de una efectividad que no admite
equivocaciones. Las veces que yo tuve oportunidad de ver un zopilote, traté de interpretar
su vaticinio por medio de su vuelo y siempre tuvo un resultado más o menos de acuerdo
con la interpretación. Mi propia libertad fue anunciada por el vuelo de una de estas aves, así
como la de muchos compañeros. Siempre la llegada de un zopilote al lugar de nuestro
cautiverio, trajo por resultado algún suceso extraordinario. No recuerdo que alguna vez
haya fallado este anuncio. También la forma de las nubes, es otra señal que los reclusos
reconocen y admiten como anuncio de sucesos nuevos. Años atrás, una tarde, en los
momentos que estábamos formando para el encierro, se acercó a mí un recluso y me dijo:
-Mire don Efraín, aquella señal en el cielo, ¿ya vio la letra tan hermosa que forma?
Yo miré atentamente la blanca nube que pasaba por nuestro cielo azul. Al principio
no distinguí bien la letra, pero un golpe de viento hizo que la nube se transformara en una
ERAÍN DE LOS RIOS 183
Ombres contra Hombres
“L” bien visible. Mi interlocutor era tartajo y estaba emocionado. Sentí una súbita
inspiración y le dije:
-Es una ele, primera letra de la palabra libertad. Usted y muchos se van mañana.
Efectivamente, al día siguiente que era 23 de diciembre, se fueron libres veinticuatro
prisioneros políticos, inclusive el compañero que me había enseñado la nube en forma de
ele. A la cabeza de los libertados iba el licenciado Ramiro Fonseca y de los últimos era el
compañero de la letra que, en su emoción, apenas pudo hacerme una señal con la mano,
indicándome que el vaticinio se había cumplido. Desde entonces creí en los anuncios del
cielo y de la tierra, en el vuelo de los zopilotes y en la forma de las nubes, en el canto de los
pájaros y en el ruido del fuego, en la caída de las hojas y en la impertinencia de las moscas,
en la transparencia de un vaso de agua y en el derrame de la sal; en todas esas cosas,
pequeñas manifestaciones en las que la imaginación del recluso cree ver un anuncio
relacionado con su suerte…
La llama de una vela, encendida frente a una imagen cualquiera es también otra
señal que el recluso interpreta a su manera. Si la llama vibra y se agita insistentemente, l
toma como una señal de buena suerte o de que el milagro pedido al santo se realizará. Si la
llama se inclina con dirección a la puerta, anuncia que su libertad está próxima. Pero si
permanece quieta o se inclina hacia la pared, lo toma como respuesta de que el santo le ha
vuelto las espaldas y en su cólera llega hasta a encender una vela al revés, es decir,
sentándola por el pabilo y encendiéndola por el asiento. Vi realizarse muchos de estos que
llamaría milagros y hasta yo mismo, en muchas ocasiones, llegue a ser una especie de
augur.
-Hoy será día de grandes emociones –decíamos con el compañero Marco Antonio
Cardona. Y efectivamente ese día, o había un libertado, o llegaba un nuevo cautivo o
sucedían cosas que no esperábamos y que transformaban nuestra vida.
CAPITULO XIV
HAS DE RECUERDOS
Ya que por una extraña asociación de ideas, surgen esta mañana frente a mí los tristes
recuerdos del cautiverio, me propongo, cómo un acróbata intelectual, saltar sobre el tiempo
y atrapar, uno a uno, esos recuerdos, quizá incoherentes en el tiempo, sin la sucesión de
continuidad que fuera necesaria, pero, eso sí, reales, exactos, verídicos, vistos y vividos por
mí en el angustioso silencio de las celdas penitenciarias y en el reducido espacio en que me
tocó vivir.
Cuando después del asesinato del compañero Aldana, que ya describí en capítulos
anteriores, durante mi primera prisión, continué yendo a los trabajos forzados a la
Ladrillera en unión de los demás compañeros sentenciados, viví varios días de angustia y
desesperación que solo podrá comprender aquel que se esfuerce por colocarse en mi propio
lugar. Ya dije que la opinión unánime de más de 1700 presos que había en los patios
ERAÍN DE LOS RIOS 184
Ombres contra Hombres
generales o sea reos de delitos comunes, era de que el próximo sacrificado seria yo. Todos
los que podían acercarse hasta mí, tomando precauciones para aproximarse, me hablaban
aconsejándome resignación. Sus reiteradas manifestaciones estaban a punto de volverme
loco. Parecía como si todos se hubiesen puesto de acuerdo en martirizarme. Jamás supe, ni
lo sé hoy, ni lo sabré nunca, si lo hicieron de buena fe o si procedían obedeciendo
instrucciones de sus jefes y encargados en un alarde del más crudo sadismo, para destruir
completamente mis fuerzas físicas y, sobre todo, morales. Lo que sí sé es que no podría
describir con palabras el dolor de aquellos días angustiosos. Todavía hoy, al evocarlos,
siento un frio horrible que recorre mi medula espinal y siento que el cabello se me eriza,
poniendo sobre mi piel el sello de una sensación extraña.
Tan pronto como un preso lograba ponerse a mi lado, me decía a media voz:
-Tenga paciencia, don Efraín, resígnese con su suerte y encomiéndese a Dios; es el
destino de los hombres y ya sabe que para morir nacimos…
Este consuelo singular, repetido quince y veinte veces diarias, es suficiente para matar
al hombre más valiente y de corazón mejor puesto. A cada instante yo esperaba recibir un
balazo por detrás y hacía lo posible por no apartarme mucho de mi custodio, cuyos
movimientos yo vigilaba mejor que él los míos. Al fin no ocurrió nada, pero yo envejecí de
sufrimiento, como dice la historia que envejeció María Antonieta cuando la notificaron que
iba a ser guillotinada.
Este afán de atormentar al prisionero con funestas noticias, fue una de las armas que
supo manejar con mayor destreza el dictador. La escuela de don Pedro el Cruel31 en pleno
siglo XX. Cuentan que cuando el coronel Corzantes, director de la Penitenciaria, visitaba
los callejones, acompañado de un grupo de militares, sargentos y soldados decía,
dirigiéndose a alguno de los cautivos y señalándolos con el dedo:
-Y éstos, ¿todavía no los han fusilado? Andá, vos sargento, averiguá si ya vino la orden
y si la escolta está preparada.
El sargento terciaba el arma, golpeaba la culata con la palma de la mano, daba media
vuelta y se iba a todo correr. El recluso o los reclusos señalados, quedaban perplejos,
estupefactos, paralizados de terror. Algunos, los más débiles, se desmayaban. El sargento
no volvía con la noticia y el director se retiraba, dejándolos a todos sumidos en el más
espantoso de los asombros. Cada quien esperaba ser fusilado de un momento a otro. La
noche de ese día, ya se puede imaginar como la pasaban aquellos infelices.
Cosa muy parecida vi suceder entre el auditor de guerra y muchos compañeros de
prisión. Cuando este funcionario, seguramente recibiendo ordenes del dictador, disponía
hacer una visita a los presos sumariados que estaban bajo su jurisdicción, en los callejones
de la Penitenciaría Central, se nos mandaba a formar y, birrete en mano, esperábamos su
visita. Llegaba acompañado de su secretario, del alcaide y de algunos otros agregados. A
cada uno iba preguntando el tiempo de su prisión. Recuerdo que una vez, en una de sus
visitas fue preguntando a cada uno las causas de su prisión, sin preguntar el tiempo
padecido ni su situación. Cuando llegó a los últimos tres de la fila, que precisamente
estaban recién llegados a aquel lugar y sometidos a una depresión moral espantosa, les dijo:
-Ustedes están verdes, ni esperanzas de que sean libertados, vayan estudiando la forma
de no pudrirse en este recinto.
Ese día y el siguiente, no comieron aquellos desgraciados. Apenas podían sostenerse en
pie a causa de su laxitud física y moral provocada por semejante noticia. De nada valieron
nuestras frases de consuelo. Se creían perdidos. Sin embargo, fueron puestos en libertad a
los tres días.
Un súbdito español, asturiano de nacimiento, Laureano Menéndez Álvarez, era
compañero nuestro de prisión, encarcelado por sus ideas republicanas, fue puesto en
libertad al día siguiente de una visita del auditor. Había cumplido cuatro meses de prisión y,
durante ella, se intentó quemar su almacén de ropa que poseía en la 18 calle oriente, frente
a la estatua de Barrios. Esto prueba que para Ubico nada importaba encarcelar, torturar y
asesinar a súbditos de otras naciones. Esto prueba que desconocía el derecho de gentes y
que todo aquel que sustentase ideas antitotalitarias, era franco enemigo de su gobierno
despótico y cruel y que no reparaba en los medios con tal de aniquilar a sus enemigos. Si no
había respeto para el extranjero, ¿Cómo lo iba a haber para el guatemalteco? Todos vivimos
bajo la amenaza de la espada de Damocles…
Recuerdo, con horror, las inyecciones que les aplicaban a los reclusos para
enloquecerlos o para hacer que declarasen lo que los jueces querían. Aún existen muchos
de ellos que perdieron para siempre la razón y cuando ya no se les pudo tener en el
presidio, fueron remitidos al manicomio definitivamente.
Recuerdo el procedimiento empleado por los jefes, encargados y enfermeros del
hospital y del botiquín. Si alguien se enfermaba y se sabía que era poseedor de dinero –uno,
dos dólares o más-, se le aplicaba una inyección especial, un calmante, moría a las pocas
horas y el dinero se repartía a prorrata entre los autores de este asesinato anónimo. ¡Nadie
sabe si ya hoy esas criminales prácticas hayan desaparecido!
Recuerdo la cobardía de muchos compañeros que el 10 de noviembre, cumpleaños del
dictador, tenían el valor singular de dirigir mensajes de felicitación a aquél mismo que los
tenia encarcelados. Cuando yo vi esta maniobra, pensé que sería una forma de burlarse del
dictador –porque, en realidad, tal actitud solo puede tomarse como una burla por una
persona sensata y digna-; pero pronto me convencí de que lo hacían sinceramente.
¿Cobardía? ¿Bajeza moral? ¿Degeneración? ¿Vileza? ¿Corrupción? ¿Qué era lo que movía
a aquellos miserables? ¿Adulación todavía en aquel lugar? ¿Deseo de mover a compasión
al déspota? Hoy que han pasado los años, aún no alcanzo a explicarme la actitud de
aquellos hombres. Quizá obraron bajo el influjo de potencias extrañas.
ERAÍN DE LOS RIOS 186
Ombres contra Hombres
CAPITULO XV
EVOCACIONES
Dicen los psiquiatras, y los tratadistas de derecho penal y medicina legal confirman la
opinión de aquellos, que una emoción demasiado fuerte, es capaz de matar a determinados
individuos. La reacción que en cada uno se produce es diferente, según su temperamento.
En algunos causa una depresión moral profunda y en otros una exaltación nerviosa que
puede ser de peligro, cuando quien ha causado la emoción es otra persona. Me contaba un
jurisconsulto que un colega suyo, defensor de un procesado, fue agredido por éste cuando le
transmitió la noticia de su liberación. Se le echó al cuello y lo estranguló. Otros, al recibir
una noticia, de alegría o de pesar, se han vuelto locos. Yo vi como reaccionaban muchos
compañeros cuando llegaba para ellos el instante de la liberación, por un tiempo más o
menos largo intensamente esperado. Y esta emoción es tanto más intensa, cuanto que el
condenado no tiene el ánimo preparado para tal sorpresa. Todos dan muestras de
exaltación, conforme su temperamento y su sensibilidad. Una tarde, en el interior de una
celda, nos habíamos reunido alrededor de doce compañeros; yo les contaba una anécdota
que acababa de leer y en el momento que todos prestaban atención al relato, sonó la fuerte
voz del inspector:
-¡A formar todos y a vestirse de particular los que vaya llamando!
Quedó trunco mi relato, hasta hoy. Casi todos los que estaban conmigo en la celda se
fueron libres. Uno de ellos, el más alto, al que llamábamos el encargado de limpiar la luna,
no podía vestirse por el temblor de cuerpo; otro cayó desplomado; otro rompió todos sus
trastos; otros quedaron mudos de asombro, ni siquiera pudieron despedirse de sus
compañeros que se quedaban, pero todos se fueron, empujados por su suerte, hacia la
libertad, el anhelado bien que solo se comprende en toda su magnitud cuando se ha perdido.
Puedo decir que algunos reclusos son sublimes o ridículos en el momento solemne de
recuperar su libertad. José Rodríguez Medina, a quien ya me referí en otra parte de estas
páginas, fue de los primeros: gravemente enfermo y conducido en camilla, tuvo frases
causticas para el dictador, ante el asombro de toda la oficialidad del presidio. Miguel Ángel
Guzmán, un nicaragüense, librero, a quien la policía le incautó unos libros de tendencias
comunistas y fue condenado a cinco años de prisión, libertándosele a los cuatro meses, fue
mucho más allá de toda cobardía. A la hora en que regresan los trabajadores, llegó el
inspector del presidio a notificarle que arreglara sus cosas porque al día siguiente se iría
libre. Fue abordado en un extremo de la pila del segundo callejón. Inmediatamente se
arrodilló entre las mojadas piedras de la orilla y juntando las manos, como en un gesto de
imploración a la Divinidad, dijo:
-¡Qué lindo es el general Ubico, pues ya me dio mi libertad! ¡Dios lo bendiga y lo
mantenga siempre en el poder! ¡Qué lindo es el general Ubico!
Esto lo presenciamos más de veinte espectadores. La reacción producida en este sujeto
le llevó más allá de los límites de la ridiculez. ¡Qué diferencia de hombre a hombre! Los
ERAÍN DE LOS RIOS 187
Ombres contra Hombres
La prisión modifica las costumbres; ya lo dije en otra parte. Y los hábitos que en ella se
adquieren, pueden olvidarse o mantenerse a voluntad, según la predisposición y la fuerza
moral del individuo. Entre mil, voy a señalar un caso. Cuando dos o más personas se
encuentran en la calle, en el teatro, en el salón o en cualquier otra parte y una de ella brinda
un cigarrillo a las demás, quien enciende el fosforo, prende su cigarrillo el último después
de brindar fuego a los demás. Esta costumbre es muy generalizada en el mundo de los
libres. En el presidio se acostumbra a la inversa. Quien enciende el fósforo, prende él
primero y la brasa de su propio cigarrillo la ofrece a los demás.32La razón es sencilla: un
fósforo tiene un gran valor en el penal y una importancia trascendente, no solo por su
escasez, sino por la dificultad de adquirirlo. Un fósforo que una traidora racha de viento
apaga, antes de producir el efecto para que fue encendido, produce una gran contrariedad en
el recluso. De ahí que prefiera aprovechar el breve instante que dura la llama del azufre
encendiendo su propio cigarrillo, que perder dos o tres palillos por ser atento y cortés con
los demás. Nadie extraña esta singularidad, a no ser los recién llegados que todavía no
comprenden las razones del presidiario experimentado. Un cigarrillo y un fósforo tienen
una gran importancia para el cautivo. Arrastrado por la necesidad, inventé la forma de hacer
de un fósforo dos. Habiendo adquirido práctica, logré obtener hasta cuatro astillas de un
solo fósforo. Provisto de un clavo, en forma de hacha y pacientemente desbastado sobre
una piedra, hasta adquirir filo, pude con él dividir un fosforo y sacar hasta cuatro astillas
que encendía con suma habilidad. Así comprendí mejor el aforismo que asegura ser la
necesidad la madre de todas las invenciones. Pronto olvidé la costumbre de rajar fósforos,
pero conservo, como un recuerdo, el clavo que utilizaba para aquel inolvidable menester.
Este clavo logré salvarlo cien veces de las requisas a que se nos sometía. Tiene para mi el
prestigio de un instrumento legendario. Es todo un símbolo. Representa un largo periodo de
dolor y de miseria y materializa el más amargo de mis recuerdos…
Cuando se incendió el cuartel llamado la Guardia de Honor, hecho que nosotros
ignoramos por estar encerrados, se nos prohibió poseer fósforos y cigarrillos y todas las
32
Es reflejo de un principio básico de económica, el manejo de la escasez. En la cárcel los recursos son
escasos, su valor es alto. Un fosforo, un cigarrillo, son escasos, por tanto, al igual que los diamantes su valor
es alto porque no abundan y cuesta trabajo obtenerlos.
ERAÍN DE LOS RIOS 188
Ombres contra Hombres
tardes, antes del encierro, éramos sometidos a una minuciosa requisa, tanto personal, como
de nuestra bartolina. Todo era removido, la ropa de cama y cualquier rincón donde
pudiésemos ocultar los objetos prohibidos, temerosos, sin duda de que pudiésemos
incendiar las celdas formadas por paredes de ladrillo de más de un metro de espesor. Quizá
en ninguna cárcel del mundo se adoptan medidas iguales a las que se toman en la
Penitenciaría de Guatemala. Cierta vez un recluso al comer una fruta conocida con el
nombre de jocote o jobo, tragó descuidadamente la pepita y estuvo a punto de ahogarse. De
ello se dio cuenta el encargado y dio parte. Al día siguiente era terminantemente prohibida
la entrada de frutas a los reclusos. ¿Habráse visto en otra parte medida semejante? ¿Habrá
alguna similitud, pongamos por ejemplo, entre una naranja y un jocote? Sin embargo, así
pensaban los jefes de aquel Centro, así era su mentalidad. Un día me fue quitada una jarrilla
de hojalata, por precaución –se me dijo- de que, arrancándole el asa u oreja, pudiese hacer
con ella un instrumento cortante y degollarme o darla a alguno de los compañeros para que
se degollase. Así nos fue incautado todo instrumento del que se pudiese sacar otro que
involucrase peligro: una cuchara, un plato, un pocillo, podían proporcionarnos un
instrumento cortante y cuando teníamos necesidad de hacer uso de estos utensilios, sobre
todo a la hora de las comidas, éramos estrechamente vigilados y obligados a entregarlos al
encargado después que nos hubiesen servido.
En los primeros días de reclusión, en que permanecíamos totalmente incomunicados, y
con centinela de vista, teníamos forzosamente que ir a los inodoros, seguidos por un
soldado con el arma cargada y la bayoneta calada, cuya punta distaba pocos centímetros de
nuestro cuerpo. Cierta vez, el propio encargado le dijo a un soldado, cuya actitud agresiva
impedía al recluso sentarse en el inodoro:
-Ve vos, soldado, tené cuidado, hombre, deja siquiera que el señor se siente, no vaya a
ser el diablo que se te vaya el tiro. Dejá de apuntarle siquiera mientras hace su necesidad.
Ya mero lo puyas con la bayoneta.
Estando encerrados, durante las horas de la noche, venían a relevar al centinela cada dos
horas y el que llegaba quería cerciorarse si el preso estaba adentro. Golpeaba la puerta con
la culata del fusil y solo quedaba convencido hasta que el recluso le contestaba. Es decir, el
sueño del condenado era bruscamente interrumpido cada dos horas. El centinela de relevo y
los rondines que hacen el recorrido cada hora, impedían el sueño del cautivo durante toda la
noche. Si casualmente estornudaba, el centinela le gritaba: -¡Callatos! –y golpeaba la puerta
con el fusil. Era prohibido toser, estornudar, quejarse…
CAPITULO XVI
LOS MALEFICIOS
en el espacio y gustan de presentarse a todo momento para llevar a los vivos la convicción
de su invisible presencia. Se siente materialmente que alguien toca, mueve cambia, agita y
modifica las cosas. Una especie de torpeza invade al cautivo. Sus movimientos carecen de
soltura, pierde la agilidad y su memoria empieza a atrofiarse. Olvida hasta el nombre de las
cosas más sencillas y, con el tiempo, su conversación adquiere un sello particular. Sus
relatos pierden poco a poco la coherencia, no encuentra la palabra adecuada para interpretar
su pensamiento, designa las cosas conocidas con nombres diferentes y concluye por hacer
uso de la mímica para expresarse. El ademán es más elocuente en él que la palabra. Sus
facultades van atrofiándose poco a poco. No cabe duda que los que ordenan esta clase de
encarcelamientos conocen los resultados que producen en el cautivo y por ello, si el
encarcelado es de categoría intelectual, se usa con él de los mayores rigorismos a efecto de
anularle sus facultades pensantes. Se usa con él el verdadero sistema del terror, el más
efectivo, porque perturba la inteligencia del condenado, paraliza su acción y pulveriza su
resistencia.
Sentado en un banquillo yo caí al suelo varias veces sin saber por qué. La ley de
gravedad es burlada constantemente. Lo único que no sucede es que las cosas al caer tomen
para arriba; pero, en cambio, toman para un lado. Una cajilla de fósforos, por ejemplo, no
puede rodar. Sin embargo, al caer de un lugar determinado, no se la encuentra en el lugar en
que debe estar por razón natural, sino mucho más allá de donde ha caído. Todo cae, se
derrumba y se rompe, cualquiera sea el lugar en que se coloque. Cierta vez había yo pasado
horas tratando de confeccionar un plato de carne frita, que en el presidio denominan
hilachas o chicharrones; había puesto todo mi empeño en ello y cuando ya nos
disponíamos a disfrutar de un suculento almuerzo con un compañero, dio vuelta la sartén y
todo el contenido se derramó en el piso. Nos quedamos sin almorzar. El producto de dos
horas de pacientes esfuerzos destruido en un segundo.
En cierta ocasión, con los compañeros de celda Marco Antonio Cardona y Manuel
Carpio Rodríguez, dispusimos tomar una cena a las siete de la noche. Para el efecto yo
había adquirido un litro de leche; Cardona había aportado el pan dulce y Carpio era el
encargado de preparar el condumio. Levantóse a la hora convenida y encendió fuego
cautelosamente para evitar que fuésemos sorprendidos en labores culinarias. Casi una hora
le llevó el oficio y cuando iba a bajar la jarrilla en que había hervido la leche y nosotros nos
aprestábamos con nuestros pocillos y el pan, cayó la jarrilla sobre el fuego derramando la
mayor parte de su contenido. Carpio lanzó una blasfemia y con el resto de leche que quedó
en el fondo del recipiente, concluyó de apagar el fuego, arrojando de un puntapié el inútil
brasero. Todos nuestros preparativos habían sido en vano; nuestra cena proyectada de
muchos días antes había tenido un epilogo lastimoso. Aquella cena había sido para
conmemorar la navidad de 1938. Para el año nuevo que se avecinaba repetimos la
operación; Carpio ya no estaba y ahora nuestro compañero era Antonio Murga Ávila. Esa
noche tomamos chocolate y cuando las sirenas de las fábricas anunciaban la llegada del
nuevo año, nos abrazamos los tres con efusión, deseando el uno al otro ya no encontrarse el
ERAÍN DE LOS RIOS 190
Ombres contra Hombres
próximo año en el mismo lugar. Aquel deseo se cumplió en parte: Cardona y yo pasamos la
otra navidad libres. Murga salió después. Ahora es uno de los presentes invisibles, que diría
Víctor Hugo.
El extravío de objetos es una cosa constante en el penal; no porque alguien los
sustraiga, sino porque, puede decirse, cambian solos de lugar. Con fundamento puede
afirmarse que rondan por todos los rincones, espíritus burlones que gustan de atormentar a
los vivos y de mofarse de su incredulidad. Los seres y las cosas están rodeados de una
atmosfera de maleficios que mueve francamente a la más profunda reflexión.
Todo accidente obedece a una ley física natural. Ningún efecto se produce sin causa.
Esta es ley eterna. Pero en la cárcel se duda de todas las leyes, hasta de las que dicta la
naturaleza. Cuando es imposible descubrir la causa de un fenómeno cualquiera, empezamos
a calificarlo de misterio, milagro o maleficio. Como quiera que sea, yo vi estas cosas; no
pude explicármelas y las cuento como sucedieron.
CAPITULO XVII
COMO ES “TATA DIOS”
Roberto Isaac, conocido con el mote de Tata Dios, no solo dentro del presidio, sino
fuera de él, y rodeado de una leyenda de criminalidad, no es un hombre malo. Lo juzgo, no
como el psiquiatra o el alienista, como el médico o el legislador; como el criminalista o el
sacerdote; le juzgo como el escritor autodidacto que tuvo la ocasión de alternar durante
muchos años con el delincuente más famoso de Guatemala. Roberto Isaac tiene el alma de
un niño. Sus conocimientos son rudimentarios, quizá porque los larguísimos años que lleva
de reclusión no le han permitido ilustrarse. Lee los periódicos allá de tarde en tarde. Jamás
se le ve en posesión de un libro. En cambio, el hueso y el cacho se ablandan entre sus
manos. Con el hueso fabrica juegos de dominó de todos tamaños, limpiauñas y
limpiadientes de las formas más caprichosas y variadas; agujas para crochet; preciosos
crucifijos y artísticos juegos de ajedrez. Talla mujeres desnudas. Un día talló la Venus de
Milo y otro, la Virgen de Guadalupe, de quien es fervoroso devoto. Fabríca también
estatuillas pornográficas y tiene la rara habilidad de montar en el interior de una bombilla
eléctrica, todo un calvario completo, con centuriones, martillos, clavos, escaleras, lanzas y,
en medio, Cristo crucificado. En el presidio él solo posee el secreto de este montaje. A
nadie da la más sencilla explicación sobre este curioso trabajo y al ser preguntado se
enfurece. Cundo trabaja en uno de estos calvarios y es el momento de introducir los objetos
en la bombilla, se encierra en su bartolina para que nadie lo vea. Al estar terminado, sale a
la puerta amostrar su trabajo. Corren los curiosos a admirarla obra. Un día yo corrí entre
ellos, pero cometí la imprudencia de preguntarle como hacía para introducir el calvario por
la reducida abertura de la bombilla. Había olvidado la religiosidad de su secreto. Me miró
fría, dura, hostil, indignada, rencorosamente. Huí del grupo. Tres días no me habló.
Después me reprochó la indiscreción y volvió a dispensarme su amistosa franqueza.
ERAÍN DE LOS RIOS 191
Ombres contra Hombres
Con el cuerno de los bueyes fabrica preciosos floreros y resistentes bastones con alma
de hierro. Todo cuidadosamente pulido. Las hebillas para cinchos son verdaderamente
artísticas salidas de sus manos, pero es una industria a la que presta escasa preferencia. La
dirección del centro ha ordenado que se le permita la entrada de las materias primas para
su industria, tales como huesos frescos de res y posee un cajón donde guarda sus
herramientas, el cual le es recogido a las cuatro de la tarde y entregado a las seis de la
mañana. Vive aislado en su misma bartolina y tiene cocina propia en un ángulo del segundo
callejón, cuyo patio es de forma triangular. Posiblemente las autoridades han preferido
mantenerlo aislado con el fin de que conserve el primitivismo de sus sentimientos y no
sufran transformación en su trato frecuente con los hombres. Esta medida obedece al
deliberado propósito de que, poseyendo un alma primitiva, sin evolución y sin roce, su
voluntad debilitada, obedezca fácilmente al mandato de los jefes y pueda ser
provechosamente utilizado como verdugo de los demás.
Roberto Isaac Barillas, el decano de los reclusos en la Penitenciaría Central, conocido con el
sobrenombre de Tata Dios, a causa de sus numerosos crímenes. Este era el hombre escogido por los
ombres para martirizar a los hombres. La historia de su vida y de sus hechos no cabria en el espacio de
estas páginas.
Sobre sus crímenes guarda una reserva absoluta. Se niega a hablar y cuando alguien
torpemente pretende inquirir sobre ellos, se enfurece y su rostro sufre una transformación
que espanta. Solo la intimidad de varios años de convivencia puede hacer que Tata Dios se
ERAÍN DE LOS RIOS 192
Ombres contra Hombres
prodigue. Pasa la mayor parte del día, junto a su banco de trabajo, haciendo objetos de
hueso y cacho que constituyen su principal industria. Su puesto diría que es un
observatorio. Desde allí, con una rápida mirada, abarca todo el panorama del triángulo;
observa los movimientos de los demás presidiarios y cuando parece algún nuevo o recién
llegado al primer callejón, que forzosamente tiene que pasar, ya sea a los inodoros o la pila
del segundo, Tata Dios desde su rincón, le hace un análisis psicológico que siempre es
acertado y efectivo. Recuerdo que cuando vio por primera vez a Julio Machado, me dijo
confidencialmente:
-Ve vos, Efraín, se me figura que ese es mal hombre. Vele los ojos y la nariz, es la
fisonomía de la gente mala. Parece que ha sido policía.
Roberto Isaac no se equivocó en el análisis. Machado envenenó el ambiente. Queda
pintado ya en otro lugar de estas páginas. Y así, con un simple golpe de vista, Tata Dios
conoce a los hombres de lejos. Tiene un oído finísimo y adivina lo que los otros hablan por
el simple movimiento de la boca. Cuando bebe aguardiente se despiertan en él los instintos
criminales. Es el caso típico de la criminalidad producida por el alcoholismo. El mismo lo
sabe perfectamente.
Un día aburrido de la charla insulsa de los compañeros, cuya estupidez crecía a medida
que aumentaba el tiempo de su prisión, decidí buscar a Tata Dios, para fumar un cigarrillo
en amena charla. Lo encontré sonriente.
-Figuráte, vos –me dijo-, les estaba yo diciendo a los muchachos que cuando salga, ya
no voy a beber guaro.
-Y ¿Por qué, don Beto? –inquirí-.
-Porque soy muy bruto –me respondió-. Figuráte que cuando ya tengo dos o tres copas
en el estomago, luego me entran ganas de volarle la cabeza a un desgraciado. Por eso digo
yo que el guaro no es bueno para mí.
Le miré asombrado. Su rostro aparentaba serenidad. Su voz y su risa tenían el tono de la
franqueza. Sus últimas frases habían pintado al hombre. Fueron para mí como una razón
definitiva; la revelación de su enmarañada selva interior; así como fueron para los
historiadores de la antigüedad, las palabras de Julio César al atravesar un pequeño poblado
del imperio romano: Preferiría ser el primero en este pueblo y no el segundo en Roma. La
mayor parte de su vida la ha pasado Tata Dios en el presidio. Cuenta de su evasión antes
del unionismo y de su retorno por aquellos días. Desde entonces no ha visto la calle. Lleva
más de veinticinco años de perpetua reclusión. Presiente las transformaciones que se ha
operado en la ciudad. Tiene la intuición perfectamente desarrollada. Una simple mirada le
basta para acertar en el análisis. Posee la sensibilidad de los presos viejos, como el mismo
dice. Es amable y servicial en los primeros tratos; para agasajar a los recién llegados ofrece
todo lo que tiene al alcance, pero antes a calculado sacar de ello un interés quintuplicado.
Cobra por el préstamo de cualquiera de sus herramientas; “aunque sea un cigarrillo de
interes” –dice- “pero la cuestión es obtener algún provecho, porque yo ya soy preso viejo”.
Tata Dios es pederasta. Cuando tenía mando en el callejón y se le permitía salir por las
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Ombres contra Hombres
tardes al patio general, escogía para pasadores de su sector a los presidiarios más jóvenes y
simpáticos, con perfiles de femineidad y pedía a los sargentos de semana o jefes de servicio
que se los remitiesen a servir a su departamento. Estos muchachos, posiblemente ya
propensos a la perversión, se prestaban, por gusto o por fuerza, a satisfacer los deseos
lúbricos de Tata Dios. Yo ignoraba y no quería creer que existiesen hombres que hiciesen
las veces de mujeres en las relaciones sexuales. Sabía de la existencia de andróginos; de
prácticas homosexuales en los internados; de muchos actos repugnantes; pero no había
tenido ocasión de conocer de cerca a uno de los protagonistas. Las prácticas de inversiones
sexuales son frecuentes en el presidio. Yo conocí al hombre y a la mujer, que llegaron
castigados a mi departamento, por el delito de escandalizar con sus manifestaciones
eróticas; su vicio impúdico ya no lo ocultaban y cuando los vigilantes perdían la paciencia
o los efebos que hacían de mujer no se prestaban a sus caprichos, las parejas eran remitidas
por castigo al callejón de los políticos. Yo traté de cerca a estos seres anormales llamados
huecos en el argot penitenciario y pude constatar el complejo extraño de su naturaleza. Tata
Dios sentía una incontenible inclinación hacia estos seres que tanto abundan en el interior
de la penitenciaria. Las autoridades saben esto perfectamente; pero no adoptan ninguna
medida para evitar la corrupción. Lejos de ello, su tolerancia o indiferencia, son como un
fomento y una complicidad.
33
Vergacear: azotar con verga.
34
Tacuacines: nombre que en el argot penitenciario se da a los ladrones de poca monta y que únicamente
llegan presos por pocos días. Entre estos ladronzuelos existe una solidaridad y un espíritu de ayuda mutua
verdaderamente admirables. La discreción, la lealtad y la sinceridad existentes entre los tacuacines son
reconocidas y envidiadas por muchos políticos.
ERAÍN DE LOS RIOS 194
Ombres contra Hombres
de dos o tres reclusos voluntarios para pulir el hueso y el cacho y a quienes paga unos
pocos centavos por sus servicios. Le gustan los juegos de azar y, siempre que hay ocasión,
se burla de las prohibiciones reglamentarias. Casi siempre gana: posee el secreto de no
perder. Una vez dio un bofetón a un compañero por una ligera contradicción. Al escándalo
llegaron dos oficiales de la guarnición, pistola en mano, inquiriendo si había habido
derramamiento de sangre, pues tenían la consigna de ultimar a Tata Dios la próxima vez
que derramase una sola gota. La orden –decían- había sido dada personalmente por el
dictador.
Corría el rumor de que en cierta época y a determinadas horas de la noche, Tata Dios
era sacado de la penitenciaria para que fuera a cometer homicidios ordenados por el
presidente. Este rumor llegó hasta la calle. Jamás se supo la verdad. En todo caso, falso o
cierto el rumor, ha quedado en el misterio…
Su vida está llena de escabrosidades. Una sinuosa línea es su pasado. Varias veces
encarcelado durante su juventud, logró fugarse en cierta ocasión y emigró a México. En
aquel país corrió las más extrañas aventuras, las cuales gusta de referir a sus oyentes con
lujo de detalles. Estuvo al servicio de varios generales revolucionarios y vio matar hombres
a granel. Tata Dios no pudo enseñar nada de su arte; pero, eso sí, aprendió algo de lo
mucho que todavía ignoraba. Muchos le superaban en destreza para el manejo del puñal.
Estaba alistándose para una expedición a Cuba, cuando tuvo conocimiento del movimiento
unionista que derribó la tiranía de Estrada Cabrera. Entonces dispuso regresar para
vengarse de los enemigos que había dejado. Cuando volvió todavía estaban en plena
revuelta35. Llegando a su casa, solo empleó el tiempo necesario para abrazar a su madre y,
después de tomar una taza de café, salió en busca de sus enemigos Halló al primero en su
propio domicilio. Al ver a Tata Dios, quiso hacerle zalamerías, pero este, categóricamente,
le manifestó que iba amatarlo. No valieron suplicas ni humillaciones. Tata Dios le clavó el
puñal en medio de la frente y, como al atravesar el cráneo la hoja del cuchillo se introdujo
en el tabique, Tata Dios puso la rodilla en el pecho de su víctima para extraer el arma.
Corrió en busca de otro enemigo. Este, al percatarse de las intenciones de Tata Dios, huyó
precipitadamente; entonces sacó el revólver y alojó una bala en la espalda del prófugo, en el
momento que doblaba una esquina. Alguien le reconoció, dio la voz de alarma, la multitud
se arremolinó en la vía pública y persiguió al asesino con el propósito de lincharlo. Había
sido descubierto. Tata Dios huyó, pero al verse perseguido muy de cerca por una multitud
furiosa que pedía su cabeza, precipitadamente decidió refugiarse en el portón de la
Penitenciaria, en cuyos alrededores habían tenido lugar los hechos. La guarnición le atrapó,
y le defendió de las iras de la muchedumbre persecutora. Habían salvado a un perseguido y
capturado a un delincuente, años atrás evadido del mismo recinto. Solo la fatalidad pudo
haber hecho que un suceso extraño empujase en busca de la prisión a aquel que había huido
35
Se refiere a la revuelta que derivó del derrocamiento de Estrada Cabrera del 9 al 16 de abril de 1920,
conocida como la semana trágica. Estos hechos históricos se narran por el escritor Rafael Arévalo Martínez en
su libro Ecce Pericles, publicado en 1945.
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Ombres contra Hombres
de ella. El mismo se entregó. Desde entonces, ha transcurrido un cuarto de siglo, sin que
por aquel portón haya salido el hombre que un día de abril de 1920 entró corriendo para
librarse de las furias populares. Todos los hombres tienen su destino y el de éste, se está
cumpliendo, lenta, segura, inexorablemente.
Este infatigable trabajador del hueso y del cacho, a quien todos los reclusos, por
diversas razones, rinden singular acatamiento y obediencia, tiene un capital acumulado no
menor de tres mil dólares y los cuales no le han sido incautados por más requisas que se
han practicado en su bartolina. Tiene una virtud: es un hijo excesivamente cariñoso. Habla
de su madre con una ternura honda, con un amor intenso, con una devoción asombrosa.
Ello me hace pensar, como leí alguna vez en las muchas biografías que en mis manos
cayeron, que en el fondo de los grandes criminales se esconde generalmente un santo, así
como en muchas ocasiones, de los grandes cobardes van saliendo los héroes.
La prisión no ha servido para corregir los yerros de Tata Dios. De hombre se ha
convertido en un instrumento de los ombres. Su fuerza física es aprovechada para martirizar
a los otros reclusos. Pertenece a la categoría de los irresponsables. La perversidad de los
ombres ha sido la causa de que se atribuya a Tata Dios esa leyenda de criminalidad que le
circunda. En el fondo, ya lo dije, es un hombre bueno. Solo el alcohol trastorna sus
sentimientos y la prisión, en vez de mejorarle, le ha insuflado toda clase de perversidades.
Es, como si dijéramos, intransformable carne de presidio, yo lo coloco en el plano de los
eternos irredentos, de aquellos desahuciados para quienes no existe remedio alguno; le
coloco en el plano de los casos perdidos, misericordiosa, pero implacable y justicieramente.
CAPITULO XVIII
LA BENDICIÓN DEL CABALLO BLANCO
pasa un desagüe que conduce las aguas negras del penal y desemboca en el sector conocido
con el nombre de la barranquilla. Este desagüe esta cubierto por la quinta hilera de piedras
contada de cualquier extremo y despide, a ciertas horas el día, emanaciones insoportables,
de nauseabundo olor, capaces de enfermar a cualquiera. Por la juntura abierta de las piedras
salen estas emanaciones y el Director anterior a Corzantes, mandó cerrar estos intersticios
con mezcla. Sabedor un día Corzantes de la existencia de tal desagüe y del mal olor que
producía a los políticos respirar aquella atmósfera letal, mandó abrir las junturas de las
piedras para que los olores continuasen derramándose. Cada vez que hacia un mal,
experimentaba una gran satisfacción. Sobre su escritorio mantenía Las Prisiones de
Guayanas, crónicas de Alberto Londres y libro que leía con suma atención, pensando, sin
duda, implantaren la Penitenciaría de Guatemala, los mismos procedimientos de crueldad
empleados con los cautivos en aquellas regiones malditas.
Cuando se supo que el caballo blanco había derribado a Corzantes y que éste se había
roto una pierna, se dispuso, entre todos los reclusos, hacer un espontaneo homenaje al bruto
que había sabido interpretar los deseos de los hombres. Preparóse un acto sencillo, pero
impresionante. Todos los presos guardarían un momento de respetuoso silencio y orarían,
bendiciendo al caballo tordillo que arrojó a Corzantes. Entre los más listos del presidio se
confeccionó inmediatamente un caballo, cubierto con una sábana y a él se prodigaron las
bendiciones, como una imagen del autentico. Fueronle encendidas varias velas a la efigie
caballuna y rindiéronsele toda clase de homenajes. Tata Dios fue uno de los principales
iniciadores de la ceremonia y ofició de sacerdote. Aquel día, en el presidio, se rindió culto
al bruto blanco que botó a Corzantes… el negro. Hombres de todas las creencias religiosas
tomaron parte en la ceremonia. Había que bendecir al animal que había golpeado al que
llevaba su lomo; como se bendice y se alaba cualquier circunstancia que favorece nuestros
proyectos y contribuye a realizar nuestros anhelos.
El fetichismo, la superstición y toda una larga serie de erróneas creencias, tiene su
principal asiento en el presidio. Cuando se quiere que alguien que ya se ha ido libre, retorne
a la cárcel, pintan en la pared la figura de un demonio y le dan de azotes, al mismo tiempo
que pronuncian una oración que nunca pude oír completamente y menos retener en la
memoria. Esta práctica es muy generalizada entre los presos por delitos comunes. También
se acostumbra encender un puro, a las tres de la tarde y, a cada chupada, llamar al ausente.
Señalan esta hora –dicen-, por ser la misma en que murió Cristo y que es la más a propósito
para realización de los milagros.
El incrédulo adquiere en la cárcel principios de religiosidad y acaba siendo un creyente
fervoroso. El religioso que da en la cárcel, fácilmente se convierte en fanático y
supersticioso o concluye por ser un descreído literal.
Yo conocí a un exjefe de la policía de investigación que siendo un indiferente en
materia religiosa, cuando perdió el cargo y fue encarcelado, se convirtió en un devoto
recalcitrante del Niño Dios, a quien todos los días, a la misma hora, encendía una vela.
Quizá sus remordimientos indujerónle a buscar el consuelo de la Divinidad. En el silencio
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Ombres contra Hombres
CAPITULO XIX
POSTALES CARCELARIAS
Van saltando los recuerdos en el cerebro del hombre. En este reducido espacio que
constituyen los callejones primero y segundo de la Penitenciaría Central, se han
desarrollado numerosos dramas. ¡Cuántos hombres han pasado por ellos desde el siglo
pasado hasta los días presentes! Si pudiese haber un historiador que hubiese visto esos
dramas y pudiera contarlos a la posteridad, ¡qué de cosas nos dijera! ¡Cuántos horrores nos
describiría! ¡La muerte presente en sus diversas formas! Los ombres matando a los
hombres por la razón de la sinrazón. ¡Y todos estos crímenes cometidos en un país no
conquistado, en tiempos de paz y de concordia continental…! Los crímenes del
nazifascismo, sino se justifican, tienen, cuando menos, una explicación ante la conciencia
universal; esos mismos crímenes cometidos en un país como mi patria, in motivo ni razón y
el motivo que tuvo el déspota para ordenarlos, no se justifican, no se explican ni se
comprenderán nunca. El asesinato, la persecución, el encarcelamiento, el destierro, la
vigilancia constante ejercida sobre pacíficos ciudadanos, todo ello tiene su explicación,
cuando hay de por medio poderosas razones de estado, para conservar el orden y garantizar
la paz. Mas en un pueblo pacífico, ordenado y laborioso como el de Guatemala, aquellas
prácticas despóticas tienen que merecer la más acre condenación universal. Sometidos los
prisioneros políticos de la Penitenciaría central a los vejámenes más inauditos y a los
atropellos más insaciables, las páginas de un libro no serian suficientes para relatarlos. He
querido captar en estas páginas algunos de aquellos martirios para contarlos al mundo, con
quien estoy obligado por una razón natural de sentimiento y de vocación. Recojo entre la
balumba de mis recuerdos algunas viejas postales desvaídas y las presento al lector con la
misma rapidez de una cinta cinematográfica. Son ya las últimas escenas de este drama de
dolor, de tristeza y de amargura.
………………………………………………………………………………………………
ERAÍN DE LOS RIOS 198
Ombres contra Hombres
Estamos en pleno Jueves Santo. Los presos del patio general organizan una
procesión que recorrerá los patios. En una galera sencilla en donde existe una barbería, se
ha improvisado un altar. Todo ha sido preparado igual que si fuese una procesión que habrá
de recorrer las calles. Los reclusos llevan en hombros una imagen de Cristo vistiendo la
clásica túnica morada y llevando la gruesa Cruz a cuestas, con la corona de espinas
oprimiendo aquella frente inmaculada. El director decide sacar un momento a los políticos
para que vean la procesión. Se nos notifica la orden y nos aprestamos a salir. Somos
conducidos en medio de una fila de vigilantes y se nos lleva a un sitio llamado en el interior
del presidio El carrousel. Llegamos al pie de un árbol y nos sentamos en unos banquillos
que le rodean. Para llegar a este lugar hay varias entradas en medio de pequeños arriates, en
las que se colocan dos y hasta tres centinelas para impedir que cualquier otro recluso, que
no sea político pueda entrar al lugar. Estamos casi rodeados de cuidadores. Todos los
presos comunes nos miran con asombro. Pasan lejos de nosotros. Entre ellos hay muchos
conocidos y hasta amigos que no se atreven a saludarnos. , por temor a las represalias.
Somos estrechamente vigilados. Cuando alguien, demasiado valiente, desea obsequiarnos
cualquier cosa, tiene que pedir permiso al inspector y entregar el obsequio al encargado,
quien lo trae hasta nosotros. Esto, cundo el permiso le ha sido concedido y se ha atrevido a
solicitarlo. Uno de los presos más audaces e incorregible que varias veces había sido
llevado a nuestro departamento castigado y que había concluido por hacer amistad con
nosotros, un Viernes Santo nos envió un azafate con pasteles, refrescos y cigarrillos. Los
guardias no permitieron al conductor que entrara; entonces el oferente corrió a la
inspección y solicitó el permiso respectivo. El mismo llegó con el obsequio y o distribuyó a
su manera. Su actitud fue para muchos de nosotros verdaderamente conmovedora. Puedo
decir que fue el más atrevido de los reclusos, porque mientras la gran mayoría de sus
compañeros huían de nosotros, él se nos acercó llevándonos lo único que podía ofrecer.
Aquel recluso no se ha desvanecido en mis recuerdos. Se llamaba Manuel Ayala Romero y
en el presidio se le conocía con el mote de Chepiona. Fue quizá el cautivo que más violó el
reglamento. Se le tenía por incorregible. Había perdido la conducta que equivale a la cuarta
parte del tiempo de la condena y hasta se le había impuesto retención, que equivale a otra
cuarta parte. Cuando estaba castigado y tenía necesidad de escribirse con algún compañero
del patio, yole hacia sus mensajes y así conocía algunos de los términos que usa el hampa
para entenderse. Vagamente recuerdo un mensaje que me dictó: Te remito –decía- varios
mapines para que se los entregues a Cucharita, del producto me mandas venenos y te
ruego abanderarme a Raúl. Yo no entendía los términos; él me los explicó: Mapin
llamaban al pan; Cucharita era el mote de un cocinero; venenos eran los cigarrillos y
abanderar quería decir: seguir, observar, vigilar a alguien. Raúl era uno de tantos
homosexuales, a quien Chepiona llamaba mi mujer y cuando salía libre, Chepiona se
desesperaba en la prisión. Pero Raúl tenía el cuidado de volver a los pocos días. Cometía
cualquier fechoría y la policía se encargaba de lo demás. Las relaciones amorosas de estos
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Ombres contra Hombres
-Este golpe es mio, vos Grijalva, porque rompió. Este otro también. Ustedes no
saben pegar. ¿No ves que el chicotazo es mejor cuando revienta y no cuando deja la sangre
agrumada? Todavía son muy majes.36
Al día siguiente Tata Dios pasó por una de las bartolinas entreabiertas, donde yacían
tirados boca abajo los castigados el día anterior. Le dijo a uno:
-Y deay, vos, ¿qué te pasó? ¿Qué hiciste? ¿Por qué te pegaron? ¡Pobrecito! Te voy a
traer un tu pan y unos tus cigarros.
¡Qué sadismo! ¡Qué barbaridad!
Muchos incidentes de esta clase se escapan a la persecución del recuerdo; escenas
que lentamente van difuminándose por la acción del tiempo, bálsamo cicatrizador aun de
las heridas más profundas. Ha pasado el dolor; la llaga ha dejado de supurar; pero la huella,
la cicatriz, son imborrables…
………………………………………………………………………………………………...
CAPITULO XX
EL ASESINATO DE SANCHEZ BATTEN
El capitulo seis de esta parte, dibuja borrosamente a este compañero inolvidable. Tan
pronto como fuimos sentenciados por la Auditoria de Guerra, se nos trasladó a las cuadras
que constituyen el segundo callejón, sitio asignado en el centro penitenciario para los
políticos sentenciados. Quedó solamente ocupando la bartolina N° 4 del primero, el
infortunado compañero José Luis Sánchez Batten. Al verse privado de nuestra compañía,
en la soledad de aquel funesto lugar, ha de haberse sentido triste. Pocos días después le
llevaron a los trabajos forzados de La Pedrera, situada al lado sur del extinto castillo de San
José. A las once, cuando volvía, se le permitía pasar a bañarse a la pila de nuestro patio,
siempre vigilado. Las pocas veces que pude hablarle me informó que el trabajo al que lo
sometían no era excesivo y que se le trataba con inusitada consideración. El propio
inspector del presidio, Teófilo Castellanos, dijo que le sacaban a trabajar, para que no
estuviera tan aburrido en la soledad del callejón. Creímos en la sinceridad de tal
declaración. Pero he ahí que un día, según general rumor, el inspector, de acuerdo con el
encargado del callejón, uxoricida Domingo Saravia Paredes, con quien Sánchez Batten
sostenía frecuentes altercados a causa de las intransigencias y maldades de Saravia,
formularon un parte contra Sánchez y lo elevaron a la Dirección. En el decían que Sánchez
Batten aprovechaba los instantes de su baño para llevarnos noticias de la guerra y hacer
propaganda comunista; que sus monólogos en voz alta y sus cantos en el interior de la
celda, eran sediciosos porque frecuentemente repetía los derechos que para el hombre de
América concede el tercer punto de la Carta del Atlántico. En consecuencia, se le prohibió
pasar a bañarse a nuestro departamento. En esos días, el 24 de septiembre de 1943, si mal
no recuerdo, llegó de visita el director de la Policía, general David H. Ordoñez, a quien el
36 Tonto, inexperto, descuidado, “baboso”, como tan típica y sabrosamente dice Clemente Marroquín Rojas.
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Ombres contra Hombres
director del centro informó de la conducta de Sánchez Batten, agregando todo lo que creyó
de perjudicial para el recluso, diciendo que ya no lo aguantaban en la Penitenciaría y que
era incorregible. Ordoñez probablemente, ha de haber transmitido el informe al dictador y
este, expedito en su justicia, ordenó que lo asesinaran en la forma acostumbrada. La
mañana del 27 de septiembre, fue cambiado de pelotón, es decir, fue separado del grupo de
trabajadores de La Pedrera e incorporado al de los de La Arenera en el Campo de Marte.
Así quedaban los hombres cuando los mataban los ombres. Un caso típico de la conocida “Ley fuga”,
la máxima creación del general Ubico, ejecutada en José Luis Sánchez Batten. Como ésta era la foto
que la policía presentaba al dictador, para demostrarle que habían “cumplido sus ordenes”.
Cuando el auditor de guerra, prevenido de antemano, llegaba a levantar el acta de ley –acta cuyo modelo
puede conocerse en otro lugar de este libro- el cadáver era colocado boca arriba, en la posición que
muestra el grabado. Estas fotos eran contempladas por el dictador que reía siniestramente.
Llegaron las autoridades y, para cumplir con los formulismos legales, para que el crimen
quedara perfectamente, se suscribió el acta que vamos a leer, modelo de actas, como las que
suscribían cada vez que se cometía un crimen igual.
“en la ciudad de Guatemala, siendo las diez horas y quince minutos del día veintisiete
de septiembre de mil novecientos cuarentitrés, constituido el infrascrito Auditor de Guerra
del departamento de Guatemala, acompañado del Teniente Coronel Carlos Morales,
Encargado de la Tribuna del Campo de Marte, Teniente Coronel José María de León,
Mayor de la Penitenciaría Central y Secretario que da fe; con el objeto de levantar el acta
descriptiva, se procedió de la siguiente manera. Primero: Enterado el infrascrito Auditor
de Guerra por el Teniente Coronel Carlos Morales del lugar donde había sido ultimado un
reo de la Penitenciaría Central, que se encontraba trabajando en el polígono del Campo
de Marte, el infrascrito Auditor de Guerra, por el medio accesible, una vereda sinuosa que
ERAÍN DE LOS RIOS 203
Ombres contra Hombres
va por el barranco en donde están colocados los blocks que señalan los diferentes blancos,
se condujo a dicho lugar y a inmediaciones de la zanja del blanco de cuatrocientos metros,
a la altura de los baños de Ciudad Vieja, lado oriente, el Teniente Coronel Morales, indicó
el lugar. Segundo: entre el matorral, a una distancia de tres metros más o menos de la
zanja
+
Max Aldana González, en el momento de ser fichado por la policía. Nótese la diferencia entre el
semblante del hombre libre (Página 96) y el del prisionero, cargado de temor y de incertidumbre.
suficientes para opacar todo el brillo que se le quiera conceder a un gobierno de catorce
años. La justicia implacable de Dios será la única que sancionará estos hechos increíbles,
cometidos en una era de civilización por un dictador atrabiliario que no tuvo vergüenza de
aceptar que le calificasen los serviles y los aduladores de liberal y progresista. En ningún
país del mundo, a no ser en Guatemala, tuvo tan certera aplicación el apotegma: Homo
homini lupus.
CAPITULO XXI
ESCENAS ÚLTIMAS
Después del doloroso suceso que dejo relatado en el capitulo anterior, ingresó un nuevo, el
bachiller René Montes Cóbar, justamente al siguiente día del asesinato de Sánchez Batten.
Con un intervalo de cortos días, el bachiller Ramón Cadena. Posteriormente Eduardo
Quezada Alejos. El primero por haber opinado libremente en el micrófono de una
radiodifusora; y el segundo porque, como profesor de moral cívica en uno de los cuarteles
de policía, explicaba a los agentes la Constitución de la República, las funciones de la
Asamblea Legislativa y los derechos del hombre; y el último, por venganza de un
mayordomo a quien había retirado de su finca. Ambos estaban procesados en la Auditoria
de Guerra ye n la época cuando nos conocimos se estaba tramitando el respectivo proceso.
Los últimos meses del año 1943 y los primeros del 44, nuestra amistad se fue solidificando
y, puedo decir, llegamos a identificarnos de tal manera, que la mayor parte del día la
pasábamos juntos.
Los deportistas quezaltecos ofrecieron un almuerzo a la delegación capitalina y a la hora del brindis, René
Montes habló en nombre de sus compañeros. Al referirse al acontecimiento patrio que se conmemoraba,
recalcó enfáticamente sobre la necesidad de una Guatemala libre y democrática e instó el sentimiento de los
congregados a unificarse para la conquista de este ideal.
Vuelto a la ciudad, fue citado a la Dirección General de la Policía. Era el 22 de diciembre. El director,
con la particular aspereza de los funcionarios de aquella época, le reprochó su conducta por estar propalando
especies falsas en público. Montes, a pesar de sus juveniles años, tuvo la entereza de responder al funcionario
que él no había cometido ninguna infracción y que la misma Constitución de la República garantizaba su
derecho de expresarse libremente. Despidióle el director, advirtiéndole que debía presentarse nuevamente a las
nueve de la noche de ese día.
Cuando Montes llegó a su casa, le informó a sus parientes que seguramente esa noche le apresarían.
Como estudiante de leyes sabía que no había fundamento para procesarlo, creencia errónea para quienes
ignoraban los arbitrarios procedimientos de aquella época. Mas con esa fe y esa confianza que infunde la
convicción de que no se ha delinquido, decidió afrontar las consecuencias y se presentó a la hora señalada.
Inmediatamente fue detenido, conducido al primer Cuartel de la Policía y puesto a disposición de la Auditoria
de Guerra por “propalar especies falsas”. Más tarde, en un informe policiaco, aparecía que su prisión era por
“prédicas contraías al gobierno”. Del Cuartel N° 1 fue trasladado a la Penitenciaría Central el 28 de septiembre.
Se le instruyó proceso por “Violación a las leyes de emergencia” y fue condenado a sufrir la pena de tres años
de prisión, inconmutables. Calificándosele de ser “quintacolumnista”. Estuvo en la cárcel más de nueve meses
y fue liberado el 30 de junio de 1944, en unión del bachiller Ramón Cadena, obedeciendo orden telefónica del
dictador, momentos antes de renunciar. El déspota ha de haber creído, en sus últimos instantes de poder,
enmendar la arbitrariedad cometida.
Por esa fecha ya se nos permitía tener libros y nos dedicamos entusiastamente a estudios
filosóficos, históricos y literarios. Fueron quizá, los mejores compañeros que tuve durante
mis largos años de cautiverio. Su amistad vino a suavizar los últimos meses de mi prisión.
Para ellos es este recuerdo.
Para la navidad del año 1943, dispusimos con el compañero Antonio Cumes hacer
unos arbolitos navideños con el residuo de las fibras de maguey que otros compañeros
utilizaban en la fabricación de pita. A ciertas horas del día íbamos por los rincones
recogiendo los sobrantes y guardándolos en una bolsa. Obtuve, mediante numerosas
suplicas a la anciana mujer que me visitaba –como una cariñosa madre- un poco de anilina
y un metro de alambre que el compañero Cumes necesitaba para la fabricación de los
pinitos. Cuando estos elementos llegaron, tuve que hacer gestiones insistentes para que me
fuesen entregados. Cumes, con una paciencia y dedicación admirables, hizo al fin los
arboles y me obsequió una docena. Logré que fuesen llevados a la calle y entregados a dos
personas amigas que todos los años construyen primorosos nacimientos. Un día, estando
próxima la navidad del año siguiente, y ya libre, tuve oportunidad d ver aquellos pinitos
que trajeron a mi mente un triste recuerdo.
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Evoqué todas las penas y sacrificios que nos costó su fabricación y, sobre todo, el lugar en
que fueron construidos. Ellos representan para mí, toda una época de dolor y de angustia y,
en un arranque de agudo sentimentalismo, lloré sobre el recuerdo de aquellos arbolitos
inolvidables. Así conservo en mí poder muchos objetos sencillos, toscos, de un rusticismo
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Ombres contra Hombres
genuinamente penitenciario, que constituyen para mí los recuerdos más tristes de mi vida,
sobre los que gusta posarse y detenerse mi espíritu ya fatigado.
Se sale de la cárcel con el alma transformada. Nuevos sentimientos caben en el
corazón del hombre. La metamorfosis moral y material, tiene efecto conforme el
temperamento de cada cual. En mi se desarrolló un nuevo sentimiento de estetismo
exigente. Una especie de egoísmo me invadió, algo así como los sentimientos de Calígula,
que se creía estar parado en el centro del mundo. La comprensión del hombre se mide por
una escala singular.
De aquella negra escuela de dolor en que palpitan silenciosamente las más intensas
emociones, se sacan conocimientos raros, experiencias extrañas, un nuevo sentido del
hombre y de la vida, que difícilmente podrían adquirirse en los numerosos volúmenes que
han escrito los pensadores de todos los tiempos. Solo así se explica que todas las teorías
elaboradas por los hombres, fracasen en la escuela practica del dolor y se opere una
transformación seria y radical en aquel que ha vivido y podido escapar, en hora inesperada,
del autentico corazón de la tragedia.
Dice un colega hispano: Si la propia alabanza es necedad, también la excesiva
modestia es tontería. Por eso diré, porque conviene decirlo, porque mi grito de rebeldía aun
llegará a golpear las espaldas del tenebroso pasado, que hasta en el presidio, lugar en donde
todos los hombres claudican, se humillan, ruegan, lloran, imploran, y gimen, tuve y
mantuve una actitud enhiesta y rebelde.
Cuando alguien, jefe, encargado o simple pasador, gritaba mi nombre en aquel
ámbito maldito, mi respuesta generalmente era:
-¡Ese es hombre!
Así respondí, en el último momento, cuando se me llamó para darme la libertad.
Aquella respuesta, interpretada al antojo de quienes la oyeron, yo la grité siempre
como una protesta contra las autoridades y como un reproche para la cobardía de mis
compañeros. Muchos de ellos, que están vivos, deben recordarla y se emocionarán cuando
lean estas páginas.
Hoy, todo ha cambiado. La reacción de un pueblo sufrido y castigado por la
dictadura –fatal herencia de los viejos tiempos- ha traído una ligera transformación en los
sistemas. Estos recuerdos no son de un tiempo lejano ni los hechos sucedieron en un país
desconocido. Estos recuerdos son de ayer y los hechos fueron dentro de nuestra propia casa.
Quedan, naturalmente, muchas cosas olvidadas. Es imposible al hombre torturado en todas
formas, poder atrapar –como un niño mariposas- las múltiples escenas que danzan en su
imaginación, valiéndose únicamente del frágil cedazo del recuerdo. He pretendido pintar la
tragedia de una vida, como un ejemplo de lo que padecieron millares de guatemaltecos.
ERAÍN DE LOS RIOS 209
Ombres contra Hombres
CAPITULO XXII
TELÓN LENTO
Fui compañero del líder obrero don Silverio Ortiz Rivas, entusiasta patriota, cuyas
actividades políticas desde la época del unionismo, son bien conocidas en Guatemala. Fue
encarcelado por haber despedido a un militar expulsado a México por el régimen ubiquista.
Los esbirros conducían al general Federico Aguilar Valenzuela y, al pasar por una esquina
en donde Ortiz estaba parado, despidióle con la mano. Este le contestó. Los esbirros se
dieron cuenta del saludo y lo comunicaron a su jefe. Horas después Ortiz estaba encerrado
en las lóbregas mazmorras del primer Cuartel de Policía y, sin respetar sus años, era
sometido a las torturas más infamantes, las mismas que dejo descritas en uno de los
capítulos anteriores… inicióse contra él un proceso, uno de aquellos famosos procesos que
hacen historia en los anales jurídicos de Guatemala y remitiósele a la Penitenciaría, con
orden expresa de sometérsele a trabajos forzados. Yo vi llegar a Ortiz en el más calamitoso
de los estados físicos, con un brazo zafado y una pierna retorcida. Fue arrojado como una
cosa cualquiera, a una estrecha bartolina. No hubo para él la más leve consideración y aquel
hombre, enfermo y torturado, pasaba las noches sentado en un rincón. Cuando se consideró
que su estado iba mejorando, fue llevado a batir cemento para la fabricación de tuberías,
trabajo duro y cruel para un hombre en aquellas condiciones. Así le dejé yo cuando mi
libertad llegó.
Yo tuve durante mis largos años de prisión, más de mil compañeros de diversas
condiciones y conocí las causas porque fueron arrebatados de su hogar, por la peligrosa
policía de investigación, por la rural y por las escoltas al mando de los comandantes
locales. Cada caso en sí es una historia. Todos los hombres tienen la suya; y cualquiera que
haya sido su condición, color, secta, titulo o grado, fueron tratados en la misma forma que
el más abyecto de los criminales. Para nadie hubo conmiseración: el látigo caía parejo sobre
todas las espaldas y si alguna vez se tuvo algún asomo de distinción, fue para pegar más
fuerte o para duplicar los castigos.
Una tarde, cuando con los compañeros Montes y Cadena, comentábamos sabrosamente
el último libro leído, en un rincón de la cuadra que nos servía de dormitorio, fui
bruscamente separado de su compañía y llevado a la calle; había llegado el momento de mi
liberación, aquel momento en que el cautivo piensa con extrema ansiedad durante todo el
tiempo de su reclusión. Ese momento ambicionado llegó para mí y fue tal la precipitación
con que se me ordenó salir, que no tuve el tiempo necesario para estrechar la mano a los
compañeros que se quedaban. A pesar de haber ensayado durante varios días la actitud que
adoptaría cuando ese anhelado instante llegara, no pude cumplir el más leve de mis
propósitos y en medio de mi atolondramiento dificultóseme pronunciar la más sencilla frase
de despedida. Todos me vieron partir y, según supe después, algunos llegaron a creer que se
me llevaba a asesinar. Mi libertad no fue completa: obligóseme a aceptar el mísero empleo
de secretario de la comandancia en la entonces Policía de Hacienda, en donde era
ERAÍN DE LOS RIOS 210
Ombres contra Hombres
estrechamente vigilado y controlado en todos mis actos. Así viví por espacio de tres meses,
hasta que pude libertarme, favorecido por los sucesos políticos de junio de 1944, cuando el
hombre único, el elegido el todopoderoso, dispuso hacer entrega de la presidencia.
Pretendí reincorporarme a la civilización, recuperar mi puesto en el seno de la sociedad
y volver a gozar de mis derechos de ciudadano. Ello no me ha sido posible, porque todas
mis facultades fueron anuladas con el prolongado tiempo de mi cautiverio. Mi salud
hondamente minada, merced a las frecuentes vapuleadas y a los procedimientos carcelarios,
he creído no poder recuperarla jamás. De aquel hombre sano que atrapó la dictadura, no ha
quedado nada más que un remedo de hombre, un ser baldado, inútil para el resto de la
existencia. Pero el despotismo a quedado satisfecho. Es el drama eterno de los hombres, en
ese escenario de dolor y de tragedia en que actuaron Jorge Ubico y sus secuaces, para
escarnecer a Guatemala y burlarse de la civilización en pleno siglo XX.
Mas la noche, ya lo sabes lector, no es eterna, ni sobre el horizonte… ni sobre los
pueblos.
CAPITULO XXIII
EL FIN DEL DRAMA
Volví a la vida del hombre libre y cuando las circunstancias me fueron favorables, es
decir, cuando consideraba que la vigilancia policiaca no era tan estrecha sobre mí, frecuenté
los sitios que otrora prefería y fui observando y anotando toda una serie de cambios y
transformaciones. Volví a un mundo nuevo; y, como ya dije en otra parte, las
modificaciones materiales no me sorprendieron, a consecuencia de la intensa vida cerebral
a que me había dedicado; pero sufría frecuentes sorpresas al notar los cambios operados en
mis amistades y el fallecimiento de muchas de ellas que yo ignoraba completamente. Mis
amistades, sobre todo entre el elemento femenino, habían casi desaparecido. Viejas amigas
que en otros tiempos compartieron conmigo las alegrías de la vida social, hoy ya eran
casadas, viudas, divorciadas, y, en su mayoría, azotadas por los rudos golpes de la vida;
muchos amigos desaparecidos de la escena, muertos inesperadamente, causaron en mi una
extrañeza singular que guardé en espera de que el tiempo se encargase de dilucidar su
muerte. Y el tiempo implacable, depurador de todas las acciones humanas, ha venido a
demostrármelo.
Insisto en afirmar que las presentes cuartillas no pueden ser una obra perfecta; por haber
sido escritas en circunstancias muy especiales de mi vida, adolecen de muchos defectos, los
cuales el lector sabrá tolerar con su proverbial benevolencia. Hice lo que pude: salvé
milagrosamente la vida de esa tragedia roja en que me sumió el despotismo; combatí contra
la dictadura con mis débiles armas y, si afortunadamente pude levantarme de los golpes,
con ánimos aun para lanzar mi grito de protesta, que el eco lo recojan los horizontes, y lo
devuelvan para que llegue también al corazón de los hombres. Tengo la fe de que en no
lejano día, en mi patria, el hombre dejará de ser lobo del hombre. Y serán hermanos, en el
ERAÍN DE LOS RIOS 211
Ombres contra Hombres
dolor y en la alegría, como quería aquel rubio pastor de Galilea, que murió en la cruz por
redimir a los hombres.
CAPITULO XXIV
LA REVOLUCIÓN
He presentado al lector nada más que un episodio del gran drama político que tuvo por
escenario el territorio de Guatemala. Este drama se ha desarrollado en un espacio reducido.
Imagínese lo que su representación seria en otros escenarios más amplios y con otros
actores, en que cada grupo escénico obedecía a un director. Aquel horripilante drama,
representado durante más de una década, movió el sentimiento de cada espectador y todos
se propusieron íntimamente cambiar a los actores, echar al director de escena y montar una
obra completamente nueva. El lector comprende la metástasis y el sentido metafórico
empleado al igualar la vida nacional a un gran teatro, cuyo escenario, demasiado extenso,
solo permitía apreciar una mínima parte del gran drama. Y aquel propósito formulado
íntimamente y alimentado en silencio por la mayoría de los espectadores, se vio realizado la
mañana del 20 de octubre de 1944. Ampliamente conocido el suceso sangriento que dio
tierra con la última de las dictaduras –quizá la más estúpida y sanguinaria que hemos
tenido-, no entro en prolijas consideraciones, ni en detalles acerca de su preparación y
efectos, por ser hechos que están en la conciencia de todos y en los una gran mayoría de la
actual generación tomó parte directa o indirectamente, haciendo o viendo hacer la
revolución. La ciudad dormía tranquila la noche del jueves 19 de octubre y fue despertada
en las primeras horas del 20 por el estallido de disparos de fusilería, ametralladoras,
granadas y tiros de artillería. Creyóse en un principio que el tiroteo generalizado por toda la
ciudad fuese una maniobra del entonces presidente provisorio Federico Ponce Vaides37,
para tener pretexto, al día siguiente, de suspender las garantías individuales y de reunir
violentamente al Cuerpo Legislativo con el fin de que le confiriese poderes dictatoriales y
perpetuarse en el poder ejecutivo. Firmemente creo que así creyó la mayoría de los
habitantes de la ciudad. Cuando en las primeras horas de la mañana el fuego se intensificó
y el propio autor de estas líneas, desde su residencia en la 5ª calle oriente, pudo distinguir la
destrucción de los techos del castillo de Matamoros, mediante certeros disparos de artillería
salidos de no se podía constatar dónde y la repentina izada de la bandera blanca, señal de
rendición, empezó a formularse las más diversas conjeturas acerca de lo que estaba
sucediendo. La radio nacional, todavía al servicio del gobierno tambaleante, informaba
atropelladamente que militares del cuartel Guardia de Honor se habían levantado en armas
contra el gobierno provisorio, pero que estaban siendo dominados y que muchos se estaban
37
General Federico Ponce Vaides. Quien gobernó del 3 de julio al 19 de octubre de 1944. Había sido
confirmado en el cargo por la Asamblea Legislativa y formó parte del Triunvirato Militar que recibió el
mando resignado por Ubico y que se instaló del 1 al 3 de julio de 1944. El triunvirato lo integraron (los
Generales Buenaventura Pineda, Francisco Villagrán Ariza y Federico Ponce Vaides.)
ERAÍN DE LOS RIOS 212
Ombres contra Hombres
Destino de los pueblos de América, que no por el hecho de haber sido suscrita esa
maravillosa Carta sobre las aguas del Atlántico, el cumplimiento de sus postulados se borre
tan pronto como la escritura sobre el agua y tengamos mañana que lamentarnos de haber
arado en el mar, inútilmente…tristemente … dolorosamente.
Una aurora de libertad asoma en el oriente de los pueblos americanos.
¡Así sea!
Nueva Orleans.
Esta que le escribo es una carta singular. Yo necesito escribirla y usted necesita leerla,
para liquidar definitivamente nuestras cuentas pendientes. Volvamos un momento los ojos
al pasado: usted es el Presidente de Guatemala; y yo, un simple prisionero, sometido, por su
orden, a las más crueles vejaciones…
Usted vio en mí y le hicieron creer que yo era uno de sus peores enemigos. Con su
poder sirvió de instrumento a unos cuantos chismosos y fomentó la intriga, la calumnia y el
ultraje. ¡Bien! Yo acepté su cólera y me coloqué –quiero decir, me colocaron- en el plano
único que las circunstancias me ofrecían: en el de un leal y convencido opositor de usted y
de su política de gobierno. Debería echar mano de esa creencia suya para adquirir perfiles
heroicos y una personalidad que me significase, en la hora de ahora, como uno de sus más
acérrimos antagonistas. Pero, abriendo bien los ojos al presente, usted es un desterrado y yo
soy un hombre libre, Usted come el amargo pan del destierro y yo empiezo a probar el de la
libertad. Los dos tienen distinto sabor…
Nuestra posición ante la vida ha cambiado en una forma radical. Se ha transformado
radicalmente el escenario donde nos tocó actuar en tiempos pasados, no muy lejanos, y que
deben estar vivos en sus recuerdos…
Nadie, antes del 30 de junio de 1944, hubiera creído la forma vergonzosa en que su
gobierno se derrumbó. Yo se que clase de fuerzas minaron su poderío. Usted, el hombre
invencible, el único, el omnipotente, sentado en lo más alto del pedestal de su soberbia
ingénita, no tuvo ni la agilidad del salto ni la bajada reposada y digna.
Su vanidad y su orgullo, su egocentrismo y su megalomanía, fueron la causa de su caída
estrepitosa. Prefirió renunciar pasivamente, a implantar un sistema de renovación. ¡Cómo
ha de haber sufrido al ver que su pueblo ya no le temía! Si usted hubiese sido un demócrata
sincero, como pretendía hacerlo creer, quizá se hubiese salvado. Su caída despertó la
curiosidad, como una mujer a quien el viento travieso levanta las faldas en la calle. Cayó
porque tenía que caer. Además de que esto ya estaba decretado por el Destino, contribuyó
eficazmente a ello el núcleo de aduladores de que usted se rodeó y la deliberada sordera que
opuso a los sanos consejos de sus amigos sinceros. Recuerde los nombres de dos Efraines
que siempre le dijeron la verdad: Efraín Aguilar Fuentes y el que ésta carta está
ERAÍN DE LOS RIOS 215
Ombres contra Hombres
38 Cincinato. Lucio Quincio Cincinato (c. 519-430 a.C.), general y político romano. Fue cónsul hacia el 460
a.C., y unos dos años después el Senado de Roma le nombró dictador de la República. Cincinato fue
encargado de rescatar a un ejército romano que se hallaba al borde de la aniquilación a manos de los ecuos
(miembros de un pueblo del Lacio). Derrotó al enemigo en un plazo de 16 días, pero rehusó todos los honores
y renunció a la dictadura. Investido de nuevo con el poder dictatorial en el 439 a.C., reprimió una incipiente
insurrección plebeya y se retiró a su granja. Catón el Viejo y otros republicanos le consideraron un modelo de
los viejos valores romanos de frugalidad rústica, dedicado a la patria, con coraje y falto de ambición personal.
39
Nerón (37-68 d.C.), emperador de Roma (54-68), el último de la dinastía Julia-Claudia (la primera dinastía
imperial romana, formada por miembros de las gens Julia y Claudia).
Nació, con el nombre de Nerón Claudio Druso Germánico, el 15 de diciembre del año 37, en Antium (Anzio),
hijo del cónsul Cneo Domicio Ahenobarbo y de Agripina la Menor, bisnieta del emperador Augusto. Bajo el
asesoramiento de Burro y el filósofo Séneca, su tutor, los cinco primeros años de su reinado estuvieron
marcados por la moderación y la clemencia, aunque tuvo prisionero a su rival Británico, a quien asesinó en el
55. En el 59 mandó asesinar a su madre por criticar a su amante, Popea Sabina. Tres años después se divorció
de Octavia (a quien más tarde ejecutó) y se casó con Popea. Burro murió, probablemente envenenado, en el
62, mientras que Séneca dejó su cargo.
En julio del 64, dos tercios de Roma ardieron mientras Nerón estaba en Antium. Aunque se creyó que él fue
el responsable, los eruditos actuales dudan de la veracidad de aquella acusación. Según algunas
informaciones, culpó a los cristianos, y fue el primer emperador que los persiguió. En cualquier caso,
reconstruyó la ciudad, tomando medidas que evitaran un nuevo incendio. Su plan de edificación (que incluía
la construcción de un enorme palacio sobre la colina del Esquilino), al igual que los espectáculos y el grano
que distribuyó entre su pueblo, fueron financiados con los saqueos de Italia y las provincias. Se consideraba
un artista y un visionario religioso, escandalizando al Ejército y a la aristocracia cuando aparecía como actor
en representaciones públicas de dramas religiosos. En el 68, las legiones de la Galia e Hispania, junto con la
Guardia Pretoriana, se rebelaron contra Nerón, obligándole a huir de Roma. El Senado le declaró enemigo
público, y se suicidó el 9 de junio del 68.
ERAÍN DE LOS RIOS 216
Ombres contra Hombres
………………………………………………………………………………………………...
Herodes40 mandó pasar a cuchillo a los niños inocentes; Pedro de Rusia aniquiló a los
estrélites; Amurates mando tirar al rio, entre un costal, a las mujeres embarazadas;
Mehemet Alí acabó con los genizaros; Mahomet Abdullah degolló a los mamelucos;
Rathbert extinguió a sus propios familiares; Dantón asesinó a los prisioneros políticos;
Napoleón III ametralló al pueblo indefenso; y usted general Ubico41, mando fusilar a sus
amigos. Todos estos gobernantes –usted en cuenta- han ennegrecido las páginas de la
historia.
¿Para que derramar sangre sin necesidad? Usted muy bien pudo hacer la felicidad del
pueblo que lo eligió su presidente. Usted llegó al poder aureolado por muy hermosas
virtudes, su honradez y su espíritu progresista, sobre todo; pero a los pocos días de su
gobierno, empezó a pisotear esas virtudes. ¿A qué se debió tan repentino cambio? ¿La
maldad en usted ya era innata o lo hicieron malo los hombres que eligió para sus
colaboradores? Como quiera que haya sido ya en 1933empezaba a generalizarse su
impopularidad.
No niego que, en el sentido material, usted haya sido el más progresista gobernante que
ha tenido Guatemala, desde la independencia hasta nuestros días. Como administrador,
quizá muy pocos podrían sucederle. Ya llegará la hora del balance y yo mismo juzgaré la
grandeza o la miseria de sus obras42. Sus propios enemigos –entre los que usted me cuenta-
sabrán reconocer lo bueno que haya tenido su gobierno. En su época, no vamos a negar que
Guatemala corrió parejas con las naciones más progresistas del continente. Aludo al sentido
puramente material; que en el culto a la moral y al espíritu, en todo lo que es material,
noble y enaltecedor, usted despreció al intelectual, a los hombres superiores, porque creyó
ver en ellos factores que minarían su gobierno. Por ello, a la par que mandaba abrir un
camino carretero, restringía el derecho de locomoción; levantaba un edificio –llamado
“palacio” en el pomposo idioma oficial –y mandaba apalear a cien hombres inocentes;
cancelaba una deuda y reducía los sueldos de sus servidores; construía un puente y
corrompía un alma. Un camino, un palacio, un puente, se pueden hacer y deshacer; una
conciencia no se puede construir jamás. Usted fue el fundador de una escuela de corrupción
que será muy difícil extinguir…
Hoy que sus esbirros a sueldo ya no pueden hostilizarme, ni usted puede nada contra
mí, no temo escribirle esta carta, como nunca temí hacerlo en épocas pasadas, cuando usted
era el dueño de vidas y haciendas y, a su paso, temblaba la mayoría de los guatemaltecos,
encurvando la espina dorsal. Usted debe saber y reconocer que ni aun que en el ambiente
40 Herodes (El Grande). Según Mateo (2,16) intentó matar al niño Jesús, masacrando a todos los niños
varones de Belén, en lo que se conoce como la degollación de los santos inocentes.
41
Los fusilamientos del 18 de septiembre de 1934 y del 28 de diciembre de 1942, principalmente.
42
Las obras de ubico. A este respecto hay que reconocer que nadie ha superado la capacidad de obra pública
de Ubico. Es una realidad incuestionable, inobjetable. Si hacemos prevalecer lo justo antes que todo; pasados
81 años del inicio de su dictadura y 68 de que fue derrocado, palacios gubernamentales, puentes, etc.,
continúan y hasta han soportado desastres naturales.
ERAÍN DE LOS RIOS 217
Ombres contra Hombres
abyecto de la cárcel –adonde usted me mandó por cerca de siete años-, y en el cual se
pervierten los más nobles sentimientos humanos y brotan las pasiones más bajas y
mezquinas, adopté actitudes de cobardía y servilismo; yo sé que mi posición perpendicular
ante la corrupción y las generales inclinaciones, motivó su enojo contra mí; pero yo le
perdono todo el mal que me hizo, como una extraña y desconcertante venganza por no
haber perdonado usted el mal que no le hicieron. Y doy gracias a Dios porque le tenga vivo;
porque su misma vida será el mejor castigo para todos sus crímenes. Yo bendigo el silencio
de su vida en el destierro, porque sé que ese silencio tiene su especial filosofía y permite
que el remordimiento le muerda el corazón. Y le pido a Dios que viva usted muchos años,
para que su expiación sea más completa. Y, cuando su mirada, empañada de nostalgia por
la patria abandonada, se tienda sobre el golfo y se dirija al sur, piense que en los pocos
miles de kilómetros cuadrados que constituyen el suelo de Guatemala, usted sembró cafetos
y cañaverales, levantó palacios y construyó caminos; pero, en cambio sembró odios y
destruyó familias; dejó muchos hogares enlutados y sepulturas sin cruz, cuyo sangriento
recuerdo le perseguirá por todas partes. Sus ojos verán el ojo que veía Caín. Ni aun la
muerte traerá para usted el olvido. Más allá de la tumba, seguirá su expiación…
………………………………………………………………………………………………...
Todo esto pudo haberlo usted haberlo evitado con un poco de buena voluntad. Todos
los males acaecidos tuvieron su origen en la ambición de usted por perpetuarse en el poder
y por el cumplimiento de su famosa “ley de probidad”. Podía usted todavía hacer un bien
que borrara en parte sus maldades: escribir para la posteridad un simple pliego asesor,
aconsejando a los futuros gobernantes de su patria –que es también la mía-, no dejarse
subyugar por los cantos de sirena de la adulación; no creerse omnipotentes ni sabios,
aunque diariamente se lo quieran hacer creer los turiferarios de la pluma, esas alimañas
tropicales que son factores de desintegración social y que solo contribuyen a ridiculizar,
ante los ojos del mundo sensato, a nuestras republiquitas, divertidas por sus alardes
democráticos y cruelmente castigados por sus perpetuas tiranías.
………………………………………………………………………………………………
El caso suyo no es típico de América. De Juan Manuel de Rosas43y Gaspar Rodríguez
de Francia44hasta usted, pasando por Juan Vicente Gómez45 y Tomás Garrido Canabal, la
43 Juan Manuel de Rosas (1793-1877), político y militar argentino, gobernador de Buenos Aires (1829-1832;
1835-1852) y principal dirigente de la que habría de ser considerada, de hecho, Confederación Argentina
(1835-1852). Rosas estableció un régimen dictatorial, con una amplia red de espionaje y una constante
presencia de la policía secreta, que propició que en 1840 fueran ya muy pocos los dispuestos a enfrentársele.
Tras autoproclamarse “tirano” en 1842, lo que le otorgó pleno dominio sobre todo el territorio de la
Confederación, su retrato pasó a estar presente en todos los lugares públicos.
44
José Gaspar Rodríguez de Francia (1766-1840), político paraguayo, máximo dirigente de la República en
tanto que dictador supremo (1814-1840), participante activo en la independencia de Paraguay y creador del
original Estado, al que condujo al aislamiento económico e internacional por medio de la aplicación de una
rígida dictadura personal.
ERAÍN DE LOS RIOS 218
Ombres contra Hombres
45
Juan Vicente Gómez (1857-1935), militar y político venezolano, presidente de la República (1908-1913;
1922-1929; 1931-1935) y máximo dirigente del país desde 1908 hasta 1935. Se encargó del poder, en su
calidad de vicepresidente, en noviembre de 1908, cuando el presidente Castro viajó enfermo a Europa. Desde
el 19 de diciembre de ese año (cuando se consumó el golpe de Estado que le habría de otorgar poderes
especiales al margen de los previstos por la Constitución de 1904) y hasta el día de su muerte, Gómez
gobernó de forma dictatorial, tanto en sus tres mandatos presidenciales, como en aquellos intervalos en los
que la presidencia de la República fue ejercida provisionalmente por políticos afines.
46
Tampoco se vale el moraralismo jactancioso de De Los Ríos. Una completa falacia ad hominem
ERAÍN DE LOS RIOS 219
Ombres contra Hombres
47
La gloria del mundo es transitoria
NOTA.-Esta carta fue escrita cuando el dictador estaba vivo y publicada en el diario
“Excelsior” de la Ciudad de México. El tirano falleció en el destierro nueve meses después.
ERAÍN DE LOS RIOS 220
Ombres contra Hombres
La foto muestra el lugar donde reposan los restos del exgeneral don Jorge Ubico Castañeda,
en el “Metairie Cementery”, Pont Chartrain N° 6,600 de la ciudad de Nueva Orleans.
El nicho por una caprichosa coincidencia numerológica, está marcado con el número 10 y
descansa sobre la superficie de la tierra.
Nótese la sencillez del sepulcro e imagínese la suntuosidad del mausoleo que se le hubiese
erigido de morir en Guatemala. La humildad de su tumba es elocuente por sí sola. Ningún comentario
se hace sobre esta particularidad. Que el amable lector los haga por su cuenta; y cualquier diferencia
que resulte de la comparación, sea buena o mala, debe atribuirse a los dictadores, únicos causantes de
sus propios males, al desoír los clamores y los ruegos de sus pueblos…
Este es el sitio de la nivelación eterna. Aquí concluyen todas las vanidades humanas. Aquí, el
poderoso y el humilde, entrechocan sus huesos en una fúnebre promiscuidad; su vil materia retorna al
seno de donde procedió; y solo el dedo de Dios –que nunca se equivoca- premia al justo y castiga al
pecador.
ERAÍN DE LOS RIOS 221
Ombres contra Hombres
ADVERTENCIA
En las páginas siguientes encontrará el lector la fotografía de los hombres que tomaron
parte en el movimiento revolucionario de 1934. Faltan muchísimos, por varias razones que
el lector comprenderá, sin necesidad de explicaciones. Fueron fotografiados por la propia
Policía y el hecho de ostentar algunos en el pecho la tablilla de control, viene a ser como un
certificado de autenticidad que pone una aureola de martirio sobre la frente de los
infortunados patriotas. Algunos aparecen tal como eran en la vida libre y otros cuando ya se
encontraban prisioneros. Mas todos ellos, con posterioridad a los sucesos del 34, fueron
hostilizados por el despotismo, a causa de no tolerar ni transigir con las arbitrariedades
oficiales, manteniendo una posición enhiesta ante el arrollador empuje de la tiranía. Los
hombres que aparecen en esta galería, son calificados como los pioneros de la libertad de
Guatemala, por
EL AUTOR.
ERAÍN DE LOS RIOS 222
Ombres contra Hombres
Isaías M. Ramos, héroe y mártir, ignorado hasta hoy por una indolencia deplorable.
+
Licenciado Carlos Pacheco Marroquín, amigo personal del general Ubico, y uno de sus opositores
después, cuando los sesgos de la política le obligaron a formar en las filas contrarias. Fue asesinado el 7
de octubre de 1934, en una casa de la 13 avenida sur y su cadáver fue llevado al dictador, para
demostrarle que “se habían cumplido sus órdenes”.
ERAÍN DE LOS RIOS 225
Ombres contra Hombres
+
Licenciado Efraín Aguilar Fuentes, líder sobresaliente del grupo civil revolucionario de 1934. Amigo
personal del dictador, formó en las filas oposicionistas cuando se convenció de la violación infligida al
programa de gobierno. Fue fusilado, en unión de otros patriotas, la tarde del 18 de septiembre de 1934.
El déspota reconoció siempre en el destierro, que el único que le decía siempre la verdad era Efraín
Aguilar Fuentes, reconocimiento tardío que viene a engrandecer, a través del tiempo, la figura del
ilustre desaparecido.
ERAÍN DE LOS RIOS 226
Ombres contra Hombres
+
Licenciado Efraín Aguilar Fuentes, después de habérsele infligido una larga serie de torturas físicas y
morales. Obsérvese la diferencia en el aspecto del hombre que disfruta de la libertad y el del que ha
sufrido largas noches de insomnio y ha padecido los peores tormentos. Esta foto fue tomada horas
antes de su ejecución y por ella puede colegirse la tempestad de aquella alma y el laceramiento de
aquel cuerpo.
ERAÍN DE LOS RIOS 227
Ombres contra Hombres
+
Jacobo Sánchez Calderón, estudiante de jurisprudencia y jefe principal del grupo revolucionario de
1934. Su participación en aquella gesta heroica será delineada en nuevas publicaciones. Se le aplicó la
“ley fuga” en una de las calles del Guarda Viejo en el mes de septiembre de 1934
ERAÍN DE LOS RIOS 228
Ombres contra Hombres
+
Bachiller Humberto Molina Santiago, originario de Quetzaltenango, y el segundo jefe civil del movimiento
libertario de 1934. En unión de Jacobo Sánchez organizó y trazó el complot. Fue quien a la hora de la
muerte recibió un abrazo del licenciado Aguilar Fuentes, escena conmovedora que se describe en “El Jardín
de las Paradojas”, incluido en el tomo 2° de este libro. Murió valientemente en plena juventud.
ERAÍN DE LOS RIOS 229
Ombres contra Hombres
+
Licenciado Juventino Sánchez Calderón, fusilado el 18 de septiembre de 1934. Hermano de Jacobo
Sánchez, el líder civil de aquel movimiento, contrajo matrimonio en articulo mortis, con doña Elisa
Fajardo, hoy viuda de aquel recordado revolucionario.
ERAÍN DE LOS RIOS 230
Ombres contra Hombres
+
Marcelino Ortega Fajardo, hábil pirotécnico y fabricante de las bombas que servirían para el
derrocamiento de la tiranía. Cuentan los que lo vieron, que cuando se hizo el experimento de los
destrozos provocados por una bomba de cuatro onzas, exclamó: -“si una bomba pequeña causa tales
efectos, ¿qué no hará una de dos libras como la que pienso hacer para “mi jefecito”? Fue pasado por las
armas el 18 de septiembre de 1934.
ERAÍN DE LOS RIOS 231
Ombres contra Hombres
+
Bachiller Ignacio Sáenz Ocaña,
originario y vecino de Quezaltenango,
era uno de los encargados de secundar
el movimiento revolucionario en
aquella ciudad. Fue preso y sometido
a toda clase de vejaciones.
ERAÍN DE LOS RIOS 234
Ombres contra Hombres
Coronel
Juventino Morales Borrayo
+
CORONEL LUIS GUZMÁN ORTIZ
Fusilado el 18 de septiembre de 1934
ERAÍN DE LOS RIOS 238
Ombres contra Hombres
+
CORONEL LUIS GUZMAN
ORTIZ
+
MOISÉS ZAMORA MEJICANOS.
Fusilado el 18 de septiembre de 1934.
ERAÍN DE LOS RIOS 239
Ombres contra Hombres
+
Abigail Humberto Rodas
ERAÍN DE LOS RIOS 241
Ombres contra Hombres
INDICE
PROLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN .............................................................................................III
OFRENDA ..................................................................................................................................................... V
PREFACIO DEL AUTOR ......................................................................................................................... vi
ADVERTENCIA .......................................................................................................................................221
INDICE ..................................................................................................................................................241
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Ombres contra Hombres