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JORGE FRANCISCO SÁENZ CARBONELL

EL PRIMER PRESIDENTE
ALVARADO
DON PEDRO JOSÉ ALVARADO Y BAEZA,

PRESIDENTE DE LA JUNTA GUBERNATIVA INTERINA DE COSTA RICA

2020
2

92
A472s

Sáenz Carbonell, Jorge Francisco, 1960-

El primer presidente Alvarado: don Pedro José Alvarado y Baeza, presidente de la


Junta Gubernativa interina de Costa Rica.- San José, ISOLMA, S. A., 1ª. ed., 2020.

Primera edición: 2020.

Diseño y diagramación:
Impresión: ISOLMA, S. A.

Portada: Firma, rúbrica y escudo de armas de don Pedro José Alvarado y Baeza, con el capelo y las borlas
correspondientes a los vicarios foráneos.

Impreso en Costa Rica.


Reservados todos los derechos.
Prohibida la reproducción total no autorizada por cualquier medio, mecánico o electrónico, del contenido total
o parcial de esta publicación. Hecho el depósito de ley.

El texto es propiedad exclusiva del autor y no debe ser reproducido sin su autorización.
3

ÍNDICE

Dedicatoria
Introducción

CAPÍTULO I.- LA FAMILIA.

1.- Los Alvarado.


2.- Los Baeza.
3.- El hogar paterno.
4.- Descendencia.

CAPÍTULO II.- LOS AÑOS ANTERIORES.

1.- Los Alvarado y el sacerdocio. Los estudios sacerdotales y las capellanías.


2.- El manteísta.
3.- El seminarista
4.-Teniente de cura de Alajuela.
5.- Cura interino de San José.
6.- Sacerdote en Cartago. El primer testamento.
7.- Vicario foráneo de Costa Rica.
8.- La noticia de la Independencia
9.- Miembro de la Junta de Legados de los pueblos.

CAPÍTULO III.- EL PRESIDENTE.

1.- La Junta Gubernativa Interina y sus integrantes.


2.- Elección como presidente de la Junta. Sesiones y asistencia.
3.- Sesión de extraordinaria del domingo 2 de diciembre.
4.- Sesión del lunes 3 de diciembre:
5.- Sesión ordinaria del jueves 6 de diciembre.
6.- Sesiones frustradas.
7.- Elecciones de primer y segundo grado.
8.- Sesión ordinaria del lunes 17 de diciembre.
9.- Sesión extraordinaria del martes 18 de diciembre.
10.- Sesión ordinaria del jueves 21 de diciembre.
11.- Elecciones de tercer grado.
12.- Sesión ordinaria del lunes 24 de diciembre.
13.- Sesión extraordinaria del 29 de diciembre.

CAPÍTULO IV.- LOS AÑOS POSTERIORES.

1.- Elector constituyente por Cartago.


2.- El terremoto de San Estanislao.
3.- El vicario y el Imperio Mexicano. La guerra civil de 1823.
4.- Primeras manifestaciones heterodoxas. El Tribunal de la Fe.
5.- El robo de la imagen de Nuestra Señora de los Ángeles.
4

6.- La muerte de monseñor García Jerez y el obispado cismático.


7.- La extinción del convento de San Francisco y la escasez de sacerdotes.
8.- El segundo testamento y los codicilos.
9.- La Guerra de la Liga.
10.- Renuncia a la Vicaría.
11.- Fallecimiento y funerales.

CRONOLOGÍA

BIBLIOGRAFÍA

SOBRE EL AUTOR
5

DEDICATORIA

A don Julio Ernesto Revollo Acosta,


con respeto y afecto.
6
7

INTRODUCCIÓN

“… el más bello instinto afecto al hombre, y el más moral de todos


los instintos es el amor a la patria… Debemos amar a toda la
familia de Adán, por ser la nuestra; pero nuestros conciudadanos
tienen el primer derecho a nuestro afecto.”

Pedro José Alvarado, 1835 1

La proximidad del bicentenario de la separación de Costa Rica de España y de los


primeros pasos de nuestra vida independiente, llama inevitablemente la atención sobre
quienes tuvieron un papel protagónico en esos memorables días.

Inexplicablemente, casi todos las publicaciones efectuadas durante el siglo XX para


presentar en forma sintética las biografías de los gobernantes de Costa Rica omitieron
incluir las de quienes condujeron los destinos del país entre 1821 y 1824 y prefirieron
empezar con la de don Juan Mora Fernández, primer jefe de Estado. El primer texto que
corrigió esa omisión y rescató así un período breve pero fundamental de nuestra historia
política fue la obra de doña Clotilde María Obregón Nuestros gobernantes: verdades del
pasado para comprender el futuro, publicada en 1999. En sus páginas, aunque fuera en
forma muy sucinta, la autora dio el lugar que les correspondía a quienes presidieron las
juntas gubernativas de esa época o desde otros cargos encabezaron el gobierno 2.

En la misma línea de la ilustre profesora Obregón, en esta obra hemos querido


rescatar la figura del presbítero don Pedro José Alvarado y Baeza, quien además de ser
firmante del acta de independencia suscrita en Cartago el 29 de octubre de 1821 y del Pacto
Social Fundamental Interino o Pacto de Concordia como legado suplente por Alajuela, fue
presidente de la Junta Gubernativa interina que rigió Costa Rica del 1° de diciembre de
1821 al 6 de enero de 1822, bajo cuya autoridad se puso en práctica el Pacto de Concordia
y se celebraron los primeros comicios que debían culminar en la elección de un gobierno
constitucional. El padre Alvarado no parece haber sido particularmente inclinado a la
política, pero dirigió la Junta y los destinos de Costa Rica con acierto y prudencia.
Personajes como él contribuyeron a que la transición a la vida independiente resultara
ordenada y pacífica y se caracterizara desde el inicio por el apego a la paz, la libertad y la
democracia.

Hemos dado a la obra el título de El primer presidente Alvarado para destacar el


papel de don Pedro José en la presidencia de la Junta, y considerando además que después
de él ha habido otros dos gobernantes de su mismo apellido, el presbítero don Manuel
Alvarado y Hidalgo, presidente de la última Junta Superior Gubernativa de mayo de 1823 a
enero de 1824 y de febrero a setiembre de 1824, y el actual presidente de la República, don
Carlos Alvarado Quesada, llamado a coincidir en la primera magistratura con el
1
MELÉNDEZ CHAVERRI, Carlos, Documentos fundamentales del siglo XIX, San José, Editorial Costa
Rica, 1ª. ed., 1978, pp. 66-67.
2
OBREGÓN QUESADA, Clotilde María, Nuestros gobernantes: verdades del pasado para comprender el
futuro, San José, Editorial de la Universidad de Costa Rica, 1ª. ed., 1999, pp. 23 al 34. La síntesis biográfica
de don Pedro José Alvarado aparece en la p. 25 de esta obra.
8

bicentenario del gobierno de nuestro personaje. Pero la vida de don Pedro José Alvarado
ofrece muchos otros aspectos de interés, en particular porque además de sus fugaces
participaciones en política, desempeñó de 1820 a 1835 el cargo de vicario foráneo de Costa
Rica, la más alta posición eclesiástica local. Fueron años llenos de acontecimientos y
complicaciones, y la conducta seguida por don Pedro José que un siglo más tarde monseñor
Víctor Sanabria escribiera:

“No sabríamos qué admirar más, si el tacto con que en tales circunstancias se
manejó el vicario Alvarado, o su talento y don de gobierno para mantener en su integridad
la disciplina eclesiástica entre el clero a pesar de las divergencias políticas que entre los
sacerdotes como en el resto de la población se acentuaban cada día más. En política hubo
sacerdotes imperialistas y no imperialistas, republicanos y monarquistas, liberales y no
liberales; en el terreno eclesiástico no hubo más que ministros de la Iglesia y por eso no se
lamentaron rebeldías de carácter mayor.” 3

Ser humano al fin, tuvo también el padre Alvarado sus debilidades y sus errores, los
cuales no dejamos de mencionar en esta obra, pero nos parece que en el arduo desafío
planteado a Costa Rica por la emancipación supo estar a la altura de su responsabilidad
histórica y demostró reiteradamente su vivo afecto por su patria y sus conciudadanos.

Esperamos que esta pequeña biografía contribuya a hacer luz sobre la personalidad
y actuaciones de este prócer, y a que los costarricenses del bicentenario puedan conocer y
comprender mejor a quienes guiaron a Costa Rica en sus primeros pasos de su existencia
independiente.

A. M. D. G.

Cartago, 22 de junio de 2020.

Jorge Francisco Sáenz Carbonell

3
SANABRIA M., Víctor, Anselmo Llorente y Lafuente, primer obispo de Costa Rica, San José, Editorial
Costa Rica, 1ª. ed., 1972,, p. 25. La primera edición de esta obra se publicó en 1933.
9

CAPÍTULO I

LA FAMILIA

1.- Los Alvarado.

Una de las comarcas históricas de la región de Cantabria, al norte de España, es la


merindad de Trasmiera, que se extiende entre los ríos Miera y Asón y que hoy es un
importante destino turístico, gracias a las hermosas playas que tiene a orillas del golfo de
Vizcaya. Entre sus muchas poblaciones de esta merindad, tierra adentro, se encuentra la
localidad de Secadura, que a pesar de solo contar con poco más de trescientos habitantes,
atrae la atención por tener en sus vecindades la llamada cueva de Otero, cuyas paredes
ostentan muestras del arte rupestre del Paleolítico y da así testimonio de que esos parajes
han sido habitados por el ser humano desde épocas muy remotas.

Sin tan formidable antigüedad como la cueva de Otero, otro sitio de gran interés
histórico en las cercanías de Secadura lo constituyen los vestigios de la torre de Alvarado,
originalmente una fortaleza medieval, que fue convertida en palacio en el siglo XVII y que
hoy está abandonada y recubierta de vegetación 4. Fue en ese edificio, hoy en riesgo de
desaparecer, donde vivieron hace muchos siglos los más antiguos antepasados conocidos de
la familia a la que perteneció don Pedro José Alvarado y Baeza.

En el libro XXI de su obra Libro de las bienandanzas e fortunas, Lope García de


Salazar, banderizo e historiador vizcaíno del siglo XV, consignó del siguiente modo los
orígenes de la familia Alvarado:

“El linage d'Elvarado fue su fundamiento de Secadura, donde avía un omne mucho
bueno que llamavan Pero Secadura e ganó muchos dineros e grand fazienda. E dexó un
fijo que llamaron como al padre e mucha fazienda que dexó e casó con fija de Martín
Velas de Rada, que hera omne mucho onrado, y obo d'ella fijos, donde vino Fernando
Sánchez d'Elvarado e Juan Sanz d'Elvarado. E tomaron este nonbre porque aquel Pero de
Secadura tenía su casa allende del río e fizo una puente de unos maderos grandes para
pasar por ella e púsole dos varas de parte a parte por que se arrimasen los que pasasen
por aquella puente; e por aquellas varas llamaron el Varado, ca primero Secadura se
llamava.

Ferrand Sánchez casó con hija de Pero González de Agüero y fizo en ella a Juan
Sánchez de Alvarado e Garçía Sánchez d'Elvarrado, que valió mucho e pobló en
Estremeaña e no obo fijos. Juan Sanches, el hermano mayor, casó con fija de Gonzalo
Gutierres de la Calleja el Biejo e obo fijos en ella...” 5

La idea de que el apellido Alvarado derive etimológicamente de las varas puestas en


el puente hecho por Pedro de Secadura ha parecido inverosímil a algunos estudiosos, que
consideran más razonable hacerlo derivar del del patronímico Álvarez y del nombre
4
Lista Roja del Patrimonio. Torre de Alvarado, en https://listarojapatrimonio.org/ficha/torre-de-alvarado/
5
GARCÍA DE SALAZAR, Lope, Bienandanzas y fortunas, libro XII. Su texto, en edición de Ana María
Marín Sánchez, puede consultarse en http://parnaseo.uv.es/Lemir/Textos/bienandanzas/Menu.htm
10

Álvaro, ambos de uso muy frecuente en la España bajomedieval 6. Por el contrario, se


consideran bastante fidedignos los datos genealógicos de García de Salazar, según los
cuales pueden enumerarse así las primeras generaciones de los Alvarado:

1.- Pedro de Secadura, señor de la casa-torre de Alvarado en la merindad de Trasmiera, en


la provincia de Santander, a fines del siglo XIII o principios del XIV.

2.- Pedro de Secadura, señor de la casa torre de Alvarado, casó con una hija de Martín
Velas de Rada.

3.- Fernán Sánchez del Varado, señor de la casa torre de Alvarado, casó con una hija de
Pedro González de Agüero.

4.- Juan Sánchez de Alvarado, señor de la casa torre de Alvarado, casó con una hija de
Gonzalo Gutiérrez de Calleja el viejo.

Entre los hijos de Juan Sánchez de Alvarado estuvo Garci Sánchez de Alvarado,
también señor de la casa torre de Alvarado, quien fue corregidor de Córdoba en tiempos del
rey don Juan II de Castilla y participó en la batalla de Guadix contra los musulmanes en
1435. Garci Sánchez de Alvarado casó con doña Leonor de Bracamonte, quien por parte de
madre descendía de una ilustrísima familia francesa asentada en Castilla. Entre sus hijos
estuvo Juan de Alvarado y Bracamonte, caballero de la Orden de Santiago, quien fue
comendador de Hornachos y alcaide de la villa de Albuquerque en Extremadura y casó con
doña Catalina Messía de Sandoval. De este modo, una familia de orígenes riojanos terminó
asentada en el sur de España, de donde sus retoños saldrían con destino a América.

Hijo de Juan de Alvarado y doña Catalina Messía de Sandoval fue Gómez de


Alvarado, quien casó en primeras nupcias con doña Teresa Suárez de Moscoso y Figueroa,
señora de la dehesa de Poza Cibera en Valverde de Badajoz, y en segundas con doña
Leonor de Contreras y Gutiérrez de Trejo. Entre los hijos del segundo matrimonio destacó
en primer término don Pedro de Alvarado y Contreras, célebre adelantado de Guatemala,
quien también participó destacadamente en la conquista de México y se hizo además
famoso por su crueldad y su codicia. De mejores prendas morales fue su hermano don Jorge
de Alvarado y Contreras, quien también adquirió notoriedad por su participación en la
conquista de Guatemala y El Salvador y fue el fundador de la ciudad de San Salvador. De
su matrimonio con doña Luisa de Estrada y Gutiérrez de la Caballería, hija del tesorero real
de la Nueva España Alonso de Estrada y de una dama de la nobleza sefardita, doña Marina
Gutiérrez de la Caballería, nació don Jorge de Alvarado y Estrada, bautizado en la ciudad
de México el 30 de junio de 1539, quien casó con doña Catalina de Carvajal y Villafaña 7.

Hijo de don Jorge y doña Catalina fue Jorge de Alvarado y Villafaña, nacido
alrededor de 1559, quien casó en primeras nupcias con doña Brianda de Quiñones y en
segundas en Madrid en 1589 con doña Juana Nicolasa de Benavides. Del segundo enlace
6
CASTRO Y TOSI, Norberto de, Armorial General de Costa Rica, inédito, expediente Alvarado, folio 29 v.;
CASTRO Y TOSI, Norberto de, “Familias patricias de Costa Rica”, en Revista de la Academia Costarricense
de Ciencias Genealógicas, San José, Noviembre de 1975, n° 22, pp. 11-190.
7
CASTRO Y TOSI, Norberto de, Armorial General de Costa Rica, inédito, expediente Alvarado, fs. 36-37.
11

nacieron ocho hijos, el quinto de los cuales fue el alférez don Gil de Alvarado y Benavides,
fundador de la familia de su apellido en Costa Rica 8.

El genealogista y heraldista Castro y Tosi describe así el blasón de los Alvarado,


que también figura en un famoso retrato del adelantado don Pedro existente en Sevilla:

“Partido:
I) De oro, cinco flores de lis de azur puestas en sotuer.
II) de plata cuatro fajas ondeadas de azur” 9

El alférez don Gil de Alvarado y Benavides nació en Guatemala y vino a Costa Rica
en 1629 con el no muy prominente cargo de corregidor de Pacaca y en 1632 fue corregidor
de Turrialba 10. Casó en Cartago en 1636 con doña Juana de Vera y Sotomayor, dama de
muy ilustre ascendencia. En 1638 fue alcalde mayor del puerto de Suerre y corregidor de
Chirripó (Tierra Adentro), en 1639 alcalde ordinario de Cartago y teniente general, en 1642
procurador síndico de Cartago y en 1651 corregidor de Aserrí 11. Murió en el valle de Barba
o Valle central occidental de Costa Rica, en setiembre de 1670.

Del matrimonio de don Gil y doña Juana nacieron tres hijas y cinco varones, todos
los cuales casaron, según indica Castro y Tosi, “en las más linajudas casas de Cartago” 12.
Uno de ellos fue don Pedro de Alvarado y Vera, nacido en Cartago en 1645 y muerto en
Chame, Panamá, en 1704. El que don Gil llamara Pedro a uno de sus vástagos es muy
explicable, si se recuerda la fama y el prestigio de que gozaba entonces en el reino de
Guatemala la figura de su difunto tío abuelo el adelantado don Pedro de Alvarado.

Al parecer para recalcar su parentesco con los Alvarado de Guatemala y Nicaragua,


don Pedro de Alvarado y Vera empezó a agregar a su apellido paterno el de Jirón (también
mencionado como Girón o Xirón), que tenían algunos de sus lejanos parientes
guatemaltecos y nicaragüenses, aunque a él en realidad no le venía por ningún lado 13. El
origen de este estilo se remonta al matrimonio de doña Francisca de Alvarado, que según
unas fuentes era hija del adelantado don Pedro y según otras de su hermano don Jorge, con
un distinguido caballero llamado Francisco Jirón, procurador general del reino de
Guatemala, cuyos descendientes combinaron ambos apellidos, como Jirón de Alvarado 14.

Sobre este primer Pedro de Alvarado costarricense, que tuvo el grado militar de
sargento mayor, dice don Cleto González Víquez

“En 1673 casó con Doña Catalina de Vida Martel, hija del Sargento Mayor Juan
de Vida Martel y de Doña Juana de Ortega Chaves… En la dote de su mujer recibió un

8
Ibid., fs. 37-37 v.
9
CASTRO Y TOSI, 1975, pp. 114-115.
10
Ibid., p. 125.
11
CASTRO Y TOSI, Armorial General de Costa Rica, inédito, expediente Alvarado, folio 29 v.
12
CASTRO Y TOSI, 1975, p. 126.
13
GONZÁLEZ VÍQUEZ, Cleto, “Orígenes de los costarricenses”, p. 78, en Población de Costa Rica y
orígenes de los costarricenses, San José, Editorial Costa Rica, 1ª. ed., 1977, pp. 73-132.
14
CASTRO Y TOSI, Armorial General de Costa Rica, inédito, expediente Alvarado, folios 48-48 v.
12

cacaotal en el paraje nombrado Bonilla, por lo cual se interesó en esta nueva industria,
aparte de seguir con el negocio de las mulas… En 1700, al salir en viaje para Panamá,
otorgó testamento – precaución bien justificada por los peligros que entrañaba esta
aventura de llevar una recua por tierra. No murió esta vez, pero en otra siguiente [1704]
sí. En 1705 Doña Catalina refiere que su marido había fallecido en Chame, del reino de
Tierra Firme [Panamá]. Como se ve el negocio de mulas era de inmenso riesgo, y solo la
ventaja que daba una buena venta podía inducir a los dueños de hatos a persistir en él. En
uno de sus viajes Don Pedro colocó mulas a 59 pesos… era hombre de buenos y generosos
sentimientos. En el testamento referido ordena la fundación de dos capellanías, una por su
alma y la de sus familiares, y otra por todos los criados que había tenido, así libres como
esclavos… gozó don Pedro de una gran influencia social.” 15

Don Pedro y doña Catalina tuvieron abundante descendencia. Uno de sus hijos fue
un segundo don Pedro de Alvarado y Jirón (en realidad Alvarado y Vidamartel), abuelo
paterno de nuestro biografiado, del que dice don Cleto González Víquez:

“Nacido hacía 1688, pensó primero en el sacerdocio, pues en 1711 se habla de él


como clérigo minorista; pero no persistió en ese propósito, ahorcó los hábitos y en 1715
unió su suerte, para el bien y para el mal, para los prósperos y para la de los adversos
tiempos, a la de Doña Ángela de Guevara, hija del Capitán Don Álvaro de Guevara y de
Doña María Sáenz… Don Pedro se dedicó al cultivo del cacao y sus negocios principales
estuvieron radicados en Matina. Fue Sargento Mayor y sirvió de Alcalde de la Santa
Hermandad.” 16

Don Pedro de Alvarado y Vidamartel murió en Cartago el 4 de agosto de 1739 y fue


sepultado en el convento de San Francisco 17. Su viuda doña Ángela, quien era nieta
materna del maestre de campo don Juan Francisco Sáenz Vázquez de Quintanilla y Sendín
de Sotomayor, gobernador de Costa Rica de 1674 a 1681, murió en 1745 18, a una edad
relativamente temprana, pues había nacido en 1699 19. Uno de los muchos hijos de los
esposos Alvarado Guevara fue don Pedro José de Alvarado y Jirón (o Alvarado y Guevara),
el tercer don Pedro de Alvarado de la misma línea, quien nació alrededor de 1726 20 y fue el
padre de don Pedro José Alvarado y Baeza21.

15
Ibid., p. 87.
16
Ibid., p. 95.
17
https://www.familysearch.org/ark:/61903/1:1:NQLK-L5K
18
GONZÁLEZ VÍQUEZ, 1977, p. 95.
19
https://www.familysearch.org/ark:/61903/3:1:S3HT-DYZJ-DP?i=401&cc=1460016
20
SANABRIA MARTÍNEZ, Víctor, Genealogías de Cartago hasta 1850, San José, Servicios Secretariales,,
1ª.ed., 1957, vol. I, p. 127.
21
Entre las hermanas Alvarado y Guevara cabe mencionar a doña María Josefa, quien no se casó pero tuvo
copiosa descendencia extramatrimonial. Una de sus hijas fue doña Lucía Guadalupe de Alvarado, quien casó
en primeras nupcias con don Pedro Javier Lombardo y en segundas con don Felipe Gallegos y Trigo y fue
madre de don José Santos Lombardo y don José Rafael de Gallegos. Otra hija de doña María Josefa, doña
María de la Luz de Alvarado, casó con don Dionisio Mora y fue la madre de don Camilo Mora y Alvarado y
abuela paterna de los presidentes don Miguel y don Juan Rafael Mora Porras. V. GONZÁLEZ VÍQUEZ,
1977, p. 96.
13

El 24 de agosto de 1746 22, cuando tenía unos diecinueve años de edad, don Pedro
José de Alvarado y Jirón y Guevara contrajo nupcias en Cartago con doña María Manuela
de Baeza Espinosa de los Monteros y Maroto, nacida alrededor de 1730. Cuatro días antes,
el 20 de agosto, el joven novio había suscrito la correspondiente carta de dote, en la cual
recibía los bienes que la familia de doña Manuela le entregaba como dotales, y de los
cuales él era solamente una especie de usufructuario, porque el dominio de la dote le
pertenecía exclusivamente a la mujer y a sus herederos. En el documento puede verse que
la familia Baeza era bastante acomodada, porque el monto de la dote de la joven fue de más
de mil pesos y entre sus componentes había dos esclavas 23.

2.- Los Baeza.

Mientras que del linaje de Alvarado hay información en abundancia, de la familia de


doña María Manuela Baeza, madre de nuestro biografiado, se tienen mucho menos datos.
Su abuelo paterno de doña María Manuela fue don José de Baeza Espinosa de los
Monteros, vecino hidalgo de la ciudad de Antequera (hoy Oaxaca) en el virreinato de la
Nueva España, que casó allí con doña Marciala Ramírez de Aguilar, dama perteneciente a
una ilustre familia asentada desde mucho tiempo atrás en la misma ciudad. Esta señora fue
posiblemente hermana, y en todo caso pariente muy próxima de don Luis Ramírez de
Aguilar, quien a fines del siglo XVII fue regidor y procurador general de Antequera 24.

Hijo de don José y doña Marciala fue don José Francisco de Baeza Espinosa de los
Monteros y Ramírez de Aguilar, también mencionado como don José Francisco de Baeza y
Mendoza, quien fue bautizado en Antequera el 10 de diciembre de 1684 25. Don José
Francisco fue el abuelo materno de nuestro biografiado y el fundador de su familia en Costa
Rica, a donde se estableció a principios del siglo XVIII. Fue sargento mayor y notario
mayor del juzgado eclesiástico. Contrajo nupcias en Cartago en 1713 con doña María
Magdalena Maroto y Ruiz, hija del alférez don José Maroto y Cuadrillero, nacido en
Villalón de Campos en 1647 y fallecido en Cartago en 1683, y de doña Luisa Calvo y Abarca,
cartaginesa. El 12 de mayo de 1713 se suscribió la correspondiente carta dote, que permite
ver que la familia Maroto era acaudalada, porque la dote montaba 1624 pesos e incluía un
solar en Cartago, tres esclavos, doscientas reses y una mula ensillada 26.

Los esposos Baeza Maroto gozaron de una cómoda posición económica; además de
los bienes dotales, en febrero de 1718 compraron un “sitio” o hacienda ganadera en el valle
de Barba, con ganado, casa, corral y dos esclavos, que se añadieron a los cinco que ya
poseían en aquellos momentos 27. Sin embargo, don José Francisco no debió haber sido una
persona de fácil carácter. Consta que en enero de 1719 estuvo preso y se le siguió una causa

22
SANABRIA MARTÍNEZ, 1957, vol. I, p. 131.
23
ARCHIVOS NACIONALES, Índice de los Protocolos de Cartago 1726-1750. Tomo tercero. San José,
Tipografía Nacional, 1ª. ed., 1911, pp. 413-414.
24
Sobre la familia Ramírez de Aguilar, V. la relación de méritos y servicios de don Luis Ramírez de Aguilar,
fechada en Madrid el 22 de enero de 1689, en http://pares.mcu.es/ParesBusquedas20/catalogo/show/240850
25
https://www.familysearch.org/ark:/61903/1:1:NBC4-SFS
26
ARCHIVOS NACIONALES, Índice de los Protocolos de Cartago 1700-1725. Tomo segundo. San José,
Tipografía Nacional, 1ª. ed., 1909, pp. 230-231.
27
Ibid., p. 360.
14

por haber herido a un individuo llamado Pedro Florencio de la Águila 28. El asunto no debió
haber tenido mayores consecuencias, ya que en ese mismo año fue nombrado teniente de
Jueces Oficiales de la Real Hacienda y Reales Cajas 29, equivalente al de tesorero de Costa
Rica, aunque sin el rango, título y salario de tal cargo, suprimido en 1635.

Del matrimonio de don José Francisco y doña María Magdalena quedaron dos hijos:
don José Francisco, bautizado en Cartago el 3 de mayo de 1722 30, que fue religioso
franciscano y que en diciembre de 1778 ejercía su ministerio en Cartago 31, y doña Manuela
Baeza Espinosa de los Monteros y Maroto, nacida alrededor de 1730.

Don José Francisco de Baeza fue sepultado en Cartago el 24 de febrero de 1737 32.
Su viuda doña María Magdalena Maroto le sobrevivió quince años, ya que fue sepultada en
Cartago el 23 de enero de 1752 33. Como el único hijo varón de esta pareja fue religioso 34 y
no tuvo descendencia, con su muerte se extinguió la breve línea masculina de esta familia,
y correspondió a la hija, doña María Manuela, la misión de perpetuar la sangre familiar.
Como los franciscanos estaban impedidos para recibir bienes por herencia, doña María
Manuela fue también la heredera única de sus progenitores y para su tiempo y su medio
podía considerarse una mujer acaudalada. En 1777 era dueña de tres haciendas cacaoteras
en la cuenca del río Barbilla, compuestas por 4460 árboles de cacao 35.

3.- El hogar paterno.

El genealogista Castro y Tosi, al referirse a las diversas ramas de los Alvarado de


Costa Rica, dice que la de los Alvarado – Baeza “fue indudablemente el sarmiento más
distinguido de esta familia.” 36

Don Pedro José de Alvarado y Guevara, capitán de milicias, desempeñó entre otros
cargos los de de mayordomo de propios del Ayuntamiento de Cartago en 1753 y procurador
síndico en 1754 37. Sin embargo, parece haber tenido poca vocación para la política y
haberse dedicado principalmente a la conservación y ampliación de su considerable
patrimonio, que incluía varios esclavos y una hacienda cacaotera en la cuenca del río
Barbilla, la cual tenía más de 1470 árboles de cacao en agosto de 1760, cuando la arrendó a
Juan Francisco Colina 38. Esta riqueza, y la también apreciable fortuna de su cónyuge doña

28
Ibid., p. 383.
29
Ibid., p. 391.
30
https://www.familysearch.org/ark:/61903/1:1:FL3M-3QW
31
Archivo Nacional, Sección Histórica, Complementario Colonial, n° 434.
32
https://www.familysearch.org/ark:/61903/1:1:NQLK-K3J
33
https://www.familysearch.org/ark:/61903/1:1:NQLK-Y8D Su juicio sucesorio en Archivo Nacional,
Sección Histórica, Mortuales Coloniales de Cartago, documento n° 955.
34
CASTRO Y TOSI, Armorial General de Costa Rica, inédito, expediente Baeza Espinosa de los Monteros,
f. 1 v.
35
ARCHIVOS NACIONALES, Índice de los Protocolos de Cartago 1751-1784. Tomo cuarto, San José,
Tipografía Nacional, 1ª. ed., 1913, p. 280-281.
36
CASTRO Y TOSI, 1975, p. 128.
37
Ibid., p. 130.
38
ARCHIVOS NACIONALES, 1913, p. 82. Juan Francisco Colina fue el abuelo materno de don Braulio
Carrillo, jefe de Estado de 1835 a 1837 y de 1838 a 1842.
15

María Manuela, permitió a los esposos Alvarado Baeza asegurar el sustento de sus hijos,
que alcanzaron el número de trece, cinco mujeres y ocho varones, a saber:

1.- Doña María Francisca de los Santos, bautizada en Cartago el 5 de noviembre de 1747
39
. Casó en Cartago el 5 de junio de 1763 con don Antonio de la Fuente y Mendaña 40,
personaje de muy destacada actuación en la política cartaginesa de fines del siglo XVIII.
Nieto de este matrimonio fue, entre otros, monseñor Anselmo Llorente y Lafuente, primer
obispo de Costa Rica 41.
42
2.- Doña María Antonia Josefa, fue bautizada en Cartago el 18 de mayo de 1749 y murió
en Cartago el 18 de febrero de 1752 43.

3.- Don Manuel José, bautizado en Cartago el 10 de abril de 1751 44 y murió en Cartago el
17 de setiembre de 1767 45. Según se indica en la partida de defunción, era clérigo de
órdenes menores; murió antes de recibir las mayores.

4.- Doña Ana Jacoba, bautizada en Cartago el 27 de julio de 1753 46 y sepultada en


Cartago el 15 de abril de 1812 47. Casó en Cartago el 4 de noviembre de 1770 con don
Francisco Carazo y Soto Barahona 48, sepultado en Cartago el 14 de junio de 1794 49.

5.- Don José Rafael, nacido entre 1754 y 1756 y sepultado en Cartago el 1° de julio de
1800 50. Fue procurador síndico de Cartago en 1782 y alcalde segundo en 1793 y 1794 51.
Casó en Cartago el 15 de noviembre de 1778 con doña Josefa Bartola de Oreamuno y
Alvarado 52.

6.- Don José Eusebio, nació en Cartago el 14 de diciembre de 1756 y fue bautizado el 20 de
ese mes 53; sepultado en Cartago el 25 de febrero de 1787 54. Soltero.

39
https://www.familysearch.org/ark:/61903/1:1:FL7P-XMS
40
https://www.familysearch.org/ark:/61903/1:1:FL3G-ZN8
41
SANABRIA MARTÍNEZ, 1957, vol. III, p. 509.
42
https://www.familysearch.org/ark:/61903/1:1:FL3W-PJD
43
https://www.familysearch.org/ark:/61903/3:1:S3HT-DHP4-2X6?i=114&wc=MLLF-92W
%3A375533201%2C375530502%2C375607001&cc=1460016
44
https://www.familysearch.org/ark:/61903/1:1:FL3W-TVR
45
https://www.familysearch.org/ark:/61903/1:1:NQL2-HZ6
46
https://www.familysearch.org/ark:/61903/1:1:FL7P-KXG
47
https://www.familysearch.org/ark:/61903/1:1:FLQH-34C
48
https://www.familysearch.org/ark:/61903/1:1:FL3L-TXK
49
https://www.familysearch.org/ark:/61903/1:1:FLQQ-TZX
50
https://www.familysearch.org/ark:/61903/1:1:FLQ7-B3F
51
CASTRO Y TOSI, 1975, p. 130.
52
https://www.familysearch.org/ark:/61903/1:1:FL3G-CXV
53
https://www.familysearch.org/ark:/61903/1:1:FL75-1YL
54
https://www.familysearch.org/ark:/61903/1:1:NQL2-Y3T
16

7.- Don José Francisco, bautizado en Cartago el 25 de mayo de 1758 55 y sepultado en


Heredia el 19 de enero de 1809 56. Sacerdote franciscano; fue doctrinero de Térraba y
guardián del convento de San Francisco de Cartago.

8.- Doña Antonia Josefa Benita, bautizada en Cartago el 25 de febrero de 1760 57 y


sepultada en Cartago el 11 de febrero de 1825 58. Casó en Cartago el 26 de abril de 1778
con don José Antonio de Alvarado y Ocampo Golfín 59. Hijo de este matrimonio fue, entre
otros, don José Joaquín de Alvarado y Alvarado (1780-1824), cura párroco de Cartago en la
época de la Independencia.

9.- Don José Lorenzo, murió en Cartago el 28 de enero de 1764 60.


61
10.- Doña María Petronila, bautizada en Cartago el 6 de julio de 1763 . Murió en la
infancia 62.

11.- Don Juan José Lorenzo (confirmado como Juan Manuel), bautizado en Cartago el 28
de diciembre de 1764 63 y fue sepultado en Cartago el 14 de noviembre de 1819 64. Fue
capitán de milicias, procurador síndico de Cartago en 1803 y regidor y fiel ejecutor de 1809
a 1811 65. Casó en Cartago el 23 de julio de 1795 con doña Josefa Trinidad Ruiz Fernández
y Bonilla 66.

12.- Don PEDRO JOSÉ.


67
13.- Don José Miguel Zenón, bautizado en Cartago el 2 de agosto de 1769 y sepultado en
Cartago el 17 de julio de 1806 68. Residió en Nicaragua. Soltero.

Don Pedro José Alvarado y Baeza vino al mundo en Cartago el 25 de junio de 1767.
Posiblemente nació muy débil, porque dos días después, el 27 de junio, fue bautizado “con
necesidad” por el presbítero don Juan Miguel Céspedes. Un mes después, el 26 de julio, lo
bautizó solemnemente en la parroquia de Cartago el presbítero don Andrés José Fernández,
teniente de cura. Su madrina fue doña Luisa Guzmán y Echavarría, segunda esposa de su
tío abuelo don Miguel de Alvarado y Vidamartel 69.

55
https://www.familysearch.org/ark:/61903/1:1:FL7R-SHX
56
https://www.familysearch.org/ark:/61903/1:1:NQPH-N95
57
https://www.familysearch.org/ark:/61903/1:1:FL7P-Y52
58
https://www.familysearch.org/ark:/61903/1:1:FLQL-LVF
59
SANABRIA MARTÍNEZ, 1957, vol. I, p. 132.
60
https://www.familysearch.org/ark:/61903/1:1:NQL2-QJ5
61
https://www.familysearch.org/ark:/61903/1:1:NQLD-HQ7
62
No aparece mencionada en el testamento de su padre, otorgado en Cartago el 4 de enero de 1768.
63
https://www.familysearch.org/ark:/61903/1:1:NQLD-ZJF
64
https://www.familysearch.org/ark:/61903/1:1:FLQ2-TYX
65
CASTRO Y TOSI, 1975, p. 130.
66
SANABRIA MARTÍNEZ, 1957, vol. I, p. 134.
67
https://www.familysearch.org/ark:/61903/1:1:NQLD-KZ1
68
https://www.familysearch.org/ark:/61903/1:1:FLQ4-SLR
69
https://www.familysearch.org/ark:/61903/3:1:S3HY-66Y9-S8X?i=178&wc=MLL1-92S
%3A375533201%2C375871601%2C376237601&cc=1460016
17

Bastante triste debió ser la atmósfera reinante en la casa de los Alvarado Baeza
durante los primeros meses de existencia de don Pedro José, ya que a mediados de
setiembre de 1767 falleció su hermano mayor don Manuel José, prometedor muchacho de
dieciséis años destinado a la carrera sacerdotal, que ya había recibido las órdenes menores y
sin duda se aprestaba a marchar a seguir estudios fuera de Costa Rica y recibir las mayores.

A pesar de ser la capital y la población más importante de la provincia de Costa


Rica, la Cartago en la que nació y se crió nuestro personaje era una ciudad muy pequeña,
que ofrecía pocos atractivos a habitantes y visitantes. El obispo de Nicaragua y Costa Rica
don Pedro Morel de San Cruz, que la visitó en 1751, la describió así:

“Su clima es extremadamente frío y húmedo, la altura de nueve y medio grados en que se
halla dos volcanes de fuego situados a cinco y diez leguas hacia el Septentrión ofrecían lo
contrario. Atribúyese esta novedad a los páramos que por el mismo rumbo la refrigeran.
Las lluvias son continuas y gruesas; a excepción de algunos días en que es menuda y
produce escarcha en los tejados; luego que faltan se introducen las enfermedades y el
calor; entonces es tan excesivo que no puede tolerarse. Un Gobernador juicioso definió en
breve su temple, diciendo que once meses tenía de invierno y uno de infierno. Las aguas en
fin que repartidas en diferentes acequias corren por las calles aumentan su frialdad y
humedad. Su población se compone del casco principal y barrio de los Ángeles. En el
casco hay noventa y siete casas de teja y cuarenta y una de paja. Las paredes de las
primeras son de tierra y adobes sin emplastado, causan oscuridad y tristeza. Algunas
tienen la habitación en el centro del solar y el patio a la calle, éstas de Oriente a Poniente
se reducen a seis y de Norte a Sur a ocho, guardan orden y nivel, pero no unión… Hay
también cuatro iglesias; es a saber, la Parroquia, San Francisco, la Soledad y San Nicolás
Tolentino; todas están fundadas sobre horcones, sus paredes de adobes techadas de teja, y
con sus puertas una al Occidente y otra al Sur, la del Norte se omite por el ímpetu con que
sopla, y el hielo que causa este viento… El Cabildo está situado en la plaza mayor, es de
adobes y de tejas y tiene oficina para habitación del Gobernador, Ayuntamiento,
Contaduría, sala de armas y cárcel… El barrio de los Ángeles es de mulatos… El territorio
en fin a que se ciñe la administración del Curato se reduce a tres leguas y media de
longitud y tres de latitud. Hay en ella trescientas cuarenta casas de paja, otras cuarenta de
teja, quince, haciendas de trapiche, y algún ganado vacuno; las familias últimamente
existen en el territorio, barrio y ciudad componen el número de seiscientas y veintiséis y
las personas el de cuatro mil doscientas ochenta y nueve de todas edades y ambos sexos.”
70
.

En una de esas casas de techo de teja con paredes de tierra y adobe sin emplastado,
que eran las mejores de la ciudad, transcurrieron la infancia y la juventud de nuestro
personaje. La de los Alvarado y Baeza estaba situada en la manzana al oeste de la parroquia
de Cartago y tenía al frente el pequeño cementerio parroquial, ubicado detrás del templo 71.

70
MOREL DE SANTA CRUZ, Pedro A. de, Costa Rica en 1751. Informe de una visita, San José, Convento
La Dolorosa, 1ª. ed., 1994, pp. 2-3.
71
ARCHIVOS NACIONALES, Índice de los Protocolos de Cartago 1785-1817. Tomo quinto, San José,
Tipografía Nacional, 1ª. ed., 1918, p. 321.
18

Lejos de ser la fraternal e igualitaria comunidad de “hermaniticos” sin jerarquías


que después quisieron pintar románticamente ciertos historiadores, la sociedad
costarricense de aquellos tiempos estaba dividida, como todas las de la América española,
en nobles y plebeyos, según su linaje; en ricos y pobres, según su fortuna, y en españoles,
mestizos, indios y mulatos y negros, según su “casta” u origen étnico. Don Pedro José
Alvarado y Baeza tuvo la fortuna de nacer triplemente privilegiado, porque por nacimiento
pertenecía a la casta de españoles y dentro de esta a la nobleza, como hijo y nieto de
hidalgos por los cuatro costados, y del que daba testimonio el uso del tratamiento de Don o
Doña en sus cuatro abuelos; además, para la Costa Rica de su tiempo, sus padres eran
personas bastante acomodadas, como puede verse por el monto de las dotes de dos
hermanas mayores: la de doña María Francisca, que casó en 1763 con don Antonio de la
Fuente, ascendió a 1842 pesos72, y la de doña Ana Jacoba, que casó en 1770 con don
Francisco Carazo, a 1809 pesos y 6 reales 73.

Sin embargo, la infancia de don Pedro José no estuvo exenta de pesares. No conoció
a ninguno de sus abuelos, que tenían largo rato de fallecidos cuando nació, y apenas pudo
conocer a su progenitor, que murió en Cartago el 28 de mayo de 1771, cuando él no había
cumplido los cinco años de edad. Fue sepultado en el convento de San Francisco, y la
partida de defunción quedó asentada así en los libros parroquiales:

“Dn. Pedro de Albarado marido q. fue de Dª Manuela Baeza, murió el dia veinte y ocho de
Mayo de mill setesientos setenta y uno y haviendo recivido los stos. sacramentos se
enterró en la Ygla. de Nro. Pe. Sn. Fransisco y para que conste lo firmo.

Joseph Ant° de Albarado” 74

Al momento de su muerte, don Pedro José de Alvarado y Guevara tenía unos


cuarenta y cinco años y ya era abuelo, porque su primogénita doña María Francisca, casada
desde 1763 con don Antonio de la Fuente, había tenido ya cuatro hijos y esperaba otro 75.
Testó dos veces, la primera el 4 de enero de 1768, ante el gobernador don José Joaquín de
Nava y Cabezudo 76, y la segunda ante el mismo gobernador el 25 de marzo de 1771, dos
meses antes de fallecer 77.

Aunque don Pedro José dejara apreciables bienes a su familia, y su viuda doña
Manuela contara también con un considerable patrimonio propio, no debió ser fácil para
ella la crianza de su numerosa prole. Aunque cuando murió don Pedro en mayo de 1771 ya
habían contraído matrimonio sus hijas doña María Francisca y doña Ana Jacoba, le quedaba
todavía por casar (y dotar) doña Antonia, que apenas tenía once años de edad, y terminar de
criar a los seis varones sobrevivientes, desde don Rafael, que tenía unos dieciséis años,

72
ARCHIVOS NACIONALES, 1913, p. 105.
73
Ibid., p. 176.
74
https://www.familysearch.org/ark:/61903/1:1:NQL2-82Z
75
SANABRIA MARTÍNEZ, 1957, vol. II, p. 1068. La segunda de esos hijos fue doña María Feliciana de la
Fuente y Alvarado, quien casó con don Miguel Ignacio Llorente y Arcedo y fue la madre de don Anselmo
Llorente y Lafuente, primer obispo de Costa Rica.
76
ARCHIVOS NACIONALES, 1913, pp. 151-152.
77
Ibid., pp. 196-197.
19

hasta el benjamín don Miguel Zenón, de tan solo año y medio. Por lo que parece, doña
Manuela fue mujer de empuje, porque no solo logró conservar y aumentar el patrimonio
familiar, y ya anciana todavía seguía manejándolo personalmente; además, consiguió que
dos de sus hijos se hicieran sacerdotes y que varios de los demás se casaran “bien”, en el
sentido de contraer matrimonio con personas de la aristocracia y sin congojas económicas.

Poco a poco, los retoños empezaron a abandonar el nido. En 1778 se casaron doña
Antonia y don Rafael. También hubo duelos, como el causado por la muerte de don
Eusebio, fallecido en Cartago en febrero de 1787, a los treinta años de edad. Quizá la
muerte de este hijo indujo a doña Manuela a otorgar su testamento, el 18 de junio de 1787
78
. Sin embargo, doña Manuela todavía vivió un apreciable número de años, que le
permitieron ver ordenados como sacerdotes a sus hijos don José Francisco y don Pedro José
y el matrimonio de don Juan Manuel con doña Josefa Trinidad Ruiz Fernández el 23 de
julio de 1795. También había podido ver el nacimiento de una caterva de nietos de
proporciones dignas del Génesis: al comenzar 1800, ya había sido abuela de quince niños
La Fuente y Alvarado 79, diecisiete Carazo y Alvarado 80, diez Alvarado y Alvarado 81, trece
Alvarado y Oreamuno 82 y dos Alvarado y Ruiz Fernández 83.

En 1800 doña Manuela tuvo la pena de perder a su hijo mayor, el capitán don Rafael
de Alvarado, que fue sepultado en Cartago el 1° de julio de ese año. Posiblemente este
doloroso suceso la llevó a otorgar nuevamente testamento el 16 de agosto de 1800, en el
cual nombró por albaceas a sus hijos don Pedro José y don Juan Manuel y a don Miguel
Ignacio Llorente, esposo de su nieta doña María Francisca de la Fuente y Alvarado 84.
Falleció en Cartago en junio de 1805, cuando tenía aproximadamente setenta y cinco años
de edad, y en los libros parroquiales se asentó del siguiente modo su partida de defunción:

“Dª Manuela Baeza Viuda de Dn. Pedro Albarado habiendo recibido los santos
sacramentos murió y se le dio sepultura en la ygª de N. Pe. Sn. Franco. con toda solenidad
el día diez y siete de Junio de mil ochocientos cinco y pª qe. conste lo firmo = Juan Cruz
Pérez de Cote.” 85.

Don Pedro José Alvarado tuvo afectuosas relaciones con sus hermanos y sus
numerosísimos sobrinos, especialmente, a juzgar por sus disposiciones testamentarias, con
los Carazo y Alvarado, hijos de su hermana doña Ana Jacoba, esposa de don Francisco
Carazo. También debió ser muy cercano a don José Joaquín de Alvarado y Alvarado, hijo
de su hermana doña Antonia, quien fue nombrado cura párroco de Cartago en los inicios de
su desempeño como vicario foráneo de Costa Rica y tuvo un papel relevante y controversial
en la política de aquellos años.

78
ARCHIVOS NACIONALES, 1918, p. 39.
79
SANABRIA MARTÍNEZ, 1957, vol. II, pp. 1068-1069;
80
Ibid., vol. II, p. 632.
81
Ibid., vol. I, pp. 132-133.
82
Ibid., vol. I, pp. 134-135.
83
Ibid., vol. I, p. 134.
84
ARCHIVOS NACIONALES, 1918 , pp. 234-235.
85
Archivo Nacional, Sección Histórica, Mortuales Coloniales de Cartago, n° 581.
20

4.- Descendencia.

Como parte de la familia de don Pedro José Alvarado y Baeza debemos


indispensablemente hacer mención del hijo que tuvo, don Juan Fernando Echeverría 86,
aunque debido a su condición de sacerdote la legislación de aquellos tiempos le impidiera
reconocerlo públicamente como tal.

En 1811, cuando tenía unos cuarenta y cuatro años de edad y más de veinte de haber
recibido el sacramento de la ordenación, que lo obligaba al celibato perpetuo, don Pedro
José se relacionó en Cartago con una mujer llamada Hilaria Chavarría, al parecer persona
de condición muy modesta. Fruto de esta relación fue un niño llamado Juan de Dios
Fernando, nacido en Cartago el 30 de mayo de 1812 y bautizado al día siguiente por el
presbítero don José Ramón Machado y Ugarte, como hijo de Hilaria Chavarría y de padre
no conocido, aunque muy posiblemente el presbítero Machado estaba al tanto de que el
progenitor del niño era su colega Alvarado. Su madrina fue doña María Concepción
Chavarría 87. Al margen de la partida se indicó que el niño era mestizo 88.

Lamentablemente no hemos logrado encontrar ningún dato de Hilaria Chavarría, ni


identificar a cuál de las numerosas familias mestizas cartaginesas de ese apellido
pertenecía. Al parecer ya había tenido otra hija extramatrimonial mestiza de padre no
conocido, llamada María de la Encarnación, que fue bautizada en Cartago el 27 de marzo
de 1802 89 y casó el 1° de abril de 1818 con Santiago Quesada 90. Además, el 1° de octubre
de 1824 se bautizó en Cartago a una niña llamada Ana Micaela, hija extramatrimonial de
Hilaria Chavarría, que a su vez era hija extramatrimonial de Francisca Chavarría y padre no
conocido. Nos parece muy probable que esta otra niña fuera media hermana de Juan de
Dios Fernando, porque su madrina fue también doña Concepción Chavarría 91.

Lamentablemente, no tenemos ningún indicio de la relación que pudo existir entre


don Pedro José Alvarado y su hijo no confesado, aunque por algunas sibilinas cláusulas de
sus disposiciones testamentarias nos parece que el clérigo pudo haber destinado apreciables
86
La paternidad de don Pedro José Alvarado con respecto a don Juan Fernando Echeverría aparece indicada
en FERNÁNDEZ PERALTA, Ricardo, “Genealogía de la casa de Peralta de Costa Rica”, p. 20, en Revista de
la Academia Costarricense de Ciencias Genealógicas, N.° 30-31, 1987, pp. 7-65. Este autor indica también
como hijo de don Pedro José y hermano de don Juan Fernando a don Ramón Echeverría; sin embargo, en las
genealogías contenidas en el Álbum de don José María Figueroa, tomo II, p. 216, se indica que don Ramón
Echeverría, quien casó con doña Josefa Umaña, era hijo de doña María Echeverría o Chavarría y del
presbítero don Félix de Alvarado y Salmón Pacheco, también padre del famoso político y cafetalero don
Nicolás Ulloa, jefe de Estado electo en 1835. V. CASTRO Y TOSI, Armorial General de Costa Rica,
expediente Alvarado, folio 127 v.
87
https://www.familysearch.org/ark:/61903/3:1:S3HY-67S9-ZD6?i=486&cc=1460016 En FERNÁNDEZ
PERALTA, 1987, p. 20, se indica como madre de don Juan Fernando a doña Concepción Echeverría, pero
como puede verse en la partida de bautismo, doña Concepción no fue su madre sino su madrina.
88
https://www.familysearch.org/ark:/61903/3:1:S3HY-67S9-ZD6?i=486&cc=1460016
89
https://www.familysearch.org/ark:/61903/3:1:S3HT-6QNS-Z2J?i=711&cc=1460016
90
https://www.familysearch.org/ark:/61903/1:1:FL3K-4HF
91
https://www.familysearch.org/ark:/61903/3:1:S3HT-6L9S-6D?i=195&cc=1460016 Que hubiera tantos
años de diferencia de edad entre los hijos de Hilaria no era cosa tan desusada en la época: doña Manuela
Baeza, madre de don Pedro José Alvarado, tuvo a su primera hija en 1747 y al último en 1769, es decir, con
veintidós años de diferencia, la misma que existió entre la hija mayor y la menor de Hilaria Chavarría.
21

bienes de fortuna al muchacho. Lo cierto es que este actuó en un nivel social mucho más
elevado del que hubiera correspondido habitualmente en aquellos tiempos a un joven
mestizo, hijo de madre soltera y de escasos recursos.

Juan de Dios Fernando, que fue habitualmente conocido como Juan Fernando, y usó
primero el apellido de Chavarría y después el de Echeverría, tuvo una vida amorosa algo
agitada en su juventud. Cuando tenía unos veinticuatro años de edad entabló una relación
sentimental con doña María del Pilar Porras y Castillo, bautizada en San José el 14 de
agosto de 1804, e hija de don Casiano Porras y doña Petronila del Castillo 92, hermana esta
del famoso presbítero don Florencio del Castillo, diputado de Costa Rica en las Cortes de
Cádiz. De la relación entre don Juan Fernando y don María del Pilar nació un hijo, Juan
Francisco Guillermo Echeverría Porras, que fue bautizado en San José el 11 de febrero de
1837 93 y fue sepultado allí el 9 de marzo de 1838 94. Este fue el único nieto de don Pedro
José Alvarado que nació en vida de su abuelo. Más tarde, don Juan Fernando y doña María
del Pilar tuvieron una hija llamada Adelina, nacida hacia 1842 y fallecida en San José el 6
de marzo de 1891, la cual casó en San José el 2 de mayo de 1859 con don José María
Ugalde, quien fue magistrado de la Corte Suprema de Justicia 95. Posteriormente, don Juan
Fernando tuvo con doña Cristina Corrales otra hija llamada Jacoba, nacida alrededor de
1849 y fallecida en San José el 13 de octubre de 1906, la cual casó en San José el 15 de
enero de 1860 con el coronel don José de Jesús Valverde Loaiza 96. Quizá por sus propias
vivencias amargas como hijo de madre soltera y sin padre legal, en una sociedad
crecientemente discriminatoria, don Juan Fernando reconoció expresamente a sus tres hijos
extramatrimoniales.

Don Juan Fernando se dedicó principalmente al cultivo del café y al comercio y


llegó a ser un hombre acaudalado, cuyo ascenso social quedó reflejado en el brillante
matrimonio que contrajo poco antes de cumplir los treinta y ocho años. Casó en San José el
25 de mayo de 1850 con una lejana parienta suya, doña María Gertrudis de la Concepción
Alvarado y Barroeta, nacida en 1836 e hija de don Manuel Alvarado y Alvarado y doña
Rosalía Barroeta y Baca, quienes figuraban entre los vecinos más prominentes y
acaudalados de esa ciudad 97. Llamada familiarmente Quita (abreviatura de Mariquita), la
92
https://www.familysearch.org/ark:/61903/1:1:FL7Q-LZ6
93
https://www.familysearch.org/ark:/61903/1:1:FL3J-QV5
94
https://www.familysearch.org/ark:/61903/3:1:S3HY-631S-4P5?i=163&cc=1460016&personaUrl=%2Fark
%3A%2F61903%2F1%3A1%3ANQKZ-3LQ
95
Hijos de este matrimonio fueron: Rafael María de Jesús (1863-1900), soltero; María Luisa del Pilar (1866-
1932), casada con don José Dávila Solera; Francisca Joaquina de la Trinidad (n. 1868), fallecida en la
infancia;- Manuel Luis de la Trinidad (1869-1926), casado con doña Dolores Callejas Sánchez; José María
Andrés de la Trinidad (1873-1900), soltero; María Joaquina de la Trinidad (n. 1875), casada con don Luis
Dávila Solera, presidente de la Corte Suprema de Justicia de 1935 a 1938, y María Adelina de las Piedades
(1877-1926), casada con don Francisco José Esquivel Sáenz.
96
Hijos de este matrimonio fueron: José (1861-1862); José María de Jesús (1862-1866); Margarita de los
Dolores, (n. 1866), casada con don Francisco Cheves Álvarez; María Elías Josefa de Jesús (Elia) (1868-
1935), casada con don Francisco de la Paz y Cedeño; María de las Mercedes (n. 1870) y Ana Joaquina (1875-
1917), casada con don Gabriel Ramos Montalvo, mexicano.
97
Don Manuel Alvarado y Alvarado, personaje de relevante actuación pública y autor de la iniciativa de crear
la Casa de Enseñanza que años más tarde se convirtió en Universidad de Santo Tomás, era hijo de don
Joaquín Alvarado y González y doña Rita de Alvarado y Ocampo Golfín; nieto paterno de don Pedro de
Alvarado y Acosta y doña Paula González, bisnieto de don Agustín de Alvarado Azofeifa y doña Antonia
22

hija política del padre Alvarado fue famosa por su belleza y elegancia y sobre todo por su
fuerte temperamento y decidido carácter. En una obra sobre la familia Alvarado Barroeta se
dice:

“Fue una mujer favorecida pues era atractiva, inteligente, rica y viajó por Europa… Su
casa, con un balcón en voladizo sobre el cual lucía un mirador, fue diseñada por el
arquitecto europeo Tenca… La casa fue amueblada y decorada con muebles y pinturas
traídos de Europa y una de las mayores novedades y atractivos era un cuarto de billar, en
el cual “Quita” a veces jugaba con los famosos billaristas y beneméritos de la Patria, los
licenciados Cleto González Víquez y Ricardo Jiménez… Manejó muy bien su capital y sus
aportes en efectivo eran de gran influencia en la política de su tiempo.” 98

Don Juan Fernando y doña María tuvieron dos hijas. La mayor, doña Juana Amelia
Concepción de la Purificación, bautizada en San José el 4 de enero de 1851 y fallecida en
San José en 1940, casó en San José el 7 de febrero de 1869 con don Ricardo Montealegre
Mora, hijo de don José María Montealegre Fernández, presidente de la República de 1859 a
1863 99, y de su primera esposa doña Ana María Mora Porras, hermana de los presidentes
don Miguel y don Juan Rafael Mora Porras. La menor, Elena Josefa Leonidas de Jesús,
nacida hacia 1852, murió soltera en San José el 15 de febrero de 1879.

A pesar de su prominente posición social y económica, la política no tentó a don


Juan Fernando Echeverría, rasgo quizá heredado de su progenitor. En 1861, durante el
gobierno constitucional de, fue elegido como senador suplente y el 5 de mayo de ese año el
Congreso lo nombró como segundo designado a la Presidencia. Sin embargo, el 31 de mayo
don Juan Fernando presentó a la renuncia a ambos cargos, alegando quebrantos de salud
propios de su edad (¡cuarenta y nueve años!). Acompañaba certificaciones de dos médicos,
uno de los cuales era el propio presidente de la República don José María Montealegre
Fernández, en las cuales se indicaba que padecía una afección en los oídos que le impedía
el desempeño de esos cargos. El Congreso aceptó la excusa y el 18 de junio se admitió la
renuncia.

Don Juan Fernando Echeverría falleció en San José el 7 de enero de 1871 y por
medio de sus hijas perpetuó la sangre de su ilustre progenitor. Su viuda doña María contrajo
María de Acosta, y tataranieto de don Pedro de Alvarado y Vera, bisabuelo de don Pedro José de Alvarado y
Baeza. Por parte de madre, don Manuel era nieto de don Benito de Alvarado y González Camino y doña
Leonida de Ocampo Golfín, bisnieto de don Gil de Alvarado y Vidamartel y doña Josefa González Camino y
tataranieto del mismo don Pedro de Alvarado y Vera. V. SANABRIA MARTÍNEZ, 1957, vol. I, pp. 125-140.
Su esposa doña Rosalía era hija del licenciado don Rafael Barroeta y Castilla, quien presidió la Junta de
Electores en enero de 1822 y la Junta Superior Gubernativa de Costa Rica de enero a abril de 1822.
98
KEITH, Henry M., Historia de la familia Alvarado Barroeta, San José, Gráfica Pipa Ltda., 1ª. ed., 1972, p.
46.
99
Hijos de este matrimonio fueron Amelia Francisca Ysabel (1869.1934), casada con don Oscar Félix Wiss,
alemán; Juan José Ricardo de Jesús (1871-1926), casado con doña Adelia Aguilar Bolandi; Francisco
Guillermo Juan de Jesús (1872-1935), casado con doña Lucila Morales Gutiérrez; Flor (n. 1875); Ester (1876-
1975), casada con don Mariano Guardia Carazo; Edmundo Antonio Jesús Trinidad (1879-1960), miembro de
la Asamblea Constituyente de 1949, casado con doña Carmen María de los Ángeles Peña Barahona; Eugenia
Elena de Jesús, María y José (n. 1881); Isabel (n. c. 1882), casada con don Luis Paulino Jiménez Ortiz;
Alfredo (n. c. 1886-1908, soltero; José María (n. c. 1889), casado con doña Adelaida Carballo Arroyo, y
Eduardo (n. 1889), casado con doña Luz Gutiérrez Castro y con sucesión con doña Jacinta Leiva.
23

segundas nupcias el 18 de junio de 1873 con el español don Gaspar Ortuño y Ors 100, con
quien no tuvo hijos y del cual se divorció, en una época en que la disolución civil del
vínculo matrimonial todavía originaba un gran escándalo. A propósito de este divorcio, se
conserva una anécdota de doña María:

“Quita recibió la visita del Lic. Don Ricardo Jiménez Oreamuno en su salón alfombrado
de pared a pared y amueblado con muebles estilo “Queen Anne”. Don Ricardo le entregó
una carta de su ex marido Ortuño que ella tomó en sus manos y luego llamó para ofrecer
algo al Lic. Jiménez. Mientras don Ricardo saboreaba el cognac en copa de bacará
grabada con el monograma M A B, Quita le conversaba de política. Dígame – preguntó –
por qué usted ataca al pobre Cleto en el Congreso; y en tanto que don Ricardo explicaba
su actuación, Quita hacía pedacitos la carta con sus bellas manos… Terminado el cognac,
don Ricardo le preguntó: - Doña María, qué le contesto a mi cliente? Y Quita respondió
con entereza: A ese señor nada, pero a usted debo decirle que María Alvarado Barroeta
nunca se agacha a juntar lo que ha botado. Y sobre sus hombros arrojó tras el sofá los
pedazos de la carta.” 101 .

Doña María Alvarado y Barroeta murió en San José el 27 de junio de 1912 102.

100
https://www.familysearch.org/ark:/61903/1:1:FLQL-4WG
101
KEITH, 1972, p. 46.
102
https://www.familysearch.org/ark:/61903/1:1:7DZS-5VMM
24

CAPÍTULO II

LOS AÑOS ANTERIORES

1.- Los Alvarado y el sacerdocio. Los estudios sacerdotales y las capellanías.

Durante el dominio español, y aun bien entrado el siglo XIX, fue considerable el
número de integrantes de la familia Alvarado de Costa Rica que siguieron la carrera
eclesiástica. Este aspecto llamó la atención del genealogista don Eladio Prado Sáenz, quien
escribió sobre el particular un interesante estudio titulado “Descendencia sacerdotal de Don
Gil de Alvarado y Benavides” 103. Por ejemplo, para solamente referirnos a la familia
inmediata de nuestro biografiado, este tuvo un tío abuelo sacerdote, el presbítero don
Hermenegildo de Alvarado y Vidamartel 104; uno de sus tíos paternos, don Manuel Esteban
de Alvarado y Guevara, se hallaba en 1734 en Nicaragua cursando estudios eclesiásticos,
aunque no consta que se haya ordenado 105; de sus hermanos, según se mencionó, don
Manuel José fue clérigo minorista y don José Francisco franciscano. Aún más copioso fue
el número de sus sobrinos que se ordenaron: don Antonio María, don Rafael Baltasar, don
Manuel y don Nicolás de la Fuente y Alvarado; don José Manuel, don José Francisco y don
Juan Manuel Carazo y Alvarado, y don José Joaquín de Alvarado y Alvarado 106. Además,
su único tío materno, don José Francisco de Baeza, fue religioso franciscano.

En aquellos tiempos, prácticamente las únicas personas que en Costa Rica tenían
cierta preparación intelectual eran los sacerdotes, que además de ser muy respetados por el
pueblo, debían muchas veces combinar el ejercicio de su ministerio con el desempeño de
labores correspondientes a maestros de escuela, enfermeros y hasta médicos 107. Y en
adición a lo que en términos espirituales y de prestigio social podía significar para una
familia contar entre sus integrantes a un sacerdote, hay que recordar que en la atrasadísima
Costa Rica del siglo XVIII, casi todos los varones se dedicaban a labores agropecuarias y
comerciales y los únicos horizontales profesionales existentes eran los eclesiásticos. Cabe
indicar que la vocación sacerdotal estaba lejos de ser indispensable. Aunque lógicamente
era deseable,

“… también hay que pensar que el sacerdocio era la única carrera que regularmente tenía
utilidad práctica en Costa Rica y, por eso, generalmente los jóvenes inclinados al estudio
solían orientarse hacia ella.” 108
103
PRADO, Eladio, “Descendencia sacerdotal de don Gil de Alvarado y Benavides (De mis Apuntes
Genealógicos)”, en Revista de los Archivos Nacionales, San José, marzo y abril de 1942, números 3 y 4, pp.
207-216, y PRADO, Eladio, “Descendencia sacerdotal de don Gil de Alvarado y Benavides (De mis “Apuntes
Genealógicos”) (Concluye)”, en Revista de los Archivos Nacionales, San José, mayo y junio de 1942,
números 5 y 6, pp. 322-330.
104
GONZÁLEZ VÍQUEZ, 1977, pp. 93-95.
105
PRADO, 1942, p. 211.
106
Ibid., pp. 325-328.
107
GONZÁLEZ FLORES, Luis Felipe, Evolución de la instrucción pública en Costa Rica, San José, Editorial
Costa Rica, 1ª. ed., 1978, p. 56.
108
VELÁZQUEZ BONILLA, María Carmela, “Los cambios político-administrativos en la diócesis de
Nicaragua y Costa Rica. De las reformas borbónicas a la Independencia”, p. 574, en Hispania Sacra, LXIII,
25

La provincia de Costa Rica no tenía obispo propio, sino que dependía de la diócesis
de Nicaragua y Costa Rica, cuya sede era la ciudad de León de Nicaragua, lo cual no
contribuía ciertamente a la buena conducta y disciplina de los sacerdotes. Para la
administración eclesiástica de la provincia, el obispo nombraba un vicario foráneo,
canónicamente llamado así por estar su jurisdicción fuera de la de la ciudad episcopal. El
vicario foráneo de Costa Rica, que residía en Cartago, ejecutaba las disposiciones del
obispo, servía como canal de comunicaciones entre este y los fieles y también era juez
eclesiástico en primera instancia, juez de capellanías, subdelegado de la bula y otras
recaudaciones, y por lo general también comisario del Santo Oficio. 109. Todo eso suena muy
impresionante, pero la verdad es que la autoridad del vicario de Costa Rica era bastante
limitada. Para empezar, el clero regular, formado por los franciscanos del convento de San
Francisco de Cartago y los que actuaban como curas doctrineros de los pueblos de
indígenas, no dependía de él, sino del provincial de su orden, residente en Nicaragua. El
clero secular sí estaba sujeto a la autoridad del vicario foráneo, pero como este no tenía ni
la jerarquía ni las potestades episcopales, no solía inspirar a los sacerdotes, y a veces
tampoco a los fieles, el respeto que habitualmente se tenía al obispo. Cabe mencionar que
durante la niñez de don Pedro José Alvarado, fueron sucesivamente titulares de la vicaría
foránea dos parientes suyos, don José Francisco de Alvarado y López Conejo (1771-1776)
y don Maximiliano Antonio de Alvarado y Jirón, (1776-1780) 110. Los dos vicarios
siguientes desempeñaron el cargo durante períodos considerables: don Antonio Ramón de
Azofeifa de 1780 a 1800 y don José Rafael de la Rosa y Bonilla de 1800 a 1819.

Como en Cartago no había seminario, un joven que por vocación o por decisión
familiar optara por los estudios sacerdotales, debía forzosamente efectuarlos en otra
provincia, por lo general en León o en Guatemala, aunque esta última posibilidad solía ser
menos viable, debido a la distancia y a los elevados gastos que conllevaba. En todo caso,
enviar a un muchacho a esas distantes ciudades y mantenerlo allí durante varios años,
aunque fuera en condiciones muy austeras, resultaba sumamente costoso y solo las familias
acomodadas podían permitirse ese lujo. El interés en asegurar tal posibilidad a algún
pariente llevó desde el siglo XVII al frecuente establecimiento de capellanías, instituciones
destinadas a dotar de una renta a los estudiantes de ciencias eclesiásticas.

El establecimiento de una capellanía se hacía por testamento o mediante una


escritura pública, en el cual el fundador indicaba los bienes destinados a generar la renta del
caso, ya se tratara de una suma de dinero o bien de algún inmueble, que era lo más
frecuente. El monto de la capellanía se denominaba principal, y se ofrecía públicamente en
arrendamiento. El inquilino o persona que tomaba esos bienes en arrendamiento, se
obligaba a entregar los réditos en las fechas señaladas, a mantener en buen estado los bienes

128, julio-diciembre 2011, pp. 569-593, en


http://hispaniasacra.revistas.csic.es/index.php/hispaniasacra/article/view/284
109
VELÁZQUEZ BONILLA, Carmela, “La Iglesia Católica en Costa Rica en el período de Florencio del
Castillo”, pp. 106-107, en La Constitución de Cádiz y Florencio del Castillo: legado de una época, San José,
EUNED, 1ª. ed., 2011, pp. 105-132.
110
Ibid., p. 107. Ambos eran primos hermanos del padre de nuestro biografiado: don José Francisco era hijo
de don José de Alvarado y Vidamartel y doña Úrsula López Conejo, y don Maximiliano Antonio de don Juan
Manuel de Alvarado y Vidamartel y su segunda esposa doña Juana Galarza. V. PRADO, 1942, pp. 209-211.
26

y a procurar las mejoras necesarias. Habitualmente, el fundador disponía cuál o cuáles de


sus parientes debían ser los destinatarios de las rentas. El capellán o beneficiario se
comprometía a que, una vez ordenado, celebraría un cierto número de misas por el alma del
fundador o las personas que este hubiera indicado 111.

Según indica don Luis Felipe González Flores en su obra Evolución de la


instrucción pública en Costa Rica,

“Muchos de los que iban a estudiar a León contaban de antemano con algunos ramos de
capellanías (ramo significaba una cantidad de determinada de cuyos réditos se debía decir
cierto número de misas), lo que obtenían durante sus estudios. Probado el parentesco, el
agraciado se presentaba en la Curia episcopal de León por sí o por medio de su
apoderado, y se le confería la capellanía, usando de un ceremonial muy sencillo: en la
capilla o iglesia designada, el Juez de Capellanías, el Vicario y otra persona competente
ponían sobre su cabeza un bonete diciendo al mismo tiempo: “te concedemos la capellanía
de tantas misas”; el nuevo capellán prometía cumplir las cargas y se daba por terminada
la ceremonia.” 112

Para facilitar las cosas a los aspirantes al sacerdocio, en 1782 el obispo de


Nicaragua y Costa Rica monseñor Esteban Lorenzo de Tristán pensó en el establecimiento
en Cartago de un seminario, pero lo más que logró fue la apertura de un colegio de latín, a
cargo del presbítero don José Antonio Bonilla, y ello le originó no pocos disgustos, debido
a la oposición del gobernador don Juan Flores y el Ayuntamiento de Cartago a que el
colegio se estableciera en los recintos contiguos a la ermita de Nuestra Señora de los
Ángeles. Este colegio de latín tuvo una vida irregular y accidentada 113, pero al menos
permitió a algunos jóvenes iniciar su formación sacerdotal propiamente dicha en León o
Guatemala con algún conocimiento de la lengua latina, indispensable para esos estudios.

2.- El manteísta.

Una característica muy particular de los estudios sacerdotales de aquellos tiempos


era que no necesariamente debían iniciarse de modo formal en un seminario. Al respecto
escribe el presbítero e historiador don Manuel Benavides Barquero:

“… Costa Rica desde la época de la conquista, dependió eclesiásticamente de la sede


episcopal de León, Nicaragua, hasta 1850, hecho que provocaba, entre otras cosas, que
los que tenían inquietud por el sacerdocio tuvieran que ir a esa ciudad en donde se
encontraba el seminario. Los que no tenían dinero o una capellanía para hacerlo, se
formaban con algún sacerdote en las parroquias y recibían el nombre de manteístas, pero
su formación era muy deficiente.” 114

111
GONZÁLEZ FLORES, 1978, pp. 56-57.
112
Ibid., pp. 57-58.
113
Ibid., pp. 75-78.
114
BENAVIDES BARQUERO, Manuel, El presbítero Florencio Castillo: diputado por Costa Rica en las
Cortes de Cádiz, San José, M. J., Benavides, 1ª. ed., 2010, p. 43.
27

Incluso quienes pertenecían a familias acaudaladas o eran beneficiarios de


capellanías, solían iniciarse como manteístas, como fue el caso de nuestro biografiado. Esta
especie de formación eclesiástica por tutoría, que apenas daba al manteísta conocimientos
suficientes como para celebrar la Eucaristía y administrar los sacramentos 115, le permitía ir
recibiendo progresivamente algunas de las llamadas órdenes menores -ostiario, lector,
exorcista y acólito-, y culminaba con la ordenación, que sí debía efectuarla un obispo.

Dada la importancia que la familia Alvarado solía atribuir al sacerdocio, es


explicable que don Pedro José de Alvarado y doña Manuela de Baeza destinaran a esa
profesión a su hijo primogénito, don Manuel José, quien debió iniciar su formación
eclesiástica como manteísta. A los dieciséis años, el muchacho ya había recibido las
órdenes menores 116 y tenía cuatro ramos de capellanías destinados al pago de sus estudios
117
, pero desafortunadamente murió antes de poder marchar al seminario. La prematura
muerte de don Manuel José, ocurrida cuando don Pedro José acababa de venir al mundo,
posiblemente determinó el destino profesional de nuestro biografiado.

Para asegurarse de que alguno de los hijos que le quedaban pudiera seguir la carrera
eclesiástica, en su testamento de 1771 don Pedro José de Alvarado y Guevara destinó el
quinto de sus bienes (1032 pesos) para fundar una capellanía de 25 misas, lo cual encargó a
su primer albacea el licenciado don Manuel José de Casasola y Córdoba. Este efectuó la
fundación en una escritura otorgada el 17 de enero de 1772 118. El 11 de marzo, don
Francisco Carazo y su esposa doña Jacoba de Alvarado y Baeza, yerno e hija del difunto, se
convirtieron en inquilinos de la recién creada capellanía 119.

Otro de los hermanos mayores de don Pedro José, don José Francisco Alvarado y
Baeza, abrazó el estado sacerdotal, y posiblemente se ordenó mucho antes que él, puesto
que le llevaba nueve años. Sin embargo, don José Francisco no parece haber sido
beneficiario de esta capellanía, quizá porque en vez de ser sacerdote secular, optó por
profesar en la orden franciscana, la única orden religiosa que entonces tenía un convento en
Costa Rica. Los franciscanos contaban con su propio colegio para la formación de
sacerdotes en Nicaragua, y cada convento de la diócesis debía contribuir anualmente a su
mantenimiento con una suma determinada 120. Sabemos que ya estaba ordenado y de
regreso en Costa Rica en junio de 1787, cuando testó su madre por primera vez 121, aunque
por la edad que tenía en ese momento (veintinueve años) es muy posible que hubiera
recibido las sagradas órdenes algunos años antes. De 1788 a 1790 fue cura doctrinero de
Pacaca 122, de 1790 a 1792 de Aserrí y Curridabat 123 y en 1793 de Boruca 124; en 1795 fue

115
Ibid., p. 55 nota 37.
116
https://www.familysearch.org/ark:/61903/1:1:NQL2-HZ6
117
SANABRIA MARTÍNEZ, Datos cronológicos para la historia eclesiástica de Costa Rica (1774-1821),
San José, Ediciones CECOR, 1ª. ed., 1992, p. 9.
118
ARCHIVOS NACIONALES, 1913, pp. 205-206.
119
Ibid., p. 206.
120
SANABRIA MARTÍNEZ, 1992, pp. 8-9.
121
ARCHIVOS NACIONALES, 1918, p. 39.
122
SANABRIA MARTÍNEZ, 1992, p. 115.
123
Ibid.
124
PRADO, 1942, p. 215.
28

guardián o prior del convento de San Francisco de Cartago 125, la más elevada posición que
podía alcanzar un religioso de su orden en Costa Rica; de 1796 a 1797 estuvo como cura
doctrinero en Ujarrás 126, de 1798 a 1800 fue de nuevo guardián del convento de San
Francisco 127 y de 1802 hasta su muerte en 1809 128 cura doctrinero de Barba 129. En 1806 se
le nombró además procurador general de la orden franciscana 130.

A comienzos de su adolescencia, don Pedro José Alvarado inició en Cartago sus


estudios eclesiales como manteísta, posiblemente con alguno de sus parientes sacerdotes. El
7 de junio de 1782, cuando se hallaba próximo a cumplir los quince años, solicitó
formalmente que se le nombrara como capellán o beneficiario de la capellanía fundada
según lo dispuesto por su difunto padre:

“El clérigo manteísta don Pedro Alvarado, hijo de don Pedro Alvarado y doña
Manuela Baeza, solicita la institución de capellán de la capellanía $ 1052 [sic por 1032]
fundada por don Pedro Alvarado y Jirón, de la cual es inquilino el capitán don Francisco
Carazo. Presenta junto con la escritura respectiva, la colación de de cuatro ramos de
capellanías que había tenido su difunto hermano don Manuel Alvarado.” 131

Nuestro personaje fue también beneficiario de otra capellanía, instituida por su


madrina doña Luisa Guzmán viuda de Alvarado en su testamento, otorgado el 7 de mayo de
1773, y destinada a alguno de los hijos de don Pedro de Alvarado y Guevara 132.Esta
capellanía era bastante modesta, ya que su renta era de 200 pesos 133. Adicionalmente,
sabemos que don Pedro fue beneficiario de otros dos ramos de capellanía, ambos también
de 200 pesos 134, que quizá estaban entre los cuatro que había tenido su hermano don
Manuel.

Es posible que el joven Alvarado, además de estudiar como manteísta al lado de


algún sacerdote, haya cursado estudios de latín en el colegio establecido por el obispo
Tristán. Por un documento de agosto de 1785 sabemos que ya para entonces era clérigo
minorista 135, es decir, que ya había recibido las órdenes menores. Por esta misma época
debe haber salido de Costa Rica con destino a León de Nicaragua, a fin de cursar estudios
en el seminario y recibir las órdenes mayores.

3.- El seminarista.

125
SANABRIA MARTÍNEZ, 1992, p. 114.
126
Ibid., p. 115.
127
Ibid., p. 114.
128
https://www.familysearch.org/ark:/61903/1:1:NQPH-N95
129
SANABRIA MARTÍNEZ, 1992, pp. 140 y 171.
130
Ibid., p. 171.
131
Ibid., pp. 8-9.
132
ARCHIVOS NACIONALES, 1913, p. 222.
133
En una escritura otorgada el 11 de mayo de 1795 por don Antonio de la Fuente y Mendaña, albacea de
doña Luisa Guzmán y cuñado de don Pedro José Alvarado, se dice que la capellanía estaba fundada en una
casita de bahareque y que montaba 200 pesos, que su cuñado don Pedro José era el capellán y que de ello se
había hecho escritura en 1782 “pero no parece”. V. ARCHIVOS NACIONALES, 1918. pp. 154-155.
134
SANABRIA MARTÍNEZ, 1992, p. 32.
135
Ibid.
29

Para poder efectuar sus estudios en León y más tarde en Guatemala, don Pedro José,
además de las rentas que obtuvo de los diferentes ramos de capellanía de los que era titular,
contó con el respaldo financiero de su familia. En el testamento que otorgó en Cartago el 30
de enero de 1829, don Pedro José hizo constar que su madre doña Manuela Baeza había
gastado 900 pesos en sus estudios 136, suma muy considerable en aquellos tiempos. Además,
por el último testamento de doña Manuela sabemos que también su yerno el alférez real
don Antonio de la Fuente, esposo de su hija mayor, ayudó a financiar los estudios de don
Pedro José en León con la crecida suma de 966 pesos y 4 reales 137.

El largo viaje desde Cartago hasta la ciudad de León debe haber sido toda una
experiencia para el joven minorista costarricense, que nunca antes había salido de su
provincia y posiblemente tampoco había visto antes el mar. León, capital de la intendencia
de Nicaragua y sede del obispado, era una ciudad mucho mayor que Cartago e
infinitamente más animada, aunque solo fuera por el tránsito de coches y carretas, que en
Costa Rica prácticamente no se utilizaban todavía 138. El ardiente sol y el clima abrasador,
tan distinto del frío y neblinoso de su tierra natal, posiblemente le incomodaron bastante en
los inicios de su estadía en la ciudad. Tampoco el edificio del Seminario Tridentino de San
Ramón Nonato, donde debía residir y cursar estudios, resultaba especialmente agradable:

“… el edificio no era gran cosa. Los departamentos que en él había eran los siguientes: un
oratorio, de veintiuna varas de largo, cuatro aulas de diez varas cada una, el refectorio,
también de diez varas con su torno, un cuarto para el rector, con su sala y su aposento,
diez cuartos para los colegiales, de cinco a diez varas cada uno, tres oficinas o
dependencias en el corral grande del colegio, una plaza de treinta varas de largo, otra de
diez y seis, con su patio de cincuenta varas y un corredor de ocho varas por donde se
llevaba la comida al torno. El edificio estaba enladrillado, cubierto de teja.” 139
140
El seminario leonés, fundado en 1680 , había sido una institución de escasos
vuelos académicos:

“Los estudios eran, desde luego, muy elementales, a saber, la lengua latina, y la teología
moral, y algunas otras nociones de otros ramos de las ciencias eclesiásticas, pero sí eran
suficientes para el desempeño medianamente aceptable de los ministerios eclesiásticos.
Quienes aspiraban a mayor perfección en sus estudios eclesiásticos, necesariamente
habían de pasar a Guatemala, en donde había facultades regularmente organizadas en las
cuales inclusive podían otorgarse grados académicos.” 141

El historiador nicaragüense don Tomás Ayón escribe que el clero

136
ARCHIVOS NACIONALES, Índice de los Protocolos de Cartago 1818-1850. Tomo sexto, San José,
Imprenta Nacional, 1ª. ed., 1930, p.359.
137
ARCHIVOS NACIONALES, 1918 , pp. 234-235.
138
Sobre León a fines del siglo XVIII, V. VELÁZQUEZ BONILLA, “La Iglesia… “, 2011, pp. 105-132.
139
SANABRIA M., Víctor, Reseña histórica de la Iglesia en Costa Rica desde 1502 hasta 1850, San José,
Departamento Ecuménico de Investigaciones, 1ª. ed., 1984, p. 289.
140
Ibid., p. 288.
141
Ibid.
30

“… recibía en el Seminario de León una enseñanza tan incompleta y defectuosa, que


apenas sí era apto para el desempeño del ministerio eclesiástico, por lo que las dignidades
y otros destinos importantes sólo se conferían a clérigos españoles europeos.” 142

Don Pedro José Alvarado tuvo la fortuna de que a su llegada a León, el seminario se
encontrara en una fase de renovación, gracias al empeño del obispo Tristán, porque desde
1783 habían empezado a establecerse en la institución nuevas asignaturas 143. Este impulso,
continuado en 1786 por don Juan Félix de Villegas, sucesor de de Tristán, se acentuó
especialmente a partir de 1787, cuando asumió la rectoría de San Ramón el presbítero don
Rafael Agustín Ayesta 144, un “ilustrado” de espíritu progresista, apasionado por las
ciencias145. Don Florencio del Castillo escribió que

“Parece que la Providencia había reservado para el rectorado del P. Ayesta el


establecimiento de la filosofía, de la elocuencia, del canto gregoriano, de la teología
sagrada, la jurisprudencia canónica y civil, y de la medicina.” 146

Ayesta sabía hacerse amar y respetar; era muy afectuoso con los estudiantes y
procuraba formarlos como verdaderos cristianos y eclesiásticos perfectos 147. Sin embargo,
en cuanto al conocimiento teológico propiamente dicho, era muy tradicional 148.

Don Pedro José, quien posiblemente recibió en León las órdenes del subdiaconado y
el diaconado, marchó posteriormente a concluir sus estudios en la ciudad de Guatemala, lo
cual conllevaba una inversión mucho más cuantiosa que concluir los estudios en la capital
nicaragüense. Posiblemente recibió la ordenación sacerdotal cuando tenía unos veintitrés
años de edad, en 1790 149, de manos del arzobispo de Guatemala, que en ese momento era el
mismo monseñor Villegas que antes había sido obispo de Nicaragua y Costa Rica y al que
sin duda había conocido en el seminario leonés. Un detalle que llama la atención es que don
Pedro José, a pesar de que tuviera la posibilidad de ir a estudiar a Guatemala, no parece
haber obtenido grado universitario alguno, como sí lo hicieron otros pocos sacerdotes
costarricenses de aquellos tiempos.

4.-Teniente de cura de Alajuela.

142
AYÓN, Tomás, Historia de Nicaragua, Managua, Banco de América, 1ª. ed., 1977, vol. III, p. 382.
143
SANABRIA M., 1988, p. 289.
144
ARELLANO, Jorge Eduardo, Reseña histórica de la Universidad de León, León, Editorial Universitaria,
1ª. ed., 1988, p. 46.
145
Ibid., p. 48.
146
VELÁZQUEZ BONILLA, “La Iglesia… “, 2011, p. 117.
147
ARELLANO, 1988, p. 50.
148
SALVATIERRA, Sofonías, Contribución a la historia de Centroamérica, Managua, Tipografía Progreso,
1ª. ed., 1939, vol. II, p. 233, indica entre las obras usadas por Ayesta el Prontuario de teología moral del
dominico navarro Francisco Lárraga y los textos del teólogo francés Alexandre Natal y el italiano Alfonso
María de Ligorio.
149
PRADO, 1942, números 3 y 4, p. 212, indica 1791 como posible año de su ordenación, pero consta que
para enero de 1791 ya era teniente de cura de Alajuela, por lo que es más seguro que recibiera ese sacramento
en 1790.
31

Uno de los problemas que enfrentaban los costarricenses que se ordenaban como
sacerdotes era que en Costa Rica había muy pocos curatos, y solamente los de Alajuela,
Cartago, Heredia y San José contaban con rentas suficientes para sostener un coadjutor, es
decir, un sacerdote que ayudara al cura titular en el servicio religioso de una parroquia.
Además, la mayoría de los pueblos eran reducciones indígenas que estaban a cargo de
clérigos regulares, casi siempre de la orden franciscana. Ante tal panorama, el eclesiástico
secular costarricense que regresara a su provincia, si no lograba convertirse en beneficiado,
es decir, titular en propiedad de algunos de los mencionados curatos, se veía obligado a
ejercer su ministerio en alguno de ellos como teniente de cura o coadjutor, una especie de
cura interino, con un estipendio muy bajo, que no siempre les garantizaba el sustento. En
consecuencia, muchas veces los eclesiásticos seculares costarricenses tenían que ejercer su
ministerio en otras provincias, porque en su tierra no encontraban ni ocupación ni congrua
para vivir dignamente 150. En enero de 1806 el presbítero don Juan Manuel Zamora y
Coronado escribía:

“… esta provincia produce para la Iglesia tantos ministros, que no teniendo los más otro
título que ordenarse, que la administración la que no es una congrua fija sino contingente,
se ven reducidos a andar errantes por todo el Reino, para adquirirse el sustento necesario
para la vida. De aquí resulta también que muchos de los eclesiásticos de la mencionada
provincia se ven precisados a renunciar para siempre su patria, con abandono hasta de
sus mismos padres.” 151

Gracias a la afortunada situación económica de su familia, el padre Alvarado no


tuvo que preocuparse por obtener la titularidad de algún remoto curato en otras provincias
del reino, sino que pudo regresar a Costa Rica a ejercer su ministerio, aunque fuera con las
muy escasas rentas correspondientes a los tenientes de cura, o limitándose a administrar los
sacramentos en su ciudad natal. Por lo demás, el retorno del joven clérigo debe haber sido
motivo de gran alegría y legítimo orgullo para sus familiares.

Al parecer, don Pedro José inició el ejercicio de su ministerio sacerdotal en calidad


de teniente de cura del pueblo de San Juan Nepomuceno de Alajuela o la Alajuela, también
conocido con el nombre de Villa Hermosa, aunque legalmente no era villa ni menos ciudad.
Alajuela estaba entonces en plena formación, alrededor de una ermita erigida como ayuda
de parroquia por monseñor Tristán el 12 de octubre de 1782. Todavía no era una parroquia
independiente, sino que dependía de la Heredia, cuyo titular era el presbítero don Juan
Manuel López del Corral. En ausencia o por delegación del párroco, hacía sus veces un
coadjutor o teniente de cura. El 8 de enero de 1791 el nombre de nuestro biografiado
aparece por primera vez en los libros de bautizos de Alajuela, como teniente de cura 152. No
parece, sin embargo, que su desempeño en Alajuela se prolongara por más allá de un par de
semanas, ya que la última partida bautismal que aparece suscrita por él es del 21 de enero

150
Ibid., p. 165. La congrua, según el Diccionario de la Real Academia Española, era la renta mínima de un
oficio eclesiástico o civil o de una capellanía para poder sostener dignamente a su titular.
151
SANABRIA MARTÍNEZ, 1992, p. 165.
152
https://www.familysearch.org/ark:/61903/3:1:S3HY-DHXS-DLZ?i=13&wc=MLLG-
VZ9%3A375531301%2C375654201%2C375654202&cc=1460016
32

de 1791 y por el resto del año todas llevan la firma del cura titular don Juan Manuel López
del Corral 153.

154
Firma y rúbrica de don Pedro José Alvarado como teniente de cura de Alajuela en 1791

5.- Cura interino de San José.

En setiembre de 1796 don Pedro José empezó a ejercer las funciones de teniente de
cura o cura interino en la parroquia de San José 155, cuyo titular era desde 1787 su pariente
el presbítero don José Antonio de Alvarado y Guevara 156, hijo de un primo hermano de su
difunto padre 157.

La población de San José, popularmente llamada Villa Nueva –aunque al igual que
Alajuela no tenía jurídicamente ese título- estaba en rápido crecimiento, sobre todo por
haberse convertido en el centro de la comercialización tabacalera, debido a ser sede de la
Factoría de Tabacos de Costa Rica. Sus habitantes eran en buena medida gentes de empuje,
dedicadas al comercio y a la agricultura como todas, pero sin las inquietudes aristocráticas
de algunos cartagineses.

Don Pedro José actuó como cura interino de San José durante tres años y medio. La
jurisdicción territorial de la parroquia era muy vasta, ya que lejos de estar limitada al
diminuto casco urbano de la población, se prolongaba por extensas zonas rurales, lindando
por el norte con la de Heredia y llegando por el sureste hasta las vecindades de Pacaca y por
el este hasta las de Curridabat. Consta que en 1798 tuvo que sostener un litigio con el cura
de Heredia don Juan Manuel López del Corral, con respecto a los límites entre las dos
parroquias 158. Tuvo también un grave disgusto en 1799, cuando el obispo de Nicaragua y
Costa Rica creó la ayuda de parroquia de San Miguel de Escazú y el presbítero don Félix
Velarde, cura de la nueva circunscripción, omitió informarle de la orden que había recibido
de la curia de León para bendecir la nueva iglesia; además de tener que darle a Velarde, en

153
https://www.familysearch.org/ark:/61903/3:1:S3HY-DHXS-62K?i=14&wc=MLLG-
VZ9%3A375531301%2C375654201%2C375654202&cc=1460016
154
https://www.familysearch.org/ark:/61903/3:1:S3HY-DHXS-DLZ?i=13&wc=MLLG-
VZ9%3A375531301%2C375654201%2C375654202&cc=1460016
155
SANABRIA MARTÍNEZ, 1992, p. 115.
156
GONZÁLEZ VÍQUEZ, Cleto, “San José y Sus comienzos”, p. 35, en San José y sus comienzos.
Documentos fundamentales 1737-1987, San José, Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes, 1ª. ed., 1987,
pp. 7-35.
157
SANABRIA MARTÍNEZ, 1957, vol. I, p. 132.
158
SANABRIA MARTÍNEZ, 1992, p. 97.
33

su calidad de coadjutor de Escazú y Santa Ana, la suma de ocho pesos mensuales y las
primicias de algodón, trigo, frijoles y maíz 159.

Firma y rúbrica de don Pedro José Alvarado como teniente de cura de San José en 1797 160

El padre Alvarado fue cura interino de San José hasta el 16 de abril de 1800, fecha
en que lo reemplazó el presbítero don Juan Onofre Oconor 161. Conservó sin embargo un
hondo afecto por la población, y en sus dos testamentos instituyó legados a favor de la
iglesia parroquial y los pobres de San José.

6.- Sacerdote en Cartago. El primer testamento.

Concluidas sus labores como teniente de cura de San José en 1800, don Pedro José
se radicó en Cartago, donde continuó ejerciendo su ministerio, aunque sin tener ninguna
parroquia específica a su cargo. En junio de 1805 tuvo la pena de perder a su madre, en
enero de 1809 a su hermano José Francisco, doctrinero de Barba, y en 1812 a su hermana
doña Ana Jacoba, viuda de don Pedro Carazo. Además, en este último año nació su hijo
Juan de Dios Fernando, fruto de su relación con Hilaria Chavarría. En un documento de
1815 se le menciona como integrante del clero de Cartago, sin ningún cargo específico y
con la indicación de que era “apto para la administración de sacramentos” 162.

El 6 de setiembre de 1817 don Pedro José otorgó en Cartago otorgó su primer


testamento, por el cual puede deducirse que era una persona bastante acaudalada. Muy en la
mentalidad de la época, instituyó como heredera a su alma, es decir, que una vez deducidos
los legados, su patrimonio debía destinarse a decir misas por su descanso eterno. El Índice
de los Protocolos de Cartago resume así el documento:

“Testa el Presbítero don Pedro José Alvarado, hijo legítimo de don Pedro
Alvarado y de doña Manuela Baeza, difuntos.

Entre sus bienes dos esclavos (Santiago y Mercedes). .

Deja 1500 pesos al Colegio de Cristo Crucificado de Guatemala para que se digan
en misas, 300 a la iglesia de San José de Villanueva para ornamentos y 300 para los
pobres vergonzantes y pordioseros de dicha iglesia. Funda una capellanía de mil pesos
sobre su casa de morada, y nombra Capellán a su ahijado y sobrino nieto don Julián
159
Ibid., pp. 100-101.
160
https://www.familysearch.org/ark:/61903/3:1:S3HY-6SSW-9JJ?i=208&wc=MLL5-
BZ9%3A375534501%2C376447901%2C376490901&cc=1460016
161
SANABRIA MARTÍNEZ, 1992, p. 143.
162
Ibid., p. 194.
34

Carazo, y mientras éste pueda tomar colación, interino a su sobrino y ahijado el Diácono
don Juan Manuel Carazo; por patrono nombra al padre de don Julián, o sea don Lorenzo
Carazo.

Funda otra capellanía de mil pesos y llama por Capellán a su ahijado y sobrino
nieto don Cayetano Alvarado y en segundo lugar a su sobrino don Manuel Carazo.
Interinamente lo será el referido Diácono don Juan Manuel Carazo. Patrono, su sobrino
don Pedro Carazo.

Legatarios: sus hermanos don Juan Manuel y doña Antonia; sus sobrinos, hijos del
finado su hermano don Rafael y doña Bartola de Oreamuno; sus sobrinas doña Ana y doña
Jacoba Carazo y los demás hijos de su hermana doña Jacoba de Alvarado.

Albaceas: el Diácono don Juan Manuel Carazo y el Presbítero don José Gabriel
del Campo.

Heredera: su alma.” 163.

Este testamento no llegó a tener efecto, porque don Pedro José otorgó otro en 1829.

7.- Vicario foráneo de Costa Rica.

El 28 de agosto de 1819 fue sepultado en el cementerio de Cartago, después de


exequias celebradas con toda solemnidad en la iglesia parroquial de Santiago Apóstol, el
presbítero don José Rafael de la Rosa y Bonilla, fallecido después de quince años de ser
vicario de Costa Rica y cura titular de esa parroquia 164. La vicaría quedó a cargo del vicario
auxiliar don Félix Antonio de Alvarado y Salmón Pacheco, sacerdote de vasta experiencia,
muy acaudalado y de mentalidad progresista, y primo tercero de don Pedro José, a quien le
llevaba un año de edad, pues había sido bautizado en Cartago el 16 de setiembre de 1766
165
.

Don Félix Antonio ya se encontraba ya bastante mal de salud 166 cuando murió el
vicario La Rosa, y al parecer no fue nombrado como vicario titular sino cuando estaba muy
próximo a la muerte, ya bien entrado el año de 1820. Aunque no pudimos encontrar la
fecha de su nombramiento como tal, sí consta que el 18 de julio de ese año el obispo de
Nicaragua y Costa Rica fray Nicolás García Jerez designó como nuevo vicario auxiliar a
don Pedro José Alvarado y Baeza. Dado que se nombró un auxiliar, es muy posible que en
esa misma fecha o en días anteriores se haya designado como vicario titular al padre Félix,
aunque quizá este ni siquiera llegó a enterarse de tal nombramiento, puesto que murió en

163
ARCHIVOS NACIONALES, 1913, pp. 482-483.
164
https://www.familysearch.org/ark:/61903/3:1:S3HT-6SFQ-GB8?i=10&cc=1460016
165
El padre Félix era hijo de don Domingo de Alvarado y González Camino y doña Estéfana Salmón Pacheco
y Serrano de Reina y su padre era primo hermano de don Pedro José de Alvarado y Guevara, progenitor de
nuestro biografiado.
166
SANABRIA M. 1972, p. 22, dice que don Félix “ya estaba muy anciano y achacoso”. En realidad no cabe
decir que fuera muy anciano, porque como indicamos tenía solamente cincuenta y tres años de edad.
35

Cartago el 16 de agosto siguiente, y en su partida de defunción, suscrita el 17 de agosto por


el teniente de cura don Juan de los Santos Madriz, se le mencionó como vicario auxiliar 167.

La muerte de don Félix Antonio de Alvarado dejó allanado el camino de la vicaría


titular para nuestro biografiado, que fue nombrado en tal cargo por el obispo García Jerez el
30 de setiembre de 1820 168. Así se convirtió don Pedro José Alvarado en la más alta
autoridad eclesiástica de la provincia de Costa Rica, después por supuesto del prelado
diocesano. Es posible que su nombramiento para la vicaría auxiliar se haya debido a una
recomendación o sugerencia del padre Félix, ante la posibilidad de ser nombrado como
titular, y que enterado de su muerte, el obispo haya simplemente decidido que el auxiliar
pasara a titular. En todo caso, puede darse por seguro que en 1815, durante su visita
pastoral a Costa Rica, monseñor García Jerez haya conocido a nuestro biografiado y
conservara de él una impresión muy favorable. En Costa Rica había otros sacerdotes de
mayor experiencia que él, como el presbítero Nicolás Carrillo, y también de más amplia
formación académica, como don Juan de los Santos Madriz, doctor en Sagrados Cánones y
bachiller en Leyes, ambos con méritos más que suficientes para la vicaría titular, pero el
obispo optó por el padre Alvarado. Aunque nunca volvieron a verse, don Pedro José
siempre manifestó por el prelado un respeto profundo y se mostró muy obediente a sus
disposiciones.

A partir de entonces, don Pedro José empezó a ser mencionado en los documentos
como “presbítero beneficiado”, es decir, titular de un beneficio o cargo eclesiástico en
propiedad. Como nuevo vicario auxiliar fue nombrado el joven e inteligente sacerdote don
José Gabriel del Campo 169, nacido en 1788, quien habría de ser el brazo derecho y el
hombre de confianza de don Pedro José durante muchos años y lo sucedería en la vicaría
foránea.

Según indica monseñor Sanabria,

“Los años de la gobernación eclesiástica de los Vicarios Azofeifa, de la Rosa y


Alvarado don Félix discurrieron en paz y tranquilidad… más agitada vida y peores
tiempos cupieron en suerte al Vicario don Pedro José Alvarado y al P. del Campo.” 170

Sin embargo, en setiembre de 1820 había motivos para ser optimista. Costa Rica
gozaba de paz y los movimientos insurgentes que habían sacudido años atrás a San
Salvador y León de Nicaragua no habían tenido ningún eco visible entre los costarricenses.
Las perspectivas económicas estaban mejorando: en ese mismo año se efectuaron las
primeras exportaciones de café a Panamá y se denunció en los montes del Aguacate la
primera mina rentable de nuestra historia. El restablecimiento de la Constitución de Cádiz
ofrecía también la posibilidad de que un diputado costarricense gestionase en Madrid la
realización de sentidos anhelos locales, tales como el de contar con un obispado propio.

167
https://www.familysearch.org/ark:/61903/3:1:S3HT-6SFQ-B9K?i=50&wc=MLLJ-2NL
%3A375533201%2C375871601%2C376552801&cc=1460016
168
SANABRIA M., 1972, p. 22.
169
Ibid.
170
Ibid., p. 24.
36

A mediados de 1821, todavía en esa atmósfera apacible, el vicario tuvo una gran
alegría, tanto desde el punto de vista eclesiástico como familiar y personal. Su sobrino el
presbítero don José Joaquín de Alvarado y Alvarado, cura en propiedad del remoto pueblo
de Agucantequerique en el obispado de Comayagua (Honduras), participó con éxito en el
concurso por oposición efectuado para proveer en propiedad el deseado e importantísimo
cargo de cura párroco de Cartago. Desde la muerte del vicario y cura La Rosa, en agosto de
1819, el curato de Cartago había experimentado una prolongada vacante, durante la cual
actuaron como tenientes de cura los presbíteros don Fernando Chavarría y Frutos, don Juan
de los Santos Madriz y Cervantes y don José Gabriel del Campo, entre otros 171.

En una escritura suscrita en Cartago el 15 de julio de 1821, dirigida a comunicar su


renuncia a la parroquia de Aguacanterique, don José Joaquín ya se identificaba como “cura
titulado de esta ciudad” 172. Enseguida marchó a Nicaragua, sin duda para obtener la
formalización de su nombramiento, y el 16 de agosto, desde la ciudad de León, escribió una
carta al Ayuntamiento de de Cartago para enterarlo del hecho 173. El 17 de setiembre, el
flamante párroco se presentó en una reunión del mismo Ayuntamiento, al cual entregó una
carta del obispo García Jerez 174. Sin duda, su tío el vicario se encontraba satisfechísimo de
poder contar en la parroquia capitalina con un sacerdote de toda su confianza y al que
además le profesaba hondo afecto. Ignoraban todos que, dos días antes, la ciudad de
Guatemala había proclamado la independencia absoluta del Imperio Español. Este
acontecimiento, y las repercusiones que tuvo en toda Centroamérica, llevarían a que la
vicaría de don Pedro José fuera, en palabras de monseñor Sanabria, una “de las de más
difícil gobierno” 175.

8.- La noticia de la Independencia.

En febrero de 1821, el coronel don Agustín de Iturbide proclamó en la población


mexicana de Iguala el Plan de las Tres Garantías (religión, independencia y unión), en el
cual se declaraba la separación de México de la Monarquía España. De conformidad con
ese documento, México se constituía en un imperio independiente, sobre la base de la
religión católica y la unión de mexicanos y españoles; el trono del nuevo imperio sería
ofrecido al rey don Fernando VII o a otro príncipe de su familia. El Plan de Iguala tuvo un
éxito clamoroso y mediante los tratados de Córdoba fue aceptado por el jefe político
superior de México don Juan O’Donojú y O’Ryan. La independencia de México llevó a que
el 15 de setiembre de 1821 Guatemala proclamara también la separación de España, aunque
sin adherirse al Plan de Iguala.

Desde el restablecimiento de la Constitución de Cádiz en 1820, se había extinguido


el reino de Guatemala y su territorio había quedado divido en dos provincias

171
https://www.familysearch.org/ark:/61903/3:1:S3HT-62R1-8W?wc=MLLL-HZS
%3A375533201%2C375871601%2C376300001&cc=1460016
172
ARCHIVOS NACIONALES, 1930, p. 24.
173
COMISIÓN NACIONAL DEL SESQUICENTENARIO DE LA INDEPENDENCIA DE CENTRO
AMÉRICA, Actas y correspondencia del Ayuntamiento de Cartago 1820-1823, San José, Imprenta Nacional,
1ª. ed., 1971, p. 374.
174
Ibid.. p. 105.
175
SANABRIA M., 1972, p. 22.
37

independientes una de la otra, la de Guatemala, y la de Nicaragua y Costa Rica, cada una


con su propio jefe político superior y diputación provincial. Posteriormente las Cortes
españolas habían creado una nueva provincia, Comayagua (Honduras) y más tarde, en abril
de 1821, las de Chiapas y San Salvador. Costa Rica había quedado reducida a la categoría
de partido de la provincia de Nicaragua y Costa Rica, con un jefe político subalterno del
superior de León. Por consiguiente, la proclamación de Guatemala del 15 de setiembre no
tenía por qué afectar a las demás provincias centroamericanas, que ya no le estaban
subordinadas en lo político y administrativo; pero las autoridades guatemaltecas, al parecer
deseosas de recuperar su antigua hegemonía, habían incluido en el acta una invitación a
aquellas para que enviaran diputados a un congreso que se reuniría en la ciudad de
Guatemala. Esta actitud cayó muy mal en León de Nicaragua. En un acta suscrita en León
el 28 de setiembre por el jefe político superior de Nicaragua y Costa Rica don Miguel
González Saravia, el obispo García Jerez y los integrantes de la Diputación Provincial, se
acordó en primer término proclamar la independencia total y absoluta de Guatemala. Con
respecto a España se proclamaba también la independencia, pero como algo transitorio,
“hasta tanto que se aclaren los nublados del día” 176.

Las noticias de todos estos sucesos llegaron pronto a Costa Rica. El 13 de octubre,
en un cabildo extraordinario al que concurrieron los integrantes del Ayuntamiento de
Cartago, el vicario Alvarado, su sobrino el párroco y varios altos funcionarios militares y
civiles, el jefe político subalterno de Costa Rica don Juan Manuel de Cañas Trujillo y
Sánchez de Madrid, andaluz de origen y devoto monárquico, puso en conocimiento de los
asistentes el acta de Independencia suscrita en Guatemala el 15 de setiembre y también la
firmada en León de Nicaragua el 28 de setiembre. Cañas Trujillo propuso a los
concurrentes al cabildo extraordinario adoptar en un todo lo dispuesto por la Diputación de
León, idea que fue secundada por todos los presentes, con algunas ligeras variantes. Por
ejemplo, el alcalde segundo don José Mercedes Peralta y Corral dijo que eso le parecía lo
más conforme a razón, en el entendido de que no sobrevendría perjuicio alguno a Costa
Rica, y don Pedro José de Alvarado manifestó que se suscribía en un todo al voto de Peralta
177
. Sin embargo, el 15 de octubre, en ausencia de Cañas Trujillo, se efectuó en Cartago otro
cabildo extraordinario, y en él se acordó que era preferible limitarse a informar a las
autoridades de Guatemala y León que se habían recibido sus respectivos documentos y no
hacer novedad. Ese fue el sentir de don José Mercedes Peralta, al cual se sumaron tanto el
vicario como el párroco Alvarado 178.

El 11 de octubre, la Diputación Provincial de Nicaragua y Costa Rica proclamó en


León la independencia absoluta de España y la anexión al Imperio Mexicano.
Posiblemente, el hecho de que el Plan de Iguala consagrara el ofrecimiento de la corona
imperial mexicana al rey don Fernando VII y la primacía de la religión católica disipó los
recelos del jefe político superior González Saravia y del obispo García Jerez, porque
significaba la continuidad de la legitimidad dinástica y religiosa. El prelado, dando por
sentado que don Fernando VII aceptaría el trono imperial, envió el 13 de octubre una
176
SÁENZ CARBONELL, Jorge Francisco, Nicolás Carrillo y Aguirre, presidente de la primera
constituyente de Costa Rica, San José, Instituto Manuel María de Peralta, 1ª. ed., 2020, pp. 69-70.
177
COMISIÓN NACIONAL DEL SESQUICENTENARIO DE LA INDEPENDENCIA DE CENTRO
AMÉRICA, 1971, p. 109.
178
Ibid., p. 112.
38

circular a todo el clero de la diócesis pidiendo jurar la independencia del Gobierno español
conforme al Plan de Iguala, y en la cual incluso ya se indicaba el cambio que debía
efectuarse en la liturgia, para que en las misas se rogara no por el rey Fernando, la reina y la
familia real, como se había hecho hasta ese momento, sino por el emperador Fernando, la
emperatriz y la familia imperial 179. Este documento sin duda tuvo un efecto muy
importante sobre los sacerdotes seculares costarricenses, porque les permitió adherirse a la
causa de la Independencia sin hacerse problemas de conciencia.

Las noticias del cambio de actitud de las autoridades de León y de la proclamación


por ellas de la independencia absoluta de España llegaron a Cartago en la madrugada del 29
de octubre de 1821. Temiendo que el jefe político subalterno Cañas Trujillo intentara de
algún modo impedir que Costa Rica se adhiriera a esas decisiones, don José Santos
Lombardo y otros vecinos se apoderaron del cuartel de la ciudad y dejaron así al coronel
andaluz sin posibilidades de efectuar ningún acto de resistencia 180. Esa misma mañana se
reunió el Ayuntamiento bajo la presidencia de Cañas Trujillo en un cabildo extraordinario
al que también concurrieron don Pedro José de Alvarado en su condición de vicario, su
sobrino el cura párroco don José Joaquín de Alvarado, el encargado de la Hacienda Pública
don Manuel García Escalante y los legados o representantes de varias poblaciones de Costa
Rica que se encontraban en Cartago. En la reunión se acordó apoyar lo decidido por las
autoridades de León y se suscribió la famosa acta que algunos han considerado como
verdadera acta de Independencia de Costa Rica 181. Don Pedro José Alvarado fue el
segundo en firmar el acta, inmediatamente después del jefe político subalterno Cañas
Trujillo, como poniendo de relieve la identidad de pareceres entre la autoridad civil y la
eclesiástica. Cuatro sobrinos de nuestro biografiado estuvieron también entre los firmantes:
el cura párroco don José Joaquín de Alvarado y los tres hermanos don Nicolás, don Pedro
José y don Joaquín Carazo y Alvarado, que eran regidores los dos primeros y secretario del
Ayuntamiento el tercero. También la suscribieron los legados de varios ayuntamientos que
se hallaban presentes en Cartago,. No deja de llamar la atención que esta acta, en la que
además de declarar la independencia absoluta de España se acordaba expresamente la
adhesión al Imperio Mexicano fuera además firmada sin objeciones por personajes que
después adversarían enconadamente tal posibilidad, como el bachiller Rafael Francisco
Osejo, legado del Ayuntamiento de Ujarrás, y don Gregorio José Ramírez, legado por el
Ayuntamiento de Alajuela.

9.- Miembro de la Junta de Legados de los Pueblos.

El 12 de noviembre de 1821 se reunió en Cartago la Junta de Legados de los


Pueblos, que asumió enseguida el gobierno de Costa Rica, aprovechando que el jefe
político subalterno don Juan Manuel de Cañas Trujillo renunció a su cargo. La Junta de
legados fue presidida por el presbítero Nicolás Carrillo y Aguirre, legado por Escazú 182.

179
ZELAYA GOODMAN, Chester, Nicaragua en la Independencia, Managua, Colección Cultural de Centro
América, 1ª. ed., 2004, pp. 346-347.
180
SÁENZ CARBONELL, Nicolás… , 2020, p. 72.
181
IGLESIAS, Francisco María, Documentos relativos a la Independencia, San José, Tipografía Nacional, 1ª.
ed., 1899-1902, vol. I, pp. 37-39.
182
SÁENZ CARBONELL, Nicolás…, 2020, pp. 86-88.
39

El 20 de noviembre de 1821, en atención a que varios pueblos no habían todavía


enviado sus representantes, la Junta de Legados acordó designar al vicario Alvarado como
legado suplente por los pueblos de Cot, Quircot y Tobosí, mientras estos nombraban
representantes en propiedad. Don Pedro José aceptó la designación y el mismo día se
incorporó a las labores de la Junta de Legados 183. Asistió a la sesión del 21 de noviembre y
a las dos efectuadas el 22, pero ya el 23 se separó de la asamblea, por haber comparecido
los legados propietarios nombrados por esos tres pueblos 184.

Inesperadamente, don Pedro José tuvo que reincorporarse en la sesión del 1° de


diciembre, que fue la última, en calidad de legado suplente por Alajuela, cuyo
Ayuntamiento había resuelto que su legado electo, el presbítero don Luciano Alfaro y
Arias, solo asistiera si la Junta se reunía en cualquier otro sitio que no fuera la ciudad de
Cartago. Este inesperado berrinche dejó a Alajuela sin representación y entonces la Junta de
Legados designó al vicario Alvarado para reemplazar al padre Alfaro, con el fin de que
todas las poblaciones de Costa Rica estuvieran representadas en la sesión del 1° de
diciembre, en la cual se aprobó y firmó el Pacto de Concordia 185.

La reincorporación de don Pedro José a la Junta de Legados, aunque fuera en


calidad de suplente nombrado a última hora, tuvo una consecuencia muy importante para
él, ya que el mismo 1° de diciembre la Junta de Legados debió efectuar la designación de
los miembros de la Junta Gubernativa interina que gobernaría en lo sucesivo, y de acuerdo
con el Pacto de Concordia, la elección debía recaer en integrantes de la misma Junta de
Legados.

183
IGLESIAS, 1899-1902, vol. II, pp. 28-29.
184
Ibid., vol. II, pp. 29-35.
185
SÁENZ CARBONELL, Nicolás…, 2020, p. 78.
40

CAPÍTULO III

EL PRESIDENTE

1.- La Junta Gubernativa Interina y sus integrantes.

El Pacto de Concordia definía en su capítulo 5° el procedimiento mediante el cual el


texto se convertiría en ley interina fundamental de la provincia y que en lo fundamental se
inspiraba en el mismo sistema establecido en la Constitución de Cádiz para la elección de
los diputados a Cortes. El artículo 10° contenía una tabla según la cual el territorio
costarricense se dividía en ocho partidos o distritos electorales (Alajuela, Bagaces, Boruca,
Cartago, Escazú, Heredia, San José y Ujarrás), subdivididos en pueblos o parroquias. El
domingo 16 de diciembre, todos los ciudadanos debían elegir cada pueblo un número
variable de de representantes llamados compromisarios, que a su vez nombraban electores
de parroquia. La cantidad de unos y otros se definía en la tabla y dependía sustancialmente
de la población de cada comunidad. El domingo siguiente, 23 de diciembre, todos los
electores de parroquia debían reunirse en la cabecera o población más importante del
partido respectivo, para nombrar a los electores de partido que correspondieran a la
circunscripción, y que tendrían el carácter de diputados constituyentes, ya que el artículo 12
del Pacto señalaba: “Los pueblos transmitirán en sus electores parroquiales, y estos en los
de partido, los derechos de soberanía por medio de poder para sancionar este pacto.” 186
Esa junta de electores se reuniría en Cartago el 6 de enero de 1822 y, como segunda
asamblea constituyente, discutiría y eventualmente ratificaría el Pacto de Concordia y
elegiría al primer gobierno constitucional. Este debería tomar posesión el domingo
siguiente a la ratificación del texto constitucional.

Para gobernar Costa Rica mientras se ratificaba el Pacto, los artículos 55 y 56 de


este dispusieron:

“Art. 55.- Ínterin se instala la Junta de Gobierno, la legación ordinaria [la Junta de
Legados de los Pueblos] nombrará de su seno una comisión de 7 individuos y tres
suplentes que desempeñe las atenciones que a aquella se señalan en este pacto; gozando
de la misma pensión, con igual responsabilidad y sujeción a la residencia ya prevenida.

Art. 56.- Esta comisión, después de juramentada por el presidente de la Legación, al


tiempo de posesionarse, se encargará de la ejecución y comunicación de este tratado.” 187

Las atribuciones que otorgaba el Pacto a la Junta Superior Gubernativa, y que por
consiguiente ejercería provisionalmente la Junta Gubernativa Interina, eran sumamente
amplias, ya que en ella se combinaban las potestades legislativas antes correspondientes a
las Cortes españolas con las ejecutivas que habían tenido las autoridades de Guatemala y
León, así como una función supervisora sobre la labor judicial de los alcaldes 188.

186
IGLESIAS, 1899-1902, vol. II, p. 41.
187
Ibid., vol. II, p. 48.
188
Ibid., vol. II, p. 43.
41

De conformidad con las disposiciones del Pacto, una vez suscrito el nuevo texto
constitucional el 1° de diciembre la Junta de Legados procedió el mismo día a escoger de
entre sus miembros a los vocales propietarios y suplentes de la Junta Gubernativa interina.
La votación dio el siguiente resultado 189 :

Vocales propietarios Votos


Juan de los Santos Madriz y Cervantes 19
José Santos Lombardo y Alvarado 17
Nicolás Carazo y Alvarado 15
Nereo Fonseca y González 13
Nicolás Carrillo y Aguirre 12
Pedro José Alvarado y Baeza 12
Joaquín de Iglesias 12
Vocales suplentes
Manuel María de Peralta y Corral 15
Félix Oreamuno y Jiménez 14
Manuel Alvarado y Hidalgo

De este modo, nuestro biografiado, que apenas ese mismo 1° de diciembre se había
reincorporado a la Junta de Legados como suplente por Alajuela, se vio en la inesperada
circunstancia de quedar elegido como miembro propietario de la Junta Gubernativa
interina. Nos parece evidente que, independientemente de su condición de vicario, gozaba
de mucho prestigio y se apreciaban su inteligencia y capacidades. Por otra parte, es de notar
la elevada proporción de clérigos elegidos para formar parte de la Junta, ya que entre los
siete propietarios había cuatro (Madriz, Fonseca, Carrillo y don Pedro José Alvarado) y
entre los tres suplentes uno (don Manuel Alvarado). Cabe recordar además que también
formaron parte de la Junta don Nicolás Carazo y Alvarado, sobrino del vicario, y don
Joaquín de Iglesias, que estaba casado con su sobrina nieta doña Petronila Llorente.

2.- Elección como presidente de la Junta. Sesiones y asistencia.

Acto seguido, los siete vocales propietarios procedieron a designar presidente,


vicepresidente y secretario. Don Pedro José fue elegido como presidente y el padre Nicolás
Carrillo como vicepresidente, ambos por cuatro votos, y don Joaquín de Iglesias como
secretario, por seis votos 190. Dado que no existía la costumbre de votarse a sí mismo, se
puede concluir que en realidad solo hubo dos vocales que adversaron la elección de
Alvarado y Carrillo. Don Pedro José declinó la elección como presidente 191, pero los
argumentos que expuso para no aceptar fueron rechazados por sus colegas. Enseguida, el
presidente de la Junta de Legados, don Nicolás Carrillo, les recibió juramento a don Pedro
José y a los demás vocales el juramento, y ya en su carácter de presidente de la nueva Junta,
Alvarado juramentó a su vez a Carrillo. De todo ello se mandó informar a todos los
ayuntamientos de Costa Rica y demás funcionarios públicos 192.

189
Ibid., vol. II, pp. 49-50.
190
Ibid., vol. II, p. 50.
191
Ibid., vol. II, p. 64.
192
Ibid., vol. II, p. 50.
42

Con la toma de posesión de don Pedro José como presidente de la Junta


Gubernativa interina, por primera y única vez en la historia de Costa Rica quedaron
reunidos en la misma persona el gobierno civil y el gobierno eclesiástico. Cabe destacar, sin
embargo, que don Pedro en ningún momento permitió que se mezclaran ni se confundieran
ambas funciones, ni trató de hacer de la autoridad civil un instrumento de la potestad
eclesiástica, ni viceversa.

De acuerdo con el artículo 22 del Pacto de Concordia, la Junta Gubernativa debía


reunirse ordinariamente los lunes y los jueves y podría hacerlo extraordinariamente todas
las veces que fuera necesario. Con excepción de don José Santos Lombardo, que solamente
se hizo presente en dos sesiones, en general los vocales fueron bastante puntuales en su
asistencia, como puede verse del cuadro siguiente, en el cual cabe también advertir que el
presidente Alvarado y el vicepresidente Carrillo no faltaron ni una sola vez:

Sesiones I II III IV (No V VI VII VIII IX


hubo
quórum)
Fecha diciembre 1° 2 3 6 10 17 18 21 24 29
PROPIETARIOS
Alvarado, Pedro J. x x x x x x x x x x
Carazo x x x x x x x x x
Carrillo x x x x x x x x x x
Fonseca x x x x x x x x
Iglesias x x x x x x x x x x
Lombardo x x
Madriz x x x x x x x x
SUPLENTES
Peralta x x x x x x x x
Oreamuno x
Alvarado, Manuel x

Lamentablemente, las actas de la Junta Gubernativa interina son muy lacónicas, y


no permiten conocer las intervenciones y aportes individuales de cada uno de sus
integrantes. No dudamos, sin embargo, de que don Pedro José Alvarado, por su condición
de presidente de la Junta y la autoridad moral que le daba su doble condición de sacerdote y
vicario, haya tenido un peso importante en las decisiones.

3.- Sesión de extraordinaria del domingo 2 de diciembre.

Aunque el 2 de diciembre era domingo, la Junta Gubernativa, dando muestras de


mucho interés en sus tareas, decidió reunirse ese día para designar las tres secciones o
comisiones que según el Pacto de Concordia debían distribuirse la atención de los asuntos.
Como don Santos Lombardo no asistió, fue necesario llamar al primer suplente don Manuel
María de Peralta. Las comisiones quedaron integradas así 193:

193
Ibid., vol. II, pp. 50-51.
43

Primera comisión (asuntos militares y hacendarios): don Pedro José Alvarado, presidente;
don Nicolás Carazo, secretario; don Manuel María de Peralta.

Segunda comisión (asuntos políticos): presbítero Nicolás Carrillo, presidente; presbítero


don Nereo Fonseca, secretario.

Tercera comisión (asuntos de economía y policía pública): presbítero don Juan de los
Santos Madriz, presidente; don Joaquín de Iglesias, secretario.

4.- Sesión del lunes 3 de diciembre:

En la sesión del 3 de diciembre, a la que asistieron todos los vocales propietarios


menos Lombardo, y el suplente Peralta en reemplazo suyo, se leyó un oficio de don Ramón
Zelaya, secretario de Cámara del jefe político superior de Guatemala don Gabino Gaínza,
sobre la prisión de Enrique Cooper, y se acordó responderle participándole su libertad 194.

No nos fue posible encontrar más documentación sobre este asunto, ni determinar a
qué se había debido la prisión de Cooper ni quién era este. Por el apellido parece que era
anglosajón. Que sepamos, los únicos ingleses presentes en Costa Rica a fines de 1821
formaban parte de un grupo de hombres de diversas nacionalidades que habían logrado
escapar de unos piratas, además de otros a los que se había considerado como insurgentes,
es decir, partidarios de la independencia hispanoamericana. Todavía bajo el dominio
español, el jefe político subalterno Cañas Trujillo se había dirigido insistentemente a las
autoridades de Guatemala para exponer los riesgos y gravámenes que representaban estos
forasteros, a los que se mantenía arrestados, pero no había obtenido respuesta. El 17 de
octubre de 1821, en una sesión del Ayuntamiento de Cartago, Cañas Trujillo anunció que
ya había tomado medidas para sacarlos de la ciudad 195, y el 8 de noviembre se acordó que
al día siguiente comenzaran a salir de Cartago de dos en dos, en días distintos, con rumbo a
Matina y con una escolta para que no cometieran atentado alguno 196. Aunque no constan
los nombres de estos ingleses, es posible que entre ellos estuviera el mencionado Cooper, y
que una vez declarada la independencia, haya solicitado a las autoridades de Guatemala que
intervinieran para que se le pusiera en libertad 197.

En esta sesión del 3 de diciembre también se decidió enviar copias del Pacto de
Concordia a todos los ayuntamientos, autorizadas por el presidente Alvarado y el secretario
Iglesias 198.

5.- Sesión ordinaria del jueves 6 de diciembre.


194
Ibid., vol. II, p. 51.
195
COMISIÓN NACIONAL DEL SESQUICENTENARIO DE LA INDEPENDENCIA DE CENTRO
AMÉRICA, 1971, p. 121.
196
Ibid., p. 146.
197
A mediados del decenio de 1820 se estableció en Costa Rica un británico llamado Enrique Cooper,
originario de York, que laboró en minería en los montes del Aguacate, prestó grandes servicios en el trazado
del camino a Matina proyectado por Carrillo, se casó en Cartago en 1839 con doña Margarita Sandoval Pérez
y dejó descendencia. Es posible que se tratara del mismo arrestado de 1821, que hubiera decidido volver a
Costa Rica y establecerse aquí.
198
IGLESIAS, 1899-1902, vol. II, p. 51.
44

A la sesión del 6 de diciembre sí asistió don Santos Lombardo, pero como no se


presentó don Juan de los Santos Madriz, don Manuel María de Peralta tuvo que
reemplazarlo 199. Del acta puede deducirse que fue una sesión larga y complicada, por la
multitud de asuntos que se trataron y la dificultad de algunos de ellos.

En primer término se examinó el problema planteado por la negativa de los


franciscanos a prestar el juramento de la Independencia. Para resolver sobre el asunto, se
acordó enviar un oficio a fray Rafael de Jesús Jiménez, prior o guardián del convento de
San Francisco, para que expusiera lo que tuviera por conveniente acerca de esta situación
200
. Fray Rafael envió una nota explicando su posición, pero días más tarde, el 20 de
diciembre, prestó el juramento de adhesión al Imperio Mexicano junto con toda la
comunidad franciscana de Cartago 201.

A continuación se leyó una nota del ex jefe político subalterno Cañas Trujillo,
fechada el 3 de diciembre. Cañas Trujillo, que había renunciado a ese cargo al reunirse la
Junta de Legados de los Pueblos y a quien esta había pedido entregar los libros borradores
llevados durante su gobierno, manifestaba en su nota que había quemado esos libros. La
Junta, visiblemente molesta, acordó reiterarle la obligación de entregar esos documentos:

“… teniendo por equivocación la expresión de dicho señor, que sin duda hablará de sus
borradores particulares que no se le piden, y no de los de oficio, que precisa e
indispensablemente por las leyes y a imitación de sus predecesores debía conservar y
entregar a quien le sucediere, para norte y guía de las providencias ulteriores, se acordó
oficiarle de nuevo, insertándole el presente artículo, y anunciándole que en caso de ser
efectivo este atentado, no saldrá de la provincia hasta que verifique la entrega, o asegure a
satisfacción de este Gobierno la cantidad de quinientos pesos que se gradúan necesarios
para ocurrir a todos los lugares enlazados relacionalmente con el Gobierno, a sacar las
copias del tiempo de su mando, y de este modo resarcir tamaño daño; sin perjuicio de las
demás providencias que juzgue conveniente su Excelencia [la Junta] sobre el particular.”
202
,

A continuación la Junta examinó un documento de reflexiones presentado por don


José Santos Lombardo con respecto a la proclamación de la Independencia y la situación
política de Costa Rica, y su opinión de que a la provincia no le convenía por el momento
adherirse a partido alguno 203. La Junta dispuso hacer circular a toda la provincia las
reflexiones de Lombardo, “para los loables objetos a que se dirigen.” 204

Se examinaron y se aprobaron después varios pagos: uno de 15 pesos y 2 reales para


los amanuenses de la Junta de Legados de los Pueblos, otro de 8 pesos y 7 reales de gastos

199
Ibid., vol. II, p. 52.
200
Ibid.
201
VALLE, Rafael Heliodoro, La anexión de Centroamérica a México (Documentos y escritos de 1821).
Tomo I, México, Publicaciones de la Secretaría de Relaciones Exteriores, 1ª. ed., 1924, pp. 150-151.
202
IGLESIAS, 1899-1902, vol. II, p. 52.
203
Archivo Nacional, Sección Histórica, Provincial Independiente, n° 119.
204
IGLESIAS, 1899-1902, vol. II, p. 52.
45

del cuartel de San José, según reclamo presentado por el teniente coronel don Félix
Fernández y Tenorio; y otro de 4 pesos y 2 reales de gastos del cuartel de Cartago 205.

Se dio después lectura a un oficio de don Mariano Montealegre Bustamante, Factor


de Tabacos y administrador del ramo de pólvora, fechado el 4 de diciembre. En su sesión
del 22 de noviembre, la Junta de Legados de los Pueblos, en atención a que la pólvora
existente podía resultar necesaria para la defensa de la provincia y que era conveniente
economizarla, había instruido a don Mariano para que recogiera las existencias disponibles.
En su oficio del 4 de diciembre, Montealegre manifestaba que las villas de Alajuela,
Heredia y Ujarrás no habían cumplido con la orden de entregar la pólvora. La Junta acordó
reiterar esa orden a las citadas poblaciones, e informar al respecto a don Mariano 206.

Por haber comunicado el vocal don Nicolás Carazo que debía ausentarse por cuatro
o cinco días, se acordó llamar al segundo suplente, don Félix Oreamuno y Jiménez 207.

El último tema tratado en la sesión fue el examen de un expediente que ese mismo
día remitió a la Junta el Ayuntamiento de Cartago, con respecto a una solicitud planteada
por don Manuel García Escalante y don Manuel Antonio Morales, para que se les dejara en
posesión de unos potreros que tenían, situados en parte en terrenos de ejidos y en parte en
tierras realengas o nacionales. El Ayuntamiento había encargado al procurador síndico don
Vicente Fábrega y Arroche la medida de los terrenos de García Escalante. La Junta decidió
que el asunto debía resolverlo el Ayuntamiento y le devolvió el expediente 208.

6.- Sesiones frustradas.

El lunes 10 de diciembre solamente concurrieron don Pedro José Alvarado, don


Nicolás Carrillo, don Joaquín de Iglesias y don Manuel María de Peralta y en consecuencia
no hubo quórum. Carrillo, Peralta e Iglesias firmaron un acta para dejar constancia de que
no habían podido ser habidos los demás vocales “por estar ausentes” y no había sido
posible celebrar sesión. Tampoco fue posible efectuar reunión el jueves 13 209.

7.- Elecciones de primer y segundo grado.

El domingo 16 de diciembre se efectuaron en todas las poblaciones de Costa Rica


las elecciones de primer y segundo grado, para la designación de compromisarios por los
ciudadanos, y de los electores de parroquia por los compromisarios, según lo dispuesto por
el artículo 11 del Pacto de Concordia 210.

8.- Sesión ordinaria del lunes 17 de diciembre.

205
Ibid., vol. II, pp. 52-53.
206
Ibid., vol. II, p. 53.
207
Ibid.
208
Ibid., vol. II, pp. 53-54.
209
Ibid., vol. II, p. 54.
210
En Archivo Nacional, Sección Histórica, Provincial Independiente, n° 99, se encuentran los documentos
relativos a la elección efectuada en Cartago el 16 de diciembre.
46

A la sesión del lunes 17 de diciembre se presentaron, además del vicario presidente,


los vocales propietarios Carazo Carrillo, Fonseca, Iglesias y Madriz, y al parecer no fue
posible localizar a ninguno de los suplentes para que reemplazara a don José Santos
Lombardo.

En esta sesión se dio lectura a una comunicación del teniente coronel don Félix
Fernández y Tenorio, fechada el 16 de diciembre, en la cual hacía del conocimiento de la
Junta que el jefe político superior de Guatemala don Gabino Gaínza le había encargado el
mando político y militar de Costa Rica.

En la creencia de que don Juan Manuel de Cañas Trujillo todavía estaba


desempeñando el cargo de jefe político subalterno de Costa Rica, el presbítero don José
Antonio Alvarado y Bonilla, a quien se había nombrado por parte de las autoridades de
Guatemala como representante de Costa Rica en una junta provisional consultiva formada
en esa ciudad para asesorar al jefe político superior Gaínza, había pedido a este el
reemplazo del coronel andaluz. Gaínza había accedido a la solicitud y había nombrado a
don Félix Fernández en sustitución de Cañas Trujillo. En realidad, como hemos visto, en el
sistema imperante antes de la separación de España Costa Rica ya no dependía de
Guatemala en lo político y administrativo, sino de León de Nicaragua, por lo que incluso en
ese marco hubiera sido muy dudosa la competencia de Gaínza para hacer ese tipo de
nombramientos. Sin embargo, la Junta de Legados, al enterarse de la renuncia de Cañas
Trujillo el 12 de noviembre de 1821, había resuelto asumir las potestades del jefe político
subalterno en lo político, militar y hacendario 211, y el Pacto de Concordia, en su artículo 24,
señalaba expresamente que la Junta Gubernativa asumiría las competencias antes
correspondientes a las autoridades de Guatemala y León. En concordancia con esto, la
Junta Gubernativa interina decidió rechazar la decisión de Gaínza y responder a don Félix
Fernández que

“… no debe tener lugar lo determinado por el señor capitán general, respecto a haber
reasumido Su Excelencia [la Junta] el mando en todos ramos como ya se había notoriado a
dicho señor Capitán General y al teniente coronel Fernández.” 212

Esta decisión de la Junta ponía realmente a prueba la solidez de la naciente


institucionalidad costarricense, porque bien podría haber sucedido que don Félix
Fernández, el militar de mayor graduación de las fuerzas armadas provinciales, se
empeñara en asumir el cargo de jefe político subalterno de Costa Rica y solicitara el apoyo
de Guatemala para hacer efectiva la decisión de Gaínza. Afortunadamente, don Félix no era
un ambicioso vulgar y se conformó sin objeciones con la decisión de la Junta Gubernativa.

Inesperadamente, el Ayuntamiento de Heredia, que se encontraba cada vez más a


disgusto con el Pacto de Concordia y el gobierno de la Junta, decidió dar a don Félix un
apoyo que este no le había pedido. La decisión se hizo constar en el acta de la sesión que la
corporación celebró el 19 de diciembre:

211
IGLESIAS, 1899-1902, vol. II, p. 6.
212
Ibid., vol. II, p. 54.
47

“También se leyó el oficio del mismo señor capitán general, fecha veintiuno de
noviembre del corriente año sobre el nombramiento de gobernador accidental en el
teniente coronel don Félix Fernández y los votos fueron decidido en su reconocimiento. De
todo lo cual se dará en pliego cerrado el aviso que se previene” 213

La decisión del Ayuntamiento de Heredia fue acuerpada e imitada por el del pueblo
de Barba el 24 diciembre 214.

La actitud de Heredia y Barba de aceptar al teniente coronel Fernández como jefe


político subalterno era completamente ilógica, ya que esas dos poblaciones habían venido
insistiendo en la necesidad de seguir reconociendo la autoridad del gobierno de León de
Nicaragua sobre Costa Rica, y el nombramiento de don Félix provenía del jefe político
superior de Guatemala, al cual las autoridades leonesas no le reconocían potestad alguna
sobre Nicaragua y Costa Rica. Sin embargo, si Fernández se hubiera dejado tentar por los
ofrecimientos de Heredia y Barba y se hubiera hecho presente en esas poblaciones para
asumir el mando político y militar, desafiando a la Junta Gubernativa, hubiera podido
iniciarse un conflicto de deplorables consecuencias. Por fortuna para Costa Rica, el
patriotismo prevaleció en don Félix Fernández y los cantos de sirena de Heredia y Barba
quedaron sin respuesta.

Continuando con el examen de los asuntos tratados en la sesión del 17 de diciembre,


el acta indica que el segundo fue el de los problemas de quórum experimentados la semana
anterior. Para evitar que se repitieran, la Junta acordó que sus integrantes no podrían
ausentarse de Cartago, ni faltar por enfermedad salvo que fuera muy grave, y que tampoco
se les permitiría renunciar. En caso de una situación de mucha emergencia, el vocal que
pretendiera ausentarse debía manifestarlo verbalmente a la Junta y no mediante oficio 215.

En esta sesión también se dio lectura a comunicaciones del jefe político superior y la
Diputación Provincial de León, fechadas el 4 de diciembre, que hacían referencia a la
instalación de la Junta de Costa Rica 216, y en una de las cuales la corporación leonesa
manifestaba dubitativamente que celebraría que eso “sea para el bien público de ese
territorio” 217. Posiblemente estas comunicaciones habían sido dirigidas a la Junta de
Legados de los Pueblos, porque en esa fecha las autoridades leonesas no podían haber
estado enteradas de la asunción del poder por la Junta interina, pero esta sin duda decidió
aprovecharlas para reafirmar su autoridad y tomó el acuerdo de responder las
comunicaciones y además ponerlas en conocimiento de todos los ayuntamientos:

“Que se oficie a los ayuntamientos de esta provincia el estar reconocida por legítima esta
Junta Superior Gubernativa por la excelentísima Diputación Provincial de León, y su jefe

213
ARCHIVO NACIONAL, “Actas municipales de Heredia 1820-1824”, p. 133, en Revista del Archivo
Nacional, San José, enero-diciembre de 1990, números 1-12, pp. 87-217.
214
ARCHIVO NACIONAL, “Actas municipales de Barva 1821-1823”, p. 197, en Revista del Archivo
Nacional, San José, enero-diciembre de 1991, números 1-12, pp. 131-248.
215
IGLESIAS, 1899-1902, vol. II, pp. 54-55.
216
Archivo Nacional, Sección Histórica, Provincial Independiente, n° 10 y n° 51.
217
Archivo Nacional, Sección Histórica, Provincial Independiente, n° 10.
48

político superior; contestándole a estas autoridades su oficio de 4 de diciembre, sobre la


materia.” 218

La comunicación que la Junta envió a las autoridades de León, en la cual se les


remitió copia del Pacto de Concordia, les sentó muy mal, como se nota del indignado
lenguaje con que la Diputación Provincial respondió el 4 de enero de 1822:

“… su conducta en el giro ulterior es una verdadera subversión… toda innovación parcial


es un hecho arbitrario y contrario a los principios de unidad, constituyéndose
independiente y soberano, como aparece en el pacto de concordia que extendió y dirigió,
arrogándose el poder que solo existe en la masa común de la totalidad social; sobre cuyo
particular se servirá aclarar sus conceptos de la confusa contradicción en que los
envuelve; y en el caso de adhesión, que reasuma el mando político el llamado para la
interinidad por la ley, como asimismo el militar, cesando toda autoridad y corporación
ilegítima, mientras el Gobierno Supremo provee lo conveniente…” 219

En la misma sesión del 17 de diciembre se dio lectura a una solicitud del ex jefe
político subalterno Cañas Trujillo para que se le diera pasaporte a fin de trasladarse a León
de Nicaragua. En apoyo de su petición adjuntaba el pasaporte que ya le había otorgado el
jefe político superior González Saravia para viajar a esa ciudad. Sin embargo, la Junta
decidió que no le sería otorgado el pasaporte hasta tanto no entregara los borradores del
tiempo de su mando y resolviera algunos asuntos privados que tenía pendientes 220.

A continuación, la Junta Gubernativa examinó el tema del comercio tabacalero entre


Costa Rica y Nicaragua, que se estaba volviendo muy problemático. El 26 de octubre de
1821, el gobierno de León había decidido no remitir a la Factoría de Tabacos de Costa Rica
la suma de 20,000 pesos que le adeudaba y que estaba destinada a sufragar los gastos de la
cosecha costarricense. El factor de Costa Rica don Mariano Montealegre se enteró de esta
decisión el 16 de noviembre, al recibir un oficio sobre el particular de su colega de León
don Mariano Valenzuela, y muy alarmado, puso el asunto en conocimiento de la Junta de
Legados de los Pueblos 221. Además, las autoridades leonesas decidieron suspender el envío
a Costa Rica de tabacos de la variedad conocida como iztepeque, que tenía gran demanda
por parte de los consumidores costarricenses 222. Sin embargo, no era mucho lo que podía
hacerse, fuera de formular reclamos al Gobierno de León, y la Junta Gubernativa acordó:

“Que se pase oficio al señor intendente de León, a fin de que facilite tanto el envío de
tabaco iztepeque, como la remesa de dineros para la sementera de tabacos en esta
provincia, haciéndole presente el grande demérito que sufrirán las rentas por el grande
acopio de contrabando que en una y otra provincia se introducirá.” 223

218
IGLESIAS, 1899-1902, vol. II, p. 55.
219
VALLE, Rafael Heliodoro, La anexión de Centroamérica a México (Documentos y escritos de 1821-
1822). Tomo II, México, Publicaciones de la Secretaría de Relaciones Exteriores, 1ª. ed., 1928, vol. II, p. 21.
220
Ibid.
221
SÁENZ CARBONELL, Jorge Francisco, Mariano Montealegre Bustamante, primer diplomático de Costa
Rica, San José, Instituto del Servicio Exterior Manuel María de Peralta, 1ª. ed., 2020, p. 32.
222
Ibid., p. 34.
223
IGLESIAS, 1899-1902, vol. II, p. 55.
49

Las cosas en Nicaragua habían empezado a complicarse, en especial porque la


ciudad de Granada, ávida de sustraerse de la autoridad de León, había decidido apoyar el
acta guatemalteca del 15 de setiembre y además constituir una junta gubernativa propia.
Posiblemente con el ánimo de reforzar su propia posición ante las autoridades de
Guatemala y León y los propios ayuntamientos costarricenses, la Junta Gubernativa
interina, en esta misma sesión del 17 de diciembre, acordó poner en conocimiento de don
Agustín de Iturbide, presidente de la Regencia de México, lo actuado en Costa Rica:

“Que al excelentísimo señor Iturbide se le mande oficio felicitándole y dándole las gracias
dándole las gracias por haber sido la causa eficiente de nuestra libertad como también
dándole noticia de todo lo practicado en esta provincia y del estado actual en que se
halla.” 224

La comunicación al generalísimo Iturbide se suscribió al día siguiente. Aunque no


conocemos su texto, por otro documento se sabe que en él se le manifestaban al prócer
mexicano sentimientos de amor y respeto y el deseo de unión al Imperio, y se le exponía la
angustiosa situación en que encontraba Costa Rica debido a la actitud de las demás
provincias 225.

9.- Sesión extraordinaria del martes 18 de diciembre.

La llegada a Cartago de una importante comunicación de don Agustín de Iturbide


dirigido al jefe político superior de Guatemala don Gabino Gaínza, un oficio de este a todos
los ayuntamientos centroamericanos y dos del jefe político superior de León, obligó a la
Junta Gubernativa a celebrar sesión extraordinaria el martes 18 de diciembre, para conocer
de esos documentos. A esta sesión asistieron el presidente Alvarado, el vicepresidente
Carrillo y los vocales Carazo, Madriz, Fonseca e Iglesias.

El oficio de don Agustín de Iturbide a Gaínza, fechado el 19 de octubre y recibido


en Guatemala el 27 de ese mes, era muy extenso y, con base en largas consideraciones
sobre la importancia de la unión de México y del antiguo reino de Guatemala, objetaba la
convocatoria hecha en el acta de 15 de setiembre de un congreso centroamericano y
concluía anunciando el envío de una fuerza militar a Guatemala para proteger con las armas
los proyectos de los partidarios de esa unión:

“Si a pesar de la evidencia y solidez, que a mi juicio concurren en estas reflexiones


no bastan al convencimiento de esas respetables autoridades, espero se sirva Vuestra
Excelencia comunicarme a la mayor brevedad sus ulteriores determinaciones para el
arreglo de las mías; en el concepto de que desnudo de toda mira individual, y poseído del
más sincero respeto a la voluntad de los pueblos, jamás intentaré someterlos a la mía, que
no es otra que la de su felicidad y bienestar. Con este objeto ha marchado ya, y debe en
breve tocar en la frontera una división numerosa y bien disciplinada, que llevando por
divisa Religión, Independencia y Unión, cortará todas las ocasiones de emplear la
224
Ibid., vol. II, pp. 54-55.
225
V. VALLE, Rafael Heliodoro, La anexión de Centroamérica a México (Documentos y escritos de 1821).
Tomo I, México, Publicaciones de la Secretaría de Relaciones Exteriores, 1ª. ed., 1924, pp. 150-151.
50

violencia, y sólo reducirá su misión a proteger con las armas los proyectos saludables de
los amantes de su Patria.” 226

Alarmado por esta comunicación y especialmente por el anuncio del envío del
ejército “protector”, el atribulado Gaínza se reunió con la Junta Provisional Consultiva, que
se inclinó por que se pidiera opinión a los ayuntamientos, ante la imposibilidad de esperar a
la reunión del proyectado congreso. Gaínza aceptó la recomendación de la Junta y el 30 de
noviembre envió un oficio a todos los ayuntamientos centroamericanos en el cual les
solicitaba externar su opinión sobre la posibilidad de la anexión a México:

“Me ha parecido prudente la consulta de la Junta, y conformándose con ella he


acordado que cada ayuntamiento en cabildo abierto leyendo detenidamente el oficio del
excelentísimo señor Iturbide, pesando todas las razones de Estado de estas provincias, me
manifieste su opinión sobre cada uno de los puntos que abraza el mismo oficio: que las
contestaciones se remitan cerradas y por extraordinario al alcalde 1º de la cabecera de
cada partido para que este me las dirija del mismo modo sin demora alguna: que se
comunique también el oficio a las autoridades, jefes y prelados para el mismo objeto de
expresar su opinión sobre puntos tan interesantes: que las contestaciones se manden con
tanta brevedad que el día último del mes próximo entrante se hallen todas reunidas en esta
capital para dar con presencia de ellas la respuesta correspondiente al Gobierno del
Imperio; que los jefes políticos, alcaldes y ayuntamientos tomen para el acto expresado las
medidas más prudentes para conservar el orden; y que al efecto se comunique esta
providencia por extraordinarios que deberán despacharse a los puntos respectivos.” 227

El jefe político superior de León, don Miguel González Saravia, en oficio del 10 de
diciembre, comunicaba a la Junta Gubernativa de Costa Rica, sin duda con mucha
satisfacción, tanto el anuncio del generalísimo Iturbide sobre la división “protectora” como
las decisiones de Gaínza de revocar la convocatoria al congreso y de consultar a los
ayuntamientos sobre la anexión al Imperio 228. Por su parte, los dos representantes de Costa
Rica en la Diputación Provincial de León, don Pedro Portocarrero y don José María
Ramírez, en oficio del 8 de diciembre, expresaban a la Junta Gubernativa su gran
consternación y sorpresa por la inesperada decisión de Costa Rica de separarse del
Gobierno y de la Diputación Provincial 229.

Aunque con base en el Pacto de Concordia Costa Rica se encontraba en pleno


ejercicio de su soberanía, no había optado aún formalmente por la anexión a México y no
tenía entonces por qué seguir instrucciones de las autoridades guatemaltecas, sin duda la
Junta Gubernativa interina se alarmó tanto como Gaínza, porque decidió proceder sin más
trámite a consultar a los ayuntamientos:

“Considerando Su Excelencia la gravedad de este asunto en vista de estos atestados, y de


otros dos oficios del señor intendente sobre la materia, determinó consultar la voluntad de
los pueblos, oficiando al efecto a todos los ayuntamientos, autoridades y corporaciones de
226
El texto de la carta de don Agustín de Iturbide a Gaínza se reproduce en Ibid., pp. 49-53
227
El texto de la nota de Gaínza a los ayuntamientos se reproduce en Ibid., pp. 102-103.
228
Archivo Nacional, Sección Histórica, Provincial Independiente, n° 49.
229
Archivo Nacional, Sección Histórica, Provincial Independiente, n° 50.
51

esta provincia con noticia e instrucción de todo; exigiendo la contestación para 22 del
presente por exigirlo así la gravedad y premura de tan interesante negocio.” 230

La Junta quedó además muy inquieta también ante la posibilidad de que la


comunicación de Iturbide a Gaínza envalentonara peligrosamente al gobierno de León.
Mientras que las autoridades de Guatemala habían tenido hasta entonces una actitud
bastante indecisa con respecto a la anexión a México, desde el 11 de octubre las leonesas
habían sido entusiastas partidarias del Imperio, y la actitud de este, reflejada en el oficio de
Iturbide, podía perfectamente servirles de pretexto para querer imponer de nuevo su
autoridad sobre Costa Rica. Este temor puede explicar la obsequiosa carta que el miércoles
20 de diciembre el presidente Alvarado y los cinco vocales que asistieron a la sesión del 18,
más el primer suplente Peralta, dirigieron al generalísimo mexicano:

“Excelentísimo señor:

Esta Junta gubernativa provincial ya había cumplido en el modo que le fue posible
sus deberes para con Vuestra Excelencia, manifestando sus vivos sentimientos de amor,
respeto hacia su esclarecida persona y empleo; lo que justamente verificó el 18 del actual
mes, incluyéndole asimismo por este órgano los votos y reconocidas obligaciones de todos
los pueblos por quienes representa, pues que en ellos se descubre la anhelada adhesión,
por unirse y hacer una sola familia con el Imperio Mexicano, de quien Vuestra Excelencia
es en todo su espíritu. Allí se demostraba igualmente la situación bastante angustiada en
que se veía la provincia, por las críticas circunstancias que la rodeaban, en consecuencia
de las ideas inconformes de las demás del reino.

Así pues fluctuaba, excelentísimo señor, en olas de amarga borrasca esta porción
afligida, clamando solamente porque le acabase de resplandecer el sol, que apenas de
lejos podía sentir de él sus beneficios e influencia: y al paso que abundaba en suspirados
deseos por este dichoso día, sobreabundaba en melancólicas incertidumbres nacidas de las
alteraciones y falta de unidad de principios de todas las otras.

Mas ya, gracias a Dios, apareció el día alegre y completo de nuestra entera
libertad. Puntualmente el 18 del presente mes llegó a nuestras manos el enérgico y
luminoso oficio de Vuestra Excelencia que con fecha 19 de octubre último, dirigió al
excelentísimo señor capitán general de Goatemala: con el que ya se disiparon las
caliginosas tinieblas que obscurecían el verdadero camino que debíamos seguir: con él ya
tenemos el gozo colmado, libre y franco para unirnos a ese esclarecido y poderoso
Imperio, de quien vuestra Excelencia es su regenerador, y ya por último podemos cantar
dulcemente los festivos himnos de gloria, loor y alabanza al Dios de las misericordia,
porque nos ha concedido ver tan deseado como dichoso término en que cesó la tristeza, el
horror y el desconsuelo, y que consiguientemente tributemos con toda seguridad los
debidos homenajes al libertador de la América Septentrional.

Así es, excelentísimo señor, que esta provincia de Costa Rica por medio de esta
Junta que la representa, se ciñe, se entrega y sujeta a la alta y acreditada consideración de

230
IGLESIAS, 1899-1902, vol. II, p. 56.
52

Vuestra Excelencia para que se digne recibirla, y ponerla su benigna protección,


dispensando de ella según la generosidad que le es propia a su magnánimo corazón; pues
que así está cierta, de que acogida a su poderosa sombra, jamás le podrá suceder verse
envuelta en penas y horribles calamidades que hasta ahora ha padecido.

Dios guarde la muy importante vida de Vuestra Excelencia muchos años. Junta
Gubernativa de Costa Rica, diciembre 20 de 1821.- Excelentísimo señor.- Pedro José
Alvarado, presidente.- Nicolás Carrillo.- Juan de los Santos Madriz.- José Nereo
Fonseca.- Nicolás Carazo- Manuel María de Peralta.- Joaquín de Iglesias, secretario.” 231

Cabe recordar que ese mismo 20 de diciembre, tanto en Cartago como en San José
se suscribieron apasionadas actas de adhesión al Imperio. La de Cartago fue firmada, entre
otras personalidades, por los alcaldes don Santiago Bonilla y don José Mercedes Peralta,
los regidores, el vicario Alvarado y los demás vocales de la Junta firmantes de la carta a
Iturbide; el párroco don José Joaquín de Alvarado y otros sacerdotes, y el guardián del
convento de San Francisco fray Rafael de Jesús Jiménez por sí y a nombre de toda su
comunidad 232. La de San José, mucho más extensa y expresiva que la de Cartago y que se
refería a Iturbide como “ínclito e inmortal libertador”, la firmaron los integrantes del
Ayuntamiento y varios vecinos prominentes que tiempo después hicieron gala de ferviente
republicanismo, como don Eusebio Rodríguez, don Mariano Montealegre, don Antonio
Pinto y don Joaquín y don Juan Mora Fernández 233. Aunque no sabemos si Alajuela
efectuó una proclamación semejante, puesto que no figura en el libro de actas de su
Ayuntamiento, es muy posible que así haya sido, puesto que el 1° de enero de 1822, al
tomar posesión los nuevos alcaldes don José Ángel Soto y Herrera y el después muy
republicano don Gregorio José Ramírez, juraron ser fieles al Imperio y cumplir y guardar
las leyes que estableciera 234.

10.- Sesión ordinaria del jueves 21 de diciembre.

Como si la Junta Gubernativa interina no tuviera ya suficiente con las inquietantes


noticias de México, Guatemala y Nicaragua, a sus preocupaciones se añadió una nueva
generada por la actitud de la villa de Heredia.

Desde el 11 de diciembre el Ayuntamiento de Heredia se había manifestado


totalmente opuesto al Pacto de Concordia, en furibundos términos, e incluso había
acordado, en un nutrido cabildo celebrado ese día, revocar el poder conferido al presbítero
don Nereo Fonseca para representarlo en la Junta de Legados (que ya había clausurado sus
sesiones) 235, pero el 16 de diciembre echó marcha atrás, confirmó el poder conferido al
padre Fonseca y se preparó para celebrar elecciones de primer y segundo grado el 23 de
diciembre 236. Sin embargo, el 19 de diciembre, enterado de las comunicaciones de Iturbide

231
VALLE, 1924, vol. I, pp. 150-151.
232
Ibid., vol. I, pp. 149-151.
233
Ibid., vol. I, pp. 151-155.
234
ARCHIVO NACIONAL, “Actas municipales de Alajuela 1820-1823”, p.87, en Revista del Archivo
Nacional, San José, enero-diciembre de 1993, números 1-12, pp. 55-188.
235
ARCHIVO NACIONAL, 1990, pp. 130-131.
236
Ibid., p. 132.
53

y de Gaínza, una vez más cambió de opinión y se atuvo a lo acordado el 11 de diciembre


237
. Para el Ayuntamiento herediano, si la legalidad avalada por el Imperio era mantener las
mismas autoridades y la misma situación imperante en el momento de la separación de
España, lo lógico y lo procedente era que Costa Rica volviera a sujetarse a las autoridades
de León de Nicaragua. En la misma acta del 19 de diciembre, la corporación reconoció
como “gobernador accidental” a don Félix Fernández y Tenorio, decisión que resultaba
totalmente contradictoria con lo anterior, porque don Félix no había sido nombrado por las
autoridades de León, sino por las de Guatemala, que desde 1820 habían perdido su
superioridad política y administrativa sobre Costa Rica.

Al enterarse de la revocación de sus poderes por el Ayuntamiento de Heredia, el


presbítero Fonseca presentó la renuncia de su cargo a la Junta Gubernativa, que la conoció
en la sesión del jueves 21 de diciembre, a la que concurrieron, además del dimitente, el
presidente Alvarado, el vicepresidente Carrillo, los vocales Carazo y Madriz y el primer
suplente Peralta. Al contrario del Ayuntamiento de Heredia, que había confundido
burdamente las cosas, la Junta tenía el panorama perfectamente claro: el poder conferido al
padre Fonseca se refería única y exclusivamente a la Junta de Legados, que había concluido
sus labores el 1° de diciembre. Después de eso, Fonseca formaba parte de la Junta
Gubernativa interina por elección de la de Legados, sin tener ya el carácter de representante
de Heredia sino de miembro de un gobierno que no dependía de tener o no poderes de
ninguna municipalidad. Por esto la Junta, de modo muy enfático, declaró

“… desde luego no hay lugar a la admisión de renuncia del señor Fonseca, vocal elegido
por toda la provincia a pluralidad de votos, no estando en la voluntad de esta Junta hacer
novedad, sino en la de los 31 electores de partido, que deban en enero próximo rectificar o
anular, adicionar o quitar el Pacto de Concordia que formó la provincia y a la que sería
responsable en cualquier infracción, principalmente cuando aún no se han consolidado las
bases robustas del gobierno que deba subsistir; pues las autoridades de Guatemala
estando aún claudicantes e indecisas pueden alargar por más tiempo la legislación y
Gobierno imperial a que esta Junta ha mostrado su adhesión, contando con la voluntad de
los pueblos; y en este intervalo el estado de la provincia se haría fatal y lastimoso, sin
tener resorte que la dirigiese en sus operaciones, y que contuviese los atentados de un
pueblo con otro o de particulares; por lo que no está igualmente facultada (esta Junta) ni
para abdicar las confianzas que le ha hecho la provincia, ni para obedecer por ahora las
órdenes del señor capitán general, hasta que los mismos pueblos en vista de su clara y
manifiesta adhesión con Méjico se le sometan justamente según la voluntad de nuestro
Libertador.” 238

El padre Fonseca se conformó con esta decisión y continuó asistiendo a las sesiones.
El Ayuntamiento de Heredia, al conocer el 23 de diciembre la decisión de la Junta,
reaccionó agriamente: acusó a Fonseca de haberse excedido en el ejercicio del poder que se
le había conferido, por haber participado en la aprobación del Pacto de Concordia, y reiteró
además que la villa no efectuaría la designación de electores para la Junta de enero 239.

237
Ibid., pp. 132-133.
238
IGLESIAS, 1899-1902, vol. II, p. 57
239
ARCHIVO NACIONAL, 1990, pp. 133-134.
54

11.- Elecciones de tercer grado.

El domingo 23 de diciembre se reunieron los electores de parroquia en las cabeceras


de todos los partidos, con excepción del de Heredia, para elegir a los electores de partido o
diputados constituyentes. De acuerdo el artículo 10 del Pacto de Concordia, al partido de
Cartago, que tenía 31 electores de parroquia, le correspondía elegir a siete electores de
partido. Los electores de parroquia cartagineses escogieron como tales al vicario don Pedro
José Alvarado y Baeza, don Santiago Bonilla y Bolívar, don Nicolás Carazo y Alvarado,
los presbíteros don José Gabriel del Campo y Guerrero y don Joaquín García y Conejo, don
Félix de Oreamuno y Jiménez y don Joaquín de Oreamuno y Muñoz de la Trinidad 240.

12.- Sesión ordinaria del lunes 24 de diciembre.

El lunes 24 de diciembre, día de Nochebuena, la Junta se reunió una vez más, para
designar a dos de sus miembros con el fin de que acompañaran a los miembros del
Ayuntamiento de Cartago a efectuar la visita general de cárceles prevista en las leyes. Se
encargó esa misión a don Nicolás Carazo y a don Manuel María de Peralta, quienes “lo
encontraron todo con arreglo y sin el menor desorden” 241.

13.- Sesión extraordinaria del 29 de diciembre.

El sábado 29 de diciembre la Junta Gubernativa celebró una sesión extraordinaria,


que habría de ser la última de la corporación, y a la cual asistieron don Pedro José
Alvarado, el padre Carrillo, don Nicolás Carazo, don Juan de los Santos Madriz, don
Joaquín de Iglesias y don Manuel María de Peralta.

En esta sesión se dio lectura a un inquietante oficio del jefe político superior de
León González Saravia, fechado el 19 de diciembre, en el cual comunicaba que no podía ni
debía reconocer como legítima la autoridad asumida por la Junta Gubernativa de Costa
Rica, sin que por esto se alteraran las buenas relaciones amistosas y comerciales, “en el pie
de respetar y ser respetado” 242. Como contrapeso, se leyó también un oficio del
Ayuntamiento de la ciudad de Granada, en el cual se aplaudían las deliberaciones de la
Junta de Costa Rica y se le ofrecía sincera y cordial correspondencia 243.

Sin embargo, de momento lo más inquietante era la actitud de Heredia, población


que se rehusaba a aceptar el Pacto de Concordia y a enviar representantes a la Junta de
Electores que debía reunirse a principios de enero. La Junta Gubernativa consideraba que

“… solamente por la reunión de los electores referidos podrá conseguir esta Junta
Superior lo que con tantas ansias ha deseado y desea siempre, cual es la fraternidad, la
paz, quietud y el mejor acierto en sus disposiciones.” 244

240
IGLESIAS, 1899-1902, vol. II, pp. 60-61.
241
Ibid., vol. II, p. 58.
242
Archivo Nacional, Sección Histórica, Provincial Independiente, n° 94.
243
Archivo Nacional, Sección Histórica, Provincial Independiente, n° 46.
244
IGLESIAS, 1899-1902, vol. II, p. 59.
55

En un último esfuerzo negociador, la Junta acordó enviar a conferenciar con el


Ayuntamiento de Heredia al presbítero Fonseca

“… de quien se cree que lleno del mayor celo, prudencia y patriotismo hará ver
claramente el distinto concepto que esta Junta tiene del que aquella noble corporación y
vecindario han formado, agotando todos los medios posibles para lograr la solicitud, que
se indica y para ello, comuníquese por oficio, entregándosele al mismo señor
comisionado.” 245

Con la sesión del 29 de diciembre terminaron las reuniones de la Junta Gubernativa


interina, aunque formalmente siguió a cargo del gobierno de Costa Rica hasta el 6 de enero
de 1822, fecha en que se instaló la Junta de Electores.

La misión del padre Fonseca no dio ningún resultado. Aunque el Ayuntamiento de


Heredia conoció de la comunicación de la Junta el lunes 31 de diciembre, la corporación,
no sin reiterar que “siempre ha reconocido por respeto a sus atribuciones a la
Excelentísima Diputación de la ciudad de León” 246, aprovechó que ese día concluían las
funciones de sus integrantes para dejar el tema en manos de los regidores elegidos para
1822. Al día siguiente, los nuevos munícipes discutieron el asunto. Hubo gran diversidad de
pareceres y al final se puso el tema en votación. Triunfaron los partidarios de mantener la
posición contraria al Pacto, y se acordó lo siguiente:

“Que no siéndole permitido a esta corporación y vecindario retroceder de todo lo que


tiene protestado desde que juró la independencia su adhesión al Imperio Mexicano y al
reconocimiento de autoridad legítima e inmediata a la Excelentísima Diputación
Provincial de León… le parece a esta corporación, que el gobierno y la provincia toda
debe adherirse a la autoridad reconocida de la ciudad de León.” 247

Con esta decisión, Heredia quedó definitivamente separada de Costa Rica y unida a
León de Nicaragua, situación que se mantendría hasta abril de 1823.

245
Ibid., vol. II, pp. 58-59.
246
ARCHIVO NACIONAL, 1990, p. 135.
247
Ibid., p. 151.
56

CAPÍTULO IV

LOS AÑOS POSTERIORES

1.- Elector constituyente por Cartago.

El 6 de enero de 1822 se reunió en la ciudad de Cartago la Junta de Electores, que


debía asumir temporalmente el gobierno de Costa Rica, decidir en calidad de segunda
asamblea constituyente sobre la aprobación del Pacto de Concordia, y elegir a los
integrantes del gobierno constitucional. Como ya hemos indicado, don Pedro José Alvarado
había sido elegido el 23 de diciembre como elector por el partido de Cartago, y en
consecuencia se presentó en la reunión inicial de la Junta de Electores, en compañía de
otros cinco electores cartagineses, cuatro de San José, cuatro de Alajuela, dos de Escazú,
uno de Bagaces y otro de Ujarrás. Estuvieron ausentes uno de los electores de Cartago, el
presbítero don Joaquín García Conejo; el elector de Boruca, un elector de Ujarrás, cuatro de
San José y los seis que correspondían a Heredia. Se eligió como presidente al licenciado
don Rafael Barroeta y Castilla y como secretario a don Juan Mora Fernández y enseguida
se dio por instalada la Junta Electoral 248. Con esto quedó formal y definitivamente
concluida la labor de la Junta Gubernativa interina que había presidido nuestro biografiado.

Para sorpresa de los integrantes de la Junta de Electores, el vicario Alvarado no


concurrió a la sesión del día siguiente, sin indicar las razones de su ausencia, ni tampoco
asistieron otros electores, entre ellos varios sacerdotes, y el 8 de enero la Junta, por medio
del Ayuntamiento de Cartago, les remitió un oficio para instarlos a concurrir. El clérigo
cartaginés don Joaquín García Conejo consultó al vicario sobre el particular, y enseguida
don Pedro José le respondió:

“Teniendo noticia cierta de que Su Señoría Ilustrísima el obispo, mi señor, está bastante
desagradado con los eclesiásticos que se han mezclado en las Juntas de que Usted me
trata, no puedo ni debo mandarle preste la asistencia que la Junta Electoral de provincia
le exige, quedando con esto contestado el oficio de U. Dios guarde a U. muchos años.-
Cartago y enero 8 de 1822.- Pedro José Alvarado.” 249

Al día siguiente, don Pedro José dio respuesta en el mismo sentido al oficio que le
había enviado el Ayuntamiento de Cartago:

“Contestando el oficio que pasó a Vuestra Señoría la Junta Electoral de partido


con fecha de ayer para que preste mi asistencia el día de hoy, debo decir que subsistiendo
todavía las mismas causales que hice presente cuando se me nombró presidente de la junta
nombrada Gubernativa, y teniendo posteriormente noticia nada equívoca del desagrado
con que Su Señoría Ilustrísima [el obispo] mira que los eclesiásticos nos mezclemos en
asuntos de esta naturaleza; por estas razones y sin embargo de la responsabilidad con que
se nos conmina, de ninguna manera prestaré mi asistencia para la instalación de una
nueva Junta; pues me parece que los principales motivos que tuvo para la instalar la

248
IGLESIAS, 1899-1902, vol. II, pp. 50-51.
249
Ibid., vol. II, p. 63.
57

primera, han desaparecido ya.- Dios guarde a Vuestra Señoría muchos años.- Cartago y
enero 9 de 1822.- Pedro José Alvarado.” 250.

El mismo 9 de enero, la Junta de Electores conoció de esta excusa y de las


presentadas en igual sentido por los presbíteros don Joaquín García Conejo y don José
Gabriel del Campo y Guerrero 251, y para reemplazarlos decidió nombrar como suplentes
por Cartago a don José María de Peralta y La Vega, don Joaquín de Iglesias y don José
Mercedes Peralta y Corral 252. Nuestro personaje, por consiguiente, solamente participó en
la primera sesión de la Junta de Electores. Cabe indicar que esta fue la segunda y última vez
en su vida que desempeñó, y muy fugazmente, un cargo político.

2.- El terremoto de San Estanislao.

En la madrugada del 7 de mayo de 1822, un violento sismo sacudió la ciudad de


Cartago y sus alrededores y causó la ruina de varios templos y numerosas viviendas. Con
motivo de esta catástrofe, don Pedro José de Alvarado y su sobrino el cura párroco don José
Joaquín, en unión de otras autoridades eclesiásticas y civiles de Cartago y muchos vecinos,
formularon un voto, que ambos clérigos dejaron consignado en mayo de 1823 en un
interesante documento:

“Ante mí, don Joaquín Iglesias, Alcalde primero constitucional de esta ciudad de Cartago,
y Secretario del Ayuntamiento, Regidor don Antolino Ramírez, pareció el señor Vicario
Foráneo de esta Provincia, don Pedro José Alvarado y el señor cura de esta ciudad, don
Joaquín Alvarado, exponiendo que habiendo experimentado esta ciudad y provincia un
grande y terrible terremoto, el día martes 7 de mayo del año próximo pasado de 1822, 1ue
comenzó a la una y media de la mañana, con ímpetus y vaivenes tan inmoderados,
violentos y encontrados, que anunciaban no solo la ruina de templos y casas que cayeron,
sino también el que se abriese la tierra y todos pereciesen, como efectivamente se abrió en
muchos parajes y sitios de la provincia en aquella noche, pues duró la fuerza del terremoto
hasta las ocho de la mañana, sin más que unos pocos intervalos en que la tierra, sin dejar
de moverse se aquietaba un poco, siguiendo después temblores pequeños de rato en rato,
que han ido calmando en el discurso de este año, considerando justamente en aquel
conflicto y tribulación cual no ha sufrido igual Costa Rica desde su existencia; que las más
veces estas catástrofes son señales de la ira e indignación de Dios en bien merecido
castigo de nuestros enormísimos pecados, tuvieron a bien acogerse [don Pedro José y don
José Joaquín] al asilo sagrado de María Santísima de los Ángeles, y en unión del
reverendo Padre Guardián Fray Rafael de Jesús Jiménez, del Alcalde 1° Constitucional
don Joaquín Oreamuno y del Procurador Síndico don Ramón Jiménez, prometieron el que
todos los años se barra la Iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles el 6 de mayo con
asistencia del Venerable Clero, Sagrada Orden Seráfica, Noble Ayuntamiento y demás
autoridades de esta ciudad; que en dicho día se guarde abstinencia y ayuno eclesiástico y
que el día 7 de celebre en la citada Iglesia una misa solemne, en honor del Glorioso San
Estanislao, Obispo y mártir, con obligación de que en este día se guardase en esta ciudad
el precepto de la misa, y que a ella asistiesen todas las corporaciones. Y habiendo jurado
250
Ibid., vol. II, p. 64.
251
Ibid., vol. II, p. 68.
252
Ibid., vol. II, p. 70.
58

el cumplimiento de estos votos el señor Vicario, el señor Cura y el Reverendo Padre


Guardián, por sí y a nombre de sus Corporaciones in verbo sacerdotis, tacto pectore y a
mayor abundamiento sobre la ara consagrada y el Alcalde 1° y el Procurador Síndico, por
Dios nuestro Señor y una señal de su Santa Cruz, procedió el señor Cura a recibirlo de
todo el pueblo, que desfallecido y pidiendo a voces misericordia, se hallaba en la plaza y
calles, implorando el auxilio Divino, ante el glorioso y portentoso simulacro de María
Santísima, Señora nuestra, con el título de los Ángeles, quien gustosamente lo prestó, en
agradecido recuerdo y acción de gracias, de habernos Dios nuestro Señor libertado la
vida en tan inminente peligro por intercesión de la Virgen Santísima de los Ángeles y del
glorioso Mártir San Estanislao. Y para que así se cumpla y conste a la posteridad, otorgan
y celebran la presente acta, pidiendo se saque testimonio para que se ponga en los libros
de la Cofradía, siendo testigos el Alcalde segundo don Francisco Sáenz y Regidores don
Anselmo Sáenz y citado Secretario don Antolino Ramírez; lo que certifico.- Joaquín de
Iglesias.- Pedro José de Alvarado.- Joaquín de Alvarado.- Ante mí, Antolino Ramírez,
Regidor Secretario. ” 253

3.- El vicario y el Imperio Mexicano. La guerra civil de 1823.

Don Pedro José Alvarado, que en cuestiones políticas era hombre de mentalidad
conservadora y tradicionalista, fue partidario que Costa Rica se uniera al Imperio
Mexicano, de conformidad con las ideas políticas del obispo García Jerez.

En diciembre de 1822 hubo mucha inquietud en Costa Rica con respecto al


juramento de fidelidad al emperador don Agustín I, dispuesto por el Congreso
Constituyente de México. Los monárquicos más recalcitrantes, liderados en Cartago por
don Joaquín de Oreamuno, eran del criterio de que el juramento debía prestarse sin
condición alguna. Sin embargo, el 14 de diciembre la Junta Superior Gubernativa acordó
que la provincia debía prestarlo de acuerdo con el Pacto de Concordia. Esto causó roces
entre la Junta y el Ayuntamiento de Cartago, y llevó a este a la convocatoria de un cabildo
abierto para discutir el asunto, pero el vecindario de la ciudad se mostró indiferente. Solo el
clero apoyó los esfuerzos de los monárquicos. El 18 de diciembre, el vicario Alvarado, su
sobrino el párroco don José Joaquín de Alvarado y otros diez sacerdotes suscribieron un
documento en el que expresaban su sentir unánime de que se prestara el juramento
“absolutamente y sin condición alguna” 254, posición que reiteraron el 23 de diciembre
mediante otro documento firmado en una reunión celebrada en la casa del párroco 255.

Don Pedro José fue elegido como uno de los veinticinco electores de parroquia
llamados a efectuar la designación de los alcaldes y regidores del Ayuntamiento de Cartago
el 8 de enero de 1823 256. Los resultados favorecieron claramente a figuras moderadas, lo
cual irritó mucho a los monárquicos exaltados. Ahora bien, a pesar de la simpatía del clero
cartaginés por el Imperio, cuando el 27 de enero de 1823 se recogieron donativos a fin de
organizar la jura de fidelidad a don Agustín I, proyectada para el 31 de enero, la
253
COMISIÓN NACIONAL DEL SESQUICENTENARIO DE LA INDEPENDENCIA DE CENTRO
AMÉRICA, 1971,pp. 250-251.
254
Ibid., p. 245.
255
Ibid., pp. 254-255.
256
Ibid., pp. 263-265.
59

contribución de los eclesiásticos fue verdaderamente raquítica: el vicario ofreció dos pesos,
su sobrino el párroco don José Joaquín de Alvarado costear la misa del día de la jura, los
presbíteros don Félix de Jesús García y don Nicolás Oreamuno y Jiménez cuatro reales
cada uno, y los presbíteros don Fernando Chavarría y Frutos, don José Ramón Machado y
Ugarte y don Joaquín García y Conejo dos reales cada uno, para un gran total de cuatro
pesos. Como los aportes ofrecidos por los militares y los demás vecinos fueron igualmente
miserables, fue necesario aplazar la jura 257.

Dos meses después, cuando parecía inminente que las autoridades de León
intervendrían militarmente en Costa Rica para volverla a poner bajo su dominio, el
monarquismo cartaginés decidió recurrir a las vías de hecho y consumar la adhesión al
Imperio Mexicano. En la tarde del 29 de marzo, Sábado Santo, los partidarios más
exaltados del Imperio se apoderaron del cuartel de Cartago y derrocaron al gobierno
presidido por el bachiller Osejo. Al tener noticia del cuartelazo, don Pedro José Alvarado se
dirigió a la plaza principal de la ciudad, a donde también concurrieron su sobrino el padre
don José Joaquín y otros clérigos. En medio de vivas al Imperio, don Joaquín de Oreamuno
fue proclamado como comandante general de las armas 258.

Osejo escapó a San José, pero aunque las noticias de lo ocurrido en Cartago
causaron gran indignación en esa ciudad, algunos de los vecinos más prominentes eran del
criterio de que lo mejor era que cada población mantuviera su propio sistema, como ocurría
con Heredia desde su separación de Costa Rica en enero de 1822. En medio de esta
incertidumbre llegaron a San José don Pedro José Alvarado y don Manuel María de Peralta,
como emisarios del nuevo gobierno, para proponer que las dos ciudades mantuvieran cada
una su régimen sin hostilizarse, e incluso manifestar que Cartago podría aceptar el
restablecimiento del Gobierno derrocado, siempre y cuando se excluyera de él a Osejo. Las
iniciativas cartaginesas recibieron buena acogida en las autoridades josefinas, y cuando el
vicario y don Manuel María de Peralta emprendieron el regreso a la capital, parecía que se
había disipado el peligro de una guerra civil 259. Sin embargo, este clima de conciliación se
rompió el domingo 31 de marzo, cuando llegó a San José, procedente de Alajuela, Gregorio
José Ramírez, jefe de los republicanos alajuelenses, quien logró convencer a los josefinos
de marchar contra Cartago y el 1° de abril fue proclamado como comandante general 260.

El Ayuntamiento de San José recibió el 2 de abril una carta de don Pedro José
Alvarado y don Manuel María de Peralta, que nos parece sumamente interesante en cuanto
refleja muy bien el estado de ánimo reinante en aquellos momentos en muchas personas:

“En el cabildo del día de ayer nos hemos empeñado lo bastante a fin de que se
restituyera la Junta Gubernativa o se reunieran los representantes de los partidos para
conciliar los intereses de todos los pueblos y uniformar la opinión en el Gobierno
supremo; pero este Ayuntamiento teniendo a la vista las actas celebradas con acuerdo del
Gobierno de la Provincia y teniendo consideración al mismo tiempo al entusiasmo de este
257
Ibid., pp. 280-283.
258
FERNÁNDEZ GUARDIA, Ricardo, La Independencia, San José, Comisión Nacional del Sesquicentenario
de la Independencia de Centroamérica, 1ª. ed., 1971, pp. 72-73.
259
Ibid., p. 74.
260
Ibid., pp. 76-77.
60

vecindario que con una instancia respetuosa pide se jure el Gobierno imperial se ha
sentido sin facultades para retroceder al gobierno pasado, pues por las actas expresadas
este vecindario está agregado absolutamente al Imperio y toda innovación no nos granjea
otra cosa que el desconcepto y desagrado del Gobierno supremo de México.

El cielo es testigo de lo recto de nuestras intenciones y que no deseamos otra cosa


que uniformar los votos de toda la provincia y retirar a los pueblos de la destrucción que
los amenaza por una guerra que es inevitable.

Nosotros desearíamos que Vuestra Señoría y las principales personas de ese


vecindario prescindiendo de todo capricho y personalidad no atendiendo a otra cosa que
al bien y felicidad y principalmente cuando tenemos a la vista el doloroso ejemplo de la
provincia de San Salvador que después de haber repelido varias veces la fuerza con que se
atacó y después de haber despreciado las insinuaciones amistosas del señor capitán
general de Guatemala al fin ha venido a sucumbir vergonzosamente sin adelantar otra
cosa que la destrucción de sus hijos, aniquilación de los caudales públicos y desconcepto
general.

Pudiera objetársenos que entre esta y aquella provincia no hay paridas pero el
caso es idéntico; aquella provincia reunió su congreso e hizo su agregación bajo de
condiciones imposibles que contrariaban diametralmente el sistema general del Imperio y
se determinó resistir la fuerza imperial y porque el señor capitán general de Guatemala no
pasaba por aquellas condiciones. Este mismo ha sido el manifiesto de Costa Rica: reunió
los representantes de los pueblos, y después de estar agregada solemnemente al Imperio
ha hecho una representación a Su Majestad en la que aglomerando condiciones
inadmisibles y sosteniendo una neutralidad sospechosa de treguas a que se infiera o se
crea que tiene miras de agregarse a una potencia extranjera y se tome ocasión de esta
misma sospecha para hostilizarnos; pues hay noticias ciertas y desgraciadas que el señor
comandante general de León tiene orden del emperador de sujetar esta provincia de grado
o por la fuerza y ¿será creíble que la ciudad de San José y la villa de Alajuela tengan
fuerza bastante para repeler la que les amenaza? No señor, la fuerza política y moral de
estas dos poblaciones , y la de toda la provincia es insignificante para tamaña empresa: si
todas estas reflexiones no fueran bastantes para desengañar, será obra de una experiencia
dolorosa; pero sí protestamos a Vuestra Señoría a nombre de este ayuntamiento y
vecindario no se hostilizará a ningún pueblo que sea de contrario sentir respetando la
opinión en el pie de ser respetado reservando toda providencia hostil, y alarmante al
Gobierno superior estando al mismo tiempo resueltas las autoridades de este lugar y
vecindario a repeler toda fuerza opresora hasta sacrificar la última gota se sangre para
defender el sistema, que ha proclamado y jurará el domingo siete del presente sirviéndose
Vuestra Señoría tener la bondad de dar contestación para el gobierno de este vecindario.
Dios guarde a Vuestra Señoría muy seguros servidores suyos. Cartago y abril 2 de 1823 =
3°.

Pedro José Alvarado Manuel María de Peralta

P. D. Persuadidos firmemente sobre que las precedentes insinuaciones penetrarán


los nobles ánimos de esa corporación y vecindad como que en nada contrariamos aquellas
61

verdades auténticas y selladas con nuestras firmas no permitirán el contraste de ellas y sí


desde luego convencidos por las mismas alejarán todo sentimiento contrario a fin de que
no veamos la sangre de nuestros hermanos vertida por aquellas superiores fuerzas
imperiales que hoy amenazan de que no deberá Vuestra Señoría dudar.

Alvarado Peralta” 261

Finalmente, las fuerzas combinadas de San José y Alajuela emprendieron la marcha


a Cartago el 4 de abril, y en la mañana del día siguiente se enfrentaron con las tropas
cartaginesas en las lagunas de Ochomogo. La batalla concluyó con la derrota de los
monárquicos y la entrada en Cartago de los republicanos comandados por Ramírez. Por
disposición de este, que asumió el gobierno de la provincia, la capital fue trasladada a San
José. También como consecuencia de la victoria republicana, Heredia se separó de
Nicaragua y se reincorporó a Costa Rica el 7 de abril.

Don Pedro José Alvarado al parecer no sufrió molestias de consideración debido al


triunfo republicano, pero muchos de los principales líderes monárquicos de Cartago fueron
arrestados, conducidos a San José, encarcelados y sometidos a juicio. Entre los procesados
estuvo su sobrino el padre don José Joaquín, cuya casa había sido uno de los principales
centros de reunión de los partidarios del Imperio en los días siguientes al golpe.

El 22 de junio, mientras los líderes monárquicos seguían encarcelados en San José,


don Pedro José tuvo que participar, posiblemente con escaso entusiasmo, en la jura en
Cartago del nuevo Estatuto Político de Costa Rica, que consagraba la capitalidad josefina.
Después de una misa oficiada en la parroquia por el presbítero don Miguel de Bonilla se
efectuó el juramento propiamente dicho, “con las mayores demostraciones de júbilo y
alegría” 262 por las autoridades de la ciudad. Se dio lectura pública al Estatuto; el jefe
político superior juramentó a los integrantes del Ayuntamiento y este al vicario Alvarado.
Don Pedro José recibió el juramento a los sacerdotes de la ciudad, y posteriormente todos
volvieron a la parroquia, donde se cantó un tedéum 263.

Como consecuencia del traslado de la capital a San José, de allí en adelante y hasta
el establecimiento de la diócesis de Costa Rica en 1850 se mantuvo una dualidad que no
dejaba de ser algo incómoda: el gobierno civil residía en esa ciudad, mientras que el
gobierno eclesiástico a cargo del vicario continuaba en Cartago.

4.- Primeras manifestaciones heterodoxas. El Tribunal de la Fe.

Conforme se fue afianzando el sistema republicano y liberal, comenzaron a


presentarse fracturas en el predominio absoluto que el catolicismo tradicional había tenido
en Costa Rica. Una dificultad fue la llegada a Costa Rica de extranjeros no católicos o
católicos descreídos, que empezaron a divulgar doctrinas heterodoxas, aunque en forma
261
ARCHIVOS NACIONALES, “La guerra civil de 1823 (Documentos)”, pp. 320-321, en Revista de los
Archivos Nacionales, San José, mayo y junio de 1940, números 5 y 6, pp. 320-336.
262
COMISIÓN NACIONAL DEL SESQUICENTENARIO DE LA INDEPENDENCIA DE CENTRO
AMÉRICA, 1971, p. 306.
263
Ibid.
62

bastante reservada, dado que el Estatuto Político de 1823 establecía que la religión de Costa
Rica era la católica, con exclusión de cualquiera otra, y más tarde la Constitución Federal
de 22 de noviembre de 1824, si bien admitió el ejercicio privado de otros cultos, solo
permitió el ejercicio público del catolicismo.

Ya en enero de 1824 se presentaron en San José acusaciones contra dos hermanos


catalanes recién llegados de Panamá, don José Manuel y don Martín Masferrer, como
sospechosos de haber expresado opiniones heréticas. La Junta Superior Gubernativa, más
interesada en la tranquilidad pública que en cuestiones de dogma, optó en febrero de 1824
por expulsarlos de Costa Rica 264. Pero además, el 19 de enero fray Francisco Quintana
denunció a la Junta que en Cartago algunos sujetos hablaban rabiosa y descaradamente
contra la religión 265, y el 31 de enero don Pedro José Alvarado, en una nota dirigida a la
misma Junta, se refirió a las que contra la Iglesia difundían personas como don Pedro
Manuel Dengo y Falcó, don Ramón Quirós, don Juan Freses de Ñeco, don Francisco
Bonilla, el coronel Cayetano de La Cerda y Lacayo y don Manuel Antonio Bonilla Nava,
este último de solo diecisiete años de edad. En esta nota, el vicario expresó además que no
tenía facultades para aprehenderlos ni para imponerles las penas canónicas a que eran
acreedores, y que quizá el obispo esperaba que el Gobierno le diera su auxilio y protección
contra los herejes 266. La Junta se dirigió al prelado, para solicitarle el nombramiento de un
subdelegado que juzgara a los impíos 267. El 18 de febrero, monseñor García Jerez escribió
a la Junta, para expresarle su complacencia por la protección que dispensaba a la religión y
para informarle que en esa misma fecha estaba confiriendo facultades al vicario Alvarado y
al vicario auxiliar don José Gabriel del Campo para que procedieran en la materia “en todo
y por todo” 268. Con base en esta decisión episcopal, el 18 de setiembre ambos vicarios
constituyeron en Cartago un órgano canónico denominado el Tribunal de la Fe, destinado a
velar por la ortodoxia católica 269.

Se conoce al menos de dos casos presentados ante el Tribunal de la Fe. Uno de ellos
surgió de una acusación formulada por don Francisco María Oreamuno contra don Pedro
Manuel Dengo y Falcó, por expresiones heréticas y blasfemas; cabe recordar que ese
individuo ya había sido mencionado en la denuncia del vicario Alvarado a la Junta
Gubernativa en enero de 1824. La otra denuncia fue formulada por don José María Bolio y
Zamora y se refería a la existencia de actividades masónicas en Cartago, Heredia y San
José. Bolio, que estaba casado con doña Juana Llorente y Lafuente, sobrina nieta del
vicario, confesó haber formado parte de una logia organizada en Cartago por el español don
Miguel José Echarri, que había sido expulsado de Costa Rica en febrero de 1826; formuló
una clara retractación y solicitó una penitencia 270.

5.- El robo de la imagen de Nuestra Señora de los Ángeles.


264
Sobre este episodio, V. ARIAS CASTRO, Tomás Federico, Historia de las logias masónicas de Costa
Rica (siglos XIX, XX y XXI), San José, Editorial Costa Rica, 1ª. ed., 2017, pp.15-17; FERNÁNDEZ
GUARDIA, Ricardo, Cosas y gentes de antaño, San José, EUNED, 1ª. ed., 1980, pp. 15-19.
265
Archivo Nacional, Sección Histórica, Provincial Independiente, n° 983.
266
Archivo Nacional, Sección Histórica, Provincial Independiente, n° 977.
267
Archivo Nacional, Sección Histórica, Provincial Independiente, n° 828.
268
Archivo Nacional, Sección Histórica, Provincial Independiente, n° 975.
269
SANABRIA M., 1972, pp. 21-22.
270
ARIAS CASTRO, 2017, pp. 17-20.
63

El 2 de agosto de 1824, en medio de las festividades dedicadas en Cartago a Nuestra


Señora de los Ángeles, se descubrió que la venerada imagen había desaparecido. El vicario
corrió apresuradamente con otros seis sacerdotes a la iglesia de los Ángeles, arruinada por
el terremoto de 1822, y juntos registraron la bóveda, el camarín del trono de la imagen, y
todos los altares y rincones del templo como los de la nueva ermita, hasta el sagrario; pero
la búsqueda no dio resultados 271.

La noticia de la desaparición de la sagrada imagen causó profundo dolor y


consternación generalizada en los habitantes de Cartago y de otras poblaciones. Durante
varios días hubo infinidad de rogativas por su reaparición, así como indagatorias por parte
del clero y las autoridades para tratar de encontrarla. También se acordó enviar un correo a
la ciudad de León, para solicitar al obispo que dictara excomunión contra los perpetradores
del hecho 272. Sorpresivamente, en la tarde del 4 de agosto la imagen fue encontrada en el
convento de San Francisco, donde al parecer había sido colocada por fray Juan Padró, cura
del pueblo de Curridabat. El hallazgo produjo en Cartago un regocijo general, pero aunque
se señaló como posible autor de la sacrílega sustracción a un joven llamado José Antonio
Morales, las pesquisas para determinar los móviles del hecho no dieron resultado 273.

6.- La muerte de monseñor García Jerez y el obispado cismático.

En marzo de 1824 Costa Rica quedó incorporada a la Federación centroamericana,


de la que formaría parte hasta 1838. Nada fácil fue para don Pedro José Alvarado seguir al
frente de la Iglesia costarricense en esos azarosos años, y sus dificultades se vieron
agravadas por las acciones extremistas que efectuaron o apoyaron algunos liberales, entre
los cuales no faltaron algunos sacerdotes. La Federación

“… impuso a la Iglesia su propia organización exterior. Instaladas las diversas asambleas,


federales y del Estado, se dieron a la tarea de legislar en materias eclesiásticas con la
misma, si no con mayor libertad, que lo había hecho la monarquía bajo el régimen del
patronato. Fruto de tal legislación fueron muchas las disposiciones que entre 1823 y 1850,
y a veces por iniciativa de los mismos sacerdotes diputados, se dieron en tales asambleas.
Con notoria violencia de las libertades eclesiásticas se constituyó a la Iglesia bajo un
régimen de absoluta tutela. La construcción de las iglesias y ermitas, la recolección de
limosnas, los días feriados y festivos, la administración de los bienes eclesiásticos, la
provisión de los curatos, todo quedó intervenido por las nuevas leyes. El Vicario Foráneo
fue un empleado superior, sí, pero en todo caso subalterno de las autoridades civiles… Sin
el pase previo de la autoridad civil fue imposible publicar ni ejecutar las órdenes del
Vicario capitular; la jurisdicción eclesiástica estuvo condicionada en su ejercicio a la

271
CARRILLO, Nicolás, “Manifiesto del suceso acaecido el 2 de agosto de 1824 en la desaparición de
Nuestra Señora de los Ángeles y su hallazgo el día 4 del mismo mes, como a las cuatro y media del cicho
días” , p. 321, en SANABRIA, Víctor Manuel, Historia de Nuestra Señora de los Ángeles, San José, Editorial
Costa Rica, 2ª. ed., 1985, pp. 319-329. Este documento fue publicado por primera vez en SECRETARÍA DE
EDUCACIÓN PÚBLICA, Documentos históricos posteriores a la Independencia, San José, Imprenta María
v. de Lines, 1ª. ed., 1923, vol. I, pp. 232-239.
272
Ibid. , pp. 319-329.
273
SANABRIA, 1985, p. 77.
64

aceptación o rechazo que de sus providencias hiciera la autoridad civil. También entró por
ello el Vicario Foráneo sin protestas ni representaciones seguro como estaba de que más
valía una prudente y razonable contemporización con lo irremediable que una lucha en
que a la larga no habría de prevalecer su opinión. “Hay que acomodarse a los males de
los tiempos”, fue la regla de conducta señalada por el Vicario Cuadra, y a ella se atuvo el
P. Alvarado.” 274

Uno de los problemas más graves que se presentó a la Iglesia fue la cuestión de los
obispados cismáticos de El Salvador y Costa Rica, estados que durante el dominio español
habían anhelado largamente contar con un obispo propio.

La Corona de Castilla, por concesión de la Santa Sede, había tenido en América el


derecho de patronato, que le permitía, entre otras cosas, presentar al papa los candidatos a
obispo y plantear la creación de nuevas diócesis. Consumada la separación de España, la
Diputación Provincial de San Salvador, considerando que los nuevos estados
independientes eran automáticamente sucesores en esa facultad, dispuso el 30 de marzo de
1823 que se erigiera la diócesis de San Salvador y se nombrara como primer obispo al
presbítero José Matías Delgado, de lo cual se solicitaría confirmación al Papa. El 10 de
noviembre de 1823, el Congreso Constituyente de El Salvador ratificó esta decisión. Sin
embargo, la Asamblea Constituyente de las Provincias Unidas del Centro de América
consideró que era a la nación centroamericana a quien correspondía el derecho de
presentación, y no a ningún Estado en particular, aunque dejaba la posibilidad de acordar
los nombramientos con la Santa Sede. Esta decisión disgustó a los salvadoreños, y el 27 de
abril de 1824 el gobierno del Estado de El Salvador, sin consultar con Roma ni con la
arquidiócesis de Guatemala, dispuso crear el obispado de San Salvador y nombró como su
titular al presbítero Delgado. El 5 de mayo el Congreso Constituyente del Estado ratificó la
decisión, y aunque todo ello era absolutamente violatorio del Derecho Canónico, Delgado
tomó posesión de la pretendida diócesis el 6 de mayo 275. Como era de esperarse, estos
hechos indignaron al arzobispo de Guatemala monseñor fray Ramón Francisco de Casaus y
Torres, que condenó severamente lo actuado y denunció el hecho a la Santa Sede. El clero
de El Salvador se dividió entre quienes seguían fieles a Guatemala y los que apoyaban la
diócesis cismática, y Delgado optó por expulsar de esta a los primeros 276.

Lo ocurrido en El Salvador tuvo pronto repercusiones con respecto a Costa Rica.


Actuando de modo más prudente y lógico, los diputados costarricenses en la Asamblea
Constituyente centroamericana solicitaron que entre las gestiones que debía realizar una
misión que se proyectaba enviar a Roma, se incluyera la petición para erigir una diócesis en
Costa Rica. La Asamblea efectuó varias consultas, entre ellas una al obispo de Nicaragua y
Costa Rica fray Nicolás García Jerez, quien noblemente reconoció, en extensos y bien
fundamentados razonamientos, la imperativa necesidad de que se creara la nueva diócesis
277
, lo cual también expresó el 8 de julio de 1824 en una carta enviada desde León al jefe de

274
Ibid., p. 25-26.
275
V. MELÉNDEZ CHAVERRI, Carlos, El Presbítero y Doctor Don José Matías Delgado en la forja de la
nacionalidad centroamericana, San Salvador, Dirección General de Publicaciones del Ministerio de
Educación, 1ª. ed., 1962, pp. 283-286.
276
Ibid., pp. 287-289.
65

Estado de Costa Rica don Juan Mora Fernández 278. El gobierno federal quiso tratar este y
otros temas personalmente con monseñor García Jerez, que en febrero de 1825 partió hacia
Guatemala, donde murió el 31 de julio siguiente 279. Al enterarse de la muerte del prelado,
el cabildo eclesiástico de León nombró para gobernar la diócesis al canónigo don Francisco
Chavarría, como vicario capitular, decisión que naturalmente se puso en conocimiento de la
vicaría de Costa Rica mediante una comunicación que don Pedro José Alvarado recibió el
15 de setiembre 280. Era previsible que habría una prolongada vacante, ya que la idea del
envío de una misión centroamericana a Roma no se había concretado, y como Roma seguía
sin reconocer a los nuevos países independientes de Hispanoamérica como sucesores del
patronato, cada vez que fallecía un obispo se hacía imposible el nombramiento de un
sucesor.

Con la muerte del obispo y el nombramiento del vicario capitular se agitaron los
ánimos en Costa Rica. Algunos costarricenses creyeron que para contar con obispo propio
lo más fácil y rápido era imitar lo hecho por las autoridades salvadoreñas. Don Joaquín de
Iglesias, diputado por Cartago, presentó formalmente a la Asamblea del Estado un
propuesta para que se creara una diócesis en Costa Rica, a la cual se dio primera lectura el 6
de setiembre de 1825 281. Por supuesto, desde el punto de vista del Derecho Canónico, esto
era totalmente descabellado, ya que representaba una absurda intromisión de las
autoridades civiles en asuntos que solamente correspondían a la Santa Sede, pero además
contradecía abiertamente lo dispuesto el año anterior por la Constituyente centroamericana,
en el sentido de que la presentación para obispados le correspondía a las autoridades
federales y no a las de los Estados. Para don Pedro José Alvarado, además del cisma que el
proyecto propiciaba desde el punto de vista canónico, debe haber sido muy doloroso que el
proponente de la iniciativa fuera don Joaquín de Iglesias, esposo de su sobrina nieta doña
Petronila Llorente y Lafuente. Cabe indicar que Iglesias distaba mucho de ser anticlerical y
menos antirreligioso; a los pocos días de haber propuesto la creación del obispado, planteó
otro proyecto de ley para reprimir “los abusos de los extranjeros que públicamente
menosprecien los misterios de nuestra religión” 282, aprobado el 23 de setiembre 283 por la
misma cámara legislativa que estaba considerando crear un obispado cismático.

La Asamblea acogió la propuesta de Iglesias sobre creación del obispado y el 7 de


setiembre la sometió al dictamen de una comisión especial de clérigos y laicos 284, todos
ellos ajenos a la cámara, con excepción del presidente de esta, don Pedro Zeledón. La
comisión no logró ponerse de acuerdo y rindió dos dictámenes separados, ya que los
277
THIEL, Bernardo Augusto, “La Iglesia Católica en Costa Rica durante el siglo XIX”, pp. 307-308, en
Revista de Costa Rica en el siglo XIX, San José, Imprenta Nacional, 1ª. ed., 1902, pp. 283-339.
278
GARCÍA JEREZ, fray Nicolás, “Carta del Obispo García Jerez al Don Juan Mora Fernández”, en Revista
de los Archivos Nacionales, San José, setiembre-octubre de 1948, números 9-10, pp. 446-447.
279
BLANCO SEGURA, Ricardo, Historia eclesiástica de Costa Rica, San José, Editorial Costa Rica, 1ª. ed.,
1967, p. 280.
280
THIEL, pp. 309-310.
281
ARCHIVO NACIONAL, “Libro de sesiones del Congreso Constituyente del Estado de Costa Rica. Junio-
noviembre de 1825”, en Revista del Archivo Nacional, San José, enero-diciembre de 1967, números 1-12, pp.
25-169.
282
Ibid., p. 56.
283
Ibid., p. 61.
284
Ibid., p. 51.
66

clérigos (don Nicolás Carrillo y Aguirre, don José María Esquivel, fray Aniceto Cortos y el
vicario auxiliar don José Gabriel del Campo), sostuvieron que la creación de la diócesis y la
designación del obispo correspondían exclusivamente a la Santa Sede, mientras que los
laicos (el ministro general don Manuel Aguilar Chacón, el presidente electo de la Corte
Superior de Justicia don José Simeón Guerrero de Arcos y Cervantes y don Pedro Zeledón)
opinaron que esas potestades correspondían a la Asamblea, porque conforme a los derechos
de la Nación y a los principios políticos, un pueblo no debía recibir la ley de los extranjeros
ni sufrir que se mezclaran en asuntos. El 27 de setiembre, enterada de esa división de
pareceres, pidió la opinión del Ejecutivo y la asistencia del ministro general Aguilar a la
sesión del 29 de setiembre, en la que se discutiría el asunto 285. El 29 compareció el ministro
y anunció el apoyo del jefe de Estado don Juan Mora al proyecto de ley, “confesando y
conociendo la necesidad de erigir y elegir este Estado en diócesis” 286. A fin de cuentas, al
ponerse en discusión los dos dictámenes, la Asamblea optó por lo planteado en el segundo,
y aprobó un proyecto de ley en el que erigía el Estado en diócesis separada de Nicaragua y
la parroquia de San José en catedral y se designaba como primer obispo a fray Luis García
y Guillén 287, un fraile mercedario oriundo de Chiapas, que residía en Guatemala y tenía
fama de progresista y liberal 288. Con frescura rayana en lo absurdo, en el mismo proyecto
se disponía que el Gobierno solicitara al Cabildo Eclesiástico de León que delegara sus
facultades en el obispo designado, y que en la primera oportunidad, el mismo Gobierno
debía dirigirse a la Santa Sede para hacer la presentación del obispo electo y solicitar las
bulas de su confirmación y consagración. Salvaron su voto los diputados don Félix Bonilla
y Pacheco, don José Francisco Fonseca y González y don Manuel María de Peralta y Corral
289
.

Llama la atención que la Asamblea no pensara en ningún sacerdote costarricense,


pero el desechado dictamen de mayoría, suscrito por el vicario auxiliar, permitía suponer
que don Pedro José Alvarado y buena parte del clero adversaban rotundamente el cisma, y
que en todo caso un clérigo nacional de orientaciones liberales extremistas (que también los
había) no era la mejor opción para inspirar respeto ni a sus colegas ni a la feligresía.

Aprobado el proyecto por la Asamblea, pasó al Consejo Representativo, donde fue


apoyado por don Eusebio Rodríguez y el presbítero don Vicente Castro, y adversado por
don Félix Oreamuno y Jiménez. Aunque este se negó a tomar parte en la votación, lo cual
impedía al órgano contar con quórum, los otros dos consejeros consideraron inválida la
abstención y dieron por sancionado el proyecto 290. El 8 de octubre, el jefe de Estado don
Juan Mora firmó el decreto correspondiente 291. Aunque don Félix Oreamuno envió a la
285
Ibid., p. 62.
286
Ibid., p. 64.
287
Ibid., p. 65.
288
V. BELAUBRE, Christophe, “García y Guillén, Luis. Vida de un fraile oriundo de Chiapas que tuvo
buena parte de su vida en Guatemala antes de ser nombrado obispo de Chiapas entre 1831 y 1834”, en
Asociación para el Fomento de los Estudios Históricos en Centroamérica. Diccionario, en
https://www.afehc-historia-centroamericana.org/index_action_fi_aff_id_728/
289
ARCHIVO NACIONAL, 1967, pp. 65-66.
290
Ibid., p. 67.
291
Decreto n° 60 de 8 de octubre de 1825. Su texto en OFICIAL, Colección de los decretos y órdenes que
ha expedido la legislatura del Estado desde el día 6 del mes de setiembre de 1824 hasta el 29 de diciembre
67

Asamblea una nota denunciando lo ocurrido en el Consejo 292, el 12 de octubre la cámara,


con el voto salvado de los diputados don Félix Bonilla, don José Francisco Fonseca, don
Manuel María de Peralta y don Antonio Reyes, dio por válida la sanción 293.

Hoy sería casi motivo de hilaridad imaginar a los diputados proponiendo proyectos
y tomando decisiones sobre cuestiones de organización interna de una iglesia o entidad
religiosa, y hasta eligiendo por votación a sus dignatarios, sin siquiera pedirle parecer, pero
en aquellos tiempos el asunto revestía extrema gravedad. Don Pedro José Alvarado, cuya
opinión sobre el tema sin duda era la externada en la comisión especial por el vicario
auxiliar Campo, guardó un prudente silencio, sin duda con el ánimo de evitar
prematuramente un choque abierto entre la Iglesia y el Estado, y a sabiendas de que las
autoridades eclesiásticas de León, de las que el dependía, condenarían severamente lo
actuado, como lo habían hecho con respecto a la diócesis cismática de El Salvador.

El 18 de octubre de 1825, el ministro general Aguilar escribió a fray Luis García


para enterarlo de la insólita designación. Sin embargo, el 17 de octubre el Congreso federal
reunido en Guatemala desaprobó lo actuado por El Salvador en cuanto a la creación del
obispado, lo cual era un claro signo de lo que podía ocurrir con el de Costa Rica 294. Por su
parte, el Cabildo Eclesiástico de León dirigió el 3 de noviembre una larga comunicación a
la Asamblea de Costa Rica, en la que expresaba su tristeza por la creación de la diócesis
cismática y su desconcierto ante paso tan errado y tan contrario a los cánones, a pesar de no
oponerse a que la Santa Sede erigiera el obispado y este fuera gobernado por un digno
pastor, como sin duda lo sería el doctor García. Pero además auguraba que el elegido, cuyas
virtudes, luces y prudencia admiraba, rechazaría la designación. Al final de su
comunicación, el Cabildo dejaba claro que los sacerdotes que apoyaran la diócesis espuria
quedarían excomulgados y privados de toda jurisdicción y los sacramentos que
administrasen serían nulos 295.

Como el Cabildo de León también había ordenado a los clérigos nicaragüenses


residentes en El Salvador que salieran de ese estado, para sustraerse a la diócesis cismática
de Delgado, la Asamblea Constituyente de Nicaragua tomó muy a mal que también
rechazara la creación de la diócesis de Costa Rica, y ordenó al vicario capitular que en lo
sucesivo se abstuviera de introducir órdenes en ambos estados, contrariando sus
disposiciones sobre los obispados 296. Enteradas de esta decisión de la Asamblea
nicaragüense, las autoridades costarricenses externaron su júbilo y parece que hasta hubo
repique de campanas, todo ello sin duda motivado en parte por el deseo de solidarizarse con
El Salvador en sus aspiraciones de autonomía y en parte por rencor hacia la curia de León.
El 14 de diciembre, el Legislativo costarricense acordó recomendar al Ejecutivo que
felicitara a la Asamblea nicaragüense y le manifestara el aprecio con que se veía
de 1826, San José, Imprenta Nacional, 2ª. ed., 1886, pp. 158-159.
292
ARCHIVO NACIONAL, 1967, p. 67.
293
Ibid., p. 68.
294
Orden de 22 de octubre de 1825, en Compilación de leyes no insertas en las colecciones oficiales, San
José, s. e., 1ª. ed., vol. I, pp. 482-483.
295
Archivo Nacional, Sección Histórica, Congreso, n° 234. El texto de la carta del Cabildo aparece también en
SANABRIA M., 1972, pp. 271-273.
296
THIEL, 1902, p. 311.
68

resplandecer en sus disposiciones “la observancia de la Ley Fundamental, principio de


Derecho de Gentes y amor a la unión de los demás Estados” 297. Muy resentido, elvicario
capitular Chavarría se quejó desde León al jefe de Estado don Juan Mora Fernández por esa
actitud hacia la autoridad eclesiástica 298.

Todo estaba servido para un grave conflicto, pero este se evitó gracias a la actitud de
fray Luis García. Infinitamente más cauto y respetuoso de los cánones que don José Matías
Delgado, el mercedario respondió al gobierno de Costa Rica mediante una nota fechada en
Guatemala el 7 de diciembre, en la que agradecía el nombramiento y pedía que se le diera
tiempo para decidirse 299. Como indica monseñor Sanabria,

“En apariencia el lenguaje de Fray Luis es ambiguo, mas en realidad usaba de una
estratagema para evitar que la Asamblea que ya había dado aquel imprudente paso,
viéndose desairada nombrara a otro que con menos conciencia aceptara y produjera un
cisma semejante al del Salvador.” 300

El compás de espera pedido por fray Luis mitigó los impulsos de la Asamblea
costarricense, y terminó de disiparlos la noticia de que el papa León XII, mediante tres
breves emitidos en Roma el 1° de diciembre de 1826, había reaccionado fuertemente contra
lo actuado en El Salvador y había apoyado en un todo a la arquidiócesis de Guatemala. Por
supuesto, una cosa era enfrentarse al arzobispo de Guatemala y otra muy distinta desafiar
abiertamente al papa, y finalmente el padre Delgado tuvo separarse de su ficticio obispado
301
. En 1831, fray Luis García llegó a ser obispo, pero no de Costa Rica sino de su nativa
Chiapas, diócesis de la que fue titular hasta su muerte en 1834.

7.- La extinción del convento de San Francisco y la escasez de sacerdotes.

La edad y la mala salud de don Pedro José Alvarado lo llevaron a delegar muchas de
las responsabilidades de la vicaría en el padre don José Gabriel del Campo y Guerrero,
vicario auxiliar. En varias oportunidades don Pedro José presentó la dimisión, pero las
autoridades eclesiásticas de León no la aceptaron 302. Cabe mencionar que en 1832 el
vicario capitular don Francisco Chavarría renunció y fue sucedido en el gobierno de la
diócesis de Nicaragua y Costa Rica por el presbítero don Desiderio Cuadra 303.

Además del establecimiento de la diócesis cismática, que afortunadamente se disipó


sin más incidencias, en los primeros años del Estado Libre de Costa Rica nuestro personaje
el vicario Alvarado se vio aquejado por muchos otros problemas graves en su desempeño

297
ARCHIVO NACIONAL, “Libro de sesiones del Congreso Constituyente del Estado de Costa Rica.
Setiembre 1824 – Junio 1825”, p. 94, en Revista del Archivo Nacional, San José, enero-diciembre de 1966,
números 1-12, pp. 7-127.
298
BLANCO SEGURA, 1967, p. 280.
299
BELAUBRE, op. cit.
300
SANABRIA M., 1972, p. 35.
301
MELÉNDEZ CHAVERRI, 1962, pp. 290-291.
302
SANABRIA M., 1972, p. 22.
303
Archivo Nacional, Sección Histórica, Culto, n° 146.
69

como vicario foráneo. Nos referiremos únicamente a dos de ellos: la extinción del convento
de San Francisco y la escasez de sacerdotes.

Desde el siglo XVIII había sido casi dogma del liberalismo anticlerical europeo
oponerse a la existencia de las órdenes religiosas. En Costa Rica, la única orden que existía
era la de los franciscanos, que tenía a su cargo las doctrinas de los pueblos indígenas y
contaba con un único convento, el de San Francisco, ubicado en la ciudad de Cartago. Ni
siquiera en sus épocas de mayor esplendor había brillado por su riqueza ni sus actividades
intelectuales, y ya para el decenio de 1820 estaba en un estado de franca decadencia, pero a
falta de otros le tocó ser blanco de las pasiones liberales.

El diputado don Pedro Zeledón, que ya había tenido un papel destacado en la


creación de la diócesis cismática y que en setiembre de 1825, en el más puro jacobinismo,
hasta había planteado en la Asamblea la idea de permitir que los clérigos contrajeran
matrimonio 304, presentó en mayo de 1826 un proyecto de ley para que se decretara la
extinción del convento de San Francisco y de sus doctrinas, se sujetaran los religiosos al
obispado y se destinaran su edificio y sus fondos a la educación pública. Al asunto se le
dieron largas y no se reactivó hasta 1828, cuando la Asamblea pidió un informe al
Ejecutivo sobre el particular y este consultó con el padre guardián del convento y con el
vicario Alvarado. El guardián, fray Eugenio Quesada, rindió el 9 de marzo de ese año un
breve y pesaroso informe, en que se refería a las raquíticas rentas de su comunidad, tan
escasas que si un guardián quería hacer algún adelanto, lo debía costear por su cuenta 305.
Más extenso y también más explícito fue el informe del vicario Alvarado.

Don Pedro José, a diferencia de otros sacerdotes seculares, miraba a la orden de San
Francisco con respecto y afecto; franciscanos habían sido uno de sus hermanos, su único tío
materno y algunos de sus sobrinos. En su informe indicó que desde su niñez había podido
apreciar la religiosidad de los franciscanos y los servicios que brindaban a la comunidad.
Pero también reconoció con tristeza que esos tiempos ya habían pasado:

“… es incontestable la metamorfosis que ha padecido este establecimiento: su observancia


religiosa cuasi es inexacta; el auxilio espiritual que prestan en el día al público es menor;
mucho menos las doctrinas que sirven, y menor el número de religiosos que cumplen con
exactitud su regla, siendo mayores los abusos y desórdenes gravísimos que públicamente
se practican por algunos otros, dignos de toda corrección y castigo: todo lo que arguye
vigorosamente la más activa reforma. Yo, deseoso de remediar tamaños males, me he
esforzado en el cumplimiento de mis deberes; pero hasta la fecha no he logrado el éxito
que es de desearse… esta es la exposición que me parece debo hacer en conciencia…” 306

El proyecto de Zeledón se estancó durante largo rato, pero finalmente la Asamblea


aprobó el 12 de marzo de 1830 una ley según la cual los religiosos, franciscanos o de
cualquier orden, que hubiera en Costa Rica, quedaban bajo la jurisdicción del obispado, es
decir, del clero secular, y por consiguiente bajo la autoridad de la vicaría foránea. La misma
304
ARCHIVO NACIONAL, 1967, p. 62. Paradójicamente, Zeledón se ordenó como sacerdote en su madurez
y a su muerte en 1870 era cura de Masaya. V. GONZÁLEZ FLORES, 1978, pp. 193-194.
305
Archivo Nacional, Sección Histórica, Congreso, n° 774.
306
Ibid.
70

ley ordenaba al vicario que destinara a los religiosos legos al servicio de las sacristías de las
parroquias. Esta ley, que fue sancionada por el Consejo el 17 de marzo y firmada por don
Juan Mora el 18 307, representaba una flagrante intromisión del Estado en los asuntos
eclesiásticos, ya que independientemente de que se permitiera o no la existencia de
conventos, de quién dependieran canónicamente los religiosos era cosa que solo a la Iglesia
competía definir, pero como indica monseñor Sanabria los resultados prácticos de esta ley
fueron tan benéficos que al vicario Alvarado no se le ocurrió protestar contra ella 308.

Los franciscanos no tardaron en sufrir el golpe de gracia, a manos de las autoridades


federales. Aunque Costa Rica estuvo separada temporalmente de la República Federal entre
abril de 1829 y febrero de 1831, en virtud de la llamada ley Aprilia, apenas decidió su
reincorporación se le exigió dar cumplimiento a la ley federal de 7 de setiembre de 1829,
que había suprimido los conventos y prohibido el establecimiento de comunidades
religiosas en todo el territorio centroamericano 309. Como consecuencia, el convento de San
Francisco fue definitivamente extinguido.

Además de los ocasiones desplantes anticlericales de las autoridades estatales y


federales, don Pedro José Alvarado tuvo que hacer frente al creciente problema de la
escasez de sacerdotes en Costa Rica. Debido a la continua situación de inestabilidad
política y guerra civil en que se sumió intermitentemente Nicaragua casi enseguida de la
separación de España, se volvió casi imposible para los jóvenes costarricenses cursar
estudios eclesiásticos en León, y en Costa Rica no había seminario. Los sacerdotes
disponibles eran cada vez menos y algunos de ellos estaban ya ancianos y achacosos.
Aunque se trató de que algunos clérigos contribuyeran a dar formación a los aspirantes, una
vez completaba esta los manteístas se enfrentaban con el problema de que no había quién
los ordenara: el obispo de Nicaragua murió en 1825 y el de Comayagua en 1829, y en este
último año los morazanistas expulsaron de Guatemala al arzobispo Casaus, quien se radicó
en Cuba 310. La sede de Panamá también estaba vacante. Aunque alguna familia muy
acaudalada, como la de los Jiménez Zamora, pudo enviar a uno de sus hijos a ordenarse a
Nueva Granada, eso fue una excepción.

No fue sino hasta 1836 cuando se llenó la vacante episcopal de Panamá y algunos
manteístas costarricenses pudieron ir a ordenarse a la capital panameña 311, pero para
entonces ya nuestro biografiado había renunciado a la vicaría.

8.- El segundo testamento y los codicilos.

En su segundo y último testamento, otorgado en Cartago el 15 de enero de 1829


ante el alcalde tercero don José María García, el padre Alvarado, además de instituir
nuevamente a su alma como heredera, dispuso varios legados religiosos, entre cuyos

307
Decreto n° 201 de 18 de marzo de 1830, en OFICIAL, Colección de los decretos y órdenes que ha
expedido la legislatura del Estado desde el día 1° de marzo de 1827, hasta el 20 de diciembre de 1830, San
José, Imprenta Nacional, 2ª. ed., 1886, pp. 176-178
308
SANABRIA M., 1972, p. 29.
309
Decreto de 30 de setiembre de 1829, en Colección de leyes no insertas… , vol. II, p. 67-69.
310
Ibid., p. 26-27.
311
SANABRIA M., 1972, p. 27.
71

beneficiarios estuvieron las parroquias de San José y Cartago y la iglesia de Ujarrás y los
pobres de las dos primeras. También instituyó legados a favor de varias de sus sobrinas y
sobrinas nietas, y dejó la suma de 1500 pesos para otras tantas misas por su alma. A su
sobrino el presbítero don Juan Manuel Carazo le dejó su casa y muebles y 400 pesos, para
que diera a todo eso el destino que le había comunicado y de lo cual no tendría obligación
de dar cuentas. Algo parecido dispuso con respecto a sumas que le adeudaban diversas
personas, por un monto total de 2,500 pesos, las cuales debían ser invertidas según las
instrucciones específicas que el testador había formulado a don Anselmo Sáenz y Ulloa y a
los presbíteros don Juan de Jesús Urrutia y don Joaquín García y Conejo, sin que estos
tuvieran que dar cuenta de ello a nadie. Disposiciones tan particulares sugieren la
posibilidad de que buena parte de esas sumas la destinaba el padre Alvarado, por medio de
personas de su especial confianza, a su hijo extramatrimonial don Juan Fernando
Echeverría, que para entonces tenía dieciséis años de edad. Nombró como albaceas a cuatro
sacerdotes: don Joaquín García y Conejo, el vicario auxiliar don José Gabriel del Campo,
don Juan Manuel Carazo y Alvarado y don Juan de Jesús Urrutia 312.

Don Pedro José efectuó varios codicilos o adiciones a este testamento, el más
importante de los cuales, suscrito el 24 de enero de 1831, dispuso que, una vez pagados los
legados establecidos, el grueso de sus bienes, en lugar de dedicarse a misas por su alma,

“… lo emplearán sus albaceas en dotar doncellas huérfanas y virtuosas de esta ciudad, en


esta forma: la dotación para cada una será de 300 pesos. Las agraciadas lo serán a juicio
y conciencia de sus albaceas, quienes procurarán elegir a aquellas que sean más virtuosas
y honestas, y en caso de perplejidad, se valdrán de la suerte. Serán agraciadas las dos
terceras partes del número que resulte posible, según la cantidad que se haya de distribuir,
de la clase que antes se llamaba noble, y la otra tercera parte, de las plebeyas que se
distingan por su honrada conducta; entendiéndose todas para casarse con hombres de
bien.” 313

En otro codicilo, suscrito en agosto de 1835, dispuso donar a su ama de llaves María
de las Mercedes Ruiz

“… en remuneración de sus dilatados y continuos servicios, la casa de su actual morada,


que posee en esta ciudad, con su solar, oficina y menaje de asientos, camas, mesas, dos
estampitas (una de S. Emigdio y otra de S. Cayetano), un armario y dos candeleros con sus
despabiladeras de plata, unos estribos y tres platillos de íd. y un freno con cabezadas
adornadas en lo mismo. La casa linda al Norte, con la parroquia de esta ciudad, calle en
medio… El donante se reserva el derecho de seguir viviendo en dicha casa.” 314

9.- La Guerra de la Liga.

El año 1835 fue sumamente agitado en Costa Rica. El 4 de marzo de 1835 le fue
aceptada la renuncia al jefe de Estado don José Rafael de Gallegos y fue preciso convocar a
nuevos comicios. Antes de que estos se verificaran, la Asamblea aprobó una ley para
312
ARCHIVOS NACIONALES, 1930, p. 121-122.
313
Ibid., p. 150.
314
Ibid., pp. 225-226.
72

suprimir el diezmo, que fue firmada por el jefe provisional don Manuel Fernández el 11 de
abril 315 y que provocó una gran inquietud en el clero. Efectuadas las elecciones, triunfó en
ellas don Braulio Carrillo Colina, quien tomó posesión de la jefatura el 5 de mayo.

Sin embargo, lo que verdaderamente caldeó los ánimos fue la discusión y


aprobación en el mes de agosto de dos polémicos proyectos de ley, ambos apoyados por el
Poder Ejecutivo. Uno de ellos, sancionado el 25 de agosto, redujo el número de feriados
religiosos y prohibió las procesiones fuera de los templos 316, y otro, sancionado el 1° de
setiembre dispuso derogar la ley de la Ambulancia, que en 1834 había dispuesto la rotación
de las supremas autoridades entre las cuatro ciudades principales del Estado y fijar la
capital en el barrio del Murciélago 317. Poco después, los supremos poderes abandonaron
Alajuela, donde residían desde 1834 en virtud de la ley de la Ambulancia, y se reubicaron
temporalmente en Heredia y San José.

El localismo se hizo sentir entonces con toda su fuerza, sobre todo en Alajuela y en
Cartago. Se temía, con sobrada razón, que de un momento a otro esas poblaciones
recurrieran a las vías de hecho y estallara una guerra civil. La supresión del diezmo, los
feriados religiosos y las procesiones había irritado al clero, y en no pocos sacerdotes este
sentimiento se conjugaba con el apoyo a las pretensiones de su respectiva ciudad.

El 22 de setiembre, con la esperanza de apaciguar los ánimos, don Pedro José


Alvarado dirigió desde Cartago un emotivo manifiesto a los párrocos y demás sacerdotes:

“Hermanos y amigos carísimos:

No ignoráis que la moral es la base de la sociedad: que ella nace de nuestra santa
religión, y no puede tener su principio en el hombre físico, o en la simple materia, pues es
constante que, cuando los hombres llegan a perder la idea de Dios, se precipitan en todos
los delitos a pesar de las leyes, y de los verdugos.

Tampoco ignoráis que el más bello instinto afecto al hombre, y el más moral de
todos los instintos es el amor a la patria; y esta ley está a dar al amor de la patria su
verdadera medida, y su verdadera hermosura. Debemos amar a toda la familia de Adán,
por ser la nuestra; pero nuestros conciudadanos tienen el primer derecho a nuestro afecto.

Ahora pues: si Costa Rica, nuestra dulce y cara Patria, amenaza una anarquía
desoladora: si nuestros compatriotas por la misma causa pueden aniquilarse y destruirse
mutuamente; si en una palabra, la Patria está en peligro, nosotros que somos ministros del
Dios de la paz, la que nos dejó por herencia nuestro amabilísimo Redentor cuando estaba
por partirse de este mundo a su padre Celestial con aquellas tiernas y apacibles palabras:

315
Decreto n° 112 de 11 de abril de 1835, en OFICIAL, Colección de las leyes decretos y órdenes expedidos
por los supremos poderes Legislativo, Conservador y Ejecutivo de Costa Rica en los años de 1833 1834 1835
y 1836, San José, Imprenta de la Paz, 1ª. ed., 1858, pp. 196-199.
316
Decreto n° 128 de 25 de agosto de 1835, en Ibid., pp. 235-238. El texto incluye la propuesta de Bonilla y el
informe favorable del Ejecutivo.
317
Decreto n° 134 de 2 de setiembre de 1836, en Ibid., pp. 249-258. El texto incluye la propuesta original, el
dictamen de la comisión legislativa y el informe favorable del Ejecutivo.
73

Pacem mea do vobis; pacem relinquo vobis: nosotros que debemos ser la pauta, ejemplo y
espejo de los pueblos, debemos promoverla, y no perder ocasión, ni oportunidad ya sea en
público, ya en privado, de inculcarla en el corazón de los fieles. Sí, hermanos míos: esta es
nuestra primera obligación, y el más importante de nuestros deberes. La paz es la serenidad
de la mente, la simplicidad del corazón, y el vínculo del amor; sin ella no hay quietud, ni
orden en las familias, ni en los pueblos; sin ella, todo edificio de la sociedad se arruina y
se destruye: con ella nos vendrán todos los bienes.

Por tanto: os encargo y ruego encarecidamente, que en vuestras exhortaciones al


pueblo, y aun en vuestras conversaciones familiares o privadas, hagáis ostención de los
inmensos bienes, que reportará nuestro Estado, si se establece una sólida y perpetua paz:
haciéndoles ver igualmente, que esta jamás se podrá conseguir, si no es procurando todos
el orden público , la sumisión a las autoridades y la obediencia a las leyes justas que están
en consonancia con la razón, la utilidad común, la moral, la religión, y la que no viole los
sagrados derechos del hombre y del ciudadano según el artículo 8 del capítulo 1° de
nuestra Ley Fundamental. También les haréis ver que las autoridades están puestas por
Dios, para procurarnos todo el bien posible temporal, las temporales, así como las
espirituales, todo bien espiritual.

El vicario espera de vuestra religión, sabiduría y prudencia, que agotaréis todos


los medios, que están a vuestro alcance, para que no lleguemos a perder un don tan
inapreciable, una cualidad tan preciosa, y un bien tan importante, que nos ha distinguido
siempre entre todos los Estados de la unión, y nos ha hecho memorables y famosos, aun en
las naciones extranjeras.

Cartago, septiembre 22 de 1835.

Pedro José Alvarado” 318

A pesar de que la Asamblea y el Ejecutivo emitieron algunas medidas conciliatorias


319
, en la noche del 26 de setiembre se sublevó la ciudad de Cartago con el concurso de la
Municipalidad. Se firmó un acta en la cual se desconocía al jefe de Estado y se entraba en
abierta rebelión contra el gobierno. El 27 se sublevó también Alajuela.

El 28 de setiembre, en una reunión efectuada en la sala municipal de Cartago, los


vecinos principales, el clero y otros muchos cartagineses ratificaron el acta del 26 y el
desconocimiento de las autoridades supremas. Entre los firmantes estaban el vicario
Alvarado, que tan solo unos días antes había clamado por el mantenimiento de la paz, y los
presbíteros don Nicolás Carrillo, don José Francisco Peralta y don José Ana Ulloa 320.
Realmente fue muy lamentable que don Pedro José se sumara a la rebelión contra el
gobierno y autorizara con su firma las actas de la Municipalidad insurrecta, pero
evidentemente la pasión localista y el ánimo de proteger lo que conceptuaba como derechos
de la Iglesia ante las leyes sobre diezmo y feriados prevalecieron sobre la racionalidad.
318
MELÉNDEZ CHAVERRI, 1978, pp. 66-67.
319
FERNÁNDEZ GUARDIA, Ricardo, La Guerra de la Liga y la invasión de Quijano, San José, Librería
Atenea, 2ª. ed., 1950, p. 23.
320
SECRETARÍA DE EDUCACIÓN PÚBLICA, 1923, pp. 653-654.
74

El gobierno, con el deseo de evitar un choque armado, envió a Cartago al ex jefe de


Estado don Juan Mora y al presbítero don Juan de los Santos Madriz para tratar con los
insurrectos. Después de una discusión que se prolongó desde las nueve de la mañana hasta
las dos de la tarde, los cartagineses aceptaron reconocer la autoridad del jefe Carrillo
únicamente para que reuniera a la Asamblea con el fin de que esta conociera de su renuncia
y convocara al congreso constituyente. El acta fue suscrita por cuarenta y siete vecinos,
entre ellos el vicario Alvarado y otros seis sacerdotes 321. Sin embargo, este acuerdo no se
materializó, y las poblaciones rebeladas, a las que se unió Heredia el 28 de setiembre,
adoptaron una actitud cada vez más prepotente. El 1° de octubre, la Municipalidad de
Cartago, secundada por un grupo de vecinos en el que estaba otra vez el vicario Alvarado,
reiteró la exigencia de que don Braulio Carrillo renunciara el mando en el vicejefe y se
repartiera el armamento del Estado y dieron al gobierno hasta las seis de la mañana del día
siguiente para que les comunicara su decisión 322. Lo que se recibió el 2 de octubre fue una
nota de Carrillo, fechada el día anterior, en la que formulaba nuevas propuestas
conciliatorias, pero la Municipalidad, de Cartago reunida con el vicario y otros sacerdotes,
vecinos principales y el pueblo “en más de tres mil personas”, las rechazó sin miramientos
y más bien dispuso organizar una reunión de representantes de las municipalidades de las
poblaciones insurrectas, a cuya alianza se daba el nombre de la Liga, y a la que también
sería invitada la Municipalidad de San José 323.

El 5 de octubre se reunieron en el barrio del Murciélago (hoy Tibás) representantes


de Alajuela, Cartago, Heredia y San José, y allí se firmó un convenio, pero en unos
términos tan extremadamente adversos al gobierno, que fue rechazado por Carrillo, a
sabiendas de que ello significaba el estallido de la guerra civil 324. El 6 de octubre, el
gobernante declaró a las ciudades de Alajuela, Cartago y Heredia rebeladas contra la
Constitución y las autoridades, y dispuso juzgar militarmente a los insurrectos 325.

Todavía hubo algunos intentos de evitar que se rompieran las hostilidades, y el 14


de octubre, en un cabildo abierto celebrado en Cartago con asistencia del vicario Alvarado
y otros eclesiásticos, se dispuso respaldar un último esfuerzo negociador 326, pero la
decisión fue tardía, porque ya esa misma mañana las fuerzas cartaginesas iniciaron el
ataque a San José. Las tropas josefinas las derrotaron en tres combates sucesivos,
efectuados en Cuesta de Mora, Curridabat y Ochomogo, y a las once de la noche entraron
en la ciudad de Cartago. La guerra civil se prolongó todavía un par de semanas más, hasta
que tanto Heredia como Alajuela fueron ocupadas por las tropas gubernamentales.

10.- Renuncia a la Vicaría.

El 31 de octubre don Braulio Carrillo emitió un decreto en el cual ordenaba a los


más connotados participantes en la insurrección que en el término de nueve días se
321
Ibid., pp. 654-655
322
Ibid., pp. 655-657.
323
Ibid., pp. 658-660.
324
Ibid., pp. 660-661.
325
Decreto n° 139 de 6 de octubre de 1835, en OFICIAL, 1858, pp. 273-274.
326
SECRETARÍA DE EDUCACIÓN, 1923, pp. 661-662.
75

presentaran para ser juzgados, disponía que se embargaran sus bienes para sufragar los
costos del conflicto y anunciaba severas penas para quienes no comparecieran 327. Entre los
citados estaban varios sacerdotes, pero aunque la participación de don Pedro José Alvarado
en las actividades revolucionarias convocadas por la Municipalidad de Cartago había sido
más que vistosa, curiosamente su nombre no fue mencionado.

Es posible que don Braulio Carrillo haya preferido hacerse de la vista gorda ante tal
conducta, para evitar un enfrentamiento directo con la Iglesia costarricense. Quizá
consideró que disponer el procesamiento del máximo jerarca eclesiástico del Estado
exacerbaría aún más los ánimos y podía suscitar reacciones muy adversas e incluso
violentas por parte del pueblo. En todo caso, don Pedro José comprendió que se había
puesto en una situación equívoca y comprometedora al apoyar la insurrección, y reiteró a
las autoridades eclesiásticas de León la renuncia que varias veces había presentado a la
vicaría foránea, pero esta vez con carácter de irrevocable 328. Esta vez le fue aceptada.

El vicario capitular Cuadra, a sabiendas de que el nombramiento del nuevo vicario


de Costa Rica podría ser muy problemático sino se contaba antes con la venia del gobierno
civil, sondeó la opinión de Carrillo sobre cuatro candidatos: don Juan de los Santos Madriz,
don Cecilio Umaña y Fallas, don Juan Manuel Carazo y Alvarado y el vicario auxiliar.don
José Gabriel del Campo. Carrillo se manifestó dispuesto a aceptar a cualquiera de ellos,
pero resultó que todos se excusaron. A fin de cuentas, el 5 de mayo de 1836 Cuadra obligó
al padre del Campo a aceptar la designación. Como escribe monseñor Sanabria,

“Si en otros tiempos la Vicaría Foránea había sido un puesto de distinción y de halagos,
en aquella fecha lo era de amarguras y estrecheces…” 329

11.- Fallecimiento y funerales.

Don Pedro José Alvarado y Baeza pasó sus últimos años en su ciudad natal, sin
volver a intervenir jamás en política. Murió en Cartago el 8 de julio de 1839, a los setenta y
dos años de edad, después de haber recibido la extremaunción. Fue sepultado al día
siguiente en el cementerio de la ciudad, con entierro solemne, como correspondía a quien
había dirigido durante muchos años la vida eclesiástica de Costa Rica. El presbítero don
Rafael del Carmen Calvo Rosales, cura interino de Cartago, consignó así la partida de
defunción:

“En nueve de Julio de ochocientos treinta y nueve, yo el B° Pres° C° Rafael del Carmen
Calvo, cura int° di sepultura Ecclesiástica al B° Pres° C° Pedro José Alvarado adulto,
recibió los santos sacramentos, era mayor de setenta años, y lo firmo.” 330

Al margen de la partida se consignó “Adulto Sacerdote Entro. Solemne.” 331

327
Decreto n° 141 de 31 de octubre de 1835, en OFICIAL, 1858, pp. 276-280.
328
SANABRIA M., 1972, p. 22.
329
Ibid., p. 23.
330
https://www.familysearch.org/ark:/61903/1:1:FLQG-YVQ
331
Ibid.
76

CRONOLOGÍA

1767: Nace en la ciudad de Cartago.

1771: Muerte de su padre.

1790: Se ordena como sacerdote en Guatemala.

1791: En enero actúa como teniente de cura de Alajuela.

1796-1800: Cura interino de San José.

1800-1820: Ejerce su ministerio sacerdotal en la ciudad de Cartago.

1805: Muerte de su madre.

1811: Nace su único hijo, Juan Fernando Echeverría.

1817: Otorga su primer testamento.

1820: En julio es nombrado como vicario auxiliar de Costa Rica, y en setiembre como
vicario foráneo.

1821: Firma el Acta de Independencia de la ciudad de Cartago el 29 de octubre. Actúa


temporalmente como legado suplente de Cot, Quircot y Tobosi en la Junta de Legados de
los Pueblos. Como suplente por Alajuela firma el Pacto de Concordia el 1° de diciembre.

1821-1822: Presidente de la Junta Gubernativa interina.

1822: Como elector constituyente por Cartago, asiste a la primera reunión de la Junta de
Electores el 6 de enero, pero no vuelve a concurrir a las sesiones y el 9 de enero renuncia al
cargo.

1822-1823: Apoya la causa de la anexión de Costa Rica al Imperio Mexicano.

1829: Otorga su segundo testamento.

1835: Dirige un manifiesto al clero para tratar de mantener la paz en el país. Apoya la
insurrección de Cartago contra el gobierno de don Braulio Carrillo. Renuncia a la Vicaría.

1839: Muere en la ciudad de Cartago.


77

BIBLIOGRAFÍA

Fuentes documentales

Archivo Nacional, Sección Histórica:

Complementario Colonial, n° 434.

Congreso, n° 234 y n° 274.

Culto, n° 146.

Mortuales Coloniales de Cartago, n° 581 y n° 955.

Provincial Independiente, n° 10, n° 46, n° 49, n° 50, n° 51. n° 94, n° 99, n° 119, n° 828, n° 975, n° 977 y n°
983.

Fuentes electrónicas

(Todas las fuentes electrónicas fueron consultadas en mayo y junio de 2020)

BELAUBRE, Christophe, “García y Guillén, Luis. Vida de un fraile oriundo de Chiapas que tuvo buena parte
de su vida en Guatemala antes de ser nombrado obispo de Chiapas entre 1831 y 1834”, en Asociación para el
Fomento de los Estudios Históricos en Centroamérica. Diccionario, en https://www.afehc-historia-
centroamericana.org/index_action_fi_aff_id_728/

GARCÍA DE SALAZAR, Lope, Bienandanzas y fortunas, libro XII. Su texto, en edición de Ana María Marín
Sánchez, puede consultarse en http://parnaseo.uv.es/Lemir/Textos/bienandanzas/Menu.htm

Lista Roja del Patrimonio. Torre de Alvarado, en https://listarojapatrimonio.org/ficha/torre-de-alvarado/

VELÁZQUEZ BONILLA, María Carmela, “Los cambios político-administrativos en la diócesis de Nicaragua


y Costa Rica. De las reformas borbónicas a la Independencia”, en Hispania Sacra, LXIII, 128, julio-
diciembre 2011, pp. 569-593, en http://hispaniasacra.revistas.csic.es/index.php/hispaniasacra/article/view/284

Partidas sacramentales en la página www.familysearch.org

Portal de Archivos Españoles, en http://pares.mcu.es/ParesBusquedas20/catalogo/show/240850

Fuentes impresas

ARCHIVO NACIONAL

“Actas municipales de Alajuela 1820-1823”, en Revista del Archivo Nacional, San José, enero-
diciembre de 1993, números 1-12, pp. 55-188.

“Actas municipales de Barva 1821-1823”, en Revista del Archivo Nacional, San José, enero-
diciembre de 1991, números 1-12, pp. 131-248.

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SOBRE EL AUTOR

Jorge Francisco Sáenz Carbonell, licenciado en Derecho y doctor en Educación, es


catedrático de la Universidad de Costa Rica, miembro de la Academia Costarricense de la
Lengua, de la Academia de Geografía e Historia de Costa Rica y de la Academia
Costarricense de Ciencias Genealógicas, y miembro correspondiente de la Real Academia
Española de la Lengua. Es autor de numerosos artículos en publicaciones especializadas y
de los libros El despertar constitucional de Costa Rica; Los años de la Ambulancia; Los
años del voto directo; Francisco María Oreamuno; Don Joaquín de Oreamuno y Muñoz de
la Trinidad: vida de un monárquico soatrricense; Los ministros de Gobernación; Los días
del presidente Lizano; Historia diplomática de Costa Rica (1821-1910); Historia del
Derecho costarricense; Lidamor de Escocia. Guía de lectura; Historia diplomática de
Costa Rica (1910-1948); La Cancillería de Costa Rica; De actores secundarios a actores
protagónicos; Los meses de don Aniceto; Elementos de historia general y nacional del
Derecho; Los sistemas normativos en la historia de Costa Rica; Un poeta entre los
Romanov: el príncipe Vladimir Paley (publicado también en ruso y en inglés); El rey del
café; Los años intermedios; Nomenclatura geográfica internacional; Historia diplomática
de Costa Rica (1948-1970); El canciller Lara; El canciller Rodríguez; El canciller
Fernández Guardia; José María Zamora, primer abogado costarricense; El rey Garabito,
defensor de la libertad; Elementos de Derecho Internacional Privado, Historia del
Derecho hondureño (2 tomos); Manuel Aguilar Chacón; José María Alfaro; Agapito
Jiménez: el canciller; Tata Juan. El gobernador don Juan Francisco Sáenz Vázquez de
Quintanilla y su descendencia; Mariano Montealegre Bustamante, primer diplomático de
Costa Rica, y Nicolás Carrillo y Aguirre, presidente de la primera Constituyente de Costa
Rica, y coautor de Los cancilleres de Costa Rica; Braulio Carrillo, el estadista; Las
primeras damas de Costa Rica; Diccionario biográfico de la diplomacia costarricense; Ad
ardua per alta: una biografía del marqués de Peralta; Historia de la Corte Suprema de
Justicia de Costa Rica; Francisco Aguilar Barquero; Juan Bautista Quirós; El canciller
González Víquez; Seis cancilleres interinos; El canciller Lizano; Manuel Vicente Jiménez
Oreamuno: el canciller; Cleto González Víquez; El canciller Mata Lafuente y Los padres
de la Constitución.

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