Está en la página 1de 11

REACCIONES

NES
He sido dividido
por mis rutinas.
Poco a poco ellas también
toman la mitad de mí
que he dejado a su alcance.

En lo corpóreo se encarnan.
Temo mañana no encontrarme
en otro espejo que el alma.

La ausencia de inspiración
nos conduce al ocaso,
los días son exiguos
como los fulgores,
lo que resta es ruido que todo lo abarca.

En la noche no es posible
saber de dónde vienen
ni la obscuridad,
ni los estruendos,
de dónde vienen ni en dónde están.

Los días se dividen


por los fulgores,
es natural la gracia
como los números.

Escapa.
Infinita.

Anhelo saber,
yo que siento, que pienso,
que amaré…

el desconocimiento,
el engaño y que seamos
otra cosa.

No tiene importancia.
Andar dos veces el mismo camino,
con cualquier cordura.

El mundo nos queda chico


o nos supera,
el momento ha pasado
o no ha llegado

La lágrima seca o empaña,


la risa vacía o exita,
el ánimo se comide,
o se desborda.

Escribir es, resumiendo


dibujar una letra
y luego otra
hablar con, sin sentido.

De forma.

Del lenguaje difícil es decir


si encadena o comunica.
No sabemos de quién es el dibujo
mientras lo hacemos.

Lo que se expresó en algún tiempo,


al repetirse,
corre el riesgo de dejar de ser
acontecimiento tan sólo,
instituyéndose.

De ser máscaras los signos,


qué papel representar
y en qué teatro.

Ora reír, ora llorar.


Montar un personaje sin personaje detrás.
O traicionarnos.

Cargar cada palabra con la intención que me proyecta.


Y el deseo de que en el discurso encuentre la interlocución.

Atado ya a mí mismo y aún peor


a mí ficción,
me comunico.

Interrumpir el silencio
o mejor menguar.
Parece que mis intenciones
encierran tras de sí
un místico silencio
que me echa en cara la prerrogativa
de abrir la boca.

Quemar las naves


y no ser ya capaz
ni de escribir un poema.

Dejar de expresar
lo que no corresponde.
Seguro de saber que lo que ha sido
no ha dejado
ni podrá ya jamás dejar de ser.

Quemarme de sí-mismo,
arrojado al temor.
Apaciguar el alma,
recibir calor.

Dar puede ser a veces,


mandato de mí egoísmo.
Respetar la expresión de la montaña
y esperar que me reciba.
Allí radica el amor.

Menguar.
Ser bienvenido por el mundo,
respetar la expresión de la montaña
en el deseo

Que sea escrito un poema.


Que quede al pasó la inmensidad
del mundo circundante.
que se agote el sentido en la partida.

Imaginarse lejanos,
en el letargo de quienes se devoran por dentro.
Fagocitarse y hacer
de la mierda savia de nuestras entrañas
un mundo nuevo.

Escribir un poema para no ser el mismo.


Exorcizarse tal vez,
nunca de penas más bien de amor
por uno mismo.

Alguien indocto
de amores y esperanzas,
de solidaridad y hermanos,
indocto de pueblo y de respeto,
no sabe que al quemar un libro
mata una vida.

No lo sabrá nunca,
porque aunque alguna vez haya leído
sus letras de alta cultura
-mal por cierto, fiel tan sólo
a los profetas del odio-,
ha sido siempre incapaz
de leer la felicidad
en rostro ajeno.

Y hay quienes devoran, todo lo devoran.


Pero pretenden no haber encontrado nada.

Son, a la humanidad,
como agujeros negros a la materia.
Que todo lo pierden en sí
y tienen una masa tal
que frente a ellos cualquiera se pregunta
¿cómo vivir sin colapsar?

No se nos enseña nunca


qué hacer con las almas rotas,
en el llano mundo,
en su irrevocable orden.

No se nos dice cómo actuar


frente a los inquietos espíritus,
a los que hasta el aire quitan
y ya no pueden volar, en el vacío.

Vemos tan sólo cómo


los seres incompletos, truncos, inasibles,
pobres diablos padecientes del deseo,
no encuentran luz alguna
ni fuego que los abrigue.
Quizá debamos intentar
abrir nuestra afectividad
al mundo y no pensar
en la grieta que lo surca.

Que nos abre en felices


y no tanto.
En entregados
y no tanto.
En privilegiados
y no tanto.

Y no pensar para no caer


en la cuenta de que es inevitable
que alguien sufra para pagar
la fiesta de nuestros placeres ignominiosos.

Tal vez mejor sea


simplemente alegrarnos
de que no nos toca el turno,
al menos hasta que comience
la próxima ronda.

Al odio y al dolor los iguala


la condición humana.
No podemos saltarnos,
la pena es venganza contra el tiempo.

Si ni en este infierno,
somos mejores.
Para eso la razón,
para nada.

La tierra dice
“Vivirán a mi merced”
Sola se salva.

¿Y cuándo por fin


se pudrirá la lengua
de los mitristas?

Que el lenguaraz
más hábil del pueblo no
traduce odios.

Que el tribunal
busca vengar al tiempo
lo saben ellos.

Escuchen también.
La hora de los pueblos.
Sus campanadas.

¿Será este acaso


el lado oscuro
de la fuerza?

El miedo a ser nosotros mismos se trata


de temer perder.
En un mundo que le guarda lugar tan sólo
a los ganadores.

Y el cierto motivo de la desigualdad


no es el enriquecimiento,
sino que sintamos
el miedo.

La rueda que mueve el mundo


no es material,
sino simbólica.

En el amor radica
la fuerza del idealismo.
Que no podrán detener.

Amar primero, nuestra derrota.

Quizás esta sea


la obscura noche.
Tenemos, al menos,
el desconocimiento.

Quizás ocurra
la liberación,
tenemos sin dudas
el corazón.
Paso ya el tiempo en que quisimos participar de la historia,
a condición de saber que su monumentalidad se cierne
sobre nuestra llana extensión.

Si forjaron a partir de nuestras vetas


sus atributos reales.
Si comieron en nuestra tierra
y hoy beben en nuestra casa común.

Mientras cierran sus fronteras como fuertes,


pavorosos, estupefactos, cobardes,
de esta humanidad que somos como bárbaros.

De este ímpetu de vencer al tiempo


con organización y con garras,
con ritos, con canciones, con sudor.
Con muchedumbres que se nombran, con memoria.
Con patas en la fuente, con rondas.
Con miembros y sin membrecías.
Con un eco, como una resonancia, como una vibración.
Con un cuerpo amontonado, abigarrado.

Qué sabrán de velar la historia.


Qué sabrán de descubrirse
cabecitas negras, jaguares,
condores o serpientes emplumadas.
Todo menos bestias menos hombres.

Sabemos de no someternos,
sabemos de poner la otra mejilla,
más mejor sabemos de ser
en otres nosotres mismes.

Cien veces la victoria.


Cien veces la victoria.

Nube estelar
Aparté la mirada
Igneo temor
Tuya la luz

Obscura noche
Abrázame ignota
Tuyo siempre
Desconocerme
Acompasarte luna
Luz que decreces

Gente de tierra
teogonía vegetal
dobles seremos.

Decidido, trémulo
¿soy, realmente, hablado?
¡Válgame la escucha!
Sin decir, yo hablo.

La palabra crepita en azul ígneo.


El silencio brilla en la ciudad.
Estupefactas las gentes, boquiabiertas.
Tísicas lenguas del yo, del tú,
del él, del ella.

Las lenguas, tísicas.

Escuchá:
hubo quien murió
sin conocer el odio
¡Santo popular!
Rostro anónimo de nadie y de cualquiera.

El silencio brilla en la ciudad.


La palabra crepita en azul ígneo.

De los anales de la historia


llegarónle las pestes.
Un cuerpo enfermo,
con que darse a la memoria.

Pequeño gran muerto


¡Santo popular!

Quizá, reía al morir.


O al vivir.
Quizá no se distingan
en la risa.
Presa inocente de mi sueño,
se me impone el duelo en la vigilia.
Antes que vivir viendo películas,
puedo estar haciendo de señor.

Sospecho del deseo,


se va la vida en un intento.
Con gestos bárbaros,
hablemos.

La palabra crepita en azul ígneo,


el silencio brilla en la ciudad.
La piedra azúl.

Barítono, ave maría, te recuerdo.


Callo y descubro un cuerpo.
Un callo.

El pibe de oro,
es la patria y tiene rostro
de puelche o de guaraní.
Guarda en un puño apretado
el tronado sin historia del malón

Bastan el silencio y una hendidura,


como alimento.
No bastan las palabras,
para cenar.

Lupin, vos sí supiste,


de los dioses caídos y del miedo,
de asumir el tiempo y negar el olvido,
de las heridas que sangran
lejos de las miradas
y las ficciones.

Tísicas lenguas del deseo


del yo, del tú, del él, del ella,
a dónde íremos nos espera
el silencio que vendrá.

La piedra azúl.

Estupefactas las gentes, boquiabiertas,


libres al fin de la historia,
no juzgarán ni dirán
la lealtad que supieron conquistar.

En marcha, inenarrable bullicio,


manconmunadas las pieles,
disueltos los pronombres.
Quizás no se distingan,
en la risa.

También podría gustarte