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TALLERES DE GEOGRAFÍA E

HISTORIA I
4º GEOGRAFÍA E HISTORIA

MARINA JÓDAR ARMENTEROS


UNIVERSIDAD DE JAÉN
mja00013@red.ujaen.es
“Lagos y humedales en el ordenamiento jurídico romano: gestión, uso y tratamiento
de problemas medioambientales” Alejandro Fornell Muñoz, Universidad de Jaén.
Introducción.
Aunque en ocasiones son estudiadas de forma separada, es innegable que la geografía
y la historia van a ir siempre de la mano. No se puede imaginar la vida de las sociedades que
nos precedieron sin visualizar un paisaje o un ecosistema rico en recursos naturales listos
para ser aprovechados y transformados en la tecnología que nos ha permitido avanzar, y en
ocasiones, ‘’dominar’’ a la naturaleza misma.
El dominio del agua ha sido el objetivo de muchas civilizaciones, el acto de operar
sobre los cursos de los ríos Tigris y Éufrates permitió el desarrollo de las primeras
civilizaciones y ciudades. Tampoco se quedaron atrás los egipcios y su calendario basado en
las crecidas del río Nilo. Y por supuesto, los romanos también trataron de controlar y
aprovechar el tan preciado recurso acuático, con éxito, y siguiendo una serie de etapas
evolutivas en las que también hizo falta adaptarse a los diferentes medios sobre los que se
iban expandiendo.
Este artículo provee de información variada como las fuentes necesarias para el estudio
de dicha gestión de lagos, humedades y el agua en general, así como del derecho jurídico
romano respecto a su administración tanto para el uso, como para el ordenamiento,
construcción de infraestructuras y un toque de proto-preocupación medioambiental, si bien
es destacable que preocupaba más para evitar obstrucciones en la navegación que para el
cuidado y respeto hacia la naturaleza en sí. En este último punto resulta interesante la
diferencia de mentalidad entre los antiguos romanos (más ‘’utilitaristas’’, por así decirlo) y
la sociedad actual, más concienciada con el cuidado y el amor a la tierra, y conscientes del
verdadero funcionamiento de cada aspecto que ésta nos ofrece1.
Me gustaría realizar un análisis y adentrarme más en varios de los puntos que han sido
tratados o mencionados, ya sea porque me resultan de interés o bien porque necesite de
mayor información para comprenderlos al completo. Así pues, comenzamos.
Inicialmente, los romanos solo conocían el río Tíber, considerado sacro y el cual
recibió siempre una gestión diferente a los demás ríos, más tarde se expandieron hasta
encontrarse con el río Po y un considerable número de fuentes que ya los etruscos habían
puesto en funcionamiento. La península itálica contaba con abundantes ríos de pequeño
tamaño y zonas pantanosas y de marismas, especialmente en el norte (Quintas, 2018). El
célebre geógrafo Estrabón, en los libros V a VII de su obra Geografía, describe extensamente
la orografía e hidrografía de Italia, centro de Roma, Imperio que ya por entonces imponía su
aura dominadora sobre el Mediterráneo (Estrabón, 2001).
El hecho de que el Imperio Romano se extendiera y romanizara a su paso a las
sociedades y culturas que iba encontrando, hizo que se produjera una tranquilidad y
prosperidad en esas zonas que impulsó el libre tránsito de viajeros y estudiosos, quienes en
muchos casos compartían sus ideas. De igual modo, las campañas de los últimos siglos sobre

1
Los romanos consideraban que podían cambiar y mejorar a la naturaleza misma, en muchas ocasiones
ignorando la verdadera utilidad u origen de ese elemento natural.

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el norte de Europa desbloquearon áreas y paisajes no conocidos hasta entonces (Ffrench-
Davis, 2015).
Aunque no sea tratado en el artículo, también el mar fue aprovechado similar a como
los ríos y zonas pantanosas pues Estrabón comenta que en el Lacio existían vías de
comunicación hechas a partir de desviaciones del agua del mar hacia canales artificiales
(Quintas, 2018). El Lacio se consideraba una zona muy próspera y fértil. En su costa,
describe una serie de ciudades que se ven afectadas por marismas, como Circeo, o por el
delta del Tíber, como Ostia, pero que lejos de verse alteradas negativamente, aprovechan las
zonas pantanosas para cultivar frutos, de entre los que destacan los viñedos de la ciudad de
Ardea (Estrabón, 2001). Según Marciano, el mar y la orilla eran considerados en el derecho
jurídico como públicos y de uso libre, siempre y cuando no se entrara en áreas privadas como
casas, edificios o monumentos. Sin embargo, consultando otros autores y escritos,
conocemos que el mar y sus costas eran en realidad propiedad del Estado, y no una res
publica propiamente dicha a pesar de actuar como tal. Sin embargo, cualquier construcción
que obstruyera su uso libre quedaba prohibida.
Por otro lado, el poeta Ovidio cuenta que una anciana le describió la transformación
de Roma capital sobre el territorio: antes había charcas húmedas, fosos empapados, un
antiguo lago (Largo Curcio), vegetación de ribera, etc. que fueron desecados artificialmente
por la mano del ser humano para así poder asentarse en el terreno (Palacios, 2016). El tema
de las desecaciones en la antigua Roma será abordado más adelante también y veremos
mayores detalles de los motivos que los llevaron a realizar estas obras.
Finalmente, para saber más acerca de los modelos romanos de organización del
territorio destaca el valioso Corpus Agrimensorum Romanorum, mencionado ya en el
artículo y que se trata de un conjunto de tratados y escritos cuyo objetivo venía siendo el de
servir de orientación a los agrimensores, si bien en la actualidad han aparecido nuevas
propuestas que hablan de su utilidad para la concepción y construcción del territorio. Este
libro habla de la ordenación del territorio desde una perspectiva sintética e incluso de
manual, por lo que ha resultado difícil analizar el cambio de la organización territorial a lo
largo del tiempo, e incluso ha sido considerado durante mucho tiempo como una fuente no
fiable dadas las situaciones ficticias que describe para resolver un problema concreto (Gil,
Esparraguera, & Martínez, 2004).
Aguas interiores.
En cuanto a las aguas interiores encontramos los conceptos de rivi, flumina, lacus,
torrentia, stagna, fossa y fontes, entre los que existen controversias y confusiones, a saber,
rivus representaría ríos de régimen privado, y flumen los de régimen público, pero autores
como Paulo hablan de rivus públicos (Quintas, 2018). Algunos de los conceptos como lacus
y stagnum han sido ya definidos y discutidos en el artículo, si bien palus no aparece incluido
como agua interior en el artículo de Mª de las Mercedes García Quintas que he utilizado para
mayor información del tema, sí es incluido en otras fuentes como parte de los espacios de
humedales. Parece que podían existir diferentes nombres para un solo accidente geográfico,
pero esto radicaría en alguna diferencia de característica propia del elemento.
Así, sabemos que:

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- Rivus y flumen se diferencian por la dimensión a pesar de ambos referirse a ríos, siendo
rivus de pequeño tamaño y flumen de mayor, generando dificultad a la hora de nombrar
cauces de proporción media. Rivus era utilizado también para canales de agua
artificiales.
- Torrens se trataría de un curso de agua intermitente que crece en algunas estaciones.
- Fossa corresponde a una construcción para albergar agua, hecho a mano. Los canales
artificiales podrían entrar también en esta clasificación.
- Fons se trata del manantial natural de donde nace el agua.
Sin embargo, los canales navegables recibían el nombre de amnis, como el Amnis
Traianus, actual Canal de Suez, ya abierto y aprovechado por los egipcios con el faraón
Sesostris III alrededor del año 1500 a.C. (Terreni, 1969).
Por otro lado, algunos autores actuales consideran que las presas (fossa) no se utilizaron
para el abastecimiento de agua y que incluso presas de épocas posteriores como las renacentistas
han sido erróneamente confundidas con construcciones de origen romano (Gallo, 2015).
En cuanto a ordenación territorial en ocasiones rivi, flumina o fossa servían a los
agrimensores como límites naturales sin necesidad de haber señales de carácter epigráfico,
como por ejemplo los mojones (termini, lapides o cippi) (Gil, Esparraguera, & Martínez, 2004).
Ciudades y abastecimiento. La relación del ser humano con el territorio.
La importancia del abastecimiento para consumo humano en las ciudades romanas se
consideraba una necesidad política y sanitaria, era de vital importancia, tanto que incluso se
aplazaban algunas de las obras públicas de la ciudad en pro de la organización y construcción
de una red de tuberías. Incluso Plinio el Viejo en su obra Historia Natural expresó: << son las
aguas las que hacen la ciudad >>, así mismo, comentó la importancia de la posición geográfica
del asentamiento y la necesidad de encontrar cantidades suficientes de agua, comprobar su
calidad y las obras que serían necesarias para su transporte (Gallo, 2015).
A medida que las ciudades y la población fueron aumentando su volumen, fue necesario
poner en funcionamiento nuevas técnicas de avituallamiento de agua. Hasta finales del siglo IV
a.C. los romanos se servían del agua de pozos y manantiales, y de la lluvia que recogían en
cisternas. En tiempos de Trajano se construyó el primer acueducto, al Aqua Appia, y desde
entonces se construyeron hasta diez de estas obras de ingeniería hidráulica en Roma, que
conectaban con el valle de Anio (Connolly & Dodge, 1998).
Como curiosidad, añadir que la construcción de obras hidráulicas en las ciudades de las
nuevas conquistas también contribuían a su sometimiento y romanización (Gutiérrez, Santos,
& Sánchez, 1997), mostrándoles tácticas eficaces y nuevas para aprovechar el agua para los
cultivos o mejorando los poblamientos en salubridad y contra desbordamientos y otros desastres
naturales inicialmente incontenibles. Pero no solo en la romanización, resulta interesante su uso
publicitario por parte de los gobernantes para lograr el respeto y la admiración de la población.
Este hecho influyó en la creación de obras ostentosas y vistosas que podrían haberse construido
más sencillamente2 (Gallo, 2015).

2
Muchas de las obras de conducción de aguas quedaban ocultas a la vista, no visibles para la población, lo que
dificultaba su apreciación por parte de los civiles (Gallo, 2015).

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De esta forma fueron necesarias aplicar leyes de protección legal y física de las
canalizaciones y acueductos, habiéndose encontrado piedras de balizamiento en las que
describen qué usos están prohibidos o permitidos en determinados espacios. Pero a pesar de las
prohibiciones, se han hallado tumbas en zonas con vigilancia escasa, generando graves
problemas de salubridad, y nuevas leyes que exigían alejarse una distancia mínima de las
infraestructuras (Gallo, 2015).
Las aguas fueron utilizadas principalmente para la agricultura, usos industriales como
molinos harineros o lavado de minerales extraídos y cómo no, para el abastecimiento de
ciudades (Gallo, 2015) y depuración de aguas fecales. Para esto último, se sirvieron primero
del agua de la lluvia y más tarde de captaciones de ríos cercanos a la ciudad. Sin embargo, los
vertidos de aguas negras sobre los ríos hicieron que fueran necesarias nuevas soluciones,
trayendo agua de otros lugares y que debía ser de la mejor de las calidades3 (Gutiérrez, Santos,
& Sánchez, 1997), es decir, la más clara, la más fría, la de mayor altura y la de mejor sabor
(Gallo, 2015). Así, empezaron a explotar fuentes y manantiales, y aguas subterráneas a través
de galerías de drenaje, que iban a parar a acueductos (acueductus) para su conducción hacia la
ciudad (Gutiérrez, Santos, & Sánchez, 1997).
A su vez, la necesidad de evacuar las aguas negras y mantener así limpio el entorno hico
que se crearan redes de cloacas subterráneas, que en muchas ocasiones iban a parar a los ríos
cercanos, que los contaminaban haciendo que llegara un punto en que los rayos del sol ya no
servían para depurarlos naturalmente. Destaca la Cloaca Máxima de Roma (Casado).
Destacamos también los humedales y las desecaciones respecto al tema de la
insalubridad. Los romanos tenían en su ideario colectivo qué zona se podía calificar como
salubritas o insalubritas en base a si se trataba a humedales o áreas pantanosas. Anteriormente,
cuando citábamos la descripción de Ovidio sobre el antiguo asentamiento de Roma capital
supimos que ésta se situaba sobre las proximidades del Tíber, un terreno húmedo e inundado,
y también que la zona fue desecada, probablemente a causa de la propagación de mosquitos
portadores de la malaria, así como por los olores desagradables. Su descripción se ha
considerado como uno de los mayores ejemplos de la adaptación del pueblo romano al medio
y la transformación del paisaje a como sus intereses les guiaban (Gil, Esparraguera, & Martínez,
2004).
Resulta curioso que muchas de las fuentes escritas hablen de los humedales y las zonas
pantanosas, así como del paisaje en general, de forma negativa. Hay que recordar, para
sorprenderse ante esto, que en la importante leyenda fundacional de Roma se habla acerca de
un bosque, y por otro lado que el río Tíber se consideraba sacro, aunque también es cierto que
no hay que generalizar las opiniones negativas en los escritos para todo paisaje o elemento
natural ya que existían algunos espacios considerado sagrados (lucus, sacer o divinus) como
los casos anteriormente mencionados. Serían entonces las áreas pantanosas las problemáticas a
la hora de realizar el proceso de asentamiento y adaptación, considerándose espacios nada
atrayentes y pasados a llamarse insalubritas y pestilens (Palacios, 2016).

3
La calidad del agua era de suma importancia, tanto, que para conservarla evitaban que le llegara los rayos del
sol, que no hubiera arrastres sedimentarios ni contacto con materiales erosionables (Gallo, 2015).

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Para su drenaje, se sirvieron de la tradición etrusca pues este pueblo había sido
especialmente experto en estas obras. Utilizaron canales de desagües, cloacas, tuberías, etc. y
para cauces amplios, en ocasiones desbordados a causas de fuertes lluvias, construían grandes
canales denominados emissarium. Cabe destacar la desecación del problemático lago Fucino,
que no se consiguió por completo hasta obras del siglo XX bajo mandato de Mussolini
(Gutiérrez, Santos, & Sánchez, 1997).
Por tanto, el paisaje romano ha sido construido principalmente gracias a las fuentes
escritas pues mucha de la vegetación de la época ha desaparecido, las ciudades y villas han
crecido o se han generado nuevas sobre los restos antiguos romanos, etc. La arqueología
también ha puesto de su parte cuando escritos como el Corpus Agrimensorum se quedaban
cortos de información o no coincidían con los restos encontrados. Incluso algunos de los autores
agrónomos (Columela, Catón, Varrón, ...) a veces cometían el error de describir una explotación
rural ideal que no se ajustaba con la realidad (Gil, Esparraguera, & Martínez, 2004).
Conclusión.
Este es un tema que llama mucho la atención a pesar de lo poco que ha estado, e incluso
que está, estudiado. Una buena parte de los artículos y libros que he consultado mencionaban
en algún momento cómo la arqueología y la historiografía han comenzado hace apenas unos
años a estudiar aspectos más concretos de la economía agraria y de la gestión y
aprovechamiento de los materiales y recursos que la naturaleza ofrece al ser humano en estas
épocas antiguas. Tradicionalmente se han repetido los mismos esquemas para hablar de política,
derecho, economía, agricultura y estudios de los monumentos hidráulicos más famosos e
icónicos del Imperio Romano con son los acueductos. Puede que el efecto de admiración que
pretendieron conseguir con las construcciones de estas obras monumentales siguiera a lo largo
de la historia, produciendo un estupor algo superficial y escueto que ha ignorado hasta tiempos
recientes qué más hay detrás de todo esto.
A la hora de ahondar más e informarme más profundamente me he encontrado con este
problema, solo unos pocos y selectivos artículos y libros tratan la gestión de elementos naturales
tan concretos, como los humedales, por ejemplo, y del uso de los recursos del entorno a la hora
de adaptarse al medio y construir sobre él. Quizás puede pasar desapercibido dado que resulta
lógico, pero todo lo que se ha levantado ha necesitado de un entorno de dónde extraer lo
necesario para su elaboración, y a veces, ese entorno ha sido más o menos fértil, domable o
indomable, etc. La capacidad de adaptación de una sociedad también puede aportar datos sobre
ella, como su capacidad de ingenio, de superar la adversidad, su mentalidad e incluso la
personalidad de los dirigentes.

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‘’Una brevísima historia de la arquitectura solar’’. Mariano Vázquez Espí, Instituto
Juan de Herrera.
Dudé mucho acerca de cuál sería la segunda reseña a trabajar dentro del apartado de
lecturas obligatorias. Pero un tema tan «nuevo» e interesante como de la arquitectura solar
acabó por embaucarme, era la primera vez que escuchaba acerca de este término y su
historia, si bien tiene mucho sentido que ya desde incluso antes de la época de Grecia y
Roma se tomaran en cuenta la dirección de los rayos solares en las estaciones para
aprovechar ese recurso calorífico natural.
Para ser más exactos, más que una breve historia de la arquitectura solar lo vería
como una Historia del aprovechamiento de la energía solar, puesto que se habla de su uso en
diversos ámbitos como la termodinámica o a través de cuerpos que potencian su energía
como los espejos o la caja caliente. Es notable que se explican una serie de objetos y
mecanismos, principalmente para el uso doméstico, aunque también para el agrícola o
simplemente ideados por los estudiosos movidos por el hecho de conocer más e inventar,
animados por el vapor del agua en muchas ocasiones, hecho que me ha recordado a la estética
del subgénero Steampunk, que imagina un siglo XIX repleto de mecanismos, vapor, metales,
cristales y muchos inventores dispuestos a descubrir e idear máquinas novedosas y
modernas.
Volviendo atrás, escribía antes la palabra «nuevo» entre comillas puesto que como
ya se ha ido comentando a lo largo de la lectura, el uso del calor del sol y sus rayos se ha ido
descubriendo, redescubriendo y enterrando continuamente a lo largo de la historia. He estado
durante gran parte de la lectura del artículo pensando acerca de lo curioso que una fuente
inagotable, ecológica y siempre disponible como es el sol, fuera derrotada ante la sucesiva
aparición de alternativas contaminadoras y limitadas, pero aparentemente más fáciles de
adquirir y baratas (carbón, petróleo y energía nuclear), hasta llegar al apartado de conclusión,
que confirmaba mis pensamientos sobre nuestra tendencia a ser una sociedad consumidora
enfocada a la economía. Recuerda un poco a la típica expresión de la «historia se repite»,
actualmente llegamos a un punto en que los recursos naturales para generar calor (carbón,
madera, gas natural…) de nuevo nos son insuficientes, igual que cuando se produjeron las
crisis por falta de madera de Grecia y Roma antiguas.
También he observado que en la actualidad se estaría viviendo una nueva oleada de
interés por la energía solar de la mano de la instalación de placas solares, en apariencia con
mayor éxito que sus tecnologías hermanas predecesoras. Esto es debido en parte a la
conciencia ecológica que hoy día predomina y a la mayor preocupación por las
consecuencias del uso y extracción de las energías y recursos no renovables, no sin su ya
tradicional adhesión a la creencia de que vaya a tener consecuencias antieconómicas.
Aunque para mí esta alternativa no tiene por qué ir en contra de los beneficios
económicos, como ya he comentado, en nuestra conciencia moderna el peso de lo ecológico
y amable con el medio ambiente es mucho mayor comparado a otras épocas pasadas, y es
muy probable que llegue el momento de gloria y éxito de la energía solar. Solo tenemos que
fijarnos en la cantidad de productos ecológicos que cada vez son más demandados, nuestra
sociedad comienza a primar el respeto medioambiental y hacia el ecosistema siendo capaz
de compaginarlo con el capitalismo y la consumición.

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De esta manera las empresas se reinventarían y comercializarían las nuevas opciones.
Últimamente, con el problema sanitario actual, se ha repetido mucho la concepción de que
las crisis son el motor para el cambio, los inventos, las alternativas que se crean por una
nueva adaptación al medio. Y de nuevo, así sucedió cuando Grecia se quedó sin bosques y
maderas y buscó la arquitectura solar, y así sucederá cuando el carbón y el petróleo se agoten
por completo.
De igual modo, es interesante reflexionar que, con la cantidad de diferentes
estudiosos y destacando el caso de ignorancia de George Fred Keck, hasta pareciera que lo
natural e innato en nuestro razonamiento sea orientar las casas de tal manera que se calienten
en invierno y se mantengan frescas en verano, o bien el simple hecho de acabar eternamente
buscando al sol para beneficiarnos de él en los nuevos inventos que lleguen.
Interesante también cómo en muchas ocasiones creemos ser muy modernos y nuevos
trazando una idea que ignoramos ya en la antigüedad existía, lo que ha ido alimentando el
mito de que los antiguos no sabían mucho o estaban atrasados en comparación a nosotros.
Fijarse en lo que han hecho nuestros predecesores nos ayudará a mejorar y avanzar como
ellos lo hicieron, no por nada se dice «somos enanos sobre hombros de gigantes», famosa
frase de Bernardo de Chartres.
Así, indagando sobre mayor información en la relación sol, calor, recursos y ser
humano he ido encontrando una serie de estudios que pretendo ilustrar aquí a la vez que me
nutro de ellos. El sol, ya sea en civilizaciones antiguas, ya sea en la actualidad, siempre ha
despertado nuestra admiración y respeto. De él proceden todas las energías renovables que
existen, su calor genera las presiones y por tanto el viento (energía eólica), ordena el ciclo
del agua (evaporación-nubes-lluvia) para la energía hidráulica, las plantas se nutren de él,
etc. (Martínez & Caro, 2010). Por ello, a continuación, voy a seguir con una reflexión acerca
de lo que el sol ha supuesto, tanto en la arquitectura como en la religión, para innumerables
culturas y sociedades antiguas de todas partes del mundo: egipcios, mesopotámicos, chinos,
griegos, romanos, japoneses, aztecas, anasazis, etc. nombraré solo a algunas.
Para los egipcios, se trataba del dios Ra, creador del mundo, con centro principal de
su culto en Heliópolis, la Ciudad del Sol. Si bien aquí no tenemos una planificación urbana
orientada a recoger o expulsar el calor que desprende el sol como en Grecia o Roma, sí
vemos unos primeros vestigios de monumentos relacionados con el sol. Nos referimos a las
conocidas pirámides, tradicionalmente explicadas como una expresión arquitectónica en
referencia al sol, de ahí su forma en punta hacia el cielo. También podemos mencionar la
Pirámide del Sol de la cultura mexica o azteca (Sen, 2007).
En la lectura se han mencionado los pueblos del norte de América, en concreto los
anasazis (o Pueblos). Pero por otro lado tenemos otras culturas norteamericanas como la de
las Casas-grandes. Éstos se asentaban generalmente en cuevas presentes en acantilados,
disponiendo sus casas de tal manera que los rayos del sol calentaban directamente la fachada
principal donde se encontraban las habitaciones, y en parte trasera, en el interior oscuro y
más frío de la cueva, estaban los almacenes de comida, lo que beneficiaba los procesos de
conservación. La tierra compactada con la que levantaban sus casas absorbía el calor de los

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rayos solares durante todo el día, que se manifestaba al caer la noche mantenido la casa
cálida en invierno y fresca en verano.
Por tanto, vemos un conocimiento del medio por parte de esta cultura que poco o
nada tiene que envidiarle al que poseían griegos y romanos pues no solo se distribuían las
viviendas hacia el sol, sino que también elegían las fachadas que más les protegiera de los
vientos heladores, y dentro, en cada habitación tenían dos ventanas-puerta para que el aire
circulara (López, 2015).
En el caso de la antigua China, también existe una racionalidad a la hora de
posicionar y construir las casas. Sin embargo, dicha sociedad al estar fuertemente dividida
en clases y regirse según el status, sólo los más privilegiados se beneficiaban de la estratégica
posición de las habitaciones de cara a los rayos solares. Para aprovechar los diferentes
vientos y su temperatura, las principales habitaciones se construían cerca del patio central
perteneciente al ala norte, orientadas al sur. Las siguientes mejores habitaciones se colocaban
en el ala este, donde penetraba el sol. Así mismo, en el jardín del patio se plantaba un
frondoso granado para que protegiera del fuerte sol veraniego.
Un dato curioso e interesante es que la sociedad china utilizó el mismo tipo de casa
con su respectiva orientación por alrededor de tres mil años, siendo cambiada a partir de
mediados del siglo XX con la entrada del maoísmo (Chan, 2004).
Lo que demuestra todo esto es una innata adaptación al medio por parte del ser
humano, y un claro razonamiento hacia el aprovechamiento de los recursos que nos ofrece
el entorno, tanto materiales como inmateriales. Las diferentes culturas se han visto
influenciadas por esta adaptabilidad, y se han formado específicamente forjando relaciones
con su ambiente particular y concreto. Ya no solo están implicados los recursos naturales
como la luz solar o el viento, sino que también hay un conocimiento de los materiales en
cuanto a composición y color a la hora de elegir la estructura según el medio en que se habite.
Por ejemplo, en la cuenca mediterránea son muy conocidas las casas de color blanco,
resultado del uso de la cal. La presencia de la cal para el revestimiento de las construcciones
se remonta a tiempos de la prehistoria, se utilizaba también en la antigua Grecia, pero serían
los romanos quienes perfeccionaran su técnica (Valles, 2015). En España y más
concretamente en Andalucía, ha venido siendo un perfecto aliado a la hora de expulsar el
calor solar y mantener así la casa con un clima interior más fresco ante el abrasante verano
del sur peninsular.
Los romanos en su extenso imperio hubieron de adaptar sus casas solares a los
diferentes lugares, algo que Vitrubio ya observó y apuntó: «Debemos tomar nota de los
países y climas en cuyas casas vamos a construir nuestros diseños para que sean correctas.
Un tipo de casa que parezca apropiada para Egipto, otra para Hispania… y otra diferente
en Roma, y así con las tierras y países de diferentes características».4
Vitrubio había estudiado a Sócrates y a Aristóteles, y daba consejos a seguir según
sus dictámenes llegando a superarles al incluir dictados de dónde deberían de situarse las
habitaciones. También recomendó que, en el norte de África, donde resultaba imposible

4
Extracto traducido del inglés por mí obtenido del libro A Golden Thread, de Ken Butti y John Perlin.

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librarse del extremo calor y luz solar, la entrada de las casas se situara hacia el norte (Butti
& Perlin, 1980).
Otro recurso muy utilizado ha sido la madera de los árboles, que como bien sabemos
se ha empleado desde los inicios como principal material para alimentar el fuego, y, por
tanto, generar el calor necesario. La escasez de este componente generó la crisis por
deforestación que vivieron tanto la antigua Grecia como Roma, y se podría tratar como el
origen del ingenio humano a la hora de visualizar la arquitectura solar que nos atañe en este
artículo y reseña.
El cómo veían los antiguos griegos y romanos el entorno que les rodeaba ha sido una
cuestión que ha empezado a ser atendida en la actualidad. Sería interesante conocer si sus
acciones, en ocasiones destructivas, sobre la naturaleza les preocupaba.
En Grecia sabemos que por el 1100 a.C. comenzaron roturaciones de tierras para
conseguir combustible con el que fundir hierro para hacer herramientas, la épica no permite
conocer la realidad del paisaje desde esos años hasta el siglo V a.C., que es cuando
empezamos a tener fuentes escritas fiables. Desde entonces existen algunos textos que
mencionan la destrucción del bosque por la acción humana y por incendios forestales
naturales, pero otros textos incluso mencionarían incendios provocados, como así lo registra
Tucídides: «(En Etolia) fueron a parar a un bosque que no tenía salida e, incendiándolo, lo
quemaron».
Ya en el siglo V a.C. Atenas importaba madera de Macedonia a causa de la escasez
que sufrían. Los griegos eran conocedores de su dependencia de la naturaleza y su anhelo
hacia ella, comenzando entonces la construcción de jardines que los harían acercarse más al
campo, Plutarco describe: «(Cimón) fue el primero que embelleció la ciudad con los
llamados lugares de reunión nobles y elegantes, que un poco más tarde fueron muy
admirados: hizo plantar el ágora de plátanos y transformó la Academia de lugar árido y sin
agua en bosque bien regado, acondicionado por él con pistas limpias y umbrosos paseos».
Pero su concepción ¿iba más hacia el amor al entorno y por tanto necesidad de
protegerlo, o más bien tenían una visión más utilitarista? La respuesta es que estaban
influidos sobre todo por la religión, la naturaleza era el entorno de los dioses y ellos se
manifestaban a través de ella. Por otro lado, su visión era también económica, lo que hizo
que se dictaran normas para la protección del entorno (Crespo, 1996).
Un concebimiento similar en cuanto al utilitarismo de la naturaleza la tenían también
los romanos, como ya se ha mencionado en la reseña anterior. Ellos también sufrieron crisis
por deforestaciones y le daban gran valor a sus fincas y la rentabilidad de éstas, se han
encontrado numerosos tratados de autores diferentes (como Columela o Varrón) que
explican cómo, dónde y cuándo cultivar para obtener la mayor de las rentas. Para la
obtención de madera, destacaban los madereros de la Galia Narbonesa, de los que se sabe
construían balsas y transportaban troncos a través de los ríos hasta que llegaban a la
península itálica y a Roma capital, donde alimentaban entre 800 y 900 baños públicos
(Villagra & Pasquantonio, 2020).
Todos estos testimonios vienen una vez más a confirmar nuestra tendencia en la
sociedad hacia la explotación del medio material para beneficios propios y económicos, lo

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que habría estado controlando el rechazo que sufrían una y otra vez los inventos solares de
todos los autores que se han ido mencionando en el artículo.

‘’Ecología en la Antigüedad clásica. Capítulo 1. Griegos y romanos ante la


Naturaleza’’ Juan Francisco Rodríguez Neila
Con esta última reseña se puede hacer una síntesis de las dos anteriores, pues el
capítulo de este libro comprende temas que ya se han mencionado en las páginas previas, y
que ahora ahondaremos más profundamente, como la forma de ver la naturaleza por los
antiguos. Hablábamos, por ejemplo, que los romanos repudiaban los lugares pantanosos y
tierras húmedas, que su visión iba enfocada al estricto aprovechamiento de los recursos y
una preocupación hacia el medio de forma superficial, etc.
Griegos y romanos pensaban que el mundo estaba creado para el ser humano, para
su uso y disfrute, con el derecho incluso a modificar y mejorar algunos elementos que ellos
creyeran necesarios. Por supuesto, esto con matices, igual que había mentalidades
antropocéntricas, las había respetuosas con la naturaleza y realistas en cuanto a que el mundo
no es para los humanos, sino que los humanos sólo conformamos un parte del mundo.
También en ambos se manifiestan las deidades y lo sagrado a través de la naturaleza en los
bosques, los ríos, el viento, el sol, etc. Así mismo, de nuevo se mencionan autores como
Platón, Aristóteles, Varrón, Catón, Columela… pues sus tratados agrimensores nos dan
pistas también de la mentalidad ecológica de la época.
Tenemos noticias de problemas por deforestación, arrasamiento de los suelos,
desecaciones, falta de recursos por agotamiento en sus localidades, vertidos
contaminantes… y un largo etcétera que les hizo tener que recurrir a la regulación de las
actividades extractivas a través de leyes y prohibiciones, y comenzar a la vez una
observación del medio que se manifestó con numerosos tratados y escritos ecológicos. Como
precursores destacan los griegos si bien los romanos serán quienes realicen una legislación
más detallada acerca de la regulación extractiva del medio.
En el siglo V a.C. Atenas, en su crisis por falta de árboles y por tanto madera, tuvo
que importarla desde otras partes del mediterráneo como el reino de Macedonia, lo que hizo
que se establecieran relaciones diplomáticas. Por otro lado, en Roma, la madera fue utilizada,
además de como combustible para hornos metalúrgicos, calefacción o en las termas, para la
construcción de villae, domus e incluso ciudades enteras como fue el caso de Rávena (Neila,
1996). Pero lo que más provocó la roturación de grandes áreas fue la agricultura, es
destacable la frase de Varrón en su Re rusticarum, que dice así: «¿No está plantada Italia
con árboles, tal que toda parece un huerto?» (Villagra & Pasquantonio, 2020). Las siembras
más importantes fueron el trigo, la vid, el lino, el olivo, hortalizas, legumbres y árboles
frutales.
Así mismo se necesitaron para la ganadería zonas de pastizales, reservándose al
pastoreo, impidiendo la regeneración del bosque, las cabras eran especialmente destructivas,
ya Platón señaló su capacidad devastadora del manto vegetal, y esto nunca fue regulado
(Neila, 1996).

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Ante esto, comenzaron una serie de medidas protectoras para preservar el patrimonio
maderero. Los propietarios de fincas reservaban parte de sus terrenos a mantener el bosque
intacto, y pronto esto se convirtió para Catón en una de las condiciones que debían de reunir
si querían tener una hacienda ejemplar. En Grecia, la extracción de madera de olivo se
protegió dados sus beneficios económicos, regulando su tala a un máximo de 10 olivos por
año. En Roma, la lex Aquilia y la actio arborum furtim caesarum sancionaban con una multa
delitos de daño sobre la flora, y Ulpiano, por ejemplo, clasificó los tipos de árboles cuya tala
se consideraría delito, siendo éstos todos los frutales. (Rodríguez, 2020)
Sin embargo, y a pesar de todo, los romanos no llegaron en algunas ocasiones a
realizar obras de considerable impacto ambiental como el Canal de Corinto por miedo al
castigo de los dioses por la enorme soberbia humana. Cuando se llevó a cabo una enorme
roturación de bosque para instalar en los lagos Lucriano y Averno una base naval con salida
al mar, hubo una tormenta desastrosa que arrasó el ecosistema, produjo inundaciones y
arrastró a los que fallecieron en el acto, los romanos creyeron que era la ira de los dioses por
haber acabado con el bosque (Rodríguez, 2020).
Hoy día el miedo religioso o supersticioso no nos frena, y disponemos de la
tecnología suficiente para llevar a cabo la destrucción de la naturaleza sin miramientos. Sin
embargo, la mentalidad protectora con el medio ambiente nos ha poseído, es lo que nos frena
a la hora de acabar con la Tierra. Parece una situación paralela a la de la antigüedad, aunque
con diferentes motivaciones, si bien en la actualidad algunas personas hablan de la ecología
espiritual como una nueva religión.
Otra cuestión interesante a tratar es la relación de la humanidad con el medio
ambiente más allá del abastecimiento de materias y alimentos para vivir. Cuando pasaban
demasiado tiempo en la ciudad notaban los efectos psicológicos que conllevaba alejarse del
medio natural, lo que les hacía echar de menos las zonas verdes buscando crear espacios
artificiales como jardines (por ejemplo, en los palacios mesopotámicos) o bien recurriendo
a casas de campo lejos de la ciudad (como las villae romanas). Así mismo, la convivencia
en sociedad y la contaminación acústica afectaban por su parte ocasionando enfermedades
por problemas del sueño, depresión o ansiedad.
La tarea de analizar esa relación de la mente humana respecto al entorno que rodea
al individuo, y los impactos negativos o positivos que éste tiene, ha sido objeto de estudio
de la psicología ambiental. Dicha disciplina, que a pesar de parecer que no tendría nada que
ver con este tema, podría interconectarse con el estudio histórico de la mente humana. Al
igual que en la actualidad hemos optado por dotar de parques a nuestras ciudades y de
realizar escapadas rurales para retirarnos del ajetreo urbano, los antiguos también buscaban
de esa conexión natural o espiritual con el mundo, de hecho, los sacerdotes griegos en sus
terapias recomendaban a sus pacientes, además de tomar hierbas medicinales y recibir
ungüentos, que hicieran deporte, comieran saludable, y disfrutaran del entorno (Morán-
Astorga, 2015).
A pesar de atribuir las enfermedades a un origen divino o sobrenatural, los griegos,
y más concretamente los hipocráticos, apuntaban que también influían factores externos
como las variaciones climáticas (Saco, 2006). La medicina de Hipócrates es de las más

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conocidas e importantes, su Corpus Hippocraticum hace especial hincapié en la dependencia
del ser humano respecto al entorno natural en el que habita, y en la primera parte ofrece una
serie de terapias medicinales personales e individuales. Para fijar una terapia concreta, los
hipocráticos analizaban una serie de influencias tales como la posición de las ciudades en
cuanto a exposición a los rayos del sol o a los vientos, la calidad y composición del agua o
el tipo de clima a los que pudiera estar expuesta la persona que padeciera la enfermedad.
Hipócrates trató de demostrar que, según la posición geográfica, el clima y los
vientos, los ciudadanos padecerían de unas enfermedades concretas y endémicas. Por
ejemplo, para él los habitantes de ciudades orientadas al Este serían sanos, fuertes e
inteligentes, y por contraposición los habitantes de ciudades orientadas al Oeste serían
débiles y enfermizos (Férez, 1984).
Volviendo al tema de zonas verdes, tradicionalmente los bosques y naturaleza en
general se han estudiado estrictamente como medio físico, atendiendo a sus tipos de
vegetación, la localización, los usos y aprovechamientos que ofrecen, etc. pero se nos ha
olvidado que además de todo eso, el paisaje es una ideología y una percepción emocional de
las personas. Hemos sido nosotros, los humanos, quienes hemos construido los paisajes y
elementos naturales, entendido esto a como nosotros percibimos su significado e
importancia.
El bosque para los griegos era visto como un lugar peligroso al que iban a parar
marginados y delincuentes que huían, era inmenso y desconocido, con mayores
probabilidades de sufrir ataques enemigos en las poblaciones circundantes. La Copa de
Aison refleja muy bien ese imaginario del bosque como un lugar oscuro y peligroso. Pero a
pesar de ello, también era visto como un lugar mágico en el que encontrar tesoros o tener
encuentros inesperados con los dioses. Una concepción similar a la que se tendrá en época
medieval donde el bosque es a la vez tenebroso e inseguro, pero igualmente mágico al
albergar criaturas fantásticas tales como hadas o gnomos. Por otro lado, la aristocracia griega
lo percibe igualmente como un espacio salvaje, no cultivado, y por tanto no economizado.
Sin embargo, el jardín es visto como un deleite visual, la evidencia del poder del
humano sobre la naturaleza, y posteriormente su desarrollo ideológico evidenciará el poder
de los aristócratas sobre el resto de la sociedad. En época arcaica ya se conocen dos tipos de
jardines a través de la Odisea de Homero, el bucólico, fértil, exuberante y lujoso, y el parco,
más terregoso.
Más tarde, en época clásica se desarrolla su concepción y su ideología mayormente
ligada al disfrute y el ocio, si bien los jardines nunca dejaron de producir frutos, verduras y
hortalizas destinados al consumo alimenticio. Tucídides atribuye a Pericles haber exclamado
que las tierras del Ática eran «un jardín de recreo y un lujo de rico». Se conocen numerosas
casas de aristócratas que contaban con jardines para su recreo personal, y que incluso algunos
de ellos incluían cenadores (Pujol, 2020).
Los jardines romanos son más conocidos que los griegos y han sido mayormente
estudiados, pero los romanos tomaron esta herencia de sus vecinos clásicos, ellos fueron
quienes los inspiraron a transformar el jardín hacia una concepción de esparcimiento y ocio,
desligándolo de lo cultual, la religión y el mundo funerario. Existieron diversos parques y

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edificios públicos que gozaban de la exuberancia naturaleza, sin embargo, fueron en las casas
privadas o domus donde más se desarrolló la jardinería. Antes de la llegada del peristilo
griego, las domus romanas ya contaban con un espacio reservado a la naturaleza, el hortus,
que se situaba en la parte posterior del edificio y que servía para proveer de alimentos básicos
a los dueños, pero será entonces, cuando el jardín pase de ser productor a ser meramente
decorativo y simbólico del poder social de sus propietarios (García-Entero, 2003-2004).
Con una concepción más científica, Teofrasto, sucesor de Aristóteles, es considerado
el padre de la Botánica gracias principalmente a su obra Historia plantarum. Ya nuestro
capítulo de libro nos introdujo su visión del mundo, diferente a la que tenía su maestro. Para
él, la naturaleza tenía su propia razón de ser. Apuntó las diferentes especies vegetales que
poblaban el mundo, describiendo a los árboles minuciosamente notándose que no solo los
veía, sino que los observaba (Villagra & Pasquantonio, 2020).
En él vemos a una de las primeras personas en la historia que se maravillaron con el
mundo, que se detuvieron a admirarlo y preocuparse, con una mentalidad ecológica que se
acercaría a la que tenemos en la actualidad. Lo podemos ver en un fragmento de su obra que
describe los árboles: «La raíz es la parte por medio de la cual la planta toma el alimento, y
el tallo aquella que lo transporta. … elemento continuo que sale de la tierra y está sobre
ella, porque ésta es la parte que aparece más corrientemente, así en las plantas anuales
como en las perennes. Si se habla de árboles, esta parte se llama «tronco». Llamo «ramas»
a las partes que nacen de éste, a las cuales algunos apellidan «brazos». Por «ramita»
entiendo el brote que surge de la rama considerada como una unidad, especialmente cuando
tiene la duración de un año. Éstas son las partes más propiamente constitutivas de los
árboles».
Aunque, como ya sabemos, ambas culturas clásicas solían mirar más bien a la
naturaleza como una fuente de ingresos rentables, especialmente en el imaginario romano.
Griegos y romanos se enfrentaron a la deforestación y erosión del suelo, que en muchas
ocasiones provocaba que los vientos fuertes o fríos se deslizaran por las laderas desnudas,
así como las lluvias arrasar más fácilmente la tierra provocando inundaciones al no haber
árboles y sotobosque los contuvieran. Y no solo eso, sino que fueron el promotor de la
necesidad por encontrar esas alternativas solares para calefacción natural que anteriormente
hemos comentado.
Pero la relación ser humano-naturaleza va más allá de todo lo desarrollado hasta
ahora. El efecto del entorno en el desenvolvimiento de las sociedades y culturas es crucial.
Los griegos ya se dieron cuenta de un posible uso defensivo gracias a las características de
su propio medio natural, siendo efectivo en momentos contra invasiones o para protegerse.
Por ejemplo, cuando Tucídides habló de que el suelo seco y yermo del Ática hacía que no
mereciera la pena invadirles y echarles de esa tierra. Por otro lado, Estrabón en su libro VI
de Geografía, plantea las razones geográficas que llevaron a Roma a ser el Imperio supremo
en el mediterráneo, una cuestión muy interesante y que merece la pena mencionar, como él
mismo dijo: «en este momento queremos reseñar las (características geográficas) más
importantes, a causa de las cuales los romanos han llegado a tal grado de pujanza.»

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A continuación, describe una serie de rasgos que aventajarían a Roma sobre el resto
de civilizaciones, estos son, la virtud de estar protegida por el mar en todos sus lados menos
por uno, que se refuerza con la cadena montañosa de los Alpes; sus puertos de gran tamaño
y avanzados tecnológicamente; la posición geográfica de la península itálica y Sicilia que
los confiere de un clima que los dotaría de una rica variedad de flora y fauna; las llanuras y
colinas fértiles a ambos lados de los Apeninos, así como una gran cantidad de ríos y
manantiales de calidad; la variedad de minas y la abundancia de sus bosques. Además, el
hecho de rodearse de países también ricos y prósperos hacía que no se limitaran al medio
físico itálico (Estrabón, 2001).
En definitiva y para terminar, los antiguos tenían una muy buena capacidad de
observar lo que les rodeaba, y adaptarse a ese medio aprovechando cada recurso que
estuviera a su alcance. Y no solo eso, sino que también razonaban lo que ello conllevaba, a
pesar de que en ocasiones atribuyeran los desastres naturales a las fuerzas sobrehumanas,
otras muchas veces sabían que todo ocurría debido a su propia fuerza destructiva.

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