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Línea Suicida

@paulalcda
No freedom until
We are
Equal.

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Línea Suicida
Es 1998 y Harry Howell aún no sabe qué diablos hacer con
toda la gran herencia que su difunto abuelo le dejó. En los
típicos clichés de las típicas novelas; Harry sería el bastardo
lleno de dinero y totalmente arrogante, pero ésta vez no.

Él siempre ha sido un alma buena, alguien con el que siempre


puedes contar. Alguien dispuesto a darte una mano.

Es 1998 y Harry aún sabe que con el dinero no puedes com-


prar amigos, pero sí ayudar a la gente. Tras largos periodos
dedicados a brindar su ayuda en trabajos comunitarios úni-
camente por placer, Harry decide que va a participar en el
call-center de un amigo.

Pero éste ''call-center'' es bastante distinto. Es una línea sui-


cida, que brinda ayuda a personas desesperadas y solas en
las noches.

Es 1998, y muchísimas cosas pueden cambiar para Harry en


tan solo un mes.

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Primera noche:

1 de Diciembre de 1998.

— ¿Hola? —titubeó con la voz un poco tímida.

— ¡Hola, buenas noches! —el reloj marcaba las 0:35 de la


madrugada del miércoles, y en la mesa junto a su lado no
había nada más que planillas, bolígrafos, y uno que otro en-
voltorio de chocolate. — ¿Te encuentras bien?

—Huh, no…a decir verdad, n-no muy bien.

—¿Qué es lo que pasa? ¿Puedes decirme tu nombre? Así nos


será más cómodo conversar —dijo Harry mientras bajaba la
vista hacia su planilla, en donde había campos, los cuales
obligatoriamente debía rellenar en caso de alguna emergen-
cia:

Nombre y apellido:

Edad:

Dirección:

Ciudad:

—Huh, sí, soy Louis.

—¡Hola Louis! Yo soy Harry, ¿quieres contarme lo que suce-


de? —dijo H, para luego comenzar a rellenar en la planilla la
sección de ''Nombre''.

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Muchas personas seguían un protocolo en su trabajo, pero él
no. Y en cuanto a su trabajo, Harry no hacía nada, no necesi-
taba trabajar, había heredado una gran fortuna de su abuelo,
y por ende no debía mover el trasero ni para respirar.

Tras haberse llenado de efectivo de forma tan rápida Harry


no tardó en gastarlo, no completamente, fue de a poco. Hasta
que llegó a cierto punto en el cual se dió cuenta de que el
dinero no le llenaba en absolúto. Él podía tener lo que él qui-
siese, pero no era suficiente.

Necesitaba gente para poder compartir ese dinero, y muchos


de sus amigos se celaban apenas al acercarse a Harry, ya que
''él era el niño bonito que había heredado dinero y ahora era
un jodido mimado y para peor, forrado en dinero''.

Harry sabía que con dinero no podías comprar amigos ni


alguien a quién amar. Por lo que comenzó a hacer actos de
caridad. Cada mañana se levantaba temprano y ponía ropa
vieja, para luego caminar cuadras y cuadras hasta un viejo
comedor.

Ahí donaba gran parte de su dinero para invertirlo en comida


fresca. Además de donar, Harry se encargaba de ayudar a
preparar las comidas, servirle a los niños que asistían al lugar
y finalmente, quedarse a limpiar.

También ayudaba a refaccionar el comedor, ya que los techos


estaban manchados con humedad, rotos y hasta amenazaban
con caerse. Harry era bueno, generoso, amable. Harry era
ideal, un cliché de Príncipe azúl. Y la gente siempre lo supo,

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siempre le agradecían que fuera de esa forma. Siempre agra-
decían que diera todo sin esperar recibir algo a cambio.

Harry incluso había sacrificado dos de sus navidades ayu-


dando a hacerle la cena a vagabundos y personas sin hogar
en un famoso comedor navideño llamado ''Plato Caliente''.

Harry Howell era alto y tenía ojos verdes como el césped. Su


tez era media pálida, pero no tanto, estaba justo en el punto
normal. Vivía en Londres, Reino Unido.

De su cabello se desprendían rizos rebeldes que a veces debía


correr con una sacudida de cabeza. Su contextura era un poco
rara. La espalda de Harry era ancha y sus caderas pequeñitas.
No tenía nada de trasero, pero sí tenía unas buenas piernas.
Su rostro tenía un par de labios color magenta y una nariz
perfectamente delicada.

Era guapo. Pero para la lástima de las chicas, Harry había


descubierto que era gay hacía bastante tiempo. Contarlo,
para él, era una pérdida de tiempo, ya que la historia sonaba
como un típico filme sobre la homosexualidad. Él era ''hete-
rosexual'' luego comenzó a ver chicos. Los empezó a ver de
otra forma y ¡bum! ya no le gustaban las chicas.

Volviendo a su trabajo, después de pasar años y años ayu-


dando a la gente que realmente lo necesitaba, Harry sintió
que necesitaba más, pero no podía conseguirlo. Para su suer-
te, más tarde, un conocido fundó un call center donde se
atendían llamadas de personas con ansiedad, depresión, ata-
ques de pánico, o cualquier persona que necesitara ayuda al
sentirse con ganas de morir.

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Era una línea de ayuda al suicida.

A veces le entristecía saber que mucha de la gente que llama-


ba no volvía a hacerlo nunca. Harry siempre pensaba lo peor,
y le dolía en el alma, porque él había hablado con ellos por lo
menos una vez, y para él eso era considerado especial, por-
que aquellas personas habían conocido a un Harry que in-
tentó ayudarlas.

Sí, H era muy sensible, lo había heredado de su madre, Kim-


berly.

A Harry no le gustaba seguir el protocolo que los demás tra-


bajadores de la línea suicida usaban. Ellos hablaban fríamen-
te y no se preocupaban realmente por quienes llamaban,
puesto que sólo estaban ahí por la paga y el café gratis.

Por eso es que Harry siempre hablaba animado y trataba de


tutear a todas esas hermosas almas que llamaban y pedían
ayuda.

—No me siento muy bien, e-estoy pensando en suicidarme.

—Oh, Louis, no lo hagas, por favor. ¿Qué es lo que sucede?...

—Estoy m-muy triste —susurró Louis contra el auricular del


teléfono.

Las lágrimas se asomaban de sus ojos y sentía que la gargan-


ta se le apretaba. Estaba sentado en el sofá de su casa y su
gato reposaba entre sus piernas.

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Louis King era todo lo contrario a Harry… de contextura pe-
queña. Su espalda no era grande ni pequeña, su cintura esta-
ba bien formada y tenía un gran trasero. Su cuerpo era tan
curvilíneo como el de una mujer, lo cual era raro, ya que él
era un hombre.

Su cabello era color chocolate y se extendía por su frente,


estaba desordenado y hacía que se viera adorable. Los finos
labios de Louis eran una maravilla, al igual que sus tan azules
ojos. ''Cautivadores, realmente atrapantes'' era lo que varias
personas le habían comentado acerca de éstos a lo largo de
su vida.

Haciendo un pucherito para no llorar, Louis acarició el grisá-


ceo pelaje de su hermoso gato de raza Chartreux. Apoyo la
mejilla aún más contra el auricular del teléfono y cerró los
ojos durante unos segundos, mientras comenzaba a sollozar.

Estaba solo en su casa. No vivía con nadie. No hablaba con


nadie. Era siempre él. Él y su amado gato.

—No llores...No llores Louis, está bien, tranquilo, ¿sí? Quiero


saber tu apellido y si puedo, tu dirección, ¿será posible? —
habló Harry desde la otra línea.

Estaba preocupado y le rogaba a Dios que la llamada no ter-


minara en una desgracia.

—Soy Louis King.

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—Tu apellido es muy bonito, ¡significa ‘’rey’’! ¿No sabes de
dónde viene? —habló H, tratando de desviar la mente del
chico y calmar la situación.

—Sí —dijo la chillona voz de Louis —, viene de Gran Breta-


ña, y hum, era de nobles.

—¡Oh! Qué casualidad, te llamas Louis, como un rey. ¡Y tu


apellido no sólo significa ‘’rey’’, también tiene descendencia
de grandes y nobles!

—Sí...e-eso creo. Aunque no supongo que yo sea un grande o


un noble— habló Louis, desvalorizándose inconscientemente
y comenzando a sollozar con fiereza.

—Oh, no digas eso, ¡aún no lo sabes! Puedes llegar a ser un


noble, o alguien grande en la historia…Sólo el tiempo lo dirá.
Lou, ¿crees que puedes darme tu dirección? —dijo Harry
animándose a llamarlo de una forma más personal.

Tenía miedo y realmente deseaba que no le pasara nada al


chico de voz chillona con quien hablaba. Podía ser que Louis
fuera una llamada más en la noche, pero Harry se tomaba su
trabajo muy en serio, y no dejaría que ni a él ni a ninguna
otra persona que le llamase le pasase algo.

—Lo siento, tengo que cortar —le contestó L, ahora llorando


más fluidamente.

—¡No, no! No lo hagas, no me cuelgues Louis, quiero ayudar-


te —dijo Harry con desespero.

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Necesitaba sacarle su dirección. ¡Una desgracia podía pasar y
él podía impedirlo! ¡Era su trabajo!

—Lo siento —y el pitido de la línea comenzó a sonar.

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Segunda noche:

2 de Diciembre de 1998.

Harry, como de costumbre, siguió con su trabajo con lo de la


línea suicida. No podía sacarse de la mente aquella llamada.
Aquella ''charla'' con ese tal Louis King. No por algo en espe-
cial, sino porque aquel llanto que logró escuchar por minutos
se escuchaba de lo más inocente y puro...

Lo había buscado por todas partes, a él, a Louis. Había sacado


varias guías telefónicas de la biblioteca pública, había pre-
guntado entre sus conocidos, e incluso había implementado
el uso de las precarias redes sociales que existían, es decir, el
famoso buscador llamado Google.

Sabía que las probabilidades de encontrar a su querido ''ami-


go'' o ''conocido'' eran nulas, pero aún así lo intentó.

Harry suspiró realmente exhausto. ¿De qué le servía todo el


dinero que tenía si no podía encontrar a Louis? Desde aquella
extraña llamada, el joven revisó en todos los diarios de la
ciudad, buscando por una noticia que se relacionara con un
suicidio, pero nada apareció.

Por una parte, eso le alegraba, significaba que Louis estaba


vivo, y que no se había quitado la vida esa noche.

Del otro lado de la situación, una ansiedad terrible carcomía


el ser de Louis. La llamada le había afectado también. Le hab-

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ía gustado el tono con el cual H le había hablado. Parecía muy
amable e interesado. Hacía tiempo que no hablaba con al-
guien.

Su rutina sólo se basaba en despertarse a las seis de la maña-


na, trabajar durante cuatro horas como ayudante en una
tienda de vinilos originales, volver a su casa y llorar inconta-
bles veces gracias a su miserable vida.

Constantemente se repetía a él mismo que esa no era la vida


que deseaba.

Él quería estar rodeado de amigos, tener una familia y un


''alguien'' a quien amar. Deseaba volver abrir su corazón,
pero cada vez que se fijaba en una persona, o siquiera consi-
deraba la idea, los recuerdos le llenaban la mente, volviéndo-
lo a envolver en miedo.

Lo habían lastimado innumerables veces. Llegó a pensar que


él no podía amar, ni ser amado.

Su última pareja lo destruyó emocionalmente. Ambos habían


pasado una noche hermosa de verdad, Louis incluso había
pensado que su pareja había recapacitado y cambiado de
parecer. Pero eso no era nada más que una máscara para que
Louis entregara su cuerpo nuevamente…

Habían ido a cenar y habían hecho el amor. Pero todo cambió


en el segundo en el que Louis se recostó para quedarse dor-
mido.

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Su pareja se levantó y apartó de su lado con asco, mientras
comenzaba a tomar sus ropas y colocárselas. En el transcurso
de los cortos segundos en los cuales todo sucedió, su pareja
simplemente soltó con desprecio:

—No quiero volver a verte. Ésto se ha terminado aquí. No


sabes amar, Louis, no sabes ni podrás aprender jamás. No
sabes darle a una persona lo que necesita, no sabes satisfa-
cerme, sólo eres un fracasado, con un trabajo y un sueldo
miserable. Mírate, ¿lo ves? No vales nada. No voy a estancar-
me en tí.

Tras eso, simplemente tomó sus cosas y se largó de la habita-


ción del chico de cabellos color chocolate. Louis trató de lla-
mar, de verdad lo intentó, pero nadie atendió.

Llamaba a diario, había veces en las que no resistía y llegaba


a marcar el número de su ex pareja hasta unas siete veces al
día, hasta que un día la operadora le informó que el número
ya no existía. Y el pequeño corazón de Louis simplemente se
dió por vencido.

Aquella noche en la que llamó por primera vez, después de


rebuscar y rebuscar información en Google, consiguió entrar
a una página aburrida de juegos de trivia. Dispuesto a distra-
erse, jugó durante horas, hasta que un anuncio cubrió su
campo de vista.

''¿El suicidio es la solución? ¡Claro que no! ¡Llámanos 0800-


501573!''

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Sus ojos brillaron y no lo dudó, tomó de su lapicero un bolí-
grafo y arrancó un pedazo de papel de un cuaderno. Anotó el
número y debajo escribió con su pésima caligrafía ''Ayuda''.

Redondeó la palabra, esperanzado. Observó la pequeña nota


de papel por varios minutos y tuvo una corazonada. Esa no-
che algo especial le sucedería.

Algo en su interior se lo decía a gritos. Con una chinche, ase-


guró la nota en su pizarra de madera y continuó con su estú-
pido y aburrido juego trivial.

A las diez de la noche comenzó a tener un poco de ansiedad.


Trató de darse una ducha y tomó un par de calmantes, pero
nada le ayudó. Su corazón latía rápido y estaba en estado de
alerta por absolútamente todo.

Se sentó en su viejo sofá y trató de mirar un poco de televi-


sión. Puso el canal de dibujos animados, eso y una taza de
chocolate era lo que siempre le ayudaba a superar sus ata-
ques disfrazados de ''nervios''.

Louis suspiró y observó cómo los Looney Tunes cometían


locuras. La frase ''fantasías animadas de ayer y hoy'' siempre
le hacía sonreír.

Sí, bueno, con sus 23 años ya estaba bastante mayorcito para


ver dibujos animados, pero aveces era preferible para él sen-
tirse como un niño antes de seguir siendo un adulto con res-
ponsabilidades y con el deber de afrontar el mundo.

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A las once, el show de los divertidos dibujos animados se dio
por acabado. Suspiró y dejó su taza de chocolate a un lado. Su
hermoso gato saltó sobre su regazo y descansó sobre sus
piernas, mientras Lou peinaba el hermoso pelaje del minino
hacia atrás. Louis le susurró cosas, mientras el hermoso gato
Chartreux le ronroneaba. Se amaban. Se tenían el uno al otro.
Y él suponía que eso bastaba.

—Eres un buen chico...Sé que no vas a dejarme nunca. ¿Ver-


dad? Lo sé, lo sé amor, no vas a dejarme nunca.

La preocupación crecía dentro de él, tenía un sentimiento de


querer vomitar, pero eso no sucedía. El dolor en su estómago
crecía y se elevaba hasta su garganta. Se sentía ahogado, co-
mo si alguien estuviera sentándose sobre su pecho y
aplastándole. No pudo soportarlo, las primeras lágrimas se
derramaron.

—Oh amor, nunca me dejes, Félix— susurró con la voz corta-


da a su gato, quien levantó la cabeza y le observó con sus
penetrantes ojos.

L lo tomó con suavidad y dejó sobre el sofá, mientras le daba


una última caricia y se encaminaba a su cuarto. Esta era una
de las típicas noches en las cuales la rutina que a diario segu-
ía, se repetía. Se acostó en la cama, con el nudo penetrante en
su garganta creciendo cada vez más.

Las doce de la madrugada llegaron y un nuevo día comenzó.

Se dijo a él mismo que no quería repetir el mismo proceso.


No quería levantarse, trabajar, volver a su casa, llorar y luego

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dormir. La ansiedad le carcomió la mente hasta que recordó
el anuncio en internet.

A pasos lentos, se levantó, tomó la nota de su pizarra y ca-


minó hasta su sala de estar. Se sentó en el sofá y automática-
mente su gato se reposó entre sus piernas. Tomó el teléfono,
marcó el número y sucedió.

Al colgar, las lágrimas le ardían sobre las mejillas, las cuales


estaban rojas. Sus ojos irritados dolían como el infierno. Con
el brazo, se limpió las lágrimas y se llevó a su gato hasta el
dormitorio, para recostarse y dormirse.

Esa noche no se sintió tan triste. Sabía que había alguien que
se había interesado por él, por su bienestar. Esa noche, des-
pués de mucho tiempo, Louis intentó volver a considerar que
el mundo no era tan malo como él suponía.

Su misma rutina se repitió otra vez, sólo que ése nuevo día
tenía sentido. Sabía que podía volver a llamar al call center y
sentirse bien otra vez. Sabía que podía hablar con ese tal
Harry, quien había sido tan amable.

A las 12 del mediodía Louis volvió andando en bicicleta des-


de el local de vinilos llamado Enterteiment. Al pasar por la
casa de su vecino, quien se encontraba sentado en su mece-
dora, le saludó.

El señor Stephen Antonelli le devolvió el saludo con una son-


risa y una batida de mano. Él era el único con el cual tenía
contacto.

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De vez en cuando Louis salía de su casa y buscaba refugio en
el señor A, como él le llamaba. Él era un buen hombre, sus
nietos iban de vez en cuando, y sus hijos siempre le gritaban.

Louis era considerado un ''nieto más'' para el amable viejito.

De vez en cuando, el señor Antonelli desempolvaba la vieja


mecedora de su difunta esposa y se sentaba con Louis, para
hablar por horas. Cuando Stephen Antonelli hacía comida de
más, Louis siempre estaba invitado. Una vez, pasaron una
Navidad juntos.

Al llegar las 12 de la noche se dieron un gran abrazo, y el co-


razón de Louis dio un salto cuando el señor le susurró:

—Te quiero mucho, hijo. Espero que pasemos mucho más


tiempo juntos.

L le aseguró que sí, que pasarían bastante tiempo juntos, y


que él también le quería. Louis se prometió a sí mismo que
recordaría esa Navidad por el resto de su vida, porque la
pasó sintiéndose amado y en familia.

Louis estaba ansioso. Quería llamar a la línea, quería hablar


con Harry y tal vez podría conversarle sobre su día. Llegó a
su casa y su gato lo recibió pasándose por entre sus piernas.

—Hola chico, hola Félix. Te extrañé, ¿me extrañaste? —dijo


mientras lo tomaba en brazos y le dejaba un cariñoso beso en
la coronilla de la cabeza.

Su gato maulló en respuesta y él rió. Se aproximó a su cocina


y decidió que ese día comería su comida favorita. Pollo relle-

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no de queso, envuelto en un poco de jamón parma y con un
poco de puré de papas casero. Louis no sabía cocinar del todo
bien, pero se las arreglaba.

Ese platillo era el que mejor le salía, y además el único cual


receta se sabía de memoria, así que puso manos a la obra.
Demás está decir que le salió a la perfección. Después de eso,
el día transcurrió como de costumbre.

Con las horas, la tristeza de Louis era creciente, y las ganas de


llamar a esa maldita línea suicida también.

Las once de la noche llegaron y ya Louis estaba devastado.


Sus pensamientos consumían su mente y su tristeza era in-
mensa. Ya había llorado de pánico, como de costumbre. Había
olvidado cualquier cosa buena que le había ocurrido durante
la mañana, todo era melancolía, todo era sufrimiento.

Otra vez, se acurrucó en su sofá, a ver su show de dibujos


animados, y cuando terminó, decidió que era momento de
volver a llamar. Con su gato acostado a sus pies, su pijama
puesto y su tristeza amenazando con joder todo, Louis tomó
el teléfono. Marcando el número se preguntó si Harry le re-
conocería, pero sus pensamientos se vieron interrumpidos
por una voz distinta.

—¿Hola, buenas noches?

Era la voz de una mujer. No era Harry. Aterrorizado y muerto


de la vergüenza, Louis colgó el teléfono.

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Tragó saliva y se dijo a él mismo que esa noche hablaría con
Harry, o de lo contrario al día siguiente renunciaría a su tra-
bajo.

Dispuesto, llamó más de cinco veces, cinco voces diferentes le


contestaron, pero él sólo repetía el proceso, colgaba y volvía
a llamar.

—¡Buenas noches! —dijo una voz animada que él conocía.

—H-hola... —Louis estaba realmente nervioso.

—¡Hola, soy Harry Howell! ¿Cómo te llamas tú? —el chico de


los rizos sonaba como un adorable niño de kínder el cual
siempre está dispuesto a hacer amiguitos.

—Soy...Louis.

—¡Hola Louis! Tu voz me parece muy conocida. ¿Ya habías


llamado?

—Sí. Anoche.

H sufrió un golpe de memoria y lo recordó. Su conversación,


sus busquedas, su voz. Su tono al contestar ante sus respues-
tas mientras lloraba, recordó a Louis.

— ¡Oh Louis eres tú! Cuanto me alegra escucharte, oh, de


verdad. Estoy muy feliz de volver a escucharte —dijo efusivo.

Louis sonrió. Se sintió muy especial. Él le recordaba y se ale-


graba porque siguiera vivo...

— ¿S-sí? —titubeó.

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—Sí, realmente. Temía porque algo horrible te hubiese pasa-
do.

—Bueno, yo…—el ojiazul trató de no suspirar, pero fue inútil


—, sigo vivo.

—De verdad me alegra mucho escuchar eso.

—H-harry...

— ¿Sí?

Louis sonaba frágil. El tono de su voz era celestial para los


oídos de Harry. Nunca había escuchado una voz tan particu-
lar, por una parte le hacía gracia, por otra le resultaba tierna,
y por otra, le encantaba.

—Quiero suicidarme.

— ¿Y a que se debe? No…no deberías de querer hacerlo.

—Yo…ésta…Ésta no es la vida que quiero.

—Todo puede mejorar, Louis. No voy a decirte que la vida es


hermosa, porque a veces castiga y fuerte, pero, ¿sabes? el
suicidio es una solución permanente a problemas que son
temporales.

—Lo sé, pero es q-que... —pero el chico de los ojos azules se


rompió, y Harry pudo escuchar cómo él se sorbía los mocos.

Escuchó un pequeño jadeo y supo que sollozaba.

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—Lou, está bien, está bien, de verdad está bien —el rizado
comenzó a hablar de prisa, no quería que el contrario se alte-
rara. — No tienes que llorar. Estoy aquí para ayudarte, ¿está
bien? Puedes contarme lo que quieras —Harry suspiró, era
tan difícil…— Éstas conversaciones, por respeto a la gente, no
son grabadas. Sólo yo te estoy escuchando, sólo yo puedo
saber de lo que hablamos. Es como una llamada a un amigo,
¿sí? Puedes contarme lo que quieras.

—Estoy tan triste, lo siento tanto si lloro pero e-es que... Soy
un estúpido.

«Diablos, está destrozado» pensó H.

—No lo eres no digas eso de ti. Está todo bien, ¿okay? Puedes
confiar en mi.

—Quiero hacerlo, n-no soy pura habladuría pero soy muy


cobarde. Y bueno, quiero hacerlo pero...

—Oh Lou…Sé que no lo eres. ¿Qué es lo que pasa?

—No quiero hacerlo por mi gato, se llama Félix. Él no podría


salir si yo me suicidara, nadie podría abrirle la puerta para
que saliera a hacer sus cosas... Y tampoco nadie se haría car-
go de él si yo muriera. No quiero que termine en la calle, es
de raza, y bueno, eso realmente no importa. Sólo que lo quie-
ro muchísimo, es mi compañero y no merece terminar en la
calle por mi culpa.

—Oh Lou, tienes mucha razón. Debes ser fuerte por tu gatito,
Félix seguramente se pondría triste si lo hicieras.

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—Además, huh, mi vecino es un buen hombre. Él siempre me
invita a comer cuando hace comida de más...Y, ugh…

— ¿Y qué, Lou? ¿Qué más pasa?

—Él me considera un nieto más. No quiero que los ruidos de


la ambulancia lo despierten. Yo...Yo n-no quiero que sufra por
mi culpa. Sus nietos lo ven muy poco y sus hijos le gritan. Él
es muy amable, es muy buen hombre y no merece más sufri-
miento.

La voz de L sonaba tan tierna. Era casi como un niño. Sonaba


dulce y dolorido entre todo ese montón de mierda.

—Louis, ¿alguna vez te han dicho que tienes un corazón


enorme? —dijo H con el corazón endulzado y bastante toca-
do a causa de las palabras de aquél extraño con quien habla-
ba.

Nunca, en su tiempo trabajando en la línea, le había pasado


tal cosa.

—N-no... —contestó L mientras se limpiaba las pesadas


lágrimas que se desbordaban de sus ojos.

—Pues, bueno, me alegra ser el primero. Tienes un enorme


corazón, Louis. Gente como tú tiene el cielo ganado, sería un
desperdicio que te suicidaras, Lou. Y te lo digo de verdad,
personas como tú hacen mucha falta en este mundo, y hablo
en serio.

—Gracias, es lo más lindo que me han dicho desde hace mu-


cho tiempo… Tú también tienes un gran corazón, Harry…Me

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refiero a que tus palabras…Y la forma en la que tratas a quie-
nes llaman, —se sentía bastante tonto, por lo que tomó ai-
re— eres muy amable.

—Gracias —había una pequeña sonrisa en el rostro del riza-


do—, pero sin dudas, tú eres el héroe aquí.

— ¿Un héroe? —cuestionó Louis, sin lograr comprenderlo— ,


t-tú...Tú ayudas personas. Yo no hago nada, tú de verdad tie-
nes un gran corazón —sentenció.

H sonrió y bajó la mirada a la ficha que tenía que llenar obli-


gatoriamente. La tomó entre sus dedos y arrugó la hoja, para
luego tirarla en un cesto de basura.

—Te lo agradezco, Louis. De todo corazón, te lo agradezco.

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Tercera noche:

5 de Diciembre de 1998.

Tres días habían pasado desde que Louis habló por última
vez con Harry. Todas las noches llamaba a aquella línea sui-
cida, pero siempre escuchaba una voz diferente, nunca la de
Harry.

«¿Lo habrán despedido?, ¿se habrá cansado de contestar lla-


madas estúpidas de gente estúpida? Necesito oírle. »

En aquellos tres días se sintió el ser más miserable de todo el


mundo, y era porque la gente como Louis se enamoraba fácil,
porque la gente como él no recibía cumplidos o halagos con
frecuencia y cuando estas cosas pasaban, su ser caía ante los
pies de quien fuera el halagador.

Eso era exactamente lo que había pasado aquella primera


noche en la que el ojiazul escuchó la ronca voz del tal Harry.

Nadie le trataba de forma tan linda o amable, a excepción del


señor Antonelli, por lo que era obvio que se sintiera nota-
blemente necesitado de atención y cariño

Aquella mañana del cinco de Diciembre, Louis se levantó,


como todas las mañanas y preparó su desayuno, mientras su
hermoso gato se frotaba contra sus piernas, alegando que él
también quería desayunar.

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—Ya voy, gordito —murmuró Louis cariñosamente a pesar
del gran sueño que tenía.

Sus ojos azules estaban algo hinchados a causa del llanto, y al


mismo tiempo estaban hechos pequeñitos a causa del sueño.

Con lentitud bebió el café y masticó sus galletitas de chocola-


te, no sin antes darle alimento a su gato. Finalmente el chico
de cabellos castaños y notables ojeras, se colocó la ropa de
cada día, para luego besar la pequeña cabecilla de su hermo-
so felino y montarse en su bicicleta.

A la hora del almuerzo pasó exactamente lo mismo que el día


anterior. Volvió a casa y saludó al señor Antonelli, quien más
tarde golpeó a su puerta para informarle sobre sus ‘’planes
frustrados’’:

—Mis nietos dijeron que vendrían a comer, pero ya pasó una


hora desde la hora en la que quedamos, y siendo sincero, no
creo que vayan a venir. ¿Comemos pasta casera juntos, Lou?
—Louis agradecía al cielo por tener un vecino tan bueno y
amable.

Pero maldecía al infierno por haberle pagado de esa forma al


señor A, una familia totalmente arrogante y que desvaloriza-
ba de una forma increíble lo buena persona que Stephen An-
tonelli era.

Por la tarde, la rutina siguió. Louis trató de concentrar su


mente dentro de un libro que le habían regalado hacía años,
pero no lo lograba. Su mente divagaba y sin darse cuenta
acababa con la tarea de volver a leer las mismas oraciones

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que hacía minutos había leído. Trató de arreglar un poco su
habitación, pero al ver que no podía distraerse o dejar de
divagar, decidió tomar una siesta.

En la noche, se preparó una humeante taza de chocolate, la


cual contenía un pequeño malvavisco dentro, y se sentó en su
cómodo sillón junto con Félix, para así mirar su programa
favorito; obviamente, a los Looney Tunes.

Era la hora en la que Louis se permitía sonreír como nunca.


Él sólo sonreía cuando miraba sus dibujos animados, cuando
estaba con su gatito, o cuando estaba con su amigable vecino,
el señor A. No porque no quisiera sonreír, o porque fuera un
amargado, sino porque muchas veces esas eran las únicas
cosas que lograban sacarle una mueca de felicidad sincera…

Las carcajadas se escapaban de sus finos labios, mientras que


sus ojos se achinaban de tantas risas. Se veía risueño y lleno
de vida

Pero desgraciadamente, y como siempre, lo bueno termina, y


el show también lo hizo.

La soledad volvió a azotarlo...

Louis soltó y se descubrió a sí mismo pensando demasia-


do…Tenía 23 años, un trabajo miserable y una penuria emo-
cional terrible. Estaba solo, su sueldo era malo, no tenía ami-
gos, ni familia. Quien lo mantenía vivo decidió sentarse su
regazo.

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Félix ronroneó, gritando por caricias. Los pensamientos os-
curos de Louis no desparecieron, pero sí se disiparon un po-
co. Suspiró y miró sonriendo a su hermoso felino.

—Gordito, no sabes cuánto te amo. Haces que mi vida tenga


sentido... —soltó un suspiro ahogado, mientras juntaba sus
pies y los subía al sofá, para acariciar con suavidad el precio-
so pelaje gris de su hermosa mascota.

Esperó hasta las once y en el entretiempo decidió beber otra


taza de chocolate caliente.

A las 11:42 ya no pudo esperar y tomó el teléfono, nervioso.


Marcó el número de la línea suicida y esperó a que alguien
contestara.

— ¿Hola? —no, no era su amable Harry.

Un tanto triste, Louis colgó, para volver a marcar.

— ¿Hola, buenas noches? —tampoco.

Louis decidió esperar unos minutos. Llamó tres veces más y


Harry seguía sin aparecer. Casi se dio por vencido, pero en-
tonces marcó una última vez, sabiendo que era la definitiva.

Volvió a pasear su mano por el sedoso pelaje de su gato,


mientras aquél ronroneaba gustoso.

—¡Buenas noches!

—¿Harry?

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Harry sintió cómo su estómago se contraía. El corazón co-
menzó a latirle con fuerza. Louis, Louis seguía vivo. Una son-
risa de alivio se pintó en sus labios. Y del otro lado de la línea,
el corazón de Louis daba saltos en lugar de palpitaciones.

Se acurrucó en el sofá, esperando que el contrario contestara.

— ¡Lou! —chilló Harry, gustoso de escucharle.

Se sentía tan feliz al reconocer voces. Eso significaba que las


personas seguían allí, vivas, que nada les había pasado. Louis
sonrió al notar cómo el contrario recordaba su voz. Su co-
razón dejó de latir fuerte, se normalizó, pero la emoción de
que alguien le recordara seguía ahí.

—Me alegra tantísimo oírte, de verdad, Dios, en verdad me


alegra —confesó el rizado, mientras que una sonrisa se desli-
zaba por sus labios.

— ¿En serio? —Louis sintió que su alma se hinchaba al escu-


char esas palabras tan cálidas viniendo de alguien tan extra-
ño.

—¡Por supuesto! Siempre es agradable oír tu voz.

—Escuchar tu voz también es agradable...De verdad —habló


con timidez el chico de la voz aguda.

—Ay, harás que me sonroje —dijo Harry con gracia, tratando


de hacer reír al chico del otro lado de la línea.

Y lo logró, aquél lindo sonido que provenía de la garganta del


ojiazúl se hizo escuchar. Lo que el rizado no sabía era que las

28
mejillas de Louis se estaban tiñendo de un rojo muy intenso.
No sabía qué decir, estaba tan nervioso que el solo decir ''Ah''
se le dificultaba:

—Huh, es lindo hablar contigo —titubeó a duras penas no-


tando cómo su voz salía temblorosa a causa de los nervios.

—Muchas gracias, Louis. ¡También es agradable hablar conti-


go! Me gusta mucho el tono de tu voz —Harry apretó el auri-
cular del teléfono contra su oreja aún más, como si le hablara
a su novio y no a cualquier persona.

— ¿Mi voz? —dijo Louis, comenzando a desvalorizarse—, es


horrible, es…es muy femenina, ¿es por eso que te gusta? —
por un escaso segundo, Louis sintió que Harry se había bur-
lado de él.

— ¡No!, ¡no Lou! ¡Para nada! Me gusta mucho porque es par-


ticular, hace que suenes tierno. Es bonita para mi, de verdad
—se sinceró Harry, mientras fruncía levemente su ceño, algo
arrepentido al escuchar el tono de voz en Louis.

—H-Harry...— Louis respiró con dificultad y se acurrucó aún


más en su sofá, mientras miraba a su gato Félix.

Le pedía ayuda a gritos, no importaba que fuese un gato, él


solamente le pedía ayuda. Y el felino sólo lo miró e inclinó su
cabecita hacia un lado, como si le preguntara ''¿Qué pasa,
humano?''.

—¿Dime, Louis? —y mientras tanto, el ojiazul de baja estatu-


ra estaba realmente confundido.

29
¿Qué ocurría? Él siempre había sido gay, lo sabía, y muy bien.
Sus cicatrices se lo recordaban a cada segundo. Pero de todas
formas…desde hacía tiempo no sentía esa extraña sensación.

«No, claro que no…No puedo, no puede ser».

De cualquier manera, ¿cómo podía enamorarse de alguien a


quien conocía hacía sólo dos días y a quien nunca había vis-
to? La voz de Harry despertaba sensaciones en él, Louis no
iba a negarlo, pero su atención y amabilidad con él...

—Louis, ¿te sientes bien? Tu respiración está muy agitada,


¿estás bien?—la voz de H se escuchó tras un corto periodo,
rompiendo el silencio.

¡Diablos! Estaba respirando como si se ahogara. Louis tragó


saliva y acarició con suavidad el pelaje de su hermoso gato,
suplicando a su fuero interno calmarse.

—Sí, estoy bien, gracias —contestó con la voz rápida, mien-


tras luchaba por contenerse.

—¿Qué ibas a decirme, Lou? —insistió el rizado del otro lado


de la línea.

—Te extrañé, Harry —el corazón del rizado se detuvo, frun-


ció el ceño.

¿Cómo? ¿Que le extrañaba? Había pasado demasiado tiempo


desde que alguien le había dicho aquella hermosa frase.

''Te extraño''.

30
Mucha gente no extrañaba a Harry. Y a su vez, mucha gente
no extrañaba a Louis, tan simple como el destino juntando a
dos personas

— ¿Harry? —el ojiazul lo sacó de sus pensamientos, pronun-


ciando su nombre.

—Yo también te extrañé—respondió H con una voz dulce,


diferente a la usual.

Louis sonrió. Se sentía tan en confianza y habían hablado sólo


en dos ocasiones. Podría haber sido porque Louis le confió
que quería morir, y también el por qué de su deseo. Tal vez
porque con tan solo oír sus sollozos H podía notar que L era
un alma buena que había sido maltratada por el destino du-
rante mucho tiempo.

— ¿De verdad? —preguntó el chico de pequeña contextura


un poco asombrado.

—Sí, de verdad, ¿no me crees?

—Sí, te creo —Lou suspiró y bajó la mirada a sus pies por


sólo un momento —, cuando hablamos me olvido de todos.

—¿Es bueno o malo? —murmuró Harry con una sonrisita en


los labios.

Sabía la respuesta, pero aún así quería escucharla salir de sus


labios.

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—Bueno, muy bueno, la tristeza se va…y sólo quedamos tú y
yo —contestó, mientras se atrevía a apostar su pequeña for-
tuna a Harry.

—Entonces sigue llamando —animó H—, hablaremos todas


las noches, así dormirás feliz y nunca triste. Sigue llamando,
por favor.

—No dejaré de llamar nunca —dijo L coqueto.

La última vez que contestó de esa forma había sido hablando


con su ex pareja, pero en ese momento, Louis no se dio el
placer de recordar aquella charla. En ese momento eran
Harry y él.

—Haces que olvide que me siento triste. Me distraes del


mundo —habló Louis, sin darle tiempo al contrario para que
hablase.

Se estaba confesando…

—Haces que olvide que éste es mi trabajo.

—Esto es como una ''noche de confesiones'', ¿no es así? —


preguntó tímidamente Louis, soltando una risita.

—Creo que sí...¿Alguna otra confesión, querido Lou? —le


preguntó con coquetería Harry, mientras se acomodaba en su
silla.

Todos aquellos que estaban en esa habitación parecían des-


esperados o tristes, excepto Harry. Harry sólo hablaba con

32
alguien que necesitaba cariño, atención, cuidados. Pero lo
más importante, amor.

—Sí, he llamado varias veces y cuelgo, porque no quiero


hablar con otra persona que no seas tú—el corazón del riza-
do latió con tanta fuerza que parecía vibrar en lugar de palpi-
tar.

Sus mejillas se sonrojaron en ese precioso momento, como si


Louis hubiese dicho las palabras correctas, en la ocasión co-
rrecta. Y así era, las había dicho, había lanzado la ‘’bomba’’.

— ¿Y tú, alguna otra confesión?

—Sí, todas las noches espero que llames —se sinceró el chico
de los ojos verdes, mientras bajaba ligeramente la vista.

A pesar de su ‘’sinceridad’’, lo que Harry había dicho no era


lo que parecía, tenía un mensaje oculto, sabía que si Louis
llamaba era porque seguía vivo.

Y eso mismo era lo que Harry deseaba que pasase, él quería


que Louis siguiera viviendo.

Quería tener la oportunidad de mejorar su vida y hacerle


saber que él siempre estaría a su disposición. Pero por otro
lado, y a clara vista, H tampoco quería dejar de hablarle.

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Cuarta noche:

6 de Diciembre de 1998.

Los azules ojos de Louis se abrieron con mucha lentitud


mientras su cabeza dolía a causa de la fuerte alarma de su
reloj de mesa. Frunció el ceño un poquito y pudo sentir cómo
su hermoso gato Félix se subía a la cama y comenzaba a ca-
minar por su espalda.

Louis no dijo nada, no solía hablar mucho por las mañanas,


no hasta las nueve o diez, en donde hablar se volvía obligato-
rio, ya que en esa hora los clientes que concurrían a Enter-
teiment, la conocida tienda de vinilos, siempre tenían pre-
guntas estúpidas como:

—¿Ya se puede conseguir ''Dookie'' de Green Day? ¿Cuando


van a llegar las nuevas copias?

Y él simplemente debía erguirse en sus 1,75 metros llenos de


inseguridades y contestar tímidamente:

—Aún no han llegado, pero suponemos que el martes estarán


aquí.

Louis suspiró y con aire de desgano retiró su cobertor, para


bajar sus pies hasta el suelo. Detuvo la alarma y se frotó los
ojos.

Con otro suspiro más se deslizó hasta su pequeño baño en su


habitación y tras encender la luz se lavó la cara. Cepilló sus

34
dientes y vistió, para luego caminar a la cocina y prepararse
un usual desayuno. Félix, como siempre, se paseaba entre sus
piernas alegando su desayuno.

Tras llenar el pequeño platito de su hermoso gato con ali-


mento, Louis acarició su pelaje y se inclinó para poder besar
su cabecita.

Y salió como cada mañana, en su bicicleta roja. El frío y duro


viento le pegaba en las mejillas y revolvía su cabello. Era una
helada mañana. Él sólo pedaleó y pedaleó, ignorando lo más
posible ese frío penetrante que amenazaba con calársele por
los huesos… hasta que llegó a aquella dichosa tienda de
música.

Tras ponerle candado a su bicicleta, caminó por la puerta y


con su llave de empleado, entró. Se quitó el abrigo y caminó
directamente a su puesto, para ponerse la horrible gorra de
''Enterteiment – Vinilos originales''.

Suspiró y refregó sus ojitos nuevamente, maldiciéndose a él


mismo por no haberse preparado una taza más de café.

—¡King! —gritó su jefe.

Merlín Hamilton era un hombre de 57 años de edad, bastante


adulto, pero lo de adulto lo tenía de testarudo. Louis dio un
respingo al escuchar ser nombrado con tanta intensidad.

—¿Sí? —contestó él con su voz de mañana y el pequeño mie-


do por el tono elevado en la voz de su jefe.

—Llegas 15 minutos tarde.

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El chico de los ojos azules frunció el ceño, no podía ser. Era
imposible, todas las mañanas despertaba a la misma hora y
llegaba a horario perfecto a la tienda.

Buscó con la vista un reloj en la pared, y ahí mismo decía


8:30 AM. Diablos. Él llegaba siempre a las 8:15 AM. No en-
tendía cómo podía haber pasado. Con los nervios de punta
Louis bajó la mirada y soltó un muy pequeño suspiro.

—N-no entiendo cómo pudo pasar y-…

—¿Llegaste tarde o no? Porque creo que si no lo hubieses


hecho no estaría aquí regañándote.

—Huh…y-yo… —y resignado, Louis simplemente se dio por


vencido —lo siento mucho Merlín, no volverá a pasar, lo
prometo.

—Más te vale que no vuelva a pasar o lo descontaré de tu


sueldo.

«Genial» pensó Louis para sus adentros, mientras apretaba


sus labios hasta volverlos una línea.

Apenas el viejo Merlín desapareció por la puerta de su despa-


cho, el ojiazul apoyó su codo en el mostrador y hundió su
mejilla en su palma. Casi se queda dormido, de no ser por
Hassar, su compañero de trabajo. Él entró por la puerta con
las manos cargadas.

—¡Traje donas y café recién hecho! —dijo éste, con su tono


de voz ‘’adormilado’’.

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Hassar Amir-Ajras era un joven de 18 años de edad, de aspec-
to musulmán; estatura promedio, piel morena y cabello corte
militar negro peinado hacia arriba en un jopo, ojos color miel
y labios carnosos, junto con unas abundantes y grumosas
pestañas.

Flacucho y con vagos tatuajes por sus brazos.

Louis lo miró, viendo cómo éste se acercaba cáda vez más,


hast dejar la caja de donas sobre la mesa.

«Es mi compañero de trabajo y nunca he cruzado más de tres


palabras con él» pensó el chico de los ojos azules, mientras
desviaba su mirada tímidamente hacia la caja de donas.

Hassar le alcanzó un vaso plástico, mientras que le observaba


seleccionar la dona. Él siempre acostumbraba hablarle a Lou-
is, aunque las únicas palabras que conseguía sacarle eran
‘’Sí’’, ‘’está bien’’, ‘’okay’’, ‘’yo lo haré’’.

Nunca nada más que eso, y después de un tiempo el moreno


de ojos miel simplemente se resignó y dio por hecho que Lou-
is era alguien de pocas palabras. Pero a pesar de eso, nunca
dejó de ser amable con él.

El chico de los ojos color cielo tomó el vaso de café con timi-
dez y una simple dona con glaseado de frutillas.

La mañana se desarrolló, provocando que bastante gente


comenzara a concurrir al espacioso local que era Entertei-
ment.

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Louis suspiró mientras veía a varias niñas de 16 años entrar
y comenzar a desordenar los vinilos que él había ordenado
cautelosamente hacía no menos de 30 minutos.

—¿Tienen algo de The Beatles? —preguntó una pelirroja,


quien se veía agradable.

Con mucho esfuerzo él la miró a los ojos y soltó con tono ner-
vioso:

—Sí, de hecho tenemos toda su discografía. Están ordenados


en el estante de allá —y señalando con su dedo, la pelirroja
giró por segundos para seguir las indicaciones del ojiazul —,
están ordenados alfabéticamente, así que se encuentran en la
B.

—Muchísimas gracias —, contestó la niña que rápidamente le


cotilleó los datos a su grupo de amigas, para más tarde cami-
nar todas chillando hacia la bendita sección ordenada alfabé-
ticamente.

A las 11 de la mañana, un hombre fornido y de gran contex-


tura entró a la tienda. Cuando terminó de elegir los enormes
y costosos vinilos que llevaría, Hassar se encargó de envol-
verlos, pero como eran más de 10 y había más personas en la
tienda, llamó a Louis, sabiendo que necesitaría su ayuda.

Así que el chico de cuerpo curvilíneo y ojos azules tímida-


mente se posicionó a un lado de su compañero y siguiendo
las instrucciones de el fornido hombre, comenzó a empapelar
lo más decentemente que podía.

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— ¡No! —gritó el hombre, cortando el silencio. Louis rápida-
mente subió la mirada y se permitió dar un respingo ante el
cortante grito del señor. — ¿Qué mierda hiciste? ¡Ése vinilo ni
siquiera es mío! ¡Y sale £100! ¿Acaso querías meterlo entre
los míos para cobrarme más dinero? —Louis no supo cómo
reaccionar ante los gritos del hombre, quien seguía alegando
a los gritos que harían que le despidieran —, ¡voy a deman-
dar éste local! ¡¿Dónde mierda está el gerente?! ¡Quiero
hablar con él en éste mismo momento! — en escasos segun-
dos, el chico de los ojos azules comenzó a temblar del miedo,
sintiendo como una soga le rodeaba el cuello y comenzaba a
ahogarle.

Los ojos de Louis se aguaron y sólo pudo susurrar en voz baja


y atemorizada:

—Lo siento, lo siento mucho, lo siento. S-se confundió con


unos encargos, señor, lo siento, lo siento.

— ¡Señor, señor, deje de gritar! Podemos arreglar esto, y le


aseguro que no es necesario que trate a mi compañero de esa
forma tan altanera y vulgar —dijo Hassar, tratando de con-
trolar la situación, pero el fornido hombre parecía cada vez
más enojado, ya que la cara se le tintaba de un rojo intenso.

— ¿¡De qué mierda hablas!? ¿¡Solucionar qué, que quisieron


estafarme?! ¡Llama al gerente ahora mismo o voy a una comi-
saría a hacer la denuncia!

El hombre no dejó de gritar…

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Louis se cubrió el rostro con las manos, tenía un nudo en la
garganta y una fuerte sensación de náuseas provocadas por
la ansiedad del momento. No lo logró, y comenzó a llorar.

Hassar le tomó por los hombros y algo desesperado le dijo


en voz alta:

—Ve detrás, donde está Merlín, vete Louis. Vete ahora, yo lo


tranquilizaré —Louis no entendía por qué su compañero de
trabajo hacía eso por él, pero la vaga idea de que tal vez lo
hacía por el hecho de que eran compañeros de trabajo y deb-
ían ayudarse en lo que sea se le cruzó por la cabeza.

Así que con las manos aún cubriéndole el rostro y los pasos
acelerados, Louis salió corriendo de allí, escuchando cómo el
hombre, furioso, le gritaba uno de los peores insultos del
mundo:

— ¡Maricón de mierda, haré que te despidan! ¡Te quedarás en


la calle, hijo de puta!

Louis entró en la habitación de Merlín y cerró la puerta con


fuerza, para derrumbarse contra ésta y acurrucarse, hacién-
dose una bolita pequeñita. Escondió su rostro entre sus rodi-
llas y continuó llorando. El señor Hamilton estaba ahí.

— ¿Qué es lo que pasa? —preguntó bastante confundido por


la situación.

Sabía que Louis era una persona sensible pero no podía com-
prender por qué aquél chico se había derrumbado de tal ma-
nera contra la puerta de su oficina.

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—Louis tienes que decirme qué es lo que pasó. Por el amor
de Dios, habla —dijo algo más nervioso, mientras se acercaba
a pasos rápidos y arrodillaba frente al pequeño de cabellos
color chocolate, quien sollozaba notoriamente. —Habla, por
favor —dijo con más suavidad al escuchar el desesperado
llanto del ojiazul.

Éste simplemente levantó la mirada de a poco, dejando ver


que en su rostro el miedo habitaba.

—Un hombre, ah-ahí afuera..., confundí unos encargos y se


los ag-gregué a él por error…Y, oh, Dios… —dijo hipando,
reuniendo fuerzas de donde no había y levantando la cabeza
de entre sus rodillas.

Tras pronunciar las palabras Louis juntó sus labios y formó


un pucherito con el inferior, en un intento fallido por dejar de
llorar. Las lágrimas se deslizaban por sus mejillas y le que-
maban.

— ¿Hassar lo calmó?

—É-él dijo que lo haría p-pero sinceramente no sé s-si lo


haya logrado. Estaba m-muy furioso...Y, fue todo por mi culpa
—volviendo a llorar al pronunciar las últimas palabras, Louis
se cubrió el rostro con las manos, tratando de esconder su
vergüenza.

Merlín estaba jodidamente perplejo. Él era quien manejaba a


esa clase de gente altanera. El corazón se le enterneció a ver a
aquél chico con cabellos color chocolate llorar de esa forma.

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Incluso cuando admiró el rostro desnudo de Louis sintió co-
mo su corazón daba un vuelco.

El pequeño tenía la nariz roja y los labios algo hinchados. Sus


ojos también estaban un poco rojizos y se veía tan frágil.

Solamente se dejó llevar por la ocasión y dejando de lado que


era un viejo malhumorado, le rodeó con los brazos, atrayén-
dolo hasta su cuerpo. Louis aceptó el abrazo, necesitaba re-
confortarse en alguien, por lo menos por el momento.

—Yo en serio lo siento, no me despidas, p-por favor —


susurró con voz entrecortada el pequeño de ojos azules. Se
sentía un niño de cinco años.

—No tienes que sentirlo Louis, ya está, campeón —murmuró


con tono paternal el viejo Merlín, mientras lo estrechaba en-
tre sus brazos y acariciaba vagamente los cabellos marrones
del ojiazúl. — ¿Y qué es eso sobre despedirte? ¿Estás demen-
te? Eres el único que logra acomodar los vinilos alfabética-
mente a la perfección…

El señor Hamilton supo que Louis no estaba del todo bien,


aún cuando el extraño sujeto se había ido del local, así que
envió al chico de cuerpo curvilíneo de nuevo a casa. Aunque
las primeras veces éste se rehusó.

Merlín simplemente amenazó a Louis con que si no volvía a


casa, le despediría, y que además no descontaría el día de su
sueldo, por lo que finalmente Louis aceptó.

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Éste pedaleó lo más fuerte que pudo con su bicicleta hasta
llegar a su casa. No quería ver a nadie más, sólo necesitaba
una larga siesta, algo que comer y a su gato. Apenas dio el
fuerte portazo contra la puerta de su casa, Louis murmuró en
voz alta:

— ¿Félix?

— ¿Félix? —repitió minutos después tras notar que su gato


no aparecía.

El minino nunca le hacía eso, si él decía la palabra ''gordito'',


Félix ya aparecía corriendo a sus piernas. L se sacó las zapati-
llas y camino hasta su sala de estar, buscando en el sillón de
ésta.

— ¡Félix!—dijo aterrado ante la ausencia del gato, mientras


caminaba con pasos rápidos a su habitación.

Félix definitivamente no estaba. Caminó hasta la cocina, y lo


vio. Su ventana yacía abierta, Félix no iba a aparecer, Félix se
había escapado…

El resto del día Louis se la pasó durmiendo, no almorzó, tam-


poco merendó, decidió saltearse todas las comidas. Su mente
estaba demasiado ocupada creando historias ficticias en
donde Félix era atropellado por un camión, y todo por culpa
suya, por no haber cerrado bien la ventana.

Las once llegaron, por lo que Louis trató de calmarse y pre-


paró una taza de chocolate caliente, para luego ir hasta su
habitación y ponerse su pijama. Se sentó en el sillón, subien-

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do sus piecitos. Sus ojos estaban hinchados de tanto llorar.
Félix, la razón de su vivir, no estaba. Era un hecho que ahora
sí podía suicidarse. Tomando un sorbo del chocolate caliente,
encendió la televisión y marcó con su control remoto el canal
en donde emitían los dibujos animados que él tanto amaba.

Por una hora pudo olvidarse de lo que le pasó en la tienda,


pero en ningún minuto pudo olvidarse de que su gato se hab-
ía perdido y era por su culpa, porque él no notó que la venta-
na había quedado abierta.

Por primera vez en años, Louis sólo apagó la televisión antes


de que el show terminara y sólo se giró para tomar el teléfo-
no.

Con sus pequeños deditos marcó el número de la línea suici-


da y rogó al cielo no tener que colgar y volver a llamar. Sólo
deseó que H atendiera.

—¡Buenas noches, soy Harry! ¿Con quién hablo ésta hermosa


noche?

Él se permitió sonreír, a pesar de su tristeza. No debía bata-


llar para encontrar a su Príncipe de voz profunda esa noche.

—Hola...—murmuró con tono triste, sabiendo que Harry le


reconocería.

—Lou...—respondió Harry del otro lado, con una sonrisa que


se expandía por sus labios.

Él apoyó su codo sobre la mesita en donde se encontraban las


planillas que debía llenar y apoyó una de sus mejillas en la

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palma de su mano. Bajó la vista y se puso a garabatear cosas
mientras oía cómo del otro lado de la línea, la voz chillona se
hacía presente.

—Sin dudas…Quiero suicidarme —soltó Louis secamente,


haciendo que la sonrisa de Harry se borrara completamente
de su rostro.

—¿ Qué? ¡no! ¿por qué? —le contestó alarmado. No iba a de-


jar que lo hiciese. Pudo oír cómo Louis comenzaba a soltar
pequeños sollozos. —No lo hagas, por favor, no lo hagas…—
le susurró con el corazón en las manos de tantos nervios.

—Mi gato no está, s-se escapó —de los hermosos ojos de


Louis se escapaban calientes lágrimas que hacían que sus
sonrosadas mejillas quemaran.

Abrazó sus rodillas con su brazo libre y apoyó su cabeza en


éstas, haciéndose una pequeña bolita.

—Oh por Dios, pero...p-pero el puede volver...¿Cómo pasó


todo esto?

—¡No lo sé! —respondió el ojiazul, claramente comenzando a


alterarse —¡dejé la ventana abierta! ¡Todo fue mi culpa!
¡quiero morir porque fui un digno idiota!

—¡Louis, deja de decir eso! ¡no quiero que mueras! Además,


t-todos podemos cometer errores, tú no eres la excepción —
Harry tenía los pelos de punta, la primera noche Louis había
colgado sin prestarle atención, y ésta vez también podía

45
hacerlo, y la simple idea de Louis quitándose la vida era todo
lo que le atemorizaba al rizado

—Q-quiero morir…—repitió el ojiazul, llorando desconsola-


damente del otro lado de la línea.

—No, piensa en esto, ¿te gustaría que él volviera y te encon-


trara sin vida?...No tienes que hacerlo Louis, no lo hagas, ni
siquiera te atrevas a hacerlo.

—No tengo otro motivo más para estar vivo —las piernas de
Louis estaban siendo fuertemente abrazadas contra su pecho
por él mismo, mientras que se balanceaba suavemente hacia
adelante y hacia atrás.

—Sí lo tienes.

—¿Y cual es, Harry? Dime, porque de verdad necesito saber


cual es —cuestionó Louis, al borde de perder el control.

El llanto que tomaba su cuerpo era cada vez más intenso, al


igual que la dificultad para respirar.

Harry suspiró nerviosamente ante la ansiedad de Louis,


mientras pensaba seriamente si debía o no decir lo que tenía
en mente.

Por unos segundos simplemente apretó los párpados y aspiró


una bocanada de aire.

—Yo. Yo seré tu motivo.

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Louis pudo sentir cómo algo se removía en él. Desde hacía
tiempo sentía que su única razón para estar vivo era su pre-
ciado gato, pero ahora que ya no estaba era libre de suicidar-
se.

‘’Era’’, porque en el momento en el que Harry pronunció las


sagradas palabras de las salvación, sintió en su pecho cómo
un algo muy extraño se volvía a unir…, al igual que en el de H,
quien oía cómo el llanto del ojiazúl comenzaba a disminuir
notablemente.

—Yo seré tu motivo, lo prometo. No te dejaré sólo nunca —


susurró Harry mientras sentía cómo su corazón se apretaba y
un nudo se le formaba en la garganta. De tan sólo pensar que
Louis sentía deseos de morir le daban ganas de cruzar media
Gran Bretaña para ir en su búsqueda y darle un apretado
abrazo. —Yo lo seré, Lou...Yo seré tu motivo para vivir. No
llores, no llores más

El llanto del pequeño casi había cesado por completo, lo úni-


co que podía escucharse era la respiración bastante agitada
del chico de los ojos azules.

—Harry —dijo Louis minutos después, haciendo pedazos el


cómo silencio entre ambos.

—¿Sí, Louis?

—Y-yo…tú eres mi motivo…Gracias por, por eso…¿Puedo ser


el tuyo?

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Harry soltó una risa un tanto socarrona. Un hoyuelo habitaba
en su mejilla derecha…

—Tú eres mi motivo desde el primer día en el que oí tu voz,


cariño.

48
Quinta noche:

8 de Diciembre de 1998.

Harry se armó de valor, mientras recorría una de las muchí-


simas bibliotecas públicas de Londres. En sus brazos cargaba
dos grandes guías telefónicas de todos los recientes ciudada-
nos de Londres, Reino Unido.

Se sentó en una de las largas mesas, donde anteriormente


había dejado un cuaderno junto con un bolígrafo. Hacía dos
noches había hablado con el ojiazúl y había experimentado
qué era el ''sentirse impotente por no poder ayudar a alguien
importante en tu vida''.

Había escuchado llorar a Louis durante otras ocasiones, pero


el hecho de saber que él lloraba porque su hermoso gato
Félix, su único compañero, había desaparecido, era realmente
devastador. Sonaba como un pequeño al cual le habían saca-
do su juguete.

Harry sabía muy bien que él no podía ver a Louis, y deseaba


con toda su alma que alguien inventase algún tipo de teléfono
con pantalla para verle mientras le hablaba, porque lo único
que quería era conocer al dueño de la voz aguda y el alma
triste.

Harry también sabía que nunca en su vida había visto a Louis,


por ende, nunca podría saber cómo lucía. Pero algo había
dado por sentado; fuese como fuese físicamente: alto, bajo,

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gordo, flaco, rubio, moreno… Louis tenía un gran alma y un
hermoso corazón.

El rizado abrió la gran guía telefónica, deteniéndose en la L.


Necesitaba saber de él. Había pasado una noche y él no había
llamado, temía bastante que aquél niño lastimado por el des-
tino se hubiese hecho daño, o peor aún, que se hubiese quita-
do la vida.

—Laura, Lavander, Leela, Leyla, Lillian... —murmuró H en


tono bajo, tratando de no romper el sepulcral silencio que
yacía en la biblioteca.

Frunció el ceño, juntando un poco sus rectas cejas. Su lengua


color manzana se escapaba de sus labios, en una muestra de
pura concentración.

—Louis...Louis Karmel, Khiller —prosiguió, mientras conti-


nuaba bajando su largo dedo por la interminable lista de
hombres que se hacían llamar ''Louis''.

— ¡King, Louis King! ¡Aquí estás! —dijo con emoción al en-


contrar el nombre que tanto buscaba.

Por un momento levantó la vista del gran libro y miró hacia


su alrededor. Estaba sólo, pero aún así no podía dejar de pre-
guntarse por qué en ésta guía Louis figuraba y por qué en
otras que él anteriormente había revisado no.

Tomando su lápiz y cuaderno, copió todos los números de las


dos personas que eran de apellido King. Louis y ...¿Keith?

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No tenía idea de quién era, pero igualmente copió el nombre.
Al pasar a la segunda guía, la cual era de guías residenciales,
volvió a detenerse en la L, rogándole a Dios que le ayudase
para encontrar la residencia del chico del alma preciosa.

Los brillantes ojos color verde de Harry se pasaban con gran


velocidad por las miles de letras de la guía.

—¿Doncaster? —susurró incrédulo.

Eso estaba a más de 200 kilómetros de London, donde él viv-


ía. Tardaría unas tres horas si iba rápido en su auto, pero aún
así no tenía una dirección preciosa.

Ahí decía Franklin House 163, pero si contamos con que esa
guía había sido publicada en 1995...Bueno, las cosas podrían
haber cambiado un poco.

«Oh Dios, ¿cómo voy a encontrarte, cariño?» Harry suspiró,


mientras, de todas formas tomaba nota en su cuaderno ani-
llado.

Tras encontrar poquísimos resultados de lo que él más de-


seaba, simplemente guardó las guías donde anteriormente
reposaban y con un amable y pequeño discursito, agradeció y
saludó a la bibliotecaria.

Lo único que le quedaba era esperar que el chico de alma


triste llamase por la noche a la línea. De esa forma podría
sacarle su dirección, o tal vez, su dirección del trabajo.

Se dirigió a casa, caminando, a él le gustaba salir a caminar de


vez en cuando, aunque contaba con un auto Harry suspiró

51
preocupado. Si le pasar algo a aquél hermoso chico de la voz
aguda, viajaría esos más de 200 kilómetros para ayudarlo y
hacerle saber que él estaba allí.

Apenas pisó el suelo de su casa se instaló en su sofá con su


cuaderno y lápiz. Repasó la información que había juntado y
realmente nervioso tomó el mango del teléfono fijo que des-
cansaba en una mesita, justo al lado del brazo del sillón.

Harry marcó los números, sintiendo cómo su corazón latía


más fuerte a medida que apretaba los botones. Finalmente el
ruido de la línea que indicaba que ''estaba llamando'' se dio a
escuchar.

— ¿Hola? ¿Huh… Louis King?—preguntó Harry en el auricu-


lar de su teléfono fijo apenas escuchó que contestaban.

—Sí, el habla —respondieron.

No era Louis. Era la voz de alguien mayor, como de 50 o 60


años. Y él no buscaba a nadie más que al pequeño chico de la
voz aguda.

— ¿Quién habla? —preguntó el otro King.

—Huh, mire, soy Harry Howell, vivo en Londres. Estoy bus-


cando a Louis King, pero el Louis King que conozco vive apa-
rentemente en Doncaster…Y tiene una voz chillona, como
de…como de un muchacho de aproximadamente 20 años, no
sé cómo es personalmente porque no lo he visto...No lo he
visto nunca—confesó H con un poco de vergüenza.

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El hecho de estar buscando a alguien con quien había habla-
do apenas cuatro noches era genuinamente absurdo.

Aún así, algo le decía que debía buscarle. Debía, debía y no


pararía hasta hacerlo. Él encontraría a Louis o sino moriría
de frustración en el intento.

—No conozco a ningún otro Louis, lo siento —y dicho esto el


hombre cortó.

Harry suspiró realmente frustrado. Se recostó sobre el res-


paldo del sillón y cerró los ojos por varios minutos, hundién-
dose y dejándose llevar por el pacifico ambiente de su sala de
estar. Aún sostenía entre sus largos dedos el auricular del
teléfono junto a su oreja, pero ni siquiera se movía.

—Muchas gracias por su consideración, señor. Que tenga un


buen día —dijo, dirigiéndose a nadie.

Tras la desilusión del primer llamado se dispuso a llamar a


ese tal Keith, orando y pidiendo a Dios que lo ayudase a en-
contrar al chico de la voz chillona. Apretó los botones, mar-
cando los números y escuchó la voz de un señor mayor.

—¿Hola?

—Huh, ¿hola? ¿Hablo con...con el señor Keith King? —


preguntó Harry tímidamente, temiendo ser rechazado.

—Sí, él habla, ¿con quién tengo el gusto? —dijo amablemente


Keith.

53
—Buenos días señor, mire, soy Harry, Harry Howell y estoy
buscando información sobre Louis King —el rostro de Keith
palideció al oír ese sucio nombre.

Conocía bien a aquél chico de ojos azules. Él mismo lo había


criado después de que su madre de 18 años lo pariera. Keith
cuidó y veló del joven bastardo, hasta que caminando por el
parque le encontró de la mano de otro niño.

Segundos después Keith apreció con rabia cómo Louis posa-


ba sus finos labios contra los de otro muchacho.

Ese mismo día Louis recibió innumerables golpes y azotes


por parte del cinturón de su abuelo apenas pisó el suelo de su
casa. ¿Cómo le hacía eso a su abuelo?

¿Cómo podía deshonrarlo de aquella forma tan vulgar y en-


ferma? Keith le contó lo sucedido a su hermosa y adorada
mujer, quien le suplicó en varias ocasiones que dejara de
golpearlo. Pero Ketih hizo caso omiso.

Cada noche Louis recibía quince golpes en la espalda con el


cinturón, y eso era sólo cuando tenía suerte. Louis apenas
tenía 14 años cuando el infierno se desató para él. Con el
transcurso de los años, el chico curvilíneo cumplió los 16 y su
abuelo lo metió al Ejército del Reino Unido, donde lo echaron
meses después. Aparentemente Louis era muy incompetente
y ''marica'' para pertenecer al ejército.

—Sí, lo conozco. ¿Y tu qué mierda quieres de él? —contestó


groseramente y frunciendo su ceño ante el amargo recuerdo
de la traición de su nieto. —Él ya no vive conmigo.

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—Quiero saber si sabe donde vive actualmente, algo, su telé-
fono. Tan sólo quiero algo de él, ayúdeme —dijo Harry, des-
esperado y pasando por alto aquella respuesta grosera.

—¿Y por qué diablos te importaría a ti? ¿acaso eres uno de


esos hombres enfermos que besan a otros hombres? —
contestó Keith, muy a la defensiva mientras sentía la rabia
apoderarse de su cuerpo.

—Señor King, estoy siendo respetuoso, así que séalo conmigo


—Harry había alzado sus cejas ante esa tontísima falta de
respeto, pero simplemente decidió ignorarla, como todas las
demás que había sufrido desde hacía varios años—, ahora,
¿puede decirme algo sobre Louis? Necesito un poco de in-
formación, por favor.

—Vive allí, en Londres, hace muchos años abandonó Doncas-


ter. No sé su dirección ni su teléfono, pero oí que trabaja en
Enterteiment. No sé qué diablos sea esa porquería. Ya tienes
lo que quieres, muchacho, ahora no me molestes más. No
tengo más información que esa —la voz de Keith sonaba dura
y presionada.

Tras esas últimas palabras, el pitido en la línea se hizo escu-


char y un confundido Harry frunció el ceño.

Garabateó el nombre de aquella conocida tienda de vinilos en


Londres y añadió que Louis no vivía en Doncaster, sino allí en
Londres, al igual que él.

Harry miró al techo de su casa, mientras soltaba un suspiro.

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—Okay Dios, hagamos un trato. Si me das a Louis, prometo
aprender a leer la biblia de forma adecuada —dijo en un sus-
piro y elevando su mirada, mientras soltaba su cuaderno y lo
dejaba sobre el sofá.

Aquella misma tarde se dirigió hasta Enterteiment. Eran las


cinco de la tarde cuando cruzó por la puerta.

Hassar se encontraba allí, en el mostrador, tenía una dona en


la mano y bebía un juego de naranja, mientras le echaba un
vistazo a una revista. El joven de ojos color miel ni siquiera se
movió al escuchar el ruido de las campanitas sonando cuando
Harry entró.

El chico de los rizos suspiró, mientras comenzaba a pasearse


por entre los estantes llenos de vinilos originales. Tenía que
idear cómo presentarse ante Louis, tenía que tener un plan…

Algo con qué defenderse si es que Louis le acusaba de ser un


raro acosador. Con las manos sudorosas, Harry caminó con la
cabeza agachas y nerviosamente miró al morocho, para luego
soltar:

—Tienen algo de...de...¿N-nirvana?

—Oh, claro que sí tenemos —Harry comprendió que aquél


chico de cabellos negros no era su chico de voz chillona, ya
que el tono de éste era apagado. Observó cómo el morocho
levantaba su brazo y señalaba con su dedo índice hacia un
cartel—, mira, allí, donde está el cartel con la N.

—Gracias, hmh, ¿puedo preguntarte algo más?

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—Claro.

—Tú nombre es Hassar, ¿es verdad?

—Eso dice aquí —contestó el morocho, mientras que apun-


taba con su dedo al pequeño cartel en su camisa de emplea-
do, el cual tenía su nombre en letras grandes.

—Oh, lo siento, entonces, esto…—Harry bajó la mirada por


algunos minutos, mientras suspiraba, dejando caer sus hom-
bros— necesito preguntarte algo un poco… íntimo, ¿puedo?
—Hassar simplemente sonrió tímidamente, mientras asentía.

—Dígame.

— ¿Conoces a Louis King?

—Oh, sí. Sí, él es mi compañero de trabajo, de hecho.

Una sonrisa se deslizó por los hermosos labios de Harry al


escuchar las sagradas palabras escaparse de la garganta del
morocho.

— ¡Oh, perfecto! ¿Y por qué no está aquí?

—Huh, es su día libre, creo. Además él solo tiene el turno de


mañana. Yo tengo doble —comentó Hassar, algo desinteresa-
do.

Harry asintió, tomando nota mentalmente.

—Ya veo, ¿y no sabes donde vive?

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—No, a decir verdad, no sé nada sobre él. Louis no suele
hablarme casi nunca. Es decir, él no habla con nadie, o sea, sí
habla, pero sólo responde cuando se ve obligado a hacerlo —
el morocho chasqueó la lengua, mientras alzaba ligeramente
las cejas y se ayudaba con sus manos para agregarle ‘’énfasis’’
a sus explicaciones—, cosas sencillas, sabes, cómo ‘’sí’’, ‘’no’’,
‘’yo lo hago’’, ‘’iré en un minuto’’. Louis solo me mira cuando
le hablo y rara vez contesta, sólo asiente —durante unos cor-
tos segundos Hassar pareció apenado ante la relación con su
compañero de trabajo—, creo que él está...asustado de la
gente —confesó el chico de los ojos color miel cuando Harry
pensó que había acabado.

—Huh...Hmh, okay, muchísimas gracias por la información.


¿Podrías guardarme el secreto? Yo…bueno, no quiero que él
se entere y piense que soy un acosador, es obvio que no lo
soy, yo sólo…—el chico de los ojos verdes se sintió frustrado
al notar su claro divago—, sólo quiero ayudarlo. ¿Me guardas
el secreto?

—Sí, obvio, no hay problema.

—Gracias —murmuró H con una sonrisa de lado, para luego


girarse hacia la puerta y retirarse del establecimiento.

Sólo debía esperar que Louis llamara a la línea, sólo eso y


rogarle al Señor que su querido chico de la voz aguda estu-
viese vivo.

El reloj marcó las once y treinta. Louis no llamaba. Hacía una


hora que Harry había entrado a trabajar en la línea y hacía
una hora que esperaba por él.

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—Vamos Louis, vamos. Toma el teléfono y llámame, vamos
—murmuró H ansioso, mientras daba leve golpecitos a la
mesa con la parte superior de un lápiz.

— ¿Harry? —dijo una voz diferente a la de Louis tomándolo


desprevenido.

No venía del auricular de algún teléfono, sino de…la vida real.


Alguien le hablaba.

—Huh, ¿sí? ¿qué pasa?

—Te veo estresado. ¿Quieres tomar un café o algo?

Era Benjamín Wright, de 23 años. Cabellos castaños claros,


ojos marrones, cejas pobladas, pestañas largas y una hermo-
sa sonrisa. Mejor amigo de Harry y fundador de la línea de
asistencia al suicida.

—De verdad, deja los teléfonos por un rato y ven conmigo. Yo


invito.

—Huh, Ben, en realidad no estoy seguro. Yo...¿Qué pasa si


llama alguien?

—Harry, vamos, has estado sentado en ésta silla por más de


una hora. Fuiste el primero en llegar y te sentaste allí, ¡no vas
a pasar toda la noche allí! ¿o sí? —pero lo cierto era que él
deseaba quedarse allí, si era posible, toda la noche para espe-
rar a su chico de voz chillona.

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Había investigado y logrado avances sobre quién era Louis, y
no iba a perderse su llamada por nada del mundo, ni siquiera
por un café.

—Ben, estoy...ocupado ahora mismo.

—¿Ocupado con qué?

—No quiero que alguien muera— «No quiero que Louis mue-
ra».

—Oh, Harry. Dios, está bien. Haz lo que quieras —respondió


Ben realmente consternado ante la decisión de su mejor ami-
go.

Con un suspiro, el chico de cabellos castaños, se alejó, dejan-


do a Harry en evidente y cómoda soledad. El ojiverde suspiró
cansado ante la actitud de su amigo, mientras reprimía las
ganas de llorar.

¿Dónde estaba Louis? ¿Se habría quitado la vida? Un fuerte


ruido lo sacó de sus pensamientos. Era el teléfono. Con velo-
cidad guió su mano derecha hasta el mango del aparatejo
para luego llevarse el auricular a la oreja.

—¿Hola? ¡Soy Harry! —contestó con una leve sonrisa, sa-


biendo que las posibilidades de que fuese Louis quien llama-
ba eran casi nulas.

—¿Harry? —«¡Sí, sí, sí! ».

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—¡Louis!, ¡cariño estás bien! —contestó el rizado, sufriendo
un arrebato de felicidad y dejando que una sonrisa de oreja a
oreja se asentara en sus labios.

—Yo...n-no estoy bien —murmuró el menor. Louis estaba en


su sala, como de costumbre, en el sillón donde siempre se
sentaba. Pero algo faltaba en su regazo. —Félix no volvió y
tengo miedo de que algo le haya pasado —y sin poder evitar
las lágrimas, él se rompió en mil pedazos, comenzando a llo-
rar.

La sonrisa en el rostro de Harry huyó ante las cortantes pala-


bras del chico de la voz chillona. Sí, estaba vivo, pero estaba
triste, ¿qué punto tenía?

Harry no podía hacer nada por él, no tenía su dirección o su


teléfono particular para ayudarle…

—Lou no llores, no llores por favor —repitió constantemente


en un intento por tratar de respaldarlo. Quería alejarlo del
dolor y era tan jodidamente difícil. —Louis...No lo hagas, no
llores. Lou por favor…te lo suplico, t-te lo suplico no llores, no
llo-llores —dijo en un susurro la última palabra, para luego
dejarse llevar por el dolor y romperse en mil pedazos junto
con su ‘’pequeño’’.

—¿P-por qué lloras tú? —preguntó Louis tímidamente, mien-


tras sollozaba y trataba de contenerse al hablar.

—P-porque, ¿sabes? yo sólo quiero que seas feliz. Quiero


ayudarte a que lo seas y a que sonrías. P-pero ésta cochina
vida no te trata como yo desearía tratarte...No es justo Lou.

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Yo daría muchas cosas por sólo ver tu sonrisa, ¡y las cosas
malas te la arrebatan como si tuvieran el permiso de hacerlo!
—escupió con sinceridad y frustración.

Del otro lado de la línea Louis se secaba las lágrimas con el


puño de su camiseta, mientras seguía hipando levemente.

—H-Harry apenas nos conocemos…

—¡No me importa! ¿Acaso tengo que conocerte por años para


desear que seas feliz? T-todos merecemos eso, todos mere-
cemos una buena vida llena de sonrisas y momentos hermo-
sos los cuales atesorar. Y tú no eres la excepción, t-tú mere-
ces ser feliz mucho más que v-varias personas que conozco.

—¿Me quieres, Harry? —preguntó el ojiazul, desviando el


tema de la felicidad.

—Te quiero y mucho, Lou —le contestó H mientras las lágri-


mas le ardían sobre la piel de las mejillas.

—Yo también lo hago.

—Louis…

—Te quiero —susurró Louis mientras hacía un pequeño pu-


cherito con sus labios, intentando dejar de llorar. —T-te pro-
pongo que seamos felices y dejemos de llorar…

—Sólo prométeme algo…

— ¿Sí? —sus voces sonaban tan rotas…

—Propóntelo. Proponte ser feliz…

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—Lo haré, si tú lo haces conmigo. Seamos felices, pero seá-
moslo al mismo tiempo…

63
Sexta noche:

9 de Diciembre de 1998.

Louis se despertó alarmado y con una especie de sudor frío


en la nuca. Su respiración estaba agitada y sus ojos algo lloro-
sos…El pequeño simplemente trató de mirar a su oscuro al-
rededor, aún sin poder sentir el peculiar calor que Félix le
proporcionaba en sus pies.

Había ruidos muy fuertes y él no sabía de donde venían. Des-


orientado, con los ojos pequeñitos por el sueño y aún en pi-
jamas, Louis giró su cabeza para ver su reloj de mesa.

Eran aproximadamente las cinco de la mañana, con un can-


sado suspiro se levantó y caminó temeroso hasta su sala de
estar.

La policía y la ambulancia se encontraban fuera. Los dos


móviles se encontraban aparcados en la residencia del señor
A. El corazón de Louis dio un vuelco. Totalmente atemoriza-
do, Louis corrió hasta la puerta y tras sacarle la llave, se des-
lizó sobre el frío cemento por los pocos metros que daban
hasta la residencia del señor Stephen Antonelli.

Irrumpió en la morada, cuando la puerta estaba abierta, y


pudo ver cómo tres enfermeros estaban ayudando al anciani-
to, quien estaba postrado en la cama.

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Al verlo, el pequeño de ojos azules sólo sintió sus ojos llenar-
se de lágrimas, y con un nudo en la garganta exclamó en tono
bajo un:

—¡Oh Dios mío, Stephen! —se cubrió la boca con las palmas
de las manos y comenzó a caminar con pasos lentos y teme-
rosos hasta la cama del señor A. —¿Q-qué es lo que le pasó?

—¿Quién es usted? No puede estar aquí si no es su familiar, y


si es uno de esos vecinos chismosos, yo le diría que se vuelva
a su casa —escupió fríamente un enfermero quien miró des-
pectivamente los ojos llenos de lágrimas de Louis.

—Él es mi nieto —dijo débilmente el señor A, su voz sonaba


destrozada…las palabras se habían escapado dificultosas por
sus labios.

Louis sintió cómo la sangre volvía a correr por sus venas al


escuchar la voz del ancianito al que tanto adoraba y admira-
ba.

—Señor A... —susurró Louis mientras continuaba caminando


hasta acercarse.

Se inclinó ligeramente a un lado de la cama de su vecino y


tomó su mano con fuerza, para observarlo. El amable viejito
el dedicó una frágil sonrisa llena de esperanza y calidez.

—Quiero que vengas conmigo al hospital... —le susurró


débilmente hacia los enfermeros, quienes le tomaban la pre-
sión arterial.

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Uno de los tres, quien ocupaba un cabello naranja como una
zanahoria asintió, mientras, a diferencia de su compañero,
quien llevaba cabello negro, dijo amablemente:

—Claro que sí, señor. Lo subiremos a una camilla y él podrá


venir con nosotros en la ambulancia, usted no se preocupe ni
se esfuerce.

El chico de los ojos celestes trató de ser fuerte. Nunca había


vivido una situación así, por ende, era la primera vez que
debía acompañar a alguien aun hospital.

Iba acompañar al señor A., aun así fuese una mala experien-
cia y un mal momento él iba a estar allí para su querido com-
pañero de momentos hermosos.

A Louis le dio un poco de rabia el pensar en cómo su familia


no se pasaría ni por un segundo al hospital. E incluso lloró de
rabia cuando recordó que el señor A le comentó que había
discutido con su hija porque querían meterlo a un geriátrico
y él se negaba rotundamente a renunciar a su libertad.

—No voy a dejarte —susurró el pequeño con ojos azules y


llorozos, mientras observaba cómo los enfermeros pasaban
el cuerpo del señor A desde su cama hasta una camilla plega-
ble.

Cuando ésta comenzó a moverse Louis siguió el cuerpo de su


adorable ancianito, mientras sostenía con fuerza la mano de
su ‘’abuelito’’.

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—No voy a dejarte, lo prometo —murmuró nuevamente, con
voz segura, era la primera vez en años que él lo tuteaba.

El señor Antonelli sólo pudo sonreírle, en un intento de tran-


quilizarlo, pues sabía cuán nervioso se ponía aquel pequeño
de cabellos color chocolate.

Louis se metió con él en la ambulancia, pero la policía seguía


allí y él no entendía por qué.

Un poco adormilado y sin soltar la mano del señor A, Louis


bajó de la ambulancia y por desgracia, tuvo que quedarse en
la sala de espera mientras que el señor Antonelli era atendi-
do.

Lloró sus penas mientras subía sus pies descalzos al frío


asiento de plástico del hospital. Con ambas manos en el ros-
tro se dio el gusto de desahogarse.

Lloró como no lo había hecho en semanas. Louis estaba des-


truido debido a tantas situaciones.

Louis lloró, sintiendo cómo las lágrimas le quemaban las son-


rojadas mejillas. Lloró, hasta que un médico junto con un
policía se paró frente a él.

El policía, temeroso por el estado del pequeño de ojos azules,


tocó su hombro. Éste dio un respingo al sentir el contacto
sobre su hombro, segundos después alzó la mirada, revelan-
do sus hinchados ojos llenos de lágrimas.

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—Creemos que deberíamos decirle lo que pasó con el señor
Stephen Antonelli —dijo el policía que tenía una placa en la
cual decía ''Lowier''.

Louis se avergonzó de él mismo por unos minutos. Había


perdido el poco auto-control que poseía ¿Cómo podía haber
sido así de frágil frente a tanta gente? ¿Acaso no podía poner-
se más en ridículo? Tenía sus pijamas, estaba descalzo y llo-
rando. De todas formas, asintió, provocando que el policía
comenzara a hablar.

—Por lo que él nos pudo contar antes de que lo traigamos


hasta el hospital, él estaba durmiendo, y alguien irrumpió en
su casa, obviamente para robarle. El señor Antonelli se dio un
buen susto, lo que casi le provoca un ataque cardíaco. Él qui-
so detener al ladrón y recibió unos severos golpes en el pe-
cho y abdomen al ser atacado, por eso estamos haciéndole
placas para determinar si tiene alguna costilla rota.

—Oh, diablos…Diablos…—susurró Louis mientras sus sollo-


zos volvían a surgir.

—Lo sentimos mucho, él está muy delicado ahora, como


sabrás, Stephen es de edad avanzada —dijo el doctor mien-
tras juntaba sus labios y los apretaba durante unos segundos.

Y es que a él también le partía el alma la forma en la que es-


cuchaba a Louis sollozar.

— ¿P-pero estará bien? —cuestionó Louis mientras trataba


inútilmente secarse las lágrimas que volvían a surgir.

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—No lo sabemos, los porcentajes indican que no — y con ese
simple comentario sincero, el mundo de Louis cayó.

Primero fue Félix, su gordito, su compañero y su razón de


vivir. Luego, el señor Antonelli.

¿Qué más pasaría después? Los ojos de Louis simplemente se


cerraron con tristeza y volvió a ocultar su cara entre sus ma-
nos, para llorar sonoramente.

El médico que observaba fijamente al chico de los cabellos


chocolate retorcerse entre su propia miseria se quebró y por
un segundo dejó de esconderse tras la placa de ‘’médico’’
para volver a ser quien era.

Un humano, una persona, con alma y sentimientos, al igual


que Louis. Se sentó en el asiento de plástico junto a él y lo
contuvo, abrazándolo con fuerza y dejando que el pequeño
ocultase su rostro entre su cuello.

Pasaron varios minutos en donde Louis simplemente no pu-


do dejar de llorar, por más que trató y trató, las lágrimas se le
escapaban involuntariamente.

En la lucha eterna por dejar de sollozar, el pequeño de ojos


azules logró decir:

—N-necesito hacer una llamada. ¿T-tiene un teléfono?

—Claro que sí, la recepcionista ha acabado su turno. Puedes


usar el teléfono del hospital, está al final del pasillo, sólo ca-
mina derecho —y tras secarse las lágrimas una vez más, Lou-
is se levantó, aún con los pies descalzos y su pijama puesto,

69
además del cabello revuelto y enmarañado. Caminó a pasos
lentos mientras se abrazaba a él mismo con los brazos.

Logró sentarse en la silla, la cual era demasiado alta para él y


provocaba que sus pies quedaran suspendidos en el aire.
Daba igual, porque él siempre subía los pies al asiento y se
hacía una bolita. Despegando el mango del teléfono, Louis
comenzó a marcar los números.

—08...Doble 0...5015...73 —dijo para él mismo mientras des-


lizaba y presionaba con suavidad sus dedos contra los boto-
nes del teléfono.

—Hola, buenas noches, ¿con quién tengo el gusto de hablar


esta hermosa noche? —dijo una voz que no era la de Harry.
Louis colgó. «Será hermosa para tí, idiota», maldijo Louis
molesto y al mismo tiempo con una tristeza que lo azotaba
sin lástima alguna. Louis volvió a marcar, ésta vez pidiéndole
al cielo que atendiera su chico de voz grave. Suspiró y es-
cuchó el sonido que le indicaba que estaba llamando.

—¡Hola, buenas noches! —sonaba igual de alegre que él, pero


no era Harry. Louis volvió a cortar, sintiendo cómo su espe-
ranza se hacía pedazos contra la realidad.

—Por favor, por favor, contesta, contesta tú. Por favor...Por


favor —rogaba Louis con desesperación, mientras volvía a
marcar y apretaba el auricular contra su orejita. Louis se ba-
lanceaba de adelante hacia atrás sobre la silla, mientras las
lágrimas le bajaban por las mejillas. Sus ojos ardían y su alma
estaba por quebrarse por completo. Lo necesitaba a él.

70
—¡Hola! Es una hermosa noche, ¿con quién estoy hablando?
¡Yo soy Harry! —dijo, al fin.

Él había aparecido. Apareció Harry con su tan ronca y precio-


sa voz. Louis sintió cómo sus pulmones volvían a funcionar
de golpe, tratando de llenarse con aire fresco, y su corazón
''suspiraba''.

—Harry, ayudame —dijo Louis con dolor y angustia.

Harry pudo sentir cómo su corazón se alborotaba al escuchar


cómo Louis sollozaba y cómo su respiración estaba agitada.

—¡Louis! ¿Louis, qué pasa? ¿por qué respiras tan agitado? —


el ojiazul intentó hablar pero las lágrimas tomaron todo de él
otra vez. —¡Louis contesta!

—E-estoy en el hospital p-porque... —y no pudo terminar la


frase, tal vez porque el aire le faltó, o porque simplemente las
lágrimas lo habían cazado como una hiena a una gacela.

—Louis háblame, ¿estás bien? ¿Hiciste alguna locura ésta


noche? Sólo respóndeme eso, cariño—dijo Harry con deses-
peración, mientras se paraba de su silla, estaba bastante an-
gustiado y se rehusaba a soltar el mango del teléfono.

No sabía qué diablos hacer, él solo quería que Louis pronun-


ciara aquellas palabras sagradas. Que le dijera que no había
intentado quitarse la vida y que estaba bien.

—N-no...M-mi vecino —aclaró el ojiazul, mientras trataba de


regularizar su respiración, en lo cual estaba fallando nota-

71
blemente. H sintió cómo recobraba la vida y el color en su
piel en ese momento.

—Escúchame, escúchame cariño. Quiero que respires lo más


profundo que puedas —comenzando a tomar grandes boca-
nadas de aire, Harry simplemente continuó hablando—, res-
pira conmigo, anda amor. Piensa que es un juego. Es un juego
entre tú y yo, ¿está bien? —dijo apresuradamente, mientras
escuchaba atentamente al pequeño.

Louis asintió mientras susurraba un muy pequeño ''Sí'' y as-


piró el aire como nunca lo había hecho desde hacía muchísi-
mo tiempo atrás.

Lo hizo una y otra vez, mientras escuchaba la voz de Harry


contra el auricular del teléfono. Le costaba, porque sentía
como si una persona se hubiese sentado en su pecho y lo
oprimiera contra el suelo, pero junto con esa profunda y
gruesa voz de Harry, el dolor disminuía, hasta ser sólo una
molestia.

—Te quiero Louis, te quiero —le susurró infinitas veces


Harry desde el otro lado de la línea, como si fuera un secreto
entre ambos. —Te quiero, no lo olvides, respira por mi. Te
quiero.

Harry cortó después de unos segundos, para luego salir co-


rriendo de su cubículo en la sala de la línea suicida. Corrió tan
rápido como sus piernas se lo permitían.

Cuando logró salir del lugar se montó en su auto y manejó


tan rápido como la ley lo permitía. Condujo hasta el hospital

72
de London, porque era seguro que Louis estaría allí, y apenas
estacionó, salió del auto como un rayo. Él simplemente co-
rrió.

Corrió evitando a las enfermeras y recepcionistas del primer


bloque. Simplemente corrió y cuando no encontró a su chico
de ojos azules se detuvo ante un médico, alegando que bus-
caba a Louis King.

El médico contestó con voz dura, mirándolo como si Harry


fuese un loco:

—Aquí no hay ningún paciente con ese nombre, y si no te vas,


voy a llamar a los de seguridad para que te echen de aquí por
armar todo éste escándalo innecesario.

—¡Usted no entiende! ¡Necesito verlo ahora mismo!

—¡El que no entiende es usted, señor! ¡Ahora váyase sin ar-


mar escándalo o me veré forzado a usar mis manos con us-
ted!

—¡Tiene que estar aquí! —dijo un desesperado Harry.

El rizado suspiró, mientras se callaba y comenzaba a negar


con la cabeza en silencio, sin poder creer la incompetencia de
las personas que le rodeaban.

Fue en ese momento, entre el silencio, en donde Harry pudo


escuchar unos sollozos que venían de un pasillo. Se detuvo a
escucharlos atentamente, porque era obvio que los había
oído antes.

73
Caminó lentamente, hacia el pasillo, dejando de lado que el
médico lo veía despectivamente.

Él sólo caminó por el pasillo, como si estuviera pasando por


el túnel de su vida y dirigiéndose a su muerte, notando paso a
paso cómo los sollozos de esa persona se hacían cada vez
más fuertes.

Cuando llegó al final del pasillo vio a un chico de unos 20


años, en pijama, sentado en una silla, cubriéndose el rostro
con sus propias rodillas y sosteniendo un teléfono en su ma-
no.

El corazón se le detuvo, para luego ser penetrado por la in-


existente flecha. Fueron minutos en donde el chico de los
rizos no pudo oír nada más que los fuertísimos latidos de su
corazón en sus orejas y el repiqueteo de su calzado contra el
frío y resplandeciente mármol del suelo como fondo.

Él era su chico de voz chillona...Louis King.

Lo había encontrado. Hubo segundos en los cuales la mente


de Harry trabajó con muchísima más rapidez de lo que había
trabajado antes. ¿Debía ir directamente a decirle que él era
Harry? ¿debía irse? ¿debía…? Tras la lucha consigo mismo,
decidió callar.

Louis había sufrido un golpe emocional demasiado fuerte, y


considerando los datos que Hassar le había comentado acer-
ca del pequeño…simplemente se dijo a él mismo que no lo
diría, por lo que éste simplemente caminó hacia el ojiazul y

74
con timidez deslizó sus largos dedos hasta tocar con suavidad
el hombro del chico de voz chillona.

Louis reaccionó bruscamente levantando la cabeza, para lue-


go mirarlo con sus hermosos e hinchados zafiros. Su rostro
estaba sonrojado. Con sus manos peleándose por cubrir sus
vergüenzas, comenzó a frotarse las mejillas, retirándose las
lágrimas.

Harry sintió que dentro de su pecho algo se había movido.

Y era porque Louis se veía más adorable y frágil de lo que


nunca antes él hubiese pensado que se vería. Las bolsas de-
bajo de sus ojos le daban un aspecto enfermo y desolado,
pero simplemente hacía que se viera aún más hermoso para
el rizado.

Ambos se quedaron en silencio, Harry no quería hablar, por-


que sabía que Louis lo reconocería.

—¿N-necesitas el telefono? —preguntó Louis con una timidez


de no creer.

«Te encontré…Por fin te encontré».

Harry no supo qué hacer, así que simplemente levantó sus


manos y con una seña de dedos le dijo que no, al mismo
tiempo en el que negaba con la cabeza.

Louis captó lo que Harry decía, él había tenido un amigo en la


secundaria que era mudo, por lo que tenía idea sobre cómo
comprender el lenguaje de señas.

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—Tus ojos son bonitos —le confesó Louis, perdiendo la ver-
güenza al observar esas hermosas esmeraldas.

No solía hacerlo, nunca hacía comentarios sobre el aspecto


físico de los demás…Pero es que ese brillo verdoso debía ser
elogiado.

Sintió el calor concentrarse en sus mejillas y supo que se hab-


ía sonrojado.

''Los tuyos también'' dijo Harry, haciendo señas con sus de-
dos.

El ojiazul lo supo…Era mudo. Comprendía el idioma y gracias


a un compañero que había tenido en el instituto, cuando era
joven.

Esa fue la primera vez que Harry contempló cómo los labios
de Louis se movían para formar una sonrisa diferente a todas
las que había visto en toda su vida.

76
Séptima noche:

11 de Diciembre de 1998.

Harry yacía acostado en su cama, cubierto por grandes y


abrigadoras frazadas. El rizado observaba por la ventana
cómo la nieve caía desde el cielo hasta formar grandes mon-
tañas blancas, cubriendo cada pedacito del verde césped de
su jardín.

Suspiró, su estado anímico no era el mejor. Hacía tres días


había encontrado a Louis en aquél hospital, y el recuerdo de
sus brillantes ojos azules le golpeaba con fuerza a cada se-
gundo.

Louis no había vuelto a llamar a la línea desde esa noche y


Harry temía que él hubiese descubierto quién era. Suspiró,
mientras se abrigaba hasta el cuello con su gran manta. No
planeaba salir de su cama, pero sentía que tenía que hacer
algo.

Apenas eran las 10 de la mañana pero al chico de los ojos


verdes le gustaba aprovechar cada día al máximo.

Él suspiró, mientras se llevaba las manos hechas puños hasta


el rostro para luego frotarse suavemente los ojitos.

Con un bostezo se removió en la cama y después de varios


minutos decidió enfrentar el día. Se levantó, sintiendo cómo
el duro y frío ambiente del invierno le pegaba y hacía que su
piel se erizara.

77
Buscó entre sus pilas de ropa un par de jeans, una camiseta
de mangas largas y por último un hermoso suéter que tenía
el detalle de un pequeño gatito negro bordado.

Con pereza se colocó las prendas y caminó hasta su cocina,


para prepararse un básico desayuno.

Simplemente eran tostadas con mantequilla y leche con cho-


colate caliente. Comió, lentamente, degustando y dándole una
pequeña fiesta a sus papilas gustativas.

Harry siempre consideraba el hecho de que tendría una larga


vida por delante, y que disfrutar de las pequeñas cosas de la
vida, como un buen desayuno, era un placer inigualable.

Una vez terminado su desayuno dejó su taza y su pequeño


plato para las tostadas en el fregadero, para buscar su bufan-
da y rodear su cuello, tras esto, Harry se envolvió en un abri-
go de color caqui.

Normalmente en London el clima no pasaba de húmedo e


inestable, pero parecía que el apocalipsis se asomaba fuera,
puesto que estaba nevando y para la sorpresa de muchos, el
frío era temible.

Harry caminó por la nieve, con sus botitas marrones puestas.


Su piel no tardó en aclararse hasta empalidecer, y su nariz se
tintó de un rosa salmón oscuro.

Metió sus manitos dentro de los bolsillos de su abrigo y con-


tinuó caminando contra la fría y húmeda nieve.

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Caminó y caminó, aún con todo el frío chocando contra sus
mejillas y con los pequeños copos de nieve por encima de su
cabello. Suspiró, cuando por fin pasó por la puerta de la espa-
ciosa tienda.

Estaba en Enterteiment. Alzó la mirada, buscando al chico de


los ojos azules. Tras la última vez que lo vio decidió que Louis
ya había tenido suficientes emociones.

Con la perdida de su gato y ahora su vecino en grave estado


de salud, él no podía permitirse hacerle saber que él era
Harry, el Harry de la voz gruesa y quien esperaba sus llama-
das todas las noches.

Suspiró, mientras lentamente caminaba por entre las miles


de filas de muebles llenos de vinilos, buscó sus preferidos,
porque era hora de que agregara algunos ‘’bebés’’ a su colec-
ción.

Con sus dedos aún fríos y tiesos tomó las cajas Kerplunk e
Insomaniac, para luego comenzar a caminar entre los mue-
bles llenos de vinilos. El chico de los ojos verdes alzó la cabe-
za para ver sobre los muebles, pero en realidad Harry no
necesitaba hacerlo, él era demasiado alto y podía ver perfec-
tamente, por lo que al darse cuenta se sintió bastante estúpi-
do.

En la caja, pudo divisar una cabellera marrón. Era Louis.

Harry sonrió y sintió cómo su corazón se hinchaba. Caminó


rápido y decidido, no tenía miedo.

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Con pasos rápidos se planto frente a su chico de ojos azules,
pero él pareció no prestarle atención.

Harry tosió suavemente, pero el chico de baja estatura se


mantenía inmóvil, tenía la mejilla reposada en su mano y no
podía ver sus ojos, puesto que su cabellera color chocolate
los cubría.

Decidió llevar sus dedos hasta la muñeca del chico de cuerpo


curvilíneo, y lo hizo, aunque su mano tembló un poco al acer-
carse. La idea de tocarle le resultaba sinceramente de otro
mundo.

Él quería aprender todo sobre Louis…

Tomó un poco de aire y se dijo a él mismo que no la cagaría.


Deslizó las suaves yemas de sus dedos por la piel sedosa de
Louis.

El chico de los ojos azules ladeó la cabeza y segundos des-


pués la alzó con lentitud, para mostrarle a Harry sus hermo-
sas pestañas y sus párpados cerrados. Estaba dormido...

El rizado alzó las cejas, mientras una tonta sonrisita se hacía


lugar en sus labios color sandía. ¿Cómo debía reaccionar? El
chico se veía tan tierno, tan dulce y adorable…Él nunca
pensó que el muchacho de la voz aguda y chillona sería tan
hermoso. Las pestañas que poseía eran largas, espesas y ne-
gras.

Su nariz era respingada y perfecta, tenía los labios finos y


bastante rojos a causa del frío del ambiente, al igual que las

80
mejillas, las cuales estaban inyectadas con un tinte rosáceo.
Su cabello era un delicado nido de pájaros, pero de todas
maneras hacía que se viese más adorable.

La respiración del rizado se agitó bastante al contemplar la


hermosa figura del pequeñín durmiente, Louis parecía un
genuino ángel bajado del cielo.

Con suavidad, Harry deslizó su mano por su brazo, compro-


bando y dando por mucho más que sentado que la piel de
Louis era más suave que la misma seda. Éste no despertó, así
que el oji-verde tuvo que golpear la mesa con su puño cuida-
dosamente.

Al ver cómo el pequeño de ojos azules daba un respingo,


asustado, y lo miraba con esos enormes ojos color cielo,
Harry sintió cómo su interior se retorcía.

¿Era regocijo? ¿tal vez dolor? Se trataba del simple hecho de


que despertar a una criatura de tal belleza podía ser conside-
rado el más grave de los pecados.

— ¡Rayos! ¡Me dormí! —dijo el chico con cuerpo curvilíneo y


cabellos marrones mientras sus mejillas se llenaban de un
rojizo color—, ¡Merlín va a matarme! —Louis comenzó a gi-
rar su cabeza en todas direcciones, revisando y no dándose
cuenta de que el chico de los rizos habitaba frente a él.

Buscaba a su dueño con un frenesí aterrador. No quería que


lo descontaran de su sueldo, no quería cometer otro error.

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Harry se aclaró la garganta levemente, tenía una sonrisa en el
rostro. Aquellos ojos azules brillaban tanto como el mar en
un día de verano.

Louis lo miró por varios segundos, hasta que cayó en cuenta


de que alguien le había visto dormir. No cualquiera, sino un
cliente.

Rápidamente se cubrió el rostro con las manos, para erguirse


y luego frotar con delicadeza sus párpados. H sólo pudo son-
reír ampliamente, era tan hermoso, aún cuando acababa de
despertar.

— ¿Q-qué deseas? —preguntó con tono avergonzado, para


luego detenerse a mirar al rizado con atención. —Oh...Y-
yo…¿Tú ya habías?...Es decir, es que, te he visto, tú eres el
chico que estaba en el hospital —dijo, con notable emoción la
última frase, mientras sonreía levemente.

Harry sintió cómo su corazón palpitaba más rápido que de


costumbre, una sensación de cosquilleo le tomó preso. Con
euforia disfrazada de emoción, el chico de los rizos comenzó
a mover sus dedos, creando señas.

‘’ ¡Hola!’’

El chico de los ojos azules levantó su mano, y con una tímida


sonrisa comenzó a zarandear ésta de un lado a otro.

—Hola, no me dijiste tu nombre, ni yo te dije el mío. Soy Lou-


is King.

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Las grandes manos de Harry temblaban, junto con sus pier-
nas…Necesitaba un nombre…Suerte que tenía dos. La sonrisa
de idiota no se le borraba del rostro, y sentía que iba a des-
mayarse de la emoción. Continuó creando señas.

‘’Mi nombre es Edward, es un gusto conocerte Louis’’ y tras


esto, le enseñó su mano, para que el chico de los ojos azules
la estrechase entre la suya… ¿Así que eso era el amor a pri-
mera vista?

—Tu suéter es muy bonito, a mi también me gustan los gatos


—dijo Louis, tratando de simular que no se había quedado
mirándolo de más, tenía que cuidarse, no podía ir demos-
trando cosas para que después le juzgaran—, así que, ¿vas a
llevar esos vinilos, no?

Edward asintió, mientras dejaba las cajas de vinilos sobre la


mesada. Louis tomó ésos entre sus dedos y los contempló
durante muchos segundos.

— ¿Te gustan?...E-es decir, —se permitió soltar un suspiro de


frustración ante su nerviosa habla—, ¿te gusta Green Day?

El rizado asintió, mientras recargaba su peso en una pierna y


sonreía de lado.

‘’ ¿Y a ti?’’

— ¡Claro que sí! Oí que van a presentarse el 31 de Diciembre


en Nueva York, y quería ir a verlos p-pero…—el pequeño de
ojos azules suspiró, mientras apretaba sus labios y los trans-
formaba en una línea—, mi sueldo y necesidades no me lo

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permiten… Pero algún día deberías invitarme a tu casa a oír
los vinilos —dijo con timidez, para luego bajar la mirada. —
¿Son para ti o para regalo?

Harry simplemente se quedó estupefacto al observar al pe-


queño manojo de nervios viviente que Louis era. Hubo unos
minutos de silencio interminables, en los cuales Louis se
atrevió a levantar la vista y mirar a los ojos a Edward.

Se miraron intensamente, y en ese momento, en ese preciso


instante, Louis sintió que se conocían de toda la vida, incluso
podría decir que aquél chico hermoso y de ojos verdes le
resultaba muy familiar.

El chiquillo sonrió, se sentía seguro con aquél muchacho de


alta estatura. Harry le sonrió de nuevo, sintiendo dolor por
no poder decirle que él era ''su motivo para vivir''.

Él reaccionó y apuntó a los vinilos, para luego tocar su pecho,


indicándole que eran para él. Louis se sonrojó y bajó la mira-
da, para sacarle el precio a las cajitas de los pequeños discos
musicales, metió ambos en una bolsita que contenía la E de
Enterteiment y le cobró.

Él simplemente le dió el dinero y una vez más se quedaron


mirando.

—Eres muy alto, Edward, m-me intimidas un poco —dijo


Louis, sintiéndose pequeñito como una hormiga.

Pudo ver cómo ''Edward'' simplemente se sonrojaba y asent-


ía con la cabeza.

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''Todos me dicen eso'' dijo él en señas, pero con una sonrisa
en el rostro.

‘’ ¡No tengas miedo! Sólo soy una jirafa’’ agregó segundos


después de acabar con las primeras frases.

Logró oír la risa tierna de su muchacho…

Y luego se fue, se fue sin dar ni una explicación, porque no


pudo soportar estar ahí y no besarle, no tocarle las mejillas o
acariciar su cabello.

Esperó hasta la noche, ya estando en su cubículo en el call-


center. El teléfono sonó, pero no era Louis. Volvió a sonar, y
Louis no apareció hasta las 11:30 de la noche.

—Estoy muy feliz, Harry —dijo el chico de ojos azules, quien


descansaba en su sillón, hecho una bolita —bueno, no tan
feliz, pero supongo que algo es algo, y que tengo que confor-
marme con la pequeña estela de felicidad que tengo, ¿no es
así?

—¿Lo estás? No sabes cuánto me alegra el oír eso...¡Y claro


que sí! ¡Siempre hay que encontrarle el valor a las cosas pe-
queñas! —Harry sonrió, para luego suspirar cortamente —,
entonces, ¿puedes contarme por qué estás tan feliz o es se-
creto?

—Fui a ver a mi vecino, y está mejorando, no del todo, pero


ya sabes, mejora —Louis sonrió ampliamente, mientras se
abrazaba las rodillas y las apretaba contra su pecho.

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—¡Oh Lou! ¡Eso es extremadamente genial! Tienes una razón
muy grande para estar feliz.

—¡Y eso no es todo! —contestó Louis, mientras soltaba una


risita. Hacía mucho que no reía de esa forma tan risueña, tan
llena de esperanza y regocijo.

—¡Cuenta, cuenta ahora!

—La noche en la que te llamé por mi vecino, yo… conocí un


chico. Y hoy...Hoy volví a verlo. Creo que es muy apresurado
para decir esto, es que…sabes, lo conocí hace horas. Pero
sentí algo en mi corazón… —H sonrió, mientras sentía que su
garganta se cerraba y que sus ojos se llenaban con diminutas
lágrimas.

—¿Qué sentiste?

—Bueno, yo, sentí como si lo conociera desde hace muchísi-


mo tiempo. ¿Nunca has visto a una persona y piensas ‘’¡Oh,
mira! Debería conocerlo, se ve muy interesante. Quiero cono-
cerle y aprender todo sobre él, se ve muy…muy pero muy
interesante!’’? Pensé eso…y simplemente sonreí. Entonces él
me sonrió de vuelta —habló el chico del cuerpo curvilíneo,
revelando su secreto ante Harry.

—Eso es hermoso, es tan hermoso. Louis, lo mereces, mere-


ces a alguien que te quiera y haga feliz… —el rizado se tomó
unos minutos para respirar, la tristeza parecía tomar su
cuerpo—, hay algo que tienes que saber, la verdad es que no
importa si es un chico o una chica quien te hace feliz. Tú de-
bes serlo, y nadie puede decirte a quién o cómo amar alguien.

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Octava noche:

13 de Diciembre de 1998.

Louis abrió los ojos, sintiendo un agudo dolor de cabeza ante


el feroz sonido de su alarma. A tientas, estiró su mano para
detener la alarma, y tras intensos segundos de lucha, lo logró.

Suspiró y con mucha paciencia se refregó los párpados. El


ojiazul se levantó, dispuesto a revolver entre sus cajones por
un conjunto de ropa.

Tras estar completamente vestido y aseado, salió de su cuar-


to vistiendo pantalones de jean, unas botitas abrigadas y un
suéter color celeste, el cual resaltaba sus ojos.

Caminó hasta su cocina, ya acostumbrado por no tener a su


gato maullándole en las piernas y miró por la ventana de la
cocina. La nieve caía con agresividad sobre las copas de los
árboles y el mismo césped.

Suspiró y negó con la cabeza, tratando de esquivar todos los


pensamientos acerca de cómo la estaría pasando su gato en
esos instantes.

Louis nunca usaba gorros, pero al ver cuánta nieve caía, se


obligó a él mismo a usar uno. Era negro y tejido a mano por
su difunta abuela.

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Suspiró y con sus delicadas manos intentó sacar su bicicleta.
Por más de cinco minutos trató y trató, pero sin poder lograr-
lo se dió por vencido, bufando y soltando un pequeño insulto.

—¡Ugh, mierda! —él solo decía palabrotas cuando estaba


muy frustrado.

Se puso ambas manos en la cintura y frunció el ceño. Dejó


que de sus ojos se escaparan unas pequeñísimas lágrimas de
frustración absoluta, para luego correr dentro de su casa y
levantar el teléfono. Presionando los botones con suavidad,
marcó a la tienda.

—¡Merlín la nieve no me deja ir en bicicleta! —exclamó él


apenas pudo oír la voz del viejo fanfarrón. —Tendré que ir
caminando y llegaré apenas un poco más tarde, lo siento mu-
cho, de verdad— Merlín Hamilton había dejado de ser el
Grinch que solía ser con Louis desde el altercado con ese
cliente altanero.

No había dejado de fanfarronear completamente, pero sí hab-


ía disminuido.

Le recordaba mucho a su hijo, quien había cometido suicidio


hacía unos tres años. Louis y su hijo se parecían muchísimo
físicamente, ambos tenían un par de ojos color cielo y labios
finos, también tenían cabellos color chocolate.

Era por esa razón que cuando vio a Louis hecho una pequeña
bolita, sollozando y cubriéndose el rostro como un niño heri-
do, pensó en su hijo.

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Louis fanfarroneó en voz baja, para luego acomodar sus boti-
tas y salir bajo la fría nieve. Maldijo hasta caminar más de dos
cuadras.

Y cuando cruzó una de las calles llenas de agua, un imbécil


pasó con su auto sobre un charco con agua, mojándole.

— ¡Oye, idiota! ¿¡No ves lo que hiciste!? ¡Por qué no mojas a


tu…ugh! —gritó Louis con su voz chillona, pero sin acabar la
frase.

El día no le estaba yendo para nada bien. Harry, desde su


auto, pudo observar al pequeño ojiazul fanfarronear y por un
segundo soltó una risita.

Harry pensó en que debía hablarle en señas. Suspiró, no lle-


vaba muy bien el lenguaje, lo había aprendido porque en un
comedor en el que él trabajó había un niño de unos 16 años
que era mudo.

Y las señoras que lo conocían le enseñaron para que Harry


pudiese comunicarse con él. El chico de ojos verdes pudo ver
cómo el de cuerpo curvilíneo se sacudía la nieve de los panta-
lones y al mismo tiempo se lamentaba. Sintió dolor un poco
de enojo al saber que alguien lo había mojado apropósito.

Frunció el ceño y soltó un bufido.

Tocó la bocina dos veces, para luego pararse justo a su lado.


Louis alzó la vista y dejó sus pantalones por un momento. Vio
el auto coche frente a él y por varios instantes sospechó. Hab-
ía aprendido a no confiar en desconocidos, eso era obvio.

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Louis frunció el ceño, temeroso. Suspiró y con pasos tímidos
se acercó un poco más hasta el auto. Hasta que se abrió la
puerta del acompañante.

Unos ojos verdes hicieron que su corazón saltase y que una


hermosa y amplia sonrisa se pintase en su rostro.

— ¡Tú! —chilló el chico de ojos azules para luego correr has-


ta el auto. Harry sonrió, mientras agitaba su mano de un lado
a otro, saludándole. — ¿Qué haces aquí? —dijo mientras se
sentaba en el asiento de acompañante.

El interior del vehículo estaba calentito, por lo que él cerró la


puerta. Parpadeó varias veces, contemplando cómo el chico
de cabellos rizados le decía que:

''Sólo manejaba por aquí y te vi''.

Louis soltó una leve risita.

‘‘ ¿Necesitas que te lleve?'' dijo Edward formando las señas


con sus dedos.

Louis sintió sus mejillas sonrojarse, y mientras se quitaba su


adorable gorrito asintió.

—Sería muy, muy, amable de tu parte Eddie. ¿Puedo llamarte


así?

Harry simplemente sintió su pecho apretarse y mientras tra-


taba de esconder su leve rubor asintió y volvió la vista hacia
el frente. El automóvil volvió a andar.

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‘‘¿Vas a Enterteiment?''.

—Ahí voy, ahí trabajo…aunque creo que ya sabes eso —


contestó nerviosamente L soltando una suave risita.

Durante las cuadras faltantes, Louis simplemente se recostó


en el asiento del acompañante y fingió acurrucarse de costa-
do, para simplemente mirar a Edward conducir.

Sus ojos verdes brillaban y sus rizos lo hacían verse muy


guapo. Tenía unos hermosos labios color sandía y sus manos
eran gigantes, aunque eso no quitaba que no fueran delica-
das.

«Tiene linda sonrisa, y también lindas pestañas» pensó Louis.

Y en ese instante Harry simplemente golpeó con suavidad el


volante y se giró para verle. Sonrió, dejándole ver esos per-
fectos y blancos dientes, para luego señalar con sus dedos
que habían llegado a destino.

Louis continuó mirándolo, por lo que Edward le preguntó si


todo estaba bien.

—Eh, sí, sólo que…—durante esos segundos Louis debatió


consigo mismo si debía hablar o no—, sólo me recuerdas a
alguien a quien conozco. Muchas gracias por traerme Eddie,
supongo que te veré más tarde —y abriendo la puerta con
ligereza Louis se dispuso a salir.

Sólo que un brazo se lo impidió. El chico de cuerpo curvilíneo


y ojos azules se giró y observó con atención cómo Edward lo
miraba con los ojos brillosos.

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‘‘ ¿Podríamos beber un café juntos?''

Preguntó mediante señas. Y Louis solo sonrió, sintiendo su


alma explotar en felicidad. Asintió, desesperado y notable-
mente feliz.

—¡Entra a la tienda conmigo, te daré mi teléfono! —Louis


corrió con emoción hasta la tienda, para abrir con su llave de
empleado y sostenerle la puerta a Harry hasta que él entró.

Cuando por fin llegó al mostrador ni Merlín ni Hassar estaban


ahí. Por lo que se sintió libre de escribir con su pésima cali-
grafía el número de su teléfono fijo.

—Termino de trabajar cerca del mediodía, podríamos ir de


tarde si te parece. En las tardes estoy muy solo —agregó in-
conscientemente, pero sin dejar de sonreír mientras le tendía
el papelito al chico a quien él comenzaba a querer de a poco.

‘’Lou, yo no puedo llamarte…Soy mudo’’ dijo Edward, de to-


das formas aceptando el papel, pero soportando la risa.

La emoción de Louis se esfumó, pero el rosáceo color en sus


mejillas se hizo presente.

—Oh…diablos, soy un poco tonto. Hmh, entonces, no lo sé.


Puedes pasar por aquí al final de mi turno, tal vez podamos
arreglar allí para una cita, ¿te parece? —murmuró avergon-
zado.

‘’Claro que sí’’ dijo Edward, provocando que el extraño brillo


en los ojos de Louis volviese.

92
—¿Cómo estás hoy, Lou? —le preguntó Harry mientras repo-
saba su mejilla en su mano y sonreía tontamente.

Eran las once y media de la noche y Louis había sido la pri-


mera llamada.

—Un poco decepcionado, pero supongo que las cosas mejo-


rarán... —dijo él mientras subía sus descalzos pies al sillón.

Se hizo una bolita y bebió un poco de su chocolate caliente.

—¿Qué pasó?

—Huh, éste chico a quien conocí...Dijo que pasaría por donde


trabajo antes de que mi turno terminara, pero no lo hizo. Y
hmh yo pensé que estaba interesado en mi —Harry no había
podido concurrir a Enterteiment para citarse con Louis.

Cuando se dispuso a hacerlo recibió una llamada urgente de


un comedor de niños, que necesitaba con grave urgencia una
orden de leche descremada. Y Harry accedió.

Pasó allí hasta las diez de la noche, luego llegó a su casa y se


duchó, para luego conducir hasta el call-center.

—¿Es enserio? Oh Lou...Es, bueno, supongo que él es un patán


—dijo apretando los labios y lamentándose.

—Sí...Aunque él es tierno, ¿sabes? Es un chico mudo, pero sus


ojos me recuerdan mucho a ti. No sé por qué, yo nunca te he
visto antes, pero sus ojos me hacen sentir como cuando te
hablo. Me dan paz... —Harry sintió su pecho doler y cómo
unas pequeñas lágrimas luchaban por escaparse de sus ojos.

93
Pero simplemente tragó con fuerza el nudo que le apretaba la
garganta y soltó una pequeña risita.

—Supongo que eso está bien Lou.

—Oh, yo...Yo, no quería incomodarte, de verdad no, digo, yo


pienso que tú también eres muy bonito. ¡Lo eres! ¡Salvas vi-
das! Yo... —Louis suspiró, frustrado ante su tonta habla—,
ugh —el chico de ojos azules simplemente se dio por vencido.
Necesitaba sacarlo de su pecho. —Yo...Esto puede sonar des-
quiciado p-pero…creo que tú me gustas, Harry.

Harry simplemente se dejó llevar y sonrió, dejando escapar


una lágrima de emoción.

— ¿Sabes? Yo también creo que me gustas...

—¿Entonces qué hago con Edward? —en su fuero interno


Louis sabía que todo lo que estaba haciendo estaba mal, y
que podía salir altamente herido.

¿Pero cómo debía sentirse? Ambas personas estaban com-


portándose tan amables con él…Y él necesitaba tanto esa
atención y esos cuidados.

Era inevitable.

—Él…Deberías elegirlo a él.

—Pero Harry, tú fuiste el que me salvaste…

—En ese caso, estoy dispuesto a ser tu amante —dijo H, sol-


tando una ligera risa.

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Le dolía el alma, pero aún así, rió.

95
Novena noche:

14 de Diciembre de 1998.

—Hola...Hola señor A —murmuró Louis dulcemente, mien-


tras tomaba la mano del ancianito y la sostenía en la de él,
apretándola con gentileza.

La mano del señor Antonelli era apenas más grande que la


del chico de ojos azules. Él suspiró, mientras observaba las
facciones de su vecino. Estaba atado a tubos de oxigeno y
tenía varias intravenosas en las manos. Su corazón dolió al
verlo en ese estado tan...tan indignante.

— ¿Sabe si su familia ha venido a verlo? —le preguntó con


timidez a la enfermera que se encontraba proporcionándole
las medicinas diarias.

Ella levantó la vista, sus ojos eran oscuros, al igual que su piel
y su cabello, el cual era adornado por inmensos rizos.

—No, no ha venido nadie más que tú —dijo con un poco de


dolor en su voz. Louis asintió, mientras sentía furia hacia la
familia de su vecino.

¿Tan difícil era que lo vieran? ¿Que lo visiten? Louis maldijo


en su fuero interior y frunció el ceño por algunos segundos.
Levantó la vista y le dio las gracias a la enfermera.

—¿Sabe? Usted no los necesita. No necesita a nadie. Es fuerte


y sé que saldrá de esto. Recuerde esto, ‘’todo está en la men-

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te’’, fue lo que me dijo hace tiempo, ¿se acuerda? De verdad,
recuérdelo, sé que lo logrará —susurró las últimas palabras
con la voz cortada, mientras acercaba una silla a él y se sen-
taba.

No dejó de sostener la mano del señor A en ningún momento.


Después de sentarse él simplemente puso la mano del ancia-
nito en su cabeza y con gentileza descansó la frente junto al
cuerpo de su vecino. Lloró en silencio, descargando su alma y
dolor.

—Te quiero mucho, Stephen, te quiero ‘’abuelito’’, de verdad


—susurró, como si fuera un secreto.

Louis se despidió, frotando suavemente la mano de su vecino


y luego depositó un suave beso en la frente de su adorado
ancianito.

—Hasta luego, abuelo.

Mientras recorría las frías, húmedas y nevadas calles de Lon-


dres, decidió entrar a un kiosco y comprar una paleta. Siem-
pre le venían bien, aunque él sabía que no tenía permitido
gastar dinero de más.

Suspiro y con sus suaves labios apretó la paleta de caramelo


entre ellos. Caminó unas cuadras más, muchas más, hasta
llegar a su casa. En ese momento eran las dos de la tarde.
Había salido temprano y había aprovechado para visitar al
señor A, ya que sentía que debía acompañarlo.

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Una vez dentro de su casa, Louis suspiró y se sentó en el
sillón. Un ruido hizo que Louis diera un respingo y en pocos
segundos una silueta regordeta se sentó en el sillón.

— ¡Oh por Dios! —exclamó, casi tragándose la paletita color


roja.

Las lágrimas le salieron de los ojos y no pudo contenerse,


pasó sus dedos por el suave pelaje de su gato Félix y lo elevó
en el aire.

— ¡Por Dios, Félix, eres tú! ¡Eres tú, mi gordito hermoso eres
tú! —gritó, mientras las lágrimas de felicidad le caían por los
ojos.

Abrazó a su gato, sintiendo cómo él maullaba y ronroneaba.


Simplemente lo acarició, sintiendo cómo las lágrimas le que-
maban. Se sentó en el sillón, sintiendo el calor de su gato en
su regazo.

El chico de cuerpo curvilíneo acarició el sedoso pelaje de su


gato y pudo observar cómo una cicatriz arruinaba parte del
pelaje detrás de su oreja.

—Oh bebé...¿estuviste en una riña? —comentó Louis, mien-


tras reía suavemente, con sus ojos hechos pequeñitos y las
lágrimas aún cayéndole por los ojos.

Louis deslizó sus dedos por sus mejillas, limpiándose las


lágrimas y corrió hasta la cocina, para servirle abundante
comida a su hermoso gato Chartreux. Apenas puso el platito

98
en el suelo, el minino corrió y con pequeños ruidos Louis dio
por hecho que Félix estaba hambriento como una hiena.

Escuchó sonar el teléfono y caminó con pasos ligeros. Des-


pegó el mango del teléfono y se llevó el auricular a la oreja.

— ¿Hola? —contestó con su aguda voz.

—¿Louis? ¡Hola! soy Hassar

—Oh, huh, hola. ¿De…de dónde tienes mi número?

—Lo saqué de tu registro de información…Lo siento si te


molesto

—Supongo que…supongo que está bien —respondió nervio-


so.

—Mira, lamento molestarte y sé que tu turno terminó pero


alguien dejó un paquete para ti. No sé quién, creo que la tar-
jeta la firmó un chico llamado Edward —del otro lado de la
línea Hassar veía a los ojos a Harry, quien sonreía.

El chico de ojos verdes le había contado absolutamente todo


al moreno, obviamente diciéndole que debía mantenerlo en
secreto.

—¿Debo ir ahora? —preguntó con la voz temblándole y los


ojos brillándole de emoción.

—Sí, sería mejor que vengas ahora.

—Estoy yendo —contestó, olvidando cada pequeño signo de


timidez, Louis se atragantó con las palabras y simplemente

99
colgó el teléfono. Se aseguró de dejar todas las ventanas ce-
rradas y puso un abrigo, para luego salir corriendo de su ca-
sa.

Ansiaba ver qué era lo que Edward le había dejado. Y en En-


terteiment Harry simplemente le daba las gracias a Hassar,
para luego irse y montarse en su auto.

Louis simplemente caminó tan rápido como pudo, hasta se


descubrió a él mismo trotando con ligereza.

Apenas llegó dio suaves golpecitos en el vidrio de la tienda y


vio a Hassar sonriéndole. Louis se veía adorable con su nariz
roja y tez pálida a causa del frío.

— ¿¡Dónde está lo que dejó Edward!? —musitó, mientras


continuaba dándole suaves golpes al cristal de la tienda.

Hassar rió y caminó para abrirle la puerta. Él entró corrien-


do y rebuscó por todas partes. Pero no encontró nada.

—¿Qué es lo que dejó? —refunfuñó Louis, viéndose como un


niño pequeño y ansioso.

El morocho sacó de su abrigo una carta y se la alcanzó. Louis


la tomó entre sus dedos, para desplegarla y leerla. Sus ojos
volaron por el delicado papel, observando la agradable cali-
grafía.

‘’Me preguntaba si te gustaría ir a cenar conmigo. Podemos ir


el viernes, por la noche. A las ocho, en el restaurante ‘’Es lo que
es’’.

100
Espero que vayas, me gustaría concretar cosas x

E.’’

El corazón de Louis latió con fuerza mientras apretaba la


nota gentilmente contra sus dedos. Sonrió, y sin siquiera
despedirse de su compañero de trabajo corrió de nuevo hasta
su casa.

En compañía de su gato pasó toda la tarde, aprovechándole y


acariciándole.

Susurrándole y contándole cuántas cosas habían pasado en


su ausencia, y también diciéndole cuanto lo había extrañado.

— ¿Sabes, gordito Félix? Descubrí que me gusta Harry...Pero


conocí a un chico, y se llama Edward. Él es bello, sus ojos son
tan lindos como los tuyos, y es amable conmigo…Pero Harry
también lo es. ¿Qué crees que debería hacer? Yo no quiero
lastimar a nadie… —dijo mientras su gato se acomodaba en
su vientre y le observaba con los ojitos abiertos.

—Edward es bonito… y por lo menos a él puedo verlo cara a


cara. Pero hay algo en sus ojos que realmente me hace pensar
que él es Harry...Es que así pienso que sería Harry...como
Edward, no sé si me entiendes —Louis suspiró pesadamente
y vio el reloj, eran las diez.

Decidió repetir su rutina y prepararse una taza de chocolate


caliente, ponerse su pijama y mirar su show de televisión
favorito.

101
Cuando éste terminó simplemente tomó el teléfono y marcó a
la línea suicida. Tuvo que marcar cinco veces, porque la voz
que él quería escuchar no se presentaba.

—Hola, pequeño —murmuró un feliz Harry al escuchar su


voz chillona por el auricular del teléfono. —¿Cómo estás,
Lou?

—Hola…estoy bien…¿y tú? —contestó Louis mientras subía


los pies al sillón.

—Bien. ¿Cómo te sientes hoy?, ¿ha pasado algo nuevo?

— ¡Oh! ¡Muy feliz, Hazz, mi gato volvió! —chilló de felicidad


el chico de cuerpo curvilíneo mientras sonreía ampliamente.

— ¿Es- es verdad? ¡Oh Félix! ¡me alegro tantísimo que haya


vuelto él! ¡eso…es tan genial de escuchar! —murmuró el chi-
co de ojos verdes.

—Sí, y huh. Bueno, el señor A no está también, pero espero


que él mejore.

—Va a mejorar, te lo aseguro.

—¿Harry? —preguntó Louis, desviando el tema notoriamen-


te, mientras recostaba su cabeza en el sillón.

—¿Sí? —le respondió H mientras se acomodaba en la silla.

—Te quiero mucho —susurró con vergüenza, mientras sent-


ía el rubor cubrir sus mejillas.

102
El corazón de Harry latió fuerte. Se sintió como una puntada,
pero de esas que dan placer.

—Yo también te quiero mucho, en realidad, yo te quiero más


—H le dio un sorbo a su café, mientras imaginaba cómo sería
besar los labios del pequeño.

—Me gustaría que algún día me invitaras a salir, ¿sabes? C-


como amigos…Aunque, bueno, eso es lo que somos, amigos
¿verdad?

—Louis…

—P-pero si no te sientes cómodo con Edward yo-…

—Lou, tranquilo, no te alteres…Algún día voy a invitarte a


salir, ¿está bien? Quiero conocerte personalmente, no te alte-
res —contestó Harry, sintiendo algo raro en su interior al
escuchar como Louis mencionaba ese nombre.

''Edward''.

Louis sonrió, mientras cerraba sus ojitos y se relajaba. Amaba


escuchar la voz de su preciado Harry.

Y aunque lo negara, él lo deseaba. Lo deseaba mucho más que


a Edward.

—Te quiero Harry —susurró una vez más, sintiendo cómo el


corazón le latía rápido.

103
—Te quiero Lou. Te quiero mucho, te quiero muchísimo
muchísimo, eres muy importante para mi —murmuró H, sin-
tiendo su corazón hincharse.

—¿Lo soy? —preguntó el chico de ojos azules, mientras se


acomodaba en el sillón, los párpados le pesaban y el sueño
parecía querer tomar su cuerpo.

—Lo eres, eres muy especial e importante para mi.

Harry aguardó a que él contestara, pero el ambiente se quedó


en silencio durante unos segundos y luego de eso, logró escu-
char cómo Louis respiraba pausadamente.

El pequeño se encontraba en un profundo sueño.

Harry por un segundo se permitió imaginar cómo sería dor-


mir o despertar con Louis y una sonrisa se plantó en sus la-
bios.

—En realidad, no te quiero, estoy seguro que puedo decir que


te amo —dijo, sintiéndose realmente a gusto con saber que él
había sido la última voz que L había escuchado antes de dor-
mir. —Yo soy Edward —susurró una vez más, sintiendo
cómo sus ojos se llenaban de lágrimas y su corazón sufría por
dentro.

104
Decima noche:

15 de Diciembre de 1998.

El chico de los ojos azules sintió cómo si sus orejas estuvie-


ran tapadas, mientras oía cómo un ruido seco de fondo crecía
y crecía sin parar. Se frotó los ojos pegados a causa del pro-
fundo sueño que había experimentado y cuando su rostro
cayó de frente con la realidad dio un salto del sillón, corrien-
do hasta su habitación. Tomó el reloj entre sus dedos y para
el alivio del chico de cuerpo curvilíneo, no estaría llegando
tarde. Se permitió inspirar con tranquilidad el frío aire del
invernal ambiente.

Suspiró, sintiéndose un poco mareado al haberse levantado


con tanta rapidez, así que descansó sobre su cama unos se-
gundos hasta estabilizarse.

Tragó la amarga saliva mañanera y en pocos minutos Louis


se incorporó al suelo, avanzando hasta su cuarto de baño,
donde cepilló pulcramente sus dientes y lavó su rostro, para
así espabilar más rápido.

Observó cómo en una esquina del sillón Félix se estiraba y


hacía ese típico sonido que los gatos hacen al estirarse.

— ¿Qué haces ahí, gordito tonto? —susurró con la voz ronca


por el sueño mientras se acercaba con una mañanera lentitud
hasta su hermoso gato Chartreux y depositaba un suave beso
sobre la coronilla de su cabecita.

105
—Buenos días, Félix —agregó mientras se separaba y aden-
traba en la cocina, sirviéndole un plato de alimento balan-
ceado a su felino y preparándose un desayuno para él mismo.

Se sentó en la pequeña mesita que había en su cocina y con


lentitud degustó cada tostada que él mismo había hecho se-
gundos antes, junto con el café con leche que bebía cada ma-
ñana.

Cuando Louis estuvo vestido y abrigado, salió de su casa en


su bicicleta roja. Pedaleó con fuerza, deseando llegar a Enter-
teiment rápido y de una vez por todas, porque ese día no era
demasiado cálido, sino el más frío según las noticias del
tiempo.

La bufanda de Louis era atacada por el viento, haciendo que


flamease, y sus pestañas atrapaban diminutos copos de nieve
que caían desde el oscuro cielo de mañana.

Pedaleó durante minutos que para el pequeño fueron siglos,


hasta que divisó a lo lejos la tienda de vinilos originales más
conocida de Londres.

Cuando llegó dejó su bicicleta en la calle y con candado, para


luego abrir la puerta de la tienda con su llave de empleado.
Adentro se respiraba un aire que era muy específico, era una
hermosa mezcla de hogar con ese típico perfume a chicle que
todas las tiendas suelen tener.

Louis suspiró, mientras se quitaba la bufanda y caminaba con


lentitud para ponerse su uniforme de empleado.

106
Cuando lo tuvo puesto se sentó en la banqueta de la caja y
esperó pacientemente a que los clientes llegasen.

Él suspiró, mientras apoyaba su mejilla en la palma de su


mano y esperaba que por lo menos su compañero Hassar,
quien llegaba unos 15 minutos tarde, se presentara.

Merlín le sorprendió con un suave golpe en el hombro y para


el asombro de Louis se quedó allí, haciéndole compañía e
informándole que gracias a que las ventas iban hacia arriba él
y su morocho compañero de trabajo tendrían un aumento.

Louis sonrió ampliamente, haciendo que sus ojos se volvie-


ran pequeñitos y unas hermosas arruguitas se hicieran pre-
sentes a los costados de éstos.

—¡No, Merlín! ¿Acaso juegas? —exclamó el chico de ojos azu-


les riendo risueñamente, mientras simplemente apretaba sus
dedos, atónito por lo que acababa de escuchar.

Desde que había comenzado a trabajar en aquella pequeña y


en esa entonces no conocida tienda, nunca había sufrido de
un aumento, hasta ese momento.

—Claro que no, ¿te parece que lo hago? Porque si es así pue-
do cambiar de opinión.

—¿Qué es lo que pasa aquí? Uno llega tarde y el viejo gruñón


deja su faceta de Grinch. ¿Qué más pasó, acaso Louis se ha
embarazado también?—dijo Hassar chasqueando la lengua y
sin ningún temor o miedo hacia el dueño de la tienda, mien-
tras reía y acercaba al escritorio.

107
—Les traje el desayuno —el morocho dejó unos tres cafés y
una caja de donas, como siempre hacía.

Merlín observó al chico de cabellos oscuros y ojos color miel,


mientras le sonreía tontamente.

—¿Te gustaría decirle lo que pasa, Louis? —dijo finalmente


mientras se volteaba a observar nuevamente la sonrisa del
chico de cuerpo curvilíneo.

Hassar no podía procesar qué demonios pasaba, ¿Louis


hablando mucho más de lo común?, ¿Merlín dejando de lado
su faceta de Grinch? De igual manera, el morocho alzó las
cejas, expectante.

—¿Y bien, Louis?

El pequeño, ansioso, se paró y abriendo los brazos de par en


par, junto con una sonrisa que se extendía por todo su rostro,
dijo:

— ¡Tendremos un aumento y vacaciones más largas, Haz-


zer!—

Los tres festejaron ese aumento con las donas, el café y abra-
zos. Por primera vez en años, el pequeño interactuaba con su
jefe y compañero de trabajo y no se sentía ni un pelín inco-
modo, asustado o enfermo.

Sus mejillas no se sonrojaban y podía mirar a Hassar a los


ojos, incluso después de haberle apodado ''Hazzer'' sin per-
miso alguno.

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En la charla que tuvieron el chico de ojos azules y profundos
pudo observar cómo Merlín se veía mucho más demacrado
por el paso de los años y el sueño.

Al mismo tiempo también notó cómo los ojos de Hassar eran


de un color miel intenso y brillante, mezclado con avellana.
Nunca se había dado cuenta de eso, ni de que él peinaba su
cabello con la cantidad perfecta de gel.

El festejo no duró bastante, puesto que todos se pusieron a


trabajar segundos después gracias a la llegada de una niña de
unos 13 años al establecimiento.

Louis sintió pánico. Una cosa era poder hablar con la gente
con quien había trabajado durante años, pero otra era hablar
con extraños y desconocidos.

La niña de tan solo 13 años se acercó hasta el mostrador,


poniéndose un poco de puntitas para ver mejor a Louis.

Ella tenía unos ojos verdes grandes y esperanzados.

—¿Tienen la edición Live de Filthy Lucre de The Sex Pistols?


—preguntó con voz aniñada, obviamente.

L se quedó plasmado y el corazón le latió realmente fuerte.


Suspiró y trató de sobrellevar lo que él hacía cada día duran-
te muchos años.

Tomó aire y con delicadeza se bajó de la banqueta, revelán-


dole a la niña que era igual y apenas un poco más alto que
ella. Caminaron juntos, mientras Louis le decía:

109
—Sí, tenemos el álbum en la sección LIVE, sólo tienes que
buscar la letra del artista y ya está —él le mostró a la niña
cómo debía buscar apropiadamente y en un segundo logró
volver al mostrador, para así tomar un sorbo de café.

La niña compró aquél álbum de edición live por tan solo 10


libras y salió en un santiamén.

Louis había soportado otra vez el querer desaparecer al ver


cómo otra persona le hablaba. Había sentido eso desde hacía
dos años atrás, pero se sintió raro cuando aquél chico de ojos
verdes tocó su hombro en el hospital.

Se sintió raro cuando por primera vez vio a Edward, porque


él nunca hizo que esos sentimientos de desesperación y an-
siedad aparecieran en él.

Tal como Harry. En un segundo, un hombre de unos más de


treinta y tantos años entró caminando rápido y obviamente
hecho una furia en la tienda, sosteniendo algo en su mano.

Con decisión caminó hasta el mostrador, donde un apabulla-


do Louis le observaba.

— ¿Qué mierdas le vendiste a mi hija, bastardo? —gritó


mientras tomaba del cuello de la camisa a Louis y lo acercaba
a su rostro.

Louis sintió su respiración agitarse y su pecho comenzar a


subir y bajar descontroladamente.

110
—¡Yo no hice nada! —murmuró Louis asustado y temiendo
severamente cualquier cosa que aquél hombre pudiese
hacerlo.

—¿Cómo que nada? Le vendiste ésta porquería de disco a mi


niña de apenas 13 años —gritó con furia el hombre, mientras
apretaba más del cuello de la camisa del chico de ojos azules.
—¿Te parece que esto es material adecuado para ella? —las
mejillas de Louis ardieron como el infierno gracias a las
lágrimas recién nacidas desde sus ojos.

—Ella lo eligió, no fui yo. No fui yo, lo juro, no fui yo —dijo


entre sollozos mientras veía cómo aquél tipejo le sostenía
con fuerza y dañaba su delicado cuello.

Louis simplemente trataba de alejarse, poniendo sus manos


en el pecho del hombre, y echándose hacia atrás. La niña de
ojos verdes entró corriendo y tironeó de los pantalones de su
padre, explicándole a gritos que ella misma había comprado
el disco:

—¡Es mío, yo lo compré! ¡Dámelo! —gritaba la pequeña


mientras intentaba quitarle de las garras su preciado vinilo.

—¡Callate, Priscila! Éste bastardo te lo vendió —espetó mien-


tras volvía a mirar el sonrojado y lleno de lágrimas rostro de
Louis.

Le propinó un seco y duro golpe que ni L había visto venir. El


pequeño gritó, mientras sentía el puño seco del hombre im-
pactar en parte de su ojo y pómulo izquierdo.

111
El golpe fue de tal magnitud que provocó que el pequeño de
cuerpo curvilíneo cayera hacia atrás de la butaca.

—¡No, no me lastimes! ¡basta! —pidió gritando, llorando y


cubriéndose la mitad del rostro con una mano.

Se hizo una bolita, mientras se arrastraba hacia atrás y veía


crecer aquella horrible figura que tanto le recordaba a su
abuelo.

Keith King, quien había sido un abusador durante toda su


niñez, golpeándolo y azotándolo con el cinturón que poseía.
Torturándole tanto física como psicológicamente y dejando
cicatrices en él que nunca podrían desaparecer.

— ¡Basta, por favor! —gritó Louis, implorando piedad y con


las lágrimas haciendo arder su suave y delicadísima piel.

— ¿’’Basta’’? ¡Vas a lamentarlo, puto maricón! —vociferó el


hombre, avanzando y dándole una patada en el costado de la
cadera. Louis volvió a gritar del dolor, retorciéndose en el
suelo, mientras trataba de alejarse.

—¡Wow, wow, qué diablos está pas-…! —habló Hassar mien-


tras entraba en la discusión, no teniendo idea de qué era lo
que había pasado. —Oh Dios, Louis —dijo incrédulo mientras
observaba al pequeño ser pateado en el suelo por alguien dos
veces más grande que su tamaño. —¡Merlín llama a la policía!
—gritó el morocho, mientras saltaba a la espalda del matón y
se aferraba a ella como un auténtico mono-araña. —¡Suéltalo
bastardo, suéltalo! —gritó, mientras que con su puño seco
trataba de darle golpes en la cabeza.

112
Merlín apenas se asomó por el portal de su oficina para ver
qué diablos hacía que ambos de sus empleados gritasen de
esa forma, cuando vio el desorden que había.

La banqueta de Louis en el suelo, folletos, engrapadoras, bol-


sas plásticas, todo estaba esparcido por el suelo. Vio al chico
que le recordaba a su hijo en el suelo, cubriéndose la mitad
de la cara y hecho un bollito en el suelo y a Hassar luchando
por controlar a un matón gigante.

Acudió al teléfono y con los temblorosos y arrugados dedos


marcó a la policía, quien acudió minutos después.

Con valentía, la policía entró y cuando Hassar soltó la espalda


de aquél bastardo, los oficiales le apuntaron con las pistolas,
para luego llevárselo.

Louis seguía en el suelo, cubriéndose el rostro y llorando


notoriamente. Cuando todo terminó, Hassar simplemente
corrió a por un vaso de agua, mientras el viejo Grinch Merlín
se agachó y acercó a pasos lentos para así no asustar al chico
de ojos azules.

—Louis, ya todo pasó —le susurró con dulzura, pasándole


una mano por los cabellos y tratando de tranquilizarlo.

Louis chilló en respuesta, haciéndose aún más pequeñito.

—¡No, no me lastimes más! —dijo éste, mientras se apretaba


a él mismo con fuerza.

—Louis, ya todo pasó, ¿sí? Está bien. Ya se fue, ya todo ter-


minó —susurró una vez más el anciano, mientras comenzaba

113
a cargar el torso de Louis y abrazarlo con fuerza. Louis no se
aferró a su cuerpo, no le devolvió el abrazo, estaba demasia-
do asustado como para hacerlo.

De a segundos trataba de alejarse lo más posible.

—No, no, por favor, no más. No más…No más

—Louis, Louis…Louis soy yo —susurró Merlín, mientras acu-


naba al pequeño entre sus brazos.

Louis sabía que Merlín nunca le lastimaría, pero simplemente


no podía, estaba aterrado y las lágrimas le seguían cayendo
furiosas por las mejillas.

—Te traje esto, Lou. Por si quieres agua, no voy a hacer que
lo bebas, pero cuando te sientas listo puedes hacerlo —dijo
Hassar con mirada preocupada, mientras dejaba un pequeño
vaso plástico a un costado de Louis.

Ambos, Merlín y Hassar estaban realmente preocupados por


Louis. No le conocían mucho, pero sabían a simple vista que
él era frágil y que un problema de la magnitud como el que
había sufrido hacía pocos minutos podía dejar marcas seve-
ras en él.

Harry abrió la puerta de Enterteiment, sonriendo e incluso


observando desde los cristales si Louis estaba dentro. Se sa-
cudió la nieve de los cabellos y la ropa, para luego abrir la
puerta con una sonrisa en el rostro.

Avanzó a pasos cansados pero seguros, y no vio más que a


Hassar agachado en el suelo y una espalda. Pero esa espalda

114
no era la de Louis. Conforme Harry se acercaba pudo ver que
un señor mayor abrazaba a alguien. El corazón de Harry se
aceleró, mientras su mente comenzaba a maquinar historias
sobre qué diablos podía haber pasado ahí.

Se descubrió a él mismo caminando a pasos acelerados y


desesperados, para llegar al final del mostrador. Y cuando lo
hizo, Hassar giró su rostro, para verle. Se paró y en un acto de
preocupación negó con la cabeza, mientras se acercaba a él.

—Louis, él no está bien —le susurró el morocho.

H caminó, sin darle importancia a lo que el morocho le había


dicho. Cayó de rodillas apenas vio el cuerpo de Louis tumba-
do en el suelo y siendo abrazado por quién sabe quién. Louis
tenía los ojos cerrados y sus hermosas y largas pestañas no
aleteaban.

Pero al escuchar aquél ruido seco contra el suelo que indica-


ba a alguien cayendo abrió los ojos temerosamente. Alzó las
cejas, mientras observaba a Edward mirándolo con el temor
penetrado en la mirada.

—¡Edward! —musitó desesperado mientras Merlín retiraba


sus brazos de él.

Louis simplemente gateó hasta el chico de cabellos rizados y


se aferró a su cuerpo, lo abrazó con fuerza y apretó su espal-
da, como si hubiesen pasado años sin verle.

115
—Edward, Edward, Eddie, Edward —repitió incontables ve-
ces mientras su tono de voz disminuía y sus lágrimas conti-
nuaban quemándole las mejillas.

Harry simplemente le abrazó y cerró los ojos, con el pecho


dolorido y el alma sufriendo. Aferró a aquél pequeño a su
cuerpo como si de eso dependiera.

Eran íntimos. Habían compartido lágrimas sin saberlo…Ya


eran amigos. Amigos fuertes y que continuaban queriendo
ascender por el camino de la vida.

El rizado asintió, mientras con una mano acariciaba la nuca


de Louis. Ambos se abrazaron por varios largos e intensos
minutos.

—Edward…y-yo… —susurró Louis con la voz entrecortada


para luego separarse con lentitud de Harry.

Y él solo asintió, porque sabía que no podía hablar, y de todas


maneras, no sabía qué contestarle al chico de los ojos azules.

Cuando Louis logró calmarse y su pecho dejó de doler, habían


cerrado la tienda. Aquellos tres hombres, Hassar, Merlín y
Edward se encontraban mirándole, aún preocupados.

Ese pequeño significaba para ellos más de lo que él pensaba.


Hassar le alcanzó otro vaso de agua, mientras él lo tomaba
con sus dedos y se quitaba las lágrimas, para después beber-
lo.

—Estoy b-bien, gracias —susurró con los ojos grandes y tris-


tes. —¿Qué haces aquí Eddie?

116
''Venía a suplicarte que salgas ésta noche conmigo, porque no
podía esperar al sábado''.

El corazón de L latió fuerte mientras comprendía cada pala-


bra. Miró los ojos de Edward con curiosidad, mientras veía el
brillo de esos verdes iris.

— ¿D-de verdad? —preguntó alzando las cejas.

Edward asintió mientras esbozaba una pequeña sonrisa.

—Louis, creo que deberías ir a tu casa y descansar un poco.


No creo que seguir trabajando sea bueno para ti, por lo me-
nos por hoy —dijo Merlín, mientras observaba a aquél vivo
retrato de su difunto hijo.

Louis suspiró, mientras asentía y se bajaba de la banqueta.

''Yo te llevaré'' dijo Edward.

Éste pasó su brazo por el cuello del pequeño y lo abrazó


unos segundos, mientras Hassar le alcanzaba su abrigo y bu-
fanda. El pequeño colocó el abrigo y también la bufanda y
metiendo su manitos en los bolsillos comenzó a caminar, aún
siendo abrazado por Edward.

Cuando ambos estuvieron en el auto el chico de rizos se giró


y observó cuán triste Louis se veía.

—Llévame a casa...Sólo necesito un tiempo para mi. Estaré


bien y hoy saldremos a cenar —susurró Louis con voz queda,
mientras miraba por la ventana del auto y observaba cómo

117
pequeñas y transparentes gotas comenzaban a caer desde el
cielo.

Harry asintió, con el alma rota por no poder ayudar a su pe-


queño, y encendiendo el motor del coche, comenzó a condu-
cir, escuchando las acotaciones sobre dónde debía doblar.

Cuando el coche estuvo estacionado frente a la casa del pe-


queño, Edward sacó de la guantera una pequeña anotadora
junto con un bolígrafo, y con su agradable caligrafía escribió
una nota para él.

''Te quiero mucho, conserva esto. Léelo cuando estés triste,


tal vez ayude. Recuerda que te quiero''. Y luego otra

''Tal vez debamos ir a cenar mañana, no quiero agotarte''.

Y Louis estuvo de acuerdo. Cuando se metió en su casa sim-


plemente acarició a su gato y le dio un suave abrazo, para
luego caminar hasta su cuarto y guardar aquella hermosa
nota que Edward le había dado.

Y Harry, dentro del auto, lloró de frustración, porque la vida


seguía tratando a su pequeño de voz chillona de forma as-
querosa.

Esa noche, Louis no llamó. Y Harry volvió a llorar, porque


necesitaba oírle y hablarle. Pero Louis simplemente se dur-
mió entre sus propias lágrimas, y con aquella bendita nota
entre los dedos.

‘’Te quiero mucho, conserva esto. Léelo cuando estés triste,


tal vez te ayude. Recuerda que te quiero’’.

118
‘’Recuerda que te quiero’’.

Sí, por lo menos eso le hacía sentir bastante mejor. Porque


entre las lágrimas, tenía la frágil mentira de que alguien le
quería. O así etiquetaba él al cariño ajeno.

119
Undécima noche:

16 de Diciembre de 1998.

Era de mañana y Louis sintió, por primera vez en mucho


tiempo, cómo Félix se acurrucaba a la altura de su pecho,
exigiendo que le rodeara con el brazo.

Los ojos de Louis estaban abiertos y él yacía mirando a la


nada, por lo que con un corto suspiro rodeó a su gato,
abrazándolo contra su ser.

—Hola amor...Gracias por intentar animarme —susurró con


la voz ronca.

El chico de ojos azules estaba sufriendo de un intenso dolor


de cabeza y unos ojos realmente hinchados por haber llorado
hasta quedarse dormido la noche anterior.

Félix maulló escandalosamente, y eso sólo significaba una


cosa. Louis debía levantarse y hacer algo productivo. Su gato
siempre solía hacer eso cuando su amo estaba triste y pasaba
los días en la cama.

Él simplemente bufó, mientras negaba con la cabeza leve-


mente. Cerró los ojos y pudo sentir cómo sus propios párpa-
dos le quemaban.

—No puedo gordito...Yo...Tendrías que haber visto cómo él


me golpeó…y luego cómo sus manos se pusieron en mi pecho
y me echó hacia atrás —susurró con dolor, mientras que en

120
su garganta se formaba un nudo y de sus párpados cerrados
se escapaban unas pequeñísimas lágrimas.

—No sabes cuánto me recordó a él…por un segundo pensé


que el tiempo se había vuelto hacia atrás.

Su gato maulló descontroladamente una vez, mientras se


levantaba y comenzaba a caminar sobre el cuerpo del peque-
ño de ojos azules, quien ahora sollozaba apenas un poco.

—Félix...él…él fue muy fuerte y sentí que volvía a tener otra


vez 14 años —sorbiéndose la nariz, Louis apretó las sábanas
contra su ser, abrazándolas como más podía. —Félix yo no sé
si pueda con esto, ¿qué hay si vuelvo a caer?. No sé si pueda
seguir, tú eres mi razón. Tú y Harry, pero tengo miedo de
defraudarlos a ambos. Y si lo hago, aún muerto cargaría con
eso...Con que los defraudé —dijo con la voz rota, mientras
apretaba sus párpados en un intento por detener su propio
llanto.

Negó con la cabeza, mientras recordaba aquella oscura época


en la que Louis había dejado de existir debido a su inactivi-
dad.

No comía, no se levantaba de la cama, no se bañaba. Aunque


desease y se sintiese el ser más asqueroso del mundo, Louis
no podía levantarse o siquiera moverse.

Era como si su cerebro y sus extremidades hubiesen estado


en uan constante lucha.

121
Louis no existía para nada más que para pasar sus días recos-
tado y llorando. Louis no podía salir, gritaba por ayuda pero
era un grito silencioso al que nadie acudía. Estaba enfermo
gracias a las bajas defensas por su inestabilidad emocional.

No podía salir del agujero en el que estaba estancado y esta-


ba dejándose morir lentamente. Pero entonces, alguien dejó
en la puerta de su casa un hermoso gato de raza, el cual esta-
ba sucio y con el pelaje lleno de grasa de camiones.

Félix ayudó a que él saliese de ese agujero infernal en el que


Louis estaba. No fue rápido, tardó meses. Pero con pequeños
esfuerzos, Louis comenzó a levantarse de la cama, a pesar de
llorar, se levantaba.

Comenzó a obligarse a comer sus cuatro comidas al día, y


cada noche se arrodillaba y sobre su cama juntaba las palmas
de sus manos, para así rezarle a su Dios que le diese fuerzas
para continuar, y que no le dejase decaer.

Pero ahora Louis tenía un motivo más, y ese motivo tenía


rizos y ojos verdes, sólo que él no lo sabía. Él estaba siendo
fuerte por él, porque él también era el motivo para vivir de
Harry.

¿Y si por él Harry intentaba suicidarse? Louis no podía ser


tan arrogante y mezquino como para quitarle a la tierra a un
ángel como Harry. Porque en efecto, el mundo necesitaba
más gente como él.

122
Y aún tenía su cita con Edward... Louis se limpió las lágrimas
y tragó el nudo que le comenzaba a ahorcar, mientras que su
gato continuaba maullando y caminando sobre su cuerpo.

Él se quitó las sábanas con furia, mientras se sentaba en la


cama con el ceño fruncido y continuaba quitándose las lágri-
mas. Miró a Félix, quien saltó a sus rodillas.

—No —dijo para él mismo.

—No volveré a lo mismo. Gracias, gordito, te amo —susurró


mientras acariciaba su hermoso pelaje gris, para luego dejar
un beso en la coronilla de la cabeza de su gatito y dejarlo con
delicadeza en la cama.

Louis se paró y con decisión comenzó a revisar su armario.


Tiró millones de prendas que hacía años no usaba y descu-
brió otras que no había usado hacía milenios. Sonrió al en-
contrar un precioso suéter hecho a mano por la difunta espo-
sa del señor Antonelli y lo abrazó contra su pecho, mientras
recordaba el hermoso y cálido rostro que la señora Claire
tenía.

Suspiró y con nostalgia guardó su suéter en un lugar espe-


cial.

Él eligió su ropa para la cita de esa noche, y ésta constaba de


una hermosa camiseta gris que se translucía suavemente y la
cual tenía un corte de cuello bastante abierto. Un suéter color
canela, el cual le quedaba extremadamente gigante.

123
Unos pantalones de jeans, los cuales eran pegados a las pier-
nas, y finalmente unas zapatillas negras. Louis acomodó su
ropa en su escritorio, con bastante emoción y entró a duchar-
se, para lavar todas aquellas lágrimas que había derramado.

El agua caliente le sentó bastante bien, porque incluso casi se


quedó dormido al relajarse tanto. Cuando salió de la ducha se
vistió comúnmente y dándole un beso en la cabecita a Félix,
salió en su bicicleta roja rumbo al hospital.

El frío chocaba contra sus mejillas, haciendo que éstas se


pusieran de color rosa. Cuando Louis pisó el hospital corrió
escaleras arriba, emocionado por ver a su preciado vecino.
Tenía una sonrisa de oreja a oreja en los labios, pero apenas
se plantó ante la puerta pudo escuchar una voz.

—Papá, estábamos de vacaciones. ¿Por qué tiene que darte


un pre-infarto justo en ésta época del año? —era una voz
femenina y Louis la reconoció.

Era la engreída hija del señor Antonelli. Con rabia, tragó sali-
va y cerró los ojos. No quería armar un drama de telenovela
frente a su preciado vecino, así que decidió caminar por los
pasillos hasta que la muchacha se fuera.

Pudo ver cómo una rubia con botas salía de la habitación y ni


siquiera cerraba la puerta tras irse. Eso hizo que Louis se
sintiera enfermo, pero olvidándola, entró a la habitación del
señor Antonelli.

— ¡Buenas buenas, señor A! —dijo Louis con una sonrisa en


el rostro. Caminando los pocos pasos que le separaban del

124
señor, se sentó en su silla de siempre y tomó la mano del an-
cianito. Apretó ésta entre las palmas de sus manos y sonrió
tristemente al ver cómo su vecino estaba atado a millones de
cables...

Suspiró, para luego bajar la vista unos segundos.

— ¿Sabe? No debería darle importancia a sus hijos...Sé que


son sus hijos pero ellos no valen la pena —susurró, mientras
que con su pulgar acariciaba con cariño la mano del señor.

—Yo podría ser su hijo. Usted podría adoptarme, ¿qué le pa-


rece? —murmuró Louis con una sonrisa en los labios.

Minutos después el chico de ojos azules se incorporó al suelo


y con delicadeza besó la frente del señor Antonelli, como lo
había hecho la última vez que fue a visitarlo.

—Te quiero Stephen. No lo olvides, ¿sí? Te quiero —susurró


como si fuera un secreto, para luego apretar cuidadosamente
su mano entre las suyas.

Louis soltó un triste suspiro nuevamente, para luego salir de


la habitación sin hacer ruido y cerrar la puerta tras él.

En su bicicleta roja volvió a su casa, en donde una vez dentro


se dispuso a prepararse el almuerzo. Puesto que ya era tarde
para desayunar.

Los víveres estaban comenzando a escasear en las alacenas


de Louis, quien vivía con lo justo. Suspiró, frustrado, porque
seguramente tendría que sobrevivir con lo que tenía y espe-
rar al aumento de Merlín en la tienda de música.

125
Sabía que las Navidades eran difíciles para él, casi como las
demás temporadas del año, pero de todas formas no le
asombró con cuánta rapidez se le había acabado el dinero.

Félix se paseó por sus piernas, pidiendo a gritos comida, y


Louis lo consintió, llenando su plato hasta el tope.

—Maldito gordo —masculló riendo, mientras veía cómo su


gato se atragantaba a más no poder de comida.

Tras varios minutos de discusión con él mismo sobre qué


almuerzo debía cocinarse, buscó en internet qué comidas
podía hacerse con verduras, y para su sorpresa encontró una
corta y rápida receta de una sopa cacera de verduras.

Al chico de voz chillona le pareció bien, ya que hacía frío y era


invierno. Así que en aquella pequeña cocina de su casa se
dispuso a cortar las verduras con precisión.

Un agudo ruido se hizo presente en el ambiente y Louis dio


un respingo. Era el timbre...Él simplemente suspiró y lim-
piándose las manos con su camiseta trotó algo rápido hasta la
puerta. Abrió ésta tímidamente, y un joven rubio y de ojos
celestes le sonrió.

—Tengo un paquete para Louis... —el muchacho simplemen-


te bajó la mirada, para leer aquél paquete que traía— King,
Louis King —concluyó con un claro e inconfundible acento
irlandés, haciendo que Louis soltara una pequeña risa.

El pequeño de ojos azules se sintió algo confundido. No recib-


ía paquetes desde que se había mudado a esa pequeña casa,

126
pero de todas formas tomó la cuadrada caja empapelada que
aquél rubio le tendía.

—Firma aquí, por favor —le dijo él, mientras le alcanzaba


una pequeña hoja junto con un bolígrafo. Louis mordió su
labio inferior al recordar su pésima caligrafía, pero de todas
formas firmó.

—Gracias —murmuró Louis con su chillona pero tierna voz,


mientras aquél chico simplemente recogía la larga hoja y el
bolígrafo.

—Qué tengas un hermoso día, Louis —dijo el rubio, mientras


se alejaba y volvía a poner su pequeño gorrito azul con las
letras ''CB'', las cuales significaban Correo Británico.

Louis se volvió, con las mejillas sonrojadas gracias a la ama-


bilidad de aquél rubio. Después de todo, el mundo no parecía
tan horrible como él pensaba.

Cuando cerró la puerta tras él se dirigió hasta su sillón, para


sentarse y luego subir las piernas al sillón. Con su lengua
asomándose entre sus labios, comenzó a despapelar aquella
extraña y pequeña caja.

Cuando no hubo más papel soltó una exclamación, mientras


se llevaba una mano a la boca y cubría ésta.

— ¡Oh por Dios no puede ser! —dijo atónito mientras sim-


plemente inspeccionaba la caja.

Venía con una pequeña tarjeta, la leería después. Louis frun-


ció el ceño, apenas saliendo de su shock. Era un teléfono

127
móvil, un Nokia 5110. El chico de ojos azules sabía muy bien
cuánto salía uno de esos novedosos teléfonos móviles y sim-
plemente no podía creer que entre sus manos habitara uno.

Dejó el teléfono color negro de lado, para luego inspeccionar


la pequeña ''carta'' que había por tarjeta.

''Para que me llames desde cualquier parte del mundo. Acépta-


lo, realmente no me costó nada. Te quiero, Lou''. Y al pie de la
tarjeta, una ''H'' descansaba tranquila.

El paquete era de Harry. ¿¡Pero cómo diablos sabía él donde


vivía?! Tras la vuelta de la tarjeta un número habitaba.

«Es el número de Harry» pensó por lógica Louis.

Con el ceño fruncido observó el número. Tenía la caracterís-


tica de área de Londres, lo que indicaba que Harry era de allí,
el mismo lugar que él.

Sostuvo una vez más aquél teléfono, para luego escuchar


cómo un ruido extraño se hacía presente.

« ¡El agua hirviendo para la sopa!».

Y el pequeño de ojos azules y cuerpo curvilíneo simplemente


corrió hasta la cocina, donde terminó de preparar su almuer-
zo.

Por la tarde, se sentó en su sillón, para comenzar a leer el


manual de uso del teléfono móvil. Programó la fecha y hora y
agregó el único número de teléfono que hasta ese entonces
tenía.

128
El de Harry.

Sonrió, mientras apretaba el celular contra su pecho y cerra-


ba levemente los ojos. Tenía por primera vez y después de
tantas noches de hablarle, algo suyo. Con el saldo de primer
uso que tenía, tipió con torpeza

''Gracias Harry, te quiero muchisimo. No debiste.'' para luego


enviárselo a su número.

A las siete de la tarde, cuando Londres comenzaba a apagar-


se, Louis tomó otra ducha caliente, para luego comenzar a
vestirse. Al final, estaba listo, perfumado y viéndose realmen-
te tierno.

Había cambiado las zapatillas negras por unas botitas de co-


lor marrón, las cuales mantendrían sus pies calentitos toda la
noche. Se puso un abrigo y esperó a que el taxi que había
pedido hacía minutos antes, llegase.

Acariciando a Félix y mirando televisión, pudo escuchar una


bocina fuera de su casa.

Louis se levantó, mientras tomaba algo de dinero, cuidado-


samente dejó a Félix sobre el sofá y caminó hasta la ventana,
para ver un auto negro frente a su casa.

Sonrió de lado, comenzando a imaginar cómo sería la cita de


ambos. Soltó una tierna risita, para luego cargar con él sus
llaves y su nuevo teléfono móvil.

129
Besó la coronilla de la cabeza de Félix y salió de la casa. Louis
caminó directamente al asiento de detrás, pero la puerta de-
lantera se abrió. Y para su sorpresa, Edward conducía.

— ¡Eddie! ¡¿qué demonios!? —dijo con una mezlca de felici-


dad y asombro.

Harry sintió su corazón hincharse al escuchar ese nombre.


Pero trató de disimularlo con una sonrisa.

‘’Hola Lou’’

— ¿Cómo sabías donde vivo?

‘’Te traje ayer’’ contestó él para luego sonreír. Louis simple-


mente sintió sus mejillas arder, y apretando sus labios, se
metió dentro del auto.

Con timidez agitó la mano del muchacho de ojos verdes y éste


señaló al nuevo aparato que Louis traía entre sus manos.

—Oh, esto, me lo regaló alguien. Es...bonito, ¿no lo crees? —


murmuró el chico de ojos azules mientras le dedicaba una
mirada llena de emociones al teléfono.

Edward simplemente le miró, y en lenguaje de señas, dijo:

''Te ves muy bien ésta noche''.

A lo que Louis no respondió, pero sí dejó ver cómo un rojo


teñía sus mejillas.

Con Edward manejando a su lado Louis sentía que el mundo


desaparecía. Y se sentía estúpidamente raro, porque era la

130
misma sensación que tenía con Harry al hablar por teléfono.
Louis observó fijamente el rostro de Edward, vio sus labios
rojizos y sus ojos verdes brillantes.

Se preguntó nuevamente cómo sería Harry y soltó un inaudi-


ble suspiro.

Cuando Edward estacionó frente a un lujoso restaurante Lou-


is lo miró atónito.

— ¿¡Estás de broma Eddie!? ¡Esto es carísimo! No puedo


hacer que comamos aquí —dijo mientras con suavidad pasa-
ba sus manos por el brazo de Edward y tiraba de él, insis-
tiéndole en que comieran en otro lugar.

''Todo está bien, Lou. Yo lo pagaré, no tengo ningún proble-


ma''. Le dijo Eddie en señas, tratando de calmar el semblante
de Louis.

Discutieron durante unos cortos tres minutos, hasta que Ed-


ward venció.

—Es...es muy lujoso y bonito Eddie. Gracias por traerme aquí


—dijo con timidez, mientras dejaba que Edward le quitase el
abrigo y le apartara la silla.

Tragó saliva, mirando los ojos del pequeño con una sonrisa
en los labios.

El restaurante estaba medianamente lleno, y el bullicio crecía


cada vez más, sólo que entre ellos dos parecía que el tiempo
no pasaba, o que los demás no existían.

131
Edward pidió por ambos, ordenando un trozo de pavo y una
ensalada para cada uno. Y cuando Louis comenzó a llevarse la
comida a la boca, Harry sintió su corazón latir con fuerza. Se
veía como un niño...Un niño tan tierno y perfecto.

— ¿Tengo algo? —preguntó Louis incómodo y con un notable


rubor en las mejillas, para luego cubrirse la boca.

Edward simplemente rió, para luego bajar la mirada.

—¡Eddie dime! ¿tengo algo? ¿de qué te ríes, tonto? —exclamó


Louis con una sonrisa, mientras miraba el rostro de su acom-
pañante.

Eddie volvió a reír, para luego levantar la cabeza.

''No, sólo que...Eres muy tierno'' dijo él.

—Oh...Tonto, tú también te ves tierno. No me había fijado


mucho en tu ropa, pero estás muy guapo hoy — dijo con cier-
ta vergüenza el muchacho de cuerpo curvilíneo, mientras
bajaba rápidamente la mirada a su plato, tratando de amino-
rar el hecho de que le había adulado.

Harry observó a Louis comer durante toda la noche, hasta


que éste hubo terminado su platillo. Tras pagar la cuenta, los
dos muchachos caminaron por las vivas calles de Londres.

Edward condujo a Louis hasta una heladería, donde allí le


regaló un helado. Y Louis lo miró con sus ojos llenos de brillo
y emoción, los cuales a Harry le recordaban a un niño peque-
ño recibiendo un juguete anhelado en Navidad.

132
—Eres tan amable y tierno Harry —murmuró Louis, no nota-
do que había dicho el nombre equivocado.

Y Harry simplemente sonrió, con el dolor en su pecho. Ambos


se sentaron en un banco, para que Louis pudiese comer su
helado en paz.

Y en cierto momento, Louis se inclinó de lado, para apoyar su


cabeza en el hombro de Eddie. El chico de ojos verdes sim-
plemente pasó su brazo por su cintura, para rodearla y acari-
ciar su espalda suavemente.

La gente pasaba, algunos dedicándole miradas de odio, otros


de confusión y otros de asco, pero ninguno de los dos dijo
palabra alguna, aunque sabían que eran los dueños de esas
atroces y feroces miradas.

Louis no se quejó, porque en efecto, sintió que no era Edward


quien le tocaba, sino Harry.

—Me divertí muchísimo ésta noche —susurró en la oreja de


Edward. Los labios del pequeño de cuerpo curvilíneo estaban
congelados, gracias al postre que había terminado segundos
antes.

Acordaron en subirse al coche, porque hacía demasiado frío.


Y allí, Louis buscó en el maletero un pañuelo descartable.
Porque según él ‘’tenía los mocos congelados’’.

— ¡Oh! ¿Es una cámara de fotos? ¡Son carísimas!

‘’Exacto, una polaroid’.

133
— ¿Podemos sacarnos una foto?

El rostro de Louis estaba lleno de brillo. Sus labios helados no


eran nada para la enorme sonrisa. Y el rizado no pudo hacer
nada más que aceptar la propuesta…

Se acercaron tanto como pudieron. Portando las sonrisas más


hermosas, Louis tomó la cámara entre sus dedos, para luego
presionar el botón correcto.

El flash les cegó por algunos minutos. Y ambos rieron ante el


efecto, pero luego de eso, contemplaron cómo la foto comen-
zaba a ser despedida por la cámara.

Se veían felices…

Louis alardeó sobre cuán bien habían salido por algunos mi-
nutos, mientras que continuaba buscando en el maletero un
bolígrafo o algo que se le pareciese.

‘’1998. 26 de Diciembre: Gracias por la linda noche. Hagamos


que dure.

Lou. ’’

Harry condujo hasta la casa de Louis, donde entre tontas ri-


sas, ambos bajaron del auto.

Y bajo el umbral de la casa de Louis, Edward tomó las manos


del chiquillo, para apretarlas entre las suyas.

134
—Espero que podamos salir otro día, Eddie —susurró el
ojiazul, mirando los hermosos ojos verdes de su acompañan-
te.

Edward asintió, mientras sonreía ampliamente. Y Louis sim-


plemente le dio un apretón a sus manos, para luego voltearse
y abrir la puerta.

Cuando ésta estuvo abierta, Harry simplemente bajó la mira-


da, dispuesto a irse.

Pero en el momento en el que su mirada se guió hacia el piso,


sintió las frías manos del pequeño, quién parado desde un
escalón, subía el rostro de Harry para que él le viese.

El chico de rizos contempló cómo el rostro de Louis se acer-


caba en cámara lenta, y aquella fría noche de Diciembre,
Harry sintió fuegos artificiales al unir su boca con los fríos
labios de Louis.

—Te quiero—susurró con voz chillona sobre éstos el chico


de ojos azules, para luego adentrarse con rapidez a su casa.

Louis sintió la adrenalina del momento en sus venas, y sus


mejillas rojas le decían que lo había hecho bien. Sus pupilas
dilatadas, su pulso acelerado. E incluso los fuegos artificiales
que había sentido al tocar con sus fríos labios aquellos rojizos
pertenecientes a Edward.

Cuando el rizado volvió al auto, lo único que le quedaba eran


las abrumadoras sensaciones que Louis le había provocado;

135
además de la hermosa foto de ambos y la nota que había al
reverso de ésta.

‘’Hagamos que dure’’…

Harry sonrió ampliamente, mostrando sus dientes. Tomó la


fotografía con las puntas de sus dedos y se la acercó a los
labios.

—Hagamos que dure, Louis —susurró, embriagado por la


felicidad.

136
Duodécima noche:

20 de Diciembre de 1998.

Harry sintió cómo el ruido sordo de su alarma resonaba de-


ntro de su cabeza, al igual que en sus oídos. Los párpados le
pesaban y sentía cómo un horrible dolor de cabeza hacía que
apretara éstos con fuerza.

«Mierda» maldijo para sus adentros mientras deslizaba sus


manos fuera de su cobertor y se frotaba las sienes, tratando
de calmar el dolor.

Suspiró, mientras desviaba sus manos hasta sus párpados y


los frotaba con gentileza.

Tragó la amarga saliva de la mañana y fanfarroneando por el


frío, se levantó de la cama. Sus pies calientes hicieron contac-
to con el frío suelo de mármol, lo que hizo que diera un res-
pingo.

Volvió a suspirar, debido a la gran soledad que comenzaba a


sufrir. Vivía solo y en una casa grandísima. No contrataba a
nadie para que limpiase, y trataba de pasar los días fuera de
su casa, para no tener que sentirse tan desdichado entre esas
miles de habitaciones.

Apretando los labios se bajó de la cama y caminó escasos


pasos, para desplegar las oscuras cortinas que cubrían su
enorme ventanal.

137
Observó la tormenta de nieve que se avecinaba e inmediata-
mente pensó en Louis, era día semanal lo que indicaba que su
pequeño estaría en su bicicleta, pedaleando y sintiendo el frío
del invierno chocar contra sus perfectas y apenas rosadas
mejillas.

Mordió su labio inferior y negó suavemente con la cabeza al


imaginarle nuevamente. Sus ojos azules, sus labios.

Sus labios eran lo que el rizado más recordaba. Finos, más


rojizos de lo normal por el frío, y acercándose hasta los su-
yos. Sintiendo cómo se removían y seguían un ritmo inaudi-
ble.

Y luego el calor arrebatador que experimentó. Cómo sus ore-


jas, mejillas y cuello quemaron. Y cómo no necesitó usar su
abrigo de regreso a casa en su auto. Cómo le dolieron las me-
jillas de tanto sonreír.

Y luego las condenadas lágrimas. El sabor del alcohol siendo


absorbido por sus papilas gustativas, las sensaciones que
sufrió. El cósmico vómito que dejó en el inodoro.

Y luego el quedarse dormido entre sus propias lágrimas.


Harry había bebido hasta embriagarse entre sus propios re-
cuerdos de aquella noche.

Se repetía que tenía que decirle a Louis quién era, pero algo
le gritaba que si lo hacía, Louis le odiaría. Se habían besado,
lo que significaba que habían llegado lejos. Demasiado lejos
como para arruinarlo todo.

138
Apretando los párpados nuevamente, Harry trató de alejar el
dolor y caminó con pereza hasta su baño, donde lavó su cara
y cepilló sus dientes. Sus ojos estaban algo hinchados debido
al llanto, pero supuso que podría crear una excusa para su
mal aspecto.

Con sus pantuflas puestas caminó hasta su cocina, donde se


preparó un desayuno y sentó en la mesa, para leer sus men-
sajes de texto y contestarlos.

Entre muchos de gente que necesitaba una pequeña dona-


ción, encontró uno de quien le había robado el corazón hacía
bastantes noches. Suspiró, enamorado, y una sonrisa se ins-
taló en sus labios.

Harry relamió éstos, para luego morder el inferior y presio-


nar el botón correspondiente para que el mensaje se abriese.
Con cautela y sintiendo que su corazón latía más fuerte, el
chico de rizos leyó cada palabra que pudo.

''Salí con un chico. Me llevó a comer y fue todo muy bonito.


¿Pero sabes? Por unos momentos sentí que en lugar de estar
con él, estaba contigo. Me pregunto cómo será abrazarte, o
incluso besarte. Edward (así se llama él) me trata bien, pero sé
que tú podrías tratarme mejor. Esto se está haciendo muy lar-
go, y tengo que ir a trabajar. Espero que tengas un excelente
día hoy, Harry. Te quiero, y otra vez, gracias por el teléfono, no
debiste''.

Sintió una puntada en el corazón, no mala, sino de esas que te


dan cuando recibes o lees algo que no esperabas que esa per-

139
sona especial te dijera. Harry sonrió, mientras sentía su co-
razón latir muy fuerte.

«Estoy tan malditamente enamorado de éste hermoso ena-


no» pensó mientras bebía su café.

Sintiendo que las piernas se temblaban, Harry se levantó,


para volver a su habitación y ponerse ropa.

Con sus botas, sus jeans, un suéter y un gigante sobretodo,


Harry salió de su casa en su auto, recorriendo las calles y
brindando sus servicios.

Tenía que conducir hasta un comedor infantil, donde los ni-


ños de Londres esperaban con ansias el desayuno, para por
lo menos calentar sus pancitas por algunas horas. Harry esta-
cionó algunas cuadras antes, tratando de ocultar su auto,
para que ningún niño pensara que aquél chico de ojos verdes
era alguien engreído y de la alta sociedad.

Caminó con frío, abrazándose a él mismo y no pudiendo dejar


de pensar en su chico de ojos azules. Deseaba con todas sus
fuerzas que Louis simplemente se diese cuenta de que Ed-
ward era simplemente el segundo nombre de Harry. Y que él
lo deseaba más que a nadie.

Tocó el timbre del amplio lugar donde el comedor se instala-


ba y un niño de unos cinco años abrió la puerta. Harry le son-
rió y cariñosamente alzó en sus brazos, mientras entraba la
establecimiento.

140
—¿Cómo estás? —preguntó mientras miraba los brillosos y
marrones ojos de aquél hermoso bebé.

—¿Dónde está Margaret? —volvió a preguntar Harry, mien-


tras caminaba con el niño en brazos y revolvía su cabello. E

l pequeño simplemente señaló un pasillo y murmuró:

—Bien, tengo hambre —y Harry sintió un nudo en su gargan-


ta.

Sabía que aquél niño probablemente era enviado a trabajar


por las calles para traer algo de dinero para su familia.

Y que seguramente no comía por horas, o incluso días.

—Voy a ir a comprar comida pronto —le dijo Harry, mientras


se acercaba a besar su frente —¡y entonces tu pancita estará
llenita y caliente! —agregó mientras sonreía y le hacía cos-
quillas en el abdomen.

Él escuchó la riza del infante y sonrió ampliamente durante


varios minutos, hasta que lo bajó al suelo. El niño simplemen-
te corrió con su pequeña pandilla de amiguitos y les contó lo
que el chico de rizos le había dicho. Haciendo que los demás
jóvenes rostros se iluminaran y dedicaran una sonrisa llena
de emoción al chico de ojos verdes.

Harry simplemente sonrió, sintiendo su corazón hincharse,


para luego caminar por el pasillo y entrar a la cocina, donde
una señora de unos 40 y tantos años se encontraba untando
panes con mantequilla.

141
El chico de ojos verdes se acercó y murmuró:

—¡Margaret!

La mujer se volteó y con los brazos abiertos y una sonrisa —


¡Harry!, ¡viniste! —ella estrechó a Harry entre sus brazos. —
Te lo agradezco tanto, de verdad no sé qué habríamos hecho
sin ti —le dijo, mientras pasaba una de sus manos por el ri-
zado cabello del chico.

—¿Qué tengo que comprar?

—Sólo necesitamos galletas. Puedes ir hasta O'Donnell, la


distribuidora y comprar 10 cajas —Harry sonrió y asintien-
do, salió corriendo desde la cocina hasta la puerta principal.

No era un gran trabajo para él gastar dinero, tenía toneladas.

Su abuelo se lo había dejado de herencia. Y Harry, aceptándo-


la, se ganó el odio de sus primos. Corrió las cuadras que deb-
ía, para luego conducir hasta la gran distribuidora ‘’America-
na’’ de Londres.

Compró 13 cajas de galletas, porque en realidad quería que


todos aquellos niños tuvieran un buen desayuno que les ca-
lentara la pancita durante varias horas. De paso, compró 20
cajas grandes de paletas de todos los sabores, para luego
cargar las cosas en su auto y condujo de nuevo hasta el co-
medor.

Cuando Harry entró por la puerta con las cajas de paletas y


galletas, los niños simplemente comenzaron a gritar, emocio-
nados y festejando. Harry sonrió, pero no fue una sonrisa

142
común, sino una que venía desde su alma. Caminando, pudo
escuchar cómo algunos niños murmuraban su nombre. Y vio
cómo algunos le señalaban para luego sonreír y dar palmadi-
tas.

Con ayuda de varios niños, Harry logró llevar todas las cajas
hasta la cocina. Y una vez allí, Margaret se plantó ante él, para
apretar su barbilla con el dedo pulgar y el índice.

—Eres un rayo de sol, cariño. ¿Te lo han dicho alguna vez? —


le dijo, mientras sonreía y miraba con ojos agradecidos al
chico de gran altura e inmenso corazón.

—¿Soy como un rayo de sol? ¿acaso te caliento? —contestó


Harry, mientras reía y ayudaba a Margaret a servir las galle-
tas en gigantescos platos.

El reloj de mano de Harry marcaba casi el mediodía, lo que


significaba que Louis ya estaría por salir del trabajo. Aún
hacía frío, y la nieve comenzaba a cubrir los caminos, por lo
que Harry decidió pasar por el a Enterteiment.

Se subió al auto, y la foto del recuerdo de la preciosa noche le


inundó. Cuando volviera la pondría en un bonito marco en el
salón de su casa.

Sonriendo al recordar su precisa figura y rostro, Harry con-


dujo con lentitud, ansiando verle y saborear sus labios otra
vez. Cuando estacionó, bajó como un rayo y observó por los
cristales exteriores de la tienda. Louis descansaba sobre su
típico mostrador.

143
Estaba garabateando algunas cosas en un papel, por lo que él
podía observar. Sintiendo cosquillas en el estómago, Harry
golpeó el cristal con su puño, haciendo que el chico de ojos
azules levantara la vista.

— ¡Edward —oyó.

El alma de Harry cayó nuevamente. La realidad le golpeaba


otra vez. Él ya no era Harry, era Edward.

Con disimulo, el ojiverde forzó a que su sonrisa siguiera en


pie y cuando entró por la puerta del espacioso lugar, Louis
salió de su puesto, para simplemente correr y abalanzarse
sobre su cuerpo.

Su pequeño de cuerpo curvilíneo y voz chillona pasó sus bra-


zos por su cuello, mientras que ocultaba su rostro entre su
cuello.

Harry pudo sentir cómo Louis olisqueaba su fragancia. Y al


mismo tiempo, sintió su ser derritiéndose ante el pequeño
acto de su chiquillo.

El rizado pasó sus brazos por la cintura de Louis, estrechán-


dolo con fuerza y aferrándolo a su cuerpo. Ambos se abraza-
ron intensamente, no tenían nada que perder. Sólo querían
estar juntos.

— ¿Sabes, Eddie? —dijo Louis mientras retiraba su rostro del


cuello del rizado y dirigía sus labios hasta su oreja—, no he
podido dejar de pensar en ti desde aquél beso.

144
Un cosquilleo recorrió el cuerpo del chico de ojos verdes al
escuchar la chillona pero dulce voz de Louis en su oreja.
Tragó saliva, con dificultad, mientras se separaba apenas un
poco para verlo.

Allí, entre sus brazos, estaba el chico al que tanto él deseaba.


Observó sus facciones. Sus ojos azules como el cielo, su nariz
perfectamente alineada, sus labios finos y dulces, y sus espe-
sas pestañas negras. Con timidez, Edward acercó sus labios
hasta su mejilla, donde dejó un tierno beso.

Louis sonrió con timidez, mientras sentía el calor cubrir sus


mejillas. Edward le miraba como si fuera un diamante, y eso
hacía que su respiración se agitara. Miraba en sus ojos y pod-
ía ver que él le quería tanto como él amaba a su gato, o inclu-
so más.

Con suavidad, deslizó una de sus manos por su mejilla, para


luego sonreír.

—No se come frente a los pobres, amigos —dijo una voz


ronca y algo cansada desde el mostrador.

Allí, se encontraba Hassar, mirando aquella tiernísima escena


y gritando internamente

Louis rápidamente sacó sus brazos del cuello de Edward,


obligándole a éste a quitar sus brazos de su cintura. Sintiendo
cómo sus mejillas quemaban, Louis se cohibió totalmente, sin
poder decir algo o siquiera mirar a los ojos a su chico de ri-
zos.

145
«Es el ser más perfecto del mundo» pensó Harry al ver cómo
las mejillas de Louis estaban rojas como manzanas. Tocó el
hombro del pequeño, llamando la atención de éste, y hacien-
do las señas correspondientes, dijo

''Está bien, Lou. Sólo venía a recogerte...No sé si te moleste,


pero pensé que podríamos almorzar juntos''.

Louis observó las señas que su muchacho de ojos verdes hac-


ía, mientras que sus ojos brillaban de emoción.

—Me encantaría...—murmuró en un tono lleno de esperanza,


mientras sonreía levemente.

''Busca tu abrigo, cariño'', dijo Edward. Provocando que Louis


corriese como un niño pequeño a por su abrigo y gorro.

Una vez listo, Edward y él salieron de allí, para subirse al


coche. Cuando los dos estuvieron dentro, Louis se giró y dijo
algo preocupado:

—¿Qué pasará con mi bicicleta?

''Yo la buscaré más tarde y me aseguraré de llevártela a tu


casa''.

—Eso está bien por mi, gracias Eddie. ¡Oh! —los ojitos de
Louis parecieron encenderse totalmente, mientras que en su
rostro se pintaba una hermosa y gigantesca sonrisa—, ¡Eddie
hoy es mi último día de trabajo! ¡Tengo vacaciones de Navi-
dad! —removiéndose en el asiento del auto, Louis festejó,
mientras que Edward simplemente le miraba soltando tontas
risitas.

146
—¡Podemos salir cuando queramos! —dijo alegremente,
mientras Edward ponía la llave en el contacto y ponía en
marcha su auto.

Condujeron por la ciudad de Londres, buscando algún lugar


donde comer. Louis se tomaba algunas fotos mientras Ed-
ward conducía, y desde el momento en el que tomó la cámara
le advirtió al rizado que se tomarían muchísimas más fotos al
bajar.

Cuando por fin encontraron un lugar para almorzar, Edward


volvió a sufrir de una mini-discusión con Louis acerca de que
era demasiado caro como para comer allí.

Con un bufido, Edward le propuso a su chico de baja estatura


caminar por la zona hasta encontrar algún restaurante relati-
vamente barato, lo cual Louis aceptó.

Cuando ambos estuvieron dispuestos a caminar, Harry sintió


un frío recorrer su mano. Unos segundos después, la sensa-
ción desapareció al sentir cómo unos pequeños deditos se
agarraban a su mano.

El chico de rizos sonrió de lado mientras atrapaba la mano de


Louis y entrelazaba sus dedos.

—Eddie, te quiero—susurró Louis, quien estaba sufriendo de


tanto que sus mejillas quemaban.

''Y yo a ti, cariño, muchísimo''. Le contestó el chico de ojos


verdes.

147
Edward apretó ligeramente la mano de su amado, quien son-
rió tímidamente y apretó la mano del contrario en respuesta.

Juntos caminaron por las calles de Londres, tomados de la


mano y riendo al ver cómo pequeñísimos copos de nieve se
plantaban en las largas pestañas de Louis.

Cuando encontraron un lugar que al chico de ojos azules le


gustó, ambos se sentaron en una mesa. Pidieron sándwiches
calientes junto con gaseosa y almorzaron juntos. Hablaron de
qué puntos turísticos deberían visitar y qué cosas podrían
hacer juntos hasta el 10 de Enero del año próximo, ya que
hasta ese día durarían las vacaciones de Louis.

El ojiazul estaba totalmente cautivado por la cámara de fotos


de su ‘’amante’’. Por lo que constantemente le pedía que se
tomaran algunas.

Incluso hizo que una señora les tomara una de pie, antes de
entrar al local para almorzar.

Tras eso, Edward llevó a Louis a por dulces y juntos observa-


ron a los niños correr por el parque de juegos. Sólo que esta
vez, ambos estaban abrazados.

Podría decirse que sus cuerpos encajaban a la perfección


apesar de la ropa, y podría decirse que ambos estaban hechos
el uno para el otro.

Que la homosexualidad era sólo una etiqueta que la sociedad


trataba de imponer como ‘’vulgar’’ y que no era algo que im-

148
pidiera tan fuerte amor que a los dos unía. Y en efecto, eso
era, amor. Amor y no aberración ni anti naturalidad.

En el momento en el que Edward se ofreció a llevar a Louis a


su casa, éste se negó rotundamente y tomándole ambas ma-
nos a Harry, le suplicó que pasase el día con él, porque no
quería estar solo otra vez.

Su día se basó en comer y caminar por el parque, sentarse en


las bancas abrazados y tomarse de la mano.

Ignorando el hecho de que las personas les miraban mal y


algunos hasta les gritaban cosas desde lejos, ellos decidieron
pasar todo el tiempo juntos, sin separarse o soltar sus manos.

Hasta que la noche comenzó a caer. Allí, Edward obligó a Lou-


is a meterse al auto. Y nuevamente, en el porche de la casa de
Louis, la noche llena de brillantes estrellas fue testigo de
aquél dulce beso que Louis plantó en los labios de Edward,
mientras que los brazos de éste estaban en la cintura del chi-
co de voz chillona y los brazos de él estaban alrededor del
cuello del chico rizado.

Más tarde, en la penumbra de su habitación y aún pasándose


las puntas de los dedos por los labios, intentando recordar
cómo los labios de Edward encajaban a la perfección con los
suyos, Louis envió un mensaje de texto a Harry.

''No respondiste, pero espero que estés bien. Lo he besado hoy,


y se sintió bien. Por un momento sentí que eras tú. ¿Estoy
haciendo las cosas mal? Necesito una respuesta urgente. PD:
Necesito tu voz, te extraño, Harry. Llámame pronto, por favor''

149
Decimotercera noche:

21 de Diciembre de 1998.

Louis talló sus párpados, mientras por primera vez en mucho


tiempo lograba despertarse a las diez de la mañana. Louis se
acomodó en su cama, mientras sentía el suave ronroneo de
Félix sobre uno de sus costados.

—Buenos días, mi gordito —susurró con voz ronca, mientras


tragaba saliva y permanecía con los ojos cerrados.

Suspiró, mientras asumía que ya no podría volver a dormirse.


Había soñado con Harry.

Y en su sueño, el cuerpo de Harry era encarnado por Edward.


Caminaban juntos por un hermoso bosque, por donde Harry
le repetía constantemente que no soltara su mano, y que lo
llevaría junto con él hasta el fin del mundo con tal de estar
juntos por fin.

Louis se sintió extraño al despertar, porque increíblemente la


voz de Harry encarnaba con la personalidad y cuerpo de Ed-
ward. Con un suspiro se desenvolvió de sus sábanas y le-
vantó, para caminar a su armario y buscar un par de acolcho-
nadas y calentitas medias, las cuales luego de minutos se pu-
so.

— ¿Quieres desayuno, bebé? —preguntó Louis mirando a


Félix, quien reposaba en la cama, ronroneando y amasando
con sus patitas el cubrecama del chico de ojos azules.

150
Su dueño sonrió y lentamente salió de la habitación.

Louis se abrazó a él mismo con los brazos, sintiendo cómo el


ambiente pasaba de ser tibio a totalmente frío en su sala de
estar.

Chasqueando la lengua y quejándose mentalmente por el


tiempo, encendió el televisor. Marcó los números y dejó en el
canal de las noticias, donde seguramente pasarían el clima.

Con pasos silenciosos, prendió la calefacción y caminó hasta


su cocina, donde llenó el pequeño plato de Félix con su ali-
mento. Relamiéndose los labios puso una pequeña jarra
metálica, con leche dentro, a calentar.

Sacó el café y el azúcar, para poner unas dos cucharadas del


polvo marrón en una pequeña taza con estampado de Nirva-
na, la banda Estadounidense. Louis dio un respingo al recor-
dar una de sus prioridades desde hacía días.

Trotó con ligereza hasta su habitación, donde tomó su teléfo-


no móvil y regresó de nuevo a la cocina.

Dejó éste descansando en un lado de la amplia mesada, para


continuar haciendo su café. Félix se paseó por sus piernas,
mientras que él simplemente sonreía de lado, con sus ojos
arrugaditos y pequeñitos a causa del sueño.

El timbre sonó, lo que desconcertó al chico de ojos azules.


Con prisa, apagó el fuego y dejó la leche calentarse allí, mien-
tras que corría, otra vez, en pijama y tratando de ser rápido.

151
Al abrir la puerta se encontró al mismo chico que había lo-
grado ver hacía días.

—Huh, hola, tú —dijo con timidez.

—¡Hola!, otro paquete, para ti —el rubio se detuvo a leer el


nombre que contenía el paquete otra vez, para segundos
después alzar la vista—, Louis—sonrió con ternura, mientras
sentía que sus pálidas mejillas se ponían rojas.

El chico de cuerpo curvilíneo le devolvió la sonrisa con timi-


dez

—Gracias...¿Aiden? —dijo con cierta desconfianza mientras


entrecerraba para leer el nombre que en su pequeña placa
decía Aiden Q, ¿sería ese su nombre?

—Sí, soy Aiden, bueno, aquí está tu paquete. Hace frío y tengo
que seguir, así que —el rubio volvió a sonreír, tenía la nariz
roja a causa del frío, lo que hacía que se viera adorable—, que
tengas un lindo día.

—Buen día Aid —saludó L, devolviéndole la sonrisa, para


luego cerrar la puerta con su paquete entre manos.

Frunció el ceño, mientras suspiraba y dejaba el paquete so-


bre el sillón, para volver a preparar su café. Una vez ya hecho
éste, Louis se dirigió hasta su sala de estar con una pequeña
bandeja donde el café descansaba junto a un paquete de ga-
lletas y un par de tijeras, para abrir el paquete.

152
Dejó la bandeja sobre la pequeña mesa donde el teléfono fijo
descansaba. Tragó saliva, mientras le daba un sorbo a su be-
bida y tomaba las tijeras.

Con un suspiro Louis tomó el paquete y comenzó a revisar,


otra vez, no tenía remitente. Con las tijeras, Louis cortó el
duro envoltorio, para encontrarse con una pequeña caja.

Con ansias, Louis la abrió, para descubrir que dentro, había


un pequeño collar para gato, con una insignia que decía:

''Félix King''. Louis sonrió ampliamente, dejando ver sus


dientes y haciendo que sus arruguitas a los costados de sus
ojos cobraran vida.

—Por Dios, —susurró sin poder creerlo, mientras tomaba el


pequeño collar y levantaba la vista—, ¡Félix, ven! ¡Ven gatito!
—llamó a su gato, mientras dejaba de lado el collar y comen-
zaba a sacar el segundo regalo.

Era un gorro de lana negro, que tenía bordado los pequeños


bigotes y naricita de un gato en blanco.

—¡Oh, Dios mío, pero qué lindo! —dijo el muchacho mientras


tomaba el gorro junto con la nota que había dentro de la caja.

Sin más, Louis se puso el gorro, mientras que sujetando la


tarjeta con ambas manos, comenzaba a leer el pequeño trozo
de papel.

''Hablas mucho de Félix. Y sé cuán importante es él para ti, así


que, porque es un gato genial, también se merece un regalo.
Espero que le guste''.

153
Tragó saliva, para luego rebuscar dentro de la caja por más
tarjetas, y había otra más.

''Apuesto que te verás guapo con esto. Te quiero Lou. Tú y yo,


amantes para siempre xx''.

La garganta de Louis se cerró y las lágrimas salieron de sus


ojos, mientras que la sonrisa seguía en su rostro. Era amado,
por primera vez en tanto tiempo, Louis era amado.

Tragando el nudo que le impedía respirar, Louis se limpió las


lágrimas y limpió su nariz, para luego caminar hasta la cocina
y tomar su teléfono móvil. Llamó a Harry y apenas éste con-
testó, Louis dijo en voz alta:

—Eres el mejor, Harry...Gracias, simplemente gracias. Deber-


ías dejar de darme tantos regalos...Yo, Dios, no los merezco.
Es…demasiado.

—¡Lou! ¿cariño, estás llorando? Oh pequeño, no lo hagas.


Quiero…quiero que veas cuánto te quiero. Son…son regalos
para demostrarte mi amor, los mereces. ¡Mereces más de
ellos! —dijo algo Harry algo atontado del otro lado, sintiendo
su corazón latir rápido y sonriendo ampliamente al saber que
a su pequeño de ojos azules le habían encantado los regalos.

Harry se hallaba en su sala de estar, revisando algunas cosas


en su inventario. Ya estaba vestido, y planeaba comprar un
teléfono móvil con un número nuevo, para poder hacerse
pasar por Edward y enviarle mensajes de texto a Louis.

154
—Pero…Pero la placa de Félix debe haber salido bastante…Y
el gorro, si es que es tejido a mano, yo…Harry no gastes tanto
dinero en mi, no gastes dinero alguno…por favor. Yo, Dios,
estoy…estoy en shock. Me siento…muy especial.

—Eres especial, Louis, nunca dudes eso. Cariño, tranquilo,


mereces ser tratado así, y aún mejor, mereces que te regalen
muchas cosas. Lo que yo quisiera es tenerte entre mis brazos
para mimarte y besarte día y noche, tratarte como en verdad
mereces...Simplemente tenerte como a un rey — murmuró
riendo, mientras cerraba los ojos e imaginaba nuevamente
los tiernos labios de Louis sobre los suyos.

—Harry….T-te amo, gracias —dijo titubeando, mientras fro-


taba sus mejillas a causa de la emoción—...En éste momento
deseo un beso tuyo. En verdad lo hago —confesó Louis,
mientras sus mejillas se teñían de un color rosáceo. —¿Por
qué no podemos vernos?

La respiración de Harry se detuvo por unos instantes, mien-


tras en su mente buscaba una excusa creíble para su amado.

—Tienes novio, Louis...Me sería difícil verte sin llorar, porque


sé que no serías mío completamente —respondió dolido,
mientras bajaba la vista. —Y…yo, yo también te amo.

El chico de ojos azules alzó las cejas, mientras asentía y doli-


do pensaba en Edward, quien no era su novio, pero quien
había provocado ‘’fuegos artificiales’’ al besarle.

—Lo dejaría a él...Por ti. Lo dejaría todo por ti, Harry.

155
—No, Louis. No debes echarlo todo al diablo por mi, sólo
acepta los regalos —Harry suspiró, mientras volvía a levan-
tar la cabeza y daba su mejor sonrisa, aun así Louis no pudie-
ra verla—, ¿sabes?...Ese gorro era mío.

—¡Oh! ¿D-de verdad? —preguntó Louis con entusiasmo y


dando por sentado que Harry no quería continuar hablando
sobre su noviazgo.

—Sí, lo es. Quería que tengas algo mío

—¿Puedo yo mandarte algo mío?

—Lou...Tan solo tener el placer de hablarte me basta, hablo


en serio, amor —dijo Harry con voz acaramelada y dulce,
mientras sonreía enamoradamente.

—Oh, eres malo.

Harry y Louis hablaron durante una hora, mientras el mayor


desayunaba. Louis le puso el collar a Félix, aún hablando con
Harry y le contó cómo el minino comenzó a sacudirse, mien-
tras ronroneaba contra su cuerpo.

— ¿Qué edad tienes? —preguntó Louis, mientras se acomo-


daba en el sillón.

Edward estaba en camino, o mejor dicho, Harry estaba con-


duciendo mientras hablaba con Louis, para aparecerse en su
casa como Edward y no llamar la atención.

—Tengo 20. Soy un retoño en el árbol de la vida, ¿y tú, cari-


ño?

156
—¡Eres un niñito! ¡y yo soy un pervertido! Éste año cumpliré
24.

—¿Y cuándo es tu cumpleaños?

—En tres días. Oh, Harry, debo cortar, me llegaron visitas,


por lo que creo —dijo Louis al oír el sonido del timbre. —
¿Sabes? Eh, yo, te quiero —susurró con vergüenza, mientras
sonreía tontamente.

—Te quiero, hasta luego —Louis colgó el teléfono y al escu-


char el pitido de la línea Harry guardó el suyo dentro del bol-
sillo de su gigante abrigo lo más rápido posible.

El chico de ojos azules correteó hasta abrir la puerta y cuan-


do lo hizo sonrió ampliamente, mientras que se abalanzaba
sobre sus brazos.

—¡Edward! —murmuró mientras pasaba sus brazos por el


cuello del chico de rizos y se pegaba a su cuerpo, aspirando
su olor y esencia.

Cerró sus ojos durante unos minutos, sintiendo cómo los


brazos de Edward lo rodeaban por la cintura y estrechaban
contra él. Harry inhalaba el olor de su ser, mientras que Louis
simplemente se aferraba a Edward con fiereza.

—Eddie...—susurró Louis para luego separarse del chico y


sonreírle—, pasa, debes estar congelándote.

Edward asintió mientras arrugaba la nariz y observaba a su


novio mirarlo con los ojos gigantescos.

157
— ¿Cómo estás? —preguntó Louis mientras tomaba de la
mano al muchacho y lo conducía hasta el sillón, en el trayec-
to, Edward intentaba quitarse el abrigo.

Louis quitó el papel de envoltorio y las cajas, dejándolas en el


suelo y se sentó donde antes estaba. Tiró de la mano de Ed-
ward, quien levantaba un pulgar y hacía una expresión de
felicidad, indicándole que estaba bien.

Louis sonrió al verlo y continuó tirando de la mano del riza-


do, hasta que ambos quedaron sentados en el sillón. Con ter-
nura, Louis se excusó:

—Huh, Eddie, tengo frío... ¿Podemos acurrucarnos, por lo


menos un poco? —soltó con timidez, sintiendo el rubor cu-
brir sus mejillas.

Lo cierto era que Louis se sentía profundamente culpable por


‘’engañar’’ al chico de los ojos verdes con el de la voz profun-
da. Y en su mente, todo era una lucha.

¿Dejar a Harry por Edward? ¿continuar engañándolo? ¿Dejar


a su amante por él?... El chico de ojos verdes asintió, mientras
pasaba sus brazos por el cuerpo de Louis , rodeando sus
hombros con su brazo.

Louis se acurrucó contra el torso de Edward, mientras posa-


ba con vergüenza una mano sobre el pecho de su ¿''novio''?

—Te extrañé —susurró Louis acercándose a su cuello.

Harry simplemente apoyó su mentón sobre la cabeza de Lou-


is, la cual estaba cubierta por el hermoso gorro de lana.

158
—Huh...Ed, ¿puedo preguntar algo?

Edward asintió gentilmente, mientras se apartaba apenas un


poco para observar a su pequeño.

—Yo sé que puede ser incómodo pero...¿Puedes gemir, sien-


do mudo? —dijo con vergüenza el ojiazul, mientras agachaba
un poco la cabeza, tratando de esconder toda su modestia.

Edward rió, sus ojos se hicieron y en su rostro aparecieron


unos preciosos hoyuelos. Tratando de controlarse, trató de
detener su risa, mientras suspiraba y miraba a Louis, quien le
observaba un tanto atónito.

''Mis cuerdas vocales están desarrolladas para hacer cosas


como gruñir, gemir, quejarme o incluso reír, pero no para
hablar''.

Dijo en señas Edward, con tranquilidad. Al terminar sonrió,


enternecido por la imagen de Louis con sus mejillas como
manzanas.

''Está bien, no lo sabías Lou. Siempre puedes preguntar'', tras


esto Eddie guió su mano hasta la piel de Louis, para acariciar
su pómulo con cariño.

—Okay —respondió el chico de voz chillona, claramente


cohibido.

''Está bien...De verdad'', dijo con las señas correspondientes


Edward, mientras miraba los ojos de Louis. ''¿Puedo besar-
te?''

159
El chico de ojos azules sonrió, mientras asentía y se acercaba
al rostro de Edward. Con suavidad sus labios se presionaron,
creando un hermoso, tierno y meloso beso que ambos disfru-
taron.

Era como tocar un pedacito del cielo para ambos. Sus ojos
cerrados y sus labios uniéndose, mientras Harry buscaba a
tientas la mano de Louis, para luego estrecharla entre la suya
y entrelazar sus dedos.

Al terminar el beso, Edward soltó las manos de sus novios y


colocó una de las suyas en el pecho de Louis, para articular
algunas palabras ‘’tú’’ dijo aún con la palma de su mano en el
pecho del ojiazul, ‘’me gustas’’, articuló nuevamente, para
luego desviar su mano hasta su propio pecho ‘’a mi’’.

Con una sonrisa en los labios, bajó la mirada por unos segun-
dos.

Cuando volvió a mirar aquellos zafiros, puso la mano de su


novio en su propio pecho y la suya en el pecho del contrario,
para articular lo siguiente:

‘’Noviazgo’’.

El pequeño asintió, mientras que ponía sus brazos alrededor


del cuello de su, ahora oficial novio y volvió a besarle, mien-
tras le susurraba sobre los labios:

—Acepto —las inseguridades de Louis no permitieron algo


más, pero reinaron las caricias y besos, los abrazos y las mi-
radas cargadas de amor.

160
‘’Traje algo que te gusta mucho’’.

— ¿Sí? ¿De verdad? ¿Qué es? —preguntó el pequeño, bastan-


te emocionado.

‘’Yo, nene’’ bromeó, mientras comenzaba a reír a causa de la


expresión sonrojada del ojiazul.

—Oh…pues, sí, eres lindo —confesó Louis, mientras que to-


maba uno de los almohadones que descansaban en el sillón y
se cubría la cara.

‘’ Suficiente vergüencita, traje… ¡La polaroid! Solo que me


quedó en el auto’’.

Louis chilló, mientras que reía y dejaba que su, ahora, novio
caminara hasta la puerta de salida…El ojiazul pensó bastante
durante los minutos que estuvo solo.

A lo lejos, junto a la mesa del televisor, un pequeño mensaje


descansaba en un cuadro del mismo tamaño. Era la nota que
Edward le había regalado hacía muchísimo tiempo…

''Te quiero mucho, conserva esto. Léelo cuando estés triste,


tal vez ayude. Recuerda que te quiero’’…

Por fin eran una pareja, pero, ¿valía la pena tirarlo todo a la
basura por Harry? No lo sabía…Sólo pensaba en la sonrisa de
Edward.

Una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro…

161
Cuando Edward volvió, ambos se sacaron una foto juntos. El
rizado besaba la mejilla sonrojada de su novio...

‘’Hoy somos pareja. Te quiero’’ transcribió éste en el reverso


de la fotografía.

162
Decimocuarta noche:

23 de Diciembre de 1998.

Harry caminó nerviosamente por las frías calles de London,


las cuales comenzaban a despejarse de la nieve, no porque la
hubiese dejado de nevar, sino porque había millones de
hombres con enormes palas despejando las rutas y vías de
tránsito para que nadie sufriese accidentes.

Harry tragó saliva, mientras sus pensamientos lo aturdían.

En solo horas sería el cumpleaños de Louis y tanto él como


''Edward'' debían darle un hermoso regalo.

Harry suspiró pesadamente, mientras se detenía en una tien-


da de teléfonos móviles y entraba en ella. Al salir, Harry cargó
con un teléfono móvil con un número nuevo.

Al pararse frente a su auto, con ansiedad abrió la puerta y se


adentró en éste, para comenzar a abrir la caja del móvil.

Al quitarla y encenderla, Harry automáticamente comenzó a


agendar gente a su teléfono. Agregó a los mismos contactos
que tenía en su teléfono original, así no sería descubierto por
Louis.

Suspiró, tragando saliva, mientras sonreía ante el recuerdo


de su pequeño Louis entre sus brazos, enroscado entre ellos
y besando su mejilla repetidas veces.

163
Sonrió tontamente, enamorado y al mismo tiempo sintiendo
su pecho pesado.

— ¿Qué voy a hacer con él? —susurró mientras se dejaba


caer ante el duro asiento de su auto.

Se negaba rotundamente a contarle la verdad a su chico de


voz chillona, no quería lastimar sus sentimientos, era obvio
que todas esas emociones no le harían para nada bien a Lou-
is.

Harry soltó un bufido, mientras dejaba la caja de lado y ponía


su llave en el contacto del auto, para luego encenderlo y
hacer que el motor rugiera.

Condujo con la frustración carcomiéndolo a cada segun-


do, cometiendo errores al ejercer los cambios en el auto, in-
cluso al detenerse de golpe en un semáforo, logró que alguien
le tocara bocina con rabia y gritara a todo pulmón:

—¡Qué mierda haces, imbécil! ¡Aprende a conducir, marica!


—Harry, con lágrimas en los ojos simplemente se dejó caer
nuevamente en su asiento, para luego aparcar en la siguiente
calle.

Se cubrió el rostro con las manos, sintiéndose débil, y co-


menzó a sollozar, sintiendo cómo su pecho se apretaba y dol-
ía con fuerza.

Con rabia, le dio un golpe al volante, haciendo que la bocina


sonara. Gruñó con furia, sintiéndose incompetente, frustrado,
impotente. Las lágrimas de Harry caían por sus mejillas, des-

164
bordándose y haciendo que su piel ardiera. Era como si no
pudiese detenerse, y de hecho, no podía hacerlo.

Harry estaba sufriendo esa extraña sensación de llanto per-


manente, aquella que todos alguna vez sufrimos cuando no
podemos dejar de sollozar y sentimos como más de una sola
lágrima se desliza potentemente sobre nuestra piel.

El chico de los rizos gritó de frustración nuevamente. Era un


cobarde, un asqueroso cobarde. Y no podía hacer nada para
cambiar eso, porque no podía decirle a Louis quién diablos
era él. No podía simplemente decirlo, porque Louis sabría
que él le había estado mintiendo todo ese tiempo.

Y lo odiaría por ello. Dentro de su cabeza todo se mezclaba,


tenía que hacerlo, sabía que llegaría un día en donde todo
sería demasiado, y tendría que soltarlo… ¿Pero podría espe-
rar hasta que ese día llegara?

Tragó saliva, mientras trataba de frotarse los ojos y alejar las


lágrimas. Un pequeño golpe en su ventanilla hizo que diera
un respingo y se cubriera el rostro.

Como un gatito miedoso, Harry comenzó a destaparse los


ojos, para poder ver a un curioso, preocupado y de mejillas
sonrosadas Louis. El juego comenzaba otra vez, dejaba de ser
Harry para ser Edward.

Sus pensamientos lo consumieron y el rostro del chico de


ojos verdes se contrajo, en una mueca de dolor. Louis, del
otro lado, alzó las cejas, mientras relamía sus labios y pensa-
ba qué hacer.

165
Llamando la atención de Edward, él volvió a golpear el cris-
tal, para indicarle que quitara el seguro de la puerta del
acompañante.

Harry comprendió y lo hizo, y en ese instante vio a Louis co-


rrer tiernamente hasta el otro lado, donde en pocos minutos
se adentró en el auto.

—Todo está bien —susurró el chico de la voz chillona, mien-


tras se abalanzaba sobre su novio y lo abrazaba con fuerza.

El corazón de Harry se hinchó, pero simplemente se dejó


arrullar entre los brazos del mayor.

—Todo está bien porque ya estoy aquí para cuidarte, Eddie


—susurró él, mientras acariciaba su espalda y dejaba que
Edward escondiera su rostro entre su cuello.

Louis tragó saliva, mientras acunaba a su gran y sollozante


novio, preguntándose qué habrá hecho que llorara de esa
forma tan brutal.

—Todo está bien, puedes llorar, suéltalo todo. Las cosas tris-
tes merecen salir…Todo estará bien, te tengo, estás seguro
Ed…— Louis apretó los labios, para segundos después co-
menzar a desparramar tiernos y pequeños besos entre los
rizos de su novio.

Aunque su curiosidad le insistía en que preguntase al chico


de ojos verdes por qué lloraba, Louis no lo hizo. Se dijo a él
mismo que primero haría que se calmase y luego, después de

166
hacerlo sentir mucho mejor, le preguntaría. Lo había encon-
trado de casualidad, pero agradecía al cielo el haberlo hecho.

Louis caminaba por las calles de London viendo pasteles de


cumpleaños, los cuales, claramente no podía pagar. Al día
siguiente ya tendría 24 años, pero hacía mucho tiempo que
había dejado de festejar su cumpleaños.

Suspiró, mientras recordaba la reciente visita que le había


hecho al señor Antonelli. Tragó saliva, y luego vio un auto
negro en la calle de en frente, él reconoció la patente.

« ¿El auto de…Edward?» se preguntó a él mismo, mientras


avanzaba. Pudo escuchar cómo un bocinazo hacía que él se
asustara por unos segundos.

Avanzando más rápido, se acercó a la ventanilla y vio a su


novio sollozando mientras soltaba pequeños gruñidos.

—Te quiero, te quiero muchísimo, de hecho…te quiero tanto


que no puedes imaginarte cuánto —susurró Louis, mientras
alejaba el rostro de Edward para besar sus labios tiernamen-
te.

Sujetó sus mejillas con fuerza, mientras sus labios se movían


sobre los de su novio. Sonrió sobre éstos, para luego separar-
se con lentitud y observar el rostro sonrojado de Edward,
quien sonreía de lado tontamente.

Éste no habló, sus ojos estaban teñidos de un rojo leve, pero


la sonrisa de su rostro le indicaba que estaba lleno de grati-
tud.

167
Edward y Louis se acurrucaron en el asiento trasero. Ambos
se abrazaron, mientras que Edward tomaba su abrigo y con él
cubría a ambos.

''Tendremos que ponernos muy pegados, porque no es tan


grande'' dijo el rizado mientras que las mejillas se le teñían
de rosa.

Louis rió, mientras sus mejillas respondían del mismo modo.


Relamió sus labios y se acurrucó lo más que pudo contra su
novio, recostando su rostro en el pecho de éste y acariciando
su abdomen con sus finos dedos.

—Te quiero, tonto —susurró éste mientras sentía los brazos


del chico de rizos rodearlo.

«Te amo tanto que nunca te dejaré ir» pensó Harry, mientras
aferraba a Louis contra su cuerpo en un intento por mante-
nerlo cálido.

Ambos se quedaron así, hasta que el silencio se hizo ensorde-


cedor.

— ¿Por qué llorabas? —preguntó el muchacho de ojos azules


mientras salía del pecho de su novio y comenzaba a mirarlo
fijamente.

''Estaba buscando un buen regalo para ti pero no pude en-


contrar ninguno'' se excusó Edward.

El cerebro de Harry trabajaba rápido si es que de mentiras se


trataba, sabía que estaba mal, pero no podía hacer nada por
cambiarlo. El corazón de Louis latió rápido, mientras una

168
tierna sonrisa se hacía lugar en su rostro. Sus ojos brillaron
de emoción al enterarse de lo confesado.

— ¿Ibas a regalarme algo?

Edward asintió. Mientras que de un segundo para el otro


sentía los labios de Louis presionados contra los suyos.

Louis lo besó desesperado, mientras sonreía sobre sus labios


y soltaba una que otra risita.

—Te amo —susurró sintiéndose especial.

Tras conducir hasta la casa de Louis y despedirse de él con un


fogoso y tierno beso, Harry condujo hasta la tienda de paste-
lería más cara que había, donde encargó un pastel en forma
de cupcake gigante, para luego salir de allí y dirigirse a una
tienda de ‘’desayunos personalizados’’.

Con los pasteles para su novio ya ordenados, él se dirigió a su


hogar, donde hizo una limpieza en masiva.

Poniendo muchísima ropa para lavar y trapeando los suelos,


el día del rizado transcurrió entre jabón, desodorante am-
biental, escobas y más.

Louis no llamó a Harry. Y Harry simplemente no lo llamó a


él. No hasta las once y media de la noche. Pasando de que el
chico de la voz chillona pudiese estar durmiendo, marcó su
número en su teléfono móvil y esperó hasta que contestara.

El pitido de la línea se hizo insoportable, únicamente porque


él necesitaba oír su voz y ser capaz de contestarle, sin la ne-

169
cesidad de tener que usar las manos o una tonta libreta para
escribir sus respuestas. Harry golpeó sus dedos contra su
mesita de luz, esperando que el chico de ojos azules contesta-
ra.

—¿Hola? —dijo Louis.

—Te extraño

—Harry...Hola, también te extraño —del otro lado de la línea


Louis también estaba recostado en la cama, con una tonta
sonrisa de lado al oír la cálida y profunda voz de Harry.

La voz del ojiazul sonaba algo adormilada, el chico de rizos lo


notó.

—¿Dormías?

—No, trataba, pero era inútil—se excusó Louis mientras sol-


taba una tonta risa.

—Louis...No sé cómo tomes esto pero necesito decirte algo —


dijo Harry sintiendo su pecho hincharse y unas inmensas
ganas de llorar.

— ¿Qué es lo que pasa? —el chico de ojos azules podía escu-


char cómo la voz de Harry se quebraba un poco y sintió su
corazón latir muy fuerte. El frío le recorrió el cuerpo, mien-
tras sentía un poco de pánico.

Harry tomó aire, mientras las lágrimas comenzaban a resba-


larle por las mejillas. Se recostó cómodamente en su cama,

170
mientras se aseguraba de continuar respirando profunda-
mente.

—Quiero que seas mío—soltó, evitando la verdad.

Las mejillas de Louis se tiñeron de un rojo muy potente.


Frunció el ceño, sin entender muy bien.

— ¿C-cómo? —preguntó titubeando mientras tragaba saliva


y trataba de no sentirse nervioso.

—Quiero poseer tu cuerpo —confesó Harry mientras cerraba


los ojos y dejara que las lágrimas continuaran su camino.

Su respiración se normalizó poco a poco, mientras que en su


rostro la vergüenza se adueñaba de sus mejillas.

— ¿Quieres tocarme? —dijo Louis con inocencia y al mismo


tiempo coquetería.

Suspiró, mientras relamía sus labios y bajaba una de sus ma-


nos hasta sus pantalones de pijama. Con cuidado la metió
dentro de éstos y dentro de su ropa interior. Reprimió un
gemido, mientras oía atentamente.

—Sí, Louis. Quiero poseerte, y no puedo tenerte—Harry repi-


tió las acciones de Louis, aún sin saber que él las había lleva-
do a cabo primero. —Deja que te cuente las cosas que quiero
hacerte...

—Hazlo—soltó Louis mientras dejaba escapar un ligero ja-


deo.

171
Harry se sintió libre, relamiendo sus labios y apretando sus
labios comenzó a tocarse a él mismo, no reprimiéndose al
gemir.

Las mejillas de Louis quemaron, mientras que su cuerpo co-


menzó a sudar y tuvo que quitarse los pantalones.

—E-espera un momento Harry, y-yo…—dijo Louis, mientras


se subía los bóxers y con torpeza corría hasta su sala de es-
tar.

Harry asintió, para luego gruñir, diciéndole que ''sí''. Louis


tomó el gorrito que antes él le había regalado, para luego
correr hasta su cama y recostarse nuevamente.

—S-sigue —gimoteó, mientras volvía a tocarse y con dificul-


tad sostenía el teléfono móvil y el gorro al mismo tiempo.

—Si te tuviera junto a mi...Te amaría hasta que nuestros


cuerpos se unan, s-sería gentil, no pienses que no…—confesó
el chico de rizos, escuchando gemidos provenientes de Louis.
—Te amaría hasta que nuestros cuerpos exploten y se sien-
tan ligeros...Déjame poseerte Lou, déjame hacerte mío cariño.
Es lo que más anhelo en el mundo.

—Hazlo, hazme tuyo Harry. Tócame, por favor, hazlo...—dijo


Louis soltando pesados suspiros, mientras cerraba sus ojos y
sentía el calor abrazar su cuerpo.

Los gemidos y jadeos se mezclaron, mientras que la tempera-


tura se elevaba en ambos cuerpos separados por la distancia.

172
Louis gimió sin algún temor, escuchando cómo los gruñidos
llenos de placer de Harry lo incitaban a más.

—Ámame Louis, ámame —susurraba Harry entre finos jade-


os.

Louis respiraba el dulce aroma que aquél simple gorro con-


tenía, imaginando las manos fuertes de Harry por su cuerpo,
imaginándose a él mismo siendo poseído por Harry.

Siendo amado.

Sus cuerpos llegaron al borde, a la cornisa. Ambos cayeron,


explotando y llenándose de ese fantástico sentimiento en
donde también tu piel se pone sensible y ya no puedes más.

—Lo hago, te amo —susurró Louis, sin poder dejar de gimo-


tear. —Gracias por…por esto…—agregó minutos después, sin
poder recibir una respuesta, ya que del otro lado, Harry yacía
en su cama, con los ojos cerrados y profundamente dormido
ante el cansancio que un fuerte pero triste orgasmo le había
producido.

173
Decimoquinta noche:

24 de Diciembre de 1998.

El timbre sonó y Louis abrió sus ojos, asustado. Dio un res-


pingo sobre la cama, mientras observaba a su alrededor. Vio
a Félix recostado sobre sus piernas y por un segundo, re-
cordó la horrible pesadilla que había sufrido.

En ésta, él estaba nuevamente en la casa de su abuelo y oía


cómo los pesados ruidos de las botas de éste se acercaban
por el suelo de madera.

De un momento a otro el corazón de Louis latía con fuerza


conforme los pasos se hacían más duros. La puerta se abría
de un golpe y allí estaba Keith, con un cinturón en la mano,
aguardando pro hacer contacto con la piel de Louis.

Sin previo aviso le tiraba un latigazo haciendo que la punta


de la nariz del niño de ojos azules quemara y su piel comen-
zara a enrojecer.

El cinturón no tardó en llegar a sus hombros su espalda, sus


piernas, brazos e incluso estómago. Louis lloraba y pedía a
gritos a su abuela que hiciera que Keith se detuviese, pero la
mujer sólo observaba desde la puerta aquella brutal golpiza.

Algo más calmado, tragó saliva y suspiró, para luego frotarse


la cara con ambas manos.

174
El timbre volvió a sonar, por lo que Louis miró hacia su puer-
ta y con pereza, se levantó de la cama. El suelo estaba frío y el
living de su casa también, con resoplidos de furia ante el mal
tiempo, Louis caminó con pasos lentos hasta la puerta de
entrada, para luego abrir y levantar la vista tímidamente.

Edward estaba allí. El rostro adormilado del pequeño de ojos


azules se transformó drásticamente.

Sus ojitos se achicaron y las arruguitas de la felicidad se


hicieron presentes a los costados de éstos, su sonrisa pareció
crecer y impregnarse en su rostro, mientras que sus mejillas
se ponían de un tono salmón apagado.

— ¡Ey, tú! — chilló él mientras se hacía a un lado y dejaba


que el chico de rizos se adentrara en su casa.

Edward tenía la piel más pálida que de costumbre, la nariz y


las mejillas rojas. Sus ojos verdes tenían un brillo extraño y
debido al fío que hacía sus rizos estaban cubiertos con un
gorro negro.

El chico de los ojos verdes caminó dentro de la casa de su


pequeño con una gran canasta y globos. Dentro de la canasta
había un pequeño pastel para dos, millones de caramelos y
pastelitos, café en pequeños vasos sellados, galletas y más de
dos aderezos diferentes para éstas.

Los globos llenos de helio flotaban sobre la cabeza de Ed-


ward. Y Louis no podía creer que alguien como su novio pu-
diera ser tan generoso, amable, atento y básicamente perfec-
to.

175
—Dios mío Eddie— dijo el pequeño mientras cerraba la
puerta y se llevaba ambas manos al rostro para cubrirse la
boca—, no debiste...No debiste, n-no lo merezco, yo, yo
no…mi cumpleaños…— repitió mientras sus ojos se llenaban
de unas pequeñísimas lágrimas.

Edward dejó la canasta junto con los globos en el sillón de


Louis y al girarse miró a su novio a los ojos.

''Feliz cumpleaños Lou'' dijo haciendo las señas correspon-


dientes, para luego acercarse a él y agacharse apenas un poco
para besar sus labios.

Louis sonrió ampliamente otra vez, para luego saltar sobre su


novio y rodear la cadera de Edward con sus piernas y su cue-
llo con sus brazos.

— ¡Te quiero tanto, m-mi tonto de dos metros! —gritó efusi-


vamente mientras se abrazaba a su cuerpo como un pequeño
koala.

El chico de los rizos rió a carcajadas, mientras abrazaba y


aferraba contra él a su pequeño.

Harry había prometido que ese día no habría nada de arre-


pentimientos. No se sentiría mal y no desearía ser él mismo
con Louis. Era el día de su cumpleaños y no lo estropearía,
haría que su pequeño de voz chillona tuviera el mejor día en
años.

—No tenías que hacerlo— continuaba susurrando el mayor


mientras volvía a poner los pies sobre el suelo.

176
‘’Basta de decir eso, ahora, bésame tonto’’ dijo Edward,
haciendo que su novio riera y le besara nuevamente.

Louis sentía un dolor grande en el pecho, y era porque en


años, nadie le dio relevancia a la festividad que se escondía
detrás del 24 de diciembre, su cumpleaños.

Con un suspiro y pocas lágrimas en sus ojos, el chico de los


ojos azules y cuerpo curvilíneo se estiró y besó los labios de
su novio. No fugaz o cortamente, sino que mantuvo el beso
por eternos segundos, asegurándose de hacer saber a Ed-
ward que él lo quería muchísimo más de lo que el otro pen-
saba.

Con el alma llena de cariños y amor, Louis y Edward se senta-


ron juntos en el sofá. Félix el gato se incorporó minutos más
tarde, cuando la adorable pareja comenzó a comer. Eddie
tocó el suave pelo de Félix y asintió a las exclamaciones de
Louis, las cuales se basaban en que su gato era demasiado
hermoso para el planeta.

Louis y Edward le dieron de comer pequeños pedazos de


pastel al hermoso gato de raza Chartreux, el cual gustosa-
mente los aceptaba y masticaba con ternura. Cuando el chico
de la voz chillona y el chico de los rizos estuvieron cansados
de comer solamente se recostaron en el sillón, acurrucados y
calentitos.

Los besos no tardaron en llegar, las caricias tampoco. Ya no


hacía frío y el ambiente era cálido. Edward dejaba suaves
besos sobre la frente de Louis y éste se acurrucaba en el pe-
cho de su novio, rodeando su torso y abrazándose a éste con

177
fuerza. Los ojos de Eddie comenzaron a pesar, se había levan-
tado a las seis de la mañana a recoger el pastel que había
encargado el día anterior y también el desayuno.

También había comprado varias cosas para la celebración


que planeaba hacerle a Louis. Serían poquísimas personas, en
realidad sólo Louis y él.

El pequeño que descansaba entre sus brazos bostezó y él lo


supo, ambos tenían sueño. Ambos recordaban lo que había
pasado anoche, pero Louis creía que Edward no lo sabía.

El sueño y la pesadez se apoderaron de sus cuerpos y sus


párpados pronto se cerraron. Ambos cayeron en un tierno
sueño, juntos, acurrucados, con el calor que sus cuerpos
emanaban y sintiéndose amados.

El timbre de la casa hizo que Edward y Louis dieran un res-


pingo al mismo tiempo. Louis respiró algo asustado, mientras
que su novio simplemente lo estrechaba contra él y acaricia-
ba su espalda con sus grandes manos en un acto por tratar de
calmarle.

Un adormilado Louis asintió, sintiéndose seguro entre los


brazos de su novio. Lo miró sonriendo de lado y al levantarse
dejó un suave beso en los rosáceos labios de Edward. Con un
bufido, Louis se alejó hasta la puerta, para abrirla.

El viento y algunos copos de nieve alcanzaron la cabellera


color chocolate del pequeño y éste se encogió de brazos ante
el frío.

178
—¡Hola Lou!— dijo el mismo chico rubio, de ojos celestes y
acento irlandés.

—Hola Aiden…— contestó el aludido con un notable tono de


timidez en su voz.

Louis vio cómo el chico de ojos azules le sonreía tiernamente


y soltaba una tierna carcajada.

—Tengo otro paquete para ti, amigo— dijo él mientras ex-


tendía su brazo para alcanzarle el paquete.

Segundos después sacó la misma tablilla con hojas para re-


llenar.

—Sólo tienes que firmar aquí —indicó el chico mientras le


entregaba un bolígrafo y enseñaba donde firmar a Louis,
quien tomó el lapicero—, como siempre—. Louis sacó su
lengua hacia afuera en un gesto de concentración y firmó la
hoja, para luego devolverle el bolígrafo al chico del cabello
rubio y sonreírle.

—Hoy es mi cumpleaños— confesó Louis con una tierna y


modesta sonrisa en sus labios, mientras sujetaba el paquete
entre sus pequeñas manos.

—¿En serio? Oh Lou— dijo el irlandés mientras alzaba los


brazos y sonreía ampliamente. —¡Feliz cumpleaños!

Aiden Quinn se lanzó al cuerpo de Louis, abrazándolo con


fuerza por el cuello y soltando más risas tontas, mientras que
las mejillas del pequeño ardían y en sus labios la sonrisa se
volvía a estirar inmensa.

179
Más de una persona le había dicho ''feliz cumpleaños'' y para
él eso era como un millón de saludos. Aiden se separó, para
luego mirar a los ojos al chico de la voz chillona.

—Espero que la pases muy bien hoy y que, huh, espera,


¿cuantos cumples?

—Veinticuatro.

— ¡Joder, que estás viejo!, ¿quién lo diría? Te ves como de, no


lo sé, ¿veinte? — dijo Quinn, consiguiendo una carcajada por
parte del chiquillo. —De todas formas, espero que tengas un
lindo día, y recuerda, ¡mereces mucho más!— con un pe-
llizcón en la mejilla de Louis, Aiden sonrió.

—Muchísimas gracias, de verdad. ¿Te gustaría pasar a comer


un poco de pastel? —preguntó él, tímidamente.

El rubio sonrió ampliamente y asintió.

— ¡Claro! Hay que celebrar —respondió segundos después.

—Quítate el abrigo, será unos segundos. Así, de paso, podrás


entrar en calor —habló Louis amablemente.

Detuvo el abrigo del rubio y éste caminó tímidamente por la


sala del castaño…

— ¡Hola! Soy Aiden —dijo, al ver al chico de los rizos allí sen-
tado.

180
—Él es Edward —señaló Louis, mientras sonreía vergonzo-
samente—, Eddie, él es Aiden. Es…es el cartero, pero nos
llevamos muy bien.

El chico de los orbes verdes sonrió de lado y se levantó, para


estrecharle la mano al rubio.

Los tres se sentaron en el pequeño sillón y comenzaron a


comer pastel.

Aiden le cantó el ‘’Feliz cumpleaños’’ a Louis. Mientras éste


simplemente negaba y se cubría el rostro con ambas manos,
tratando de esconder sus vergüenzas.

‘’Bien, es hora de mi regalo extra’’ dijo Edward.

Era obvio que Aiden no entendía, pero el ojiazul se dedicaba


a traducirle en palabras cortas lo que el rizado decía.

— ¿Q-qué? —Louis estaba atónito.

¿Más regalos? Oh, Dios.

Edward desapareció por algunos minutos, y cuando vol-


vió…Cargaba entre sus grandes manos su propia cámara. Esa,
la que tanto le encantaba a Louis. La que había usado miles
de veces para sacarse fotos a él mismo o a él con su novio…

‘’Es tuya’’ afirmó, con una sonrisa.

Louis chilló en respuesta, mientras que se levantaba y corría


a abrazar a su pareja.

181
— ¡Ustedes son bien lindos! —comentaba Aiden en voz alta,
mientras reía y les observaba maravillado.

— ¿Nos tomas una foto, Eddie? —preguntó el ojiazul, tras la


euforia del momento.

Se acercó a Aiden, quien obviamente abrazó por los hombros


al castaño.

Un clic, un flash y la foto estuvo allí en unos segundos…

—Salimos guapos —argumentó el rubio.

Louis rió, enternecido…

Tras varios minutos más en los que Aiden, Edward y el cum-


pleañero comieron pastel, el rubio se alejó para luego seguir
con su trabajo.

Louis cerró la puerta mientras se adentraba en su hogar, para


así abrir el paquete antes recibido. No tenía remitente, pero
él ya sabía de quien era.

Se sentó en el sillón, junto con Edward y con alegría comenzó


a desenvolver el obsequio, mientras que su novio le observa-
ba. Louis abrió la caja y en ella encontró un hermoso suéter
color turquesa, era holgado, justamente como a él le encanta-
ban.

—Oh Eddie, ¡mira! ¡Es hermoso!

182
Harry vio cómo los hermosos ojitos de su pequeño brillaban
de alegría y cómo su risa era efusiva. El corazón se le enter-
neció y sintiéndose lleno, sonrió ampliamente.

''Lou, es hermoso'' dijo haciendo las señas correspondientes.

Louis buscó en la caja la tarjeta y al tomarla entre sus delica-


dos dedos pudo leer:

''Supongo que éste color te sentará bien, espero que te guste y


feliz cumpleaños Lou xx -H''

Edward no hizo comentarios ante el regalo de su novio, sólo


aduló la prenda y besó la frente de Louis, haciéndole saber
que a él también le gustaba.

Alrededor de las cuatro de la tarde, la pareja salió de la casa.


Edward no tenía planeado salir pero gracias a los incontables
berrinches por parte de Louis, se vieron obligados a caminar
por las vivas calles de Londres.

Ambos, juntos y de la mano se pasearon por las avenidas y


admirando cómo varios turistas se tomaban fotos en la vía
pública. Un local con luces de neón y extrañas fotografías
llamó la atención del chico de cabellos color chocolate y ojos
azules.

— ¡Eddie, allí!— señaló con su dedo índice, mientras su ros-


tro emanaba curiosidad por lo desconocido.

El rizado siguió la dirección del dedo del pequeño, para luego


observar a la distancia un pequeño local que se llamaba a él
mismo ''Dragones en mármol''.

183
Era una tienda de tatuajes.

Edward frunció el ceño, mientras volvía la vista hacia su no-


vio y lo miraba extrañamente.

—A mi me gustaría hacerme uno...—confesó Louis mientras


sentía sus mejillas algo calientes a causa de la mirada extra-
ñada de su chico de rizos. —Siempre me gustaron los tatua-
jes…

Edward simplemente rodó los ojos y sonrió, para luego to-


mar las dos manos de su pequeño y mirarlo a los ojos. Asin-
tió, para luego soltar una mano y llevársela al pecho.

''Yo también quiero uno, uno contigo''.

Louis sonrió efusivamente, para luego comenzar a caminar


hasta la tienda, arrastrando a su novio junto con él. El peque-
ño de ojos azules y hermosa sonrisa se adentró en el local, el
cual olía a chicle. Edward se extrañó claramente al oler el
perfume del ambiente.

¿Un tatuaje juntos? ¡Se conocían tan poco! ¡Era una jodida
locura! Pero ellos sentían que se conocían desde hacía tanto,
como si en otra vida hubiesen estado juntos por demasiado
tiempo, como si al haberse encontrado se hubiesen comple-
mentado…

Y el brillo en los ojos del otro los delataba casi siempre, tam-
bién esa extraña sensación que sentían en sus pechos cuando
se besaban. ¡Era amor!, ¡nada más que amor! Y el amor pro-
voca locuras…

184
Una hermosa señorita con ojos verdes, cabello oscuro y ta-
tuajes se acercó hasta ellos. Les preguntó qué era lo que de-
seaban y cuando Louis contestó que querían hacerse un ta-
tuaje de pareja, ella les entregó un catálogo en donde absolu-
tamente todos los tatuajes que habían era para novios.

—Ninguno me gusta— susurró Louis discretamente a Ed-


ward, quien sonrió ante el comentario de su novio.

Él asintió y formando las señas con sus dedos, le contestó ''A


mi tampoco''.

Las cejas de Louis se alzaron unos segundos después, y con


emoción, el chico de cuerpo curvilíneo deslizó su mano hasta
el brazo de Edward para apretarlo con suavidad.

—Tengo una frase en mente. E-es cursi...—titubeó mientras


se relamía los labios y miraba a su novio—, pero creo que te
gustará.

Edward le alentó a que le confesara la frase y Louis se acercó


hasta su oreja. —‘’Always in my heart’’.

La frase resonó por la cabeza del chico de rizos y sintió cómo


algo en su pecho se removía. Miró a Louis y depositó un sua-
ve beso en sus labios, mientras sonreía con el alma enterne-
cida.

Asintió, y cuando la muchacha que una vez les había entre-


gado el catálogo se acercó, Louis le explicó por ambos qué era
lo que deseaban.

185
Tres horas y media tardaron hasta que la tinta estuvo pene-
trada en sus seres.

La frase ''Always in my heart'' se hallaba en la clavícula de


cada uno de los chicos, la cual ardía ante el dolor de la aguja
que recientemente había punzado sus pieles.

Con un papel film cubriendo la reciente tinta, la pareja salió


de la tienda. Ambos estaban tomados de la mano y sonreían
ante la locura que habían cometido.

—Duele Eddie— murmuró Louis sin dejar de tantear sobre


su ropa el nuevo y primer tatuaje que se hallaba en su cuer-
po.

Edward suspiró, mientras rodaba los ojos ante el comentario


de su novio y soltaba una pequeña risa.

''Iremos a tu casa, tengo una sorpresa para tí, pero antes de-
bes ducharte, porque hueles a caca'' dijo el chico de los rizos
entre señas, logrando conseguir un puñetazo en el hombro de
parte de su novio.

Louis asintió, mientras que con una sonrisa encendía la radio


del auto y se ponía a canturrear una canción. Polly, de Nirva-
na, sonaba en ese entonces.

—Polly says her back hurts— decía Louis mientras su voz


salía suave desde su garganta.

Harry apretó los labios, intentando no mirar al pequeño que


cantaba a su lado. Su voz era aterciopelada y llena de cautela.
Y él no podía entender cómo aún cantando una canción que

186
tenía un tono muy diferente al de su voz Louis sonaba tan
bien.

Edward estacionó frente a la casa de Louis y tras apagar el


motor del auto bajó de éste, para luego caminar hasta la
puerta del acompañante a pasos rápidos y abrirle a su pe-
queño.

El chico de los ojos azules sonrió mientras bajaba del coche y


se paraba en las puntitas de sus pies para besar la mejilla de
su novio.

—Gracias Eddie— susurró para luego comenzar a caminar


hasta su casa.

Tras abrir la puerta notó cómo Edward se posicionaba tras él


y abrazaba su cintura.

El chico de los rizos cerró la puerta y abrazando por detrás


efusivamente a su novio dejó un beso en su cuello, lo que hizo
que la piel de Louis se conmovía. Edward soltó una pequeña
risa, mientras dejaba ir a su pequeño.

— ¡Oye! —dijo Louis, plantándose frente a él con los brazos


en jarra y el ceño fruncido—, ¡eso no fue divertido!

La ternura que esa imagen emanaba era tal que el corazón de


Edward comenzó a latir mucho más que fuerte. Podría decir-
se que en lugar de latir, zumbaba.

''Ay Louis...'' dijo el chico de los ojos verdes mientras negaba


con la cabeza.

187
En unos pocos minutos Louis se hallaba caminando hasta la
ducha con sus toallas al hombro. El chico tardó varios minu-
tos en ducharse y arreglarse, provocando que Edward vagara
por su casa, merodeando y curioseando por su cuarto y coci-
na.

— ¿Eddie?— llamó Louis a su novio, mientras salía de su


habitación usando unos jeans con zapatillas blancas, una ca-
miseta de cuello en V y el suéter turquesa que le habían ob-
sequiado.

Harry volteó, para ver allí parado a la criatura más hermosa


que alguna vez había visto.

Su altura, sus piernas algo regordetas y sus curvas eran lo


más precioso que había visto hacía tantísimo tiempo. Nunca
había conocido a alguien tan hermoso, a alguien que con sólo
pronunciar su segundo nombre le hiciera vibrar por dentro.
Sonrió mientras veía cómo el niño de ojos azules apretaba
sus labios.

— ¿Me veo bien?

''Perfecto''.

Sin perder un segundo de más, Louis besó la cabecilla de


Félix, quien ronroneó y se paseó por las piernas de Edward.

La pareja salió caminando de la mano desde la puerta de la


casa de Louis y ambos se metieron al coche. Edward hizo
rugir el motor de éste, para comenzar a conducir por las ca-
lles de Londres, las cuales estaban tapadas de nieve. Louis

188
volvió a encender la radio para volver a cantar, ésta vez una
canción de Aerosmith, I don't wanna miss a thing.

Harry se deleitó con la suave voz de su amado, mientras éste


sonreía sin dejar de mirar al frente. En toda su vida no había
experimentado una sensación tan rara.

La calma y calidez que Louis le transmitía era todo lo que él


había necesitado desde la muerte de su abuelo. Y nunca había
pensado que lo encontraría junto al chico que una vez, hacía
muchos días, había llamado a un tonto call-center de ayuda.

Al detenerse frente a su casa, Edward se dejó llevar unos mi-


nutos más, únicamente para aún poder escuchar la angelical
voz de Louis cantar al compás de una canción que él no co-
nocía, pero que el chico de ojos azules sí.

Suspiró y tocó su hombro, logrando que Louis se voltease y


mirara sonrojado.

—Oh...Llegamos, yo...No me di cuenta— murmuró tímida-


mente el chico mientras bajaba del auto. —Lo siento Eddie,
no me di cuenta de verdad— volvió a hablar mientras rodea-
ba el auto para volver a encontrarse con su novio.

Edward lo guió hasta el portal, donde dejó que Louis pasara


primero.

—Wow, tu casa sí que es grande...— dijo el chico asombrado


por la inmensidad de aquél hogar.

Edward asintió soltando una tonta risa.

189
''Quédate aquí, okay?'' dijo Eddie mediante señas, para luego
caminar hasta su cocina.

Louis se quedó solo, allí, en la sala.

Con timidez se sentó en un amplio sofá y admirando cada una


de los cuadros que había en las paredes se preguntó a él
mismo por qué Edward hacía todas esas cosas por él…

Su mirada se encontró con la fotografía de ambos…Esa, la


primera que se habían tomado en el auto. Estaba enmarca-
da… Louis sonrió ampliamente.

Se sintió amado, nuevamente…Su mente divagó pensamien-


tos que no se alejaban mucho de Edward…

¿Por qué le trataba tan bien? ¿Y por qué se había esforzado


en comprarle un desayuno de cumpleaños?

Edward irrumpió en la sala, arrebatándole de sus pensamien-


tos a Louis.

Sus ojos brillaron cuando vio el gran cupcake decorado y con


una gran vela prendida sobre la cima de éste. El rizado lo
cargaba orgullosamente, mientras avanzaba hacia él y sonre-
ía ampliamente.

Lo dejó sobre la pequeña mesa de café frente al sofá y con sus


manos hizo las señas.

''Feliz cumpleaños, mi amor''.

190
Los ojos de Louis se llenaron de lágrimas, mientras veía cómo
aquél chico de rizos comenzaba a aplaudir y con sus labios
formaba las palabras.

''Feliz cumpleaños Lou, feliz cumpleaños. Feliz cumpleaños


Lou, feliz cumpleaños'' pretendía cantar Edward aunque su
voz no saliera de su garganta.

Las pequeñas gotas calientes se deslizaron por las mejillas de


Louis, mientras que su pecho se hinchaba y en sus ojos la
sonrisa no se descocía.

—E-esto...es tan hermoso— dijo él cuando Edward acabó de


''cantar'' la melodía del feliz cumpleaños.

''Pide un deseo, pequeño'' dijo el chico de los ojos verdes.

Louis cerró los ojos y tomando aire pensó para sus adentros.

«Una vida mejor, junto a él» deseó mientras la sonrisa no


dejaba de existir en sus labios.

Tras abrir los ojos miró al rostro de Edward, quien le incitaba


que soplara la vela encendida sobre el cupcake. Louis tomó
un poco de aire y se inclinó, viendo el fuego de ésta. Nunca en
su vida se había sentido tan especial como en ese momento.

Apretó sus labios unos segundos, mientras sentía las lágri-


mas por su piel, y en un cerrar de ojos, sopló, apagando la
pequeña llama que yacía en la vela.

Ambos comieron del cupcake mientras que se miraban a los


ojos y mediante éstos, se decían de todo. Cuando casi acaba-

191
ron Edward arrastró a Louis hasta la cocina, donde ambos
debatieron qué podrían cocinar que sea casero.

Aquella noche, el chico de los ojos azules y el alma triste, co-


cinó por primera vez para alguien. Y como no tenía otra rece-
ta aprendida de memoria, lo que comieron fue pollo relleno
con queso mozzarella, envuelto en jamón y con una guarni-
ción de puré de papas casero.

Edward buscó una botella de vino, y juntos comieron. El al-


cohol del añejo vino hizo que sus mejillas se pusieran rojas,
pero no de vergüenza.

Y tras comer, lo único que sintieron fue deseos de estar con el


otro. Entre pasos en falso y risas, ellos caminaron juntos. Sin
poder dejar de lado los besos, las caricias, los toqueteos inde-
centes. El calor consumió sus cuerpos y deshizo sus ropas,
hasta que sus pieles desnudas se tocaron.

Louis se sintió asustado innumerables veces, y su respiración


se agitó tantísimo, pero el vino que había bebido lo ayudó a
relajarse.

Por varios minutos, él sintió que todas las marcas que poseía
físicamente y mental, habían desaparecido. Y las caricias de
Edward eran tan gentiles que lo único que sintió fue que no
quería abrir los ojos nunca más, no quería dejar de sentirse
así de amado.

Las caricias fueron intensas y los gemidos diferentes a los


que ellos pensaban que serían. No fue de película, ni como
esperaban, ambos fueron torpes. Con ruidos que ni ellos pen-

192
sarían que podían hacer, se demostraban el amor y el placer
que sentían. Sus labios chocaron innumerables veces, al igual
que sus cuerpos cuando se fundieron el uno con el otro y
formaron sólo un ser.

En aquella cama y junto a ese hombre de cabellos rizados y


ojos verdes, Louis volvió a sentirse deseado después de que
su ex-pareja le hubiese lastimado de tal forma.

Aquella vez, después de tanto tiempo de soledad, Harry vol-


vió a hacer el amor, ésta vez con quien él realmente deseaba.

Y en la penumbra, cuando todo lo que se podía escuchar eran


los jadeos y gemidos por parte de ambos, Louis podría haber
jurado ante Dios que logró escuchar un susurro saliendo de
la boca de Edward. Y ese susurro gritaba ''Te amo''.

«Éste es el mejor cumpleaños de mi vida» pensó el chico de la


voz chillona para él mismo, cuando entre los fuertes brazos
de su novio se acurrucó con fuerza, no dejando escapar el
momento, esforzándose en recordarlo para siempre.

193
Decimosexta noche:

25 de Diciembre de 1998.

Louis apretó con suavidad sus pesados ojos. Había peso a su


lado y era más que el que usualmente sentía por parte de
Félix.

Suspiró, mientras trataba de removerse y se encontraban con


unos fuertes brazos alrededor de su cintura. Mientras frotaba
con lentitud sus párpados cansados, soltó un pequeño boste-
zo, el cual logró que del cuerpo del pequeño se emanaran
pequeños temblores a causa del frío que recorría el ambien-
te.

Al abrir los ojos las sensaciones le inundaron. Edward yacía a


su lado, sus ojos cerrados mostraban sus largas pestañas
grumosas. El corazón de Louis latió algo más rápido mientras
sus ojos azules registraban cada detalle del rostro de su ama-
do.

Su piel pálida parecía una suave nube y sus hermosos y roji-


zos labios podían compararse con el rojo de una flor en pri-
mavera. Su nariz y sus cejas para nada pobladas o gruesas.
Sus cabellos rizados cayéndole por el rostro, algunos pegados
a su frente y otros simplemente yendo en dirección contraria.

Louis observó su rostro, para luego comenzar a bajar por su


cuello y observar su pecho. Allí, en el lado derecho, sobre su
clavícula, descansaba el reciente ‘’Always in my heart’’.

194
Los labios del pequeño de cabellos color chocolate y voz chi-
llona se elevaron, hasta que formaron una sonrisa llena de
ternura.

Los ojos de Louis viajaron por el cuerpo de Edward, admi-


rando y adorándolo a cada centímetro que veía y exploraba.
Despertar con el sentimiento de ser amado y recordar cómo
en la penumbra de noche él entregó su alma y cuerpo al chico
de los rizos era algo que no se experimentaba todos los días.

Pero definitivamente era algo que sin dudas desearía expe-


rimentar todos los días de su vida.

Con timidez, Louis estiró su mano hasta el rostro de su novio,


para tantear con las yemas de los dedos y muchísima timidez
los labios de Edward.

Acarició éstos, recordando cómo ese hermoso par de labios


rojizos se incrustaron sobre los suyos, cómo poseyeron su
cuello y dejaron marcas en un desesperado intento por pro-
porcionar rastros y muestras del apasionado amor que am-
bos experimentaron en la noche de su cumpleaños.

Sin tanta timidez, comenzó a pasar la palma de su mano por


la fría mejilla de su novio, para así poder acariciarla con sua-
vidad.

El pequeño de los ojos azules se sentía demasiado chiquito


entre los brazos de su novio, puesto que éste era mucho más
corpulento. Harry sintió las caricias sobre su piel y con pere-
za comenzó a abrir sus párpados, percatándose de que un
hermoso par de ojos azules le observaban a pocos centíme-

195
tros. La mano que le proporcionaba caricias era la de su no-
vio, la del amor de su vida, y deseaba que siempre fuese así.

Las puntas de los labios de Harry se elevaron, mientras que


de su ronca garganta las palabras rugían por surgir. Le tomo
varios segundos percatarse de que no podía pronunciar ni un
''Buenos días'' ni un ''Hola'' debido a su sucia mentira, por lo
que solo se dedicó a sonreír. Louis apretó sus labios, mien-
tras formaba una sonrisa de lado.

—Feliz navidad —musitó Louis con la voz apenas ronca pero


aun conservando su típico tono chillón.

Con ternura el chico de ojos azules se acercó hasta el cuerpo


del chico de ojos verdes, y sujetando su rostro plantó un beso
en sus labios. A Louis no le importó saber que ninguno de los
dos se había lavado los dientes, que probablemente sus alien-
tos olieran a infierno o peor, porque en ese momento él era
alguien amado y que amaba. Sus labios se movieron lentos y
siguiendo el ritmo de los de Edward, mientras que éste pasa-
ba sus brazos por las desnudas caderas de su pequeño y las
atraía contra su cuerpo.

La piel del chico de voz chillona se puso de gallina ante el


contacto de sus pieles desnudas, pero no se echó para atrás.

Continuaron besándose. Con ternura, con lentitud, con amor.


Eran ellos dos y luego el mundo. Louis deslizó una de sus
frágiles manos hasta el pecho de Edward y comenzó a acari-
ciarlo con sus suaves dedos, mientras que con la otra conti-
nuaba sosteniendo la mejilla del rizado para continuar
besándole.

196
Las manos de Harry viajaron por la piel sedosa de Louis, to-
cando, descubriendo, explorando, aprendiendo cómo él reac-
cionaba ante cada caricia en determinado lugar y provocando
sensaciones que el chico de los ojos azules pensaba que nun-
ca más podría sentir alguna vez.

Un suave y agudo jadeo se escapó de los labios del chico de


voz chillona. Harry apretó sus párpados, mientras sentía el
calor de su novio emanar y chocar contra su cuerpo.

Los suspiros, besos, caricias y jadeos se intensificaron, hasta


que la fricción fue necesaria, hasta que el ruego por más se
hizo presente y les arrebató la poca cordura que quedaba en
ellos. La pasión hizo lo suyo, volviendo rojas sus mejillas y
haciendo que sus pieles quemaran la una con la otra.

El deseo detuvo el tiempo, dejándolos a ellos solos y al mun-


do a un lado. El placer hizo que sus inhibiciones desaparecie-
ran por completo, quitándoles la vergüenza de un sopetón.
Pero el amor, el amor fue el que hizo que sus corazones se
hincharan y latieran rápido al sentir sus pieles juntas, unidas,
fundiéndose la una con la otra.

En ese paraíso donde el tiempo no pasaba y donde lo único


que Louis sentía era el calor de Edward contra su cuerpo fue
donde más amado se sintió. Y en ese mágico momento fue en
el que al admirar sus verdosos ojos Louis simplemente lo
soltó sin ningún miedo a arrepentirse:

—Te amo, te amo Edward —decía entre pequeños jadeos y


gemidos que hacían que su voz sonara ridícula.

197
Harry explotaba dentro de su ser, sintiendo cómo Louis se
retorcía del regocijo.

Y no deseaba nada más que gritarle que lo amaba, el poder


decirle que el tener el honor de poseer su cuerpo, su alma y
sus sentimientos era lo mejor a lo que él tenía acceso.

Pero mordiéndose la lengua, él solamente gruñía, mientras


que apretaba con su mano libre la mano de Louis, tratando de
hacerlo sentir seguro debajo de su cuerpo.

—Te amo...— escuchó las palabras de su pequeño cuando


todo fue silencio y tranquilidad.

Edward simplemente miró sus hermosos ojos color cielo y


sonriendo de lado colocó su propia mano con el dedo índice y
el del corazón cruzados sobre su pecho. ''Para siempre'' sig-
nificaba aquel gesto con señas. Louis sonrió ampliamente,
mientras asentía y repetía las palabras.

—Para siempre, Eddie— dijo con la voz baja. Segundos des-


pués el chico de la voz chillona se hallaba repasando las le-
tras penetradas en la piel de su novio, susurrándole al oído:

—Vas a estar en mi corazón para siempre...

La pareja salió de la cama cuando fue muy tarde como para


desayunar, por lo que juntos almorzaron y más tarde se
echaron al sillón, donde pasaron horas mirando los especia-
les de Navidad que la BBC ofrecía.

El ambiente se prestaba para no hacer nada y eso es lo que


ambos habrían hecho, de no ser por Louis, quien arrastró a

198
Edward fuera de la casa, para ver cómo los niños de la zona
jugaban con bolas de nieve.

—Qué amargado eres —bufó Louis riendo mientras veía


cómo Edward miraba con el ceño fruncido las cantidades de
nieve esparcidas por todo el césped e incluso las calles.

Ambos se sentaron en el pequeño escalón que había en el


umbral de la casa del chico de los rizos, mientras observaban
a los pequeños lanzarse bolas de nieve. Louis divisó un pe-
queñín de unos cuatro años corriendo y persiguiendo a quien
parecía ser su hermana.

El alma se le enterneció al ver cómo el chiquitín se volteaba


para ver a la pareja y con un tierno movimiento de mano les
saludaba.

El simple hecho de saber que aquella criatura inocente no


creaba diferencias o repelía a las personas como Louis le hac-
ía tan feliz…

Con timidez, el ojiazul devolvió el tierno saludo agitando su


mano con lentitud. En su mente había algo que gritaba la pa-
labra ''hijo''. Y eso era lo que anhelaba Louis. Una familia,
hermosa sana y feliz.

Un hijo y una hija, un esposo, una gran casa y una vida digna.
Suspiró pesadamente mientras continuaba observando al
bebito jugar en la nieve, metiéndose en sus pensamientos se
imaginó por primera vez cómo sería el estar casado...

199
Se vio a él mismo con 30 o tal vez 32 años, de la mano de un
pequeño de tres años y ayudándole a caminar, mientras que
frente a él, de rodillas, estaba Edward, animando a su peque-
ño a que caminase y llegase con ''Papá''.

De tan solo imaginarlo, su corazón se hinchó, provocando


que bruscamente girara el rostro hasta ver a su novio. Ed-
ward le devolvió la mirada, con las cejas alzadas y algo pre-
ocupado por la reacción de su pequeño. Louis simplemente
se estampó contra los labios de su amado, para comenzar a
besarle.

La noche entre ambos transcurrió normalmente, Louis deci-


dió quedarse nuevamente en la casa de Edward, porque am-
bos estaban de acuerdo en aprovechar al máximo el tiempo
juntos, puesto que después de las vacaciones de Navidad
Louis volvería al trabajo y Edward al suyo.

—Cuéntame tu historia Eddie, quiero conocerte aún más…—


le suplicó el pequeño de ojos azules y voz chillona a su novio,
mientras se colgaba de su brazo y le zamarreaba constante-
mente.

Edward simplemente rodó los ojos para luego reír tontamen-


te. Suspiró algo cansado, debido que Louis le había estado
pidiendo lo mismo desde hacía muchísimos minutos.

''Muy bien, pesadito'' dijo mediante las señas, logrando que


su novio alzara los brazos y exclamara en signo de victoria.
‘’Nací en 1978, por lo que tengo 20 años'', Harry suspiró
mientras continuaba haciendo las señas. ''Mi madre…Esto es
bastante difícil de decir, pero murió al darme a luz. Ella tenía

200
problemas del corazón, y al parir…todo se complicó, ya sabes,
los médicos me eligieron a mi antes que a ella…Luego…mi
hermana se escapó cuando ella tenía 15 años.

Ella…Esa noche, ella besó mi cabeza, y dijo que todo estaría


bien, pero no… ¿Por qué habría de estarlo? Ella se había ido’’.

Edward suspiró con pesar, mientras continuaba narrando


mediante benditas señas los sucesos de su vida.

‘’Mi familia me abandonó por completo cuando recibí la


herencia que mi abuelo me dejó. Incluso mi padre, que sabía
que no tenía a nadie…Él…No lo sé, ¿sabes? Cuando descubrí
que tenía preferencia por los hombres él lo ignoró, pero sé
que en el fondo le molestó que su único hijo varón fuera un
‘’enfermo’’. Pero mi abuelo se encargó de mi durante los años
en los que a mi papá le importó un bledo mi salud, o mi edu-
cación…'' soltó de pronto, logrando que las cejas de Louis se
alzaron en una señal de sorpresa absoluta.

''He estado...Todo éste tiempo buscando algo que me devuel-


va el sentimiento de tener una familia. Aunque, si te soy sin-
cero…no sé qué es una familia, nunca tuve una. Sólo tuve a mi
abuelo. ¿Sabes Louis? He pasado por tantos lugares y he co-
nocido a tantas personas pero ninguna de ellas tiene ''eso''
que busco.

Hablo en serio cuando digo que he conocido muchísimas per-


sonas, porque he tenido tantos trabajos que han sido innece-
sarios.

201
Y cuando digo ‘’innecesarios’’ es porque lo son, con la heren-
cia que tengo no tendría que mover un pelo, pero lo hago,
porque no quiero sentirme solo.

No quiero ser uno de esos arrogantes y ricos bastardos que


sólo se dedican a pisotear a los demás. Y...Yo quiero ser dife-
rente, necesito serlo''.

El corazón de Louis se apretó al comprender las señas que se


creaban con los dedos de Edward. Su alma se enterneció y
Louis se abalanzó sobre el cuerpo de su novio, para abrazarlo
con fuerza.

—Oh, diablos, Eddie. Eddie no llores— susurró mientras es-


cuchaba el leve sollozo que se escapaba desde su novio.

—Todo está bien cariño, yo estoy aquí, yo te amo. Yo seré tu


familia...Nos tenemos el uno al otro, ¿qué más necesitamos
Edward?— habló con rapidez Louis mientras estrechaba al
chico sollozante de los rizos contra su pecho, tratando de
alejarlo del dolor y los malos sentimientos.

—Nunca serás un bastardo aprovechador, eres…eres since-


ramente el ser más amable y gentil que he conocido en mu-
cho tiempo —Louis suspiró, no pudiendo comprender cómo
su novio de ojos verdes pensaba cosas tan absurdas.

—Te amo Eddie— susurró varias veces en el oído del chico


de ojos verdes.

''Tú eres ese algo que me hace sentir en familia, tú eres lo


que...lo que de verdad me motiva a seguir en éste lugar Lou.

202
Tú eres mi hogar'' dijo Edward, haciendo que Louis se sintie-
ra muchísimo más especial de lo que él pensaba.

Louis sonrió, mientras se apartaba de su novio para luego


dejar un pequeñísimo beso en los labios un tanto hinchados
de Edward, para luego pasar sus dedos por las mejillas de
éste y retirar las húmedas lágrimas que se derramaban por el
rostro de E.

—Puedes continuar contándome tu historia si es lo que quie-


res— susurró el pequeño, observando los verdes ojos de el
chico de los rizos.

''Preferiría oír la tuya''.

Louis suspiró mientras apretaba los labios y sonreía de lado.


Bajó la vista por unos segundos, replanteándose qué debería
hacer, para luego volver a ver los ojos de Edward y asentir.

Estaba por revelarle sus fantasmas y demonios, estaba por


hablar de esos recuerdos que le habían atormentado hacía
bastante y que un día encerró en un oscuro lugar de su me-
moria.

Pero si no era en ese momento…no sería nunca jamás.

—Nací en 1974, por lo que tengo, como sabes, 24 años. Mi


madre me tuvo a los 18 años como producto de una borra-
chera...Y como no quiso hacerse cargo de mi tenencia me dejó
en una canasta a mis abuelos, Keith y Maggie— el pequeño
tragó saliva, mientras se aclaraba la garganta y notaba cómo
su novio le escuchaba con atención— crecí normalmente.

203
Tenía amor, una pequeña familia, algo rota…pero una familia
al fin, tenía salud, comida y un techo, ¿qué más podía pe-
dir?...— se preguntó a él mismo, soltando una nostálgica risa,
tras un suspiro comenzó a retorcer sus manos— cuando ten-
ía 12 años recuerdo haber visto a…a alguien, bueno, él se
llamaba Stanley y era mi mejor amigo.

Hacíamos todo juntos, prácticamente nos bañábamos bajo la


misma regadera después de jugar al fútbol en la academia a
la que asistíamos. Pero hubo un día en el que algo cambió en
mi, sentí algo raro, sentí deseos por Stanley…

De pronto quería besarlo y tratarlo como trataría cualquiera


a su novia— Louis paró por unos segundos para recobrar el
habla y tratar de evitar que las lágrimas se desbordasen de
sus ojos—, pero no podía, porque ambos éramos hombres, y
eso no era correcto. Viví con ese horrible sentimiento por un
año, hasta que cumplí trece años, y fue entonces cuando le
dije a Stan lo que me ocurría con él.

Como por un milagro, él me correspondió, pero no empeza-


mos una relación hasta unos meses después de que cumplie-
ra los catorce años. Cuando por fin lo hicimos oficial decidí
ocultárselo a mis abuelos, porque tampoco estaba seguro de
mi sexualidad.

Stan y yo caminábamos tomados de la mano por el parque,


donde nadie podía vernos o juzgarnos. Pero un día él dio un
paso adelante y me besó. Ese fue mi primer beso, y el último
que recibí de él.

204
Mi abuelo nos encontró. Me tomó por el brazo y arrastró
lejos...— Louis entrecerró sus ojos y pasó sus finos dedos por
su brazo izquierdo, lo sobó y apretó los labios durante unos
momentos, recordando el dolor y ardor por su piel—, esa
tarde me castigó severamente, él...

Él usó su cinturón y sus propios puños. Me azotó y dejó fuer-


tes daños...Tenía el labio partido y el pómulo morado, además
de las marcas de su mano en mi brazo y las miles de rayas
rojas en la espalda a causa de sus azotes— el pequeño de los
ojos azules frunció el ceño, mientras recordaba la escena a la
perfección. En su espalda, la sensación de picazón se hizo real
a causa del recuerdo.

—Lloré y le rogué a Dios que me matase, porque no querría


vivir o incluso sentir después de esa paliza.

Pensé que sería la primera y la última vez que lo haría, pero


los abusos siguieron. Recuerdo que le pedí a la abuela que
hiciese que parara, pero no pudo hacer nada...No podía dete-
ner la furia enferma de mi abuelo.

Y las marcas se quedaron conmigo por muchísimas tempora-


das...Recuerdo mentir en el colegio diciendo que había estado
en una riña o que me habían asaltado, recuerdo no poder
meterme a la piscina en verano…— Louis soltó una amarga
risa ante el recuerdo y suspiró, con los ojos brillantes a causa
de las lágrimas que nacían en los bordes de sus ojos.

—Cuando cumplí los 16 años él decidió que no iba a mante-


ner a un enfermo bajo su techo y me enviaron al Ejercito del
Reino Unido. Estuve allí alrededor de seis meses y medio.

205
Huh, ¿sabes? Yo pensé que estaría a salvo allí…Pensé que los
generales me protegería. Pero me equivoqué bastante, donde
estaba, las golpizas continuaron ya que se corrió la voz de
que era homosexual — Louis tomó aire, mientras guiaba sus
hermosos ojos color cielo hasta los de Edward y con un nudo
en la garganta volvió a hablar—, allí fui víctima de abuso
sexual y abusos…psicológicos. Me decían que no servía para
nada, q-que no era un hombre y que ser lo que yo era estaba
mal, q-que debían acabar conmigo y…

Oh, Dios, me decían que merecía el abuso ya que me gustaban


los hombres, y…—su garganta dolió y su pecho se apretó
como si alguien se hubiese sentado sobre éste, asfixiándole—
, decían que tenía que probar todas sus pollas para saber si
de verdad me gustaba esto de ser homosexual…

Abusaron de mí tantas veces que…Dios, no sé, no podría dar-


te un número, y-yo no...No puedo recordarlo, fue tan horri-
ble…F-fueron muchos tipos al mismo tiempo.

Se despertaban por la noche y me sacaban de la cama…Y lue-


go me llevaban, no sé a dónde, no lo recuerdo, pero entre
todos me sostenían y…me obligaban. Me o-orinaban encima,
mientras…mientras, t-tú sabes — admitió mientras negaba
con la cabeza y se tragaba las lágrimas nuevamente, recor-
dando amargamente cada sensación vivida—, después de eso
me echaron.

Lo consideré un milagro, aunque cuando llegué a casa solo


tomé mis pertenencias y huí por la noche, cuando nadie me
escuchaba o veía. Sin dinero pasé los días en la calle, ham-

206
briento, con el alma rota y el dolor en el pecho que no se iba.
Desde ese momento comencé a pensar que el mundo era un
lugar horrible y que no valía la pena vivir, pensé que iba a
morir de tristeza.

P-pero...Pero tiempo después una familia católica que no


sabía que era gay me dio lugar en un albergue, donde pude
recuperarme. Fue allí donde comencé a ser devoto a mi fe,
cada noche le agradecía a Dios por poner a esa gente en mi
camino, por haberme salvado, al mismo tiempo le pedía
perdón por ser de ésta forma, por ser gay...

Luego, la familia, ellos me consiguieron un trabajo en Enter-


teiment y también una casa, donde actualmente sigo vivien-
do.

Tras trabajar en Enterteiment y comenzar a pagar un alquiler


supuse que todo iría bien, p-pero no —el muchacho de los
ojos azules apretó sus manos nerviosamente, mientras re-
cordaba con dolor a la persona que le había maltratado—,
conocí a alguien que pareció ser bueno. C-cuidaba de mí y me
protegía, me hacía bien, me enseñaba que lo que yo sentía
por él estaba bien, pero...Pero cuando me negaba a entregar
mi cuerpo él me golpeaba e insultaba.

Me destruyó emocionalmente.

Recuerdo la última vez que e-estuvimos juntos...Se levantó y


me miró, mientras yo aún estaba en la cama. S-se puso sus
ropas...Y me dijo cosas horribles que no me gustaría repetir,
luego él… simplemente se fue.

207
Desapareció sin dejar rastro alguno...Se fue y yo simplemente
tomé un camino diferente, me dejé ir, me hundí en la depre-
sión...— con un suspiro, Louis pasó el dorso de su mano por
sus ojos, retirando las lágrimas y volvió a mirar los ojos ver-
des de su novio.

—Pero Félix apareció...Y me prometí a mi mismo que no me


dejaría caer nunca más, por lo menos por Félix...Le rogué a
Dios misericordia, que se apiadara de mi alma y de mi
ser...Que no me dejara hundirme de nuevo— con un suspiro
desgarrador, Louis sintió los brazos de Edward por su cuer-
po.

Los brazos le rodeaban con fiereza, atrayéndolo, aferrándolo.


El muchacho de la voz chillona y triste simplemente se dejó
abrazar, para segundos después corresponder de la misma
forma.

Louis se dejó acurrucar en los brazos de Edward, sintiendo el


corazón de su novio latir con fuerza.

—P-pero ya no más...Por-q-que te tengo a tí...Y a Félix...T-todo


vale la pena. Soy fuerte, s-soy fuerte porque te tengo a ti y t-
también a él— susurró con el alma rota, pero aún sintiéndose
amado entre los fuertes brazos de Edward.

Y Harry lo supo, lo confirmó, entre las lágrimas de dolor de su


pequeño, él lo supo.

Louis era un ser perfecto, era como un ángel al cual le habían


arrancado las alas a la fuerza y lanzado a la tierra, la cual no
merecía resguardar a alguien como él.

208
Decimoséptima noche:

26 de Diciembre de 1998.

La Navidad se había ido hacía unos escasos 15 minutos, pero


entre los brazos de Edward, el pequeño y lloro-
so Louis descansaba, aún con las lágrimas quemándole las
mejillas y con el corazón hinchado de dolor.

Edward pasaba sus grandes manos por la pequeña y curvilí-


nea figura de su novio, atrayéndolo a él, asegurándolo contra
su pecho, aferrándolo y suplicándole al cielo que no lo aleja-
ran de él jamás.

Aunque quisiera negarlo, Edward también tenía notables


huellas de las lágrimas que no le había permitido ver a Louis.
Porque en cuanto le tomó en sus brazos y apretó contra su
pecho, éstas simplemente surgieron desde lo profundo de su
alma.

¿Cómo era posible tanta crueldad en el mundo? ¿Por qué


diablos Louis había tenido que ser castigado de esa forma tan
asquerosa por ser lo que él era? ¿Acaso el ser homosexual era
razón para tan brutal e inhumano castigo? Edward apretó
sus párpados, mientras continuaba apretando a un temero-
so Louis entre sus fuertes brazos.

El rizado inclinó su cabeza un poco, para dejar un beso en los


marrones cabellos de su chico de voz chillona y simplemente
comenzó a negar con la cabeza. Él recordaba el día en el que

209
salió del closet con su padre. La aceptación no había sido una
opción para su antecesor. Pero en lugar de marginarlo o
echarlo de la casa, simplemente rechazó las palabras de su
hijo y procuró continuar pensando que Harry era hetero-
sexual.

Cada vez que el chico de ojos verdes llegaba con un mucha-


cho a la casa, su padre sabía qué era lo que estaba pasando,
pero se obligaba a pensar que no eran más que ''amigos'' que
su hijo traía a casa.

Soltando un suspiro lleno de frustración tomó el rostro


de Louis con ambas manos, para elevarlo y atraerlo al suyo.
Miró sus ojos azules inyectados de un color rojizo y decidió
acercarse más y más, hasta que sus labios se unieron.

Las lágrimas continuaban cayendo por las mejillas de L, pero


aún así correspondió el beso. Gimoteando, Louis se separó,
para ver el rostro de su novio.

—N-no me tengas asco...Por favor— suplicó.

Edward arrugó la frente incrédulo, ¿asco de qué? ¿Por qué


habría de tenerle asco? Lo que él no sabía era que dentro de
la mente de Louis un mar de execrables pensamientos le
inundaban y ahogaban. Louis no había soltado la verdad, no
del todo. Él no había contado los detalles de su sufrimiento,
no quería que Edward pensara que era un pobre estúpido
abusado sexualmente y maltratado. La idea de ser juzgado
por quien él amaba era algo que le resultaba aterrorizante.

210
Había sido juzgado por su ex-pareja. Había sido maltratado
psicológicamente por aquella mierda de persona, y no quería
que esa vez fuera igual.

Edward simplemente negó con la cabeza. Aún no podía me-


terse en la mente el por qué su novio pensaba que él iba a
sentirse asqueado

¿Cómo era que podría tenerle asco a ese pequeño de hermo-


sos ojos azules?, ¿tenerle asco porque el destino había sido
un bastardo con él? Edward suspiró, mientras observaba los
ojos de su pequeño de voz chillona.

El alma le dolía y el pecho se le hinchaba con solo ver el dolor


en esos hermosos iris celestes como el cielo. Edward volvió a
negar con la cabeza, mientras que sus labios volvían a unirse
con delicadeza sobre los de Louis, quien continuaba derra-
mando lágrimas.

El abrazo que se dieron después pareció eterno. Ambos habr-


ían jurado que el tiempo se detuvo para ellos. El chico de los
rizos besó incontablemente los labios de Louis.

Intentando alejarle del dolor, intentando quitar con sus besos


cada parte del sufrimiento de su novio. Pero éste sabía que
aquellos detalles que se negó a contar le cortaban por dentro.
Y que haber desempolvado ese oscuro rincón donde sus fan-
tasmas le acosaban no había sido bueno.

—Quiero irme a c-casa— dijo Louis mientras se sorbía la


nariz.

211
Harry sintió una punzada de dolor. Tenía que devolverlo a su
casa y la verdad era que no quería. Él deseaba que su novio y
él se quedaran eternamente juntos.

Quería que Louis viviera con él, para así despertar cada día
junto a su cuerpo, junto a su olor y sus hermosos ojos celes-
tes como el cielo de la primavera. Suspiró con dolor, mientras
miraba los preciosos iris de su novio, para asentir.

Tragó saliva, mientras observaba y estudiaba las facciones


del pequeño de voz chillona. Con atrevimien-
to, Edward limpió las lágrimas de Louis con las yemas de sus
dedos, para luego tomar su mano y besarla.

Edward simplemente comenzó a tomar los brazos de su no-


vio, para dejar besos en su piel.

Envuelto en una intensa desesperación por amar-


le, Edward besó cada centímetro de los brazos de Louis, para
luego besar su rostro y su cuello. Con la mirada le gritaba que
lo amaba, y Louis lo sentía.

Sentía esa hinchazón en el pecho totalmente diferente al do-


lor. Sentía el amor y la pasión de Edward.

—Te amo...Pero necesito ir a casa— susurró mientras besa-


ba sus labios y se acurrucaba en los brazos del rizado.

Edward asintió mientras pasaba sus brazos por el cuerpo


de Louis. El chico de los ojos azules no supo cómo, pero sintió
cómo su novio se levantaba del sillón y le cargaba en brazos
como si fuera una pluma insignificante, un pequeño de cinco

212
años o menos. Edward caminó por su casa, mientras se acer-
caba a la puerta y su sueño de que Louis se quede con él para
siempre volvía a desvanecerse.

Suspiró cuando estuvo en la puerta y mirando a Lou con una


tierna sonrisa de lado, la cual hacía que un hoyuelo en su
mejilla derecha se hiciera presente, le señaló con la cabeza
que abriera la puerta.

El chico de los ojos celestes se veía tan frágil que al estirar su


mano incluso tuvo que hacer más fuerza de la común para
girar la perilla de la puerta. El corazón de Harry latía con
fuerza...

Cuando ambos estuvieron fuera el frío les azotó, por lo


que Louis se acurrucó contra el pecho de Edward, rodeando
con su brazo el cuello del chico de rizos, para así asegurarse y
aferrarse más contra el cuerpo de su novio.

—H-hace mucho frío ésta noche— susurró Louis mientras se


ponía de pie sobre la fría nieve para adentrarse en el coche.

Edward simplemente asintió desanimado, para acortar la


distancia entre él y la puerta del conductor. Cuando ambos
estuvieron allí dentro Louis sacó su teléfono móvil para revi-
sar la hora. 12:35 del 26 de Diciembre.

Suspiró y pensó en escribirle a Harry, porque éste ni siquiera


se había detenido a llamarle por su cumpleaños. Louis no
había dejado pasar el detalle de aquél hermoso regalo y en
cuanto tuvo la oportunidad le envió un texto agradeciéndole
de todo corazón por el regalo.

213
Pero Harry no había contestado. Y era porque Edward había
dejado el teléfono móvil con su número original dentro del
armario, para que Louis no lo encontrase jamás.

El chico de los ojos azules suspiró pesadamente mientras


tallaba sus párpados, tratando de alejar la sensación de que-
mazón a causa de las lágrimas. Volvió a suspirar y observó
cómo Edward conducía el carro con rostro inexpresivo y mi-
rada perdida...

Su corazón se apretó, no sólo se había hecho daño a sí mismo


al revivir los recuerdos, sino que también le había hecho da-
ño a Edward al decirle que quería volver a casa. Se reprendió
a él mismo escuchando su voz dentro de su cabeza.

«Lo arruinaste, idiota, lo arruinaste todo de nuevo. ¿Cómo


diablos ibas a querer que Sam te quisiera si eres así de idio-
ta?»

Sam, Samuel, el nombre resonó por su cabeza. Había tratado


de bloquear cada memoria de aquél imbécil que lastimó su
cuerpo e incluso violó su ser al no querer entregarse.

El nudo se formó en la garganta de Louis y cuando sintió la


mano de Edward sobre su hombro, él levantó la mirada rápi-
damente, asustado.

‘‘¿Pasa algo?'' preguntó el chico de los ojos verdes mientras


miraba a su pequeño, el cual cargaba con una mirada temero-
sa.

214
—N-no— titubeó con el aire faltándole. Louis se giró para ver
por la ventanilla del coche. Estaba aparcado frente a su casa,
y allí, en su pequeño y estúpido hogar, la puerta estaba abier-
ta.

—Edward, la puerta de mi casa está abierta— dijo aún más


asustado y sin quitarle la vista al monstruoso paisaje.

El nombre de quién él amaba recorrió su mente como un


rayo.

—Félix— dijo ahogando un grito, para luego quitarse el cin-


turón de seguridad y bajar corriendo. Edward reaccionó ante
los rápidos movimientos de su novio, para correr tras él, a
pasos largos y rápidos.

Louis se acercó con miedo a la puerta de su casa...Tragando


saliva y con las manos temblándole, trató de encender la luz.
Y cuando lo hizo, deseó nunca haberlo hecho jamás.

Suspiró, mientras podía sentir cómo los pesados y torpes


pasos de su novio se acercaban hasta posarse detrás de él.

Louis sintió esa sensación rara en su nariz y las lágrimas


asomarse a los bordes de los ojos y simplemente se cubrió la
boca, mientras mordía su labio inferior en un intento por no
llorar. Edward ahogó un grito al ver la escena. Todo estaba
destruido, nada más quedaba.

El sillón estaba volcado, la televisión en el suelo y destruida.


La bandeja con globos que el chico de los rizos le había rega-
lado por su cumpleaños estaba aplastada, al igual que la me-

215
sita de café. Louis comenzó a recorrer lo que antes era su
casa, pasando por las ruinas de todo lo que quedaba. Tragan-
do saliva y dejando que las lágrimas le recorrieran el rostro,
caminó hasta la cocina, donde encendió la luz y se encontró
con lo peor que podría haber visto jamás.

Los platos estaban destruidos y regados por todo el piso. La


poca comida que tenía estaba por toda las paredes y los te-
nedores, cucharas, cuchillos...

Todo estaba en el suelo. Eso no habría sido problema, pero


en la blanca pared con azulejos una frase que lo persiguió por
siempre estaba penetrada con pintura.

—''Dios odia a los homosexuales''— recitó Louis con la voz


quebrada, citando textualmente la frase impregnada en las
paredes de su cocina.

Escuchó los pasos de su novio otra vez, Edward se acercaba,


y cuando por fin vio lo que Louis, en su corazón sintió una
puntada. De rabia, de dolor, de asco. La homofobia no era
más que degradante y asqueroso, estupidez creada por el
hombre para rechazar y crear una forma más
de discriminar a la gente.

—Dios odia a los homosexuales— repitió el chico de los ojos


azules con el alma rota, mientras se volteaba y comenzaba a
llorar sin ninguna pena.

Edward se sintió miserable y, en pocas palabras, una mierda.


No podía hacer nada, todo lo habían destruido. Todo...Él sim-
plemente se giró hasta ver la espalda de Louis y rodeando su

216
cuerpo, lo abrazó, aferrándose a la idea de que algún día ale-
jaría a su pequeño de toda esa mierda de vida que estaba
viviendo. Louis sollozó entre los brazos de su novio, mientas
susurraba con dolor:

—Félix...Félix. Dejaron que Félix escapara...Él es lo que más


me importa dentro de todo lo material.

Edward apretó los párpados, mientras que tragaba saliva con


dificultad.

''No puedo dejarte aquí, tengo miedo que algo te pase. O que
alguien te haga algo'' dijo con las señas correspondientes.

Louis simplemente negó con la cabeza, mientras suspiraba y


trataba de limpiarse las lágrimas llenas de dolor.

—Déjame Edward, ve a casa. Ve a casa...Yo sólo limpiaré éste


desastre, nos veremos mañana.

''No, Louis'' dijo con firmeza el chico de los ojos verdes mien-
tras se aferraba a los hombros de su novio.

—Vete— repitió L, mientras comenzaba a sentir la rabia de-


ntro de su cuerpo.

''He dicho que no''.

—¡Vete! ¡Vete a tu maldita casa de una vez! ¡Vete, Edward!


¡No tienes que sentir lástima porque han hecho esto conmi-
go! ¡Vete a tu casa, con tus miles de billetes, pero vete!—
gritó con enojo Louis, mientras se apartaba de los brazos de
su novio y movía los brazos, indicándole la salida. — ¡Vete!,

217
¡me han hecho esto varias veces, conozco el sentimiento!—
gritó con toda la fuerza que tenía, mientras que de los ojos las
lágrimas le salían con fiereza.

El corazón de Harry se movió. Se sintió como separar una


uña de un dedo. Doloroso, horrible...

Con un nudo en la garganta el rizado simplemente apretó los


labios hasta volverlos una línea y se giró, para correr lejos.
Montándose en su coche y haciendo rugir el motor, el chico
de los ojos verdes huyó.

Y Louis simplemente gritó desgarradoramente, para luego


caminar hasta la puerta de entrada y dar un golpazo. Corrió
hasta la ducha, el único lugar que estaba limpio, y tras abrir la
llave de ésta, se quitó la ropa con asco, para meterse dentro.

El agua caliente le caía por el cuerpo, haciendo que su desnu-


do cuerpo se estremeciera. Sus ojos picaban a causa de las
lágrimas y su pecho inflaba y desinflaba violentamente debi-
do a la agitada respiración que el pequeño de
ojos azules tenía.

—Dios odia a los homosexuales, Dios odia a los homosexua-


les, los odia. Los odia a todos— repetía constantemente
mientras que con sus uñas trataba de arañarse, sin lograrlo.
Estaba sufriendo una crisis de nervios y nadie estaba allí.

Con ira y dolor soltó un grito, para luego darle un golpe seco
a los azulejos del baño. — ¡Dios odia a los homosexuales, Dios
me odia!— gritó, para luego volver a explotar en llanto.

218
Desnudo y mojado Louis simplemente se levantó de la ducha
para caminar escasos pasos y mirarse en el pequeño espejo
que colgaba en la pared de su cuarto de baño.

Sus labios temblaban y no podía respirar del todo bien. Tenía


los ojos hinchados y el pelo mojado pegado a la frente.

Louis simplemente buscó lo que hacía tantos años había es-


condido de él mismo, hasta que lo encontró. Lo sostuvo entre
sus finos dedos, mientras que susurraba con la voz y el alma
rota:

—Volví— tragó saliva, mientras que entre dos de sus dedos


alzaba en alto una hoja de gillette.

El chico de los ojos azules estaba perdido. Perdido nueva-


mente en aquel pozo donde se había renegado a caer hacía
tanto tiempo.

—S-siento no haberle hecho caso a Sam…Él tenía razón. Mi


felicidad no iba a durar tanto y yo…fui estúpido otra vez—
dijo titubeando para luego acercarlo a su piel.

Con la mano derecha temblándole, acercó la hoja hasta la


piel de la cara interior de su brazo. Deslizó creando una línea
y se sintió bien.

Hizo otra, sintiéndose un poco mejor, pero no le bastaba.

Hizo otra más, y otra, y otra y otra más. No podía detenerse,


lo rojo comenzaba a cubrir su piel y el ardor hacía que apre-
tarse sus dientes, pero se sentía bien.

219
Extrañaba aquella sensación llenadora.

Estaba llenando su brazo de líneas cuando hacía más de 26


días había optado por llamar a una Línea suicida.

Louis se derrumbó en el mojado sueño del baño, dejando


caer la hoja llena de sangre y sintiendo cómo las gotitas se
derramaban por su cuerpo.

Se sintió mareado, muy mareado, pero en él todo dolía. Él


estaba roto, ¿cómo no se había dado cuenta? ¿Cómo había
sido tan estúpido de no darse cuenta?

Tragó saliva, mientras cerraba los ojos, aún con el nudo en la


garganta que le asfixiaba.

220
Decimoctava noche:

27 de Diciembre de 1998.

Harry respiraba irregularmente. No había enviado ningún


mensaje, tampoco llamado o recibido alguno por parte de
Louis, y sus nervios aumentaban.

A medida que ingería su ''merienda'' las lágrimas le caían por


las mejillas. Sus manos temblaban y su corazón latía desme-
didamente. Había visto la expresión oscura en la cara de Lou-
is la otra noche.

Había visto sus ojos azules brillar de dolor mientras que las
lágrimas inundadas de rabia le resbalaban por las rojas meji-
llas. Louis había tocado justamente donde a Harry le dolía.

Había pronunciado la palabra ''billetes'', lo cual creaba en el


chico de los rizos un muy gran descontento. Él había tratado
de explicarle a su pequeño cuánto odiaba o detestaba tener
toneladas de dinero, porque no tenía a nadie con quién gas-
tarlo.

Y porque gracias a esos muchísimos fajos de billetes su fami-


lia había desaparecido.

Pero en ese momento a Louis no le importó lastimar a quien


le había salvado. No le importó lastimar a ''su razón de vivir''.

Y Harry no sabía si era porque nunca lo amó, o porque sim-


plemente la furia le había consumido y cegado. El ojiverde

221
suspiró, retirando la mirada queda desde la mesa y mirando
a su alrededor. Solo, otra vez. Solo, desde hacía tanto tiempo.

Apretó los labios y con resignación se levantó de la pequeña


mesita, para correr por los suelos de mármol, haciendo que
sus botas resonaran sobre éstos. En su mente todo gritaba
Louis, y en su alma también.

Tal vez Louis pudiese escuchar a Harry y sólo ver a Edward,


pero algo le decía que el muchacho de ojos azules era para él.

A pesar de las cosas horribles que le había gritado, a pesar


del enojo que el muchacho tenía, el chico de los rizos debía ir
por él. Harry sólo se detuvo para tomar con torpeza sus lla-
ves y una bufanda que colgaba del perchero en el recibidor.

Sintió el frío chocar con su cara al salir de su casa, pero no le


importó. Él solo corrió hasta alcanzar su auto y cuando se
metió dentro hizo rugir el motor. Harry avanzó, mientras una
tonta sonrisa gritaba por asentarse en sus labios.

¿Sonreír? ¿Por qué? Ni siquiera el rizado lo sabía. La mirada


se le encendía y el corazón se le aceleraba cuando pensaba en
su pequeño.

Y se maldecía a sí mismo por haberlo dejado aquella noche.


Se insultó y castigó entre pensamientos al recordar cuan
estúpido había sido al abandonar a Louis.

El auto de Harry condujo luchando contra la nieve, hasta que


se estacionó frente a la casa de Louis. Edward bajó con una
sonrisa en los labios, mientras correteaba hasta pararse fren-

222
te a la puerta de la casa de su novio. Tocó el timbre, esperan-
do una respuesta inmediata, Louis siempre acudía ágilmente
a la puerta, pero esa mañana fría no lo hizo.

Los minutos pasaron y la sonrisa de Harry comenzó a tornar-


se oscura, hasta que sólo quedó un gesto de preocupación.
Estaba haciendo mucho frío y Edward consideró que por ser
sus vacaciones su novio querría dormir más.

Pero no le encontraba lo lógico, ya que Louis siempre res-


pondía con rapidez a los llamados a la puerta. Él mismo lo
había comprobado el día de su cumpleaños. Harry se in-
quietó, mientras que sus manos temblaban a causa del frío.

Tocó incansables veces el timbre, pero nadie acudió. Y cuan-


do eso sucedió, Harry decidió abrir la puerta sin permiso. Con
timidez se adentró en el hogar, comprobando que aún estaba
completamente destruido. Ahogó un grito, mientras comen-
zaba a dar lentos y silenciosos pasos dentro de la sala de Lou-
is.

El corazón le latió fuerte por tantísimos segundos que Ed-


ward pensó que llegaría a explotarle, hasta que a su oreja
izquierda un sonido extraño llego.

No era nada como un grito, tampoco un sollozo. Era agua,


eran más de una gota de agua cayendo al suelo. Por lo que
Edward se giró y comenzó a caminar hacia donde el sonido
provenía.

Tragó saliva, sintiéndose aterrado por lo que podría encon-


trar allí.

223
La idea de pensar que Louis podía estar yaciendo muerto en
el suelo de lo que parecía ser el baño era como su peor pesa-
dilla.

Le producía terror e incluso hasta ansiedad. Las botas de


Edward repiqueteando contra el suelo era lo único que se
podía escuchar además del sonido del agua cayendo.

Edward tragó saliva una vez más, mientras se plantaba frente


a la puerta algo desgastada de madera. Tomó aire, diciéndose
a él mismo que todo estaría bien. Con las manos temblando y
llenas de sudor, Harry empujó la puerta, mientras que se
adentraba.

Lo que vio logró crear un fuerte dolor en su garganta. Le aho-


gaba y apretaba. Sus ojos se llenaron de lágrimas, mientras
que lo único que podía hacer era mirarlo. Los hermosos ojos
verdes comenzaban a picarle y parecía que habían palidecido
dos tonos.

La pequeña figura perteneciente a su novio yacía en el suelo.


Sus rodillas estaban flexionadas, estaba prácticamente hecho
una bolita.

En el suelo la sangre estaba esparcida, tenía un tono algo


claro, ya que el agua de la ducha se había encargado de difu-
minarla.

Las manos de Harry temblaban y lo único que podía hacer


era respirar agitadamente, mientras caminaba patosamente
los pasos que le separaban de su novio.

224
«Vive, por favor, vive. Vive, no me dejes ahora, por favor, no
lo hagas. Vive» pedía la mente de Harry a gritos a medida que
los pasos acortaban la distancia entre ambos.

—Louis —susurró con la voz cortada mientras se agachaba


ante su novio y tomaba su rostro entre sus finos y largos de-
dos.

Harry pudo ver cómo el rostro de su pequeño era completa-


mente pálido, casi blanco. Sus mejillas habían perdido el co-
lor y sus labios también. Parecía como si las emociones lo
hubiesen dejado.

—L-Louis...— repitió con miedo, mientras se dejaba caer de


rodillas al suelo y abrazaba al pequeño contra su cuerpo.

Comenzó a sollozar mientras abrazaba el pequeño y curvilí-


neo cuerpo helado de su novio contra el suyo. Tras varios
minutos en los cuales el llanto permaneció, Harry se apartó
nerviosamente, mientras tomaba la muñeca del brazo de
Louis y, para su horror, comprobaba los cortes hechos.

—Mierda— susurró Harry en un tono casi inaudible.

Con sus dedos y el alma punzándole el pecho, recorrió los


recientes cortes en la suave piel de Louis, para luego tomarle
el pulso.

El corazón de Louis latía. Al apretar de más la muñeca del


pequeño, Edward notó cómo el chico de los ojos azules co-
menzaba a removerse, abriendo sus ojitos un tanto hincha-
dos y mirándole.

225
Edward sonrió, mientras aún las lágrimas le caían por las
mejillas y sentía que su mundo se venía abajo. Lo abrazó con
tanta fuerza que pudo sentir el débil corazón de Louis latir
contra el suyo, mientras que con cuidado le cargaba.

Demasiado nervioso ante la situación Harry pateó la puerta


de la habitación de Louis y encendió la luz. Dejó al chico de
cuerpo curvilíneo y frío sobre su cama, para luego comenzar
a caminar nerviosamente por el espacio, buscando toallas y
ropa limpia.

—Tengo frío— susurró Louis desde la cama con voz queda.

La hipotermia claramente se había jugado lo suyo. Sus ojos


estaban cerrando y su cuerpo tiritaba. Había pasado toda la
noche, el día, y la noche otra vez allí. Sentado, mojado, con
hambre y un ardor en la piel debido a las heridas provocadas
por él mismo.

La voz quebrada del pequeño hizo que el alma de Edward se


quebrara en mil pedazos. Con nerviosismo y sin poder proce-
sar sus actos, el chico de los rizos envolvió a su chico de voz
chillona en la frazada de la cama de Louis y cargándolo nue-
vamente corrió hasta su auto, donde con muchísima dificul-
tad abrió la puerta de la parte trasera del auto.

''Todo va a estar bien, todo va a estar bien'' trataba de decir


mientras se aseguraba de acomodar a Louis en el largo asien-
to de la parte trasera.

Con las manos temblorosas y el pulso acelerado Edward co-


rrió hasta el asiento del conductor y de un portazo cerró la

226
puerta, para meter la llave en el contacto y darle vida al mo-
tor. Edward condujo con rapidez, desesperado.

No sabía qué diablos hacer.

¿Debía llevarlo a su casa?, ¿debía llevarlo al doctor? ¿Qué


mierda se suponía que debía hacer? ¿Hacia dónde debía girar
el volante?

Ante la magnitud de los nervios Harry solo se dejó llevar y


giró por la avenida, para ir directo a su casa.

— ¿Ed?— susurró con debilidad el chico de los ojos color


cielo mientras fruncía el ceño.

El cuerpo de Louis tiritaba notablemente, sus dientes choca-


ban con suavidad, produciendo un tonto y corto sonido.

—Sh, sh...— contestó Harry tratando de calmar a su novio.

Con las manos temblorosas, el rizado estacionó lo más co-


rrectamente que pudo, aunque el coche había quedado bas-
tante torcido con el frente hacia la calle.

Harry bajó del auto y corriendo se deslizó hacia la puerta del


acompañante, para adentrarse nuevamente y tomar a su no-
vio envuelto en la gran frazada entre sus brazos.

Lo apretó contra su pecho, logrando que Louis sintiera cómo


su corazón latía con fiereza. Con la respiración entrecortada
Harry acortó los pasos que le separaban de la puerta y al lle-
gar el simplemente la pateó, logrando que ésta se abriera con
un horrible ruido.

227
El chico de los ojos verdes podía sentir cómo el pequeño
cuerpo de su novio temblaba y se retorcía gracias a las bajas
temperaturas.

Con las lágrimas quemándole por las mejillas, Harry corrió


directamente hacia al baño, donde metió a Louis en la bañera
y encendió el agua caliente.

Las gotas comenzaron a mojarlo. Su cabello volvió a mojarse,


mientras que el agua le resbalaba por el rostro y el resto de
su desnudo cuerpo.

—Vuelve, vuelve— susurraba en tono inaudible mientras que


sujetaba el rostro de su novio y repartía desesperados besos
por la piel de éste.

Louis respiraba, pero dentro de su mente todo era confuso.

Lo último que el pequeño recordaba era haber tenido muchí-


simo frío. Había decidido quedarse a esperar a la muerte tras
los cortes, que para su mala suerte no habían sido profundos.

Recordaba cómo los músculos se le tensaron y quemaron al


no moverse durante horas y cómo su respiración se fue debi-
litando gracias al enorme frío que azotó su cuerpo.

No sabía cuánto tiempo había pasado, Louis no sabía que el


no comer por casi dos días le había afectado demasiado, y
que por eso su estómago le exigía vomitar ante la urgencia de
comer.

Las lágrimas calientes de Harry se derramaban sobre el páli-


do rostro de Louis, mientras que el agua caliente comenzaba

228
a abrazarlo. Los ojos del chico de cuerpo curvilíneo no se
abrieron, pero sus labios decidieron moverse.

—Ed, te amo Eddie— susurró incontables veces mientras


que Harry, mojado y con varios copos de nieve en los cabellos
le abrazaba con efusividad.

Las lágrimas que el chico de rizos dejaba escapar ya no eran


de dolor, sino de felicidad. Louis vivía. Su pequeño, la persona
que estaría por siempre en su corazón aún vivía. Con la son-
risa pegada al rostro continuó regando besos por el rostro,
que comenzaba a tomar color, de su novio.

Tras media hora en la cual Harry no se separó de Louis, él


decidió abrir los ojos y cuando el azul descubrió al verde, las
lágrimas volvieron a surgir, ésta vez por parte de Louis.

Lloraba de vergüenza y de frustración, porque si se hubiese


provocado los cortes correctamente nada de eso habría pa-
sado. Louis lloró de vergüenza porque Edward le encontró en
ese estado.

Porque se avergonzaba de él, pero no de lo que había hecho


sino de haber sido descubierto.

—Lo siento, lo siento— susurraba con la voz cortada y débil a


cada momento, mientras que Edward simplemente le negaba
y volvía a besar sus labios.

En un momento Harry se descubrió a él mismo acariciando la


mojada piel de su novio.

229
''Debería ayudar a ducharte'' dijo él con las señas correspon-
dientes.

Louis asintió, pese a que su vergüenza era monumental. En la


mente del chico de los ojos azules un mar de preguntas le
ahogaba, ¿por qué Edward había aparecido en el momento
justo?

¿Por qué lo había ayudado pese a que él había sido un pedazo


de popo? ¿Cómo diablos podía haberle hecho semejante des-
precio a quien cuidó de él y le contuvo por tanto tiempo?
Louis solo estaba acabado.

Habían destruido su casa. Y su gato se había escapado por


segunda vez. Había lastimado a su novio. Él no merecía vivir.

—Tengo mucho frío, ayúdame… por favor…— le suplicó con


vergüenza, logrando que sus mejillas se tintaran de un rosa
demasiado claro, casi nulo.

Sus ojos brillaban de esperanza al pensar que Edward podría


perdonarle, o que tal vez aún quedaban opciones para al-
guien como el. Como alguien que no tenía muchos motivos
por los cuales seguir respirando.

Las manos de Harry comenzaron a descubrir el cuerpo cu-


bierto por la gran frazada, mientras que Louis simplemente
recostaba su cabeza en el borde de la tina.

Su mente estaba cansada, y su cuerpo le pedía que sólo se


quedara quieto.

230
Harry llevó sus tiritantes manos hasta el estante donde guar-
daba el shampoo y acondicionador y los dejó a un lado de sus
rodillas, para luego mirar a Louis.

Inconscientemente se acercó, para besar su frente, y en unos


pocos segundos, comenzó a enjabonar de shampoo el hermo-
so cabello color chocolate de su pequeño de ojos azules.

Con la ayuda de una pequeña jarra, el chico de los rizos en-


juagó la cabellera de su novio.

Harry esperó unos segundos y tomó un jabón junto con una


pequeña esponja y, enjabonando ésta, comenzó a pasarla por
los brazos de Louis, quien sólo podía ayudarle levantando sus
extremidades o acomodándose en la tina.

Durante unos momentos, el chico de los rizos se vio obligado


a quitarse los zapatos y el abrigo que llevaba para así poder
lavar mejor el cuerpo de su novio, por lo que al terminar de
enjabonarle, Harry solo llevaba una camiseta y sus jeans.

Con el jarrito lleno de agua, el rizado comenzó a quitar el


jabón del cuerpo de su novio, mientras que tarareaba una
nana que su hermana solía cantarle cuando no podía dormir,
provocando en Louis una sonrisita de lado.

El pequeño simplemente observaba a su chico alto como si


aquel fuese un Dios bajado del cielo...Era mágico.

La forma en la que los ojos verdes de Edward se cruzaban


con los color cielo de Louis era en pocas palabras celestial. Se
sentía la conexión entre sus almas, se veía el amor.

231
En sus ojos lo único que aparecía era el deseo de un ''juntos
para siempre''. Y en sus pieles marcadas la verdad superaba
cualquier cicatriz o corte con ese ‘’Always in my heart'' que
ambos habían elegido.

Harry envolvió a su pequeño en un toallón de color amarillo e


hizo que el mayor se secara los pies en la alfombra de baño
antes de cargarlo hasta su cuarto, donde le dejó sentado al
borde de su gran cama.

Un poco más calmado, pero con las manos temblándole por el


frió, buscó en su armario ropa interior y un pijama. Ayudó a
Louis a ponerse los calzoncillos y cuando el pequeño alzó sus
brazos, Harry le colocó la parte superior del pijama.

—No quiero la parte de abajo— susurró algo soñoliento,


mientras se derrumbaba en la espaciosa cama como si fuese
un pequeño de cinco años.

En ese entonces el rizado , quien aún sostenía la prenda entre


sus finos dedos, observó a su novio. La ternura que emanaba
era tal que le parecía imposible pensar en la historia que se
escondía detrás de esos ojos color cielo.

Soltó una risita tonta, mientras dejaba los pantalones de lado


y se acercaba a la cama para arropar a su chico de voz chillo-
na. Cuando cubrió con el cobertor a Louis él le pidió un beso,
y sin poder negárselo, Edward depositó un corto y cariñoso
besito en su frente, causando que el ser de Louis temblase.

—Eddie— susurró Louis al ver cómo su chico de rizos y ojos


verdes se alejaba hacia la puerta. —T-te amo— titubeó mien-

232
tras en sus labios la sonrisa comenzaba a formarse vagamen-
te.

Edward volteó con la sonrisa plasmada en el rostro, y po-


niendo su mano sobre su pecho, cruzó el dedo del corazón
con el índice.

''Para siempre''. Pudo ver cómo los relucientes dientes de


Louis se mostraban junto con una hermosa sonrisa y tras
lanzarle un beso, salió por la puerta de su habitación.

Harry suspiró. Cansado, abatido, frustrado, aún nervioso y


aunque lo negase, algo desesperado.

¿Cómo era posible sufrir de tantas emociones al mismo tiem-


po? Había sufrido de nervios por no recibir absolutamente
ningún llamado o mensaje de su novio, miedo al llegar a la
destruida casa de su novio, abatido al ver su cuerpo, y final-
mente cansado tras haberle salvado.

Con un nuevo suspiro, se dirigió hasta la cocina, donde buscó


dentro de su teléfono móvil el nombre de ''Benjamín''.

Benjamín Wright era dueño del call-center donde Harry tra-


bajaba y al mismo tiempo, dueño de un gran restaurante de
comida casera típica de Londres. Con un suspiro comenzó a
mover sus dedos, apretando los distintos botones y creando
las palabras.

''Tengo visitas, podrías traerme las salchichas cocinadas en


salsa? También estoy mal de la garganta. Agrégale una Coca-
cola y pasarás a ser mi mejor amigo en el mundo''.

233
Tras escribir el mensaje Harry soltó una tonta risa y presionó
el botón de ''OK'' para enviarlo.

Con los pies mojados decidió volver hasta la habitación, don-


de un Louis adormilado descansaba sobre la enorme cama.

Harry no quiso despertarle, pero tenía qué, así que con dos
leves golpes en la puerta logro que el ojiazul entreabriera sus
párpados con lentitud.

''Pedí comida. Iré a tomar una ducha, ¿estarás bien?''

—¿Pediste comida? N-no debiste hacerlo— Harry rió ante la


modestia de su novio, para luego acortar la distancia entre
ambos y sentarse en el borde de la cama.

Apretando la pequeña mano de su novio entre la suya, se


acercó a sus labios y los besó con ternura. Louis correspon-
dió, mientras que con su pequeña mano apretaba los dedos
de su novio.

—Por siempre en mi corazón…— susurró mientras Edward


se despegaba y sonreía ante la frase.

Con cortos pasos cansados, Harry caminó hasta el cuarto de


baño, donde quitó la enorme y mojada frazada con la que
había envuelto a Louis de la tina y la colocó en la cesta de
ropa para lavar.

Suspirando pesadamente se quitó la poca ropa que poseía y


abrió la llave, sintiendo sobre su cuerpo como las cálidas
gotas de agua comenzaban a mojarle, hasta empaparlo.

234
Con pereza lavó su cabello y talló su cuerpo con la esponja,
quitando cualquier suciedad.

Sus músculos quemaban y su espalda dolía, había hecho de-


masiados esfuerzos con Louis, esfuerzos que no acostumbra-
ba hacer nunca. Pero que en ese caso habían valido la pena.

Cuando Harry se envolvió en una toalla y caminó hasta su


habitación, Louis pudo presenciar cómo el cuerpo escultural
de su novio se descubría.

Su ancha y perfecta espalda que aún contenía minúsculas


gotitas de agua recorriendo su piel se movía con agilidad.

La pequeña cintura de Edward comenzaba a descubrirse a


medida que la toalla se caía, y cuando Louis pensó que vol-
vería a verlo como Dios lo trajo al mundo, el chico de rizos
acomodó el toallón.

Harry se puso la ropa interior y un pijama y cuando se giró


vió que su novio le observaba.

Las mejillas le quemaron, pero de todas formas, se sintió bien


el saber que el pequeño había admirado su cuerpo. Con pasos
rápidos caminó hasta el lado libre de la cama y se recostó
junto a Louis, quien sonrió tiernamente al verlo.

Los besos se apoderaron de ambos. Louis pedía perdón a


gritos en cada uno de ellos, y Edward lo sabía.

Sabía que lo sentía. Y él también. Lamentaba haberlo dejado


solo cuando podría haber estado con él aquella noche en
donde todo fue dolor para ambos.

235
—No sabes cuánto lo siento, no lo sabes, de verdad no lo sa-
bes— decía el pequeño mientras pasaba sus brazos por el
cuello del rizado.

Éste lo aferró contra su cuerpo, abrazándolo y estrechándolo


con fuerza. Justo como lo hizo la noche en la que lo contuvo.
Acarició sus cabellos infinitas veces, hasta que en un momen-
to el timbre les obligó a separarles.

Louis dio un respingo al oír el sordo ruido, provocando que


Edward riera burlonamente.

''Vuelvo en un segundo'' le recordó mientras se separaba del


cálido nido donde ambos habitaban hacía escasos segundos
atrás.

Con pesadez, Harry caminó por los pasillos de su casa, hasta


llegar a la puerta, la cual estaba cerrada precariamente debi-
do a la patada con la cual el chico de los rizos la había abierto.
Al abrirla se encontró con el chico de ojos café claro y cabe-
llos color castaños.

— ¡Desaparecido!— chilló Benjamín con una sonrisa en los


labios, la cual provocaba que sus ojos se hicieran pequeñitos.

Harry simplemente se dedicó a sonreír abiertamente, para


luego señalar su garganta.

— Entiendo hermano, bien. Aquí está tu comida —alegó


mientras le acercaba a Harry la orden de salchichas y dejaba
ante sus pies la botella de Coca-cola— , me la debes, maldi-
to— escupió el castaño finalmente, para luego darle un

236
apretón de manos a su amigo rizado y alejarse en la típica
motocicleta repartidora del restaurant.

El chico de los ojos verdes suspiró. Eso había sido demasiado


fácil...

Con cansancio Harry se agachó hasta poder tomar con sus


dedos la botella de gaseosa y nuevamente se encaminó a los
pasillos de su casa, para poder dirigirse hasta su habitación.

Al entrar vio a un preocupado Louis, quien recorría las heri-


das de sus muñecas con sus finos dedos. Cuando el pequeño
de ojos color cielo se encontró con su novio su mirada se
llenó de vergüenza e inmediatamente dejó de toquetear sus
cortes, para esconderlos tras la tela de la gigantesca camiseta
perteneciente a su novio, era como un niño que acababa de
tocar prohibido.

El chico de voz chillona bajó la vista, y cuando Edward dejó la


comida en la mesita de luz y se sentó a su lado, todo cambió
para él.

Porque Edward simplemente tomó su brazo e hizo que le


mirara a los ojos, para luego subir de a poco la tela de la ca-
miseta.

Cuando Louis pensó que Eddie simplemente iba a tocar los


cortes, él le sorprendió, acercando sus labios cada vez más a
su piel, hasta que finalmente, los suaves labios de Harry
hicieron contacto con la maltratada piel de Louis.

237
El corazón le latió rápido, el alma se le cayó a los pies. Y lo
confirmó, aún estaba enamorado de Edward.

¿Cómo no estarlo? Él era un ángel bajado del cielo. Louis sab-


ía que aquél que pudiese ver sus heridas, conocer sus fan-
tasmas, y aún así quedarse a su lado, sería el indicado para
toda su vida.

Pero nunca pensó que alguien pudiese besar sus heridas, y


que ese alguien, sería Edward.

Tras sentir los gentiles labios de su novio sobre su piel Louis


le pidió que se quedara con él toda la noche. Le suplicó y su-
plicó, hasta que Edward simplemente asintió.

Juntos comieron, mientras que entre bromas las risas se les


escapaban. Hubo tiempo para besos, para caricias, pero no
más que eso. Porque el rizado sabía perfectamente que su
pequeño no estaba del todo bien como para hacer el amor.

Esa noche, para Harry, los fantasmas, demonios y cortes de-


jaron de existir. Porque esa noche acepto a Louis entre sus
brazos como la frágil y débil criatura que realmente era.

238
Decimonovena noche:

28 de Diciembre de 1998.

Harry sintió demasiada presión sobre sus párpados y por


instinto arrugó la frente, tratando de alejar el dolor de cabe-
za.

Comenzó a remover su lengua dentro de su boca, de a poco,


reviviéndola y sintiendo el amargo sabor de la saliva maña-
nera. Sus brazos estaban algo pesados y dormidos, podía
sentirlo, pero realmente él no sabía el por qué.

Sus ojos verdes comenzaron a asomarse por debajo de sus


párpados hasta que se mostraron relucientes ante el brillo de
la mañana. Harry tenía la mirada cansada, los músculos ten-
sos y los rizos desparramados sobre su cabeza.

Suspiró, mientras observaba su alrededor. Un pequeño cuer-


po descansaba a su lado, rodeando su cuello y apoyándose
sobre su pecho. Con un sentimiento bastante extraño en el
alma, el chico de los rizos sonrió enternecido ante la imagen
de su ojiazul.

Louis descansaba a su lado, sus cabellos revueltos y sus meji-


llas rojas, sus pequeños y enflaquecidos bracitos rodeando y
creando contacto entre ambos. Sus largas y espesas pestañas
negras dibujaban sombras sobre sus pómulos...

239
La luz del sol se colaba por la habitación, haciendo que Louis
se viese como la criatura más hermosa en todo el planeta. La
respiración del pequeño era lenta y pausada, se veía tranqui-
lo, en paz. Como un ángel.

Harry se acercó con cautela hasta poder posar sus cálidos


labios sobre la frente de su pequeño y besarla con ternura. Al
tragar saliva y alejarse apenas un poco se preguntó a él mis-
mo cómo alguien tan hermoso por fuera y por dentro podía
haber tratado de matarse...

¿Cómo? ¿Por qué? ¿Acaso Louis era infeliz? Él podía cambiar


eso, Harry sabía que podía volverlo feliz...

Con un corto suspiro, el chico de los rizos simplemente acari-


ció por escasos segundos el cuerpo de su pequeño de voz
chillona, para luego girarse para ver la hora en su reloj. Des-
cubrió que no eran nada más que las 10:05 de la mañana.

Con una pequeña rabieta, se levantó cuidadosamente de la


cama. No quería dejar a su chiquitín, no quería que desperta-
se solo...Él deseaba estar ahí para ver cómo esos hermosos
ojos color cielo volvían a la vida.

A regañadientes y gruñidos llenos de enojo Harry se puso las


pantuflas y caminó lentamente por los fríos corredores de su
casa. Las paredes estaban heladas y por las ventanas se veía
que ya casi no había nieve en las calles, pero sí restos de tor-
menta.

240
Cuando el chico de los ojos verdes llegó a su cocina se dispu-
so a prender la hornalla y calentar algo de leche. Quería pre-
pararle el desayuno a Louis para que él no tuviese que levan-
tarse. Bufando, Harry caminó de un lado a otro, sacando el
café, azúcar, pan para tostar, mantequilla para untar.

Tazas, cubiertos, infinidades de cosas. Mientras el chico espe-


raba que la leche hirviera preparó todos los demás utensilios
lo más presentable posible sobre una bandeja que nunca
jamás había usado desde que se la habían regalado.

Se sentó unos minutos, mientras esperaba a que la maldita


leche hirviese. Y cuando estuvo a punto de soltar un gran
suspiro, escuchó cómo la tierna voz mañanera de su pequeño
le llamaba.

— ¿Eddie?

Cuando el chico de los rizos giró su cabeza para ver el marco


de la puerta algo en su pecho se removió. Sintió de la misma
forma en la que sintió cuando le encontró en el hospital por
primera vez. Louis estaba descalzo y cubriéndose con nada
más que la enorme camiseta de pijama.

Tenía el cabello revuelto y bajo sus párpados había unos to-


nos algo café rojizo. Sus ojos estaban más preciosos que nun-
ca y tenía las mejillas algo rosadas.

Harry examinó sus cortas pero hermosas piernas algo regor-


detas. Sus tobillos eran delicados...

241
Y sus pies parecían los de una mujer. Apretando los labios
ligeramente, Edward llegó a la conclusión de que su novio era
demasiado femenino en la intimidad.

¿Pero qué de malo tenía eso? Le hacía incluso más tierno y


adorable.

Elevando las puntas de sus labios se acercó con lentitud hasta


poder estrecharlo entre sus brazos. Incluso se agachó unos
centímetros, para luego volver a erguirse correctamente,
provocando que las puntas de los pies de Louis apenas roza-
ran el frío suelo de mármol.

—Buenos días...— susurró con la voz algo ronca el chico de


los ojos celestes.

Pero Edward no respondió. Sólo se dedicó a apretar el frágil y


curvilíneo cuerpo de su novio contra el suyo.

Lo aferró contra él, acariciando y pasando sus enormes ma-


nos por la fina espalda de su chico de voz chillona. Louis no
entendía el por qué, pero el hecho de ser abrazado de esa
forma tan intensa le hacía sentir especial, ansioso...feliz.

Cuando su enorme novio de rizos se alejó, Louis vio cómo


éste le sonreía de una forma diferente. Era cálida, llena de un
algo muy especial y mágico que le sacó una sonrisa también a
él.

—Buenos días Eddie— repitió mientras sentía los calientes


labios de Edward contra la piel de su frente.

242
''Buenos días, amor''.

El sonido de la leche hirviendo les hizo separarse, y en ese


momento Edward comenzó a preparar el café y resto del
desayuno para su pequeño.

— ¿Qué haces? ¿Es para mi?— preguntó curiosamente Louis,


mientras se sentaba con delicadeza sobre una de las sillas.

Con un leve asentimiento, Edward pudo escuchar las precia-


das palabras escaparse de los labios de su novio:

—¡Oh Ed! No debiste...De verdad, no quiero que te preocupes


tanto por mi. Yo, huh, estaré bien, estoy bien de hecho.

Edward simplemente se limitó a reír con suavidad mientras


tostaba los panes, para luego untarles mantequilla y revolver
el café con leche ya preparado.

Poniendo todo en la bandeja, se giró y le dio una mirada a su


novio.

''Anda, a la cama, no quiero que enfermes'', dijo en señas. Lou


bufó, pero sin chistar caminó por delante de su novio, ofre-
ciéndole una vista un tanto atrevida de su gran y redondito
trasero.

Cuando volvió a meterse en la cama Harry sintió algo en su


pecho.

243
Verlo allí, acurrucadito entre las sábanas era, sin dudas, el
mejor de los paraísos después de verle dormir. El corazón se
le retorcía a cada paso que daba.

Simplemente sonrió, para dejar la bandeja con el desayuno


de su novio sobre la cama.

—Quédate conmigo Eddie— dijo un adormilado Louis mien-


tras le miraba con un ligero pucherito en sus labios.

La noche anterior habían cenado juntos, en la cama. Y como


Louis recordó que hacía mucho no veía sus dibujos animados
favoritos, le insistió a Edward que los mirasen. Pero la hora
en la que los transmitían había pasado, por lo que ambos
tuvieron que quedarse despiertos hasta las dos de la mañana
para ver una repetición del capítulo emitido.

Lo habían visto entre los brazos del otro, acurrucados y


abrazándose, sintiendo cómo el calor emanaba del cuerpo del
contrario. Después de eso se habían mirado a los ojos inten-
samente por muchísimos minutos, y sin que ninguno de los
dos pudiera darse cuenta, ambos se entregaron a los brazos
de Morfeo. Quien los arrulló para darles un merecido descan-
so.

Harry simplemente se sentó con él en la sagrada cama, la cual


compartieron la primera vez que se tocaron y amaron física-
mente en un nivel elevado. Lo miró a los ojos y vio el raro
brillo en los ojos de su novio, pero algo faltaba.

244
Algo era diferente en aquellos ojos color cielo de primavera.
Algo definitivamente había cambiado en Louis, y sus ojos lo
reflejaban a la perfección.

—Te quiero demasiado— susurró el chico de voz aguda


mientras que tímidamente elevaba una mano y la llevaba
hasta la mejilla del ojiverde.

Harry cerró los ojos, sintiendo cómo la frágil mano de Louis


se posaba en su mejilla y le acariciaba con el pulgar. El rizado
levantó la suya y la colocó sobre la de su novio, apretándola
más contra su piel.

Con suavidad Edward tomó la mano de su pequeño y la llevó


hasta sus labios, donde comenzó a dejar suaves y tiernos
besos. Besó sus dedos, sintiendo cómo éstos le contagiaban el
calor que éstos emanaban. Besó la palma de su mano y el
dorso de ésta.

Besó toda su piel, para volver a besar las maltratadas muñe-


cas.

Las marcas en éstas ardían como el infierno, pero a Harry no


le importó en lo más poco. Continuó besando y depositando
pequeñísimos besos en cada mínima parte de la piel de su
pequeño.

Hasta que besó sus brazos, y continuó. Nunca se detuvo, besó


y besó, hasta que Louis no pudo contenerse y tomó con am-
bas manos el rostro de Edward, para obligarle a que le bese
en los labios.

245
En ese instante los brazos del rizado viajaron por el curvilí-
neo cuerpo de su chico de ojos azules y se enroscaron en la
cintura de éste. Le aferró y abrazó con fuerza.

Acarició y tanteó con sus largos dedos cada parte del cuerpo
de Louis.

No había ninguna razón para eso, lo hacía porque podía. Por-


que tenía la oportunidad de hacerlo. Porque poseía el cuerpo
de Louis.

—Te quiero, te quiero tanto...Te quiero— susurraba inconta-


bles veces la voz de Louis.

Y sus pequeñas manos simplemente hacían un eterno reco-


rrido por la gran y ancha espalda de Harry.

Las pupilas dilatadas de ambos les delataban. Les contaban y


exponían al mundo que aquellos dos estaban enamorados.

—Te quiero, Edward. Te quiero tantísimo— susurró Louis


mientras la voz apenas se le cortaba y sentía que la garganta
le apretaba.

En sus ojos los rastros de una pequeña lágrima que se había


deslizado por la mejilla le delataba por completo. Edward
miró los ojos de su novio, percatándose que aquél extraño
brillo que faltaba no volvía. Con los dedos temblándole trató
de alejar las huellas de la lágrima del rostro de su novio. Se
alejó lo suficiente como para mirarle bien.

246
''No quiero que llores...Toma tu desayuno. Tenemos todo el
tiempo del mundo para hablar, Lou'' dijo haciendo las señas,
mientras dejaba un corto beso en su frente.

Él bien sabía que en la garganta de su pequeño algo estaba


luchando por salir por sus labios y ser gritado, pero no quería
que fuese tan pronto.

Quería disfrutar de la mañana y del placer de tenerlo allí sin


llorar o sufrir. Lo quería ver tranquilo, adormilado y con esa
vaga sonrisa de lado en su rostro. Louis asintió mientras tra-
gaba saliva y trataba de quitar ese dolor en su garganta.

Observó cómo su pequeño tomaba su desayuno y juntos se


abrazaron por horas y horas. Caminaron de aquí a allá. Louis
aún vistiendo sólo la camiseta del pijama de Edward, y Ed-
ward siguiéndole a todos lados, cargando su pequeño cuerpo
en brazos.

Miraron especiales de la BBC e incluso se animaron a prepa-


rar galletas caseras, las cuales devoraron juntos y sin decir ni
una sola palabra. Eran mucho más de las seis de la tarde y el
sol estaba desaparecido totalmente. La noche les cubría,
abrigándoles con frío. Louis aún seguía con las piernas des-
cubiertas paseándose por la casa de Edward, y éste le seguía,
riendo y persiguiéndole como si fueran dos niños pequeños.

— ¡Edward, no!— gritó Louis mientras la risa se apoderaba


de su rostro, haciendo que las arruguitas a los costados de
sus ojos se hicieran presente.

247
Los brazos de su novio se aferraban a su cintura, y el peque-
ño trataba de alejarlas para así continuar corriendo. Como si
nada, Louis siguió riendo a carcajadas, logrando escuchar
cómo su novio también lo hacía.

Como si fuera una travesura, el chico de los rizos levantó a su


novio en brazos, para luego tirarse al suelo y dejar que éste
cayese sobre su cuerpo. Continuaron riéndose, hasta que se
miraron a los ojos.

En ese momento los finos labios de Louis se encontraron con


los de Edward, se unieron y besaron con una ternura increí-
ble. Era un beso inocente, puro, perfecto.

Pero la inocencia se desvaneció poco a poco, y mientras sus


labios se movían al compás de un ritmo inaudible, Louis de-
rramó una lágrima. Su garganta dolió y su corazón se hinchó
de dolor. Harry lo notó apenas éste comenzó a sollozar y con
tristeza se detuvo, para cargar a su novio hasta el sofá, donde
lo colocó sobre su regazo.

''¿Por qué lloras?'' preguntó con señas, mirando los ojos color
cielo apagado de Louis.

—N-nosotros no podemos estar j-juntos...— murmuró su


pequeño con la voz quebrada y las lágrimas calientes
quemándole las mejillas. —¿P-por qué la gente nos mira tan
mal cuando salimos juntos, Eddie? ¿P-por qué nos odian?, s-
sólo somos una pareja…p-poco usual, pero pareja al fin—
preguntó con toda la inocencia del mundo, mientras que sus

248
manos viajaban por los hombros de su novio, buscando com-
pasión.

Los segundos volaron, las lágrimas de Louis se seguían de-


rramando y el alma de Harry comenzaba a doler. Sentía algo
punzándole el pecho y eso le molestaba.

Relamiéndose los labios y tratando de buscar las palabras


bajó la vista, para algunos segundos después levantarla y
usar sus dedos para formar las señas.

''Ellos nos miran…La gente nos mira porque…Porque, ¿sabes?


Tú y yo nos vemos asquerosamente bien juntos'' dijo por fin.

Los brillantes ojos de Louis simplemente lo observaron por


minutos, en los que el corazón de Harry dolió como nunca
había dolido hasta el momento.

—E-Edward yo t-te engañé con otra persona— soltó de pron-


to Louis, mientras que bajaba la cabeza y se cubría el rostro
con las manos, para comenzar a llorar con más intensidad.

Edward solo calló, mientras su pecho se oprimía. Fue como


un balde de agua fría. Apretó las caderas de Louis con algo
de fuerza, no para lastimarle, sino para tratar de aferrarlo a
él.

—S-su nombre es Harry pero, no sé nada más de él. No me ha


v-vuelto a llamar o enviar mensajes— dijo Louis con toda la
inocencia del mundo, mientras que su corazón palpitaba
fuerte y en su ser el dolor reinaba.

249
Tan puro y perfecto era aquél chico de voz chillona y perfec-
tas pestañas espesas...Su voz sonaba tan lastimada...Harry
tomó su rostro entre las palmas de sus manos y le miró a los
ojos.

No podía...No podía hacerlo. No podía decirlo, aún no.

''No, te perdono. Te perdono de verdad'' dijo él en señas,


mientras que sin darse cuenta las lágrimas de emoción juga-
ban sus cartas en la partida.

—Edward, t-te engañé...N-no sé cómo pude. ¡Soy una mier-


da!— dijo el pequeño de ojos azules mientras las lágrimas
causaban un dolor importante en su ser. —L-lo siento t-
tanto...— dijo mientras se aferraba al cuello de su novio.

Abrazó a Edward con tanta fuerza que temió romperlo, pero


para éste su fuerza era la de un pequeño gatito bebé. Louis
simplemente lloró, mientras que Harry se abrazaba a su
cuerpo y lo pegaba lo más posible al suyo.

Un teléfono sonó en la habitación, no era el de la sala, o el de


Harry o Edward.

Era el de Louis, el cual había sido olvidado en un mueble de la


sala.

El sonido se incrementó, y aunque ninguno de los dos se paró


a contestar la primera vez, éste siguió sonando.

Desesperado y con urgencia por ser contestado.

250
Vigésima noche:

29 de Diciembre de 1998.

El teléfono rugía con fuerza, sonando cada vez más fuerte. Y


las lágrimas de Louis caían con más fluidez a cada segundo.

—Lo siento, lo siento, lo siento— murmuraba desesperada-


mente Louis, aferrándose al cuello de su novio.

Los brazos del pequeño parecían pegados al cuerpo de su


novio. Mientras que éste también comenzaba a llorar.

¿Cómo se suponía que debía hacerlo? ¿Cómo se suponía que


debía decirle a su pequeño de voz chillona que él era Harry?

Suspiró nerviosamente, mientras que trataba de arrullar en


sus fuertes brazos al chico de cuerpo curvilíneo.

El teléfono no dejó de sonar. Y Louis se sentía tan cansado


como para levantarse.

—El teléfono— dijo con la voz cortada, mientras se separaba


del cuerpo de Edward.

Él rizado lo miró y trató de limpiarle las lágrimas, pero fue


inútil. Éstas volvían a surgir cual agua en una cascada. Dejan-
do a Louis en el sillón, Harry se levantó y trató de trotar hasta
el mueble en donde el teléfono móvil de su novio descansaba.

251
Lo tomó entre sus dedos, mientras que éste volvía a sonar
atrozmente.

Cuando volvió, vio a su pequeño luchando contra él mismo


para detener las lágrimas. Sorbiéndose la nariz y limpiándose
las lágrimas, Louis vio los verdes ojos de su novio y alargó la
mano, para poder tomar su teléfono celular entre sus dedos.

Edward se lo pasó y tras esto, se sentó a su lado, tratando de


reconfortarlo por lo menos un poco. Louis tomó aire, para
luego limpiarse una vez más las lágrimas y apretar el botón
correspondiente.

Se llevó el auricular a la oreja, y fingiendo que nada había


pasado habló:

—¿Hola?— dijo, mientras que bajaba la mirada y sentía sus


ojos arder. —Sí, soy yo.

Harry no podía escuchar quién era la persona del otro lado


de la línea, sólo escuchaba a su novio hablar. Y cuando volvió
la vista al rostro de Louis, vio la transformación total en su
rostro.

El asombro y el dolor reinaron en el pequeño de ojos azules,


y en ese segundo, él lo supo.

—N-no...No es verdad— dijo Louis con la voz quebrada,


mientras las lágrimas calientes se volvían a volcar sobre las
sonrojadas mejillas del pequeño. —No, no, eso no es verdad.
No es verdad— repitió, mientras su cabeza comenzaba a mo-

252
verse de un lado a otro, negando. —¡No! ¡No es verdad!—
gritó mientras colgaba el teléfono y lo dejaba caer al suelo.

El corazón de Louis se apretó y el nudo en la garganta que lo


ahorcaba comenzó a crecer en él otra vez.

Harry ahogó un grito al ver a su novio cubrirse las orejas con


las manos. Éste posó ambas de sus manos sobre los hombros
de su pequeño y le giró, para verlo a la cara.

— ¡No, no, no! ¡No! —gritó Louis mientras se levantaba y


libraba de los brazos de Edward.

Se paró en el medio de la sala, mirando a todos lados, perdi-


do, poseído por el dolor. No sabía hacia donde correr, o que
decir. Por varios segundos Louis se replanteó a él mismo
donde diablos estaba, qué había pasado, o siquiera qué esta-
ba haciendo.

Sus manos temblaban y respiraba irregularmente, inhalando


grandes cantidades de aire varias veces. Edward simplemen-
te lo observaba, sin saber qué hacer.

Se había incorporado al suelo en el segundo en el que su no-


vio se apartó, ¿pero de qué servía eso? No sabía qué diablos
había pasado. Con las piernas temblándole se acercó a Louis,
quién lo miró con el alma deshecha.

253
—Edward...— susurró Louis mientras bajaba las manos des-
de su cabeza hacia su rostro.

Harry lo miraba con los ojos abiertos y la garganta seca.


¿Qué? ¿qué había pasado?

—Su corazón no lo soportó— soltó Louis, mientras su voz se


volvía a quebrar y su rostro se contraía.

El frío recorrió el cuerpo del rizado y un dolor en su pecho


comenzó a crecer. Harry frunció el ceño, mientras veía a su
pequeño con la mirada destrozada.

— ¡No lo soportó!— gritó Louis mientras se dejaba caer hacia


el suelo, gracias a sus rodillas flaqueantes.

Harry sintió una punzada en su pecho en el momento en el


que el pequeño y frágil cuerpo de su novio se dejaba caer
hacia el frío suelo, y en cuando sus ojos captaron esa escena,
él corrió con rapidez, acortando la distancia entre ambos.

Se derrumbó junto al sollozante cuerpo de Louis y trató de


acurrucarlo contra él, mientras que éste simplemente lloraba
y gritaba a todo pulmón.

—Sh, sh...— murmuraba Edward mientras trataba de tomar


el cuerpo de Louis y depositarlo sobre el suyo.

—No...No...— jadeó Louis con la voz ronca debido al llanto.

254
Sus ojos estaban hechos pequeñitos y sus largas pestañas
estaban pegoteadas con las inmensas lágrimas que se des-
prendían. Su pecho dolía y a cada sollozo sentía como si un
respiro le fuera arrebatado.

— ¡Y yo no lo visité!, ¡no lo visité por días! —gritó Louis nue-


vamente, mientras que dentro de su mente la idea de golpe-
arse y destruirse a él mismo crecía cada vez más.

Las lágrimas también se adueñaron del ser de Harry, quien se


rehusaba a llorar frente a su pequeño por una cuestión de
moral. Él era su pilar, él debía sacarlo del profundo pozo
donde Louis se encontraba hundido.

Y su primera regla era no permitirse llorar frente a él. Porque


no quería que su pequeño se diese cuenta de que él era igual,
o incluso, más frágil que él.

Cuando Edward tomó el rostro de Louis entre sus largos de-


dos vio cómo éste le miraba con ese intenso color cielo en sus
ojos. Pero éste color ya no parecía el mismo. Dentro de sus
ojos la tonalidad era la de una tormenta. Oscura, triste, llena
de destrucción, pero sin una pizca de enojo.

—Fue mi culpa Edward...Fue mi culpa— dijo éste, mientras


que deslizaba sus manos a las muñecas de Edward y las apre-
taba ligeramente. —El señor Antonelli murió por mi culpa—
sentenció mientras el corazón se le abrumaba de emociones.

Edward lo abrazó entre sus brazos, conteniéndolo y nueva-


mente deseando alejarlo de todo mal y sufrimiento.

255
Lo apretó y aferró a su pecho como si de eso se tratara su
vida, como deseando que una burbuja de protección contra el
sufrimiento se creara alrededor de Louis.

Hipando y con pequeños gemidos del dolor, ambos se queda-


ron inmóviles por muchísimos minutos, hasta que Louis le-
vantó la vista y le vio a los ojos.

—Tengo que ir a verlo, tengo que ir a despedirme de él antes


de que lo lleven a la morgue.

Harry no se opuso. Pero en dolor dentro de su pecho se in-


crementó muchísimo más. Él iba a decirle quién era después
de que Louis terminara aquella llamada cargada de desastro-
so dolor.

Con un suspiro, el rizado pasó sus pulgares por las ojeras del
chico de voz chillona, tratando de quitar toda lágrima. El pe-
queño apretó los labios y cerró sus ojos, mientras que con sus
manos acariciaba las sanas muñecas de su novio.

Fueron segundos en los que ambos trataron de reconstruirse


a ellos mismos mediante el silencio y el calor que sus cuerpos
emanaban. Pero el ser de Harry estaba frío, y por ende, el de
Louis también.

El chico de los ojos verdes se incorporó al suelo, levantando a


su pequeño una vez más. Y con su brazo alrededor de los
hombros del contrario, lo acompañó hasta su habitación,
donde le obligó a sentarse en la cama. Harry buscó la ropa
que más pequeña le quedaba y se la prestó a Louis, la cual

256
por arte de magia, le quedó bastante bien. Ambos se vistie-
ron, mostrándose tal y como eran. Humanos con cicatrices,
historias, pieles sensibles, y almas bastante lastimadas.

Louis vestía un jean y zapatillas All Star. Usaba un gran sué-


ter de Harry, el cual le quedaba tres talles más grandes. Ed-
ward vestía igual, pero con unas zapatillas y un color de sué-
ter diferente.

Tomados de la mano, ambos caminaron juntos, con la prome-


sa de apoyo incondicional ante la situación que ocurriese.

Los ojos de Louis estaban hinchados de tanto llorar, por lo


que caminó agachando la cabeza, con el miedo de que alguien
viese todos los defectos que él pensaba que tenía. Ambos
salieron de la casa, siendo azotados por el frío de la noche.

Se subieron al auto de Edward y éste introdujo la llave en el


contacto, para luego hacer rugir el motor y salir del estacio-
namiento de la calle.

La noche era oscura, tal que podía compararse con la boca de


un lobo. En el coche, lo único que podía escucharse eran los
tristes sollozos de Louis.

Harry apretó sus labios, para luego detenerse en un semáforo


y lo miró. Alargó su mano, para tocar su mejilla, y atrayéndo-
lo a él, le depositó un tierno beso en los labios, el cual Louis
correspondió.

257
—Te quiero tanto Eddie...— susurró dolido, mientras se for-
zaba a él mismo por sonreír de lado.

Harry apreció el gesto. Porque sabía que sonreír, para Louis,


era como respirar teniendo un pulmón perforado.

—No sé qué haría sin ti...— murmuró el pequeño de ojos azu-


les y abatidos, mientras deslizaba su mano y la posaba sobre
la de su novio.

Harry sintió el pequeño apretón que su novio le dio, y tras


una intensa mirada, abandonó ésta, para volver hacia el
semáforo, el cual ya estaba en verde. Edward suspiró, mien-
tras volvía a conducir hasta el hospital de Londres.

Al estacionarse frente a éste, Edward bajó primero, para lue-


go trotar hasta la puerta del acompañante y abrirle a Louis. El
chico de cuerpo curvilíneo bajó, sin mirar a su novio, y aún
con la mirada hacia el suelo.

El rizado suspiró, viendo cómo el chico por el que tanto había


luchado se desmoronaba, por lo que tomó su mano y la
apretó con fuerza, para luego comenzar a caminar hasta las
puertas del hospital. Ambos caminaron juntos, desanimados,
tristes, heridos. Las luces fluorescentes del lugar dibujaban
sombras en sus rostros, envejeciéndoles incluso más de lo
normal.

En la recepción, Louis se plantó deshecho, y mirando a la


secretaria con los ojos hinchados, habló:

258
—Q-quiero ver a Stephen Antonelli. Soy Louis King, me lla-
maron porque falleció— Louis no sabía de dónde había saca-
do las fuerzas para hablar, pero lo que sí sabía era que al
pronunciar la última palabra, algo dentro de su alma se había
roto.

Tragó saliva, sintiendo ese gran nudo permanecer en ésta y


miró a su novio. Edward observó los ojos de su pequeño, es-
taban más diferentes que la primera vez en la que notó el
cambio...

—Aún permanece en su habitación, así que pude pasar a ver-


le— dijo la secretaria, rompiendo el silencio, y provocando
que los dos jóvenes se apretaran las manos.

Ambos se giraron y caminaron hacia el elevador, para tomar-


lo y llegar hasta el piso en donde la habitación del señor A.
estaba.

Cuando ambos estuvieron plantados en la puerta cerrada de


la habitación, ambos se miraron a los ojos. Dándose fuerza,
alentándose, apoyándose e incluso amándose más de lo que
se habían amado antes.

—Te amo Eddie, gracias por eso— dijo Louis, mientras se


paraba de puntitas y acercaba sus labios agrietados hasta los
de su novio, para unirlos en un beso que demostraba valentía
entre ambos.

Tras separarse, Louis llevó sus delicados dedos hasta el pica-


porte de la puerta, para apretar éste con suavidad y girarlo.

259
Abrió la puerta, y la empujó poco a poco, temiendo con lo que
podía encontrarse.

Edward sólo vio a Louis entrar en la habitación y correr hasta


otras personas. Su corazón se hinchó y por un segundo pensó
que Louis iba a abrazarlos, pero no fue así.

La pequeña mano de su novio se transformó en un puño, la


cual golpeó a una mujer rubia. Escuchó su voz alzarse, y eso
fue lo primero de las muchas cosas que su chico de cuerpo
curvilíneo hizo.

— ¡Hipócrita!— gritó Louis mientras veía a la hija de Stephen


llorar a mocos tendidos.

El cuerpo del pequeño había sido poseído por el enojo.

¿Cómo se atrevían a ir? ¿Cómo tenían la caradurez de presen-


tarse a ver a su difunto padre y llorar cuando no le habían ido
a visitar en tanto tiempo, ni siquiera cuando se lo internó?

Las lágrimas de Louis se derramaban, pero no era porque


sufriese, sino porque sentía rabia, ira, enojo. El odio dentro
de él era tan grande que no había podido soltarlo más que en
un puñetazo, el cual dió en la mandíbula de la rubia mujer.

— ¡Hipócrita, asquerosa perra hipócrita!— gritó Louis mien-


tras sentía que los brazos de Edward le alejaban.

La mujer gritaba y se cubría el rostro. Y el rizado no lograba


entender nada.

260
— ¡Cómo puedes venir aquí! ¡Cómo te atreves, asquerosa, yo
he estado con tu padre todo el tiempo que tú no!— gritó Lou-
is a todo pulmón, sintiendo que un peso de sus hombros se
caía. —¡Hipócrita!— volvió a gritar el pequeño, mientras las
lágrimas de enojo le quemaban las mejillas y en su fuero in-
terior algo crecía cada vez más.

Harry aferraba a Louis contra su cuerpo, apretando sus cade-


ras y tratando de acercarlo más a él, confundido y sin enten-
der de donde demonios el pequeño sacaba la fuerza para
seguir tirándose hacia adelante.

— ¡Eres una mierda!— dijo Louis, mientras veía que un en-


fermero pelirrojo se acercaba cada vez más a ellos y forzaba a
Louis a salir de la habitación.

—Si no le calma entonces los echaremos a ambos— dijo con


cautela el pelirrojo de ojos azules a Edward, quien asentía y
atrapaba entre sus brazos a su novio.

Los minutos en los cuales Louis trató de calmarse fueron


infinitos. Pero cuando lo logró, simplemente miró a Edward y
tomó su rostro entre sus dedos, acariciar sus mejillas.

—Gracias por detenerme...— murmuró con la voz rota, mien-


tras bajaba la mirada y negaba ligeramente con la cabeza.

—No entiendo cómo alguien puede ser tan hipócrita para


llorar a su difunto padre, cuando nunca en los años en los que
le conocí vinieron a visitarle...Ni a él ni a su esposa —el pe-
queño ojiazul suspiró, sintiendo los grandes brazos de su

261
novio acurrucarlo. Louis apoyó su cabeza en Edward, quien
veía cómo éste comenzaba a limpiarse las lágrimas.

Ambos se abrazaron, aferrándose y suspirando a la espera de


que aquella rubia desagradecida y hipócrita saliera de la
habitación para poder ver al señor Antonelli.

Y no pudieron hacerlo sino hasta después de treinta minutos,


cuando ésta salió disparada hasta los ascensores.

Allí, Louis y Edward entraron juntos. Y el ojiazul caminó los


escasos pasos hasta el cuerpo sin vida de Stephen Antonelli.
En su mente se había sentido como un baldazo de agua fría,
como si algo le hubiese partido al medio, como un rayo des-
truyendo su corazón en millones de pedazos...

La garganta se le cerraba cada vez más, ahorcándole, as-


fixiándole. Su viejito se había ido para siempre. Louis lo ad-
miró con una tristeza insólita, mientras se acercaba más a él
y alargaba su frágil mano hasta la del hombre.

Sin previo aviso se arrodilló ante la cama, quedando a la altu-


ra ideal. El alma de Louis parecía hincharse hasta explotar.
Con los ojos llorosos Louis sostuvo la mano del ancianito,
apretándola y notando cómo ésta estaba muchísimo más que
helada.

Sus lágrimas comenzaron a aumentar. Éstas se derramaron


sobre la cobija que cubría el cuerpo del hombre, y para cuan-
do Louis se dio cuenta, no podía dejar de llorar.

262
—Vuelve...V-vuelve— lloriqueó Louis, mientras apretaba la
mano del hombre entre la suya.

Edward apretaba los labios, uniéndolos en una línea recta, y


pidiéndole a Dios que todo se acabara pronto. La escena era
desgarradora y producía en él sentimientos que lo regresa-
ban al funeral de su abuelo.

Ver a Louis arrodillado ante el hombre que se interesó por él


durante tanto tiempo simplemente le deprimió. Porque si no
hubiese sido por ese abuelito...su chico de hermosos ojos
azules seguramente estaría bajo tierra.

Louis sollozó desgarradoramente, mientras rogaba a Dios


que le devolviera a su abuelito, a su ancianito preferido. Pero
sabía bien que no iba a suceder jamás, y que la mortalidad
era algo a que todas las personas sufrían.

—Te quiero tanto, tanto tantísimo que voy a extrañarte aún


más— recitó, mientras su alma dolía. —S-sé que moriste de
tristeza, porque inconscientemente dejé de venir...Y no sabes
c-cómo me arrepiento, o cuánto me duele. Nunca me lo per-
donaré...Nunca— dijo Louis en un tono inaudible.

Tras besar la fría mano de su ancianito, Louis se levantó, sin-


tiéndose mucho más débil que cuando entró, y se abalanzó
sobre los brazos de su novio, quien le contuvo en un abrazo
intenso y cálido. Edward lo sacó de allí, porque no podía,
porque no soportaba.

263
Porque estaba harto de verlo llorar y porque el no poder sa-
car el sufrimiento de la vida de Louis le creaba una frustra-
ción gigantesca. Arrastrándolo hasta los ascensores, Harry
obligó a Louis a irse del hospital, alegando que era demasiado
para ambos, y cuando estuvieron dentro del coche, el chico
de ojos color cielo miró a su novio.

—Él murió de tristeza...Olvidé venir a verlo. Murió porque no


me tuvo a mi cuando más me necesitó...E-esto ha sido culpa
mía— dijo en un susurro, provocando en el alma de Harry
una sensación de vacío inexplicable.

Edward simplemente negó con la cabeza, para atraer a su


pequeño entre sus brazos y acariciar maternalmente los ca-
bellos castaños de éste.

—Sh...— dijo Edward, mientras suspiraba y podía sentir


cómo los sollozos de Louis se incrementaban notoriamente.

264
Última noche en el mundo:

31 de Diciembre de 1998.

Louis suspiró, mientras su mente divagaba. Aún seguía en la


casa de Edward, y aunque él se negara a quedarse más, siem-
pre volvía a quebrarse al momento de pedirle regresar a su
antigua y ya destrozada casa.

El chico de los ojos azules sabía muy bien que no podía vol-
ver. Y que ya no le quedaba nada, puesto que ni el señor A ni
incluso Félix estarían allí.

Se incorporó al suelo lentamente. En su mente lo único que


había eran pensamientos distorsionados sobre todo lo que
había perdido. Su única familia era el señor A...y se estaba
preparando para ir a su funeral.

Su débil pero curvilíneo cuerpo semi bronceado yacía envuel-


to en un enorme toallón perteneciente a su novio, quien or-
ganizaba su propia ropa y la de Louis a un costado de la habi-
tación.

—Eddie — murmuró el chico de ojos azules con una voz un


tanto fresca.

Edward volteó, sus verdes ojos le miraron y una vaga sonrisa


se deslizó en sus labios.

265
Alzó las cejas en un gesto de interrogación, mientras que se
acercaba al pequeño de ojos azules.

—Te amo —contestó su novio, mientras que trataba de acu-


rrucarse en el pecho del rizado.

Harry sonrió, mientras que con sus brazos le rodeaba y pre-


sionaba levemente contra él.

—Te amo como no te imaginas, y el error de mi vida fue pen-


sar en otra persona de otra forma. N-nunca lo había hecho, te
juro que no— la voz de Louis comenzó a cortarse. Su pecho
comenzó a subir y bajar, como si estuviese luchando por res-
pirar —, te amo. Perdóname, perdóname.

El corazón de Edward latió rápido. Un nudo en la garganta le


creció y comenzó a ahogarlo, aquél pequeño pensaba que le
había engañado con alguien más.

Pero estaba tan equivocado, y lo único que Edward quería


era decirle toda al verdad. Pero lo cierto era que si quería
hacerlo tendría que esperar a que Louis se recompusiera de
todos los golpes que la vida le dio, puesto que su pequeño
definitivamente no tenía estabilidad emocional.

—Sh, sh— le acalló Edward, mientras le presionaba apenas


un pelín más contra él. Besó su cabeza y comenzó a balance-
arse de un lado a otro, arrullando a su pequeño entre sus
fuertes y seguros brazos.

Incluso tarareó una vieja nana que recordaba haberle oído a


una señora en el parque hace muchísimos años. El cuerpo de

266
Louis sucumbió en el silencio durante tantos segundos que
por un segundo Harry pensó que se había quedado dormido,
pero no.

—Gracias por ser así conmigo...No merezco todo esto que me


das— le confesó Louis mientras alzaba la mirada y le obser-
vaba fijamente a los ojos, con los suyos sutilmente inyectados
con sangre.

Edward apretó los labios durante varios minutos, mientras le


acomodaba los húmedos cabellos detrás de la oreja y con la
mano libre le acariciaba la mejilla.

Sin decirle nada, se acercó hasta plantar un gentil beso pacifi-


cador.

''Vamos a cambiarnos'' dijo en señas el chico de los rizos,


mientras hacía que su chico de voz chillona se sentara en el
borde de la cama nuevamente.

Ambos estaban cubiertos con nada más que toallas. Ambos


habían salido de una ducha caliente, y ambos esperaban a
arreglarse para ir al funeral de Stephen Antonelli.

Harry tomó el nuevo traje negro de Louis, el cual le había


comprado el día anterior. Suspiró, mientras tomaba entre sus
granes manos un par de medias, una camisa y un par de zapa-
tos negros.

Al girarse se vio cara a cara con Louis, quien le miraba con


ojos brillantes.

Era la primera vez de Louis usando un traje de vestir.

267
Sonrió, sintiéndose honrado por el simple hecho de habérse-
lo comprado él mismo, pero segundos después la culpa le
invadió. Porque estaba ayudando a su novio a arreglarse para
el funeral de alguien a quien éste consideraba su abuelo.

Aclarándose la garganta, el chico de los ojos verdes dejó la


ropa de Louis sobre la cama, para luego voltearse y rebuscar
entre sus cajones por dos boxers, uno para él, y otro para su
novio.

Lo cierto era que Harry no tenía nada de cintura, y menos de


trasero, por lo que la ropa interior le quedaba un poco chica a
Louis, quien había nacido con un considerable cabús.

Tras colocarse los calzoncillos Harry dejó la toalla caer, para


acercarse a Louis y alcanzarle los calzoncillos sobrantes al
chico de los ojos azules.

Éste los tomó y se incorporó al suelo, para luego darle la es-


palda a su novio y hacer una pequeña ''carpa'' con su enorme
toallón. Se colocó los calzoncillos y volvió a girarse, aún cu-
briéndose con la toalla.

‘‘ ¿Aún te da vergüenza, amor?'' preguntó Edward con señas,


mientras soltaba una leve risita.

Louis asintió, sintiendo sus mejillas tornarse rosadas. Con un


leve movimiento de cabeza, Harry tomó la camisa, para des-
doblarla y desprenderla.

El ojiazul se descubrió y separó los brazos, dejando que su


novio le vistiera a su gusto.

268
—Te amo Eddie —murmuró éste, tratando de sonreír vaga-
mente de lado.

El corazón de Harry dio un golpe. Louis siempre le repetía


que le amaba, y aunque él no pudiese contestarle esas sim-
ples dos palabras creaban un volcán en su estómago y un
terremoto en su corazón.

''Te amo con toda mi vida'' dijo con una gigantesca sonrisa
tras colocarle la camisa.

Harry visitó a Louis, parando únicamente para que le cantara


una canción.

Y Louis no podía negarse, puesto que Edward lo tomaba en-


tre sus brazos y le hacía cosquillas.

El chico de los ojos azules le cantó ‘’Everybody’’ de los Backs-


treets Boy, porque era la única que se le ocurría. Y porque a
pesar de que no sabía su a su novio le gustaban esos chicos le
resultó bonita.

Cuando Louis se vistió completamente ayudó con mínimos


detalles a Edward, quien reía y se dejaba ser embellecido por
su chico de cuerpo curvilíneo y voz chillona.

Cuando ambos estuvieron vestidos, Edward peinó el cabello


de Louis hacia atrás, dejando que un pequeñísimo jopo se
formara en la parte de delante.

Era uno de los pocos peinados que había aprendido a copiar


de su difunto abuelo. Suspiró de nostalgia, pero no se permi-

269
tió demostrarlo puesto que miró a su pequeño a los ojos y
sonrió, simulando que todo estaba bien.

—¿Ya tenemos que irnos? —preguntó Louis.

Edward asintió, pero de todas formas se tomó varios minutos


para estudiar con la mirada a su novio. El traje negro le sen-
taba a la perfección, y los zapatos también.

El cabello peinado hacía que su rostro se iluminara, y aunque


los azules ojos de éste estaban tristes, brillaban como zafiros.

''Te ves hermoso'' le dijo, para luego acercarse y estrecharlo


entre sus brazos.

El solo verlo con traje le provocaba a Harry pensar en cómo


sería su ''boda'' si es que el matrimonio igualitario se legali-
zaba algún día.

Suspiró, y sin dejarse embarcar en sus sueños, caminó de la


mano con Louis hasta salir de la casa. Ambos se subieron al
coche y condujeron por las frías calles de Londres hasta la
casa funeraria.

Louis derramó poquísimas lágrimas al entrar al estableci-


miento, pero se quebró totalmente cuando vio a Stephen An-
tonelli en aquél frío y triste ataúd.

Nadie más que la pareja y el difunto señor A habitaban en esa


fría y desolada habitación. Nadie más había concurrido al
funeral, a la despedida, al último adiós de ese amable viejito...

270
Y eso provocaba en Louis una rabia ciega, produciéndole do-
lor de estómago.

—Nadie vino, ¿por qué nadie vino? ¿Es que nadie quería des-
pedirse?— susurraba sin parar y sin poder creérselo. Las
lágrimas le cubrían el rostro y hacían que sus mejillas se en-
rojecieran —¿Por qué tuvo que irse? ¿por qué me dejó?—
preguntó, mientras abrazaba a su novio con fuerza,
manchándole el traje con sus húmedas lágrimas.

Edward le abrazó con fuerza, aferrándolo a él. El dolor de su


pequeño era su propio dolor, y no descansaría hasta devol-
verle la sonrisa que antes portaba con orgullo.

—Edward no puedo seguir con esto— dijo Louis, mientras


levantaba la cabeza y le miraba directamente a los ojos.

Los dientes le castañeaban y parecía realmente distorsiona-


do. Las piernas del pequeño comenzaron a flaquear, hasta el
punto en el que él mismo sintió que no podía moverlas o si-
quiera mantenerse parado.

Su novio le atrapó antes de que cayera de rodillas al suelo y


con sus fuertes brazos le cargó hasta un sillón, donde la gente
se sentaría, si es que alguien hubiese ido al funeral del señor
A.

Louis reposó allí, sintiendo que la vida se le iba y que se es-


taba perdiendo a él mismo. Y Harry le contuvo, le contuvo
hasta que las lágrimas se secaron en su piel y sus ojos no pu-
dieron más.

271
‘‘¿Está todo bien ahora?'' preguntó el rizado, mientras acari-
ciaba con ternura la mejilla sonrojada de su novio.

—Sí, algo así— dijo Louis con la voz un tanto ronca, mientras
se dedicaba a mirar los verdes ojos de Edward. —Q-quiero
quedarme hasta que cierren ésto, ¿podemos? No quiero irme,
no quiero dejarlo— soltó, mientras volvía su mano un puño y
trataba de levantarse por sí mismo.

Con los labios apretados, Harry asintió calmadamente.

Era 31 de Diciembre y la mayoría de las personas del mundo


debían estar preparándose para cerrar el año, pero él estaba
allí. Cuidando a su pequeño y herido ángel.

No le importaba, no le importaba en lo más mínimo quedarse


allí y desperdiciar un día entero, porque junto a Louis nada se
desperdiciaba, ni un día, ni un segundo.

Absolutamente todo valía la pena si el chico de los ojos azules


estaba con él.

Harry pudo contemplar cómo Louis se levantaba y caminaba


a pasos lentos hasta el ataúd de su vecino, de su ''abuelito'' y
mirando el pálido rostro del señor A comenzaba a hablarle.

Las pequeñas manos del ojiazul se deslizaban con ternura y


cariño por la difunta piel de su abuelito, buscando volverle a
la vida. Devolverle esa nitidez que antes tenía.

—Stephen, ¿recuerdas de la charla que tuvimos hace bastan-


te? Dijiste que le temías a la muerte...Y no p-puedo creer
cómo estás aquí. Sé que a todos les llega pero ¿p-por qué Dios

272
me quitó la única familia que tenía?— habló Louis, con la voz
cortada y débil.

En su mente la respuesta era obvia, ''Dios odia a los homo-


sexuales''. Dios le había arrebatado a su única familia porque
él le odiaba. Porque en su paraíso no había lugar para un
homosexual asqueroso.

Apretándose los labios y mordiéndose la lengua, Louis cerró


los ojos. Sintió cómo la primera lágrima se escurría y caía
lejos de su rostro, justo en el del señor A.

Louis desplegó sus párpados y limpió su propia lágrima en


aquel rostro ajeno, un tanto preocupado por haberle arrui-
nado el aspecto a su viejito.

—Edward— murmuró Louis, para luego girar su rostro hacia


el de chico de ojos verdes. —¿Q-qué hora es?

''Casi las siete y media''.

En ese momento Louis simplemente suspiró, para volver


caminando y sentarse sobre el regazo de su novio. Se abrazó
a éste y acarició su rizado cabello, enredando sus dedos y
tanteando su cuero cabelludo.

Explorando y conociendo aún más de lo que él pensaba cono-


cer.

—Quiero irme —susurró mientras se alejaba y dejaba un


beso en la mejilla de éste. —Deja que me despida de Stephen.

273
El rizado aceptó y observó a su pequeño corretear hasta el
enorme ataúd de madera.

Lo escuchó susurrar un ''Hasta siempre, te quiero''. Tras


tomarlo de la mano ambos salieron juntos.

El invierno se cobró lo suyo, oscureciendo al mundo, o tal vez


sólo a London, muy temprano. Las estrellas casi empezaban a
adornar el cielo, y los ojos de Louis tenían ese oscuro y per-
turbador brillo.

‘‘¿Te apetece comer algo, amor?'' preguntó Edward apenas


ambos se metieron al coche.

—Sí, creo que deberíamos comer algo— contestó Louis con


voz algo queda.

Y con esto, Harry encendió el motor del auto y se dispuso a


conducir hasta un local de McDonalds.

Parecía que la nieve no iba a ceder, y que en poco tiempo


volvería a haber una fuerte tormenta, pero a ninguno de los
dos le importó, puesto que en cada semáforo en rojo se mira-
ban a los ojos y otorgaban uno que otro beso cariñoso.

En el establecimiento no había más de cinco personas, por lo


que después de aparcar, la pareja entró. Edward le pidió a
Louis que ordenara, y éste, con timidez, lo hizo.

Después de pedir unas simples hamburguesas, dos gaseosas


y papas fritas, Edward estuvo allí para recoger las bandejas y
llevarlas hasta la mesa. Los dos chicos comieron, de a segun-
dos sintiéndose juzgados por las miradas de los demás, pero

274
no dándole tanta importancia. Edward logró hacer reír a Lou-
is varias veces, y cada vez que escuchaba ese celestial sonido
salir desde la garganta de Louis, él podía jurar que se sentía
en el mismo paraíso.

La forma en la que sus ojitos se arrugaban y su sonrisa era


amplia...La forma en la que Louis se cubría la boca con timi-
dez...Y la forma en la que después de reír desaforadamente
sus mejillas se volvían rosáceas por la vergüenza.

''Te amo'' dijo en señas, mientras observaba cómo la sonrisa


de Louis se extendía.

—Y yo te amo a ti, mi amor...— las palabras pronunciadas se


sentían como el nacimiento de una nueva y hermosa flor.

Las palabras pronunciadas abatían a Harry...

Ambos se montaron en el auto, dispuestos a volver a casa.


Ambos querían mirar programas de la BBC, una película o la
sección de las noticias.

—Ed— murmuró Louis mientras deslizaba su pequeña y


delicada mano sobre el brazo de su novio.

Éste giró la cabeza, dándole una rápida mirada, para luego


volver su vista hacia adelante.

— ¿Puedes llevarme a casa? Quiero sacar algunas cosas.

El chico de los ojos verdes dudó.

275
Y un sentimiento horrible lo invadió al remontar aquél
horroroso recuerdo en el cual Louis yacía en el suelo, con las
muñecas sangrantes e inconscientes. Se apretó los labios y
trató de fingir que se nudo que le crecía en la garganta no
existía, por lo que asintió y giró en la última calle, para poder
llegar hasta la destrozada vivienda de Louis.

En la radio ninguna canción sonaba, por lo que el chico de la


voz chillona no volvió a cantar aquella noche. Y cuando el
coche se detuvo frente a lo que solía ser su casa, su corazón
se cayó, porque en el porche algo había. Era algo extraño,
pero algo había.

—Oh por Dios— dijo en un susurro, mientras abría la puerta


del acompañante y salía disparado como una flecha.

Corrió y subió los peldaños uno por uno, hasta plantarse


frente al bulto que había justo frente a la puerta.

—Oh, Dios...N-no— repitió con la voz algo rota.

Él no lo notó, pero Harry yacía tras él, observando la escena,


y los ojos verdes de éste se estaban llenando de lágrimas.

Pero Louis no lloró, no pudo hacerlo. Y no pudo porque esta-


ba tan emocionalmente roto que no sabía qué diablos hacer,
no podía descifrar si llorar o gritar, si correr o dejase caer.

No podía, no sabía.

En su mente lo único que había era confusión y flashbacks.


Recordó el momento en el que lo vió por primera vez, y se
maldijo por haberlo dejado por tantos días.

276
Porque frente a él, frente a sus propios pies...

El pequeño, peludo y desfigurado cuerpo de su gato yacía,


envuelto en una cantidad exorbitante de fría y coagulada
sangre.

Félix no tenía ojos, o incluso lengua, y lo que era su hermoso


pelaje gris estaba lleno de basura. Su antes rosácea pancita
estaba abierta de par en par, llena de gusanos y pupas.

Y un palo de madera yacía clavado dentro de la abertura.


Tenía un pequeño cartel, y las palabras decían todo.

Porque era la misma frase.

''Dios odia a los homosexuales''.

La frase que había estado torturando al pequeño de los ojos


azules desde hacía tanto. Louis no pudo llorar, pero en su
pecho la sensación de frustración y tristeza se acumulaba
cada vez más.

—M-mi gordito— susurró con la voz cargada de dolor, mien-


tras cerraba los ojos y apretaba los párpados.

Suspiró, y apretó los labios, porque sentía ganas de llorar.


Pero las lágrimas no le caían...Louis estaba roto emocional-
mente, su ser ya no sabía cómo reaccionar al sentir tanto
dolor.

¿Por qué habían de matar a su mascota, a su bebé, a quien


cuidó, únicamente por ser homosexual? ¿Era verdad que Dios
odiaba a los homosexuales?...

277
Louis se repitió a él mismo que en el paraíso de Dios él no
tenía lugar. También se lamentó, porque al haber caído en el
pozo de la depresión, lo único que hacía era pedirle y orarle
que le diera fuerzas para no volver a caer.

Y durante mucho tiempo, creyó que Él le había ayudado. ¿Pe-


ro por qué le arrebataba las cosas que más amaba? ¿Por qué
le daba sufrimiento interminable? ¿Se habría arrepentido de
aceptarlo como siervo?

Louis suspiró, sintiendo su cuerpo temblar, pero de todas


formas pasó del cadáver de su gato, para adentrarse en lo
que era su casa.

Se dirigió directamente hasta su habitación, donde buscó un


viejo frasco de veneno para ratas que le habían recomendado
hacía bastante tiempo.

Según lo que decía el frasco, era de acción instantánea. Pero


Louis sabía que si de un día para el otro las cosas se tornaban
una mierda, aquel frasco podía servirle para cosas interesan-
tes. Al salir al living, lo único que intentó recuperar fue esa
nota…

La preciada y hermosa nota que Edward le había regalado


muchísimos días antes:

''Te quiero mucho, conserva esto. Léelo cuando estés triste,


tal vez ayude. Recuerda que te quiero''…

Suspiró, mientras que juntaba las pocas pertenencias no des-


truidas y finalmente salió de su casa.

278
Se encontró con un Edward totalmente roto ante la muerte
del gato, pero éste no le permitió verle con los ojos rojos.

La noche ya no prometía felicidad o un buen fin de año...No


para ellos dos. Louis soltó el aire acumulado y le pidió a su
novio que volvieran, y éste condujo por las nevadas calles
hasta llegar a su morada.

Aparcó y miró a Louis por interminables segundos...

Él era fuerte. Era el ser más fuerte que había podido cono-
cer...

Tras observarse por incontables minutos, en secreto Harry le


pidió a Dios ser tan fuerte como Louis era y sin más, le dedicó
una linda sonrisa, para luego ayudarle a bajar sus cosas.

Cuando la pareja estuvo dentro de la casa, el rizado pudo


observar cómo su novio se echaba a correr por los pasillos
para dirigirse hasta la habitación y rió.

Dejó las pertenencias de éste en el sillón y volvió a soltar una


risita, para comenzar a corretear él también. Cuando casi
estaba por alcanzarlo, pudo ver cómo la puerta de la habita-
ción se cerraba con fuerza.

Y cómo los pies de Louis se movían desesperados por el sue-


lo.

Harry le dio dos golpes a la puerta, pero instantáneamente


escuchó cómo algo en la cerradura provocaba que la puerta
se cerrara completamente.

279
Louis no estaba jugando. El pecho del rizado se apretó y su
boca se secó. Volvió a tocar la puerta, algo más desesperado.

En la habitación, Louis ya había comenzado a llorar, y se hab-


ía metido debajo de la cama con el frasco de veneno. Con las
manos temblándole, abrió el contenedor de plástico.

Su corazón se aceleró al lograr oler el asqueroso y metálico


hedor.

Las lágrimas caían sobre el frío suelo, y los golpes en la puer-


ta de Harry se incrementaban conforme los segundos pasa-
ban.

Louis no lo dudó, no tuvo tiempo. Louis no se paró a pensar


en qué era lo que estaba haciendo, o cómo podía lastimar a
Edward.

Él simplemente sostuvo el frasquillo en su mano y se lo llevó


a la boca, el amargo sabor hizo que le dieran arcadas, pero de
todas formas siguió tomando más y más. Lo ingirió tratando
de llenar ese vacío que él mismo había creado.

Con las lágrimas calientes quemándole la piel y las manos


temblándoles, Louis habló:

— ¡Lo siento tanto! ¡Y no te das una idea de cuánto me duele


esto!— la voz le temblaba y el llanto dificultaba su habla.

En su mano tenía la nota. Y la oprimía con fuerza.

‘’Te quiero’’.

280
‘’Recuérdalo’’.

Comenzó a toser con fuerza, el horrible sabor le ahogaba.

Tras esto, empezó a escuchar cómo el chico de los rizos se


abalanzaba con fuerza contra la puerta, sin lograr abrirla.

Louis continuó bebiendo del frasco…

Louis simplemente bebió y bebió, sintiendo cómo los quími-


cos comenzaban a quemarle el estómago.

Le dolía y hacía que le dieran arcadas, pero nunca se detuvo.

Él estaba tratando de calmar el dolor que su alma provocaba,


tratando de calmar aquella punzada en el pecho que sentía.
Quería acabar con todo, porque todo había acabado con él.

Su cuerpo comenzó a reaccionar bruscamente, sacudiéndose


y dilatando sus pupilas. Y Harry continuó golpeándose contra
la puerta.

— ¡Te amo Edward!— gritó, antes de recostarse y cerrar los


ojos, para esperar que lo que él tanto anhelaba viniera a por
él.

— ¡Louis!— gritó Harry, con las lágrimas colgándole.

Las orejas de Louis provocaban una sensación de aturdimien-


to, por lo que lo único que podía escuchar era una rara voz
contra la puerta.

— ¡Louis abre la puerta! ¡Louis, abre! ¡Abre!

281
La desesperación del rizado crecía cada vez más, porque no
podía abrir la puerta.

Porque su novio estaba dentro y estaba haciendo quién sabe


qué.

Harry respiró entrecortadamente, mientras corría a toda


velocidad por los pasillos y buscaba entre los cajones de la
cocina un cuchillo.

En el trayecto tomó su celular y con torpeza marcó el número


de Benjamín.

—Ben— dijo con ansiedad en el teléfono, al escuchar la voz


del castaño.

—Harry, ¿qué diablos pasa?

—Ben, es Louis, se encerró en mi habitación y creo que trata


de suicidarse. Ben, ayúdame, ayúdame, ayúdame. Envía una
ambulancia— dijo con la desesperación brotándole de los
poros.

Sus manos temblaban, todo su ser temblaba. En su mente no


había nada más que pensamientos malos y distorsionados. Su
respiración fallaba y no podía ver nada a causa de las lágri-
mas que se le acumulaban en los ojos.

El teléfono se le resbaló de las manos, por lo que Harry deci-


dió correr por el pasillo.

— ¡Louis!— gritó nuevamente y a todo pulmón, pero no con-


siguió respuestas.

282
Las lágrimas en sus mejillas quemaban como ácido.

Y no dudó en usar el cuchillo para forzar la cerradura. No


dudó en volver a forzar la puerta, pero el cuchillo no sirvió,
sus manos tampoco, Harry se volteó para observar el pasillo,
comenzó a tomar las cosas a los costados y tirarlas contra la
puerta, en un esfuerzo ciego por abrirla, pero nada de eso
funcionó.

Como última opción, comenzó a darle bruscas patadas a la


puerta, una tras otra, sin detenerse . Y en el momento en el
que Harry se convirtió en un manojo de nervios, logró des-
trozar la puerta de un golpe.

Cayó al suelo, pero algo dentro de él gritó victoria. En cuanto


se levantó buscó a su novio con la mirada, pero no le en-
contró.

— ¡Louis!— volvió a gritar, mientras recorría la habitación.

Descubrió un par de pies debajo de la cama, y eran los de él.


Eran sus zapatos nuevos. Harry se tiró bajo la cama, pero no
cabía, era muy grande.

¿Cómo iba a sacarlo?

Dentro de su estómago todo se removía y gritaba. Gritaba por


ayuda, por nerviosismo, por pánico. Harry tomó los pies de
Louis y tiró de ellos, sachando por completo el cuerpo de
Louis de debajo de la cama.

En su pequeña mano aún había estaba el frasco de veneno,


por lo que Harry ahogó un grito, mientras se dejaba caer de

283
rodillas junto a Louis, con los nervios a flor de piel, le volteó,
para poder observar cómo el rostro del chico de ojos azules
estaba más pálido que de costumbre.

Harry se mordió los labios.

—Despierta, despierta, ¡despierta!— dijo, gritando en la


última palabra.

Las manos le temblaban y su ritmo cardíaco era acelerado.

— ¡Despierta Louis!— vociferó nerviosamente y en un grito.

Sus grandes manos atrapaban el pequeño rostro del chico de


cuerpo curvilíneo, sus cabellos desordenados y su piel
tan...sin color.

—No mueras, no te atrevas a morir. No te atrevas a morir,


Louis King, n-no mueras— repetía constantemente Harry.

Hasta que en la penumbra, oyó la leve y apagada voz de Lou-


is.

—Edward… —masculló en un idioma casi inentendible.

El corazón de Harry pareció volver a latir, y una sonrisa de


nerviosismo se plantó en sus labios.

—No, soy yo. Soy yo Louis, soy Harry— dijo desesperado,


mientras trataba de cargar el cuerpo de Louis.

—Eres Edward— balbuceó con dificultad Louis, sintiendo


cómo sus glándulas salivales comenzaban a trabajar de más.

284
—Sí, sí. Lo siento, lo siento. Yo soy Harry, yo mentí y dije que
era Edward porque no quería dañarte. Yo lo siento tanto
amor mío, lo siento, pero fue para protegerte— dijo Harry
mientras los brazos le temblaban más de lo normal y el alma
se le apretujaba.

A lo lejos, el chico de los rizos oyó el sonido de la ambulancia,


por lo que trató de cargar a Louis entre sus brazos, para lue-
go caminar por el largo pasillo.

Pasando por la sala de estar, Harry abrió la puerta, desespe-


rado y viendo cómo las luces de la ambulancia estaban a tan
solo unos metros.

— ¡Aquí! ¡Aquí por favor!— gritó desenfrenado, mientras los


copos de nieve le caían en el cuerpo y el frío los azotaba.

Harry cayó de rodillas al suelo, aún sosteniendo a su novio y


llorando sin poder controlarse.

Todo el cuerpo le temblaba, no por el frío de la noche, sino


por los nervios de la situación.

El rizado bajó la mirada a su novio, quien susurraba inco-


herencias y parecía atragantarse con saliva.

—Quiero que te quedes conmigo, quiero que te quedes con-


migo, ¿me escuchaste? ¡no te atrevas a morir, Louis King!—
gritó Harry, viendo cómo sus propias lágrimas manchaban el
pálido rostro de su pequeño.

—¡Aquí, aquí! ¡Benjamín, aquí! —gritó reiteradas veces el


ojiverde.

285
La ambulancia se posicionó frente a ellos, y el chico alto vio
cómo su mejor amigo bajaba junto con un equipo médico.

—¡Benjamín tienen que ayudarlo!— gritó, mientras dejaba el


cuerpo de Louis sobre la camilla que un pelirrojo acercaba.

Los enfermeros aseguraron a Louis en la camilla, para luego


subirla a la ambulancia, y el chico de los rizos subió detrás,
junto con el amor de su vida.

Las lágrimas caían y se escurrían en un mar de dolor confor-


me los minutos pasaban.

—Harry— dijo Louis en un balbuceo cargado de su propia


saliva.

El aludido tomó su mano, sintiendo cómo su pecho era un


campo de batalla.

—¿Sí?, ¿sí amor? Aquí estoy, aquí. No temas Lou, no vas a


morir. No vas a morir amor, no vas a hacerlo— le repitió
Harry millones de veces, mientras trataba de mantenerse
fuerte por ambos.

—Te amo p-para siempr-re— le recordó el chico de contex-


tura pequeña, mientras le daba un pequeño apretón a la ma-
no de su novio, la cual sostenía la suya.

Louis se encontraba atado a millones de cables y tubos que


Harry no lograba comprender. Y estas cosas hacían millones
de ruidos extraños.

286
Cuando la ambulancia entró en el hospital, el chico de los
rizos y los ojos verdes corrieron junto a la camilla de su no-
vio, escuchando cómo éste susurraba cosas inentendibles.

Los aparatos comenzaron a sonar monstruosamente, y Harry


entró en pánico, viendo cómo su novio se iba cada vez más.

— ¡No, Louis, aguanta!— le gritó con dolor, mientras apreta-


ba su mano y se aferraba cada vez más al cuerpo de su novio.

Harry podía contemplar cómo los paramédicos se gritaban


entre ellos y desesperaban al ver cómo Louis se iba cada vez
un poco más.

— ¡Consumió algo, consumió algo! ¡Necesitamos saber qué es


lo que consumió para tratarlo! ¡Un lavaje de estómago no
servirá de nada! —eran las cosas que aquellos hombres y
mujeres en batas de doctores se gritaban.

1 de Enero de 1999.

—No, Louis, aguanta. Aguanta por nosotros, sé que no es fácil


pero piensa en nosotros. Piensa en la primera vez que te hice
el amor, en la vez en la que oí tu voz por primera vez y me
contaste tus secretos.

«Louis piensa en lo que podemos llegar a ser. No te vayas, no


te mueras, por el amor de Dios no lo hagas. No me abandones
en éste mundo, no lo hagas.

Vive por mí, vive por nosotros. Continúa siendo mi razón de


vivir, ¿recuerdas que yo era la tuya? ¿Lo recuerdas?

287
¡Dijiste que seguirías viviendo por mi! ¡Dijiste que ibas a
hacerlo! ¡Louis, no puedes mentirme! —gritó Harry desafo-
radamente, mientras las lágrimas le quemaban y el alma se le
prendía fuego.

—¡Louis, recuerda la primera vez que te vi! ¡Por favor, re-


cuerda cuando te hice mío y cuando te contuve! ¡Recuerda
nuestra primera salida, y la primera vez que dijiste que me
querías!

¡Por favor, sigue, sigue por mi! ¡Eres amado, renace! ¡Por el
amor de Dios, renace!

«¡Eres mucho más que los errores de tu madre o tu abuelo,


eres mucho más que lo que la gente dice de ti! ¡No eres un
error, y Dios no te odia por ser homosexual!

Dios no odia a nadie, él no hace distinciones. Louis, por favor,


resiste. Aguanta, podemos superar esto juntos, pero no te
vayas.

Sé que estás cansado y que realmente trataste de sobrevivir a


todo lo que la perra vida te puso, p-pero...

Sé fuerte, sé que estás dolido y destruido pero créeme que lo


hiciste bien.

L-Louis yo quiero ser igual de fuerte que tú, pero necesito


que te quedes conmigo. Sé que tu cuerpo es como un campo
de batalla y tus muñecas la guerra, pero maldita sea, tú eres
un árbol de sabiduría.

288
Lleno de cicatrices y experiencias que sólo te dan más cono-
cimiento. Tú sabes lo que es la vida, tú conoces al mundo.
Pero sigue conociéndolo Louis, quédate. Quédate y conócelo
conmigo.

¡Quédate, quédate! ¡Renace, Louis! ¡Vive, continúa con la


maldita vida! R-recuérdame...Recuérdame Lou, recuerda que
te amo y que esto es importante ».

Los ruidos no se detuvieron. El pulso del chico de los ojos


azules fue cada vez menor.

Hasta que casi se detuvo. Los paramédicos intentaban millo-


nes de cosas con la suerte de revivir al pequeño, pero había
bebido demasiado veneno… y su alma estaba demasiado des-
truida como para volver a armarla.

Louis no quería continuar con el sufrimiento, no luchó, por-


que no deseaba vivir en un mundo tan lleno de odio, homofo-
bia y sufrimiento.

Y por eso Harry gritó y pateó la camilla cuando los enferme-


ros dejaron de tratar. Porque sabía, profundamente dentro
de él, que Louis no había luchado. Y no había deseado que-
darse con él.

El extraño brillo en los ojos de Louis se lo había advertido:


algo dentro de él se había podrido en el momento en el que la
vida tomó su espíritu y lo estrelló contra el suelo, rompiéndo-
lo en infinitos pedazos, y continuó pudriéndose, hasta que
consumió y tomó posesión de la hermosa alma que Louis

289
solía poseer, hasta ennegrecerla y llevársela junto con lo po-
drido.

Por eso fue que en aquella fría noche, cuando los fuegos arti-
ficiales fueron lanzados y toda la gente se embriagó de la
felicidad, Harry fue el más infeliz.

Porque su amor se había ido. Porque nada más le quedaba, y


porque muy profundo, en su alma, había vuelto a revivir la
muerte de su abuelo.

Harry se derrumbó en las paredes del hospital, gritando y


golpeándose la cabeza con los puños cerrados. Negándose y
diciéndose a él mismo que él estaba vivo.

Que continuaba luchando y que todo estaría bien por la ma-


ñana del primero de enero.

Pero los ojos le ardieron y se le hincharon tras largas horas


en las cuales lo único que hizo fue sentir cómo su mundo caía
a pedazos y se desmoronaba por dentro.

Porque cuando él pensó que estaba salvándolo, simplemente


lo dejó pudrirse.

290
Epilogo:
4 de Enero de 1999.

Harry se aclaró la garganta, para luego soltar un suspiro y


arreglarse apenas un poco la camisa. Sus rizos estaban siendo
atacados por el leve viento del mediodía.

El día era hermoso, pero sus pensamientos le decían que ser-


ía aún más hermoso si estuvieran juntos.

Colocándose los lentes de sol negro, se metió dentro del co-


che, para comenzar a conducir por la ciudad de London.

La nieve había cedido, como si el propio mundo se hubiese


complotado para que todo saliera perfecto. Harry suspiró,
mientras aparcaba el auto y salía de éste, para luego comen-
zar a caminar puertas adentro del cementerio.

Vestía un traje negro, pero llevaba una flor blanca en el bolsi-


llo donde normalmente iría un ''pañuelillo''. Sus zapatos
apretaban, no porque le quedaran chicos, sino porque había
un peso emocional que hacía que éstos se apretaran contra
sus pies e incluso fueran más difíciles de mover que de cos-
tumbre.

Él no quería entrar a ese lugar en donde la paz reinaba y el


mundo iba a ''ver'' a quienes físicamente se habían ido.

291
Tras dar unos cortos pasos y apenas adentrarse, algo lo retu-
vo. No quería, su mente le decía que no, su cuerpo no quería
cooperar. Pero se forzó y se mordió los labios cuando sintió
ganas de llorar.

El chico de los ojos verdes, los cuales ahora no tenían ni un


rastro de brillo por emoción o esperanza, continuó caminan-
do, forzándose a él mismo constantemente.

Justo como la primera vez… como aquella en la que siendo


incluso más joven tuvo que afrontar que él era quien debía
organizar el funeral de su abuelo.

Harry frunció el ceño, fingiendo estar enojado o consternado,


sólo para pretender que no estaba dañado, triste, desgarrado.
Suspiró, observando cómo sus piernas se movían torpes por
el camino de cemento.

Caminó y caminó, sintiendo el viento remover sus cabellos


color chocolate, y por un segundo pensó que nada de lo que
había sucedido sucedió.

Por esos escasos segundos Harry pensó que la promesa de un


‘‘¿Y si vamos a tomar un café juntos?'' aún estaba presente
para ese día. Y que no estaba yendo a despedir a quien había
robado sus suspiros.

Pero el camino hasta el destino se acortó más de lo esperado,


y pronto Harry notó que esa promesa, la de ir a tomar un café
juntos, a caminar y tomarse de las manos, sólo para despejar-
se de la monotonía, no podría existir nunca más.

292
Porque el tiempo había pasado, el café se había enfriado, y las
calles estaban demasiado grises como para ser recorridas.

El chico de los tristes ojos verdes y alma robada suspiró,


mientras se acercaba hasta el moreno de cabellos negros y
ojos un tanto hinchados, para abrazarle y aferrarse a él.

—Lo siento, lo siento, lo siento tantísimo— susurró Hassar


mientras le daba fuertes palmadas a la espalda de Harry. —
Lo siento— susurró nuevamente, mientras se deslizaba hacia
atrás, alejándose y dándole un apretón a su hombro.

Harry simplemente sonrió de lado, mientras negaba y bajaba


la mirada.

—Él está bien ahora— fue lo único que dijo mientras levan-
taba la mirada y volvía a esforzarse para pintar una leve y
vaga sonrisa de lado entre sus labios de color sandía.

Los ojos del chico de cabello negro y peinado hacia arriba


estaban notablemente hinchados, pero reflejaban sinceridad
y dolor, al igual que todos los demás ojos que habitaban el
verde césped del cementerio más pagado de Londres.

Y es que Harry había despilfarrado una fortuna en hacer del


funeral de Louis el más precioso y especial. Bien sabía que el
dinero era lo de menos, porque ya no lo tendría para invertir-
lo en él, pero por lo menos le daría una merecida despedida.

Había tres filas de cinco sillas frente a un ataúd. El cual estaba


cubierto de flores.

293
Y Harry no pensó que mucha gente iría, pero lo cierto fue que
cuando levantó la vista para encaminarse al ataúd, había
muchísimas más de las que él consideró o imaginó.

Louis nunca le había contado sobre sus amigos o compañe-


ros, porque la verdad era que desde que se había instalado en
su antigua y destrozada casa no había hecho ningún amigo.

Pero allí, en el cementerio Kessington, había alrededor de


unas treinta personas, o más... Ex-compañeros de la secunda-
ria, ex-amigos, compañeros de trabajo e incluso ex-
compañeros del ejército.

Las piernas del chico de los rizos temblaron y su garganta se


cerró, porque él tenía razón. Louis era amado.

Un chico de cabellos rubios se acercó hasta el rizado.

—Soy Aiden Quinn, nos conocimos en el cumpleaños de


Louis…—dijo, mientras le tendía la mano a Harry para
estrechársela.

Él aceptó la pálida mano del rubio, y apretando los la-


bios, se unieron en un abrazo, para luego partirse en
llanto. Recordaba la fotografía que les había tomado, y
los ojos llenos de brillo de su novio…

Varios minutos después, el abrazo se rompió.

Con la nariz irritada a causa de las ganas de llorar, él se posi-


cionó junto al ataúd y posó una mano sobre éste. Estaba tan

294
lleno de flores y color que no podía imaginar que dentro, la
fría e incolora piel del hermoso chicos de ojos azules, cabellos
lacios color chocolate, contextura pequeña y cuerpo curvilí-
neo descansara dentro.

Las ganas de vomitar tomaron posesión del cuerpo de Harry,


pero resignándose a perderlo todo, éste se irguió y quitó los
anteojos, revelándose a aquél montón de personas sus verdes
y lastimados ojos.

Los cuales tenían enormes bolsas ojerosas. Pudo escuchar


cómo algunas personas susurraban una exclamación por su
aspecto, pero lo ignoró.

Se veía deteriorado, su piel era más pálida, en las bolsas y


alrededor de sus ojos, unas manchas difuminadas de color
rojo se hallaban y en su mejilla, una gran cicatriz de tres líne-
as se lucía, orgullosa por el destrozo en la suave piel del riza-
do.

Harry suspiró, para luego aclararse la garganta. Bajó la mira-


da por unos segundos, para luego observar con atención a las
personas que había allí.

Mujeres adultas, jóvenes y hermosas chicas con el maquillaje


corrido le miraban con expresión de dolor. Y había tanta gen-
te que mucha se mantenía parada, porque no había sillas
libres.

Hassar no tardó mucho en acompañarlo. Plantándose frente a


la multitud y junto a Harry, él simplemente comenzó a mur-

295
murar palabras llenas de sentimientos, en sus ojos los senti-
mientos se desbordaban.

—Soy…Soy Hassar. Era compañero de trabajo de Louis.


Yo…no soy de esos que alaban a las personas una vez que
mueren, porque creo que es algo hipócrita. M-me gustaría
hablarles sobre Louis, únicamente porque él lo mere-
ce...Merece que hablen de él…—la voz le temblaba genuina-
mente.

— ¿Saben? Louis siempre llegaba temprano al traba-


jo…Siempre estaba antes que yo. Y cuando le llevaba donas y
café el siempre tomaba las donas más simples, y nos dejaba
las más ‘’cargadas’’ a Merlín y a mi —soltando una pequeña
risa nostálgica, Hassar miró el ataúd con una tristeza tan
fuerte que llegaba a ser física—, Louis era una persona ce-
rrada, nunca me hablaba…Y cuando lo hacía siempre res-
pondía con ‘’sí’’, ‘’no’’, ‘’está bien’’.

Él parecía asustado del exterior…Como si algo lo hubiese


dañado por dentro hace mucho tiempo. P-pero en esa pe-
numbra…Él apareció —su mirada se levantó apenas un poco,
y los ojos color miel se posaron sobre los verdes—, Harry
apareció una mañana, preguntándome por él…Y me resultó
raro, porque pensé que Louis no tenía amigos.

Cuando me contó que estaba enamorado de él y que temía


perderlo acepté ser parte de su farsa, p-pero ninguno de us-
tedes puede imaginarse la hermosa sonrisa que Louis tenía
cada vez que veía a Harry.

296
No saben cómo su rostro pasaba de ser un alma perdida a
una llena de vida y emoción…

Cuando Harry llegó Louis cambió radicalmente. Comenzó a


sonreír muchísimo más…Dejó de parecer que le tenía miedo
a todos, e incluso me hablaba mucho más de lo común.
Yo…veía que los dos se amaban, y la verdad es que se veían
felices. Demasiado felices…

Sé que Harry fue una buena influencia para Louis, porque lo


devolvió a la vida. Y gracias a él, pude conocer a una persona
extremadamente…diferente. Porque él era diferente, pero de
esas personas que realmente son diferentes…

Lo único que puedo decir ahora es, gracias Harry, por soste-
nerlo…Por cuidarlo, pero lo más importante; gracias por de-
volverle la felicidad que alguna vez le robaron…—tras lim-
piarse las lágrimas que deslizaban sus mejillas, Hassar giró
suavemente hacia Harry, para así colisionar contra su cuerpo
y abrazarlo lo más fuerte posible.

Lo apretó y acarició sus rizos, dándole fuerza con pequeños


signos físicos, para finalmente marcharse.

Tras el abrazo, el rizado tuvo que armarse de valentía y fiere-


za, para luego pararse junto al ataúd de su novio.

Era increíble que en esa gigantesca caja estuviese el curvilí-


neo e imperfecto cuerpo de su pequeño…

297
—Hola— habló Harry, mientras se forzaba a él mismo a no
llorar y sentía cómo el viento corría contra su ser. —Mi
nombre es Harry, y yo soy el novio de Louis. Y sí…Soy, por-
que… —soltó un pequeño suspiro, con los ojos cristaliza-
dos—, porque la muerte no es un obstáculo para el amor.

Se relamió los labios y sintió cómo un dolor rodeaba su gar-


ganta para ahogarlo. Volvió a aclararse la garganta.

—Me gustaría comenzar contándoles mi historia con Louis.


Él y yo nos conocimos por teléfono —Harry se permitió a él
mismo sonreír ante el recuerdo de la aguda voz del chico de
ojos azules—, él...Llamó la primera vez el primero de Diciem-
bre de 1998, y dijo que la vida que tenía no era la que él de-
seaba.

Yo trabajaba en una línea de asistencia al suicida en ese mo-


mento, y por un segundo pensé que sería otra típica conver-
sación en mi noche de trabajo, pero el tono asustado con el
que él me habló...

Nunca había escuchado a alguien hablar de esa forma.


Y...Cuando pensé que Louis iba a quedarse conmigo hablando
toda la noche, simplemente cortó.

Y-yo...Pensé lo peor, pero la siguiente noche llamó y sentí que


todo estaría bien. Me obsesioné con aquel muchacho que
tenía la voz aguda, y busqué todo de él, porque quería saber
quién era, quería verle físicamente.

298
Porque algo me gritaba que él era diferente a los demás lla-
mantes. Y en efecto lo era.

Lo conocí personalmente en un hospital. Y cuando lo vi me di


cuenta de que sí, diablos, sí. Era más hermoso que su voz.

Con esos ojos celestes y esa mirada perdida, con ese tono
inocente en la voz. C-con ese...ese aspecto de temerle a la
gente y estar herido como un pequeño cachorro...—Harry
suspiró, mientras tragaba saliva y sentía las primeras lágri-
mas derramarse por sus mejillas—, Louis...Louis era como
esas muchachas que tratan de adaptarse a las normas socia-
les, de la misma forma en la que… ¿Han visto esas chicas de
preparatoria que hacen dieta para entrar en su vestido de
promoción? De esa forma Louis trataba…

Louis era…como esas muchachas que se emborrachan todos


los fines de semana, sólo porque entre días de semana les fue
mal.

N-no digo que sea malo, pero él era como ellas...p-poco usual.

Sé que Louis...—el chico de los rizos suspiró, mientras toma-


ba aire y retiraba unas cuantas lágrimas de sus vivos y verdes
ojos—, sé que él se preguntaba millones de veces si era sufi-
cientemente invisible y desapercibido para encajar en la so-
ciedad, porque sé que no quería que lo notaran.

E-él era, él jugaba a la ruleta rusa con la muerte cada día,


aunque se prometió que no volvería a pensar en ella, o en

299
tratar de llegar a ella. Porque sé pensaba inconscientemente
en la muerte, y en cómo tratar de desaparecer sin dolor.

¿Saben? Todos sabemos que las marcas en nuestra piel, nues-


tras experiencias o nuestras orientaciones no nos defi-
nen…No nos etiquetan como personas.

Y aunque Louis lo sabía él trazaba millones de líneas en su


piel, tratando de librarse de su pasado, de su historia y de
toda la mierda que le tocó vivir...

Louis…Louis se purgaba pensando en la muerte y en cuando


llegaría a él…Cortándose, quedándose cada día recostado y
mirando a la nada…Hundiéndose más en la depresión que le
sofocaba

Esa, era su maldita purga…¿Acaso el sentimiento no nos lle-


na? ¿No es algo que hacemos para luego sentirnos bien?

Él...Él estaba tan obsesionado con la muerte. Y no puedo en-


tender por qué...No lo entiendo, simplemente no —Harry se
permitió a él mismo soltar una risa irónica, mientras negaba
con la cabeza.

—Algunas personas tienen más agallas que otras, pero las


personas como Louis, aquellas que son solitarias, cerradas.
Aquellas que están heridas, confundidas, las que son insegu-
ras y se sienten con miedo, nunca se disparan para aliviar el
dolor.

300
Estas personas toman pastillas para calmar su dolor, o algo
que les mate por dentro y no por fuera, aún esperando estar
presentables en la morgue, para que nadie vea rasguños, cor-
tes, o alguna otra imperfección en su piel, para que nadie más
se fije en sus defectos físicos...

Aun deseando que las personas que las llorarán las vean
atractivas.

Louis coqueteó con la muerte infinitas veces, no dándose


cuenta de que cada vez que grababa una nueva marca en su
piel, se estaba acercando más al abismo.

Y... ¡y él sabía muy bien cómo convertir sus muñecas en un


asqueroso campo de batalla! ¡Su cuerpo merecía más que ser
destrozado por guerras colaterales provocadas por nada más
que su propia mente! —Harry se encontró a él mismo gritan-
do, con los ojos rojizos y llenos de lágrimas que ardían y se
deslizaban desde sus mejillas.

Incluso manchando la blanca camisa que se encontraba


usando.

—Louis… Louis sólo sabía de qué forma existir solamente


cuando era deseado por otras personas. Y...las personas como
él son difícilmente deseadas.

Porque son un desastre dentro de sus casas, porque no saben


de qué forma existir, ser felices, o siquiera sonreír, porque la
mayoría de las personas ajenas a su dolor las consideran
desequilibradas, locas, extrañas.

301
Y nadie quiere relacionarse con gente así…Enferma, lo-
ca…Etiquetada por patanes que no ven nada más que los
efectos colaterales del sufrimiento.

Harry suspiró sonoramente. Se le dificultaba el hablar. Y las


náuseas en su estómago no hacían nada más que empeorar la
situación…Era el funeral de su novio, su maldito novio.

—Sé que Louis pasaba las tardes ebrio del dolor y la tristeza,
esperando que un día, al salir de su casa, alguien le encontra-
ra y le dijera lo bien que se veía, lo lindo que era, o incluso
que hizo bien al tratar de comenzar desde cero.... O, no lo sé,
que estaba llevando su vida bien.

Harry se giró, mirando al ataúd y aún con su mano posada en


él.

—Y déjame decirte, que lo hiciste de la mejor manera, mi


amor…— murmuró con la voz quebrada.

Tragó saliva, haciendo fuerza con la garganta para quitarse


esa soga invisible que le ahorcaba.

—P-pero... ¿saben? Una de las últimas mañanas que pasé con


él, lo vi despertar. Y puse mis manos alrededor del defectivo,
desnudo, perfecto, adorable y aniñado cuerpo de mi novio...Y
en ese momento recordé la primera vez que toqué su cuerpo
con el propósito de conocer y aprender todo sobre él.

Lo toqué...Lo toqué y puedo decir que su piel era lo más sedo-


so y perfecto que había sentido en años…Y me dieron más

302
ganas de continuar tocándolo, porque la grisácea luz que se
colaba por las cortinas y se posaba sobre él hacía que se viera
mucho más precioso de lo común, y el polvo que siempre hay
en mi casa bailaba en los rayos de luz de la misma manera en
la que mi corazón latía cada vez que lo veía, abrazaba y escu-
chaba su voz.

Lo toqué con más de un propósito.

Su...su cuerpo era lo más hermoso y único que había conocido


o siquiera tocado desde mi nacimiento.

Y quise que la nitidez en su espalda volviese, porque cada vez


que lo acariciaba y sentía las cicatrices en su piel pensaba en
aquellos árboles con ramas carbonizadas pero que aún respi-
ran, baleados y a duras penas, pero respiran...

Me pregunté a mi mismo cómo diablos se sentiría volver


después de todo lo que mi novio, mi bebé, mi luz ente la oscu-
ridad, sintió y vivió.

Porque cuando toqué sus cicatrices la primera vez que le hice


el amor, sentí un puto incendio forestal emanar desde sus
cicatrices.

Y no quiero imaginarme lo que él sintió cuando besé aquellas


asquerosas marcas en sus muñecas después de encontrarlo,
casi totalmente destruido, en el baño de su casa, la cual des-
trozaron por únicamente....Ser homosexual.

303
P-pero, sé que para él, aquél incendio forestal en sus muñe-
cas eran las señales de humo más significativas que había
visto o incluso creado.

Sé que estaba destruido, que no quería luchar, p-pero, ¿sa-


ben? Amé a Louis de la forma en la que una madre primeriza
ama los inocentes y rosáceos pies de su bebé recién nacido.

Y por eso le rogué, aquella noche en la que vi cómo el brillo


en sus ojos ya no existía y él se iba cada vez más lejos, que lo
amaba, y que recordase que eso era importante —las piernas
de Harry temblaban sin descontrol, su corazón se hinchaba a
cada palabra y el estómago le explotaba cual volcán recién
despierto.

Harry guió su mano libre hasta su pecho, para luego recorrer


su clavícula.

Se tomó unos segundos, en los cuales escuchó los llantos aje-


nos de todas esas personas que habían ido con el sólo propó-
sito de decirle adiós a un ángel que de alguna forma había
enseñado a cada uno a lidiar y aguantar.

El chico de los rizos desprendió los primeros botones de su


blanca camisa, para luego introducir sus dedos dentro de ésta
y tantear aquella piel modificada y penetrada con tinta. Pasó
sus yemas por ésa eterna marca, delineando las letras y di-
ciendo la voz dentro de sus pensamientos.

304
Estaban unidos, en ese momento y para siempre…Sus pieles
lo gritaban. Sus almas lo reconocían…Sólo que no podían
emanar aquel brillo enamorado por sus orbes…

—Mi novio valía más que quienes se atrevieron a dañarlo a lo


largo de su vida, más que cualquier cuerpo luchando por pro-
clamarse entre las oscuras sombras de la maldad. ¡Louis valía
más que el capricho y constante sed sexual de su ex-pareja, o
el error de su abuelo al castigarlo y azotarlo cada noche por
ser como era!

¡Él no valía menos siendo heterosexual que homosexual!


¡Louis no merecía el abuso que sufrió durante sus años de
servicio al Ejército del Reino unido, donde lo usaron como un
artefacto sexual infinitas veces hasta destruirle emocional-
mente! ¡Corrompieron a mi novio de la forma más asquerosa
e insana posible!

¡Valía más que las personas que se dejaron llenar de odio


para destruir su casa y matar a su gato! Y es por eso… —
Harry levantó la mirada, sintiendo cómo las lágrimas saladas
le caían por las mejillas, y miró al cielo, contemplando cómo
las hermosas y blancas nubes aún seguían allí—, que ahora
miro al cielo y lo recuerdo con el corazón totalmente sensi-
ble, y por Dios, sé que tendré que seguir adelante.

Y sé que lo haré, s-sé que probablemente me case con otra


persona y llegue a tener un niño con alguien más, ¿pero él?

¡Él seguirá vivo para mí! ¡No pretendo olvidarlo jamás! ¡No
pretendo olvidar que lo vi morir entre mis brazos por

305
ese…Ese veneno para ratas! ¡No pretendo dejar de amarlo
jamás! S-sólo procuraré que se fue de viaje por un largo
tiempo, y que me dejó la tarea de aprender a vivir sin él.

Pero me gustaría que todos ustedes recordaran a Louis como


un héroe. Sé que él no salvó vidas como un bombero, o no
encontró la cura para una enfermedad terminal, p-pero me
gustaría que fuera así...P-porque mi novio...Mi novio conoció
el rechazo de todos. Sólo por nacer enfermo, cómo ellos le
metieron en la cabeza.

Y yo nací enfermo también, pero nunca jamás me arrepentiré


de ésta enfermedad, la cual me permitió enamorarme, ser
amado, y amar a ese chico de ojos azules y aspecto débil.

Esa enfermedad que me concedió ésa muerte inmortal de la


cual Louis también gozó.

Porque s-ser homosexual en ésta vida, consiste en matar tus


sentimientos y alma, pero sin matarte físicamente. Justo co-
mo hicieron con mi novio.

Sólo que él se cansó de vivir muerto— con el corazón roto y


la garganta seca, Harry bajó la cabeza, terminando su discur-
so, y repitiéndose a sí mismo el recuerdo de su pequeño re-
citándole las sagradas palabras que adornaban sus cuerpos
para siempre, ‘’Always in my heart’…

Muchas frases más se le cruzaron en la mente…Sobre todo


una realmente significativa.

306
‘’Gracias por la linda noche. Hagamos que dure’’…

El día 14 de Enero de 1999, un grupo de personas que


se identificaban como homófobas y pertenecientes a sectas
donde se predicaba el odio a razas distintas, discapacitados y
homosexuales, fue detenida en una comisaría de Londres,
para luego ser juzgada los tribunales de Gran Bretaña, y fi-
nalmente, condenados a cárcel.

Cinco de esas personas, habían confesado haber des-


cuartizado mascotas y destrozar más de 20 casas pertene-
cientes a ciudadanos homosexuales. Esas personas, fueron
denunciadas por Harry Howell, quien descubrió a los causan-
tes de la muerte de Félix y el destrozo del hogar de su novio.

Fin.

307
Agradecimientos:
A ésta altura, lo que menos se quieren leer son los agra-
decimientos. ¿No? Lo entiendo perfectamente…

En primer lugar, me gustaría agradecerle a Cami Alarcón.


Ella siempre estuvo ahí apoyándome e incitándome a que
continuara con mis novelas (No quiero presumir, pero ten-
go a la mejor persona en mi vida).

Me encantaría agradecer a las chicas de ‘’HSLCM’’, quie-


nes me dieron ese primer empujoncito para publicar ésta
historia.

Gracias a todos esos íconos musicales que me supieron


inspirar con su música.

Gracias a mamá, quien no sabía que las citas que le leía


fingiendo emoción eran citas que sacaba de ésta propia
novela.

Gracias a mi abuelita, simplemente por existir.

¿Y cómo voy a olvidarme de las lectoras iniciales? Ellas,


que leyeron ésta historia cuando la ortografía y la narra-
ción no tenía sentido alguno.

Gracias a ellas...

308
Y por último, pero no menos importante…Gracias a Harry
Styles y Louis Tomlinson, por inspirarme y siempre ayu-
darme a escribirle al amor.

Por ayudarme a creer en el amor cuando todo lo que me


quedaba era tristeza, y por poner en mi camino a una per-
sona muy hermosa.

‘’No está mal ser de la manera en la que sos’’.

-Puwu.

309
Índice
Línea Suicida .............................................................................3
Primera noche: .........................................................................4
Segunda noche: ..................................................................... 11
Tercera noche: ....................................................................... 24
Cuarta noche: ........................................................................ 34
Quinta noche: ........................................................................ 49
Sexta noche: .......................................................................... 64
Séptima noche: ...................................................................... 77
Octava noche: ........................................................................ 87
Novena noche:....................................................................... 96
Decima noche: ..................................................................... 105
Undécima noche:................................................................. 120
Duodécima noche:............................................................... 137
Decimotercera noche: ......................................................... 150
Decimocuarta noche: .......................................................... 163
Decimoquinta noche: .......................................................... 174
Decimosexta noche: ............................................................ 194
Decimoséptima noche: ........................................................ 209
Decimoctava noche: ............................................................ 221
Decimonovena noche: ......................................................... 239
Vigésima noche: .................................................................. 251

310
Última noche en el mundo: ................................................. 265
Epilogo: ................................................................................ 291
Agradecimientos:.......................¡Error! Marcador no definido.

311

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