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El retorno del sujeto.

Conceptos y representaciones en
la filosofía de Alain Badiou
Dr. Roque Farrán - CONICET Argentina 

Resumen
En este artículo abordaré la cuestión del sujeto tal como es pensada por Alain Badiou,
simultáneamente, en una doble inscripción: por un lado, en cierta continuidad crítica
con la tradición filosófica occidental; y por otro lado, en discusión y litigio constante
con el psicoanálisis. Pero también mostrando la relación de este concepto con los
debates y problemáticas político-filosóficas contemporáneas que se derivan de este
cruce entre discursos. En este sentido, intentaré exponer que existe en Badiou una
perspectiva original sobre el concepto de sujeto (y su complejo modo de
representación), a partir del despliegue de conceptos básicos de la filosofía badiouiana y
de algunas categorías psicoanalíticas, lo cual exige una revisión crítica mucho más
amplia de los ordenamientos discursivos que disponemos para pensar estas complejas
relaciones (matemáticas, ontología, ciencia, arte, política, etc.).

Abstract
In this article I will approach the question of the subject as it is thought by Alain
Badiou, simultaneously, in its double inscription: for one hand, in certain critical
continuity with the philosophical tradition and, for other and, in discussion and litigious
constant with the psychoanalysis. But also showing the relation of this conept with the
contemporary political and philosophical debates and problematic. In this respect, I will
try to expose that Badiou present us an original perspectives about the concept of
subject. I will try to show this by unfolding some of the basic concepts of Badiou´s
philosophy and of psychoanalytic categories, which demands a much more wide critical
review of the discursive classifications that we arrange to think this relations complex
(mathematics, ontology, science, art, politics, etc.).

Palabras clave
sujeto, estructura, acontecimiento, verdades, ontología, psicoanálisis, matemáticas

Keywords
subject, structure, event, truths, ontology, psychoanalysis, mathematics

Introducción
En este artículo intentaré interrogar la originalidad y
pertinencia del concepto de sujeto desplegado en la filosofía
de Alain Badiou. Para ello efectuaré distintos recorridos y
variaciones conceptuales, que involucrarán discursos
heterogéneos con puntos de convergencia y divergencia
entre sí. (1) Primero abordaré una presentación general de
la posición filosófica de Alain Badiou; (2) luego, efectuaré un
breve desplazamiento dentro del contexto más específico
de ciertos debates político-filosóficos actuales; y, por último,
(3) me centraré en el análisis concreto de algunos de los
conceptos básicos de su filosofía, para concluir (4) con un
breve señalamiento sobre la deuda respecto al
estructuralismo. En cada uno de estos puntos el asunto
(sujet, en francés) del sujeto será circunscrito
diferencialmente.
Desde mi punto de vista, Alain Badiou -ese nombre propio y
la obra heteróclita que reúne- es el índice y factor de
un acontecimiento que excede, por su
1
naturaleza événementielle (acontecimental) misma, el
ámbito exclusivo de la filosofía francesa al que,
lógicamente, se lo podría intentar reducir; o incluso al de la
“crisis del marxismo” –según cuál sea la orientación teórico-
metodológica del investigador. Soy más o menos
consciente del riesgo que entraña tal afirmación, sobre todo
si se tiene en cuenta que contradice abiertamente lo
enunciado por el mismo Badiou, a saber: que la filosofía no
puede aspirar a producir en su seno ningún acontecimiento
ni puede ser ella misma un procedimiento genérico de
verdad. Es cierto. Badiou no podría dar cuenta de su propia
posición enunciativa, es decir, de aquello que hace
efectivamente al reestructurar el campo conceptual
filosófico. Pero yo –por otra parte, como cualquier otro- sí
puedo hacerlo: me habilita el simple hecho que hablo desde
otro lugar, desde otra posición enunciativa. Así pretendo dar
cuenta que cuando se habla de sujeto, desde esta singular
concepción filosófica, se está irremediablemente implicado
y se corre un riesgo ab-soluto. Como decía Lacan “de
nuestra posición de sujeto siempre somos responsables”.
Para entender que esta posición no se inscribe en una
simple perspectiva subjetivista es que se expondrá el
concepto de sujeto.
A partir de aquí voy a proceder a contextualizar
mínimamente el pensamiento de Alain Badiou; primero, en
relación a cómo concibe él mismo su intervención en el
campo de la filosofía; luego, en relación a un debate
intelectual que lo sitúa indirectamente (o no tanto).

I. Contexto
En la introducción de El ser y el acontecimiento Badiou
efectúa un rápido diagnóstico de situación respecto del
pensamiento de la época: desde Heidegger y el retorno
griego hasta los filósofos anglosajones y la lógica-
matemática; desde Marx y la actividad política hasta Lacan
y la anti-filosofía; todos coinciden en la imposibilidad de una
sistemática especulativa (Badiou, 1999: 9). “Mi intervención
en esta coyuntura consiste en trazar allí una
diagonal”2 afirma Badiou, y señala tres puntos del trayecto:
con Heidegger la cuestión del ser; con la filosofía analítica
la revolución matemática de Frege a Cantor (y Cohen); por
último, con el marxismo y el psicoanálisis una doctrina post-
cartesiana del sujeto ligado a la práctica (política y clínica,
se entiende).
Esta trayectoria espacial requiere además de ciertos
entrecruzamientos temporales. Nos encontraríamos -dice
Badiou- atravesando una tercera época de la ciencia en la
que primaría la racionalidad como “decisión de
pensamiento” (luego de la invención matemática griega y
del corte galileano); una segunda época del sujeto
(escindido, asustancial, descentrado; luego del sujeto
cartesiano auto-centrado); y, por último, un comienzo de la
doctrina de la verdad separada del saber (en ruptura con la
idea de adecuación y de objeto) (Badiou, 1999: 10-11)
Con estas breves demarcaciones, Badiou nos adelanta su
tesis principal: “la ciencia del ser-en-tanto-ser existe desde
los griegos, ya que tal es el estatuto y el sentido de las
matemáticas.” Por lo tanto, la filosofía “circulará” entre esta
ontología, las teorías modernas del sujeto y su propia
historia.
¿Cuáles son entonces las condiciones modernas de la
filosofía? Pues: la historia del pensamiento occidental, las
matemáticas post-cantorianas, el psicoanálisis, el arte
contemporáneo y la política inventiva. La filosofía no puede
coincidir plenamente con ninguna de ellas (lo que sería una
‘sutura’) ni elabora tampoco su totalidad (enciclopedia o
saber absoluto). Hay que enfatizar, por tanto, el papel
circulante (a puro gasto), diagonal, composibilitante de la
filosofía con respecto a los diferentes dispositivos
discursivos señalados. Se tratará de proponer un marco
conceptual común para pensarlos conjuntamente. Así, al
evitar toda ambición fundadora, la filosofía se destina al
cuidado de las verdades singulares de su tiempo.
Por ello es que la filosofía, dirá Badiou, no surge en
cualquier momento histórico. Es en Grecia donde
convergen simultáneamente la invención del matema, el
poema (y su interrupción), el amor y la política democrática
(Badiou, 2007: 13). Todos ellos procedimientos genéricos,
verdades o pensamientos que se originan en un
acontecimiento: algo imprevisto, excepcional, contrario tanto
al saber reglado como al estado de cosas. Lo paradójico de
estas verdades, que surgen de lo novedoso y suplementario
a la situación, es que tocan su ser más estable: lo originario.
Pero esto es lo no sabido (l`insú), lo que hay que pensar
cada vez. Hay aquí en juego una serie de conexiones
topológicas, de inversiones y pasajes insólitos entre
anverso y reverso donde lo extraño (lo novedoso) deviene
familiar y lo familiar (el estado de cosas) se torna extraño; o
para decirlo en términos freudianos: lo unheimlich. Badiou lo
piensa en términos matemáticos: lo ‘originario’ es el orden
más riguroso, antepredicativo, cuyo esquema ontológico
son los múltiples ordinales.
Desde mi punto de vista, quizás lo más interesante y a la
vez problemático del planteo badiouiano es cómo logra
articular la multiplicidad de verdades singulares con la
unidad de pensamiento que ofrece la filosofía. La operación
específica consiste básicamente en una inversión de las
relaciones que históricamente ha establecido la filosofía con
las demás disciplinas: ciencia, política, arte, amor. Habilita
un pasaje desde los dispositivos de subordinación (división
regional, normativas, teleologías, etc) a la idea de
‘condición’, donde cada procedimiento singular subordina
ahora al discurso filosófico. Veamos cómo expresa en este
otro párrafo cuál sería, bajo estas condiciones, la tarea de la
filosofía: “proponer un espacio conceptual unificado, donde
encuentren su lugar las nominaciones de acontecimientos
que sirven de punto de partida a los procedimientos de
verdad” (Badiou, 2007: 17)
Lo que no explicita Badiou, es la conformación
necesariamente irregular y topológica –según mi punto de
vista- de esta disposición espacio-temporal (y conceptual);
es decir, un ordenamiento que admita movimientos
complejos de reestructuración sucesiva y retroactiva donde
los diferentes estratos discursivos se atraviesen y
yuxtapongan sin confundirse, no sólo diferenciándose en
niveles claros y distintos. No puede tratarse, por tanto, de
una estructura geométrica rígida, ni jerárquica, al modo de
las grillas clasificatorias de un saber enciclopédico que
encuentra siempre, para cada hecho singular, su lugar
lógico con lo cual finalmente lo destruye. Pero tampoco
puede ser un procedimiento caótico, desordenado o
ecléctico.
La filosofía de este modo piensa su tiempo a partir de la
puesta-en-lugar-común de los procedimientos genéricos de
verdad y, sean cuales sean sus operadores conceptuales,
los piensa ‘conjuntamente’. No propone una verdad de la
cual se derivarían por deducción todas las demás, sino la
reunión de las múltiples verdades en un tiempo único, en un
cruce simultáneo entre singularidades irreductibles. Los
operadores conceptuales filosóficos son dispares,
heterogéneos, tanto como los acontecimientos y verdades
que composibilitan, y no admiten las totalizaciones
enciclopédicas de un “lenguaje universal”. Escribe Badiou:
“La filosofía debe inventar categorías conceptuales en cada
ocasión y renovarlas de manera que propongan un espacio
de pensamiento donde los acontecimientos singulares que
ocurren en tanto verdades se dejen pensar como
composibles”3
Pasemos ahora al debate sobre el sujeto en clave político-
filosófica.

II. Historia intelectual


Existe un debate intelectual, bastante reciente por cierto, en
torno a la idea de ‘retorno del sujeto’4. Lo cual nos evoca
inmediatamente la figura de algo que volvería desde algún
lugar indefinido situado en el pasado. Sin embargo, hay
otros modos de pensar la idea de retorno y asimismo la
de temporalidad; modos que también entran en juego al
momento de pensar el concepto de sujeto implicado
(pensemos en el eterno retorno nietzscheano, el retorno de
lo reprimido freudiano, el automaton aristotélico, etc.). La
cuestión de la temporalidad es funda-mental en este
contexto de discusión; ya volveremos sobre ella.
Aquí la disciplina conocida como Historia intelectual intenta
brindar algún mínimo rigor conceptual al marco epistémico
en que se despliegan estas discusiones.
Palti analiza el ‘retorno del sujeto’ desde la perspectiva de la
Historia intelectual. Sigue allí al Foucault de Las palabras y
las cosas para delimitar distintas epistemes y umbrales de
historicidad en torno al concepto de sujeto. La metodología
de la Historia intelectual consiste, básicamente, en detectar
anacronismos conceptuales e inconsistencias en aquellos
planteos teóricos que aplican conceptos actuales a
contextos epocales distintos (mitología de la prolepsis), o a
la inversa: utilizan conceptos cuyos estratos de saber ya no
se sustentan para pensar problemas actuales (mitología de
la retrolepsis). Esto permite marcar cierta vección
(Bachelard), establecer posibilidades e imposibilidades
entre las distintas formaciones conceptuales sin recurrir a la
idea, también anacrónica, de progreso o evolución de las
mismas.
Palti además de resaltar la diferencia entre episteme clásica
y moderna que elabora Foucault en su diferencia con
Heidegger, propone una nueva ruptura en los regimenes de
saber estudiados que no habría sido captada por el propio
Foucault, al encontrarse éste en el mismo punto de inflexión
o pasaje entre una episteme y otra. Se trata, por un lado, de
la ruptura con la epistememoderna que comienza con lo
que Palti llama la “Época de las formas” (a fines del siglo
XIX), cuando cae la idea central que organizaba aquel
régimen de saber: la idea de evolución como un proceso
lineal de despliegue continuo orientado por causas finales.
Y, por otro lado, con la disolución de esta misma “Época de
las formas” y la oposición tensionada entre fenomenología y
estructuralismo, a mediados del siglo pasado. Esta
recomposición general de los regímenes de saber está
centrada en torno al concepto de acontecimiento y la
posibilidad de pensar conjuntamente razón y cambio
(estructura y formas de vida), es decir, de manera intrínseca
y no opositiva, superando la dicotomía entre fenomenología
(el sujeto como acción intencional) y estructuralismo (el
sujeto como efecto de estructura). Aquí Palti menciona
principalmente a Derrida y su elaboración filosófica de la
dislocación interna de toda estructura discursiva, llevando
aún más atrás la auto-reflexión fenomenológica husserliana
mediante la identificación de un centro vacío (khöra) en el
punto de cruce entre sentido y sinsentido, etc.
Sin embargo, más acá de Derrida los autores llamados
“marxistas posestructuralistas” intentan pensar modos de
articulación positiva de la brecha ontológica. Laclau por
ejemplo, a partir de una ontología lingüística donde la
objetividad es construida por medio de mecanismos
retóricos, busca articular la instancia vacía del universal (el
hecho de que no haya significados trascendentes) con un
particular dislocado de la lógica de las diferencias; elabora
así los conceptos de “antagonismo” y “articulación
hegemónica”5 (Laclau, 1987 y 2007). Žižek, por su parte,
intenta pensar esta dislocación estructural a partir del
‘síntoma’ como exceso singular que trastoca la lógica
particular-universal; y en uno de sus últimos libros: Visiones
de paralaje (Žižek, 2006) tematiza esta misma idea
del real lacaniano a partir de la brecha de paralaje,
rastreándola en diferentes discursos (física cuántica,
neurociencias, literatura, filosofía, etc.)6. La brecha de
paralaje consistiría en la no coincidencia del Uno consigo
mismo, la tensión irresoluble entre dos opuestos que no
tienen nada en común y sin embargo están estrechamente
vinculados, como los dos lados aparentes de una banda de
Möebius. No hay identidades positivas sustanciales –dice
Žižek -, el filósofo circula en los intersticios discursivos,
diagonaliza las diferencias particulares, articula un ‘singular
universal’ atravesando la mediación del particular. Su
cercanía a Badiou es indudable.
Es decir que para el post-estructuralismo “la radical
historicidad de los sistemas sociales” queda sujeta a un
modo de concepción en la que éstos nunca se encuentran
completamente autorregulados, “sino que en su centro se
encuentra un vacío, lo que determina su permanente
disyunción respecto de sí mismos […]Desde esta
perspectiva, ya no cabría concebir al ego, en tanto que
agente del cambio, como algo previo a las estructuras (el
puro acto institutivo de sentido), pero tampoco como un
mero efecto de estructura, como postulaba el
estructuralismo, sino, más bien, como un efecto de des-
estructura” (Palti, 2003: 45) La temporalidad, finalmente, ya
no será en este nuevo régimen de saber algo que a las
Formas les venga “desde afuera”, sino que se alojará en su
interior, en su simultánea necesidad-imposibilidad de
constituirse como objetividad auto-contenida.
Laclau dice en una entrevista reciente: “Es por eso que
quisiera poner en cuestión el carácter excluyente de las
alternativas que tú planteas –o bien la subjetividad como el
efecto pasivo de las estructuras, o bien la subjetividad como
autodeterminación. Esta alternativa permanece
enteramente dentro del contexto de la concepción más
tradicional de la identidad […] Es por eso que la pregunta
acerca de quién o qué hace transformar las relaciones
sociales no es una pregunta pertinente. No se trata de que
“alguien” o “algo” produzca un efecto de transformación o
de articulación, como si la identidad productora fuera de
alguna manera previa a ese efecto. Por el contrario, la
producción del efecto es parte de la construcción de la
identidad de agente que lo produce”7. Hay aquí en juego
una lógica recursiva: el agente produce en parte el efecto
pero éste a su vez genera retroactivamente la identidad del
sujeto.
Más allá de las pequeñas diferencias que se puedan
presentar entre estos autores, el punto álgido al que todos
ellos apuntan son las posiciones extremas más relativistas.
Apenas voy a mencionar la discusión, sólo quiero situar, en
un breve desplazamiento, la ineludible problemática que
plantea el concepto de sujeto y su incansable retorno.
El debate, entonces, se centrará alrededor de la idea
prevalente que, tras las posiciones relativistas
posmodernas, herederas de la ‘muerte del sujeto’, se
difumina toda posibilidad de cambio histórico-político y
emancipación; por lo tanto se propone volver a tematizar el
concepto de sujeto moderno y lo que allí habría quedado
impensado. Según Manfred Frank, en un artículo titulado
What is neostructuralism? (citado por Palti), Foucault no
habría dado con la definición verdadera del sujeto moderno:
“la teoría del cogito no reflexivo”. De este modo, Frank
plantea “…una línea continua desde Descartes y Spinoza, a
través de Rousseau, Fichte, Schelling, Feuerbach,
Kierkegard y Schopenauer, a Darwin, Nietzsche, Marx y
Freud, todos los cuales, aunque con acentuaciones
diferentes, permiten fundar la autoconciencia del sujeto en
algo de lo que no es él mismo conciente y del que depende
absolutamente” (Palti, 2003: 48).
La crítica que formula Palti a esta concepción histórico-
filosófica es que reúne conceptos de sujeto muy diferentes
entre sí y que, al hacerlo, supone una especie de idea
trascendental-eterna de sujeto que atravesaría distintos
estratos de saber; en lugar de un vínculo contingente entre
aquél, política e historia.
El problema, que no puede reconocer Palti, es que en su
perspectiva historiográfica también existe un trasfondo de
necesidad sobre el cual leer la contingencia; éste es el
saber estratigráfico más o menos ordenado y direccionado
que otorga inteligibilidad a los conceptos analizados
mediante una arqueología de saber. La cuestión
fundamental es, en este sentido, no sólo que hay que
pensar al sujeto sino que la misma posición desde la cual
hoy se piensa está puesta en juego. Debido a la radical
contingencia de todo discurso no hay neutralidad posible, es
decir que el investigador mismo resulta implicado en tal
toma de posición, lo asuma o no. Digamos que, en el orden
discursivo en el que nos encontramos, el arqueólogo forma
parte de los restos estudiados.
Sabemos que todo gesto filosófico de auto-fundación radical
excluye algo, necesita expulsar o rechazar algo sobre lo
cual constituir su fundamento (pensemos en el cogito
cartesiano y la locura); aunque ese ‘algo’ hoy pueda ser
señalado como mero efecto de un encuentro contingente,
azaroso y no como algo sustancial. El problema reside,
entonces, en que no se trata simplemente de oponer eso
excluido a lo propuesto positivamente por determinado
pensamiento (o autor) con el objeto de mostrarle su propia
contingencia, sino de dar cuenta de su reverso impensado
para entender mejor la radicalidad del gesto y sus
consecuencias en lugar de aceptar sus proposiciones
dogmáticamente. Este es el lado estructural (topológico) del
retorno del sujeto.
Veamos más en detalle la propuesta filosófica badiouiana
para entender la originalidad de sus conceptos.
Lo real en la filosofía
Entonces, podemos situar el pensamiento de Alain Badiou
en el contexto específico de “la crisis de la tradición
marxista” (Palti, 2005), y, de este modo, circular en torno al
paradójico concepto de lo real que, en tanto se trata de lo
rechazado, excluido, lo que resiste una completa
simbolización, no permite fijar los términos del desacuerdo
fundamental (Rancière, 1996); aún menos de cualquier
precario acuerdo sostenido mediante el consenso o la
negociación de los términos. Razón por la cual siempre se
está en disputa, incluso entre quienes comparten posiciones
teóricas muy próximas (algo ya clásico en la izquierda). Se
pueden trazar así las vías aporéticas en las que
desembocan la mayoría de las elaboraciones teórico-
políticas actuales.
Pero también es posible estudiar el pensamiento de Badiou
en el ámbito más general en el cual él mismo intenta
inscribirse: el de una crisis producida en el seno de la
filosofía, la cual, según el diagnóstico del filósofo francés, se
hallaría inmovilizada por su propia historia. En el primer
caso –el de la crisis del marxismo- permaneceríamos en el
espacio circunscrito por la Historia Intelectual, y,
subsecuentemente, en el registro de las aporías que
engendra el lenguaje al intentar dar cuenta de lo real en sí
mismo irreductible a lo simbólico. En el segundo caso, nos
veríamos confrontados con la tesis principal de Badiou: el
único discurso que nos permite pensar lo múltiple puro (por
tanto lo real en sus múltiples impasses) sin detenernos en
aporías y juegos de lenguaje -puesto que prescinde del
sentido- es el discurso matemático. Por lo tanto, sólo las
matemáticas pueden considerarse el discurso del ser en
tanto ser. Así Badiou intentará retomar el gesto platónico de
reintrincación de la filosofía y las matemáticas.
Sin embargo, no se trata simplemente de “pitagorizar”, es
decir, no se trata de identificar el ser al número, puesto que
la tesis que plantea a la matemática como ontología no es
una tesis sobre el mundo sino sobre el discurso, nos
advertirá Badiou. Lo cual quiere decir que el discurso más
consistente hasta el momento, para enunciar el ser-en-
tanto-ser, es el que presenta la teoría matemática, porque
acepta intrínsecamente su propia incompletitud; y no porque
le falte algún axioma, sino porque le falta lo “esencial”: la
definición y demostración a priori de lo que es en sí un
múltiple.
En “El ser y el acontecimiento” (Badiou 1999: 36) Badiou se
plantea cómo hacer de la ontología una situación, una
presentación entre otras, sin volver a suturar el ser a lo uno
(operación clásica de toda metafísica). Para resolver este
problema convoca al texto matemático, puesto que se trata
del discurso en el que lo que se presenta es lo múltiple en
tanto tal, sin más predicado que su sola multiplicidad. La
modalidad de escritura que adopta la matemática impide
que se fije un único modo de decir el ser, dado que su
escritura e indagación del dominio del ser múltiple es
incesante, infinita (basta observar la extensa multiplicación
de dominios). Así Badiou, al mostrar que la ontología es una
situación más, entre otras, intenta desmarcarse de posturas
casi místicas como las de Wittgenstein, cercana a las
teologías negativas (reflejada en la famosa frase con la que
finaliza el Tractatus “de aquello de lo que no se puede
hablar es preferible callar”), o Heidegger que postula una
suerte de uno sustraído y la necesidad subsecuente del
retorno de la Presencia (el retorno de los Dioses), del
reencantamiento del mundo, etc. La gran apuesta de
Badiou será sostener, contra todas estas tentaciones
filosóficas, que «la ontología es una situación».
Pero si la ontología ha de ser una situación, y como no
puede haber una sola presentación del ser puesto que el
ser adviene en todas, en cualquiera, entonces «la situación
ontológica es la presentación de la presentación». Se
tratará aquí de lo múltiple puro, inconsistente, ya que en
todas las demás situaciones ónticas lo múltiple es
consistente según su ley de cuenta-por-uno. “Lo que se
necesita es que la estructura operatoria de la ontología
discierna lo múltiple sin tener que hacerlo uno y, en
consecuencia, sin disponer de una definición de lo múltiple.”
(Badiou 1999: 39) Luego agrega “solo la composición
axiomática evita la composición según lo uno” (Badiou
1999: 40). Se trata, en definitiva, de formular una teoría
consistente de la inconsistencia, y de puesta en evidencia
de la inconsistencia ontológica de toda consistencia óntica
particular (deconstrucción de todo efecto de uno).
Se evidencia así una apuesta por la transmisión, ligada a la
formalización y a la invención deductiva, que permite situar
la posición del «maestro» por fuera de cualquier idea de
‘esencialidad’ o de iniciación, del mismo modo que lo hacía
Lacan con sus matemas y nudos. “El ser no es dicho sino
en tanto imposible de suponerlo para toda presencia y para
toda experiencia” (Badiou 1999: 37). Es decir que el ser se
dice, en rigor, en cada situación, no cabe suponerlo para
todo caso. Define, de este modo, la ontología sustractiva en
clara oposición a la ontología de la presencia de Heidegger.
Es interesante seguir el relato que realiza Badiou acerca de
cómo se encontró con la necesidad de formular esta tesis. A
partir de la idea lacaniana, que lo real es el impasse de la
formalización, comienza un recorrido por los textos
matemáticos donde se plantean los problemas más arduos
y complejos. Se percata que él mismo está signado por una
visión logicista de las matemáticas y que el trabajo de
invención matemática excede la mera formalización.
Encuentra el impasse ontológico en el ‘problema del
continuo’ de Cantor, que, según Badiou, se trataba del
“obstáculo intrínseco al pensamiento matemático, que
indicaba lo posible que le es propio y en el que funda su
campo” (Badiou, 1999: 13) Continúa “Llegué a la certeza de
que era necesario plantear que las matemáticas formulan,
respecto del ser, lo que es enunciable en el campo de una
teoría pura de lo múltiple” (Badiou, 1999: 13-14) Es decir
que el rigor o severidad de las matemáticas no le vienen
tanto de su formalismo como de sostener el discurso
ontológico mismo. El corte decisivo es Cantor, con quien
podemos decir: cualquiera sea la prodigiosidad de las
estructuras y objetos matemáticos, se tratará siempre de
multiplicidades puras.
Entonces “las matemáticas no presentan nada fuera de la
presentación misma, sin que por ello sean un juego vacío,
puesto que no tener nada que presentar, fuera de la
presentación misma, es decir de lo Múltiple, y no acordar
nunca con la forma del ob-jeto, es por cierto una condición
de todo discurso sobre el ser en tanto ser” (Badiou, 1999:
15)
Mientras Russell decía que las matemáticas son un
discurso en el que no se sabe de qué se habla, ni si lo que
se dice es verdadero; Badiou invierte esta afirmación,
paradójicamente, recurriendo a una perspectiva
heideggeriana: “Las matemáticas son más exactamente el
único discurso que sabe absolutamente de qué habla: el ser
como tal, aunque ese saber no tenga en modo alguno
necesidad de ser reflexionado de manera intra-matemática,
puesto que el ser no es un objeto, ni prodiga ninguno”
(Badiou, 1999: 17)Y además, cabe decir, su verdad es
integralmente transmisible.
El retorno de la verdad
Badiou sostiene la idea de verdad contra lo que denomina
«sofística moderna», aquí cita a Lyotard y Wittgenstein
como sus principales representantes. El primero «trata de
comprometer la idea misma de verdad en la caída de los
relatos históricos» (Badiou 2002: 54); en este sentido, se
vincula a la crisis del marxismo como meta-relato de la
modernidad que otorgaba inteligibilidad a la realidad social.
Pero, además, Lyotard comparte con Wittgenstein la
caracterización del «sofista» que describe Badiou: «El
sofista moderno quiere oponer la fuerza de la regla, y más
generalmente las modalidades de autoridad lengüajera de
la ley, a la revelación o a la producción de lo verdadero», y
de un modo más cercano a las mismas categorías del
pensamiento wittgensteiniano «Para el sofista sólo hay
convenciones, reglas, géneros del discurso o juegos del
lenguaje» (Badiou 2002: 55) Para el filósofo, en cambio, «la
categoría de verdad es la categoría central». En lugar de
convención, de consenso o negociación, tratará de ligar el
pensamiento a la ruptura, el corte, la separación y, en
definitiva, a las distintas modalidades de invención: arte,
ciencia, política y amor.
Luego de la deconstrucción de los presupuestos
metafísicos, de la desustancialización de la referencia,
ambos procesos posibilitados por el giro lingüístico, Badiou
plantea el «fin del Fin», es decir, reactivar el deseo de
Filosofía, lo que implica «reabrir la cuestión de Platón»
(Badiou 2002: 57) Reapertura que conlleva cierta
precaución: «No por restaurar la figura prescriptiva a la que
la modernidad quiso sustraerse, sino para examinar si no es
de otro gesto platónico de donde nuestro porvenir de
pensamiento debe sostenerse» Como ya se ha dicho se
trata de recuperar como categoría central para la filosofía el
concepto de verdad, que «designa simultáneamente un
estado plural de las cosas (hay verdades heterogéneas) y la
unidad del pensamiento» Esta operación, la más propia del
pensamiento filosófico, es la que Badiou designa con el
neologismo «composibilidad»
Sin embargo, el papel del sofista es fundamental en esta
economía discursiva, por lo que no puede pretenderse su
exclusión absoluta. El sofista es el que nos recuerda que la
categoría filosófica de verdad es esencialmente vacía, sólo
ocupada de modo parcial por el pensamiento conjunto de
las verdades de un tiempo. La «eternidad» o «tiempo
único», en el que se captan las heterogéneas verdades, es
lo que sostiene y elabora el pensamiento filosófico. No
obstante, puede suceder «que la filosofía, abdicando de la
singularidad operatoria de la captación de verdades, se
presente como siendo ella misma un procedimiento de
verdad». Esto es propiamente el «desastre» del que no
pudo sustraerse Platón (en Leyes) al anudar el éxtasis del
lugar, lo sagrado del nombre y el terror de la prescripción de
lo que no debe ser: todo bajo un filosofema; allí ya no había
lugar para el sofista.
Badiou interviene, así, en el mismo campo de la filosofía.
Siguiendo sus mismos conceptos podemos observar que, al
retornar sobre el sitio de fundación de la filosofía «el gesto
platónico», se interpone entre el vacío intra-situacional: la
multiplicidad inconsistente del relativismo filosófico
postmoderno, y el nombre supernumerario, vacío de
significación en la situación presente, el mismo significante
«filosofía».
Es una operación netamente conceptual en la que retoma la
verdad como categoría central, al situar el gesto platónico
para separarse de él en el punto en el que advendría el
desastre: la fijación de un lugar, un nombre y la negación de
lo que no debe ser.
Entre el relativismo sofístico postmoderno y el dogmatismo
neo-positivista o el retorno neo-clásico, se despliega el
pensamiento propiamente filosófico de Alain Badiou.
Mediante la categoría de verdad, y su capacidad de
captación, nos asegura «Este redespliegue integrará y
superará la objeción de la gran sofística moderna» (Badiou
2002: 68)
Así encontramos una posible respuesta a Wahl quien, en el
prólogo de Condiciones (Badiou, 2002), se pregunta cuál es
el estatuto de la filosofía para Badiou. Pues será el de
proponer no sólo un concepto de verdad como multiplicidad,
sino un concepto de sujeto basado en la decisión
axiomática, sin fundamento, de lo indecidible. Donde quizás
más claramente se pueda apreciar esta respuesta, es en el
esfuerzo que realiza Badiou para integrar la lógica
matematizada (teoría de las categorías) en su ontología
(Breve tratado de ontología transitoria y Logiques des
mondes). Allí expone claramente el estatuto de «decisión de
pensamiento» que conlleva la elección, opaca en su
fundamento, de la teoría de los conjuntos como ontología, al
mostrar la diferencia con la elaboración matemática de la
lógica realizada por Frege según el protocolo lingüístico. La
lógica describe los universos matemáticos posibles, pero no
decide ninguno. Es en este sitio donde cobra relevancia la
inutilidad de objetar el fundamento último de la “decisión de
pensamiento” que implica un sistema teórico, y dirigir la
atención, más bien, hacia los múltiples enlaces
conceptuales que éste habilita.
Ahora quisiera presentar sucintamente algunos de los
conceptos que he mencionado al pasar, para circunscribir
mejor la problemática de esta lectura.

III. Algunos conceptos básicos


Estructura. La definición de estructura que da Badiou es
muy amplia, lo suficiente como para hacerla equivaler a los
siguientes términos: ley, cuenta-por-uno, presentación y
situación.
“Llamo situación a toda multiplicidad presentada. Siendo la
presentación efectiva, una situación es el lugar del tener-
lugar, cualesquiera sean los términos de la multiplicidad
implicada. Toda situación admite un operador de cuenta-
por-uno que le es propio. La definición más general de una
estructura es la que prescribe, para una multiplicidad
presentada, el régimen de cuenta-por-uno.” (Badiou, 1999:
34)
Es decir que lo que ‘hay’, el ser, es múltiple, pero como toda
multiplicidad que se encuentra presentada en situación es
contada por uno, lo que ‘hay’ es: múltiples-unos; lo cual nos
hace pensar que antes de ser contadas por uno, las
multiplicidades que hay, debieron ser múltiples de múltiples.
Además de la estructura, que da cuenta de la pertenencia
de los elementos al conjunto, tenemos el término meta-
estructura que da cuenta de la inclusión y redobla la primera
estructura para asegurar la expulsión del vacío
impresentable (múltiples inconsistentes). Meta-estructura es
equivalente a re-presentación, estado de la situación, ley de
cuenta de las partes o subconjuntos. Lo más interesante de
esta diferenciación ontológica entre pertenencia e inclusión
es que nos permite tematizar lo excluido, lo que resiste la
simbolización, de distintas formas según cuáles sean los
términos que se pongan en juego. Esta serie de
equivalencias nos permite efectuar análisis conceptuales en
diversidad de discursos y situaciones (i.e., la dimensión
política del “Estado de situación”).
En principio, la dislocación entre estructura y meta-
estructura es ontológica, refleja el impasse ontológico par
excellence a partir del enigma de la cantidad (la
imposibilidad matemática de deducir el número del conjunto
de partes de un conjunto infinito a partir del número del
conjunto de partida), y de ahí mismo se siguen las distintas
orientaciones de pensamiento, de cuyo
estatuto decisivo intenta dar cuenta el concepto de sujeto
(constructivismo, trascendentalismo, genericismo [¿?], etc.).
Estructura (presentación) y meta-estructura
(representación) configuran las dos operaciones que
ordenan la distribución de las multiplicidades. Ahora bien,
estas multiplicidades pueden hallarse presentadas pero no
representadas; se las llamará entonces “singulares” (el ej.
aproximativo que da Badiou es el de una familia de ilegales,
presentes en la situación –la escena pública- pero sin
representación legal); o pueden hallarse representadas pero
no presentadas; se las llamará “excrecencias” (por ej. la
misma familia puede hallar representación a partir de
organizaciones humanitarias, planes de beneficencia del
estado, etc. pero no la nacionalidad o derecho de
pertenencia a la situación en tanto tal). Es el problema del
término a doble función; ya lo veremos.
Excrecencia y singularidad dan cuenta del modo estático y
atemporal en que la estructura se disloca, por falta o por
exceso. El sujeto, entonces, será tanto el efecto de esta
dislocación como lo que funda su causa retroactivamente al
volver sobre la estructura y darle un nombre a la falla que la
escinde internamente; operación que desde la inherencia
propia de la ley o estructura es imposible.
Esto sólo es articulable rigurosamente en el discurso
matemático (ontológico). Veremos qué sucede en las
demás situaciones ónticas a partir del concepto de
acontecimiento.
Acontecimiento. El acontecimiento es un múltiple que se
presenta a sí mismo en la presentación que él es, lo cual es
imposible en matemáticas debido a las paradojas que se
producen al formular conjuntos que se pertenecen a sí
mismos (paradojas de Russell) o teorías que demuestren
desde sus propios axiomas su validez (teoremas de Gödel).
El acontecimiento es impensable para la ontología, lo cual
no evita que ocurra cada tanto (‘el drama subjetivo del
sabio’ dice Lacan). Desde la filosofía, en cambio, podemos
construir el concepto de acontecimiento a partir de esta
misma restricción o imposibilidad. De este modo, podemos
pensar lo que ocurre en otros ámbitos discursivos donde la
formación de multiplicidades paradójicas no se reflexiona ni
auto-justifica (o por lo menos no necesita hacerlo) sino que
se decide sin concepto; esto es, en los regímenes de
verdad como el arte, la ciencia, la política y el amor.
El sujeto ligado al azar del acontecimiento, del encuentro
contingente, es muy distinto del sujeto “sujetado” a la
necesidad estructural, ya sea de las leyes de la historia o
del orden simbólico en general. Sin embargo, no se trata de
algo mágico o misterioso.
Dice Badiou:
“Debemos señalar que en lo que concierne a su material, el
acontecimiento no es un milagro. Lo que digo es que lo que
compone un acontecimiento está siempre extraído de una
situación, siempre relacionado con una multiplicidad
singular, con su estado, con el lenguaje con el que está
conectado, etc. De hecho, como para no sucumbir a una
teoría oscurantista de la creación ex nihilo, debemos
aceptar que un acontecimiento no es sino una parte de una
situación dada, nada salvo un fragmento de ser.” (Badiou,
2004)
Žižek plantea dar un paso más recurriendo a una analogía
con la teoría de la relatividad a la que suele acudir a
menudo: “no existe nada, más allá del ser, que se inscriba
en el orden del ser –no existe nada salvo el orden del ser-.
Debe recordarse una vez más la paradoja de la teoría
general de la relatividad de Einstein, en la que la materia no
curva el espacio sino que es un efecto de la curvatura del
espacio: un Acontecimiento no curva el espacio del ser a
través de su inscripción en él; por el contrario, un
acontecimiento no es nada sino esta curvatura del espacio
del ser.” Esto, dice Žižek, es “todo lo que hay”: la no auto-
coincidencia, la diferencia mínima, el intersticio, etc. es
decir, la brecha de paralaje. Lo mismo que para un
observador neutral es “la ordinaria realidad”, para la mirada
del participante comprometido son las inscripciones de
fidelidad a un acontecimiento (Žižek, 2004: 202)
El problema es que no puede haber ‘observador neutral’,
por lo tanto tampoco se puede afirmar desde una segunda
posición neutral “que es lo mismo”. Es aquí donde Žižek
falla en captar la lógica temporal del acontecimiento. No hay
nada fuera del orden del ser (o estructura), el
acontecimiento es su misma dislocación, la abertura, la
diferencia ¡perfecto! Pero si no hay intervención, si no se
nombra e inventa efectivamente allí sobre la falla misma,
ésta no será reconocida jamás desde el punto de vista
representativo de la estructura, es decir, la meta-estructura
representacional (lo dado). Por eso necesitamos pensar el
concepto de sujeto.
Vuelvo entonces sobre el comienzo.
Sujeto. El ‘retorno del sujeto’ circunscribe una problemática
que hay que pensar de nuevo, cada vez, y que no se
encuentra clausurada en absoluto. Si en las década del 60’
y 70’ se hablaba de la ‘muerte del sujeto’, eso tenía cierta
pertinencia (que podemos cuestionar o no), el asunto es si
hoy tal propuesta es efectivamente crítica, es decir, si activa
al pensamiento o todo lo contrario. La propuesta del titulo
‘retorno del sujeto’ en realidad solapa otra que le dio origen
pero que fue tachada: la de ‘retorno de la filosofía’. Esto
tiene una explicación: existe un texto de Badiou que se
llama (Re)tour de la philosophie, que es uno de los cuales
orienta esta lectura. Allí, Badiou habla de la necesidad de
volver a plantear el papel activo de la filosofía como
pensamiento crítico y no como mera especialización
académica. Salir del historicismo, desde esta perspectiva,
implica afirmar ciertas proposiciones existenciales para
recién luego volver sobre la historia. Es lo que más o menos
he venido repitiendo con ‘pequeñas diferencias’.
Cuando se habla de sujeto, generalmente, se suele pensar
en la conciencia reflexiva cartesiana, o en el sujeto
trascendental kantiano, o en el sujeto del saber absoluto
hegeliano, o en el ego husserliano; más extrañamente se
piensa en el sujeto freudiano. Ese que se hallaría dividido
entre consciente e inconsciente (según la primera tópica) o
repartido en tres instancias (según la segunda); o, para
hablar en lenguaje lacaniano, dividido entre significantes
que lo representan para otros significantes, o articulado en
un nudo borromeo.
Este concepto es por tanto complejo, lo cual quiere decir, en
principio, que debe ser pensado en relación a otros
conceptos, en sus múltiples enlaces y articulaciones, más
aún, en una disposición relacional que es topológica, y,
además, mediante la elucidación de una lógica temporal
específica.
Una clave para el análisis es la idea de forzamiento
(forzage) o ultra-uno de Badiou. Este concepto, extraído del
ámbito matemático, nos muestra una instancia inédita que
articula tanto la ley (estructura) como su reverso incontado:
múltiples indiscernibles; más allá de la ley y de su
trasgresión se encuentra el ámbito de la invención (o
sublimación). Esta es la operación que constituye un sujeto.
Hay que tener en cuenta que la ley es la presentación y que
en situaciones ‘normales’ la presentación se re-presenta
maximalmente, es decir, tiende a anularse la distancia entre
una y otra (presentación-representación); mientras que la
lógica temporal del acontecimiento produce una operación
imposible: la presentación se presenta a sí misma entre
otros múltiples presentados por ella, entonces la ley
muestra su propia contingencia y falibilidad al no hallarse
excluida e idealizada (la idea de la ley trascendente) tal
como ocurre en situaciones normales. El múltiple que es el
acontecimiento se presenta en la presentación que él
mismo es, entre otros múltiples, y la intervención que lo
nombra comienza a conformar una representación trans-
legal. Lo más interesante aquí es la torsión que implica que
un múltiple se presente en su misma presentación, esta
paradoja muestra el origen contingente de una ley de
conexión no rígida (ley de sujeto) que exige nuevas
reinvenciones.
El sujeto no es trascendental (una idea regulativa) ni
empírico (identificado a ciertos rasgos positivos), es un
espacio a-sustancial, descentrado, escindido, donde tienen
lugar las operaciones y transformaciones de los términos
que (lo) componen. Se ha tendido a pensar este espacio
como una especie de bolsa –dice Lacan-, un continente
inclusivo; pero en realidad habría que pensarlo
topológicamente como un nudo borromeo (con tres dit-
mensiones: real, simbólico e imaginario)8 para evitar la
dualidad exterior-interior y la suposición del espacio
trascendental que le es inherente (Lacan, 1974). El nudo
mismo es el sujeto, el conjunto articulado de sus términos
simbólicos (significantes), imaginarios (significados) y reales
(excrecencias, objetos parciales). Sus posibilidades de
transformación y modulación (su presentación) son infinitas,
pero siempre será cierto que si uno de sus registros no se
sostiene el conjunto deviene imposible, este es sureal.
Veremos a continuación cómo el concepto funcional (y
relacional) de las instancias de representación y sujeto nos
permite pensar la complejidad de la intervención en un
contexto epistémico de contingencia inherente.
Concepto-función
El concepto de representación que nos presenta Badiou es
funcional en el sentido de Cassirer, puesto que se trata de
un operador de cuenta que establece correspondencias
entre los múltiples contados-por-uno y sus sub-múltiples
(i.e. la correspondencia entre los números naturales y los
números pares, que a pesar de ser éstos un sub-conjunto
de aquéllos tienen igual número: 0), fuera de toda
concepción sustancialista o psicologísta. Representación es
la operación que cuenta por separado los subconjuntos de
un conjunto y que Badiou llama también meta-estructura o
Estado de la situación. Aquí ya tenemos una primera
ruptura con la intuición –herencia euclidiana- que establecía
que el todo debía ser más grande que sus partes. Sabemos
que en cualquier conjunto infinito numerable, es decir que
pueda ser puesto en correspondencia con los números
naturales, sus partes pueden ser normalizadas mediante la
misma operación funcional. Estos son los múltiples
normales, en los que coincide maximalmente presentación y
representación. Pero, por otro lado, sabemos también que
existen conjuntos infinitos no numerables (demostrados por
el método diagonal de Cantor) como los puntos de un
segmento, es decir los números reales. Badiou les llama
múltiples anormales (singularidades y excrecencias) a
aquellos en los que no coincide la presentación con la
representación. De este modo se separa de la idea de
representación ligada a un supuesto sujeto psicológico que
se representaría un objeto dado.
El concepto matemático u ontológico de representación se
expresa en al menos tres axiomas de la teoría de conjuntos:
el axioma de partes de un conjunto, el axioma de
separación y el axioma de elección. El primero nos permite
pensar el Estado de la situación (la idea de normalización),
el segundo la precedencia de la existencia de múltiples con
respecto al lenguaje proposicional que los define o
particulariza, y el tercero nos permite pensar el concepto de
intervención. Quizás el más interesante a considerar en
esta presentación sea el axioma de elección, al que Badiou
denomina “esquema ontológico de la intervención”, puesto
que nos permite pensar el ser mismo de la intervención que
constituye a un sujeto. Así podemos entender el concepto
de sujeto/intervención también como función en tanto,
precisamente, el axioma de elección postula la necesidad
de existencia de una “función de elección” que permita
formar el conjunto-selección que reúne cada uno de los
infinitos representantes de los subconjuntos de un conjunto
infinito; aunque no prescribe cómo construir esta función en
cada caso. Al trasladarnos del ámbito ontológico
(matemático) al óntico esta operación se traduce como un
modo de representación ilegal (o trans-legal), ya que en
cualquier situación es su misma ley la que nos prescribe
cómo efectuar las elecciones mediante los conceptos
preexistentes (el lenguaje de la situación); mientras que la
logia de la intervención que sigue a un acontecimiento
rompe con el ordenamiento establecido de los términos-
múltiples. Así opera un sujeto en tanto función,
estableciendo correspondencias impensadas (ilegales)
entre los múltiples de la situación, al evitar los
determinantes enciclopédicos del saber. Por esta razón,
Badiou coloca al sujeto del lado del ultra-uno (forzamiento
de la ley de cuenta-por-uno), que muestra la disyunción
originaria (el Dos). La primera conexión lógica o
correspondencia es la nominación del acontecimiento que
se exceptúa del orden del saber. Ultra-uno es más que uno,
suplemento in-contado que nombra, a su vez, otros
múltiples in-contados del sitio (múltiple singular de la
situación), por eso es también el Dos: el nombre
supernumerario (i.e., ‘revolución francesa’) y los múltiples
incontados del sitio (los campesinos del gran miedo, etc.).
Con la figura del Dos o la disyunción radical encontramos la
irrupción de lo real en lo simbólico; pero la intervención
consiste no sólo en la ruptura del orden sino en la
nominación de esa misma brecha.
La elección sin concepto
Anteriormente señalamos que Badiou expone claramente el
estatuto de «decisión de pensamiento» que conlleva la
elección, opaca en su fundamento, de la teoría de los
conjuntos como ontología, al mostrar la diferencia con la
elaboración matemática de la lógica realizada por Frege,
por ejemplo, según el protocolo lingüístico. En Badiou está
claro lo que permite poner en relación su sistema,
relaciones complejas y problemáticas pero pensables: la
historia del pensamiento occidental, las matemáticas, el
psicoanálisis, el arte, la política, etc.
La formación del concepto, pensada en este cruce de
discursos, arrojaría así un producto con doble faz: por un
lado una clausura ontológica indicada por la opacidad de
una decisión infundada, axiomática, por otro lado la
apertura (onto)-lógica a infinitas conexiones con otros
términos posibles.
Por otra parte, un procedimiento genérico de verdad
también guarda cierta opacidad en su fundamento, en el
proceso de ruptura continua que inicia con respecto al saber
que le es propio. En principio, dado que ocurre en un no-
lugar o borde minimal: el intervalo suspendido entre dos
significantes, en la falla o dislocación de los modos de
cuenta (presentación/representación). Pero esta falla resulta
cifrada, no es algo simplemente ambiguo o impreciso; de
este modo se nombra aquello que le confiere una
consistencia diferencial al entredós (intervalo). El punto
clave a pensar es cómo se opera por fuera del saber si ya
no se trata de discernir o deducir pero tampoco puede
haber amparo en la ignorancia. Operar desde el no-saber
implica una negación determinada que requiere haber
encontrado la insuficiencia de tal saber, sus límites
intrínsecos, sus inconsistencias internas y aporías
irreductibles.
Desde el saber se opera con determinantes enciclopédicos
que disciernen y clasifican los términos múltiples de una
situación, mientras que desde la óptica del acontecimiento y
de un proceso genérico de verdad se (in)disciernen,
mediante un operador de conexión fiel, los múltiples de la
situación x considerada. Intentaré circunscribir esta
diferencia.
Badiou se pregunta cómo el acontecimiento prescribe (si es
que lo hace) el operador de conexión fiel. Luego, cuando
examina conceptualmente el procedimiento genérico
muestra como este se va constituyendo al evitar al menos
un determinante enciclopédico, incluyendo en la pare finita
de la indagación dos múltiples pertenecientes a
determinantes contradictorios (Badiou, 1999: 373). Lo que
no dice Badiou (o de lo que no se percata al hacer la
pregunta) es que ésta es, precisamente, la condición inicial
del acontecimiento y de su paradójica nominación: el Dos
original que pone en evidencia la falla, no coincidencia, de
las dos modalidades de cuenta (estructura y meta-
estructura), que cuentan dos veces lo mismo: puesta-en-
uno del nombre (singleton) extraído del sitio del
acontecimiento y el múltiple singular que conforma el sitio
mismo.
Queda en evidencia la diferencia entre la situación y su
Estado. De este modo, se podría pensar la prescripción que
ordena los múltiples indagados como una «capacidad para
soportar la disyunción radical originaria», capacidad de
nombrar otra vez y cada vez, el Dos (falla de la cuenta)
reformulando nombres y forzando enunciados. Así, la
verdad se produce, paradójicamente, como una serie de
rupturas continuas con la malla del saber. Escribe Badiou:
“una verdad es el total infinito positivo – la recolección de
los x (+) – de un procedimiento de fidelidad que, para todo
determinante de la enciclopedia, contiene al menos una
indagación que lo evita.” (Badiou, 1999: 375)
En otra parte (Badiou, 1999: 376) nos indica la verdad como
esa parte incluida en la situación cuyos múltiples no poseen
ninguna propiedad lo que, curiosamente, nos reenvía hacia
la presentación: sólo se presentan allí juntos, es decir,
“pertenecen” y esa es toda su cualidad. Estábamos
habituados a considerar a la verdad como lo in-contado de
una situación, mientras que lo que “pertenece” era lo
contado, sin embargo entendemos abruptamente porqué se
produce esta inversión: sucede que en situaciones
normales la meta-estructura recubre y oblitera la cuenta
primera mediante la predicación o atribución de
propiedades: «pertenece porque tiene tal o cual rasgo», lo
que se pasa por alto así es la simple pertenencia
antepredicativa, esto es, el ser genérico de la verdad de una
situación. Por el contrario «Toda parte nombrable,
discernida y clasificada por el saber, no remite al ser-en-
situación como tal, sino a las particularidades localizables
que la lengua recorta en él» (Badiou, 1999: 376)
Para finalizar volveré sobre la estructura a fin de dejar
abierto el problema de su disyunción constitutiva y los
modos –siempre- contingentes de invención.

IV. El término a doble función


Dice Badiou: “El problema fundamental de todo
estructuralismo es el término a doble función que determina
la pertenencia de los restantes términos a la estructura,
término que a su vez se halla excluido por la operación
específica que lo hace figurar bajo las especies de su
representante [lieu-tenant], para retomar un concepto de
Lacan. El gran mérito de Lévi-Strauss es haber reconocido
la verdadera importancia de esta cuestión, aunque fuera
bajo la forma del significante-cero (Levi-Strauss, 1950:
XLVII). Se trata de una localización del lugar ocupado por el
término que indica la exclusión específica, la carencia
pertinente, o sea la determinación o ‘estructuralidad’ de la
estructura (Badiou: 285, nota)”
El elemento que determina la pertenencia de los demás
elementos a la estructura (conjunto) no puede a su vez
pertenecer a ésta, nos dice Badiou. Se conforma así como
su exterior constitutivo: imposible y necesario a la vez. Hay
aquí en juego una doble operación: un sistema para
funcionar como tal, es decir, para organizarse y ordenarse
necesita excluir algo interno, rechazar, prohibir algo a fin de
instaurar cierta legalidad en las relaciones diferenciantes de
sus elementos (que a su vez los define como tales); y,
simultáneamente, debe incluir algo externo (un elemento
contingente) que venga a representar y recordar esa
exclusión primitiva. Esta es una operación mítica que se
puede remontar a la idea del padre de la horda primitiva de
Freud, pero tiene su lógica. De hecho decir que es “algo” ya
sustancializa demasiado la operación, cuando en realidad
es pensable como mera nada, o conjunto vacío, es decir, el
modo de recortar y circunscribir un vacío con un elemento
contingente, nada más. Pero el vacío como tal sólo es
nombrado en la situación ontológica (matemática), mientras
que en las demás situaciones ónticas sólo puede ser
convocado (sin presentarse como tal) e interpuesto por el
mismo gesto de una nominación acontecimental que, al
tiempo que señala lo innombrado de la situación, se nombra
a sí misma.
Si bien el problema del término a doble función Badiou lo
había circunscrito tempranamente al interior de las
elaboraciones teóricas althusserianas, mediante la
diferenciación entre materialismo dialéctico y materialismo
histórico, junto a las subsecuentes distinciones entre ciencia
e ideología, determinante/dominante,
producción/circulación, etc.; como lo señala de Ípola en su
reciente libro Althusser, el infinito adiós este problema ya
había sido abordado antes, aunque no profundizado, por
Levi-Strauss (algo que Badiou refiere). El punto clave a
señalar, entonces, no es tanto que sintomáticamente esto
se olvide –como insiste de Ípola- sino que se trata del
síntoma por excelencia, es lo que da que pensar y sobre lo
cual cada pensador intenta elaborar algo. La problemática
abierta por el término a doble función (el S(A/) en Lacan, la
falla estructural, etc.) nos reenvía a la cuestión del sujeto.
El problema de la causalidad estructural, entonces, si bien
Levi-Strauss lo había planteado como significante cero y
plus de significación (maná, orenda, etc.) y Badiou en
términos marxistas-althusserianos como práctica económica
determinante/dominante; el problema así esbozado nos da
una idea estática de la estructura, y es por eso que allí no
puede haber sujeto (sólo sujeción), salvo que se retorne a la
metafísica al presuponer uno excluido, flotante,
trascendental, etc. Para que el concepto de sujeto aparezca
(emerja) desprendido de cualquier idea de sustancia, es
necesario desnaturalizar la forma en que se presenta la falla
estructural, abrir el espacio a las temporalidades singulares,
es decir, al acontecimiento como suplemento azaroso
contingente, y por tanto a las múltiples formas de encontrar
la dislocación estructural manifestada sintomáticamente por
el término a doble función. Para ello hace falta dar cuenta
de nuevas nominaciones, invenciones contingentes
producidas en otras prácticas discursivas y no sólo en el
ámbito científico.
Es por esta razón, según mi opinión, que Badiou va a salir
del estrecho universo discursivo circunscrito por la relación
entre marxismo y ciencia para proponer, por un lado, a las
matemáticas como el discurso más consistente respecto del
ser-en-tanto-ser (al afirmar axiomáticamente la
imposibilidad de auto-pertenencia de lo múltiple); y por otro
lado, que la temporalidad acontecimental se manifiesta en
otros ámbitos discursivos tales como el arte, la política
innovadora, las ciencias y el amor, donde la emergencia de
sujetos (individuales, mixtos o colectivos), en la
contingencia de sus intervenciones singulares, tiene lugar
-más que el lugar mismo (estructura). Entre estos distintos
dispositivos discursivos el filósofo circula y articula
conceptos para pensar ‘conjuntamente’ sus condiciones, es
decir, para pensar los múltiples modos de dar cuenta de las
dislocaciones estructurales. No existe una única forma de
sujeto que deba ser deducida en la diversidad de
situaciones, al contrario, se trata de seguir las lógicas
singulares de su articulación efectiva (subjetivación) en
cada acto inventivo de nominación supernumeraria.
Podemos apreciar que, de esta forma, Badiou no resuelve
el problema del término a doble función sino que lo
complejiza al inscribirlo bajo los términos de “doble estatuto”
problemático de las matemáticas: a la vez como el discurso
más riguroso del ser-en-tanto-ser, y como procedimiento
genérico de verdad. Así impide que la filosofía se suture a
único procedimiento de verdad, lo que conduciría al
desastre, tal como lo hizo Platón con el estado de las
matemáticas de su tiempo pero que puede ocurrir bajo la
sutura de cualquier otra condición (por ejemplo la política
estatal marxista o el esteticismo poético nazi). Las
matemáticas son rigurosas en su decir axiomático acerca
del ser como multiplicidad inconsistente (vacía de
significación) al proceder por reordenamientos topológicos
continuos ante cada invención producida en su campo;
cualquier estado de sus investigaciones es provisorio por
esa razón impiden internamente cualquier fijación del ser a
lo uno.
Entonces, y para concluir, podemos decir que no se trata
simplemente como sugiere de Ípola que uno se olvide y por
tanto quede en deuda (no reconocida) con aquel autor que
nos permitió leer por vez primera la no coincidencia de la
estructura consigo misma (cualquiera ésta sea), junto a los
modos contingentes de resolver tal disyunción (evocando la
deuda con el padre de la horda primitiva); sino que
es necesario olvidar –parafraseando a Marx- a fin de no
quedar fijado ante la constatación estática de tal
procedimiento, para luego recordar en la circulación por
diferentes ámbitos discursivos que toda solución propuesta,
toda elaboración del impasse, es contingente y vale por si
misma en tanto se percate de ello y no se auto-proponga
como la “solución definitiva”.
El problema del sujeto es lo que hay que plantear cada vez
en distintas fallas discursivas, por ello es ineludible y retorna
insistentemente.

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Zizek, (2006) S. Visiones de paralaje, Fondo de cultura
económica, Buenos Aires.

 Roque Farrán, Becario de doctorado de CONICET,


coordinador del Programa de investigación
“Perspectivas contemporáneas de lo político” CEA-UE-
CONICET. Participa como miembro investigador en
otros grupos de la UNC.

Fecha de Recepción: 31 de Agosto 2008


Fecha de Aceptación: 15 de noviembre de 2008
1 Éste término en lengua francesa es utilizado por Badiou para designar lo relativo al
concepto de acontecimiento como distinto al hecho empírico y la estructura de situación
(lo dado)
2 Badiou, A. El ser y el acontecimiento, Manantial, Buenos Aires, 1999, p.10.
3 Badiou, A. en revista acontecimiento nº 15
4 Véase para mayores detalles: Elías Palti “El retorno del sujeto. Subjetividad, historia y
contingencia en el pensamiento moderno”, en Prismas, revista de historia intelectual,
Año 7, nº7, Buenos Aires, 2003, pp.27-49.
5 Véase: Laclau, E. (2007) La razón populista. Buenos Aires: Fondo de cultura
económica. 
Laclau, E. y Mouffe, C. (1987). Hegemonía y Estrategia Socialista, Madrid: Siglo XXI.
6 Zizek, S. Visiones de paralaje, Fondo de cultura económica, Buenos Aires, 2006.
7 Ernesto Laclau, Nuevas reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo, Nueva
Visión, Buenos Aires, 2000, p. 220. Citado por Matías González en su artículo:
Reflexiones conceptuales (post) althusserianas: ideología, sujeto y cambio histórico.
Psikeba. Revista de psicoanálisis y estudios culturales, nº 7, 2008.
http://www.psikeba.com.ar
8 Lacan trabaja con estas categorías a lo largo de toda su enseñanza y las articula en el
nudo borromeo a partir del último tramo de la misma (en la década del 70`), cf. en
particular: Lacan, J., Seminario 22: RSI, Versión Crítica, 1974-1975

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