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Los Cuadernos de Literatura

7 NOTAS SOBRE Nunca comprenderemos el Imperio y lo que


representó para las esperanzas del liberalismo
STENDHAL Y «LA europeo si aceptamos las usuales analogías pe­
riodísticas trazadas entre Bonaparte y Adolf Hi­
CARTUJA DE PARMA» tler. Napoleón puede haber sido el último de los
déspotas ilustrados. Hitler, desde luego, fue el
primero de los dictadores fascistas.
Con Bonaparte luchaba el progreso y nunca
Ernesto Salanova Matas habían tenido los hombres mejores razones para
creer en él. El Gran Ejército y las águilas france­
sas eran -según dice Stendhal, a través de doce

A
primera vista, se tiene siempre la tenta­ campañas- «nuestra única religión». La historia
ción de explicar a Stendhal, bien por ser del joven general Bonaparte en Areola era más
un anacronismo histórico o por consti­ emocionante que Homero y Tasso. La carrera
tuir una paradoja psicológica, es decir, de Napoleón -recorriendo una centelleante
un clasicista tardío o un «philosophe manqué». trayectoria desde la Revolución Francesa a la
Pero, ciertamente, una paradoja es sólo la mitad Santa Alianza- señaló definitivamente el triun­
de una media verdad y libros como los de fo del individualismo. Cuando un teniente corso
Stendhal permiten rectificar las medias verdades podía coronarse a sí mismo Emperador de Fran­
de la historia y de la psicología. cia, todos sus súbditos -ya «citoyens»- podían
Se confesaba, al escribir su primer libro -«Vi­ permitirse el lujo del trabajo para alcanzar, don­
das de Haydn, de Mozart y de Metastase»- ape­ de fuera, la gloria. El eslógan de aquellos tiem­
gado a un pasado que se iba para siempre, como, pos era: «la carriere ouverte aux talents».
un siglo después, Lampedusa y su «Gatopardo». El mismo Stendhal escribe: «Cualquier mu­
Decía Stendhal: «en música, como en muchas chacho, trabajando en la trastienda de la farma­
otras cosas, soy un hombre de otro siglo.» cia de su amo, se sentía agitado por la idea de
Con el distanciamiento de la madurez, sin realizar un gran descubrimiento, de recibir la
embargo, se hizo más consciente del futuro. Legión de Honor y de ser nombrado conde».
Vigny concebía sus novelas y poemas como bo­ El 18 Brumario de 1799, fue algo más que
tellas que se arrojan al mar; Stendhal concebía un «coup d'etat». Fue una puerta abierta a todas
sus novelas como billetes para una lotería póstu­ las ilusiones y a todas las esperanzas. Así lo
ma. Sin recibir honor alguno en la vida, estas dice, por cierto, el anciano De Gaulle a su mi­
novelas serían aceptadas por los realistas y pre­ nistro de cultura, André Malraux, en unas con­
miadas por los naturalistas; recomendadas por versaciones inolvidables, redactadas por el autor
Taine y Sarcey, imitadas por Bourget y Barrés; de «L'Espoir».
canonizadas por la librería de Henry Marti­ De Gaulle fue el último contemporáneo
neaux, denominada «Le Divan». nuestro que estudió y admiró intensamente a
La irrupción definitiva de Stendhal iba a lle­ Bonaparte. El mundo, después de Yalta, se puso
gar, como él había predicho, alrededor de 1880. del revés y hoy, los jóvenes, como entonces lo
A veces, dudando momentáneamente de sí mis­ era Stendhal, se hincan agujas en la carne y «pa­
mo o de la posteridad, había pospuesto la fecha san de todo» porque no hay gloria ni honor ni
hasta 1900. empresas ni alicientes -salvo el detritus consu­
Hoy, cuatro generaciones después de su mista- que les impulse a mirar hacia adelante.
muerte, los últimos fragmentos de sus manus­ Ahí enfrente sólo existe una camada de políticos
critos están siendo editados, las más nimias de grises, más preocupados de entonar un monóto­
sus obras menores traducidas y el número de no kikirikí y de vigilar los huevos -y los votos­
sus lectores sigue aumentando sin cesar. El más de sus gallinas que de generar una ilusión uni­
viejo de los novelistas del siglo XVIII, resulta versal de futuro. Nada hay más oscuro y envile­
que ha devenido en el más próximo y, ahora cedor que titularse tenor sin tener voz ni escue­
mismo, todos constituimos el gran público al la (y cobrar por ello) o hacer kikirikíes sin ser
que se dirigió. gallo.
2) Este estudio comienza donde empieza la 3) Beyle nació seis años antes de la Revolu­
historia moderna, con la gran ilusión que se des­ ción de 1789 y murió doce años antes de la de
vaneció en la batalla de Waterloo. Ningún hom­ 1848. Las crisis políticas puntúan una vida de ca­
bre nace desilusionado; cuando llega a no tener si sesenta años y la dividen en cuatro partes. Sus
ilusiones, esto se debe a un largo proceso de primeros 16 años (los últimos del siglo XVIII),
-valga la contradanza- degeneradora gestación. los pasó en Grenoble. Durante los 15 siguientes
Y a eso es a lo que llamamos «realismo». Así -el período napoleónico- estuvo en París y en
pues, cabe decir que Stendhal nunca se habría diversos territorios ocupados, sirviendo al Impe­
convertido en el maestro de la desilusión si rio. El siguiente período, que corresponde a la
Henry Beyle hubiese sido menos sensible a las restauración de los Barbones, le proporciona el
ilusiones de su tiempo. ocio necesario para conformar la figura que hoy
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son urbanas. A este respecto, como en muchos
otros, «La cartuja de Parma» es excepcional.
Constituye, quizá, la novela más civilizada ja­
más escrita. Fue dictada por un diplomático que
huía de su puesto, mientras que «Rojo y Negro»
fue escrita por un diletante que estaba en la
oposición. Según Charles Maurras, «La Cartuja»
es el más exquisito tratado de bribonería compa­
rada que se ha escrito en este planeta». Es, tam­
bién, por decirlo de alguna manera, una gran
novela picaresca escrita entre las líneas de un
calendario de corte, sustituyendo a los venteros
y vagabundos por príncipes y estadistas. «Todo
el mundo es enormemente inmoral -escribe
Henry James acerca de este libro- y la heroína
es una especie de monstruo.» (No se percataba
James, dada su inocencia americana, que en sus
«Embajadores» él era tan cínico y perverso co­
mo Stendhal, «malgre lui»).
«La Cartuja», libre de las brumas de los pre­
juicios, estará siempre entre las doce mejores
novelas que poseemos.
El héroe del libro, como es archisabido, se lla­
ma Fabricio del Dango. Podríamos decir de él,
en resumen, lo que Stendhal dijo del «Don
Juan», de Byron: «que las alondras ya caen asa­
das en su boca».
Por cierto, la guerra es la prueba máxima de
una ficción realista. Ningún otro tema puede es­
tar más cubierto por la hiedra de la tradición, de
conocemos. Pasó, en fin, sus últimos 12 años la leyenda, de las convenciones de la épica y del
como cónsul francés en Civitavecchia. Como al­ romance. El bautismo de fuego de Fabricio del
ternativa al suicidio, escribió «Rojo y Negro». Dango en Waterloo, constituye una de las mejo­
En su madurez, era un hombre de otro país y res y más innovadoras páginas de la literatura
de otro siglo y este país y este siglo, no eran moderna.
franceses, sino italianos. Grecia es Lord Byron. Otros novelistas han ofrecido grandes visio­
Italia es Stendhal. Para este alférez de dragones nes de este episodio. En «La feria de las vanida­
que había cruzado los Alpes para participar en la des» es un ruido fuera de la acción y un informe
expedición de Marengo, Milán constituyó una de bolsa. En «Los Miserables» es una visión
revelación estética: la catedral, las pinturas, un apocalíptica y un recorrido por el campo de bata­
palco en la Scala, mujeres fascinantes y conver­ lla. En «La Cartuja» es una experiencia perso­
sación brillante. Nunca se recuperó del impacto nal. Stendhal fue el primero en dramatizar la pa­
del «Matrimonio secreto», de Cimarosa, y la radoja shaviana del soldado no heroico. «lQuién
ópera fue su arte favorito junto a las lecturas del describió nunca así la guerra?» -pregunta Tols­
Dante y la pintura de Leonardo. toi. Los héroes de ojos abiertos de «Guerra y
Milán era una de las verdaderas capitales de la Paz», en Austerliz y Borodino, siguen los pasos
cultura europea. Como Weimar y Edimburgo, inciertos de Fabricio, con lo que Tolstoi rendía
constituía un enclave de ilustración diecioches­ un tributo de reconocimiento admirativo, tam­
ca enmedio del remolino del siglo XIX. Como bién inmortal, al novelista de Grenoble.
sede histórica de la ocupación francesa, la capi­
tal de la antigua República Cisalpina de Napo­ 5) «La cartuja de Parma» es, a la época post­
león, poseía un especial atractivo para Stendhal. napoleónica, lo que «Don Quijote» a la Europa
lNo tenía Napoleón más de italiano que de fran­ de después de la batalla de Lepanto. «Los viles
cés?, lno era, esencialmente, un «condottiere» Sancho Panza siempre vencerán, a largo plazo, a
del Renacimiento? Por eso amaba tanto Stend­ los sublimes Don Quijotes», observa el conde
hal la frase de Horace Walpole: «Este mundo es Mosca a Fabricio, explicando así el triunfo de
una comedia para los que piensan y una tragedia John Bull sobre Bonaparte.
para los que sienten». El pensaba y sentía por En «La Cartuja», Don Quijote se enfrenta a
igual. De ahí, todos sus libros y, sobre todo, «La enemigos peores que molinos de viento y San­
cartuja de Parma». cho Panza gobierna ínsulas más extrañas que
Barataria. El disparo -en este caso el cañonazo­
4) Las novelas -dice Lavin-, aunque son un de Waterloo, ocurre al principio y el resto es de­
producto particularmente urbano, pocas veces cididamente anticlimático. Quiero decir que de
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la épica burlesca de Waterloo, pasamos a la fars�
de Parma. Mientras «Los Nov10s», de Manzom,
evocaban el pasado para satirizar la tiranía del
momento Stendhal lleva a cabo el ataque po­
niendo al día una vieja historia. En un manuscri­
to italiano había descubierto una anécdota cuya
moraleja edificante era que las más nobles fami­
lias podían derivar -ellas y sus fortunas- de u�a
ramera. Las intrigas de Vandozza Farnes10,
amante del cardenal Borgia, habían lanzado a su
sobrino favorito, Alejandro, a una carrera que
culminó en un pináculo de «felicidad terre�a�»:
el papado. Esa es, casi, la carrera de Fabnc10,
guiado por su tía, Gina Pietranera, en «La
Cartuja».

6) A pesar del título, es la ciudade�a d� Parma


la que domina el libro. Todos los ep1sod1os cul­
minantes del relato -la prisión, el amor y la fu­
ga- se desarrollan en esta acastillada cárcel y
Stendhal se construyó para sí una réplica parme­
sana exacta al castillo de Sant'Angelo, de Roma
(donde, mucho tiempo �,espués,. Mario Cayara­
dossi iba a cantar el «Ad10s a la vida» en la opera
«Tosca» de Puccini).
Alejandro Farnesio había sido encarcelado
allí a causa de un pecado parecido al asunto d_e
Fabricio con Marietta; más tarde, ya converti­
do en Pablo III encerró a Benvenuto Cellini
en la misma pri�ión. Las memorias de Cellini, cio a la duquesa Sanseverina (Gina Pietranera),
un enérgico testimonio que Stendhal tenía en al �onde Mosca y a la hija del carcelero de Fabri­
gran estima le proporcionaron muchos deta­ cio la inolvidable Clelia Conti, todo ello en la
lles sobre el' encarcelamiento y la célebre fuga meJor traducción al castellano de todos los tiem­
del héroe. pos, ésta de Manuel G�rcía Moren�e:
Las imágenes tenebrosas de Piranesi y las me­ Este cuadrilátero, cuaJado de amb1c1ones, de
morias de Silvia Pellico -que agitaron a Europa, poder, de odio y de amor; la corte de Parma; las
con su «Hombre de la máscara de hierro»-, intrigas· la alegría de vivir y morir por algo her­
también condujeron a Beyle a contar, con abso­ moso, Übre y refrescante, dejando atrás los ta�
luta veracidad el horror de esta ciudadela. Algo búes oscurantistas, eso es lo que nos canto
así logró Víctbr Hugo en su libro «Los últi_n1:os Stendhal en uno de los libros más hermosos que
días de un condenado», al que puso mus1ca existen.
Beethoven y llamó «Fidelio». Cuando leí «La Cartuja» por primera vez, en
André Malraux ha notado que Bunyan, Defoe el orto de la juventud (la he leído cinco veces),
y Dostoiewski, escribieron, todos ellos, «el libro recuerdo que me quedé exultante y como en es­
de la soledad». «La Cartuja», trastocando estos tado de gracia. Ningún credo, religión, sacerdo­
valores es un libro de la sociedad, excepto por el
y
título el párrafo final.
te, seglar, familiar o amigo, me habían enseñado
a respirar mejor en el mundo. Stend�al me en�
Me viene a la mano, en este punto, lo que señó -y sigue enseñando, en este hbro- que
muchos piensan hoy en España. Se trata de cualidades contrarias pueden existir, una junto a
parafrasear la frase de La Fayette, �� favor �e otra, en este mundo y, también, dentro de nues­
la monarquía de julio, cuando d1Jo: «Sena tro propio ser. Me dijo: No depositéis vuestra fe
bueno llamarla la mejor de las repúblicas». Es en príncipes o políticos. Hay objetos más dignos
-precisamente- el eslógan del conde Mos�a de veneración. Está el amor. Está la música. Es­
en «La Cartuja»: «Con tanto hablar de repu­ tá la risa. Están las artes. Están las personas fas­
blicas los idiotas nos impedirán disfrutar de la cinantes. Está por encima de todo, la inteligen­
mejor' de las monarquías». (Además, según cia humana, ¿apaz de escaparse de toda prisión
opina Stendhal, la mejor república está e� horrenda capaz de morir y de amar por cual­
América del Norte, pero iay!, los norteamen­ quier Cldlia Conti y capaz, tan:ibién, de
canos no tienen ópera). disparar un pistoletazo defend1endo las � ...
águilas de la ilustración y del progreso. �
7) Aquí no trato, claro está, de contar el a�­
chisabido libro. Sólo trato de recordar a Fabn-
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