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Pontificia Universidad Católica del Perú

Facultad de Arte y Diseñ o


Estudios Generales

Raúl Alejandro Cáceres Alvarez

Profesora:
Cécile Michaud

Curso: Historia del Arte 2

LIMA-PERÚ
2020
El jardín de las delicias
El Jardín de las delicias o de las delicias terrenales es un tríptico pintado al óleo sobre tabla
por Jheronimus van Aken, más conocido como Jheronimus Bosch o simplemente, el Bosco.
La obra se encuentra actualmente en el Museo del Prado, España, y es conocida por saberse
poco de ella ya que tampoco hay mucha información sobre la vida del Bosco, reconocido
pintor renacentista que, además, según Monserrat, “muestra una iconografía anclada en las
creencias exaltadas de la Baja Edad Media y una muy escasa confianza en el Hombre” (2009,
p.591). No existe un consenso acerca del año de creación del Jardín de las delicias, ya que el
Bosco no fechó ninguna de sus obras, por lo que se recurría al estilo para identificarlas
(Monserrat, 2009, p.591). Sin embargo, se cree que fue pintada entre 1490 y 1510. El Bosco
desarrolló toda su obra en Hertogensbosch “Bosque del Duque (Brabante-Borgoña)”, ciudad
donde nació (Monserrat, 2009, p.590), por lo que nunca se movió de su ciudad natal. El
Jardín de las Delicias se relaciona con la familia Nassau, pero se discute cuál miembro realizó
el pedido. Se dice que fue encargada por Engelbrecht II de Nassau para destinarla al palacio
de Coudenberg, además que recortan el tiempo de ejecución del tríptico a la década de 1490
(Silva, 2016), pero también se cree que fue Hendrik III, su sobrino. Ambos eran miembros de
la cofradía de la Virgen de Hertogenbosch, de la que el Bosco también era miembro, por lo
que seguro conocían al pintor y su obra (Imaginario, s.f.).
La época que al Bosco le tocó vivir se caracterizó por una crisis religiosa y moral
generalizada que involucraba a la población y a la Iglesia a finales del siglo XV (Monserrat,
2009, p.590). Por ello, su obra se caracteriza por criticar cruel, moral y satíricamente a todos
los estratos sociales que incluye papas, obispos, emperadores y reyes, etc. (Monserrat, 2009,
p. 592). Según Monserrat, esto fue posible gracias a la libertad que tuvo por casarse con
Aleyt van den Meervenne, de familia acaudalada, ya que, debido al poder económico y social
ganado, podía permitirse aceptar encargos y expresar sus ideas sin preocuparse por el dinero
(2009, p.590).
El tríptico del Jardín de las delicias presenta un exterior y un interior. En el exterior o tapa se
aprecia una esfera transparente, la cual ocupa casi toda la composición, que encierra una
superficie de tierra y un cielo compuesto de nubes principalmente oscuras. En primer lugar, el
terreno está compuesto por varios árboles dispersos en el espacio, pero también están
presentes formas extrañas que parecen ser restos óseos y otras que son indescifrables.
Además, todo está rodeado por agua como si fuera una isla. En segundo lugar, hay nubes
voluminosas y oscuras que sugieren un mal clima. Por ello, el espacio posee una apariencia
onírica y desolada. Esta esfera y su contenido, en realidad, intentaba seguir las convenciones
de la época, ya que se creía que la Tierra era plana y estaba rodeada de agua, dentro de una
esfera (Silva, s.f.), por lo que este escenario quería acercarse a la realidad o la que se creía, y
no formaba parte de la fantasía y la sátira que el Bosco sí aplica en el interior del tríptico.
Fuera de la esfera se puede apreciar a Dios en la esquina superior izquierda sentado y con un
libro en la mano, mientras que con la otra hace el gesto de la bendición. Además, en la parte
superior central de la tapa se puede apreciar dos frases en latín recogidas de la Biblia que
dicen lo siguiente: fipse dixit, et facta sunt / ipse mandavit, et creata sunt (“Él lo dijo, y fue
hecho / Él lo mandó, y fue creado”). Existe un consenso en determinar que esta escena retrata
el tercer día de la creación, ya que, como menciona Imaginario, según el libro Génesis de la
Biblia, Dios creó la vegetación en la Tierra al tercer día (s.f.). La técnica usada en la tapa es
distinta que la del interior, ya que en este último utiliza colores, pero en el exterior no, sino
que usa la grisalla, que consiste en pintar solo con tonos de gris o colores neutros (Vargas,
2019). Además, agrega que este proceso de pintar el exterior en grisalla y el interior colorido
para que contraste era común en los retablos holandeses (Vargas, 2019), por lo que el Bosco
estaba siguiendo la convención.
En el interior, el color sale a la luz y el tríptico se divide en tres partes: el Paraíso, el Jardín de
las delicias y el Infierno. Estas tres escenas relatan la historia de la humanidad y su relación
con el pecado. Sin embargo, hay un debate sobre la manera en la que el Bosco trabajó con
este, ya que, según Fragio, “existen dudas razonables de si El jardín de las delicias es una
pintura herética o uno de los cuadros más píos y moralizantes de cuantos se han producido
jamás” (2010, p.150). Esto se debe al lenguaje onírico que el Bosco ha usado y a la infinidad
de simbolismos que radican en este. Por otro lado, existe una línea de horizonte elevada y
transversal a los tres momentos del tríptico, aunque en el Infierno no lo parezca por su
oscuridad. La línea remite a una perspectiva propia de la Edad Media y no del Renacimiento.
Esto último ocurre, pero en menor medida, con el claroscuro de los cuerpos desnudos, sobre
todo en las dos primeras partes del tríptico y con los gestos de los humanos, que
generalmente son inexpresivos. Sin embargo, según Monserrat, la consideración del Bosco
dentro del Renacimiento no radica en los aspectos mencionados ni en su carácter
moralizante/ejemplificador, que también remite a la época medieval, sino en la originalidad/
ruptura/ libertad de su fabulosa e imaginaria iconografía que ya no remite a un pensamiento
de la Edad Media (2009, p.593).
La primera tabla, el paraíso, presenta tres personajes, los cuales son Adán y Eva, mientras
que el otro es Dios. La pintura relata el momento en que Eva, luego de su creación, es
entregada por Dios a Adán como compañera. En la pintura vemos a Adán sentado en el suelo
con los pies juntos mirando a Eva, mientras que ella está arrodillada delicadamente como si la
gravedad no la afectara y con una mirada caída. Por su parte, Dios mira al espectador
mientras que con una mano toma a Eva de la muñeca y con la otra hace la señal de la
bendición. Dios sobresale en la pintura no solo por estar vestido, sino por los valores tonales
que posee, ya que su piel no es tan pálida como la de los humanos. Esta escena, según
Mallent, representa el preludio a los males del mundo que se desarrollan más en las partes
posteriores (2010, p.254). A pesar de que esta idea no se vea reflejado expresamente en los
protagonistas de la escena, Peñalver la clarifica señalando que la manera en la que Adán mira
a Eva es la clave, ya que él la mira con curiosidad, la que es a su vez la madre del deseo, del
deseo “culpable”, por lo que el Bosco representa en la primera pareja una unión libidinosa
(2002, p.259). A pesar de que sea Adán el personaje que mira con lujuria a Eva, según
Monserrat, en la época medieval, conocidamente misógina, se veía a la mujer como el ser que
trajo la lascivia al Paraíso y ser culpable, además de transmisora, del pecado (2009, p.593). Si
bien se habla de la Edad Media, es seguro que este enfoque de la mujer no se perdió en el
Renacimiento.
El paraíso también muestra un paisaje con mucha vegetación que resalta también por sus
colores vivos y animales fantasiosos y reales. En la vegetación, el árbol que más salta a la
vista en el primer plano por su forma es el que está atrás de Adán, el cual es un drago, árbol
exótico propio de las Islas Canarias que se asociaba antiguamente a la vida, pues se creía que
su jugo tenía propiedades curativas (Imaginario, s.f.). Otro árbol importante, pero no muy
llamativo, es el que se encuentra a la derecha de la laguna central y que tiene una serpiente
enrollada en su tronco. Se trata del árbol del conocimiento, de la ciencia del bien y del mal, el
cual Mallent erróneamente llama drago, pero menciona que simboliza la caída del hombre en
el pecado y la existencia del mal, ya que la sabiduría que otorga su fruto consiste en conocer
tanto de lo bueno como de lo malo (2010, p. 253). Estos dos árboles son importantes por la
dualidad que representan y su ubicación, ya que el árbol de la vida está del lado de Adán y el
árbol del conocimiento del lado de Eva, lo que refuerza su visión negativa ya mencionada.
Los animales del paraíso también son interesantes de mencionar, ya que, entre los conocidos
que hay, también hay animales de fantasía o de horror, como, por ejemplo, el unicornio que
bebe en la laguna central o el ave con tres cabezas en el estanque. Un detalle importante es
que en el primer plano se puede ver a los animales peleando entre sí y siendo devorados por
otros, sobre todo, sapos y ratones, pero esto no sucede en los otros paneles. Además, el Bosco
humaniza a los animales de manera muy caricaturesca a través del ave-pez que lee en el agua
en el primer plano. Otra escena interesante se ubica debajo del árbol del conocimiento con la
piedra intervenida por serpientes e insectos, ya que el conjunto evoca un rostro de perfil. Esta
manera de representar figuras es muy parecida al estilo del arte surrealista. Para Monserrat, es
evidente que el Bosco sea un referente para las aventuras onírico/sexuales y la concepción del
hombre y su mente que los surrealistas, como Magritte, Max Ernst o el propio Dalí,
plasmaron en sus pinturas (2009, p.611). Por último, hay un animal que, a pesar de ser
pequeño, llama la atención por ubicarse en el centro de la tabla: el búho. Esta ave contempla
lo que sucede en el paraíso desde la oscuridad, ya que se encuentra dentro de esta fuente rosa
y delicada con formas orgánicas que es una alegoría a la fuente de los Cuatro Ríos del Edén,
y es símbolo de la fuente de la vida y fertilidad (Imaginario, s/f). El búho representaría el mal
que acecha al ser humano desde su creación, esperando el tiempo de su condena (Imaginario,
s.f.).
El panel central es el que también da nombre al tríptico: El jardín de las delicias. En esta
parte, la protagonista es la humanidad, que se ha multiplicado desde la creación de Adán y
Eva y se extienden por todo el paisaje, mientras que Dios desaparece de la escena. A primera
vista, parece como si se tratara de la extensión que se ve en el primer panel por los colores del
paisaje (rosas, azules y verdes encendidos como en el Paraíso) y por la línea de horizonte en
común, pero, a diferencia del paraíso, se observa mucho caos debido a que todas las personas
están en movimiento realizando diferentes actividades, pero con un único fin: el placer
sexual. Es interesante y entendible, por la época, cómo el Bosco a representado el deseo
sexual en el cuadro, ya que lo hace de una manera muy sutil como, por ejemplo, la pareja que
está escondida en la concha en el primer plano. Se entiende lo que el Bosco quiere dar a
entender a pesar de que solo veamos los pies cruzados de la pareja. Este contacto físico
dentro de estructuras orgánicas se repite por toda la composición. Un aspecto resaltante en
este panel es que tanto la flora como la fauna, en su mayoría, dejan de ser realistas y se
convierten en elementos de fantasía. Por un lado, los frutos de los árboles, que en el Paraíso
conservaban su tamaño original y no eran relevantes, se convierten en objetos
sobredimensionados de adoración visibles tanto en el primer plano con el hombre abrazando
una fresa gigante, como en el plano alejado con el grupo de hombres sentados alrededor del
madroño. Por otro lado, la fauna también ha sido alterada en esta parte, ya que, si bien sigue
habiendo seres propios del imaginario popular, como el unicornio, llama más la atención que
haya aves y peces, que en la realidad son pequeños, con un tamaño exagerado. Estos animales
irreales, a diferencia del Paraíso, ya no pelean entre ellos ni se devoran, sino que
interaccionan con los humanos, ya sea a través de ser animales de montura u ofreciéndoles de
las frutas que hay en el jardín. Esta última acción llama la atención ya que básicamente
muestra a los humanos a merced de los animales por el deseo de obtener la fruta, la cual
incluso provoca gestos de desesperación en los humanos. Según Fragio, esto sería “una clara
alusión a la prohibición divina de no comer las manzanas del árbol del bien y del mal” (2010,
p.154), también presentes. Por ello, se puede decir que, como las personas se veían deseosas
por los frutos y estos simbolizan el pecado, en este panel la humanidad está entregada al
pecado, sobre todo, el de la lujuria.
El punto central del panel muestra una escena repleta de cuerpos humanos desnudos, los
cuales carecen de volumen y son pálidos, lo que ayuda a que la lujuria que expresa el cuadro
no sea escandalosa, ya que son cuerpos menos realistas. Hay una piscina llena solo de
mujeres, las cuales tienen frutas o aves posadas en su cabeza. Alrededor de ellas giran una
gran cantidad de hombres muy agitados montados en animales reales y fantasiosos. Según
Mallent, estos animales están inspirados en bestiarios y escritos místicos que simbolizan la
lujuria (2010, p.245), por lo que estos seres no son totalmente producto de la imaginación del
Bosco, sino también de la cultura de la época. Esta escena recuerda a unos buitres girando
alrededor de su presa y, en realidad, su significado no se aleja de esto, ya que “es una imagen
del delirio sexual, del entusiasmo que los jinetes sienten frente a las mujeres desnudas” (Cruz,
2007). Además, este carrusel, como se le llama generalmente, “evoca también algunas
representaciones medievales de la fertilidad y de la lujuria, donde el motivo central es la
danza” (Cruz, 2007), por lo que es otra muestra de cómo la cultura de la época afectó al
Bosco en su obra.
La arquitectura también toma importancia en esta parte al saltar a la vista por contraste, ya
que son fácilmente identificables en medio de la cantidad de cuerpos desnudos por su
tamaño. En el jardín hay cinco fuentes, a diferencia de la única que había en el Paraíso. La
central es similar a la fuente de los Cuatro Ríos del Paraíso, pero resquebrajada, lo que
sugiere su fragilidad y esto, a su vez, a lo efímero de los placeres que gozan los humanos en
el jardín (Silva, s.f.). La fragilidad que se menciona se puede ver en las estructuras de vidrio
del primer plano que también se encuentran quebradas. Sobresale la esfera de vidrio del
estanque de la izquierda ya que contiene a una pareja que, por sus gestos, expresan lujuria, la
cual está encerrada frágilmente. Por ello, lo que también transmite el cuadro es que estos
placeres que disfrutan los humanos no son eternos y los llevarán a su perdición.
El Infierno es la tercera parte del tríptico y el que llama más la atención por romper con la
armonía que se venía armando con el Paraíso y el Jardín de las Delicias al trabajar con tonos
más oscuros que llegan hasta el negro. La oscuridad proviene del uso de una jerarquía de
valores tonales mejor trabajada, ya que el primer plano está iluminado, mientras que el plano
alejado está casi a oscuras. Esto no sucedía en los paneles anteriores, ya que poseían una
iluminación exagerada que le quitaba volumen a los cuerpos de animales y humanos, lo que
resultaba en paisajes poco realistas. Incluso se podría decir que el Paraíso y el Jardín de las
Delicias son de la Edad Media, mientras que el Infierno es del Renacimiento, al menos en el
claroscuro y colores. El Infierno representa el castigo por los pecados cometidos por los
humanos, sobre todo, la lujuria, por lo que ya no se ve a las personas disfrutando, sino
sufriendo. Sin embargo, la crítica a los juegos de azar también salta a la vista por los naipes,
los dados y, sobre todo, por la mano, que sostiene un dado, atravesada por una daga. Muchos
artistas mencionan que aquí se encuentran representados los siete pecados capitales, pero no
existe un consenso en identificarlos. Es llamado también Infierno Musical por la presencia de
diversos instrumentos musicales que, en este caso, son sobredimensionados y usados para
torturar a las personas. Estos instrumentos se asocian con el castigo de la lujuria, ya que, en
El Carro de Heno, otro tríptico del Bosco, la música representa la excitación de los amantes y
posee un significado diabólico (Cruz, 2007). No sería raro que el Bosco utilice los mismos
símbolos en diferentes pinturas. Un detalle resaltable es que hay más elementos del mundo
real que los instrumentos musicales, como cuchillos, botes, jarrones y, sobre todo, la ciudad
en llamas del fondo, por lo que parece el panel más cercano a la realidad. La paleta de colores
también es distinta ya que no se usa el verde predominante del jardín y el Paraíso, sino un
contraste entre colores fríos y cálidos ya que en la Edad Media había varias propuestas de lo
que sería un infierno, pero unos lo asociaban al fuego eterno, que se ve en el incendio del
fondo, mientras que otros al frío extremo, que se aprecia en la laguna congelada de la parte
central (Imaginario, s.f.). Como en el Jardín de las Delicias, Dios no está en el Infierno y solo
vemos a bestias y gente sufriendo. Sin embargo, según Peñalver, si bien no está Dios, están
sus orejas, aunque cortadas y atravesadas por la flecha de la muerte, por lo que los gritos de
los humanos cumpliendo sus condenas no serán escuchados por Dios (2002, p. 276).
Los animales o bestias irreales en el Infierno ya no pelean entre sí ni son dóciles con los
humanos, sino que son los encargados de que los humanos paguen por sus pecados, de
torturarlos. Las bestias más resaltantes en el primer plano son la liebre humanoide, el cerdo
con tocado de monja y el hombre con cabeza de pájaro que engulle personas. En primer
lugar, la liebre humanoide se presenta con una vestimenta parecida a la de un monje, tal vez
en referencia a la Iglesia, soplando su cuerno de caza y cargando una lanza con un humano
colgando de ella con el vientre salpicando sangre. Esta es una escena irónica ya que el Bosco
toma un animal que, en la realidad, es presa de muchos para representar al cazador de los
humanos en el Infierno. En segundo lugar, el cerdo con tocado de monja que acosa a un
hombre sí se considera una clara crítica a la Iglesia. Esta sátira se debería a que en esa época
el clero estaba muy desprestigiado (Silva, s.f.). El Bosco, según Peñalver, prosigue esta
crítica hacia el clero con el cráneo de caballo como cúpula de una ruinosa iglesia (2002, p.
271), aunque el edificio es difícilmente perceptible en la penumbra. En tercer lugar, el ser que
llama más la atención del primer plano es el monstruo azul con cuerpo humano y cabeza de
pájaro que traga humanos y los defeca vivos hacia un pozo negro. Según Peñalver, <<no es
otro que Satán devorando a sus “hijos”, el propio Saturno en su versión cristiana>> (2002,
p.199). De esta manera, Satanás está presente en el Infierno tanto como Dios lo está en el
Paraíso.
El elemento que más resalta, ubicado en el centro del panel, con un gran contraste por su tono
pálido y ambiente oscuro, es el denominado hombre-árbol. Este ser está abierto por la mitad,
de manera similar a un huevo roto, parar albergar una taberna en su interior. Tiene dos
piernas con formas de árbol y los pies dentro de dos botes que lo salvan de tocar la laguna
congelada. Según Peñalver, el no mostrar los pies del monstruo es similar a que no los tenga
y, junto con el Satanás de la obra que tiene sus pies dentro de jarrones, sostiene que el pie
cortado puede ser símbolo de la pérdida del soporte de la existencia humana, es decir el alma
(2002, p.266), por lo que el hombre-árbol simbolizaría el cascarón vacío que el humano es en
el infierno. Sobre su cabeza lleva una plataforma que contiene una gaita gigante y, girando
alrededor de ella, humanos llevados de la mano como esclavos por seres humanoides. El
significado de la gaita, como todo instrumento musical del cuadro, es el de la lujuria, pero el
color rosáceo, según Peñalver, conecta con las fuentes de los paneles anteriores y le agrega a
la gaita la fragilidad e inconsistencia de estas (2002, pp. 275- 276). El rostro del hombre-
árbol posee un gesto extraño que parece sugerir melancolía. Además, hay teorías que
sugieren que se trata de un autorretrato del Bosco (Vargas, 2019). A pesar de lo mencionado,
se sabe poco de lo que el Bosco quiso comunicar con el hombre-árbol.
A lo largo de la obra, se puede decir que el Bosco representó el imaginario de su época y, con
su propia creatividad, la convirtió en un referente para los artistas del futuro. Como se fue
mencionando en el tríptico, hay seres e incluso escenas que fueron extraídas del imaginario
medieval. Esto último, según Monserrat, estaba compuesto por monstruosidades, seres
híbridos, Tetramorfos, lo grotesco y antinatural, los cuales estaban plasmados en textos o
bestiarios en boga durante la Edad Media (Monserrat, 2009, p. 608). Sin embargo, el Bosco
no solo traspasó los monstruos del papel al lienzo, sino que los usó para entretejer su mensaje
revolucionario en el que, mediante simbolismos, a la vez que retrataba la historia cristiana,
criticaba a la Iglesia, cuando lo común, incluso para los renacentistas, era realizar trabajos
para esta solo sobre su historia. Además, el Bosco elevó esta iconografía popular, propia de
las artes menores, a la importancia de la pintura al óleo sobre tabla, comúnmente reservada
para la liturgia o la devoción (Imaginario s.f.). Por ello, sería raro considerar al Bosco como
un artista medieval o como uno renacentista, ya que el Bosco rompe con la convención de
cada corriente artística y va más allá, inspirando otros artistas y siendo precursor de
movimientos artísticos como el surrealismo ya mencionado. Uno de los artistas más
conocidos que se inspiraron del Bosco es Pieter Brueghel, el Viejo (1525–1569), el cual tenía
una visión pesimista y apocalíptica del mundo que lo asemejaba al Bosco, a quien admiraba
(Monserrat, 2009, p. 609).
En conclusión, el Jardín de las Delicias, con sus diferentes partes, intenta explicar la historia
de la humanidad y su relación con el pecado, sobre todo, el de la lujuria. Desde el nacimiento
de la humanidad hasta su perdición en el Infierno, el Bosco usa simbolismos y escenas
fantasiosas para enseñar no solo el camino que nos deparará el pecado, sino para criticar a la
Iglesia igual de inmoral que el pueblo. El trabajo simbólico e iconográfico en este tríptico fue
referente para artistas futuros que vieron en el Bosco y sus símbolos una visión interesante
del mundo, además que trasmite la esencia de lo que hoy conocemos como surrealismo. El
Jardín de las delicias, a pesar de todo, sigue siendo un misterio por develar, debido a que hay
poca información del mismo Bosco. Sin embargo, la investigación sobre la obra sigue en
curso y se han generado libros y artículos intentando explicar su contenido. Por ello, este
tríptico, debido a su misterio, mantiene un interés por el arte, por los artistas del pasado y su
historia.

Bibliografía
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humanidades, (2), 6. https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=2603211
FRAGIO, A. (2010). La ciencia en el infierno: Blumenberg y el hombre-árbol de 'El jardín
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IMAGINARIO, A. (s.f.). El jardín de las delicias de El Bosco. Cultura Genial.
https://www.culturagenial.com/es/el-jardin-de-las-delicias-de-el-bosco/
MALLENT, M. (2010). Jardines pintados. La imagen de la naturaleza recreada. Studium:
Revista de humanidades, (16), 249-274.
MONSERRAT, V. (2009). Los artrópodos en la obra de Hieronymus Van Aken (El Bosco).
Boletín de la Sociedad Entomológica Aragonesa, 45, 589-615.
PEÑALVER, L. (2002). Fenomenología de la experiencia visionaria en el Bosco: De la
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SILVA, P. (2016). Tríptico del Jardín de las delicias. Museo del Prado.
https://www.museodelprado.es/coleccion/obra-de-arte/triptico-del-jardin-de-las-
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VARGAS, S. (2019). 15 cosas que debes saber acerca del extraño y encantador ‘Jardín de las
delicias’. My Modern Met. https://mymodernmet.com/es/jardin-de-las-delicias-bosco/

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