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CAPÍTULO I.

- LA REVELACIÓN EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

El plan divino de salvación empieza con la Creación.

I-REVELACIÓN Y PALABRA DE DIOS

En el Antiguo Testamento no existe un término específico equivalente al nuestro de


Revelación, ni tampoco un concepto general que se corresponda con él; pero hay diversos
modos concretos de referirse a la intervención de Dios en la historia humana. Entre ellos, el
que más claramente representa una revelación de Dios al hombre es, sin ninguna duda, el
hablar divino, es decir, la Palabra de Yahvé.

Palabra, en la lengua hebrea, es Debar (o Dabar). Sus orígenes son inciertos, mientas que su
correspondiente raíz verbal podría indicar la idea de un <<estar detrás de y empujar>>, o
<<expresar lo que hay dentro>>; y de ahí que signifique hablar (y pensar), y también producir.

El Antiguo Testamento a veces significa exactamente la locución que expresa una idea, un
pensamiento; pero otras veces indica más bien la cosa que significa la locución, o también una
acción o un hecho; dibre Selomo (1 Re 11,41) no significa <<las palabras de Salomón>> sino
<<los actos o las obras de Salomón>>.

La palabra tiene, por tanto, una eficacia propia, no sólo para significar, dar a conocer, etc.
(valor noético), sino a veces también para realizar aquello que significa (valor dinámico).
Ejemplo de esta doble dimensión de la palabra en el Antiguo Testamento son las bendiciones o
las maldiciones, las cuales una vez que han sido pronunciadas tienen una especie de eficacia
propia: no se pueden retractar (cfr. Gn 27,33-35; Jos 6,26 en relación con 1 Re 16,34).

En la traducción griega de los Setenta (LXX), Debar se traduce a veces con logos y a veces con
rhéma: la primera indica sobre todo el valor noético, la segunda el valor dinámico de la
Palabra, pues además de significar palabra significa cosa. El texto original griego del Nuevo
Testamento usa logos, pero también rhéma, para expresar la idea hebrea de Debar. La
Vulgata traduce en alguna ocasión rhéma como res, cosa (cfr. Gn 18,14), mientras en otras
ocasiones lo traduce como verbum, palabra (cfr. Lc 1,37).

Esta doble dimensión de la Palabra se manifiesta de manera eminente, en el Antiguo


Testamento, cuando se trata de la Palabra de Dios (Debar Yahvé, traducido en griego como ho
logos tou Theou, así como tó rhema tou Theou). Is 55,10-11.

La palabra de Dios es reveladora, es decir, comunica un conocimiento a los hombres; es


también eficaz, incide en la historia humana, produce hechos concretos, dirige la historia;
más aún, realiza la historia de Israel y lo que ésta tiene de propio y específico.

La Revelación divina está de tal modo unida, en el Antiguo Testamento, a la Palabra de Dios,
que las demás manifestaciones divinas (teofanías, sueños, etc.) son modos de transmitir la
Palabra. De todas maneras, es verdad que la Revelación se realiza también por medio de
hechos o acontecimientos, que son inseparables de la Palabra.

En el Antiguo Testamento, la Palabra de Dios adquiere tres formas principales:

 La palabra creadora, que constituye la revelación natural o cósmica,


 La palabra de la Alianza (Promesa y Ley),
 La palabra profética.

Estas dos últimas formas de la Palabra constituyen la Revelación sobrenatural o histórica. La


palabra de Dios, en sus diversas formas, es una palabra dirigida al hombre para provocar una
respuesta: la respuesta del hombre a la Palabra divina sirve para entender mejor el sentido y la
finalidad de dicha Palabra, incluso cuando la respuesta no es la que Dios quería del hombre.

La respuesta del hombre a la Palabra de Dios, en el Antiguo Testamento, es una realidad


interior fundamental: la fe (o la incredulidad), que después tiende a expresarse mediante
palabras y acciones. Las palabras humanas de respuesta a la Palabra de Dios toman, sobre
todo, dos formas generales: palabras de alabanza y palabras de queja. Las acciones humanas
en respuesta a la Palabra de Dios pueden resumirse en la obediencia (o en la desobediencia),
en la vida ordinaria y en el culto.

En la medida que las respuestas de los hombres ayudan a entender el sentido y la finalidad
de la Palabra de Dios, ellas mismas tienen también un valor de Revelación. Así se entiende
que Dios haya querido que, en las Sagradas Escrituras, consten no sólo sus palabras y acciones
en la historia, sino también las respuestas humanas, de tal manera que –mediante la
inspiración bíblica- los relatos de numerosas palabras y acciones de los hombres se convierten
en Palabra de Dios. <<la Palabra de Dios en el Antiguo Testamento dirige e inspira una historia
que comienza con la Palabra de Dios en la Creación y concluye con la Palabra hecha carne>>.

II. LA PALABRA CREADORA: REVELACIÓN NATURAL O CÓSMICA.

<<Dijo Dios: Que exista la luz. Y la luz existió>> (Gn 1,3). Desde la primera página de la Biblia
encontramos el sentido eminentemente dinámico, eficaz, de la Palabra de Dios, como palabra
creadora. Pues Él habló y fue así; Él lo mandó y se hizo>> (Sal 33,6-9).

La creación, pues, se nos presenta como una cosa dicha por Dios y, por lo tanto, como
revelación (Sal 19,2-5). El mundo creado constituye una revelación natural o cósmica a la que
se refieren el libro de la Sabiduría (cfr. Sab 13, 1-9) y san Pablo en la Carta a los Romanos (cfr.
Ro 1, 18-23). Esta revelación, sin embargo, no es plenamente una palabra dirigida
explícitamente de modo personal al hombre, como lo será la revelación histórica; pero
permite que el hombre pueda conocer la existencia, la majestad, la potencia, etc., de Dios, a
través de sus obras y consecuentemente dar también una respuesta.
La palabra creadora tiene una importancia particular en la creación del hombre <<Hagamos
al hombre, a imagen de Dios, es –en la revelación cósmica- la palabra que en mayor medida
revela a Dios.

La revelación cósmica no se impone como tal al hombre, pues él debe reconocer el mundo
como palabra de Dios; esto ha ocurrido de diversas maneras a lo largo de la historia humana,
dando origen al fenómeno religioso, que ha sido universal, aunque lleno de imperfecciones e
incluso de negaciones de la existencia de un Dios personal distinto del mundo. El origen de los
errores es, sin duda –lo sabemos por la Revelación sobrenatural-, el pecado original; por eso la
revelación histórica o sobrenatural se hizo moralmente necesaria para que todos los
hombres fueran capaces de llegar al conocimiento de Dios, con facilidad, con seguridad y sin
errores.

Es verdad de fe definida la posibilidad que tiene el hombre, incluso en su actual condición de


naturaleza caída, de conocer con certeza al Dios vivo y verdadero, con las solas fuerzas de su
razón a través de lo que conoce del mundo creado. Esta posibilidad es de fundamental
importancia, porque si el hombre no fuera capaz por su propia naturaleza de conocer a Dios,
entonces tampoco estaría capacitado para reconocer una revelación sobrenatural del mismo
Dios.

Es útil considerar que la posición protestante en este punto ha presentado diversos momentos
y direcciones, según los autores. Se puede decir, generalizando, que el pensamiento derivado
de la reforma protestante ha negado habitualmente la posibilidad de la teología natural,
defendiendo un fideísmo basado en el carácter fiducial de la fe.

Este afanoso discurrir del pensamiento teológico protestante es, entre otras cosas, una prueba
de experiencia sobre la importancia teológica –y no solamente filosófica- de la verdad sobre la
posibilidad del conocimiento natural de Dios. Es también útil para subrayar la importancia, en
teología, de tener siempre presente la naturaleza analógica de cada uno de nuestros
razonamientos sobre Dios: no se puede afirmar que exista una semejanza entre las criaturas
y Dios sin afirmar, al mismo tiempo, que existe una disimilitud aún mayor.

Hoy, como siempre, el mundo creado es palabra de Dios dirigida al hombre, pero en muchos
ambientes, parece más difícil que en tiempos pasados reconocer la Palabra de Dios en las
cosas creadas. Por tanto, la necesidad moral de la Revelación histórica resulta aún más
necesaria.

III. LA REVELACIÓN HISTÓRICA O SOBRENATURAL.

Dios, además de la manifestación que de sí mismo ofrece al hombre en las cosas creadas,
desde el mismo principio de la historia quiso establecer con el hombre una relación de
amistad por encima del orden natural o simplemente creatural.
<<Dios, al crear y conservar todo por el Verbo (cfr Jn 1,3), ofrece a los hombres una perpetua
expresión de Sí mismo en las cosas creadas (cfr. Rm 1, 19-20), y, queriendo abrir el camino de
la salvación sobrenatural, se manifestó, además, ya desde el principio, a nuestros primeros
padres. Después de su caída, al prometerles la redención, alentó en ellos la esperanza de la
salvación (cfr. Gn 3,15) y tuvo un constante cuidado por el género humano, para darles la vida
eterna a todos aquellos que buscan la salvación con la perseverancia en las obras buenas (cfr.
Rm 2, 6-7). A su debido tiempo, llamó a Abraham para hacer de él un gran pueblo (cfr. Gn 12,
2-3), al que, después de los Patriarcas, adoctrinó por medio de Moisés y de los Profetas para
que lo reconocieran a Él como único Dios vivo y verdadero. Padre providente y Juez justo, y
para que esperaran al Salvador prometido; y de esta manera preparó el camino al Evangelio a
lo largo de los siglos>>

a) La Revelación primitiva

La historia del origen del mundo y del hombre ha quedado escrita, por inspiración divina, en
los primeros capítulos del libro del Génesis. Hay que destacar cómo en las dos narraciones
sobre la creación del hombre (cfr. Gn 1, 26-29; 2, 7-24) se da especial realce a la dignidad del
hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, así como a la particular familiaridad que
tenía el hombre con su Creador desde un principio. Ese estado primitivo del hombre se
expresa de manera más clara por el contraste con el estado de los progenitores tras el pecado,
al rebelarse el hombre contra Dios, se alejó de la intimidad divina y quedó sujeto al
sufrimiento y a la muerte (cfr. Gn 3,1-24).

Es necesario señalar la existencia, desde los comienzos de la humanidad, de una Revelación


divina distinta y más allá del testimonio que Dios ofrece de Sí mismo a través de las
criaturas; una Revelación, por tanto, sobrenatural, dirigida a establecer entre Dios y el hombre
una relación de amistad e intimidad por encima de la relación criatura-Creador.

El hombre, efectivamente, fue creado en un estado de santidad y justicia, que perdió como
consecuencia del pecado (pecado original). El estado de pecado es una situación de privación
de la amistad e intimidad con Dios; de privación de la gracia sobrenatural que deifica al
hombre haciéndolo partícipe de la vida íntima de la Trinidad divina. Ese estado de privación
de la gracia, acompañado también de sufrimientos, del debilitamiento de las capacidades
naturales de conocer la verdad y de hacer el bien, y del sometimiento a la muerte, se
transmite a todos los hombres con la naturaleza humana.

Tras el pecado, Dios aseguró a los progenitores con la esperanza de la salvación. Esta promesa
de redención está narrada en el Gn.3,15 como anuncio de la futura victoria de la descendencia
de la mujer sobre el Maligno (la serpiente), que fue el tentador.

En la Revelación primitiva, Dios manifestó al hombre no sólo su potencia creadora, sino,


sobre todo, su amor al hombre mismo, al que ofreció una participación en la intimidad
divina. Por su parte, el hombre tenía que respetar los preceptos divinos (resumidos, en el
relato del Génesis, en la prohibición de comer el fruto del árbol de la ciencia del bien y del
mal): el hombre tenía que fiarse de Dios y, en consecuencia, obedecerle. Esta prohibición era,
ciertamente, una prueba para el hombre, pero no lo era en el sentido de que Dios quisiera
probar al hombre o exigirle un resarcimiento por sus dones.

Por un lado manifiesta el respeto de Dios a la libertad del hombre; por otro, manifiesta el
mismo amor divino que es el único origen de sus dones: <<el punto delicado y profundísimo
de la relación que Dios quiere establecer con el hombre, respetando la libertad, pero
exigiendo fidelidad y sumisión enraizadas en el amor>>.

Incluso después de la infidelidad del hombre, se manifiesta –a través de la promesa de


redención- que el amor de Dios al hombre es un amor fiel.

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