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BIBLIOTECA NUEVA UNIVERSIDAD
MANUALES Y OBRAS DE REFERENCIA
SERIE PSICOLOGÍA
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María Paz Bermúdez
Ana María Bermúdez Sánchez (Eds.)
BIBLIOTECA NUEVA
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Cubierta: A. Imbert
© ISPCS, 2014
© Editorial Biblioteca Nueva, S. L., Madrid, 2014
Almagro, 38
28010 Madrid
ISBN: 978-84-16169-21-4
Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución,
comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de
propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la
propiedad intelectual (arts. 270 y sigs., Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos
(www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos.
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ÍNDICE
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PRÓLOGO, Manuel Peralbo Urquiano
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5.8.4.2. Propuesta de actividades a realizar por los profesores: actividades
escritas
5.8.4.3. Propuesta de actividades a realizar por los profesores: organización e
integración de la clase
5.8.4.4. Propuesta de actividades a realizar por los padres
6. Caso clínico
6.1. Descripción y evaluación
6.2. Proceso de intervención psicoeducativa
7. Referencias bibliográficas
8. Lecturas recomendadas
9. Cuestionario de autoevaluación
10. Anexos
Anexo I. Evaluación e intervención en hiperactividad con déficit de atención (TDH-A)
Anexo II. Cuestionario de análisis funcional de la conducta problemática en los centros escolares
(análisis situacional: antecedente/conducta/consecuente)
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12. Lecturas recomendadas
13. Cuestionario de autoevaluación
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4.4.1. Reestructuración cognitiva
4.4.2. Entrenamiento en autoinstrucción
4.4.3. Resolución de problemas
4.5. Técnicas de exposición
4.6. Técnicas cognitivo-conductuales
4.7. Tratamiento farmacológico
5. Conclusiones
6. Caso clínico
6.1. Descripción del caso
6.2. Evaluación
6.3. Tratamiento
7. Referencias bibliográficas
8. Lecturas recomendadas
9. Cuestionario de autoevaluación
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8. Lecturas recomendadas
9. Cuestionario de autoevaluación
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2.4.2. Evaluación conductual
2.5. Aplicación de las técnicas de tratamiento de la encopresis
2.5.1. Tratamientos médicos
2.5.2. Tratamiento de la encopresis según Levine
2.5.3. Aportaciones de la terapia de conducta
2.5.3.1. Técnicas de reforzamiento positivo
2.5.3.2. Técnicas de castigo
2.5.3.3. Reforzamiento negativo
2.5.3.4. Uso del retrete y control de estímulos
2.5.3.5. Técnicas de biofeedback
3. Caso clínico
4. Referencias bibliográficas
5. Lecturas recomendadas
6. Cuestionario de autoevaluación
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4.3.3. Cronoterapia
4.3.4. Reducción del tiempo en cama
4.3.5. Higiene del sueño
4.4. Otras técnicas
4.5. Tratamiento farmacológico
5. Conclusiones
6. Caso clínico
7. Referencias bibliográficas
8. Lecturas recomendadas
9. Cuestionario de autoevaluación
10. Anexo
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Relación de autores
14
A todos los profesionales de los que he
aprendido sobre Psicología Clínica Infantil.
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Prólogo
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período fruto, en gran medida, de la interacción social es tan variable que el
conocimiento de los factores que determinan los primeros aprendizajes sean o no
adaptativos es crucial.
Dar cuenta de esta especificidad desde una perpectiva coherente requiere de un
notable esfuerzo que en este manual es posible observar. Se trata de una obra de
indudable interés. En ella el lector encontrará un abordaje completo y complejo de
muchos de los problemas de conducta que afectan a la infancia en nuestra cultura. La
hiperactividad, los problemas relacionados con la conducta antisocial, la inteligencia,
con el sueño, con la conducta comunicativa y la interacción social, son tratados aquí
desde la convicción de que constituyen problemas cuya comprensión y tratamiento
clínico requieren de una aproximación interdisciplinar. Y desde la conciencia, como
dirían Cichetti y Toth, de que, aunque el estudio de los trastornos mentales infantiles
se ha beneficiado de la psicopatología adulta, la psicopatología infantil es un campo
diferenciado que requiere de la utilización de un enfoque evolutivo si quiere aportar
una perspectiva comprensiva. Esto supone el estudio de los orígenes y curso de los
patrones individuales de conducta desadaptativa, sin olvidar que sobre ellos inciden
variables ontogenéticas, genéticas, bioquímicas, biológicas, fisiológicas, sociales,
culturales, ambientales, familiares, cognitivas, socio-cognitivas, lingüísticas,
representacionales y socio-emocionales. La evaluación comprensiva de estos factores
biológicos, psicológicos y sociales es esencial para comprender cómo se producen las
transformaciones y reorganizaciones a lo largo del tiempo y para determinar los
factores protectores y de riesgo que operan en el individuo y en su medio a lo largo
de la ontogénesis. Sólo así será posible valorar la diferente vulnerabilidad y
resistencia que presentan los niños y las niñas de nuestras sociedades.
Así pues, no nos interesa sólo conocer los motivos por los que las
desadaptaciones se producen, nos interesa también conocer el impacto que tienen
como factores que afectan al curso del desarrollo infantil. Necesitamos conocer sus
orígenes, su curso, las técnicas de diagnóstico y detección precoces, las estrategias
terapéuticas disponibles, pero también la forma en que estas desorganizaciones, sean
del sueño, de la conducta antisocial, de la inteligencia, de la comunicación, etc.,
afectan al curso evolutivo de los niños y niñas y de quienes conviven con ellos como
responsables de su educación y cuidado. No conviene olvidar que, como parte de un
sistema social que también se desarrolla (la familia es uno de ellos), hay que entender
que la desadaptación, independientemente de su etiología, tiene efectos sistémicos
que se difunden a través de la interacción social y que tales efectos sobre el entorno
constituyen parte de la desadaptación cuyo tratamiento debemos abordar. Los
problemas en la infancia, en este sentido, no sólo tienen una lectura individual, sino
también social. Esta influencia es recíproca; los agentes sociales inducimos, desde la
clínica o la educación, aprendizajes que promoverán el desarrollo infantil. Ambas
formas de influencia pueden ser más o menos sistemáticas, pero todas ellas son
igualmente intencionales y persiguen un fin semejante. Podríamos pensar que un
Manual de Psicología Clínica Infantil olvidaría muchos de los argumentos anteriores,
pero no es éste el caso. Se trata de una obra que no sólo invita a estas reflexiones,
sino que, implícitamente unas veces y explícitamente otras, las incorpora en sus
análisis.
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Pero, más allá de todo esto, se trata de un texto útil, coherente, riguroso, claro y
actual, cinco atributos que la hacen altamente recomendable para quienes pretendan
adentrarse en el complejo, pero apasionante, mundo de la psicopatología infantil.
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CAPÍTULO PRIMERO
1. INTRODUCCIÓN
En este capítulo se analiza uno de los apartados que en el contexto general de las
dificultades de aprendizaje es importante por la repercusión que posee el tema de la
hiperactividad con déficit de atención (TDA-H) tanto en los propios alumnos como
en las familias y, en definitiva, en los profesores. Los niños hiperactivos con
trastornos de atención se presentan como alumnos/as que entorpecen y dificultan la
marcha de la clase y que, en muchas ocasiones, se ven abocados no sólo al fracaso
escolar sino también a un rechazo tanto por parte de profesores como de sus propios
compañeros.
En estos momentos en que el discurso de la escuela inclusiva entra de lleno en el
panorama educativo, parece importante plantear de qué manera se puede intervenir
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para facilitar la integración de estos alumnos, sobre todo cuando investigaciones
recientes (Barkley, 1990; Du Paul y Stoner, 1994; Miranda, Presentación y Salvador,
1996; Miranda y cols., 1999) señalan que, para que dicha intervención sea eficaz, se
deberá llevar a cabo en los contextos en los que tendrán que ejecutarse los
comportamientos deseados.
En consecuencia, los epígrafes que se desarrollan en este capítulo se centran en
la clarificación conceptual de la hiperactividad con déficit de atención, en sus
determinantes y factores incidentes para terminar abordando, de un modo nuclear, los
procesos de intervención psicoeducativa en niños hiperactivos.
Uno de los trastornos que más perturban la marcha escolar es, en el momento
actual, la hiperactividad. Dicho trastorno no solamente presenta un componente
comportamental que incide en la dinámica del aula sino que también tiene
consecuencias para alcanzar con éxito los aprendizajes escolares, encontrándonos
ante el hecho de que un número importante de alumnos afectados de hiperactividad
suelen fracasar en la adquisición de los mismos debido a los trastornos de atención, a
la impulsividad y al trastorno psicomotriz que suelen acompañar a los déficit
atencionales y síndromes hipercinéticos.
La intención no es hacer una referencia exhaustiva sobre la hiperactividad como
cuadro nosológico y clínico puesto que existe literatura abundante en lengua
castellana y, en concreto, autores como Velasco (1976), Miranda y Santamaría
(1986), Miranda y cols. (1996), Miranda y cols. (1999), Taylor (1991, 1997), Orjales
(1992, 2001), Moreno (1995) que han estudiado con profundidad este tema y que
recomendamos consultar a quienes estén interesados en estudiar detenidamente esta
temática; sin embargo, comenzaremos con la exposición del tema sobre las
dificultades de aprendizaje asociadas a alteraciones conductuales. Para ello es preciso
resaltar que una definición de alumnos con Dificultades de Aprendizaje (en adelante
DA) y que actualmente está consensuada entre los investigadores en este campo
incluye las dificultades en la interacción social, las emocionales y las de coordinación
dinámica y, obviamente, las implicadas en tareas específicas de aprendizaje en
situaciones educativas, según datos que aportan Hammil (1990) y Wong (1994). Se
considera que las DA son intrínsecas al sujeto y pueden afectar al aprendizaje y a la
conducta. En esta línea debemos tener en cuenta, en consecuencia, que hay
dificultades de aprendizaje asociadas a problemas emocionales y a la conducta.
En definitiva, éste es un tema importante por lo que respecta a la necesidad que
tienen estos alumnos de disponer de mecanismos psicológicos y habilidades sociales
apropiadas para sus complejas interacciones que deberán realizar a menudo, tanto en
su vida diaria fuera del contexto escolar como en su propio proceso educativo.
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afecta a la conducta y a los procesos normales de aprendizaje y que se ha adscrito,
desde hace varios decenios, a las disfunciones cerebrales mínimas (DCM). Por su
importancia e incidencia en la población preescolar y escolar en lo que atañe a sus
procesos de aprendizaje, trataremos de analizar este síndrome desde tres perspectivas:
desde la búsqueda de elementos definitorios, desde los elementos básicos que se
observan como síntomas relevantes y desde las propuestas de intervención educativa
que se proponen en la actualidad en la óptica de una intervención de corte y
orientación educacional como modelo de base.
Dado que la hiperactividad se ha relacionado con mucha frecuencia con las
DCM, diremos que se ha observado que una de las características que definen a las
DCM en niños es la hiperactividad o hipercinesia. Strauss y Lethinen (1947) y
Strauss y Kephart (1984) descubren desde el inicio de sus investigaciones que la
hiperactividad estaba presente en la mayoría de los niños diagnosticados con DCM.
Fue con estos niños con los que trabajaron en sus investigaciones lo que ha permitido
buscar elementos de identificación y de intervención ya que les han facilitado aplicar
una serie de técnicas a través de las que han podido tolerar mejor su propia situación
escolar, avanzar en su aprendizaje, así como su control motórico y conseguir una
mejora en su rendimiento académico.
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desconocidas. La definición de DCM está justificada, además, en los medios
científicos de la medicina, al menos inicialmente en los Estados Unidos porque
ofrecía dos ventajas clave:
a) El término de mínima es muy adecuado para el uso médico dado que permite
diferenciar las lesiones producidas por una serie de procedimientos que las distingue
de las lesiones «graves», señalando, así, un aspecto subclínico muy leve.
b) El término cerebral señala la posibilidad de un daño leve, pero orgánico, en el
cerebro.
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artículos clínicos y de investigación que publica en 1964 y que apoyan las
tesis neuropsicológicas actuales, afirma que es innegable, por su evidencia,
que las lesiones o disfunciones cerebrales inciden de forma directa en el
desencadenamiento y desarrollo de conductas motrices alteradas y otros
síntomas asociados, dado que todos los estudios e investigaciones realizadas
coinciden en este dato. Pero apunta Birch (1964) que se debe tener especial
cuidado cuando nos referimos a las disfunciones cerebrales leves o mínimas
y a sus efectos en el comportamiento; sobre todo en el comportamiento
motor porque, si bien es cierta la existencia de esta influencia, debemos
saber, sin embargo, respecto de las lesiones cerebrales, que su efecto
depende de varios factores como, por ejemplo, los siguientes (Birch, 1964):
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resulta coherente con los conocimientos actuales sobre los procesos implicados en la
regulación de la atención:
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Según Miranda y Santamaría (1986), Miranda y cols. (1996) y Miranda y cols.
(1999), los criterios diagnósticos concretos de la hiperactividad sistematizados por
Douglas en 1972 y 1976 eran, como elementos definitorios, los siguientes:
Por su parte, Barkley (1983, 1990) y Miranda y cols. (1999) recogen las
principales características que tienen en común las diferentes definiciones y
conceptos que se han dado sobre la hiperactividad:
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c) La aparición de tales problemas durante los primeros años de su vida.
d) La persistencia de los síntomas durante varios meses como mínimo.
e) La perseverancia de los síntomas en situaciones diversas (en el colegio, en
casa, con los amigos, etc.).
f) La discrepancia entre la capacidad intelectual del niño y sus problemas de
autocontrol.
g) La dificultad de explicar los síntomas sobre la base de trastornos del
desarrollo o enfermedades de tipo neurológico tales como daño cerebral, sordera,
ceguera o trastornos emocionales severos (autismo, esquizofrenia).
Éstos pueden ser los elementos definitorios; en este caso, recogiendo las
aportaciones de una serie de investigadores sobre el tema que pueden dimensionar la
hiperactividad en niños.
Figura 1
Factores del desarrollo psicomotor y la integración sensomotora
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Se sabe que el desarrollo psicomotor posibilita la integración y articulación
adecuada de los elementos sensomotores que están implicados en la percepción
espacial y cinestésica. Además, sabemos por las investigaciones realizadas en el
marco de la psicología genética que toda la etapa sensorio-motora posibilita, en la
práctica, determinados niveles cognitivos.
Algunos autores consideraron que, para los niños hiperactivos, es necesaria una
estimulación específica de acuerdo con su retraso sensomotor que, a su vez, les
posibilite una rápida recuperación con la finalidad de que incida, por una parte, en la
motricidad, para, por otra, incidir en la sensomotricidad y, por último, en los niveles
cognitivos: percepción, atención, memoria, razonamiento, etc., para que, de ahí,
posibilite la mejora de los aprendizajes instrumentales.
La asociación e integración sensomotora y cognitiva es uno de los aspectos más
importantes a tener en cuenta en los niños hiperactivos. Para Koppitz (1980) las
funciones integradoras caracterizadas por el desarrollo de su percepción visual y
auditiva, la traducción en actividad motora de lo que se percibe, la manera de integrar
las percepciones de tiempo, espacio y ritmo, vienen a ser los elementos más
importantes diferenciadores de los niños con dificultades escolares respecto de los
niños normales. Hay, por lo tanto, como vemos en el esquema, una clara
interdependencia de estos tres niveles (véase Figura 1).
Respecto de las variables con un carácter más marcadamente ambiental que
parecen incidir en la génesis y mantenimiento de la hiperactividad, podemos destacar
las que a continuación señalamos:
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a) La dieta de nutrición cuando es escasa, con pobreza proteica y/o calórica
durante la infancia, provoca en el niño un retraso motor, coordinación motórica
general y segmentaria pobres y disminución de la capacidad cognitiva. Estos efectos
pueden producirse ya a nivel fetal por alteraciones placentarias, observándose
alteraciones ya en el SNC desde el momento del nacimiento. El análisis de la
desnutrición del niño no puede considerarse desvinculado del ambiente en que se
produce. Este hecho lleva siempre asociados otros elementos ligados directamente a
ambientes pobres como son los bajos niveles culturales y económicos.
b) Las situaciones relacionales en la familia; se sabe que inciden directamente en
el desencadenamiento de conductas hiperactivas cuando llegan a ser duraderas y
dominantes las conductas de estrés emocional a que puede estar sujeto el niño: malos
tratos, aislamiento, abandono o incomunicación, ciertas pautas de agresividad,
situaciones generadoras de ansiedad, etc.
c) Edad y sexo: parece que en la hiperactividad hay una incidencia de la edad y
del sexo importante, el nivel de aparición suele darse, en sus máximos niveles, entre
los 7 y los 10 años. Este dato es importante porque nos muestra cuáles pueden ser los
niveles de remisión de este tipo de alteraciones hiperactivas. Los datos muestran con
claridad una mejora a partir de los 12-14 años. Por otra parte, el sexo es relevante en
este tema: parece ser que no sólo el número de niños hiperactivos es superior sino que
tienen una mayor sensibilidad de remisión cuando ocurre en niñas. Como dato
explicativo de estas diferencias, se recurre a la dominancia interhemisférica entre los
sexos, así como a las diferencias de roles que cada sexo lleva asociado
educacionalmente.
Es uno de los factores que con mayor asiduidad aparecen en los trabajos e
investigaciones realizadas. Se ha realizado un estudio neuroclínico con 141 niños
normales e hiperactivos observándose que el peso al nacer de los niños hiperactivos
era sensible y significativamente inferior a los normales. Se concluye que los niños
prematuros se asocian a niños con dificultades en la conducta como así lo demuestran
múltiples datos contrastables.
Otro de los factores que se citan con frecuencia es el estrés psicológico de la
madre durante el embarazo como un elemento determinante del posterior síndrome
hiperactivo del niño. Se ha comprobado que las madres de los niños hiperactivos
tuvieron más problemas psiquiátricos y conductuales con mayor estrés que las madres
del grupo normativo durante el embarazo. Hay que indicar también que existen
investigaciones que señalan que tales dificultades y complicaciones perinatales no
deben tener consecuencias, específicamente, posteriores y que, quizás, dichas
consecuencias pueden verse atenuada y/o agravadas por factores ambientales
(Miranda y cols., 1996).
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3.3. RETRASO EN LA MADURACIÓN DE ESTRUCTURAS NEUROPSICOLÓGICAS
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importantes: suele manifestarse una conducta de incoherencia en la coordinación
dinámica general y segmentaria, lo que lleva a caídas frecuentes y dificultades de
organización, estructuración y orientación espaciales. Lo mismo suele ocurrir con la
motricidad fina. Todo ello nos hace pensar que el desarrollo psicomotor del niño ha
sido deficiente o ha tenido dificultades en su proceso de desarrollo.
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Dicha limitación no es estructural o etápica, sino global e inespecífica y la capacidad
de procesamiento o «esfuerzo», «energía» o «atención» es de propósito general y susceptible
de ser asignada a todos y cada uno de los procesos mentales (pág. 120).
Hay una serie de estudios que han puesto de manifiesto la relación clara
existente entre la hiperactividad y conductas de labilidad emocional y afectiva
asociada a la agresividad. Suelen pasar con facilidad de unos estados de ánimo a otros
donde lo que prevalece es una dificultad de control de estímulos externos
relacionados con procesos de interacción social. Todo ello desemboca en las
dificultades con las que se encuentra el niño hiperactivo para mantener unas
relaciones de interacción normales con la familia, los profesores y los compañeros.
Se ha señalado que estos niños tienen dificultades para interpretar la conducta de
los adultos. Obviamente puede observarse un proceso de feedback en el sentido de
que, a su vez, se crean situaciones de reacción aversiva y respuestas en su entorno y
medio social que suelen crear dificultades al niño en su situación y en la ejecución de
tareas escolares. Los datos que se obtuvieron para comprobar esta hipótesis indican
que los niños con hiperactividad y dificultades de aprendizaje a menudo eran hostiles
e inestables con sus profesores y compañeros (Whalen, 1986). Pero, por otra parte,
también es cierto lo contrario: los datos obtenidos de los padres y del entorno indican
que hay en ellos poca disponibilidad para la comprensión y complacencia con los
niños hiperactivos. De esta forma el proceso de feedback resulta ser específicamente
negativo para el niño. No favorece la construcción positiva de su autoconcepto, por lo
cual son niños con muy baja autoestima y poca capacidad de asertividad personal. En
el fondo del comportamiento hiperactivo hay un rechazo implícito al mantenimiento
normal de los procesos de interacción interpersonal.
Esquemáticamente se puede hacer una serie de subtipos por áreas conductuales-
cognitivas de incidencia según el orden que se presenta en el cuadro siguiente (véase
Cuadro 2).
Cuadro 2
Subtipos de sintomatologías de la hiperactividad por áreas
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ÁREA COGNITIVA
— Se distrae con facilidad
— Limitación de capacidad de atención
— No presta atención a los otros
— No acaba casi nunca las tareas
— Parece como si estuviera en las nubes
HABILIDADES SOCIALES
— Su conducta molesta a los demás
— Tiene muchas dificultades para actividades y tareas cooperativas
— No tiene sentido de las reglas y normas de grupo
— Acepta mal las indicaciones y directrices del profesor
— Rechaza las órdenes, no las reconoce
— El grupo no suele aceptarlo bien
— Es negativo en su conducta aunque intenta dominar a las demás
— No cuida sus cosas
ÁREA AFECTIVA/EMOCIONAL
— Suele culpabilizar a los otros negando sus errores
— Hay cambios frecuentes y bruscos de estados de ánimo
— Exige siempre del profesor demasiadas atenciones
— No tiene confianza en sí mismo y se siente inferior a los demás
— Tiene aspecto de estar enfadado y de ser muy susceptible
— Parece que lo importante para él es llamar la atención de los demás
— Necesita que se le ayude de forma continua
— Es impulsivo e irritable
ÁREA MOTORA
— Hay una excesiva inquietud motora, aspecto de intranquilidad constante, de movilidad e inestabilidad
motriz
— Exige respuestas inmediatas a sus demandas casi siempre impulsivas
— Está tenso, es muy difícil lograr la relajación
APRENDIZAJE
— Dificultades en el aprendizaje
— Lento en el trabajo, sobre todo en las tareas que exigen atención y cooperación
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relacionadas. Hay que dejar muy claro, no obstante, que los niños con dificultades en
lectura, en la mayor parte de los casos, no son necesariamente hiperactivos.
— Escasa capacidad de memoria: se olvidan fácilmente de las instrucciones, de
las órdenes que se le dan para realizar tareas u otras actividades; en general, les
resulta difícil la retención y almacenamiento de la información, aun ejercitando la
actividad de forma intensa.
5.1. INTRODUCCIÓN
En otro lugar (Barca y cols., 1994, 1997; Barca, 1998) hemos señalado en qué se
fundamentaban las líneas generales del proceso instruccional en el marco de la
Psicología de la Educación. Por otra parte la evaluación inicial, desde nuestra óptica,
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es uno de los primeros elementos a tener en cuenta en el proceso de intervención
psicopedagógica puesto que significa la elaboración de la información, a través de las
entrevistas con los padres, los profesores y las respuestas obtenidas de los sujetos a
través de cuestionarios, técnicas instrumentales psicométricas o técnicas proyectivas;
todas ellas seguramente necesarias para la obtención de todo tipo de información que
nos dará las pautas de las líneas de intervención a seguir. Dicha evaluación,
insistimos, resulta fundamental porque nos va a proporcionar los índices del proceso
de intervención psicopedagógica. El DSM-IV considera que, para que un niño pueda
ser diagnosticado de este trastorno, debe cumplir los criterios siguientes (véase
Cuadro 3):
Cuadro 3
Criterios de diagnóstico de la hiperactividad (DSM-IV) (APA, 1995)
a) A menudo no presta atención suficiente a los detalles o incurre en errores por descuido en las tareas
escolares, en el trabajo o en otras actividades
b) A menudo tiene dificultades para mantener la atención en tareas o actividades lúdicas
b) A menudo abandona su asiento en la clase o en otras situaciones en que se espera que que permanezca
sentado
c) A menudo corre o salta excesivamente en situaciones en que es inapropiado hacerlo (en adolescentes y
adultos puede limitarse a sentimientos subjetivos de inquietud)
d) Con frecuencia tiene dificultades para jugar o dedicarse tranquilamente a actividades de ocio.
Cuadro 3. (Continuación)
Criterios de diagnóstico de la hiperactividad (DSM-IV) (APA, 1995)
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IMPULSIVIDAD
g) Con frecuencia precipita respuestas antes de haber sido completadas las preguntas
h) A menudo tiene dificultades para guardar su turno
i) Frecuentemente interrumpe o se inmiscuye en actividades de otros
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— C-6. Escala de clasificación de la actividad de Werry, Weiss y Peters.
Consta de unos 31 ítem que describen conductas hiperactivas en situaciones
diversas: en casa, el colegio y en público. Esta escala proporciona descripciones
comportamentales específicas de situaciones en las que el niño se desenvuelve en su
vida cotidiana (comidas, juego, sueño, televisión, deberes, situaciones escolares, etc.).
Se considera de gran utilidad para planificar estrategias de intervención
psicopedagógica.
36
de Bender, el test de Desarrollo de Percepción Visual de Frostig y, específicamente,
para los problemas de atención, el test de Ejecución Continua (CPT). Todas estas
técnicas de evaluación psicométrica poseen sus propios baremos, sus propiedades
psicométricas, así como sus niveles de interpretación adecuados a las características
de edad y niveles escolares de los sujetos. De ahí que, como es natural, se seguirán
con rigor las instrucciones y pautas de interpretación que cada uno de los autores y
manuales de estas pruebas indiquen. Todos estos test están lo suficientemente
contrastados científicamente para que los datos sean tomados en cuenta en el proceso
de evaluación de la hiperactividad y trastornos asociados como son los atencionales.
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posibilidad de que se repita la conducta transgresora.
Todo ello hace pensar que la recompensa tiene un rol primordial en la conducta
de los sujetos hiperactivos.
Excesos:
Son aquellas conductas que el niño realiza muy frecuentemente, muy
intensamente o en un momento inadecuado. Por tanto, son aquellos comportamientos
que ocurren con una frecuencia superior a la que deseamos.
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Ejemplos: pelearse con los compañeros, ver demasiado tiempo la televisión,
manifestar rabietas injustificadas, preguntar cosas no relevantes en clase con
demasiada frecuencia, llamar la atención, hacerse notar, etc.
Déficit:
Aquellos comportamientos que el niño realiza rara vez y que deseamos que
ocurran con mayor frecuencia.
Ejemplos: hacer los deberes, jugar con los compañeros, acabar la tarea a tiempo,
lavarse los dientes sin que se lo recuerden, etc.
Promedios:
Son conductas apropiadas que observamos en el niño el suficiente número de
veces. Es evidente que los promedios no constituyen nunca un problema de
comportamiento.
Ejemplos: participar adecuadamente en las clases, leer tebeos o libros en horas
de ocio, etc.
a) Se concibe la conducta como algo inalterable, per se. El niño acaba pensando
que su forma de comportarse está determinada por factores que él no puede controlar.
Así es improbable que el chico intente alterar su conducta, es decir, se le predispone a
una falta de motivación para solucionar el problema.
b) Se cometen errores por generalización. Al emitir este tipo de definiciones,
olvidamos que, sin duda, el niño tendrá cualidades positivas en las que apoyarnos
para cambiar su forma de comportarse.
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Otra forma que usamos habitualmente para definir los problemas es lo que
podemos llamar explicaciones simplistas. Es lo que hacemos cuando decimos cosas
como le falta cariño o está sobreprotegido por su madre.
Los problemas aquí se pueden encontrar en que:
Por lo tanto, la definición del problema debe ser una descripción clara de lo que
el niño hace, a quién lo hace, cómo, dónde y cuándo lo hace. Esta definición debe
permitir establecer formas de medir o cuantificar esa conducta. Ejemplo: así, en lugar
de afirmar «Juanito es agresivo», debemos decir que «Juan (quién) tira del pelo y da
puñetazos (qué) fuertes (cómo) a las niñas (a quién) en el colegio (dónde) durante el
recreo (cuándo)».
La ventaja de este tipo de definiciones es que nos permite medir/evaluar la
conducta.
3. Importancia y formas de evaluar la conducta
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1. Se debe realizar la observación a la misma hora del día, o en el mismo
período de la clase, para evitar que la variación producida por el sueño, cansancio,
aburrimiento, etc., nos lleve a pensar que la conducta está mejorando o empeorando
sin ser cierto.
2. La observación y la medición de la conducta habrá de realizarse de una forma
u otra dependiendo de la conducta que se trate. Para ello se utilizan hojas de registro
(véase modelo en el Anexo I).
Las hojas de registro deben ser confeccionadas en función del tipo de
comportamiento, esto es, cada alumno, cada comportamiento, cada situación debe ser
tratada como si fuese única.
Ejemplo: Carlos abandona su puesto frecuentemente en clase y se pasea con
diferentes pretextos. Se puede utilizar un reloj que emita una señal cada hora
observando nosotros si, en los siguientes 5 minutos al pitido, el alumno se levanta o
no, apuntándolo en nuestra hoja de registro.
3. Se procurará en su hoja de registro cada vez que aparece la conducta. Si
intenta llevar la cuenta de memoria, acabará sin duda dando números aproximados
que corresponderán más a sus expectativas previas que al comportamiento real.
4. Se deberá intentar que el alumno no note que se le está observando ya que, si
lo sabe, puede alterar su conducta.
5. La duración del período de observación estará en función del tipo de conducta
que se trate. Si la conducta es de una frecuencia muy alta, será suficiente observar
durante dos o tres días. Por el contrario, si la frecuencia es baja, hará falta más
tiempo, incluso semanas. Como orientación general podemos decir que un período de
observación de una o dos semanas suele ser adecuado en gran cantidad de conductas.
Como hemos indicado, el tipo utilizado de medición/evaluación de la conducta
será función de ésta, aunque podemos citar las formas más usadas:
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mediciones dentro de las clases. Se trata de medir el número de veces (frecuencia), el
tiempo de conducta emitida (duración) o el porcentaje de tiempo dedicado a la
conducta (intensidad) en un intervalo de tiempo previamente establecido. Por
ejemplo, podemos apuntar el número de veces que un niño está levantado en los 10
primeros minutos de cada clase.
42
La conducta meta es el objetivo final del cambio de conducta. Sin embargo, en
numerosas ocasiones este objetivo es demasiado complicado para ser logrado en una
sola maniobra por lo que es conveniente establecer metas intermedias u objetivos
iniciales.
Los comportamientos están regidos por las consecuencias que tienen u obtienen.
Recordando el análisis situacional, cabe observar que lo que aumenta, mantiene o
debilita el comportamiento es la consecuencia.
La relación existente entre un comportamiento y los sucesos que le siguen la
denominamos contingencia. Una relación contingente es aquella en la que no se da
una consecuencia determinada a menos que aparezca una conducta específica.
En la manipulación de esa consecuencia pondremos en juego tres principios que
controlan y sirven para mantener y fortalecer una conducta: principio de la
consecuencia positiva (CP), principio de Premack y el cese de una situación negativa
como consecuencia positiva. Brevemente explicaremos estos tres principios:
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reales sobre el alumno en vez de asumir que lo que es una recompensa para un chico
también lo es para otro.
2. Dispensar la consecuencia positiva de forma inmediata, contingente y
consistente para maximizar el fortalecimiento de la respuesta.
3. La consecuencia positiva debe ser proporcionada respecto al esfuerzo
requerido para emitir la conducta que se desea fortalecer.
4. Debemos variar las consecuencias positivas que utilizamos para evitar que
pierdan su valor.
5. Utilizar la consecuencia positiva en un primer momento muy a menudo hasta
conseguir la frecuencia óptima; posteriormente ha de reducirse su aplicación para
evitar la pérdida de potencia debida a la presentación repetida de la misma.
6. Debemos ir sustituyendo las consecuencias positivas de forma que vayan
cambiando en el continuar desde las tangibles a las intrínsecas.
b) Programas de Consecuencias Positivas (CP)
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una emisión irregular de la conducta hasta que deja de aparecer. El ejemplo más
conocido por todos nosotros es el trabajo a destajo en el que la percepción económica
depende del número de unidades producidas.
Ej.: cada tres ejercicios realizados por Santiago correctamente, se le premiará
con 5 minutos de recreo.
Ejemplo: sueldo de las personas. En una clase puede llenarse una cesta con
papeles doblados en los que figuren actividades agradables para los alumnos y
colgarla de una cuerda con señales en tramos de 5 cm. Cada media hora se
comprueba si los alumnos están trabajando en silencio y, si es así, se baja la cesta un
tramo. Al final del día, si la cesta ha bajado lo suficiente, se saca un papel de
actividad al azar, y se dedica el resto del tiempo a ella.
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deprisa cuando el promedio de los intervalos es corto. Produce una frecuencia de
respuestas estable y muy resistente a la desaparición una vez interrumpido el
programa.
• Programas combinados
• Principio de Premack
Establece que una conducta de alta frecuencia puede ser usada como
consecuencia positiva de otra conducta de baja frecuencia. Así, una conducta emitida
frecuentemente por un niño puede ser usada como consecuencia positiva para
aumentar conductas de baja frecuencia.
La utilidad fundamental de este principio radica en el hecho de que no es
necesario encontrar consecuencias positivas nuevas ya que existen en el repertorio
conductual del niño.
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a) Extinción.
b) Saciedad.
c) Coste de respuesta.
d) Tiempo fuera o aislamiento.
e) Castigo.
a) Extinción
Es el procedimiento a través del cual la conducta es debilitada al eliminar la
consecuencia positiva que le seguía. La lógica del procedimiento lo aclara: puesto
que toda conducta está mantenida por las consecuencias que la siguen, eliminando la
consecuencia positiva que mantiene el comportamiento indeseable, éste desaparece.
b) Saciedad
En este procedimiento se trata de crear una situación en la que se fomenta la
ejecución de la conducta indeseable de una manera continua y excesiva hasta que se
produce el cansancio o la conducta pase de ser una actividad agradable para el niño a
ser una actividad aversiva para él, lo que provocará la disminución de su frecuencia.
Esto es, para conseguir que un niño deje de actuar de una forma determinada, se
le puede permitir que continúe (o insistir en que continúe) realizando la acción
indeseable hasta que se canse de ella.
c) Coste de Respuesta
Consiste en la eliminación de una determinada consecuencia positiva o cantidad
de consecuencias positivas cada vez que el niño emite la conducta que se desea
eliminar. Frecuentemente se utiliza con consecuencia positiva del tipo moneda.
Se diferencia del castigo en que, en el coste de respuesta, el sujeto sabe de
antemano que se producirá la pérdida de la consecuencia positiva y, de esta forma,
tiene el control de lo que ocurra, mientras que, en el castigo, la aplicación de la
contingencia negativa se produce una vez emitida la conducta.
d) Tiempo-fuera
El tiempo-fuera o aislamiento consiste en colocar a un niño en una situación
aburrida donde obtenga los menos estímulos posibles y, por supuesto, le sea
imposible efectuar la conducta indeseable, así como obtener cualquier tipo de
consecuencia positiva.
Como indicaciones para una correcta utilización señalamos:
47
incorrecto (percepción de la contingencia), por lo que la distancia o la duración del
trayecto hasta el área de tiempo-fuera deben ser lo más cortos posible.
4. El área de tiempo-fuera (esto es, donde se envía al niño) debe ser aburrida
pero no atemorizante. No pueden darse en ella actividades atractivas o de recreo (es
decir, consecuencias positivas para el niño).
5. Es conveniente que el niño conozca la duración de su aislamiento, la mayor
parte de los programas utilizados con éxito emplean una duración de 5 a 20 minutos.
Los períodos largos no son aconsejables porque se aparta al individuo de la
posibilidad de aprender respuestas más adaptativas. No es tampoco recomendable
empezar con duraciones largas para acortarlas posteriormente.
6. El niño debe ser aislado sin gestos, gritos o manifestaciones de cólera.
Simplemente se intenta evitar el comportamiento inadecuado.
7. Utilizar el tiempo-fuera en combinación con el aumento de conductas
incompatibles.
8. No emplear nunca el tiempo-fuera si la situación de la que tiene que sacarse al
chico es fundamentalmente desagradable. Éste recurrirá al tiempofuera como método
de escape o evitación.
e) Castigo
El castigo consiste en la aplicación de una consecuencia negativa después de la
emisión de una conducta no deseada.
El castigo, en cualquiera de sus formas, es considerado como la forma de
aprendizaje menos efectiva. Es un método de aprendizaje negativo, es decir, enseña
lo que no debe hacerse pero no aporta información sobre qué hacer o cómo hacerlo.
Además, tiene una serie de consecuencias poco deseables que se exponen más
adelante. Teniendo en cuenta todas esas características negativas, ¿por qué se ha
utilizado siempre y se sigue utilizando?
Hay varias razones que explican la amplia utilización del castigo en la historia
de la humanidad, pero algunas de las más evidentes son las que se citan a
continuación:
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control de los antecedentes ni con los otros métodos de reducción de conductas que se
han expuesto antes.
3. Debe ser aplicado inmediatamente después de la conducta inadecuada
(contingencia).
4. Debe aplicarse de forma continua hasta la desaparición de la conducta
problema (consistencia).
5. Nunca debe ser agresivo ni humillante para el niño. Lo ideal sería aplicarlo en
un clima de «asepsia emocional y afectiva» que nunca involucre posibilidades de
rencores o amenazas u otros tipos de consecuencias negativas inmediatas.
6. Debe ser justo, es decir, proporcionado y adecuado a la falta cometida.
7. No se debe amenazar al alumno con algo que más tarde no se esté dispuesto a
cumplir.
8. Es conveniente utilizar el castigo en combinación con la aplicación de
consecuencia positiva a la conducta adecuada.
9. Conviene emplear siempre señales antes de la aplicación del castigo de forma
que en un futuro pueda evitarse la aparición de la conducta sin llegar a emplear el
castigo.
Además de todos estos requisitos para la aplicación del castigo, se debe tener
presente que provoca una serie de reacciones:
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información, afirmamos ahora que, en el contexto de la intervención
cognitivoconductual en la hiperactividad, se considera que este tipo de intervención
es producto de los déficit en las estrategias cognitivas, creando dificultades para
enfrentarse con eficacia a las exigencias requeridas por las tareas a realizar. En este
contexto, el lenguaje se entiende como un mecanismo general de adquisición y
recuperación de información que propicia la utilización de éste como un
procedimiento útil para restituir al niño aquellas capacidades de las que carece y que
el lenguaje, como habla interna, puede reproducir. El programa de entrenamiento en
autoinstrucción verbal que se expone a continuación supone instruir al niño
hiperactivo a que utilice el lenguaje interior para controlar los procesos que afectan a
su ejecución (González-Pienda, 1988).
Método de autoinstrucción verbal:
Ha sido propuesto y experimentado con efectos muy positivos por Douglas
(1976, 1984). Implica los ocho pasos siguientes:
1. Selección de tareas:
Las actividades a realizar pueden ser muy variadas; desde las sensomotrices
simples a habilidades de resolución de tareas. El proceso es siempre gradual: se parte
de las tareas sencillas, como copia de modelos, pasando luego a tareas de mayor
complejidad en la que se requiere la aplicación de conceptos abstractos para su
resolución. En todo caso, se seleccionarán aquellas tareas en las que se quiere
mantener la atención del niño.
2. Modelo de la tarea:
El adulto ejecuta la tarea dándose las instrucciones en voz alta. Para ello se
reproduce el proceso de solución de la tarea a partir del reconocimiento de las
siguientes subetapas:
4. Autocontrol explícito:
El niño ejecuta la tarea dándose a sí mismo las instrucciones en voz alta o
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utilizando sus propias descripciones. El propio sujeto puede utilizar descripciones
más adecuadas que las dadas anteriormente.
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en niños, hemos observado que, según Safer y Allen (1979), lo esencial a tener en
cuenta es la pauta persistente de actividad excesiva en aquellas situaciones que
requieren inhibición motora.
Como características asociadas a la hiperactividad se encuentran los déficit de
atención mostrando labilidad y dispersión en aquellos contenidos que requieren un
mínimo de conducta atencional. Como consecuencia, se observa una alta dificultad
para el aprendizaje escolar.
Teniendo presente esta caracterización señalaremos unas orientaciones generales
psicopedagógicas y haremos un PDI/PAC (Plan de Desarrollo Individual/Plan de
Adaptación Curricular) para la mejora de los procesos atencionales. Veamos cuáles
son estas orientaciones recomendadas:
a) Se debe evitar en lo posible toda fuente de estimulación que no sea el propio
material de aprendizaje.
b) Deberá situarse al niño alejado de ventanas o lugares del aula donde pueda
distraerse, recomendándose, en algunas actividades, que trabaje de cara a la pared.
c) Se deberán reforzar todas las conductas de mantenimiento de la atención
sobre el material de aprendizaje.
d) Se procurará estructurar al máximo las sesiones de aprendizaje, aunque
simplificando lo más posible todo el proceso a realizar, es decir, debemos presentarle
las tareas de forma muy definida, clara, precisa y escueta.
e) Las tareas deberán ser cortas de tal modo que se adecuen a los tiempos que el
niño puede mantener la atención.
f) Se facilitará al niño material altamente estimulante, ya sea por el color, por sus
dimensiones, su textura, que obedezcan a intereses del propio niño.
g) Sugerir al niño que describa lo que está haciendo ya que este proceso
significa, como veíamos anteriormente, una mayor capacidad de atención al trabajo y
de retención del mismo.
h) Es necesario supervisar con frecuencia el trabajo del niño hiperactivo con el
objeto de orientarlo y centrarlo en la tarea.
Caracterización 1:
Hay tres tipos de caracterizaciones que se citan con frecuencia ante la presencia
de los déficit atencionales:
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Condiciones:
Para que un niño o cualquier sujeto pueda mantener un nivel de atención
adecuado, es necesario que se den tres condiciones, sin las cuales es muy posible la
inexistencia o pérdida de ese nivel:
Objetivos:
1. Habituar al alumno a la realización de ejercicios de respiración antes de
iniciar las tareas que exijan un determinado nivel de atención.
2. Intercalar breves descansos en aquellas actividades que exijan una fuerte
concentración.
3. Eliminar los estímulos que son irrelevantes respecto a la tarea que se
ejecuta.
4. Realizar breves ejercicios de concentración antes de iniciar una sesión de
estudio.
5. Facilitar su concentración en la ejecución de las tareas escolares.
Actividades:
* Actividades previas.
* Actividades de desarrollo.
— Dirigidas a la eliminación de estímulos irrelevantes:
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concentración antes de comenzar las tareas.
— Actividades para dirigir la atención (en ningún caso deberán exceder estas
actividades los 45 minutos seguidos):
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En este sentido pensamos que las reflexiones y las estrategias que a continuación
referimos pueden ser válidas para ayudar al niño hiperactivo ya que inciden sobre lo
que se han considerado síntomas básicos de la hiperactividad: la impulsividad, la falta
de atención y los problemas de relación.
Dado que nos situamos en el ámbito educativo, debemos tener presente que los
niños hiperactivos molestan al profesor porque interfieren en la dinámica de la clase:
se levantan, toman objetos de sus compañeros, suelen precisar demandas que exigen
satisfacción inmediata so pena de alterar la conducta seriamente si la gratificación no
ocurre... Y, en este contexto, una reflexión importante es aquella que nos lleva a
preguntarnos acerca del papel que el profesor/a puede desempeñar a la hora de ser
capaz de contener/regular la conducta del alumno hiperactivo.
Resulta bastante generalizado el hecho de que el profesor, cuando se encuentra
con este tipo de alumnos en sus aulas, en ocasiones, no es capaz de contener los
sentimientos desbordados (agresividad, impulsividad, etc.) que dicho alumno
presenta, y le resulta difícil situarse en ese espacio emocional que se debe establecer
entre profesor y alumno para ayudar a conseguir un ambiente idóneo en el que se
desarrollen los procesos de enseñanza-aprendizaje (Muñoz, 1996).
Se puede decir que aquí entra en juego la propia capacidad del docente para
ejercer la contención de las conductas perturbadoras que el niño hiperactivo puede
presentar en el sentido de que la contención, como señala Puigdellivol (1997), se
debe entender como la ayuda dispensada a los alumnos para que comprendan el
alcance de sus propios sentimientos y, con ello, puedan modular su expresión en
formas más adaptadas y menos perturbadoras.
Así, para que el profesor pueda contener las manifestaciones de la conducta de
sus alumnos, es necesario, por un lado, que entienda dicha conducta y que el alumno
capte que el profesor comprende sus dificultades. En este sentido es importante que
conozca cómo se manifiesta la hiperactividad en las distintas etapas evolutivas; de ahí
que remitamos a la síntesis que Gutiérrez Moyano y Becoña (1989) citados por
Moreno (1995) realizan acerca de los indicadores de la hiperactividad en distintos
momentos evolutivos y que reseñamos a continuación:
• 0-2 años:
Descargas mioclónicas durante el sueño.
Problemas en el ritmo del sueño y durante la comida.
Períodos cortos de sueño y despertar sobresaltado.
Resistencia a los cuidados habituales.
Reactividad elevada a los estímulos auditivos.
Irritabilidad.
• 2-3 años:
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Inmadurez en el lenguaje expresivo.
Actividad motora excesiva.
Escasa conciencia del peligro.
Propensión a sufrir accidentes.
• 4-5 años:
Problemas de adaptación social.
Desobediencia.
Dificultades en el seguimiento de normas.
• A partir de 6 años:
Impulsividad.
Déficit de atención.
Fracaso escolar.
Comportamientos antisociales.
Problemas de adaptación social.
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actividad incontrolada y de un deficiente desarrollo psicomotor, hemos seleccionado
aquellas técnicas psicomotrices que pueden resultar las más idóneas para abordar la
hiperactividad en el aula y que seguidamente pasamos a exponer:
b) Una segunda técnica que consideramos de utilidad para el abordaje del niño
hiperactivo en el aula es el Bon Départ ya que se trata de un método audioviso-motriz
que ayuda al desarrollo de la coordinación motriz, a adquirir conciencia de la imagen
corporal, a aprender la estructura espacial de las formas y el sentido del ritmo, así
como a mejorar las relaciones sociales. Está indicada para realizar reeducaciones
psicomotrices globales, trabajar retrasos o problemas de lateralidad, trastornos
específicos del aprendizaje (dislexia, disortografía, discalculia) y problemas afectivos.
Mediante gestos simples, siguiendo un ritmo, se da al niño la posibilidad de
reaprender experiencias motrices y sensoriales múltiples y reconstruir a partir de ellas
una vivencia sensorio-motriz hasta entonces mal elaborada.
Se proponen, así, una serie de ejercicios que ayudan al desarrollo de funciones
mentales, partiendo, en un principio, de algo imitativo para convertirse poco a poco
en una imagen mental interiorizada.
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5.8.3. El aprendizaje cooperativo como medio para facilitar la interacción del niño
hiperactivo en el aula
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A modo de conclusión y resumen nos parece importante resaltar que las técnicas
psicomotrices, en cuanto son técnicas que ayudan a mejorar la falta de atención y las
conductas incontroladas que suelen acompañar a los niños hiperactivos con trastornos
de aprendizaje, así como las estrategias vinculadas a desarrollar el aprendizaje
cooperativo, al considerar a éste como un medio que estimula la interacción y la
relación tanto profesor-alumno como alumno-alumno, pueden resultar instrumentos
de gran utilidad para abordar la hiperactividad en el ámbito educativo, aún sin
pretender en ningún momento sustituir la necesidad de tratamientos más especifícos
pero que no podrían ser aplicados en las aulas.
Se trata, pues, de estrategias que ayudan a desarrollar la concentración de los
alumnos, mejorar su impulsividad aumentando su nivel de tolerancia a la frustración
y su capacidad para controlar las respuestas, así como a conseguir su interacción en la
dinámica del aula, interacción que suele ser pobre debido a su forma de comportarse
agresiva e impulsiva.
Queda claro también que es fundamental que el profesor sea entrenado en las
técnicas conductuales, cognitivas y psicomotrices para su aplicación en el aula y los
padres, para su aplicación en casa. Es importante, por otra parte, el papel de los
compañeros que pueden hacer de coterapeutas indicándoles cómo proceder con el
niño hiperactivo.
En resumen y en conclusión, podrían señalarse como estrategias y técnicas que
pueden facilitar la labor del profesor en el aula las siguientes:
— Retirar la atención ante las malas conductas y plantear normas de clase para
todos los alumnos.
— Inculcar la organización y el establecimiento de metas: enseñar el hábito de
ordenar sus cosas de clase diariamente, etc.
— Planificar los cambios con antelación: establecer reglas claras, repasar las
normas, supervisar los cambios y reforzar positivamente su cumplimiento, etc.
— Permitir períodos cortos de tiempo en los cuales los estudiantes puedan
moverse, intervenir, buscar algún tema ameno entre períodos más largos.
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— Subrayar las palabras clave y el vocabulario específico en las consignas
escritas.
— Prever un sistema de archivar los trabajos que facilite la organización de las
tareas escritas con el fin de evitar la dispersión de las hojas.
Aspectos que hay que tener en cuenta en las actividades de clase y en los
deberes:
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entendido.
Organización de la clase:
— Colocar las mesas en filas suficientemente anchas para que el maestro pueda
pasar. También es indicada la forma de U.
— Sentar a los estudiantes cerca de la mesa del maestro.
— Limitar las distracciones visuales y/o auditivas (puerta, ventanas, papelera,
etc.).
— Favorecer el trabajo en pequeños grupos (facilitar la movilidad de las mesas).
— Insistir en el orden de las mesas (asignar una mesa a cada estudiante durante
un período espaciado de tiempo).
Integración en la clase:
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6. CASO CLÍNICO
1. Antecedentes familiares.
El abuelo paterno del niño es zurdo usual. Un primo materno del niño acusa
dificultades de lectura y escritura desde edades muy tempranas. Tiene un hermano de
16 años al que no se le observaron dificultades de aprendizaje ni de conducta. No hay
otros datos relevantes que destacar en sus antecedentes familiares.
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viene por la iniciativa de los padres: el niño presenta, según ellos, dificultades de
aprendizaje y alteraciones muy complejas en su comportamiento.
Traen los padres varios informes del colegio, de psicólogo y psiquiatra, en los
que, en resumen, vienen a decir que «su inteligencia es baja, su comportamiento es
hiperactivo, presta muy poca atención a las cosas.; debe tener alguna disfunción
cerebral. comportándose como un líder, un mandón, asociable en el colegio.; nunca
termina sus tareas.».
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Como último dato diremos que, globalmente, la conducta de O. L. S. en clase
revela un ligero estado de ansiedad; le cuesta mucho trabajo estar centrado en las
tareas elementales de escuchar-contar un cuento sencillo; está «como en las nubes»;
le cuesta mucho participar en otras actividades de juego en clase, en actividades de
recortado, coloreado, punteado, localizado, así como en tareas sencillas de cálculo y
de lectura/escritura.
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c) Se deberán reforzar todas las conductas de mantenimiento de la atención
sobre el material de aprendizaje.
d) Se procurará estructurar al máximo las sesiones de aprendizaje aunque
simplificando lo más posible todo el proceso a realizar, es decir, debemos presentarle
las tareas de forma muy definida, clara, precisa y escueta.
e) La duración de las tareas serán cortas de tal modo que se adecuen a los
tiempos que el niño puede mantener la atención.
f) Se facilitará al niño material altamente estimulante, ya sea por el color, por sus
dimensiones, su textura, que obedezcan a intereses del propio niño.
g) Sugerir al niño que describa lo que está haciendo ya que este proceso
significa, como veíamos anteriormente, una mayor capacidad de atención al trabajo y
de retención del mismo.
h) Es necesario supervisar con frecuencia el trabajo del niño hiperactivo con el
objeto de orientarlo y centrarlo en la tarea.
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e) Facilitar su concentración en la ejecución de las tareas escolares.
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En relación con la psicomotricidad se puede utilizar una técnica de gran utilidad
para el abordaje del niño hiperactivo en el aula como es el Bon Départ ya que se trata
de un método audioviso-motriz que ayuda al desarrollo de la coordinación motriz, a
adquirir conciencia de la imagen corporal, a aprender la estructura espacial de las
formas y el sentido del ritmo, así como a mejorar las relaciones sociales. Está
indicada para realizar actividades psicomotrices globales, trabajar retrasos o
problemas de lateralidad, trastornos específicos del aprendizaje (dislexia,
disortografía, discalculia) y problemas afectivos, y de cara a trabajar las inversiones
en su lateralización. Los ejercicios relacionados con las actividades psicomotrices
indicados en O. L. S. son:
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desarrollo de la atención de los padres hacia la conducta del niño, desarrollo de la
obediencia, uso del time-out para la obediencia, extensión del time-out a otras
conductas, conductas desobedientes fuera del hogar, corrección de conductas
inadecuadas futuras, sesión de apoyo.
Las situaciones relacionales en la familia se sabe que inciden directamente en el
desencadenamiento de conductas hiperactivas (cuando ocurren malos tratos,
aislamiento, abandono o incomunicación, ciertas pautas de agresividad, situaciones
generadoras de ansiedad, etc.). Para incidir en la mejora es imprescindible lograr los
objetivos siguientes: proporcionar un ambiente familiar estructurado, coordinar
información con el psicólogo, psicopedagogo y profesor, ambiente no estresante,
favorecer la autonomía personal, crear buenos hábitos de estudio, modelar conductas
reflexivas, reforzar la autoestima, favorecer el contacto con otros niños y generalizar
el uso de autoinstrucciones.
En cuanto a las actividades posibles a realizar destacaremos: hacer bolitas de
pan, abrir y cerrar pinzas de la ropa, ayudar a preparar la masa, usar la plastilina
realizando movimientos y figuras con ella, recortar con las tijeras, usar el punzón e ir
presionando un dibujo sobre una almohadilla, pescar pequeños objetos con una pinza
del baño, pegar y despegar pegatinas, lanzar una pequeña pelota y cogerla con una
mano y/o ambas manos, abrocharse y desabrocharse los botones, comer solo y hacer
uso de los cubiertos, vestirse y desvestirse solo, atar y desatar zapatos, etc.
En cuanto a las orientaciones al profesorado de O. L. S. destacaremos las
relacionadas con:
— Aspectos que hay que tener en cuenta en las actividades de clase y en los
deberes:
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cuenta la dificultad y/o la extensión.
• Explicar los deberes con la ayuda de la pizarra a la hora en que se verbalizan
las instrucciones.
• Asegurarse de dejar tiempo para copiar lo que se escribe en la pizarra.
• Aprovechar la colaboración de otros compañeros que le ayuden en la
comprensión de las actividades que tiene que realizar.
• Supervisar la agenda después de haber escrito los deberes.
• Facilitar esquemas, guías, cuestionarios para estudiar cada semana y facilitar
la planificación del estudio diario.
• Controlar y dar avisos para que los trabajos a largo plazo se lleven a término
(recordatorios, pedir esquemas, comentar, etc.).
— Organización de la clase:
• Colocar las mesas en filas suficientemente anchas para que el maestro pueda
pasar (también es indicada la forma de U).
• Sentar al niño cerca de la mesa del maestro.
• Limitar las distracciones visuales y/o auditivas (puerta, ventanas, papelera,
etc.).
• Favorecer el trabajo en pequeños grupos (facilitar la movilidad de las mesas).
• Insistir en el orden de las mesas (asignar una mesa a cada estudiante durante
un período espaciado de tiempo).
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— Integración de la clase:
7. REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS
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WONG, B. L. (1994), «Were we go from here», Reading and Writing Quarterly, numero 10, págs. 91-101.
8. LECTURAS RECOMENDADAS
71
MIRANDA, A.; PRESENTACIÓN, M. J.; GARGALLO, B.; SORIANO, M.; GIL, M. D. Y JARQUE, S.
(1999), El niño hiperactivo (TDA-H). Intervención en el aula. Un programa de formación para
profesores (incluye vídeo), Castelló de la Plana, Publicaciones de la Universitat Jaume I .
Es una obra que incluye un conjunto de tres documentos de gran utilidad para el lector, sobre
todo desde la óptica de los procesos de evaluación e intervención psicoeducativa. En el libro-guía se
desarrollan de una manera sencilla, y al mismo tiempo con la profundidad suficiente, todos aquellos
aspectos relacionados con el síndrome de trastorno de atención con hiperactividad (TDA-H). Hay un
primer apartado de conocimientos generales sobre el trastorno y se pasa a un segundo bloque en el que
se incide especialmente en el proceso de intervención. Se presenta el entrenamiento en técnicas de
modificación de conducta, las técnicas cognitivoconductuales y de autoinstrucción, el manejo
instruccional para profesores y la autoevaluación reforzada. Aparte, se incorpora un documento en el
que se incluye una Carpeta con técnicas de autoinstrucción y las técnicas de autoevaluación reforzada.
Estos dos documentos son de gran utilidad para profesores y padres con niños hiperactivos. Finalmente,
se incorpora un vídeo de una duración aproximada de 30 minutos en el que se visualizan básicamente
las técnicas de intervención cognitivoconductuales, así como de autoevaluación. A nuestro juicio, es
ésta una obra de obligada referencia y conocimiento para los profesionales de la educación, se trate de
padres, educadores de Educación Infantil o profesores de Educación Primaria y/o Secundaria.
Es un libro de fácil lectura, directo y sintético. Abarca los tres elementos clave de la
hiperactividad: la prevención, la evaluación y el tratamiento. Se recomienda específicamente su lectura
por su claridad y precisión terminológica y conceptual. En concreto se recomienda la lectura del ultimo
apartado del libro (Orientaciones prácticas para el manejo del niño hiperactivo) en el que se hace
especial énfasis en el tratamiento de la hiperactividad con técnicas basadas en la psicomotricidad, en
concreto utilizando un programa de relajación.
Aunque su publicación original es del año 1986 puede considerarse como una obra clásica sobre
la hiperactividad infantil. La primera parte de este libro se centra en la exposición rigurosa y exhaustiva
de temas conceptuales, de diagnóstico y de las causas y determinantes de la hiperactividad. En la
segunda parte se estudia en varios capítulos todo el proceso de intervención. En concreto, se hace una
análisis riguroso sobre el tratamiento farmacológico y las técnicas conductuales. Tiene el valor añadido
de ser una obra que recoge y sintetiza varias de las técnicas operantes y de autocontrol utilizadas por
prestigiosos autores a partir de los años 60 hasta los años 90. Es importante su conocimiento y lectura.
LÓPEZ SOLER, C. y GARCÍA SEVILLA, J. (2000), Problemas de atención en el niño, Madrid, Pirámide.
La hiperactividad conlleva siempre problemas de atención. Ésta es una obra que trata
básicamente de esta segunda parte. Es por lo que recomendamos especialmente su lectura. Se clarifican
aspectos conceptuales y, sobre todo, aspectos relacionados con los problemas de atención. No se centra
exclusivamente en clarificar los problemas atencionales relacionados con la hiperactividad, sino que se
extiende a otros problemas de psicopatología infantil que incluyen problemas de aprendizaje. Termina
la obra señalando cuáles pueden ser los pasos a seguir para el tratamiento de trastornos atencionales
(utilización de técnicas y estrategias atencionales y metaatencionales, entrenamiento en
autoinstrucciones, reforzamientos y autocontrol). Se trata de una obra de fácil lectura, altamente
clarificadora y con síntesis y aplicaciones prácticas.
A nuestro juicio se trata de una obra clave en el tema de la hiperactividad con déficit de atención.
Su autora es una profesora experta en el tema, no sólo desde la perspectiva teórica, sino aplicada a la
intervención en niños con el síndrome TDAH. De hecho, esta obra supone una ampliación de su tesis
doctoral del año 1991. La obra está estructurada en cinco partes diferenciadas. Las tres primeras se
centran en aspectos conceptuales del TDA-H, caracterización y evaluación-diagnóstico. En la parte
cuarta se estudia el tratamiento del niño hiperactivo con la exposición de técnicas dirigidas a los
especialistas, a los profesores y a los padres de niños con hiperactividad. La última parte de la obra se
72
centra en aspectos eminentemente prácticos relacionados con el tratamiento de la hiperactividad en las
situaciones naturales del niño: en casa, en la escuela, en sus aprendizajes y en sus relaciones con los
compañeros. Incluye, finalmente, una relación de técnicas basadas en la relajación y de tipo cognitivo
para ayudar a la disminución de los problemas derivados de la hiperactividad y el déficit de atención.
Como en las obras anteriores, ésta la consideramos de obligado conocimiento y lectura.
9. CUESTIONARIO DE AUTOEVALUACIÓN
73
5. Señálense las características más relevantes de niños con hiperactividad en
el área de habilidades sociales:
a) Su conducta molesta a los demás niños y no tiene sentido de las reglas
y normas de grupo.
b) Su capacidad de atención es limitada.
c) Hay cambios frecuentes y bruscos en su estado de ánimo.
74
parece estar siempre en marcha o suele actuar como si tuviera un
motor.
c) A menudo parece no escuchar cuando se le habla directamente y corre
o salta excesivamente en situaciones en que es inapropiado hacerlo.
11. ¿Por qué el análisis A-C-C de una conducta posee una importancia capital
para la modificación de la misma?:
a) Porque así podemos saber lo que puede ocurrir en una conducta una
vez analizados los antecedentes.
b) Porque nos indica las posibles formas de alterar la situación, bien
manejando los antecedentes, o bien las consecuencias de forma que
se pueda facilitar el cambio.
c) Porque nos indica las posibles formas de alterar la situación
manejando los antecedentes y esperando obtener los cambios en las
consecuencias.
75
15. De entre las actividades señaladas para dirigir la atención en niños con
hiperactividad, debemos destacar las siguientes:
a) Realizar ejercicios de localización de letras, de formas, de figuras,
tamaños de cosas, así como proseguir series de letras, de números,
etc.
b) Realizar ejercicios de motricidad fina, de localizar figuras con fondo
ambiguo, tamaños de cosas, así como conversar con el niño y
seleccionar estímulos auditivos, táctiles, visuales, etc.
c) Participar en ejercicios de concentración, ejercicios viso-motores,
psicomotrices y de cooperación con el grupo de clase.
17. En relación con el profesorado con niños hiperactivos, se proponen una serie
de actividades escritas como las siguientes:
a) Subrayar las palabras clave y el vocabulario específico en las
consignas escritas y subrayar los párrafos más importantes de la
página.
b) Realizar evaluaciones con frecuencia y evitar, así, controles extensos
limitando distracciones visuales y/o auditivas.
c) Favorecer el trabajo en pequeños grupos para la realización de
dictados, copiados de temas interesantes para el alumno hiperactivo.
76
modelar conductas reflexivas, reforzar la autoestima.
c) Favorecer el contacto con otros niños y generalizar el uso de
autoinstrucciones.
20. En cuanto a las estrategias y técnicas más importantes que deberán seguir
los profesores con niños hiperactivos destacan:
a) Organizar la clase en pequeños grupos operativos de enseñanza de
modo que se fomente el debate sobre temas interesantes para ellos.
b) Favorecer el contacto con otros niños y generalizar el uso de
autoinstrucciones en el aula.
c) Retirar la atención ante las malas conductas y plantear normas de clase
para todos los alumnos.
10. ANEXOS
ANEXO I
EVALUACIÓN E INTERVENCION EN HIPERACTIVIDAD CON DÉFICIT DE
ATENCIÓN (TDH-A)
77
78
79
80
81
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84
85
86
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88
89
ANEXO II
90
CUESTIONARIO DE ANÁLISIS FUNCIONAL DE LA CONDUCTA
PROBLEMÁTICA EN LOS CENTROS ESCOLARES (ANÁLISIS SITUACIONAL:
ANTECEDENTE-CONDUCTA-CONSECUENTE)
I) DATOS PERSONALES
Nombre y apellidos:
Definición de la conducta problemática («descripción clara de lo que el niño hace, a quién lo hace, cómo,
dónde y cuando lo hace»):
Características topográficas:
A) Frecuencia (número de veces que ocurre la conducta problema, pongamos por caso en una clase, o en
una mañana).
1, 2, 3, 4, 5, etc. Número:
1. Cualitativo
2. Cuantitativo. Existen diversas formas, la más usual es en porcentajes, por ejemplo, el tanto por
ciento de interacciones con los compañeros que dan como resultado conductas agresivas.
D) Muestra de tiempo. Es una variación de las anteriores. Muy útil en el contexto escolar por las dificultades
que se nos presentan a la hora de la observación. Así, el número de veces (frecuencia), el tiempo de la
conducta emitida (duración) o el porcentaje de tiempo de la conducta emitida se observa y registra para
UN intervalo de tiempo previamente establecido. Un ejemplo podría ser la observación y registro
durante los 10 primeros minutos de la clase.
II) ANÁLISIS ACC
91
3. ¿Qué otro tipo de actividades está realizando el alumno?:
problemática?:
B) Consecuencias.
a) El profesor:
b) Otros alumnos:
92
¿Cuáles son las desventajas que el alumno logra con su comportamiento? (que el chico las
experimenta como tales):
A) Génesis
93
14. ¿Ha habido cambios en el modo y topografía de la conducta problemática desde su inicio?:
B) Intentos de control
16. ¿Qué se ha intentado en el centro escolar (profesores anteriores, tutor, director, padres, etc.)?:
19. ¿Se han intentado otro tipo de acciones para el cambio de la conducta problemática?:
94
21. ¿De qué naturaleza han sido LOS intentos y cuál ha sido su resultado?:
C) Aspecto cognitivo
24. ¿Qué opiniones ha manifestado el alumno ACERCA de su PROPIA conducta? ¿Y A los intentos de
control?:
95
¿Qué le gustaría poseer?:
96
97
CAPÍTULO II
1. INTRODUCCIÓN
98
características y expectativas de su entorno. Ello supone adoptar un enfoque
ecológico-funcional tanto en la evaluación como en la intervención.
En los últimos años han comenzado a surgir voces que reclaman cada vez con
más fuerza la necesidad de eliminar la denominación retraso mental por su escasa
eficacia para planificar la intervención y por las consecuencias negativas (prejuicios,
segregación, etc.) que genera. También se han ido sustituyendo los términos
utilizados para referirse a esta población, tratando de eliminar las connotaciones
peyorativas de conceptos como idiota, imbécil, morón, oligofrénico, subnormal o
débil mental. En la actualidad es común referirse a esta población utilizando
expresiones como disminuido, discapacitado intelectual, minusválido, niño con
retardo en el desarrollo, deficiente mental, niño con dificultades de aprendizaje
permanentes o alumno con necesidades especiales. Estas expresiones, al igual que la
de retraso mental, continúan manteniendo un carácter estigmatizador, simplificador y
una escasa utilidad práctica. Sin embargo, argumentos como la utilidad de estas
etiquetas para realizar investigaciones sobre grupos específicos de personas, o la
conveniencia de contar con criterios «objetivos» para la toma de decisiones
administrativas (por ejemplo, subvenciones), hacen que, de momento, se sigan
utilizando los diferentes términos.
El problema esencial no es el de las denominaciones utilizadas sino la
modificación de actitudes sociales y profesionales hacia estas personas, a través de
una mayor y mejor formación e información. La clave es también eliminar los usos
inadecuados de las categorías diagnósticas por parte de profesionales, familiares y
otras personas significativas. Por ello, es necesario fomentar usos más correctos del
lenguaje para referirnos a ellos. En este sentido, dos recomendaciones son necesarias;
en primer lugar, no utilizar la expresión retraso mental para referirnos a aquellos
individuos con niveles de inteligencia y adaptación que solamente requieren un apoyo
intermitente o limitado en sus vidas; en segundo lugar, siempre que sea posible,
anteponer el término «persona con» a la etiqueta de discapacidad, cualquiera que ésa
sea, siguiendo así las pautas del documento emanado del II Seminario sobre
Discapacidad e Información, desarrollado en Madrid en 1987 y que dio lugar a un
libro de estilo (Real Patronato de Prevención y Atención a Personas con Minusvalía,
1990). En dicha propuesta se indica lo siguiente: «digamos personas con
discapacidad» y, «cuando sea posible, subraye la unicidad y valía de todo individuo
hablando de una persona que tiene una discapacidad, o una persona que es sorda,
mejor que "discapacitados" o "sordos"» (pág. 17).
99
significativas de la actividad —habilidades, según terminología de la AAMR—
adaptativa en, por lo menos, dos de las siguientes áreas de habilidades: comunicación,
cuidado de sí mismo, vida doméstica, habilidades sociales/interpersonales, utilización
de recursos comunitarios, autogobierno, habilidades académicas funcionales, trabajo,
ocio, salud y seguridad (Criterio B). Su inicio debe ser anterior a los 18 años de edad
(Criterio C).
A partir de esta definición, el Manual de la Asociación Americana de Psiquiatría
(APA) y la Asociación Americana de Retraso Mental (AAMR) clasifican el retraso
mental teniendo en cuenta dos criterios diferenciados. Así, la APA establece niveles
de severidad del retraso mental, utilizando para ello rangos de capacidad intelectual o,
más específicamente, rangos de CI, mientras que la AAMR clasifica a la persona en
función de la intensidad de los apoyos que requiere para su funcionamiento en la
comunidad. En la práctica el CI ha sido el criterio más utilizado, tanto para la toma de
decisiones profesionales como para fines de clasificación (Furlong y LeDrew, 1985;
Harrison, 1987; Reschly y Ward, 1991) y de investigación (Hawkins y Cooper, 1990;
Smith y Polloway, 1978). Es necesario indicar que el Manual de la Clasificación
Internacional de las Enfermedades, CIE-10 (Ministerio de Sanidad y Consumo,
1996), de la Organización Mundial de la Salud clasifica también los niveles de retraso
en función del CI.
Tanto el DSM-IV como el Manual de la AAMR coinciden en sus sugerencias
respecto a los criterios y al modo de realizar el diagnóstico de la ausencia o presencia
de retraso mental. A continuación recogemos las principales recomendaciones.
En ambos casos, la capacidad intelectual general se define por el cociente de
inteligencia (CI o equivalente de CI) obtenido por evaluación mediante uno o más
test de inteligencia normalizados, administrados individualmente. Para determinar la
existencia de un funcionamiento intelectual por debajo de la media, es necesario
utilizar medidas globales que incluyan diferentes tipos de ítem y diferentes factores
de inteligencia (Reschly, 1987). Los instrumentos más comúnmente utilizados para
evaluar el funcionamiento intelectual son las Escalas de Wechsler (Escala de
Inteligencia de Wechsler para Niños WISC-R [Wechsler, 1995], la Escala de
Inteligencia de Wechsler para Adultos, WAIS [Wechsler, 1993] y la Escala de
Inteligencia para Preescolar y Primaria, WPPSI [Wechsler, 1981]). Otros
instrumentos bastante utilizados son la Escala de Inteligencia Stanford-Binet
(Thorndike, Hagen y Sattler, 1985), la Batería de Evaluación de Kaufman para Niños,
K-ABC (Kaufman y Kaufman, 1983) y las Escalas McCarthy de Aptitudes y
Psicomotricidad para Niños, MSCA (McCarthy, 1988).
Una capacidad intelectual significativamente inferior al promedio se define
como un CI situado alrededor de 70 (aproximadamente dos desviaciones típicas por
debajo de la media). Al evaluar el CI, hay que tener en cuenta que se produce un error
de medida de aproximadamente 5 puntos. Esto significa que, si una persona es
reevaluada con el mismo instrumento, la segunda puntuación obtenida estaría dentro
de un error típico de medida (esto es, de +3 a 5 puntos de CI) con respecto a la
primera estimación, cerca de dos tercios de las veces. Así, una puntuación típica de
CI tendría un margen de error que oscila de 3 a 5 puntos por encima o por debajo de
la puntuación obtenida. Este rango puede considerarse como una «zona de
100
incertidumbre» (Reschly, 1987). Así, un CI de 70 se debe entender no como una
puntuación precisa sino como un margen de confianza basado en parámetros de, al
menos, un error típico, esto es, con puntuaciones que oscilan entre 66 y 74, o en un
parámetro de dos errores típicos, esto es, puntuaciones entre 62 y 78 (Grossman,
1983). Esta consideración es fundamental en todo diagnóstico de retraso mental.
La elección de instrumentos de evaluación y la interpretación de los resultados
deben tener en cuenta factores que pueden limitar el rendimiento en los test (por
ejemplo, el origen sociocultural del sujeto, su lengua materna y sus discapacidades
sensoriales, motoras y comunicativas asociadas). Cuando, en las puntuaciones de los
subtest, se produce una dispersión significativa, las capacidades del sujeto quedan
mejor reflejadas por el perfil de las puntuaciones que por el CI total o, en el caso de
las Escalas de Wechsler, por el CI Manipulativo y el CI Verbal.
Por su parte, la actividad adaptativa se refiere a la eficacia con que los sujetos
afrontan las exigencias de la vida cotidiana y al nivel de destreza esperable en alguien
situado en su grupo de edad, origen sociocultural y comunidad. La conducta
adaptativa, o habilidades adaptativas, según el manual de la AAMR, puede estar
influida por distintos factores, entre los que se incluyen características ambientales o
estímulos contextuales (por ejemplo, escolaridad, oportunidades sociales y laborales)
y características personales (por ejemplo, motivación, personalidad, trastornos
mentales y enfermedades médicas adicionales). Para determinar la relevancia de
estímulos contextuales que puedan estar incidiendo en la presencia del retraso, es
importante recoger datos mediante entrevistas, revisión de datos de archivo, etc.,
utilizando una o más fuentes fiables independientes (por ejemplo, evaluación del
maestro e historia médica, evolutiva y académica). Además, los datos se deben
complementar con técnicas como la observación en situaciones naturales.
Las pruebas existentes para medir la conducta adaptativa general sirven, en unos
casos, para ayudar en el diagnóstico general de retraso mental y, en otros casos, para
profundizar en el análisis de las competencias de las personas de cara a la
intervención. El uso de pruebas para analizar distintas áreas de adaptación social
puede ser de gran utilidad. No obstante, en España carecemos de adaptaciones
formales de las pruebas más recomendables en este sentido. Únicamente el Inventario
para la Planificación de Servicios y la Planificación Individual (ICAP) (Montero,
1993), que constituye una adaptación de las Escalas de Conducta Independiente de
Bruininks, Woodkock, Watherman y Hill (1984), presenta garantías psicométricas
suficientes. Este instrumento fue desarrollado para valorar distintas áreas del
funcionamiento adaptativo y las necesidades de servicios de una persona. El ICAP
puede utilizarse para registrar la información descriptiva, diagnóstico actual,
limitaciones funcionales, destrezas de conducta adaptativa, problemas de conducta,
estatus residencial, servicios de rehabilitación y de apoyo y actividades sociales y de
tiempo libre. Su propósito, además de evaluar y orientar el programa de intervención,
es contribuir a la planificación y evaluación de servicios para personas con
deficiencias y/o discapacidades.
Otras pruebas recomendables en otros países, y que en España deben analizarse
en función de la bondad de su adaptación cuando ésta se realice, son las Escalas
Revisadas de Conducta Adaptativa de Vineland (Doll, 1953; Sparrow, Balla y
101
Cichetti, 1984), las Escalas ABS de Conducta Adaptativa de la AAMR (Nihira,
Foster, Shelhaas y Leland, 1974; Lambert y Windmiller, 1981) y el Test Global de
Conducta Adaptativa de Adams (Adams, 1984).
Una vez diagnosticada la presencia o ausencia de retraso mental, el paso
siguiente es la clasificación de este trastorno. Como ya hemos avanzado, los
Manuales DSM-IV (American Psychiatric Association, 1995) y CIE-10 (Ministerio
de Sanidad y Consumo, 1996) clasifican los niveles de retraso en función de la
severidad de la limitación intelectual, estimada básicamente con pruebas
psicométricas, mientras que el Manual de la AAMR evalúa la intensidad de las
necesidades de apoyo, utilizando diferentes técnicas de evaluación psicológica. A
continuación se exponen las principales clasificaciones.
3. CLASIFICACIÓN DE LA AAMR
Intermitente
Apoyo «cuando sea necesario». Se caracteriza por su naturaleza episódica. Así,
la persona no siempre necesita el(los) apoyo(s), o tan sólo requiere apoyo de corta
duración durante transiciones en el ciclo vital (pérdida de trabajo o agudización de
una enfermedad). Los apoyos intermitentes pueden proporcionarse con una elevada o
baja intensidad.
Limitada
Intensidad de los apoyos caracterizada por su consistencia temporal, por tiempo
limitado pero no intermitente; puede requerir un menor número de profesionales y
menos costes que otros niveles de apoyo más intensivos (entrenamiento laboral por
tiempo limitado o apoyos transitorios durante la transición de la escuela a la vida
adulta).
102
Extensa
Apoyos caracterizados por su regularidad (diaria) en, al menos, algunos
ambientes (como el hogar o el trabajo) y sin limitación temporal (apoyo a largo plazo
en el trabajo y apoyo en el hogar a largo plazo).
Generalizada
Apoyos caracterizados por su estabilidad y elevada intensidad, proporcionada en
distintos entornos, con posibilidad de mantenerse toda la vida. Estos apoyos
generalizados suelen requerir más personal y mayor intrusión que los apoyos
extensos o los limitados.
Algunos autores (Beirne-Smith, Ittenbach y Patton, 1998) agrupan los niveles de
retraso mental teniendo en cuenta las intensidades de apoyo y, frente a los grupos
propuestos por la APA en el DSM-IV, establecen tan sólo dos grupos. Así, un primer
grupo es el compuesto por personas con formas más ligeras de retraso mental. Esto
equivaldría al grupo de personas denominadas con «retraso mental leve», de la
clasificación de la APA (1995). Un segundo grupo es el compuesto por personas con
retraso mental severo, y que incluye a personas con niveles medios o moderados,
severos o graves y profundos, es decir, los tres grupos restantes conforme a la
clasificación de la APA (1995). En conjunto, un 85 por 100 de la población presenta
formas de retraso mental leve, y un 15 por 100 presenta formas más severas (Beirne-
Smith y cols., 1998).
El Manual de la AAMR nos proporciona un primer marco para sentar las bases
de la evaluación e intervención. Conforme a éste, la evaluación funcional de las
personas con retraso mental debe estructurarse en una serie de pasos que comienza
con el diagnóstico diferencial del retraso mental. A continuación se clasifican y
describen las potencialidades y limitaciones del sujeto conforme a cuatro
dimensiones, que tienen también en cuenta el medio en que se desenvuelve. Es
entonces cuando se determina la intensidad de los apoyos requeridos en cada una de
las áreas o dimensiones. Y todo ello se pone en relación con las fuentes y funciones
de los apoyos requeridos. En este sentido, es posible distinguir varias funciones,
como son la ayuda para fomentar la amistad, ayudas para la planificación económica,
atención sanitaria, apoyo conductual, ayuda al empleado, ayuda en el hogar y ayudas
para el acceso y uso de la comunidad. Este proceso propuesto por la AAMR
(Luckasson y cols., 1992, 1997) aparece reflejado en el siguiente gráfico (véase
Figura 1).
Figura 1
DIAGNÓSTICO, CLASIFICACIÓN Y DETERMINACIÓN DE LA INTENSIDAD DE LOS APOYOS
103
La evaluación del retraso mental requiere, como se ha venido reiterando, la
utilización, en una primera fase, de instrumentos y técnicas de evaluación que
permitan diagnosticar la presencia o ausencia de dicho retraso. Sin embargo, tras el
diagnóstico es preciso poner en marcha estrategias de intervención que permitan dar
respuesta a las dificultades constatadas. La propuesta de la AAMR de 1992 destaca
que es la interacción entre las capacidades del individuo y el ambiente (características
y expectativas de su entorno) lo que determina el funcionamiento de dicho sujeto.
104
Por otro lado, el enfoque cognitivo-conductual y las técnicas derivadas del
mismo permiten, partiendo de un enfoque idiográfico, la evaluación y posterior
intervención para paliar las deficiencias encontradas. Partiendo de estos principios,
toda evaluación debe tratar de responder a esta pregunta: ¿cuál es la causa más
probable de la no emisión de una respuesta? Las posibles opciones, así como las
pautas generales de intervención, quedan representadas en la figura siguiente (véase
Figura 2).
Figura 2
Posibles causas de la no emisión de una conducta
105
De este modo, una persona con retraso mental puede tener una condición médica
asociada que haga inviable la emisión de una conducta. En este caso, se debe sustituir
la instrucción por la puesta en marcha de ayudas técnicas, o la ayuda de una tercera
persona. En otros casos, la persona no ejecuta la conducta aunque, de hecho, se
encuentre en su repertorio de habilidades básicas. Ello, muy brevemente, puede
deberse a un déficit motivacional, o a una inhibición de la conducta debido a factores
psicofisiológicos (por ejemplo, ansiedad), o cognitivos (por ejemplo, creencias
inadecuadas). En el primer caso estaría indicado el uso de programas de
reforzamiento, para aumentar la probabilidad de emisión de una respuesta. En el
segundo caso, podrían estar indicadas técnicas de reducción de la activación
fisiológica (por ejemplo, relajación o, si procede, desensibilización sistemática) o
bien técnicas para la modificación de cogniciones (por ejemplo, exposición, técnicas
de reatribución o de reconceptualización).
En otros casos la persona sabe cómo realizar una conducta, o los pasos
individuales que componen una cadena conductual, pero tiene dificultades en
secuenciar ordenadamente cada subconducta, o en saber cuándo es el momento
adecuado para ponerlas en marcha. En estos casos, es recomendable la utilización de
instigadores (visuales, gestuales, verbales, físicos, etc.) que puedan convertirse en
estímulos discriminativos para la ejecución.
Por último, cuando la persona no pone en marcha una conducta porque ésta no
se encuentra en su repertorio conductual, es recomendable la utilización de técnicas
para la adquisición de conductas, tales como el encadenamiento o el moldeamiento.
106
Figura 3
Fases para la construcción de un inventario ecológico
107
limpieza, preparación y cocinado de comidas, planificar la compra, seguridad en el
hogar, etc.).
4. Habilidades sociales: incluyen iniciar, mantener y finalizar una interacción
con otros, comprender y responder a los indicios situacionales relevantes, reconocer
sentimientos, etc.
5. Utilización de la comunidad: utilización adecuada de los recursos del
transporte, comprar en tiendas y en grandes almacenes y supermercados, obtener
servicios de otros negocios de la comunidad, etc.
6. Autodirección: elegir, aprender y seguir un horario; iniciar actividades
adecuadas a la situación, condiciones, horarios; acabar las tareas necesarias o
exigidas; buscar ayuda; resolver problemas; etc.
7. Salud y seguridad: habilidades relacionadas con el mantenimiento de la salud
de uno mismo; reconocer cuándo se está enfermo, tratamiento y prevención; primeros
auxilios básicos; consideraciones básicas sobre seguridad; etc.
8. Habilidades acádemicas funcionales: habilidades cognitivas y habilidades
relacionadas con aprendizajes escolares, que tienen también una aplicación directa en
la vida personal (por ejemplo, escritura, lectura, utilización práctica de los conceptos
matemáticos básicos, etc.).
9. Ocio: desarrollo de intereses variados de ocio y recreativos que reflejen las
preferencias y elecciones personales y, si la actividad se realiza en público, la
adaptación a las normas relacionadas con la edad y la cultura.
10. Trabajo: habilidades relacionadas con tener un trabajo a tiempo completo o
parcial en la comunidad, en el sentido de mostrar habilidades laborales específicas,
comportamiento social apropiado y habilidades relacionadas con el trabajo (por
ejemplo, finalizar tareas, conocer los horarios, habilidades para buscar ayuda; recibir
críticas y mejorar destrezas; etc.).
108
presente y en el futuro.
4. Adecuación a la edad cronológica.
5. Viabilidad —tiempo, recursos humanos y materiales— de la instrucción.
109
apoyos que se han de proporcionar consiste en las adaptaciones de la instrucción y del
currículum. Los programas escolares que no están individualizados pueden caer en
versiones repetitivas o «diluidas» del currículum ordinario. En el Manual de la
AAMR del 92 se exponen varias directrices para mejorar los enfoques de
enseñanza/aprendizaje. Así, las «mejores prácticas» indican que, cuando se enseñan
habilidades dentro del currículum, los estudiantes con retraso mental muestran tener
una mayor generalización y mantenimiento de habilidades.
A modo de guía, durante los años iniciales (preescolar y primaria), se debe
primar la inclusión plena en las clases ordinarias, realizando las adaptaciones
curriculares necesarias. Cuanto mayor sea el estudiante, cobra más importancia el
desarrollo de habilidades laborales, habilidades académicas funcionales y habilidades
de vida independiente. En este sentido, en la medida en que sea necesario, la
instrucción individualizada fuera del contexto del grupo de iguales puede ser en
ocasiones una opción válida.
Frente a la tendencia a «ajustar» al estudiante a un lugar escolar y un
currículum, se considera fundamental desarrollar programas individualizados,
debiendo el equipo educativo asumir funciones tales como las siguientes:
110
insiste en la necesidad de incluir al estudiante, en el mayor grado posible, dentro de
actividades educativas, sociales y recreativas con iguales sin discapacidad, evitando
los programas segregados. En la propuesta conceptual actual de retraso mental se
exponen una serie de directrices para la mejora de los enfoques de
enseñanza/aprendizaje. Así, las «mejores prácticas» indican que, cuando se enseñan
habilidades integradas en las rutinas funcionales, más que aisladas, los estudiantes
con retraso mental muestran tener una mayor generalización y retención de
habilidades.
6. CONCLUSIONES
111
funciones que van más allá de las estrictamente educativas, tales como analizar el
entorno (apoyos existentes en la familia, la comunidad, etc.), para determinar los
apoyos más adecuados a cada caso. Frente a la, hasta ahora, preponderancia de una
evaluación tradicional psicométrica, se aboga por una evaluación basada en la
observación directa, en el juicio clínico, en la interacción con el estudiante (por
ejemplo, entrevistas) y en entrevistas con terceros (por ejemplo, educadores).
Ello no significa que la evaluación basada en el currículum, esto es, el análisis
de los logros del estudiante teniendo como referencia los contenidos académicos, deje
de ser importante; más bien, significa asumir que, frente a un enfoque tradicional de
instrucción basado en el uso de pruebas de rendimiento denominadas «objetivas» y
destinadas a determinar la situación de un alumno respecto a su grupo de
comparación, existen otras formas de entender la enseñanza. Así, se considera qué
enfoques que parten de un análisis de los entornos actuales y futuros en los que el
estudiante se va a desenvolver para, a partir de ahí, desarrollar planes de formación
funcionales favorecen la máxima inclusión de la persona con retraso mental en la
sociedad. Y esta máxima inclusión, traducida en algunos casos en la superación de
limitaciones en el funcionamiento, puede incluso llevar a una reversión del
diagnóstico de retraso mental.
7. CASO CLÍNICO
Descripción
Jaime es un chico de diez años cuya conducta ha sido descrita como «similar a
un autista», y se caracteriza por la presencia de movimientos estereotipados de las
manos y el cuerpo y con sonrisa, risas o demostraciones de cariño infrecuentes hacia
los demás; no tiene comunicación, excepto varios signos para indicar algunas
actividades y para las «más» escasas situaciones en que señala a los otros lo que
desea.
Jaime no es capaz de iniciar ni ejecutar tareas de autocuidado rutinarias sin
ayudas o instigadores visuales. Cuando se le pide que se siente a la mesa y que realice
tareas «preprofesionales» relacionadas con el papel, la clasificación o con otras tareas
que no le gustan, suele rechazarlas marchándose o incurriendo en rabietas. Desde los
cinco años Jaime ha estado asistiendo a un aula especial en un colegio de la región,
pese a que ello le obliga a emplear una hora de trayecto en autobús tanto para la ida
como para la vuelta. A los cuatro años asistió a un centro preescolar de una iglesia de
la comunidad donde se adaptó bastante bien. Sus dos hermanos y una hermana asisten
a una escuela pública cerca de su casa.
Cuando se pidió a sus padres y hermanos que indicaran quiénes eran los amigos
de Jaime, se citaron a sí mismos, a otros familiares, a dos niños vecinos que le
visitaban, y al doctor, al dentista, a la cuidadora, al profesor y al logopeda.
Normalmente la familia evitaba dar largos paseos con él por la comunidad debido a
sus rabietas; su madre cree que le asustan los ruidos y el tumulto existente en los
grandes almacenes y en el mercado. Sin embargo, disfrutan yendo juntos de
excursión a los parques de la zona o bañándose en la piscina de un centro recreativo
112
de la comunidad.
La familia está preocupada por el futuro de Jaime y desearía que se le incluyera
en un programa escolar de la escuela media con el apoyo de un profesor de educación
especial y de un terapeuta de la comunicación. Están ansiosos por verle asistir a la
escuela con sus hermanos, vecinos e iguales, pues han notado cambios favorables en
su conducta cuando está con sus iguales en lugar de con otros chicos con
discapacidades severas. Recientemente, los profesores han reducido su conducta
disruptiva en los almacenes, equipándole con un radiocasete portátil. Aunque los
padres se sienten animados porque Jaime ha adquirido algunas habilidades prácticas
cuando éstas se le han enseñado en la comunidad (comprarse un aperitivo, cruzar la
calle con ayuda), se muestran aún preocupados por la ausencia de amigos, por sus
escasas habilidades sociales y por sus problemas de conducta en la escuela, así como
por su escolarización en un centro segregado y por los largos trayectos que debe
realizar en autobús hacia y desde la escuela. Su familia es consciente de que sólo
podrá permanecer en esa escuela 11 años y se muestra preocupada al no saber si el
empleo con apoyo será una alternativa válida para él, dados sus problemas de
conducta en la escuela y en lugares públicos, así como las bajas tasas de empleo
existentes en recién graduados de la escuela de la región.
113
114
8. REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS
115
— (1993), Escala de Inteligencia de Wechsler para Adultos VAIS, Madrid, TEA, 9.a edición.
— (1995), Escala de Inteligencia de Wechsler para Niños WISC-R, Madrid, TEA, 4.a edición.
9. LECTURAS RECOMENDADAS
CARR, E. (1996), Intervención comunicativa sobre los problemas de comportamiento, traducción de R. Canal
y M. A. Alonso, Madrid, Alianza Psicología (trabajo original publicado en 1994).
Constituye una guía completa sobre el modo de evaluar e intervenir ante los problemas de
conducta que presentan las personas con graves carencias y limitaciones comunicativas. Se trata de un
modelo de intervención en el que se parte de la naturaleza propositiva de los problemas de
comportamiento.
LUCKASSON, R.; COULTE, D. L.; POLLOWAY, E. A.; REISS, S.; SCHALOCK, R. L.; SNELL, M. E.;
SPITALNIK, D. M. y STARK, J. A. (1997), Retraso Mental: Definición, clasificación y sistemas de
apoyos, traducción de M. A. Verdugo y C. Jenaro, Madrid, Alianza Editorial (trabajo original publicado
en 1992).
El libro se centra en las implicaciones de la definición actual de retraso mental y en cómo atender
a los problemas de comportamiento y adaptación en la población. Se proponen guías prácticas de
actuación para los profesionales.
116
b) Surgen por la inacción procedente de las rutinas de la planificación
experimental derivada de modelos «abandónicos».
c) Se consideran conductas desadaptativas.
117
a) Se utilizará una escala de desarrollo comercializada y con
características de fiabilidad y validez adecuadas.
b) Será necesario conocer si el nivel de funcionamiento intelectual del
sujeto es «ligero», «medio», «severo» o «profundo».
c) Será necesario un equipo interdisciplinar que determine la intensidad
de los apoyos necesarios en cada una de las dimensiones.
118
b) La ejecución práctica diaria del individuo.
c) Los resultados obtenidos en los estudios de Primaria y Secundaria.
119
CAPÍTULO III
1. INTRODUCCIÓN
2. CONCEPTO DE AUTISMO
120
Kanner (1938) se refería de este modo con respecto a 11 niños: «nos ha llamado
la atención un número de niños cuya condición difiere de manera tan marcada y
singular de cualquier otra conocida hasta el momento, que cada caso merece y espero
que recibirá con el tiempo una consideración detallada de sus fascinantes
peculiaridades».
En el año 1943, Kanner elabora el concepto de trastorno de autismo para definir
los síntomas que observaba en estos niños, estas particularidades que observaba, que,
a su vez, los distinguían de otros cuadros ya definidos como, por ejemplo,
esquizofrenia infantil.
Según Kanner, los rasgos distintivos en la conducta de estos niños son:
• Extrema soledad, desde el nacimiento, sin responder a nada que proceda del
mundo exterior.
• Demuestran capacidad para establecer y mantener una excelente, intencionada
e «inteligente» relación con los objetos; sin embargo, desde el principio, se
muestran ansiosos y tensamente impenetrables respecto a la gente.
• Todas las actividades están gobernadas por el poderoso deseo de soledad e
igualdad.
121
Además, las teorías del autismo se ven abocadas a elegir entre explicar
demasiado poco no haciendo más que describir las características, o explicar
demasiado. Las personas con autismo presentan un perfil notablemente desigual de
capacidades y tienen islotes de habilidades intactas o, incluso, superiores que
necesitan ser explicadas tanto como esos déficit tan llamativos. El reto es, y sigue
siendo, por tanto, proponer un déficit psicológico lo suficientemente importante como
para causar los graves trastornos del autismo y lo suficientemente específico como
para permitir áreas intactas de funcionamiento.
Dada la gran variabilidad del cuadro, ¿son suficientes y necesarias estas tres
condiciones alteradas (en el aspecto de los intereses, de la comunicación e
imaginación) para diagnosticar a un niño como autista?
Se realizaron estudios epidemiológicos, tales como los de Wing y Gould (1979)
y los estudios de Shah y Panksepp (1982), para corroborar la concurrencia de esta
tríada de alteraciones. Los estudios parecen comprobar que las alteraciones en la
comprensión social, la comunicación y la imaginación están presentes y tienden a
concurrir, y no de manera casual, en todos los individuos a los que se les diagnostica
autismo.
Las alteraciones que se observan en la comunicación y la interacción social,
acompañadas de intereses repetitivos o limitados, configuran una de las condiciones
clínicas más fiables y verdaderas de las definidas en el DSM-IV-TR (APA, 2002). Al
mismo tiempo, estas características y conductas representadas por la tríada pueden
presentarse de una manera variable tanto en intensidad como en frecuencia. Cada una
de estas características cobra más o menos relevancia en función de la persona con
autismo que las padezca o el profesional que las estudie.
3. EPIDEMIOLOGÍA
122
4. ETIOLOGÍA
1. Nivel biológico
2. Nivel cognitivo
3. La Teoría de la Mente
1. Nivel biológico:
123
proporción de la variación total debido a factores genéticos) es hereditario en más del
90 por 100 de los casos.
La incidencia elevada de autismo entre la población masculina (Lottter, 1966) y
el hecho de ser hermano de una persona con autismo constituyen un factor de riesgo
(Smalley y Penfield, 1988) y la presencia de alteraciones cognitivas, comunicativas y
sociales entre los hermanos no autistas de niños autistas (August, Dyer y Haydden,
1981) ha originado la idea de que pudiera existir un fenotipo generalizado de autismo.
Podría ser, entonces, que el gen responsable del autismo produjera en algunos casos
trastornos más leves.
En la misma línea, Szatmari (1991) ha estudiado qué tipo de carga hereditaria
podría estar implicada en el autismo; así, divide a los casos de autismo en tres grupos:
Otro reciente trabajo que apoya la teoría biológica es el de Nelson (2000), que
plantea la posibilidad de detectar el autismo y algunos tipos de retraso mental en el
momento del nacimiento en base a la determinación, mediante análisis de sangre, de
los niveles de cuatro proteínas esenciales para la construcción de la arquitectura
básica del cerebro.
Sobre la hipótesis de una plataforma común se puede decir que ya es bastante
aceptado el hecho de que diversas causas biológicas de naturaleza diferente pueden
desencadenar el autismo (Shopler y Mesibov, 1987; Gillberg y Coleman, 1992).
Enfermedades como el trastorno del cromosoma X frágil, la fenilcetonuria y la
esclerosis múltiple (todas ellas con una causa genética) llevan consigo un riesgo
mayor de autismo (Gillberg y Forsell, 1984; Blomquist y cols., 1985; Reiss y Freund,
1986; Hunt y Dennis, 1987).
Por tanto, podría pensarse en una misma plataforma de llegada: todos estos
diferentes trastornos y factores (trauma de nacimiento, anormalidad genética, etc.)
podrían afectar al mismo componente específico del cerebro, produciendo autismo.
Aitken y Gillberg (1991) concluyen que es como si fuera la ruptura en una fase crítica
de la neurogénesis lo que importa en el desarrollo del autismo y no la naturaleza
específica del agente causal.
Durante un largo período, se intentó localizar y «situar» el o los circuitos
cerebrales implicados en el autismo. Hallazgos de neuroimagen han demostrado,
además del aumento del tamaño cerebral (Piven y cols., 1992) y una alteración del
cuerpo calloso (Piven, Palmer y Landa, 1997), alteraciones en el sistema límbico y el
lóbulo frontal, que probablemente sean el correlato de las alteraciones en las
funciones de «Teoría de la Mente», por un lado, así como alteraciones tanto
emocionales como de funciones ejecutivas, presentes en el espectro de alteraciones
que se observan en el autismo.
124
2. Nivel cognitivo
— Socialización;
La alteración del comportamiento social de los niños con autismo no es total.
Así, no se diferencia de la misma manera la anormalidad o alteración en lo social que
presentan otros cuadros con dificultades de aprendizaje (Shapiro, Chugani, Shewmon
y Shields, 1987; Sigman y Mundy, 1989).
Pueden reconocerse en el espejo a la edad mental normal (Dawson y McKissick,
1984). En tareas de reconocimiento de caras, tienen el mismo rendimiento que los
sujetos control de la misma capacidad verbal (Ozonoff y Rogers, 1990; Smalley y
Asarnow, 1990).
Responden de manera diferenciada a personas diferentes y a cercamientos
diferentes (Clarke y Rutter, 1981).
Presentan comportamientos de búsqueda de proximidad y vocalizaciones de
demanda de atención social (Sigman y Ungerer, 1986; Sigman y Mundy, 1989).
Las alteraciones se refieren a un patrón específico en el comportamiento social,
como los siguientes:
— Comunicación:
125
Las alteraciones en el lenguaje y la comunicación constituyen uno de los
ámbitos de observación clínica en los que tradicionalmente se ha basado la definición
clínica de este trastorno. Esta área configura una parte del fenotipo cognitivo
característico y ha sido ampliamente revisada.
No es posible dar una idea clara en unas pocas líneas de cuáles son las
principales características del lenguaje en las personas con autismo, pero, en un
esquema muy simplificado, las mismas abarcan un continuo que va desde el niño
autista que no habla hasta niños que desarrollan lenguaje con peculiaridades
(alteraciones pragmáticas, ecolalia, etc.).
Las alteraciones que se observan son las siguientes:
— Imaginación:
Existe una llamativa ausencia de juego de ficción o de imaginación espontánea
(Wulff, 1985). En general, lo que se observa es lo siguiente:
3. Teoría de la Mente:
126
acuerdo con la definición de Premack y Woodruff (1985), tener una Teoría de la
Mente es ser capaz de atribuir estados mentales independientes a uno mismo y a los
demás con el fin de explicar y predecir el comportamiento. Esta Teoría fue concebida
como un mecanismo cognitivo, innatamente determinado, que permite un tipo
especial de representación: la representación de los estados mentales.
5. SINTOMATOLOGÍA
127
• No realiza juego de ficción: no representa con objetos o sin ellos situaciones,
acciones, episodios, etc.
• No da la impresión de complicidad interna con las personas que le rodean
aunque tenga afecto por ellas.
128
— Chilhood Autism Rating Scale, CARS (Schopler, Reichler y Rocher-Renner,
1988): es un instrumento dividido en 15 escalas con una puntuación para cada una de
esas escalas. Las áreas de observación tienen que ver con la imitación y las
habilidades de lenguaje expresivo y receptivo. Hay que elegir, para cada ítem, cómo
lo hace el niño; por ejemplo, en el ítem de imitación, hay que elegir si lo hace
siempre, si se observan alteraciones, si las alteraciones son muy marcadas, o si no se
observan alteraciones de la imitación. El terapeuta tiene que tener muy claro los
parámetros de desarrollo normal, ya que hay que saber con antelación, obviamente,
cuál es el patrón de imitación de un niño normal a la edad de 3 años, por ejemplo.
— Autism DignosticInterview-Revised, ADI-R (Lord, Rutter y Le Couteur,
1994): es una entrevista semiestructurada para padres. Consta de una serie de
cuestiones para evaluar las habilidades del niño. Requiere un entrenamiento
específico para que el evaluador la realice. La evaluación la realiza siempre un
equipo. Por lo general, la escala se implementa en dos días de evaluación; ésta es una
exigencia del instrumento, para no forzar el recuerdo, ni provocar cansancio en los
padres. Son preguntas de tipo general, por ejemplo: «Cuénteme cómo es un día de su
hijo»; o «¿Cómo le hace saber su hijo que quiere algo?»
— Autism Diagnostic Observation Schedule, ADOS (Di Lavore, Lord y Rutter,
1995): ésta es una escala observacional para niños y adultos. Evalúa la desviación
respecto al patrón normal de comportamiento. Se observa al niño, cómo es su
comportamiento en el juego, en la relación con el terapeuta, en habilidades de
lenguaje, etc.
129
En la actualidad, las ventajas de un diagnóstico precoz de estos cuadros son
muchas e incluyen las siguientes:
130
• Ausencia de balbuceo, conducta de señalar u otros gestos a los 12 meses.
• Ausencia de palabras sueltas a los 16 meses.
• Ausencia de frases espontáneas de dos palabras a los 24 meses.
• Pérdida de socialización o de lenguaje a cualquier edad.
En la actualidad, no existe ninguna escala que sea tan fiable y tan sensible como
para realizar el diagnóstico, pero contamos con algunos instrumentos, que, de
sistematizarse su uso en las revisiones pediátricas normales, serían de gran ayuda en
la detección de estos cuadros.
Uno de estos instrumentos es el Checklist in Autism in Toddlers (Chat), que es el
resultado de una investigación llevada a cabo por Baron Cohen, Allen y Gillberg
(1992). Este cuestionario no tiene valor diagnóstico; incluso en una revisión actual
del mismo, se detectó que perdía especificidad en posteriores revisiones; no obstante,
se le considera como un instrumento de valor en la tarea de la detección de cuadros
de trastorno del desarrollo. Es un cuestionario muy sencillo, de fácil administración,
en el que los ítem referidos a la atención conjunta y a la simulación serían indicativos
de que, en su ausencia o alteración, habría que realizar una evaluación exhaustiva.
Además de las escalas mencionadas existen otras de detección precoz, cuyo uso
y diseño habría que sistematizar, como el Ages and Stages Questionnaire-ASQ de
Bricker y Squires (1998), el Brigance Screens (Glascoe, 1896) o los Child
Development Inventories-CDI de Ireton y Glascoe (1992), el Developmental
Checklist de Robins (1982) y el Pervasive Developmental Disorders Screening test-
PDDST de Siegel (1998).
Para realizar la intervención, hay que tener en cuenta los siguientes aspectos del
cuadro autista:
131
• Cuál es su contexto personal y familiar y los recursos comunitarios.
• Qué habilidades preservadas presenta.
• La presencia o no de trastornos médicos asociados.
1. Comunicación y lenguaje.
2. Socialización.
3. Conducta.
132
• Activa colaboración y coordinación entre todos los participantes.
• Enseñarles a aprender a cómo aprender, a través del uso sistemático de los
principios de la enseñanza estructurada, construyendo: comprensión,
organización, independencia y autonomía.
• Promover habilidades de aprendizaje funcional.
• Énfasis en los sistemas de comunicación alternativa, incorporando tanto las
habilidades verbales como los apoyos visuales necesarios.
• Desarrollar motivación y habilidades para la interacción con otros. La
importancia del juego dentro del desarrollo infantil para la socialización del
niño nos señala la necesidad de que el niño sea entrenado en los diferentes
tipos de juego con adultos y de representación, así como en la participación
en juegos sencillos de grupo con niños de su edad.
• Establecer intereses en los niños con el fin de incrementar el más adecuado
desarrollo para las habilidades de juego, habilidades de tipo cognitivas,
habilidades psicomotoras finas y gruesas.
• Establecer positivas rutinas y habilidades de tipo funcional para las
actividades de la vida diaria.
Hay muchas razones por las que los niños deben usar la comunicación. Dos
importantes funciones que consiguen usando la comunicación son:
Para los niños con autismo, estas funciones son difíciles de aprender, sobre todo
la segunda. Una meta en el entrenamiento de la comunicación con estos niños incluye
la ayuda tanto en la regulación de esta función de la comunicación como en el
incremento de la comprensión y el uso de la comunicación de un modo puramente
social.
Algunas pautas generales en esta área son:
133
pictogramas, etc.) para facilitar su comprensión del mundo que le rodea, de lo que se
está diciendo, de lo que está por venir; es una pauta imprescindible en el tratamiento.
— Plantear estrategias que provoquen la intención de comunicar, para lo cual, la
secuencia de pasos que plantean los sistemas alternativos de comunicación son muy
útiles: por ejemplo, comenzar por desarrollar las funciones de petición de objetos
motivantes para los niños, como golosinas, juguetes, etc. Éstos se les coloca dentro de
su campo de visión pero fuera de su alcance; se intenta provocar con ello la petición
al adulto que está con ellos. Otra estrategia es la interrupción de las rutinas, para
provocar la petición de que la misma no se altere, etc.
7.2.2. Conductuales
El ejemplo que se ha presentado tiene que ver con el marco teórico del apoyo
conductual positivo (Carr y cols., 1996), en donde la conducta del niño tiene un valor
comunicativo. La intervención pasa, por lo general, por mejorar las habilidades de
comunicación, ya que el niño, al contar con herramientas para comunicarse o prever
lo que se le pide, mejora en su conducta, en general.
134
7.2.3. Contexto familiar
Los padres de Julián se veían angustiados en un doble sentido, por un lado, el impacto
del diagnóstico, y por el otro, el no tener herramientas teóricas para hacer actividades con el
niño. No sabían qué le podían pedir ni si el modo en que se dirigían a él era el correcto o no.
Se realizó un pequeño entrenamiento teórico con la familia. Era necesario que los padres de
Julián supieran que muchas veces reforzaban una conducta que no tenía carácter funcional, o
que no siempre eran contingentes cuando le pedían algo.
Se realizó un trabajo con vídeos, para que ellos se vieran y se pudieran autoevaluar y
reconocer sus propios errores.
Se les enseñó a los padres a realizar un registro de las conductas, y se estructuró los
entornos de la casa.
135
construir entornos en los que se dé prioridad a conductas precursoras de habilidades
sociales, como las de atención conjunta, ya que se ha comprobado que mejoras en
esta habilidad supondrían cambios positivos en otras conductas.
En este ámbito se hacen necesarios los siguientes requisitos:
— Plantear estrategias, para que los niños toleren a otros niños jugar con ellos.
— Diseñar estrategias en las que se pongan en marcha conductas como las de
toma de turnos y las de compartir.
— Utilizar la imitación y reacción muy exagerada de sus reacciones, facilitando
la comprensión social.
— Atribuir a sus conductas intencionalidad, para ir poco a poco atribuyendo una
verdadera intencionalidad.
José no se integraba en los juegos con los otros niños, se les acercaba, los miraba, pero
no llegaba a jugar a nada. José obviamente tenía intenciones de integrar alguna actividad,
porque no se aislaba, pero no interpretaba las señales de los demás niños y las que él enviaba
no significan nada concreto para el resto. Se decidió trabajar sobre las habilidades de José y
de este modo crear un puente que permitiera alguna tarea en común. Al niño le gustaba la
música, esta actividad permitía trabajar en grupo, en corro, a imitar movimientos.
Al igual que otras áreas de trabajo, el disfrute del tiempo libre, el juego y las
habilidades de socialización son aspectos en los que hay que trabajar, y en los que se
debe hacer especial incidencia.
Puede parecer paradójico que se le dé tanta carga de formalismo a actividades
136
que, por naturaleza, tienen que ser espontáneas y de libre elección para el niño, pero,
obviamente, en niños con autismo, estas actividades constituyen objetivos dentro del
tratamiento.
Con el tiempo, puede ser un objetivo muy válido trabajar la espontaneidad y la
libre elección de intereses.
El diseño de actividades de tiempo libre son, en general, favorecedoras del
aprendizaje; nadie puede poner en duda en la actualidad los beneficios cognitivos que
tiene el juego en los niños.
Resultan útiles para las familias, ya que muchas veces no saben qué hacer, y se
pueden generar situaciones de estrés, para todos.
Por tanto, el diseño específico de programas de ocio y tiempo libre es un área no
menos importante que otras de las anteriormente mencionadas.
137
organización. Entre éstas se incluyen las siguientes:
8. CONCLUSIONES
De manera muy general, se ha ofrecido una visión integral del trastorno autista.
Se ha abordado la etiología y las causas del trastorno. Se destacó la importancia de la
detección temprana, el proceso de evaluación y el tratamiento.
En función de lo expuesto se puede afirmar, sin duda, que toda persona que sea
diagnosticada de trastorno autista hoy en día tendrá la posibilidad de vivir mejor que
en cualquier otro momento pasado.
9. CASO CLÍNICO
138
9.1. DATOS GENERALES
139
• Habilidades de juego:
Se entretiene mucho con su sombra, o mirándose al espejo (ha llegado a estar
obsesionado con eso), aleteando las manos mientras lo hace. Le gustan la noria y los
cubos para apilarlos. Siempre necesita tener algo en la mano. No le gustan los sitios
donde hay mucha gente. Hace muchas carreras inmotivadas. Usa de forma
inadecuada los juguetes. Se entretiene en girar y tirar los objetos y juguetes que coge.
9.4. ORIENTACIÓN
9.5. INTERVENCIÓN
— Habilidades sociales
• Proximidad
• Respuesta social
• Iniciativa social
• Uso del cuerpo y objetos
• Conductas disruptivas
• Adaptación al cambio
— Lenguaje
140
P. C. I . no tiene lenguaje verbal, ni tampoco se evidencian signos o gestos de
intención comunicativa, por lo que se decide enseñar signos, en principio de petición.
Se trabajará con el sistema de Schaeffer (1980). Se decidió trabajar con este sistema
ya que es un programa de que está dirigido a niños sin intención comunicativa, con
habla ecolálica. Este programa es de inestimable ayuda en los programas de
comunicación y lenguaje para las personas con autismo y trastornos asociados.
Cuenta con dos soportes, un manual teórico y un glosario de signos, en los que, de
manera clara y sencilla, enseña a los profesionales y a las familias qué enseñar y
cómo se hará.
No es un programa que plantee la necesidad de habilidades de imitación o de
seguimiento ocular para la realización del signo, ya que el signo se le moldea de
manera total al niño, cogiéndole las manos y, poco a poco, se le retira la ayuda una
vez que el niño asocia que tiene que hacer un gesto para obtener el objeto deseado.
A diferencia de otros programas, en éste se comienza a trabajar con las funciones de
petición, y no con las de denominación.
9.6. EVOLUCIÓN
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143
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Página web en la que se exponen los principios del método Teach. Está escrita
en inglés.
www.hanen.com
Página del programa Hanen.
www.autismo.com
Página en castellano, con numerosos enlaces. Contiene gran cantidad de
artículos.
www.asislep.com
Proyecto de la Unión Europea. Es un software programado para desarrollar
habilidades de tipo social, sobre todo en personas de nivel medio y superior.
www.tonyattwood.com
Página que contiene información acerca del trastorno de Asperger. Está escrita
en inglés.
www.autism-society.org/
Contiene artículos de interés. Está escrita en inglés.
www.autismconnect.com
Artículos y actualizaciones constantes. Periódicamente, se puede acceder a
entrevistas on line con psicólogos y médicos, etc. Está escrita en inglés.
www.trastornosdelespectroautistacch.com
Artículos referidos a personas del espectro autista.
www.oneworld.org/autism_uk
Página de la organización mundial de autismo. Artículos, enlaces y
actualizaciones constantes.
www.autismoespana.com
Página de la Confederación española de asociaciones de autismo.
JORDÁN, R y POWELL, S. (1994), Educautisme, Vitoria, Departamento de Publicaciones del País Vasco.
Son una serie de manuales que se han confeccionado en el marco de un proyecto entre Autismo
Europa y algunos centros de autismo de España. En ellos, se desarrollan programas específicos para la
intervención en personas con autismo. Los programas son para el tratamiento de habilidades de
144
comunicación, habilidades sociales, problemas de conducta, diseño y confección de material escolar
específico.
Es un manual muy accesible en el que, de una manera muy práctica, se explica cómo es el
proceso de adquisición del lenguaje, y proporciona una guía de estimulación para la emergencia de éste
y la intervención específica según la edad del niño.
5. A nivel biológico:
a) Se ha descubierto cuál es la causa del autismo.
b) No hay una puesta en común por parte de los investigadores.
c) Hay bastante acuerdo científico en que el trastorno autista tiene un
origen neurobiológico.
145
6. A nivel cognitivo, el trastorno autista se caracteriza por:
a) Fallos evidentes en lo que se llama coherencia central.
b) Hay desigualdad de funcionamiento en las áreas.
c) El déficit cognitivo sería suficiente para explicar los fallos en
comunicación en conducta y en socialización.
7. En cuanto a la socialización:
a) Hay evidentes problemas a la hora de compartir, de imitar y de
reconocimiento del afecto.
b) Son capaces de manifestar un comportamiento social bastante cercano
al comportamiento social de cualquier niño.
c) Los problemas sociales disminuyen con la intervención.
146
b) De manera cualitativa.
c) Mediante la observación y mediante test.
19. En la actualidad:
a) No se cuenta con herramientas adecuadas para la intervención.
b) Ya contamos con programas idóneos y medidas adecuadas para el
tratamiento.
c) Todavía los programas de intervención son muy limitados.
147
148
CAPÍTULO I V
1. INTRODUCCIÓN
149
miedo está funcionalmente relacionado con la confrontación actual con el peligro, y
no simplemente con su detección y la preparación para enfrentarlo (Chorpita y
Barlow, 1996; Goleman, 1996).
Se denomina estrés al fenómeno comprendido por la respuesta a una demanda.
Pero, en general, es connotado como el afecto negativo y los efectos, también
negativos, producidos cuando el sujeto es expuesto a una presión medioambiental
real, una situación de estrés, para la que carece de tiempo o de recursos para hacer
frente y resolver de manera eficaz. En el estrés, al cesar la presión, o dar respuesta
adecuada a la demanda, debería finalizar el malestar emocional (Labrador y Crespo,
1993; Lázarus y Folkman, 1984).
La ansiedad involucra temor y miedo. Pero tiene mayor intensidad y
persistencia que un episodio de miedo. Aunque puede estar focalizada en un objeto,
animal y/o situación concreta, suele permanecer más tiempo que cuando se está
expuesto al estímulo causal. En la ansiedad, además, se presentan anticipaciones, por
la probable confrontación con el estímulo, que producen malestar emocional, afecto
negativo. Ollendick (2000) la define como «Excesiva preocupación, malestar
considerable, molestias fisiológicas, evitación».
La ansiedad es definida por Barlow, Chorpita y Turovsky (1996) como una
estructura cognitivo-afectiva cohesionada. Está integrada por un fuerte afecto
negativo cuyo componente más importante es el sentido de incontrolabilidad
enfocado sobre una posible amenaza futura, peligro, u otro evento que sobreviene y
es potencialmente negativo. Este afecto negativo puede ser caracterizado como un
estado de indefensión, por la inhabilidad percibida para predecir, controlar u obtener
resultados deseados, en ciertas situaciones o contextos. Existe también un cambio en
la atención hacia la autofocalización o un estado de autopreocupación en el que es
destacable la evaluación, probablemente negativa, de las propias capacidades para
enfrentar la amenaza. El estado afectivo negativo está acompañado de un fuerte
componente fisiológico o somático que se caracteriza por la activación y tensión
crónica del Sistema Nervioso Central y que puede ser el sustrato fisiológico de la
«preparación», el cual sirve de base al estado de alerta para contrarrestar la
indefensión. La vigilancia es otra característica de la ansiedad, que sugiere estar
permanentemente listo y preparado para enfrentarse con eventos potencialmente
negativos, así que el término más preciso para la ansiedad podría ser aprehensión
ansiosa, convocando la noción de que la ansiedad es un estado afectivo orientado
hacia el futuro en el cual uno está listo o preparado para intentar hacer frente a
eventos negativos que sobrevienen.
La fobia se considera como un miedo extremo que debe ser desproporcionado
para las demandas situacionales. Son aceptadas como irracionales, al ser provocadas
por estímulos o situaciones que no revisten el peligro o nivel de amenaza objetiva
para el bienestar psicosocial del niño con el que son calificadas. Las fobias son
involuntarias y la intensidad del miedo involucra una importante dosis de sufrimiento
capaz de deteriorar el desempeño en áreas del funcionamiento familiar, académico
y/o social por lo cual se convierten en desadaptativas (Méndez, Olivares y Bermejo,
2001; Ollendick y Hersen, 1986).
Es posible resaltar que los fenómenos descritos se hacen presentes en numerosos
150
momentos de la vida del infante, siendo una causa frecuente de consulta clínica, y, en
especial, produciendo malestar y deterioro en su funcionamiento óptimo.
Los miedos están omnipresentes en la vida del niño, y tienen sentido acorde con
los desarrollos evolutivos que van aconteciendo. En general, dichos miedos son
variados, pasajeros, de poca intensidad, y se les denomina temores evolutivos.
Entre los miedos más comunes en la niñez citan los siguientes en función de la
edad (Echeburúa, 1996; Olivares, 1994; Méndez, 1999):
• 0 a 2 años
• 3 a 5 años
• 6 a 8 años
• 9 a 12 años
• 13 a 18 años
151
niveles de temor de cierta intensidad. Estaríamos aludiendo al temor del primer día de
escolarización formal, la primera salida con chicos, mucho más relacionados con
situaciones específicas, que atemorizan por su novedad y, probablemente, porque se
constituyen en tareas críticas que se asumen y resuelven como parte de los hitos
evolutivos. Tales temores son adaptativos porque permiten la toma de precauciones
para hacer frente a las situaciones y el estado alerta para prepararse a los retos que
puedan estar involucrados en ellas (Echeburúa, 1996; Olivares, 1994).
Ambas clases de temores deben remitir espontáneamente en la vida del niño,
sin que se requiera la intervención terapéutica. La persistencia de ellos más allá
del momento evolutivo esperado puede adquirir características clínicas y puede
ser el inicio de un cuadro de ansiedad. Una parte importante de su desaparición
va a estar ligada al manejo adecuado de la situación que realicen los padres y
cuidadores. El excesivo reforzamiento de conductas evitativas, la atención
constante a las conductas de temor, las conductas sobreprotectoras que no
permiten el desarrollo de estrategias de afrontamiento, facilitan que estos temores
se perpetúen en el repertorio conductual del niño.
Tabla 1
Manifestaciones de la ansiedad infantil
152
Tabla 1 (Continuación)
Manifestaciones de la ansiedad infantil
153
(Adaptado de Barrios y Hartman, 1988 en Mash y Terdal, 1988; Ortigosa y Méndez 1997).
2.2. CLASIFICACIÓN
Son variados los cuadros de ansiedad que se presentan en la infancia. Entre ellos
se encuentran la ansiedad por separación, el trastorno de pánico con o sin agorafobia,
la fobia específica, el trastorno obsesivo-compulsivo, la ansiedad generalizada, la
fobia social y el trastorno de estrés postraumático.
154
sido usado para significar reacciones patológicas a la separación en niños mayores.
Además, el término ha sido intercambiable con el de fobia escolar. Para entender
realmente la ansiedad por separación como un trastorno, es necesario revisar
definiciones y mencionar algunos asuntos teóricos que contribuyen a la complejidad
del problema.
La ansiedad por separación es un aspecto de un sistema conductual complejo del
apego en el cual un niño llega a desarrollar un vínculo estrecho con otros que le son
significativos. El desarrollo del apego se da simultáneo tanto a la búsqueda de
consuelo y protección de las figuras primarias de vinculación, como a la
demostración de aprehensión al anticipar separaciones y a la demostración clara de
malestar cuando éstas suceden. Incluye comportamientos tales como el llanto, el
colgarse, el aferrarse, el buscar continuamente, que son emitidos para prevenir la
separación o para restaurar el contacto. Así, la ansiedad por separación puede ser
vista como un fenómeno evolutivo universal que puede ser observado después de los
seis a los ocho meses y que persiste en grados variables hasta el segundo o tercer año
de edad. Se ha señalado que, cuando el infante llega a desarrollar una relación segura
de apego, es menos probable que se desarrolle la ansiedad por separación. En cambio,
los niños que han experimentado relaciones de apego poco seguras, es más probable
que presenten reacciones intensas ante la separación o lleguen a experimentar
ansiedad crónica relacionada con la figura de apego. Esto sugiere que las reacciones
de malestar a la separación que son evidentes en el desarrollo temprano pueden
persistir o reaparecer posteriormente.
Con relación a la fobia escolar, el término fue usado para significar un fenómeno
infantil caracterizado por una marcada ansiedad relacionada con la asistencia a la
escuela y con el absentismo escolar. Se pensaban que el miedo de dejar a la madre o
la casa era el que predominaba en el cuadro y el que precipitaba los comportamientos
del síndrome. Específicamente, se pensaba que los niños con fobia escolar tenían
pensamientos obsesivos del daño o muerte de sus madres o cuidadores, los cuales
sólo podían ser aliviados cuando regresaban al hogar o estaban cerca de las figuras de
apego. De igual manera, se pensaba que las madres a su vez, de alguna manera, daban
soporte a estos pensamientos infantiles porque veían la escuela como un lugar poco
placentero o amable, amenazante, y, en cierta forma, comunicaban el deseo de que
los niños permanecieran en la casa. De esta manera, la fobia escolar representaba una
forma de ansiedad que se desplazaba de la fuente real de ansiedad, es decir, la de la
separación de la madre, así que, en algún momento, fobia escolar y ansiedad por
separación fueron usados indiscriminadamente y como sinónimos. Pero,
posteriormente y desde el punto de vista conductual, se pensó que los niños podían
tener una reacción fóbica a algún aspecto del medio escolar en sí mismo.
En años más recientes se ha señalado que la ansiedad por separación y la fobia
escolar deben considerarse dos entidades clínicas diferentes. Para resumir, la ansiedad
por separación ha tenido un gran número de definiciones y de suposiciones teóricas
en la literatura clínica profesional. El término ha sido utilizado como constructo
evolutivo, como un síndrome patológico, como sinónimo de la fobia escolar y como
un trastorno clínico diferente (Ollendick y Mayer, 1984).
Según el DSM-IV (American Psychiatric Association [APA], 1995), el trastorno
155
de ansiedad por separación tiene como característica esencial una excesiva ansiedad
relacionada con la separación de la principal figura de apego o del hogar. La ansiedad
es mayor a la que se espera que presenten los sujetos del mismo nivel de desarrollo.
La sintomatología relacionada con este cuadro suele tener un inicio temprano, es
decir, aparecería antes de los seis años de edad, y tendría una duración de, al menos,
cuatro semanas.
Las características del cuadro, o los criterios diagnósticos según el DSM-IV
(APA, 1995), se citan a continuación:
2.2.1.1.1. Comorbilidad
156
A menudo el cuadro puede estar asociado a un estado de ánimo deprimido que
puede persistir a lo largo del tiempo razón por la cual puede pensarse en un
diagnóstico adicional de trastorno distímico o trastorno depresivo mayor. También, el
trastorno puede continuar hasta evolucionar en un trastorno de angustia con
agorafobia.
2.2.1.1.2. Epidemiología
2.2.1.1.3. Curso
El trastorno de ansiedad por separación puede aparecer una vez ocurrido algún
tipo de situación estresante (muerte de alguna persona significativa o animal mascota,
enfermedad, cambios de residencia, escuela, ciudad).
Este inicio puede darse antes de los seis años o en cualquier momento antes de
los dieciocho años.
Pueden presentarse períodos con incremento de la sintomatología, así como
otros en los cuales ésta se decrementa. La persistencia de la sintomatología puede ser
desde meses hasta años.
157
2.2.2. Trastorno de pánico
Síntomas:
158
pues, se pueden reconocer:
Las crisis de angustia situacionales son más características de las fobias sociales
y las fobias específicas en tanto que las inesperadas lo son del trastorno de pánico.
2.2.2.2. «Agorafobia»
Síntomas:
159
2.2.2.3. «Trastorno de angustia (pánico)»
Se cumplen 1 y 2:
160
• Cambio significativo del comportamiento relacionado con las crisis.
• Presencia de agorafobia.
• No es debida a efectos de fármaco o enfermedad.
• No son mejor explicadas por la presencia de otro trastorno de ansiedad (APA,
1995).
2.2.2.5.1. Comorbilidad
2.2.2.5.2. Epidemiología
El trastorno tiene una prevalencia de entre el 1,5 por 100 y el 3,5 por 100. Entre
un tercio y la mitad de los diagnosticados pueden presentar agorafobia. Tiende a
asociarse más al género femenino (APA, 1995).
2.2.2.5.3. Curso
161
cerrados. Puede ser diferenciada de los miedos o temores, con base en su persistencia,
nivel de incapacidad o restricción que produce y su magnitud. También puede darse
el reconocimiento de que el temor es desproporcionado para el grado de amenaza que
hay realmente involucrado en la situación o estímulo fóbico, aunque dicho
reconocimiento esté supeditado al nivel de desarrollo cognitivo del niño.
La exposición al estímulo fóbico provoca inevitablemente una respuesta
inmediata de ansiedad, que varía en relación con la naturaleza y complejidad del
estímulo fóbico y de las modalidades de respuesta fisiológicas, cognitivas, motoras o
conductuales afectadas. En ocasiones puede llegar a desencadenarse un miedo tan
intenso que genera un episodio de pánico.
También hay reporte de sentimientos de pérdida de control, tensión extrema,
carácter obsesivo de los pensamientos relacionados con el estímulo fóbico,
dificultades de concentración y sensaciones corporales como sudoración, dificultad
para respirar, «latidos cardíacos rápidos», «mariposas en el estómago», temblor, los
cuales ocurren no solamente con la exposición a la situación/estímulo sino, además,
cuando piensan en un encuentro futuro con ellos.
Las respuestas pueden tomar la forma de llanto, berrinches, quejas, inhibición,
solicitar atención, ayuda, abrazos y la evitación, la cual es una característica muy
generalizada en los niños.
En el caso de que la situación no pueda ser evitada, hay ansiedad intensa. Con
las fobias suele haber interferencia y disrupción de las rutinas normales del niño.
162
C. Hay reconocimiento de miedo excesivo o irracional (dependiendo del nivel
de desarrollo cognitivo).
D. Hay evitación de la situación/estímulo y, en caso de no ser posible, hay
intensa ansiedad.
E. Las conductas evitativas, la anticipación ansiosa y el malestar provocado por
la exposición a la situación/estímulo producen interferencia importante con las rutinas
usuales del niño, con sus relaciones interpersonales, con sus posibilidades de
aprendizaje y/o causan un grado de malestar importante.
F. En niños menores de 18 años, los síntomas deben haber persistido seis meses
como mínimo.
G. Los síntomas no explican la presencia de otro trastorno de ansiedad.
2.2.3.1.1. Comorbilidad
2.2.3.1.2. Epidemiología
2.2.3.1.3. Curso
163
fobia social debe ser diferenciada con base en el objeto o situación temidos: si
involucran temor a la evaluación o, por el contrario, a la situación puntual. Con el de
estrés postraumático, la diferenciación radica en que la evitación procede para el
recuerdo o la semejanza con la situación traumática originaria del trastorno. Con el
trastorno obsesivo compulsivo, lo evitado son los pensamientos obsesivos. Y, en la
ansiedad por separación, la evitación está relacionada con la separación de las figuras
de apego.
164
E. Las conductas de evitación, la anticipación ansiosa o el malestar en las
situaciones temidas interfieren con las rutinas del niño, con sus relaciones
interpersonales, sus actividades académicas y/o producen malestar clínicamente
significativo.
F. La duración de los síntomas debe ser de, al menos, 6 meses.
G. El miedo o el comportamiento de evitación no es debido a efectos de alguna
sustancia, enfermedad médica o puede ser explicado de mejor manera por la
presencia de otro trastorno de ansiedad, trastorno dismórfico corporal, generalizado
del desarrollo o esquizoide.
H. Si hay enfermedad médica u otro trastorno mental, el temor descrito (A), no
se relaciona con estos procesos.
2.2.4.1.1. Comorbilidad
2.2.4.1.2. Epidemiología
2.2.4.1.3. Curso
165
quejas somáticas, la tensión generalizada y la excesiva necesidad de aseguramiento
por parte del adulto.
Otra de las discriminaciones importantes es con el trastorno de pánico con
agorafobia. Está claro que el temor en éste está en relación con la presencia de un
episodio de angustia frente a otros. Los niños que padecen ansiedad por separación
pueden rechazar las situaciones sociales por temor a ser separados de sus figuras de
apego.
En los trastornos generalizados del desarrollo y esquizoide, el rechazo a las
situaciones sociales es debido a la falta de interés en establecer relaciones con los
demás (APA, 1995; Hersen y Last, 1990).
166
6. Alteraciones del sueño.
D. El foco de la ansiedad y de la preocupación no se limita a los síntomas de un
trastorno del Eje I (crisis de pánico, fobia social, trastorno obsesivo-compulsivo,
ansiedad por separación, anorexia nerviosa, somatización, hipocondría o trastorno por
estrés postraumático).
E. Provoca malestar clínicamente significativo o deterioro en las diversas áreas
de la vida del niño.
F. No son debidas a efectos de sustancia o enfermedad médica, de trastorno del
estado de ánimo, psicótico o generalizado del desarrollo.
2.2.5.1.1. Comorbilidad
2.2.5.1.2. Epidemiología
2.2.5.1.3. Curso
167
relacionada con objeto/situación puntuales, con la ansiedad por separación, ansiedad
debida a enfermedad médica o inducida por sustancias, y cualquier otro cuadro de
ansiedad.
168
B. En los niños, dependiendo del desarrollo cognitivo, podría darse el reco-
nocimiento de que las obsesiones o compulsiones sean irracionales y exageradas.
C. Provocan malestar significativo en su rutina diaria del niño, en sus relaciones
y en sus actividades académicas.
D. Si hay otro trastorno como los de tipo alimentario, dismórfico corporal, de
consumo de sustancias, hipocondría o depresivo mayor, la preocupación no se limita
a la focal en cada uno de ellos.
F. El trastorno no es debido a efectos fisiológicos de sustancias o a enfermedad
médica.
2.2.6.1.1. Comorbilidad
2.2.6.1.2. Epidemiología
2.2.6.1.3. Curso
169
la preocupación permanente del trastorno de ansiedad excesiva, la preocupación por
la enfermedad en la hipocondría.
Las obsesiones deben ser distintas de las presentes en trastornos psicóticos o
esquizoides, de carácter delirante; las conductas repetitivas, de los trastornos de tics y
el síndrome de Gill, de Tourette y el autismo (APA, 1995).
170
1. Recuerdos del acontecimiento recurrentes e intrusivos que provocan
malestar y en los que se incluyen imágenes, pensamientos o percepciones.
Pueden expresarse en juegos repetitivos donde aparecen temas o aspectos
del trauma.
2. Sueños de carácter recurrente sobre el acontecimiento, que producen
malestar. Pueden ser sueños terroríficos de contenido irreconocible.
3. El niño actúa o tiene la sensación de que el acontecimiento traumático está
ocurriendo. Hay reescenificación del acontecimiento traumático
específico.
4. Malestar psicológico intenso al exponerse a estímulos internos o externos
que simbolizan o recuerdan un aspecto del acontecimiento traumático.
5. Respuestas fisiológicas al exponerse a estímulos internos o externos que
simbolizan o recuerdan un aspecto del acontecimiento traumático.
2.2.7.1.1. Comorbilidad
171
Puede haber riesgo de presentar trastorno de angustia, agorafobia, trastorno
obsesivo compulsivo, fobia social, trastorno de somatización, trastorno depresivo
mayor, fobia específica y trastorno relacionado con abuso de sustancias.
2.2.7.1.2. Epidemiología
2.2.7.1.3. Curso
Debe ser diferenciado del trastorno adaptativo en cuyo caso el factor estresante
no reviste la gravedad del traumático. También es importante destacar que síntomas
como la evitación, el embotamiento emocional y el aumento de activación previos al
evento traumático pueden ser secundarios a otros trastornos de ansiedad o del estado
de ánimo. De igual manera debe diferenciarse del trastorno por estrés agudo, el cual
ha de aparecer y remitir durante las cuatro semanas posteriores al evento traumático.
Asimismo debe distinguirse del trastorno obsesivo-compulsivo en cuanto a los
pensamientos intrusitos de carácter recurrente, no relacionados con eventos
traumáticos como los flash-back. Igualmente deben los flash-back ser diferenciados
de las alucinaciones, delirios y otras sintomatologías propias de trastornos psicóticos
o de la esquizofrenia.
172
asumidos como un conjunto multimodal de comportamientos, la evaluación ha de
estar realizada a todos y cada uno de ellos. Debe también darse una evaluación de
tipo más molar, que incluya todos los posibles determinantes, predisponentes o
causales y, en especial, los que operan como factores de mantenimiento.
Además es importante recordar que no parece existir una relación proporcional
en cada uno de los canales de respuesta, es decir, que no necesariamente a mayor
activación fisiológica, mayores índices de pensamientos distorsionados y conducta de
evitación y/o escape. En cada niño, hay un patrón único de presentación de los
miedos, que obliga al clínico a su detección y comprensión.
Hay que hacer alusión a que el proceso evaluativo ha de ajustarse al niño
particular y no a la inversa. El proceso en sí mismo va señalando las necesidades
precisas y puntuales para obtener la información pertinente y relevante que permita
entender y explicar y, en especial, intervenir con eficacia en la resolución del
problema del niño con ansiedad. El ajuste estará dado de acuerdo a las habilidades
expresivas y de comprensión, al contexto cultural y a la problemática misma.
Se reconocen algunas dificultades involucradas en la evaluación de la ansiedad
infantil. Una de ellas se refiere a que la ansiedad consta de un elemento subjetivo
importante que ha de ser evaluado. Pero el acceso a dicho componente va a depender,
en gran medida, de la capacidad de autoobservación y autoevaluación, que no son
posibles en niños muy pequeños.
Otra dificultad consiste en que se requiere información de varias fuentes, padres,
niño, adultos cuidadores, maestros y, en general, la consistencia entre estas fuentes es
muy poca.
Existen múltiples propuestas de instrumentos de evaluación, algunos de ellos
con la suficiente validez y fiabilidad, para ser utilizados, pero, en últimas, la mejor
opción estará dada por el caso en sí mismo.
Algunas preguntas clave son las siguientes:
1. ¿QUÉ SE EVALÚA?
— La topografía:
• El componente motor.
• El componente subjetivo (cognitivo y afectivo).
• El componente fisiológico.
— Los parámetros:
• Frecuencia.
• Intensidad.
• Duración.
— Los antecedentes.
— Los consecuentes.
173
2. ¿EN QUIÉN SE EVALÚA?
— En el niño.
— En los adultos cercanos.
— En el contexto próximo.
3. ¿CÓMO SE EVALÚA?
— Entrevistas.
— Autoinformes.
— Observaciones.
— Registros psicofisiológicos.
— Otros.
3.1. ENTREVISTA
174
mejoría, respuesta a tratamientos previos).
• Impacto del miedo (positivo y negativo, personal y relacional).
3.2. AUTOINFORMES
175
adolescentes, respectivamente, y un miedómetro de tres valores, «no me asusta, me
asusta un poco, me asusta mucho». El de Scherer y Nakamura (1968), que incluye 80
ítem y un miedómetro de cinco valores. De éste existen dos versiones abreviadas, la
de Ryall y Dietiker (1979), y la de Ollendick (1983). También se dispone del
Inventario de Miedos para Niños de Louisville (Miller, Barret, Hampe y Noble,
1972), que puede ser cumplimentado también por los padres y los profesores, con 81
ítem y un miedómetro de tres valores (Ollendick, 2000; Echeburúa, 1996; Méndez,
1999; Mash y Terdal, 1988).
• Animales.
• Fenómenos naturales.
• Temas sobre enfermedad.
• Miedo a la muerte.
• Miedos sociales.
• Lugares cerrados.
• Diversos: oscuridad, soledad, etc.
Otro inventario es el creado por Sosa y cols. (1993). Este instrumento está
compuesto por 75 ítem, y el miedómetro de tres valores. Se diseñó para un rango de
edad de 9 a 15 años. Tipifica 10 clases de miedos:
• Muerte.
• Autoridad.
• Soledad-Fantasía.
• Animales.
• Desconocido.
• Evaluación del rendimiento.
• Separación de los padres.
• Contacto físico.
• Fenómenos naturales.
• Médicos.
176
Fears Rating Scale) de Melamed y cols. (1984), el Inventario de Temores Nocturnos
(Nigthtime Fear Inventory) de Money (1985) y la Escala de Evaluación para el
Rechazo Escolar (School Refusal Assessment Scale) de Kearney y Silverman (1993).
3.2.2.1. «Numéricos»
3.2.2.2. «Gráficos»
177
corresponderán a mayor intensidad.
• Diagrama de barras, rectángulos ordenados por altura y coloreados de tal
manera que la intensidad del color se incremente.
• Semáforos, en los que rojo significa muy intenso, o mucho miedo, amarillo,
más o menos intenso, o un poco de miedo, y verde, sin miedo.
• Caras, cuya expresión permite una graduación de las diversas intensidades, en
la que el niño selecciona aquella que más se asemeja a la intensidad de su
miedo.
3.2.2.3. «Materiales»
Se pueden señalar los bloques de madera u otro material, las pesas y los
recipientes, etc. Lo importante es que haya entre ellos una diferencia que pueda ser
discriminada por el niño, de tal manera que éste pueda seleccionar la opción más
próxima a su experiencia de miedo. En este tipo de estrategia es imprescindible tener
en cuenta las etapas del desarrollo cognitivo del niño propuestas por Piaget, puesto
que cabe recordar que hay ciertos momentos en los que no está construido el
concepto de conservación y ello altera la percepción del niño relacionada con los
volúmenes y el peso.
3.2.2.4. «Gestuales»
3.3. OBSERVACIÓN
178
para la evaluación conductual es que, en general, en los problemas relacionados con
la ansiedad, existe un gran predominio de comportamiento evitativo. Cuando la
conducta de evitación o escape no sea posible, sí se puede realizar la observación.
El Registro de Asistencia a Clase para Profesores (Méndez y Maciá, 1988) y la
Escala de Observación de Conductas de Ansiedad durante la Hospitalización
(Ortigosa y Méndez, 1997) son algunos ejemplos de registros de observación. Lo más
habitual es hallar en diversas investigaciones escalas de observación diseñadas en
función de aquello que se pretende observar. Esto significa, además, la pertinencia de
su construcción para la situación particular una vez que se tienen los datos y
características del caso.
Estas pruebas pueden ser de tipo pasivo o activo. Han de realizarse en los
momentos en que se lleva a cabo la exposición del niño al estímulo/situación
ansiogénico.
Las pruebas de aproximación activa involucran acercamientos del niño al objeto,
animal o situación temida. El ejercicio ha de ser dividido en pasos de aproximación
gradual que se inician desde los que producen un mínimo de temor hasta las que
producen el máximo. Para esta construcción es importante conocer la idiosincrasia
del miedo infantil, es decir, elaborar la graduación o jerarquía con el propio niño,
puesto que, en ocasiones, la «lógica» del miedo es muy particular.
En las pruebas de exposición pasiva, es el objeto, animal, etc., el que se
aproxima al niño. Se recomienda esta modalidad para aquellas situaciones en las que
el niño debe permanecer inmóvil como acostado en la oscuridad, en una mesa
quirúrgica, en una silla de odontología, etc.
En las dos clases de pruebas de aproximación conductual descritas, se pueden
tomar medidas o registros psicofisiológicos como indicadores del nivel de ansiedad.
También proporcionan medidas físicas relacionadas con la situación como distancia,
tiempo e intensidad, y psicológicas, referidas a las reacciones del niño, en especial a
aquellas de su propio repertorio que son evitativas como cerrar los ojos, tararear
canciones, evitar contacto ocular, taparse los oídos, etc. (Echeburúa, 1996; Méndez,
1999).
3.4. AUTORREGISTRO
179
el proceso de evaluación. Un ejemplo de esta técnica es la Agenda Diaria (Beidel,
Neall y Lederer, 1991), en la cual el niño registra en cada situación generadora de
temor dónde se dio, qué pasó, qué hizo, y registra el nivel de temor que sentía en
dicha situación (Mash y Terdal, 1996; Méndez, 1999; Ollendick, 2000; Méndez,
Olivares y Bermejo, 2001).
Tabla 2
Algunas técnicas de evaluación para trastornos de ansiedad infantil
180
181
182
183
4. APLICACIÓN DE LAS TÉCNICAS DE TRATAMIENTO DE LA ANSIEDAD
INFANTIL
184
mientras se realiza el proceso. Por tal razón, este formato no está recomendado en
niños menores de once años, con los cuales se recomienda la exposición en vivo.
La aproximación gradual a la situación evocadora de ansiedad produce un
incremento progresivo del sentido de control, así que el enfrentamiento paulatino de
la situación temida reduce la posibilidad de anticipaciones negativas por parte del
niño.
Como respuesta antagónica a las respuestas de ansiedad o temor, suele ser
utilizada la relajación.
4.1.1. Relajación
185
4.2. TÉCNICAS DE MODELADO
Estas técnicas están basadas en los principios teóricos del aprendizaje por
observación de Bandura. En ellas se reconoce el impacto que sobre el aprendizaje
puede tener la observación de un modelo de ejecución, con condiciones especiales,
tanto por parte del observador como del modelo.
La conducta «no temerosa» es modelada en las situaciones evocadoras de
ansiedad, ilustrando así una respuesta apropiada. El resultado que se espera es la
adquisición de habilidades tanto de autocontrol y dominio del propio estado
emocional, como de enfrentamiento. Durante el proceso, se proporciona
retroalimentación permanente y refuerzo contingente a los logros por parte del niño.
De este procedimiento existen variantes como el modelado simbólico, el
modelado encubierto (sin modelos en vivo) y el modelado en vivo, no participante y
participante.
186
4.2.2.1. «Modelado no participante»
187
fundamental radica en la práctica que el niño realiza para cada uno de los pasos
establecidos, recibiendo reforzamiento por cada ensayo.
Respecto al manejo de contingencias en los contextos naturales, se busca un
reforzamiento positivo de toda conducta de aproximación al estímulo/situación
ansiogénico, a la vez que se pretende el castigo o decremento de las respuestas de
evitación.
Las técnicas operantes rara vez son suficientes por sí mismas para provocar el
cambio de conducta en las situaciones de ansiedad infantil. Más bien funcionan como
estrategias complementarias a otras intervenciones (Echeburúa, 1996; Méndez, 1999;
Hersen y Last, 1990).
188
Craske, 1990).
1. Preparación.
2. Definición y formulación del problema.
3. Generación de alternativas de solución.
4. Proceso de toma de decisión.
5. Implementación y verificación del éxito en la elección de la alternativa.
189
inyecciones), o se recomienda como una estrategia motivacional previa para instigar
la exposición en vivo.
Una variedad de las técnicas de exposición es la autoexposición. Mediante ésta,
se limita el acompañamiento del coterapeuta o de la familia del niño. Se intenta que el
niño reduzca la dependencia para facilitar el mantenimiento de los resultados
terapéuticos. En la autoexposición también se realizan tareas graduales con metas
realistas, en las que están previamente identificados los posibles inconvenientes y las
maneras de resolverlos. Se debe hacer práctica regular para obtener logros
persistentes.
En general, las técnicas de exposición casi siempre van acompañadas de la
relajación.
190
provocadoras de ansiedad, en orden creciente.
191
5. CONCLUSIONES
192
6. CASO CLÍNICO
CASO DE VALENTINA
Valentina es una niña de nueve años que cursa cuarto de Primaria en un centro
público. Es la mayor de dos hermanas; la menor tiene siete años. El padre es profesor
universitario y la madre, gerente de una institución médicoquirúrgica. Proceden de
Colombia y residen en España desde hace cinco años. Su nivel socio-económico es
medio-alto.
La madre de la niña acude a consulta psicológica debido al estado actual de
«nerviosismo extremo de Valentina» que presenta desde hace cuatro meses, cuando
presenció un accidente automovilístico múltiple, en el que resultaron personas heridas
y fallecidas, en un lugar cercano a su residencia.
Narra la madre que en el presente la niña muestra dificultades para dormir,
cefaleas, dolor abdominal, expresiones constantes de tener miedo, tensión
generalizada, búsqueda permanente de personas adultas a quienes solicita compañía e
interroga sobre posibles riesgos y asaltos; presenta también pérdida del apetito,
sobresalto ante ruidos, llamadas frecuentes a los padres comprobando las horas de
llegada, pesadillas, llanto fácil y dificultades para concentrarse.
La madre también describe gran preocupación parental por el estado actual,
conducta protectora de ambos padres («dándole explicaciones que la calmen,
abrazándola, permitiéndole contacto físico, acompañándola»). Durante las noches
uno de los padres la acompaña hasta que se duerma o, en caso de pesadillas, le
permiten dormir en la cama de ellos.
Actualmente no se están viendo informativos en la casa ni se comentan
«problemas de inseguridad» para no incrementar «los nervios de la niña». La madre
describe a la niña como juiciosa, demasiado responsable de sí misma y de sus cosas,
con razonamientos de adulto (por las anticipaciones y conclusiones que hace), muy
preocupada de que todo marche bien, presentando gran agobio ante la posibilidad de
que no sea así, con un historial académico excelente, líder en su clase, en la que
hacen especial mención de su compañerismo, su colaboración y solidaridad, a través
de premios y menciones de honor.
La describe también como un «bebé fácil» que se acomodó fácilmente a rutinas
y horarios pero que presentaba estados de sobresalto por cambios, ruidos, etc. Ella
estuvo encargada de su cuidado durante los primeros 12 meses y, posteriormente, es
cuidada por la abuela materna, quien seguía instrucciones «rigurosas» de la madre
respecto a horarios, dieta, etc. Parece haber tenido un desarrollo normal sin
antecedentes clínicos importantes.
El ambiente familiar es adecuado, sin problemas a nivel de pareja, con acuerdos
básicos entre padres para la crianza, aunque la madre se describe como «muy
exigente» con los deberes escolares, el rendimiento académico, las responsabilidades
193
personales y el orden. Hay comunicación adecuada entre padres e hijas, utilizan
disciplina inductiva; hay señalamiento constante de logros y altos niveles de
exigencia de padres en su propio desempeño.
La madre se describe como «muy nerviosa y sensible» con tendencia a
reaccionar abiertamente con miedo o llanto dependiendo de la situación. Dice que ha
sobreprotegido a las niñas de todos los «peligros de daño físico o trauma», notando
«cierta dependencia de ellas para tomar decisiones de cualquier tipo».
Valentina había presenciado antes dos accidentes automovilísticos con daños
graves en vehículos, pero sin personas heridas, además de un asalto callejero a una
mujer a quien quitaron de un tirón su bolso, situaciones en que la madre intenta
encubrirle lo que sucede.
En entrevista con la niña se ratifica la información proporcionada por la madre y
añade temores desde antes de la situación mencionada.
Reporta buena relación con los padres, con satisfacción de necesidades básicas y
emocionales, buena relación con adultos y grupo de iguales. Se considera nerviosa y
«muy preocupada por todo». Piensa que ella misma no puede controlar sus «crisis»
actuales y que requiere de un adulto para lograrlo.
6.2. EVALUACIÓN
Factores predisponentes:
194
— Alta reactividad emocional.
— Crianza con altos niveles de exigencia.
— Sobreprotección a situaciones de peligro o daño físico.
— Reforzamiento constante por logros y desempeño.
— Estilo de procesamiento de la información.
— Contexto de residencia cercano al lugar del accidente.
— Reacciones de ansiedad maternas.
— Exposición a accidentes automovilísticos y asalto callejero.
Factores de adquisición
Factor desencadenante
— Accidente de tráfico.
Factores de mantenimiento
6.3. TRATAMIENTO
195
para las reacciones emocionales.
— Estrategias para el control de las reacciones emocionales.
— Decremento de las preocupaciones.
— Establecimiento de estándares adecuados de ejecución.
— Retirada del reforzamiento a las conductas de temor.
— Decremento de conductas de sobreprotección parental.
— Fortalecimiento de estrategias de afrontamiento.
— Reelaboración del incidente traumático.
— Normalización de las experiencias de miedo en la situación traumática.
196
realistas de ejecución y minimización de probabilidades de control tanto situacional
como de sus reacciones a los estresores. También se señalaron las conductuales, de
tipo evitativo y de búsqueda de aseguramiento por parte del adulto, utilizadas con
mayor frecuencia. En la fase de adquisición y refuerzo de habilidades, se entrena a la
niña en la reestructuración y corrección de distorsiones sobre riesgos, peligros,
adversidades futuras, en el uso de autoinstrucciones para su control emocional y en la
resolución de problemas específicos como la búsqueda de protección en situaciones
de riesgo y la evitación de los mismos, para que las utilice cuando puede hacer un
cambio en las situaciones estimulares, discriminando las necesidades específicas
planteadas en cada situación. Asimismo, se realiza el entrenamiento de estrategias
paliativas y de manejo emocional frente a situaciones inmodificables. Durante el
entrenamiento se usan continuamente los juegos de roles, las representaciones con
títeres de los modelos de control y «descontrol» y la graficación de historietas por
parte de la niña.
Una vez logrados estos objetivos, se continúa con la exposición graduada,
inicialmente en imaginación, a la situación traumática. Para este propósito se hace
uso de sus propios «modelos de control», dotados con las recién adquiridas
habilidades de afrontamiento, realizando con ellos un modelado encubierto para
después proseguir con el modelado participante hasta lograr la exposición de la niña a
situaciones similares a la vivida, consignadas en una cinta de vídeo. También se
utiliza el procedimiento para la exposición a la emisión de errores y a la realización
de actividades en las que su desempeño no es excelente.
Las últimas sesiones con Valentina estuvieron dedicadas a la preparación de
«enfrentamiento del futuro», en las que, utilizando situaciones hipotéticas, pero de
ocurrencia posible dentro del contexto nacional y escolar, se verificaba la utilización
de las habilidades entrenadas. El «diario de mis esfuerzos para estar mejor» permitió
la comparación con las medidas en línea de base, verificando el logro de los objetivos
propuestos.
7. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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8. LECTURAS RECOMENDADAS
BARLOW, D. H. y CRASKE, M. G. (1994), Maestry your anxiety and panie II, Nueva York, Therapy Works.
Manual de autoayuda para el afrontamiento de los trastornos de ansiedad y pánico con una
estructuración pormenorizada de las sesiones de evaluación e intervención. Combina elementos
cognitivos y conductuales poniendo de relieve la importancia de la exposición a los estímulos
ansiogénicos y los precurrentes indispensables para lograr la habituación. De gran utilidad para la
práctica clínica al proporcionar la secuencia, paso a paso, de un programa de eficacia comprobada
durante años de investigación.
Obra didáctica, de gran valor para el clínico infantil, rica en ilustraciones y ejemplos de casos
reales que facilita la comprensión por parte de los adultos de los miedos de la infancia. Permite la
conceptualización sencilla y clara y el conocimiento de las estrategias de evaluación y de intervención
en los diversos problemas relacionados con los miedos y temores infantiles.
KENDALL, P. C.; CHANSKY, T. E.; FREIDMAN, M.; KORTLANDER, E.; SESSA, F. M. y SIQUELAND,
L. (1991), «Treating anxiety disorders in children and adolescents», en P. C. Kendall (ed.), Child and
199
adolescent therapy, Nueva York, The Guilford Press.
En este capítulo los autores realizan un análisis de la ansiedad en niños y adolescentes
explicitando su naturaleza y situándola dentro de un contexto evolutivo. Comentan sobre las múltiples
formas de evaluación informando sus alcances y limitaciones y remarcando la necesidad de
evaluaciones multimodales que abarquen los diversos elementos constitutivos de los trastornos de
ansiedad. Presentan estrategias de intervención conductuales y cognitivas, finalizando con un programa
integrador de ambas clases de técnicas, diseñado por ellos mismos. Detallan los segmentos en los que
está dividido el entrenamiento y la práctica de habilidades, ejemplificando con numerosos diálogos
entre terapeutas y niños.
En el texto puede encontrarse una interesante y bien fundamentada clasificación de los trastornos
de ansiedad infantil elaborada por el autor que, además, abarca la descripción y caracterización de cada
uno de ellos. Aborda también algunos modelos explicativos sobre la etiología, concluyendo en la
necesidad de modelos integradores que expliquen la adquisición y el mantenimiento de los trastornos.
Detalla las principales técnicas de evaluación y de intervención disponibles para el abordaje de los
trastornos de ansiedad infantil.
9. CUESTIONARIO DE AUTOEVALUACIÓN
200
variados, pasajeros y de poca intensidad.
b) Remiten de manera espontánea si se abordan de forma adecuada.
c) Ambos planteamientos son correctos.
201
11. Entre algunos instrumentos de evaluación de la ansiedad infantil se
encuentran:
a) Los miedómetros, los registros psicofisiológicos y las pruebas de
tolerancia y aproximación.
b) Las medidas de otros constructos como el de depresión y la agenda
diaria.
c) Todos los anteriores.
13. Las técnicas de modelado están basadas en los principios del aprendizaje
por observación y se caracterizan por:
a) Reconocer el impacto de la observación de un modelo, al modelar la
conducta «no temerosa» en situaciones evocadoras de ansiedad,
ilustrando la respuesta apropiada.
b) La existencia de variantes como el modelado simbólico, el modelado
encubierto (sin modelos en vivo) y el modelado en vivo no
participante y participante.
c) Todas las anteriores.
202
16. Otras técnicas de intervención para la ansiedad infantil que pueden
mencionarse son:
a) Técnicas de exposición y tratamientos farmacológicos.
b) Técnicas de exposición en vivo y en la imaginación, estrategias
combinadas cognitivo-conductuales y tratamientos farmacológicos.
c) Todas las anteriores.
19. Sobre las fobias específicas se puede afirmar que: a) la exposición al estímulo
fóbico provoca una respuesta inmediata de ansiedad variable en relación con la
naturaleza y complejidad del estímulo fóbico; b) hay reporte de sentimientos de
pérdida de control, tensión extrema, carácter obsesivo de los pensamientos
relacionados con el estímulo fóbico, dificultades de concentración y
sensaciones corporales variadas; c) las respuestas pueden tomar la forma de
llanto, berrinches, quejas, inhibición, solicitud de atención, solicitud de ayuda,
abrazos y evitación.
a) Son verdaderos los presupuestos a), b) y c).
b) Son verdaderos los presupuestos b) y c).
c) Son verdaderos los presupuestos a) y b).
203
c) Los criterios pertenecen al cuadro de ansiedad generalizada.
204
CAPÍTULO V
1. INTRODUCCIÓN
205
embargo, asumen posturas diferentes formulando que, en determinados momentos
evolutivos como en el nacimiento, en el octavo mes y en el comienzo de la
adolescencia, se suelen presentar reacciones infantiles ya sea ante pérdidas, cambios o
separaciones, que ellos interpretan como reacciones depresivas (Jiménez, 1997). Una
de las posiciones predominante durante algún tiempo, con gran auge durante los años
60, hablaba de la depresión enmascarada en la niñez (Cytryn y McKnew, 1972),
término usado para referirse a un cuadro en el que predominaban los síntomas
somáticos tomados como «equivalentes depresivos» y en el que se presentaban
covariaciones conductuales como agresividad, inquietud, conducta disocial e
irritabilidad, entre otras. Un hecho que supuestamente corroboraba estos postulados
era el efecto reductor que los fármacos antidepresivos producían sobre tales síntomas.
En años posteriores, comienza a existir una mayor aceptación del cuadro, de
forma que en el IV Congreso Europeo de Paidopsiquiatría, celebrado en 1971, se
constituye como el tema central. No sólo se pone de manifiesto su importancia sino
que también se destacan las diversas aproximaciones y contradicciones, así como las
imprecisiones diagnósticas y de intervención a las que esto conlleva. De manera casi
simultánea, en el año 1975, el Instituto Nacional de Salud Mental (NIMH) defiende la
existencia de la depresión infantil y, en el año 1976, el Group for the Advancement of
Psychiatry (GAP) la incluye dentro de su sistema diagnóstico (Del Barrio, 1990). Sin
embargo, la polémica persiste puesto que algunos autores como Lefkowitz y Burton
(1978) argumentan la existencia de sintomatología depresiva como parte de la
evolución normal, la cual remitiría de manera espontánea, razón por la cual no podría
ser considerada como manifestación patológica. Otros, entretanto (Costello, 1980;
Kovacs, 1989; Rutter, Izard y Read, 1986), continúan sustentando su existencia y
refutan los planteamientos anteriores comentando la necesidad de establecer
diferenciaciones claras entre síntomas y síndromes y destacando que la depresión
infantil como síndrome tiene persistencia con significación clínica. Aunque las
posiciones parecen unificarse cuando la American Psychiatric Association (APA)
procede a su reconocimiento formal al incluirla en el Manual Diagnóstico y
Estadístico de los Trastornos Mentales, persisten aún desacuerdos relacionados con
su equivalencia con el cuadro adulto, resaltando las particularidades del cuadro en la
infancia, sustentadas por la psicopatología evolutiva, que destaca la variabilidad
sintomática de acuerdo a las etapas del desarrollo y, en ese orden de ideas, la
necesidad de diferenciarla claramente de la depresión en los adultos (Rutter, Izard y
Read, 1986; Kazdin, 1987).
En este capítulo se aborda la evaluación y tratamiento de la depresión infantil.
En primer lugar se hace una descripción del trastorno para continuar describiendo los
criterios diagnósticos, la clasificación, las características predominantes en función de
la edad, la conducta suicida y las teorías etiológicas y biológicas sobre la depresión
infantil. El tercer apartado está dedicado a la evaluación y, por último, se especifican
las diferentes técnicas de tratamiento.
2. DEPRESIÓN INFANTIL
206
Las posiciones mencionadas en el apartado anterior permiten identificar la
necesidad de precisar definiciones, terminología y curso en relación con la depresión
en la infancia. Posiblemente ello contribuya, además, a diferenciar las referencias en
los diversos textos sobre el tema y a comprender que no se puede continuar con el uso
indiferenciado de los términos sin mencionar si se alude a un síntoma, estado de
ánimo, síndrome o trastorno.
La depresión como síntoma puede identificarse como un estado de ánimo triste,
infelicidad, sentirse desgraciado, melancólico, hundido, desdichado y pesimista;
correspondería al estado de ánimo disfórico, uno de los aspectos del trastorno
depresivo. Estos síntomas pueden aparecer en diversos momentos del ciclo de vida
sin estar necesariamente relacionados con un cuadro depresivo o ser parte de la
reacción ante sucesos negativos en cuyo caso serían transitorios. Pueden, de igual
manera, formar parte de algún otro trastorno.
Cuando se menciona como un síndrome, se hace alusión a un conjunto de
síntomas que covarían, es decir, que no aparecen asociados por casualidad. Así, el
estado de ánimo disfórico se presenta asociado con trastornos vegetativos, cambios
psicomotores, cognitivos y motivacionales. El síndrome puede ser el problema
primario, sin antecedentes previos psicológicos, psiquiátricos, médicoso ambientales,
o puede surgir como consecuencia de los anteriores, que lo convertirían en problema
secundario.
La referencia al trastorno depresivo implica al síndrome que ejerce un impacto
incapacitante en áreas importantes de la vida del niño, durante un período de tiempo
determinado, con una historia característica, en la que es posible reconocer
predisponentes familiares, biológicos, cognitivos, de aprendizaje, afectivos,
motivacionales y contextuales, y factores de mantenimiento que responden a las
acciones terapéuticas de maneras particulares (Jiménez, 1997).
Así pues, el trastorno depresivo en la infancia se caracteriza por el conjunto de
síntomas depresivos fisiológicos, conductuales, cognitivos, afectivos y
motivacionales, que covarían con etiología y curso específicos. Los síntomas
predominantes o los considerados de mayor relevancia en la infancia han de ser
establecidos para ser asumidos como criterios diagnósticos que permitan el
reconocimiento y su diferenciación de otro tipo de trastorno en la infancia.
207
Trastornos Mentales, en cuyo caso se involucran criterios de tipo clínico, ambos con
equivalencia entre los cuadros depresivos en la adultez y la niñez. A pesar de ser los
criterios predominantes, autores como Weinberg y cols. (1973) o Poznaski (1982),
modifican los criterios referidos al cuadro infantil tomando como base los aspectos
esenciales del trastorno y no la sintomatología asociada, por lo que se convierten en
criterios específicos para la infancia (Jiménez, 1997). De todas maneras, las
diferencias entre uno y otro son muy leves, y los aspectos fundamentales del cuadro
en la infancia se ponen de relieve.
A continuación se presentan las clasificaciones de los mencionados autores, que
permiten observar los aspectos comunes y las diferencias entre las mismas.
Esta clasificación, conocida como RDC, fue elaborada por Spitzer, Endicott y
Robins (1978), considera necesario para establecer el diagnóstico de depresión en la
infancia los siguientes aspectos:
Síntomas:
• Disforia.
• Creciente pérdida del interés o placer.
• Pérdida del apetito o pérdida del peso o incremento del apetito o del peso.
• Dificultad en el sueño o hipersomnia.
• Pérdida de energía o fatiga.
• Agitación o retraso psicomotor.
• Pérdida del interés por los contactos sociales.
• Autorreproches o culpa excesiva.
• Disminución de la habilidad para pensar o para la concentración.
• Pensamientos recurrentes de muerte o suicidio.
Duración:
208
asociada. El autor propone los siguientes criterios:
Síntomas:
• Humor depresivo.
• Conducta o apariencia depresiva.
• Aislamiento social.
• Dificultades relacionadas con el sueño.
• Quejas de fatiga.
• Hiperactividad.
• Anhedonia.
• Baja autoestima o sentimientos de culpa.
• Dificultades en el trabajo escolar.
• Ideas de suicidio.
Un mes.
• Humor disfórico.
• Ideación autodespreciativa.
Presencia de dos o más de los siguientes síntomas:
• Conductas agresivas.
• Perturbación del sueño.
• Cambio en el rendimiento escolar.
• Disminución de la socialización.
• Cambio de actitud hacia la escuela.
• Quejas somáticas.
• Pérdida de energía usual.
209
• Cambios en el apetito y en el sueño.
Duración mínima:
Un mes.
Cuadro 1
Criterios diagnósticos del DSM-IV para la depresión (APA, 1995)
A. Presencia de cinco (o más) de los siguientes síntomas durante un período de 2 semanas, que
representan un cambio respecto a la actividad previa; uno de los síntomas debe ser (1) estado de
ánimo deprimido o (2) pérdida de interés o de la capacidad para el placer.
NOTA: no se deben incluir los síntomas que son claramente debidos a enfermedad médica o las ideas
delirantes o alucinaciones no congruentes con el estado de ánimo.
1. Estado de ánimo deprimido la mayor parte del día, casi cada día, según lo indica el propio sujeto (por
ejemplo, sentirse triste y vacío) o la observación realizada por otros (por ejemplo, llanto). NOTA: en
niños y adolescentes el estado de ánimo puede ser irritable.
2. Disminución acusada del interés o de la capacidad para el placer en todas o casi todas las actividades,
la mayor parte del día, casi cada día (según refiere el propio sujeto u observan los demás).
3. Pérdida importante de peso sin hacer régimen o aumento de peso (por ejemplo, un cambio de más del
5 por 100 del peso corporal en un mes) o pérdida o aumento del apetito casi cada día. NOTA: en
niños hay que valorar el fracaso en lograr los aumentos de peso esperables.
4. Insomnio o hipersomnia casi cada día.
5. Agitación o enlentecimiento psicomotores casi cada día (observable por los demás, no meras
sensaciones de inquietud o de estar enlentecido).
6. Fatiga o pérdida de energía cada día.
7. Sentimientos de inutilidad o de culpa excesivos o inapropiados (que pueden ser delirantes) casi cada
día (no los simples autorreproches o culpabilidad por el hecho de estar enfermo).
Cuadro 1 (Continuación)
Criterios diagnósticos del DSM-IV para la depresión (APA, 1995)
8. Disminución de la capacidad para pensar o concentrarse, o indecisión, casi cada día (ya sea una
atribución subjetiva o una observación ajena).
9. Pensamientos recurrentes de muerte (no sólo temor a la muerte), ideación suicida recurrente sin un
plan específico o una tentativa de suicidio o un plan específico para suicidarse.
B. Los síntomas no cumplen los criterios para un episodio mixto.
C. Los síntomas provocan malestar clínicamente significativo o deterioro en el área social, laboral o de
otras áreas importantes de funcionamiento.
D. Los síntomas no son debidos a los efectos fisiológicos directos de una sustancia (por ejemplo, abuso
de drogas o de medicación) o a una enfermedad médica (por ejemplo, hipotiroidismo).
210
E. Los síntomas no se explican mejor por la presencia de un duelo (por ejemplo, después de la pérdida de
un ser querido), los síntomas persisten durante más de dos meses o se caracterizan por una acusada
incapacidad funcional, preocupaciones mórbidas de inutilidad, ideación suicida, síntomas psicóticos
o enlentecimiento psicomotor.
2.2. CLASIFICACIÓN
1. Depresión primaria-secundaria:
Referida a si ésta es el trastorno principal o aparece la constelación sintomática
como consecuencia de algún problema de carácter médico o psicológico
(desnutrición, esquizofrenia, etc.).
2. Depresión unipolar-bipolar:
En la que el cuadro depresivo está referido a episodios depresivos o, por el
contrario, se alterna con episodios maníacos.
3. Depresión mayor-distimia:
Discrimina la presencia de los criterios para depresión mayor del DSM-IV, en
contraposición a un estado de ánimo irritable o disfórico que ha persistido durante
varios años con sintomatología menos severa.
4. Depresión endógena-exógena:
Contrasta entre un cuadro con etiología interna (por ejemplo, el funcionamiento
del sistema noradrenérgico o el déficit tiroideo) y otro que obedece a desencadenantes
extrínsecos como reacciones ante eventos de gran potencial estresante.
211
A partir del momento en que se acepta la depresión en la infancia, tal como se
ha expuesto, hay un marcado énfasis en la necesidad de adoptar una perspectiva
evolutiva que permita discriminar alguna especificidad sintomática en diversos
momentos del ciclo de vida. En términos generales se pueden señalar las siguientes
características:
212
el contacto con los demás y puede pensar en suicidarse. La anterior
diferenciación sintomática en términos de etapas evolutivas puede ser vista
de manera más clara en el Cuadro 2 que se presenta a continuación.
Cuadro 2
Características predominantes de la depresión en fUnción de la edad
La conducta suicida merece un reconocimiento especial por ser éste uno de los
riesgos más importantes ligados a los trastornos depresivos. Más aún cuando el
suicidio consumado, especialmente entre los jóvenes, se incrementa de manera
significativa y vertiginosa, constituyéndose, en el año 1994, en la tercera causa de
muerte entre los adolescentes de los Estados Unidos. De igual manera, en España,
según informes del Instituto Nacional de Estadística, cada año se suicida un número
213
aproximado de 100 adolescentes (Alvira y Canteras, 1997). La magnitud del
problema aumenta ya que la mayoría de los suicidios ocurren a partir de los quince
años, con algunas excepciones antes de los diez años. Este dato permite vislumbrar
un hecho preocupante adicional que es la disminución en la edad de inicio de
comisión de actos suicidas.
Para referirse al suicidio es importante, en primer lugar, hacer una clarificación
de la terminología. Se entiende por suicidio consumado las acciones realizadas contra
sí mismo que dan como resultado la propia muerte. Por tentativa o intento de suicidio
se asume todo acto que, aunque no resulte en la muerte, es realizado intencionalmente
contra sí mismo con el propósito de causarse daño y muerte. La ideación suicida está
considerada como todos los pensamientos relacionados con la planificación y
consumación del suicidio o las amenazas suicidas. Todos estos elementos conforman
un delicado conjunto relacionado con el suicidio y son de gran importancia
diagnóstica y de intervención, aunque algunos aparezcan como subregistros en los
perfiles de morbimortalidad infantil. Los datos mencionados anteriormente, por
ejemplo, no dan cuenta de los intentos suicidas ni de la ideación suicida, que son más
frecuentes entre niños y adolescentes que los suicidios consumados y/o informados.
Este incremento del suicidio infanto-juvenil ha sido relacionado con factores
como el aumento del desempleo juvenil, la disminución de la población menor de
quince años, el incremento en el porcentaje de mujeres trabajando fuera del hogar, el
aumento en las tasas de divorcio y en la violencia social, el consumo de alcohol y
drogas y los cambios en creencias existenciales (religiosas) (Pedreira, 1998).
En vista de la gravedad de la situación se hace énfasis en un enfoque preventivo,
mediante la detección e intervención en los factores de riesgo y los precipitantes que
facilitan los pensamientos y la conducta suicidas. Se plantea que los principales están
relacionados con factores de riesgo somáticos, familiares, características psicológicas,
características del entorno y características psiquiátricas.
Entre los factores de riesgo somáticos se señalan alteraciones bioquímicas
detectadas en adultos que no han podido comprobarse en la niñez. Con respecto a los
familiares se hace alusión a las dificultades, rupturas y violencia intrafamiliares y a
los antecedentes de conductas suicidas entre miembros de la familia. En cuanto a las
características psicológicas se mencionan la impulsividad, la baja tolerancia a la
frustración y un estilo de pensamiento caracterizado por las distorsiones cognitivas.
Como características del entorno se alude a la exposición a conductas suicidas de
otros, a la disponibilidad de medios para ejecutar los intentos suicidas y a la presencia
continua de estresores psicosociales. Entre las características psiquiátricas se
mencionan los trastornos afectivos, los trastornos de ansiedad, las conductas
adictivas, los trastornos de conducta y el déficit atencional con hiperactividad.
En cuanto a los factores precipitantes, se reconoce que muchos de los intentos
suicidas son realizados después de un enfrentamiento con los padres, la ruptura de un
vínculo romántico o los conflictos amorosos, el consumo de drogas, los embarazos,
las dificultades escolares y las condiciones de aislamiento o marginación (Polaino-
Lorente, 1996).
Así pues, aunque se puede considerar la depresión como una de las causas del
suicidio, no es posible señalarla como única y se resalta que no es una condición ni
214
necesaria ni suficiente para ello. En general, se alude a la multicausalidad y, en
especial, a la interacción y potenciación de factores de riesgo (Pedreira, 1998;
Polaino-Lorente, 1996).
De todas formas, es importante enfatizar la necesidad de evaluar siempre el
riesgo de suicidio en niños y adolescentes con depresión. El clínico ha de estar atento
al reconocimiento de cualquier tipo de señal indicativa de pensamientos o de riesgos
suicidas para determinar con toda la precisión posible la viabilidad de la comisión de
la acción suicida. La información proporcionada por padres, profesores e iguales
puede ser aclaratoria o complementaria en caso de que las señales o intentos hayan
sido emitidos. Se debe determinar de manera clara y específica con qué frecuencia
tiene lugar la ideación, la intencionalidad, si el niño o el adolescente han elaborado un
plan concreto para llevar a cabo el acto suicida y si existe disponibilidad del medio
para ejecutarlo. De acuerdo a dicha evaluación, se adoptan las medidas pertinentes
que abarcan desde informar a los adultos a cargo para involucrarlos en la supervisión,
cuidado, acompañamiento, la medicación y el contrato terapéutico y hasta la
hospitalización, en caso necesario.
215
etc.) para obtener refuerzo positivo.
Estas alteraciones en el repertorio conductual del niño pueden deberse, según
Ferster (1973), a un repertorio de observación inadecuado en el que se minimizan las
capacidades y se maximizan las dificultades, a procesos de retroalimentación con baja
tasa de refuerzos, a programas de refuerzo inadecuados por la exigencia de una
cantidad muy elevada de respuestas o a cambios repentinos en el ambiente que
pueden debilitar la frecuencia con que se produce la conducta (Jiménez, 1997).
Liberman y Raskin (1971) utilizan el concepto de ganancia secundaria,
explicando que la emisión de conductas depresivas del niño es debida a que éstas se
refuerzan positiva y frecuentemente puesto que el medio circundante suele realizar
intentos para ayudarlo (ganancia secundaria).
Costello (1972) hace énfasis en la pérdida de eficacia de los reforzadores
disponibles, provocada por fenómenos bioquímicos y neurofisiológicos o por rupturas
en cadenas conductuales conducentes al reforzamiento positivo. Para él son
fundamentales las habilidades sociales, puesto que un déficit de las mismas facilitaría
el que los niños, ante pérdidas mínimas de reforzadores, no encuentren formas
alternativas.
Para Lewinsohn (1974) la causa principal de la depresión infantil es la baja tasa
de refuerzo positivo contingente y la elevada tasa de castigo dadas porque los
eventos reforzantes potenciales son escasos o poco intensos, porque no están
disponibles en el medio o porque el niño tiene un déficit en habilidades sociales y
actividades para obtener los refuerzos del contexto.
Este modelo fue propuesto originalmente por Seligman (1975) y está basado en
un paradigma experimental desarrollado inicialmente con animales. La formulación
básica del modelo consiste en que la indefensión es el producto de asociar que la
respuesta y el refuerzo son independientes, que éste es dado al azar, por lo que se
produce un déficit motivacional que, a su vez, conlleva a un déficit en el aprendizaje.
El individuo llega a sentirse indefenso y deprimido cuando percibe que los eventos en
su contexto son incontrolables e independientes de las respuestas emitidas por él, es
decir, la exposición del niño a eventos incontrolables produce en él expectativas de
incontrolabilidad, que interfieren en el aprendizaje de conductas adaptativas
posteriores. Las expectativas de no control originan los déficit motivacionales,
cognitivos y conductuales característicos de la depresión.
Aunque el modelo había tenido gran difusión y aceptación, no aportaba
explicaciones respecto a por qué las expectativas de no control eran insuficientes para
producir la depresión o por qué no todos los niños expuestos a situaciones
incontrolables desarrollaban dichas expectativas. Así que Abramson, Seligman y
Teasdale (1978) complementaron el modelo original acudiendo a la Teoría de la
atribución o estilo atribucional con la que se explicaron las diferencias individuales
que operarían como predisponentes depresivos.
Las expectativas de no control están conformadas de acuerdo a las atribuciones
del niño sobre la percepción de no contingencia entre acciones y resultados que, a su
216
vez, determinan las expectativas futuras. Las atribuciones se mueven en tres
dimensiones básicas:
1. Internalidad-Externalidad.
2. Estabilidad-Inestabilidad.
3. Generalidad-Especificidad.
Este modelo fue propuesto por Rehm (1977) y se centra en déficit en los
procesos autorreguladores o de autocontrol, que postula que están formados por tres
instancias básicas: la autoobservación, la autoevaluación y el autorreforzamiento o
autocastigo.
La autoobservación se sesga en los niños deprimidos por una atención selectiva
a los eventos antecedentes y consecuentes aversivos, con exclusión de los positivos,
así como a las consecuencias inmediatas, los cuales producen una visión negativa y
pesimista y la focalización hacia perspectivas presentes negativas.
La autoevaluación se realiza con base a patrones internos de éxito o fracaso, en
general con criterios normativos poco realistas o excesivamente elevados, que
además incluyen las atribuciones causales incorrectas (internas o externas) sobre los
éxitos y los fracasos. Este proceso de autoevaluación da como resultado una baja
autoestima.
La autoadministración de consecuencias (autorrefuerzo o autocastigo) es
dependiente de la valoración previamente descrita por lo cual se da la predisposición
a escaso refuerzo y exceso de castigo, que explican la falta de iniciativa, la pasividad
y las autosanciones (Jiménez, 1997).
Hay investigaciones que vinculan estos conceptos y verifican en los niños
deprimidos atribuciones depresogénicas, locus de control externo, atribuciones de
217
acontecimientos positivos a causas externas, inestables y específicas; manifiestan
errores como la sobregeneralización de predicciones negativas y visión catastrófica
de consecuencias negativas; se responsabilizan incorrectamente de sus fracasos y
muestran atención selectiva a los acontecimientos negativos (Jiménez, 1997).
El modelo cognitivo propuesto por Beck, Rush, Emery y Shaw (1983) señala
que la depresión está producida por estilos particulares de pensamiento que incluyen
una visión negativa acerca de sí mismo, del mundo y del futuro. Estos estilos son el
producto de experiencias negativas tempranas del niño que han generado esquemas
cognitivos inadecuados relacionados con las predicciones sobre la incontrolabilidad
de los acontecimientos negativos. Estos esquemas son patrones relativamente estables
y se activan con las semejanzas en situaciones estimulares dando lugar a la tríada
cognitiva, es decir, la visión negativa sobre sí mismo (baja autoestima), la
interpretación de sus experiencias de forma negativa (atribuciones) y su visión
pesimista sobre el futuro (desesperanza), la cual provoca los nocivos efectos
motivacionales, la inhibición y apatía y el afecto negativo característicos de la
depresión.
Los autores señalan que en los esquemas y pensamientos del depresivo se
encuentran contenidos una serie de errores cognitivos, que facilitan la adopción
automática de sus supuestos. Tales errores son:
218
(indicadores cuantificables) que han sido encontrados en la investigación con adultos
deprimidos, como los etiológicos relacionados con la serotonina y con los genes
responsables del sistema HLA (Human Leuckocite Antigen).
Se postulan dos tipos de hipótesis:
219
momento evolutivo en el que se encuentre.
Es importante resaltar que existen ciertas dificultades en la evaluación de la
depresión infantil puesto que, entre los criterios, están los de tipo cognitivo y el afecto
negativo que revisten gran importancia diagnóstica y no son fácilmente reconocibles
por el niño, estando además supeditados a las posibilidades comunicativas de éste.
Otra dificultad consiste en que se requiere información de varias fuentes como los
padres, el niño, los adultos cuidadores, los maestros, etc. En general, la consistencia
entre estas fuentes es muy baja.
A lo anterior se agrega el hecho de la variabilidad ya comentada en los criterios
diagnósticos, algunos basados en el DSM y otros en los criterios RDC o de
Weinberg; el que las descripciones etiológicas sean diferentes determinando la
relevancia de ciertos factores (distorsiones, autoconcepto, autorrefuerzo, etc.); el que
se asuman correlatos sintomáticos diferentes, que existan instrumentos específicos
para rangos de edades, que algunos sean generales y otros específicos. Estos factores
hacen menos viable la comparación de resultados y pueden llegar a ocasionar falsos
positivos y falsos negativos en el diagnóstico de la depresión infantil.
Existen múltiples propuestas de instrumentos de evaluación, algunos de ellos
con la suficiente validez y Habilidad, para ser utilizados, pero, en último término, la
mejor opción dependerá del caso en sí mismo. Entre los instrumentos de evaluación
se pueden destacar las entrevistas, autoinformes en cuestionarios, inventarios y
escalas, autorregistros, registros de observación, psicofisiológicos y otras técnicas
complementarias.
3.1. ENTREVISTA
220
autoimagen, humor, preocupaciones somáticas, expresión de la ira y juicios
de observación del entrevistador. Los complejos sintomáticos abarcan el
trastorno de déficit de atención (con y sin hiperactividad), la conducta
agresiva y la ansiedad (Mokros y Poznanski, 1995).
• La Entrevista-Inventario para Niños (The Interview Schedule for Children
[ISC]) de Kovacs (1981). Ésta es una entrevista semiestructurada, para ser
utilizada con niños y adolescentes, orientada hacia los síntomas y su
gravedad, en la que primero son entrevistados los padres y posteriormente el
niño. Consta de 27 ítem, con tres alternativas de respuesta. Cada ítem es
promediado tres veces, sobre la base de la entrevista parental, la del niño y el
promedio de ambas. La información respecto a la duración de los síntomas
se obtiene a través de los padres.
• El Inventario para Trastornos Afectivos y Esquizofrenia en los Niños (Kiddie
Schedule for Affective Disorders and Schizophrenia in School-Age Children
[K-SADS]) de Puig-Antich y Chambers (1978). Es un instrumento para
evaluar el estado de ánimo entre los 6 y los 18 años de edad. El
procedimiento requiere que primero se entreviste a los padres y,
posteriormente, al niño o al adolescente. Hay dos versiones, el K-SADS-P,
para evaluar el estado actual, y el K-SADS-E, para evaluar episodios pasados
y actuales. El K-SADS evalúa, además de la depresión, otros trastornos de
ansiedad (Mokros y Poznanski, 1995).
También existen otras dos entrevistas altamente estructuradas, las cuales pueden
ser aplicadas por entrevistadores diferentes del clínico:
Como se señaló, cada una de las cinco entrevistas anteriores tiene una versión
paralela para ser aplicada a los padres, para recabar información sobre las
características del trastorno (Hodges, 1994).
A la lista anterior pueden añadirse otras de menor popularidad:
221
Petti (1985).
• La Escala Revisada de Depresión Infantil (Children's Depresion Rating Scale
Revised [CDRS-R]) de Poznanski, Freeman y Mokros (1985).
3.2. AUTOINFORMES
222
Depression Scale [RADS]) de Reynolds (1989b). Se utiliza con adolescentes
de entre doce y dieciocho años de edad.
• Escala de Depresión del Centro de Estudios Epidemiológicos (Center for
Epidemiological Studies Depression Scale [CES-D]) de Radloff (1977).
Diseñada para utilizarse con adolescentes.
• Inventario de Depresión de Beck (Beck Depression Inventory [BDI]) de Beck,
Ward, Mendelson, Mock y Earbaugh (1961). Evalúa sintomatología en
adultos, pero también se utiliza con adolescentes.
• Escala de Psicopatología de Adolescentes (Adolescent Psychophatology Scale
[APS]) de Reynolds (1994). Se utiliza entre los 13 y los 19 años.
223
• Escala de Autoestima de Warr-Jackson (Warr-Jackson Self-Esteem Scale
[WJS]) de Warr y Jackson (1985).
• Escala de Autoestima de Rosemberg (Rosemberg Self-Esteem Scale [RSES])
de Rosemberg (1965).
• Escala de Autoconcepto Académico (Academic Self-Concept Scale [ASCS])
de Reynolds, Ramírez, Magrina y Allen (1980).
• Escala del Autoconcepto para Niños de Piers-Harris (Piers-Harris Children's
Self-Concept Scale [PHCSS]) de Piers (1984).
224
eficaz.
Estos informes son instrumentos para ser utilizados con otras personas que
complementan la evaluación de la depresión del niño. Éstos dan cuenta de varios de
los síntomas. Entre estos informes se encuentran:
• La Escala de Evaluación de Depresión Infantil (Children's Depression Rating
Scale [CDRS]) de Poznaski, Cook y Carroll (1979).
• Inventario de Nominación de Pares de Depresión (Peer Nomination Inventory
of Depression [PNID]) de Lefkowitz y Tesiny (1980).
3.4. AUTORREGISTRO
Cuadro 3
Ejemplo de autorregistro básico
225
b) Autorregistro de actividades. En la depresión infantil, así como en la de
adultos, se da un bajo nivel de actividad, lo que incrementa el aburrimiento y la
desgana. La evaluación de las actividades placenteras realizadas por los niños y el
nivel de placer alcanzado con la realización de estas actividades son variables a ser
evaluadas en la depresión infantil. Las instrucciones que se dan son que, cada vez que
el niño o el adolescente realice una actividad placentera de las que, se indican, debe
escribir en la casilla que le corresponde el número de veces que realizó la actividad y
el nivel de agrado asociado de 0 a 1 siendo 0 «no me lo pasé bien» y 1 «me lo pasé
bien». Un ejemplo de autorregistro de actividades placenteras se puede observar en el
Cuadro 4.
Cuadro 4
Ejemplo de autorregistro de actividades
Cuadro 5
Ejemplo de autorregistro de pensamientos
226
d) Autorregistros narrativos. Este tipo de autorregistro implica que los niños
escriban redacciones sobre cómo se sienten. Se les puede pedir, por ejemplo, que
escriban un diario o cartas al psicólogo. Este tipo de autorregistro no es estructurado
y está indicado para niños mayores o adolescentes a los que les gusta expresarse
abiertamente sobre lo que les ocurre. Los autorregistros estructurados recogen
información relevante y precisa. El psicólogo puede utilizar ambos tipos de
autorregistro para obtener la mayor cantidad posible de información, de manera que,
al principio, se utilizan autorregistros más generales y se van realizando
progresivamente autorregistros más concretos conforme el psicólogo va conociendo
el caso.
3.5. OBSERVACIÓN
Dado que muchas de las características del cuadro depresivo son conductas
manifiestas, es posible realizar observaciones por otras personas diferentes y por el
mismo niño. Estas observaciones pueden dar cuenta, por ejemplo, de la disminución
de interacciones sociales, de la actividad motora, de los cambios en los patrones de
ingesta y sueño, expresiones faciales más frecuentes y de la conducta de aislamiento.
Cuando es el niño el que se observa a sí mismo, debe recoger la información
mediante los autorregistros mencionados en el apartado anterior. Los datos de la
autoobservación realizada por el niño se contrastan con los datos derivados de la
observación realizada por otras personas como los padres o maestros, debido a que se
pueden dar casos en los que las observaciones de esas otras personas contradigan lo
que ha anotado el niño en su autorregistro por diversas razones, como, por ejemplo,
que el niño haya olvidado rellenar el autorregistro en el momento que debía hacerlo y
lo rellenó en otro momento, cuando su estado de ánimo era diferente del que tenía
cuando debía haberlo rellenado. Igualmente, se suele pedir a los padres que observen
cómo duerme su hijo o cómo come; al profesor se le solicita que observe si participa
en clase y, a sus amigos, si juega con ellos (Méndez, 1998).
Los formatos pueden ser diseñados de acuerdo con el interés evaluativo del
terapeuta y/o a las condiciones particulares del caso. Cabe poner de relieve la
importancia de elaborar códigos de observación claramente diferenciables y de
instruir a los observadores en la manera óptima de utilizar los registros para lograr
información útil y fiable.
227
Teniendo en cuenta las hipótesis etiológicas comentadas, en ocasiones se
procede con este tipo de evaluaciones que son complementarias a las otras medidas
descritas y que, además, proporcionan información sobre correlatos biológicos del
trastorno.
La evaluación del funcionamiento neuroendocrino ha sido la más utilizada con
los niños y, en ella, se evalúa la hipersecreción de cortisol en el plasma sanguíneo,
que muestra concentraciones altas y valores pico, en el caso de la depresión. En la
actualidad se intenta también determinar la variabilidad de la hormona de crecimiento
en respuesta a una hipoglucemia inducida por insulina, que en adultos con depresión
endógena ha demostrado una hiposecreción.
Ocasionalmente se han empleado los registros electrofisiológicos para la
evaluación del sueño en pacientes deprimidos. Se han concentrado en la duración del
sueño REM, en la duración del tiempo de sueño y en la intermitencia de los
despertares, asumiendo que éstos se ven alterados en personas con depresión. Los
hallazgos experimentales son contradictorios o poco concluyentes.
Estas medidas han sido asumidas por extensión de los hallazgos sobre los
marcadores biológicos en pacientes adultos deprimidos y, en el caso de la depresión
infantil, necesitan mayor investigación. La limitación en su uso también puede ser
debida a las dificultades para su realización con los menores.
A continuación se presentan los Cuadros 6 y 7 en los que se resumen las
entrevistas y los cuestionarios de mayor utilización en la evaluación de la depresión
infantil.
Cuadro 6
Entrevistas que se pueden utilizar en la evaluación de la depresión infantil
ENTREVISTAS AUTORES Y AÑO
Inventario de Evaluación Infantil (Child Hodges y Fitch (1979)
Assessment Schedule [CAS])
Entrevista-inventario para Niños (The Kovacs (1981)
Interview Schedule for Children [ISC])
Inventario para Trastornos Afectivos y Puig-Antich y Chambers (1978)
Esquizofrenia en los Niños (Kiddie
Schedule for Affective Disorders and
Schizofenia in School-age Children [K-
SADS])
Entrevista Diagnóstica para Niños y Herjanic, Herjanic, Brown y Wheatt (1975)
Adolescen- tes (Diagnostic Interview for
Children and Adolescents [DICA])
Entrevista-inventario Diagnóstico para Costello, Edelbrock, Dulcan, Kalas y
Niños (Diagnostic Interview Schedule Klarick (1984)
for Children [DISC])
Indice Belleview de Depresión Petti (1985)
(Belleview Index of Depression [BID])
Escala Revisada de Depresión Infantil Poznanski, Freeman y Mokros (1985)
228
(Children's Depression Rating Scale
Revised [CDRS-R])
CUADRO 7
Cuestionarios utilizados en la evaluación de la depresión infantil
INSTRUMENTO AUTOR/ES Y AÑO
Inventario de Depresión en Niños Kovacks (1979)
(Children's Depression Inventory [CDI])
Escala de Depresión de Niños Lang y Tisher (1987)
(Children's Depression Scale [CDS])
Escala de Autoevaluación de Depresión Birleson (1981)
(Depression Self-Rating Scale [DSRS])
Escala de Depresión Infantil de Reynolds (1989)
Reynolds (Rey- nolds Child Depression
Scale [RCDS])
Escala de Depresión de Adolescentes de Reynolds (1989)
Reynolds (Reynolds Adolescent
Depression Scale [RADS])
Escala de Depresión del Centro de Radloff (1977)
Estudios Epidemiológicos (Center for
Epidemiological Studies Depression
Scale [CES-D])
Inventario de Depresión de Beck (Beck Beck (1961)
Depression Inventory [BDI])
Escala de Psicopatologia de Reynolds (1994)
Adolescentes (Adolescents
Psychophatology Scale [APS])
Escala de Evaluación de la Depresión Del Barrio, Silva, Conesa-Peraleja,
(EED) Martorell y Navarro (1993)
Escala de Sintomatología Depresiva para Doménech, Montreal y Ezpeleta (1985)
el Maes- tro (ESDM)
Inventario Corto de Depresión para Cantwell y Carlson (1979)
Niños (Short Children's Depression
Inventory [Short CDI])
Zung Modificado (Modified Zung [M- Lefkowitz y Tesiny (1980)
Zung])
Escala de Expresión Facial para Mezzich y Mezzich (1979)
Adolescentes (Face Valid Depression
Scale for Adolescents [DSA])
Inventario de Depresión de Beck Chiles, Miller y Cox (1980)
modificado para Adolescentes (Beck
Depression Inventory modified for
Adolescents [BDI-A])
Escala de Evaluación de Depresión Poznanski, Cook y Carroll (1979)
229
Infantil (Chil- drens Depression Rating
Scale [CDRS])
Inventario de Nominación de Pares de Lefkowitz y Tesiny (1980)
Depre- sión (Peer Nomination Inventory
of Depression [PNID])
Las técnicas conductuales se utilizan para modificar la conducta del niño tanto
las consideradas causales como algunas adicionales que pueden complejizar el cuadro
sintomático y agregar dificultades a las ya presentes. Como cualquier programa de
modificación de conducta, requieren una planificación detallada e individualizada
acorde con los resultados obtenidos en el proceso de evaluación. Entre las de mayor
utilización, se pueden mencionar las programaciones de actividades placenteras, la
programación de refuerzos contingentes y los programas de entrenamiento en
habilidades sociales y asertividad.
230
Para su planificación se requiere información previa sobre las actividades que
puedan tener un efecto placentero para el niño, la frecuencia de realización y las
posibilidades de llevarlas a cabo en el presente. Esto es posible mediante la
entrevista, preferiblemente con el niño, o a través del empleo de cuestionarios de
actividades reforzantes como el de Cautela y Esonis (1983).
Es importante ordenar las actividades placenteras según el nivel de agrado que
produzcan y los esfuerzos requeridos para desarrollarlas y, así, conformar un
programa graduado de actividades placenteras. Se requiere el entrenamiento adicional
del niño para el registro de los elementos involucrados, es decir, la actividad realizada
y el nivel de agrado que le produce.
Este tipo de estrategias pretende fundamentalmente crear efectos motivacionales
incrementando el bienestar del niño. Para identificar cuáles son las actividades que le
resultan placenteras, se le puede preguntar directamente a través de la entrevista. Por
ejemplo, se le puede preguntar: «¿Qué te gustaba hacer antes de sentirte tan triste?»,
«¿En qué ocupabas tu tiempo de ocio?» Se le pueden formular preguntas acerca del
futuro, por ejemplo: «¿Qué te gustaría hacer cuando te encuentres mejor?», «¿Hay
algo que te gustaría hacer y que todavía no has hecho?» Mediante la observación
podemos saber qué es lo que le agrada hacer al niño, por lo que se le pide a los
padres, profesores y amigos que le observen y anoten lo que está haciendo durante su
tiempo de ocio. Los autorregistros de actividades son un buen instrumento puesto que
aquellas actividades que el niño aún mantiene sirven como inicio del tratamiento.
231
de comportamientos verbales y no verbales adecuados a la expresión, en la
manifestación de sentimientos y pensamientos, y todos aquellos comportamientos
para iniciar y mantener la interacción social adecuada, eficaz y satisfactoria.
Para llevar a cabo los programas, es necesario utilizar procedimientos de
modelado y/o moldeado, que involucran la graduación de tareas en orden de
dificultad creciente y el reforzamiento positivo contingente a la emisión de las
conductas meta y los ensayos conductuales.
Como puede apreciarse, las estrategias conductuales mencionadas producen, a
su vez, efectos en procesos motivacionales y cognitivos, lo cual pone de manifiesto
su interdependencia y hace que en la actualidad exista vinculación de estrategias
conductuales y cognitivas para propiciar, además, la potenciación de sus efectos.
En el Cuadro 8 que se presenta a continuación se exponen las principales
técnicas conductuales para el tratamiento de la depresión infantil, incluyendo
características y objetivos de cada una de ellas.
Cuadro 8
Características y objetivos de las técnicas conductuales utilizadas en el tratamiento de la depresión infantil
232
El objetivo de la reestructuración cognitiva es la modificación de los
pensamientos disfuncionales depresivos que aparecen como consecuencia de errores
en el procesamiento de la información y que están asociados a emociones y conductas
desadaptativas. Dicha modificación se logra mediante la evaluación de la evidencia
para el pensamiento, la consideración de alternativas de interpretación y el pensar
sobre lo que podría realmente pasar si ocurre un evento indeseable.
Los procedimientos se usan a lo largo de todo el tratamiento y se requieren
algunas sesiones iniciales para enseñar al niño tanto a detectar sus propios
pensamientos disfuncionales como la manera de usar él mismo, de manera
independiente, los procedimientos de reestructuración (Stark, Rouse y Kurowski,
1994). Se le enseña al niño la relación pensamiento-emociones; por ejemplo, si el
niño hace mal los deberes, puede pensar: «Soy un inútil, no sirvo para nada» y el
sentimiento asociado a ese pensamiento es tristeza. Sin embargo, si piensa: «Me ha
salido mal, pero mañana los haré mejor», el niño se sentirá animado. A través de la
reestructuración cognitiva se le enseña al niño a detectar los pensamientos negativos
y cambiarlos por otros más funcionales que le hagan sentir emociones adaptativas.
4.2.3. Autoinstrucciones
233
voz alta, después hace lo mismo diciéndose las autoinstrucciones en voz baja y, por
último, el niño afronta la situación diciéndose las autoinstrucciones para sí mismo, sin
verbalizarlas (Olivares, Méndez y Lozano, 1999).
Cuadro 9
Características y objetivos de las técnicas cognitivas utilizadas en el tratamiento de la depresión infantil
234
Estas técnicas son conocidas también como «paquetes de tratamiento» y están
formados por combinaciones de los procedimientos conductuales y cognitivos ya
descritos. Existen diversas modalidades; algunas de las más conocidas son la terapia
de la depresión de Beck y cols. (1983) y el curso de afrontamiento para la depresión
de Clarke, Lewinsohn y Hops (1990).
En general, adoptan una aproximación multimodal en la que se tienen en cuenta
tanto los elementos conductuales como los cognitivos que forman el conjunto de
síntomas y problemas causales y asociados a la depresión infantil.
En su ejecución con niños se sugiere enfatizar el desarrollo de la alianza
terapéutica puesto que ellos, rara vez, acuden voluntariamente a tratamiento. También
se recomienda el uso de estrategias lúdicas a través de las cuales se ejecuten las
técnicas cognitivas para no hacer de las sesiones de terapia situaciones con poco valor
motivacional.
Los resultados de varias investigaciones señalan que este tipo de intervenciones
tienen alta eficacia tanto una vez finalizadas como en condiciones de seguimiento
(Stark y cols., 1994).
235
y los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS).
Entre los tricíclicos de mayor uso con la población infantil se encuentran la
amitriptilina, la nortriptilina y la imipramina. Éstos producen mejoría en el estado de
ánimo al ser utilizados durante varios meses. Pero igualmente producen efectos
secundarios como reacciones cutáneas de tipo alérgico, alucinaciones y otros efectos
neurotóxicos. También se presentan alteraciones en el sistema cardiovascular y otras
alteraciones menores debidas al efecto anticolinérgico como sequedad en la boca,
visión borrosa, estreñimiento, retención urinaria y cefalea.
Respecto a los inhibidores de la monoaminoxidasa (IMAO), cabe destacar la
fenelzina cuya eficacia se supone inferior a los tricíclicos, pero se les reconoce valor
como ansiolíticos por lo que se recomiendan en casos de trastornos conjuntos de
ansiedad y depresión. Aunque son de absorción rápida, pueden producir efectos
colaterales como crisis hipertensivas cuando se ingieren durante su uso alimentos
ricos en tiramina (queso, ahumados, hígado, etc.). De igual manera pueden provocar
sequedad en la boca, mareo e hipotensión.
Los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS), actúan
inhibiendo el mecanismo de recaptación de la serotonina. El de más popularidad es la
fluoxetina cuyos efectos se evidencian después de cuatro semanas de uso. No parecen
darse efectos secundarios cardiotóxicos.
Existen otros fármacos como el carbonato de litio cuya utilización está
restringida a casos de trastorno bipolar (Méndez, 1998).
5. CONCLUSIONES
236
más molares cognitivo-conductuales, que integran e interrelacionan los constructos
señalados.
Aunque persisten algunos desacuerdos entre clínicos, actualmente hay mayor
consenso en la aceptación del trastorno depresivo en la infancia, asumido como el
resultado de la interacción entre un déficit en habilidades (sociales, de afrontamiento
y de autocontrol) y un estilo disfuncional de pensamiento. Estos déficit en habilidades
son producidos y mantenidos por dificultades en la interacción familiar e
interpersonal, los cuales se manifiestan en cambios en el estado de ánimo (disforia,
tristeza, anhedonia, irritabilidad), cogniciones distorsionadas sobre sí mismo
(autoimagen negativa, atribuciones internas, estables y globales de acontecimientos
negativos y fracasos y externas, inestables y específicas de los positivos y éxitos), el
futuro (desesperanza) y el contexto (indefensión), aislamiento, eventualmente
ideación suicida, retraso o agitación psicomotora, trastornos en los patrones de
alimentación y sueño, cansancio, fatiga, malestares estomacales y cefaleas, entre
otros.
Asumido el trastorno en la infancia desde esta perspectiva multicausal y
multimodal, se plantea la obligatoriedad de evaluaciones idiográficas en las que se
utilicen varios de los instrumentos disponibles, tanto con el niño como con sus padres
y otros significativos, profesores y grupo de iguales. De esta manera se obtiene
información sobre las diversas áreas de funcionamiento fisiológico, conductual,
cognitivo y motivacional, afectadas por el trastorno. En la selección de dichos
instrumentos se utilizarán aquellos que, por su validez, fiabilidad, sensibilidad y
adecuación al período evolutivo y las capacidades del niño, puedan dar cuenta de su
funcionamiento y especialmente faciliten la delimitación de objetivos terapéuticos y
de intervención para el diseño del plan terapéutico particular.
El plan terapéutico requiere también la visión idiográfica que, desde el gran
arsenal de técnicas disponibles tanto conductuales como cognitivas o los «paquetes
de tratamiento» que integran a las anteriores, así como terapias familiares y hasta
farmacológicas, responda a las necesidades del caso particular. Se hace igualmente
necesario prestar especial atención a la posible ideación suicida, minimizando su
potencial letal.
6. CASO CLÍNICO
237
una llamada de atención, un señalamiento negativo, o se le resalta cualquier error.
Cuando era muy pequeña (edad preescolar), si se le negaba algo, su reacción de llanto
y tristeza era algo desproporcionada a la situación causal, y ella aducía que «ya la
habían dejado de querer». Estas reacciones también se daban cuando se enfrentaba a
cualquier dificultad menor, en juegos o actividades, presentando también un
abandono inmediato de la tarea en cuestión y una «actitud de derrota». El contexto
familiar explicaba este comportamiento como «exceso de mimos» puesto que Toñita
era la única chica tanto en la familia materna como paterna, entre los cuales siempre
era el centro de atención y de protección.
Toñita tiene once años en la actualidad y realiza quinto curso de Primaria.
Nunca ha sido una estudiante destacada, más bien ha presentado dificultades
recurrentes en las áreas de matemáticas y ciencias. Estudia en un colegio mixto,
desde hace dos años. Los primeros años de escolarización los llevó a cabo en un
colegio privado, religioso, sólo de chicas, en el que elogiaban constantemente su
físico, sus habilidades para cantar, dibujar y actuar, puesto que allí se prestaba gran
atención a las habilidades artísticas de las alumnas.
En el colegio actual, se hace un marcado énfasis en los logros académicos y
deportivos, y una gran competitividad entre los alumnos y, contrariamente, no es muy
valorada el área de las artes. Su curso actual está integrado por chicos y chicas que
están juntos desde los primeros cursos, y «están muy unidos entre sí», lo que ha
dificultado el ingreso de nuevos alumnos, al ser expuestos a la presión grupal. Toñita
comenta que se siente muy alejada del grupo y que, en varias ocasiones, ha sido
objeto de bromas y burlas de sus compañeros cuando ha salido a la pizarra o ha sido
interrogada por los profesores. Ha establecido más relaciones con una de las chicas
«tímidas» de la clase, generalmente marginada de las actividades de las otras que,
como ella, disfruta con lo artístico, y no se involucra en los deportes competitivos y
con otra que ingresó el año anterior y también fue objeto de rechazo grupal.
En el colegio, los profesores conocen la situación de la niña y, en los informes
que les han enviado a los padres, resaltan «problemas en la integración con los
compañeros, vulnerabilidad, poca persistencia en la resolución de situaciones de
dificultad y necesidad de acompañamiento constante de parte del adulto» que llevan a
un desempeño académico inferior al desarrollo cognitivo de la niña.
Toñita tiene un hermano, Manuel, cuatro años mayor que ella, que es un
estudiante excelente; incluso ha recibido premios por su rendimiento académico y ha
ganado varios trofeos en natación y atletismo. Él estudia en el mismo colegio que
Toñita y, en muchas ocasiones, los profesores hacen comparaciones entre ambos
chicos para mostrarle o preguntarle a Toñita por qué no es como su hermano. Ésta
también es una constante en la casa puesto que los padres, en especial la madre, que
define a Manuel como modelo de responsabilidad, comenta sobre él: «Es un chico
que, contrario a ella, nunca da problemas». A pesar de lo anterior, entre los chicos
existe una relación afectuosa, y Manuel frecuentemente «defiende» a Toñita de las
dificultades interpersonales en las que se involucra en un intento por hacer frente a las
bromas de sus compañeros.
Expresa la madre que Toñita ahora llora con mucha facilidad; frecuentemente
llega del colegio con señales de haber estado llorando y comenta que quiere dejar de
238
ir al colegio, que el curso le resulta muy difícil y que «está muy aburrida».
Permanentemente verbaliza estar triste o aburrida. En varias ocasiones la ha oído
llorar por las noches, se levanta varias veces, o comenta a la mañana siguiente su
dificultad para conciliar el sueño. También informa que ha perdido el apetito y que se
excusa de comer aduciendo que ya lo hizo en el colegio.
Ambos padres están preocupados, sobre todo últimamente ya que las
discusiones con Toñita se han vuelto muy frecuentes y, según los padres, «a cada rato
hay que estar tras ella diciéndole que realice sus deberes y colabore con las
actividades de limpieza del hogar, pues todo el tiempo está como distraída, como si
ya nada le importara». En las últimas semanas, después de una discusión con ellos, la
chica le entregó a la madre un folio en el que se disculpa de su comportamiento, y le
dice que «se ha dado cuenta que ella es el problema de la casa, quien los hace
infelices, y que no debería existir». Ayer, al llegar del colegio, le entrega otro folio a
la madre, en el que habla de ella en términos despreciativos, señalándose como «algo
dañino para los que me quieren, algo que sería mejor que muriera». Ante estos
comportamientos, ha recibido mucha atención parental, conducta protectora de
ambos, explicaciones que la calmen, contacto físico y compañía.
A sus padres les llama la atención que, siendo una chica tan guapa, se sienta tan
inferior a las demás y siempre esté mirando sus posibles defectos. También creen que
la chica se ha vuelto muy «pesimista», que sólo mira lo problemático o negativo de
las situaciones y que siempre se entristece pensando que «todo a ella le va a salir
siempre mal».
Toñita se ha desarrollado de manera normal, en términos de adquisiciones
evolutivas, sin retraso en ningún área, a excepción del desarrollo del lenguaje en el
que recibió un entrenamiento especial (terapia del lenguaje) puesto que presentaba
dificultades en la pronunciación de algunos fonemas, lo que se atribuyó también en su
momento al «exceso de mimos». Sin embargo, la madre informa que la chica siempre
le ha parecido «inmadura» pues, al ser comparada con Manuel y otros chicos de su
edad, siempre requiere ayuda externa para resolver cualquier situación, y se comporta
de «manera más infantil, y temerosa, con llanto y aislamiento». Por tal razón, entre
ellos, padres y hermano, y aún otros miembros de la familia, tíos y abuelos, ha
existido una tendencia a resolverle todo o a evitar situaciones que le generen disgusto,
temor o malestar.
Evaluación
239
(1984).
— Autorregistro de situaciones estimulares desencadenantes de «tristeza o
aburrimiento», que incluía las respuestas, las contingencias asociadas y, en especial,
los pensamientos.
— Evaluación de Habilidades Sociales (MESSY) de Matson y cols. (1983).
Factores predisponentes:
240
— Rendimiento escolar pobre.
— Ideación «pesimista» sobre ella, el contexto y el futuro.
— Déficit en conductas de afrontamiento.
Tratamiento
— Programación de actividades.
— Análisis de conducta (A-B-C).
— Reestructuración de ideas erróneas.
— Entrenamiento en autorregistro y autoinstrucción.
— Exposición graduada.
— Entrenamiento en solución de problemas.
— Entrenamiento en habilidades sociales y asertividad.
— Técnicas de autocontrol emocional.
— Control de contingencias (para padres).
241
a) El estado de ánimo.
b) Las actividades realizadas.
c) Los acontecimientos agradables.
d) Las experiencias exitosas.
e) Los pensamientos a modificar.
242
aspecto que se abordó en la terapia cognitiva fue la construcción de expectativas más
realistas de logro y desempeño. Para ello se utiliza la secuencia de:
7. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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8. LECTURAS RECOMENDADAS
En este texto, diferentes clínicos expertos en el área infantil (Anderson, Beardslee, Bemproad,
Breedlove, Brown, Cantwell, Carlson, Cicchetti, Clarizio, Clarke, Compas, Downey, Emslie, Ey,
Feldman, Friedman y Fruehling) realizan un exahustivo análisis de la depresión en niños y
adolescentes, que abarca desde algunos asuntos relacionados con la naturaleza y fenomenología del
trastorno, la epidemiología, las diversas teorías y modelos explicativos, evolutivos, conductuales,
cognitivos y neurobiológicos, los variados enfoques para la evaluación y el diagnóstico, incluyendo
capítulos sobre cada una de las formas, entrevistas, cuestionarios y otros. Incluye también las
principales estrategias para el tratamiento tanto cognitivas como conductuales, familiares y
farmacológicas, así como el análisis del trastorno en poblaciones específicas, niños, adolescentes,
enfermos y niños especiales, concluyendo con tópicos seleccionados respecto al cuadro, relativos a la
comorbilidad, relación con el estrés, conducta suicida y otros. Este texto es de gran utilidad para el
clínico al complementar, además, los aspectos teóricos con las investigaciones recientes de las que
proceden.
STARK, K. D.; ROUSE, L. W. y LIVINGSTONE, R. (1991), «Treatment of Depression During Chilhood and
Adolescence: Cognitive-Behavioral procedures for Individual and Family», en P. C. Kendall (ed.),
Childand Adolescent Therapy, Nueva York, The Guilford Press, págs. 165-206.
En este capítulo los autores presentan un detallado programa de tratamiento para niños y
adolescentes con depresión. Es el resultado de muchos años de investigación y experiencia clínica en el
que combinan procedimientos conductuales, cognitivos, de autocontrol y terapia familiar, para generar
en los niños formas de enfrentar los síntomas depresivos y los patrones inadecuados de pensamiento y
de conducta. Asimismo en las familias, busca el cambio en los patrones desadaptativos que están
generando o manteniendo la conducta y el pensamiento depresivos en los chicos. Detallan los
elementos constitutivos del programa, ilustrando con numerosos ejemplos.
Este libro está dirigido a profesionales. Consta de tres partes. En la primera parte se describen las
246
manifestaciones clínicas de los trastornos depresivos en niños y adolescentes. En la segunda, se trata la
evaluación diagnóstica y tratamiento de los trastornos depresivos en niños y adolescentes. Por último,
se describen los trastornos bipolares en niños y adolescentes.
En este capítulo el autor realiza un análisis del trastorno depresivo en la infancia que parte desde
los antecedentes históricos que dan cuenta de las divergencias existentes en su aceptación como
patología infantil, continuando con la conceptualización y presentación de los criterios diagnósticos y la
epidemiología. Presenta también factores condicionantes del trastorno y analiza su relación con otros
cuadros clínicos para facilitar el diagnóstico diferencial o la relación de comorbilidad entre ellos.
Brevemente comenta sobre la intervención enfatizando en los tratamientos cognitivo-conductuales y
farmacológicos.
9. CUESTIONARIO DE AUTOEVALUACIÓN
1. Hasta hace pocos años existió una gran polémica con respecto a la depresión
infantil, básicamente relacionada con:
a) Si ésta podía presentarse en la infancia.
b) Si podía ser diagnosticada con los mismos instrumentos que los que se
utilizan con los adultos.
c) Si era parte normal del desarrollo infantil.
247
4. Los síntomas depresivos pueden aparecer en diferentes momentos del ciclo de
vida y pueden corresponder a:
a) Un síndrome depresivo.
b) Varios cuadros psicopatológicos.
c) Adaptaciones normales del niño.
248
b) Cogniciones que afectan al afecto y a la conducta.
c) Errores de procesamiento de la información por parte del niño.
13. Las teorías etiológicas actuales sobre la depresión infantil hacen un intento
integrador de los postulados de los siguientes modelos:
a) Modelo socio-ambiental y Modelo de indefensión aprendida.
b) Modelo de autocontrol y Modelo cognitivo.
c) Modelo socio-ambiental, Modelo de indefensión aprendida, Modelo
de autocontrol, Modelo cognitivo y Modelos biológicos.
17. Los inventarios más utilizados para evaluar la depresión infantil son:
a) El Inventario de Depresión en Niños (CDI), la Escala de Depresión de
Niños (CDS), la Escala de Autoevaluación de Depresión (DSRS) y
la Escala de Depresión Infantil de Reynolds (RCDS).
249
b) La Escala de Depresión de Adolescentes de Reynolds (RADS), la
Escala de Depresión del Centro de Estudios Epidemiológicos (CES-
D), el Inventario de Depresión de Beck (BDI) y la Escala de
Psicopatología de Adolescentes (APS).
c) Todas los anteriores son correctas.
250
CAPÍTULO VI
1. INTRODUCCIÓN
251
2. CONCEPTO Y CARACTERÍSTICAS DEL DÉFICIT DE AUTOESTIMA
Figura 1
Concepto de autoconcepto y de autoestima
252
Según el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-
IV) (American Psychiatric Association [APA], 1995), son muchos los trastornos para
los que el déficit de autoestima es considerado como una variable predisponente para
el origen de algunos de éstos o como una variable consecuente de presentar otros
(Bermúdez, 1997). El rendimiento escolar y un buen nivel de autoestima
correlacionan de forma positiva, aunque no existe evidencia clara con respecto a cuál
es la causa y cuál, la consecuencia. El déficit de autoestima también se ha asociado
con el consumo de drogas, de alcohol, la ansiedad, la depresión, la inseguridad, la
dependencia, el aislamiento, la inactividad, el insomnio y, en general, con- conductas
y emociones disfuncionales (Bermúdez, 2000).
Entre los factores identificados como origen del problema se encuentran las
pautas educativas familiares. Concretamente, los estilos educativos permisivos y
autoritarios son considerados como factores de riesgo importantes para el déficit de
autoestima. También, en el contexto escolar, se han identificado factores de riesgo
determinantes para el origen del problema a nivel académico. Concretamente, la
autoestima del profesor/a y la no utilización de refuerzos hacia los alumnos por parte
del profesor/a influyen sobre la aparición del déficit. Factores identificados como de
mantenimiento del problema son, por ejemplo, los pensamientos autocríticos, ya que
éstos son frecuentes en las personas con déficit de autoestima, y, en ocasiones,
resultan reforzantes.
253
2.2. CARACTERÍSTICAS DEL DÉFICIT DE AUTOESTIMA
254
tienen sentido del humor, no son entusiastas ni participativos por lo que nunca estarán
totalmente integrados en el mismo. Como consecuencia de esto se califican a sí
mismos de aburridos, se colocan una etiqueta más para autodefinirse. Aparentemente
son niños tranquilos y relajados, reflejo de su pasividad e inactividad, ya que eligen
ésta como actividad preferida. Son conformistas con lo que otros le asignan y poco
exigentes de sus derechos. Difíciles de motivar con cualquier cosa, poco
emprendedores, poco creativos y nada originales. No son espontáneos, son tímidos y
retraídos y no es fácil observar en ellos manifestaciones de emociones positivas; no
ríen abiertamente, sus risas quedan en sonrisas entrecortadas. Fingen estar siempre
contentos, pero sus sonrisas, por intentar agradar a los demás en todo y aparentar una
alegría falsa, son sonrisas tristes y forzadas. Erróneamente, han aprendido que las
personas deben estar siempre contentas.
Paradójicamente, estos niños que no dan problemas a los demás y que se nos
presentan complacientes y, aparentemente, felices, de repente, ante situaciones
inesperadas, presentan conductas desafiantes y agresivas hacia padres, profesores o
compañeros. Esta forma de responder es una respuesta enmascarada de frustración,
tensión y tristeza acumulada.
A nivel general, entre los errores más comunes de pensamiento que cometen
para interpretar la realidad destacan los siguientes:
Focalización en lo negativo: las personas con déficit de autoestima poseen una
habilidad especial para centrar la atención en algún aspecto negativo y desagradable
de la situación, sacándolo de contexto y valorando la experiencia en función de ese
único aspecto.
Descalificación de experiencias positivas: las personas con déficit de autoestima
presentan tendencia a ignorar las experiencias positivas. No pueden sentirse bien y
disfrutar porque piensan que, después, se sentirán mal, o bien porque, simplemente,
consideran que no se lo merecen. Es característico que, con frecuencia, tengan ideas
de autocondena por errores cometidos. Generalmente, parten de una idea de
perfeccionismo extrema que la extienden a todas las áreas de sus vidas; al tener tan
acusado este nivel de perfeccionismo, todo lo que tienen y todas las experiencias que
viven siempre podrían ser mejores de lo que realmente son, pues es fácil comprobar
que en este mundo nada ni nadie es per- fecto. El afán que presentan las personas con
déficit de autoestima por encontrar el perfeccionismo les conduce a la desilusión
cotidiana, a la decepción y, en último extremo, a un estado depresivo crónico.
Personalización: la persona con déficit de autoestima tiende a verse a sí mismo
como único culpable de algunos sucesos externos desagradables de los que no es
responsable y por los que se autocondena.
Pensamiento polarizado: un niño con déficit de autoestima tiende a evaluar las
situaciones y las actuaciones de forma extremista (en términos de son buenas o malas,
blancas o negras, verdaderas o falsas), sin considerar que existe una amplia variedad
de posibilidades entre ambos extremos, todas ellas válidas y aceptables.
Generalización: las personas que presentan déficit de autoestima tienden a sacar
conclusiones absolutas a partir de un simple suceso negativo de una situación
concreta, estableciendo modelos de derrota o de frustración que nunca acabarán. Por
ejemplo, al suspender un examen de matemáticas, piensan que no se le dan bien las
255
matemáticas y, por tanto, siempre suspenderá.
Adivinación: con bastante frecuencia las personas con déficit de autoestima
tienden a interpretar los acontecimientos como negativos sin tener datos reales que así
los califiquen pero que han sido calificados por el propio sujeto de negativos tras
«leer» la mente de sus interlocutores (por ejemplo, saben que los demás están
pensando mal de él sin tener ninguna evidencia) o tras adivinar el futuro (por
ejemplo, esperan que las cosas salgan mal, no se plantean la posibilidad de que los
sucesos sean neutros o positivos). Consideran que son continuamente evaluados por
los demás.
Uso frecuente de «Debería...»: por medio de frases del tipo «Yo debería...»;
Tendría que...»; «Debo hacerlo mejor...»; «Debo tener una buena razón para decir
no...» Las personas con déficit de autoestima van marcándose de forma imperativa las
pautas que ellos mismos consideran que son imprescindibles para tener valor en la
vida y triunfar. No actuar según como ellos creen que «deberían hacerlo» es
equivalente a carecer de valor como persona.
Etiquetación: las personas con déficit de autoestima tienden, con mucha
frecuencia, a utilizar adjetivos calificativos negativos para explicarse cualquier error
que cometan.
Magnificación y/o minimización: las personas con déficit de autoestima
exageran sus errores y quitan importancia a sus éxitos, justo lo contrario a lo que
manifiestan hacia los demás, mostrándose más indulgentes.
Razonamiento emocional: las personas con déficit de autoestima asumen que sus
sentimientos son el mejor indicador para saber si la situación real que están viviendo
es mala o buena. Consideran que las reacciones emocionales (alegría, odio, tristeza,
etc.) que experimentan ante un estímulo o una situación les aporta, sin ningún tipo de
duda, conocimiento fidedigno de la realidad. Esa reacción emocional les impedirá
analizar la realidad de forma racional, de forma objetiva.
Cuadro 1
Características principales del déficit de autoestima (Bermúdez, 2000)
256
3. APLICACIÓN DE TÉCNICAS DE EVALUACIÓN DEL DÉFICIT DE
AUTOESTIMA
257
padres y profesores, los autoinformes, la autoobservación y la observación directa de
conducta. Las fuentes de información serán: el niño o adolescente que presente el
problema, los padres y los profesores-tutores. En algunos casos, se recurrirá a los
compañeros o a personas muy próximas al niño.
3.1. ENTREVISTA
El uso de la entrevista con padres y profesores para obtener datos sobre el niño
en los diferentes contextos es la técnica más utilizada. También se puede utilizar esta
técnica con amigos o compañeros del niño y con familiares próximos. Mediante su
aplicación se obtiene información sobre las características del problema, causas y
consecuencias del mismo, gravedad, posible origen, evolución e implicación de los
padres en la intervención (Bermúdez, 2000).
3.2. AUTOINFORMES
258
contrastar con los obtenidos mediante la autoobservación. Una ventaja importante del
autoinforme es que, en ocasiones, es la única técnica que podemos utilizar para
conocer determinadas respuestas que un observador externo no podría observar,
como son pensamientos o sentimientos (Bermúdez, 2000). Uno de los inconvenientes
es el hecho de que la mayoría de ellos están elaborados por investigadores con fines
específicos sin grandes recursos. Otro inconveniente es el problema de la
normalización ya que la mayoría no están normalizados y, si lo están, es con muestras
muy pequeñas (Burns, 1990).
Los autoinformes estructurados se suelen presentar bajo diferentes formatos; el
más utilizado es el de escalas tipo líkert. El formato de dichas escalas consiste en
presentarle al sujeto una serie de frases autodescriptivas sobre la que el sujeto debe
responder mediante una categoría de respuesta (desde 1 = Nunca a 5 = Siempre; o
desde 1 = En desacuerdo a 5 = Muy de acuerdo) según el grado con el cual se
identifique con la descripción enunciada. Poseen propiedades psicométricas
adecuadas. No obstante, están sujetas a sesgos como los fenómenos de aquiescencia y
la deseabilidad social. Otro método es mediante escalas de adjetivos que consiste en
presentarle al sujeto una serie de adjetivos o palabras a los que debe responder
mediante una escala con dos opciones: «Sí» o «No», dependiendo de que se
identifique o no con el adjetivo enunciado. Presenta una serie de inconvenientes
como la calificación bipolar y la facilidad para responder en función de la
deseabilidad del enunciado del ítem. Mediante la Técnica Q al sujeto se le presenta
una serie de tarjetas en la que aparece escrita una frase autodescriptiva; el sujeto tiene
que ordenarlas en bloques según se identifique con ellas. Está indicada para utilizarla
de forma individual y no colectiva. Uno de los inconvenientes que presenta es el
cansancio que causa en el sujeto ya que se requiere mucho tiempo para su aplicación.
El formato de diferencial semántico consiste en presentarle al sujeto pares de
adjetivos opuestos de una misma dimensión; debe indicar con qué adjetivo de los dos
se identifica más y en qué grado. Mediante el reconocimiento de dibujos se le
presentan al sujeto una serie de dibujos en los que se representan diferentes escenas y
el sujeto tiene que indicar si se identifica con ellas o no. Esta técnica está
especialmente indicada para niños que aún tengan dificultad para comprender lo
escrito.
A continuación, en el Cuadro 2, se presentan los principales autoinformes
estructurados que se utilizan para evaluar el autoconcepto y la autoestima.
Entre los autoinformes no estructurados para evaluar la autoestima y el
autoconcepto se encuentra el formato de autodescripciones libres que consiste en
pedirle al niño que se describa a sí mismo de forma escrita o verbal. Otra forma de
presentación consiste en pedirle que escriba un relato sobre cómo se ve a sí mismo.
Un inconveniente que presenta esta técnica es la facilidad que tiene el sujeto para
ocultar aspectos negativos de su autoimagen. Otro problema es la dificultad para
realizar una cuantificación objetiva y evitar los posibles sesgos del evaluador.
Cuadro 2
Principales cuestionarios de evaluación de autoconcepto y autoestima (Bermúdez, 2000)
259
Cuadro 2 (Continuación)
Principales cuestionarios de evaluación de autoconcepto y autoestima (Bermúdez, 2000)
260
3.3. OBSERVACIÓN DIRECTA
261
Mediante la observación se evalúan tanto las conductas relacionadas con el
déficit de autoestima como la interacción del niño con otras variables ambientales y
sociales. Para una correcta aplicación de la técnica, es fundamental realizar una
adecuada y precisa definición de cada conducta y/o factor ambiental que se va a
observar y un entrenamiento previo adecuado de la persona que vaya a realizar la
observación sobre qué observar, cómo observar, durante cuánto tiempo y cómo
categorizar la conducta observada.
3.3.1. Autoobservación
Cuadro 3
Modelo de autorregistro
262
4. APLICACIÓN DE LAS TÉCNICAS DE TRATAMIENTO DEL DÉFICIT DE
AUTOESTIMA
263
— Segunda fase; elaborar pensamientos alternativos
Una vez que el niño ha aprendido a identificar con rapidez y facilidad qué es un
pensamiento negativo automático de autocrítica y cuándo aparece, se pasa a la
siguiente fase que consiste en enseñarle a que sustituya ese pensamiento negativo por
otro pensamiento positivo o, al menos, neutro. El niño aprende a determinar la
validez de estos pensamientos negativos y a sustituirlos por una evaluación de sí
mismo más razonable y, por tanto, más exacta. Ante un pensamiento negativo el niño
emite una respuesta racional automática.
Para que este entrenamiento resulte más fácil, se anima al niño a que utilice
lápiz y papel y realice una tabla con cuatro columnas. En la primera anotará la
situación en la que se encontraba cuando apreció el pensamiento negativo (¿Dónde
estaba?, ¿Con quién estaba?, ¿Qué estaba haciendo?...). En la segunda columna
anotará qué sentimiento experimentó (si fue tristeza, soledad, nerviosismo, alegría.).
En la tercera anotará qué pensó en aquel momento, cuál fue el pensamiento negativo
y, en la última columna, anotará otra interpretación posible a la situación.
Existen investigaciones que demuestran que, cuando las habilidades sociales son
apropiadas, la persona percibe mayor autoeficacia en dichas situaciones, y mayor
refuerzo social tras sus actuaciones. Por el contrario, las personas con un repertorio de
conducta social limitado se perciben a sí mismas como socialmente incompetentes.
Por tanto, en aquellos casos en los que, tras la evaluación realizada se detecte un
déficit en habilidades sociales es recomendable la aplicación de un programa
destinado al entrenamiento de dichas habilidades. Entre los módulos a entrenar se
citan los siguientes:
264
4.3. ENTRENAMIENTO EN RESOLUCIÓN DE PROBLEMAS
265
5. Escoger la solución que tenga menos consecuencias negativas y más
consecuencias positivas.
En función del resultado del registro se aconseja a la persona para que elija
aquella alternativa de solución al problema que a) consiga eliminar los sentimientos
de malestar, b) no ocasione daño en los demás y c) más ventajas y menos
inconvenientes le proporcione tanto a corto como a largo plazo. La solución que elija
habrá sido una decisión razonada y argumentada a través de los pasos seguidos y, por
tanto, no debe dudar sobre la idoneidad de la solución que ha adoptado. A
continuación, se le recomienda que se olvide de las demás alternativas y la pondrá en
práctica lo antes posible.
266
— Reestructuración cognitiva.
— Exposición.
— Exposición con prevención de respuesta.
— Prevención de recaídas.
5. CONCLUSIONES
6. CASO CLÍNICO
267
Se le aplicó la prueba de inteligencia WISC-R y se obtuvieron los siguientes
resultados: CI Verbal: 89; CI Manipulativo: 116; CI Total: 103; CI Medio-Alto.
Durante la entrevista se observa un comportamiento retraído mostrando gran
dificultad para mantener contacto ocular y postura corporal adecuada. Mediante sus
expresiones verbales se evidencia la falta de confianza que tiene en su capacidad
intelectual necesaria para superar las asignaturas escolares. Manifiesta tener
dificultades para afrontar las situaciones conflictivas que se le presentan de la mejor
manera. Se protege a sí mismo aportando una imagen de rebeldía hacia cualquier
aspecto relacionado con el colegio y tareas académicas. Cuando se le pregunta sobre
qué quiere ser de mayor, manifiesta que le gustaría ser soldado... «Hasta los tontos
entran... ¡Para que lo anuncien en la televisión... Nadie quiere ser!» Cuando se le
pregunta sobre sus proyectos de futuro, siempre recurre a la vía fácil para
conseguirlos donde no prima el esfuerzo ni la capacidad: «Si tengo suerte.» «Si mi tía
me enchufa ingresaré en la policía.»
Se percibe diferente al resto de las personas; incluso llega a realizar
afirmaciones como las siguientes: «Tengo muy claro que todos creen que estoy loco.»
«No soporto a los débiles, me dan ganas de romperles la cara.» «Soy violento y
racista.»
Tiene una gran dificultad para expresar sus emociones, lo que provoca en el
contexto familiar serias dificultades y conflictos de relación.
Se aplicaron las siguientes técnicas de evaluación:
268
2. Entrenamiento en parada de pensamientos automáticos negativos.
3. Entrenamiento en autocontrol emocional.
4. Diseño y puesta en práctica de un programa de técnicas de estudios.
7. REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS
8. LECTURAS RECOMENDADAS
Es un libro de lectura amena adaptado tanto para estudiantes como para profesionales. Está
redactado con un enfoque aplicado y recoge gran información sobre las principales técnicas de
evaluación, tratamiento y prevención del déficit de auto- estima en la infancia y adolescencia.
MCKAY, M. y FANNING, P. (1991), Autoestima: evaluación y mejora, Barcelona, Martínez Roca (orig.
1987).
269
Es un libro de autoayuda orientado a la evaluación y modificación de pensamientos negativos
relacionados con la autocrítica. Está dirigido a adultos y a adolescentes.
MICHELSON, L.; SUGAI, D. P.; WOOD, R. P. y KAZDIN, A. E. (1987), Las habilidades sociales en la
infancia: Evaluación y tratamiento, Barcelona, Martínez Roca (orig. 1983).
Es un libro práctico para la evaluación y el tratamiento de las habilidades socia- les en la infancia
y adolescencia. Especialmente indicado cuando se identifica un déficit de autoestima asociado al área
social.
RAICH, R. M. (2001), Imagen corporal. Conocer y valorar el propio cuerpo, Madrid, Pirámide.
Es un libro de lectura amena adaptado tanto para estudiantes como para profesionales. Está
redactado con enfoque aplicado y recoge gran información sobre las principales técnicas de evaluación
y tratamiento del trastorno de la imagen corporal. Especialmente indicado cuando se identifica un
déficit de autoestima en el área del aspecto físico.
9. CUESTIONARIO DE AUTOEVALUACIÓN
2. Sobre los niños que presentan déficit de autoestima y las actividades lúdicas
en grupo podemos decir que:
a) Son buenos compañeros de juego pues se esfuerzan por agradar a los
demás.
b) Raramente disfrutan y se divierten.
c) Ninguna es correcta.
4. Una de las consecuencias que tiene para la persona con déficit de autoestima
analizar la realidad personalizando es:
a) Sentirse responsable al 100 por 100 de los acontecimientos negativos.
b) Sentirse responsable al 100 por 100 de los acontecimientos positivos
de otras personas.
c) Sentir que no tiene valor como persona.
270
6. La entrevista para evaluar déficit de autoestima se suele utilizar con:
a) La persona que presenta el problema, los padres y los profesores.
b) La persona que presenta el problema.
c) Los padres y los profesores.
7. Entre las distorsiones cognitivas que utilizan las personas con déficit de
autoestima se encuentra el razonamiento emocional según el cual:
a) La persona considera que las emociones que experimenta ante una
situación son los mejores indicativos de que la situación real es
buena o mala.
b) La persona es incapaz de analizar la situación real de forma objetiva.
c) Las dos son correctas.
271
12. Entre las pautas educativas familiares seguidas se considera que los
siguientes estilos educativos se han identificado como factores de riesgo
importante para el déficit de autoestima:
a) Los estilos educativos permisivos y democráticos.
b) Los estilos educativos permisivos y autoritarios.
c) Los estilos autoritarios y permisivos en ocasiones.
16. Entre las técnicas que se aplicarían para el tratamiento del trastorno de la
imagen corporal destacan las siguientes:
a) Desensibilización sistemática en la imaginación y en vivo.
b) Reestructuración cognitiva.
c) a) y b) son correctas.
272
persona:
a) Aprenda a identificar las emociones positivas y negativas en otras
personas.
b) Aprenda a no expresar emociones negativas hacia los demás.
c) Aprenda sólo a expresar emociones positivas.
273
CAPÍTULO VII
1. ENURESIS
1.1. INTRODUCCIÓN
Los más antiguos registros médicos revelan que la enuresis ha azotado al ser
humano a lo largo de toda su historia. En su tratamiento se han probado múltiples
remedios, desde la humillación a las comidas exóticas pasando por aplicaciones
químicas y hasta rituales mágicos-religiosos.
A pesar de las pretensiones de éxito de las innumerables terapias, ninguna ha
soportado la prueba del tiempo. Con el desarrollo de las teorías psicológicas del siglo
xx, el abordaje de la enuresis mediante tratamiento psicológico ha dado una respuesta
eficaz en un porcentaje elevado de casos. Con todo, son escasas las pruebas que
demuestren que la enuresis tenga un origen predominantemente psicológico. Por
mucho tiempo se pensó que los problemas emocionales eran la causa de la enuresis;
hoy en día no existe evidencia científica que confirme esta teoría; en realidad, la
274
mayoría de los problemas emocionales de estos niños son la consecuencia y no la
causa de la cama mojada. Según estudios recientes, los enuréticos suelen tener más
problemas de conducta y de adaptación que los no enuréticos. Estos problemas
mejoran significativamente una vez superado el disconfor físico y el desconcierto que
provoca la cama mojada.
Independientemente de lo común que sea la enuresis, muchos padres no están
dispuestos a hablar del problema. Algunos se culpan y piensan que han fallado en su
función de padres, mientras que otros culpan al niño por lo que creen es un problema
de conducta. El papel de los padres consiste en brindar apoyo y estimular
positivamente al niño para ayudarle a mejorar la confianza en sí mismo.
En los últimos años, han adquirido mayor importancia factores causales como la
capacidad disminuida de la vejiga urinaria, factores genéticos, factores de maduración
y desarrollo, etc.
Superar la enuresis requiere de un esfuerzo compartido entre los diferentes
profesionales especializados, los padres y el niño. Éste sería el primer paso hacia un
plan terapéutico adecuado y la solución del problema.
Cuadro 1
Criterios diagnósticos de la enuresis según el DSM-IV
— Emisión repetida de orina durante el día o la noche en la cama o en los vestidos, involuntaria o
intencional.
— La frecuencia en la emisión de orina debe ocurrir, por lo menos, dos veces por semana durante un
mínimo de tres meses consecutivos.
— La edad cronológica es de, por lo menos, cinco años.
— El comportamiento no se debe exclusivamente al efecto fisiológico directo de una sustancia (diuréticos)
ni a una enfermedad médica (diabetes, espina bífida, etc.).
Cuadro 2
275
Criterios diagnósticos de la enuresis según la CIE 10
— Al menos dos veces al mes en niños menores de siete años y, al menos, una vez al mes en EDAdes iguales
o superiores.
— Incluye, además, un criterio de exclusión muy estricto, que descarta el diagnóstico de enuresis si existe
cualquier prueba de otro trastorno mental.
— Funcional-Orgánica:
• Funcional: ausencia de alteraciones orgánicas o físicas, responsables de la
incontinencia urinaria.
• Orgánica: se detecta la presencia de lesiones de tipo urológico o neurológico
causalmente responsables de la micción no controlada.
— Regular-Esporádica:
• Regular: cuando el hecho de mojar la cama es un suceso habitual y cotidiano
(todas las noches).
• Esporádica: cuando tal situación acontece de forma intermitente o
276
esporádicamente.
— Diurna-Nocturna:
• Diurna: el niño no ha adquirido el control voluntario de la micción durante el
día.
• Nocturna: el niño no ha adquirido el control voluntario de la micción durante
la noche.
— Primaria-Secundaria:
• Primaria: cuando nunca ha existido control voluntario de la micción desde el
nacimiento.
• Secundaria: cuando el niño, tras haber conseguido un control inicial durante
un período de tiempo entre 6 meses y 1 año, vuelve a recaer posteriormente.
Cuadro 3
Clasificación de la enuresis atendiendo a su etiología
277
más significativa en relación con la enuresis nocturna, Toro (1992) realizó una
revisión bastante detallada sobre la etiopatogenia de los distintos tipos de enuresis,
analizando los hallazgos obtenidos desde diversos campos de investigación: estudios
epidemiológicos, urológicos, psicológicos, etc. Incluye a los factores genéticos y
factores estresantes como los de mayor incidencia, aunque también se han
identificado factores fisiológicos, déficit de aprendizaje y de maduración y desarrollo.
278
1.3.2. Predisposición genética
Esta explicación viene avalada por la abundante información que constata una
fuerte asociación entre la historia familiar de enuresis y la probabilidad de que uno de
sus miembros manifieste este problema. Por el momento se acepta que la enuresis
nocturna pueda tener cierta base genética aunque se desconoce cuáles son los
mecanismos precisos que se heredan. No obstante, se ha comprobado que, si ambos
progenitores presentaban este trastorno en su infancia, el 70 por 100 de sus hijos
probablemente estará afectado. La incidencia disminuye en un 40 por 100 cuando la
enuresis afecta sólo a uno de los progenitores. La concordancia de la enuresis en los
gemelos idénticos es mucho mayor que en mellizos.
Una opinión bastante extendida entre los estudiosos del tema es que la enuresis
nocturna, sobre todo primaria, es consecuencia de un retraso en la maduración de las
estructuras físicas necesarias para adquirir el control sobre la micción. Entre los
hechos que la avalan estarían la mayor prevalencia en varones, dado que éstos
muestran una pauta de desarrollo más lenta que las niñas durante la primera infancia
y en la adolescencia, así como el hecho de que la enuresis nocturna disminuya con la
edad.
279
Según Mackeith, Meadow y Turner (1973), determinados sucesos negativos
pueden interrumpir el proceso de desarrollo del control de esfínteres. Consideran que
la presencia de factores de estrés en los primeros años de vida juega un papel
importante en la génesis de la enuresis.
280
pequeño y prefiera estar acompañado.
En cualquier caso, el mejor proceder es informar acerca de cuál es la
metodología a seguir y preguntarles directamente si están de acuerdo con ella o
prefieren seguir otra.
La entrevista clínica incluiría los siguientes aspectos:
— Frecuencia de la enuresis:
Averiguar si sigue una pauta constante o se modifica cuando ocurren ciertas
circunstancias (si es mayor en épocas de exámenes, si disminuye en vacaciones o
cuando el niño duerme fuera de casa, etc.).
— Acontecimientos estresantes:
Evaluar posibles eventos que hayan podido provocar una alteración emocional
en el niño, tales como nacimiento de un hermano, separación, muerte o abandono de
uno de los padres, cambio de colegio, etc.
— Control de la micción:
Explorar si el niño controla la micción durante el día y si posee un adecuado
control intestinal.
281
• Agravamientos y mejorías.
— Diurna:
• Frecuencia actual.
• Horas aproximadas.
• Volumen.
• Situaciones.
c) Actitud familiar
1.4.3. Autorrregistros
282
una visión global de la actuación que se está realizando. Asimismo, permite visualizar
la conducta problema antes, durante y después de la intervención. Todo ello
posibilitará tener una visión de conjunto y proporcionará una idea exacta sobre lo
acertado o no de la intervención, así como la posibilidad de modificar y plantear otro
tipo de actuación si los resultados no son los deseados.
La duración más acertada de la línea base suele ser de dos semanas; puede
ocurrir que, en la primera semana, se aprecie cierta reactividad por lo que parece más
apropiado tomar como referente los datos obtenidos durante la segunda semana.
Un registro completo generalmente debe incluir los siguientes parámetros:
— Frecuencia de enuresis
Se obtiene registrando el número de noches mojadas y el número de micciones
por noche.
• Cuando el niño llega por la tarde del colegio, se le pide que nos avise cuando
tenga necesidad de orinar anotando la hora en que realiza la micción.
• Inmediatamente después de orinar, se le da de beber medio litro de agua en un
período máximo de un cuarto de hora, y también se le pide al niño que avise
cuando vaya a orinar.
• Cuando orina esta vez, se anota la hora por segunda vez y también el
volumen, que se habrá registrado en un frasco graduado.
Se repite esto último la vez siguiente en que el niño vaya a orinar, es decir, se
anota por tercera vez la hora en que orina y, por segunda vez, el volumen registrado
de orina. Se computa como capacidad máxima la cantidad de orina que resulte más
elevada en las dos micciones posteriores a la ingesta de agua.
Los registros de los tres indicadores mencionados deberían limitarse a aquellos
casos en los que el terapeuta haya apreciado otros problemas que sugieran una
disfuncionalidad de este tipo como la presencia de enuresis diurna, una frecuencia de
micción elevada y la dificultad para demorar la micción.
— Despertares espontáneos
Pueden obtenerse instruyendo a los padres para que estén atentos a los
momentos en que sus hijos se despiertan anotando la hora y la razón que ha
provocado este suceso. Igualmente se instruye al niño para que llame a sus padres
cada vez que se despierta.
Fue elaborada por Morgan y Young (1975). Consta de 20 ítem que recogen una
serie de afirmaciones sobre la actitud de la madre ante el problema. Cada ítem tiene
283
asignado un valor específico; la puntuación se obtiene calculando la mediana de los
ítem contestados afirmativamente. Una puntuación elevada indica intolerancia
materna hacia la enuresis.
Esta escala se ha revelado como un importante predictor del abandono
prematuro del tratamiento.
284
esfínter. Después de cierto número de ensayos, esta conexión llegará a ser lo
suficientemente sólida como para que las respuestas de despertar y la contracción del
esfínter se «adelanten en el tiempo» y ocurran antes de que comience la micción y no
después.
Determinar por qué funciona el método de la alarma, así como los cambios
fisiológicos que se producen en el tratamiento de la enuresis, parece la asignatura
pendiente de este procedimiento. Lo que sí parece evidente es que provocan cambios
fisiológicos coherentes con las hipótesis explicativas vigentes:
Esta técnica surge con el propósito de ofrecer una respuesta terapéutica ante la
285
hipótesis de que la enuresis nocturna sea consecuencia de una vejiga funcionalmente
disminuida.
Su objetivo fundamental consiste en que el niño aprenda a posponer la micción
durante intervalos temporales progresivamente más largos, justamente en el momento
en que la distensión vesical es suficientemente intensa como para evocar la necesidad
de orinar, reforzando la retención de la orina al finalizar el tiempo estipulado. Este
entrenamiento se enmarca dentro de un paradigma de aprendizaje operante y es
entendido como un método de moldeamiento de la conducta deseada (retener la
orina). El entrenamiento se realiza durante el día y se inicia instruyendo al niño para
que, cuando sienta una necesidad imperiosa de orinar, retenga la orina durante unos
minutos; transcurrido el tiempo fijado, se refuerza su capacidad de retención y se le
permite orinar. En los ensayos sucesivos se va incrementando paulatinamente el
tiempo de espera hasta conseguir un máximo de 45 minutos, lo que conlleva un
aumento de la cuantía del reforzador. Durante el tratamiento el niño puede beber
libremente e incluso se le anima a ingerir más líquido del habitual.
Con estos ejercicios de aguantar y retener la necesidad de orinar no sólo se está
educando al niño y se le está ayudando a aumentar la capacidad funcional de la
vejiga, sino que también está aprendiendo a controlar las contracciones del detrusor
que constituyen la primera señal indicadora de la necesidad de orinar. Es por ello que
el hecho de retener la orina pueda tener efectos muy positivos.
Eficacia terapéutica del entrenamiento en retención
286
seca es un programa de tratamiento integrado por varios componentes donde cada
uno persigue un objetivo específico que se mostrará a continuación.
a) Aparato de alarma
Tiene como fin detectar la micción en el preciso momento en que ésta ocurre
con el propósito de que las consecuencias que siguen a la conducta incorrecta se
pongan inmediatamente en funcionamiento. Esto se llevaría a cabo por un proceso
operante de reforzamiento negativo donde el niño aprendería a evitar las
consecuencias que siguen al sonido de la alarma.
b) Despertar escalonado
Tiene como objetivo despertar al niño de una forma previamente programada
para que éste aprenda a despertarse ante estímulos progresivamente más tenues,
facilitando así su capacidad para despertar ante la necesidad de orinar. El
entrenamiento en despertar se utiliza de forma intensiva durante la primera noche
(cada hora) y escalonadamente, después. También requiere de la inclusión de una
dosis elevada de reforzamiento positivo por la conducta adecuada.
c) Ingestión de líquido
La ingestión extra de líquido se utiliza para incrementar la necesidad de orinar y
poder practicar de forma intensiva las diferentes etapas del procedimiento. Solamente
se emplea durante la primera noche del entrenamiento.
d) Entrenamiento en retención
Pretende incrementar la habilidad del niño para retener una mayor cantidad de
orina y mejorar su capacidad para posponer la micción por un tiempo determinado.
Su realización ocurre durante una noche completa (primera noche).
e) Consecuencias aversivas por mojar la cama
Cuando el niño se orina se utilizan tres procedimientos de marcada naturaleza
aversiva:
287
conseguir determinadas metas.
288
necesita un efecto rápido o cuando las circunstancias del niño y su familia indican
que el uso prolongado de alarmas es indeseable e inaceptable.
1.6. CONCLUSIONES
2. ENCOPRESIS
2.1. INTRODUCCIÓN
289
Weissenberg fue el primer autor que definió la encopresis como «toda
defecación involuntaria del niño de más de dos años cuando no tiene una lesión del
sistema nervioso ni afección orgánica alguna». Según esto, la encopresis puede
considerarse como el equivalente fecal de la enuresis.
En este trastorno son especialmente importantes las variables relacionadas con la
edad, las pautas de defecación y la etiología. En la encopresis, existe poco acuerdo en
cuanto a la edad en que el niño debe ser considerado encoprético dado que, en
muchos casos, resulta difícil distinguir entre malos hábitos higiénicos y la falta de
control de esfínteres. No obstante, existe un cierto acuerdo en que los hábitos
relacionados con el control de esfínteres deben estar desarrollados sobre los 4 años.
En general, la encopresis se define como la incontinencia reiterada e
involuntaria de heces en la ropa sin presencia de una causa orgánica que explique el
síntoma. Denota una defecación descontrolada de origen emocional que tiene lugar,
al menos, una vez al mes. El componente esencial de la encopresis es la evacuación
de heces en momentos y lugares socialmente inadecuados, de modo que, en el sentido
más amplio del término, un niño con encopresis es aquel que tiene dificultad para
controlar correctamente la evacuación intestinal.
A continuación, en el Cuadro 4, se presentan los criterios diagnósticos para la
encopresis incluidos en el DSM-IV según la Asociación Americana de Psiquiatría
(American Psychiatric Association, 1995).
Cuadro 4
Criterios diagnósticos para la enuresis según el DSM-IV
A) Evacuación repetida de heces en lugares inadecuados (por ejemplo, vestidos o suelos), sea involuntaria o
intencionadamente.
B) Por lo menos, un episodio al mes durante un mínimo de 3 meses.
C) La edad cronológica es de, por lo menos, 4 años (o un nivel de desarrollo equivalente).
D) El comportamiento no se debe exclusivamente a los efectos fisiológicos directos de una sustancia (por
ejemplo, laxantes), ni a una enfermedad médica, excepto a través de un mecanismo que implique
estreñimiento.
290
muestras.
La encopresis afecta en una proporción similar a todos los grupos sociales. Se
confirma el hecho de que la encopresis es un trastorno predominantemente masculino
y que un porcentaje importante padece también enuresis.
Los datos recogidos sobre la prevalencia del trastorno ponen de manifiesto los
siguientes aspectos relevantes:
Cuadro 5
Clasificación de la encopresis
— Encopresis primaria: el niño no ha manifestado un control intestinal adecuado desde que nació.
— Encopresis secundaria: la encopresis aparece precedida de un período de continencia de, por lo menos,
un año.
— Encopresis retentiva: se caracteriza por la existencia de estreñimiento crónico, deposiciones poco
frecuentes, retención fecal y múltiples episodios de ensuciamiento con heces pobremente
estructuradas.
— Encopresis no retentiva: no existe ninguna evidencia de estreñimiento, pero la existencia de otros rasgos
clínicos diferenciales están mucho menos estudiados. El problema puede ser consecuencia de un
entrenamiento inadecuado, una reacción fisiológica ante el estrés ambiental o una forma de
evidenciar conductas de oposición ante las normas establecidas.
291
La encopresis parece un trastorno multicausal en cuya génesis intervienen
distintos factores que conducen al resultado final: el estreñimiento, un entrenamiento
inapropiado y las experiencias desagradables asociadas a la defecación se perfilan
como los elementos causales fundamentales. También hay que mencionar como
factores causales los problemas del desarrollo, anomalías dietéticas, factores de
predisposición, experiencias o sucesos estresantes, problemas de conducta, etc.
292
las habilidades-requisito que facilitan la integración de los reflejos defecatorios o a
que los hábitos de aseo no han sido lo suficientemente reforzados para garantizar su
mantenimiento. Probablemente también ha existido un fallo de condicionamiento
debido a que las señales corporales procedentes de la distensión rectal y la relajación
del esfínter interno no han llegado a convertirse en estímulos discriminativos para las
respuestas de inhibir temporalmente las heces y defecar en el retrete.
La encopresis retentiva se suele explicar basándose en los principios del
aprendizaje de evitación. El niño aprende a retener las heces por reforzamiento
negativo para eludir la ocurrencia de ciertos eventos aversivos relacionados con el
dolor, el miedo o la ansiedad.
2. Examen físico para ver si hay fisuras en el ano y para ver si tiene un tono y
reflejos adecuados.
3. Analítica para descartar alteraciones metabólicas o endocrinas.
En los casos en que haya estreñimiento grave y duradero, habrá que llevar a
cabo estudios complementarios (radiografías de colon, E. M. G., etc.)
293
el niño.
En la entrevista con los padres debe recogerse información sobre si la encopresis
es primaria o secundaria. Si es primaria, habrá que conocer cuáles han sido los
métodos utilizados por los padres para que el niño adquiera control de esfínteres, las
dificultades con las que se han encontrado y los remedios que han puesto. Con esto se
trata de averiguar si han presionado en exceso al niño, si han considerado las
variables fisiológicas, o si han empleado castigos excesivos para controlar accidentes.
Si la encopresis es secundaria habrá que determinar cuáles son las circunstancias
desencadenantes. Las más frecuentes son el nacimiento de un hermano y el inicio de
la escolaridad.
El siguiente aspecto a abordar en la entrevista sería la presencia o ausencia de
estreñimiento. Para establecer si la encopresis es retentiva o no, se recoge
información sobre la frecuencia de las heces, las quejas del niño de dolor o malestar
al defecar y la presencia de heces duras.
También se recogerá información sobre la resistencia del niño a utilizar el váter
del colegio por si existe una fobia al mismo.
Igualmente se debe indagar sobre si el niño percibe las señales de distensión
rectal que indican la necesidad de defecar.
El siguiente paso será determinar los hábitos de alimentación, sobre todo la
existencia de una ingestión excesiva de colas y chocolate.
También se debe recoger información sobre hábitos de higiene que incluye:
294
utilizar programas en los que se combinan técnicas conductuales y técnicas médicas.
Orientación inicial:
Mantenimiento:
295
— En casos más graves añadir sen a diario (2-3 semanas) y en días alternos (1
mes).
Seguimiento:
El reforzamiento positivo es, sin duda, el método más extendido para abordar el
problema de la encopresis. Su objetivo fundamental se dirige a incrementar tres tipos
de conducta: sentarse en el retrete en momentos predefinidos (después de alguna
comida), defecar en el retrete y permanecer limpio.
El modo habitual de proceder consiste en utilizar algún sistema de economía de
fichas en el que una amplia gama de reforzadores de segundo orden (estrellas,
cupones, puntos, fichas, pegatinas, etc.) son canjeados posteriormen- te por
reforzadores de apoyo (juguetes, chucherías, privilegios, tiempo con los padres, etc.),
cuyo valor se determina atendiendo al caso individual. También hay que incluir
manifestaciones verbales de elogio contingentes a la conducta deseada.
296
2.5.3.2. «Técnicas de castigo»
Esta técnica tiene como fin organizar las condiciones ambientales y fisiológicas
que anteceden a la defecación, lo que constituye un paso necesario para lograr
instaurar una rutina defecatoria cotidiana. No hay forma de reforzar la conducta de
defecar en el retrete si no concurren, al menos, dos condiciones previas: sentarse en él
y que se produzca la defecación. Pero, además, interesa que exista una contigüidad
temporal entre ambas condiciones, es decir, que el hecho de sentarse tenga como
consecuencia la defecación. Una forma de lograrlo consiste en asociar la conducta de
sentarse con los reflejos gastroíleal y gastrocólico que generan, como ya se conoce,
un incremento de los movimientos propulsivos en el intestino delgado y en el grueso,
respectivamente. Por esta razón se instruye al niño para que se siente en el retrete
297
después de cada comida principal y, en especial, después del desayuno, ya que en este
momento los movimientos de masa son muy poderosos. El objetivo final consiste en
conseguir que la conducta de sentarse quede bajo control de los estímulos fisiológicos
pertinentes que preceden a la defecación: movimientos intestinales y sensación de
distensión rectal. En definitiva, el control de estímulos pretende instaurar una cadena
de acontecimientos cuyo resultado final sería la presencia de una defecación regular.
3. CASO CLÍNICO
298
primer lugar y después con el niño con el fin de evaluar las áreas más relevantes en el
problema de la enuresis.
Registro de línea base que se proporcionó a los padres y que contemplaba los
siguientes puntos:
Áreas a evaluar:
1) Factores orgánicos
Fue llevado a consulta médica en dos ocasiones. La primera vez a los cinco años
de edad, realizándole diferentes pruebas y cuyos resultados fueron normales. Aun así,
se le prescribió un tratamiento farmacológico de acción antidepresiva y ansiolítica
(Ludiomil), que le fue administrado durante un período de cinco meses. Se consiguió
una mejoría de 15 días secos, recayendo después de una forma brusca. En una
segunda ocasión, a los 7 años de edad, acudió a consulta pediátrica y se le volvió a
prescribir Ludiomil y Desmopresina (Minurin) que le fueron administrados por un
período de dos meses sin conseguir ningún tipo de mejoría.
2) Patrón de micción
La evaluación del patrón de micción diurna demostró que el niño poseía un
adecuado control voluntario sobre el reflejo de micción durante el día. La madre
confirmó que el niño era capaz de retener la orina, podía interrumpir la micción una
vez iniciada e iniciar la micción con bajos niveles de presión vesical, es decir, había
adquirido todas las habilidades de control necesarias que a su edad es normal poseer,
consiguiendo el control diurno de la micción a los dos años de edad.
La frecuencia de micción durante el día era de cuatro-cinco veces con un
volumen normal, siendo capaz de posponerla hasta ocho horas seguidas, coincidiendo
con algún viaje prolongado, lo cual demuestra un excelente control vesical. En cuanto
al patrón de micción nocturna, el registro de línea base demostró, tal como habían
informado los padres, una frecuencia diaria de micción con una aparición de dos-tres
299
veces por noche. Las horas aproximadas de aparición de la micción eran: la primera
antes de las 12 de la noche, la segunda entre las 3-4 de la madrugada y, en caso de
darse la tercera, ésta ocurría casi a la hora de despertar, entre las 8-8:30 de la mañana.
El niño no ha despertado espontáneamente para orinar más que una o dos veces desde
que empezó a mojar la cama (un período aproximado de unos 4 años).
Actitud familiar
En los comienzos del problema los padres pensaban que el niño mojaba la cama
de forma voluntaria, y reconocen haberle recriminado cuando la cama aparecía
mojada por las mañanas. En la actualidad se ha operado un notable cambio con
respecto a su opinión sobre el tema, abandonando toda actitud negativa al respecto, e
incluso prohibiendo a los hermanos cualquier comentario que le pudiera ridiculizar
ante los demás. Sin embargo, los padres no han utilizado ningún sistema de premios
300
ni otras formas de reforzamiento. La motivación para llevar a cabo el tratamiento es
la adecuada, sobre todo por parte de la madre, por los problemas que le plantea.
Fase educativa. El objetivo de esta fase es dar información tanto al niño como a
los padres acerca de la naturaleza del problema (desdramatizarlo), explicar los
objetivos del tratamiento que se va a iniciar, reforzar su motivación para el cambio y
resolver inquietudes con respecto al tratamiento.
Se le explica al niño que el objetivo de este tratamiento es que él pueda controlar
el orinarse en la cama, que pueda controlar sus deseos de orinar y así obtener el
reconocimiento de sus padres, de sus hermanos y de todos sus amigos. Que pueda
sentirse seguro de sí mismo y obtener su propio reconocimiento y el de los demás al
demostrarse que es capaz de lograr el cambio.
Se continúa mencionando que el tratamiento consta de tres fases y que la
primera de ellas es bastante intensiva, por lo cual se le recomienda paciencia frente a
301
las cosas que tendrán que hacer sus padres, como despertarlo en la noche y que
esperamos que su reacción sea adecuada y colaboradora.
Se le muestra el aparato de alarma y se le explican sus funciones y objetivos en
este tratamiento.
Se solicita a los padres hacer una lista de las consecuencias ante la conducta de
micción nocturna. Se les indica que deben proporcionarlas después de que el niño se
orine para que los resultados sean satisfactorios. Es importante promover una actitud
comprensiva por parte de los padres con respecto al niño sobre todo de cara a
entender que, si el niño se orina en la cama, es porque no puede dejar de hacerlo sin
ayuda.
— Una hora antes de ir a la cama se recuerda al niño las etapas del tratamiento
haciendo hincapié en las ventajas de no mojar la cama. Colocar el aparato de alarma
recordando otra vez su funcionamiento. El niño debe realizar 20 ensayos de práctica
positiva, beber uno-dos vasos de su bebida favorita y acostarse.
— Despertar cada hora al niño empleando una estimulación lo más suave
posible.
— Enfatizar en que las primeras veces se le puede ayudar a levantarse o
incorporarse. Esto tiene el propósito de que aprenda a despertarse sin ayuda.
— El niño debe ir al baño. Si está adormilado, se le conduce diciéndole que
tiene que ir deprisa al baño si no quiere mojar la cama.
— En la puerta del baño los padres se detienen y le preguntan si es capaz de
aguantar una hora más. Si contesta que SÍ, se le alaba y se permite que regrese a la
cama. Si contesta que NO, se le intenta convencer de que aguante unos minutos más,
alabándole por haber aguantado las ganas de orinar.
— Cuando el niño orina, se le alaba por hacerlo en el lugar apropiado.
— Se vuelve a la cama, se le pide que compruebe si la cama está seca y que se
coloque otra vez el aparato.
— Se le pide que repita lo que va a pasar una hora después, que beba otro vaso
de líquido y que se acueste.
— Si el niño, a pesar de todo lo anterior, se orina en la cama, como la alarma
sonará, los padres la desconectan, le despiertan y le regañarán por orinarse. El niño
debe ir al baño a terminar de orinar, debe realizar el entrenamiento en limpieza y
hacer 20 ensayos de práctica positiva.
— Los padres deben registrar las reacciones del niño frente a las consecuencias,
su frecuencia miccional en el retrete y la hora de micción.
302
— Antes de que el niño se acueste, se coloca el aparato de alarma. Si durante la
noche anterior ha mojado la cama, tiene que realizar 20 ensayos de práctica positiva.
Se le pide que repita las instrucciones y que recuerde lo que tiene que hacer.
— Despertar escalonado: tres horas después de que se haya acostado se le
despierta para que vaya al baño a orinar. Después de cada noche seca, se adelanta
media hora la hora de despertar, despertándole a las 2:30 horas de haberse acostado.
Si se consigue otra noche seca, se le despierta a las dos horas, y así sucesivamente. Si
la cama no está seca por la mañana, se mantiene la hora del despertar de la noche
previa. Este procedimiento se continúa hasta que el tiempo de despertar coincida con
una hora posterior al tiempo de acostarse el niño y, así, se suspende el despertar
escalonado.
Fase de rutina normal. En esta fase se debe lograr que el niño pueda
reincorporarse a su rutina sin la presencia de la enuresis. Se deben conseguir siete
noches secas consecutivas.
— Una vez superada la fase anterior, el aparato se retira y ya no se despierta al
niño.
— Si el niño moja la cama, debe realizar el entrenamiento en limpieza y los
ensayos de práctica positiva antes de acostarse la noche siguiente.
— Si el niño, durante una semana, se orinase dos noches, se vuelve a la segunda
fase.
— Cuando se consiguen siete días secos, se retira el tratamiento.
4. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
303
— (1982), Análisis de los componentes implicados en el entrenamiento en cama seca. Dry bed training,
utilizado en la correción de la enuresis nocturna, tesis doctoral, ed. de la UCM, 1983, Colección tesis
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GOSÁLBEZ CELDRÁN, A. (I980), Técnicas para el tratamiento psicopedagógico, Madrid, Cincel-
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MALA, E. (I99S), «Enuresis as seen by the child psychiatrist», Deska a Slovenska Psychiatrie, núm. 9 I ,
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MORGAN, R. T. T. y YOUNG, G. C. (I97S), «Prental atittudes and the conditioning treatment of chilhood
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OLLENDICK, T. H. y HERSEN, M. (I993), Psicopatologia infantil, Barcelona, Martínez Roca.
TORO, J. (I992), Enuresis: Causas y tratamiento, Barcelona, Martínez Roca.
5. LECTURAS RECOMENDADAS
Este artículo hace una revisión y pone de manifiesto los resultados de los diferentes componentes
con respecto a la eficacia en el entrenamiento en cama seca.
BRAGADO ÁLVAREZ, C. (1994), Enuresis infantil, un problema con solución, Madrid, Eudema, S. A.
Este libro es un texto claro y conciso sobre la enuresis. La autora hace una revisión bibliográfica
que refleja el estado en que se encuentra la investigación y el resultado de los tratamientos
conductuales.
CÁCERES, J. (1982), Cómo ayudar a su hijo si se hacepis en la cama, Madrid, Siglo XXI.
304
Este libro explica con sencillez y, paso a paso, la naturaleza de las tareas a aprender por parte del
niño, cómo pueden motivarle los padres en dicho aprendizaje y que pueden hacer cuando surgen
problemas.
LLAVONA, L. (1984), «El proceso de evaluación conductual», en J. Mayor y P. J. Labrador (eds.), Manual
de Modificación de Conducta, Madrid, Alhambra.
En este capítulo se recogen los aspectos más relevantes en el proceso de evaluación de la
enuresis.
En este libro se sugieren algunas ideas para llegar a un concepto unificado que permita un mejor
entendimiento interprofesional, se recogen los avances de investigación y se analizan con bastante
detalle los procedimientos terapéuticos, procedentes del ámbito médico y de la terapia de conducta.
6. CUESTIONARIO DE AUTOEVALUACIÓN
305
a) Condicionamiento clásico.
b) Aprendizaje vicario.
c) Aprendizaje operante.
306
a) La duración más adecuada de la línea base suele ser de 30 días.
b) Permite visualizar la conducta antes, durante y después de la
intervención.
c) Su finalidad es la recogida de datos objetivos.
18. ¿Cuál de estas respuestas no sería una consecuencia aversiva por mojar la
cama?:
a) La práctica positiva.
b) El reforzamiento positivo.
c) El entrenamiento en limpieza.
307
CAPÍTULO VIII
1. INTRODUCCIÓN
308
La conducta antisocial es un problema serio entre niños y adolescentes. Su
gravedad viene dada por dos aspectos: por una parte, la problemática que en sí
supone el comportamiento de estas personas (robos, mentiras, conductas agresivas,
etc.) y, por otra, el mal pronóstico de este tipo de comportamientos, es decir, cuando
nos encontramos con un niño o un adolescente con conducta antisocial, no sólo existe
la problemática actual, sino también un alto índice de probabilidades de que esta
problemática continúe y se agrave a lo largo del desarrollo del sujeto, o sirva de base
para otros problemas o condiciones patológicas. Esta característica de la conducta
antisocial, junto con otras que se examinarán posteriormente, justifica la necesidad de
evaluar para intervenir en este tipo de problemática, y es precisamente la evaluación y
la intervención el objetivo de este capítulo.
En último lugar, se presenta un caso de conducta antisocial, con el objeto de
clarificar con la práctica los contenidos expuestos a lo largo del capítulo. Este caso irá
acompañado de las pautas clave para su evaluación y tratamiento.
309
manifiestan un patrón de conducta antisocial, caracterizado por la violación de los
derechos básicos de otras personas y/o de las normas sociales importantes. Para
realizar el diagnóstico de trastorno disocial, es necesaria la aparición de un conjunto
de comportamientos problemáticos con una duración de varios meses. La
formulación precisa de los criterios diagnósticos establecidos por el DSM-IV para el
trastorno disocial aparece en el Cuadro 1. Básicamente, son dos los puntos clave que
permiten distinguir el comportamiento antisocial del trastorno disocial: por una parte,
la existencia de un patrón de comportamiento antisocial en el caso del trastorno
disocial y, por otra, la existencia en este mismo de un deterioro clínicamente
significativo en la actividad académica, social o laboral.
Cuadro 1
Criterios diagnósticos para el trastorno disocial (APA, 1995)
A. Un patrón repetitivo y persistente de comportamiento en el que se violan los derechos básicos de otras
personas o normas sociales importantes propias de la edad, manifestándose por la presencia de tres (o
más) de los siguientes criterios durante los últimos 12 meses y, por lo menos, de un criterio durante
los últimos 6 meses:
Destrucción de la propiedad
(8) ha provocado deliberadamente incendios con la intención de causar daños graves
(9) ha destruido deliberadamente propiedades de otras personas (distinto de provocar
incendios)
Fraudulencia o robo
(10) ha violentado el hogar, la casa o el automóvil de otra persona
(11) a menudo miente para obtener bienes o favores o para evitar obligaciones (esto es, «tima»
a otros)
(12) ha robado objetos de cierto valor sin enfrentamiento con la víctima (p. ej., robos en
tiendas, pero sin allanamientos o destrozos; falsificaciones)
310
categorías diagnósticas del DSM-IV (APA, 1995); en el Cuadro 2 se recogen dichas
categorías, indicando las diferencias más importantes con el comportamiento
antisocial.
Cuadro 2
Otras categorías diagnósticas distintas al trastorno disocial que incluyen conducta antisocial
311
la proporción de miembros femeninos oscila entre un 10 y un 30 por 100 y es
superior a lo que indican los datos oficiales (Scandroglio y cols., 2002). Por último,
se ha de destacar que el tipo de conducta antisocial mostrada difiere en función de la
edad y del género (APA, 1995). Con respecto a la diferencia en función del sexo, los
hombres incurren frecuentemente en robos, peleas, vandalismo y problemas de
disciplina escolar. Las mujeres tienden a incurrir en mentiras, absentismo escolar,
fugas, consumo de tóxicos y prostitución (APA, 1995). No sólo se incrementa la
participación de las chicas en bandas callejeras sino también su relación con la
violencia y la justicia criminal (Scandroglio y cols. 2002). A medida que el sujeto se
va desarrollando, van apareciendo conductas cada vez más graves.
— Síntomas y síndromes: cualquier acción antisocial que muestren los/as
chicos/as puede considerarse un síntoma individual, pero es probable que varias
conductas antisociales ocurran juntas y den lugar a un síndrome. El trastorno disocial
como síndrome incluye varias características, pero no significa que en un mismo
individuo se den todas. La noción de que todas forman parte de un síndrome tan sólo
implica que tienden a aparecer juntas.
— Características correlativas y asociadas: estas características se refieren a
síntomas alternativos que se han encontrado en niños antisociales, y que resultan
definitorias. Entre dichas características es necesario destacar la hiperactividad, que
aparece con distintos síntomas: exceso de actividad motriz, agitación, impulsividad,
falta de atención y mayor actividad en general. La percepción de autoeficacia es otra
variable cognitiva que se ha asociado a la conducta delictiva. Aquella persona que se
considera capaz de ejecutar conductas delictivas será la que termine ejecutándola
(Garrido Martín, Herrero y Masip Pallejá, 2002). Los procesos emocionales alcanzan
una mayor correlación con la conducta agresiva y con la conducta prosocial,
destacando la inestabilidad emocional como la principal predictora de la agresividad
y la emocionalidad «positiva» empática y no impulsiva como mejor predictora de la
conducta prosocial (Mestre Escrivá, Samper García y Frías Navarro, 2002). No se
pueden olvidar tampoco otras características como las dificultades académicas, las
malas relaciones interpersonales, los déficit en las habilidades para la resolución de
problemas, etc.
— Características familiares y de los padres: se refieren a características del
entorno familiar de los niños que resultan relevantes para comprender el fenómeno de
la conducta antisocial. Entre estas características se encuentra la psicopatología e
inadaptación de los padres (véase, por ejemplo, Reid y Patterson, 1989), ya que éstos
suelen presentar índices más altos de disfunciones clínicas. Así, es necesario indicar
la frecuencia de la conducta delictiva y el alcoholismo, especialmente en el padre.
Otras características relevantes son la existencia de prácticas disciplinarias
inadecuadas, la conflictividad en las relaciones familiares, la comunicación
intrafamiliar más agresiva, etc. La falta de apego emocional a los padres es un factor
de importancia para la conducta antisocial, que alcanza niveles espectaculares de
importancia cuando se combina con variables como la impulsividad en chicos y
chicas (Luengo, Sobral, Romero y Gómez Fraguela, 2002). Asimismo, se ha indicado
la relación entre el trastorno negativista desafiante y el subsiguiente desarrollo de
trastorno disocial de inicio infantil (APA, 1995).
312
Entre los factores que se relacionan con la baja agresividad del niño, que los
protege de presentar problemas de conducta, se encuentran, según Ayala Velázquez,
Pedrosa Cabrera, Morales Chainé, Chaparro Caso-López y Barragán Torres (2002),
las características de la familia y las pautas educativas. Concretamente, tener una
adecuada organización familiar, fijar metas, la religiosidad y la cohesión familiar,
aunadas a una disciplina flexible y congruente que no dependa del estado de ánimo de
sus padres y la supervisión de las actividades del niño, favorecen su desarrollo social
y familiar (Ayala Velázquez y cols. 2002). Para más detalle sobre factores de riesgo
asociados a la conducta violenta, véase Scandroglio y cols. (2002).
— Condiciones ambientales: el contexto ambiental en el que se desarrollan los
niños y adolescentes que muestran comportamientos antisociales es importante para
comprender esta problemática. Entre las características más relevantes de dicho
contexto cabe destacar la existencia de familias numerosas, el hacinamiento, el
alojamiento inadecuado, la falta de educación de los padres, los ambientes escolares
desfavorecidos, el estrés, las desventajas socio-económicas, etc.
Cuadro 3
Instrumentos de evaluación de conductas antisociales para niños y adolescentes (Tomado de Kazdin y Buela-
Casal, 1994)
313
314
Cuadro 3 (Continuación)
Instrumentos de evaluación de conductas antisociales para niños y adolescentes (Tomado de Kazdin y Buela-
Casal, 1994)
315
316
3.1. AUTOINFORMES
317
dimensiones múltiples que incluyen la conducta antisocial como el Cuestionario de
Conducta Infantil (Achenbach y Edelbrock, 1983).
318
Existe una gama amplia de tratamientos para la conducta antisocial, presentando
cada uno de ellos un centro de atención específico. La mayoría de los tratamientos se
centran en el niño o el adolescente de forma individual, y pretenden modificar
aspectos particulares del funcionamiento de éste.
Por otra parte, se encuentran los enfoques centrados en la familia, y que
pretenden cambiar global o parcialmente su funcionamiento. Por lo tanto, consideran
el problema del joven con conducta antisocial en el marco de los procesos que tienen
lugar dentro de la familia.
En último lugar, se encuentran aquellos tratamientos centrados en la comunidad.
En ellos tiene un gran peso el contacto directo de los jóvenes con los profesionales y
los servicios comunitarios. A menudo, este tipo de tratamientos recurre a las técnicas
utilizadas en los dos enfoques anteriores.
319
motivación positivas.
La definición y formulación del problema se dirige a la clarificación y
comprensión del mismo, es decir, para que la persona pueda valorar adecuadamente
el problema, es necesario que cuente con un conocimiento del mismo lo más claro y
preciso posible.
Una vez que se ha logrado ese conocimiento, se pone en funcionamiento el
tercer componente, la generación de alternativas, con el objeto de tener a disposición
el mayor número posible de soluciones para el problema y, así, tener más
posibilidades de que entre ellas se encuentre la mejor.
El objetivo relativo a la toma de decisiones pretende evaluar las alternativas
disponibles, y seleccionar la mejor para su puesta en marcha. Por último, la puesta en
práctica y verificación de la solución pretende vigilar la ejecución real de la solución
y su adecuación en relación con el problema planteado. Según estos componentes
fundamentales, existen diversas variantes de este tratamiento, que presentan los
siguientes aspectos comunes:
A pesar de estas ventajas, este tipo de entrenamiento también cuenta con algunas
limitaciones como la carencia de suficientes estudios que pretendan relacionar déficit
cognitivos específicos con tipos particulares de disfunción clínica, o la necesidad de
ampliar la magnitud del cambio terapéutico producido.
320
4.2. ENTRENAMIENTO CONDUCTUAL DE PADRES
321
diversa gravedad. Sus efectos, que llevan al niño al funcionamiento normal, duran
hasta un año y, en ocasiones, más.
— Los beneficios a menudo se extienden más allá del propio niño o adolescente,
llegando a los hermanos o a la mejora de diversos aspectos de las familias
problemáticas.
— Las diversas variantes de este tipo de entrenamiento están disponibles en
manuales, y, además, existe material de trabajo para terapeutas y padres, lo que
facilita enormemente su aplicación.
322
tratamiento mínimo. Las formas de componer los grupos también fueron tres: jóvenes
tratados por conducta antisocial, jóvenes «normales» y un grupo mixto.
De los resultados obtenidos, cabe destacar que la mayor reducción de la
conducta antisocial se logró, en el caso de los tratamientos, con la modificación de
conducta, en relación con la experiencia de los monitores, con los monitores
experimentados, y para la formación de grupos, con los grupos mixtos.
El problema de los tratamientos comunitarios es que dejan muchas preguntas sin
respuesta como su efectividad para jóvenes extremadamente antisociales, su utilidad
es más preventiva que terapéutica, etc.
En relación con los tratamientos, en general, se ha podido comprobar cómo las
distintas alternativas propuestas arrojan resultados positivos en cuanto a la reducción
de la conducta antisocial. Sin embargo, estas mejorías se consiguen trabajando
exclusivamente desde uno de los contextos en los que se manifiesta la conducta
antisocial: el individuo, la familia o la comunidad.
Una alternativa a esta situación es la intervención desde distintos contextos, es
decir, la realización de intervenciones multidimensionales, de múltiples focos (Short
y Shapiro, 1993). Dado que la conducta antisocial está determinada por múltiples
factores, como ya quedó indicado, y que, además, éstos interactúan entre sí, este tipo
de intervenciones proporcionan una estrategia privilegiada frente a la conducta
antisocial. En esta línea, Kazdin, Siegel y Bass (1992) combinaron la intervención en
dos contextos, individual y familiar, en el tratamiento de la conducta antisocial. Las
estrategias utilizadas fueron el entrenamiento en solución de problemas y el
entrenamiento conductual de padres, y los resultados apoyaron la mayor eficacia de la
combinación de las dos técnicas.
5. CONCLUSIONES
323
desde diferentes contextos.
En último lugar, se presenta un caso de conducta antisocial. Este caso per- mite
la concreción de las técnicas de evaluación y tratamiento a utilizar a la hora de
enfrentarse a una problemática de conducta antisocial. En línea con lo anteriormente
indicado, en este caso se optó por la combinación de tratamientos.
6. CASO CLÍNICO
Pedro es un joven de 14 años que vive con sus padres y un hermano de 18. Es un
joven problemático que fue llevado a una clínica de pacientes externos por diversos
comportamientos antisociales: absentismo escolar, mentiras, con- ductas agresivas,
consumo de sustancias psicoactivas, etc.
Pedro muestra en casa distintos comportamientos problemáticos como mentiras
constantes, agresividad hacia sus padres y su hermano, incumplimiento de las normas
básicas (por ejemplo, sale y entra de casa cuando le apetece), pequeños robos, etc.
El padre de Pedro trabaja todo el día fuera de casa, y la madre se ocupa de los
trabajos del hogar. Esta situación hace que sea la madre la que se ocupe de la
educación y crianza del joven, jugando el padre un papel muy secundario. Pedro
mantiene con su madre la mejor relación dentro de la familia, posiblemente porque
ésta se muestra muy permisiva.
La madre muestra unas pautas educativas claramente inconsistentes, y exce-
sivamente permisivas: amenaza frecuentemente con castigos que no cumple, no
establece unas reglas mínimas, muestra distintas actitudes ante similares
comportamientos, etc. El padre, como ya quedó indicado, juega un papel secunda-
rio, oscilando sus prácticas educativas entre una absoluta despreocupación y unas
prácticas educativas claramente autoritarias.
El hermano está al margen de la situación de Pedro, se dedica a su trabajo y a
sus estudios, y pasa muy poco tiempo en casa. Su relación con Pedro es cordial
aunque distante.
Por lo que a su entorno escolar se refiere, se ha de indicar que se trata de un
joven con una clara problemática de fracaso escolar, lleva dos años de retraso y ha
cambiado de colegio dos veces en los últimos dos años. Además, falta a clase, miente
a los profesores, frecuentemente inicia peleas físicas con sus compañe- ros, alborota
en clase, amenaza a sus compañeros, etc.
Su actual tutora se muestra muy preocupada por Pedro, y muy animada a
colaborar con el tratamiento.
Evaluación
324
se utilizaron básicamente dos instrumentos: la entrevista y los test psicológicos.
Para conocer los comportamientos y el funcionamiento de Pedro en sus distintos
entornos, se realizaron entrevistas con sus padres, su tutora y con él. Estas entrevistas
permitieron no sólo el diagnóstico de la problemática de Pedro, sino que
proporcionaron claras pautas para el tratamiento.
Los test psicológicos se utilizaron con dos objetivos: evaluar la inteligencia de
Pedro y evaluar sus comportamientos antisociales. Para el primer objetivo se utili- zó
la Escala de Inteligencia de Wechsler para Niños-Revisada. En dicha escala el
cociente de inteligencia de Pedro fue de 100, con lo que se sitúa dentro de la media.
Con el objeto de cubrir el segundo objetivo, se le pasó a Pedro y a su tutora la
Escala de Conducta Antisocial ASB (Silva y cols. 1986). Esta escala mostró la
existencia de un claro patrón de conducta antisocial.
Con toda esta información se procedió a elaborar el diagnóstico de Pedro
siguiendo los criterios del DSM-IV. El diagnóstico fue de trastorno disocial
(véase Cuadro 1). A continuación aparecen los criterios que llevaron a dicho
diagnóstico:
325
— Instrucción en los principios del aprendizaje social.
— Entrenamiento en la definición y el seguimiento de las conductas del joven.
Este entrenamiento se dirigió tanto a conductas adecuadas como inadecuadas.
— Manejo de procedimientos de refuerzo positivo como la alabanza o los
premios.
— Manejo de procedimientos de extinción y castigo, como el coste de respuesta
y el tiempo fuera.
— Entrenamiento en dar instrucciones y establecer normas claras.
326
de un modo no sistemático, el comportamiento de Pedro en el colegio y apoyarlo en
sus avances.
Resultados
327
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— (1991), «La batería de socialización: nuevos datos sobre estructura y red nomológi-ca», Evaluación
Psicológica, núm. 7, págs. 349-367.
SILVA, F.; MARTORELL, C. y CLEMENTE, A. (1986), «Adaptación española de la Escala de Conducta
Antisocial ASB: Fiabilidad, Validez y Tipificación», Evaluación Psicológica, núm. 2, págs. 39-55.
8. LECTURAS RECOMENDADAS
Este artículo presenta una enriquecedora reflexión sobre las posibilidades empíricas de la
prevención de la violencia. Es de destacar el epígrafe en el que se analiza dónde el individuo aprende
los estilos de vida violentos y el que se dedica a explicar por qué han fracasado algunos programas de
prevención del comportamiento violento.
Es un libro de lectura amena adaptado tanto para estudiantes como para profe- sionales. Está
redactado con enfoque aplicado y recoge gran información sobre las principales técnicas de evaluación,
tratamiento y prevención de la conducta anti- social.
328
KAZDIN, A. E. (1988), Tratamiento de la conducta antisocial en la infancia y la adolescencia, Madrid,
Martínez Roca (orig. 1985).
Se trata del libro más completo sobre el tratamiento de la conducta antisocial publicado; la única
limitación es que no recoge los últimos avances sobre el tema.
Este capítulo aporta información sobre las técnicas y procedimientos de evaluación de los
trastornos conductuales y emocionales en la infancia, facilitando datos sobre la calidad de los
instrumentos y su eficacia.
RUTTER, M.; GILLER, H. y HAGELL, A. (2000), La conducta antisocial de los jóvenes, Madrid,
Cambridge university
Este libro es una publicación reciente en castellano aunque se trata de una traducción del libro
original que data de 1998.
9. CUESTIONARIO DE AUTOEVALUACIÓN
329
b) La cronicidad, la repetición y la magnitud de la conducta problema.
c) a) y b) son correctas.
10. Para realizar una observación directa de la conducta antisocial, uno de los
instrumentos que se utiliza es:
a) El Informe diario del padre (Chamberlain y Reid, 1978).
b) El SOC-III- Interacciones familiares (Cerezo, Keesler, Dunn y Wahler,
1991).
c) a) y b) son incorrectas.
330
antisocial es:
a) El entrenamiento en estrategias cognitivas de resolución de
problemas.
b) El entrenamiento conductual de padres.
c) El tratamiento basado en la comunidad.
331
escala, presenta ventajas como:
a) Evitar la etiquetación y la estigmación del adolescente.
b) Los padres colaboran en mayor proporción.
c) Los adolescentes que participan están institucionalizados.
332
CAPÍTULO I X
1. INTRODUCCIÓN
333
movimientos oculares rápidos (fases I , II, III y IV del sueño, que implican distinta
profundidad del sueño) y otro de movimientos oculares rápidos (sueño MOR); la
duración completa de estos dos estados es de unos 90 minutos, aproximadamente,
repitiéndose este ciclo de cuatro a cinco veces por noche. A lo largo de los primeros
años de la infancia se van produciendo variaciones cualitativas (reorganización de las
fases del sueño hasta mostrar el formato que acabamos de describir) y cuantitativas
(disminución del tiempo total del sueño). Así, el recién nacido presenta ciclos de
sueño de 30-40 minutos de los que la mitad es sueño tranquilo y la otra mitad, sueño
paradójico; en torno a los 12 meses, estos ciclos pasan a 50-60 minutos con menor
presencia de sueño MOR y, alrededor de los 10-13 años, aparece una distribución del
sueño similar a la del sujeto adulto. Para una descripción más detallada de todos estos
cambios, se puede consultar Buela-Casal y Sierra (2001a). Desde una perspectiva
conductual, Buela-Casal (1990) propone un modelo en el que el sueño (tanto su
duración como su estructura) está determinado por cuatro dimensiones diferentes:
tiempo circadiano u hora del día en que está localizado (¿cuándo duerme el sujeto?),
factores intrínsecos al organismo (edad, patrones de sueño, estado fisiológico o
necesidad de dormir (¿cómo duerme?), conductas que facilitan o inhiben el sueño
(¿qué hace para dormir? y, por último, el ambiente (habitación, temperatura, luz,
ruido, etc.) (¿dónde duerme?) (véase la Figura 1).
Figura 1
Modelo conductual interactivo propuesto por Buela-Casal (1990). Según este modelo, el tiempo total y la
estructura del sueño están determinados por el tiempo circadiano (¿cuándo duerme el sujeto?), el organismo
(¿cómo duerme?), la conducta (¿qué hace para dormir?) y el ambiente (¿dónde duerme?)
334
Este modelo integra perfectamente el gran número de factores que influyen en el
sueño. Así, por ejemplo, la edad es un factor determinante para poder explicarlo;
mientras un recién nacido puede llegar a dormir más de 16 horas, a los 2 años el
sueño se reduce a 12 horas y, a los 10, a 10 horas aproximadamente (Hauri y Linde,
1992). A continuación se describen los trastornos del sueño más importantes durante
la infancia, así como las estrategias de evaluación y tratamiento que, desde la
psicología conductual, disponemos para hacer frente a ellos.
335
1992) y de la Asociación Americana de Psiquiatría (DSM-IV-TR) (American
Pschiatric Association, 2000) (véase Tabla 1).
Tabla 1
Clasificación de los trastornos del sueño según el DSM-IV-TR (American Psychiatric Association, 2000)
Tabla 1 (Continuación)
Clasificación de los trastornos del sueño según el DSM-IV-TR (American Psychiatric Association, 2000)
Mioclonus nocturno
Otras disomnias sin causa determinada
— Parasomnias
Pesadillas
Terrores nocturnos
Sonambulismo
Parasomnia no específica
Trastorno de conducta asociado al sueño MOR
Parálisis del sueño
Otras parasomnias sin causa determinada
TRASTORNOS DEL SUEÑO RELACIONADOS CON OTRO TRASTORNO MENTAL
— Insomnio relacionado con otro trastorno mental
— Hipersomnia relacionada con otro trastorno mental
336
Tabla 2
Insomnio primario: criterios diagnósticos del DSM-IV-TR
— Dificultades para iniciar o mantener el sueño, o un sueño no restaurador durante, al menos, un mes.
— La alteración del sueño (o la somnolencia diurna asociada) provoca un malestar clínicamente
significativo o un deterioro social, ocupacional o de otras áreas importantes de funcionamiento del
sujeto.
— La alteración del sueño no está asociada a otros trastornos del sueño, como la narcolepsia, trastornos
respiratorios durante el sueño, alteraciones del ritmo circadiano o parasomnias.
— La alteración del sueño no está asociada a trastornos mentales (depresión mayor, ansiedad generalizada,
etc.).
— El trastorno no es un efecto psicofisiológico directo del consumo de sustancias o de un trastorno médico.
Tabla 3
Narcolepsia: criterios diagnósticos del DSM-IV-TR
— Ataques irresistibles de sueño que ocurren diariamente al menos durante tres meses.
— Presencia de uno (o los dos) de los siguientes síntomas:
Cataplexia (cortos episodios de pérdida repentina del tono muscular, la mayor parte de las veces
asociados a emociones intensas).
Intrusiones recurrentes de elementos del sueño MOR en las transiciones sueño-vigilia:
alucinaciones hipnagógicas e hipnopómpicas, parálisis de sueño, etc.
— El trastorno no es un efecto psicofisiológico directo del consumo de sustancias o de un trastorno médico.
Tabla 4
Trastornos de la respiración asociados al sueño: criterios diagnósticos del DSM-IV-TR
— Alteración del sueño manifestada por una excesiva somnolencia o insomnio provocado por un trastorno
respiratorio asociado al sueño (apnea obstructiva o central o hipoventilación alveolar central).
— El trastorno no está asociado a trastornos mentales, ni es un efecto psicofisiológico directo del consumo
de sustancias o de un trastorno médico que no sea respiratorio.
Tabla 5
Trastornos del sueño asociados al ritmo circadiano: criterios diagnósticos del DSM-IV-TR
— Persistente alteración en el patrón de sueño manifestada por somnolencia excesiva o insomnio como
consecuencia de un desajuste entre el horario de sueño y el ritmo circadiano.
— Esta alteración provoca un malestar clínicamente significativo o un deterioro social, ocupacional o de
otras áreas importantes de funcionamiento del sujeto.
— Esta alteración no está asociada ni a un trastorno de sueño ni a un trastorno mental.
— El trastorno no es un efecto psicofisiológico directo del consumo de sustancias o de un trastorno médico.
Tabla 6
337
Pesadillas: criterios diagnósticos del DSM-IV-TR
— Despertares repetidos durante el sueño nocturno o la siesta con un recuerdo detallado de los sueños
amenazantes, que suelen estar asociados a amenazas de supervivencia, seguridad o autoestima. Estos
despertares generalmente ocurren durante la segunda mitad de la noche.
— El sujeto se despierta orientado y en estado de alerta.
— Esta alteración provoca un malestar clínicamente significativo o un deterioro social, ocupacional o de
otras áreas importantes de funcionamiento del sujeto.
— La alteración no está asociada a otro trastorno mental (delirios, estrés postraumático, etc.), ni es un
efecto psicofisiológico directo del consumo de sustancias o de un trastorno médico.
Tabla 7
Terrores nocturnos: criterios diagnósticos del DSM-IV-TR
— Despertares bruscos recurrentes durante el sueño, frecuentemente durante el primer tercio de la noche, e
iniciados con un grito de pánico.
— Miedo intenso y signos de activación autonómica (taquicardia, hiperventiliación, etc.).
— Falta de respuesta a los intentos de los demás para que el sujeto se calme.
— No hay un recuerdo detallado del sueño; amnesia del episodio.
— Los episodios provocan un malestar clínicamente significativo o un deterioro social, ocupacional o de
otras áreas importantes de funcionamiento del sujeto.
— El trastorno no es efecto psicofisiológico directo del consumo de sustancias o de un trastorno médico.
Tabla 8
Sonambulismo: criterios diagnósticos del DSM-IV-TR
— Episodios repetidos de levantarse de la cama durante el sueño para deambular, normalmente durante el
primer tercio del período de sueño principal.
— Durante el episodio el sujeto está pálido y con la mirada fija, no responde a los intentos de los demás
para interrumpir la deambulación o comunicarse con él, y sólo puede ser despertado con notable
dificultad.
— A la mañana siguiente, la persona no recuerda nada sobre el episodio.
— Minutos después de despertar del sonambulismo, no hay deterioro de la actividad mental o de la
conducta (aunque puede haber un corto período de confusión o desorientación).
— Los episodios provocan un malestar clínicamente significativo o un deterioro social, ocupacional o de
otras áreas importantes de funcionamiento del sujeto.
— El trastorno no es un efecto psicofisiológico directo de una sustancia o de un trastorno médico.
2.1. DISOMNIAS
Dentro del apartado de las disomnias los trastornos más frecuentes son el
insomnio, la narcolepsia, los trastornos respiratorios asociados al sueño y los
trastornos del sueño asociados al ritmo circadiano. Según Groswasser, Sottiaux y
Kahn (1996), después de los seis meses de edad, se diagnostica un trastorno de
insomnio si, al menos dos veces por semana, el niño necesita más de 45 minutos para
quedarse dormido o si se despierta totalmente al menos una vez a la semana sin poder
conciliar el sueño a continuación. Estivill (1998) habla de insomnio infantil por
hábitos incorrectos e insomnio por trastornos psicológicos. El primero de ellos, el
más frecuente (98 por 100 de los casos), está provocado y mantenido por una
deficiente adquisición del hábito de dormir, produciéndose una desestructuración del
mismo como consecuencia de los múltiples cambios y estrategias realizadas por los
338
padres para intentar que el niño se duerma (Estivill, 1994) (véase Tabla 9); la edad
durante la que aparece puede ir desde los seis meses hasta los cinco años y provoca
en el niño irritabilidad, dependencia de la madre y, a largo plazo, pueden producirse
trastornos en el desarrollo por la alteración en la secreción de la hormona del
crecimiento (Estivill, 1998). El insomnio infantil provocado por trastornos
psicológicos suele ir asociado a la ansiedad que acompaña a situaciones novedosas
como la entrada en la guardería o en el colegio, por ejemplo. En ocasiones se han
asociado también casos de insomnio infantil a alergias a determinados alimentos
(Caballo, Navarro y Sierra, 2001). Se estima que un 30 por 100 de los niños, incluso
más, puede tener problemas de insomnio.
Tabla 9
Características del insomnio infantil provocado por hábitos de sueño incorrectos (Estivill y De Béjar, 2001)
339
alteraciones son consecuencia de horarios irregulares de sueño, los cuales suelen estar
presentes en muchos adolescentes, especialmente durante los fines de semana (García
de León Álvarez y Robles Sánchez, 2001).
2.2. PARASOMNIAS
Tabla 10
Diferencias entre pesadillas y terrores nocturnos (Buela-Casal y Sierra, 2001a)
PESADILLAS TERRORESNOCTURNOS
Ocurren durante el sueño MOR Ocurren en las fases III y IV del sueño
Ocurren al final del sueño nocturno Ocurren en el primer tercio de la noche
El niño experimenta ansiedad, pero con El niño experimenta altos niveles de
discre- ta activación autonómica ansiedad, mostrando una intensa
activación autonómica
El niño puede incorporarse en la cama, El niño puede incorporarse en la cama,
existien- do en todo momento contacto pero no existe contacto con la realidad
con la realidad
No suelen producirse vocalizaciones Se producen gritos y vocalizaciones
Los contenidos son elaborados Los contenidos son muy poco
elaborados
El sonambulismo, que suele tener lugar habitualmente durante el primer tercio
de la noche, se caracteriza por movimientos corporales que pueden llevar al niño a
sentarse en la cama de forma brusca e, incluso, a levantarse y comenzar a deambular,
no acordándose de nada de lo ocurrido a la mañana siguiente. El episodio termina
340
cuando el niño se acuesta de nuevo y sigue durmiendo o se despierta. Este trastorno
suele tener su inicio entre los 4 y 8 años de edad, alcanzando su máxima frecuencia a
los 12, y remitiendo a partir de los 15; se estima que un 10-30 por 100 de la población
infantil llega a experimentar un episodio de este tipo. Entre sus posibles causas se han
señalado factores genéticos, psicológicos y de retraso madurativo. Para más
información acerca de este trastorno, consúltese Oswald (1990).
Los movimientos rítmicos durante el sueño (o jactatio capitis) consisten en
balanceos rítmicos de la cabeza y en algunos casos, de todo el cuerpo que tienen lugar
habitualmente al comienzo del sueño, aunque a veces pueden aparecer en la fase 2.
La duración de estos episodios suele oscilar entre 5 y 15 minutos, aunque se han
descrito casos con horas de duración. Suelen tener su inicio alrededor de los nueve
meses, a veces como rituales para adormecer y, en la mayoría de los casos, suelen
desaparecer alrededor de los dos años. Su etiología se ha asociado a factores
psicológicos (tensión emocional, ansiedad o actos instintivos de búsqueda de placero
satisfacción) y a un retraso madurativo en el sistema nervioso central (BuelaCasal y
Sierra, 2001b). Se estima que su incidencia está en torno al 3 por 100.
El somniloquio es el habla o la emisión de sonidos, palabras aisladas o frases
cortas durante el sueño y que el niño no recuerda a la mañana siguiente. El contenido
de estas frases suele ser elaborado y afectivo durante el sueño MOR, mientras que, en
las fases de sueño de ondas lentas, los contenidos suelen ser pobres y asociados a
hechos recientes. Habitualmente estos episodios aparecen cuando el niño va por
primera vez a la guardería o al colegio (Estivill, 1994), por lo que se considera que la
ansiedad juega un papel importante en su etiología, aunque, dado que existe una
relación entre la ocurrencia de este trastorno en la infancia y en edades adultas, se ha
planteado que podría existir una importante carga genética (Hublin, Kaprio, Partinen
y Koskenvuo, 1998). La incidencia del somniloquio se sitúa en el 21 por 100.
El bruxismo constituye un trastorno psicofisiológico que consiste en una intensa
contracción de los maxilares y una fricción de las superficies dentarias, lo que
provoca un ruido muy molesto; esta fricción, si es muy frecuente, termina
produciendo un desgaste de los dientes e, incluso, alteraciones en la articulación
temporomandibular. El niño no suele tener conciencia de este comportamiento y
raramente se despierta por el ruido producido; sus quejas suelen ser dolor en las
mandíbulas, cansancio en los músculos de la masticación y extrema sensibilidad de
los dientes por la mañana. La etiología de este trastorno suele estar asociada a
ansiedad, frustración, hostilidad o a alteraciones mecánicas intrabucales (Buela-Casal
y Sierra, 2001a); también se ha asociado al consumo de tabaco (Madrid, Madrid,
Vranesh y Hicks, 1998). Su incidencia está en torno al 4 por 100. Para más
información, véase Reimao (1990).
341
un tratamiento, pues el simple diagnóstico no proporciona información acerca de los
factores que han desencadenado el trastorno de conducta y, sobre todo, de los que lo
están manteniendo. Por ello, una tarea complementaria a ésta es el análisis funcional
de la conducta. La evaluación conductual de los trastornos del sueño plantea la
necesidad de considerar una serie de factores que pueden determinar el trastorno de
sueño: ambiente, conducta, componentes orgánicos y tiempo circadiano (Buela-
Casal, 1990). Partiendo de este modelo, Buela-Casal y Sierra (1996b, 2001b)
elaboran el siguiente procedimiento de evaluación en el que se trata de responder a
cuatro interrogantes en relación al paciente (¿cuándo duerme?, ¿cómo duerme?, ¿qué
hace para dormir? y ¿dónde duerme?):
342
utilizan diferentes técnicas, las cuales pasamos a describir a continuación.
3.1.1. Entrevista
Siempre y cuando sea posible, es necesario realizar una entrevista con el niño; la
información que se obtenga de ella deberá ser contrastada con la obtenida a partir de
los padres. En esta entrevista se deben abordar los siguientes aspectos (Buela-Casal y
Sierra, 2001a):
Tabla 11
Análisis funcional del insomnio (adaptado de Morin, 1998)
343
— Cuándo duerme fuera de casa, lo hace ¿mejor, peor o igual?
— Los fines de semana duerme ¿mejor, peor o igual?
— ¿Existe algún factor que agrave su problema de insomnio (por ejemplo, estrés)?
— ¿Existe algún factor que mejore su problema de sueño (por ejemplo, vacaciones)?
— ¿Hasta qué punto le preocupa su sueño/insomnio?
— ¿Qué efectos tiene el insomnio en su vida (estado de ánimo, nivel de vigilancia, rendimiento)?
— ¿Qué hace para hacer frente a estas secuelas diurnas?
344
dormir que se agrupan en apartados diferentes: actos previos a disponerse a dormir
(comer, beber, fumar, etc.), actividad motora en cama (movimientos irregulares y
desordenados, situarse sucesivamente en distintas zonas de la cama, adoptar una
postura concreta o hacer algunos movimientos concretos de forma fija, etc.),
actividad mental en cama (pensar en cosas buenas, fantasear positivamente, hacer
historias de desarrollo y final feliz; pensar en novios/as o personas de sexo opuesto u
objeto de acepción sexual; revisar lo ocurrido durante el día, hacer examen de lo
hecho, etc.), actividad del acompañante en cama (hablar con camaradas o familiares,
abrazar o coger un fetiche, dejar una luz ambiental), postura de dormirse (lateral,
prono, supina, etc.) y forma de entrar en sueño (con escasa o nula dificultad, difícil o
larga, oyendo música, etc.). Este autoinforme nos permite conocer las conductas
facilitadoras o inhibidoras del sueño realizadas por el sujeto; no se conocen datos
psicométricos.
El Cuestionario de Hábitos de Sueño (Rivas, Navarro, Sagredo, Maldonado y
Dávila, 1998) agrupa en cinco factores (conciliación del sueño, hábitos de sueño en
días laborables, hábitos de sueño en fin de semana, conductas alimentarias, presueño
y siesta) un total de 27 ítem referidos a conductas asociadas al sueño. Puntuaciones
elevadas indican la presencia de conductas inadecuadas para el sueño. La consistencia
interna oscila entre 0,65 del factor presueño y 0,80 de conciliación del sueño.
El Indice de Calidad de Sueño de Pittsburg (Buysse, Reynolds, Monk, Berman
y Kupfer, 1989) contiene 19 ítem que proporcionan una puntuación sobre la calidad
del sueño en el último mes; esta puntuación se obtiene a partir de siete componentes
diferentes: calidad subjetiva del sueño, latencia de sueño, duración del sueño,
eficiencia de sueño habitual, perturbaciones del sueño, uso de medicación hipnótica y
disfunción diurna. Mientras que la puntuación total oscila entre 0 (ausencia de
alteración en el sueño) y 21 (severa alteración del sueño), las puntuaciones parciales
de cada componente lo hacen entre 0 y 3. Royuela y Macías (1997) informan de una
buena consistencia interna, que oscila entre 0,67 y 0,81, dependiendo del factor y de
la población estudiada, de una aceptable fiabilidad test-retest y de una capacidad
predictiva superior al 80 por 100 en una muestra española, estableciéndose la
puntuación de 5 como punto de corte para diferenciar a los buenos de los malos
dormidores.
El Indice de Deterioro del Sueño (Morín, 1998) es una escala de siete ítem en la
que el paciente puntúa la severidad del insomnio, el grado de satisfacción con
respecto al sueño, el grado en que su problema interfiere en su vida cotidiana, hasta
qué punto los demás se dan cuenta de su problema, hasta qué punto le preocupa su
problema, valoración de diferentes elementos como factores de mantenimiento de su
problema y problemas que experimenta durante el día. El autor no informa de
fiabilidad y validez.
La Escala de Actitudesy Creencias sobre el Sueño (Morin, 1998) incluye 30
ítem integrados en cinco factores: conceptos erróneos acerca de las causas del
insomnio, atribuciones falsas o amplificación de sus consecuencias, expectativas
poco realistas, control y previsibilidad del sueño y creencias inadecuadas sobre las
estrategias que inducen el sueño. Esta escala se puede utilizar, aparte de para
identificar las actitudes negativas hacia el sueño y sus trastornos, como herramienta
345
de trabajo durante la reestructuración cognitiva del paciente. No se conocen datos
psicométricos.
La Escala ede Somnolencia ede Estanford (ESS) (Hoddes, Dement y Zarcone,
1972) es una escala de autoevaluación del estado de activación-somnolencia que
consta de descripciones de siete diferentes estados que implican distintos niveles de
activación. Al sujeto se le pide que elija la descripción que mejor describe su estado
en ese momento. Las puntuaciones bajas en la ESS indican «alerta» y las
puntuaciones altas, «somnolencia»; las puntuaciones más altas se presentan si una
persona manifiesta somnolencia patológica. Se han encontrado correlaciones
significativas de esta escala con el tiempo de reacción, la temperatura periférica y la
tasa cardíaca, mostrando, por tanto, una buena validez; en la Tabla 13 se presenta un
formato en el que el sujeto registra la activación autoinformada en tres momentos
diferentes del día a lo largo de la semana. Para una mayor información sobre esta
escala puede consultarse Buela-Casal y Sierra (1994, 1996b).
La Escala de Somnolencia de Epworth (ESE) (Johns, 1991) trata de solventar un
problema que presenta la Escala de Somnolencia de Stanford consistente en que las
poblaciones clínicas con una somnolencia excesiva no suelen discriminar los niveles
de somnolencia. La ESErecoge ocho situaciones asociadas a diferentes grados de
somnolencia en las que el sujeto debe indicar el riesgo de quedarse dormido (0 =
ningún riesgo y 3 = alto riesgo); se considera que el punto de corte para considerar
una somnolencia patológica está en una puntuación de 16. En un reciente estudio con
una muestra portuguesa se informa de una consistencia interna de 0,84 y una
correlación negativa entre la puntuación total y la latencia del sueño registrada
mediante polisomnografía, pero no existe relación con la latencia del sueño registrada
mediante el Test de Latencia Múltiple de Sueño, por lo que se recomienda utilizarla
con cierta cautela (Meneses, Ribeiro y Martins da Silva, 2001).
Tabla 12
Autoinformes de sueño y sus trastornos
Tabla 13
Escala de Somnolencia de Stanford (ESS) para evaluar la activación autoinformada en tres momentos del día a
lo largo de una semana
346
NOMBRE: SEMANA:
INSTRUCCIONES: Lea con detenimiento la siguiente escala y escriba el número correspondiente al estado
con el que usted se identifica en cada momento (anotando la hora exacta) a lo largo de los distintas días de
la semana.
Tabla 14
Diario de sueño (Buela-Casal y Sierra, 2001a)
347
Tabla 15
Diario y resumen de diario de sueño (adaptado de Morin, 1998)
LIS: latencia de inicio del sueño; TDIS: tiempo despierto después de iniciar el sueño; DP: despertar precoz;
TTV: tiempo total de vigilia (LIS + TDIS + DP); TTS: tiempo total de sueño; TEC: tiempo en cama; ES:
eficiencia del sueño (TTS / TEC x 100); FDN: frecuencia de los despertares nocturnos.
348
objetiva el sueño del niño y sus posibles alteraciones, y pueden utilizarse tanto en
registros nocturnos como en la evaluación de la somnolencia diurna. La evaluación
polisomnográfica constituye el registro de sueño nocturno más frecuente, para lo cual
el paciente debe pasar algunas noches en un laboratorio de sueño; entre las técnicas
más utilizadas para la evaluación de la somnolencia destacan el Test de Latencia
Múltiple de Sueño (TLMS), el Test de Medidas Repetidas de la Vigilia (TMRV), el
Test de Mantenimiento de la Vigilia (TMV), la Puntuación Poligráfica de
Somnolencia (PPS), el Indice Poligráfico de Somnolencia (IPS) y las pruebas de
rendimiento. Una descripción de cada una de ellas puede encontrarse en Buela-Casal
y Sierra (1996b, 2001b) y en Pin y cols. (2001).
349
deben utilizar reforzadores, las instrucciones deben ser sencillas y muy claras,
sesiones cortas para no provocar cansancio, etc. El objetivo es convertir la relajación
en un hábito más del estilo de vida del niño. En la Tabla 16 se recoge el comienzo de
una sesión de relajación, concretamente la relajación de uno de los brazos. Después
de repetir el procedimiento con los diferentes grupos musculares (nuca, hombros,
ojos, cejas, frente, cuello, boca, tronco, pecho y piernas), el sujeto debe saber
relajarse por sí solo.
Tabla 16
Relajación de uno de los brazos
Acomódate lo mejor que puedas en este sillón, cierra los ojos y escucha atentamente lo que te
voy a decir para que tengas conciencia de ciertas sensaciones corporales. Después te enseñaré a reducir esas
sensaciones. Primero dirige la atención a tu brazo izquierdo, en concreto a tu mano izquierda. Cierra el
puño izquierdo. Apriétalo con fuerza y observa la tensión que se crea en la mano y en el antebrazo. Céntrate
en la sensación de tensión. Ahora afloja. Relaja la mano izquierda y déjala descansar sobre el brazo del
sillón. Observa la diferencia entre la tensión y la relajación (pausa de 10 segundos). Ahora, una vez más,
cierra el puño izquierdo, fuerte, y siente la tensión de la mano y el antebrazo. Obsérvala y, ahora, afloja.
Deja que tus dedos se distiendan, relajados, y nota una vez más la diferencia entre la tensión muscular y la
relajación (pausa de 10 segundos).
4.1.2. Biofeedback
350
etc. El sujeto observa los cambios naturales que se van sucediendo y va aprendiendo
a identificar los estados mentales que se corresponden a dichos cambios. Al cabo de
poco tiempo es capaz de influir sobre funciones que antes se escapaban de su control,
aprendiendo a relajarse sin la ayuda del aparato. En el caso de pacientes insomnes, la
metodología más utilizada suele ser el biofeedback electromiográfico frontal que
permite al paciente aprender a relajar estos músculos. Otra modalidad utilizada en
ocasiones ha sido el biofeedback electroencefalográfico con el fin de aumentar el
ritmo cerebral alfa, el cual caracteriza a los estados de relajación, o el ritmo tetha,
característico de estados de relajación más profunda. El biofeedback de la actividad
electrodermal informa de la actividad eléctrica de la piel; dado que se conoce que el
nivel de la conductancia de la piel correlaciona con el nivel de activación del sistema
nervioso central, este tipo de biofeedback es un instrumento útil para identificar el
nivel de activación autonómico (niveles de ansiedad) y para entrenar al sujeto en
relajación.
351
— Acostado en la cama boca arriba en un estado de relajación, el sujeto se
imagina que es una esponja, los brazos están sueltos y separados del cuerpo, los
hombros relajados, las piernas separadas y sin tensión. Se aprieta el cuello y la
espalda contra la cama, respira profundamente dejando que cada parte del cuerpo se
relaje.
— Inspirar profundamente por la nariz, a continuación con los labios casi
pegados dejar escapar lentamente el aire por la boca, aguantando todo el tiempo
posible, percibir el sonido del aire al salir y sentir cómo la tensión va desapareciendo.
— Con los ojos cerrados y completamente relajado, contar lentamente desde 10
hasta 0, visualizando los números con gran lentitud y belleza; percibir en progresión
descendente, como si cada número estuviese en un peldaño más abajo de una
escalera; todos los músculos del cuerpo se van relajando, mientras se visualizan los
números.
352
— Durante 30 segundos aproximadamente, se le explica al niño que el osito, el
dibujo (elementos externos), van a estar con él toda la noche; es fundamental el tono
y la actitud de seguridad de los padres en este discurso.
— Se le dan las buenas noches, se apaga la luz y se sale de la habitación, aunque
esté llorando, dejando la puerta algo abierta.
— Si el niño llora (que será lo lógico), no se le dejará; pasado 1 minuto, entra la
persona mayor, quedándose a cierta distancia de él, y en 10 segundos se le explica de
nuevo cómo tiene que dormir, y se sale de nuevo de la habitación. Si el niño sigue
llorando, se espera de nuevo para entrar, pero, en este caso, el tiempo de espera es
mayor. Se sigue el programa temporal recogido en la Tabla 17. Las entradas en el
cuarto deben seguir un programa de esperas progresivas preestablecido, y nunca
deben hacerse para que el niño deje de llorar o para ayudarle a dormir. Las entradas
en la habitación del niño no deben ser contingentes al llanto o demanda del mismo,
sino que siguen siempre un tiempo de espera que es más largo a cada entrada.
— Si el niño se despierta de noche, se sigue el mismo proceso descrito, pero
teniendo mucha seguridad y convicción en no doblegarse a las exigencias del niño.
Tabla 17
Tabla de tiempos que los padres deben esperar antes de entrar en la habitación del niño que llora (Estivill y De
Béjar, 2001)
353
contexto de dormir (la cama, el dormitorio y la hora de acostarse). De este modo,
estas señales, en vez de dar lugar a conductas incompatibles con el sueño, activación
mental y física, la persona aprende a asociarlas a estados mentales y físicos
favorecedores del sueño. La correcta aplicación de esta técnica implica los siguientes
pasos:
4.3.3. Cronoterapia
Tabla 18
Protocolo de aplicación de la cronoterapia
354
4.3.4. Reducción del tiempo en cama
Veamos el ejemplo del adolescente anterior que dormía solamente 360 minutos.
Se le pide que esté en cama únicamente seis horas, retrasando la hora de acostarse.
Imaginemos que ese día el paciente está en cama 360 minutos y duerme solamente
240 minutos (eficiencia de sueño de 0,66; 240 / 360 = 0,66); como la eficiencia de
sueño es inferior a 0,80, se disminuyen 20 minutos el tiempo en cama, por lo que, a la
noche siguiente, el sujeto debe estar acostado 340 minutos; imaginemos que duerme
280 minutos; su eficacia en este caso es de 0,82 (280 / 340 = 0,82); en este caso
dejamos que la noche siguiente esté en cama el mismo tiempo (340 minutos); esta
tercera noche duerme 300 minutos, por lo que su eficiencia es de 0,88
(300/340=0,88); en este caso se incrementaría el tiempo en cama en 20 minutos. Este
proceso se repite hasta que la eficiencia de sueño se aproxima o supera el 90 por 100.
355
4.3.5. Higiene del sueño
En los programas de higiene del sueño se incluyen dos tipos de factores que
determinan la calidad de sueño: factores ambientales (ruido, luz, temperatura,
etcétera) y factores asociados a la salud (nutrición, ejercicio físico, consumo de
estimulantes y uso de hipnóticos). Todos estos hábitos de salud y factores
ambientales, aunque raramente son lo suficientemente intensos como para constituir
la causa primaria de un trastorno del sueño, pueden llegar a complicar un problema
de sueño ya existente y dificultar su mejora con el tratamiento. La higiene de sueño es
aplicable incluso a recién nacidos, ayudándoles a diferenciar entre estado de vigilia y
estado de sueño, asociándoles la cuna a dormir, enseñándoles a dormir solos, creando
una rutina previa al momento de acostarse, etc. (Estivill y De Béjar, 2001). En la
Tabla 19 se recogen aspectos ambientales relacionados con la higiene de sueño.
Tabla 19
Características ambientales que mejoran la calidad del sueño (Sierra y Buela-Casal, 1997)
— Evitar o reducir el ruido. Cuanto más amueblada esté la habitación, más se amortigua el ruido; corcho en
el suelo, acolchar la puerta y cortinas de tela reducen el ruido en gran medida.
— Las paredes de la habitación deben ser de colores cálidos.
— La habitación debe ventilarse todos los días y mantener una temperatura y nivel de humedad adecuados.
Con una temperatura de 20-22°C; debe haber un grado de humedad de un 40-70%.
— Si la habitación es pequeña, es conveniente dejar la puerta entreabierta para facilitar la ventilación.
Tabla 19 (Continuación)
Características ambientales que mejoran la calidad del sueño (Sierra y Buela-Casal, 1997)
— No dormir con plantas en la habitación, ya que durante la noche consumen el oxígeno del aire. — Elegir
un colchón de buena calidad, ni demasiado duro, ni demasiado blando y que se adapte al cuerpo.
— Utilizar una cama que no sea demasiado estrecha; durante la noche un sujeto puede cambiar de posición
unas 20 veces, por lo que el miedo a caerse puede prolongar el estado de alerta.
— No utilizar un sobreexceso de mantas; lo más adecuado son los edredones de pluma pues, al mismo
tiempo que abrigan, son muy livianos y permiten la traspiración.
— Utilizar almohadas adecuadas; la almohada favorece el sueño siempre que la nuca descanse, por lo que
se debe utilizar una sola almohada que no sea demasiado gruesa.
Tabla 20
Recomendaciones acerca de las conductas que afectan al sueño (Sierra y Buela-Casal, 1997)
356
— La práctica de ejercicio físico durante el día facilita el sueño por la noche, siempre y cuando no se haga
antes de acostarse.
— La cena se debe hacer temprano, de tal forma que la digestión haya terminado a la hora de acostarse.
Una cena demasiado fuerte afecta negativamente al sueño.
— Los alimentos ricos en calcio y vitamina B tienen propiedades sedantes, por ello son recomendables para
la cena; en especial, se recomiendan productos lácteos.
— No ingerir chocolate o grandes cantidades de azúcar.
— No se debe beber demasiado antes de acostarse. Los estimulantes (refrescos de cola, café, té, etc.)
dificultan conciliar el sueño. No se recomienda beber alcohol, por lo menos dos horas antes de irse a
la cama, ni el consumo de cafeína por lo menos seis horas antes.
— No fumar durante varias horas antes de acostarse.
— En caso de despertarse por la noche, no comer; de lo contrario, se puede adquirir la costumbre de
despertar cada vez que se tenga hambre.
357
anticolinérgico o neurolépticos; todos ellos pueden provocar confusión, sedación
diurna y efectos colaterales a largo plazo, por lo que, en los últimos años, se están
evaluando los efectos de otro tipo de sustancias, como la melatonina (Smits y cols.,
2001). Para una mayor información acerca del tratamiento farmacológico de los
trastornos del sueño, se puede consultar BuelaCasal y Sierra (2001b).
5. CONCLUSIONES
Los trastornos del sueño constituyen uno de los problemas de salud más
extendidos en las sociedades occidentales. Una adecuada calidad del sueño se
instaura y consolida desde el nacimiento, de ahí la necesidad de la importancia de la
higiene de sueño desde las primeras semanas de vida. El trastorno de sueño más
extendido en la edad infantil es el insomnio por hábitos inadecuados del sueño, lo
cual exije una reestructuración de diferentes conductas relacionadas con el sueño. No
obstante, en general, la evaluación y tratamiento de los trastornos del sueño exigen
una comprensión y un control de variables biológicas, psicológicas y sociales. A lo
largo del capítulo se han descrito las técnicas de evaluación y tratamiento a
disposición del psicólogo conductual para hacer frente a estas alteraciones, en
especial al insomnio; se ha descrito la entrevista, los autoinformes y las técnicas
psicofisiológicas. Por lo que respecta al tratamiento, se han comentado las técnicas de
relajación, las técnicas cognitivas y el arreglo del estilo de vida.
6. CASO CLÍNICO
Pedro es un adolescente de 14 años que acude a consulta con sus padres por
iniciativa de éstos como consecuencia de las dificultades para conciliar el sueño que
viene presentando en los siete últimos meses. Ni en la actualidad, ni en el pasado,
destaca ningún hecho relevante en su vida; muestra buenas relaciones con sus padres
y con su hermano. El problema surge a principios del presente curso académico y se
asocia a estudiar por la noche. Pedro es un excelente estudiante, dedicando muchas
horas al día a esta actividad. Aparte de las clases, es habitual que se encierre en su
habitación a estudiar, haciéndolo hasta la 1 ó 2 de la madrugada. En las últimas
semanas, una vez acostado, tarda de una a dos horas en conciliar el sueño, por lo que,
a la mañana siguiente, le cuesta mucho levantarse, estando somnoliento durante gran
parte del día, lo que estaba dificultando sus tareas académicas. La somnolencia diurna
y el cambio de carácter que estaba experimentando el adolescente es lo que hace a los
padres acudir a consulta.
Evaluación
Las dos primeras sesiones se dedican a la evaluación del problema. Se comienza
con una entrevista que sigue el esquema planteado por Morin (1998), en la que se
descarta la existencia de trastornos psicopatológicos graves, consumo de sustancias y
trastornos médicos, manifestando el paciente únicamente dificultades para conciliar el
358
sueño durante los últimos siete meses, e intensificándose de un modo considerable
durante el último mes; esto provoca somnolencia diurna y una disminución
importante del rendimiento en las tareas escolares. Según esto, el paciente cumple
con los criterios diagnósticos de insomnio primario recogidos en el DSM-IV-TR. El
paciente señala que comenzó a experimentar problemas de sueño desde principios de
este curso; siempre le gustó estudiar hasta tarde (2 de la madrugada
aproximadamente), pero que, en los últimos meses, después de dejar de estudiar, no
llegaba a conciliar el sueño fácilmente; a medida que no se quedaba dormido,
comenzaba a inquietarse porque al día siguiente se levantaría con sueño. Por la
información recogida se hipotetiza que el sujeto ha aprendido a irse a la cama en un
estado de activación incompatible con la conciliación del sueño, convirtiendo su
habitación en un estímulo discriminativo de alerta; en el momento en que no concilia
el sueño, comienza a preocuparse, lo que mantiene el problema a lo largo del tiempo;
las dificultades para rendir al día siguiente confirman y ratifican sus preocupaciones
de la noche anterior. Se le aplica el Índice de Calidad de Sueño de Pittsburgh y el
Índice de Deterioro del Sueño de Morin; ambos instrumentos ponen de manifiesto la
intensidad del problema. Se le pide al paciente también que rellene un diario de sueño
similar al presentado en este capítulo (adaptación de Morin, 1998) y la Escala de
Somnolencia de Stanford en tres momentos diferentes del día con el fin de establecer
una línea base lo más fidedigna posible.
Tratamiento
En la sesión 3 se comentan los autorregistros, se le explica al paciente el
programa de intervención que consistirá en cambiar hábitos de sueño desadaptados,
modificar actitudes y cogniciones disfuncionales e instaurar hábitos adecuados de
higiene de sueño; además se le informa acerca del sueño y se le da una explicación
funcional del insomnio. En la sesión 4, como ocurrirá al inicio de todas las sesiones,
se analizan y discuten los autorregistros, y se le instruye en las técnicas de restricción
de sueño y control de estímulo: reducción del tiempo en cama a 5 horas por noche,
acostarse solamente cuando tenga sueño, levantarse de la cama cuando no se concilie
el sueño, levantarse siempre a la misma hora y utilizar el dormitorio sólo para dormir.
En la sesión 5 se discuten los autorregistros y la puesta en práctica de las técnicas
descritas en la sesión anterior. En las sesiones 6 y 7 se repitió todo lo señalado
durante la sesión anterior y se introdujeron los principios y los objetivos de la terapia
cognitiva: se corrigieron las atribuciones falsas sobre las causas del insomnio (el
paciente creía que era consecuencia de alguna enfermedad física grave), se
eliminaron las creencias disfuncionales sobre las repercusiones del insomnio por
medio de la parada del pensamiento («mañana voy a estar dormido en clase», «no
rendiré lo suficiente», «esto va a peor»...) y se instruyó al sujeto para que no se
obsesionara en quedarse dormido, sino todo lo contrario, que se relajara con
pensamientos positivos. En la sesión 8 se discuten los autorregistros en los que se
manifiesta ya una clara mejoría en el problema, se comentan las dificultades
encontradas en la aplicación de las técnicas conductuales y cognitivas de las sesiones
anteriores y se trabaja con el paciente la importancia de la higiene del sueño. En estos
momentos el sujeto ya conseguía dormir seis horas, pero le era difícil eliminar de su
359
mente la preocupación por quedarse dormido en el momento de acostarse por lo que
se trabajó en técnicas de relajación cognitiva para que las pusiera en marcha en el
momento de acostarse. Se le instruyó en la importancia de poner en marcha conductas
saludables para facilitar el sueño (ejercicio, dieta, etc.) y eliminar conductas
facilitadoras del insomnio (consumo de refrescos de cola, en su caso). En la sesión 9
se revisó toda la situación hasta ese momento y se trabajó en la prevención de
recaídas: identificar situaciones de riesgo (por ejemplo, días que tiene que cenar fuera
y, por tanto, modificar sus horarios) y entrenamiento en habilidades para hacerles
frente. En este momento se da por finalizado el tratamiento pues el sujeto ya
conseguía conciliar el sueño una vez acostado y dormía cerca de siete horas, no
mostrando apenas somnolencia durante el día. A los seis meses y al año, se hizo un
seguimiento telefónico, manteniéndose los resultados.
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VELA BUENO, A. (1998), «Principios básicos de diagnóstico de la narcolepsia», Vigilia- Sueño, núm. 10
(supl.), págs. 75-84.
8. LECTURAS RECOMENDADAS
361
BUELA-CASAL, G. y NAVARRO HUMANES, J. F. (1990) (dirs.), Avances en la investigación del sueño y
sus trastornos, Madrid, Siglo XXI.
Capítulo dedicado exclusivamente al análisis de las técnicas de evaluación en los trastornos del
sueño: entrevista, diarios de sueño, cuestionarios y técnicas psicofisiológicas.
CABALLO, V. E.; NAVARRO, J. F. y SIERRA, J. C. (1998), «Tratamiento conductual de los trastornos del
sueño», en V. E. Caballo (dir.), Manual para el tratamiento cognitivoconductual de los trastornos
psicológicos, Madrid, Siglo XXI, vol. 2.
En este capítulo se describe el tratamiento conductual de los trastornos del sueño más
importantes, haciendo especial énfasis en el tratamiento del insomnio.
En este capítulo se recogen las pautas a seguir para la prevención de los trastornos del sueño y
para diseñar un programa de higiene de sueño. Se analizan los factores ambientales, la nutrición, el
ejercicio físico, el consumo de drogas sociales y el consumo de hipnóticos.
362
9. CUESTIONARIO DE AUTOEVALUACIÓN
2. Dentro del modelo conductual interactivo de los trastornos del sueño, los
parámetros del sueño se consideran en la dimensión:
a) ¿Cuándo duerme?
b) ¿Cómo duerme?
c) ¿Dónde duerme?
363
9. Un problema de la Escala de Somnolencia de Stanford es:
a) Su falta de validez
b) El excesivo tiempo para contestarla.
c) Menor discriminación de los niveles de somnolencia en poblaciones
con somnolencia excesiva.
11. De los siguientes registros psicofisiólógicos, ¿cuál incluye todas las fases
de sueño?
a) Puntuación Poligráfica de Somnolencia (PPS).
b) Test de Medidas Repetidas de la Vigilia (TMRV).
c) Test de Latencia Múltiple de Sueño (TLMS).
364
b) Control del estímulo.
c) Cronoterapia.
17. Sincronizar la tendencia circadiana del sueño con las horas programadas
para acostarse es el objetivo de:
a) Terapia luminosa.
b) Cronoterapia.
c) Control del estímulo.
1. Embarazo
365
2. Parto
3. Historial médico
4. Sueño
366
— ¿Ronca?
¿Cuánto tiempo?
— Se la noche?
¿Cuántas veces?
¿Cuánto tiempo tarda en quedarse dormido otra vez?
¿Cuánto tiempo?
367
— ¿Se mueve en exceso en la cama cuando está dormido?
368
— ¿Han acudido con el niño a algún especialista por este mismo problema o
alguno parecido?
— ¿Qué problema?
369
COLECCIÓN MANUALES Y OBRAS DE
REFERENCIA
370
TÍTULOS PUBLICADOS
371
Índice
Portada 2
Créditos 5
ÍNDICE 6
PRÓLOGO, Manuel Peralbo Urquiano 16
CAPÍTULO PRIMERO.—EVALUACIÓN Y TRATAMIENTO
DE LA HIPERACTIVIDAD, Alfonso Barca Lozano y Andrés 19
González Enríquez
1. Introducción 19
2. Hiperactividad y dificultades de aprendizaje 20
2. 1. Introducción: la hiperactividad 20
2. 2. Elementos definitorios y determinantes 21
2. 3. Perspectivas actuales 25
3. Factores incidentes y determinantes de la hiperactividad en niños 26
3. 1. Dificultades de maduración motórico-emocional y factores
26
ambientales
3. 2. Factores perinatales 28
3. 3. Retraso en la maduración de estructuras neuropsicológicas 29
4. Principales elementos de caracterización de la hiperactividad en niños 29
4. 1. Actividad corporal excesiva 29
4. 2. Dificultades de atención sostenida y limitación de la capacidad de
30
procesamiento
4. 3. Variabilidad afectivo-emocional y dificultades de interacción 31
5. El proceso de evaluación e intervención psicopedagógica (conductual y
33
cognitiva) en la hiperactividad
5. 1. Introducción 33
5. 2. Instrumentos para la evaluación de la hiperactividad 33
5. 2.1. Criterios de diagnóstico del DSM-IV (APA, 1995) 33
5. 2.2. Escalas y cuestionarios de evaluación/diagnóstico de la
35
hiperactividad
5. 2.3. Otros instrumentos de evaluación 36
5. 3. El proceso de intervención conductual en niños hiperactivos 37
5. 4. Técnicas básicas de modificación de conducta en la hiperactividad 38
5. 4.1. Fase de identificación y evaluación de la conducta 38
5. 4.2. Fase de intervención 43
5. 5. El proceso de intervención con técnicas cognitivo-conductuales 49
5. 6. Orientaciones generales psicopedagógicas sobre la intervención en
372
la hiperactividad
5. 7. Orientaciones para la elaboración de adaptaciones curriculares en
52
déficit atencionales en Educación Infatil y Primaria
5. 8. Otras técnicas de intervención en hiperactividad en la escuela:
54
hacia un modelo de Intervención Psicomotriz en el contexto educativo
5. 8.1. El profesor como contenedor/regulador de la conducta de los
55
alumnos hiperactivos
5. 8.2. Las técnicas psicomotrices y el abordaje de la hiperactividad
56
en el aula
5. 8.3. El aprendizaje cooperativo como medio para facilitar la
58
interacción del niño hiperactivo en el aula
5. 8.4. Resumen y conclusiones: propuestas específicas de
58
intervención
5. 8.4.1. Propuesta de actividades a realizar por los profesores:
58
estrategias y técnicas de enseñanza
5. 8.4.2. Propuesta de actividades a realizar por los profesores:
59
actividades escritas
5. 8.4.3. Propuesta de actividades a realizar por los profesores:
61
organización e integración de la clase
5. 8.4.4. Propuesta de actividades a realizar por los padres 61
6. Caso clínico 62
6. 1. Descripción y evaluación 62
6. 2. Proceso de intervención psicoeducativa 64
7. Referencias bibliográficas 70
8. Lecturas recomendadas 71
9. Cuestionario de autoevaluación 73
10. Anexos 77
Anexo I. Evaluación e intervención en hiperactividad con déficit de
77
atención (TDH-A)
Anexo II. Cuestionario de análisis funcional de la conducta
problemática en los centros escolares (análisis situacional: 90
antecedente/conducta/consecuente)
CAPÍTULO II.—EVALUACIÓN Y TRATAMIENTO DEL
98
RETRASO MENTAL, Miguel Ángel Verdugo Alonso
1. Introducción 98
2. Conceptualización del retraso mental 99
3. Clasificación de la AAMR 102
4. Evaluación del retraso mental 103
5. Intervención en alumnos con discapacidad intelectual 106
6. Conclusiones 111
373
6. Conclusiones 111
7. Caso clínico 112
8. Referencias bibliográficas 115
9. Lecturas recomendadas 116
10. Cuestionario de autoevaluación 116
CAPÍTULO III.—EVALUACIÓN Y TRATAMIENTO DEL
120
AUTISMO, Andrea Fernández Lerchundi
1. Introducción 120
2. Concepto de autismo 120
3. Epidemiología 122
4. Etiología 123
5. Sintomatología 127
6. Aplicación de las técnicas de evaluación del autismo 128
6. 1. Cuestionarios, escalas e inventarios 128
6. 2. Detección precoz 129
6. 3. Escalas de detección precoz 131
7. Aplicación de las técnicas de tratamiento del autismo 131
7. 1. Estrategias generales 132
7. 2. Áreas y contextos de trabajo 133
7. 2.1. Habilidades de comunicación 133
7. 2.2. Conductuales 134
7. 2.3. Contexto familiar 135
7. 2.4. Habilidades de socialización 135
7. 2.5. Centros de educación infantil 136
7. 2.6. Ocio y tiempo libre 136
7. 3. Programas de trabajo 137
8. Conclusiones 138
9. Caso clínico 138
9. 1. Datos generales 139
9. 2. Datos familiares 139
9. 3. Datos relevantes obtenidos tras la evaluación y la entrevista 139
9. 4. Orientación 140
9. 5. Intervención 140
9. 6. Evolución 141
10. Referencias bibliográficas 141
11. Páginas web recomendadas 143
12. Lecturas recomendadas 144
13. Cuestionario de autoevaluación 145
374
CAPÍTULO IV.—EVALUACIÓN Y TRATAMIENTO DE LA 149
ANSIEDAD INFANTIL, María Clara Cuevas Jaramillo
1. Introducción 149
1. 1. Diferenciación entre miedo, estrés, ansiedad, aprehensión ansiosa y
149
fobia
1. 2. El miedo en la infancia: aspectos evolutivos 151
2. Trastornos de ansiedad infantil 152
2. 1. Características principales 152
2. 2. Clasificación 154
2. 2.1. Ansiedad por separación 154
2. 2.1.1. Otras consideraciones 156
2. 2.2. Trastorno de pánico 158
2. 2.2.1. Ataque de pánico 158
2. 2.2.2. Agorafobia 159
2. 2.2.3. Trastorno de angustia (pánico) 160
2. 2.2.4. Trastorno de angustia con agorafobia 160
2. 2.2.5. Otras consideraciones 161
2. 2.3. Fobia específica 161
2. 2.3.1. Otras consideraciones 163
2. 2.4. Fobia social 164
2. 2.4.1. Otras consideraciones 165
2. 2.5. Trastorno de ansiedad excesiva 166
2. 2.5.1. Otras consideraciones 167
2. 2.6. Trastorno obsesivo-compulsivo 168
2. 2.6.1. Otras consideraciones 169
2. 2.7. Trastorno por estrés postraumático 170
2. 2.7.1. Otras consideraciones 171
3. Aplicación de las técnicas de evaluación de la ansiedad infantil 172
3. 1. Entrevista 174
3. 2. Autoinformes 175
3. 2.1. Autoinformes estructurados 175
3. 2.1.1. Inventarios generales de miedos 175
3. 2.1.2. Inventarios españoles 176
3. 2.1.3. Inventarios específicos de miedo 176
3. 2.1.4. Medidas complementarias de autoinforme 177
3. 2.2. Autoinformes no estructurados 177
3. 2.2.1. Numéricos 177
3. 2.2.2. Gráficos 177
375
3. 2.2.3. Materiales 178
3. 2.2.4. Gestuales 178
3. 3. Observación 178
3. 3.1. Pruebas de aproximación conductual 179
3. 3.2. Pruebas de tolerancia 179
3. 4. Autorregistro 179
3. 5. Registros psicofisiológicos 180
4. Aplicación de las técnicas de tratamiento de la ansiedad infantil 184
4. 1. Desensibilización sistemática y variantes 184
4. 1.1. Relajación 185
4. 2. Técnicas de modelado 186
4. 2.1. Modelado sin modelos en vivo 186
4. 2.1.1. Modelado simbólico 186
4. 2.1.2. Modelado encubierto 186
4. 2.2. Modelado con modelos en vivo 186
4. 2.2.1. Modelado no participante 187
4. 2.2.2. Modelado participante 187
4. 3. Técnicas operantes 187
4. 4. Técnicas cognitivas 188
4. 4.1. Reestructuración cognitiva 188
4. 4.2. Entrenamiento en autoinstrucción 189
4. 4.3. Resolución de problemas 189
4. 5. Técnicas de exposición 189
4. 6. Técnicas cognitivo-conductuales 190
4. 7. Tratamiento farmacológico 191
5. Conclusiones 192
6. Caso clínico 193
6. 1. Descripción del caso 193
6. 2. Evaluación 194
6. 3. Tratamiento 195
7. Referencias bibliográficas 197
8. Lecturas recomendadas 199
9. Cuestionario de autoevaluación 200
CAPÍTULO V.—EVALUACIÓN Y TRATAMIENTO DE LA
DEPRESIÓN INFANTIL, María Clara Cuevas Jaramillo e 205
Inmaculada Teva
1. Introducción 205
2. Depresión infantil 206
376
2. Depresión infantil 206
2. 1. Criterios diagnósticos 207
2. 1.1. Criterios de Spitzer, Endicott y Robins (1978) 208
2. 1.2. Criterios de Poznanski (1982) 208
2. 1.3. Criterios de Weinberg y cols. (1973) 209
2. 1.4. Criterios del Manual Diagnóstico y Estadístico de los
210
Trastornos Mentales (DSM-IV) (APA, 1995)
2. 2. Clasificación 211
2. 3. Características predominantes en función de la edad 211
2. 4. Conducta suicida 213
2. 5. Teorías etiológicas 215
2. 5.1. Teorías psicológicas 215
2. 5.1.1. Modelo socio-ambiental 215
2. 5.1.2. Modelo de indefensión aprendida 216
2. 5.1.3. Modelo de autocontrol 217
2. 5.1.4. Modelo cognitivo 218
2. 5.2. Teorías biológicas 218
3. Aplicación de las técnicas de evaluación de la depresión infantil 219
3. 1. Entrevista 220
3. 2. Autoinformes 222
3. 3. Informes de terceras personas 225
3. 4. Autorregistro 225
3. 5. Observación 227
3. 6. Registros psicofisiológicos y biológicos 227
4. Aplicación de las técnicas de tratamiento de la depresión infantil 230
4. 1. Técnicas conductuales 230
4. 1.1. Programación de actividades 230
4. 1.2. Programación de actividades placenteras 231
4. 1.3. Reforzamiento contingente 231
4. 1.4. Programas de entrenamiento en habilidades sociales y
231
asertividad
4. 2. Técnicas cognitivas 232
4. 2.1. Reestructuración cognitiva 233
4. 2.2. Modelamiento cognitivo 233
4. 2.3. Autoinstrucciones 233
4. 2.4. Solución de problemas 234
4. 3. Técnicas cognitivo-conductuales 234
4. 4. Terapia interpersonal 235
377
5. Conclusiones 236
6. Caso clínico 237
7. Referencia bibliográficas 243
8. Lecturas recomendadas 246
9. Cuestionario de autoevaluación 247
CAPÍTULO VI.—EVALUACIÓN Y TRATAMIENTO DEL
251
DÉFICIT DE AUTOESTIMA, María Paz Bermúdez
1. Introducción 251
2. Concepto y características del déficit de autoestima 252
2. 1. Concepto de autoestima 252
2. 2. Características del déficit de autoestima 254
3. Aplicación de técnicas de evaluación del déficit de autoestima 257
3. 1. Entrevista 258
3. 1.1. Entrevista con el niño o el adolescente 258
3. 1.2. Entrevista con terceras personas 258
3. 2. Autoinformes 258
3. 3. Observación directa 261
3. 3.1. Autoobservación 262
3. 3.2. Observación de terceras personas 262
4. Aplicación de las técnicas de tratamiento del déficit de autoestima 263
4. 1. Reestructuración cognitiva 263
4. 2. Entrenamiento en habilidades sociales 264
4. 3. Entrenamiento en resolución de problemas 265
4. 4. Tratamiento del trastorno de la imagen corporal 266
5. Conclusiones 267
6. Caso clínico 267
7. Referencias bibliográficas 269
8. Lecturas recomendadas 269
9. Cuestionario de autoevaluación 270
CAPÍTULO VII.—EVALUACIÓN Y TRATAMIENTO DE LA
ENURESIS Y LA ENCOPRESIS, M.a Angeles Fernández 274
Martín y Antonio Garzón Guerrero
1. Enuresis 274
1. 1. Introducción 274
1. 2. Definición y conceptualización 275
1. 3. Hipótesis causales 277
1. 3.1. Explicaciones fisiológicas 278
1. 3.2. Predisposición genética 279
378
1. 3.4. Factores de aprendizaje 279
1. 3.5. Presencia de estresores vitales 279
1. 4. Aplicación de las técnicas de evaluación de la enuresis 280
1. 4.1. Pruebas médicas 280
1. 4.2. Entrevista clínica 280
1. 4.3. Autorregistros 282
1. 4.4. Escala de Tolerancia Materna (ETM) 283
1. 5. Aplicación de las técnicas de tratamiento de la enuresis 284
1. 5.1. Método de la alarma 284
1. 5.2. Entrenamiento en retención 285
1. 5.3. Entrenamiento en cama seca 286
1. 5.4. Tratamiento farmacológico 288
1. 6. Conclusiones 289
2. Encopresis 289
2. 1. Introducción 289
2. 2. Definición y conceptualización 289
2. 3. Hipótesis causales 291
2. 3.1. Investigaciones médicas 292
2. 3.2. Explicaciones conductuales 292
2. 4. Aplicación de las técnicas de evaluación de la encopresis 293
2. 4.1. Evaluación médica 293
2. 4.2. Evaluación conductual 293
2. 5. Aplicación de las técnicas de tratamiento de la encopresis 294
2. 5.1. Tratamientos médicos 295
2. 5.2. Tratamiento de la encopresis según Levine 295
2. 5.3. Aportaciones de la terapia de conducta 296
2. 5.3.1. Técnicas de reforzamiento positivo 296
2. 5.3.2. Técnicas de castigo 297
2. 5.3.3. Reforzamiento negativo 297
2. 5.3.4. Uso del retrete y control de estímulos 297
2. 5.3.5. Técnicas de biofeedback 298
3. Caso clínico 298
4. Referencias bibliográficas 303
5. Lecturas recomendadas 304
6. Cuestionario de autoevaluación 305
CAPÍTULO VIII.—EVALUACIÓN E INTERVENCIÓN DE
LA CONDUCTA ANTISOCIAL, Gualberto Buela-Casal, Tania 308
del Campo López y María Paz Bermúdez
379
LA CONDUCTA ANTISOCIAL, Gualberto Buela-Casal, Tania 308
del Campo López y María Paz Bermúdez
1. Introducción 308
2. Concepto y características de la conducta antisocial 309
2. 1. Concepto de conducta antisocial 309
2. 2. Características de la conducta antisocial 311
3. Aplicación de técnicas de evaluación de la conducta antisocial 313
3. 1. Autoinformes 317
3. 2. Informes de familiares, amigos y profesionales 317
3. 3. Evaluación de compañeros 318
3. 4. Observación directa 318
3. 5. Archivos institucionales 318
4. Aplicación de las técnicas de tratamiento de la conducta antisocial 318
4. 1. Entrenamiento en estrategias cognitivas de resolución de
319
problemas
4. 2. Entrenamiento conductual de padres 321
4. 3. Tratamientos basados en la comunidad 322
5. Conclusiones 323
6. Caso clínico 324
7. Referencias bibliográficas 327
8. Lecturas recomendadas 328
9. Cuestionario de autoevaluación 329
CAPÍTULO IX.—EVALUACIÓN Y TRATAMIENTO DE LOS
TRASTORNOS DEL SUEÑO EN LA INFANCIA, Juan Carlos 333
Sierra
1. Introducción 333
2. Los trastornos del sueño 335
2. 1. Disomnias 338
2. 2. Parasomnias 340
3. Aplicación de las técnicas de evaluación de los trastornos del sueño 341
3. 1. Técnicas de evaluación 342
3. 1.1. Entrevista 343
3. 1.1.1. Entrevista con el paciente 343
3. 1.1.2. Entrevista con los padres 344
3. 1.2. Cuestionarios, escalas e inventarios 344
3. 1.3. Autorregistros o diarios de sueño 347
3. 1.4. Técnicas psicofisiológicas 348
4. Aplicación de las técnicas de tratamiento de los trastornos del sueño 349
380
4. 1.1. Relajación progresiva 349
4. 1.2. Biofeedback 350
4. 2. Técnicas cognitivas 351
4. 3. Arreglo del estilo de vida 352
4. 3.1. Reeducación de hábitos incorrectos de sueño 352
4. 3.2. Control del estímulo 353
4. 3.3. Cronoterapia 354
4. 3.4. Reducción del tiempo en cama 355
4. 3.5. Higiene del sueño 356
4. 4. Otras técnicas 357
4. 5. Tratamiento farmacológico 357
5. Conclusiones 358
6. Caso clínico 358
7. Referencias bibliográficas 360
8. Lecturas recomendadas 361
9. Cuestionario de autoevaluación 363
10. Anexo 365
381