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¿Somos responsables por los demás?

Mario Vega,

9 – 11 – 21

Menos de un año después de haber iniciado la pandemia de covid-19 la ciencia fue capaz de desarrollar
vacunas efectivas para proteger a las personas. Las vacunas comenzaron a producirse en grandes
cantidades y a ser aplicadas tan pronto como fue posible. Los avances en vacunación han sido
impresionantes. Al momento de escribir este artículo un poco más 5,500 millones de dosis han sido
inoculadas en el mundo y cada día se administran más de 31 millones de nuevas dosis. El problema
principal es que esa cantidad gigantesca de vacunas no está siendo distribuida de manera equitativa.
Mientras en los países ricos la mayor parte de su población ha recibido dos dosis y van con la tercera, en
los pobres apenas una pequeña cantidad ha recibido una dosis. El gran reto ahora es el de hacer posible
que las vacunas estén disponibles para todos en el mundo.
Países como Bélgica, Dinamarca, Islandia, Catar, Singapur, Emiratos Árabes Unidos y Uruguay han
sobrepasado el 70% de población vacunada con dos dosis, en tanto que países de bajos ingresos,
principalmente en África, solo han logrado vacunar un 1.9% con una dosis. ¿Hay algo incorrecto en que
los países que tienen recursos suficientes se enfoquen en inmunizar a su propia población en tanto que
dejan que los países pobres se las arreglen por sí mismos? En nuestras sociedades pragmáticas la
tendencia es a responder con un tajante y tranquilizador «no», no hay nada incorrecto y tampoco una
responsabilidad que obligue a brindar asistencia a los menos favorecidos. Después de los horrores del
nazismo, muchos pensadores llegaron a una constatación sobre la inexistencia de responsabilidades éticas
con los semejantes. El filósofo Zygmunt Bauman lo expresó de esta manera fría: “No hay, seamos
francos, ninguna buena razón para que debamos ser guardianes de nuestros hermanos, para que tengamos
que preocuparnos, para que tengamos que ser morales; y en una sociedad orientada hacia la utilidad, los
pobres y dolientes, inútiles y sin ninguna función, no pueden contar con pruebas racionales de su derecho
a la felicidad”.
Frente a las actitudes predominantes de indiferencia hacia los vulnerables, a quienes el sistema devora sin
piedad, las enseñanzas cristianas insisten en la necesidad de ser guardianes de los hermanos. Las
relaciones compasivas vinculan a los seres humanos desde su igualdad radical: “hueso de nuestros huesos
y carne de nuestra carne”. Hay una obligación que nace cuando se descubre que estamos ligados los unos
a los otros. Es una obligación que resulta ser más profunda que la del deber. El descubrimiento de ese
vínculo primordial lleva a compartir lo que no puede exigirse como un derecho ni darse como un deber.
La vida no puede ser buena sin compartir con los otros la ternura y el consuelo, la esperanza y el sentido.
Cerrar los ojos ante los necesitados socava la propia humanidad y eso hace perder a todos. Las personas
no deben ser cuantificadas y tampoco tomadas como simples porcentajes, ellas son una inmensa objeción
de conciencia que obliga al reconocimiento y cuidado mutuo.
Los relatos compasivos de la tradición cristiana se plantan como narraciones profundamente antisistema.
La fraternidad y el cuidado de los empobrecidos son la base de las enseñanzas y el ejemplo de Jesús, las
cuales constituyen una crítica radical al corazón de una civilización fratricida y opulenta. El abordaje a
este tema por vía de la vacunación equitativa bien pudo hacerse desde otras muchas temáticas:
desempleados, migrantes, sin hogar, sin documentos, sin agua, sin seguridad, sin atención médica, sin
educación, sin oportunidades. Todavía la voz de Dios continúa preguntando: “¿Dónde está tu hermano?».
La humanidad despreocupa continúa respondiendo con Caín: “¿Soy yo acaso guardián de mi hermano?”.
La respuesta de Dios sigue siendo igual de contundente: “La voz de la sangre de tu hermano clama a mí
desde la tierra”. A pesar de las justificaciones que se elaboren para desentenderse de los menos
afortunados, la unidad esencial de los humanos nos hace responsables unos de otros. La pérdida de un
pequeño es una pérdida para todos. Por el contrario, cuando se despierta el interés por el desconocido y
por el débil todos ganamos en humanidad porque estamos inevitablemente ligados.

Pastor General de la Misión Cristiana Elim.

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