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BAJO EL DOMINIO DEL CAPITAL – HARVEY David.

En “El Nuevo Imperialismo”

La lógica capitalista del imperialismo (a diferencia de la territorial) debe entenderse en el contexto de la


búsqueda de “soluciones espacio – temporales” al problema del exceso de capital (más que en la fuerza de
trabajo donde debe concentrarse la atención analítica). A fin de entender este proceso, se debe describir cómo
circula el capital en el espacio y en el tiempo, creando su propia geografía histórica.

Poderes estatales y acumulación de capital.

El Estado, desempeñó un papel clave en la acumulación original o primitiva, utilizado sus poderes no sólo
para forzarla adopción de dispositivos institucionales capitalistas, sino también para adquirir y privatizar
determinados bienes como cimiento original para la acumulación de capital. Además, el Estado también
asume muchas otras tareas importantes, como la acumulación de impuestos.

Pero los Estados no son los únicos agentes territoriales importantes. No se puede pasar por alto las
agrupaciones de Estados (bloques de poder regional, que pueden relacionarse informalmente como en el Este
y Sureste de Asia, con constituirse más formalmente como la Unión Europea) ni entidades sub-estatales como
los gobiernos regionales (Estados en Estados Unidos) y regiones metropolitanas (Barcelona más Cataluña, o
el área de la Bahía de San Francisco). El poder político, el gobierno territorial y la Administración se
establecen en una gran variedad de escalas geográficas y constituyen un conjunto jerárquicamente ordenado
de entornos políticamente estructurados en los que tienen lugar los procesos moleculares de acumulación de
capital.

Pero presentar la evolución del capitalismo como una simple expresión de los poderes estatales en el seno del
sistema interestatal, caracterizada por las luchas competitivas por la posición jerárquica y la hegemonía (como
suelen hacer los teóricos del sistema mundo) sería tan insuficiente y, por lo tanto, errónea.

La producción de una economía del espacio.

El intercambio de bienes y servicios (incluida la fuerza de trabajo) supone casi siempre cambios de ubicación.
Define, desde un principio, una red de movimientos espaciales que crea una geografía propia de la interacción
humana. Estos movimientos espaciales se ven limitados por la distancia y, por lo tanto, suele provocar en las
actividades se aglomeren en el espacio, con el fin de minimizar los movimientos. Las divisiones territoriales y
espaciales del trabajo (por ejemplo la distinción rural – urbano) surgen de los procesos de intercambio dentro
del espacio. La actividad capitalista produce así, un desarrollo geográfico desigual. Empujados por la
competencia, los capitalistas individuales buscan ventajas competitivas y tienden a desplazarse hacia los
lugares donde los costos son más bajos o las tasas de beneficio más alto. El capital excedente de un lugar
puede utilizarse en algún otro en el que no se han agotado aun las oportunidades rentables. Las ventajas de
ubicación desempeñan para los capitalistas individuales un papel similar a las tecnologías, y en ciertas
situaciones pueden sustituirse entre sí.

Este argumento se parece a la teoría clásica de la locación. Pero la diferencia principal es que la teoría clásica
de locación trata de identificar un equilibrio espacial en el panorama geográfico de la actividad capitalista,
mientras que aquí, Harvey muestra el proceso de acumulación de capital como algo en continua expansión y,
por ello, en constante desequilibrio. La teoría clásica de la locación supone además una racionalidad
económica poco acorde con el real comportamiento capitalista. Por ejemplo, definía lo que denominaba el
“ámbito espacial de una mercancía” que decía que a medida que el producto se aleje de su punto de
producción, sus costos agregados (por ejemplo transporte) se elevarían al punto que superaría el precio que
los consumidores estarían dispuestos a pagar por la mercadería. Pero la actividad de los comerciantes
capitalistas, históricamente superaron las barreras espaciales, creando nuevas modalidades de movimiento y
espacio para el comercio. Los mercaderes medievales, por ejemplo, ante la limitación de los mercados locales
y los altos costos de transporte, se convirtieron en verdaderos ambulantes que recorrían vastas regiones para
distribuir sus mercancías. Por ello, el escenario geográfico de la producción, el intercambio, la distribución y
el consumo capitalista nunca está en equilibrio.

La propiedad privada de la tierra supone cierto poder monopolista: nadie puede situar su fábrica allí donde ya
está la mía; y si su locación conlleva ventajas especiales, esas ventajas me pertenecen a mí. Así pues, el
resultado final de la competencia es el monopolio o el oligopolio. El control sobre locaciones estratégicas o
complejos de recursos claves, son armas importantes. En algunos casos, el poder monopolista se hace lo
suficientemente fuerte como para inhibir el dinamismo en la geografía del capitalismo, fomentando fuertes
tendencias hacia la inercia y el estancamiento geográfico.

En el pasado, los fuertes costos de transporte y otras barreras al movimiento (tarifas aduaneras, peajes, cuotas,
etc.) amparaban la existencia de muchos monopolios locales. Se comía alimentos locales y se bebía cerveza
local porque la elevada fricción de la distancia no dejaba otra opción. Pero las protecciones de este tipo vienen
abajo cuando los costes de transporte disminuyen y las barreras políticas al comercio desaparecen como
consecuencia de acuerdos como los de la OMC (Organización Mundial de Comercio). Ahora en París se come
hortalizas de California y en Nueva York se toma cerveza de todo el mundo. Los capitalistas han tenido que
buscar, por lo tanto, otras vías para construir y preservar sus monopolios. Las dos iniciativas principales que
han adoptado son: (1) la centralización masiva de capital, que pretende el dominio mediante el poder
financiero, las economías de escala y el control del mercado; y (2) con la protección de las ventajas
tecnológicas mediante derechos de patentes, licencias y derechos sobre la propiedad intelectual. Todo esto
subraya la importancia del transporte de mercancías, capacidad productiva, gente y dinero, para lo que son
decisivas las condiciones optimas en las industrias del trasporte y comunicaciones.

La fluidez del movimiento sobre el espacio depende de que se fijen ciertas infraestructuras materiales en el
espacio. Ferrocarriles, carreteras, aeropuertos, instalaciones portuarias, redes de clave, sistemas de fibra
óptica, redes eléctricas, sistemas de conducción de aguas, alcantarillado, oleoductos, etc. constituyen el
“capital fijo inserto en la tierra” (a diferencia de otras formas de capital fijo, como los aviones y la
maquinaria, que se pueden mover de un lugar a otro). Esas infraestructuras materiales absorben mucho
capital, cuya recuperación depende de su utilización in situ. El capital invertido en una instalación portuaria a
la que no lleguen barcos puede perderse. Aunque el capital fijo inserto en la tierra facilita la movilidad
espacial de otras formas de capital y trabajo, de forma que ese capital fijo – que incluye fábricas, oficinas,
alojamientos, hospitales y escuelas, además del capital invertido en infraestructura y comunicaciones – actúa
como un importante lastre de hipotéticas nuevas transformaciones geográficas y reubicaciones de la actividad
capitalista.

Lógica de poder político – territorial vs. Lógica de poder capitalista.

Harvey llama “regiones” a las configuraciones relativamente estables, es decir, economías regionales que
consiguen durante un tiempo, cierto grado de coherencia estructural en la producción, distribución,
intercambio y consumo. Las fronteras de estas regiones son siempre borrosas, pero los flujos que se
entrelazan en ellas producen suficiente coherencia estructural como para distinguir el área geográfica en
cuestión de todas las demás áreas de su misma economía nacional. Esto plantea la pregunta ¿Cómo se
relaciona esa regionalidad evolutiva con la lógica territorial de poder expresada en la política del Estado y el
Imperio?

La respuesta es que no tiene que ver una con la otra. Pollard, por ejemplo, estima que las economías
regionales que desempeñaron un papel tan decisivo en la revolución industrial en Gran Bretaña durante los
últimos años del siglo XVIII no tenían más allá de 30 kilómetros de diámetro, constituyendo pequeñas islas
en una unidad política británica mucho mayor. Pero estas pequeñas islas crearon impulsos que iban a acabar
extendiéndose a todo el país. Con el tiempo, cuando se modificaron los sistemas de transporte y
comunicación, estas pequeñas islas crecieron y se fusionaron para dar lugar a regiones muchos mayores, que
ocuparon por ejemplo Birmingham y la totalidad de las Midlands o Manchester, el Lancashire meridional y el
Yorkshire occidental (ver imagen lateral para tener una idea del área de influencia). Estas regiones cobraron
tal importancia que sus políticas intereses llegaron a jugar un papel muy influyente, sino determinante en la
forma de gobierno de la totalidad de la nación. Generaron sus propias filosofías particulares, como la “escuela
de Manchester” del libre comercio. Hay que decir, sin embargo, que la política del Estado para la totalidad de
Gran Bretaña estuvo dominado por intereses regionales que no eran necesariamente los del conjunto del país
(la pobre Escocia, raramente recibió mención alguna). Historias similares repitieron en el resto de Europa,
USA y en otras más.

Por otra parte, el Estado puede utilizar sus poderes para promover la diferenciación y la dinámica regional, no
sólo mediante su control sobre las inversiones en infraestructura (en especial en transporte, comunicaciones,
enseñanza e investigación) sino también mediante sus propias leyes de planificación y aparatos
administrativos. Pero la interrogante principal es qué les sucede a los capitales excedentes generados en
economías regionales sub-estatales cuando no pueden encontrar empleo rentable en ningún lugar del país.
Este es, por ejemplo, el núcleo del problema que genera presiones en favor de las prácticas imperialistas en el
sistema interestatal.

Los circuitos de capital.

El Estado, entonces, se encarga de generar entornos atractivos para la inversión de capital. Cuando los
capitales excedentes generados en economías regionales subestatales no encuentran empleo rentable dentro
del país, el Estado debe recurrir a las prácticas imperialistas en el sistema interestatal. Los flujos moleculares,
sobre todo del capital financiero, deben ser orientados en su beneficio tanto interna como externamente.

El estado opera en la dimensión espacial, pero las soluciones a la acumulación requieren el estudio de la teoría
de la crisis y de las soluciones espacio-temporales de la misma. Harvey pone en el mismo nivel la teoría del
estado y la teoría de la crisis, ambas responden a lógicas diferentes, a la lógica de lo político y de lo
económico por separado. Siguiendo a Brenner, Harvey sostiene que el capitalismo tiende a generar crisis de
sobre-acumulación de manera crónica, esto es, excedentes de capital (mercancías, capital monetario,
capacidad ociosa) o de fuerza e trabajo (desempleo). Pero Harvey agrega a esta tesis de Brenner desarrollos
propios. Tales excedentes pueden alejarse del circuito primario de la producción y el consumo y ser
potencialmente absorbidos por el “circuito secundario” de capital fijo o bien hacia el “circuito terciario”
(gastos sociales, salud, educación, gastos de investigación y desarrollo), es decir, inversiones de larga
duración que permitan obtener rentabilidad a futuro. En suma, la sobre-acumulación da lugar al desarrollo de
circuitos secundarios y terciarios de la acumulación que alivian el problema en el circuito primario para
volver a formar parte de él en un futuro más o menos cercano.

Algo fundamental, que según Harvey suele ser ignorado, es que la sobre-acumulación en los circuitos
secundarios y terciaros es la que suele generar crisis generales en el capitalismo, de las cuales las crisis
financieras e inmobiliarios constituyen los casos paradigmáticos. Las burbujas de la propiedad inmobiliaria
estuvieron en el centro de las crisis financieras de Nueva York en 1973-75, de Japón en 1990 y de Tailandia
en 1997.

La solución espacio – temporal.

La idea principal en que se basa la solución espacio-temporal es muy sencilla. La sobre-acumulación en un


territorio dado implica un excedente de mano de obra (paro creciente) y excedentes de capital (que se
manifiesta en un mercado inundado de bienes de consumo, a las que no se puede dar salida sin perdidas, en
una alta improductividad, y/o en excedentes de capital líquido carente de posibilidades de inversión
productiva). Dichos excedentes pueden ser absorbidos mediante:

a) Si en determinado territorio se genera excedente de capital y de fuerza de trabajo que no puede ser
absorbida internamente, entonces debe trasladarse a otros lugares que posean medios de pago (por
ejemplo, dólares) donde encuentren un terreno fresco para su realización rentable, sino se quiere que sean
devaluados. Así, el problema de la sobre-acumulación se alivia sólo a corto plazo. Si el nuevo territorio
no posee reservas con que comercializar, debe encontrarlas (como se vio en la India del siglo XIX, que
vendió opio a China a cambio de sus monedas de plata, para luego comprar los productos británicos con
esas monedas chinas). O conceder préstamos o ayudas económicas a un territorio extranjero, a cambio
que les compren sus productos (por ejemplo, la industria armamentista USA consiguió que su gobierno,
por razones de seguridad, preste fondos a un gobierno extranjero, para que compre equipo militar
fabricado en USA) y ¿dónde está el beneficio? En los intereses sobre dicho préstamo, que terminan
sumergiendo a las economías frágiles o en desarrollo, en el círculo vicioso de los llamados “prestamos
impagables” (Rusia 1998, Argentina 2001).

b) Los excedentes de capital y de fuerza de trabajo son enviados a otros lugares para poner en marcha la
acumulación de capital en un nuevo espacio regional. En el siglo XIX el excedente de capital y de fuerza
de trabajo británicos, se dirigieron a USA y sus colonias en Sudamérica, Australia y Canadá, creando en
estos territorios nuevos centros de acumulación, que demandaban mercancías fabricadas en Gran Bretaña.
Dado que el capitalismo puede tardar años en madurar en estos nuevos territorios (si es que lo consiguen)
hasta el momento que también allí comienza a producirse una sobre-acumulación de capital, el país de
origen se puede beneficiar de ese proceso durante un buen tiempo.

Las contradicciones surgen cuando los nuevos espacios de acumulación capitalista acaban generando
excedentes que deben ser absorbidos mediante expansiones geográficas. Japón y Alemania se convirtieron en
competidores del capital estadounidense desde finales de los sesenta en adelante, de manera parecida a como
los EEUU sobrepasaron el capital británico (y colaboraron al ocaso del Imperio Británico) en el transcurso del
siglo XX. La rapidez con la que ciertos territorios, como Corea del Sur, Singapur, Taiwán, y ahora incluso
China, han pasado de ser territorios importadores a ser exportadores, ha sido sorprendente, en comparación
con los ritmos más lentos característicos de periodos precedentes. Pero por esa misma razón, estos territorios
exitosos tienen que enfrentarse a las contrapartidas de sus propios ajustes espaciotemporales. China, mediante
la absorción de capitales excedentes de Japón, Corea y Taiwán, en la forma de inversiones directas, está
rápidamente suplantando a dichos países en muchos sectores de producción y exportación (particularmente en
aquellos con poco valor añadido y trabajo intensivo, pero está también moviéndose rápidamente hacia los
bienes de consumo de gran valor añadido).

Tales contradicciones tienen dos soluciones probables: (1) lo que Harvey llama “la crisis itinerante” que
tiende a reorientar los flujos de capital de un espacio a otro: el sistema capitalista permanece en conjunto
relativamente estable, aunque las partes sufren dificultades periódicas; esta volatilidad inter-regional tiende a
reducir durante un tiempo los peligros conjuntos de la sobre-acumulación y la devaluación, aunque el
malestar localizado puede llegar a ser muy serio de vez en cuando. O la otra opción (2) es la de una brusca
competencia internacional, con múltiples centros dinámicos de acumulación de capital enfrentados en la
escena mundial, buscando cada uno de ellos su propia solución a sus respectivas sobre-acumulaciones.

Contradicciones internas.

En su “Filosofía del Derecho”, Hegel muestra como la lógica interna de la sociedad burguesa, mediante la
producción de una sobre-acumulación de riqueza en un extremo y una chusma de pobres en la otra, conduce a
la búsqueda de soluciones en el comercio exterior y las prácticas colonial-imperialistas. Hegel rechaza la
posibilidad de que puedan existir formas de resolver los problemas de desigualdad social e inestabilidad
mediante mecanismos internos de redistribución de la riqueza. Como ejemplos tenemos al inglés Joseph
Chamberlain, al francés Jules Ferry, y al USA Theodore Roosevelt, todos ellos fervientes defensores de las
reformas internas en sus respectivas naciones, en especial en la educación; pero al final, todos ellos
terminaron apoyando el imperialismo en África por Inglaterra, en Indochina por Francia, y en las fronteras sur
y oeste de USA.

En todos estos casos, el giro hacia una forma liberal de imperialismo (uno que incluyera una ideología de
progreso y una misión civilizadora) fue el resultado, no de imperativos económicos absolutos, sino de la falta
de voluntad política, por parte de la burguesía, de renunciar a ninguno de sus privilegios de clase, bloqueando
así cualquier posibilidad de absorber la sobre-acumulación mediante reformas sociales domésticas. La fiera
oposición que actualmente existe en USA hacia cualquier política de redistribución o mejoras sociales, no les
deja otra opción que mirar al exterior en busca de soluciones a sus dificultades económicas.

El papel de las instituciones mediadoras y del Estado.


El autor hace una crítica contra el OMC (Organización Mundial de Comercio), el FMI (Fondo Monetario
Internacional), el BM (Banco Mundial) y los “Tratados de Libre Comercio” entre otros, como medios que
tiene USA para imponer su imperialismo. Los alegatos habituales del neoliberalismo, pretendiendo que
favorece la competencia abierta en lugar de la monopolista, así como un comercio libre y equitativo, resultan
fraudulentas, representada en un mercado que enmascara un comercio desigual en el que los países más ricos
mantienen su ventaja colectiva sobre los más pobres. Gran Bretaña defendió el comercio libre (y desigual)
durante el siglo XIX, mientras le resulto ventajoso, pero abandonó esa postura tan pronto como comenzó a
beneficiar a otros, en este caso, USA principalmente. Y el rol del Estado en los países con economías
endeudadas es más simbólico que efectivo, las presiones de las instituciones mundiales, las deudas (en
muchos casos impagables) a las potencias, y los intereses y beneficios particulares, atan de pies y manos al
Estado ante una “capitalismo buitrero”.

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