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El Regreso Del Caballero de La Armadura Oxidada Empieza La Busqueda
El Regreso Del Caballero de La Armadura Oxidada Empieza La Busqueda
LECTOR
EL REGRESO DEL CABALLERO DE LA ARMADURA
OXIDADA “EMPIEZA LA BÚSQUEDA”
EN EL PATIO DEL CASTILLO, Julieta observaba cómo el Caballero luchaba por levantar dos
arcones llenos con la ropa de la búsqueda y los ataba a lomos de un mal dispuesto asno. Después, el
Caballero se secó la frente y respiró profundamente. Recordó que Merlín le había enseñado que la energía que
reunía cuando respiraba profundamente era amor. Y en ese momento necesitaba todo el amor que pudiera
reunir para suavizar al máximo la voz.
— ¿Qué diantre lleváis en vuestro equipaje?
— De todo —contestó Julieta alegremente—. Como no sabía qué hay que ponerse para una búsqueda, la
solución más práctica era llevar de todo.
El Caballero volvió a respirar profundamente. Sentía que el amor por Julieta le ensanchaba el corazón.
— Querida, aunque la búsqueda durara cincuenta años, no llegaríais a poneros la ropa de dos arcones.
— Sólo uno de ellos tiene ropa —contestó—. He engordado, pero intento perder peso, así que ne-
cesitaré ropa para gordas y ropa para delgadas. El otro arcón está lleno de zapatos.
El Caballero la miraba fijamente.
— Una persona no puede tener nunca demasiados zapatos. Se gastan, y desde que he engordado
parecen gastarse más.
El Caballero no sabía si podría respirar suficiente amor para enfrentarse a esa situación. Probablemente
hubiese perdido los papeles si Merlín no hubiese surgido del establo tirando de tres hermosos caballos.
— Lo mejor es salir antes de que nos quedemos sin luz del día —dijo Merlín.
— No podemos irnos hasta que Cristóbal vuelva a casa —aclaró Julieta—, Debía haber llegado ayer
—dijo con preocupación.
Merlín sonrió y señaló un cerro que quedaba a la derecha.
— Mirad hacia allí —le ordenó—, aparecerá en cualquier momento.
Fiel a las palabras del mago, Cristóbal apareció repentinamente sobre la loma. Tiró de las riendas y el
caballo se irguió sobre sus patas. Constituía una bella estampa con su armadura y su plumacho rojo en la
visera del casco. Montaba el caballo como si fuera una parte de él mismo. Saludó a sus padres y se lanzó
monte abajo de modo temerario.
El Caballero sintió la misma oleada de calor que sentía siempre que miraba a su hijo.« Cómo se parece a mí
—pensó—, y, por fortuna, qué distinto es de mí.»
Los años en los que había estado sin su hijo le habían conducido a un lugar donde ya no le necesitaba, y, tal
como le había enseñado Merlín, cuando ya no precisamos a una persona es sólo entonces cuando podemos
amarla de verdad. El Caballero agradecía a Julieta que hubiera educado al chico en los principios de la
sensibilidad, el amor y la afectividad de su parte femenina sin que eso diezmara en modo alguno su
masculinidad.
Observó cómo Cristóbal descabalgaba ágilmente. Es decir, con toda la agilidad con la que se pue- de
desmontar un caballo llevando una armadura de 45 kilos. Cristóbal tiró el casco, besó y estrechó entre sus
brazos a su madre, y abrazó a su padre.
— Estaba deseando que regresaras hoy del torneo, Cristóbal —dijo el Caballero.
En otra época, el Caballero le hubiera formulado una pregunta trascendente: « ¿Venciste? », pero ahora,
era capaz de hacer la única y auténtica pregunta:
—Las mujeres —explicó al Caballero— tienen el don de saber recibir. Por ello reciben nuevos
pensamientos, nuevos sentimientos y nuevas ideas con más rapidez que los hombres.
— ¿Y eso la hace mejor que yo? —El Caballero parecía nervioso.
— Sólo diferente. —Merlín se rió y después añadió—: es mejor no comparar a una
persona con otra, un sexo con otro, si no uno siempre nos parecería mejor que el otro.
Julieta oyó esto último y miró al mago con cariño y admiración:
—¿Cómo llegasteis a ser tan sabio?
—Admitiendo que no sé nada —contestó Merlín.
—No lo entiendo —dijo el Caballero.
— Cuando creemos que lo sabemos todo, no nos queda lugar para aprender nada más.
Pero si sabemos que no sabemos nada, tenemos espacio para aprenderlo todo —le explicó Merlín.
—Me gustaría vivir eternamente con vos y con los animales del bosque —suspiró Julieta,
invadida por la belleza de ese pensamiento.
— A mí también me gustaría que pudierais hacerlo —dijo el ciervo, acariciando la
mejilla de Julieta con el hocico.
— Eres un ciervo encantador —comentó Julieta mientras abrazaba al cariñoso animal.
Todos se echaron a reír. Julieta llevó aparte al Caballero:
—No te atrevas a volver a llevar a casa un ciervo para que lo guise. Podríamos comernos a
uno de sus parientes.
—Volveré a ser vegetariano —prometió el Caballero.