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Teoría III - Arquitectura moderna segunda mitad del siglo xx

Canonización del Movimiento Moderno


Movimiento moderno, en arquitectura, es el conjunto de tendencias surgidas en las primeras décadas del siglo
XX, marcando una ruptura con la tradicional configuración de espacios, formas compositivas y estéticas. Sus
ideas superaron el ámbito arquitectónico influyendo en el mundo del arte y del diseño.

El movimiento moderno aprovechó las posibilidades de los nuevos materiales industriales como el hormigón
armado, el acero laminado y el vidrio plano en grandes dimensiones.

Se caracterizó por plantas y secciones ortogonales, generalmente asimétricas, ausencia de decoración en las
fachadas y grandes ventanales horizontales conformadas por perfiles de acero. Los espacios interiores son
luminosos y diáfanos.

Aunque los orígenes de este movimiento pueden buscarse ya a finales del siglo XIX, con figuras como Peter
Behrens, sus mejores ejemplos se construyeron a partir de la década de 1920, de ideados por arquitectos como
Walter Gropius, Frank Lloyd Wright, Mies van der Rohe y Le Corbusier.

La llegada de Hitler al poder en 1933, provocó la salida del país de numerosos arquitectos y creadores que
habrían de extender los principios de este movimiento a otros países.

1932: El "Estilo Internacional"

En Estados Unidos tras la exposición de arquitectura moderna celebrada en 1932 La denominación International
Style comenzó a generalizarse en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, con motivo de la cual Henry-
Russell Hitchcock y Philip Johnson escribieron el libro International Style: Architecture since 1922.

Pese a que tras la Segunda Guerra Mundial hubo aún importantes construcciones dentro de este estilo, las
últimas décadas del siglo XX han estado dominadas por otros movimientos críticos, herederos en cualquier caso
del movimiento moderno.

Mediados del siglo XX: Reconstrucción de Europa

El Movimiento Moderno continuó desarrollándose en Europa durante la segunda posguerra, impulsado por las
tareas de reconstrucción. En el plano teórico, las aportaciones de la llamada arquitectura orgánica, una tendencia
inspirada en la obra del arquitecto norteamericano Frank Lloyd Wright, con Alvar Aalto y Arne Jacobsen como
representantes destacados, se contraponían al llamado «Estilo Internacional» inspirado en la obra de Le
Corbusier, que postulaba una ortodoxia «funcionalista» plasmada en la «Carta de Atenas» (y la famosa cita de
Sullivan) así como la pureza absoluta de la composición y los detalles, inspirada a su vez en la obra de Mies. La
cita de Taut al inicio de este artículo, constituye una síntesis teórica del «Estilo Internacional», el cual tuvo muy
amplia difusión en los Estados Unidos, Europa y Sudamérica.

El Movimiento Moderno entró en crisis a fines de la década de 1950, cuando se formularon una serie de críticas
muy severas a los excesos del «estilo Internacional» y al urbanismo derivado de la «Carta de Atenas». Un
conjunto de tendencias que se reivindican a sí mismas como continuadoras del Movimiento Moderno,
protagonizan la arquitectura desde los años 1960 hasta la actualidad.
Proyectistas destacados del Movimiento Moderno
Los Cinco Puntos para una nueva Arquitectura desarrollados por el propio Le Corbusier, que consisten en:

● Edificio que descansa sobre pilotis (columnas) en planta baja, dejando la superficie en su mayoría libre para
permitir que el paisaje quede autónomo del edificio.
● Cubierta plana, sobre la que se sitúa un jardín.
● Espacio interior libre, debido a la estructura basada en pilares y tabiques.
● Fachada libre de elementos estructurales, de forma que puede diseñarse sin condicionamientos.
● Ventanas corridas en las fachadas para conseguir una profusa iluminación natural en el interior (fenêtre en
longeur)

En los años 1920, las figuras más importantes de la arquitectura moderna ya tenían gran reputación. Los más
reconocidos fueron Le Corbusier en Francia, Mies van der Rohe y Walter Gropius, estos últimos fueron
directores de la Bauhaus en Alemania. La Bauhaus fue una de las más importantes escuelas europeas, y su
mayor preocupación era la experimentación con las nuevas tecnologías industriales.

La carrera del arquitecto norteamericano Frank Lloyd Wright se desarrolló de forma paralela a la de los
'arquitectos modernos' europeos; sin embargo, Wright se negó a ser categorizado junto a ellos, desarrollando por
su parte tanto la teoría como los preceptos formales de la arquitectura orgánica.

En 1932 se celebró la Exhibición Internacional de Arquitectura Moderna, cuyo comisario fue Philip Johnson;
junto a su colaborador, el crítico Henry-Russell Hitchcock, Johnson logró aglutinar corrientes y tendencias muy
diversas, mostrando que eran estilísticamente similares y compartían un propósito general, y las consolidó en lo
que vino a llamarse el Estilo Internacional. Fue un hito importante.

En la década de 1930, bajo la presión del nazismo, que clausuró la Bauhaus, las principales figuras se
trasladaron a los Estados Unidos: a Chicago, a la escuela de diseño de Harvard y al Black Mountain College.
Este Estilo Internacional se convirtió en la única solución estilística aceptable desde los años 1930 hasta los
años 1960.

Los apartamentos Lake Shore Drive, del arquitecto Mies van der Rohe.

Los arquitectos que desarrollaron el Estilo Internacional querían romper con la tradición arquitectónica,
diseñando edificios funcionales y sin ornamentos. Comúnmente, utilizaron vidrio para las fachadas, y acero y
hormigón para las losas y soportes estructurales. El estilo se volvió más evidente en el diseño de los rascacielos.
Quizás sus más notorios exponentes son: el edificio de la Organización de Naciones Unidas, el Edificio
Seagram y la Casa Lever, todos ellos en Nueva York.

Los detractores del Estilo Internacional critican su geometría rígida y rectangular por ser "deshumanizante". Le
Corbusier describía a los edificios como "máquinas para habitar", pero la gente reaccionaba contra esta
uniformidad y rigidez. Incluso el arquitecto - y amigo personal de Mies van der Rohe - Philip Johnson admitió
estar "aburrido de las cajas". Desde principios de la década de 1980, muchos arquitectos han buscado,
deliberadamente, alejarse de los diseños geométricos.

Aunque hay mucho debate en cuanto a la caída o muerte de la Arquitectura Moderna, la crítica a la misma
comenzó en los años 1960 con los argumentos de que era universal, estéril, elitista y carente de significado. El
surgimiento de la postmodernidad se atribuye al desencanto generalizado con la Arquitectura Moderna.

Características formales
Rechazo de los estilos históricos o tradicionales como fuente de inspiración de la forma arquitectónica o como
un recurso estilístico (historicismo). Sin embargo, la arquitectura de la antigüedad, especialmente la clásica, se
encuentra a menudo reflejada tanto en los esquemas funcionales como en las composiciones volumétricas
resultantes, en:

● adopción del principio de que los materiales y requerimientos funcionales determinan el resultado: la
forma sigue a la función,
● adopción de la estética de la máquina, como consecuencia de lo anterior,
● materiales y técnicas de nueva invención, como el hormigón armado,
● rechazo del ornamento como accesorio; la estética resulta de la propia finalidad expresiva del edificio,
de los materiales empleados y sus propias características;
● simplificación de la forma y eliminación de los detalles innecesarios, llevado al extremo en las obras de
Mies van der Rohe,

Fundamentos teóricos

Relación con la filosofía positivista

Auguste Comte (1798 – 1857), el “profeta de la era científica” según Gideon, desarrolla el pensamiento
positivista, o filosofía positiva, cuyo “carácter fundamental (...) es considerar todos los fenómenos como
sometidos a las leyes naturales invariables, cuyo descubrimiento preciso y su reducción al menor número
posible es el fin de nuestros esfuerzos”.5

El pensamiento positivo de Comte adopta los métodos de las ciencias matemáticas como propios, con lo cual
puede vanagloriarse de sistemático y preciso. Puesto que “toda ciencia positiva no es otra cosa que una
transformación de la observación y de la experiencia”.

El pensamiento positivo vendrá a tener influencias innegables en el credo de los arquitectos modernos: la
apología del progreso, el orden y la ciencia (la metáfora de la máquina, la eficiencia y la higiene modernas), la
abstracción del individuo en favor de la mitificación de la Humanidad convertida en fin último (la
universalidad, el hombre-tipo), las metáforas biologistas y evolucionistas (la familia tipo y el bloque de
viviendas concebidas como célula / organismo).

La cotidianeidad del ser humano, analizada con apego a los métodos de la ciencia, será categorizada y
clasificada en la primera Carta de Atenas (1932, por Le Corbusier) en las funciones elementales de Habitar,
Trabajar, Circular y Esparcirse. La vida moderna, convertida en modelo matemático-estadístico, puede ya
manifestarse, tectónica y espacialmente, en la vivienda construida en serie. El bloque de viviendas, que
encuentra su más ilustre prototipo en la Unité d´Habitation, es una invención de la modernidad; la negación de
la individualidad personal se materializa en una casa / colmena.

La segunda mitad del siglo XX y el siglo XXI


La arquitectura practicada en las últimas décadas, desde la segunda mitad del siglo XX, puede ser entendida,
desde las perspectivas denominadas postestructuralistas o postmodernas, como una reacción a las propuestas del
movimiento moderno: Unas veces los arquitectos actuales releen los valores modernos y proponen nuevas
concepciones estéticas (lo que eventualmente se caracterizará como una actitud llamada arquitectura
neomoderna); otras proponen proyectos de mundo radicalmente nuevos, presentados (ellos mismos o su
interpretación, que, al igual que en las demás manifestaciones del arte contemporáneo, ha pasado a ser tan
importante como la propia obra o incluso más trascendente que esta) como paradigmas antimodernos, o que
superan, critican o desprecian consciente o inconscientemente los dogmas de la modernidad. Cuando no, se
presentan como relecturas u homenajes a las formas arquitectónicas tradicionales, incluyendo en ellas las de la
propia modernidad.

En la década de 1950 aparecen arquitectos influidos por Le Corbusier que interpretan la obra arquitectónica
como un objeto escultórico: Pier Luigi Nervi y Gio Ponti (Torre Pirelli, Milán, 1955-1959), Félix Candela, Jorn
Utzon (Ópera de Sídney, 1957), Eero Saarinen (Terminal aérea de TWA, Aeropuerto Kennedy, Nueva York),
Kenzō Tange (piscina olímpica de Tokio, 1964). Simultáneamente, el nuevo brutalismo (Peter Smithson,
Escuela de Hunstanton; Louis Kahn Palacio de la Asamblea de Dacca) desde 1954 exaltó la capacidad
expresiva de los materiales, dejando a la vista acero, ladrillo y tuberías, mientras que Alvar Aalto o Vittorio
Gregotti realizan sus propias propuestas y Lúcio Costa y Oscar Niemeyer desarrollan la nueva ciudad de
Brasilia (1956-1960). Los años 1960 vieron aparecer el metabolismo japonés (Kenzō Tange), y en España, la
obra de Sáenz de Oiza (Torres Blancas, 1965), César Manrique y Ricardo Bofill.10

Las primeras reacciones negativas a lo que percibían como excesiva dogmatización propuesta por la
arquitectura moderna de la primera mitad del siglo XX, surgieron, de una forma sistémica y rigurosa, alrededor
de la década de 1970, teniendo en nombres como Aldo Rossi y Robert Venturi sus principales exponentes
(aunque teóricos cómo Jane Jacobs hayan promovido críticas intensas, aunque aisladas, a la visión de mundo
del Movimiento Moderno ya en los años 1950, especialmente en el campo del urbanismo). La crítica
antimoderna, que en un primer momento se restringió a especulaciones académicas de orden teórico,
inmediatamente ganó experiencia práctica. Estos primeros proyectos están conectados de forma general a la
idea de la revitalización del "referente histórico", colocando explícitamente en jaque los valores antihistoricistas
del Movimiento.

Museo Guggenheim de Bilbao, arquitectura de Frank Gehry.

Auditorio de Tenerife, obra de Santiago Calatrava.

Durante la década de 1980 la revisión del espacio moderno evolucionó hacia su total deconstrucción. A partir de
estudios influidos especialmente por esa corriente filosófica, se definió el estilo arquitectónico conocido como
deconstructivismo. A pesar de ser muy criticada, esta línea de pensamiento estético se mantuvo en los estudios
teóricos y en la década de 1990, demostrando cierta capacidad de seducción del gran público, que lo recibió
como arquitectura de vanguardia. Nombres como Rem Koolhaas, Peter Eisenman y Zaha Hadid están
conectados a este movimiento. El norteamericano Frank Gehry, que a veces es clasificado como
deconstructivista, ha sido criticado por los propios miembros de ese movimiento. Otras propuestas de
arquitectura actual no suelen recibir esa etiqueta, como las de los españoles Rafael Moneo (Museo Nacional de
Arte Romano, Mérida, 1980-86) y Santiago Calatrava, o las del norteamericano Richard Meier (caracterizadas
por el uso del blanco y el aprovechamiento de la luz). A pesar de las tentativas de clasificar las corrientes de la
producción arquitectónica más contemporánea, no hay de hecho aún una clasificación universalmente
compartida de "movimientos" o "escuelas" que agrupen sistemáticamente a obras y arquitectos de todo el
mundo.

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