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Si el 1% tiene el 

21% ¿hay nación?

Un fantasma recorre a México y a buena parte del mundo: el


fantasma de la desigualdad social creciente. Gerardo Esquivel,
un economista del Colegio de México, acaba de publicar lo que
se puede considerar un auténtico manifiesto sobre el tema
titulado ‘Desigualdad extrema en México. Concentración del
poder económico y político’, (Oxfam México, junio de 2015).
Este pequeño pero sustantivo documento -41 páginas-, debería
ser lectura obligatoria para todo ciudadano mexicano.
Con un lenguaje comprensible, datos duros y gran capacidad de
síntesis, Esquivel hace una de las condenas más efectivas sobre
las causas y los efectos económicos que tienen sobre la
sociedad la forma en que operan las estructuras de poder en
México. La contundencia de datos y conclusiones lo convierten
en uno de los golpes más severos a la legitimidad –en realidad,
ilegitimidad- del régimen imperante.
Las cifras de ‘Desigualdad extrema en México’ hacen imposible
objetar los dos argumentos centrales del documento. Primero,
que la desigualdad en México es extrema a nivel nacional e
internacional y, segundo, que tamaña desigualdad está ligada a
la histórica y nada democrática concentración del poder político.
Se trata de un claro círculo vicioso que obstaculiza un desarrollo
colectivo sano.
Cifras duras
Los datos del estudio se pueden resumir así: a nivel mundial,
las 80 personas más ricas del orbe poseen hoy una riqueza
equivalente a la que ha podido acumular la mitad menos
afortunada de la humanidad, es decir, 3 mil 652 millones de
personas. Esta desigualdad está también mal repartida y
México se encuentra entre los 25 países más desiguales del
mundo.
Aquí, el 1% de la población más rica -alrededor de 1 millón 250
mil mexicanos- dispone del 21% de los ingresos totales de la
nación. Pero resulta que aún dentro de ese 1% hay mucha
desigualdad y para mostrarla Esquivel pone la lupa en los
cuatro mexicanos más ricos: Carlos Slim, Germán Larrea,
Alberto Bailleres y Ricardo Salinas. En 2002 la riqueza de este
cuarteto equivalía al 2% del PIB pero el año pasado ya
correspondía al 9%; ¡un aumento del 450% en doce años!
Según la revista ‘Forbes’, Slim tiene hoy una fortuna superior a
un millón de millones de pesos. Asombroso por donde quiera
que se le vea, ya que en los últimos veinte años el crecimiento
global del PIB ‘per cápita’ mexicano apenas si ronda el 1%
anual.
¿Y es que el cuarteto de multimillonarios mexicanos está
conformado por auténticos genios de la innovación asociada a
los negocios? Pues realmente no; el crecimiento exponencial de
su riqueza se explica, en buena medida por el carácter
monopólico o casi de sus actividades y por su cercanía con el
poder mediante la privatización, la concesión o la regulación (a
modo) y por una política fiscal encaminada a gravar más el
consumo general que al ingreso personal o empresarial. De los
34 países de la OCDE, sólo Estonia y Eslovenia tienen una tasa
impositiva menor que la mexicana sobre ingresos por
dividendos.
En nuestro país apenas el 27% del producto interno bruto (PIB)
es la parte que va a dar a los asalariados, en tanto que al
capital le corresponde el 73%. Y la tendencia de la brecha entre
capital y trabajo es a aumentar, es decir, en México cada vez
tiene menos sentido trabajar por un salario. Sobre todo porque
en términos de poder adquisitivo, el salario mínimo hoy es
apenas 25% de lo que era en 1976. Si los ‘cuatro magníficos’,
dice Esquivel, simplemente usaran sólo los dividendos de su
capital -calculados al 5% anual- y mantuvieran intacto el
principal, podrían emplear, pagándoles el salario mínimo, a tres
millones de sus compatriotas.
Se puede argumentar que en realidad apenas una minoría gana
hoy el salario mínimo. De todas, esa minoría ya vive por debajo
del umbral de pobreza. Y es aquí donde entran en juego otras
cifras, las de las carencias. Los datos muestran que el 10% de
los mexicanos sobreviven en condiciones de pobreza extrema;
otro 35% lo hace en condiciones de pobreza ‘moderada’ y otro
35%, según la terminología oficial, vive como vulnerable por
carencias e ingresos. Apenas uno de cada cinco mexicanos
pueden clasificarse como ‘no pobre y no vulnerable’.
No es el mercado, es la política
El actual desafortunado modelo económico y social mexicano
no es producto de la ‘mano invisible del mercado’, sino de las
manos muy visibles de quienes detentan el poder: de quienes
privatizan, dan o niegan concesiones, redactan sus términos y,
sobre todo, de quienes diseñan la estructura fiscal. Las tasas
impositivas mexicanas al consumo, la renta o al ingreso por
dividendos, están entre las más inequitativas dentro de la
OCDE. Si bien nacimos como país independiente muy
desiguales, la política de los últimos decenios se ha encargado
de acentuar en vez de borrar esa marca de origen.
Conclusión
Si se adopta la vieja definición de Harold D. Lasswell que afirma
“Política [es] quién consigue qué, cómo y cuándo”, entonces la
política mexicana hoy es un rotundo fracaso desde el punto de
vista de la equidad. En el contexto de la actual y creciente
desigualdad social, el concepto de “nación mexicana” casi no
tiene significado, pues México tiene muy poco de empresa
común y mucho de una mera estructura de poder destinada a
extraer mucho para los muy pocos y dejar muy poco a los
muchos.
Resumen
“Hoy méxico podría definirse como una estructura de poder
destinada a extraer mucho para los muy pocos y dejar muy
poco a los muchos”.
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¿La caída?
 En La caída del telepresidente, (Grijalbo, 2015), Jenaro
Villamil se dio a la tarea de explicar, por un lado, aspectos de
la formación de Enrique Peña Nieto (EPN) y, por el otro, cómo
han incidido en su desempeño como presidente y enfocando
dos “reformas estructurales” y su respuesta a lo inesperado:
Iguala.

Lo que Villamil destaca de EPN es su socialización dentro de


una camarilla política: el Grupo Atlacomulco (GA), que nació
en los 1940 y terminó por controlar al Estado de México, y que
es definido como “mafia, dinastía y conjunto de prácticas
políticas [que] coincide con la fusión del poder civil, los
negocios al amparo del erario público y el control político en la
entidad”, (p. 249). La peculiaridad del GA es su cohesión.
Villamil sigue la tesis de Rogelio Hernández -Amistades,
compromisos y lealtades: líderes y grupos políticos en el
Estado de México, (1998)-, que explica esa cohesión como un
blindaje para evitar la intervención de un gran poder externo
-que se inició desde el siglo XIX- en sus asuntos internos: el
del presidente de la República.

EPN ha perdido su buena imagen y la TV ya no la ha podido


restaurar… El precio del petróleo ha caído, el proyecto
económico está difuminado y las elecciones intermedias tienen
una lectura ambigua

Para Villamil el principal negocio -y cemento- del GA es la


administración de su relación con los contratistas de la obra
pública, vocación que quedó bien establecida a partir de Carlos
Hank González.

En el 2004 la cabeza del GA -Arturo Montiel- optó por EPN


como sucesor en el gobierno del Estado de México. Y luego,
teniendo como base al estado más poblado y dominado
ininterrumpidamente desde 1929 por el mismo partido, EPN y
el GA se lanzaron a la conquista de la presidencia.

 La TV

Es en este punto que Villamil examina la conexión entre EPN y


un gran poder fáctico: Televisa. En palabras de Elena
Poniatowska, prologuista del libro, la televisora aceptó
convertirse en ‘soporte y coautor’ del proyecto de EPN. Usando
la cultura de la telenovela, Televisa transformó a EPN en figura
nacional.

Ya en el poder, Los Pinos de EPN convirtieron la supuesta


“reforma estructural” en telecomunicaciones en la Ley Federal
de Telecomunicaciones y Radiodifusión de julio de 2014 o “ley
Peña-Televisa” y a la que Villamil califica de ‘golpe de Estado
intangible’. Para justificar su aserto, el autor desmenuza con
detalle cómo esta legislación secundaria sirvió para que la ley
primaria, en vez de abrir el sector a la competencia, reafirmó
el control del duopolio Televisa y TV Azteca.
El Proyecto Político

Villamil acudió a uno de los pocos escritos de EPN -su tesis de


licenciatura sobre Obregón y el presidencialismo, (1991)- para
tratar de desentrañar su pensamiento político. Además de
Obregón, las figuras históricas que la tesis destaca son dos
centralizadores del poder: Napoleón y Porfirio Díaz, (el
desastre final de esos proyectos no se toca).

 El Presidencialismo en Acción

El Pacto por México de 2012 fue, tras varios sexenios sin


rumbo, una especie de ‘guerra relámpago’ napoleónica para
concentrar el poder y lograr ‘la madre de todas las reformas’:
la energética.

El autor inicia el examen de la política energética de EPN con


un documento del influyente ex senador norteamericano
Richard Lugar. Éste, tras entrevistarse con el equipo de EPN,
propuso a Wa-shington usar la negociación de acuerdos
transfronterizos de hidrocarburos para alentar a México una
reforma energética ‘profunda’. Sin embargo, tal presión fue
innecesaria pues EPN ya estaba dispuesto a acabar con un
siglo de política nacionalista petrolera. Lo hizo en un
santiamén: el legislativo le obedeció, el sindicato petrolero no
intervino y el artículo 27 se modificó para permitir el reparto
de la renta petrolera entre el Estado y la empresa privada.

En el examen puntual de los términos en que se abrieron el


campo petrolero y el eléctrico a la inversión privada, el libro de
Villamil traza los caminos por donde el interés colectivo se
desdibuja y el del GA y la gran empresa se encuentran.

 ¿La Caída?

 Si la ‘contrarreforma energética’ y ‘la ley Peña-Televisa’ son


triunfos políticos, su contraparte son los inesperados
acontecimientos que en 2014 sacaron a flote las debilidades en
que están montados, como Iguala, Tlatlaya o la ‘Casa Blanca’.
Además, la pretendida reconstrucción del presidencialismo
fuerte se hizo más difícil porque la encabeza un equipo que
nunca antes de llegar a Los Pinos había actuado en el ámbito
federal.

Para Villamil al proyecto de EPN lo descentró la desaparición


forzada de los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa en
septiembre de 2014. Esa tragedia puso de manifiesto que: a)
la “presidencia fuerte” no es tal porque hace tiempo que el
crimen organizado se salió de su control y porque la estructura
institucional esta corrompida de arriba a abajo, y b) que tras lo
ocurrido en Iguala, la presidencia nunca logró estar a la altura
de circunstancias imprevistas.

 Conclusión

EPN ha perdido su buena imagen y la TV ya no la ha podido


restaurar. Las movilizaciones de protesta han variado en
intensidad pero no han cesado. El precio del petróleo ha caído,
el proyecto económico esta difuminado y las elecciones
intermedias tienen una lectura ambigua. Para volver a
Napoleón ¿Estamos ante el equivalente a la batalla de Leipzin
(1813) de EPN o a ante un largo Waterloo (1815)? Por ahora,
el grueso de los mexicanos no tenemos certeza de dónde
estamos. Quizá tampoco la presidencia.

 RESUMEN

“Enrique Peña Nieto (EPN) admira a Napoleón. la tesis de un


libro de Genaro Villamil es que el proyecto de EPN ha sufrido
una derrota pero ¿se trata de algo temporal o de un
Waterloo?”.

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