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Primer mandato 1930-1938[editar]

El 3 de septiembre de 1930, a tres semanas de que Trujillo asumiera el poder, el destructivo


huracán San Zenón golpeó Santo Domingo y dejó más de 3000 muertos. Con el dinero aportado
por la Cruz Roja Americana, se reconstruyó la ciudad. En junio de ese mismo año, la oposición se
organizó para derrocar a Trujillo, pero todo fue en vano y los promotores terminaron en el exilio.
Entre los exiliados se encontraban Martín de Moya, Horacio Vásquez, Ángel Morales, Federico
Velásquez, Alfredo Ricart, Cucho Álvarez Pina, Ángel María Soler, José Dolores Alfonseca, Luis F.
Mejía, Leovigildo Cuello y Ramón de Lara.
En marzo de 1931 el general Desiderio Arias renunció al gabinete de Trujillo, quien al quedar sin
oposición alguna, fortaleció su dictadura. En octubre Trujillo promulgó la ley de emergencias,
mediante la cual el estado dominicano suspendió el pago por concepto de amortización de la deuda
externa con los Estados Unidos. También redujo el gasto público con despidos masivos y reducción
de sueldos. Además, disminuyó las importaciones y equilibró la balanza comercial.
El Partido Dominicano fue la maquinaria ideológica de soporte del régimen. Formado oficialmente el
16 de agosto de 1931, fue el único partido permitido durante el régimen, salvo contadas y
coyunturales excepciones. Mario Fermín Cabral fue el principal auspiciador del Partido, que tenía
por símbolo una palma. El carné de miembro del partido se convirtió en documento obligado para
todos los dominicanos mayores de edad y necesario para la mayoría de las actividades cotidianas,
como buscar empleo o salir del país. Ante el riesgo de posibles invasiones por parte de los exiliados
políticos, Trujillo realizó un recorrido junto a su Estado Mayor por las diferentes provincias del país
acompañado de militares del ejército nacional el 31 de diciembre de ese mismo año.
El 26 de mayo de 1933 fue nombrado «generalísimo de los Ejércitos Nacionales» por el Congreso
Nacional.
En febrero de 1934 se celebró una convención para elegir a Trujillo nuevamente candidato a
presidente por el partido dominicano. El 16 de mayo de ese año y sin ninguna oposición política se
celebraron las elecciones nacionales con Trujillo como único candidato. El 16 de agosto asumió el
poder por segunda ocasión consecutiva, esta vez llevando a Jacinto Bienvenido Peynado como
vicepresidente.

Gabinete de gobierno[editar]

Secretario Secretaría

Rafael Vidal Torres Secretaría de la Presidencia

Elías Brache (hijo) Justicia, Institución Pública y Bellas Artes

Roberto Despradel Secretaría de Finanzas

Antonio Jorge Secretaría de Marina y Guerra


Jacinto Bienvenido
Secretaría de Interior y Policía
Peynado

Rafael César Tolentino Secretaría de Agricultura y Comercio

José Manuel Jimenes Secretaría de Fomentos y Obras Públicas

Teódulo Pina Chevalier Secretaría de Trabajo y Comunicaciones

Genocidio de 1937: Matanza de haitianos[editar]


Trujillo siempre mostró preocupación por la inmigración haitiana a la República Dominicana y sobre
la base de esto, desarrolló una política xenófoba en el país. Dicha política iba dirigida, por supuesto,
a los habitantes del país vecino aunque también afectó a dominicanos de piel significativamente
oscura. En octubre de 1933 viajó a Haití para reunirse con Sténio Vincent, presidente del vecino
país en ese entonces. Trujillo le propuso a Vincent revisar el acuerdo anterior de 1929 con relación
a los límites de la frontera domínico-haitiana. Vincent aceptó y en marzo de 1936 ambos
presidentes firmaron un nuevo acuerdo que estableció nuevos límites en la frontera.
Desde el 28 de septiembre al 8 de octubre de 1937, Trujillo decidió el genocidio de miles de
haitianos que vivían en la zona de la frontera dominicana con Haití en un evento conocido como
la Masacre del Perejil o El Corte, donde tropas del ejército dominicano mataron, según estimados,
entre 15 000 y 20 000 personas.29 Este hecho intentó ser justificado con el pretexto de eliminar
infiltraciones conspirativas y como una represalia por la idea de que el gobierno haitiano cooperaba
con un plan de exiliados dominicanos que buscaban derrocarlo desde la vecina nación.

Segundo mandato 1942-1952[editar]


En febrero de 1942 Trujillo fue nuevamente postulado a las elecciones de ese año por el Partido
Dominicano y por el recién creado «Partido Trujillista». El 16 de mayo fueron celebradas las
elecciones donde votaron casi 600 000 ciudadanos, saliendo electo Trujillo nueva vez como
presidente.
En 1944, al cumplirse los 100 años de la fundación de la nación dominicana, Trujillo celebró un
evento llamado «Las fiestas del centenario».
El 4 de agosto de 1946 un fuerte terremoto azotó la región noreste del país.
A finales de 1945 se agudizó el descontento en los ingenios azucareros debido a la inflación que
hubo en la época agravada por los salarios que devengaban los obreros de baja cualificación.
Contra aquellos que osaron quedarse en sus casas a manera de protesta, Trujillo ordenó al ejército
la realización de redadas alegando el delito de vagancia. Los capturados fueron encarcelados y
obligados a trabajar. Estas redadas abarcaron también a los que no poseían los documentos
reglamentarios exigidos por el régimen, conocidos popularmente como «los 3 golpes».
En enero de 1946, la Federación Local del Trabajo, un grupo de manifestantes obreros fundado por
el líder sindical Mauricio Báez hizo una huelga que duró más de una semana. Aunque la dictadura
terminó cediendo a las peticiones de los demandantes, posteriormente algunos de sus dirigentes y
participantes fueron perseguidos y asesinados, mientras que otros se vieron obligados a tomar el
camino del exilio. Tiempo después Trujillo desintegró todos los sindicatos del país, obligándolos a
pertenecer a una federación afín a él. En 1950 Mauricio Báez fue secuestrado en Cuba donde
estaba exiliado y nunca más se supo su paradero.
En mayo de 1947 se celebraron nuevas elecciones, matizadas esta vez con fuertes críticas
internacionales sobre el carácter dictatorial del gobierno, lo que obligó a Trujillo a montar una ficción
democrática. En dichas elecciones participaron tres partidos políticos, el Partido Nacional Laborista,
el Partido Nacional democrático y el Partido Dominicano, quienes llevaban de candidatos a Rafael
A. Espaillat, Francisco Prats Ramírez y Rafael Trujillo, respectivamente. Trujillo terminó ganando el
certamen con el 90 % de los votos.
En octubre de 1952 Trujillo creó el Instituto Trujilloniano con Manuel A. Peña Batlle como su
presidente. La institución tenía como misión la difusión de la obra de gobierno de Trujillo.

En su adolescencia, Trujillo trabajó unos meses como telegrafista, pero enseguida


sintonizó con aquel ambiente caótico, y durante varios años se enroló en la
Banda 42 de jóvenes delincuentes, liderada por su hermano José. Sus delitos
eran variados: falsificaban cheques, cometían asaltos en negocios y casas
particulares e imitaban a los cuatreros que aparecían en los wésterns robando
ganado en las aldeas, en muchas ocasiones con violencia. Trujillo fue encarcelado
algunos meses.

Hasta 1918 no se le conoció otro oficio. Cuando salió de prisión se incorporó a la


Guardia Nacional, que los norteamericanos –que ocuparon el país de 1916 a
1924– habían creado para intentar restablecer el orden público. Y a partir de ese
momento su carrera fue fulgurante. 

Apenas unos meses después de ingresar en la academia, su ambición y falta de


escrúpulos empezaron a fructificar: fue ascendido a segundo teniente en un
concurso en el que concurrieron dieciséis aspirantes y quedó el penúltimo. De
manera nunca explicada, poco después recibió las estrellas de capitán. 

“Voy a entrar en el Ejército y no me detendré hasta ser su jefe”, cuentan que


había dicho, y la verdad es que lo cumplió. Fue destinado como comandante a
diferentes comisarías provinciales, y tuvo tiempo suficiente para comenzar su
actividad como conspirador.

Retrato de Trujillo en 1952


 Dominio público

Fue entonces cuando irrumpió en la política como vía para encumbrarse. Cuando
finalizó la ocupación y los militares estadounidenses –para quienes había sido un
oficial sumiso– abandonaron el país, el nuevo presidente, Horacio Vázquez, le
nombró jefe del Estado Mayor de la Guardia Nacional. Empezaba a controlar
los más altos estamentos del poder, y participó activamente en el derrocamiento
de su protector.

En 1930, lideró una rebelión armada que obligó al presidente Vázquez a


abandonar el país, mandó asesinar a su colaborador, Virgilio Martínez
Reyna, y a su esposa embarazada y, apenas un año después, el 16 de agosto de
1931, creó el Partido Dominicano (PD), de ideas y corte fascistas. Tras unos
meses de presidencia interina de su amigo Rafael Estrella, al que apartó del cargo
sin consideraciones, fue elegido presidente.

Un partido propio

El PD nació con una ideología anticomunista y, desde el principio, con


actitudes de partido único. Sus miembros fueron dotados de un carné con una
palma dibujada sin el cual nadie pasó a contar nada en la vida pública. Era
popularmente conocido como “La Palmita”, que igual abría puertas para obtener
privilegios como para entrar en prisión a quienes no lo podían mostrar. Además
de las cárceles oficiales, el régimen tenía sus propias mazmorras, de cuyos
ocupantes no solía saberse nada nunca más.

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El respaldo de EE.UU. y la proliferación de

dictaduras en Latinoamérica promocionaron la

imagen internacional del país


El partido contaba con una emisora propia, la RLTM, las iniciales de los
cuatro principios del régimen: rectitud, libertad, trabajo y moralidad,
“casualmente” coincidentes con las iniciales del nombre completo del sátrapa que
se estaba consolidando. “Casualmente” también, un día se incendió la sede del
palacio de la Justicia, donde estaban archivados los informes policiales de las
actividades del ya Generalísimo durante los años en que se ejercitó en la
delincuencia. Ningún bombero acudió a sofocar el fuego. Mientras tanto, el
gobierno incrementó los sueldos de los funcionarios, sobre todo los de los
militares.

La economía mejoró, y la implantación de empresas norteamericanas


aumentó. Comenzaban unos tiempos de prosperidad que ayudaron a
consolidar la dictadura. El respaldo de Estados Unidos, unido a la proliferación
de dictaduras en toda Latinoamérica, contribuyó a promocionar la imagen
internacional del país, hasta entonces desprestigiada. Uno de los asuntos a los que
Trujillo prestó especial atención fue la fijación de las fronteras geográficas,
siempre dudosas, entre la República Dominicana y la otra mitad de la isla, Haití,
más pobre y desorganizada. 

El trato con los vecinos

Los haitianos, herederos de la colonización gala y convertidos en un enclave de


lengua francesa en medio de un continente de lengua castellana, tuvieron que
claudicar ante las exigencias del régimen trujillista, para ellos una auténtica
potencia militar y un sueño económico. 
Imagen de uno de los encuentros entre el presidente de Haití y Rafael Trujillo.
 Dominio público

Trujillo, en un gesto de humildad sin precedentes, emprendió una visita oficial


a Puerto Príncipe, la capital haitiana. Tras seis días de negociaciones, él y su
colega Sténio Joseph Vincent llegaron a un acuerdo, que se firmó en Santo
Domingo –convertida ya en Ciudad Trujillo– durante la devolución de la visita de
cortesía que el 27 de febrero de 1935 hizo el presidente de Haití.

El éxito fugaz de aquel acuerdo, respaldado por otros gobiernos latinoamericanos,


fue celebrado como un triunfo de Trujillo. Su propio ministro de Exteriores,
Moisés García Mella, pidió en 1936 el Nobel de la Paz para los presidentes de
los dos países. La propuesta, apoyada por otros dictadores, apenas tuvo eco en
Haití, pero en la República Dominicana fue aireada como un gran homenaje al
presidente Trujillo.

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No prosperó. Competían por el Nobel tres candidaturas, y la de los dos


presidentes caribeños ni siquiera fue tenida en cuenta. Debió de ser un duro
contratiempo para la vanidad del dictador, que, sin embargo, no se dio por
vencido. En otra ocasión, sus aduladores presentaron la candidatura de la
primera dama, María Martínez, que había firmado un libro escrito por un
“negro”, al Nobel de Literatura.

La paz con Haití duró poco. Eran muchos los emigrantes haitianos que
trabajaban en las comarcas fronterizas dominicanas, donde los salarios y el nivel
de vida eran más altos. Su presencia, además de estimular el odio entre las dos
comunidades, despertaba la animadversión de los obreros dominicanos, porque
los haitianos aceptaban peores condiciones laborales. Trujillo acabó viendo su
presencia como un intento de invasión en respuesta a la anexión de territorios que
había conseguido en las negociaciones fronterizas, y decidió resolver la situación
de manera drástica: ordenando matarlos a todos.

Lo anunció en octubre en el transcurso de un baile de sociedad en su honor. Y


hacerlo con machetes y cuchillos, lo cual suponía ahorro de munición. Corría el
año 1937. Los militares desplegados en las regiones fronterizas se pusieron
manos a la obra de inmediato. Los asesinatos en la impunidad se
multiplicaban. Algunas veces surgían confusiones y eran ejecutados en plena
calle dominicanos. Fue una dramática matanza étnica.
Sello con la imagen de Trujillo en ocasión de su 42 cumpleaños.
 Dominio público

Los estrategas del genocidio se proveyeron de una fórmula sencilla para saber
quién era haitiano. A los sospechosos se les obligaba a pronunciar en voz alta
la palabra perejil, difícil de decir con corrección para hablantes de lengua
francesa, y aún más para haitianos analfabetos, cuya única lengua era el creole.

La matanza duró cerca de un año. Los historiadores no coinciden en el número


de víctimas, en su mayor parte cortadores de caña al servicio de las plantaciones
norteamericanas: entre 15.000 y 35.000. La cifra que más se contempla es la de
25.000. El genocidio se perpetuó con el nombre de la matanza del Perejil. 

Terminó gracias a la presión internacional. Trujillo lo justificó con argumentos


nacionalistas, anticomunistas y de defensa de la patria. El propio gobierno de
Estados Unidos intervino. Obligó a detener una masacre con numerosos
componentes racistas –los asesinos en su mayor parte eran blancos– y a entablar
una nueva negociación con Haití bajo los auspicios del presidente
norteamericano, Franklin D. Roosevelt. 

Una vez más, Trujillo impuso su voluntad ante la debilidad del ejecutivo
haitiano. Accedió a pagar una insignificante compensación de 750.000
dólares, el equivalente a treinta pesos por muerto. Pero en cuanto los
norteamericanos se apartaron del acuerdo, Trujillo volvió a regatear y la cifra
quedó reducida a 525.000 dólares, que nunca se supo quién recibió y administró.
Desde luego, los familiares de las víctimas no. 
Trujillo junto a su esposa y, a la izqda. de la imagen, la primera dama de EE.UU., Eleanor
Roosevelt.
 Dominio público
Su voluntad de perpetuarse en el poder la consiguió sin violar el orden
constitucional, alternando las legislaturas en que no podía presentarse a la
reelección con las de candidatos que respetaban dócilmente su condición de
Generalísimo de las Fuerzas Armadas, desde la que impartía órdenes,
instrucciones y vetos. 

En las elecciones de 1942, recuperó la presidencia como candidato único y


permaneció en el cargo hasta 1952, cuando fue sustituido por su hermano Héctor,
al que también ascendió a Generalísimo. Este ejerció la presidencia con los
mismos métodos que su hermano, del que apenas era ejecutor de sus designios,
durante ocho años. En esa etapa, Trujillo asumió personalmente la cartera de
Relaciones Exteriores.

Club de dictadores

Durante la Segunda Guerra Mundial, sus ideas y simpatías se identificaban con


la Alemania nazi, pero, por la sumisión a los dictados de Washington, le
mantuvieron al lado de los aliados. Cuidaba la relación con los dictadores
contemporáneos, como el cubano Batista. En estos años desplegó una intensa
actividad diplomática, con iniciativas tan chocantes como la Conferencia del
Mundo Libre o la Feria de la Paz, celebradas en Ciudad Trujillo en un gran
despilfarro que de paso le llenó los bolsillos hasta erigirlo en uno de los políticos
más corruptos del siglo XX.

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Con Franco enseguida estableció relaciones de confraternidad. Le admiraba,
compartía sus principios e imitaba la parafernalia del régimen español. Algunos,
sin embargo, opinan que le envidiaba porque tenía más poder al frente de un
estado más grande. Y, paradójicamente, en los anales del exilio republicano tras
la Guerra Civil, fue el primer presidente latinoamericano que acogió a grupos de
refugiados. Como miembro fundador de Naciones Unidas, facilitó que un
diplomático español –concretamente, Ángel Sanz Briz, conocido como el Ángel
de Budapest– asistiese como observador en San Francisco en calidad de agregado
de la delegación dominicana.

Su ilusión era que Franco, en agradecimiento, le nombrase marqués, pero este


solo le concedió la Cruz de Carlos III. Visitó España, donde fue recibido con
todos los honores en 1954. Los dos dictadores recorrieron el paseo madrileño de
la Castellana en coche descubierto, aplaudidos por una multitud. Luego visitaron
el Alcázar de Toledo y el Valle de los Caídos (entonces no imaginaban que
acabarían como vecinos de tumba en el cementerio de Mingorrubio). Durante la
visita le fue impuesto el Collar de Isabel la Católica, una condecoración más entre
tantas como acumulaba en la pechera de su uniforme.

Varios presidentes democráticos que coincidieron con su dictadura, como Juan


José Arévalo, de Guatemala, José Figueres, de Costa Rica, Ramón Grau San
Martín, de Cuba, y Elie Lescot, de Haití, reaccionaron con críticas hacia la
represión en la República Dominicana. El más activo en este sentido fue el
venezolano Rómulo Betancourt, que denunció sus crímenes en la
Organización de Estados Americanos (OEA). Era quizá el político más
prestigioso del continente, y Trujillo le estigmatizó como su principal enemigo. 

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