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Desprendimiento en Eckhart

Texto 1. El sermón alemán 12, Qui audit me:


«El hombre que se mantiene en el amor de Dios, debe haber muerto a sí mismo y a todas las cosas
creadas, de modo tal que se fije tan poco en sí mismo como en algo situado a más de mil millas de
distancia. [...] Este hombre debe haberse dejado a sí mismo (sich selben gelâzen hân) y a todo este
mundo. Si hubiera un ser humano a quien perteneciera todo este mundo y él lo dejara por amor de Dios,
para encontrarse tan desnudo como cuando lo recibió, a este hombre Nuestro Señor le devolvería todo
este mundo y le daría también la vida eterna. Y si hubiera otra persona que no poseyera nada más que una
buena voluntad y pensara: “Señor, si este mundo fuera mío y si tuviera otro más y otro tercero” —serían
tres en total— y si expresara el deseo: “Señor, quiero dejar (lâzen) todo eso y a mí mismo con la misma
desnudez con que los he recibido de ti”, a tal hombre Dios le daría exactamente lo mismo que si lo
hubiera ofrecido todo [realmente] de su propia mano. Pero otro hombre que no tuviera nada, ni corpóreo
ni espiritual, que dejar (ze lâzenne) o que ofrecer, éste sería el que habría dejado (lieze) más que ningún
otro. Quien se deje (lieze) a sí mismo del todo por un instante, a éste se le daría todo. Pero, en cambio, si
un hombre se ‘hallara desprendido’ (wære gelâzen) durante veinte años y por un instante volviera a
aferrarse a sí mismo, sería como si nunca se hubiera desprendido (gelâzen). El hombre que ha dejado
[todo] y se halla desprendido (gelâzen hât und gelâzen ist) y que nunca, ni un solo instante, mira aquello
que ha dejado (gelâzen hât), y que permanece firme, impasible en sí mismo (unbeweget) e inmutable
(unwandellîche), sólo este hombre ‘es desprendido’ (ist gelâzen). Que Dios y la eterna Sabiduría nos
ayuden para que permanezcamos tan firmes e inmutables como el Padre eterno. Amén» Pr. 12, DW I,
201:9-203:7 (Brugger modif., 371-373)

Texto 2. Conversaciones de discernimiento. RdU c.3, DW V, 193:3-194:8 (Brugger modif., 89)


«Comienza primero contigo mismo y ¡déjate a ti mismo! (lâz dich). En verdad [te digo], si no huyes
primero de tu propio yo, adondequiera que huyas encontrarás obstáculos e inquietud, sea donde sea. Hay
gente que busca la paz en las cosas exteriores, ya sea en el lugar, el modo, las personas o las obras, en
salir al extranjero, o en la pobreza o el abajamiento, pero por grandes que sean estas cosas, o del tipo que
sean, sin embargo no son nada y tampoco dan la paz. [...] ¿Qué se debe hacer entonces? En primer lugar,
hay que dejarse a sí mismo (sich selber lâzen), con lo cual se han dejado (gelâzen) todas las cosas. En
verdad, si alguien dejara un reino o todo el mundo, y se guardara a sí mismo, no habría dejado nada. Sí, el
que se deja a sí mismo [renuncia a sí mismo, se desprende de su yo], no importa lo que guarde, riquezas,
honores o lo que sea, entonces lo ha dejado (gelâzen) todo».

Texto 3. Sermón 12
«Lo más alto y lo más elevado que el ser humano puede dejar es dejar a Dios por Dios (got durch got
lâzen). Pues San Pablo dejó a Dios por Dios, dejó todo lo que podía tomar de Dios y dejó todo lo que
Dios podía darle y todo lo que podía recibir de Dios. Y cuando dejó esto, dejó a Dios por Dios y entonces
Dios permaneció en él, tal y como es Dios siendo sí mismo». Pr. 12, DW I, 196: 6-8

Texto 4.
«Se trata de una compensación equitativa y un negocio justo –afirma Eckhart–: en la medida en que
sales de todas las cosas, en esa medida, ni más ni menos, entra Dios con todo lo suyo, siempre que salgas
completamente de lo tuyo en todas las cosas ». RdU c.4, DW V, 197:1-3

Texto 5.
Pr. 48, DW II, 415:4-9 (Brugger, 649-650) «Digo por la verdad buena, eterna y perpetua, que Dios
tiene que verterse (ergiezen) del todo y de acuerdo con toda su capacidad, en cualquier hombre que haya
renunciado a sí mismo (gelâzen hât) hasta el fondo, y [Dios ha de hacerlo] de manera tan completa que no
se reserve nada de toda su vida ni de todo su ser ni de su naturaleza ni de toda su divinidad, sino que debe
verterlo del todo y de manera fecundante en ese hombre que se ha entregado a Dios, ocupando el lugar
más bajo».

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