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LOS MODELOS ESTRUCTURALES

Bueno, para la parte de los modelos estructurales vemos un claro ejemplo en


aquella publicidad que por ejemplo cautiva al lector, cuando salen anuncios con
algo como el cuerpo con que sueñas es el tuyo. Te ofrecemos tal y tal cosa.
Y es ese tipo de mensajes que por ende induce a la persona a replantearse
como es, mirarse un espejo y querer ser algo que la sociedad plantea como
perfecto para poder encajar ante tanta perfección que arrojan los medios. Y como
decía esa parte del capítulo esa tautología cuya respuesta es evidente reúne
todas las paradojas del narcicismo personalizado.
Entonces con base a lo que es la sociedad del consumo el narcicismo del
individuo no es goce de la singularidad, sino más bien vendría siendo la refracción
de rasgos colectivos. O Básicamente en todo momento, se le esta invitando a la
persona a complacerse y por ende agrandarse. Porque pues se entiende que
gustándose a sí mismo tiene mayores oportunidades de gustar o agradar a los
demás. Y pues por ende lleva al extremo, probablemente la complacencia y la
autoseducción y pues esto puede llegar a suplantar totalmente la finalidad
seductora objetiva.
Con base a la sociedad del consumo también es muy importante recalcar que las
mujeres son el blanco principal de esa invitación a complacerse. Y es una gran
presión la que le ejercen a las mujeres ese tipo de empresas seductoras por así
llamarlo, puesto que ven a la mujer como un modelo colectivo y cultural de
complacencia. Y por qué, pues se vende la mujer a la mujer, creyendo acicalarse,
perfumarse, vestirse o mejor dicho creyendo que se crea la mujer se consume. Y
esa es la lógica del sistema: no solo la relación con los demás es importante sino
también la relación consigo mismo termina siendo una relación consumida. Y pues
es muy importante aclarar que no debe confundirse tampoco con el hecho de
agradarse por las cualidades reales de belleza, que uno se reconoce. Eso no tiene
nada que ver, en ese caso, no se da el consumismo, sino una relación espontanea
y natural.
El consumo como tal viene o se define siempre por sustituir esta relación
espontanea por una relación mediatizada por un sistema de signos. En el ejemplo
de la mujer, por ejemplo, valga la redundancia, se mencionó que si la mujer se
consume es porque su relación consigo misma ha sido objetivada y alimentada
por signos, y son esos signos los que constituyen el modelo femenino, que es el
verdadero objeto del consumo. Y justamente es esto lo que consume la mujer al
«personalizarse». Es decir, es muy diferente valer por cualidades naturales que
hacerse valer por adherirse a un modelo y según un código constituido.
Básicamente se trata de la feminidad funcional, una feminidad en la que todos los
valores naturales de belleza, de gracia, de sensualidad que caracterizan a una
mujer, desaparecen en provecho de valores exponenciales de naturalidad
(adulterada), de erotismo, de «línea», de expresividad. Entonces así como en la
violencia, la seducción y el narcisismo quedan sustituidos de antemano por
modelos producidos industrialmente por los medios masivos de comunicación y
son convertidos en signos reconocibles (para que todas las jóvenes puedan
sentirse como super modelos, deben distinguirse por el cabello o la boca o tal o
cual estilo de ropa, es decir, lo mismo para todas). Cada uno encuentra su propia
personalidad en la aproximación a esos modelos que nos dan los medios como
modelos perfectos.

MODELO MASCULINO Y MODELO FEMENINO


Para esta parte los modelos se ordenan por dos, esto no se da de la naturaleza
diferenciada de los sexos, sino de la lógica diferencial que da el sistema. La
relación de lo masculino y lo femenino, en relación a los hombres y las mujeres
reales es relativamente arbitraria. Estos modelos no son descriptivos sino que
ordenan el consumo.
El modelo masculino es el de la exigencia y la elección. Por ende toda la
publicidad masculina insiste en la regla deontológica, de la elección, en términos
de vigor de minucia inflexible. Es decir, el hombre moderno de calidad es exigente.
No se permite ninguna debilidad. No descuida ningún detalle. Es «selecto» pero
no pasivamente o por gracia natural, sino por el ejercicio de una selectividad y
estará dotado de virtudes.
Par la parte del modelo femenino apremia mucho más a la mujer a agradarse a sí
misma. En su caso, lo que se impone de manera inapelable no es la selectividad
ni la exigencia, sino la complacencia y la solicitud narcisista. En el fondo, se sigue
invitando al hombre a jugar al soldado y a la mujer a jugar a la muñeca consigo
misma.
Es muy importante recalcar que hasta en el nivel de la publicidad moderna,
siempre hay segregación de los dos modelos, masculino y femenino, y sobrevive
la jerarquía de la preeminencia masculina. Es decir precisamente en el nivel de los
modelos, se lee la inamovilidad del sistema de valores: independientemente del
carácter mixto de las conductas «reales», la mentalidad profunda está esculpida
por los modelos y la oposición masculino/femenino, del mismo modo que la de
trabajo manual/trabajo intelectual no ha cambiado). Por lo tanto, debemos volver a
traducir esta oposición estructural atendiendo a la cuestión de la supremacía
social:
1. La primera habla de que la capacidad de elección masculina es agonística,
es, por analogía con el duelo, la conducta «noble» por excelencia.
2. Y la segunda tiene relación con el modelo femenino. Y es lo contrario al
hombre, es decir, trata el valor derivado o en otras palabras se incita a la
mujer a gratificarse, solo para encajar mejor como objeto de la competencia
masculina. En esta parte la mujer nunca entra en competencia directa sino
con las demás mujeres. O sea hombres y mujeres no se mezclan. El
hombre elige a la mujer entre objetos y la mujer la eligen por bella.
Entonces esa jerarquía, ilustrada en el nivel narcisista por la publicidad, es decir la
mujer se dedica a las labores domesticas, o básicamente está condenada a valer
como fuerza de prestigio a causa de su inutilidad oficial, de su condición de
esclava «mantenida».

Y así se sigue hablando o manteniendo los modelos diferenciales, que no hay que
confundir con los sexos reales, ni con las categorías sociales. Los limites son algo
difusos. También al hombre moderno se le invita a complacerse. Y a la mujer se le
incita a elegir, a competir y a ser exigente. Lo cual transmite la imagen de una
sociedad en la que las funciones respectivas, sociales, económicas y sexuales
están relativamente mezcladas. Sin embargo, la distinción de modelos masculino y
femenino se conserva intacta.
Por otra parte, hoy asistimos a un fenómeno más general que es la extensión a
todo el campo del consumo del modelo femenino. Lo que dijimos de la Mujer, en
su relación con valores de prestigio, de estatus «por procuración», vale virtual y
absolutamente para el homo consumans en general, hombres y mujeres sin
distinción. Vale para todas las categorías consagradas en mayor o menor medida
(pero cada vez más, según la estrategia política) a la «parafernalia», a los bienes
domésticos y a los goces «por procuración». Así es como clases enteras están
condenadas (a imagen de la Mujer, que permanece como Mujer-Objeto, siendo
emblema del consumo) & funcionar como consumidoras. Su promoción a la
categoría de consumidores será pues la realización de su destino de siervos. Sin
embargo, a diferencia del ama de casa, su actividad alienada, en lugar de
hundirse en el olvido, hoy hace brillar la contabilidad nacional.

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