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La glotopolítica

Louis Guespin y Jean-Baptiste Marcellesi “Pour la Glottopolitique”, en Langages, Nº 83, 1986. (Traducción y selección para
la cátedra de Sociología del Lenguaje de la Fac. de Filosofía y Letras de la UBA).

¿Por qué hemos preferido este neologismo a sintagmas como política lingüística o planificación lingüística?
Fundamentalmente porque tiene la ventaja de neutralizar, sin expresarse en relación a ella, la oposición entre lengua y habla.
Glotopolítica designa los diferentes enfoques de una sociedad acerca de la acción sobre el lenguaje, sea esta consciente o
no. Puede referirse a la lengua, cuando la sociedad legisla, por ejemplo, respecto del estatuto de distintas lenguas en
contacto; al habla, cuando reprime uno u otro empleo; al discurso, cuando la escue - la privilegia en los exámenes la
producción de un determinado tipo de texto. Glotopolítica es un término para englobar todos los hechos del lenguaje en los
que la acción de la sociedad reviste la forma de lo político.

Condiciones para el éxito de una planificación lingüística


Las políticas lingüísticas están condenadas al fracaso si no se cumplen dos condiciones: una reflexión de fondo sobre la
investigación y la información en relación con el lenguaje, e importantes progresos en el conocimiento del cambio lingüístico.
1. Una política de información sobre el lenguaje es necesaria. Una política democrática de la lengua exige una
información lingüística en dos direcciones. En dirección de los que deciden, que deben tomar conciencia de que las
medidas glotopolíticas pueden ser llevadas a cabo eficazmente solo si los usuarios están convencidos de su
necesidad. Para ello todos los usuarios deben participar de la encuesta, de la discusión, de la toma de decisiones.
Los problemas que se debatirán tendrán entonces necesariamente otros aspectos que los meramente lingüísticos:
los responsables deberán comprender que, lejos de organizar solamente un debate sobre la lengua, están
forzosamente comprometidos en una confrontación acerca de las relaciones de interacción entre identidad social y
prácticas lingüísticas.
Esta confrontación tiene posibilidades de ser superada solamente si el conjunto de los usuarios es puesto en
condiciones de participar en la reflexión, de formular sus problemas y de ir más allá de las afirmaciones de un seudo
buen sentido. Una vasta política de información es entonces necesaria para sacudir las certezas demasiado
cómodas y susceptibles de bloquear el debate. Como cada uno es usuario del lenguaje, todos pueden decir su
palabra sobre sus propias necesidades lingüísticas, y sería importante que todos pudieran forjarse sus
representaciones acerca del lenguaje en la libertad que da el conocimiento.
2. El papel glotopolítico del lingüista. Los lingüistas no son siempre conscientes del papel glotopolítico que deben
jugar. Se sabe que en el siglo XIX se retiraron al Aventino: hicieron excelentes investigaciones, pero separadas de
toda utilidad social; en el siglo XX el saussurísmo y el chomskysmo han producido efectos similares; se puede
hablar así de ideología descriptiva de los lingüistas. Esta situación está cambiando; W. Labov, por ejemplo, es
consciente de las implicaciones sociopolíticas de su investigación. Así también B. Techtmeier, que afirma: “el
lingüista no debe limitarse a analizar los cambios del comportamiento verbal, en el sentido amplio del término,
incluido el cambio de las superficies verbales, y a educar a los hablantes, sino que su tarea es también influir en la
opinión pública y velar por la codificación de esos cambios”.
3. Luchar contra los prejuicios de los lingüistas. Los lingüistas no están al abrigo de los prejuicios. Ha habido, por
ejemplo, toda una tradición que imputa al bilingüismo precoz los más graves inconvenientes. F. Prudent ha reunido
sobre este tema un despiadado ramillete de tonterías. En autores en otras cosas serios, de P. Pichon a Jespersen,
el “buen sentido” ha consistido en representar el bilingüismo como una “enfermedad”. Ese prejuicio perdura, por
ejemplo, en Laponce, que dramatiza todavía terriblemente la situación del hablante bilingüe y el precio del
bilingüismo. Reclamar un papel creciente de los lingüistas en la organización del debate glotopolítico es
necesariamente pedir a los lingüistas que no exporten más que lo mejor de su disciplina y que revisen los conceptos
y los métodos. Ese papel nuevo exigirá un rigor deontológico nuevo y la integración de numerosos conocimientos.
4. Avanzar en el conocimiento del cambio lingüístico. Para comprender cómo se puede actuar voluntariamente
sobre la lengua, hay que saber cuáles son las condiciones y los procesos del cambio “espontáneo”, es decir las
modificaciones lingüísticas no provocadas por una política concertada. ¿Los responsables están al corriente de las
fuerzas estructurales en juego (dinámica de los sistemas)? ¿De las fuerzas sociolingüísticas en presencia (actor del
cambio, fuerzas de conservación, hablas y discursos de referencia simbólicamente valorizados o minorizados, etc.)?

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Es importante también estar informado sobre la variación lingüística. Las decisiones de política lingüística consisten a
menudo en prohibir tal préstamo o tal lista de préstamos, en imponer tal lengua en la escuela, en la empresa, en la
administración, Pero para que sean efectivas deben tener en cuanta el mercado del intercambio simbólico, la complejidad
del juego de las prácticas lingüísticas.
Hay además que estudiar la lengua allí donde se crea, en la interacción lingüística. Los trabajos de Palo Alto, de Labov y de
los investigadores soviéticos de los años veinte, entre otros, permiten plantear más adecuadamente los problemas de una
glotopolítica preocupada por actuar no sólo sobre el estatuto de las lenguas sino también sobre las prácticas lingüísticas, y
sobre las relaciones, en el individuo social, entre pensamiento y lenguaje.

Lengua y sociedad
En toda sociedad humana existe el lenguaje y toda práctica lingüística es social. Esto tiene consecuencias prácticas: no
basta con darse un objeto único (ya sea el mantenimiento o la transformación de una sociedad concebida como valor en sí,
sobre la cual se actúa a través de la lengua, ya sea la sobrevivencia de una lengua también sobrevalorizada, sobre la cual
se actúa por presión sobre la sociedad). Los principios son abstractos y congeladores en los dos casos. La profunda
justificación de la glotopolítica no es el alineamiento de prácticas lingüísticas o sociales respecto de un ideal abstracto de
lengua o de sociedad, sino el desarrollo de la personalidad social. El lenguaje como agencia de socialización Los
investigadores norteamericanos se interesan por las relaciones entre planificación lingüística y proceso de constitución de
las identidades. Lo fundamental es saber cómo lenguaje e identidad, y particularmente cambio lingüístico y cambio de
identidad interactúan. Pero lo que en general no se aclara es qué se entiende por identidad. ¿Se trata del sentimiento de
comunidad? ¿Del nacimiento o de la conservación de una ideología colectiva? ¿De la dinámica de constitución del individuo
social?
La escuela norteamericana tiene interés esencialmente por su reflexión sobre las prácticas manipulatorias posibles. Por
ejemplo, la oposición entre language status planning y language corpus planning es importante. La planificación del estatus
son las decisiones que llevan a hacer aprender y amar las lenguas; la planificación del corpus son las medidas que tienden
a acercar las lenguas, o a identificar lo común en lenguas o variedades. El vínculo establecido entre planificación de las
lenguas y planificación de la identidad podría ser más interesante si la identidad fuera definida. Por ejemplo, Pool introduce
en el language corpus planning las políticas de diferenciación lingüística, es decir, las tentativas por apartar una lengua o
dialecto de otro. Y señala con alguna ironía que estas políticas “están acompañadas a menudo de una retórica en la que se
expone la creencia de que la diferenciación lingüística es un refuerzo poderoso para obtener una identidad separada”. En
efecto, las cosas no son tan simples, y las políticas lingüísticas a veces simplifican excesivamente.
Lefevre, por su parte, plantea el problema de las relaciones entre lenguaje e identidad desde el ángulo del proceso. Distingue
así la categoría lingüística (conjunto de individuos descriptos como teniendo el mismo sistema de comunicación) y el grupo
lingüístico (ese mismo conjunto pero solo desde el momento en que los hablantes san conscientes del carácter particular de
su sistema de comunicación). Se puede estudiar el proceso de identificación lingüística, es decir el paso de una identidad
lingüística latente a una identidad lingüística manifiesta: “Si los actores sociales están de acuerdo sobre la definición de una
comunidad lingüística y encuentran cada vez más conscientemente una parte de su identidad personal participando en esta
comunidad, hay identificación lingüística”. Lefevre distingue también dos procesos de identificación, la identificación histórica
y la identificación estructural. Esta última consiste en “identificarse con un grupo que se organiza sobre la base de un pasado
cultural”. El concepto de identificación histórica es más nuevo; este proceso sería obra de intelectuales; la entidad apuntada
es una ficción, “un grupo hipotético y potencial”, y “todo ocurre como si una cultura, no reconocida oficialmente por aquellos
que detentan el poder, pudiera preexistir a un grupo real, como si la esencia de un grupo precediera a su existencia”; así los
intelectuales “forjan el mito de un grupo lingüístico, refiriéndose a la historia de una cultura particular cuya lengua es uno de
los soportes esenciales más visibles”. Esta investigación es importante para la apreciación de fuerzas glotopolíticas
desconocidas que juegan su papel en el proceso de identidad. Si tomamos el ejemplo del occitano, percibimos que no hay
sólo reivindicación occitana sino también construcción de la occitanidad por los intelectuales, según una identificación mítica,
apoyada en datos reales. El proceso puede ir hasta la necesidad de construcción de la lengua de identidad.

La acción de la sociedad sobre la lengua


Esta acción es un hecho. Es gracioso ver que se haya tomado conciencia de ello hace tan poco tiempo. Como lo señala J.
Pool hasta estos últimos años “las tentativas de los gobiernos para manipular estos fenómenos (lengua e identidad)
aparecían como demasiado asistemáticos, demasiado naturales o demasiado criminales para merecer el nombre de
planificación”. Efectivamente, el problema “no se planteaba”; se repetía, con el apoyo del sentido común y la garantía de
Saussure, que no se le podía cambiar nada a la lengua, y, como excepciones que con firmaban la regla, se citaban algunas
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tentativas. Por otra parte, la violencia totalitaria de las intervenciones fascistas habían creado un verdadero tabú. Pero
“natural” o “criminal” son términos que ocultaban los problemas reales que deben, por cierto, ser planteados. ¿Quién hace
las gramáticas? ¿Quién decide acerca del buen decir? ¿Qué es un “diccionario de la Academia”? ¿Qué es una gramática
escolar?
Nada de todo esto es del orden de la naturaleza o del crimen. Tenemos casi vergüenza de decir, tan obvio es, que, como lo
sociedad, como la personalidad humana, la lengua corresponde al orden do la cultura, que es un objeto socializado en su
totalidad.
Desde hace aproximadamente veinte años se ha tomado, en el campo científico, conciencia de estos problemas. Desde
entonces se percibe la acción de la sociedad sobre el lenguaje, ya se trate de ortografía, de gramática, de terminología, de
todas las formas de normalización. El concepto de planificación lingüística es característico de esta innovación, poro hay que
señalar que ocurre lo mismo con el concepto de conflicto lingüístico; toda planificación lingüística, en una sociedad de clases,
es necesariamente la política lingüística de una clase social dominante, resultado al mismo tiempo de un compromiso.
El conflicto epistemológico entre lingüística del sistema (lingüística saussureana de la lengua) y lingüística de la interacción
verbal va a encontrarse necesariamente aquí. En una aproximación rápida podemos decir que los partidarios de una política
de la lengua, de la planificación lingüística tienden a apoyarse en las lingüísticas de la lengua, mientras que la lingüística de
la interacción verbal lleva necesariamente al estudio científico de las prácticas glotopolíticas.

Las prácticas glotopolíticas


La política de la lengua está constituida por actos discretos (decisiones, recomendaciones, creación de instancias, etc.) que
apuntan a una acción sobre uno o más sistemas lingüísticos considerados también como discretos. La glotopolítica, en
cambio, actúa sin cesar y apunta a prácticas lingüísticas, que son del orden de lo continuo. Según las modalidades de la
interacción verbal, no es siempre fácil determinar, por ejemplo, si un antillano habla francés o créole.
Actos considerados habitualmente como anodinos, apenas dignos de observación (por ejemplo, la corrección de una “falta”
por referencia a una norma) no son evidentemente asignables a una política de la lengua. O, más exactamente, a la
investigación sobre la política de la lengua le molestan hechos de este tipo: si el lugar donde se toma la palabra es oficial, si
la corrección es hecha por un maestro, si la falta implica una sanción, el que describe llegará a la conclusión de que es un
hecho político; pero si la situación es informal, si el marco es familiar, si la corrección asume la forma de un consejo, no
tendrá nada que registrar. Ahora bien, la corrección en función de una norma es idéntica en los dos casos: el principio de la
corrección normativa es el mismo, sea o no la intención política y represiva.
El concepto de glotopolítica permite tomar en cuenta al mismo tiempo la identidad entre los dos casos y su especificidad;
engloba a la vez las políticas concertadas y los relevos, conscientes o inconscientes, activos o pasivos, de esas políticas.
Así, el hecho glotopolítico va desde los actos minúsculos y familiares evocados aquí, hasta intervenciones más
considerables: decisión referida al derecho de una determinada categoría social a tomar la palabra bajo cualquier forma que
sea (escrita, a través de los libros de quejas, oral, con la participación de un consejo de administración, televisiva, con el
derecho a la antena en caso de candidatura). Esas decisiones pueden referirse a la lengua en sí; en ese caso la glotopolítica
engloba a la política de la lengua: todos los casos de promoción, prohibición, equipamiento, cambio de estatuto de una
lengua son eminentemente hechos políticos; la política de la lengua es entonces un caso particular de la glotopolítica, que
debe ser estudiado doble - mente, a la vez en su relación de igualdad de principio con otras formas de glotopolítica, y en su
especificidad de único nivel que apasiona a las masas, de único dominio en el que la inter - vención política es fácilmente
localizable, y donde la relación con la identidad étnica es directamente percibida, etc.
El concepto de glotopolítica da cuenta de un eje vertical que vincula el hecho normativo o antinormativo más insignificante a
los hechos más salientes de una política de la lengua. Cubre también un terreno horizontal mucho más vasto que el que
cubre la noción de política de la lengua, pues la innovación glotopolítica no es siempre percibida como tal: toda decisión que
modifica las relaciones sociales es, desde el punto de vista del lingüista, una decisión glotopolítica. Se pueden tomar como
ejemplo las leyes Auroux (modificación de los derechos de los trabajadores en la empresa): es normal considerarlas según
su contenido social, pero el lingüísta observará que esas leyes constituyen a tal individuo, tal representante, tal grupo, en
locutor legítimo en una instancia determinada en el seno de la empresa. La medida no es por cierto una decisión de política
de la lengua, pero conlleva una importante incidencia glotopolítica: afecta la puesta en discurso de la economía, de las
relaciones de producción, del mundo del trabajo. Toda medida que afecte la distribución social de la palabra, aunque su
objetivo no sea lingüístico, influye en la situación glotopolítica.
El término glotopolítica puede ser utilizado con dos fines: tanto para la evocación de las prácticas como para la designación
del análisis; la glotopolítica es entonces a la vez una práctica social a la cual nadie escapa (se “hace glotopolítica sin saberlo”,
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ya sea simple ciudadano o ministro de economía) y una disciplina de investigación. Aquí nos referiremos especialmente a la
práctica glotopolítica.

Para una tipología de las prácticas glotopolíticas


En líneas generales podemos distinguir el liberalismo glotopolítico y el dirigismo. El liberalismo es por cierto una política, pero
es en principio la política en estado amorfo, ya que la ley de la selva no es una ley. Por otra parte, es siempre importante
preguntarse a quién beneficia el liberalismo glotopolítico. Esta actitud de no resolución de los conflictos lingüísticos, que
favorece la penetración o el mantenimiento de la ideología dominante, nos parece la actitud lingüística preferida de una clase
dominante en su etapa conservadora.
El liberalismo glotopolítico es hoy insostenible aunque más no sea porque las solidaridades internacionales vuelven
necesaria la acción estatal (recomendaciones de la Unesco, textos de Helsinki). De allí que en la actualidad el liberalismo
esté necesariamente contaminado; el discurso liberal no es más que la cobertura de intervenciones que benefician a las
capas que tienen interés en la conservación de un situación lingüística que les es favorable.
El dirigismo es evidentemente una actitud glotopolítica mucho más espectacular que el liberalismo. La no-intervención
perjudica pero no choca; la muerte de las lenguas según la ley de la selva es atribuida a la fatalidad; la inadaptación lingüística
de masas de locutores es vivida en la autoculpabilización y el mutismo social. En cambio, el intervencionismo glotopolítico
crea necesariamente acontecimientos: se toman decisiones; se dan instrucciones; se elaboran informes, etc.
Trabajando con el concepto de glotopolítica, comprendemos mejor que el intervencionismo revista formas muy variadas: ese
polimorfismo se debe al aspecto continuo del lenguaje, del habla a la lengua, de la intervención familiar aparentemente la
menos socialmente codificada al uso más monológico y estereotipado, que recurre a normas universalizantes (formularios
administrativos, lengua del derecho, discurso pedagógico, metalengua del diccionario, etc.).
Hemos formulado la hipótesis de que el liberalismo glotopolítico, puro o apoyado en el Estado, era el recurso de una clase
políticamente conservadora. La hipótesis complementaria considerará al dirigísmo glotopolítico como la política lingüística
de una formación social en acenso. No es por casualidad que la Revolución Francesa y la Revolución Rusa sean períodos
de intensa actividad glotopolítica, aunque con sentidos muy diferentes.
Una descripción sin complacencia de las prácticas glotopolíticas podría tener un efecto desalentador; el dirigismo puede
conducir a excesos mientras que el inmovilismo, real o afectado, sirve siempre para apoyar los mismos intereses.
Denunciando el liberalismo, no condenamos de ninguna manera un proyecto de libertad de las prácticas lingüísticas. Así
como tampoco un análisis del dirigismo glotopolítico como política lingüicida no debe implicar condena a la idea de gestión
de las prácticas lingüísticas.
Finalmente, en el marco de una glotopolítica dirigista queda lugar para un debate entre medidas incitativas y medidas
prescriptivas. Por ejemplo, en China, a partir de 1955, Luo Chang Pei pide que la normalización lingüística se lleve a cabo
por incitación más que por vía institucional. La Constitución de 1982 declara el putonghua “lengua Común del país”, pero
esta decisión no se acompaña con medidas coercitivas. Yang Jian resume así la situación actual: El esfuerzo del gobierno
tendiente a la extensión de esta lengua común ha cambiado la situación lingüística en China, del unilingüismo (uso exclusivo
del dialécto) al bilingüismo (uso paralelo del dialecto y del putonghua)”.

Para la glotopolítica del mañana


Diversos factores convergen para permitir pensar otra glotopolítica fuera de las alternativas obligadas del laxismo y de le
fuerza. En primer lugar la toma de conciencia internacional del derecho a prácticas lingüísticas negociadas, garantizadas,
auténticas. Y concomitantemente y no sin relación causal, el aumento de la corriente sociolingüística. También mayor
posibilidad que antes de evaluar los medios y las vías de una glotopolítica adecuada al mundo tal cual es.
No son las comisiones ni las decisiones ministeriales ni los recursos jurídicos los que movilizarán, sobre le cuestión del
lenguaje, las fuerzas reales, y que traerán las soluciones de interés general. El estado actual de la reflexión lingüística permite
al especialista ver dibujarse las vías de elaboración glotopolítica de mañana. En primer lugar se ha emprendido y debe
intensificarse el esfuerzo de captación de las prácticas lingüísticas reales.
N. Gueunier señala el aumento de la separación entre competencia activa y competencia pasiva. En lugar de denunciar
vagamente “los medios”, “el teléfono”, “la informática”, es importante comprobar en efecto esta característica de la
comunicación moderna: el aumento gigantesco de auditorios y, en menor medida sin embargo, de “lectorios”. En lugar de
una condena, que no significaría nada, la actitud glotopolítica realista reside en tomar en cuenta ese desequilibrio entre
actividad y pasividad lingüísticas. ¿Qué lugares de interacción favorecer, para qué funciones sociales, con el fin de luchar
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contra una separación tendencial entre una minoría de especialistas de la palabra pública y una mayoría creciente de puros
receptores?
El cambio de las prácticas lingüísticas tiene que ver también con el hecho de que la distinción entre privado y público o pierde
su rigor o se desplaza. El corte entre lenguaje microestructural, lenguaje de la célula familiar, y lenguaje oficial, lenguaje
universalizante de lo administrativo y de lo nacional es menos neto, incluso para las elites: recurso lícito o tolerado a formas
populares, a la familiaridad, a la grosería en relaciones que hasta hace poco excluían esos empleos, y estilo oral de las
clases o cursos universitarios, exposiciones, conferencias, pronunciadas antes en lenguaje “sostenido”, según la formula de
lo oral-escrito.
Se asiste igualmente a una crisis de la instancia normativa. La diversidad de instancias que formulan sus normas, la variedad
de las modalidades de control, han modificado la relación con la norma, percibida cada vez más como relativa, y por lo tanto
como arbitraria y facultativa. Las instancias normativas y glotopolíticas tradicionales entran en competencia con los “medios”,
a los cuales no han logrado imponerse. Si tomamos en cuenta el número de horas que se consagran a la radio y a la televisión
podemos señalar que el lugar de origen de la norma está desplazándose. Frente a las instancias oficiales de normativización,
las capas culturalmente hegemónicas que se desarrollan son esencialmente aquellas cuyo acceso a los medios está
asegurado. La lucha contra ese monopolio pasa por la búsqueda del acceso de todas las ca - pas sociales a la gestión y a
la expresión en los medios.
Una glotopolítica adecuada no puede dejar de tener en cuenta esas tendencias y esas relaciones de fuerza. Pero al mismo
tiempo debe apreciarlas de manera objetiva. Hemos podido abordar estos problemas porque el movimiento de las prácticas
lingüísticas es más rápido que nunca, pero también porque la sociolingüística permite hoy plantearlos.

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