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Tucker, K.A. - Causal Enchantment 01 - Anathema
Tucker, K.A. - Causal Enchantment 01 - Anathema
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Evangeline ha pasado su adolescencia en la oscuridad, sus padres adoptivos
tienen la capacidad emocional de robots y sus compañeros de clases apenas
reconocen su existencia. A punto de cumplir los dieciocho y sintiéndose como
una paria social, está desesperada por conectar con alguien. Con quien sea.
En un mundo donde todas las personas tienen motivos para obtener ganancias
personales, Evangeline debe decidir en cuál engaño es menos probable que la
maten.
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Sinopsis 14: Margaritas y
Índice Engaño
Prólogo 15: Mar de Merth
1: Sofie 16: Telepatía
2: El Regalo 17: Asesino
3: Ahogándose 18: Opciones
4: La muerte es la 19: La Cubierta,
muerte Descubierta
5: Veronique 20: Inmovilizado
6: Déjà Vu 21: Haciendo Planes
7: ¿Loca? 22: Los Beards
8: Reconocimiento 23: El Consejo
9: Atacada 24: El Portal
10: La verdad 25: Exiliada
11: Maldita Próximo Libro: Asylum
12: Extinción Sobre la Autora: K.A.
Tucker
13: Soborno
Agradecimientos
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Traducido por flochi
Corregido por Jo
—C
onfía en mí —susurró Sofie, con sus delicadas manos
deslizándose hacia arriba por el pecho de Nathan hasta
llegar detrás de su cuello.
Él se alejó y se movió hasta quedarse de pie frente a una ventana cercana, con
los brazos cruzados sobre su pecho.
Suspirando fuertemente, Nathan bajó los ojos hacia el árbol de roble de debajo
de su ventana, las hojas de un rico color dorado debido al cambio de estación.
Ese iba a ser el lugar de entierro de Sofie.
—Por favor, no se lo pidas a nadie más —rogó. Supo que su petición era inútil.
Ella se lo quedó mirando, sus ojos verde oliva con desafío, sus intenciones
claras. Encontraría a alguien, alguien a quien no le importara si ella
sobrevivía. Él no podía permitirlo.
Abrió los ojos para ver la sonrisa deslumbrante y confiada de Sofie. ¡Haría lo
que fuera para ver esa sonrisa por toda la eternidad!
Había funcionado.
Empezó a reírse.
—¿Se puede saber por qué en el nombre de Dios estás tan contenta? —bramó
una voz. Su cabeza se giró. Mortimer estaba de pie en la puerta, una mirada de
puro terror se extendía en su rostro—. ¿Te das cuenta de lo que has hecho? —
gritó, aplastando su puño contra la madera sólida de la puerta. Las astillas
volaron debido al golpe.
Ella volvió sus curiosos ojos hacia donde su mano indicó. Su estómago dio un
vuelco cuando vio el cuerpo yaciendo inmóvil junto a la cama.
—¡Nathan!
—No tienes idea de lo que nos has hecho —respondió Mortimer con los
dientes apretados. Era obvio que la muerte de Nathan era la menor de las
preocupaciones para él.
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Sofie
Traducido por flochi y Jo
—N
os vemos mañana, Betty —grité a la recepcionista
nocturna del refugio mientras pasaba la recepción. La
mujer regordeta y de mediana edad respondió con una
sonrisa amable y un rápido asentimiento antes de volver su atención al
vagabundo parado a su lado.
—No, Eddie. No soy tu diosa, pero gracias… me siento halagada. —Le palmeé
suavemente la mano.
Eddie respondió con su familiar mirada perdida, plácidos ojos indicando que
ahora se encontraba ahí sólo de manera física. Agachándome, tiré suavemente
de su brazo. Su cuerpo se resistió, tan inflexible como una estatua de concreto.
—Oh, Eddie. —Suspiré—. Vas a coger una neumonía si te quedas ahí. —Abrí
mi propio paraguas y envolví su manija entre sus manos, esperando que lo
mantuviera seco hasta que su mente regresara y moviera su cuerpo al refugio.
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Envolviéndome el pecho con los brazos, me puse a caminar enérgicamente.
Podía lidiar con un poco de lluvia. Como si la Madre Naturaleza estuviera al
tanto de mis pensamientos, el cielo súbitamente se abrió y la ligera llovizna
evolucionó a un monzón, vertiendo cubos de agua sobre mi cabeza. Comencé
a correr a ciegas, buscando un refugio.
—Te cortarás —dijo la voz sedosa de una mujer con acento francés.
—¿Y qué planeas hacer con todos los pedazos? —preguntó ella, levantando
una ceja con interrogación.
La mujer sonrió.
—Evangeline.
Asentí.
—Luces como un gato ahogado. —Su acento hizo que la frase sonara exótica.
—Oh no, ¡está bien! —dije rápidamente, avergonzada, pero la pareja ya estaba
de pie y en su camino hacia la puerta, todos sonrisas.
Aceptando con una sonrisa tímida, me hundí en la silla, mis jeans mojados
pegándose incómodamente, luego cerré mis ojos mientras mi cuerpo absorbía
el calor.
Momentos después oí algo ser puesto en la mesa junto a mí y abrí los ojos. Una
taza de chocolate caliente con una alta pila de crema batida estaba posada allí;
Sofie se había sentado en el asiento frente a mí. La miré con sorpresa. Nadie,
aparte de mi propia madre, había mostrado alguna vez un cuarto de la
compasión que esta asombrosa mujer entregaba tan libre e injustificadamente
a una chica que acababa de romper una de sus posesiones de valor.
—Sabes, mucha gente diría que es mi culpa por poner algo tan caro afuera en
la vereda. Estaba destinado a romperse —ofreció, todavía inexpresiva.
Mi boca se abrió para responder pero no salieron las palabras. Ésa idea no
había cruzado mi mente. La excusa claramente me sacaría del lío, pero sabía
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que mi consciencia nunca lo aceptaría, en su lugar me picaría incesantemente
como una astilla en mi ropa.
Un opresivo peso se asentó en mi pecho e hizo que mis ojos vagaran por la
habitación una vez más. Las mesas estaban cubiertas con tazas sucias
esperando a ser recogidas y podía ver que el piso mojado tenía una
desesperada necesidad de una fregada. Me di cuenta; no había visto a nadie
atendiendo a los clientes.
—¿Podría trabajar aquí? —solté sin pensar. Una vívida imagen de mí en mis
zapatillas y jeans descoloridos, tropezándome con la pata de una silla y
quemando a un cliente con una bandeja de bebidas calientes se formó en mi
mente. Rápidamente arreglé mi propuesta—. Podría lavar platos, limpiar las
mesas, hacer mandados… lo que sea que necesites. Todo el día, siete días a la
semana. Lo que sea que necesites. Podría tomarme un tiempo ganar el
dinero… —Más como una eternidad.
—No lo sé. Tal vez es una idea tonta. —Me mordí la uña del pulgar.
—Sí, creo que puedo encontrar algo para ti aquí. ¿Puedes empezar mañana en
la noche a las seis?
—De acuerdo. Sí. Gracias. —Hice una nota mental de llamar al refugio para
hacerles saber que no regresaría por algunos… años.
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—Maravilloso. —Sofie se levantó y caminó al mostrador. Tomó una lapicera
de detrás del mostrador y escribió algo en un pedazo de papel, luego regresó y
me lo pasó—. Por favor llena esto. He escrito tu sueldo inicial arriba. —Vi la
más leve sonrisa tocar los gruesos labios de Sofie; la primera de esa noche—.
Algunos dicen que pago demasiado bien.
Mi reloj decía que faltaban diez minutos para las seis cuando empujé la pesada
puerta de madera de Newt’s Brew la siguiente tarde, mis nervios haciendo
toda una producción de circo en la boca del estómago. Me había sentado en la
cama la mayor parte de la noche, repasando la inexplicable tarde en mi mente
incontables veces. La mitad de mí estaba enferma del estómago sabiendo que
no me matricularía en la universidad antes de mi quincuagésimo cumpleaños,
dada la deuda que tan torpemente había asumido. Pero la otra mitad se
preguntaba cómo me las había arreglado para ir de tener mi primer trabajo en
un moderno café a un salario que solo podría ser descrito como ridículo.
Newt’s Brew estaba vacío. Ningún cliente pasaba el rato con una taza de café.
Ningún murmullo de conversación en el aire. Quizás todavía era temprano,
decidí. Sofie estaba de pie detrás del mostrador, la espalda hacia mí,
concentrada en algo en sus manos.
—Buenas tardes, Evangeline —respondió sin volverse, con ese mismo aire
reservado que estaba llegando a reconocer como un aspecto normal de su
personalidad.
—Todos estos tienen que desaparecer —dijo ella, moviendo una mano
despreciativa a la vitrina de postres.
Recogí una bandeja de plata y olí un pedazo de pastel de manzana. Olía bien.
—Bueno… ¿hay algo que pueda hacer para ayudar? Tengo diez mil dólares en
horas que te debo, no lo olvides. —Se me escapó una pequeña risita incómoda.
Felizmente olvidaría esa parte.
—Este lugar está básicamente listo para el cierre —respondió Sofie, yendo
hacia el lavabo para lavarse las manos.
—No tienes que hacerlo. Sin embargo, tu ayuda podría servirme —agregó.
La oferta se estaba volviendo mejor con cada segundo que vacilaba. No sabía
qué hacer. Deseaba poder pedirle un consejo a mi madre.
—¿Hola?
—Y mi nueva jefa acaba de pedirme que vaya a Nueva York a ayudarla con
algún negocio. ¿Estaría eso bien para ti? —Contuve la respiración.
—Bien, bueno, podría ir. No estoy segura de cuándo volveré, sin embargo.
Corregido por Jo
M
is manos se movían nerviosamente en mi regazo mientras
examinaba la amplia y bien iluminada cabina del jet privado del
amigo de Sofie por enésima vez. Estábamos a unos dos tercios del
camino a Nueva York y yo ya estaba en mi tercera copa de vino tinto. La había
rechazado educadamente cuando la azafata me lo había ofrecido por primera
vez, admitiendo que era menor de edad. Pero Sofie puso los ojos en blanco
dramáticamente y ordenó a la mujer que hiciera caso omiso de mi estupidez y
mantuviera mi vaso medio lleno en todo momento.
—Lo siento. —Le ofrecí una sonrisa tímida—. Estoy un poco nerviosa por
volar. —Estaba mintiendo, por supuesto. Volar no me molestaba, esa parte era
excitante. El hecho de que hace veinticuatro horas esta mujer era una
completa extraña y ahora estaba volando a Nueva York con ella, sin siquiera
un par extra de ropa interior y por Dios sabe cuánto tiempo, me tenía
exhausta.
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Sofie, por otra parte, estaba totalmente relajada, estirada en uno de los sillones
de cuero de color marfil frente a mí, sus largas y esbeltas piernas cruzadas en
los tobillos; fácilmente podría estar posando para la portada de una revista
de Estilos de Vida de los Ricos y Famosos.
—Así que este amigo tuyo que posee este avión… ¿qué hace? —pregunté.
—¿Qué?
—Oh, algo está mal con el cierre —respondió. Podía sentirla examinándolo—.
No se abrirá sin romperlo. Hazme un favor y déjatelo puesto por ahora.
Cerré los ojos y me imaginé metiendo ese terrible vacío en una botella y
cerrándola con fuerza. Así fue como había aprendido a lidiar con la pérdida de
mi madre. Normalmente funcionaba. Esta vez, sin embargo, el espacio vacío se
expandió, empujando contra mi caja torácica, constriñendo mis pulmones,
volviéndose un dolor punzante en mi corazón. Respiraciones profundas,
Evangeline. Inhalé y exhalé lentamente, esperando a que el dolor se disipara.
No lo hizo. Solo se intensificó con cada nueva respiración, a medida que cada
latido de mi corazón venía más fuerte y más rápido. La sangre se apresuraba a
mi cabeza, el sonido en mis orejas dominando el rugido de los motores del jet.
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¿Qué me está pasando? Mis ojos se movían salvajemente por el interior del
avión. Las paredes y el suelo oscilaron. Sabía que no tenía nada que ver con las
habilidades de vuelo del piloto.
Y entonces mi corazón dejó de latir por completo. Solo así. Ni siquiera pude
manejar un jadeo. Mi mano derecha voló a mi pecho mientras mi izquierda se
estiró a tientas por el aire en busca de ayuda, de Sofie. Solo duró uno o dos
segundos, luego mi corazón latió una vez, dos. Tres veces. Y entonces estaba
latiendo otra vez.
—Sí. Solo me he sentido un poco graciosa por un segundo. Deben de ser mis
nervios —le aseguré, añadiendo con una sonrisa nerviosa—: o el vino.
—¿Estás segura?
Sofie ofreció solo una pequeña sonrisa antes de volver sus ojos de menta hacia
adelante, su mandíbula tensa. Parecía nerviosa.
La segunda puerta se abrió y el coche siguió adelante. Mis ojos se abrieron con
asombro.
—¡Lo siento! —Me escurrí a través del asiento para aceptar su mano. Mis pies
aterrizaron en los adoquines cuando me deslicé afuera.
Asentí sin decir nada, impresionada tanto por él como por mi entorno. Hacía
calor aquí dentro —cálido, en comparación con la frígida temperatura del
exterior. Di unos pasos hacia delante y me arrodillé para tocar los
aterciopelados pétalos de rosa.
Incliné mi cabeza hacia atrás y entrecerré los ojos al oscuro cielo nocturno por
encima de nosotros, finalmente dándome cuenta de la red de líneas negras que
sostenían los paneles de cristal entre ellos en un intrincado patrón. El patio
gigante era un atrio.
Dudé solo un segundo antes de devolverle la sonrisa y caminar por uno de los
caminos como un niño investigando jardines secretos. Hasta esta noche, un
sitio como este solo había existido en cuentos de hadas llenos de palacios
reales y princesas. Ahora, mientras paseaba por el camino de adoquines,
inhalando las embriagadoras esencias de lavanda y menta, era real. Y yo estaba
viviendo en ella.
Algo blanco en el centro del atrio me llamó la atención. Atraída hacia ello, me
detuve ante una gran estatua, la escultura de una mujer con un vestido que
fluía, los brazos extendidos hacia el cielo, con las manos entrelazadas
incómodamente, como ofreciendo un regalo a los cielos.
Los chispeantes ojos azul cobalto del hombre rubio recorrieron los jardines,
una sonrisa orgullosa estirando sus labios.
—¿A que sí? Odio los largos y fríos inviernos, pero me gusta demasiado esta
ciudad para trasladarme a un clima más cálido. Este atrio es el compromiso
perfecto.
¿Todo el sitio es de ellos? Con los ojos muy abiertos, examiné la multitud de
balcones otra vez.
—Oh, Sofie nos advirtió que eras un encanto con esos modales —dijo Viggo,
sonriendo—. Espero que no le hiciera falta convencerte demasiado para
traerte aquí.
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Mortimer se rió profundamente.
—Pero tú estás lejos de ser un trol, mi preciosa Evangeline. —Se rió, sus ojos
brillando cuando me sacó de la silla y me apretó en un abrazo de lado
paternal.
—Dale espacio para respirar, Viggo —le advirtió Sofie—. Ha estado a dos
segundos de un leve infarto todo el viaje hasta aquí.
Viggo se rió.
Cuatro bestias estaban en fila a tres metros de distancia de mí, sus inquietantes
y brillantes ojos amarillos pequeños me estudiaban con recelo. Les llamé
bestias porque eran simplemente demasiado grandes para ser algo más. Sus
recortadas y puntiagudas orejas estaba al nivel de mis hombros, con uno
ochenta metros, de ninguna manera era considerada baja. Sus cuerpos
musculosos, cubiertos con brillante pelaje negro, era fácilmente el triple de mi
peso.
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Uno de ellos caminó hacia delante, sus zarpas como garras haciendo clic
contra los adoquines a cada paso. Se detuvo frente a Mortimer para olisquearlo
y conseguir una palmada, su mirada nunca dejando la mía.
—¿Qué tipo de perros son? —pregunté con cautela, yendo hacia atrás para
ponerme detrás de Viggo.
—¡Oh, no! Solo estoy… sorprendida por sus tamaños. —Di un paso adelante y
estiré la mano para acariciar la parte superior de una cabeza. No sabía la de
quién. Todos parecían iguales.
Miré a los cuatro pares de ojos devolviéndome la mirada, sin estar convencida.
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Recibí el gran tour de su casa, o parte de él, porque un tour completo habría
durado hasta altas horas de la noche. Viggo explicó las extensas renovaciones
mientras zigzagueábamos a través de las innumerables habitaciones y pasillos
de mármol, incluyendo la construcción de un atrio donde uno nunca había
existido.
—Podríamos haber construido una casa idéntica a partir de cero por una
octava parte del costo —se quejó Mortimer—. Pero Viggo tenía que
tener este lugar y lo que Viggo quiere, Viggo lo consigue.
Así que vivían juntos. Eso quería decir que eran más que amigos platónicos—
aunque, escuchando su interacción, nunca en un millón de años lo habría
adivinado.
A mí izquierda había una cama con dosel tamaño king, arreglada con capas de
almohadas de plumas y ropa de cama opulenta, todo en una mezcla de blanco
y gris plateado. Mesas de cristal circulares en cada lado de la cama contenían
lámparas de cristal y ramos frescos de lirios de cala color marfil, y un
candelabro de cristal brillaba por encima de todo. A mi derecha, una calesa de
terciopelo blanco aguardaba al lado de una chimenea de gran tamaño. Una
acuarela de una joven recogiendo flores silvestres colgaba sobre la repisa de
mármol de la chimenea. La suave tonalidad de la imagen despertaba
familiaridad dentro de mí, pero no podía identificarlo.
—Sí, es para ti. Debería quedarte perfectamente. Todo nuevo y… —Sus ojos
se entrecerraron cuando algo llamo su atención. Se acercó y metió la mano en
una cesta para sacar una tanga rosa de encaje—. Oh, viejo diablo, Leonardo —
sonrió.
Si hubiera una competencia sobre cuál rostro se volvió de un tono más severo
de rojo —si la de Leonardo o la mía— no podría decir quién ganaría.
Me entró el pánico.
—No te preocupes, él conoce bien este lugar. —Viggo rió entre dientes.
Max gruño y se puso de pie. Se acercó a estar al lado de la cama y levanto una
pata al colchón, acariciándolo varias veces como si me diera instrucciones para
meterme.
—Sí, Max, eso es más de mi tipo —me reí con ironía—. La antigua yo. Esta —
me giré—, soy la nueva yo. La aventurera, confiada Evangeline. —Mi vida
estaba llena de nuevos comienzos—. Creo que me voy a quedar así. No voy a
salir en público de todos modos. —Lo lancé sobre mi hombro, dejando el
armario.
Debo haber pestañeado una docena de veces antes de que mis pupilas se
ajustaran a la oscuridad. Era el atardecer tardío o un temprano amanecer, no
podía decir cuál. Los árboles se alzaban sobre mí, disparándose hacia el cielo
para formar un dosel tan amplio que apenas podía vislumbrar el cielo
iluminado por la luna más allá. Estaba rodeada por el bosque. ¿Dónde estoy?
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Ahogándose
Traducido por Helen1 y maphyc
P
or el rabillo de mi ojo vi a una persona de pie, inmóvil en las
cercanías. Giré la cabeza para mirar. No era una persona, sino la
estatua de la mujer blanca del atrio de Viggo y Mortimer. Fruncí el
ceño. ¿Viggo no había dicho que era la única que existía?
—¿Dónde está ese maldito perro? —El perro negro no me había seguido. Me
puse de pie y di un paso hacia adelante, con el frío y húmedo musgo del suelo
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del bosque haciendo cosquillas en mi piel desnuda. Una rama crujió bajo mi
peso: un sonido tan leve que debería haber pasado desapercibido, pero en vez
de eso resonó como un trueno en el silencio sobrecogedor. Nada se movía.
Nada parecía vivo.
Finalmente acepté que tenía que buscar ayuda. Di un paso vacilante hacia
adelante, mis pies apenas registrando el frío de la tierra. Di vueltas por la masa
de arbustos y helechos que rodeaban el claro donde estaba la estatua, mi cara
siendo acariciada periódicamente por hojas sueltas mientras empujaba las
ramas fuera de mi camino. Seguí moviéndome, tropezando con raíces a
medida que la oscuridad se hacía más profunda dentro de la densa espesura,
empezaba a sentir como si estuviera siendo envuelta por completo.
Finalmente salí de los arbustos para encontrar un río de tal vez de unos seis
metros de ancho, iluminado por la luna, extendiéndose delante de mí. Tuve
que agarrar el tronco de un pequeño árbol que crecía en su borde para impedir
caer adentro. Un pánico momentáneo revolvió mi estómago. ¿Cómo voy a
cruzar esto? No era un gran río, pero era octubre. El agua estaría helada.
Una bulliciosa risa masculina resonó. Me giré hacia ella y vi, a unos treinta
metros de distancia, del otro lado del río, a mis futuros salvadores de pie y de
espaldas a mí. Exhalé y luego inspiré lentamente, el dulce alivio llenando mis
pulmones. Iba a estar bien.
Abrí la boca para gritar, pero un sonido que no era risa hizo que mi boca se
cerrara y que los cortos pelos de mi nuca se erizaran. Había venido de una
mujer, y no era una risa. Los tres hombres se agacharon alrededor de lo que
fuera que estaba a sus pies. ¿Qué están haciendo? Entrecerré los ojos,
concentrándome con fuerza en el objeto.
Se movía.
La sangre corriendo por mis venas se quedó helada mientras estaba allí, mis
ojos llenos de terror. Esperé a que el cuerpo resurgiera a la superficie, una
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patada, un chapoteo o un signo de vida, alguna pista que indicara que se
trataba de una broma.
Esperé por chapoteos, por esa risa amenazante, por una mano que me sacara
de mi escondite. Apreté los dientes mientras la quemadura de mi colgante se
intensificaba, segura de que estaba abrasando mi piel. Por suerte, estaba
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enterrado debajo de mi cuerpo, de lo contrario habría una llamarada de color
rojo brillante para guiar a los asesinos a mí.
Tan pronto como consideré que estaba fuera del alcance del oído, me deslicé
de debajo de mi arbusto y me lancé hacia la orilla del río. En silencio, me metí
al agua, demasiado llena de adrenalina para notar su frialdad. Estaba segura de
que era demasiado tarde. Segura de que estaba nadando solo para encontrar un
cadáver, si es que siquiera podía encontrarla en la oscuridad del río, pero yo
nadaba de todos modos.
¡Ella está viva! ¿Por qué no nada hacia arriba? Me pregunté mientras me
atragantaba. No importaba, tenía que ayudarla. Me zambullí de nuevo y agarré
su antebrazo. Ambas manos flotaron juntas, unidas por un cordón plateado.
Tendría que desatarla más tarde, no había tiempo ahora. Puse mi brazo
alrededor de su cintura y pateé con fuerza, tratando de arrastrarla hacia arriba.
Solté su cintura y nadé más abajo para encontrar un gran bloque de hormigón
descansando sobre el lecho del río, atado a su tobillo por más cable plateado.
Debía pesar al menos 150 kg. Eso es lo que ellos lanzaron tras ella, me di
cuenta, aunque no sabía cómo cualquier ser humano podría haberlo izado y
tirado con la facilidad de la que yo había sido testigo.
—Vas a estar bien —le susurré con voz ronca, mi respiración entrecortada.
Tenía un brazo agarrándola con fuerza mientras utilizaba el otro para nadar
hasta la orilla. Ella no se resistió, ni habló, ni siquiera jadeó en busca de aire.
Es demasiado tarde. Tardé demasiado tiempo.
—Estás respirando. Estás respirando con dificultad —dijo alguien con voz
ronca. No era ofensivo o desagradable en lo más mínimo. Tenía el tono que los
hombres encuentran sexy.
Saqué mi cara del barro para ver a mi víctima casi ahogada sentada
tranquilamente en el barro, ilesa. Mi sorpresa me revitalizó, reviviendo mi
cuerpo exhausto. Me senté a mirarla.
Ella lo repitió.
—Tenemos que irnos ahora mismo, antes de que regresen. Por aquí. —Se puso
de pie al instante.
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La idea de enfrentarme a asesinos me hizo seguirla en seguida. Sin embargo,
no había dado dos pasos cuando perdí el equilibrio bajo el lodo resbaladizo, y
caí.
—Creo que hay algo mal con ella —susurró la chica Medusa a alguien detrás
de mí.
Me giré. Un hombre en sus veinte años se elevaba sobre nosotras, con varios
trozos de madera en sus brazos. Tenía los mismos grandes y hermosos ojos
verdes que la chica Medusa, solo que de un diferente tono de verde: jade en
vez de esmeralda, y más intensos. Su larga nariz delgada y pronunciados
pómulos eran casi femeninamente bonitos, pero aquellas facciones estaban
balanceadas por una masculina mandíbula cuadrada y desordenado cabello
castaño, ni tan largo ni tan corto.
Una fría y siniestra risa hizo eco a través de la cueva, enviando un temblor por
mi médula espinal. Buscando en las oscuridades por el dueño, vi a una mujer
de pronto materializarse de la nada, su seductor y seguro andar evocando
imágenes de un gato salvaje persiguiendo a su presa. Se detuvo al lado del
joven, lanzando su gruesa melena de cabello negro azabache sobre su hombro
antes de bajar la mirada hacia mí con sus ojos amarillo limón, demasiado
claros para ser confundidos como avellana, y un aire indiferente.
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Estaba mirando fijamente esos ojos, fascinada, preguntándome si eran
auténticos o lentes de contacto, cuando más voces hablaron:
—¿Cómo te llamas?
Me aclaré la garganta.
Esa es una forma displicente para agradecer a alguien por salvarte la vida.
—¿La estatua era la de una mujer levantando los brazos hacia el cielo? —el
chico hermoso con la leña, Caden, preguntó.
—¡Yo no! —Escuché a Bishop gritar desde atrás, seguido de un fuerte golpe.
Presumiblemente la respuesta de Fiona ante su lascivia.
—Um, sí, claro... supongo. —Alargué la mano para soltar la cadena, luego
recordé la petición de Sofie de dejarlo puesto—. No puedo quitármelo. El
cierre está roto y no quiero perderlo.
Alargó la mano para agarrar el colgante. Una explosión de luz roja brilló
intensamente. Él retrocedió. Reclinándose en cuclillas sobre sus talones, apoyó
el mentón en sus manos.
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—¿Qué es eso? —preguntó Rachel secamente. Eché un vistazo y la vi de pie,
con los brazos cruzados y el ceño fruncido.
—Fue un regalo.
—¿Nuevo?
—¿De quién?
Caden continuó estudiándolo en silencio, con sus ojos moviéndose una y otra
vez.
—Vas a tener que darle las gracias a Sofie. Creo que te salvó la vida.
Caden abrió la boca para contestar, pero Bishop se puso de pie, maldiciendo
vehementemente mientras sus ojos se dirigieron a la entrada de la cueva.
—Nos han rastreados hasta aquí —gruñó, su tono jovial de hace unos
momentos desapareció.
—¿Cuánto tiempo? —preguntó Caden, con los ojos fijos en los míos, y su voz
dura y determinada.
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Bishop inhaló profundamente.
—Quizá dos minutos... ¡No puedo creer que no captara su esencia! —susurró
entre dientes.
¿Esencia? Aspiré profundamente, pero mi nariz no se llenó con nada más que
humo.
—Ahí. Puedo sentirlos... tres de ellos. Estarán aquí pronto —confirmó Rachel.
—Estamos en una cueva y ustedes son... ¿personas sin hogar? —le dije. Oh,
estúpida, Evangeline. Eso fue tan insensible.
—¿Qué va a pasar?
—¿Te podrías callar? A menos que quieras morir esta noche, niñita. —Rachel
siseó entre dientes. Ella se había arrimado a la pared del fondo de la cueva y
ahora estaba mirándonos intensamente.
Caden puso el dedo en sus labios en un movimiento que pedía silencio. Asentí
con la cabeza. Se volvió de nuevo a la entrada de la cueva, con los pies
cambiando de posición muy ligeramente.
Corregido por Jo
S
u aproximación fue tan silenciosa que desconocía si alguien había
entrado en la cueva hasta que escuché una nueva voz.
Por impulso, eché una ojeada por detrás de Caden para obtener un vistazo del
locutor, calculando que las sombras del resplandor del fuego serían suficiente
para cubrirme. Todo lo que vi fue la parte posterior de una cabeza blanca
como la nieve antes de que el cuerpo de Caden se inclinara sutilmente hacia
atrás, forzándome a esconderme por completo otra vez.
—Estoy seguro de que podemos sacártelo. —La voz de Jethro indicó una
sonrisa pero sus palabras estaban llenas de malicia—. Me sorprende ver a otro
miembro muy estimada del Consejo aquí… Rachel —dijo a modo de saludo.
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Mis ojos se lanzaron hacia Rachel. Ella asintió una vez, impávida y todavía
proyectando confianza; ella no tenía miedo de Jethro.
Me apreté más contra la pared hasta que la piedra sobresaliente me hizo daño
en la espalda.
Los pasos se alejaron de nosotros. No tenía ganas de echar un vistazo otra vez.
—Es algo tonto de su parte encender una hoguera. Puede que alguien
accidentalmente tropiece y se caiga adentro. Eso sería un final mucho más
permanente que la sesión en el fondo del río —reflexionó Jethro.
—Ya sabes, fue interesante eso de antes, junto al río —dijo Jethro, su voz
falsamente ocasional—. Después de que te tiramos. Nosotros, todos nosotros,
sentimos una verdadera rareza. Un latido humano, de todas las cosas.
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¿Qué? Mi cara se retorció con confusión.
—Deben haber sido ilusiones, por supuesto… pero que trajo gratos recuerdos.
Recuerdo rasgar una vez uno de aquellos bocados sabrosos directamente de un
pecho, tan rápidamente que la pequeña cosa siguió palpitando en mi palma.
Hasta lo mostré a la aterrada criatura a la que se lo había arrebatado antes de
que ella colapsara en el suelo. Haría cualquier cosa por sostener uno de esos
otra vez… —suspiró Jethro tristemente.
—¡Allí está otra vez ese latido! —exclamó Jethro en un silbido—. ¿Oyen eso?
Por mucho que me esforcé para apartarme de esa cara repulsiva, me sostuvo
fascinada. La sangre se drenó de mi propia cara y mi cuerpo tembló sin
control. Me sentí tan vulnerable como un ratón arrinconado por una serpiente
hambrienta.
Una expresión extraña pasó por la cara del demonio. Necesité un momento
para identificarlo como sorpresa.
—¡Ah, pero sí importa! Nos podría llevar a más… la tengo que llevar al
Consejo.
—¿Y tú? —refunfuñó Caden. Se inclinó hacia atrás para protegerme con su
cuerpo mientras Jethro embestía hacia adelante.
La cabeza de Jethro.
Aquellos ojos blancos alarmantes me miraron fijamente desde las llamas como
si todavía estuviera vivo. Un cuerpo lo siguió, temblando violentamente.
Me desperté cuando mi cabeza golpeó algo duro. Con esfuerzo, abrí mis ojos
para ver las patas de una tumbona blanca y una peluda manta color crema al
lado de una chimenea. Reconocí esa tumbona, esa chimenea. Me había caído
de la cama en el cuarto de huéspedes donde Viggo y Mortimer.
— ¡Bien, suficiente Max! —Me reí tontamente cuando lamió mis pies.
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Hoy era mi cumpleaños y estaba en el paraíso. Esto, sabía, que era verdadero.
Una sonrisa enorme se estiró por mi cara.
—¡Lo siento tanto! —solté—. Nunca duermo hasta tarde, debe haber sido esa
cómoda cama.
—¡Ella está despierta! Por fin —gruñó Mortimer cuando entró en la cocina
adornada vestido con un traje gris oscuro, un periódico doblado bajo un brazo.
Si ayer parecía un poco enojado, hoy estaba completamente irritable. Tal vez
no es un madrugador.
Dejé caer mi cabeza por la vergüenza y estuve a punto de pedir perdón otra
vez cuando Viggo ingresó, al instante levantando la nube oscura que
Mortimer había traído.
Hasta ahora.
—Golpe de suerte —dijo Mortimer, fijando a Sofie con una ilegible mirada.
Sofie bebió a sorbos su té, las esquinas de su boca levantadas en una sonrisa
retorcida.
—¡Ah no, el cuarto y la cama son perfectos! Es… bueno, es tonto. Tuve un
sueño. Más como una pesadilla.
—¿De qué se trataba? —Su brusca voz era de repente dos octavas más alta que
de costumbre.
—Detalles, por favor. Soy algo como un intérprete del sueño —dijo Viggo. Se
apoyó contra la encimera, apoyando su mandíbula fuerte y cuadrada en la
palma de su mano—. Desde el principio, no excluyas nada. Nunca se sabe lo
que es importante.
Asentí.
—¿Y estás segura de que nadie… te hizo daño de algún modo? —sondeó
Mortimer.
—Caden dijo que este collar salvó mi vida de alguna manera. No sé… fue
extraño.
—¡Sí! Brilló en un color naranja rojizo. Como una puesta del sol. Y estaba
caliente. ¿Significa algo?
—Significa que estuviste un gran sueño. Y lo recuerdas con tal claridad, que
creerías que fue real —contestó Mortimer, sonriendo con satisfacción—.
¿Cómo está ese golpe? —Extendiendo, su mano bruscamente acarició el lado
de mi cabeza. Me estremecí—. Ah, ese es un verdugón repugnante. Pero
deberías estar bien. Te conseguiremos un casco para que duermas.
Él se apartó.
—Por supuesto, Mortimer —dijo Sofie, respondiendo con una sonrisa dulce.
Sus ojos intercambiaron un mensaje silencioso.
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Veronique
Traducido por RoChIiI y Katt090
—¿S
abes lo que Sofie necesita que haga, Max? —le pregunté a la
bestia gigante mientras caminábamos por un sendero en el
atrio, mi brazo colgando sobre su espalda—. No, por
supuesto que no. Yo tampoco, pero hasta ahora, este viaje ha sido un
gigantesco cuento de hadas. —Me agaché a recoger una ramita de lavanda e
inhalé profundamente, saboreando su fragancia reconfortante—. Tiene que
terminar en algún momento pronto, supongo. Voy a echarte de menos sin
embargo, Max.
—¿Has oído eso? —le pregunté a Max, con el ceño fruncido el ceño. Comenzó
a golpear sus patas delanteras contra la piedra, claramente emocionado—.
¿Por qué estás tan feliz? —le pregunté, confusión profundizando mi ceño.
Evangeline.
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—¡Ahí! —Mi cabeza giró, buscando con la mirada—. ¿Has oído…?
—¡Ciento veinte años, tú bruja poco fiable! Pareces olvidar. ¿Cuánto tiempo
más? —retumbó la voz de Mortimer.
Silencio.
—¿Evangeline? ¿Podrías ser una muñeca y venir aquí, por favor, por un
momento? —llamó la voz de Viggo.
Era la hermana de Sofie. Tiempo pasado. Aventuré una mirada a Sofie, sólo
para ver su mirada fija en el retrato de su hermana con admiración.
—Bueno, ¡eso no suena como diversión! ¿Por qué ustedes dos no salen y hacen
algunas compras?
Tiré de la cremallera. Al igual que una caja de sorpresa, dinero saltó hacia
afuera—fajos de billetes con varios ceros en ellos. Mis piernas se doblaron.
Agarré el respaldo de una silla por apoyo antes de desplomarme.
—Oh, tonterías. ¡Somos billonarios! Tenemos fajos de billetes tirados por ahí
por todo este lugar —se jactó Viggo casualmente.
—Sí. Esto es nada… como un poco de cambio, para nosotros. Tómalo y pasa
un buen rato. Insistimos —añadió Mortimer, de pie.
—Sólo robaremos más cuando nos estemos quedando cortos —dijo Viggo,
riendo.
—Evangeline, ¿por qué no vas a tomar tu abrigo? Hace frío fuera. —Ella no
miró en mi dirección mientras hablaba, sus ojos claros fijos en el rostro de
Viggo. Algo estaba muy mal.
—Podemos ir en otro momento, Sofie, si tienes otras cosas que hacer. Está
bien —le dije.
—Lo que sea por una chica tan dulce, querida —dijo Viggo, guiñando por
segunda vez.
Nuestro coche negro salió del túnel alrededor de las dos de la tarde con Leo al
volante y Max lloriqueando al lado del portón, provocando una mirada
exasperada de Sofie.
Cuando dimos la vuelta en una calle muy transitada, Sofie señaló un enorme
bosque en su otro lado.
—Tal vez vayamos un día esta semana. Déjanos en Saks, ¿quieres? —instruyó
Sofie a Leo.
—No puedo creer lo de Viggo y Mortimer, con el dinero. Son tan agradables
—le dije.
—Sí, parecería ser de esa manera, ¿no? —dijo Sofie con los dientes apretados.
Luego suspiró ruidosamente y, como si ese simple acto lanzara una montaña
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de tensión, una amplia sonrisa salpicó a través de su bello rostro y el fuego se
apagó—. Vamos a gastar todo su dinero duramente ganado.
El coche nos dejó y yo la seguí dentro de Saks como un niño de siete años a su
madre.
—La Quinta Avenida es la calle más cara del mundo para ir de compras —
anunció Sofie. Y luego se transformó en una bola de demolición humana,
moviéndose a través del lugar sin precaución, casualmente sacando fuera la
ropa de los bastidores y tirándomelas—. Prueba estos. Y quiero ver todos ellos
—exigió, la mirada de sus ojos no soportando ningún argumento. No que yo
fuera a discutir. Jugaría con mucho gusto a su muñeca de vestir, si eso es lo
que quería.
Dos señoras de ventas descendieron hacia nosotras, con los ojos encendidos
ante la posibilidad de grandes comisiones, pero se congelaron en seco con una
mirada venenosa de Sofie. Supuse que ella no estaba de humor para recibir
ayuda.
—Siempre soñé con hacer esto con una hija. —Sofie suspiró, ayudándome con
la cremallera de un vestido de noche negro.
Fue mi primera visión de Sofie como algo más que mi segura y hermosa jefa.
Al compartir brevemente un sueño personal, se convirtió en humana para mí.
Necesitaba desesperadamente ver más.
—¿Qué pasó ?
—¿Qué pasa?
—¿Sofie?
El huracán Sofie azotó a través de tres tiendas elegantes más, en una rencorosa
misión de agotar hasta el último centavo del dinero de Viggo y Mortimer.
Noté su mirada por la ventana varias veces con el mismo brillo cauteloso en
sus ojos, pero cada vez que le pregunté, se encogió de hombros.
—Tienes razón —dijo ella, frunciendo el ceño mientras pensaba. Una sonrisa
diabólica separó sus labios—. Sígueme.
Tragué saliva, mirando hacia abajo en las vitrinas llenas de brillantes joyas.
—No necesito…
1
Wranglers: tipo de jeans.
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Ella me ignoró, sacando el bolso de mi brazo y sacando un fajo de dinero. El
empleado detrás del mostrador levantó una ceja, pero permaneció en silencio,
probablemente calculando su comisión. Sofie contó los billetes con calma —
una gruesa pila de ellos—con la facilidad de una persona pagando sus compras
semanales.
Fruncí el ceño.
—No lo entiendo…
Pero Sofie ni siquiera me había oído. Estaba ocupada explorando los peatones
y los coches a lo largo de la Quinta Avenida una vez más. Llevando esa mirada
de nuevo.
—Leonardo, por favor ayuda a Evangeline con sus cosas —gritó Sofie encima
de su hombro, marchando a través de las puertas de color rojo en la amplia
morada de Viggo y Mortimer—. ¡Viggo! —la oí gritar.
Max galopó hasta colocarse a mi lado mientras yo miraba donde se había ido
Sofie, mi cabeza aún daba vueltas por la caótica tarde con ella. Me volví para
ver a Leonardo luchando con innumerables bolsas de compras, para nada
agitado por el estado de ánimo oscuro de Sofie.
—Yo puedo hacer eso. —Fui corriendo, quitándole las bolsas de sus manos.
—Gracias.
Asintió con la cabeza una vez, sin sonreír, y se dirigió de nuevo a la cocina
para revolver el contenido de una olla gigante.
—Lamento asustarte, querida —se disculpó Viggo, colocando una mano fría
sobre mi hombro—. ¿Te divertiste hoy?
Ese color... me llevó de nuevo a los ojos jades penetrantes de Caden. Cerré los
ojos entonces, tratando de recordar la intensidad de ellos, la forma en que mi
piel se estremeció bajo su mirada. Qué tan vulnerable me había sentido con su
cuerpo alto y musculoso elevándose sobre mí. Si tan sólo fuera real.
El viaje por el largo pasillo me dio una gran oportunidad para mejorar mis
habilidades de caminar con los tacones a juego jade de tres pulgadas. Al darme
cuenta que caminar en estas cosas era cien veces más difícil de lo que parecía
—y parecía imposible— me decidí por tratar de no parecer un gorila en
zancos mientras me dirigía al atrio.
—Te ves como... —comenzó Sofie antes de callar—... alguien que conocía —
terminó con una sonrisa melancólica, con los ojos brillantes mientras se
acercaba a mí.
—Ahora, es así cómo una mujer con tu belleza natural debe vestirse —dijo
Viggo. Sonrojándome, me volteé a verlo saltar por los escalones de dos en dos,
vestido con un esmoquin negro—. Sofie —reconoció con un guiño y una
sonrisa, que ella regresó. Supuse que se habían reconciliado—. ¿Vamos? —dijo
Viggo, ofreciéndome el brazo. Acepté, riéndome tímidamente.
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—¿Dónde está Mortimer? —le pregunté tentativamente mientras
caminábamos por el jardín.
—Oh, él tiene un compromiso previo por lo que sólo seremos nosotros tres —
respondió Viggo, sonriendo.
Mis hombros cayeron con alivio. No sabía por qué, pero estaba nerviosa
alrededor del socio sombrío de Viggo. Viggo era mucho más tolerante y
amigable.
—Señorita Evangeline.
—Así que así es como un teatro luce —murmuré, pasando por la espléndida
decoración de verde, azul y oro. Cinco niveles de palcos adornados con flores
de lis y querubines de oro chapados envolvían tres en paredes del teatro, con
vistas a un profundo foso de la orquesta y asientos en el piso delante de un
escenario con cortinas. Miré hacia arriba para ver un mural gigante pintado
con colores vibrantes en el techo.
Si alguna vez visito Europa, pensé con nostalgia, pero no dije nada.
Probablemente estaría en un avión hacia allá mañana si sonaba en absoluto
privada.
Las luces se apagaron tan pronto como nos sentamos, indicando que el
espectáculo iba a comenzar. Era como si hubieran esperado nuestra llegada. El
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público se silenció mientras el director se ponía de pie, bastón levantado. Él
estaba tan cerca, ¡lo bastante cerca para que pudiera empujarlo con un palo si
quisiera!
—Me gusta incursionar en las artes. Este tema tiene un lugar especial en mi…
corazón.
—Significa que alguien dijo lo que quería y les arrojó cantidades obscenas de
dinero a ellos para hacerlo —respondió cínicamente Sofie—. Es bueno en eso.
A partir de ahí, la obra adquirió un tono más seductor, mucho más oscuro.
Julieta, ahora un vampiro, estaba dividida entre su amor absoluto por Romeo y
su deseo recién descubierto de matarlo cada vez que estaban cerca. Romeo
deseaba unirse a ella en el mundo de los no-muertos, pero debido a una
maldición era imposible. La historia estaba llena de intrigas, fuerza
sobrenatural y trucos mentales y, para el final de la obra, sus familias
enfrentadas eran el menor de sus problemas. La historia terminó con Julieta
accidentalmente matando a Romeo y luego saltando al fuego para poner fin a
su miseria eterna.
—Oh, tengo una profunda fascinación por los vampiros. Son criaturas tan
incomprendidas, ¿no te parece? —dijo, su voz sombría.
—Qué terrible idea falsa —dijo Viggo, sacudiendo la cabeza con furia, con el
ceño fruncido—. En mi opinión —agregó.
—¡Bueno, necesitan sobrevivir! No creo que los cerdos y las vacas vean
demasiado cariñosamente a los seres humanos. ¡Es la misma cosa! Un poco
antes, en el proceso de preparación de los alimentos tal vez —racionalizó
Viggo.
—Eso sería muy bueno —estuve de acuerdo—. ¿Qué piensas tú, Sofie?
—Bueno, por eso convertirías a los que amaste, por lo que podrías estar con
ellos. ¿Cierto? —le dije.
—A menos que no puedas convertirlos por alguna razón —añadió Viggo, con
tristeza tocando sus rasgos—. A causa de una maldición.
—Sí, lo sería. Nadie merece vivir así, ¿no te parece? ¿Tan solo?
Sofie se volvió para mirar por la ventana de su lado. El resto del viaje en coche
fue en silencio.
Corregido por Jo
E
sto se siente demasiado familiar.
Miré hacia abajo para ver mi vestido de noche verde jade. Eso era diferente, al
menos. Mi colgante había cobrado vida de nuevo, ardiendo caliente y
brillando con un brillante color naranja-rojizo.
Mi cuerpo se puso rígido. Mis ojos escanearon los árboles en busca del emisor.
Me hundí de alivio cuando una mujer con cara angelical y rizos elásticos salió
de la oscuridad. Amelie. Era un sueño diferente.
—Estamos solas —confirmó Amelie cuando notó que mis ojos estaban
escaneando los árboles buscando a los demás—. Siento lo de la última vez…
no tuvimos muchas opciones. Aunque no puedo decir que no disfruté parte de
ello. —Sonrió tímidamente—. Tú eres… una aparición de clase. Te lo
explicaré más adelante, pero tenemos que irnos de aquí. —Dio un paso hacia
delante, luego dudó—. Siento esto.
Fruncí el ceño.
—¿El qué?
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Recobré el conocimiento mientras mis pies descalzos golpeaban las piedras. La
completa oscuridad había descendido y yo no podía ver nada.
—¿Amelie? —susurré.
—Nada, realmente. Simplemente era más fácil si no tenía que explicar las
cosas aún. Además, nos habría tomado toda la noche a tu ritmo —dijo Amelie,
evadiendo la pregunta—. Además de que probablemente te habrías tropezado
con una raíz de un árbol y quedado inconsciente de nuevo.
Amelia se rió.
—Lo eres, a mi lado. Además, me gustaría verte correr a través de los bosques
y subir una montaña con eso. —Sus ojos apreciaron mi vestido.
Frunció el ceño.
—No. Sé que estoy soñando. Anoche me fui a dormir, soñé con ustedes, luego
me desperté en mi cama, justo después de que tiraran el cuerpo del hombre
sin cabeza al fuego. —Me estremecí.
Una ráfaga de viento enfrió mi hombro. Me volví para ver a Bishop y Fiona
sentándose en el banco de al lado; la inesperada y monstruosamente tranquila
entrada me hizo saltar.
Fruncí el ceño.
—Evangeline estaba diciéndome ahora mismo como ella pensaba que todo
esto era un sueño y que nosotros éramos invenciones de su imaginación —dijo
Amelie, levantando las cejas.
—Rezarás para que sea una pesadilla, muy pronto —murmuró él, poniéndose
de pie y saliendo airado de la cueva.
—Ignóralo, tiene un extraño sentido del humor —se disculpó Fiona con su
voz ahumada, ofreciéndome una sonrisa agradable.
—¿Entonces, por qué estás arreglada? —dijo Amelie, arrojando más leña al
fuego.
Giré la cabeza para ver a Caden de pie a unos pasos de distancia, con sus
penetrantes ojos puestos en mí.
—Hola —me las arreglé para balbucear, sintiendo el calor subir por mi cuello
hasta mis mejillas.
—Llevas un poco más que la última vez —observó él, curvando su boca en
una pequeña sonrisa—. ¿Cuál es la ocasión?
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Sentí una segunda oleada de vergüenza, recordando la ropa obscena. Ahora
aquí estaba yo, apenas cubierta de nuevo.
—Mi cumpleaños.
—¡Oh, amo los cumpleaños! ¿Cuántos años tienes ahora? —preguntó Amelie
alegremente.
—Dieciocho.
Fruncí el ceño, mirando su rostro infantil. Ella no tiene un día más de dieciséis
años, ¿verdad?
Aplaudió con sus manos con pequeños, rápidos golpes, y una sonrisa pícara en
su rostro.
Parpadeé.
—¡Nope! ¡Prueba otra vez! —exclamó Amelie, con la cara brillando divertida.
—No lo entiendo.
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—Lo sentimos, Evangeline. Esto no es tan divertido para ti como lo es para
Amelie —se disculpó Fiona, su rostro suavizándose con una simpática sonrisa.
—Los humanos nunca encuentran este juego divertido —dijo Amelie con un
mohín, meneando sus rizos elásticos.
Miré las expresiones solemnes de los demás. Si no son humanos, ¿qué podrían
ser? Entonces me golpeó. Empecé a reírme.
—No te haremos daño, ¡lo prometo! —dijo Amelie con seriedad, dejándose
caer sobre sus rodillas delante de mí para sostener mis manos—. Sólo
queremos ser amigos. —Sus ojos se clavaron en Caden, que me observaba con
una expresión preocupada. Noté a Bishop detrás de él; debió de haberse colado
en algún momento.
—Y tú. —Me acerqué a él—. Por supuesto que tú estás en mi sueño. Ningún
hombre a siquiera parpadeado en mi dirección. Y aquí estás tú, tan perfecto, y
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hermoso, y dulce... —Los ojos de Caden se abrieron por la sorpresa—. Cuando
te vi, quise… —No sabía cómo acabar la frase.
—Y por supuesto que estás saliendo con la hermosa pero malvada novia con la
que nunca podría competir. Típico. ¿Es eso lo que deseas? —le espeté a Caden,
señalando cruelmente a Rachel—. Ella no es una persona muy agradable, ya
sabes.
—¡Silencio! —dijo Caden entre dientes, pero siguió con una disculpa.
—¿Ponerme el qué?
Miré mis manos, en las que tenía un par de pantalones raídos y una camiseta
similar a la que Amelie y Fiona llevaban. Me estaban disfrazando. Vale, les
seguiré el juego. Me puse los pantalones. Desabrochando la correa del cuello,
dejé caer el vestido al suelo sin hacer ruido, deseando tener permitido un
sujetador.
Tenía los brazos por las mangas de la camiseta y estaba a punto de pasármela
sobre la cabeza cuando el cuerpo de Caden repentinamente empujó el mío
contra la pared de la cueva, sus brazos envolviéndose alrededor de mí en un
fuerte abrazo.
—Sólo sigue adelante —susurró en mi oreja, tan cerca que su labio inferior
rozó mi lóbulo, enviando un cosquilleo escalofriante por todo mi cuerpo.
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Y entonces estaba besándome.
Sólo había besado a un chico una vez en mi vida, un gordito, torpe de catorce
años llamado Stewart que se alojaba en el mismo hogar de acogida que yo. El
beso había sido el resultado de una apuesta perdida. Había sido un horrible
beso de pescado con la boca abierta y estaba segura de que se tragaría mi
lengua entera. Incluso yo, sin sazonar en el departamento, reconocí que
Stewart no iba a llegar muy lejos con las damas sin importantes mejoras. Este
beso era nada de eso. Empezó suave y acogedor, sólo para intensificarse en
urgencia. Caden sabía lo que estaba haciendo.
—De hecho —dijo otra voz—. Estamos buscando a Jethro. Estas son sus
cuevas. ¿Por casualidad no saben dónde ha desaparecido? —La cadencia de su
voz gritó sospecha.
—No lo sé. Este lugar estaba vacío cuando nos tropezamos con él hace unas
semanas —respondió Caden, su tono helado.
—Nos gusta la luz del fuego. Ahora lárguense, a menos que quieran ver —dijo
Caden, sus labios ahora recorriendo el lado de mi cuello, como si se estuviera
despidiendo a los dos hombres. Mis rodillas se doblaron, pero él estaba
preparado para mi reacción, sosteniéndome en posición vertical.
—Se llama juego previo. Si no sabes lo que viene después, te sugiero que vayas
encontrar a alguien que te enseñe. El Consejo tiene un montón de niñas
prepúberes para practicar. —Caden sonrió, actuando indiferente, tratando de
mantenerlos alejados de lo que habían visto. No funcionó.
—Debes estar viendo cosas. —La voz de Caden era ligera y humorística.
Se produjo una pausa. Pensé que sus esfuerzos habían valido la pena. Podían
haberlo valido, sin los sonidos de una conmoción violenta desplazándose
desde la sala principal en ese momento.
La presión continuó.
Y entonces sentí la presión incómoda de nuevo. Esta vez una nueva sensación
vino con ella, como una vacuna bombeando algo dentro de mí para serpentear
por mis venas. Llevaba un cosquilleo adormecedor y caliente a través de mis
extremidades. ¿Qué puede ser... veneno?
—Shhh... Se acabó —murmuró una voz profunda y suave. Algo fresco acarició
mi mejilla. Una mano, creo. Sentí mi cuerpo desplazarse un poco y luego
estaba siendo acunado en brazos, cálidos brazos protectores. Los brazos de
Caden.
—Está bien. Vas a estar bien —dijo Caden, su mano tiernamente ahuecando
mi barbilla, seguido tranquilamente por—: Por favor, ponte bien. —Su pulgar
acarició la comisura de mi boca.
—Estoy... fría.
—Aquí. Deja que te ayude. —Hubo un tirón suave mientras algo se deslizaba
por encima de mi cabeza, mi camiseta. Ah, claro. Estaba sólo a medio vestir.
¿Por qué estaba sólo a...? oh bien.
Mis labios se torcieron en una pequeña sonrisa al recordar ese increíble beso.
La sonrisa sólo duró hasta recordar el dolor insoportable que le había seguido.
—¿Qué me... hizo? —jadeé, lágrimas brotando en mis ojos. Algo sobre la
sangre y el sabor, recordaba bien eso.
—¿Qué pasó?
—Luz, por favor —pidió en voz baja Caden y en el instante siguiente una
antorcha ardía de nuevo. Caden me miró, con preocupación empañando esos
perfectos ojos jade. Girando mi cabeza un poco, vi al hombre simio tumbado
boca abajo en el suelo, otra antorcha sobresaliendo de su espalda. Mi atacante
yacía inmóvil donde lo había visto por última vez, sus vidriosos ojos
desenfocados asegurándome que estaba muerto.
Asentí débilmente.
—Es muy extraño, toda esta sangre y podría ser lodo, para lo que me importa
—murmuró, y añadió—: gracias a Dios.
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¿Qué sangre?
—No quiere que ella se convierta en uno de nosotros. —Esos ojos me miraron,
en una profunda reflexión—. ¿Cómo lo averiguaron?
—Estoy tan sorprendido como tú. —La mentira salió de la lengua de Caden
tan fácilmente como si fuera la verdad.
Aparté los ojos con aire de culpabilidad. Por mucho que me desagradaba
Rachel, odiaba mentir. Más importante aún, era terrible en ello.
Huh... Lo último que recordaba era estar acostada en ese magnífico vestido de
satén verde. ¿Cuándo me puse estas ropas viejas?
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¿Loca?
Traducido por Jessy y martinafab
Corregido por Jo
M
e tambaleé hacia el baño aturdida, con mis ojos apenas
entreabiertos. Ignorando la misteriosa ropa sin volver a pensar en
ello, me metí a la ducha. Intencionalmente gire el grifo a fría y
dejé que el agua helada corriera por mi cuerpo hasta que estaba bordeando lo
tortuoso, con la esperanza de que me despertara. Ayudó, levemente.
La cueva.
Caden.
El ataque.
Marcas de mordidas.
Qué pasa con el rasguño en mi hombro, ¿cómo puedo explicar eso? Debo
haber golpeado mi hombro con algo en medio de la noche. Quizás estaba de
camino al baño. Eso pudo hacerlo. ¿Y las marcas de mordedura en mi cuello?
Max debe haberme mordido. Él tiene colmillos. Sabía que el perro era extraño,
pero ¿por qué me mordería? ¿Por qué alguien me mordería?
Un vampiro me mordería…
Para el momento en que me vestí —en un jersey de cuello para ocultar las
marcas de mordidas— estaba convencida de que tenía que hacer algunas
investigaciones. No podía acusarlos sin pruebas concretas.
Si tan solo pudiera correr por la calle hacia el parque, tal vez podría
encontrarlo.
Me abrí paso a través de las puertas dobles hacia el atrio para presenciar a
Sofie dándole una feroz cachetada a Mortimer en la mejilla.
—¡Evangeline! Ahí estas —dijo Sofie, dándose la vuelta para sonreírme como
si todo estuviera bien.
—Evangeline. —Saludó Mortimer con una voz ronca antes de girar sobre sus
talones y caminar a paso rápido hacia la estatua.
Mi estómago se apretó.
—Te ves tensa. Y tu rostro está mucho más pálido que de costumbre —sus
ojos se dirigieron a Max, entrecerrando los ojos con suspicacia.
—Oh, no, estoy bien. Solo cansada. Debe ser por toda la emoción de ayer —
dije, tratando de hacer que mi voz sonara lo más ligera posible. Salió
estrangulada.
—Nop. —Me dolían las manos. Miré hacia abajo para verlas apretadas en
puños a mis lados, tan fuerte que mis nudillos se habían vuelto blancos. Las
obligué a relajarse, mis dedos desenrollándose dolorosamente, como si
estuvieran tullidos.
—Tengo algunos asuntos que atender y voy a estar fuera por la tarde. Lamento
dejarte sola.
Perfecto.
—Está bien. Estaba pensando que podía dar un paseo con Max en el parque.
—Además —añadió Viggo—, se supone que hay una protesta afuera, y esos
fanáticos son conocidos por ponerse violentos. No quieres meterte con ellos.
Es mejor que te quedes aquí. Hay mucho que hacer, querida—Leonardo puede
mostrarte los alrededores. Tenemos una preciosa piscina cubierta y sala de
juegos, así como una sauna, un gimnasio, un cine—lo que sea que te guste. Y si
no lo tenemos, Leonardo lo conseguirá.
Internet.
Mortimer se detuvo.
—Hasta luego, Evangeline. —Los siguió, desapareciendo por las puertas rojas.
Me quedé de pie a solas con cuatro perros gigantes, sintiéndome menos segura
sobre mi teoría de la conspiración.
Extraño.
—¡Maldita sea! —Me eché hacia atrás, con las manos cerradas detrás de mi
cabeza. Debo estar haciendo esto mal. No estaba llegando a ningún lado,
encerrada en este palacio.
Y entonces me golpeó. Tal vez esto era parte del juego, mantenerme encerrada
en su fortaleza así no podría salir y descubrir su trama. Era una idea
perturbadora, pero tenía más sentido que un montón de maniáticos geriátricos
poniéndose violentos por medicamentos más baratos.
Atrapada.
—Está bien. Bueno, ¿quieres que ponga una película para ti en el cine? O
quizás tengas hambre. Podríamos ver qué tiene Martha en la cocina.
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—Creo que tal vez voy a sentarme aquí un rato —le dije.
No, no todo está bien. Usted está obstaculizando mi investigación. ¿Cómo iba
a escapar?
—Bueno, estoy seguro de que una de las criadas tiene algo de Advil o Aspirina
—ofreció Leonardo.
—Oh. Hmm... Está bien —dijo Leonardo, sus ojos cayendo a los adoquines—.
Voy a preguntarle a las criadas. —Se dirigió hacia la puerta roja, moviéndose
más lentamente de lo habitual. Yo sospechaba que no iría a la carrera para
cumplir ese pedido, un caballero anciano pidiéndoles a las jóvenes sirvientas
píldoras para el SM.
Si sólo pudiera llegar a ella antes de que alguien salga... Estaba a veinte metros
de la puerta cuando el cuerpo negro masivo de Max apareció delante de ella,
los otros perros le flanqueaban para crear una barrera formidable. Un gruñido
de advertencia retumbó en la garganta de Max mientras me acercaba. Era
profundo y amenazante y si no hubiera desarrollado ya un cierto nivel de
confianza y cariño por este perro, probablemente habría caído muerta de
terror en ese mismo momento.
Max se quejó.
Tenía que salir, y rápidamente, pero con más de mil kilos de músculo feroz
formando una barricada, esto iba a ser complicado. Necesitaba una distracción.
¿Qué distraería a un perro? Algo que perseguir.
—¡Miren! ¡Un gatito, por allí! ¡Vayan a buscarlo! —susurré con entusiasmo,
señalando al otro lado del atrio.
Fui hacia delante y empujé contra Max. Nada. Me incliné, poniendo todos mis
cincuenta y cinco y pico kilos contra él. Era como tratar de mover una pared
de hormigón. Gruñí frustrada. Estos perros estaban mejor entrenados que
Jake, el único perro que realmente alguna vez había conocido. Él único
propósito de ese golden retriever en la vida era perseguir su cola y tratar de
robar carne descongelada de la encimera.
Una idea me golpeó, una desesperada. Corrí por las escaleras y hacia la casa,
en dirección a la cocina. Por suerte no estaba demasiado lejos del atrio así que
me pareció bastante fácil por mi cuenta.
Cuando regresé al atrio, Max y los otros estaban todavía de pie en la misma
posición que antes, como estatuas. Afortunadamente Leonardo no había
regresado todavía. Esto tiene que funcionar.
Trabé los ojos con Max, suplicando su silencio. Parecía funcionar, cuando se
sentó, sus feroces gruñidos pasando a bufidos.
Di un paso adelante con cautela, decidiendo que mi último esfuerzo sería una
muestra de confianza.
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—Está bien, Max, estás conmigo o contra mí. ¡Tú eliges! —Le ordené con
tanta convicción que pude reunir, diciendo—: Nunca olvidaré este momento.
—Por si acaso.
Esos ojos amarillos perceptivos miraban los míos como si juzgaran la verdad de
mis palabras. Nos quedamos congelados de esa forma—los ojos en un punto
muerto—por tanto tiempo que yo estaba dispuesta a darme por vencida.
Entonces Max cubrió de repente mi mejilla con un lametazo. Se hizo a un
lado, permitiéndome un pequeño espacio para que yo pasara.
Di un grito ahogado.
—¡Maldita sea! —Grité, golpeando una vez la puerta. Las lágrimas brotaron de
mis ojos cuando la derrota me invadió. No había manera de salir. Yo estaba en
Alcatraz.
Seis... dos... uno... una voz profunda y lejana susurró. Reconocí la voz del otro
día. Sólo que esta vez estaba hablando en números. Siete números,
repitiéndose una y otra vez.
E
studié la multitud de gente mientras cruzaba la Quinta avenida. No
había una sola persona que pudiera ser confundida alguna vez como
un manifestante. Eso parecía favorecer mi teoría de conspiración.
Pasé a través de una de las puertas del parque y me detuve para abarcar los
jardines y senderos del famoso punto destacado, exhalando pesadamente. ¿Por
dónde empezar? El aroma de un carrito de perritos calientes flotó en mi
dirección. Mi estómago gruñó. Empezar con el almuerzo.
No pude evitar sino sentir desaliento, sentada allí. No se sentía como el mismo
bosque. No recordaba follaje otoñal. Pero había estado oscuro y, si me estaban
drogando, no podía confiar en mis instintos, racionalicé. Sin embargo, algo no
tenía sentido.
—Tanta gente alrededor, todos con prisa, ¿no? —Una pequeña mujer entrada
en años con un chaquetón de lana azul remarcó mientras se acomodaba
lentamente junto a mí en el banco, con una bolsa de pan seco en sus frágiles y
arrugadas manos.
Le sonreí educadamente.
—¿Y tú? ¿Qué estás haciendo fuera en un día como éste? —preguntó,
volviéndose para mirarme a la cara mientras tranquilamente arrojaba unos
cuantos trozos de pan a algunas palomas que esperaban con impaciencia.
Tenía que estar a finales de los ochenta, a juzgar por su muy arrugado rostro y
su pelo blanco crudo y rizado cortado por encima de los hombros.
Curiosamente, sin embargo, sus ojos no estaban ni nublados ni insulsos por la
edad sino de un intenso color avellana, moteados con manchas verde oscuro.
—Oh, sólo disfrutando de las vistas. Estoy de visita desde Maine —dije en su
lugar, tomando un gran sorbo de refresco a través de mi pajita.
Con los últimos trozos de pan devorados por los carroñeros, se levantó.
—Evangeline. Qué nombre tan encantador. Evangeline, tengo que irme a casa
ahora. Hace mucho frío aquí fuera para estos viejos huesos.
Dudé.
—Una estatua.
—¡Sí! Sé de la que estás hablando. Simplemente toma los senderos a través del
Jardín de Shakespeare y la encontrarás.
Las patas delanteras del perro estaban prácticamente fuera del suelo mientras
empujaba a su dueño hacia mí. Cuando me alcanzó, el chucho olfateó la
pernera de mi pantalón, dejó salir un gruñido bajo, y luego se abalanzó hacia
arriba, queriendo morder mi brazo.
Si tan sólo Max estuviera aquí, pensé con rencor, mirándole desde arriba.
Estarías temblando sobre tus peludas patas.
—Me disculpo, señorita. Badger tiene problemas con otros perros. Debe haber
captado el olor de uno en su ropa. Está buscándose ir a terapia —bromeó el
hombre con voz amable, palmeando la cabeza del perro. Noté un pequeño
tatuaje de una cruz angulada en la parte carnosa de su pulgar.
Me reí junto con él, manteniendo un ojo en la fea cara del chucho.
—Oh, estoy buscando una estatua que se supone que está por aquí… —
Describí la estatua, esperando que pudiera redirigirme.
—Oh sí. Por aquí —dijo el hombre, sonriendo mientras comenzaba a moverse
fuera del camino.
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Página
¡Es verdad! No había habido un camino anoche. Eso, lo recordaría. Lo seguí
con renovado entusiasmo.
—¿Pero los está visitando? —Sus ojos se lanzaron hacia nuestra izquierda,
como si estuviera buscando algo. O a alguien.
—Gracias por su ayuda. Creo que tengo que volver a casa —chillé.
L
os dos matones me sonrieron torcidamente, uno de ellos revelando un
diente marrón. Una bonita y joven mujer de rostro redondo de unos
veinticinco años, con cabello castaño hasta los hombros y mejillas
sonrosadas, salió de detrás de ellos.
Sudor frío goteó por mi espalda mientras el pánico se establecía. ¡Soy tan
idiota! Estaba atrapada y era mi culpa. Era esa estúpida y crédula chica de
Maine, vagando por Central Park. Un gran y brillante blanco para cualquier
delincuente. Mis ojos se movieron alrededor, buscando frenéticamente una
ruta de escape. No había ninguna. Ya fuera por una bala voladora o un chucho
volador, sería detenida.
Tragué.
Me las arreglé para emitir un pequeño jadeo, sorprendida de que la señora que
alimentaba a los pájaros pudiera estar confabulada con ellos.
—Sólo estoy de visita… no sé qué han hecho para molestarlos, pero no tengo
nada que ver con ello —dije temblorosa.
—Por el contrario, creemos que tienes todo que ver con ello —intervino la
mujer, su voz fría y desapegada—. Estás aquí con Sofie, ¿verdad?
La mujer cerró la distancia entre nosotras. Aquellos ojos… ojos color avellana
con manchas verde oscuro, como los ojos de la anciana. Debe ser una
nieta. Un equipo criminal de abuela-nieta; ésa tenía que ser la primera vez.
—Lo siento mucho, si eres de hecho inocente —dijo apurada, asintiendo hacia
el hombre con el arma.
Pero así fue. Lo siguiente que supe, estaba tendida de espaldas a cierta
distancia, con un aplastante peso en el pecho. La bala debió haber perforado
mi pulmón porque no podía inhalar. Así es como debe sentirse ahogarte en tu
propia sangre. Esperaba que no tomara demasiado tiempo. Era doloroso.
Cerré los ojos y permanecí inmóvil, simulando estar muerta hasta que estuve
segura de que se habían ido.
Mi estómago se sacudió.
Recuerdo haberme agitado una sola vez después de ver los cadáveres, para
encontrarme acunada en los suaves brazos de Leonardo. Cuando volví en mí
otra vez, yacía en una sábana en el piso de madera en la biblioteca de Viggo y
Mortimer, con una doncella cerniéndose sobre mí con un conjunto de ropa
libre de sangre, decidida a que me quitara la mía inmediatamente. Una vez
cambiada, la vi tirar la ropa manchada y la sabana en la chimenea encendida.
Un poco dramático, en mi opinión, pero la ropa estaba arruinada así que no
importaba.
Leonardo suspiró.
—¿Están enojados?
Sus cejas se arquearon severamente, pero no dijo nada. Yo tomaría eso como
un sí.
Él abrió la boca para hablar, luego hizo una pausa para elegir sus palabras.
—¿Cómo me encontró?
—Muchas gracias por sus servicios —le dijo a la anciana cuando ella terminó
de envolver mi mano con gasa, haciendo caso omiso de mi pregunta.
—Está bastante bien, Evangeline. Puedo ser viejo, pero no soy completamente
inútil.
—Y tú no eres viejo.
—Sí, lo soy —respondió, riéndose entre dientes—. Setenta y ocho, para ser
exactos.
—Oh.
Sacudí la cabeza.
Mis ojos vagaron sin rumbo por la biblioteca, aterrizando en la pintura sobre
la repisa de la chimenea. En un colgante negro.
Sonreí tímidamente.
—¿De quién?
—¿Comenzaron su relación?
—Viggo y Mortimer no son pareja. Ni siquiera los llamaría amigos. Socios con
un común interés, podrías decir.
Luché para traducir sus palabras mientras él avivaba el fuego. Que viejo
mayordomo tan críptico.
123
Página
—Aunque supongo que puedo ver cómo alguien de afuera puede confundir su
relación —continuó—. Viven juntos, pasan todo el tiempo juntos y pelean
como un viejo matrimonio.
Giré para ver a Viggo y a Mortimer entrando a la biblioteca. Pero, ¿dónde está
Max? Contuve la respiración, esperando que los perros trotaran detrás de ellos.
Nunca estaban demasiado lejos. Cuando ninguno de ellos lo hizo, mi estómago
se apretó un poco más. ¿Qué si la policía los tenía? Los destruirían por esa
masacre, incluso si lo habían hecho para salvar mi vida.
—¿Dónde está Max? —pregunté mientras los dos hombres asumían posiciones
frente a mí, los brazos cruzados sobre el pecho. El rostro de Viggo mostraba la
misma expresión plácida de costumbre. En marcado contraste, Mortimer
estaba preparado para lanzar dagas. No pude evitar encogerme de culpabilidad
en el sofá, sintiéndome menos como una adulta de dieciocho años de edad, y
más como una traviesa niña de seis años con necesidad de unas nalgadas.
—¿Cómo está la mano? —preguntó Viggo, mirando mis vendas, una sonrisa
extraña en su rostro.
—Pero, fue a plena luz del día en un gran parque. Y hubo tanta sangre.
El puño de Mortimer cayó sobre la mesa, haciendo volar una lámpara y que yo
me encogiera.
—Pensé que lo tenías bajo control. —La voz de Viggo era calma, pero sentí el
desprecio subyacente.
—Tú intenta controlar a la bestia. —Los ojos de ella se fijaron en mí. Dio
varios pasos rápidos hacia adelante y luego se quedó inmóvil, mirando
insegura a Viggo.
Miré a cada uno de ellos, a sus rostros en blanco. Quizás no había sucedido.
¿Así es cómo se siente ser esquizofrénica, pasar de los delirios a la realidad tan
fácilmente que es imposible discernir cuál es cuál? Levanté la mano para ver el
vendaje. Sentí el dolor palpitante de mi herida, un resultado del ataque. No,
esto tenía que ser real.
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—Les advertí a los dos —dijo Sofie suavemente, sus ojos sin abandonarme
jamás.
—Bueno, adelante entonces, Sofie. Dile lo que has hecho. Fíjate si eso no la
aterroriza, bruja santurrona —respondió Mortimer, sonriéndole arrogante.
Me quedé mirando boquiabierta hacia Sofie, quien, con sus delicados brazos y
su ágil estructura, había lanzado a Mortimer al otro lado de la habitación
frente a mis ojos. Era imposible. No podía haber sucedido.
Mortimer se puso de pie y caminó hacia atrás, sacándose vidrio de las mangas
de la chaqueta.
—Vaya, te has vuelto fuerte, Sofie. ¿Qué has estado comiendo? —Se detuvo a
sólo treinta centímetros de ella, amenazante, sus ojos comunicándose en
silencio.
¿Qué dijo él? Mi estómago se redujo con la conciencia de que esto iba más allá
de una alucinación. Ésta era una alucinación a escala completa. No había
conspiración, nadie me estaba engañando. No había perdido la cordura.
—Nada de esto es real. La bala, el labio de Sofie, mi mano, las mordeduras de...
—divague, imaginando camisas de fuerza y celdas acolchadas con diminutas
mirillas y personas aparentemente normales que tienen conversaciones
intelectuales con sillas vacías. Quizás podría compartir el callejón con Eddie.
Yo era su diosa, después de todo.
—No hay mordeduras. No son reales. Pensé que eran reales pero no lo son —
divague distraídamente, tirando del cuello de la camisa hacia abajo—. ¿Ves?
Nada.
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Sofie jadeó.
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La verdad
Traducido por carmen170796
―¡Y tú! ―Mortimer volteó sus furiosos ojos hacia Max―. ¡Traidor!
Con el brazo colgando y la sangre emanando de su labio, ella hizo una mueca
de dolor.
Los ojos oscuros de Mortimer brillaron con rabia. Él iba a matarla. No podía
mirar. Enterré mi cara en el cuerpo de Max, con mis manos enterrándose en
su pelo, preparándome para los gritos espeluznantes.
Aquí vamos.
―No lo sé… ¿Porque están aburridos? A Viggo le fascinan los vampiros y los
escuché el otro día peleando sobre un juego. De todas formas, pensé que si
podía encontrar la estatua en los bosques, entonces tendría pruebas.
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―¿Cómo probaría eso la estatua? Esto no tiene sentido, mi querida Evangeline
―exclamó Viggo.
Suspiré.
―¿Y encontraste prueba de ese truco que sospechas que hacemos? ―preguntó
Mortimer, con una ceja alzada.
Sacudí mi cabeza, dejando caer mi mirada a mis manos. Podía sentir sus ojos
atravesándome con la mirada, esperando que hablara.
Asentí.
Asentí.
―No pareció ser al azar. Y los conocían… A todos ustedes. Dijeron que
habían estado observándolos. ―Miré a Sofie. Ella había sabido. Ayer, cuando
estábamos de compras. De alguna manera lo había sentido.
―Algo acerca de este collar, sobre mí siendo humana, sobre Sofie haciéndome
algo. Y sobre ustedes siendo… ¿sanguijuelas?
―Sofie, tienes… ¿Cuántos años? ¿Ciento cuarenta y ocho? ¿Es eso correcto?
No me gustaría envejecerte. Sé cuan sensibles son las mujeres ―se burló
Mortimer.
Mis ojos se abrieron como platos. Sin pensarlo, me deslicé fuera del sofá y me
moví más allá de Max para inspeccionarla de cerca, intrigada. Levantando mi
mano hacia ella, me encogí de dolor mientras el calor quemaba mi piel. Era
real.
―Ha pasado tanto desde que tuvimos que demostrar qué somos. ¡Es excitante!
Jadeé. ¿Cómo es esto posible? Los vampiros no existen. Solo son otro cuento de
miedo.
Viggo se río.
Él exhaló.
―¡No somos terribles criaturas como las historias nos pintan, lo juro! ¿He sido
algo aparte de generoso y amable contigo desde que te conocí?
Finalmente hablé:
―¿Cómo? ¿Con qué? ¿Y qué tiene que ver todo esto con mi sueño y las
marcas de mordidas en mi cuello?
―¿Y eso es malo? ―dije sin pensar. Noté el ceño fruncido de Mortimer.
―Si no podemos crear uno de nosotros, tenemos que observar como los que
amamos envejecen y mueren. ―Viggo levantó la vista hacia el retrato.
―Pero, ¿cómo?
―No quise…
Mortimer la interrumpió:
―Sofie es la razón de nuestro problema. Jugó con magia para sus propios
beneficios egoístas y ahora todos somos víctimas de los resultados.
Miré de nuevo a Sofie para ver sus ojos verdes mentolados encendidos con
fuego, pero no dijo nada.
Sofie tragó saliva. Cuando empezó a hablar, su voz no tenía emoción, era
como si hablara de memoria:
―Esos sueños que estás teniendo… no son sueños, Evangeline. Eso decidió
que la mejor manera de arreglar nuestro problema era buscar en los universos
otro mundo como la Tierra, uno donde los vampiros existan y su veneno esté
intacto.
―¿Qué lo decidió?
―El hechizo.
Fruncí el ceño.
Sofie lo ignoró.
Ella asintió.
―¿Se supone que seré un vampiro? ―susurré, mis ojos abiertos ampliamente.
―¡Quería decirte, Evangeline! Ella ―Viggo miró a Sofie con furia―, me hizo
jurar que no te diría. ¡Dijo que te lastimaría si te lo decíamos!
Habiendo escuchado todo lo que podía manejar, me levanté corriendo del sofá
y empujé a Max para abrirme paso. El pendiente. Bajé la mirada al precioso
regalo que Sofie me había dado solo días antes. Lo necesitaba fuera, lejos de mi
vida, olvidado. Como si nunca hubiera existido. Mi mano voló a la cadena y
tiré de ella lo suficiente mente fuerte para abrir el broche, justo cuando Sofie
chillaba:
―¡No!
Antes de que pudiera dar otro paso, caí al piso, un intenso dolor disparándose
por mi cuerpo, pasando por cada nervio hasta las puntas de mis dedos,
filtrándose hasta el centro de mis huesos. Jadeé, incapaz de respirar, o gritar, o
ver. La intensidad incapacitándome. Estaba segura de que moriría. Quería
morir.
Corregido por Jo
L
a advertencia de Sofie resonaba en mis oídos, mientras agarraba mi
cuerpo inerte en sus brazos como si fuera una niña frágil. Me llevo de
nuevo al sofá del que había saltado lejos, me puso suavemente. Quería
luchar, resistirme a su ayuda, pero no podía ni siquiera levantar mi mano.
―La maldición de Sofie, querida. Lo siento mucho. Las brujas pueden ser unas
criaturas malvadas. ―Oí murmurar a Viggo.
Giré mi cabeza para mirar a Sofie. La angustia en sus ojos parecía genuina.
Pero ahora sabía que no debía creerle.
2
Casetón: término arquitectónico que designa cada uno de los adornos huecos geométricos (como
cuadrado, rectángulo u octógonos) que se disponen en forma regular (parecido a un tablero de
ajedrez) en un techo o en el interior de una bóveda.
140
Página
que creaba involuntariamente en mi cabeza, donde finalmente era recibida y
aceptada, e incluso amada, en instantes se convirtió en polvo. Por supuesto
que había un motivo oculto y Sofie no estaba haciendo todo esto porque
disfrutara de mi compañía.
Todavía muy débil para luchar contra la gravedad, mi mano se deslizó por mi
estómago para tocar mi colgante, para sentir el balanceo de la piedra lisa bajo
mis dedos. Ya no era una mera joyería. Podía sentir la cadena enrollada en mi
cuello tan segura como si fuera un nudo apretado. Cerré mis ojos, me imaginé
a Sofie lista para patear el taburete de debajo de mí.
―El hechizo no está claro ―dijo Sofie suavemente―. No puedo ver más allá
de que te transporte a este mundo. Es como tener un manual de instrucciones
al que le falta una gran parte. Asumí que involucraría que te transformaras en
uno de nosotros. Tendrías el veneno para crear aquí a más de los nuestros.
Pero claramente, basándome en lo que sucedió anoche, estaba equivocada.
Un sonido bajo y salvaje vino de Sofie, pero con una aguda mirada de
Mortimer, su rostro se encontraba inexpresivo de nuevo.
―De verdad. ―La voz de Mortimer era dura, suspicaz―. Que conveniente
que por fin sepas algo.
Sofie le ignoró.
Lo inquietante era, que ahora tenía una explicación para las mordidas y las
ropas viejas ―aunque fuera una locura― y eso me traía un poco de consuelo.
―¿Hay algo más que necesite saber? ―No estaba segura de poder aguantar
más.
Tragué saliva.
142
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―¿Y si quiero ir a casa?
―Está es tu casa, por ahora ―respondió Viggo con calma―. Es lo mejor por
tu seguridad, hasta que todo esté resuelto.
No, por supuesto que no. Estaban metidos en bolsas ahora. Me estremecí.
Me alegré por la despedida, deseando llegar lo más lejos posible de ella, tan
lejos como los barrotes de mi prisión me permitieran. Salí de la biblioteca sin
mirar en su dirección, aumentando la velocidad hasta correr a mi habitación.
―Entendemos que esto es mucho para absorber ―dijo, girando para caminar
hacia mí, con un semblante de tristeza en su cara. Por un segundo, sentí una
punzada de dolor en mi corazón. Pero entonces recordé lo que me había
hecho y el dolor desapareció. Todo fue una farsa. Nada de eso era genuino.
―Me dijo que mi sangre no sabía bien… o humana… algo así ―murmuré,
recordando las palabras del atacante, de pronto encontrándolas ofensivas. No
había nada malo en mi sangre. Pero me di cuenta de algo―. Espera. ¿Qué pasa
si no lo hubiera hecho? ¿Y si el vampiro no hubiera tratado de convertirme y
siguiera drenándome toda mi sangre? Estaría muerta. ¿No te preocupaba que
eso ocurriera?
―No sucedió por lo que no sirve preocuparse sobre eso. De todos modos, el
hechizo es irreversible.
―Cierto. ―Me alejé hasta que mi espalda choco contra la pared, tratando de
alejarme de ella, la bruja vampira malvada.
―Bueno, entonces. Ten cuidado está noche. ―Se movió como si fuera a salir
por la puerta. Pero al siguiente instante se encontraba a mi lado, agarrando
con fuerza mi brazo―. No confíes en nadie de nuestra especie, incluido Viggo
―susurró, hablando de prisa―, y todavía no hagas lo que te dice el colgante.
Y entonces desapareció, dejándome pensar que tal vez solo me imaginé sus
palabras.
Estaba todo negro esta vez. No podía ver ninguna sombra, ninguna silueta,
nada en lo absoluto. Respiré profundamente, tratando de calmarme.
Oh Dios mío. Le había profesado mi amor eterno la última vez que estuve
aquí, cuando pensaba que era un sueño. Justo antes de que insultara su gusto
por las mujeres.
Cuando me aventuré a mirar hacia arriba, me encontré con sus ojos verde jade
observándome. Asintió ligeramente, con una expresión extraña en su rostro,
como si reconociera algo. Él sabe… él sabe que yo sé.
Nos miramos uno al otro por un largo y silencioso tiempo. Luego puso en mi
mano sana un conjunto de ropa.
Baje la mirada para ver el mismo tipo de indescriptibles ropas que tuve la otra
noche. El calor se arrastró hasta mi cuello mientras recordaba la última vez
que Caden me entregó ropa. Fue justo antes de que me besara. Me lié con un
vampiro. Y lo disfrute inmensamente.
―¿Es la misma que estatua que la del bosque? ―pregunté con voz ronca,
dándome la vuelta para apuntar a la estatua, desesperada por cambiar de tema.
Miré hacia atrás y me encontré hablando en una cueva vacía.
146
Página
Busqué lentamente a tientas con la ropa, mi torpe mano lesionada. No me
molesté en desvestirme temprano esa noche, optando por abrazar a Max hasta
que el resplandor del colgante y la fatiga se establecieran, la señal de
advertencia de que la maldición de Sofie estaba a punto de tomarme. Me
aferré a Max con fuerza, pidiendo que viniera conmigo, para protegerme.
Pero no había funcionado y aquí estaba, sola. Sola en una cueva llena de
vampiros sedientos de sangre. ¿Estaban sedientos en realidad?
Amelie asintió.
—Fue idea de Caden traerla aquí para que así no tuviéramos que sentarnos en
el valle a esperarte. ¡Funcionó! Fue inteligente. —Sus elásticos rizos se
balanceaban mientras volteaba para sonreírle orgullosamente a su hermano—.
Remplazamos tu estatua en el bosque con una imitación que hizo Fiona, en
caso de que alguien pasara por allá afuera.
—Luce más como un ogro gordo y borracho, pero servirá, a distancia —dijo
Fiona con una risita nerviosa.
Amelie se acercó, sacando su mano para alcanzar la mía, su ceño fruncido con
preocupación, justo como Caden lo había hecho.
—¿Qué ocurrió?
—No aquí, gracias a Dios —escuché a Amelie murmurar en voz baja, seguido
de—: Ella está observando la falsa estatua. Todos tomamos turnos en caso de
que el cambio no funcionara y aparecieras allá. Estará de vuelta pronto. —No
había ninguna duda en el desprecio de su voz.
Mire a Caden para revisar el efecto que había tenido el tono de voz de su
hermana pero su cara no mostraba ninguna emoción, sus ojos seguían
intensamente centrados en mí. Probablemente preguntándose qué sabor tiene
mi sangre.
—Te refieres a, ¿además de esto? —Subí mis brazos y toqué ligeramente las
marcas de mordidas en mi cuello.
Todos se encogieron.
Sacudí mi cabeza.
—Pero Sofie… no exactamente. ¿Dijiste que ella también era una hechicera?
Asentí.
—¿Por qué?
—Aún podría correr, pero ahora mismo hace mucho frio —dije con una
pequeña sonrisa en mis labios.
—Viggo me dijo que la mayoría de las cosas acerca de ustedes son un mito.
—Bueno, no me atacaste ayer y no puedes acercarte más que eso, así que…
Bishop se carcajeó.
—No tenemos tiempo para eso ahora. Puedes probarlo de nuevo después —
dijo, seguido de—: Y no me refiero a después de que fuiste mordida.
Descubrí por qué cuando una molesta voz cantó en la entrada de la cueva.
—Tienes suerte de que Caden sienta un raro sentido de obligación por ti, de
otro modo yo hab…
Rachel se volteó para mirarme, su sonrisa genuina cayó antes de dedicarle una
mirada amorosa a Caden.
—El tiempo entre tus visitas son semanas aquí —comentó Fiona con el ceño
fruncido.
Me giré para mirar a Amelie. Sus ojos estaban fijos en los de ellos; parecía lista
para saltar.
—Si ella muere, tendremos que esperar a que esta hechicera mande otra.
Abrí mi boca para contestar, pero la advertencia de Sofie sonó con fuerza
dentro de mi mente: No confíes en nuestra especie. Mis instintos dijeron que
prestara atención a la advertencia y, a pesar de que esos instintos habían
demostrado ser equivalente a los de un paciente con una lobotomía, decidí
escucharlos. Miré directo a esos ojos amarillos y sacudí la cabeza. Era fácil
mentirle a ella. En realidad, agradable.
Algo tácito pasó entre ellos, solo transmitido con una mirada.
Fruncí el ceño.
Me quedé boquiabierta.
Corregido por Jo
U
n escalofrío me recorrió la espalda. Por eso Jethro reaccionó de esa
forma cuando me vio. Ahora tenía sentido.
—Los vampiros no fueron más que un mito por miles de años, personajes de
una película de terror. Pero comenzaron a aparecer cuerpos drenados con
marcas de mordidas, que eran dejados expuestos. Hubo una nueva generación
de nuestra especie, una a la cual no le importaba, querían que las personas
sintieran miedo. Los seres humanos se defendieron de la única manera que
sabían: con una guerra. Una que se intensificó tan rápido que era demasiado
tarde para revertir sus efectos, para cuando nos enteramos. Los vampiros
convirtieron a cientos de humanos para fortalecer su ejército. Los humanos
mataron a cualquier vampiro que pudieron atrapar. Incluso mataron a otros
humanos, si tenían alguna duda de que lo fueran.
Pregunté en el silencio.
—¿Así que ahora vives de sangre animal? ¿Al igual que Viggo y Mortimer?
—Al igual que ellos. Pero estamos famélicos, siempre tenemos hambre, sin
sangre humana. Algunos de los nuestros experimentaron alimentándose de
otros vampiros. Ellos cambiaron a algo completamente malvado. Ya lo viste...
Jethro.
—Estoy aquí, ¿no? Y hasta ahora los he ayudado, ¿verdad? —respondió Rachel
con altivez.
—Eres miembro del Consejo —dije lentamente—. Al igual que lo fue Jetro —
añadí, recordando su saludo la otra noche.
—Sí, pero yo lo maté. Por ti. Así que puedes confiar en mí. —Otra vez, esa
dulce sonrisa enfermiza hizo que mi piel se pusiera de gallina. Escuchar esas
dos palabras, las mismas dos palabras que pronunció el vampiro antes de
hundir sus colmillos en mi cuello, tuvieron el efecto contrario. Nunca había
desconfiado tanto de alguien.
Con un gruñido, Amelie voló a través de la cueva para aterrizar sobre Rachel,
sus dedos eran como garras y rastrillaron por su cuello, haciéndola sangrar.
Rachel le respondió con una patada y un grito igualmente vicioso,
intencionalmente la lanzo hacia el fuego. Afortunadamente Fiona estaba allí
para atraparla antes de que pudiera aterrizar sobre éste. Caden tenía sus brazos
envueltos alrededor de Rachel al siguiente segundo, sosteniéndola con fuerza
contra él, tratando de contenerla.
—¿Estás loca? ¡Soy más fuerte que todos ustedes juntos! —gritó con su rostro
deformado por la rabia.
—¿Estás bien?
No, no lo estaba. Ellos sólo habían confirmado que mis temores iniciales eran
ciertos, o por lo menos en su mayoría: estaba en peligro. Me cazarían si el
Consejo se enteraba de mi existencia. Pero igualmente asentí.
—No deberías. No seas tonta, Evangeline. Lo que sea que Viggo te dijera
probablemente era mentira. Eso es lo que nuestra especie hace, miente.
Engañamos. Somos malvados. —Su tono era frío y distante, arrojó sus palabras
como una fuerte bofetada en mi cara. Estaba tan diferente a las noches
anteriores.
Asentí, en silencio.
¿Y que si ellos pudieran sentir mi sangre? ¿Eso es todo lo que les impide
morderme?
Fiona rió.
—Así que, ¡háblanos sobre ti, Evangeline! —dijo Amelie en un tono musical.
Era como si la pelea cercana a la muerte con Rachel cinco minutos antes
nunca hubiera sucedido.
Reí.
Amelie sonrió.
—¡También lo creo! Iba a ser una actriz, una famosa de Broadway. Pero luego
paso esto. —Hizo un gesto hacia su boca, mostrando los dientes blancos y
siseando como un gato. Debería haberme aterrorizado, pero fue cómico. Reí—
. De todos modos, después de eso, estaba… distraída por otras cosas. Ahora, no
es exactamente una oportunidad. —Se encogió de hombros—. No importa, la
oscuridad es la clave. No puedes exactamente ser famoso si eres vampiro.
Después de todo, solo puedes explicar tu apariencia juvenil con cirugía plástica
durante un periodo de tiempo —balbuceó Amelie, luego agitó su mano
rápidamente de aquí para allá—. Pero es suficiente sobre mí, ¡queremos
saber todo sobre ti!
No sabía por dónde empezar. Nadie nunca me había pedido que resumiera mi
existencia tan directamente. Nadie nunca me había preguntado mucho sobre
mi misma de todos modos. Cambiaba de escuelas tan frecuentemente que
nadie notaba cuando llegaba o me iba. Era como si ni siquiera existiera.
Vacilé.
—Vivo con una familia de acogida. Ellos son un poco extraños. En realidad no
los conozco, para ser honesta.
—¿Tienes novio?
Un dolor hueco llenó mi corazón mientras recordaba las altas expectativas que
formé, la noche que la conocí y los días siguientes, hasta el momento que
conocí sus verdaderas intenciones.
—Bien, empecemos con una pregunta fácil. —Fiona miró a Amelie—. ¿Cuál
es tu flor favorita?
—Margaritas.
—Jazz, lo sé… —dije, sonriendo cuando vi a Amelie dar la vuelta para darme
una mirada de desconcierto—. Pero me recuerda a mi madre.
Ella sonrió con tristeza, sus pensamientos vagando en algún lugar por el
momento.
Y así fue como continuamos, Fiona y Amelie perforándome con cada detalle
trivial que se les ocurrió. Era la conversación de las chicas normales para llegar
a conocerse una a otras —aunque como un examen— no de dos vampiros y un
alma maldita.
—¿En serio? —Mi corazón dio un vuelco con ese chisme de información.
Estaba hambrienta por más, tanto como fuera posible—. Así que… ¿a él no le
gusta más leer? —pregunté casualmente.
—Oh, estoy segura que sí, pero no hay libros que leer —respondió Amelie.
Mi pie pateó una piedrecita entonces y la escuché saltar por el suelo. Este
mundo sonaba más terrible cada minuto. Y aquí estaba yo, sintiendo pena por
mi misma y mi prisión cinco estrellas esperándome en casa.
Ella se giró para sonreírme, con sus ojos verdes brillando con entusiasmo.
—Ya verás.
—No lo sé, pero es hermoso, ¿no? —Fiona se arrodilló a probar el agua con su
mano.
Ella rió.
Amelie continúo.
—Nos podemos morir de hambre, sin embargo. La cosa que ellos ataron a mis
muñecas y tobillos es llamado “Merth”. Agota toda tu energía. Y duele. ¡Dios
mío! Como un millar de diminutas hojas de afeitar, cortando en tu piel.
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Página
Hice una mueca.
—Oh. Entonces, ¿por qué Jethro quería hacerte morir de hambre? —corregí.
—Me estaba enseñando una lección por haber matado a un oso pardo en su
territorio.
Ambas rieron.
—Oh no, no lo es. Pero no funcionaría contigo. Creemos que es por tu collar.
Caden trató la primera noche, antes de que Jethro viniera, para mantenerte
callada, ¿recuerdas? Pero tú empezaste a quejarte de nuevo. —La mano de
Amelie se abría y se cerraba como una boca quejosa, burlándose de mí.
166
Página
Pensé en esa noche, escondida dentro del agujero con Caden… esas piscinas
profundas que eran sus ojos, tirando de mí. Lo recordaba, muy bien.
—Déjala ir —gritó una voz detrás de nosotros. Me giré para ver a Caden
apresurándose a entrar, con Rachel en sus talones.
L
o primero que vi fue el reloj de la mesilla de noche. Las dos de la tarde.
Lo segundo fue el hocico gigante de Max, saludándome frotando mi
mejilla.
Amelie.
—Nada.
—Sí... todos son vampiros —me burlé, con la esperanza de que ser
desagradable me diera cierto nivel de satisfacción. No lo hizo.
Max gruñó.
—Bien, bien, lo entiendo, Max. Estás preocupado por ella. —Sonrió con
dulzura al perro y puso sus manos en su regazo—. Cuéntanos sobre tu noche.
Y, ¿por qué llevas esos harapos horribles?
Lo miré con recelo. ¿Caden tiene razón? ¿Soy una tonta ingenua, cayendo por
el acto de una psicópata disfrazada?
Bajando la mirada, vi las ropas oscuras que Caden me había dado para
protegerme del ejército de vampiros listos para destrozarme.
—Todos los seres humanos se han ido. Extinguidos. Asesinados por vampiros
hace más de setecientos años —le dije rotundamente—. Aparentemente
tienen más vampiros malos que buenos.
Mi frente se arrugó.
—Por lo menos. Y hay un consejo de vampiros que dicta todo. Tienen miles
de años de antigüedad. Me matarán si se apoderan de mí, de acuerdo con
Caden.
—¿Qué pasa, Viggo, te sientes amenazado por alguien mayor que tú? —dijo
Sofie, sonriendo con arrogancia.
Leo entró en silencio entonces, trayendo una humeante taza de café para mí.
Quería tirar mis brazos alrededor del dulce viejo mayordomo.
—No estoy segura. Esto hace las cosas son un poco más complicadas. Sólo
puede ser capaz de traer a uno de vuelta, así que ¿cómo puede elegir...?
—No me importa si el resto de ellos se pudre allí solo, siempre y cuando uno
regrese. —Los dientes de Mortimer estaban apretados con ira.
Soborno.
—Por supuesto, Viggo. Sólo tengo que tener una idea de los tamaños y
necesidades de Evangeline.
Varias horas más tarde, deslicé mis brazos por las correas de una mochila de
montaña muy rellena. Era de la misma altura que yo y probablemente
igualaba mi peso, así que era imposible para mí caminar mientras la usaba.
Sofie, con su fuerza inhumana, la apoyó sin esfuerzo contra el marco de la
cama para que no se volcara mientras ajustaba las correas.
—¿Para sobornarlos?
—No importa para qué. Piensa en lo felices que van a ser cuando se las des.
171
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¿Igual de feliz que yo por venir a Nueva York y ser bañada con regalos, sólo
para descubrir que estoy maldita?
—¿Y qué pasa cuando traiga a uno de regreso? ¿Sólo tienen que morder a
alguien y serás feliz?
—Es lo mejor.
—No sé cómo esos sherpas3 suben por las montañas con estas cosas atadas a
sus espaldas —murmuré, ganando una suave risa de Sofie—. ¿Crees que esto
va a funcionar?
Asintió.
3Sherpa: De un pueblo nepalí de origen mongol que habita en las vertientes altas del Himalaya, cuyos
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habitantes se han especializados como guías y portadores en las expediciones alpinistas y científicas.
Página
—¿Qué hay aquí?
—¡Fuera de mi cabeza!
Se echó a reír.
—Sólo recuerda, ese collar disfraza tus rasgos humanos, pero no te hace
indestructible. Todavía te puede matar.
Asintió.
—Así que, cuando me hechizaste, ¿no sabías que me enviaría a ese otro
mundo?
Hizo una pausa, mirando a Max, que yacía a mis pies. Asintió.
Nos sentamos en silencio por un largo tiempo. Cuando miré el reloj, era casi
medianoche.
—Te irás pronto —confirmó Sofie—. A las doce, todas las noches.
—Te traicionó... ¿cómo? ¿Te mordió? —¿Cómo hace un perro para traicionar
a alguien?
—Si encuentras Merth, tráelo. Haz lo que sea posible. Pero no se lo menciones
a Viggo o Mortimer.
Asentí, juntando mis cejas con curiosidad. ¿Qué podría hacer con eso? Es
peligroso para ella, ¿no? No me molesté en preguntar. Me imaginé que
mentiría de todas maneras.
—¡Funcionó! —grité.
Hubo una pausa, y luego un ruidoso golpe. La cueva se inundó con luz de las
antorchas. Mi corazón dio un vuelco cuando vi la sonrisa con hoyuelos de
Caden, otro escalofrío me recorrió la espalda.
—No, me siento cómoda. Creo que me voy a quedar así hoy —le respondí con
calma. Por dentro, estaba tan mareada como una niña de trece años de edad en
el concierto de una banda pop de chicos.
—Oh, por favor, no —me lamenté, temiendo ese nivel de tortuosa vergüenza.
Mi situación actual era bastante mala.
Empecé a relajarme, asegurándome que no podía saber lo que sentía por él; de
lo contrario, nunca me abrazaría tan íntimamente.
Fiona sacó algo de ropa interior negra atrevida que sigilosamente escondió
bajo el brazo, con una sonrisa reservada en su rostro.
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—¿Qué es eso? —preguntó Bishop. Fiona suavemente desvió su atención a un
montón de ropa de hombre y pronto los dos chicos estaban revolviendo con
entusiasmo a través de sus paquetes.
Fruncí el ceño.
—¿A dónde?
—¿Los humanos han aprendido a volar en su mundo? —Se rió entre dientes,
luego deslizó un brazo suavemente alrededor de mi espalda y medio me llevó,
medio me arrastró lejos de la orilla. Los otros ni siquiera trataron de ocultar su
diversión.
—Esta camisa es tan suave. Como cachorros peludos... ¡Gracias! —Al instante
apareció frente a mí para plantar un beso cariñoso en mi mejilla antes de saltar
a lo largo de un camino natural que se curvaba por la ladera de la montaña,
con sus plateados rizos rubios rebotando.
—Sí. Quiero decir, creo que sí —le respondí, siguiendo al resto de ellos por el
camino. Era empinado, lleno de rocas sueltas, y completamente traicionero—.
Nunca he visto montañas de este tamaño antes, pero estoy segura de que
existen —Estaba teniendo dificultades con no tropezar mientras me mantenía
al día con su rápido y descuidado paso.
—Sería mejor que te quedes cerca de ella, Caden. Puede caer justo por la
ladera de la montaña —advirtió Fiona con esa voz ronca de ella, y agregó—: Y
no podemos convertirnos en murciélagos y atraparte.
Sonreí, estremeciéndome.
Miré arriba por el rabillo de mi ojo, esperando ver una mueca de enojo o
molestia por el flagrante desprecio de Bishop hacia su novia. En su lugar, vi
una sonrisa.
—Así que... ¿dónde está? —le pregunté. ¡Por favor, di que se ha ido para
siempre!
La sonrisa se tensó.
—Siento ser tan lenta. No soy normalmente así de torpe —murmuré con
nerviosismo.
Cuanto más nos acercábamos al valle, más caliente se volvía el aire y más
verde nuestro entorno. Ahora que estaba mirando el bosque a la luz del día,
tuve que reír. No había manera de que alguien pudiera confundir este lugar
con Central Park, con sus extraños árboles elevándose sobre nosotros, algunos
creciendo más de treinta metros, con troncos de al menos de dos brazos de
largo de grosor. Más bien parecía una selva virgen, sin ser tocada por nada
excepto el tiempo. El suelo era exuberante y verde, cubierto con helechos
gigantes y protuberantes raíces de árboles recubiertos de musgo de color verde
brillante y hongos. Aquí y allá, los árboles permitían suficientes parches de luz
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solar para nutrir las diminutas flores silvestres moradas y blancas
dispersándose en el suelo del bosque, pero por lo demás era sombrío y húmedo
bajo el dosel.
Una enorme pantera negra estaba parada junto a un árbol a solo cinco metros
de distancia, la cabeza de una serpiente colgaba de su hocico. Puso una pata en
el cuerpo de la serpiente y luego, con un fuerte giro de su cuello, arrancó la
cabeza de la víbora y la tiró a un lado. El cuerpo de la serpiente —de al menos
dos metros de largo— se dejó caer al suelo, retorciéndose.
La atención de la pantera ahora se trasladó a mí, sus ojos ocre mirándome con
interés. O hambre.
Dejé escapar un chillido, precipitándome varios pasos hacia atrás antes de que
el sentido común prevaleciera y me congelara. El gato, tenía una altura
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monstruosa que le hacía par a Max, bajó su cabeza y olfateó el suelo,
aparentemente despreocupado de mi presencia. Sabía que era mejor no
relajarse, sin embargo. Había afilados dientes bajo ese suave, impasible hocico.
—Quédate quieta.
—¿O qué?
—Este es Scout.
—Depende de si me va a atacar.
—No. Es mi mascota.
La pantera llamada Scout levantó la cabeza para mirarme a los ojos, su rostro a
pocos centímetros de distancia. Retrocedí contra Caden.
Aparté los ojos hacia la izquierda, centrándome en una rama mientras el gato
gigante me inspeccionaba, incapaz de mirarlo a los ojos por miedo a gritar.
Finalmente bajó la cabeza para olfatear mis zapatos. Caden mantuvo su brazo
alrededor de mi hombro, sosteniéndome fuertemente contra él.
Fruncí el ceño.
—Como Max —dije, pensando en mi gigante canino amigo. Eso es lo que era.
Un licántropo.
—Eso significa que Max tiene un maestro, tenía que ser Mortimer. Lo había
presentado como su perro guardián.
—¿Cómo?
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—Telepáticamente. Podemos hablar de ida y vuelta el uno con el otro en
nuestras cabezas. Él me informa.
En mi arranque inesperado, Scout dio tres pasos rápidos como un rayo hacia
atrás, gruñendo amenazadoramente.
—Pero, ¿por qué? —Giré mi cabeza con confusión, mis manos yendo hacia mi
frente—.¿Para protegerme de Sofie? Max no parece demasiado preocupado
cuando ella está cerca. Viggo, sin embargo... consigue que el perro se ponga
como loco... —Están escondiendo algo. Pero, ¿qué?—. Soy una idiota —
murmuré.
Caden suspiró.
¿Mi debilidad? ¿Qué podría Sofie...? Mi soledad. Eso era. Esa era mi debilidad.
Ella usó la compañía humana para atraerme, para hacerme querer estar cerca
de ella. Y yo, un solitario, cachorro indefenso buscando amistad, me doblé.
¿Pero cómo se dio cuenta tan rápido? ¿Era perceptiva, o yo era tan obvia, tan
patética?
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Miré a mi alrededor. Scout había desaparecido.
Dejó de vigilar el bosque por mí. Lástima que no podía traerlo conmigo.
Entonces el perro podría tener un gato que perseguir.
—Lo siento. —Su mirada mostraba sinceridad—. No se suponía que estaría tan
cerca, pero luego la serpiente hizo un movimiento sobre ti... Estaba
consiguiendo esto. —Tendió un ramo de margaritas—. Crecen en lo alto, en
los prados.
Ese olor... tan familiar. Me recordó algo, ¿pero qué...? ¿Mi infancia? ¿Verano?
Di un grito ahogado.
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Margaritas y Engaño
Traducido SOS por Dkct21, Maarlopez & Cande Cooper
A
ntes de que supiera lo que estaba pasando, Caden me estaba
colocando en el suelo, mis piernas habían cedido.
—¿Cuál parque?
—Significa que está mintiendo. Ella me dijo que no quería que esto me
sucediera a mí, pero sí lo quería. ¡Ha estado planeándolo por catorce años!
Se encogió de hombros.
—O alguna otra razón. No sé lo que está pasando, pero te garantizo que hay
mucho más de lo que cualquiera de ellos te está dejando saber.
Caden se inclinó para recoger las margaritas que dispersé cuando me entere de
la extensión de la traición de Sofie.
Caden tomo una piedrita y la arrojo casualmente a los árboles, sin duda
alcanzando un objetivo imposible que no podía ver.
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—Lo sé. —Rió ante mi desconcierto—. Mejor alcancemos a los otros antes de
que vacíen el arroyo. —Comenzó a caminar enérgicamente por el camino,
hablando sobre su hombro—. ¡Apresúrate, lenta!
—Obviamente.
Ugh. ¿Le dijeron eso? Sentí mi rostro enrojecer ante el pensamiento de ellos
discutiendo mi patética vida social. Así que debe haberse dado cuenta que hay
algo mal conmigo.
Un árbol enorme y nudoso sobresalía al menos seis pies del suelo, bloqueando
nuestro camino. Enganché mi pie en un hueco y comencé a escalar, pero las
manos de Caden tomaron mi cintura y me bajaron.
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—¿A dónde vas? —Rió, y en un instante, estábamos saltando al otro lado.
Caden sonrió.
—Suenas sorprendida.
—Quizás. —Lo dudo. Ver algo de más de dos patas escabullirse ponía mi piel
de gallina así que no esperaba un baboso pez empalado, aleteando en un
gancho me diera una reacción distinta. Me agache a la orilla del rio y coloque
mis flores con los tallos sumergidos en el agua turbia.
—¿Cómo serpientes?
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Bishop respondió:
—Pero no lo hiciste —me recordó Caden, viendo mis ojos ampliarse. Lanzó
una mirada de exasperación en dirección a Bishop.
—Aquí tienes Eve —dijo Bishop, sonriendo mientras me entregaba una caña.
—Encontré estos bebes en una bóveda unos cientos de años atrás y las he
estado cargando desde entonces. ¡Sabía que tendría una razón para
mantenerlas!
—Bueno, primero colocas uno de estos. —Bishop recogió algo del suelo atrás
de él y tomó mi mano libre. Colocó una sanguijuela de seis pulgadas en mi
palma. Comenzó a menearse y grité, sacudiendo la cosa viscosa de mi mano—.
Pobre amiguito. —Bishop recogió la asquerosa cosa. Tomando la punta de mi
cuerda, enterró el gancho de púas a través de su cuerpo varias veces. Se
retorció furiosamente, tratando de escapar.
—Bishop, en serio, eres tan infantil a veces. —Movió sus ojos hacia mí—. Lo
siento.
Caden parecía feliz de ayudarme, usando su propia caña para demostrar como
lanzar y recoger.
—Espera.
Bishop estaba de pie haciendo una mueca, el afilado metal a través del lóbulo
izquierdo de su oreja. Jadeé, con lágrimas formándose.
Me apresure hacia ellos con la intención de rogar por perdón pero me detuve,
encogiéndome, mientras Bishop tiraba del gancho de su oreja, arrancando un
gran pedazo de carne con él. Esperaba que comenzara a fluir sangre pero la
herida inmediatamente se cerró, dejando su oreja indemne.
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—¡Presta más atención la próxima vez! —Regañó Caden a Bishop, golpeando
su espalda.
Me quede allí, con los ojos abiertos tanto de asombro como de horror.
—No te preocupes, Bishop está bien —dijo Caden, acercándose para apretar
gentilmente mi hombro—. Es casi imposible atraparnos así de desprevenidos.
Impresionante.
Caden arrojó su gancho al agua y se sentó en una roca. Lo imité, revisando por
si había serpientes.
—¡Guau! ¿Setecientos años? Eso es un largo tiempo para estar con una
persona.
Caden sonrió.
—Para un humano, sí. Los deseos humanos cambian con la edad. La gente se
supera el uno al otro. Es diferente con nosotros. Cada día con Fiona se siente
cómo el primer día que Bishop la conoció, las chispas, mariposas, todo eso.
—Un ataque de unos cuarenta años antes de la guerra. —Hizo una pausa—.
Yo tenía veinticuatro años. Amelie tenía veintiún años. Nuestros padres
tenían un rancho de caballos, pura sangre. El Resort Jennings para caballos,
algunos lo llamaron. Una noche oímos este horrible sonido que venía del
establo. Mi padre tomo su escopeta, esperando ahuyentar a unos ladrones.
Cuando no habíamos tenido noticias de él durante mucho tiempo, tome otra
arma y salí. Amelie y nuestra madre me siguieron con linternas. Llegamos a
uno de los graneros y... —La voz de Caden cayó, él se quedó mirando el agua
plácida—. Había rumores de cosas extrañas que sucedían en el ganado y las
granjas de caballos, pero nada podría habernos preparado... Todos los caballos
en el establo estaban muertos, sus gargantas arrancadas, sangre rociada sobre
las paredes, el heno, todo. Mamá y Amelie corrieron a buscar a la policía,
mientras yo registraba los otros graneros, en busca de mi padre… —La voz de
Caden se apagó y se sentó por un momento, sumido en sus pensamientos—.
Lo encontré tumbado junto a uno de sus sementales premiados. Y ahí es donde
ellos me encontraron… nunca vi un rostro.
—Lo siento mucho, Caden —dije en voz baja. Y lo sentía. Me dolió saber que
él y Amelie habían sufrido.
—¿Te das cuenta de que es la primera vez que he oído esas palabras de
alguien?
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Mi corazón se hundió. Quería envolver mis brazos alrededor de él, para
consolarlo, para alejar ese dolor.
Les eché un vistazo a los otros mientras Amelie saltaba en el aire, gritando de
emoción sobre el pescado que colgaba al final de su anzuelo.
—Así que... Caden Jennings —dije en voz alta. Evangeline Jennings, dijo la
voz en mi cabeza. Negué con la cabeza, sintiéndome ridícula.
Suspiró.
—En otro tiempo, sí. Amelie es todo lo que queda de mi familia. Al menos
encontramos a Bishop y a Fiona.
—¡Creo que atrapé algo! —susurré, como si hablar demasiado alto podría
dejarle saber al pez que estaba atrapado en un gancho afilado. Como si no
estuviera ya muy consciente de eso.
—¿Quién es Big Brown? —dije con voz ronca, permitiéndome soltar el aliento
que mantuve sin saberlo durante toda la dura experiencia.
—Es él —dijo Bishop, señalando con la barbilla hacia algo detrás de mí.
Giré, esperando ver otro gato. En vez de eso, un oso pardo con el color del
chocolate con leche avanzo pesadamente hacia nosotros, su tamaño era similar
al de un elefante joven que había visto en el zoológico de Portland. Estaba
viendo el premio al final de mi caña, o a mí; no estaba muy segura aun. Mi
boca se abrió para gritar pero no salió sonido.
No podría moverme aunque quisiera. Los brazos de Caden eran como una
prensa.
—Es grande —me las arreglé para susurrar. Lo suficientemente grande como
para rebanarme en seis pedazos con un movimiento de su garra. La tierra
tembló a medida que el oso se acercaba. Saboree la bilis en mi garganta—. Me
voy a enfermar —gemí, queriendo advertir a Caden. Gire mi rostro, rezando
para que este fuera de alcance. Prefería ser despedazada por esta bestia que
vomitar sobre Caden.
Con ese montón listo, se desplazó lentamente para estar frente a Bishop,
agachándose para que sus ojos estuviesen nivelados. Después de un minuto de
miradas amenazadoras, Big Brown simplemente giró y salió disparado como
una bala, desapareciendo en segundos.
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—No hay señales de nadie viniendo —dijo Bishop—. Él puede saber que no
eres uno de nosotros —añadió, mirando hacia mí.
—Sí, solo que menos predecible —respondió Caden, sus brazos dejando su
postura protectora a mí alrededor.
Tome eso como mi señal de alejarme de él, para permitir la cantidad apropiada
de espacio. Comencé a alejarme.
Caden rió.
—Las panteras y lobos son feroces aliados. Son rápidos, violentos, y siguen las
órdenes como un soldado programado. Usualmente viajan en manadas,
haciendo que derroten a un vampiro más fácilmente si deben hacerlo. Sus
dientes son lo suficientemente fuertes para despedazarlos y luego traernos el
corazón para quemarlo. —Dejó de hablar, con una sonrisa graciosa en su
cara—. Me estás observando como si tuviese dos cabezas —comentó.
Sonrió.
—No olvides decirle sobre nuestro otro órgano que aún posee un propósito
útil. —Vociferó Bishop—. Tu sabes, nuestro...
Miré a los demás, esperando ver una burla escondida o el inicio de una
sonrisa.
—De vuelta a Big Brown. Una manada de felinos o lobos no pueden igualar la
ferocidad de un oso pardo. Tener un animal así de poderoso a tus órdenes,
especialmente en una situación como esta, donde necesitamos toda la
4Gato Cheshire: Es un personaje ficticio creado por Lewis Carroll en su conocida obra Alicia en el
200
Mi corazón se hinchó.
—Estoy bien.
—¡Qué desastre! —anunció Amelie mientras navegaba entre todas las cosas
desperdigadas por la cueva, aunque su cara aniñada tenía un expresión
ansiosa. De repente se inclinó, buscando para tomar algo pequeño y negro. Lo
levantó. Un traje de baño.
Hice una cara. Por qué Sofie… ya sé. Había mencionado el oasis. No pensé que
estuviera prestando atención.
Amelie buscó frenéticamente alrededor hasta que encontró uno para cada uno
de nosotros. Con los trajes en mano, Bishop y Caden se retiraron, Caden
cubriéndose dramáticamente los ojos para no ver a su hermana, la cual ya
estaba quitándose la ropa sin vergüenza alguna.
Fiona me entregó un bikini negro. Tragué, sosteniendo las dos piezas, tratando
de diferenciar la parte inferior de la superior. Había más cuerdas que tela para
cubrir.
—¿Qué estás buscando? —preguntó Amelie, viendo a mis ojos lanzarse sobre
las pilas de ropa.
—Ella es miembro del Consejo, como tal, debe mantener las apariencias —
añadió Amelie con voz altiva en una sarcástica imitación de Rachel.
—A New Shore. Era la capital cuando este era un país. La mayor parte se ha
desmoronado y crecido ahora. No se hubiera ido si hubiera sabido que estarías
aquí, ¡llegaste muy temprano! No estará de vuelta por otra semana, al menos
—respondió Fiona.
Fiona bufó.
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—Evangeline, eres demasiado cortés. ¡Es una perra insensible y cruel! —Sus
ojos violetas brillaron con cólera.
Fiona llevó su dedo hacia sus labios cuando doblamos la esquina y entramos
en el oasis, terminando la conversación antes de que pudiera conseguir una
respuesta.
—Wow —balbuceé, mientras me fijaba en la escena. Vapor rosa salía del agua,
arremolinándose en el air frío de la montaña que agitaba las innumerables
llamas alrededor de la caverna para crear una hermosa niebla de ensueño.
—Entonces, todos ustedes solían ser humanos, ¿verdad? ¿Se olvidaron de todas
sus capacidades cuando… se convirtieron? —pregunté cautelosamente—.
Quiero decir, ¿por qué no pudieron recuperar donde los humanos dejaron, con
toda la fabricación, electricidad y todas esas cosas?
—Suena tan simple, ¿verdad? —Caden rió sin alegría—. Porque somos
narcisistas, criaturas egoístas que quieren todos los lujos sin el trabajo tras ello.
—Hizo una pausa—. Piensa en Viggo y Mortimer. Los ‘‘vampiros buenos’’. —
Cogí el sarcasmo—. ¿De dónde sacan su dinero? ¿Los ves trabajando?
¿Ganando una vida? —La manzana de Adán de Caden sobresalió cuando dejó
caer su cabeza contra el borde de la roca. Tuve el impulso de pasar mi dedo a
lo largo de ella, pero me resistí. Él rió entre dientes—. Les roban a sus
víctimas. Ellos van tras aquellos cuyas carteras son gruesas, y cuyas actividades
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Página
ilícitas hacen a sus muertes sorprendentes y bienvenidas. Apostaría mi vida en
ello. Es lo que yo solía hacer.
Caden continuó.
—Me pregunto por qué… —Su voz era suave, protectora. Una gentil
advertencia.
Asintió con una pequeña sonrisa tocando sus labios antes de que se sentara
otra vez.
Mis ojos fueron a la deriva alrededor del lugar, aterrizando en cada vampiro
por un breve momento, escuchándolos charlar y reír alegremente. ¿Eso
significa que tengo que cuestionarlos a todos ustedes? La idea me angustiaba.
No quería cuestionarlos.
—¿Bishop? —La voz lenta y aburrida de Fiona terminó con mis fantasías. Miré
para ver al vampiro hombre ya no languideciendo en la bañera, sino sentado
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rígidamente, con el ceño fruncido y silenciándola con la mano mientras
escuchaba algo. El grupo se sentó tenso por un momento, consciente de algo
de lo que yo no sabía.
—Te dije que valía la pena para la batalla. —Bishop le sonrió a Fiona
arrogantemente, entonces guiñó en mi dirección. Se recostó otra vez, cerrando
sus ojos.
Más vampiros. Al acecho en las montañas —las montañas que esperaba fueran
impenetrables— llegando para torturarme cuando me encontraran. Tragué un
bulto.
—¿Algún día se detendrán? —susurré—. Tal vez uno de ellos logrará entrar…
Algo se deslizó ligeramente contra mi pierna. Giré para ver a Caden junto a
mí, dándome una sonrisa amplia, recordándome que era la única que tenía que
emerger por aire. Los dos emergimos.
—Sí, eso sería útil. —Mi voz se quebró—. ¿Dónde estamos? —Levanté la vista
a la luz de la luna brillando a través de un círculo de cielo nocturno, un
enorme agujero, me di cuenta, para iluminar el plácido lago y una potente
cascada de unos diez metros de altura, muy abajo en el otro lado de este lugar
particular.
La tomé, y sin esfuerzo me sacó al aire helado. Mi cuerpo se tensó con el frío.
Brevemente consideré saltar de nuevo al agua, pero el agarre de Caden en mi
mano se apretó.
—¿Disculpa? —grité.
—¿Estás segura?
Saqué mi rostro lejos del rincón cómodo que había encontrado en su pecho.
—Me imaginé que sería mejor no decirte qué íbamos a hacer —explicó
viéndose tímido.
Dando un paso adelante, con el temor desacelerando mis pies, alcancé a tocar
una de las hebras. Era suave y flexible, cómo un hilo. Mis ojos se ampliaron.
Sabía qué era esto.
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Mar de Merth
Traducido por JessMC
—¿A
sí es cómo el Merth crece? —susurré, girándome
hacia Caden.
Se encogió de hombros.
—¿Qué ocurre?
Recordé repentinamente.
—Sofie me pidió que le llevara tanto cómo pudiese. No sé por qué —añadí
cuando vi su expresión perpleja.
Su mandíbula se apretó.
—¿Qué? Tú dijiste…
—¡Mentí! Pero te lo estoy diciendo ahora. Hay una forma para que vuelvas.
—¿Cómo lo sabes?
—Sofie me lo contó.
Caden se burló, su sospecha obvia. Pero luego debió pensar algo, porque su
rostro se volvió ceñudo.
—¡No! —El horror lo hizo gritar. Salté hacia atrás, y el suavizó su tono—.
Quiero decir, no importa si uno de nosotros va o todos… —Masticó su labio
cómo si considerara qué decir—. No hemos estado expuestos a sangre humana
por cerca de setecientos años —comenzó, luego se detuvo para aclarar su
garganta, que se había tornado ronca—. Ese collar puede disfrazarte mientras
estás aquí, ¿cierto? —Asentí—. Pero dijiste que, en tu mundo, es inútil. Esos
vampiros amigos tuyos pueden oler tu sangre, sentir tus emociones, todo eso.
De nuevo, asentí y sus ojos jade encontraron los míos, haciendo difícil que él
volviera a hablar, despacio y deliberadamente.
—¿Qué crees que pasará cuando uno de nosotros sea expuesto a la esencia de
sangre humana, una esencia que nos conduce a matar con más intensidad de la
que pudieses imaginar, por primera vez en setecientos años?
Jadeé.
—¡Pobre Amelie!
—¿Pobre Amelie? ¿Qué hay del pobre idiota? —Suspiró, deteniéndose frente a
mí—. Amelie vive con la culpa cada día, tan fuerte como hace setecientos
años. No podría vivir si te hiciera algo. —La punta de su dedo acaricio mi
mejilla, dolor crudo mostrándose momentáneamente en sus ojos.
Le tomó solo unos minutos volver con los otros, pero mis dientes estaban
castañeando incontrolablemente para el momento en que llegamos. Caden
brincó dentro del natural tubo caliente donde habíamos comenzado, conmigo
aún acomodada en sus brazos. Al principio la sacudida del calor se sintió cómo
un millón de pequeñas espinas contra mi piel, e hice una mueca de dolor por
el escozor. Cuando vi la expresión de dolor de Caden, a pesar de todo, luché
por calmar mi rostro.
—No noté cuan frío era el aire para ti. Me olvidé de… ¡soy un idiota!
—No conseguiré algo con eso —respondí, sonriéndole—. A–al contrario, fue
divertido. —Aparté la mirada tímidamente.
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—¿Cuál parte, ser derribado por la oscuridad, la madriguera de conejo bajo el
agua, o ser golpeado por una cascada? —replicó sarcásticamente.
—Por Dios, Caden. ¡Sus labios están azules! —Amelie había nadado
furtivamente. Su voz normalmente rasposa sonaba condenatoria, y miró a su
hermano con desaprobación.
Lo defendí.
Suspiré, deseando poder leerlos cómo Sofie podía leerme. Mis dientes
finalmente habían dejado de castañear, pero la punta de mis dedos, cuando los
estiré para rascar mi nariz, estaban resecos.
—Gracias. Estoy bien ahora. —Me ignoró, y continuó mitad secando, mitad
calentándome—. En serio. Estoy bien. No te preocupes por mí.
Me empujó hacia atrás a él hasta que estuve lo suficientemente cerca que sus
muslos internos tocaron mis caderas y su barbilla se cernió sobre mi hombro.
Estaba segura de sentir el aliento caliente haciendo cosquillas contra mi
nuca. Pero él no necesita respirar, ¿cierto?
—Nop, estoy bien —dije, calor trepando por mis mejillas. Todo lo contrario,
en realidad. Apreté mis ojos cerrados y me enfoqué en mi respiración.
Escuché el estallido de una tapa y abrí mis ojos para ver a Caden rebuscar en
un botiquín médico. Fue suficiente para distraerme del involuntario momento
de tortura de Caden. Alcé una ceja interrogante.
—Encontré esto más temprano en mi mochila, junto con una nota. ¿Cortesía
de tu maternal vampira, debo suponer? —Sonrió.
Caden desenrolló los vendajes delicadamente. Habían sido tres días desde el
ataque. Creo. Estaba siendo difícil mantener el ritmo del tiempo. El corte se
estaba curando de buena manera, el trabajo impecable de la anciana con las
puntadas. Caden sostuvo mi mano tiernamente en la suya, inspeccionando la
herida desde muchos ángulos. Luego, muy ligeramente, dibujó un círculo
alrededor de esta con su dedo índice.
—¿Eso duele? —Giró su rostro suavemente hasta que su boca estuvo junto a
mi mejilla.
Jadeé.
—¡Las rocas!
Reí.
—Ven. —Fiona llamó a Bishop con un gesto mientras saltaba ágilmente desde
el agua—. Vamos a ver si podemos hacer inflar ese colchón de aire.
—Ve a dormir —susurró Caden, deslizándose hacia atrás así que yo estaba
recostándome, mi cabeza descansando contra su regazo.
—No estoy cansada —dije en medio de otro bostezo, luchando contra los
párpados pesados.
Me sonrió, sus ojos verdes centelleando. Si solo eso significara algo más que
simple simpatía.
—Nada —murmuré.
Sentí la punta de sus dedos trazar mi labio superior, después el inferior. Esto
no puede ser inocente. Él no puede estar así de inconsciente sobre mis
sentimientos. ¿Sabiéndolo, podría actuar tan insinuante? Comencé a repasar el
221
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día en mi cabeza—las flores, los cariños, los delicados empujones y toques.
¿Tal vez tenía sentimientos hacia mí?
Con cada onza de mi energía, capté la mirada de Caden, tratando de leer esos
impenetrables estanques de jade. Pero los estanques finalmente se volvieron
borrosos mientras perdía la batalla con mis párpados. Los dejé descansar,
deleitándome bajo su toque.
Estaba segura de haber cerrado mis ojos por tan solo un minuto. Pero cuando
los abrí de nuevo, la luz del sol se atisbaba en la entrada de la cueva. Un hoyo
lleno de ceniza del valor de una noche de leños asentado junto a mí, las llamas
sin apenas parpadear más. Inhalé e hice una mueca, la mezcla de aire frío y
humo viejo desagradable.
Mi corazón se saltó algunos latidos. Estaba recostado tan cerca de mí. Solo un
centenar de capas de franela, pelusa, y un Gortex en el exterior estaba en
nuestro camino. Y la ropa. Mis manos vagaron por mi cuerpo, sintiendo la
franela y la sudadera.
Su dedo se deslizó por mi mejilla hasta mis labios, esa misteriosa sonrisa en su
rostro.
—Lo siento, fue estúpido. No sé por qué lo hice. —Aparté la mirada, luchando
contra las lágrimas que amenazaban con escapar de mis ojos.
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—No, es mi culpa —susurró.
—No eres una idiota y no malentendiste nada —dijo Caden a través de sus
dientes apretados.
—¿Por qué? —me escuché decir, sin la intención de preguntarlo en voz alta.
Ya sabía la respuesta. Porque eres simplemente una niña pequeña.
Caden se inclinó, sus labios rozando los míos, tan delicadamente que no podía
ser intencional. Él no quiso que pasara. Debió ser un accidente. Sus ojos
seguían cerrados. Él no podía ver nada.
Cuando sus ojos finalmente se agitaron abiertos una vez más, vi la distancia en
ellos.
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—Somos especies diferentes, viviendo en diferentes mundos. Es imposible —
dijo. Con un pesado suspiro de resignación, soltó mis muñecas y se dejó caer
de vuelta junto a mí para observar el vacío en el techo.
—¿Solo a mí?
—No… Descubriré una forma para traer a todos de vuelta. Tiene que haber
una forma.
Una extraña sensación se extendió a través de mí cuando lo dijo. Estar con él,
quiso decir.
—Me estoy yendo ahora —anuncié, mi voz vacía. De vuelta a una casa de
retorcidos vampiros y un perro traicionero.
Mi cabeza giró hacia Caden por otro vistazo en esos hermosos ojos de jade. Vi
angustia. Y luego me había ido.
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Mis ojos se abrieron de golpe. El golpe del rechazo de Caden aun quemando a
través de mi cuerpo. Ese dolor fue rápidamente sofocado, aunque, por la vista
de las puertas de mi balcón colgando al azar de sus bisagras, el cristal
destruido. Me levanté para encontrar el cuerpo de un largo animal negro,
demasiado mutilado para identificarlo pero ciertamente muerto, yaciendo en
el suelo, su sangre salpicando las paredes y piso de mi perfectamente blanca y
plateada habitación. La criatura había obviamente ganado la entrada desde el
balcón, aunque no tenía idea de cómo, teniendo en cuenta que estábamos
cinco pisos arriba y no tenía alas.
Un gruñido profundo sonó detrás de mí. Me giré para ver a Max frente a la
puerta de mi habitación, con los pelos de punta.
¡Bajo la cama!
Desde mi puesto de observación, solo podía ver patas. Habían muchos de ellos,
gigantescas, peludas, patas negras con garras, cómo uñas. Max era sobrepasado
en número.
El animal junto a la cama colapsó, sus ojos amarillos llegando al nivel de los
míos mientras su mentón descansaba en el suelo.
—¡Max! —Me deslicé fuera de mi escondite. Cinco pilas más de carne y sangre
cómo el que me recibió yacían alrededor. Jadeé al ver el rasgado y perforado
cuerpo de Max; un charco de sangre se formaba rápidamente debajo de él. Me
derrumbé en el suelo, descansando mi frente en la suya, y lloré.
S
í, es a mí a quien escuchas
—¿Cómo?
Hubo una larga pausa mientras Sofie sin duda trabajaba duro para recordar
donde sus caminos se habían cruzado.
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—No eres la única bruja que ha encontrado una forma de inmortalidad —dio
a entender la mujer.
—¿Ursula?
—Te sorprendería lo que puedes hacer con los cuerpos anfitriones. He pasado
por docenas hasta ahora. Es estimulante, como la compra de muebles finos. He
probado con cada origen étnico... siempre hermosa, sin embargo. Y joven.
Esos son mis requisitos previos. Es mucho trabajo, pero vale la pena. He sido
capaz de permanecer con vida, año tras año, estudiándote, esperando la
oportunidad perfecta para castigarte. No puedo creer que me haya perdido la
conexión entre tú y la chica todos estos años. Ese maldito perro estaba
constantemente en el camino así que nunca podía acercarme demasiado.
Viejas noticias, Ursula. Sabía que ella me estaba espiando. Dime algo que no
sepa. Igual como Sofie también te traicionó.
—¿Todo esto debido a Nathan? Creo que los dos, él y yo fuimos castigados lo
suficiente, ¿no es así? —Dolor llenó la voz de Sofie.
Un escalofrío recorrió mi espina dorsal. Con todo lo demás, Sofie era capaz de
matar.
—Él nunca te amó —respondió Sofie con calma, pronunciando cada palabra
con lenta precisión.
—Oh por favor, guárdate tus mentiras. —Ursula giró un poco su cabeza, la
única indicación de que ella estaba al tanto de la presencia de Viggo y
Mortimer en las sombras—. Esos dos imbéciles tuyos me contrataron para
vigilarte hace cinco años. Querían saber con qué tipo de magia estabas
jugando. Por supuesto que ellos no sabían quién era yo en realidad.
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Sofie jadeó.
—Es una llave. Ponla en la cerradura correcta o portal y tendrás todo lo que
necesites con ella. Es obvio para cualquiera que la mire, incluyendo a Sofie.
Mortimer se volvió hacia Sofie, lanzando su espalda para romper una puerta
francesa a nivel del suelo con el poder de su ira.
M
ax cojeó para frotar su nariz húmeda contra mi mejilla. Apenas
lo registré.
Silencio.
—No te quedes callado ahora. ¿Qué sabes? —Max parpadeó, apartando sus
ojos amarillos culpables. Sabe algo—. Esa mujer está loca, ¿verdad? Viggo
nunca habría matado a mi madre. No hay manera, ¿verdad? —presioné al
borde de la histeria.
—¿Qué?
Max cerró sus ojos y suspiró —una reacción extraña viniendo de un perro— y
una pasó cosa peculiar. Imágenes destellaron a través de mi mente. Al
principio fueron borrosas y débiles, pero la claridad se fortaleció hasta que era
cómo si un tráiler de película se estuviera reproduciendo en mi cabeza.
Era de noche. Alguien caminaba por una acera con poca luz en una calle
tranquila en la llovizna, sin embargo la persona no tenía paraguas, solo una
capucha de chaqueta. El ángulo de la cámara en mi cabeza se movió para
mostrar luces del coche aproximándose. No había nada inusual acerca de eso
hasta que el motor del auto aceleró. La cabeza de la persona giró, las luces
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delanteras iluminando un rostro femenino. El rostro de mi madre, más joven y
hermosa de lo que la recordaba.
No tuvo oportunidad.
Grité mientras heridas que habían cerrado pero nunca curado se rasgaron
abiertas con tanta seguridad como si estuviera sucediendo todo de nuevo. Solo
que esta vez las heridas se abrieron más amplias que nunca antes. Pero, ¿por
qué? ¿Por qué matarían a mi madre? ¿Qué ganaba Viggo?
—Gracias a Dios estás bien. Te has ido por cuatro días esta vez. Estábamos
empezando a preocuparnos —dijo Viggo dando un paso adelante. Retrocedí.
Rió—. Oh, ¿escuchaste ese disparate? Fue una bruja delirante. No le prestes
atención.
—¿Por qué? —dije con voz temblorosa—. ¿Por qué harías…? —No podía
decir las palabras, no las podía formar en mi cabeza, por no hablar de mi
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boca—. ¡Lo vi! —susurré finalmente. Mortimer y Sofie entraron a la
habitación detrás de él, pero mantuve los ojos en… el asesino.
—¿Qué quieres decir con que lo viste? —Los ojos de Viggo se estrecharon, su
típica calma transformándose en algo totalmente desconocido.
—No importa —intervine, forzando a la valentía—. ¿Por qué? ¿Por qué harías
algo tan…? —mis ojos quemaron pero las lágrimas no vinieron. Hasta mis
conductos oculares estaban en estado de shock.
¿Sofie fue parte de esto? Por supuesto que lo fue. Es una asesina. Ursula lo
confirmó. Mi estómago se retorció, todos iguales.
Asentí, porque no quisiera ir a algún lugar con Sofie, pero necesitaba salir de
esta zona de muerte. Me concentré en el pasillo más allá de la puerta, no
permitiendo que mis ojos fueran a la deriva ni por un segundo mientras
maniobrábamos alrededor de la sangre.
Fuimos a la biblioteca.
—Qué hay sobre explicar por qué has estado observándome toda mi vida —
espeté, sus ojos verde pálido miraron fijamente mi cara—, y por qué me
maldijiste. Y sobre la muerte de mi madre. —Una vez que las preguntas
comenzaron, se derramaron como un tarro de frijoles volteado, dispersándose
incontrolablemente—. Esa mujer loca, Ursula, ¿quién era ella? ¿Y Nathan, el
chico que asesinaste?
Mi última pregunta provocó una reacción. Los ojos pálidos de Sofie mostraron
crudo dolor. Había tocado una fibra sensible.
Sophie sonrió.
Sofie hizo una pausa el tiempo suficiente para sentarse en la silla de cuero.
Había echado el hechizo por amor. No por egoísmo, ganancias tontas, cómo
Mortimer había dicho. Él también había mentido.
—Sí, mi tonta, dulce hermana vio algo en los dos. Escandaloso, ¿verdad?
Veronique estaba esperando a decidirse entre los dos antes de transformarse
para pasar la eternidad con ellos. —Tragó saliva, mirando al suelo—. Cuando
hice el hechizo, destruí esa posibilidad. Mortimer sintió el cambio
inmediatamente. Lo describió cómo la única fuerza de vida en él, drenada.
Más tarde nos enteramos de que cada vampiro sintió que algo extraño pasó.
Pronto descubrieron que su veneno se volvió inútil. Fue un resultado
inesperado del hechizo. Ese tipo de cosas pueden pasar.
—Pero tú dijiste que fue hace ciento veinte años. Así que... ¿Veronique
murió?
—Has pasado junto a ella muchas veces, incluso admirado. —Sofie sonrió
confiadamente. Ella miró atentamente mientras yo trataba de descifrar su
enigma. Cuando fruncí el ceño, encogiéndome de hombros en señal de
rendición, dijo—: ¿En el atrio...?
—¡No! —Rió Sofie—. Ella está dentro. Enterrada, cómo una momia, pero sin
toda la gasa blanca.
—Es por eso que Mortimer y Viggo pasan mucho tiempo allí.
—Ellos no son tus amigos, ¿verdad? Viggo y Mortimer, quiero decir. Los
combates... no es un acto.
Sofie sonrió.
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—Nosotros nos tolerábamos los unos a los otros hasta hace cinco años. La
noche en que Viggo mató a tu madre.
—¿Por qué él…? —No pude terminar la frase. Renovada agonía apuñaló mi
corazón.
—Al hechizo se le habían puesto todo tipo de reglas y límites, cosas específicas
que no podrían suceder o el hechizo se corrompería a sí mismo. No podías
saber acerca de la existencia de los vampiros antes de la noche de tu
cumpleaños número dieciocho; tú no podías ser obligada, nunca. Y tenías que
usar ese collar y tocar la estatua por tu propia y libre voluntad. Todo tipo de
reglas estúpidas.
Me estremecí ante sus palabras; ellas también podrían haber sido un puñetazo
al estómago.
—¿Es por eso qué...? —mi susurro se desvaneció en la nada. ¿No era yo,
después de todo?
Toda mi vida había sido puesta en escena, controlada por vampiros titiriteros
en una búsqueda para satisfacer su amor por su novia y hermana sepultada por
ciento veinte años.
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—¿Por qué mantener esta historia de Veronique en secreto? —pregunté,
agregando con amargura—: Viggo podía haberme dicho la otra noche,
mientras se estaba pintando a sí mismo como un mártir.
Ella suspiró.
—Debido a que Viggo piensa que confiarás en él, por defecto, si me odias.
Además ellos me habían obligado a guardar secreto en todas las cosas
relacionadas con Veronique, siento pena por herirte.
—Pero... ¿por qué? —Yo estaba empezando a sonar cómo un disco rayado.
—¿Además de ser la bruja que esos dos imbéciles contrataron para espiarme?
Ellos no confían en mí. —Sonriendo tímidamente, ella añadió—: Con buena
razón, supongo. —Ella comenzó a masajear su sien con la mano—. Ursula es el
ejemplo clásico de una mujer despechada, sólo que es una bruja por lo que la
furia es diez veces mayor. Se enamoró de Nathan y lo atrapó en un hechizo de
amor para garantizar su afecto mutuo. Ella no es agradable, por si no te habías
dado cuenta. Bueno, los hechizos de los hechiceros no funcionan bien en los
vampiros. Nathan se dio cuenta de lo que estaba pasando, en efecto, haciendo
que el hechizo venciera. Él la habría matado si no hubiera sido tan patética.
Tenía una vena compasiva. —Ella sonrió con nostalgia—. Una de las razones
por las que lo amaba. De todos modos, no mucho tiempo después de eso, él y
yo nos conocimos. Fue amor a primera vista. Ursula estaba amargada, en la
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creencia de que, si yo no me hubiera ‘‘mudado a su territorio’’, él la habría
perdonado y se habría enamorado perdidamente por su propia voluntad.
—Pero eso fue hace más de cien años. ¿Las brujas son inmortales también? —
pregunté, recordándola mencionando algo sobre cuerpos huéspedes, pero sin
entender esta cosa del abracadabra.
—Me temo que eso no es lo último que veremos de Ursula en una forma u
otra. No estoy exactamente segura de cómo ella posee a sus cuerpos huéspedes,
pero debe utilizar una gran cantidad de sus poderes. No te preocupes. Ella no
va a conseguir atravesar estas puertas por segunda vez, ahora que esos dos
medio imbéciles saben que no la invitarán y a sus leopardos conjurados.
—¿Hay algo más que tengas que decirme? —pregunté, mis ojos estudiando los
ojos de Sofie por cualquier señal de una mentira.
—¡No lo sé, pero... no tienes idea de lo contenta que estoy! —Una sonrisa
tonta abrumó su cara.
—¡Sí! Ha estado haciendo cosas y dejando escapar detalles, desde que has
venido aquí. Y después de que escapaste al parque, él sólo dejó de hablarle a
Mortimer por completo. —La amplia sonrisa todavía estaba pegada en su
cara—. Creo que todos esos años de espiarte lo hicieron enamorarse.
—Bueno, entonces... no hay razón para mantenerte más, ¿cierto? —Los ojos
de Viggo se habían vuelto fríos, su sonrisa amenazadora.
Los cuatro perros saltaron hacia delante para formar un muro a mí alrededor,
pero no antes de Viggo tuviera mi colgante a su alcance.
—Puedes rasgar mi corazón, Max, pero no antes de que arranque este colgante
del cuello de Evangeline —dijo, sus ojos encontrándose con los míos.
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Opciones
Traducido por Lexie, Hanna Marl y rihano
—V
iggo —advirtió Mortimer, un ojo cauteloso sobre los
perros. Aún parecía estupefacto por la nueva lealtad de
Max conmigo.
Viggo no le hizo caso, de pie rápido con mi collar en la mano, con espasmos de
histeria en su rostro.
Vacilé.
—¿Y lo haré? ¿Estar libre de ti una vez que los traiga de vuelta?
—Por supuesto.
—¿Así que quieres que simplemente deambule alrededor hasta que el collar
empiece a hablarme? ¿Qué pasa si me atrapan? Hasta el momento, los dos
encuentros que he tenido con los vampiros de ese mundo no han terminado
exactamente bien. ¿Recuerdas? Casi muero en ambas ocasiones.
—Pero eso fue antes. Tú eres mucho más sabia ahora, y el collar se ha ajustado
correctamente. Estoy seguro de que lo vas a hacer muy bien —Viggo me
aseguró, sonriendo. Se alejó, liberando el colgante—. ¿Entonces está
arreglado?
Ella suspiró.
—Es por eso que estaba hambrienta... y cansada —pensé en voz alta. También
explicaba todos los suministros para mí que Sofie había empacado. Ella sabía
que iba a suceder. Eso o ella tomó el lema de las chicas exploradoras “Siempre
listas” a un nivel completamente nuevo—. ¿Así que cada vez que me vaya
ahora, voy a estar allí por más tiempo y más tiempo y finalmente me quedaré
allí para siempre?
Sofie asintió.
A menos que...
—¿Qué pasaría con el collar si me quedo allí para siempre? ¿Se mantendrá el
protegiéndome? ¿Al igual que de su veneno? —le pregunté a Sofie. ¿Podría
ser… convertida? La sola idea puso que mi piel de gallina, pero yo tenía que
saber.
—Podría seguir funcionando, sin darse cuenta de que no puedes volver más a
la Tierra. Eso, o te mataría. ¿Cuál va a ser…? Es cara o cruz.
Vieja o muerta. Suspiré. Bueno, esa idea se acabó. Podía manejar la vida
cavernícola si eso significaba vivirla joven y con Caden, pero las alternativas,
vieja y arrugada o con Rachel, eran impensables.
Así que eso me dejaba ayudar al vampiro que había asesinado a mi madre o
dejar que me mate. ¿Podría escapar? ¿Podría traerlos a todos ellos y luego
escapar? Esperanza brilló por sólo una milésima de segundo, él me cazaría. Me
pasaría el resto de mi vida siendo presa de un desesperado vampiro de dos mil
años de edad. ‘‘El resto de mi vida’’, resultaría mucho más corto de lo
esperado.
—Está bien.
Asentí.
Leo había movido mis cosas, todo lo que no había sido dañado, a otra suite.
Los muebles eran similares a los de mi habitación anterior, pero el ambiente
mágico había desaparecido. El Cuarto de Sangre, Medité, mis ojos escaneando
las paredes rojas y la estructura. Si esos leopardos gigantes habían sido
masacrados aquí, la carnicería se habría mezclado adentro agradablemente.
Sí.
—Es necesario que me muestres lo que viste, Max —insistí—. Tienes que
hacerlo, si yo soy tu ama y te lo ordeno, ¿verdad?
—¿A mi madre? Antes de... —Antes de que la asesinaran—. Tengo que sacar
esa imagen de mi cabeza. Por favor, Max.
Mi madre.
Las imágenes fueron una y otra vez, una visión franca de mi vida transitoria
hasta que se detuvieron con la imagen de mi tropiezo delante del Newt’s
Brew. Observando la escena desde el punto de vista de Max, vi la cara
linterna de Sofie caerse y quebrarse sin entrar en contacto con mi pierna.
—¿Cómo no te vi?
Me acosté en la cama, con los ojos mirando al techo sin verlo, consiguiendo
una reproducción de mi infancia a través de los ojos de un perro. Algunos
recuerdos eran específicos, como el de Halloween, me vestí con el traje de
pingüino, el animal favorito de mi madre, y anduve como pato por la puerta
principal, sólo para caer de bruces y darme una hemorragia nasal porque el
traje me ataba los pies juntos con demasiada fuerza. Otras imágenes eran
vagas; yo, sentada en mi habitación, llorando en silencio mientras agarraba un
cuadro con la imagen de mi madre. Lo había hecho a menudo en los primeros
días.
Max me mostró otro flash a continuación, uno que no requirió una repetición
para recordar cada segundo. Acababa de cumplir trece años y estaba en casa
viendo las repeticiones en la televisión, lo que normalmente hacía mientras
esperaba que mi madre llegara a casa desde el trabajo. Sonó el timbre. ¿Está tu
padre en casa? un policía me preguntó cuando abrí la puerta. Negué con la
cabeza. ¿Tienes algún familiar al que puede llamar? Negué con la cabeza,
frunciendo el ceño, preguntándome qué estaba pasando. La mujer policía
sonrió suavemente y me pidió que esperara un segundo mientras que ella
llamaba a alguien en su radio. Servicios infantiles apareció poco después, me
enviaron a mi habitación para empacar una maleta con mis cosas.
Sólo puedo.
Lo obligué.
Yo, estudiando sola en la biblioteca durante horas. Yo, sola e inclinada contra
una cerca después de la escuela, leyendo un libro cuando todos los demás
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salían juntos. Yo, sola en un parque, balanceándome tan alto que parecía a
punto de despegar. Yo, siempre sola. La amargura se hinchó. Por supuesto que
estaba sola. Viggo se había asegurado de ello. ¿Cómo habría sido mi vida sin
esta maldita maldición?
Miré distraídamente a Sofie cuando ella entró al cuarto, con otro bolso de
montaña sobre su hombro como si estuviera lleno de pelotas de algodón.
Pero, al final, no era trivial. Esperaba que Caden pudiera sentir algo por mí,
podría salvarlo a él y los otros de su aislamiento, era todo lo que quedaba.
Había perdido todo lo demás debido a esta maldición. Algo bueno tenía que
resultar de ello.
¿Había algo más que amistad allí? Sus palabras habían sido tan contradictorias.
¿Leía yo demasiado en ellas, oyendo lo que quería oír, lo que necesitaba oír?
Tenía que haber alguna razón retorcida que lo había llevado a él, una dulce,
amable, magnífica, criatura con los pies en la tierra, a juntarse con la anti-
Cristo, Rachel.
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Me arrastré fuera de la cama para sentarme delante del bolso.
Viggo está escuchando, dijo Max. Creen que ella guarda secretos de ellos. No
le tienen confianza.
—Me pregunto por qué —me quejé. Sofie echó un vistazo, callándome con su
dedo. Sofie quiere que te diga que te quedes quieta. No vayas a buscar el
portal.
—Pero qué pasa si… —La mano de Sofie me tapó la boca, acompañada de una
mirada severa de precaución.
Mi boca se abrió para hablar, pero se cerró cuando los ojos de menta de Sofie
destellaron con otra severa advertencia. ¿Significaba esto que ella sabía dónde
estaba? Asentí con la cabeza una vez, mis ojos lanzándose con recelo entre los
dos. ¿Sofie le pidió a Max transmitir el mensaje anterior, o podían también
comunicarse? Me moría de ganas de preguntar, pero no podía hacerlo. Le
preguntaría a Max después. Tenía algo más importante que hacer.
—¿Sofie? —le dije, vacilante—, ¿piensas que hay algún modo que pueda traer
de vuelta a más de uno de ellos?
—Sí. Eso es. —Estuvo de acuerdo—. Esperemos que no tengas que tomar esa
decisión. De cualquier manera, yo no les mencionaría esa parte a ellos. Por tu
bien. —Escuché el tic-tac del reloj mientras Sofie terminaba de abrochar las
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correas. Sofie abrió la boca para hablar, y luego vaciló—. Sé que son tus
amigos —empezó—, pero por favor ten cuidado. Eres una chica confiada,
Evangeline.
—Es tan bueno verte —exclamé, sonriendo con genuina alegría. Desapareció
el segundo que vi cabello negro azabache en mi visión periférica. Mi cuerpo se
sintió rígido, una sensación espinosa llenó mis pulmones. Rachel estaba de
regreso. Y vistiendo un traje que Sofie había comprado para ella.
Sus ojos repasaron mi cara, sin sonrisas, sin guiños, ninguna señal de que él
incluso me reconociera, antes de que él se acercara a Rachel. Envolvió sus
brazos con adoración alrededor de ella, acariciando su espesa melena de
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cabello negro, cualquier aversión al afecto en público que tuviera antes, se
había ido claramente.
—¿Qué nos trajiste? —preguntó Rachel, sus ojos de limón fresco pasaron
sobre mí, dándome escalofríos.
—¿Estás loca? ¡No! No nos trae sangre humana. —Fiona se rompió, su cara
normalmente apacible mostraba una rara molestia. Desató las cuerdas y nudos
y comenzó a tirar objetos fuera de la bolsa.
—Por supuesto que sí. —Su voz era controlada y fría, su expresión remota, sus
ojos no dejaron las cuerdas mientras hablaba. Él pudo haberme roto el
instrumento sobre la cabeza también.
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—Chica estúpida —se burló Rachel, riéndose de mi expresión herida.
—Um, sí. Quiero decir, no. Quiero decir… —No podía pensar
correctamente—, no sé.
—¿Siempre ha sido tan estúpida, o es algo nuevo? —le dijo Rachel a Caden, lo
suficientemente alto para que escuchara.
—Lo sé. La bruja podría haber buscado con un poco más de esfuerzo —
respondió Caden, alcanzando su mano y tirando de ella en un cariñoso abrazo.
Esa fue una puñalada verbal muy afilada. Dejé caer la mirada a mis manos,
lágrimas saladas brotaban de mis ojos. No podía aguantar mucho más de esto.
La mano de Fiona tomo la mía de nuevo y apretó cuando Rachel se rió
malvadamente, probablemente compadeciéndose de mí. Me atreví a echar un
vistazo más a Caden, una mirada más a aquella cara hermosa antes de que
aceptara la muerte inmediata y horrible de mi fantasía y moviera mi enfoque a
la realidad oscura de mi situación: Mi muerte, si no encontraba el secreto de
este hechizo.
Abrí mis ojos. El rostro de Rachel estaba ahora hundido en el cuello de Caden,
su atención ocupada en otra cosa. Eché un vistazo a la cara de Caden de nuevo
para ver esa misma mirada suplicante, pero más intensa. Lo siento, él articuló
lentamente.
Mis ojos se abrieron con sorpresa. ¿Perdón por qué? ¿Por cambiar de dulce y
afectuoso a imbécil exhibicionista?
Algo muy extraño estaba sucediendo aquí y lo odiaba. Quería el último viaje
de regreso, con su risa, su facilidad. Su tiempo con Caden. Sin Rachel. Si
hubiera solo alguna manera de hacerla irse de nuevo...
—Sofie dice que puedo traerlos de vuelta conmigo —solté de repente sin
pensar.
—Sofie cree que la respuesta está en algún lugar ahí fuera y alguien tiene que
ir en busca de ella —continué, mi voz temblorosa.
No le hice caso.
—Podría ser un rollo, un libro, otra estatua. Sea lo que sea, lo sabrás. No se
verá como de 700 años de edad.
—No. Esto quiere ser encontrado. —Por ti, Rachel. Ve a buscarlo—. Sofie
piensa que está o en las montañas o en una ciudad. En algún lugar todavía
habitado, donde alguien que estuviera familiarizado con la ciudad pudiera
encontrarlo. —Como tú.
—Sí, pero no hay nada de lo que estás hablando allí. —Se mordió el labio
inferior—. Voy a tener que hacer algunas búsquedas...
La tengo.
No, tiene que ser hoy. ¡En este instante! En silencio, grité, mis pulgares
apretados con tanta fuerza en mis puños que pensé que podría romperlos.
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—Ese es un problema... —dije, haciendo una pausa para formular mi siguiente
mentira—. Sofie dijo que nos estamos quedando sin tiempo. Sólo tengo unos
pocos viajes más antes de que el hechizo se desvanezca.
¡No, no “nosotros”! ¡Sólo tú! Estiré la mano para agarrar la mano de Fiona,
apretando con fuerza, deseando poder tener un tiempo de espera y explicarlo
todo.
—¿Qué pasa con usar a Scout y los otros para buscar? —dijo Fiona. Ella no se
había sumergido en mi pánico. Me entraron ganas de llorar.
—Por supuesto Caden está conectado a la mitad de nuestra guarda por aquí,
así que tiene que estar aquí para comunicarse —dijo Fiona lentamente.
—Fiona está en lo cierto —dijo Caden, tomando las manos de Rachel en las
suyas y mirándola a los ojos. Si él estaba, de hecho, fingiendo gran decepción
ante la idea de estar separados, sus aptitudes de actuación eran impresionantes.
Rachel comenzó a sacudir la cabeza en respuesta—. Necesitamos toda la ayuda
que podamos conseguir en estas montañas y los valles. —Le tomó el mentón—
. Además, tanto tiempo como Evangeline esté aquí, debemos tener tantos de
nosotros como sea posible alrededor para protección. Conoces New Shore, más
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que nadie. Y no tendrás problemas buscándolo, al ser parte del Consejo. Nadie
te cuestionará.
—Está bien. Volveré tan pronto como pueda. —Con un obscenamente largo y
apabullante beso para Caden, uno que no vi, en su lugar trabé miradas con
Fiona, Rachel desapareció.
—¡Y ella se ha ido! Cruzó sobre la primera montaña —anunció Bishop en una
voz atronadora.
Tenía que encontrar la manera de cómo hacer eso con Max, me prometí a mí
misma.
—No se enojen, todos —dije, mis manos abiertas en señal de paz. Le había
mentido a un grupo de vampiros sobre la única cosa que querían
desesperadamente. La gravedad de eso comenzó a penetrar.
—¿Tú sabías de esto? —La voz rasposa de Amelie estaba llena de sorpresa.
—¿Así que toda esa cosa sobre el portal era una mentira? —dijo Bishop, lenta
y uniformemente.
—¡No! ¡Eso era cierto! Sofie dijo que, sin embargo, no hay utilidad en
buscarlo. Nunca vamos a encontrarlo de esa manera. Pero... hay más. —Hice
una pausa, temiendo esta parte—. No sé a cuántos de ustedes puedo regresar.
Ese es el por qué no se los dije.
Mis ojos vagaron por el grupo, estudiando las expresiones llenas de optimismo,
sorpresa, angustia y horror, mientras en silencio sopesaban la situación en sus
cabezas. Hubo una larga pausa, luego estalló el caos. Amelie y Fiona
comenzaron a reírse y saltar alrededor como niños con azúcar alta,
abrazándose la una a la otra. Bishop me agarró y me lanzó varias veces en el
aire hasta que estaba segura de que vomitaría.
Me encogí de hombros.
—Sofie no lo cree así, pero supongo que no estaría de más buscar, ¿no?
—Está bien, así que ¿qué hacemos mientras tanto? —preguntó Amelie.
—Claro. Lo que sea por Sofie. —El sarcasmo era imposible de obviar. Él
desapareció por el túnel, evitando cuidadosamente mis ojos.
—No podemos entrar ahí. Es demasiado doloroso para nosotras las débiles
niñas —explicó Amelie con una sonrisa de disculpa. Ella y Fiona se pararon en
la cornisa de la cascada.
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Página
—Y tú tendrás que recogerlas por ti misma. El Merth sólo tiene que tocarnos
para hacernos caer como muñecos de trapo —añadió Bishop, apretando mi
hombro.
—Eso está bien. —Le sonreí, mirando por encima para ver a Caden
acercándose a nosotros. Él había desaparecido por un breve momento
mientras estábamos recogiendo las cosas de la mochila de montaña y me
estaba cambiando a mi traje de neopreno.
—Vamos a acabar con esto. No me gusta estar cerca de estas cosas miserables.
—Él me levantó como lo había hecho el otro día. Enterré mi cara en su pecho
de nuevo, sólo que esta vez la torpeza era insoportable.
Sólo hay tres vampiros a los que quiero sedar, pensé mientras trabajaba. Era
divertido que Sofie no estuviera en esa lista. Tal vez estaba loca después de
todo.
Ambas bolsas, la que yo había traído esta noche y la de antes, estuvieron llenas
en poco tiempo. Todavía había un mar de plata creciendo. Lo suficiente como
para llenar un centenar de estas bolsas si yo necesitaba...
—¿Caden?
El silencio siguió, segundos que parecieron horas, entonces sentí una mano en
la parte de atrás de mi cabeza. Caden me jaló hacia abajo para besarme.
—No, por supuesto —dije, luchando con mis pies. Eché un vistazo alrededor
por Bishop. Había desaparecido. Miré de nuevo a Caden, y mi corazón se
volvió frío. Tenía la mandíbula tensa, sus gruesos labios apretados, y la tortura
estaba viva en sus ojos—. Está bien. ¡Lo sé! Sólo quieres que seamos amigos.
¡Adelante! ¡Dilo! —Luché contra las lágrimas pero se escaparon de todos
modos. Furiosamente me las quité.
H
ice una mueca, confundida por su respuesta. Por qué él…
—Por ti —dijo.
—No entiendo.
Fruncí el ceño.
Caden exhaló ruidosamente, alejándome para que pudiera ver sus ojos.
Rastrearon mi cara, tocando cada detalle, memorizando cada línea.
—Esa primera noche que llegaste aquí, en Ratheus, acababa de volver de New
Shore, por primera vez en cientos de años. Iba a reportar a Jethro por tener
Merth. No soy un soplón, pero era eso o comenzar una guerra con él, una que
seguramente causaría muertes en ambos bandos. No podía arriesgar a ninguno
de esos tres, especialmente a mi hermana.
»No fue hasta que estuvimos sentados en la cueva que me dijo que yo era su
alma gemela y tenía que tenerme. —Se estremeció—. El sentimiento no era
mutuo, créeme. Estaba buscando un método diplomático de rechazarla cuando
Amelie apareció, contigo en brazos. Todo sucedió tan rápido. Rachel te vio,
cayendo en cuenta de lo que eras, y demandó que te lleváramos al Concejo. Es
antigua, ni siquiera se cuan vieja, y por lo tanto imposiblemente fuerte.
Podríamos haber luchado, quizás matarla, pero uno de nosotros habría muerto
en el forcejeo. O ella podría haber escapado, corriendo de vuelta al Concejo
para delatarnos antes de poder atraparla. Es inclusive más rápida que Bishop, y
él es el más rápido de nosotros.
—Esa noche que fuiste mordida… si ella se enterase de lo que pasó, me habría
destrozado para llegar a ti.
Sus manos se deslizaron por mis brazos para entrelazar sus dedos con los míos.
Colocó mis manos detrás de mi espalda, forzándome a acercarme a él.
—Entonces quiere decir que no estás con Rachel, ¿cierto? No la amas, después
de todo —susurré, necesitando oírlo de él.
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—No, no a ella. No la amo. —Enterró su cara en mi cuello, inhalando
profundamente—. Pensé que lo habrías descubierto para ahora. Me prometí
no decirte nada, por tu bien. Es más seguro mantenerte en la oscuridad, por
cómo es Rachel, contigo siendo humana, siendo de otro mundo… —continuó,
mencionando todos los obstáculos obvios—. Pero eso ya no es posible —dijo,
alejándose para mirarme, su expresión solemne—, contigo tirándoteme
encima esa mañana y todo.
Dejó escapar un ruidoso suspiro y soltó mis manos para alejarse de mí.
—No debería estar haciendo esto. —Inclinó su cabeza hacia el suelo. Cuando
la levantó otra vez, su cara era de piedra—. Dije en serio lo de tú y yo siendo
imposibles, pero quiero que entiendas por qué.
—¿Por qué? ¿Qué quieres decir? ¡No me puedo sentar observándote ser
manoseado por esa bruja! —dije, mis ojos entrecerrados con incredulidad.
¿Cómo podía sugerir tal cosa?
—Oye, si tienes una mejor idea, soy todo oídos —chasqueó. Pero se disculpó
rápidamente, añadiendo—: La única razón por la que puedo soportarlo es
porque te imagino a ti.
—¿Entonces qué?
Me llegó entonces.
—¡El Merth!
—Sí, duele.
—Pero yo podría…
Me encogí.
—Lo siento. No quise hacerlo. Es el por qué estaba preocupado por ti, por lo
que te dije como me sentía en primer lugar. Va a ser lo suficientemente difícil
ignorarnos el uno al otro. No puedo estar preocupándome de que hagas una
loca maniobra. Lo que hiciste hoy, mentirle así, fue estúpido. Impresionante,
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pero estúpido. Es la más peligrosa, y malvada criatura que te encontraras en la
vida, y me gustaría que fuese una larga vida.
Mi ira llameó.
Sonrió.
—Creí que molestarse no tenía sentido. —Eso solo me enojó más—. Nunca te
había visto molesta. Es entrañable. —Sonrió adorablemente. La sonrisa solo
duró un segundo, desvaneciéndose mientras se acercaba a mí—. Lo sé… No
debí. Pero no pude detenerme. No soy mucho mejor que esos vampiros de ahí
afuera.
Lentamente me estiré para tocar con las puntas de mis dedos la esculpida línea
de su mandíbula.
—Evangeline, por favor, no hagas esto más difícil de lo que ya es —rogó, pero
entonces se inclinó, reposando suavemente sus labios en los míos. Mis rodillas
se doblaron, pero los brazos de Caden estaban allí para sostenerme
firmemente. No iba a ir a ningún lado.
No fue hasta que se apartó que pude arreglármelas para respirar otra vez.
Descansó su frente contra la mía, cerrando los ojos.
—¿Qué tal si encontramos otro lugar para escondernos? ¿Mover la estatua allí?
Rachel no sabría a donde fuimos —sugerí.
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—Estás rebosante de ideas hoy, ¿verdad? —respondió sarcásticamente—.
Entonces no habría incentivo para mantener a Rachel tranquila. Además, no
le tomaría mucho al Consejo rastrearnos. —Se alejó de mi otra vez, con una
sonrisa triste en su cara—. Ven. Deberíamos volver con los otros.
—¿Cuánto tiempo he estado aquí? —De repente recordé que no tenía mucho
control sobre eso.
—No estoy segura, pero era de mañana cuando viniste y ahora está oscuro —
dijo Amelie—. ¿Estás cansada? ¿Hambrienta? —Palmeó la parte superior del
enfriador que Sofie había empacado para mí, lleno de botellas y comida.
Desordenadamente dispersas estaban todas las cosas que les había traído. Los
altavoces portátiles estaban en uno de los bancos, reproduciendo música
suave. Mi colchón y bolsa de dormir estaban extendidos. Las dos bolsas
gigantes llenas de Merth descansaban en el otro extremo, lo más lejos posible
del grupo pero sin perderse de vista.
—No lo puedo sentir para nada. Debe ser el forro de lona. —De repente me
abrazó—. De verdad quería decírtelo, ¡pero hice un juramento!
—Rachel debería llegar a New Shore para mañana al mediodía si corre —dijo
Amelie, jugueteando con una cámara digital. Se levantó sobre sus pies.
—¡Sonríe! —El flash se activó mientras la cámara tomaba una foto de mí con
la boca llena de comida—. Me pregunto cuánto tiempo pasará antes de que se
rinda y vuelva corriendo a su “Smoopy Woopy”—se burló.
—Oh, vamos. Soy tu hermanita. Se supone que soy una espina constante en tu
costado —constató, entonces tomó otra foto.
—¡Oh, vamos Fee! No es mi culpa ser mejor que tú en todo — respondió con
fingida inocencia.
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Su engreimiento la molestó más. Fiona caminó lejos y se sentó en el banco a
mi lado, con los brazos cruzados y el ceño fruncido mientras fulminaba con la
mirada el fuego.
—Usualmente las fotos salen mejor cuando tus objetivos no están comiendo o
hablando —dije casualmente.
—Me imaginé que querrías fotos de nosotros para admirar cuando estés en
casa —dijo Amelie, luego me sacó la lengua.
—Bueno… ¿Qué se supone que haga hasta entonces? —pregunté a las dos
vampiras.
—Bueno, estoy segura de que te puedes quedar donde Viggo y Mortimer. Son
muy amables cuando necesitan algo de ti —dije secamente. La mención de
Viggo me recordó a mi madre; a su muerte.
Lo miré.
—Él no podrá cazarte si está muerto —dijo Caden con fría determinación.
—¡No! No voy a arriesgarme. No voy a pasar por todo esto solo para que uno
de ustedes sea asesinado cuando lleguemos allí.
Casi estaba gritando ahora, desesperada para que entendieran cuán serio era
esto.
Me encogí.
—No estoy segura, pero creo que han jugado con ella en este desastre tanto
como conmigo.
—No lo sé, Evangeline —dijo Caden suavemente—. A veces pienso que eres…
—Bueno, voy a hacer algo de teatro. Es más discreto que las películas. Me
gustaría viajar por el mundo así no tendría que tomar descansos de cincuenta
años. Y usaré pelucas y lentes de contacto para no ser reconocida —dijo
confiadamente—. Puedes venir conmigo, Fiona, ser la voz detrás de mi
doblaje.
—Cielos, eso suena como montones de diversión para mí. —Fiona arrastró las
palabras con fastidio, pero sonreía.
—Algo productivo.
Exhalé de alivio.
En realidad, me gustaría, pero decidí que no era el momento para divulgar eso.
—Oh —gemí, recordando las incontables veces que había sido torturada con
esa misma situación apetecible.
—Ahora multiplica eso por un millón —añadió Caden, sin una pizca de
exageración en su voz.
—¿Planeando tomar una siesta mientras nosotros corremos por ahí, buscando
este portal?
—A mitad del camino allí, me pregunté qué podría pasar si encontraran ese
portal en el bosque. ¿Me esperarían? —Caminó lentamente hacia mí. Nadie se
movió. Miradas preocupadas iban de un lado a otro entre ellos.
Se detuvo en frente de mí, tomando una posición relajada. Forcé mis ojos a
encontrar los suyos, el terror probablemente brillando dentro de ellos como
luces de neón.
—Claro que Caden nunca podría hacer una cosa tan horrible como
abandonarme. Pero en el resto de ustedes —lanzó una mirada llena de odio
hacia Amelie y Fiona, luego una fulminante en mi dirección—, no confío.
—Iré de nuevo a New Shore en más o menos una semana para una doble
verificación. Ellos están consiguiendo otros ocho para ayudar. Entonces
puedes venir conmigo, por supuesto. Tus exploradores tendrán cubiertas esas
montañas.
Él le sonrió cariñosamente.
Apreté mis dientes al sentir otro espasmo en mi estómago. Caden tenía razón.
Esto es peor. Mucho peor.
—Tenemos que probar esa cómoda cama después —dijo Rachel, riéndose
seductoramente, la discreción obviamente no era parte de su ADN—. Debe ser
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mucho más cómoda que la última vez…—Se giró para evaluar la cama que
Caden y yo habíamos compartido la noche anterior. Luego su mirada cayó
sobre las bolsas de montaña.
Mi estómago —ya maltratado de ver su ataque a Caden— cayó hasta mis pies.
—¿Con qué llenaste esas bolsas, Evangeline? —Su voz se había vuelto
empalagosamente dulce. Rachel solo se dirigía a mí directamente cuando
estaba torturándome sobre mis sentimientos por Caden, o si quería la verdad.
Probablemente asumió que no podía mentir de forma creíble. Una suposición
precisa, diría yo.
—Sí. Las bolsas. Las habías vaciado, y basado en lo que veo aquí, están llenas
de nuevo.
¿Sería tan malo si lo descubriera? Sí, lo sería. Esto podría significar que el
Consejo tendría campos de Merth para infringir más dolor. Significaría no
podría llevarlo de vuelta para Sofie. Y lo más importante, probaría que hemos
estado ocultándole secretos a Rachel. Eso sería desastroso. ¿Pero qué más
podía decir?
—¿Todo eso? —dijo Rachel con sus ojos estrechándose aún más en
desconfianza.
Me encogí de hombros.
—Me pidió que tomara cualquier planta que no reconociera. No soy botánica.
Me congelé.
—Muéstrame —repitió.
Levantándome lentamente, caminé hasta una de las bolsas con las piernas
temblando. Me tomé mi tiempo, ahora en modo de pánico extremo y
condenando mi vivacidad. Comencé a desamarrar los cordones, intentando
pensar en una forma de salir de este inminente desastre.
—Aquí, pon tu mano en esa vuelta y jala —instruyó. Fruncí el ceño. No había
vuelta—. ¡Justo aquí! —dijo impacientemente, tendiendo su mano, con la
palma hacia arriba. Mecánicamente me estiré, y Bishop agarró mi mano y la
guio dentro de la bolsa. Desde donde estaba Rachel, no era capaz de ver qué
estábamos haciendo.
Entendí. “Merth’’ sólo tiene que tocarnos por un segundo para hacer que nos
desplomemos como muñecos de trapo” había dicho Bishop. Sólo un breve
momento, y Rachel podría estar controlada; restringida; ya no sería un
problema peligroso. Pero no podía arruinarlo. Si lo hacía, probablemente
alguien moriría. Podría ser yo, o peor, alguno de los otros. ¿Aunque,
funcionaría? ¿Ella caería por esto? No teníamos otra opción.
Comprometiéndome completamente al plan tácito, entrelacé mis dedos
alrededor de uno de los hilos.
Alcancé dos cuerdas más y fui a trabajar atándole las piernas a la altura de las
rodillas y los tobillos. ¿Más Merth significará más dolor? Me pregunté con
simpatía. ¿Los mil cortes de cuchillas de afeitar se convertirán en un
millón? Le di a mi cabeza una sacudida. Eres demasiado suave, Evangeline.
Ella te lo haría en un santiamén.
Mis rodillas se doblaron. Habría colapsado si Caden no hubiera estado allí para
atraparme, recogiéndome en sus brazos y rápidamente llevándome lejos de
Rachel.
—Se siente tan bien deshacerse de ti. No tener que fingir más —susurró en su
rostro. Vi la confusión en los ojos de ella—. Cada vez que me tocabas —
continuó, estremeciéndose—, me imaginaba la cara de Evangeline. Era la
única manera de que pudiera manejarlo. Disfruta sabiendo eso —se enderezó
y estaba parado a mi lado de nuevo en un instante, envolviendo sus brazos a
mi alrededor con ternura.
No pude evitar sentir un dejo de culpa por mi parte en la trampa. Eso fue hasta
que le eché un vistazo a Rachel para ver la cruda furia en sus ojos cuando se
dio cuenta de que había sido engañada por mucho más tiempo que sólo hoy.
Esa mirada ardiente quemaba a través de todo mi cuerpo. Probablemente está
imaginando desgarrar mis miembros y golpear mi cerebro con ellos , me di
cuenta. Di un paso atrás hacia el abrazo de Caden y cerré mis ojos apretados
mientras enterraba mi cara contra su pecho, pero pasó un largo rato antes de
que la persistente imagen de aquellos ojos de diablo desapareciera de mi
mente. La sensación del cuerpo de Caden contra el mío y su maravilloso olor
natural pareció ayudar.
—Suena bien para mí —se burló Bishop. Se agachó para agarrar sus piernas.
Caden me miró.
—No puedo creer que haya hecho eso —murmuré, la descarga de adrenalina
desvaneciéndose para permitir amargas náuseas. Casi caí en un banco.
—Trata de no atraer más lunáticas, ¿de acuerdo? —Se dirigió a Caden antes de
guiñarme un ojo.
—Así que ese es un gesto universal —señalé, ganándome una risa de Bishop.
Ni siquiera un movimiento de Caden.
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—¡Toda esta emoción! Tengo que ir a cazar —exclamó Amelie—. Algo
agresivo... Oh, no sé, un gato salvaje, ¿tal vez? —sonrió—. ¿Vienen? —Su
pregunta iba dirigida a Bishop y Fiona, su ceja levantada sugestivamente.
—Los veo más tarde —dijo Bishop mientras desaparecían por la entrada de la
cueva.
Exhaló ruidosamente.
—¡Está bien, lo siento! —me quejé, una lágrima se me escapó—. Pero no pasó
y ahora no tenemos que preocuparnos por ella. Ahora podemos centrarnos en
llevarte a casa conmigo.
—No. No lo somos —gruñí con impaciencia—. Tal vez un poco complejos por
el momento, pero no imposibles.
Miré hacia ese embriagadoramente hermoso rostro del que estaba tan
locamente enamorada y mi mandíbula se apretó con determinación. No me
daría por vencida con nosotros y desde luego no se lo permitiría a él. De
pronto un impulso irrefrenable se apoderó de mí. Deslizándome más cerca, me
acerqué para acunar con suavidad su mejilla y tirar de su cara hacia mí. Sus
ojos permanecían cerrados.
—Bueno, entonces creo que es mejor no perder más de este tiempo valioso —
murmuré descaradamente, llegando con mi otra mano a tocarle el pecho, la
ondulación de sus músculos bajo mis dedos haciéndome temblar.
Habíamos pasado toda la noche en ese colchón inflable. Las cosas se habían
salido de control sorprendentemente rápido y no me había importado en lo
más mínimo, abandonando toda mi ansiedad y timidez al segundo en que sus
labios tocaron los míos. Pero, con la ropa desgarrada y los cuerpos enredados,
Caden debe haberse dado cuenta de hacia dónde íbamos encaminados porque,
sigilosamente, me envolvió dentro del saco de dormir.
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—Para mantenernos fuera de demasiados problemas —había susurrado.
—¿Qué? ¿Como miedo virginal? ¡Lo mismo digo! —Mis ojos se abrieron, el
alivio inundándome ante la revelación de que no era la única.
—No...
—Pero después, si... cuando nos lleves a tu mundo, vas a ver en lo que me
convierto —Algo parecido a la vergüenza se dibujó en su rostro—. No quiero
que tengas remordimientos —añadió en un susurro.
El saco de dormir siguió siendo una frustrante pero efectiva barrera entre
nosotros por el resto de la noche. Traté de zafarme innumerables veces, pero
me mantuvo retenida firmemente debajo de éste hasta que estaba demasiado
cansada para luchar contra él.
—Es cazar tanto como matar —respondió Caden, riéndose—. Mientras era
humana, Amelie condenó a los matamoscas como crueles. Una vez, cuando
tenía diecisiete años, conducía por la carretera cuando una ardilla se lanzó
delante de ella. Se desvió para evitarlo, se estrelló contra un roble gigante.
—Sí, creo que lo estuvo. Amelie juró que el roedor la saludó desde un árbol.
Me reí.
—Le explicó todo a mis padres después. Pensé que mi papá iba a retorcerle el
cuello —Rió nuevamente.
Levanté la cabeza y me apoyé en mis codos así podría ver el rostro de Caden.
—Hay tantas cosas que pueden salir mal con esto, con nosotros. Quiero que
entiendas todo antes de que esto vaya más lejos.
—¿Como qué? —pregunté con cautela, aunque por dentro, mi corazón estaba
haciendo un espectáculo de acrobacias completo porque dijo “con nosotros”.
Sonaba positivo, como si finalmente llegara, como si fuera a dejar de usar la
palabra “imposible”.
—Bueno, tal vez... —Agarré una cierta esperanza mientras la imagen que
Caden pintó se volvía más sombría a cada segundo—. ¿Tal vez Sofie puede
hacer algo para extender el poder de este collar?
—Estás centrado en los peores escenarios. Prefiero tomar una página del libro
de optimismo de Amelie. Es mucho más agradable.
Caden tomó eso como su señal para sentarse. Tomó sus pantalones, yaciendo
en una pila enredada junto a mí.
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—Estoy más preocupado por que no dures lo suficiente para que encontremos
el portal —Se levantó para vestirse.
—Eso hace dos de nosotros. —Aparté los ojos, calor extendiéndose por mi
cuello. ¿Este sería mi último viaje aquí? ¿Estaba la esperanza de resolver el
enigma de esta maldición desvaneciéndose mientras estaba aquí, disfrutando
de la compañía de Caden, inconsciente de lo cerca que estaba el final? ¿Cómo
podía Sofie pedirme que sólo me sentara y esperara a que el portal nos honrara
con su presencia?
No podía.
Escarbando por mi ropa, me vestí en tiempo record, cruzando mis dedos para
que Caden no me hubiera observado.
—¿Dónde crees que vas? —dijo con una mirada divertida en su rostro
mientras me dirigía hacia la entrada de la cueva.
—Oh, ¡cierto! —Volví corriendo y tomé una de las correas del bolso de
montaña. Tiré tan fuerte como pude, con pocos resultados—. ¡Ayúdame! —
chillé.
—¡Pero tengo que hacerlo! ¡Tenemos que encontrar esa cosa, y ahora! —Las
lágrimas se mezclaban con la lluvia en mis mejillas mientras sollozaba
libremente—. No quiero volver ahí sin ti.
Asentí con la cabeza y les ofrecí una pequeña, tranquilizadora sonrisa pero no
dije nada. Los cinco nos quedamos en silencio, mirando hacia la tormenta.
—¿Max? —susurré.
—¿Puedes por favor ir a buscar Sofie? Trata de hacerlo sin que los demás se
den cuenta. —Pedí en voz baja. Tenía toda la intención de enrollar Merth
alrededor de mi cuerpo en el segundo que Sofie me desatara.
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Bien, murmuró en mi cabeza y lo oí trotar a la distancia, sus afiladas garras
crujiendo contra las baldosas en el pasillo.
La melodiosa voz de Sofie sonó al cabo de minutos después. Por desgracia fue
seguida por una que yo había esperado evitar.
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Haciendo Planes
Traducido por Julieta9768
—¡Y
a han pasado dos semanas! —gruñó Mortimer.
—¿Qué has descubierto? ¿Y por qué estás atada como un caballo de carga?
Eché un vistazo a tiempo para ver a Sofie metiendo la mano en una bolsa de
montaña abierta.
—Duele —dijo ella, encogiéndose—. Pero no mucho. Porque soy una bruja.
—Tomo el hilo de sus dedos, examinándolo de cerca—. Aquí, Mortimer.
Quiero ver si es tan fuerte como nuestras cosas.
¿Nuestras cosas?
—Si te acercas a mí con eso, voy a arrancar tu corazón —gruñó, tomando dos
grandes pasos hacia atrás.
—Por supuesto, por supuesto —murmuró Sofie—. Gracias a Dios que no eres
un cobarde, Max —añadió, con los ojos enfocados en Mortimer, su tono
grueso de implicaciones. Viggo rió ante el tijeretazo de Sofie mientras
Mortimer miraba con odio hacia la vampiro-bruja pelirroja.
Le transmití el mensaje.
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—¿Por qué trajiste esto, Evangeline? —me preguntó Viggo con suspicacia,
dando un paso hacia delante para examinar las bolsas.
Viggo sonrió.
—Lindo.
—¿Cómo iba a saberlo? ¡Yo estaba aquí! —escupió—. Pero puedo usarlo. Fue
un pensamiento inteligente, Evangeline.
—Voy a tomar unas hebras para algunas pruebas —anunció Sofie, yendo por
la bolsa.
—¡Necio! —le espetó, desatando un torrente de ira—. ¿Te has puesto a pensar,
por un segundo, lo que va a pasar cuando uno de estos vampiros que no ha
estado expuestos a la sangre humana por 700 años esté bajo este techo?
Podrían matar a Evangeline, podrían acabar con su personal, podrían liberarse
de este edificio y empezar una masacre en la ciudad de Nueva York. Soy
consciente de que has esperado ciento veinte años para ver a Veronique, pero
muestra algo de sentido común, idiota.
—¡No vale la pena correr el riesgo! No sabes lo que puede suceder, ni lo que
estos vampiros son. Este tipo de hechizos son conocidos por tener resultados
imprevistos, algunos de ellos desastrosos. No debería tener que explicárselo a
ti... —Su voz se desvaneció.
—¿Cómo te propones utilizar este Merth para resolver las posibilidades que
has descrito, Sofie? —Viggo preguntó con calma, tomando su habitual papel
de mediador entre los dos—. ¿Hay otro truco bajo tu manga del que no seamos
conscientes?
—Tengo que unir el poder del mismo a este edificio, para formar una barrera.
Para mantenerlos dentro de estas paredes —respondió ella con voz más
conciliadora—. Debe ser un hechizo bastante fácil.
—No creas que no sé nada de ese banco de sangre en el sótano. Eso podría
sacarlos del apuro por años, si es necesario —replicó ella con la mirada.
—¿Y cómo va todo esto de proteger a los seres humanos? Ellos aún estarán
dentro de estas paredes cuando los vampiros lleguen aquí —preguntó
Mortimer con aire de suficiencia, pensando que había encontrado un punto
débil en el plan de Sofie.
Di un suspiro de alivio. Así que ella había pensado en ello. Estaría protegida.
Caden no tendría que preocuparse de hacerme daño. No podía esperar para
decírselo.
—Está bien, entonces, está arreglado. Parece que Sofie tiene todo resuelto y
estoy seguro de que no tiene intención de hacerle daño a ninguno de los dos,
Mortimer. Después de todo, Veronique no sería feliz con eso.
—Sí. Sin embargo, me pregunto dónde están las lealtades de la bruja ahora —
gruñó Mortimer con desdén.
Viggo le ignoró.
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—Leonardo, si fueras tan amable de tomar ambas bolsas, menos lo que Sofie
necesita, y llevarlas a la bóveda.
Sofie cogió una brazada de Merth, haciendo una mueca de la conmoción que
produjo, y lanzó una sonrisa atrevida a Mortimer, burlándose de él para que se
acercara a ella. Mortimer gruñó en respuesta, pero no hizo un movimiento.
Leo agarró las correas y comenzó a arrastrar las maletas fuera de la habitación.
Quería correr tras él, ayudarle de alguna manera. Pero yo tenía la sensación de
que no se me permitiría salir sin más interrogatorios. Estaba en lo cierto.
—Ahora que eso está arreglado, ¿has estado en la ciudad en busca de este
portal? —me preguntó Viggo tranquilamente.
—No exactamente.
Max lanzó un rugido amenazador bajo y los cuatro perros pasaron a formar un
círculo protector alrededor de la cama.
¿Qué podía decir? No, no salí. Sofie me dijo que no lo hiciera. Pero tú no lo
sabes, ¿verdad? Sí, ella te está engañando... En cambio, até un vampiro con
esas cosas que odias, Mortimer, y luego me revolqué en la cama durante horas.
Me quedé con los ojos abiertos mirándolo. Esas palabras fueron las últimas que
esperaba venir de él, el gruñón. Y sonaban genuinas.
—Vamos a deberte, ¿no es así? Aunque no estoy seguro de cómo alguna vez
pudiéramos pagarte.
Una expresión muy rara de sorpresa cruzó el rostro del vampiro. No esperaba
una respuesta a su pregunta retórica, pero era evidente que estaba intrigado.
—¿Qué dijiste?
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—Esto debería ser interesante —reflexionó Viggo, con una sonrisa satisfecha
en el rostro.
—Bueno, por supuesto que pueden permanecer aquí hasta que se hayan
instalado —ofreció Viggo sin problemas.
Instalarse. Así era como Viggo llamaba el chupar la vida de las personas y
robarles sus pertenencias.
Me enfadé.
—Está bien, vamos, Evangeline. —Viggo hizo un gesto con la mano, sin dejar
de reír en voz baja.
La carcajada que brotó de Mortimer sacudió los cristales de las puertas del
balcón.
—Así que están de acuerdo con el precio de la sangre, siempre y cuando ellos
no hagan una matanza real.
—No sé... tal vez... —empecé inquieta. Nunca había pedido dinero antes. Me
sentía incómoda. Pero no era para mí. ¿Cuánto necesitarían, por cierto?
Supongo que suficiente para un condominio en algún lugar, y un coche, y algo
de ropa. Hice algunos cálculos mentales rápidos. Quinientos mil. Eso debería
ser suficiente para empezar. Sería un apartamento pequeño y acogedor para
nosotros cinco, pero... No podía creer que estaba a punto de pedirle a alguien
¡quinientos mil dólares!
—Veinte. Para cada uno de ellos —elevó la voz Sofie. Se había mantenido en
calma hasta ahora—. Así que es para ellos cuatro y Evangeline. Cien millones
de dólares, en una cuenta que yo abriré. Sólo Evangeline tendría acceso a ella.
Hay que hacerla esta tarde.
—Oh, por favor —Sofie se burló, rodando los ojos mientras se jactaba—. Eso
no es nada más que una buena colección para multimillonarios como tú, pero
le dará a Evangeline y a sus amigos un comienzo saludable.
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Cien millones de dólares. Cien millones de dólares y veinte serían míos.
Agarré la parte posterior de la cabecera de la cama para no perder el equilibrio
antes de que me desplomara justo al lado de la cama.
—¿Es esto necesario? —Escuché a Viggo decirle a Sofie con los dientes
apretados.
—Tienen que ser atendidos o no nos van a ayudar cuando lleguen aquí —dijo
Sofie con la convicción de un sacerdote al que se le preguntó si creía en Dios.
—¿Es esto cierto, Evangeline? ¿No nos van a ayudar a menos que tengan cien
millones de dólares en una cuenta? —Ahí estaba ese obsceno número de
nuevo.
—Sí. Ellos dijeron que no les ayudarían. —Esa parte era cierta, pero no tenía
nada que ver con el dinero. Esperaba que mi miedo enmascarara las
emociones reveladoras que pudiera estar emitiendo.
—¡Qué estúpida eres están mintiéndote! Lo que sea que te hayan dicho, lo que
hayan hecho, es todo mentira, ¡estúpida niña!
Me volví para ver a Mortimer de pie a mi lado, con la atención fija en la cara
de mármol. No lo había oído acercarse. Un atisbo de lo que podría ser
adoración se revelaba en sus ojos antes de que se nublaran con su hielo típico.
No estaba segura de cómo responder a la admisión de Mortimer, así que
guardé silencio, volviendo la atención hacia la estatua.
—Viggo tenía este atrio construido como una réplica de una villa que él y
Veronique visitaron. Fue uno de sus lugares favoritos. Ella adoraba las flores y
los balcones. Así que decidió que debería ser lo primero que viera cuando
fuera libre.
—Pero a veces, cuando alguien lo es todo para ti, cuando la única razón por la
que estás vivo es ver su cara otra vez, aceptas todas las consecuencias que van
junto con esa oportunidad. Incluso si eso significa que alguien más vaya a
sufrir.
Mortimer sonrió.
—¿Cómo puedes ser tan egoísta? ¿Cómo puedes mirar a alguien a los ojos,
sabiendo lo que estás haciendo con ellos?
—No lo sabes. No te dejas verlos. No te dejas sentir nada por ellos. Miras a
través de ellos. ¿Entiendes? —Se dio la vuelta de nuevo, su cara de piedra.
¿Es eso lo que está haciendo ahora? ¿Mirar a través de mí? De pronto caí en la
cuenta de que Mortimer podía tener una máscara gruesa e impenetrable en él,
que se había escondido detrás de una ilusión como Viggo había hecho antes.
Sólo que para Mortimer, era una máscara de desconexión necesaria. Había un
Mortimer diferente por debajo de ella. ¿Quién era? Eso era un misterio. Pero
era probable que fuera el hombre por el que Veronique había caído
perdidamente enamorada.
Asentí con la cabeza, sonriendo con nostalgia. Se sentía como hace años.
Cómo si la vida hubiera sido mucho más fácil si eso hubiera sido cierto.
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—Si hubiera necesidad de hacer eso, lo haríamos. Del mismo modo, que si
hubiera necesidad de fingir amar a alguien, cualquier vampiro lo haría.
Allí estaba él, dando a entender lo que me temía: que todo era un montaje.
Que las caricias, los besos, los susurros de "te amo" eran un acto para adquirir
toda mi confianza.
—Tu dinero estará en una cuenta al final del día de hoy. —Con eso, se fue,
dejándome en un atrio tranquilo, revolcándome en la miseria.
S
eguía de pie delante de la estatua, teniendo en cuenta la terrible
posibilidad de que Caden hubiera estado jugando conmigo como la
estúpida, crédula chica humana que yo era, cuando la puerta del garaje
se abrió y un Bentley negro entró.
—¡Son humanos!
El anciano asintió con la cabeza una vez a Leo, y luego continuó entrando en
el edificio como si fuera el dueño, un aire de confianza arremolinándose a su
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alrededor. Los otros le siguieron de cerca detrás de él, el joven hombre y la
mujer mirando alrededor del atrio con asombro, como si fuera su primera vez
aquí. La chica de repente tropezó. Me estremecí mientras la veía caer de
bruces a los adoquines en el lugar exacto donde Úrsula había fallecido, como si
fuera algún tipo de recreación.
—Sí... creo que sí. Solo estuve aturdida por un momento. Debe haber sido el
vuelo. —Ella tenía una voz aguda, infantil. Al levantar la mirada hacia mí,
sonrió con timidez. Con la ayuda de su hermano, se puso de pie, sacudiéndose
las piernas del pantalón.
Ella se sonrojó. Volviéndose hacia mí, dijo—: Soy Valentina. —Me ofreció
una frágil mano.
La tomé.
Se rió dulcemente.
—Encantada de conocerte.
—Valentina —llamó una gruesa voz española de una mujer desde el interior.
—¡Ya voy, mamá! —Ella asintió, luego se fue por el camino y corrió por las
escaleras y desapareció en cuestión de segundos.
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Página
Volví hacia donde Max se quedó mirando a dos sirvientes vaciar el maletero
de varias maletas.
Dentro y fuera.
Sí, a veces les resulta útil emplear familias legítimas, para ocultar activos y tal.
—¿Estas personas saben que están viviendo con él? ¿A quiénes están
encubriendo?
—¿Así que esta familia no lo sabe? —No había forma de que esa dulce niña
estuviera yaciendo en una casa de vampiros por elección.
Hice una doble toma, mis ojos cada vez más amplios por la impresión,
ganando otro gruñido profundo de Max. Y mi intuición estelar la caga otra
vez, pensé con amargura.
Todo estaba ocurriendo tan rápidamente. Hace apenas unos días estaba
desesperada por estar en la misma habitación que Caden y ahora él me estaba
diciendo que me amaba. Y podría perderlo para siempre si no solucionaba esta
maldición. Esa horrible sensación de temor volvió a encenderse. Envolví mis
brazos alrededor de mi cuerpo, abrazándome fuertemente. Mi codo rozó
contra algo abultado en el bolsillo. Metí la mano y saqué la cámara digital.
¡Amelie debe haber logrado meterla!
—Lo siento. —Ella se sentó a mi lado—. Aquí. Entrega de Martha. —Ella sacó
un plato rebosante de waffles bajo una montaña aún mayor de crema batida,
junto con un plato de frambuesas frescas.
—¿No hay un cuento de hadas sobre una bruja que engorda a los niños con el
fin de comérselos? —reflexioné secamente.
Mientras me comía mis waffles, una comida extraña para tener en la noche,
Sofie hojeaba las imágenes, resoplando y riendo con frecuencia. Una gran
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parte de mí quería arrancarle la cámara para proteger la identidad de mis
amigos, pero me contuve. Me estaba muriendo de hambre.
Solté el aliento que había estado conteniendo, pero esa sensación terrible en la
boca de mi estómago todavía estaba allí. Todavía tenía miedo. Deberíamos
haberla quemado.
Unos minutos más de silencio pasaron y luego me pregunte qué había estado
temiendo.
Sofie sonrió con tristeza. Muy despacio, muy vacilante, su mano se deslizó
acariciando la mía. Se quedó así, descansando sobre la mía, casi conteniendo,
pero no del todo.
—Así que ellos deben matar seres humanos de nuevo, si quieren o no, porque
será más seguro para todos a largo plazo —dije rotundamente.
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Respiré profundamente y exhalé, esperando por mí misma comprender
verdaderamente esto, para sentir la repugnancia y el dolor.
No llegó. Algo más estaba ahí. Se sentía como… ¿aceptación? ¿Eso era todo?
¿Era tan rápida de aceptar la idea de alimentarse de humanos porque me
preocupaba acerca de estos vampiros, porque estaba enamorada de uno de
ellos?
Escuché pasos y eché un vistazo para ver a Viggo paseándose por el camino,
brazo con brazo con Valentina. La mano de Sofie se deslizó lejos de la mía
instantáneamente.
—Una tarde preciosa, ¿verdad, damas? —dijo con su típico encanto falso—.
Sólo le estoy mostrando a la querida Valentina aquí los jardines.
Valentina rió en respuesta, incapaz de quitar los ojos del rostro de Viggo el
tiempo suficiente para reconocer nuestra presencia. No podía culpar a la tonta
chica por estar completamente enamorada de él. Había sido esa estúpida
aduladora y comprado el acto galardonado de la Academia hace no mucho
tiempo.
—¡Nos vemos más tarde! Bueno, tal vez… —Viggo le guiñó a sabiendas a
Sofie antes de llevar a Valentina lejos.
Sofie murmuró algo entre dientes antes de decir—: Esa es Valentina Forero.
Es…
Fruncí el ceño.
—No son mucho mejores. Camila tiene una inversión en una operación
minera de diamantes, una herencia familiar, que da empleo a niños de hasta
ocho años. Viggo dijo que las condiciones de trabajo son atroces, en el mejor
de los casos.
—Bueno, sus hijos no pueden ser tan malos. Todavía son lo suficientemente
jóvenes, ¿no?
Tuve que estar de acuerdo, recordando el buen vistazo latino del joven, su
cabello oscuro y grueso y sus ojos negros. Era común al lado de Caden, pero
todavía definitivamente atractivo para los estándares humanos.
—Bueno. ¿No pueden matar a los padres y liberar a los niños? ¿Darles esa
oportunidad? —pregunté.
Dudó, sus ojos lanzándose hacia las ventanas del balcón. Cuando habló de
nuevo, su voz era apenas audible.
—Qué si tener a Caden y tus amigos aquí significa que no podrás verlos por un
tiempo porque no es seguro… por un largo tiempo. ¿Todavía valdría la pena?
—No. Estoy segura. Las cosas no pueden estar peores de lo que lo están ahora
mismo. Están viviendo en otro universo. Si puedo tenerlos aquí, todo se
resolverá. Pero estás trabajando en ese talismán, ¿no?
Sofie asintió, y luego dijo—: Cuando llegues a Ratheus esta noche, mira de
cerca la estatua. La mano de la mujer. Tengo la sensación… Bueno, de todas
maneras, mírala.
—Está bien —dije frunciendo el ceño—. ¿Eso es a lo que tenía que jurar con
el meñique?
—No —sacudió la cabeza—. Tienes que prometer que no harás nada aún.
—Pero…
—No lo entiendo. Pensé que ese hechizo ya estaba hecho y sólo lo tenías que
completar.
—En teoría, sí. Sin embargo, hay una… complicación que todavía estoy
descifrando. Abracadabra y eso —dijo, agitando su mano despectivamente.
Mi ceño se profundizó.
Asentí con una mueca. Miré alrededor por Viggo y Mortimer otra vez antes de
susurrar—: Sofie, piensan que volveré con vampiros la próxima vez. ¿Qué pasa
si no lo hago?
Esa noche, no estaba viajando a Ratheus con una bolsa gigante de suministros
atados a mi cuerpo. No estaba viajando allí con miedo a Rachel. Estaba
viajando allí por Caden, para ver su cara sonriente, para aferrarme a él
estrechamente, y decirle que lo amaba.
—¿Caden? —grité. Silencio— ¿Caden? ¿Amelie? —llamé otra vez, más fuerte,
mi voz insegura. Tal vez todos están fuera cazando. Di unos pasos cautelosos
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Página
hacia adelante, mis manos tanteando la oscuridad en busca de una pared de la
cueva.
Las yemas de mis dedos rozaron algo sólido. No era piedra. Lo pinché y
empujé. Tenía un poco de elasticidad. Como carne muscular dura.
Mi mano retrocedió.
Rachel estaba de pie a un metro y medio lejos de mí, libre de Merth, sus ojos
sádicos amarillo limón bailando con emoción.
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El Consejo
Traducido por Julieta9768
C
ontemplé con horror como los labios de Rachel se torcían en una
sonrisa atroz, revelando colmillos blancos perfectamente simétricos.
—¡No! —Lloré, mis ojos observando a Caden, viendo sus ojos cambiar del
dolor inconsolable mientras caían sobre mí a la peor furia imaginable mientras
su mirada se desviaba hacia Rachel. Solté un suspiro de alivio al saber que
todavía estaban vivos. Por ahora.
—Me imagino que ver a Rachel fue un poco más que una sorpresa para ti,
después de haberte deshecho de ella tan efectivamente la última vez que
estuviste aquí.
Mis ojos se dirigieron a Rachel para verla en plena ebullición, con la intención
de congelar la sangre corriendo por mis venas. Creo que podría tener éxito
esta vez.
Aventuré otra mirada a Rachel a tiempo para ver su labio superior curvarse de
nuevo en una sonrisa verdaderamente atroz. Esa boca tocó una vez a Caden.
Quería vomitar. No era hermosa. Era una serpiente venenosa.
—No te pasará nada bajo nuestra protección, sin embargo —me aseguró la
vampiresa, con una voz tan suave como la mantequilla recién batida—. Mi
nombre es Mage. Este —apoyó la mano sobre el antebrazo del vampiro de ojos
blancos—, es Jonah.
Me encogí.
—Tras cierta confusión inicial, y un oso bastante furioso con el que tuvimos
que lidiar, nos encargamos de todo.
—Sí, qué desperdicio —La decepción cruzó por sus facciones delicadas—. Era
un luchador. Tomó tres de mis miembros del Consejo para acabarlo —Mis
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Página
miembros del Consejo. Así que Mage es la líder. Eso significaba que tenía que
ser poderosa—. Por suerte llegué a tratar con él antes de que alguno más
falleciera —añadió casualmente. Mis ojos se abrieron, ante la comprensión de
su significado. Era muy poderosa.
—De todos modos, tus amigos parecen tener esta idea errónea sobre nosotros
y de nuestros valores. Sólo es un malentendido, de verdad. ¿De acuerdo, todo
el mundo? —preguntó sonriendo dulcemente, sus ojos enfocándose en Caden.
No podía esperar una respuesta de ellos, por supuesto. Fueron atados y
torturados.
—¡Oh, eso! Bueno, no queríamos hacer nada apresurado cuando llegaras, antes
de que tuvieras la oportunidad de conocernos y ver que somos amigos —Hizo
una pausa para el efecto—. ¿Te gustarían desatados?
Rachel había sido forzada a sus rodillas, cuatro miembros del Consejo
restringiéndola. Los miró como un animal salvaje, sus pupilas tan prominentes
que sus ojos se veían completamente negros.
—Por supuesto, Jonah —dijo con los dientes apretados. Le tomó unos
segundos, pero se las arregló para recobrar la compostura, incluso produciendo
de una sonrisa semi-genuina. Los guardaespaldas la liberaron con expresiones
dudosas en sus rostros.
—Vamos, Caden. Por favor dile la verdad a Evangeline, como hemos quedado.
Necesita saber que está a salvo —instruyó Mage con voz uniforme.
—Y, por supuesto, no te harán daño. Eres demasiado valiosa —añadió Fiona
emocionada, demasiado emocionada para su conducta normal. Sonaba
histérica.
Atrapé los ojos blancos de Jonah tocando los suyos. Puede que haya habido un
toque de advertencia allí, pero era imposible saberlo. Era imposible leer nada
en esos ojos espantosos.
Bishop permaneció en silencio, con los ojos fijos en el suelo delante de él, con
los brazos abrazando su pecho con fuerza, como si estuviera conteniéndose.
Hasta el momento, si estaban tratando de convencerme, no estaban haciendo
un buen trabajo.
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Página
Volví mi atención a Caden, mirándolo inquisitivamente. Esos hermosos iris
verde jade me miraban con adoración. Su rostro se suavizó.
—Tus amigos aquí, han sido muy cooperativos en informar al Consejo —dijo,
sonriéndoles a los cuatro otra vez.
—Entendemos que estás buscando una manera de traer a tus amigos de vuelta
contigo, con un portal de algún tipo, como esta estatua —dijo Jonah.
—Tus amigos nos hablaron de estos vampiros en el otro lado. Cómo te están
usando —hizo un sonido desaprobatorio—. Es horrible, cómo te engañó esa
bruja y te maldijo. No puedes protegerte a ti misma en contra de ellos. ¿Qué es
lo que han planeado para ti una vez que estés allí?
—He hecho arreglos para ser debidamente atendida después —le respondí
vagamente.
Así que era eso. Ese era su ángulo. Cultivar la desconfianza en Sofie, ofrecer su
lealtad y protección —mi propio personal de guardaespaldas chupasangre— y
todas las riquezas imaginables. Todo lo que tenía que hacer era llevarlos a casa
conmigo. Para infestar la Tierra. Para iniciar otra guerra, aniquilando otro
mundo de humanos.
Fruncí el ceño.
—No lo entiendo. Pensé que habías dicho que estábamos a salvo aquí.
—Oh, sí, lo están. Pero, ya ves, hay una multitud de vampiros fuera de estos
escombros. Cientos de ellos. Y nos vieron trayendo esta estatua aquí, y a tus
amigos, sujetos con Merth. El Consejo es de gran alcance, pero sólo dieciséis
de nosotros estamos aquí. Sólo podemos retenerlos durante unos días.
Entonces, cuando se abran pasen y averigüen... bueno, si se enteraran de que
tus amigos estaban planeando un éxodo sin considerarlos siquiera... tus amigos
no durarían mucho —explicó con seriedad—. Después de eso, cuando
regreses... bueno, ese grupo no es tan civilizado como nosotros.
¿Y quién les hablaría de nuestro plan? Me pregunté con amargura. Era tan
claro como el día, la amenaza que Mage colocaba ante mí. Transpórtanos
ahora o tiramos a tus amigos a la horda. Entonces, cuando vuelvas, tendrás
una muerte horrible también.
Miré hacia atrás a Caden y a los otros. Parecían tan lejanos. Tragué el nudo
doloroso formado en mi garganta, sintiendo el peso insoportable de la
situación empujando hacia abajo sobre mis hombros.
—Bien entonces, tenemos que sacar a todos de aquí antes de que eso suceda —
Mage sonrió satisfecha de sí misma.
—Te lo advertí, Rachel —dijo Mage con calma, dándole un vistazo a Jonah.
Otro hilo de Merth mágicamente apareció en su mano.
Caden.
—¡Mira lo que has hecho, Rachel! —la regañó Mage—. Tienes suerte de que
no se rompiera. ¡Evangeline pudo no haber sido capaz de volver!
Mi colgante.
M
is ojos se abrieron alarmados.
—No lo sé —contesté, perpleja. Toqué vacilante con las yemas de los dedos el
brillante corazón azul. Hacía un frío glacial. ¿Qué significaba? ¿Es esta luz azul
cómo se comunica el colgante? ¿Me he tropezado con el portal?
—Es la estatua, ¿no es así? ¿Ese es el portal? —susurró Mage, sus ojos furiosos
con expectación.
Mi boca se cerró de golpe cuando apreté mis dientes juntos. Estúpido vampiro
intuitivo.
Pero no podía sacar el colgante o iba a morir... ¿Tal vez no tengo que quitarlo
para que el hechizo funcione?
¿Cómo sabrás traer a Caden, Fiona, Amelie, y Bishop? Esperé durante unos
cinco segundos, pero no hubo ninguna sacudida o resplandor de
reconocimiento. Pero tal vez esa pregunta era demasiado abierta. ¿Tengo que
estar tocándolos? No hay reacción. Así que la respuesta era no. ¿Hay alguna
otra cosa que necesitan hacer? Sí, me dijo. ¿Sin embargo, qué? Una vez más,
una pregunta abierta que el colgante no pudo contestar.
La ira estalló dentro de mí. El portal había estado frente a nosotros todo el
tiempo y fui demasiado estúpida para mirar. Debería haber sido el primer
lugar que mirara, ¡era tan obvio! Podría haber terminado esta maldita
maldición y liberarnos hace mucho tiempo.
Entonces no me tienen que tocar... ¿Tienen que tocar la estatua? Sí, dijo.
Así que... si tocan la estatua cuando ponga el collar en tu mano, ¿ellos van a
venir a casa conmigo? La última sacudida y resplandor de la afirmación me
hizo jadear en voz alta.
Mis ojos recorrieron el Consejo, sin posarse en algún individuo pero viéndolos
perfectamente. Sí, todos estaban mirando fijamente, con un crecimiento más
agitado al segundo, como perros alrededor de un barril de carne, esperando
pacientemente a que la única respuesta que estarían dispuestos a escuchar.
Sólo tenía una opción. No había alternativa. Tendría que traerlos de vuelta
conmigo.
A todos ellos.
Cuanto más pensaba acerca de este plan, más cómoda me sentía con él y más
fácil era convencerme de que tenía razón. Viggo, Mortimer, y Sofie podrían
hacerle frente a este lote. Después de todo, ¿por qué debo morir, junto con
Caden, Amelie, Fiona, y Bishop haciendo lo que me pidieron que…? Por lo
que me maldijeron para que lo hiciera. Querían un vampiro infectado. Bueno,
ellos recibirían veinte.
Me puse de pie y me volví hacia Mage, con miedo a hacer mis movimientos
robóticos. Tragando el nudo gigante en mi garganta, tomé una respiración
profunda.
—¿Eso es todo? Por supuesto. Ella es más problemas de los que vale la pena. —
Ella sostuvo su mano y me la estrechó, sintiendo un calor confortable de su
delicada piel y me pregunte si hacia un trato con el diablo con esto.
Miré hacia el bulto inmóvil que era Rachel, esperando ver a su helado, fulgor
penetrante aún clavado en mí. Pero su enfoque estaba fijo en Mage, con los
ojos llenos de dolor y conmoción. Supongo que nunca había esperado ser
dejada de lado tan fácilmente.
Miré a Caden y a los otros, entonces, y vi sus ojos llenos de temor. Todo irá
bien, intente transmitirles con mi expresión.
—No creo que esté preparada para esto... —murmuro él, sus ojos nerviosos
revoloteando sobre la multitud alrededor de la estatua.
Todo estaría bien. Tenía que hacerlo. Con un guiño y una sonrisa, me arrodillé
y acerqué el colgante sujetándolo con mi mano temblorosa hacia la mano de
piedra de la estatua. Hacia el portal.
Oí un chasquido.
Mirando hacia Caden, vi sus ojos fijos en mí con adoración. Sus labios se
movían mientras articulaba, te amo.
Y vi con horror mientras volaba hacia atrás hasta chocar contra los escombros
a unos cien de metros de mí, arrojado lejos de la estatua por un Jonah todavía
con aire de suficiencia sonriendo. Arrojado lejos de la salvación. Lejos de mí.
Ellos no iban a volver a tiempo. Dentro de cada fibra de mi ser, sabia eso. Nada
de esto valía la pena si no los tenía.
Un cielo azul sin nubes adornaba más allá del techo de cristal por encima de
mí. Estaba tendida en el camino empedrado del atrio, junto a la tumba de
Veronique, la terrible imagen de Caden volando lejos y Amelie persiguiéndolo
seguían aun vivas en mi mente. Me puse de pie, necesitando ver esos dos
rostros. Sabiendo que desearía estar muerta si no lo hacía.
Tenían que haber cien, al menos, y ninguno de ellos se movía. Sin embargo.
—Te advertí dos veces sobre los resultados inesperados, ¿no? —murmuró
Sofie, su tono de voz sorprendentemente tranquilo, dada la desastrosa
situación. Los cuatro estábamos de pie en un campo minado de vampiros en
estado de coma.
El sonido de cristales rotos me llamó la atención mire arriba a tiempo para ver
un elegante cuerpo negro deslizarse a través del aire desde un balcón del
quinto piso. Max cayó a mi lado con la agilidad de un gato. Los otros perros
arrancaron la puerta de la mansión y me rodearon en segundos. Leo salió
corriendo cerca detrás de ellos.
—No estoy seguro la cantidad de ayuda que van a ser, Máximos —murmuró
Mortimer.
Me quedé boquiabierta.
—Evangeline, ven aquí, ahora —siseó Viggo, su voz revelando miedo por
primera vez en la historia.
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Página
—¡No! no te muevas. Ni una pulgada —contraatacó inmediatamente Sofie, su
mano extendida para quedarme, sus ojos fijos en un cuerpo moviéndose.
Ella lo ignoró.
Encontré a Caden y Amelie a tres metros de distancia, las dos caras que temía
que nunca volvería a ver de nuevo. Fiona y Bishop estaban cerca también.
Grité, y lágrimas de alegría comenzaron a caer rápido por mi cara. ¡Lo habían
conseguido! Caden y mis tres queridos amigos habían sido rescatados de su
infierno. En ese momento, no me importaron los otros cien vampiros. Viggo y
Mortimer podrían tratar con ellos.
M
i grito ensordecedor se desvaneció a un gemido sordo cuando miré
a mi alrededor, desconcertada por mi nuevo entorno. Estaba
sentada en una silla grande y cómoda delante de una ventana.
Todo el exterior era blanco y verde de nieve y los árboles. Imponentes
montañas cubiertas de nieve y un océano sin fin de árboles de hoja perenne.
No en el atrio. Sin mis amigos. Sin el foso de vampiros, dispuestos a romperme
en mil pedazos.
Sin Caden.
Max llegó trotando desde el pasillo para detenerse a mi lado, seguido por sus
compañeros de manada.
—¿Max? —dije con alivio, lanzando mis brazos alrededor de él. Él respondió
acariciándome cariñosamente con el hocico en mi mejilla.
Jadeé cuando vi de quién eran los labios que se movían: Leo. Su actitud de
abuelo y acento británico distinguido habían desaparecido, reemplazado por
algo de duende Irlandés.
—Te lo explicaré todo más tarde, pero sabías que era esto o la muerte.
¿Darlene? —Él se dirigió a una de las criadas de edad avanzada que estaban en
las nubes, teniendo guantes de látex de color amarillo en las manos—. Hay un
portapapeles en la mesa que hay en el pasillo, con instrucciones.
Eso me dejó a mí, los perros, los niños Forero, los dos yetis, y el hombre que se
parecía a Leo de pie en la sala grande.
—Valentina, Julian, por favor vean a Darlene para su hospedaje —dijo Leo a
ellos—. Tendrán que compartir habitación.
—No soy el mayordomo aquí, Julian. Aquí, en estas montañas, yo soy Dios.
Cabréame una vez y te arrojare a los lobos antes de que puedas parpadear. Tus
padres son carne de vampiro. La única razón por la que no lo eres es debido a
la ingenuidad de Evangeline. ¿Entiendes?
Ahora que estaba sola con Leo, desconfiando de las otras sorpresas que tenía
reservado para mí. Lo observé con calma caminar hacia una de las estanterías.
Bajó un libro y comenzó deslizar las páginas hasta una parte gruesa.
Punteando desde las páginas, colocó el libro en el lugar que le corresponde, y
luego se acercó a mí.
—Voy a conseguir acomodarnos, si necesitas algo sólo grita. —Pasó uno de los
perros, Remington, lo reconocí por el color azul oscuro del collarín y un
rasguño debajo de la barbilla, y luego se alejó, con una sonrisa de complicidad
en su cara.
Max emitió un estallido de risa resoplando. Ese es Leo. Es una larga historia. Él
va a explicarlo más adelante.
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—¿Sabes lo que pasa?
Lee la carta.
—Al igual que quitar un curita, Max —murmuré mientras rompía el sobre, y
añadí—: que es una locura, pegada a mi axila.
Nunca permitiré que eso suceda, te prometo eso. Sin embargo, Mortimer y
Viggo harán que mantener esa promesa sea bastante difícil. No confían en mí.
Supongo que en el momento que pongas un pie en la Tierra con tus amigos,
Mortimer y Viggo se apoderaran de ti para asegurarse de que complete el
hechizo, por cualquier medio necesario. Ellos no van a esperar.
Si estás... donde estés... eso significa que el tiempo se ha agotado. Significa que
no podías esperar más. Has mantenido tu parte del trato en traernos la
solución a nuestra maldición, y sin embargo no he encontrado una manera de
salvarte de la tuya.
Te prometí que iba a mantenerte a salvo. Enviarte lejos era la única manera en
que podía hacerlo de manera eficaz. Estarás a salvo hasta que tus amigos
aprendan a controlar su sed de sangre humana y yo encuentre una laguna para
separar tu corazón de Veronique. Lo sé, lo sé, dije que no había lagunas. Pero
estoy decidida a demostrar que las leyes de la magia están mal. Por mucho que
amo y echo de menos a mi hermana con locura, no permitiré que tu muerte
sea el costo de recuperarla. Ella permanecerá congelada en el tiempo hasta que
yo resuelva esto.
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Página
Dudo que Viggo y Mortimer vieran venir esto. Estarán sorprendidos, por decir
lo menos, cuando desaparezcas, junto con los perros y todo su personal.
Incluso envié a Julian y Valentina basada en tu compasión. Si llegan a ser una
molestia, simplemente dile a Leo y él se deshará de ellos.
Lamento que hayas pasado de una prisión a otra. No trates de huir. No vas a
llegar muy lejos y harás la vida de Leo estresante. Te he confiado a su cuidado,
algo que debería haber hecho hace muchos años.
He tenido que ocultar mis sentimientos por ti hasta ahora, por temor a lo que
Viggo pudiera hacer si se daba cuenta de la forma en que estaba velando en tu
supervivencia. Ya no tengo que ocultarlo.
Te quiero. Creo que vivo ahora sólo por tu felicidad. Espero que nos veamos
de nuevo pronto. Me haré cargo de tus amigos lo mejor que pueda.
S.
PD: Si te sirve de consuelo, hay una cuenta que contiene una cantidad obscena
de dinero con tu nombre en él. Cuando sea seguro, es todo tuyo para hacer lo
que tú desees.
Las lágrimas fluían libremente de mis ojos ahora, gigantes gotas salpicando
sobre las paginas, corriendo la tinta. Frenéticamente las limpié, sin querer
perder sus palabras en caso de que fueran las últimas. Ella debía haber escrito
esto el día que me fui por última vez.
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Página
Antes de regresar con todo un ejército de vampiros.
Sofie realmente se preocupaba por mí. Me quiso, incluso. Tuve una vampiro
materna y nunca la conocí. Todo porque ella tuvo que esconder la verdad de
Viggo y Mortimer.
Debí haber leído esa carta más de cincuenta veces. Cuando finalmente levanté
la vista, el atardecer estaba asentando sobre el paisaje nevado. Aún estaba sola,
junto a los perros. Nadie alguna vez se había atrevido a entrar en la gran
habitación. Probablemente encogidos, aun en estado de shock, pensé.
—Debes tener hambre —dijo en ese nuevo acento extraño. Me hizo un gesto
hacia una mesa de comedor de madera maciza, apenas iluminada por una
lámpara de araña hecha de cornamenta de ciervo. Me levante y lo seguí a
través aturdida, mecánicamente sentándome en la silla que el ofrecía—. ¿Estás
bien?
La puerta lateral de madera pesada se abrió entonces, y uno de los yetis entró,
trayendo una ráfaga helada de viento y una capa de nieve en él. Me estremecí
responsablemente.
Fruncí el ceño. No era una chimenea de gas. No había controles remotos que
pudieran hacer eso.
—Tú fuiste la voz que oí cantar con Sofie —susurré, mis ojos saltando—. ¿Eres
una bruja?
—No, no, no... No lo sabían —Leo negó con la cabeza—. Lo saben ahora, sin
embargo. Nuestra Sofie… es un ser astuto. Ella secretamente me plantó en su
servicio hace unos quince años.
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—¿Pretendiste ser un mayordomo británico durante quince años? —dije con
incredulidad.
Rió fuerte.
—¿Sabes lo que sucedió ahí? ¿Sofie está viva? ¿Mis amigos están vivos?
Asentí.
Leo suspiró.
—No estoy seguro de cuántos años serán aún. Todo depende de Sofie.
—¿Años? —grite.
Me estremecí mientras la visión de las venas rojas de los ojos de Caden cruzó
por mi mente.
—Todavía no entiendo lo que pasó —murmure—. ¡Se suponía que solo fueran
diecinueve y eso era porque no tenía otra opción! El collar me dijo que tenían
que estar tocando la estatua y luego... —jadee—. ¡Todos ellos habían tocado la
estatua en algún momento! Ellos no tenían que tocarla justo en ese momento,
sin embargo. ¡Lo malinterpreté!
—No sabes ni la mitad sobre eso —me quejé, realizar mi trato con Mage para
dejarla atrás no me había ganado ningún punto—. Espero que Sofie la mate.
—En silencio oré para que ella hubiera lanzado a Rachel en esa pira masiva
que estalló alrededor de la estatua. De lo contrario Caden nunca estaría a salvo
con ella alrededor.
»Así que ya ves, a pesar de lo mucho que quieras ver a Sofie y a esos amigos
tuyos. Estoy seguro de que este tipo Caden sería agradable en diferentes
circunstancias, simplemente no es una opción. Y por mucho que a todos nos
gustaría verte feliz, verte con vida es más importante. Nos quedaremos aquí
hasta que Sofie haya descubierto una manera de conseguir sacar ese maldito
collar de tu cuello de manera segura, y no importa cuánto lo pidas, suplicar no
te hará ningún bien. Así que no te preocupes, pequeña.
Tragué saliva. Esta prisión era aún peor que antes. Al menos antes, podía
escapar cada noche para ver a Caden. Ahora, en este abismo de invierno, no
tenía medios de contacto, no había manera de asegurarme de que estaban
bien, nada que me recordara a ellos, excepto mis recuerdos y una estantería de
cuatro por seis.
—¿Cuando mis amigos superen toda esta cosa loca por la sangre... pueden
venir aquí?
—¿Entonces qué estás diciendo? ¿No podre verlos durante los próximos veinte
años? ¡Seré... vieja! ¡Pudiste también haber dejado que Mortimer y Viggo me
mataran! —chillé. Un nuevo torrente de lágrimas me abrumó.
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—No, no, no estoy diciendo eso en absoluto. No dejes que todo te lastime —
Leo me hizo callar—. Pero... ¿Por qué quieres verlos después de que Caden
intentara... después de eso? —Su voz se había vuelto suave.
—Confiar en nosotros.
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Asylum
Escondida en el asilo invernal de Sofie sin
esperanza de libertad por años, Evangeline
debe llegar a términos con su situación: la
maldición todavía la contamina, está
siendo cazada por un vampiro de
doscientos años, y el hombre del que está
enamorada intentó asesinarla.
Causal Enchantment #2
360
Página
K.A. Tucker
Nacida en un pequeño pueblo de Ontario, Kathleen
publicó su primer libro a la edad de seis con ayuda
de su bibliotecaria de la escuela primaria y una caja
de crayones.
Es una lectora voraz y la cosa más lejana a una snob
de los géneros, leyendo todo desde fantasía épica
hasta chick lit.
Kathleen actualmente reside en un pequeño pueblo
a las afueras de Toronto con su marido, dos hermosas niñas, y una agotadora
camada de criaturas de cuatro patas.
Visita su sitio web: http://www.katuckerbooks.com
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Página
Staff Bookzinga
Moderadoras
flochi & Jo
Traductoras
AariS Helen1 maphyc
carmen170796 Jo Selene
Fanny Kasycrazy
flochi Katt090
Correctoras
☽♏єl Jo
flochi Simoriah
Revisión y recopilación
Jo
Diseño
PaulaMayfair
362
Página
Staff Dreambookside
Moderadora Traducción
Jazmín
Traductoras
_Alial98- Julieta9768
Jazmín MaryJane♥
JessMC Rihano
Moderadora Corrección
GrizeldaDC
Correctoras
Cande Cooper MaryJane♥
GrizeldaDC Pily
Liraz