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la creación

literaria
sialo veintlunc;> de españa editores, sa
C/Pif.iA 5, MADRID 33. ESPANA índice
siglo veintiuno argentina editores, sa
marta traba o el salto al
va CIO • . • . • . •
• . . 7
marta traba, novelista
............ 29
I. el día de la muerte
.......
de flora
47
II. la pieza . . . . . . .
.............. 91
III. el desalojo .. .
. . . . . . . . . . . . . .
127
IV. la demolición . .
..... - • • 9 • • • • • • 187
V. las partidas . . . .
.-....... ..... 219
pos t-scriptum ....
. . . . . . . . . . . .....
.
247
edición al cuidado de santiago pombo
portada de gustavo zalamea

preparación litográfica: stilo

primera edición, 1984


© siglo xxi editores de colombia ltda.
ISBN 958-606-001-2

impreso y hecho en colombia en los talleres de


impresora gráfica ltda., bogotá-colombia
¡.
mucha emoción pero no soy crítico ni sé de literatura. en la otra mano. La obsesión de la gallina aparecerá en
Sé que Marta pensaba reescribirla, pero a mí me parece muchos textos de Marta. En "En cualquier lugar" su no­
una pena dejarla inédita. Pienso que es buena": vela póstuma escribe en las últimas páginas: "... Luis (per­
"Conversación al Sur" y "En cualquier lugar" son sonaje muy parecido a Marta) se acordó que Alí le había
novelas gemelas. Marta Traba ya no es la de la sofistica­ contado que su abuela, que era una campesina turca, siem­
ción, el desparpajo sino la de las palabras tasajeadas por pre viajaba con gallina, por si acaso, aunque nunca supo
la rabia. El dolor de los desaparecidos, el de las madres precisar cuál era la eventualidad que ella temía. Bueno,
de la Plaza de Mayo la desviste y solo queda la flor ex­ también la manta, por si acaso". La madre de Marta
puesta, sin hojarasca, la roja flor de sangre y pulpa de la tocaba piano en las salas de cine mudo y llevaba a la niña
herida. ¿Qué hizo llegar a Marta a esta desnudez, a este todos los sábados a cines de barrio para ver al Gordo y el
desprendimiento? Marta Traba se la vivió superponiendo Flaco, Laurel y Hardy". De modo -dice Marta- que
exilios pero me pregunto: ¿no somos todas las latinoa­ cuando por primera vez vi una película de verdad, "In­
mericanas unas exiliadas? Isabel Allende es chilena y vive termezzo" de lngrid Bergman me asaltó una sensación de
en Venezuela, Silvia Molloy, Elvira Orphee en Estados pudor y maravilla; creí que en el cine solo había pastela­
Unidos, Luisa Valenzuela, argentina, primero en México zos a la cabeza; no sabía que la gente podía exponer sus
y luego en Nueva York, Julieta Campos nació en Cuba, sentimientos, contar su intimidad, y para mí fue esa una
Rosario Ferré, puertorriqueña va y viene a caballo sobre revelación extraordinaria".
dos países, mi apellido no es precisamente chichimeca, Agobiada porque llegaban mil extranjeros diarios en
Elena Garro se refugió en París y Clarice Lispector ucra­ el primer gobierno de Perón, la estudiante Marta decidió
niana fue a dar a Brasil y acabó quemándose la mitad de dejar Argentina. "Me cansé de andar en bus" le contó a
ta cara con un cigarro olvidado, a Rosario Castellanos la Igor Molina. ''Cada vez que el bus se detenía, un racimo
mata una descarga eléctrica. ¿No somos, a veces, como de personas se entremataba y a patada limpia intentaba
me lo escribió Rosario Ferré en una carta, un jironcito entrar. Lo mismo para salir de él. La marabunta te obli­
de hilo? gaba a permanecer hasta el final de la ruta, de modo que
jamás llegabas a tu destino. Entonces se me creó una es­
La obsesión de la gallina pecie de horror y decidí irme. En parte, la causa fue el
Nacida en Argentina, graduada en letras en la Universi­ desorden y en parte la locura desatada de Perón que
dad Nacional de Buenos Aires, con una especialización gritaba "alpargatas si, libros no" con lo cual me tocaba
en arte con el historiador Jorge Romero Brest, el prime­ envolver mis libros en papel periódico, no fueran a des­
ro que sistematizó el panorama del arte latinoamericano cubrir en la calle que yo era estudiante. Compré un pa­
(a quien toda la vida Marta reconocerá como su maestro) saje de ida, dispuesta a no regresar jamás".
Marta Traba decide irse a vivir a Europa. Quiere ingresar
a la Escuela de Altos Estudios en la Sorbona y en la Es­ París era una fiesta
cuela del Louvre. Sus abuelos llegaron de Galicia a Bue­ Marta vivió en París el verano más caluroso de su historia.
nos Aires tan pobres que ni siquiera tenían maletas y St. Gerrnain des Pres agonizaba al sol, las piscinas del
entraron al país con una gallina bajo el brazo y un atado Sena, los ''bateaux lavoir", las "peniches" se encontraban
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como conflictivos. Unas pocas palabras entonces, prime­ yen los itinerarios físicos y los lazos afectivos que unen
ro, sobre Conversación al Sur de la cual En cualquier ahora a estas dos mujeres.
lugar es, de algún modo, complemento independiente. Son ellas una muchacha miembro de un grupo sub­
Conversación al Sur se nos presenta como una re­ versivo, a la cual la libertad desorbitó, volviéndola provo­
flexión en torno al fenómeno de la censura. De la repre­ cadora y desafiante, y para la cual la derrota es ya la úni­
sión, en todos los órdenes, promovida por las dictaduras ca forma de vida. Acorralada en su mudez animal, sólo
castrenses en el Cono Sur, vista en este caso concreto a se reconoce en la categoría de perdedora. Y una mujer
través de sus efectos coercitivos en una voz humana. madura, acostumbrada a seducir, más emotiva y burgue­
Una muchacha, Dolores, a la cual los torturadores en el sa que la otra, si todavía son lícitas tales denominacio­
Uruguay han llevado a abortar pateándola recupera su nes, pero consciente de que cualquier cosa es mejor que
voz -y su pasado- conversando en una larga tarde con permanecer anclada en el limbo, y quien se enfrenta
Irene, una actriz de teatro de 40 años que teme por el ahora a la encrucijada que le plantea su interlocutora.
destino de su hijo en ese entonces en Santiago, en los "Daba igual moverse que estarse quieto, vivo que estar
días que suceden a la caída de Allende en Chile. Este muerto".
diálogo, al principio lleno de malentendidos, y abarcan­ Ante tal situación límite su optimismo resulta es­
do un triángulo geográfico que comprende Montevideo, candaloso. Sobra advertir, además, que dicho optimismo
Buenos Aires y Santiago, es el que estructura las dos par­ se halla cuarteado por el miedo. No sólo la falta de noti­
tes en que está dividida la novela. Un estremecido ir y cias acerca de su hijo sino también el recuerdo de ese rito
venir de horror y angustia mediante el cual se reconstru- circular que todas las semanas reiteran las madres de la
Plaza de Mayo desfilando frente a la Casa Rosada para
Washington. Redactó además varias monografías sobre artistas reclamar a sus esposos, hijos y nietos desaparecidos. Pro­
individuales - Los muebles de Beatriz González, 1977; Los gra­ testa que ella compartió y que ahora revive con espanto.
bados de Roda, 1977; Elogio de la locura, Alejandro Obregón y "A este límite hemos llegado, entonces, a pasar meses y
Fe/iza Bursztyn, que editará el Museo de Arte Moderno de Bogo­ años reclamando cuerpos como quien reclama maletas
tá, y recopiló en dos volúmenes, Mirar en Caracas 1974 y Mirar
en Bogotá, 1976 sus crónicas reseñas de exposiciones y polémi­ perdidas".
cas, en estas dos ciudades. Un tercer volumen, Mirar en Nicara­ "¿Qué se hace con los verdugos cuando se ha termi­
gua, permanece inédito. El Museo de Arte Moderno de Bogotá, nado con las víctimas?" se pregunta una de ellas y la res­
que ella fundó y dirigió, en sus comienzos prepara un volumen puesta es atroz: como una máquina que no puede des­
donde se recopilarán multitud de textos dispersos suyos. Para
conectarse, ellos seguirán funcionando. Es aquí cuando
dicho volumen he escrito otro texto, "Marta Traba", que com­
plementa este, centrado sólo en sus dos últimas novelas, y desde el trazo parco y a la vez sugerente de la novela, su pudo­
otra perspectiva. La primera novela de Marta Traba, Las Cere­ rosa economía verbal, se ve enfrentado a su mayor difi­
monias del verano. apareció en 1966. Siguieron Los laberintos cultad. ¿Cómo decir lo impensable? ¿Cómo volver físico
insolados, 1967, La jugada del sexto día, 1969, Homérica La­ -lenguaje, sonido, palabra- lo que el propio cuerpo
tina, 1979, y Conversación al Sur, 1981, más un volumen de
rechaza en forma visceral? "Si imaginas de todo, lo peor,
cuentos titulado Pasó As(. 1968. Marta Traba murió el 27 de
noviembre de 1983, en compañía de su esposo, Angel Rama, lo inverosímil, lo aberrante, te vas entrenando para la
en un accidente de aviación en Madrid, Esp:ifia. realidad. Creo que las cosas son soportables solamente
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como un invasor, entre la inmensidad de la Pampa Y la
soledad de Buenos Aires, y de esos otros exiliados, sus
hijos, como fue ella misma, que fuera de él, y ya a
nivel latinoamericano, intentan continuarlo. Un país
donde la idolatría por la fuerza no sea la única respues­
ta a su frágil inseguridad. Ni el dogmatismo el único
paliativo a su dolor. Un país no utópico sino por fin
real. Ese país, América Latina, que Marta Traba siem­ CAPÍTULO 1
pre tuvo como obsesión central de su importante tarea,
tanto crítica como creativa. el día de la muerte de Flora
J. G. Cobo Borda.
Buenos Aires,julio de 1984
Cerraba los ojos y veía el invernadero lleno de
claveles. Le costó trabajo al principio, porque
nunca los había visto; pero finalmente logró
imaginarlos con esa rara precisión que tenía para
todo lo insignificante. Ahí estaban los claveles,
uno tras otro, con los bordes dentados, frescos,
los pétalos saliendo de un bulbo verde que daba
ganas de triturar con los dientes. Esta imagen se
repetía regularmente, aparte de que supiera muy
bien que todo era mentira. O por eso mismo,
porque era mentira, la cuidaba tanto ahora que
había perdido toda noción de lo verdadero y
de lo falso. Desde cuándo y cómo, se lo había
preguntado hasta el cansancio, y al fin también
dejó de hacerlo. Sin embargo, muchas noches
insomnes se asomaba sigilosamente, veía allá al
fondo una ventana con el dintel redondo y una
gran bola siempre encendida, día y noche, o
un árbol que pasaba del verde a un dibujo blan­
cuzco, fantasmal. Distraídamente pensaba en­
tonces, que era otoño de nuevo y las manos le
temblaban de tal manera que le era necesario
agarrarse con toda su fuerza del reborde de la
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"Flora. En el corazón". Y colgó. Ella permane­ para delegar el poder y al mismo tiempo para
ció completamente rígida, con las dos manos metérselo en el bolsillo, había puesto un tipó­
aferradas al tablero del escritorio. Al rato pu�o grafo y un delegado de los frigoríficos...
una mano sobre la otra, y la sintió helada Y aJe• -" ¿Pero de qué estás hablando?" --inte­
,
na. Tal vez yo también esté muerta, penso. Y rrumpió el otro con la boca llena. -" ¿de qué
sintió un indescriptible alivio. frigoríficos me estás hablando?". Trataba de
tragar a velocidad para frenar a Luis. -"Los
frigoríficos en la nieve? ¿Qué estás diciendo?
¿Frigoríficos para conservas de carne de foca?"-.
"Te lo diré exactamente si me dejás un segundo De la furia no podía detenerse y comenzó a
para pensar -le dijo Luis mientras el otro enman· toser. -"Tranquilo, hermano"- dijo Luis. De
tecaba parsimoniosamente una tostada-. Ellos nuevo la palabra era toda suya. No importaba
llegaron el tres de octubre de 1978, alrededor que hubiera o no frigoríficos, como no impor­
de las diez de la mañana". taba que el tipógrafo no supiera una palabra de
El otro se quedó con la tostada en el air�, sueco, o de alemán o de japonés. Lo que impor­
,
a mitad de camino de la boca. "¿Com? po�es taba era la representatividad simbólica. Con
acordarte de tantas pavadas?" pregunto al fm. ellos se restablecía el equilibrio de fuerzas en
Luis se rió pero replicó en el acto que no se el comité, que de otra manera hubiera caído en
trataba de pavadas. Vásquez, al fin Y al cab�, manos de los malditos intelectuales de siempre.
era un tipo importante y gracias a su pre�enc�a Pero Vázquez sabía lo que hacía. Cuando vol­
tanto el AR como el EPL tomaron conc1enc1a vieran, porque algún día iban a volver, repitió
de que tenían que reorganizarse. ¿No se a�or­ Luis haciendo caso omiso del otro que lo miraba
daba acaso, de las peleas entre unos Y otros JUS· atónito, ya estaría hecha la conexión con la
to e� el momento en que llegó Vázquez? Bueno, base. Vázquez era un realista, sabía perfecta­
y V ázquez con ese tono ��nderado, s:1 larga mente que sin esa conexión no se iba ni hasta
experiencia en la lucha pohtica de barrio Y su la esquina. En el programa los sindicatos tenían
ascendiente popular, había generado o�r?s mo­ un peso fundamental. "El programa -masculló
dos de discusión. ¿A quién se le ocurnna aho­ el otro con cierta resignación- es una cagada".
ra armar una bronca porque Fulano o Menga­ "¿Sabés de algún programa que no lo sea?", re­
no se acostaba con Ilse, por ejemplo, cu��o trucó Luis. Se quedaron callados un momento.
vázquez ya tenía un programa, una d1recc1on
_
"Para qué me gasto con este gordo infeliz"
departamental y una tesorería que aunque no -pensó Luis. El otro se limpió cuidadosamente
sirvieran para nada daban la impresió� de que las comisuras de los labios con la servilleta de
el tipo sí sabía para dónde iba? Ademas? era el papel y dijo, conciliador, que entre Vázquez y
único entre todos que creía en las elecciones Y su mujer, ella le parecía más inteligente. "Y más
en la consulta popular; se las había arreglado linda" -dijo Luis sonriente. "Linda no sé--con-
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testó el otro después de un momento; ya está mujer en la más estricta intimidad. Las indiscre­
medio viejita". Luis pensó que si Mariana lo oyera ciones de ella respecto a las confesiones generales
lo borraría de la lista de sus amistades. Definiti­ de Alí eran las culpables de la rivalidad, primero
vamente a él le parecía que Mariana estaba bas­ y después el odio entre las dos mujeres. Y ¿cómo
tante bien todavía. Claro que era más inteligente era posible que Vázquez, que no podía ignorar
que Vásquez, pero el tipo, en cambio, le llevaba la infidelidad de su mujer, aceptara esa situación,
una inmensa delantera en cuanto a estabilidad. si no fuera porque de alguna manera le conve­
Ella parecía muy segura de sí misma, pero no nía? Vázquez despreciaba públicamente a Alí
como para engañarlo a él, por supuesto. Ya la y decía a quien estaba dispuesto a oirlo que era
había pescado en varias caídas vertiginosas, don­ el ejemplo clásico de la esquizofrenia revolucio­
de parecía que no tocaba fondo. La propia pelea naria. Analizaba el caso de Alí con tal desprendi­
con Flora, tan innecesaria y cruel, ¿no nació, en miento, que nadie que lo escuchara podía asociar,
el fondo, de la imposibilidad de Mariana de refre­ al menos en ese momento, las aventuras de ese
nar sus celos, aun después de haberse posesio­ muchacho alocado con los placeres de Mariana.
nado de Alí como una mantis religiosa de su víc­ Si ella estaba delante, lo que ocurría muchas
tima? veces, se desinteresaba del asunto de tal manera
-"Ella se come a Vázquez -dijo el otro, co­ que su lealtad con Vázquez resultaba intacta'.
mo si adivinara los pensamientos de Luis- del Esa lealtad, además, estaba teñida siempre de
mismo modo que se tragó al tipo de Flora". un ligero desprecio, porque era evidente que no
creía en su marido y sus planes políticos le resul­
La cabeza de Luis trabajaba velozmente; taban altamente ridículos; pero jamás lo desa­
¿qué podría haber detrás del triángulo Alí-Flora­ creditaba en público, sino que pasaba a otros
Mariana o detrás del triángulo Vázquez-Mariana­ temas, siempre con la virtud de ampliar el pano­
Alí? Desconfiaba de todos y pensaba que nada rama y salir de la trastienda donde Vázquez dic­
nunca era tan inocente como parecía. Resulta taminaba.
que Mariana, que le doblaba la edad a Alí y -Estás enfermo -dijo el otro- te quedaste
reinaba en los grupos de tipos de su misma gene­
callado.
ración a los que envolvía con una lógica brillante
y un discurso político de tanta riqueza en citas, -Me preocupan mucho las relaciones entre
ejemplos y recuerdos que lo ponían verde de nosotros --contestó Luis.
envidia, se había enredado en el asunto de Alí La estación debía funcionar disciplinada­
como cualquier mujer madura e histérica que no mente y es como una olla de grillos. Hay que
resiste ni acepta la menopausia. Por eso mismo estar muy atento con lo que se dice y a quién
él desconfiaba. Mariana había dado vuelta a Alí se le dice.
como un guante y Alí le contaba mucho más -¿Y a quién le importa ahora? -protestó
de lo que cualquier hombre puede decir a una el otro, encogiéndose de hombros.
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-¿Cómo que a quién le importa? -gritó casi contra un cielo oscuro, que presagiaba tormenta.
Luis, con los ojos fuera de las órbitas-. ¿Pero Pensó que si llovía y los habitantes de la estación
estás loco? Es ahora que las cosas importan ver­ se amotinaban, cosa que ya había sucedido
daderamente. Nos hemos ido saliendo de allá los varias veces, sería preciso sacarlos fuera, y ¿dón­
más capaces, los jefes, los profesionales, los tipos de? Las tiendas del Este estaban abarrotadas y el
diferentes a esa manada de bestias que se quedó gobierno ya había dicho que no aceptaba ni una
moviendo la cabecita afirmativamente, como mu­ persona más en la antigua cárcel. Luis llevaba el
ñecos de celuloide. De modo que la cosa está censo de los activos, pero la gran mayoría de los
aquí y no allá, pero sin el lastre de aquella ba­ demás le eran desconocidos. A ratos se desespera­
sura. ba de verse obligado a seguir tantas pistas, pero
-Aquella basura son muchos millones -dijo al mismo tiempo eso aumentaba en él la sensación
el otro parándose y sacudiéndose las migas de de su importancia. Sabía tantas cosas que hubie­
los pantalones- Y o creo que el que está loco ra sido imposible prescindir de él y eso lo llenaba
sos vos. Sería mejor que te dedicaras a coser de orgullo. Trataba de crear dependencias y lo
carteritas de cuero y te pusieras a venderlas en lograba en casi todos los casos. Una que se le
la puerta de la estación. había escapado, sin embargo, era Flora, y por
"Gordo de mierda" pensó Luis, "ahora me eso mismo la desestimaba y se ponía de parte de
echa en cara que no trabajo todo el día para ga­ Mariana y hasta de Alí, con tal de hundir a Flora.
narme el almuerzo". Pero su frenética necesidad Nunca consiguió de ella la menor confidencia
de fraternizar con todo el mundo venció una vez jam�s ella le contó, como tarde o tempran¿
más sobre la tentación de lanzarle una trompada. hacian los otros, las terribles situaciones por las
"Tranquilo, hermano -dijo parándose y pasán­ que había pasado. La paradoja y la venganza fue
dole una mano por encima del hombro. ¿Si todos que todo se lo hubiera dicho a Alí y que Alí
cosiéramos carteras, quién se prepara para las cayera en manos de Mariana. Pero, ¿realmente le
cosas que van a pasar"? Sabía que el otro encaja­ había dicho todo? Alguien callaba la verdad. O
ría, de fijo, la pregunta de qué cosas iban a pasar Flor�, o Mariana, o Alí, porque no tenía ningún
y dónde, de manera que, antes de darle tiempo, sentido su historia de detención habitual tortura
lo palmeó vigorosamente y salió a telefonear a habitual y huida habitual. Al fin y al c;bo eso
Mariana a toda velocidad. Bajó casi a la carrera era el pan comido por casi todos los activo; que
por la calle de los alquimistas y luego descendió ahora andaban por ahí, bastante más normales
las escaleras de dos en dos. Quería llegar a la que la Flora, en todo caso. De modo que él no se
estación antes de la noche, porque le habían avi­ tragaba el asunto, y Flora era una idea fija mal­
sado que llegaba otro contingente y era preciso dita sea, que le taladraba la cabeza. No se tr�taba
buscarles un lugar aunque fuera para pasar la por cierto, de ningún especial interés hacia ella'
noche. La estación quedaba bastante lejos; desde bastante insignificante, por otra parte. ¿ y co�
lo alto de las escaleras se veía la cúpula de hierro qué tiempo podría dedicarse a las mujeres en
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por todas partes y que ya formaban una especie mayoría vivía del modo más miserable, excepto,
de horrenda excrecencia de la propia estación. por supuesto, gentes como Vázquez y Mariana y
De repente descubrió un espacio libre entre dos otros pocos que se acomodaron en la ciudad ella
estructuras, sobre una planchada que alguien consiguió sin mayor problema que le diera� las
había abandonado, y esa misma noche, con la oficinas abandonadas por los guardavías, se instaló
ayuda de dos compañeros, montó un techo con en el piso superior, y en la planta baja montó
dos placas compradas en la ciudad; más adelante una tipografía con una máquina prestada por el
consiguió una puerta y una ventana y el día en gobierno y puso a trabajar una pequeña comuni­
dad que les permitía subsistir a todos sin las
que estuvo adentro de un lugar cubierto empezó
pausadamente a preparar el sitio para que ayudas de desempleo. Luis husmeó, apenas
abierta la puerta, el eterno olor a sopa de coles
Vázquez encontrara ese calor especial que debía
que flotaba en la escalera. Lo había olido toda la
desprenderse de ella y su entorno. Cuando él
vida, pero trasladado a ese planeta desconocido
llegó, se sintió compensada de todas su penurias.
donde habían caído, le producía un choque raro
El miró a su alrededor sin poder creer lo que
como si se tropezara con su propia infancia, d�
veía. La cama estaba al fondo, medio cubierta
la cual, a su vez, quería desembarazarse comple­
por un montón de almohadones de colores. Una
tamente. No sentía ninguna nostalgia, al revés de
tabla larga, sostenida por dos caballetes, había
muchos otros compañeros, ni del barrio ni del
sido dividida por el hornillo, los dos platos y la
café aquél ni de la cancha de Velesárfield.'para él
papelería, en cocina, comedor y escritorio.
Vázquez miró las dos sillas a lado y lado de la la patria se transportaba con la gente y estaba ahí
donde siguiera la discusión y se armaran líos
mesa, la lámpara de kerosén que colgaba del
techo, y se le llenaron los ojos de lágrimas. Le e?tre grupos y personas. Aparte de su gente, eso
dio una súbita ira contra sí mismo. ¿Pensaría s1, no le importaba nada. Le maravillaba que
ella que estaba viejo y se dejaba arrastrar por sus Mariana, por ejemplo, pudiera tener amigos en la
emociones? Pero al mirarla, vio que también ella ciudad que no provinieran de la estación. ¿Cómo,
estaba llorando. Una ternura sólida, definitiva, y de qué hablaban? Mariana se reía y se burlaba
creció entre ambos. llamándolo provinciano irredento, pero a él n�
le hacía mella. Sus amigos seguían siendo El
Chajá, El Muerto, los ílacos, que eran una multi­
a tud y se veía obligado a diferenciarlos, "El flaco
Mientras corría, Luis consideró que no estab
to a ver a su mad re. La sos­ Ortiz ", "el flaco Pereda", y así interminable­
de más subir un minu
él, mente; o bien ellos, o bien los amigos de ellos· el
pecha de que sabía siempre algo más que
casi nunca errab a. Desv ió hacia la casa y, como �ig? del Coco, el amigo del Caballo López; �o
ex1Stia nadie fuera de ellos. Ya en un segundo
cada vez que lo hacía, se repitió, acercándose,
plano se manejaba con otras generalizaciones; la
que Ana Cruz era una verdadera fiera para conse­
gente que trabajaba con Ana Cruz era, simple-
guir cosas. Efectivamente lo era. Mientras la
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mente "los camaradas de la vieja". A su vez, ella la comida, pero al mismo tiempo anuncio que
nunca' trataba con nadie fuera del partido Y no tenía que irse corriendo, porque estaba llegando
se le habría ocurr ido jamás emplear a gente de un nuevo contingente. Ella preguntó si había
dudosa ortodoxia. Se sabía su revolució1;1 rt:sa de alguien conocido, por decir algo, pero era evi­
memoria pero su maestro y mentor seguia siendo dente que pensaba en otra cosa. "¿ Qué hay?"
Stalin; aunque no hablaba de es o, con sideraba el -preguntó él, alarmado. Ya las antenas s e habían
revis ionis mo antiestalinista como un grav� error, puesto a funcionar. "¿Y todavía preguntás que
del que algún día se arrepentirían. El partido era hay?" repitió ella, gozando con la desesperación
su única verdad, y el mayor dolor que pudo pro­ de Luis. "¡Dale! -dijo Luis ya medio furioso­
ducirle su hijo Luis fue tomar distraída��mte la nada distinto de ayer ni dis tinto de mañana".
militancia y de spués alejarse de ella, asocian�ose "Si lo tomás así...", mas culló ella, y se dio vuelta
_
a grupos de loquitos que no teman la menor idea a revolver su olla."Vamos vieja, ¿qué pasó?"
de lo que era la lucha política y carecían de toda -repitió con la voz más ater ciopelada, porque
sensibilidad popular. Ana pens aba, muchas veces , conocía bien las artimañas. Entonces ella se dio
que ahí había faltado la mano fuerte del padre; vuelta de golpe y le dijo con voz dura: "Flora se
,
. pero qué hacer si ella misma, de comun acuerdo pegó un tiro. La llevaron al hospital pero no
�on él resolvió vivir por su cuenta y romper había nada que hacer". Luis se paró de un salto
toda ;elación cuando el chico tenía apenas y se pus o a dar vueltas a grandes zancadas y a
cuatro años? Ana se acordaba poco de aquel golpear las paredes con los puños . "¿Por qué?"
encuentro tempestuoso, del cual h abía resultado -preguntó finalmente y se puso a repeti r histéri­
Luis . Un hombre alto y grande, con los ra�os camente, "¿por qué?, ¿por qué?". "Mejor se
ojos claros de sus abuelos alem�ne�, se le i�a lo preguntan a Torres "- dijo Ana. "Us ted y sus
borrando o superponiendo a image�es � as amigos; pregúntenselo a esa bestia y háganle a él
firmes de otros hombres que sí habian sido lo mis mo que él le hizo a ella". Luis empezó a
camar�das de verdad, únicamente preocu�ados zamarrearla. "Pero vos qué sabés de todo es o".
por los asuntos del partido. Luis era. qmen le "Pregúnteselo a su amiga Vázquez", insis tió la
impedía que la imagen del hombre alto se borra­ madre sin inmutarse por el destrato de Luis.
ra por completo porque, salvo la flacura, era su "Ayer se pasaron dos horas encerradas insultán­
viva imagen y no había sacado �ada de �lla, dose. Tal para cual. Y todos ustedes, tal para cual.
bajita, aindiada. Cuando Luis entro, como iem­ No me lo pregunte a mí, que no tengo que ver con

pre, como una tromb�, tuv� un pensamiento esa gente, ni tampoco con u sted, al fin y al cabo.
inusual: ¿cómo habnan mirado su padres Nosotros somos gente trabajadora". Luis vio

indios, que no conoció nunca, a ese �ieto alto, venir encima el discurso proletario y la apartó de
flaco, nervioso? Pero su hijo no le dio mu�ho un empujón. Dijo algo ininteligible y salió dispa­
tiempo para responderse, en caso que hubiera rado por la puer ta; con el mis mo impuls
o bajó
alguna respuesta. Se sentó a la mesa olfateando las es caleras pero, ya en la calle, no supo qué
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Torres caminaba por las calles oscuras pegado a dicho un espía o un milico o un poli, pero no,
la pared. Siempre pegado a la pared y ladeando el dijo un torturador, porque odiaba los circunlo­
cuerpo, es decir, rozando las paredes con un quios. Su compañero le aseguró que estaba
hombro y parte de la espalda, para que no lo chiflada y que indudablemente ese era el último
fueran a pescar desprevenido jamás. Iba esa sitio donde iría a parar un torturador. "Pues éste
noche, como todas las noches, hasta el galpón vino", dijo Ana categóricamente -"y tengo que
donde tenía el desgraciado perro amarrado. La saber para qué". Torres se escabullía pero Ana lo
historia de él con su perro la conocía muy poca siguió hasta obligarlo a enfrentarla. "Su nom­
gente, porque todos estaban demasiado preocu­ bre"- le preguntó. Estaban uno muy cerca del
pados por su propia sobrevivencia para intere­ otro y casi a la misma altura. El tipo llevaba un
sarse por un loco que amaestraba un perro ham­ quepis roñoso y se lo enfundó hasta la frente.
briento mostrándole pedazos sanguinolentos de Después metió las manos en los bolsillos. "Usted
carne, de lejos, en la oscuridad. Una sola vez fue no es quien"- le contestó sin mirarla. "Aquí
hasta ahí con Luis, que a pesar de su repugnan­ todos somos quien- dijo Ana; en la estación se
cia por Torres necesitaba cuidarle los pasos, ya lleva un censo riguroso de los compañeros que
que nadie podía dudar de que estuviera todavía entran". Yo no soy compañero- repitió el hom­
conectado con los de allá. ¿Por qué, si no, habría bre con la misma voz lenta- "Ni necesita decir­
desertado de un buen puesto, de la confianza de lo- replicó Ana con una risita agria; lo que le
sus superiores en su excepcional calidad de tor­ pregunto es su nombre". "Por eso hay que poner
turador, y de una vida infinitamente más cómoda orden" -dijo repentinamente el tipo, y su voz
que el terrible muladar de la estación? Segura­ estaba tan cargada de rabia, que Ana vaciló y
mente su intención, al llegar a la estación, fue dio un paso atrás, pero se repuso enseguida.
pasar desapercibido; pero bastaba verlo caminar "¿Qué dice? ¿Qué está diciendo ahí?" repitió
unos pasos para saber quién era y de qué se tra­ también enardecida. Su compañero la agarró
taba. Lo más impresionante no era que no habla­ del brazo, porque no le gustó verlos como dos
ra, sino que no pudiera sonreírse y que necesita­ gallos de pelea, feos, achaparrados. Algo peligro­
ra obligatoriamente poner cierta distancia entre so los rodeaba. "Digo lo que digo y usted se calla",
él y los demás, quedar solo y a la defensiva, dijo el tipo arrastrando las palabras. "Por su
siempre de frente o casi, aunque sin mirar a la culpa hay que poner orden. No hay más salida
gente, lanzando apenas miradas oblicuas que evi­ que el orden. El orden como sea, para que se
taban la confrontación. Cuando Ana Cruz se lo respeten las instituciones". Ana iba a contestarle
cruzó por primera vez, poco después de llegar, y pero de pronto se quedó callada. Miró a su com:
cuando todavía él y Alí y Flora andaban confun­ pañero y le dijo con toda calma: "Ya te dije lo
didos por los andenes entre la multitud, se paró que era. ¿Ahora estarás convencido?". El tipo
de golpe y le dijo al compañero con quien andaba pareció aprovechar el descuido de Ana y se desli­
que ese tipo era un torturador. Podía haber zó velozmente entre los grupos, pensando que
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Ana lo perseguiría, pero ella ya estaba tranquila, para nada más que para armar líos". "Hablás
una vez confirmada su sospecha. Días después como el gordo y sus muchachos"- replicó áspe­
Luis le comentó acerca de Flora y de Alí, de lo ramente Lu�s- "se p asan el día echando pestes
que habían pasado para escapar de aquel infier­ contra medio mundo, como si el asunto fuera
no, y de un tipo raro, llamado Torres, que coser carteritas de cuero". No siguió adelante
parecía andar con ellos. "Torres", repitió ella porque su madre dio una vuelta en redondo y l¿
con el sartén en el aire, y quedó en uno de esos enfrentó: "Y qué- le dijo- el asunto es coser
suspensos que sacaban de quicio a su hijo. No carteritas", y puso en el es todo el énfasis de que
dijo más nada, pero se interesó por Flora. ¿Así era capaz. "Y de paso, entre tanta charla inútil
que Flora había sido la de la bomba en El Tigre? �e�or sígale los pasos a ese Torres", concluyó 1�
Ahora Luis se tomó la revancha y volvió a contar v1e3a, dando por terminada la conversación.
con pelos y señales una historia que todos cono­
cían. Lo que no se sabía muy bien era qué le
habían hecho a Flora en la cárcel, aunque era Mientras caminaba, Torres pensaba en la gritería
bastante fácil imaginarlo. También se sabía que que habían armado las dos mujeres el día anterior.
Alí, su marido y uno de los jefes del grupo Tomaba sol en el techo cuando vio entrar a Ma­
armado, había conseguido escapar del país en un riana y enseguida comenzó a oírse una gritería
primer momento pero luego regresó y permane­ furiosa, pero no alcanzaba a entender claramente
ció en la clandestinidad. ¿Y cómo era posible lo que decían. La casa no tenía más que una
que Flora hubiera salido viva? Ana se limitaba a puerta y dos ventanas en la parte de adelante, y
_
preguntar y su hijo lanzaba esas hipótesis vagas le era unposible escurrirse sin ser visto a la parte
y perentorias al mismo tiempo, que nunca de atrás, dividida por una cortina, donde tenía
conducían a ninguna parte. "Dónde están su cama. Maldijo haber salido a tomar ese sol
viviendo", preguntó la vieja de pronto. Luis no pálido y asqueroso; de sólo pensar que podía
sabía muy bien. Parecía que Flora se movía bas­ estar quieto, vestido, entre las sábanas, oyendo
tante astutamente, a pesar de su aire errático, y la discusión sílaba a sílaba, el corazón comenzó
se decía que conseguirían un apartamento por a latirle furiosamente. Suspiró, acordándose de
encima de los cientos que hacían cola con sus otros gritos; cientos de gritos, corredores llenos
pedidos en la mano. La conversación terminó de aullidos y lamentos, por donde taconeaba en
ahí. Varios meses después, Luis le contó a su una época feliz. ¿Cómo se pudo producir eso?
madre que Flora, Alí y Torres vivían en uno de ¿Cómo era posible que hubieran dudado de él?
los apartamentos nuevos hechos por el gobierno "�l Tarta, ese perro, que me tenía entre ojos".
para los refugiados, pero ella no dijo nada, sólo Siempre era la misma respuesta. Siempre el
se limitó a mover la cabeza y sonreírse. "Seguire­ mismo filoso dolor al repetir esa frase. Siempre
mos oyendo hablar de ellos"- comentó final­ la imagen de Carrillo, el jefe, algo tembloroso
mente; "son de esa maldita gente que no sirve preguntándole cómo se le había ido la mano.
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muchas veces, vomitaba flemas verduzcas. Ahora, ese pelo enredado y ensortijado donde se metía
muerta Flora, sólo quedaba Alí como único las manos nerviosamente. La muerte de Flora lo
testigo de su existencia. Y el perro; pero a este, obligaba a pensar en tantas cosas que había
tarde o temprano, lo mataría a palos. clausurado; su propia vida, empezando por eso.
Las mutuas acusaciones entre él y Mariana co­
menzaron mucho antes de irse, claro que sí.
Tenía que encontrarse enseguida con Ada. ¿Pero En el fondo, su mujer nunca le perdonó su caci­
cómo, a esa hora? Ada no volvía sino por la cazgo de barrio, la felicidad que le daba el
noche de las escuelas comunales, que quedaban comité, su le�to ascenso hasta los primeros pues­
al otro lado del río. Y si no podía hablar ahora tos del partido. Porque, ¿qué era ese partido
con Ada, iría a buscar a Mariana. Trató de expli­ para ella? La basura, los politiquitos de siempre
carse a sí mismo porqué le era tan dolorosamente los que nunca consiguen el poder, los que term/
urgente hablar con una o con otra y su mente nan en los concejos municipales. Mariana era más
quedó en blanco. Tampoco supo qué iba a decir­ ambiciosa, �na de las más brillantes abogadas de
les. Que Flora se había pegado un tiro, bueno, y _
su generacion, y no tenía problemas para encara­
qué más. A lo mejor ya lo sabían; por lo menos m�se en _ la sociedad; -"fue la primera mujer a
Mariana, con toda seguridad. Luis no llegó con quien le_�ieron el decanato de ciencias políticas",
Pablo a la estación para recibir a los nuevos, _
s� repitio, como un� lección largamente apren­
como estaba convenido, de modo que andaría dida. Pero_ ya no sentía ningún orgullo, como el
por ahí repartiendo la noticia. Y al fin y al cabo, de otros tiempos, al confirmar la carrera pública
a él no le importaba un comino que Flora se
�e_ su mujer. Sentía más bien aversión hacia esos
hubiera pegado un tiro. Si era así, y así era, exito �, a los que culpaba de su progresiva actitud
¿por qué se abría ese espacio vacío delante suyo, prescmdente respecto a él. A veces los culpaba y
una especie de desierto inmenso que estaba a r�tos p�nsaba, con mayor tranquilidad, que
obligado a recorrer? También era insólito que
quisiera ver a Mariana después de ¿cuanto tiem­ �anana siempre había sido así, que ya de estu­
diantes _ ella lo _ con�ideraba con cierta sorna y
po ya, dios mío? que no se dirigían la palabra y despreciaba su mteres por la gente insignificante.
se saludaban con un gesto cuando se cruzaban en Ahora todo eso era una historia muerta, tan
la casa. Prefería hablar con Alí, aunque a primera muerta como Flora. Es cierto, el exilio revolvió
vista resultara inconcebible, y hubo muchas todas_ �as cosas y las desquició brutalmente; pero
tardes en que Alí y él se sentaron a hacer inter­ ta1:1bien las puso en claro. Si hubieran seguido
minables maquinaciones sobre el futuro del país, alla, recriminándose mutuamente cada vez con
en una sala tan oscura que apenas se veían los mayor acritud, habrían terminado por acomo­
perfiles. A veces Alí doblaba la cara hacia la darse en cada uno de los papeles que inventaban
ventana que daba a un tragaluz, y Vázquez pen­
para salvarse; Mariana, barrida por los golpistas,
saba lo joven que parecía, o a lo mejor era, con
acantonada en su nuevo disfraz de mujer de
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que el tipo comiera dobles raciones, le empujaba Adriana. Hasta ayer por la mañana, cuando me
el plato, se reía. Era un buen cumpleaños para desperté y empecé a rehacer, minuto a minuto,
ella. Quedó un poco desconcertada cuando no le esta escena'. Angélica no me dejó interrumpir ni
dimos a cortar la torta. Comprendí que lo que una sola vez. Cuando se quedó callada, yo no
todos necesitábamos era que esa pesadilla termi­ supe ya qué preguntarle. ¿ Qué hubiera podido
nara de una vez, que Flora y el tipo se fueran y contestarme? Nos quedamos, pues, en un espan­
que hiciéramos como si nunca los hubiéramos toso silencio. De repente Angélica se dirigió
visto. Algo parecido a eso sucedió. Terminado el hacia mí, comenzó a sacudirme por los hombros
postre el tipo se levantó, se hundió el quepis en Y a gritar "No resistirá, no resistirá", como una
la frente haciendo otro breve saludo general y demente. Le hablé un largo rato tratando de
agarró a Flora de un brazo. Mamá le extendió la persuadirla de que lo importante era que estu­
mano a través de la mesa, pero como nadie res­ viera viva y que se supiera dónde estaba. Eso, en
pondió a su gesto, hizo una vaga señal de despe­ el momento que vivíamos, era lo más que podía
dida moviendo la mano. Le dijo a Flora que era pedirse. No sé por qué, mientras le hablaba y la
el colmo que se estuviera tanto tiempo sin verla; calmaba, me di cuenta que el tipo volvería.
¿acaso no era ella su nieta preferida? Debía Seguramente volvería, porque entrar a esa casa
volver más a menudo, podía traer a ese amigo iba a estar en la cuota de sus batallas ganadas.
tan simpático. Mientras salían del comedor, Fue una corazonada, y resultó, vos sabés".
mamá seguía insistiendo en que volvieran. Toda­ Alí se calla. Contar esto ha sido bueno para
vía sentados a la mesa, oímos que se cerraba la él. Sabe que Mariana no sólo se ha limitado a
puerta de entrada. De repente dijo Carlos: "Lo oírlo, sino que lo ayudará a escudriñar esa alima­
que no me explico", y se quedó callado. Pero su ña que tiene agrampada a su costado: Torres.
frase bastó para que yo pudiera ponerme de pie Le basta abrir la puerta para saber si Mariana
y correr al dormitorio, y de ahí hasta el fondo, a está en un día bueno o si ha caído en el fondo
la pieza de Ester, abrir la puerta y ver que Ester del pozo, porque con él afloja toda su enorme
apenas tenía tiempo para dejar a Adriana sobre capacidad de disimulo. Puede encontrarla azo­
su cama, y lanzarnos una en brazos de la otra rada, en la mitad del cuarto, como si no s�piera
como locas. Y o no podía sentir más que la terri­ por dónde escapar al peso de los dos monumen­
ble opresión en la cabeza, el golpeteo duro con­ tos tallados. Entonces avanza hacia ella y la abra­
tra las sienes, y veía que Ester no paraba de za más largamente que otras veces, sin erotismo,
llorar y de gritar "qué le hicieron, qué le están tiernamente, hasta que siente· que algo se pacifica
haciendo". Debí desmayarme, porque después en ella. A pesar de todo lo que discutieron al
recuerdo a Ester poniéndome una toalla fría y principio sobre la posibilidad de hacer el amor o
mojada a los lados de la cara y a tu mamá que justamente por haberlo discutido tanto, po�as
me daba unas pastillas y me ponía el vaso en la veces se despierta en ellos la necesidad de ir más
boca y entre ella y Ester me acostaban al lado de lejos de esa conversación interminable, o los
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silencios comprensivos y cómplices en la oscuri­ primera vez que se soñó así, pero cuando el sue­
dad creciente de la pieza, o las caricias espontá­ ño se repitió, entró en un pavor sombrío. Alí
neas al hallarse cerca uno del otro. Cuando la recurre a soluciones tranquilizadoras, le explica
encuentra así desarmada, sin defensas pero que ha pensado tanto en el primer sueño que fi­
también sin poder enfrentar las razones que la nalmente lo ha fijado, que no hace más que lla­
empujan a tales abismos, Alí siente que la piedad marlo con esa obsesión, que todo el mundo tiene
lo domina; se le hace patente que podría ser su períodos en que un mismo sueño reaparece, y
madre y que sus perspectivas de futuro ya no luego se diluye con el tiempo, sin saber por qué.
son demasiadas y, curiosamente, también renace Pero, cualquiera sea la profundidad de sus caí­
en él el sentimiento de su propia juventud, como das, Mariana se rehabilita de un modo pasmoso y
algo ingobernable, más allá de las repetidas certi­ esto es lo que Alí más ama, sin poder evitar la
dumbres de que su vida está acabada. De repente, comparación con el silencio inquebrantable de
es un muchacho el que rodea con sus brazos una Flora. Muchas veces le ha repetido algo que es
mujer vieja, que no oculta sus terrores. Posible­ cierto; se hubiera enloquecido a no ser por esas
mente ha soñado de nuevo. Y a le ha contado tardes que pasan protegidos y embutidos en la
varias veces unas pesadillas recurrentes, donde ve cama tallada. Alí lee en voz alta ensayos que ella
su cuerpo deformado, ligeramente hinchado, discute, interrumpiendo acaloradamente; a ratos
sobre un suelo que no puede distinguir bien. No se duerme y él comienza a escuchar su respiración
se ve a sí misma pero sabe que es ella. Hasta el acompasada, que le comunica una extraña paz.
cuello, su cara se ha vuelto porosa y gris oscura, Hay veces en que, dormida, la abraza y acaricia
como la materia de aquel hombre con el león con una prolijidad exasperante, porque él mismo
que pintó Magritte; pero la boca está entreabier­ comprende que está al acecho de sus propias
ta, y sale en silencio un líquido en forma de bur­ reacciones; pero es como si toda sensualidad se
bujas, continuamente, que va empapando el hubiera perdido en aquellos meses de errancia en
cuerpo hasta que la ropa le queda pegada al vien­ la frontera, esperando volver a entrar para estar
tre, a las piernas. Vuelve a mirar el cuerpo y de nuevo con Flora; loca, absurdamente enamo­
piensa con desesperación que no puede ser ella, rado de Flora hasta el punto de haber perdido el
porque el vientre avanza en punta, como el de tino de su militancia política, dispuesto a hacer
una mujer próxima a parir. Y sin embargo está cualquier cosa para recuperarla y temiendo cada
segura que acaba de morir, que estando sentada minuto más por ella, con las noticias terribles
en alguna parte comenzó a reclinarse y a notar que llegaban de los muertos, los desaparecidos,
que ya no podía ni hablar ni oír. Este sueño los torturados. Ni un mensaje directo de Flora;
horrible variaba, pero se mantenía el color gris fue Angélica la que le mandó avisar el nacimien­
terroso de la cara y la espuma saliendo lenta­ to de Adriana. Flora bien, decían los compañe­
mente por la boca. Alí sabía que Mariana era ros, en plena lucha, se creció con la desgracia.
agorera y creía en los presagios. No hizo caso la Flora dirigiendo un grupo, nadie supo decirle
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cuál, ¿acaso no se formaban ya grupos espontá­ Alí, sin mayor entusiasmo. Mariana seguía recor­
neos en todas partes? El caos y el repentismo do 0 tando. "A vos estos nombres no te dicen nada,
minaban el movimiento. Cualquiera montaba un pero fueron mis compañeros de universidad. En
comando. Hasta Flora, siempre tan dócil, que realidad -dijo al rato- lo hago para Vázquez,
había salido de las manos de Angélica para pasar porque como él forma cada dos por tres un
a sus manos y nunca se hubiera atrevido a hacer nuevo gobierno, tiene que estar bien seguro de
algo por su cuenta y sin consultarlo con su no nombrar traidores por equivocación". "Váz­
madre o con su marido. Alí pensaba que todo el quez ha conseguido un buen apoyo en la gente
amor se había consumido con Flora, primero de las tiendas del Este -dijo Alí- la verdad es
con ella real, de carne y hueso, en una pasión que mucho más que nosotros, a pesar que el
continua, sin sosiego, aumentada quizás por el promedio allá es de veinte a treinta años". "Pero
peligro que crecía día a día; después con una no te olvides de que son los tipos que se resol­
sensualidad casi hostigante cuando empezó a ser vieron a trabajar y montar las pequeñas indus­
una chica embarazada, más bella que nunca y trias", comentó Mariana. "No es sólo eso, dijo
ligeramente más rotunda, atendiendo el trabajo Alí- el discurso de Vázquez tiene siempre un
de grupo como si no pasara nada, desertando de punto que le gana la adhesión de la gente. Ese
la casa de Angélica, donde vivieron desde que se punto es la unidad en el exilio. ¿No ves que en­
casaron para conformarla; durmiendo en cual­ tre la estación y las tiendas, hay por lo menos
quier parte, apretada contra él en algún colchón -pensó- seis grupos que pretenden la dirigen­
en el suelo, arrebujados bajo mantas usadas; y cia?". Vuelven a caer en un tema que les gusta y
aunque esta necesidad y pasión carnal se terminó les repugna al tiempo, como es la necesidad de
de golpe al tener que escapar, Flora había que­ revisar qué está haciendo cada uno aquí, qué es
dado impresa en cada parte de su cuerpo. Todo lo que quiere y si es o no coherente con lo que
era pasado ya y le asombraba su desvanecimien­ hizo antes. Pero los dos saben cortar cuando
to. Perdía la noción del tiempo y no quería advierten que entran en la conversación redonda,
recuperarla. Cuando comenzaba involuntaria­ maníaca. Mariana siempre queda algo resentida
mente a hacer memoria y calculaba que pasión y de esa charla, que no querría emprender jamás,
cataclismo habían llevado apenas tres años, pero que sabe que es inevitable. Por eso, cuando
salía de esa idea catapultado, resistiéndose a Alí le propone que vayan juntos esa noche a la
medir la vida; edades, tiempos, períodos, todo estación, rechaza la idea con una violencia ines­
perdido en el naufragio. La sonrisa joven y se­ perada. A la estación, jamás. Ya tiene bastante
ductora de Mariana lo pescaba y sacaba de ese con aguantar la rutina diaria de la biblioteca. No,
maelstrom. Lo rescataba, como él la rescataba. no tiene nacia que ver, pero una salida es sufi­
Mariana desplegó el diario que le había llegado ciente. Porque, ¿adónde sale? ¿Sale a una calle
por la mañana y comenzó a recortar artículos. que reconoce, en un otoño o un verano que as­
"Cómo va el archivo de la infamia", preguntó pira con fruición, así sea masacrante; camina
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te, y no lleva a Déjame pensar, Angélica Y Adolfo se divorciaron
esfuerzo es infinitamente tris cuando Flora tenía más o menos trece años .
ninguna parte. desde ento?ces hasta los dieciséis, que fue más �
élica -ar­
"No pudiste verme en casa de Ang menos_ la _ epoca en que los perdí de vista, el
más o menos
guye Mariana- porque dejé de ir traba.Jo sistemático de Angélica fue separar a
isiet e años.
cuando Flora tenía dieciséis o diec dieci­ �l,ora del padre. Me consta que Adolfo lo resin­
¿A qué edad la conociste vos?". "A los tio enormemente, porque nos veíamos a menudo
sar; no, ya las
nueve". "En ese caso, déjame pen de por a��ntos de trabajo, y que sólo cuando com­
tod o dejé
había perdido de vista. Y más que que
pre1:dio �ue no h�bía más remedio que aceptar
-
la man era
ir por Flora, porque no soportaba la situac10n, penso en volver a casarse de nuevo
re criatura.
tenía Angélica de manejar a esa pob y en hace� otra familia que, por cierto, le funcio­
_
venía dete­
Desde que se divorció ya la amistad quez y yo no muy bien. Pero cuando Angélica vio corona­
Váz
riorándose, porque vos sabés que dos su� e�fuerzos, se encontró con que el princi­
s de uni ver sida d de Adolfo y pa� obJet1vo de su vida había desaparecido y fue
fuimos compañero
Una de las razo­
nos recibimos al mismo tiempo. �h1 �ue, _desgraciadamente, apuntó hacia Flora.
a imposible, fue
nes por las que se hicieron la vid l. Te 1magmas el peligro que significa alguien que
_
de echarle en
porque Angélica no perdía ocasión la plata, lo no tiene nada que hacer en su vida, que le sobra
de
cara a su marido que ella era la la plat�, que no tiene marido para fastidiar o
s era cier to, por que Adolfo hizo
que sólo a me dia �erseguir Y que, aparte de hostilizar al servicio Y
pre estaba re­
una gran carrera, y su bufete siem ía estancias Jugar tres tardes a la semana a las cartas con
ten
pleto de gente; pero claro que no otr�s vagas como ella, tiene todo un tiempo
ni estaba aco stum bra do al lujo de Angélica, a los vac10 e�tre las manos? y Flora, para colmo de
eces que por
criados y a toda una sarta de estupid sus d:sdic�as, l� daba muy poco argumento; era
o fue cierto
otra parte le reventaban. Tampoc la ch1�a �as sena y estudiosa que he conocido y
Ang élic a trató de
que no quisiera a Flora, como a�emas, mte!igente, de modo que a los quinc;
oca sión de des­
inculcarle a su hija; no perdía anos ya podia muy bien darse cuenta de lo igno­
sepa rarl os por
prestigiarlo, hasta que consiguió cio­
r�nte y est�pida que era su madre, pero no daba
do a las reac
completo y que Flora, por mie a su
.ninguna senal de advertirlo. Todo lo contrario
ver nun ca
nes de Angélica, terminara por no sufr ir
se fue c�nvir�ie��o en la compañera perfecta d�
la hizo
padre. Me imagino que todo esto muy
una muJer h1stenca y solitaria, acompañándola
_
ada pero
mucho, porque era una chica call a la estancia cuando era necesario, y al cine y al
ulpar a la
afectuosa, siempre dispuesta a disc teatro todas las veces que Angélica quería, aun­
con todo el
gente y a tener consideraciones la casa
que después tuviera que quedarse estudiando
n en
mundo. Ni qué decirte cómo adoraba tenían
hasta las �n��das. Salvo jugar a las cartas, a lo
ela, que
a Flora, sobre todo Ester y la abu gélica.
que se resistio suave pero inexorablemente Fl -
nía de An
que sufrir pacientemente la tira ra no daba ningún motivo para el- hostigamien�o
111
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un día de éstos debería hablar con Ana por asun­ escribir. ¿Le parecía raro? Luis prefirió evadir la
tos legales y bancarios y muchas otras cosas. La respuesta. Quería escribir, además, poesía. ¿Tal
sopa, el calor y la cantidad de gente amontonada, vez la tipografía podría sacar algunos de sus
que hablaba moderadamente, como en un velo­ poemas? No, no tenían que ver con política,
rio lo fueron amodorrando. Lo último que vio pero sí con la vida, dijo ella, y no hemos conoci­
fu� a Luis, que se inclinaba, le decía algo, Y le do otra vida que la política. No, no eran sobre la
mostraba a alguien, pero él se dejó vencer Y la cárcel, ni sobre las torturas, pero salían de todo
papada le cayó sobre el pecho. "Está fr�to -le eso. Luis no entendía demasiado. "O blanco o
dijo Luis a la muchacha que se sonreia- ya negro", dijo él, sintiéndose un poco ridículo,
tendrán sobradas oportunidades de conocerlo. pero ella se sonrió y afirmó pausadamente que
Es un tipo impotable, pero se apropiará de las entre el blanco y el negro se daban cerca de cien
tiendas del Este". "¿Qué son las tiendas del tonos de gris, lo cual seguramente acababa de
Este?" -preguntó la muchacha. Tenía un esplén­ inventar. A él le produjo cierto impacto su son­
dido perfil, aunque de frente la cara resu�taba risa, porque le recordó momentáneamente a
demasiado cuadrada, enérgica. El pelo rubio le Flora y esa iluminación que se producía en su
caía desordenadamente sobre la frente y atenua­ rostro al sonreírse. Flora y la chica se sonreían
ba ese diseño riguroso. Luis se acordó de que con toda la cara, y Ada únicamente con la boca.
Alicia había llegado ayer, con el último contin­ Pensó que las muchachas eran unos animalitos
gente, y no tenía ni idea del lugar donde la ate­ raros y perturbadores. Salvo Ana -Cruz, las demás
rrizaron. La vieja la había recibido en su casa mujeres le resultaban indescifrables hasta Ilse
con los dos chicos, uno de tres y otro de cinc o que lo único que quería era irse a la 'cama con eÍ
,
años lo cual era bien insólito, pero le hab1a que encontraba. Entiendo a Ana Cruz porque
explicado que a su marido, que era del Partido, es como un hom_bre, pensó con cierto asombro.
lo habían torturado y matado en la cárcel tres Se dio cuenta de lo cansado que estaba y se
años atrás, y con eso estaba dicho todo. Lu�s no reprochó estar perdiendo el tiempo en pavadas.
le sacó más datos a su madre y la coµoc1a lo Más le valdría echarse un sueñito, como el
suficiente como para saber que era mejor no Gordo, que al fin resultaba siempre el más sabio.
insistir. Por lo poco que conversaron, Luis tuvo Le dijo a Alicia que ya hablarían más tarde y se
la sensación de que la chica vivía a salto de mata deslizó al cuarto del tipógrafo, en el piso de
desde que le asesinaron al marido y que todo se arriba. Esquive! dormía vestido, enrollado en un
le fue haciendo progresivamente difícil hasta que costado de la cama. Lo empujó suavemente y se
consiguió que los comités de ayuda la embarca­ acostó a su lado. Tanteó una manta y se la subió
ran para Europa. Parecía estar en el limb?, _Y_ a hasta la cabeza. Aspiró con fruición el olor a
Luis se le hizo muy complicado tratar, mut1l­ lana de oveja y el contacto áspero, que lo devol­
mente de contagiarla del entusiasmo por el acto vía a la infancia. ¿Sería posible que Ana Cruz
del dí� siguiente. Lo que ella quería -le dijo- era hubiera cargado consigo, en mitad de la estam-
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podía cambiar una palabra, pero que estaba muy do se encontraron frente a frente con el comité
buena aunque levantara los hombros en señal organizador, se sentaron donde les indicaron y se
de de¡precio con más frecuencia de lo que a él le prepararon estoicamente a escuchar los discur­
hubiera gustado. La llegada de los inspectores sos. El traductor sudaba al repetir en esa lengua
a la estación estaba prevista para las nueve, pero ex�raña cada frase que pronunciaba Vázquez,
una hora antes ya la manifestación era impresio­ qmen evidentemente era el jefe. Vázquez dele­
nante. La gente permanecía de pie, esperando, treaba su frase con una elocuencia extraordina­
sin impacientarse. Los organizadores habían ria, pero el traductor la repetía tan bajo que
sacado la mesa larga del comité para afuera, con apenas se oía, por lo cual los inspectores prefi­
un montón de sillas. Vázquez, Pablo, Raúl, Luis rieron mirar el espectáculo de Vázquez vocife­
y un compañero de la escuela donde trabajaba rando y se desentendieron del sentido. En un
Ada, que haría las traducciones, se sentaban y se momento, al terminar Vázquez la frase, Luis se
paraban, como en una repetición teatral. ��a Y paró y aplaudió frenéticamente; eso era lo que él
el Chajá, con otros tipos, formaban el comite de quería decir, que el asilo duraría poco, que la
recepción para llevar a los inspectores hasta la dictadura estaba marcada y lista a derrumbarse,
mesa. Ana Cruz y su grupo permanecieron de pie, que pronto volverían a su país, sin haberse desin­
detrás de los organizadores. Ana no quiso sentar­ tegrado en el exilio. Cientos de personas comen­
se a la mesa principal; le bastaba con ver ahí a su zaron a aplaudir y el aplauso se fue corriendo
hijo, y se sentía levemente orgullosa de él. hacia el fondo de la estación como una ola
El primer momento de pánico ocurrió cuan­ retumbó afuera, y desde allá volvió el ruido de
'
do los inspectores llegaron y creyeron que la granizo de los aplausos. Vázquez miró a Luis
gente ya estaba fuera de la estación, lo cual desconcertado y no supo qué hacer. ¿Debía dar
facilitaba enormemente las cosas. El traductor por terminado su discurso? Uno de los inspec­
se las vio negras para explicarle, mientras Ada ac­ tores se levantó y le extendió la mano. Antes
cionaba con las manos, que las gentes de afuera que los otros oradores tuvieran tiempo de repo­
de la estación estaban en manifestación de nerse, ya la multitud había rodeado a Vázquez y
apoyo a los de adentro de la estación, donde más forcejeaba para llevarlo en andas. "La cosa se
de mil personas los esperaban. Por un momento, jodió", pensó velozmente; "Luis, Pablo y Raúl
los inspectores no supieron qué hacer. Habían me van a matar". No lo había hecho a propósito,
tratado de dar la orden de desalojo a alguien, pero se sentía aliviado de haber cortado el tono
pero nadie la recibía; uno de ellos preguntó por funeral del acto. Los inspectores trataban de
Vázquez y se les fue señalando el camino, que ya hacerse entender por medio del intérprete y agi­
les fue inevitable recorrer. Aunque la multitud taban papeles, pero ya nadie les hacía caso. El
era tranquilizadora, los inspectores se sentían acto era una gran fiesta interna, una apoteosis
acorralados. Aquello no tenía precedentes, era lo levantada sobre la nada. Trabajosamente, Váz­
único en el país que no tenía precedentes. Cuan- quez había logrado encaramarse sobre los
152 153
hombros de unos tipos y mantener el equilibro. vociferar el otro; pero Luis ya estaba entre los
Sonreía y levantaba la mano, pero parecía dos Y les gritaba, pálido, que se callaran de una
ligeramente sorprendido por el giro de los vez Y fueran a arreglar sus imbéciles peleas a
acontecimientos. Se empezó a corear un himno, ot;a parte. Y Ada aprovechaba para alejar a
que comenzaba en una parte y luego en otra, Vazquez, que levantaba el puño, entre la gente,
a destiempo. Algunos se callaban repentinamen­ para amenazar a Raúl. Los inspectores se fueron
te y volvían a vocear, hasta que el equívoco se esfumando. El intérprete reconducía a dos de
repetía. Desde lo alto, Vázquez se daba cuenta ellos hacia afuera de la estación y accionaba y
,
por primera vez de la multitud que lo rodeaba. mov1a la cabeza enérgicamente. De pronto el
La experiencia le encogía el corazón; era, pues, Gordo, que estaba en la escalinata de salida dio
un líder, en el cual reposaba el destino de la la orden irracional de aplaudirlos. La �ente
gente, pero por más que trataba de encontrar un estalló en aplausos y vítores, porque no sabían
marco adecuado a esa situación, sólo aparecía la muy bien que hacer y así entraban en calor.
clara sonrisa de Ada, y su manera doméstica de Asombrados, los inspectores saludaron. Uno de
quitarle las zapatillas. Por fin lo dejaron en ellos, antes de entrar al carro que los traía se
tierra, pero la gente se abalanzaba sobre él para sacó el sombrero haciendo una reveren�ia
hablarle y pedirle cosas, como si tuviera el poder "Estás loco -le dijo el Chajá al Gordo- esto�
en las manos. ¿Tan fácil era engañar, entonces? hijos de puta vinieron a desalojarlos". "Se van
¿Tan elemental era la ficción? Sintió que alguien como vinieron, -contestó el Gordo sin dejar de
le agarraba la mano y se la apretaba sólidamente; frotarse las manos. ¿Vos entendiste qué pasó?".
se dio vuelta y vio a Ada. "Ada, Ada", musitó "Ni un carajo", dijo el Chajá. "Yo tampoco. Ni
con un nudo en la garganta; pensó que ya era un nadie entendió un carajo. Ni el Vázquez ese, que
viejo y todo estaba perdido. Nunca volvería a su es un tarado, como lo imaginábamos". "¿Y qué
país. Reaccionó cuando Raúl comenzó a incre­ va a pasar ahora?" preguntó el Chajá, pero el
parlo, acusándolo a gritos de haber hecho la Gordo ya bajaba y no tenía ganas de contestarle.
jugada de siempre; pura demagogia, pura charla "Hay que desmovilizar y decirle a la gente que se
idiota para distraer a la gente. Pero, ¿qué podía vuelva al Este", refunfuñó como para sí mismo
esperarse de él? Habían sido unos tontos de "¿Qué va a pasar?", insistía el Chajá. El Gord�
dejarse engañar. En ese momento Vázquez sintió no contestaba ni una palabra y parecía furioso.
que volvían a salirle, redondas y perfectas, las "Ganarnos", gritó Luis, mientras pasaba a la
frases para refutar a Raúl. ¿Podría creerse ese carrera al lado de ellos. Los dos se quedaron con
mequetrefe que iba a aguantar pasivamente los la boca abierta. El Gordo pareció dispuesto a
insultos? ¿Acaso no era un agitador barato, que proferir una andanada de insultos, pero se calló.
recitaba como un loro doctrinas extranjeras para "¿Sabés?", dijo de repente el Chajá, mientras
cambiar las cosas por la fuerza y sin que el pueblo se lanzaba a caminar con el Gordo -"me gusta­
interviniera para nada? ¿Qué pueblo? Empezó a ron mucho las letrinas portátiles. F uncionaban
154 155
a, un a de Flora, pálido y ojeroso, luego lo perdió por
en iaba con Alici _
mismo tiempo que cong e escapaba y la mc �­ varios días y se olvidó de él con los ajetreos de
se l
parte de su personalidad s,q c si­ la man ifestación. Ahora parecía de nuevo anima­
extos cort
modaba. Alicia escribía t
o ue on

p em s y quería publ icar un do; el pelo ensortijado le había crecido y le


deraba formas de a
te a los ases�nos Y los
o
rodeaba la cabeza como una aureola . Luis reco­
libro. Odiaba vis ceralme n a de nocía en Alí cierta calidad del alma que, en el
ro no entendia na�
dictadores de su paí s, pe su tr b JO se fondo, necesitaba de las otras personas; por eso
rario d�
política. Terminado _el ho
a a

traduci a p ma s de tambié n sentía esa inevitable aversión hacia el


sentaba en un rincon y
oe

qu e int entara leé rselos,


pero Gordo y la gente del Este, por sus cortos alcan ­
Auden . An a tem ía
t . "E u n� ces, su rapacidad, su rastrero sen tido común
en n ingún mome
s
no lo preten dió
n o

ede v ir" :11 , Algo de locura era necesaria para ser un hombr;
per sona con la que se pu ,, !�p odna
urm uro

Ah er ':1.na de verdad. De golpe se llevó una mano a la cabe­


An a, ya lej os de Alicia y de
s
_ d hiJ OS za, porque la figura de Mariana invadió su me­
is, y ya tie �
-buen a compañera para Lu
n os

apenas cru z e p �n ­ moria. ¿Cómo, qué había pasado en todo ese


hechos ". Suspiró, porque
o se

ya había co mp e did tiempo ? Recordó su última llamada cuando le


samiento por su cabeza,
r n o

o tenía u mi ut � av�só sumariamente el suicidio de Flora. Algo


su insensatez. ¿Acaso Luch �
n o
_
n

u i ce san te ir Y v�n�;
as i como darle una puñalada y marchar se tan
tiempo libr e, fue a de s n
r
aerlo para el partido , tranquilo, con las manos en los bols illos . La
"No he sido c apaz de atr . Un tenía abandon ada desde hacía seis, siete días.
se dij o, con l a mi
sma amargu ra de siempre Un recurso, no de la mej or ley, sería preguntarle
iado, e ra L cho .
buen elemento desperdic
so e u

visto m � ve s ��e el a Alí; pero intuyó que había es tado ta n alejado


Ahora que lo había
o e en

de la m mf est � , Y de Mariana como él mismo .


comité de organ izació n
a a ion

r de tip o gra­ Trepado en un taburete, Alí se inclinaba lige­


os terio
hablar en las reuniones p
es la

que irí a j . V ya a ramente hacia adelante para hablar con Alicia.


fía se daba cuenta de
le os a

pero i í lej s; st aba Ella se recostaba en la pared, con las manos en la


saber en qué dirección,
r a o e

der, o co m ll s q espalda . Los miró más atentame nte, y le pare ció


hecho para alcanzar el po
n o e o ue

rt , sa t area que el pelo de ambos tenía una cierta relación;


es ? �c
trabajaban con ambicion_
s en e

, ing rat a y sm ter�mo , que, era la el pelo de ella no era tan salvaje como el de Alí,
de hormiga
sas. 'El llegara, pero pero gracias al color dorado y a la e spesura de
concientizació n de las ma con sus ondas, ganaba en feminidad. Le dio risa
sotros", pens ó,
tendrá que contar con no arr eb at d e c�l �; pensar que sería bella sólo hasta que le tocara
ito
cierto desafío . Si ntió un súb _
o
_ , recogerse el pelo hacia atrás, atárselo, hacerse un
s cur o . "P ro n to ser� una vieJa _
en los pó m s
moño . Nunca miraba a las mujeres con ta nto
le atraveso el corazo�
ulo os

pensó, y esa idea in esperada detenimiento y le fastidió que el pelo de Alicia


su gran sorp�esa. �ms
como una punzada, para
de que_ Ah hubiera lo sedujera hasta es e punto. Mariana era al revés
también estaba co ntento Jun to al ataud
_
ella gobernaba su caída oscura y lacia, ella sabí�
. Lo vi p r últ im a vez
reaparecid o o o
159
158
, pensó Lu�s Y 1� pun­ el puente, hacia la estación. Un sol indefinido
las ceja s. "Otro entregado"
o ya habi a leido el le daba un aire atónito a las cosas. Pensó que
tada reapareció. Pero el tip n en su voz cuan- nunca se había parado a mirar el río desde el
diano.. Había cierta satis facció -
licó Lu is qu e qu ien , o qmen�s .l o puente y que tampoco lo haría a hora. Si estuvie­
do le exp
una carta al diario,
a
ra allá, en cambio, se acodaría en la baranda del
fusilaron, habían mandado d?
acompañando la
documentación y exprican puente y dejaría pasar los ratos muertos. Aquí
do r de la c art bn ­ estaba poseído por una inquietud permanente,
que se tr ataba de un tortur , no tem:1a m�_ide
a
No como si el des eo furioso de imaginar que todo
gada, sita en tal parte, etc. ¿�caso era poli­

era pas ajero se hubiera impuesto a cada acto de
ién po dí h ber lo hec h ?
de qu a ;
n sm h cer nada,
a
su vida. Mucha gente iba al trabajo a esa hora,
cía? H abía miles en la estacio traba�Jaba ocho pero tampoco sentía gan as de observarla. Cuan­
s. El
por qué no iba a preguntarle
gra ci as la semana que do estuviera de vuelta, miraría ese país en el
horas diarias, Y a dios
mento en el E s!e. mapa y le parecería imposible haber est ado ahí
viene le entregaban un aparta
s" como una pu�a­ porque, en el fondo, era el result ado de una gran
Luis s intió el " a dios gracia
tipo, de los meJo­ equivocación, que empezaba con creer que su
lada. y Pezzoni era un buen
hijos ; antes de que país era algo distinto a lo que siempre había sido
res · él su mujer y sus cuatro
rica había_ estado Y seguiría siendo, y terminaba con que el país
le die�an el puesto en la fáb ­
a cargo de un com
edor, y lo hizo muy bien. De verdadero se es tabz. reconstruyendo afuera y
rcada en la car d ; volvería a recolocarse en su lugar. A medida que
bió ver la dese speración ma
a

ó la e pal d y mu rm ur ? se acercaba a la e stación y se metía en la compli­


Luis, porque le palme
s a
nos acritud. Lms cada red de vías muertas, su corazón se fue apa­
"Te matás por nada", con me ari en el bol­ ciguando. Dio un rodeo y se metió por detrás,
el di ?
no se movió. El otro le puso
de hom bro s. "Saludame a t� donde se había n ido amontonando las viviendas
sillo. y _se encogió
de nuevo a la fa- de emergencia. Subió do s escaleras hasta llegar
vieja", le dijo antes de ent�ar a la puerta de Ad a. Nadie contestó. ¡Qué tonte­
brica y cerrar la puerta tras el. ,
ro una cabina ría ! Vázquez debería es tar en ese momento en
Dos cuadr as después, encont
iana no contestab� la oficina. B ajó de tres en tres y entró a la esta­
telefónica. En l a casa de Mar
su oficina en la bi­ ción por los andenes de atrás. Muchas gente
nadie. Marcó el número de
Pidió hablar con 1� estaba levantada, pero andaban por ahí, como si
blioteca. Mariana no estaba.
os días no ha vem­ se tratara de un gigantesco patio de vecindad.
francesa amiga suya. "En est
que se �elve a �u Le costó menos trabajo llegar hasta la oficina,
do -dijo la francesa- parece
erlo meJor que e�. pero ya de lejos vio que no había luz. Ni Ada ni
país". Idiota, quién iba a sab testaba al tele­ Vázquez. Miró por los visillos el cuarto desocu­
con
Pero entonces, por qué no
tes t nun ca" , explicó la francesa pado, con pilas de papeles por todas partes.
fono. "No con a
he cans�?º de lla­ Atrás del escritorio de Vázquez se diseñaba
con cierto rencor. "Ya me
y volv10 a cruzar vagamente un a cordillera del mapa nacional.
marla". Luis desandó camino
195
194
el anterior, y ella h�bía un río tan cerca, y caseríos, y plazas, Se
otro juego, tan estéril como dispersaron por el lado de las fábricas del Este
rta sonrisa desde­
siempre sería solidaria. Una cie per� no se atrevieron a llegar hasta el centro d;
enetrables. ¿Y
ñosa fue marcando sus rasgos imp la �mdad. Caminaban penosamente con su carga
ba Alí? No con
Alí? Lo miró. ¿Con quién esta cierto alivio, __
Y sm rum?o ÍlJo, pero ahora cualquier cosa les
ellos, desde luego, pensó con _
parecia mas segura que la estación. Tropezaron
am ente preocu­
viendo esa cara joven prematur con poca gente, que evitaba mirarlos. Alguno
nsiv os, esa a�reo­
pada, esos oscuros ojos compre que otro se les acercó y preguntó algo que no
la de pelo inesperado -pero tam po :o conmigo�
or. Ah se adelanto, entendier�n, pero por el tono de voz y l�s gestos
tuvo que reconocer, no sin dol comprendieron que eran propósitos amables. La
aba por dentro de
como si adivinara lo que pas . Listo noche, que cayó pronto, los sorprendió angustio­
disp oni bili dad
ella y quisiera confirmar su si era n�ce­ samente, porque se presentaba el problema de
y mo rir
para todo, hasta para luchar _
s, no irre­ q�é hacer y dónde encontrar un sitio para dor­
ent e, por dio
sario pero no irreflexivam mir. Muchos volvieron para la estación, pero
algo", tartamu­
flexi�am ente. "Si puedo hacer otros se quedaron por ahí, acurrucados contra
por que sintió que
deó con cierta vergüenza sab ía muy las paredes, favorecidos por la larga práctica de
aun que no
trai�ionaba a los otros, er algo adosarse a cualquier lado. Los Gálvez estaban
pre pue des hac
bien por qué. "Tú siem no la
bien hecho", oyó que dec ía Ad a, per o �ntre �os que salieron hacia la ciudad. El viejo
die ra el vist o bue no, mtento llegar hasta el diario, para ver si encon­
miró. Le molestó que le zo, hiz o tra�an al periodista que los entrevistó, pero no
a An a del bra
como permitiendo. Agarró n de la supieron acercarse al centro, donde presumible­
ma no y sali ero
un gesto vago con la otra mente estaría el edificio. Al atardecer se acomo­
arios para sacar
oficina. "Buscaré mañana volunt daron en los escalones de una iglesia cerrada la
An a le volvió a sonar
los archivos"- la voz de vieja extendió la colchoneta y ayudó a aco�o­
ate nci ón para ver qué
demasiado vibrante. Puso a. darse a los chicos y la muchacha preñada. Esta
oyó nad
contestaba V ázquez, pero no se acostó pero después, trabajosamente se fue
moviendo como un caracol y quedó ;poyada
contra el muro. La vieja la miró y pensó que
o dos bombas
Cuando se supo que habían estallad la multitud tenía la cara del mismo color que la pared. No
ón,
en el local del diario de oposici sentía ninguna lástima por ella, sino una rabia
ico . Mu cha s fam ilias enrollaron
fue presa del pán sorda de que se hubiera dejado preñar tres
y cargando re­
lo que tenían en las colchonetas sas de sarga veces. No le cabía duda que ella había inducido
bol
verberos, cajas, colchones y las a su hijo a todo; a preñarla, a meterse en la gue­
reg aro n al lleg ar al país con las _
azul que les ent rrilla. Ahora su hijo había desaparecido y a ella
largaron para el
colchonetas y las almohadas, se Y al viejo, que apenas podían con sus almas les
de ellos nunca
lado de la ciudad. La mayoría tocaba cargar con todo. Acomodó al bebé, 'que
tenía idea que
había pasado los puentes, ni 205
204
barandilla y logró mirar con más atención lo que hablaba Luis? Trotaba al lado suyo, las manos
pasaba allá abajo, pero ya empezaba a oscurecer, hundidas en los bolsillos y la mirada fija en el
y la llanura de escombros tomaba un aire fantas­ empedrado irregular. Se paró de golpe, un fogo­
mal. Focos y luces rojas de los camiones y grúas nazo de luz estalló en el fondo de la memoria.
saltaban entre el polvo, acompañados por los ¿Qué pasa?, le preguntó, tomándolo de los
chillidos de felicidad de Emiliano. brazos y sacudiéndolo. Cuando le levantó la
De repente Mariana comenzó a forcejear. Quiso cabeza, vio que había llorado, y rastros de lágri­
irse, le faltaba el aire. Luis le gritó que de ningu­ mas le brillaban en la cara. "Dios", gimió ella, y
na manera la dejaría irse sola. Hubo una despedi­ se abrazaron estrechamente. Sintió su barba
da ligeramente atónita con los otros, de gestos mojada contra la mejilla y tuvo la misma sensa­
sin terminar. Al fin Emiliano volteó la cabeza y ción que cuando estaba hundida entre la gente
ahora miraba el tumulto encima de la pasarela, en la pasarela. Una protección, algo concreto y
con una expresión de asombro y terror. Mientras vivo que podía sostenerla y le impedía una caída
se abrían paso a codazos para bajar, la hermosura definitiva. "No sé qué hacer ahora", murmuró él,
del niño le quedó impresa en la retina, como la tratando de que no se le quebrara la voz. Y repi­
única cosa imperecedera y perfecta en un hori­ tió: "te juro que no lo sé". La soltó y la agarró
zonte de catástrofe. Luis empujaba de manera de la mano y así llegaron al apartamento. Mariana
inmisericorde, lo que levantaba protestas feroces; no prendió las luces al llegar sino que se desplo­
ella se sentía ahogar minuto a minuto y comenzó mó en la silla más próxima. Luis empezó a dar
también a dar puntapiés, hasta que consiguieron vueltas por la sala y finalmente se apelotonó en el
llegar abajo; todavía en la calle seguía el gentío, sillón de enfrente. ¿ Qué correspondía hacer
pero enseguida estuvieron en lugar abierto. ahora? Era como comenzar el exilio desde el
Mariana boqueaba como un pez, pero se lanzó primer día. La gente había aceptado dispersarse
casi a la carrera hasta la plaza y comenzó a subir sin ningún problema; de la noche a la mañana
por la callejuela que iba hacia su casa. Faltaba todos quisieron irse de la estación y escapaban
un buen trecho y le parecía que jamás llegaría a como de una ratonera. "Era una ratonera",
lugar seguro. Las ideas se mezclaban febriles en pensó ella. Pero se quedó callada. Le hacía bien
su cabeza y lo único que conseguía sacar en oirlo hablar y hablar, aunque no atendiera ni a la
limpio, de vez en cuando, es que estaba cada vez mitad de las cosas que decía. Prestó atención al
más sola en esa ciudad desconocida y que la des­ oír el nombre de Vázquez y supo que él y Ada
trucción de la estación terminaba de desmantelar se habían trasladado al centro, ayudados por el
sus débiles defensas. Ahora quedaba únicamente Comité, y estaban proyectando una acción más
esa ciudad intrincada, oscura, plagada por las internacional. Ada lo haría caer siempre de pie.
nieblas bajas, perdidas todas las referencias. ¿Lo dijo él, o lo pensó ella? Volvió a sentirse
Volvió a pensar en Vázquez y de nuevo sintió agudamente desamparada pero Luis ya estaba
vergüenza de hacer preguntas. Pero, ¿por qué no entusiasmado con su propio discurso, su voz
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