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Materia: EPISTEMOLOGÍA
Noviembre 2013
Contenidos
Introducción ___________________________________________________________________ 1
“la descolonización con relación al imaginario y los saberes eurocéntrico hegemónicos, no es sólo una
condición sin la cual no será posible un cambio en las condiciones de subordinación y exclusión en las
cuales vive la mayor parte de la población del planeta, sino que constituye igualmente una condición sin
la cual difícilmente pueda caminarse hacia otro(s) modelo(s) civilizatorio(s) que garanticen la continuidad
de la vida en este planeta que todos compartimos provisionalmente”.
Edgardo Lander (2001).
Introducción
El presente trabajo de investigación tiene como objetivo principal establecer, por un lado,
una definición del eurocentrismo como perspectiva historiográfica y como perspectiva
epistemológica. Acto seguido, se indagará sobre los fundamentos eurocéntricos que han
marcado fuertemente el devenir de las ciencias sociales en los últimos dos siglos.
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I. Sobre el eurocentrismo en el devenir de las ciencias sociales.
El eurocentrismo puede ser definido como un tipo de racionalidad desarrollada en la
Europa moderna con una alta dosis de etnocentrismo en la medida en que concibe la
modernidad como un proceso histórico eminentemente europeo. Bajo esa concepción, Europa
construye una historia del desarrollo, del progreso y de la evolución propia en donde la
modernidad resulta ser el máximo estadio de la civilización humana y, por tanto, considera que
debe extender su “misión civilizadora” a todo el planeta transformando radicalmente (o
estableciendo una nueva) correlación de poder a escala mundial bajo su dominio e impronta. En
ese sentido, el eurocentrismo “constituye una dimensión esencial de la cultura y de la ideología
del mundo capitalista moderno (…) que propone [bajo actitudes dominantes por parte de las
sociedades del mundo capitalista desarrollado] la imitación del modelo occidental como única
solución a los desafíos de nuestro tiempo” (Amin, 1989:9).
No es casual, entonces, que las ciencias sociales hayan sido constituidas formalmente, es
decir, incorporadas en la estructura institucional educativa (universidades y casas superiores de
estudios, centros de investigación, etc.) en Europa, a partir del siglo XIX, en vista de la necesidad
de conocer los patrones del orden social europeo, y de controlar o resolver mejor los problemas
y conflictos sociales que aquejaban a las sociedades liberales europeas como resultado de las
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vertiginosas transformaciones económicas generadas por el capitalismo industrial. Esta
imperiosa necesidad, no obstante, se origina en un contexto histórico-social en el que “Europa
[para el siglo XIX] ya dominaba todo el sistema-mundo [y] era prácticamente inevitable [que las
ciencias sociales y] su objeto, su teorización, su metodología y su epistemología reflejaran todas
las fuerzas del crisol en el que se forjaron” (Wallerstein, 1996:98). No se debe perder de vista,
entonces, la profunda relación entre las ciencias sociales, el desarrollo del capitalismo mundial,
y la posición dominante y hegemónica de Europa en el sistema-mundo capitalista; de hecho, las
ciencias sociales han operado como correas de transmisión de los valores, conocimientos y
normas eurocéntricos y, además, han sido los dispositivos más efectivos para legitimar y
naturalizar tanto las relaciones de poder colonial/imperiales entre centro y periferia, como el
carácter universal de la sociedad capitalista-liberal1 (Lander, 2001).
Ahora bien, consideramos necesario indagar sobre los fundamentos eurocéntricos que
han orientado la producción de conocimiento en las ciencias sociales durante los últimos dos
siglos a nivel mundial. Al respecto, un primer elemento tiene que ver con el proceso de
separaciones y distinciones binarias establecidas en el pensamiento moderno fuertemente
influenciado, hasta el siglo XVI, por los dogmas cristianos y la metafísica. René Descartes será
fundamental en dicho proceso cuando –en razón del postulado “pienso, luego existo” y también
a lo largo de su obra– establece una separación (ruptura ontológica) entre la mente y el cuerpo
que se extiende a la separación entre la razón y el mundo concreto o real (Lander, 2001); “esta
total separación entre mente y cuerpo dejó al mundo y al cuerpo vacío de significado y
subjetivizó radicalmente a la mente. Esta subjetivación de la mente, esta radical separación
entre mente y mundo, colocó a los seres humanos en una posición externa al cuerpo y al mundo,
con una postura instrumental hacia ellos” (Apffel-Marglin, 1996:3-4, en Lander 2001). Este
proceso de emancipación de la razón será radicalizado en el periodo de la Ilustración, no
obstante, es en el siglo XIX donde se instala definitivamente la concepción positivista de la
ciencia y la racionalidad instrumental, esto es, el conocimiento válido (o verdadero) sólo se
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A esto Immanuel Wallerstein denomina “geocultura”, una suerte de ideología dominante que legitima y articula el
sistema-mundo capitalista (moderno/colonial) basado en el liberalismo europeo y que se expresa en: la
implantación de la forma Estado como modelo hegemónico de organización social, política y jurídica; la aceptación
del concepto de ciudadanía para limitar los efectos y demandas de soberanía popular; y en la creación de las
ciencias sociales en el sentido que hemos señalado.
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alcanza mediante la aplicación del método científico que es extrapolado de las ciencias
naturales al mundo social.
En virtud de ello, el sujeto (desde la mente y la razón) se abstrae del cuerpo que habita y
del mundo en el que vive y lo rodea, y, en contrapartida, tanto el cuerpo como el mundo pasan
a ser parte del objeto de estudio del sujeto/razón; ciertamente, este proceso de separación
entre sujeto/razón, cuerpo y mundo sumado a la lógica instrumental de la razón (diferenciada
de la racionalidad moral-práctica (leyes) y de la racionalidad estética-expresiva (el arte), dirá
Weber)2 modificó sustancialmente el pensamiento moderno, pero además, fijó la preeminencia
del método científico en la investigación social en aras de otorgar validez exclusivamente al
conocimiento verificable empíricamente, objetivo, neutro axiológicamente, o sea, un
conocimiento universal y atemporal. La pretensión, entonces, era lograr que el pensamiento
europeo moderno y la producción de conocimiento estén despojados de cualquier tipo de
condicionamiento subjetivo (valores, ideología) para establecer un conocimiento culturalmente
neutro o no-marcado (eurocéntrico), universal, “normal” e incuestionable en beneficio, claro
está, del poder imperial europeo y del desarrollo del capitalismo a escala mundial.
2
Lander, 2001.
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humanidades como aquellos saberes abocados a la búsqueda de lo bueno y lo bello. Este
divorcio “constituye un rasgo fundamental de la geocultura actual y forma la base de nuestros
sistemas universitarios (…) La idea de que la ciencia está en un lado y las decisiones políticas en
otro es el concepto central que sostiene al eurocentrismo” (1996:112). Complementando lo
anterior, se produce una fragmentación para el análisis válido u objetivo de la sociedad europea
moderna –que para el siglo XIX ya era una sociedad bajo la hegemonía del liberalismo y con la
impronta de la revolución industrial–, es decir, se crean ámbitos diferenciados para el estudio
de lo social, lo político y lo económico (concebidas estas tres como regiones ontológicas), y es
así que se crean las disciplinas de la sociología, las ciencia política y la economía; también se
establecen disciplinas para el estudio de otros ámbitos diferenciados como el pasado (la
historia) o el estudio de otras civilizaciones “pre-modernas” (estudios clásicos, crónicas de
indias, orientalismo, antropología) (Lander, 2001). Desde entonces, el conocimiento científico
sobre el mundo social promueve un pensamiento fragmentado, parcializado, especializado que
estimula, a su vez, el distanciamiento entre las distintas ciencias sociales y hace inviable la tarea
de comprender integralmente la complejidad de los procesos histórico-sociales. Este aparente
conocimiento desinteresado o neutro (libre de todo tipo de subjetividad) tendrá bastante
repercusión en relación al sesgo eurocéntrico que caracterizó el posterior desarrollo de las
disciplinas sociales.
Otro rasgo fundamental del eurocentrismo expresado en las ciencias sociales está referido
a la poderosa articulación entre una historiografía eurocéntrica y la primacía de la civilización
occidental europea moderna por sobre las demás. En efecto, ya dijimos –pero vale la pena
insistir –, que la historiografía eurocéntrica construyó una especie de “meta-narrativa”
(universal) sobre la modernidad basándose en una “concepción evolucionista, lineal,
unidireccional de la historia que avanza inexorablemente desde un mítico estado de naturaleza
hasta la moderna sociedad europea” (Aníbal Quijano en Lander, 2001ª), y, entonces, la
modernidad es entendida como un producto exclusivamente europeo que expresa el mayor
grado de desarrollo jamás alcanzado por alguna civilización. Para el siglo XIX, la sociedad
europea moderna estaba regida por la hegemonía de un modelo civilizatorio liberal y por una
estructura económica capitalista que, para el pensamiento moderno eurocéntrico, eran la
manifestación más evidente de progreso, desarrollo y evolución de la humanidad; en efecto “el
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argumento ideológico esencial del eurocentrismo [es] que la modernidad, o el capitalismo, es
milagroso y maravilloso (…) como una prueba del progreso humano” (Wallerstein, 1996:110).
Esta idea del progreso con tanto arraigo en la historiografía moderna europea, se
entrecruza, por supuesto, con la perspectiva epistemológica, también hegemónica, referida a la
superioridad del conocimiento científico sobre cualquier otra forma de conocimiento; así
entonces, las ciencias sociales, que no son otra cosa más que productos de esa experiencia
histórico-social, se ven impregnadas de tales supuestos eurocéntricos y juegan un rol
preponderante en la naturalización, legitimación y expansión del dominio colonial e imperial de
Europa dentro del sistema-mundo capitalista en detrimento de muchas otras civilizaciones que
pasaron a ser consideradas como salvajes, bárbaras o primitivas (Wallerstein, 1996; Lander,
2001). En ese sentido, Edgardo Lander sostiene que la sociedad industrial liberal europea
resultó ser “la norma universal, el único futuro posible de todas las otras culturas o pueblos (…)
es una construcción eurocéntrica, que piensa y organiza a la totalidad del tiempo y el espacio, a
toda la humanidad, a partir de su propia experiencia, colocando su especificidad histórico-
cultural como patrón de referencia superior y universal” (2001:23). Como resultado, el modelo
civilizatorio europeo moderno , junto con las formas de conocimiento institucionalizadas en los
sistemas educativos y sus productos, se constituyen en normas, valores y conocimientos no
simplemente para entender la realidad europea moderna, sino también en parámetros
universales para medir el grado de progreso o desarrollo de pueblos y civilizaciones no
europeas; por supuesto, con serias consecuencias para los mismos.
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y una variedad de formas de privilegio (…) [frente a] teorías que no entienden los
funcionamientos malévolos del poder, que no critican las anteojeras del eurocentrismo, que
cultivan un elitismo de personas que pertenecen y personas que no pertenecen, y que no
disciernen un sistema global de inequidad” (Kincheloe et al., 2012:247-248). En ese sentido,
consideramos pertinente analizar algunos postulados de las teorías críticas (centrándonos en el
pensamiento crítico latinoamericano e incorporando proposiciones feministas) con el propósito
de desenmarañar la profunda y estrecha vinculación entre la perspectiva eurocéntrica de la
modernidad, el desarrollo del capitalismo hasta su consolidación como primer sistema histórico
global, y la organización colonial del mundo.
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Una red de pensadores latinoamericanos de distintas corrientes y disciplinas han abordado esta temática. Este
grupo ha sido denominado “Proyecto Modernidad/Colonialidad” constribuyendo, en alguna medida, en la
impugnación de varios fundamentos eurocéntricos vigentes en las ciencias sociales.
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El concepto de colonialidad, entendido como la herencia cultural del colonialismo y cuyo principal componente
resulta ser el eurocentrismo, permite descentrar y desnaturalizar la idea de la modernidad como un fenómeno
específicamente europeo.
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capitalismo como sistema histórico con alcance global desde finales del siglo XV; de hecho, I.
Wallerstein considera que “una vez que el capitalismo se consolidó en ese sistema histórico [en
la civilización europea moderna], una vez que este sistema se rigió por la prioridad de la
incesante acumulación de capital, adquirió tal fuerza contra otros sistemas históricos, que ello le
permitió expandirse geográficamente hasta absorber físicamente todo el globo” (1996:111). En
efecto, no es posible afirmar que el Nuevo Mundo fue incorporado a una economía mundial
capitalista ya existente porque hasta antes de 1492 no existían redes marítimas y comerciales a
escala mundial, en realidad esto sólo será posible cuando coincidan en un determinado
momento histórico una triada de factores: colonización del Abya Yala y sus habitantes, control
del Océano Atlántico, y el insaciable saqueo de riqueza mineral con destino a Europa sumado al
despojo de territorios de poblaciones nativas para el desarrollo de la actividad agrícola5.
Por otro lado, la universalidad que tanto enfatiza el eurocentrismo –como perspectiva
epistemológica– deriva de la vinculación entre la posición dominante de Europa a escala
mundial y la instauración de “un lugar privilegiado de creación de sentido o de conocimiento (…)
un privilegiado locus de enunciación” , esto es, que los intelectuales europeos –en su calidad de
partícipes y, al mismo tiempo, observadores “objetivos” de los procesos de colonización– erigen
una nueva forma de conocer en el que se mezclan difusamente “el lugar de enunciación
regional de un participante de la cultura europea occidental y el lugar de enunciación universal
de la ciencia y la filosofía por parte de un sujeto que está colocado fuera del tiempo y del
espacio” (W. Mignolo en Lander, 2001ª:20). No se puede explicar de otro modo, o al menos
satisfactoriamente, la universalización del pensamiento y conocimiento europeo moderno sin
tomar en cuenta el ejercicio del poder imperial europeo; en efecto, la visión que los
intelectuales europeos tenían de sí mismos estuvo, en todo momento, “influenciada por las
fuerzas sociales e históricas (…) [y a pesar de sus vanos intentos de abstraerse de
condicionamientos subjetivos por medio del método científico]6 todo pensamiento está, en
esencia, mediado por las relaciones de poder que son sociales y están históricamente
5
Al respecto, Fernando Coronil indica que “la inclusión de agentes mundiales involucrados en la aparición del
capitalismo ayuda a desarrollar un recuento descentrado de la historia. Desde tiempos coloniales, la “periferia” ha
sido fuente principal tanto de riquezas naturales como de trabajo barato” (en Lander, 2001ª:18).
6
[Nota de Autor].
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constituidas [y por tanto] los hechos nunca pueden aislarse del dominio de los valores ni ser
extraídos de alguna forma de inscripción ideológica” (Kincheloe et al., 2012:242-243).
Esta imposición violenta del saber se refleja, con más nitidez aún, cuando las distinciones
binarias propias del pensamiento europeo moderno son aplicadas en la organización colonial
del mundo. Toda forma de dominación busca generar un orden social que favorezca ese tipo de
relaciones y, en ese propósito, los colonizadores europeos inventaron la idea de raza7 como
criterio hegemónico y mundial para, de un lado, naturalizar el ejercicio violento del poder y la
7
Hablamos de “idea de raza” de acuerdo a la formulación de Aníbal Quijano que sugiere que este es un invento
altamente efectivo para consolidar un esquema de dominación y poder. Al respecto, Ana María Bach sostiene que
“aunque se ha demostrado fehacientemente que desde el punto de vista biológico la noción de raza no tiene
fundamento, sí se la sigue usando y manteniendo como construcción social, como concepto sociológico” (2010:103).
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dominación imperial, y, de otro lado, para legitimar “las relaciones de superioridad/inferioridad
entre dominados y dominantes. Desde entonces ha demostrado ser el más eficaz y perdurable
instrumento de dominación social universal, pues de él pasó a depender inclusive otro
igualmente universal, pero más antiguo, el inter-sexual o de género” (A. Quijano, en Lander,
2001ª:18). De este modo, se establecieron jerarquizaciones (superiores o inferiores) y
polaridades (positivas o negativas) etno-raciales donde –desde la noción unidireccional de la
historia a la que nos referimos–, la cultura europea y los valores modernos representan el
progreso y la civilización mientras que lo “Otro” no europeo (y sus respectivos órdenes
culturales) es calificado como atrasado y primitivo/salvaje. Esa idea hegemónica de raza –
basada en las diferencias fenotípicas junto al grado de progreso civilizatorio– se expresa en
maniqueísmos como ser: civilización/barbarie, centro/periferia, capitalista/pre-capitalista,
moderno/primitivo, europeo/indio, europeo/negro, europeo/amarillo, occidental/oriental,
cristiano/pagano, entre tantas otras que aún hoy siguen teniendo vigencia.
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Desde las teorías críticas, actualizadas y renovadas con el aporte de los poscolonialismos (de América Latina) y los
feminismos, se asevera que “ciertos grupos de cualquier sociedad y de sociedades particulares son privilegiados en
relación con otros y, aunque las razones de esta forma de privilegio pueden variar mucho, la opresión que
caracteriza a las sociedades contemporáneas es reproducida con energía cuando los subordinados aceptan su
condición social como natural, necesaria o inevitable” (Kincheloe et al., 2012:243).
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los europeos exclusivamente, o sólo de los dominantes del capitalismo mundial, sino del
conjunto de los educados bajo su hegemonía” (2000:343).
Estas teorías críticas, por su parte, han “echado por tierra” las pretensiones eurocéntricas,
positivistas y científicas de un conocimiento des-subjetivado y des-corporeizado descartando, a
su vez, las posibilidades de producir conocimiento universal y neutro en el mundo social, sin
caer necesariamente en el relativismo de las teorías posmodernas. Al respecto, una consistente
impugnación está referida a la racionalidad instrumental/técnica y el método científico;
Kincheloe y Mclaren, por ejemplo, enfocan sus críticas a la excesiva valoración que los
investigadores sociales han asignado a la racionalidad instrumental/técnica, devenida en una
especie de “hiperrrazón” inexpugnable que, sin embargo, promueve una investigación centrada
en “cuestiones de técnica, procedimiento y el método correcto que olvida el propósito humanista
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del acto de investigación” (2012:250). La consecuencia de esta “obsesión por el método
apropiado” (método científico) es que pasa por alto un sinfín de “verdades otras”, entre ellas:
Que “las reglas de producción de conocimiento e investigación (…) son moldeadas por las
relaciones de poder” (Kincheloe et al., 2012:257). En ese sentido, la producción de
conocimiento tiene color y sexo en la medida en que la investigación social regida por el método
científico, además de alentar el statu quo o incentivar la desmovilización de los individuos para
que acepten el mundo tal como es, tiene sesgos sexistas, androcéntricos y racistas y, por tanto,
el investigador es un sujeto que habita un cuerpo, cuyo pensamiento, identificación de
problemas y teorización está influenciada por su prestigio social, su posición de clase, y su
ideología. En definitiva, no hay conocimiento producido “desde ninguna parte” (Kincheloe et al.,
2012; Bach, 2010);
Que el método utilizado en la investigación social (pretendidamente científico) está
pautado por el discurso epistemológico en cada caso hegemónico; se expresa claramente en la
forma peculiar de violencia “que las sociedades cerradas de expertos imponen a la sociedad”
ejerciendo una intolerancia epistemológica cuyo objetivo es “discriminar aquello que merece en
cada caso el nombre de ciencia de otros saberes, quizás menores, cotidianos, materiales o
plebeyos” (Rivera Cusicanqui et al., 2002).
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“punto de vista de las mujeres” postulado por Dorothy E. Smith; evidentemente, el “punto de
vista de las mujeres” es una perspectiva de conocimiento cuya evolución se ha visto
enriquecida, en las últimas dos décadas, con el aporte de colectivos con diferentes
orientaciones sexuales, mujeres de color, chicanas, etc. que han contribuido en su redefinición y
complejización9. A grandes rasgos podríamos decir que “el punto de vista de las mujeres” afirma
que el conocimiento no es universal y abstracto sino, por el contrario, es situado y encarnado
porque “quien conoce es alguien que está es una determinada situación, posición o
circunstancia (…) [por tanto, el conocimiento “de las mujeres”] se construye por y desde las
experiencias de las mujeres (…) la posición dominante de los seres humanos en la vida social se
traduce en un conocimiento parcial y perverso, mientras que la posición subyugada de las
mujeres abre la posibilidad de un conocimiento más compleot y menos perverso (…) la
objetividad nunca ha podido ni podrá incrementarse si se alienta la neutralidad valorativa. En
cambio, los compromisos con los valores y los proyectos antiautoritarios, antielitistas,
participativos, emancipadores, sí aumentan la objetividad de la ciencia” (Bach, 2010:69-71).
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De hecho, Smith aboga últimamente por la intertextualidad, algo parecido al enfoque de interseccionalidad que
articula a la diversidad de grupos de mujeres oprimidas y excluidas por su condición de mujer pero también por el
racismo, por la clase social y por la cultura (Bach, 2010).
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En ese propósito, consideramos que hay unas cuantas experiencias en América Latina
dignas de mencionar tanto por su potencia interpeladora como también porque son voces
provenientes del campo de lo subalternizado u oprimido. En ese sentido, el Foro Social Mundial
(FSM) como un espacio de debate y discusión de una amplia y heterogénea gama de
organizaciones y movimientos sociales populares, antisistémicos, anticapitalistas, anticoloniales,
antiimperialistas ha coadyuvado y bastante en la articulación y retroalimentación de
experiencias de luchas contra un sistema-mundo por demás desigual y opresivo. Por supuesto,
en el marco del FSM se producen debates de diversa índole pero un tema que ha captado
mucha atención en el último lustro tiene que ver con el análisis sobre la concentración del
conocimiento científico-tecnológico y cómo, tanto a escala mundial como nacional, su
apropiación por parte de pocos Estados y, al interior de éstos, por grupos cerrados de
especialistas, agiganta la brecha de poder entre los países del centro y los países periféricos y, al
mismo tiempo, contribuye en gran medida a las asimetrías sociales al interior de cada país.
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Para terminar, apelo a una frase que debiera marcar la conducta de todo investigador:
“Como afirma Borges en el Ruiseñor de Keats –luego de haber recorrido algunos momentos célebres de la
tradicional polémica entre universalistas y particularistas– no es incapacidad especulativa aquello que
impide a algunos hombres traficar con universales al pensar al sujeto, el conocimiento, la verdad y la
historia; sino que es más bien respeto, honestidad y sobre todo escrúpulo ético” (Rivera Cusicanqui et al.,
2002).
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IV. Bibliografía
• AMIN, Samir. 1989. Introducción. En libro: El eurocentrismo: crítica de una ideología.
Editorial Siglo XXI. Págs.: 9-14.
• BACH, Ana María. 2010. Capítulo 3: Un giro de 180 grados: experiencia y conocimiento. En
libro: Las voces de la experiencia. El viraje de la filosofía feminista. Editorial Biblos. Pág.: 63-
104.
• QUIJANO, Aníbal. 2000. Colonialidad del poder y clasificación social. En: Journal of World
System Research Nº6. Pág.: 342-386.
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• Wallerstein, Immanuel. 2001. El eurocentrismo y sus avatares: los dilemas de las ciencias
sociales. En: Revista de Sociología Nº 15. Universidad de Chile. Pág.: 27-39.
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