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Deja de buscar la iglesia

    
En mi iglesia perfecta los hermanos siempre llegan a tiempo. La predicación expositiva es aplicable
a la vida diaria. Rara vez hay malos entendidos. Casi nunca escuchamos chisme, y las familias
viven prácticamente sin problemas, poniendo en práctica lo que oyen los domingos. Nuestra casa
de reunión es preciosa: la arquitectura ni demasiado contemporánea, ni muy anticuada. Los
jóvenes viven en santidad para Cristo, los padres son líderes en la casa, y las esposas se someten
amorosamente a sus maridos.

Excepto, por supuesto, que esta iglesia existe solo en la imaginación.

Mi iglesia, en realidad, es muy diferente. Es más hospital que museo de cera. Hay personas que
llegan siempre a tiempo… a la predicación. Y nuestro local de reunión es pequeño y multipropósito.

Mi iglesia está muy lejos de ser la iglesia perfecta.

¿Y sabes? Me encanta.

El mito de la iglesia perfecta


Un pastor me advirtió hace tiempo de los “brinca iglesias”. Son hermanos que van de iglesia en
iglesia, siempre buscando una que satisfaga sus necesidades. Se caracterizan por ser amables,
pero algo críticos de “su antigua iglesia”. Normalmente prefieren ayudar pero no comprometerse. Y
al año o dos se retiran porque la gente no era lo suficientemente amable, o el pastor no los visitó
con frecuencia, o el programa de niños no era muy bueno, o la predicación era a veces aburrida.
Así que se retiran a buscar otra iglesia. Siempre buscando la perfecta. Nunca encontrándola.

El problema es que nunca la encontrarán. La iglesia perfecta no existe, o por lo menos, no como la
están buscando.

Déjame repetir eso de nuevo: la iglesia perfecta no existe. Antes de que respondas: “¡Por supuesto
que es perfecta, ya que es el cuerpo de Cristo!”, sí, en eso tienes razón, y hablaremos de eso más
abajo. A lo que me refiero es que hay muchas personas que buscan iglesias de la misma manera
que buscan restaurantes: buen ambiente, asientos cómodos, y un menú para cualquier paladar.
Los cristianos nos hemos vuelto bastante requisitosos al ir de compras en busca de iglesia. Rara
vez se piensa en términos de lo que se puede aportar. Más bien, en lo que se puede recibir.

Por supuesto, hay congregaciones que hace mucho que deberían haber hecho algunos cambios, y
soy el primero en decir que me desespera ver la increíble desorganización y falta de esfuerzo que
abunda en las iglesias hispanas. Pero al mismo tiempo me entristece la constante rotación de
personas en nuestras congregaciones debido a que “no encuentran lo que estaban buscando”, sea
lo que sea.

Perfecta y perfeccionándose
“Por tanto”, dice Pablo, “ahora no hay condenación para los que están en Cristo Jesús” (Ro. 8:1).
De manera real, todo hijo de Dios es perfecto. Ha sido declarado justo por el poder de Dios y a
través de la obra santificadora en Cristo. Esta es una verdad impresionante. A los ojos de Dios
somos declarados perfectos con base en la obra perfecta de Jesucristo. De manera posicional,
somos justos, ¡aunque sigamos cometiendo pecado en nuestra carne! De allí que Lutero decía que
somos simul justus et peccator: simultáneamente justos y pecadores.

En Cristo, la iglesia es santa y perfecta, ya que “Cristo amó a la iglesia y se dio El mismo por ella,
para santificarla, habiéndola purificado por el lavamiento del agua con la palabra, a fin de
presentársela a sí mismo, una iglesia en toda su gloria, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa
semejante, sino que fuera santa e inmaculada” (Ef. 5:25b-27). En ese sentido, ¡toda verdadera
iglesia es perfecta! Cristo mismo la ha santificado y purificado, con el propósito de presentársela a
sí mismo. De una manera real, toda (verdadera) iglesia imperfecta es en realidad perfecta en
Cristo.

Pero al mismo tiempo, toda iglesia —compuesta por cristianos individuales— está en un proceso
continuo de santificación. Por eso los apóstoles constantemente exhortan a la santidad.

Escucho a personas decir que debemos ser como a las iglesias del Nuevo Testamento. Me
pregunto, a qué iglesia en específico se refieren. ¿La de Corinto? ¿La de Galacia? ¿Pérgamo?
Uno no tiene que ser un erudito para ver que la mayoría de las iglesias del Nuevo Testamento
tenían problemas. Muchos problemas. Serios problemas.

En realidad, todas dejan mucho qué desear. Los corintios tienen un desorden en la iglesia (1 Cor.
14:40). A los gálatas Pablo dice, “¡Oh, gálatas insensatos! ¿Quién los ha fascinado…?” (Gál. 3:1).
La palabra “fascinó” puede traducirse como “hechizó” (léxico BDAG). Pablo simplemente no podía
creer lo sucedido en Galacia. ¡Era como si alguien los hubiera hechizado! En Apocalipsis, las
iglesias de Éfeso, Pérgamo, Tiatira, Sardis, y Laodicea son exhortadas a arrepentirse (Apoc. 2:5,
16, 21–22; 3:3, 19).

En este otro sentido, no hay iglesia perfecta. Solo iglesias en perfeccionamiento.

Pero hay algo que me llama la atención. Aun con los problemas, con las rebeldías, con las malas
actitudes, siguen siendo iglesias de Jesús. A los Corintios, Pablo los llama la “iglesia de Dios”, y
“santificados” (1 Co. 1:2). A los Gálatas los llama “hijos” (Gá. 4:6). Inclusive las siete iglesias de
Asia claramente pertenecen a Jesucristo mismo; el hecho de que las llame al arrepentimiento habla
de la preocupación que Jesús tiene por ellas.

Buscando una buena iglesia


¿Y entonces? ¿Qué esperanza hay? Mucha. Si estás buscando iglesia, busca una iglesia fiel. Que
ame a Cristo y predique la Palabra. No te enfoques en los programas o instalaciones (por
importante que eso pueda ser). Tampoco en que todos se vistan como tú y siempre te saluden.
Mejor busca una iglesia compuesta por gente imperfecta que está en Cristo y en proceso de
perfección por el poder del Espíritu. Busca una iglesia en donde se predique la palabra de Dios, se
administren las ordenanzas con fidelidad, y se busque vivir en santidad.

Y entonces comprométete. Asiste. Ponte bajo la autoridad de los ancianos. Busca servir en lugar
de criticar. Recuerda, la posición del crítico es la más cómoda: no hace nada pero encuentra fallas
en todo.

Y si ya te encuentras en una iglesia fiel pero imperfecta, deja de esperar a que la gente se te
acerque, ¡tú acércate! Deja de esperar a que alguien te visite, ¡tú visita! Conviértete en un agente
de cambio con toda humildad y mansedumbre. Emociónate con tu iglesia. Apoya a los líderes.
Involúcrate con los hermanos.

Las iglesias necesitan una multitud de hermanos comprometidos con el servicio y sacrificio. Que
piensen más en otros y menos en ellos mismos.

Si tu iglesia parece más hospital que museo de cera, da gloria a Dios. Estás en el lugar correcto.
La iglesia ideal
Según Dios
 

Concebida por Dios


Establecida por Cristo
Ordenada por el Espíritu Santo
Hecha realidad por los apóstoles
Versión concisa de este tema
La “iglesia” presentada en la Biblia es “del Dios viviente”(1 Timoteo
3:15), enseñando posesión la preposición “de”. La iglesia es, pues, posesión de Dios.
Ella es “la casa de Dios... la iglesia del Dios viviente” (1 Timoteo 3:15), “edificio de
Dios”  (1 Corintios 3:9), “familia de Dios… morada de Dios”  (Efesios 2:19-22), “la
iglesia del Señor”  (Hechos 20:28), y por ende propiedad de la Deidad. Los dueños de la
iglesia, ¿quiénes son? Dios y Cristo. Ella es “la posesión adquirida”, la cual será
redimida eternamente al glorificarla Dios cuando regrese su Hijo por ella (Efesios 1:14).Las
posesiones de Dios, ¿tienen valor para él? Pues, siendo la iglesia su posesión,
obviamente tiene enorme importancia para él. ¿La tiene para usted, estimado lector?

La iglesia creada por Dios figura en su “propósito eterno”. “Para que la multiforme


sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la iglesia a los principados y
potestades en los lugares celestiales, conforme al propósito eterno que hizo en Cristo
Jesús”  (Efesios 3:10-11). Lejos de ser mero “sustituto provisional por el Reino de Dios”,
ella fue concebida y planificada por Dios antes de la fundación de la tierra como
el instrumento para dar a conocer su “multiforme sabiduría”.

Durante su ministerio terrenal, Cristo mismo enunció dos grandiosas


proclamaciones que resaltan la inmensa importancia de la iglesia para la Deidad en su
amoroso acercamiento a la humanidad.

1. “Sobre esta roca edificaré mi iglesia.”  (Mateo 16:18) Los hombres forman


imperios, naciones, estados y organizaciones sociales, culturales o religiosas. Cristo
proclama la fundación de su propia organización en la tierra. “Mi iglesia”; la suya,
edificada por él mismo.

2. “Las puertas del Hades no prevalecerán contra ella.” “Tengo las llaves de la


muerte y del Hades”(Apocalipsis 1:18), asegura el Cristo resucitado. En la resurrección,
él librará del Hades a todos los miembros fieles de la iglesia que hayan muerto en
él (Apocalipsis 14:13; 1 Tesalonicenses 4:14).

Todo hombre, mujer y joven capaz de entender debería dar a la iglesia la


TREMENDA IMPORTANCIA que Dios y Cristo le dan.

El Padre “le dio (a su Hijo) por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su


cuerpo, la PLENITUD de Aquel que todo lo llena en todo”  (Efesios 1:22-23). ¿Pone el
Padre a su Hijo por cabeza de una institución de poca importancia? “Cristo es cabeza
sobre todas las cosas a una institución que no es esencial o siquiera importante en la
obra redentora que efectúa Dios entre los humanos.” Por insultante o blasfema que
suene, esta declaración recoge el sentir de algunos que tienen en poco a la iglesia. Pero,
aún más: la “PLENITUD” de Dios se vacía en la iglesia: su amor, gracia, misericordia,
verdad, sabiduría, perdón, poder y consuelo. ¿Dónde encontrar el todo de Dios para la
humanidad? ¡En el cuerpo espiritual de Cristo, el cual es su iglesia!

“Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella”  (Efesios 5:25). La “ganó por


su propia sangre”  (Hechos 20:28). ¿A cuál institución en la tierra ama Cristo? ¡A la
iglesia! No ama a las entidades políticas, sociales o culturales. No se entregó por
ellas. ¡Murió por la iglesia! Durante su ministerio terrenal, definía constantemente el
reino de Dios, preparando el ambiente para su introducción en el mundo. La iglesia es el
reino de Dios en la tierra (Marcos 9:1; Daniel 2:44; Colosenses 1:13; Juan 3:1-7), tema y
enfoque cotidiano de Jesucristo en su predicación.

Y usted, querida alma, ¿qué más ama? ¿Qué es su tema de todos los días? ¿El
enfoque de su vida? ¿Acaso la política, placeres, trabajo, deportes, dinero,
condiciones o causas sociales, familia, espectáculos de entretenimiento o ecología?
Billones de seres humanos gastan billones de palabras en estos temas, girando
todos ellos en torno a cosas o asuntos materiales que evolucionan y, a la larga,
fenecen. Algunos se revisten de cierta importancia para esta existencia, pero ninguno
supera el del “reino de Dios” (la iglesia), teniendo esta entidad divina incalculable
importancia tanto para esta vida como para la existencia eterna del mañana.

¿Acaso discrepe usted fuertemente? ¿Le aburre el tema “iglesia”? ¿No ama a
ninguna? “Esas iglesias que yo conozco, ¿para qué sirven? ¿Por qué darles
importancia? Están llenas de hipócritas, vividores, mercaderes, adúlteros, cleros
culpables de delitos sexuales contra menores y adultos, gente desquiciada.” Pues, no
se puede tapar el cielo con la mano; esos males existen y se multiplican en muchas
iglesias. ¿Acaso constituyan su justificación para no tomar usted en serio el tema
“iglesia”, no congregarse en ninguna, quedarse en casa, olvidarse de iglesia, echar a
todas en el mismo saco? ¿Acaso vaya usted aún más lejos, mofándose de ellas,
gastando chistes a expensas de sus líderes, ridiculizándolos? De ser así,
psicológicamente usted se habrá librado de “las iglesias, con sus ministros”.
Pero, ¡alto! ¿No estará usted enredado en una trampa tan hábilmente tejida para su
alma que no la sienta ni la vea? ¡Usted no se está fijando en la iglesia que Dios
concibió y Cristo ama, sino en iglesias moral o doctrinalmente enfermizas! Estas
decepcionan en gran manera. Quítese su mirada de ellas, se lo suplicamos. Para su
bien presente y eterno, usted necesita ver la IGLESIA IDEAL, según Dios.

La iglesia perfectamente ideal, según Dios, usted no la verá en ninguna congregación o


iglesia actual. Tampoco la verá en ninguna iglesia particular mencionada en la Biblia, por
ejemplo, la de Jerusalén, Antioquia o Roma. Entonces, ¿dónde encontrar a la iglesia
ideal? Respuesta: en los documentos inspirados del Nuevo Testamento. ¿Cómo
encontrarla en estos documentos? Escudriñando todo lo que revelan acerca de la iglesia,
anotando todo lo que Dios ordena y aprueba para ella, como también lo que desautoriza o
censura. El resultante cuadro es el del modelo divino para la iglesia ideal.

“¡Ah! Pero, ¿tan complicado y trabajoso esto de conocer a la iglesia ideal?” 

¡De modo alguno! Al contrario, comparativamente fácil, ya que el modelo divino para
ella es sencillo. Cualquier persona de capacidad intelectual normal, honesta y
amante de la verdad, discierne pronto sus atributos esenciales básicos. Además, dada
la enorme importancia de la iglesia en el “propósito eterno” de Dios, deberíamos estar
totalmente dispuestos a conocerla perfectamente, cueste lo que cueste en términos de
lectura, estudio y análisis, ¿de acuerdo?

“Dios, la iglesia es tuya. Tú la concebiste. Tú la diseñaste. Tus creaciones, entre ellas la


iglesia, son perfectas para los propósitos que sirven. ¿Qué atributos estableces para tu
iglesia?”

Escudriñando la revelación inspirada, encontramos siete atributos esenciales de la


iglesia ideal, según Dios, en Efesios 5:26-27 y 2 Corintios 11:2-4, a saber:
(1) Santificada, es decir, apartada de lo carnal y mundano, (2) purificada “en el
lavamiento de agua por la palabra”, (3) sin mancha, arruga o cosa semejante,
(4) santa, (5) gloriosa, (6) tan inocente y casta como una virgen pura y
(7) sinceramente fiel a Cristo.

Según Dios, la iglesia es la desposada de Cristo. Como tal, ella ha de ser intachable y
absolutamente fiel a su esposo. “Porque os celo con celo de Dios; pues os he
desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a
Cristo”  (2 Corintios 11:2). La iglesia ideal es, pues, “como una virgen pura”. Debemos
fijarnos en esta iglesia. Esta es la que deberíamos hacer realidad en la tierra –la pura
y fiel.

¿Por qué existen iglesias que no son “como una virgen pura”? El siguiente versículo
descubre la razón: “Pero temo que como la serpiente con su astucia engañó a
Eva, vuestros sentidos sean de alguna manera extraviados de la sincera
fidelidad a Cristo”  (2 Corintios 11:3) . “Sentidos… extraviados…” Desviado o
perdido hasta el sentido común de lo correcto y decente; corrompido el sentido de
compromiso y del rol asignado por Dios. ¡Falta de “sincera fidelidad a
Cristo”! Fidelidad profesada, pero no practicada.

¿Qué evidencias descubren infidelidad espiritual? El apóstol Pablo sigue


explicando: “Porque si viene alguno predicando a otro Jesús que el que os hemos
predicado, o si recibís otro espíritu que el que habéis recibido, u otro evangelio
que el que habéis aceptado, bien lo toleráis”  (2 Corintios 11:4). Ninguna virgen
pura recibe a nadie que no sea su desposado. Ninguna iglesia pura recibe a falsos
predicadores o espíritus engañosos. Tolerarlos, o peor aún unirse a ellos en
fornicación, no lo hará jamás la iglesia sinceramente fiel a Cristo. 

La “virgen pura” de Cristo se cuida de no asociarse con mujeres impuras, sabiendo
que estas manchan y arrugan vestimentas espirituales. Por ejemplo, abrazar a Doña
Cultura Liberalizada o a su muy atractiva hija, la Srta. Farándula, ¡puede resultar
fatal! La primera es una dama muy agresiva y popular que aboga causas contrarias a
la voluntad de Cristo: el matrimonio de homosexuales (Romanos 1:26-32;1 Corintios
6:9-11), la convivencia de parejas sin casarse (1 Corintios 7), el derecho al divorcio, no
importando la razón (Mateo 19), el uso de estupefacientes, la libre expresión y
diseminación de pornografía, maldiciones, blasfemias (Gálatas 5:16-26), etcétera.

No faltan religiosos enamorados de ella, ni congregaciones enteras que la


admiran, haciendo suyas sus causas, a consecuencia de lo cual andan con
vestimentas sucias y desgarradas, enseñando impúdicamente su vergonzosa
infidelidad a Cristo.

La influencia de la Srta. Farándula también causa feas manchas y arrugas. Mujer


vivaracha, bella, “sexy”, sensual, material y seductora en extremo, hechiza no
solo a la gente sin religión sino a gran número de sacerdotes, pastores, ministros,
evangelistas, obispos, diáconos y maestros de ambos sexos, ¡aun a iglesias enteras!
Estos justifican su acercamiento a ella, asegurando hacerlo con el propósito
desinteresado de “ganarla para Cristo” o “para atraer a la juventud a la iglesia”.
Terminan imitándola, o recibiéndola en sus congregaciones, no oponiéndose algunos
religiosos siquiera a sus modas indecentes, música, bailes o fiestas vulgares.

Divertir en grande es la profesión de la Srta. Farándula. Montar espectáculos,


promocionar, atraer a multitudes, vender su imagen, sus productos. Compitiendo
con ella para las almas, o quizá movidos por motivaciones también mundanas
(lucro, fama, poder, satisfacción sensual), no pocos religiosos e iglesias también
se dedican a “entretener a los congregantes” con “espectáculos cristianos”,
comercializando “las alabanzas y los ministerios”. ¿Son “como una virgen
pura”, consagrada en “sincera fidelidad a Cristo”, santas y gloriosas,
resplandecientes en vestimentas blancas, sin mancha, arruga o cosa semejante?
¡Negativo! Pues, no se fije usted en ellas. Concéntrese más bien en los atributos
excelentes de la iglesia ideal, según Dios la proyecta en el Nuevo Testamento.

La iglesia que se une en fornicación espiritual con Don Juan Poder Secular afrenta


descaradamente a Cristo. “Mi reino no es de este mundo… mi reino no es de
aquí”  (Juan 18:36), explicó el esposo Cristo, pero la infiel coquetea con ese Don,
buscando ventajas y poderío, presionando, seduciendo, aun echándose en cama con
él. Niega ser infiel a Cristo, pero los hechos desmienten su negación. La iglesia ideal,
según Dios, no “se enreda en los negocios de la vida”  (2 Timoteo 2:4).

“La iglesia (ideal según Dios) está SUJETA a Cristo”  (Efesios 5:24). Él es


su “cabeza”, así como “el marido es cabeza de la mujer”  (Efesios 5:22-23). Ella le
ama, respeta y obedece incondicionalmente. Él le instruye y guía; ella se sujeta a su
voluntad, acatando sus directrices, como, por ejemplo, las siguientes tomadas de 1
Corintios:

(1) “Hágase todo decentemente y con orden”  (1 Corintios 14:40).

(2) “...como en todas las iglesias de los santos, vuestras mujeres callen en las
congregaciones...”  (1 Corintios 14:33-34).

(3) No comer “con ninguno que, llamándose hermano, fuere fornicario, o avaro, o


idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón”  (1 Corintios 5:11).

(4) Hablar siempre “palabra bien comprensible”(1 Corintios 14:9) y…

(5) “A causa de las fornicaciones, cada uno tenga su propia mujer, y cada una
tenga su propio marido”  (1 Corintios 7:2).

La iglesia ideal, sujeta a su cabeza Cristo, OBEDECE estas directrices.


Refunfuñonas, rebeldes y soberbias, algunas iglesias no las obedecen, exhibiendo el
mismo carácter de la esposa que hace caso omiso a su marido, peleando contra él y
justificando su sublevación. Muchas personas de actualidad tildan de “anticuada e
injusta” la norma de “sujetarse las casadas a sus maridos”, adjetivos que no pocas
iglesias aplican también a las directrices dadas por Cristo a su iglesia.

Cristo “sustenta y… cuida… a la iglesia”  (Efesios 5:29) ideal, según Dios,


alimentándola con “la leche espiritual no adulterada"  (1 Pedro 2:2), la cual
contiene “los rudimentos de la doctrina de Cristo”  (Hebreos 6:1), y además con “el
alimento sólido … para los que han alcanzado madurez”  (Hebreos 5:11-14). Este
abundante alimento espiritual –tan variado, rico y apetecible para el espíritu
hambriento de Dios- se encuentra en las revelaciones de Cristo en el Nuevo
Testamento. “Dios, habiendo hablado… a los padres por los profetas, en estos
postreros días nos ha hablado por el Hijo” (Hebreos 1:1-2). No por Moisés o David
sino “por el Hijo”. Por tanto, la iglesia ideal no acude a la mesa de Moisés, quitada al
morir el Señor en la cruz (2 Corintios 3:6-17; Colosenses 2:13-17), ni tampoco se sienta
a las mesas de paganos, de filósofos hinchados de humana sabiduría o de religiosos
que sirvan sus propios platos de tradiciones mezcladas con mandamientos de
hombres (Mateo 15:5-9; Colosenses 2:8).
Desde su trono en el cielo (Hechos 2:33; 1 Corintios 15:25), Cristo sustenta y cuida a su
iglesia en la tierra mediante obispos debidamente constituidos en cada
congregación. “Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el
Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la
cual él ganó por su propia sangre”  (Hechos 20:28). ¿A quiénes pone el Espíritu Santo
para “apacentar la iglesia” y velar por ella? No, por cierto, a neófitos (muchachos,
recién convertidos), torpes, vagos o irresponsables,  sino a “OBISPOS”, también
llamados “ancianos”  (Hechos 20:17), o “pastores”  (Hebreos 13:17). El que desea el
obispado ha de llenar requisitos muy exigentes ( 1 Timoteo 3:1-7; Tito 1:5-10), tan
importantes son sus tareas. Esto, en la iglesia ideal, según Dios. 

“Es necesario que el obispo sea irreprensible, marido de una sola mujer,


sobrio… tenga hijos creyentes… que gobierne bien su casa… (pues el que no
sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?); no un
neófito…”, etcétera.

Obviar o alterar estos requisitos hace violencia a lo ideal de Dios.


Ejemplo: imponer al obispo el celibato, doctrina cuyo prolífico fruto venenoso de
pecados sexuales todo el mundo lo conoce. “El Espíritu dice claramente que en
los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando… a doctrinas de
demonios;… teniendo cauterizada la conciencia, prohibirán casarse”  (1 Timoteo
4:1-5), bebiendo los culpables del cáliz amargo de su apostasía.

Para su iglesia ideal Dios establece un fundamento ideal, a saber: Cristo, los apóstoles y
los profetas. “Nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual
es Jesucristo”  (1 Corintios 3:11). El “templo santo en el Señor” (la iglesia) está
edificado “sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra
del ángulo Jesucristo mismo”  (Efesios 2:19-22).

Puesto una sola vez para siempre, este fundamento es intocable, inconmovible,
perfecto y sellado, no añadiéndose nadie más. “Sobre esta roca edificaré mi iglesia”,
proclamó Cristo (Mateo 16:18), y lo hizo, edificándola sobra la sólida roca masiva de su
propia divinidad: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. El apóstol Pedro
figura en el fundamento, juntamente con los demás apóstoles, no siendo superior a
ellos, ni mucho menos “la principal piedra del ángulo”.

En la iglesia ideal, según Dios, todos los miembros están “perfectamente unidos en una
misma mente y en un mismo parecer”, hablando “todos una misma cosa”  (1 Corintios
1:10). Son “uno”, como Dios y Cristo son uno, “perfectos en unidad”  (Juan 17:21-
23). Enseñan “un cuerpo… una misma esperanza… una fe, un bautismo”  (Efesios 4:1-
6), contando “divisiones” entre las “obras de la carne”  (Gálatas 5:19-21).
Los seguidores de Cristo que reconocen y aprecian la iglesia ideal se reúnen en
congregaciones dedicadas a hacerla realidad en la tierra.

Amando a Dios, Cristo, la verdad y la salvación, usted no puede menos que amar también
a la iglesia. No a cualquier iglesia sino a la que la Deidad concibió y estableció,
adquiriéndola a precio de la sangre inocente vertida en la cruz. Procurará ser añadido a
ella, como los tres mil que “se añadieron aquel día” de Pentecostés, al recibir la palabra,
bautizándose “para perdón de los pecados”  (Hechos 2:37-47). No permitirá que el popular
refrán “la iglesia no salva” lo lleve a despreciar a la iglesia de Dios como inconsecuente e
innecesaria. Tendrá presente que Cristo “es su Salvador”  (Efesios 5:23). Los redimidos
se encuentran en ella. ¿Dónde se encuentra usted?

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